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El Tesoro Cataro - Gerard de Sede(1)

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El tesoro cátaro

Gérard de Sède

Título original:

LE TRESOR CATHARE

Traducción de

GUILLERMO LLEDO

Portada de

DOMINGO ALVAREZ

© René Julliard, 1967

© 1976, PLAZA & JANES, S. A., Editores

Virgen de Guadalupe, 21-33

Esplugas de Llobregat (Barcelona)

Printed in Spain — Impreso en España

ISBN: 84-01-47007-2 — Depósito Legal: B.22.548-1976

GRÁFICAS GUADA, S. A. — Virgen deGuadalupe, 33

Esplugas de Llobregat (Barcelona)

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Para labrar bien

hay que uncir el arado a una estrella.

Emerson

PREÁMBULOEl país de Oc, constituye el tema de estelibro. No su historia ni su leyenda, sino laurdimbre establecida por el tiempo entre unay otra. Así, el lector podrá ver en él. según leparezca, bien un ensayo sobre los orígenes yel sentido de la imaginación meridional, o bi-en, mucho más sencillamente, un productode esa célebre (nunca demasiado ponderada)imaginación.

Es casi una trivialidad repetirlo: siete siglosde historia común no han borrado por com-pleto la antigua frontera entre la Francia delNorte y la del Mediodía, la de lengua de Oil yla de lengua de Oc. Tanto si se trata dedemografía, de industrialización, de habitat,o de conductas políticas o religiosas, dichafrontera aparece claramente ante el soció-logo en los mapas o en las estadísticas. Pero

hay otro modo de descubrirla, completa-mente intuitivo y más sutil: el del viajero queatraviesa el Loira y, a medida que progresahacia el Sur, ve más claro el cielo, oponerselos colores, hacerse más abrupto el relieve ymás sinuosas las carreteras, desperdigarselos pueblos y convertirse la pizarra en tejaromana, los caballos en bueyes y el timbreagudo de la voz en acento cantarín.

¿Y los hombres? Nada más sencillo; cuandole empiezan a hablar a uno se ha llegado alpaís de Oc. «¿Setenta y cinco? Ya decía yoque era usted de París. ¿Y cuándo emprendióusted el viaje? ¿Y adonde va? ¿Verdad quetiene usted familia por ahí?» Son curiosos yno van a tardar en ser indiscretos. Bueno;

es que aquí el hombre es todavía hombrepara el hombre, y la gente sabe, para que sigasiéndolo, guardar, con el tiempo, toda la dis-tancia necesaria.

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Aquí, el tiempo no está troceado, la vida aúnno ha aprendido a girar más aprisa que elcielo y se miran los relojes con mirada ser-ena. Aquí, la duración, como la luz, da de sí:la inmovilidad del Mediodía es la inmovilid-ad de mediodía; sólo bajo el sol parece nohaber nada nuevo. Allí donde, por primeravez, un paisaje le dé la certeza de algo yavisto hace mil años es donde habrá ustedpasado la frontera, entrando en el país de Ocy en su manera propia de vivir el tiempo.

Tradiciones, leyendas y mitos son el sueñoen voz alta de una Historia durmiente delbosque; si la tierra de Oc es una de sus patri-as de elección, es que la imaginación meridi-onal es un determinado arte de manejar lapalabra contra el tiempo. Por eso, todavíahoy, los occitanos tienen la obsesión del pas-ado de su país, que cobija, de Cro-Magnon aAurignac, los huesos de los más antiguos denuestros antepasados, país que envió a sushijos hasta Ancira y Delfos y que fue, en los

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siglos XII y XIII, el más civilizado de Occi-dente, el de la epopeya cátara y la poesía delos trovadores. Todavía hace veinticincoaños, en los maquis del Languedoc se adopt-aban los nombres de los héroes que lucharoncontra la cruzada; al pie de las murallas deCarcasona, los chicos de las escuelas siguenjugando a pelear contra Simón de Montfort,y en Toulouse se siguen celebrando los Jue-gos Florales. Pero, ¿dónde termina la Histor-ia y donde empieza la leyenda? El trovadorGuilhem de Capestang ha existido, efectiva-mente, pero ¿es acaso verdad que su Damafue obligada por un esposo celoso a comersesu corazón?

De siglo en siglo, la mitología occitana hahecho resurgir, en escaso número, los mis-mos temas. ¿De qué se compone ese tesorode imágenes? ¿Qué confusos movimientos delos pueblos, desde la aurora de las civiliza-ciones lo han ido depositando entre el Loira,el Ródano y los Pirineos, como hacen las

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corrientes marinas con las arenas? ¿Quéacontecimientos han reanimado posterior-mente su esplendor? ¿Cómo, antaño, la so-ciedad meridional se complació en él hasta elvértigo, hasta morir de pie en las llamas?¿Cómo por último, el folklore lo ha puestocasi intacto en nuestras manos? Tal es la ind-agación, forzosamente incierta, en la quequisiéramos que el lector nos siguiera.

El universo mental del hombre occitano es, ala vez, el del verbo y el de la espera, pero deun verbo que es acción y de una espera quees repulsa. Sin esta clave fundamental seríaimposible comprender las razones por lasque las dos mayores aventuras vividas, a lavez, por el país de Oc fueron la religión de loscátaros y la poesía de los trovadores, asícomo por qué ha conservado un recuerdo tanvivo y tan en lo vivo de ambas. Henri Lefeb-vre lo subraya acertadamente: «En el Medi-odía, el verbo tiene realidad y valor supremo;no es solamente un medio de comunicación;

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es el medio de la acción, es un acto.» He aquípor qué el Dios de los cátaros no puede serencarnado, ni la Dama de los trovadoresposeída sin perder su categoría. Pero este re-chazo de los tangibles es espera: espera delParáclito para los unos, y de una donacióntotal para los otros. Aunque sólo sean nom-brados, ni ese Dios ni esa Dama son frías ab-stracciones; son, por el contrario, objeto deun ardiente deseo. Es que en la palabra el oc-citano se empeña todo él, con pasión. ¿Existeacaso otro país en el que las reglas de laretórica hayan sido llamadas «leyes deAmor»? Ese «logos» caldeado por el«agapè», ese instinto del verbo cálido y gen-eroso, anuncia ya los Fénelon, los Gambettay los Jaurès...

En el laberinto de la mitología occitana ellenguaje es, pues, el hilo de Ariadna. Hilo delque mucho hemos tirado. Las etimologías denuestros antepasados eran a veces puro pro-ducto de la imaginación: sin embargo, les

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hemos dado valimiento, porque esasfantasías, lo mismo que las de los sueñospara el psicoanalista, no son gratuitas para eldescifrador de leyenda. Tanto en uno comoen otro caso, el juego de palabras es muchasveces el lazo de unión entre los elementosdispersos de un conjunto de apariencia ab-surda, cuyo oculto sentido revela. En amboscasos, dobles sentidos, cotejo de imágenes yrepresentaciones de ideas por objetos o per-sonajes obedecen a una única lógica: la delretruécano y del jeroglífico. Al igual que en laheráldica, el arte de los trovadores está bas-ado en el empleo generoso de las clavesfonéticas que la lengua de Oc favorece másque otra cualquiera. Este arte es, no ob-stante, lo mas opuesto a un juego fútil:quebrantar el núcleo del lenguaje era penet-rar el secreto mismo del mundo, el trobarclus es el arte del pensamiento secreto. Arteastuto y sin embargo, poético si los hay: es elúnico que haya fundido jamás en uno solo el

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len guaje afectivo del sueño y el habla cultade los retóricos; arte transparente hasta paralos analfabetos, si éstos tenían sangre en lasvenas y la imaginación viva; pero arte cer-rado incluso para los eruditos, si eran demente demasiado obtusa y corazón demasi-ado seco.

El país de Oc creyó antaño ver encarnarsesus mitos en las peripecias de su historia; porello este libro salta sin cesar del acontecimi-ento a la leyenda: es un hijo bastardo, comoaquellos príncipes del Me diodía que sedecían hijos de un hombre y un hada.

¿Es necesario justificar esta manera de abor-dar el tema? Porque su materia la constituy-en actividades humanas y no cosas, la His-toria concreta no es ni la de las representa-ciones colectivas ni la de los acontecimientosen bruto, lo que aprehende es lo que Lukacsllama «estructuras dinámicas, signific-ativas», es decir, para hablar con mas

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sencillez, acontecimientos consumados,vividos e interpretados por los hombres enfunción de universos mentales que han vari-ado por completo en el decurso de los tiem-pos. Así, pues no es posible comprender deltodo una civilización sin instruirse, por ciertotiempo, en las maneras de pensar y en lospaisajes imaginarios que fueron los de lamisma. Asi, en la Edad Media, la sociedad novivía ni pensaba su propia existencia masque a través de un sistema de símbolos,hasta tal punto que cada acontecimiento erapara sus actores y sus testigos a la vez elacontecimiento mismo y la señal de otracosa, tratárase del trabajo del tejedor, de laobra del arquitecto, de la consagración delsoberano o del aguinaldo solicitado por elpobre Y si nuestro cielo pertenece a los cos-monautas, nadie disputaba el de aquella épo-ca a los astrólogos. Si uno no hace como queentra en ese juego, ¿cómo comprender la

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perspectiva en que nuestros antepasados in-sertaban su pensamiento y su acción?

Un ejemplo: mientras la soberanía tiene to-davía carácter sacerdotal, hay príncipes quese creen inves tidos de la misión de cosmo-crator, de «rey del mun do». A los ojos de suspartidarios, las acciones de tales príncipesparecen llevar el sello de proyectos providen-ciales: sus derrotas y hasta su propia muerteson negadas; una vez desaparecidos, siguendisfrutando de la sutil existencia de los fant-asmas, convirtiéndose en invisibles «reyes delas montañas» cuyo «retorno armado» alfrente del populus absconsus, del pueblo fielpor largo tiempo oculto en las cavernas,traerá el reino universal y definitivo de lajusticia. Se ve que este mito toma por modeloel de Saturno trayendo de nuevo la Edad deOro. Pero, ¿se ha calibrado bien su poder demovilización política? De él sacó fuerzas todala lucha de los Hohenstaufen contra lospapas. Es algo que lleva bastante lejos.

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Es más: ocurre que los propios acontecimi-entos, los nombres de lugares y personajes,parecen prestarse con malicia a tales concat-enaciones. Así, en 1240, la insurrección delos faydits occitanos reproduce fielmente elescenario mitico del retorno armado: el buenTrencavel, muerto hacía treinta años, resu-cita bajo la forma de su hijo, que desciendede las alturas de las montañas de Corbièresal frente de los creyentes perseguidos quesalen de las grutas en que se ocultaban. Antetales «hechos mitomorfos» surge la preguntaque se hacía recientemente una historiadora,Françoise Le Roux, a propósito de los celtas:

«¿No convendría investigar, además de lasimple separación del “hecho” y de la“ficción”, la unidad conceptual del mito y dela historia en dichos pueblos? Los celtas hanrehecho con frecuencia su historia siguiendoprocedimientos siempre idénticos: bien ex-traño sería que el examen de los mismos nofuese útil para el esclarecimiento de algunos

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problemas puramente históricos.» Hasta si-ente uno la tentación de ir más lejos conMonsieur René Nelli, que afirma: «Cuandola etnografía haya conseguido renovar susmétodos se verá que el verdadero problema,el más importante de todos, consiste en pre-guntarse cómo algunos mitos privilegiadosllegan, en ciertas circunstancias, a realizarseobjetivamente.» Los indios de América Cent-ral comen ciertas setas para tener más ardoren el combate; los psicoanalistas ven en elloun acto mágico-simbólico muy caracteriz-ado: esos indios creen adquirir un suple-mento de virtudes viriles porque la seta espor excelencia emblema fálico. Los toxicólo-gos, por su parte, han sometido dichas setasal análisis químico, hallando efectivamenteen ellas sustancias que desarrollan la agres-ividad. ¿Quiere ello decir que en este caso lospsicoanalistas se equivocan y los toxicólogostienen razón, o viceversa? Naturalmente queno.

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Marx escribió un día que ciertos acontecimi-entos históricos se repiten, la primera vez enforma de tragedia y la segunda en forma decomedia. En Languedoc es únicamente latragedia la que, con siete siglos de intervalo,se ha repetido. Gozando de una civilizaciónavanzada con relación a su época y profes-ando sin intolerancia la herejía arriana, elreino visigodo de Toulouse parece anunciarel Languedoc cátaro de la dinastía de los Rai-mond. Su destrucción por los francos ven-idos del Norte y sostenidos por la Iglesia,parece anunciar la sombría cruzada deMontfort. Prefiguración sobrecogedora, esaprecoz vocación del país de Oc para la tra-gedia no parece haber llamado la atención delos historiadores de la herejía albigense. Heintentado ponerla de relieve y no creo quesea controvertida.

Procedente de Asia y a través de Macedonia,la costa dálmata de Italia llevó el catarismo ala tierra occitana, en la que floreció. Cosa

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rara; mil quinientos años antes, los tolosanosque regresaban de Delfos habían seguido elmismo camino.

Que el catarismo encontrará quizás en el paísde Oc un campo abonado por la oscura ysubterránea supervivencia de tradiciones ll-evadas allí una primera vez. desde Oriente enla aurora de la Historia, es una hipótesis quesólo con la más extremada prudencia sugieroy que posiblemente incitará a algunos calific-ados investigadores a profundizar este puntodel enigma cátaro. Enigma sobre el que laspáginas que siguen no hacen más queproyectar, un poco al azar, algunos haces deluz.

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PRÓLOGOEn el siglo III de nuestra Era, en Babilonia,en esa región entre el Tigris y el Éufratesdonde las leyendas sitúan el Edén, nace unanueva religión que, a pesar de persecucionesde todo género, vivirá diez siglos y conoceráuna prodigiosa expansión que llevará desdelas orillas del mar de China a las delAtlántico: el maniqueísmo, del nombre de sufundador Mani, llamado también Manes oManiqueo.

Mani nació en Abrumia en el año 527 de laEra seléucida, el octavo día de una segundaluna; es decir, si hemos de creer a los erudi-tos que han tenido la laudable paciencia deefectuar el cálculo, el 14 de abril de 216. Erapersa por su madre Mariam, emparentadacon la dinastía reinante de los Arsácidas, delo cual se nos dice proviene el sobrenombre

de «hijo del rey» que habían de otorgarle susdiscípulos. Su nacimiento tuvo algo de prodi-gioso, puesto que había sido anunciado aMariam por un ángel, cosa que no debió dehacer más que aumentar el despecho de lanoble dama cuando ésta dio a luz un hijo condefecto físico, pues Mani tenía torcida lapierna derecha y quedó cojo para siempre.

Como todos los habitantes del país enaquella época, Mariam y su esposo Patekeran parsis, es decir adeptos de la religión deZoroastro, y en ella educaron almuchacho[1]. No eran de los tibios: Patek, lomismo que su esposa, oía voces. Y como unade éstas le aconsejara un día que se abstuvi-era de carne, de vino y de mujeres, adhiriósea una secta que se imponía dichas priva-ciones: la secta de los Manqdé, es decir, delos Puros[2], cuyos miembros eran llamadosHallé Hewari, los Vestidos de blanco. SegúnM. H.-Ch. Puech, uno de los mejores espe-cialistas actuales del maniqueísmo, aún hoy

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día existen miembros de esta secta en Irak yen Irán, y se llaman cristianos de san Juan.

Apenas tenía Mani doce años cuando un án-gel llamado At Taum (el Gemelo) le invitó aprepararse para la misión que le había reser-vado el «Rey de Luz», misión cuya hora to-davía no había llegado: la de reformador reli-gioso. Y a la edad de veinticuatro años elGemelo le ordenó que iniciase su vidapública.

Aunque la existencia de Zoroastro es dudosa,sí es cierto que la religión fundada en sunombre ejerció una inmensa influencia, yaque, suprimiendo los sacrificios costosos yreduciendo a su más simple expresión elculto del Buey y del Fuego[3], encauzóse re-sueltamente hacia los humildes.

De las religiones primitivas del Irán, elzoroastrismo conservaba la idea fundament-al: la de un conflicto permanente entre los

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dos principios del Bien y del Mal, Ormuz yArimán, que sólo había de terminar con lavenida de un mesías: Saoshiant, el Salvador.Mani había de conservar igualmente dichaidea en el centro de su sistema. Más bien quela negación, el maniqueísmo había de con-stituir el florecimiento de la visión religiosade los parsis.

Mani inauguró su apostolado con un viaje ala India, donde convirtió a un rey; volvió des-pués a Persia, ganando a su causa al rey Sa-por I, quien concedió la libertad de predicara los discípulos de Mani. Cuando Sapor entróen campaña contra los romanos, Mani formóparte de su Estado Mayor. En el campo con-trario hallábase un joven filósofo, Plotino,que se había alistado sólo para poder estudi-ar sobre el terreno el pensamiento oriental yque, al regresar a su patria, creó un sistemaneoplatónico que no deja de recordar enbastantes aspectos la visión cosmológica deMani. «El occidental va hacia el oriental, y el

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oriental hacia el occidental, enemigos, perointeresándose el uno por el otro; el filósofodel Nus, de la razón griega, se encara con elapóstol de una ciencia mística que es tam-bién, según él pretende, la emanación delNus, del espíritu de la Luz. Si estuviesefundado con más certeza, tal sincronismo,tan fuertemente simbólico, merecería sermeditado y figurar como fecha capital en lahistoria espiritual del siglo III[4].»

Pero Sapor, el protector de Mani, murió, y susucesor, Bharam I, excitado por los jefes delos magos, que reprochaban a la nueva doc-trina el causar la ruina de la religión estable-cida, hizo encarcelar al reformador. Cubiertode cadenas, Mani sufrió una pasión deveintiséis días con serenidad ejemplar, in-struyendo y consolando a sus discípulos.Murió en 276, tras haber puesto al Sol portestigo de la injusticia de los poderosos.Santas mujeres le cerraron los ojos. Losmalos hicieron pedazos su cuerpo, pero sus

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adeptos recogieron piadosamente susreliquias, enterrándolas en Ctesifonte. Todoslos años, en el mes de marzo, los maniqueoshabían de conmemorar la pasión de su maes-tro con un ayuno de treinta días terminadopor una fiesta, la de la Bema.

Mani presenta su doctrina como el coro-namiento de la evolución religiosa de la Hu-manidad. «El buen juicio y las buenas obras—léese en el tratado Shabuhragan, atribuidoa Mani por sus discípulos— han sido aporta-das con perfecta continuidad de una época aotra por los mensajeros de Dios: vinieron enun tiempo por el profeta llamado Buda a laregión de la India, en otro tiempo porZoroastro a la religión de Persia y en otro porJesús al Occidente, tras lo cual la Revelaciónha llegado y la Profecía se ha manifestado enla última edad por mí, Mani, mensajero delDios de Verdad en el país de Babilonia.»Concediendo así, no sin habilidad, una ver-dad parcial a cada una de las religiones

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establecidas, el maniqueísmo había de poderimplantarse, sin escandalizar, en los más di-versos países. Toma del budismo la creenciaen la metempsícosis, y del Apocalipsis deJuan e! anuncio del «tercer advenimiento»,el de] Espíritu Santo o Paráclito.

Pero la idea central de la doctrina siguesiendo la de los parsis: puesto que Dios esbueno por definición y el mundo es presa delmal, el mundo no es la obra de Dios sino lade un espíritu maligno, y toda su historia esla de una lucha sin cuartel entre dos principi-os igualmente poderosos: el bueno y el malo,el Espíritu y la Materia, que se oponen«como un rey a un cerdo». En el curso de suprimer enfrentamiento, una parcela de luzemanada del Padre de la Grandeza quedóprisionera en la creación carnal del Principede las Tinieblas; por ello nuestro mundo es elde la «mezcla»: la presencia en su seno deese germen espiritual le promete, empero, lasalvación por un sistema complicado de

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depuraciones sucesivas, al término de lascuales Luz y Tinieblas, Espíritu y Materiaquedarán separados como en el comienzo delos tiempos, sin que sea posible una nuevacontaminación del uno por la otra. Un relatocosmológico en el que la extravagancia rival-iza con el rigor permitía a los maniqueos ex-poner esta caída y esta nueva ascensión.Emanando uno de otros como cubiletes parajugar a los dados, los personajes del dramason innumerables y simétricos. La com-plejidad de sus luchas es tal que tenemos querenunciar a resumirlas: la fase más extravag-ante es la que pretende explicar el origen delreino animal, fase en la que un personaje, el«tercer enviado», se aparece en forma dehombre a los demonios hembras y en formade mujer a los demonios machos, con el finde atizar los deseos de unos y otros que, alverlo, diseminan en efecto su semen por elcosmos. Las «demonias», mareadas por laperpetua rotación del Zodíaco, al que están

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encadenadas, dan a luz engendros, antepasa-dos de lodos los animales. Pero el demonioAshaqlun, tras haber devorado algunos delos engendros, se aparea con la «demonia»Namrael, engendrando así a Adán y Eva, etc.

Sin embargo, no nos dejemos engañar poresta delirante fantasmagoría: como subrayaun excelente especialista, «los mitos ma-niqueos emplean oropeles sacados de todaspartes para expresar una verdad filosóficaque no deja de ser percibida como tal[5]».Bajo la pulpa, sabrosa por cierto, de susfábulas, el maniqueísmo disimula un sólidonúcleo racional: parte de la rebelión delhombre contra una sociedad injusta, se elevahasta la idea de que lo real progresa a travésde la contradicción, discierne, dieciseis siglosantes que Hegel, que el «mal» es muchasveces el motor del progreso, y proclama, porúltimo, que la salvación de la especie noreside en una fe ciega, sino en una gnosis, un

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conocimiento de orden intelectual que hacedel hombre el «salvador salvado».

Tales ideas eran eco fiel de las angustias y as-piraciones de los humildes, y suscitaron asíla suficiente abnegación para hacer del ma-niqueísmo, a pesar de las persecuciones, unareligión misionera que conoció una difusiónprodigiosa; la sencillez del ritual, reducido ala imposición de manos, compensaba laseveridad de costumbres prescritas a los ad-eptos: régimen estrictamente vegetariano(pero, ¿quién, sino los ricos, comía carne?) yrigurosa abstinencia sexual. Prohibicionesque no alejaban a los fieles, pues el ma-niqueísmo supo siempre hacer, jui-ciosamente, una distinción racial entre milit-antes y simpatizantes, entre los «perfectos»,a los que quedaban reservadas las priva-ciones, y la gran masa de los simples «crey-entes», de carne débil y con los que semostraba indulgente.

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Por ello los maniqueos se mantuvieron en supaís de origen hasta la conquista islámica,llegaron hasta Egipto y África del Norte,donde conquistaron un adepto de calidad enla persona del futura san Agustín, penet-raron en Asia central, convirtiendo el in-menso Imperio Uigur, ¡llegaron hasta China,donde eran todavía activos en el siglo xv, seimplantaron en la Roma de los últimosCésares, y luego, con el nombre de bogomiles(Amigos de Dios), ganaron a su fé, en loscomienzos de la Edad Media, a búlgaros ydálmalas. Pero una religión que predicabaque el mundo en que vivían los hombres eraradicalmente malo no podía por menos deatraer sobre sí la cólera de los poderes es-tablecidos: la Roma imperial y la de los Pa-pas, los Imperios árabe y mongol per-siguieron de tal modo, y tan eficazmente, alos maniqueos, que la supervivencia de losmismos puede considerarse un milagro. ¿Yquién se atrevería a afirmar que esta odisea

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ideológica no ha dejado rastro alguno entrenosotros, cuando a propósito de todos losgrandes contemporáneos se oye evocartantas veces, y con tanta naturalidad, el es-pectro del «maniqueísmo»?

Sin embargo, en el punto de partida de laaventura maniquea no hay, probablemente,otra cosa que una ficción.

No deja de sorprender ver a tantos histori-adores de las religiones dar por comprobadala existencia real de Mani, cuyos hechos ygestas y hasta el nombre mismo son los deun héroe de la Fábula.

El nombre de su madre, Mariam, y laanunciación que le fue hecha están, con todaevidencia, tomados de lo legendario del cris-tianismo. El defecto físico congénito deMani, detalle concreto que parece conferir alpersonaje el sello de la autenticidad, guardarelación con un tema bien conocido, el de la

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cojera iniciadora que encontramos tambiénen Vulcano, en Jacob tras la lucha con el án-gel, en Gengis Kan, etc. En virtud del princi-pio de simetría caro al pensamiento mítico,la inferioridad de un personaje en lo que re-specta al pie, es «señal» de su superioridaden cuanto a la cabeza, a las facultades superi-ores. Por ello, como subraya Éliade, «los de-fectos físicos de los personajes recuerdanprobablemente mutilaciones iniciadoras, odescriben el aspecto de los maestros de lainiciación[6]». Y Gilbert Durand señala queesos rasgos guardan casi siempre relacióncon la mitología del Fuego: «En numerososescenarios y leyendas relativos a los “amosdel fuego” los personajes son lisiados[7].»

Él carácter mítico de Mani se afirma tambiénen sus progenitores: su padre carece de al-curnia y ha hecho voto de castidad, mientrasque su madre es de estirpe real. Tema muyconocido: el padre temporal del iniciado noes su padre verdadero; su verdadera filiación

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es a la par oculta y fuera de lo común, puestoque es sobrenatural; tiene sólo un «padre es-piritual». Por ello, su genealogía se revelapor línea materna y gracias a rasgos prodi-giosos: concepción virginal, nacimientoanunciado o milagroso, hallazgo por casual-idad, etc., que son otras tantas señales de su«oculta realeza», realeza espiritual que rev-elarán más tarde su misión o sus gestas.Igual observación respecto a At Taum, elGemelo: en todas las mitologías del mundolos gemelos tienen una función simbólica yrepresentan en particular la bipolaridad de lapsyché, espiritual y animal a la vez[8]. Porúltimo, la muerte de Mani, cuyo cuerpo eshecho pedazos, tiene también un sentidomítico: al igual del de nuestro héroe, elcuerpo del Osiris egipcio fue troceado, yRómulo, Orfeo, Dionisio, Atis, etcétera, su-frieron análoga suerte. «Numerosas tradi-ciones —sigue diciendo Gilbert Durand—, re-flejan esta imagen de la muerte iniciadora

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por despedazamiento[9].» En efecto, lamuerte es para el iniciado un segundo naci-miento que, por sus circunstancias o el ritualque lo acompaña, evoca el primero; lainiciación es igualmente una muerte sim-bólica, la «muerte en el mundo profano».Así, en las ceremonias del chamanismo elpostulante es hecho pedazos; entre los indi-os, Pomo es despedazado por un oso; en lainiciación masónica, es colocado en unataúd, etc. Aquí, la mutilación final de Maniaparece, además, como corriendo parejascon su defecto congénito, recordándolo.Desde el principio hasta el fin, la biografía denuestro personaje presenta, pues, todos losrasgos de un relato intencionadamentesimbólico.

Esta impresión tiende a convertirse en cer-tidumbre cuando se examina el nombre delpersonaje y las resonancias que en dichonombre quisieron hallar loscontemporáneos.

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La palabra Mani, en sánscrito, designa unapiedra preciosa, una gema, y era ya em-pleada como metáfora en las invocaciones aBuda[10]. En tiempos de Mani se rela-cionaba también su nombre con la palabrasiria Mana, que significa receptáculo,vaso[11], lo que hizo decir a los detractoresque Mani era el «vaso del mal», pero a losapologistas que era el «vaso de salvación». Elsobrenombre de Maniqueo, que significa enrealidad Mani el Viviente (Mânî Hayyâ), fuetambién interpretado como queriendo decirel vaso que vierte el maná [Mana+ Xei(griego): verter[12]], etimología seguramentecaprichosa, pero que demuestra el caráctersimbólico que los contemporáneos, forzandoel sentido de las palabras, atribuían al per-sonaje. En fin, para sus adversarios (y quizáno sólo para ellos) Manes era el Loco(Maneis).

Por otro lado, René Guénon ha subrayado elparentesco fonético de los nombres de los

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personajes mitológicos que desempeñan elpapel de «legisladores primordiales»; el Menegipcio, el Minos griego, el Manú indio,etc.[13], proponiendo explicar su semejanzapor el papel de todos estos personajes, eman-aciones o depositarios de la energía espiritu-al creadora del mana.

En el simbolismo esotérico, como en lailusión óptica o el sueño, y por las mismasrazones, es corriente el procedimiento deocultar una idea abstracta bajo las aparien-cias de un personaje que la recuerda por susatributos o por su nombre. Mani, a la vezgema y vaso que vierte el maná, Mani el parsiloco, es un buen ejemplo de ello. Y la ideamítica y mística que Mani simboliza había deconseguir éxitos siglos después, y muy lejosde la tierra que había visto nacer almaniqueísmo.

Fue, en efecto, en el país de Oc, del siglo XIal XIII, donde había de verse reaparecer a los

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maniqueos bajo el nombre de cátaros y con-quistar para su fe a la población meridional.Y para extirpar dicha fe necesitaría la Iglesiaromana, ayudada por los barones del Norte,cincuenta años de una guerra y unarepresión despiadadas cuyo recuerdo per-manece todavía hoy grabado en loscorazones occitanos.

Esta resurrección es para la Historia uno deesos enigmas que la incitan a interrogarsesobre sus métodos, puesto que si es ciertoque el catarismo se explica, en gran parte,por la organización propia de la sociedad oc-citana de la Edad Media, no lo es menos queesta sociedad difería por completo de la queexistía en el siglo III en Babilonia. ¿Por qué,en estas condiciones, los grandes temas ma-niqueos aparecen de nuevo, casi intactos, enel catarismo? Para responder a esta preguntano hay que tener miedo de hundirse en lanoche de los tiempos y dejarse guiar por lasleyendas que eran, para los pueblos

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primitivos en movimiento de un extremo aotro del continente eurasiático, como losguijarros blancos de Pulgarcito.

No hay más remedio que interrogar ese viejodiario de viaje del que muchas páginas hansido arrancadas. Quizás entonces veamospor qué el país de Oc, hace ocho siglos, re-conoció en una herejía venida de Oriente laimagen de su propia infancia.

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PRIMERA PARTE

EL ORO DETOULOUSEHace veintiséis siglos, una bueña mañana, eldía del equinoccio de primavera, el viejo Am-bigat, rey de Bourges (que no tenía hijos),mandó llamar a sus dos sobrinos, Belloveso ySigoveso, hijos de su hermana, y les dijo:

—Sois jóvenes y espero que vuestras ambi-ciones estarán a la altura de vuestra cuna; mireino, por famoso que sea, no puedebastaros. Es el mundo lo que tenéis que con-quistar; yo os daré medios para ello.

Las palabras de su tío, por audaces que fuer-an, no parecieron en modo alguno temerari-as a los dos jóvenes. Si hemos de creer a TitoLivio[14], Ambigat era ilustre por su mérito ysu valor, tanto personales como públicos;

bajo su reinado, la Galia era tan prósperaque resultaba casi imposible evaluar sus re-cursos en hombres y bienes. En efecto:Bourges, cuyo nombre celta significa«cumbre», era entonces la capital de toda laGalia céltica, que se extendía desde Bretañahasta el Rin y desde el Sena hasta las orillasdel Garona: de todo ese país era rey el rey deBourges[15]. Y como si esto no bastase, losberrichon se llamaban bitúricos, nombre quesignifica «reyes del mundo»[16].

Belloveso y Sigoveso consultan a los augurespara saber adónde les manda ir el destino, ya continuación, cada uno al frente de unafuerza de 150.000 hombres, se ponen encamino. Mucho harían hablar de ellos.

A Belloveso, cuya tropa hállase compuesta deberrichones, auverneses, provenzales yhombres de Chartres y de Autun, le ha sidodesignada Italia. Franquea los Alpes por elpuerto de los Taurins y funda Milán, a la que

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da el nombre del centro oculto y sagrado delos bitúrigos: Mediolanum[17].

En el año 380 antes de nuestra Era, sussoldados se apoderan de Roma, donde, antesde pasar la ciudad a sangre y fuego, habíande tirarles de la barba, como todo el mundosabe, a los impasibles senadores, a quienestomaron por estatuas.

Estupefactos de haber visto la Ciudad Eternahumillada por gentes a las que considerabansalvajes, los romanos no habían de reco-brarse de aquella derrota, y vemos cómo sushistoriadores trampean a más y mejor paraborrar aquel traumatismo de la memoriacolectiva.

Sigoveso, por su parte, va hacia Oriente. Sussoldados, que llevan el pelo untado de le-chada de cal, atado a la nuca y cayéndoleshasta los talones, así como cascos de broncecon un cuervo por cimera, se guían por el

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vuelo de las aves. Son los volscos tectósagosquienes forman el grueso de su ejército.

Los volscos tectósagos se hallan asentadosentre el Mediterráneo, el Garona, la MontañaNegra y los Pirineos, región a donde acabande llegar los griegos y que será más tarde elLanguedoc. Su capital es Toulouse, y se jact-an de descender de los bebricios, a quienes,gracias a una aventura amorosa, deben sunombre los Pirineos.

En efecto, según la Fábula, Pirene, hija de ladanaide Bebrycius, vivía en el antro deTarusco cuando Hércules pasó por allí.Según unos, el héroe iba a realizar el décimode sus doce trabajos; según otros, regresabade llevarlos a cabo: más allá de las famosascolumnas que había erigido a las puertas delAtlántico reinaba, en la isla Erythia, el reyGerión. Este soberano, provisto de trescabezas y de tres cuerpos, poseía los máshermosos bueyes del mundo, custodiados

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por un dragón y un perro. Hércules diomuerte a guardianes y propietarios y seapoderó del magnífico rebaño.

A Hércules le gustó Pirene, pero el idilio fuebreve, pues otras hazañas le esperaban.Pirene, sin embargo, estaba muy enamoraday salió de su antro para alcanzar a Hércules,pero fue atacada por un oso. Al oír sus gritos,Hércules volvió sobre sus pasos, pero lajoven había muerto. Hércules, en recuerdode ella, dio el nombre de Pirineos a lasmontañas que habían albergado sus amores.Pueden ustedes, si tienen el gusto de hacerlo,visitar el antro de Tarusco: es hoy día lagruta de Lombrives, una de las más ampliasde Europa, cerca de Ussat-les-Bains, en elAriège. Allí les enseñarán, brillando con to-dos los reflejos de sus estalactitas, el trono deBebrycius, el lecho de Hércules y la tumba dePirene.

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A las leyendas más antiguas les pasa lo que ala música; mecen y hacen dormirse a la may-oría, pero unos cuantos se esfuerzan ensolfearlas, pues dichas leyendas tienen variosregistros y otras tantas claves. Volveremossobre ello en este libro.

Sin duda alguna, la primera de dichas claveses la protohistoria: en los mitos y epopeyasde nuestros más lejanos antepasados loshéroes representan pueblos, sus viajes tribu-laciones, sus amores intercambios comer-ciales y mezclas de razas, y sus altercadosconflictos y conquistas.

Lejos de ser una ficción gratuita, la leyendaque acabamos de narrar después de SilioItálico, Dión, Marciano de Heraclea, Estebande Bizancio, Hélie de Pamiers y muchosotros, ilustra hechos protohistóricos confir-mados por la arqueología moderna.

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En sus comentarios sobre la Eneida, Servionos dice que Gerión fue rey de Tartessos[18].Y Tartessos fue una realidad: situada en ladesembocadura del Guadalquivir, su fama seextendió antaño por todo el mundo conocidogracias a sus fabulosos tesoros. Tras haberleconsagrado su vida entera, el arqueólogoalemán Adolf Schulten, que creyó reconoceren ella la capital de la misteriosa Atlántida,descrita por Platón, dejó sentado que fuefundada, lo más tarde, hacia el siglo XIIantes de nuestra Era, por navegantes etrus-cos[19]. Origen que explica, por cierto, porqué tenía Gerión tres cabezas y tres cuerpos:en efecto, Virgilio llama a los etruscos popu-lus triplex a causa de su organizaciónconfederal.

¿Qué eran los etruscos? Eran pelasgos,pueblo errante, marcado con el signosagrado de la blancura, que fue sembrandopor su camino «ciudades blancas» y «paísesblancos»[20]. Venían de un país del Asia

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Menor situado a orillas del mar Egeo: Lidia.Según dice Heródoto, los lidios, al morir surey Manes, sufrieron un hambre que los ob-ligó a emigrar. Guiados por su rey Tyrrhe-nus, hiciéronse a la mar, y bajo los nombresde tirrenos, raseni y luego de etruscos loshallamos, a su vez, a unos en Argos (la cualrodearon de murallas megalíticas), a otros enAlbania, a otros (los más numerosos) enItalia, donde fundaron Alba, la rival deRoma, y civilizaron el país; algunos, por úl-timo, rechazados de Egipto en el año 1227antes de J. C. por el joven faraón Meneptah,inventor de los primeros carros de asalto,hubieron de reembarcarse rápidamente yemigraron más al Oeste.

Estos últimos hallaron en la penínsulaibérica una civilización ya antigua y queseguía floreciendo. Procedentes de África delNorte, los iberos habían pasado las Colum-nas de Hércules desde la época neolítica. Acomienzos del segundo milenio, extraían oro,

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plata y cobre de las minas andaluzas. A losfundadores de Tartessos, mineros y metalúr-gicos sin par, Iberia les recordó seguramentesu Lidia, en la que las arenas auríferas delPactolo enriquecieron al rey Creso. Prontolos iberoetruscos llevaron sus naves a la con-quista del valioso estaño hasta Bretaña, Ir-landa y Albión, sembrando dichas tierras detemplos megalíticos del sol, colosales y enig-máticos libros de piedra a imagen de los quese encuentran en España en la cueva deMenga (Antequera) y Los Millares.

Hacia el año 1100 antes de nuestra Era, losfenicios se apoderaron a viva fuerza deTartessos como resultado de una batalla nav-al de la que Macrobio nos ha dejado el relato.En el siglo IX, Tartessos (la Tarsis de la Bib-lia), liberada de la dominación fenicia, erafamosa en todo el mundo por su ciencia, surefinamiento y su riqueza. Fue su flota la quedescubrió Madera y las Canarias, misteriosas«islas Afortunadas» en las que Homero situó

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a las bellas Hespérides, a los feacios y el pilarque sostiene el cielo, impidiéndole caer sobrelas miedosas cabezas de los mortales. Y fuetambién su flota la que llevaba cada tres añosal rey Salomón «el oro, la plata, el marfil, losmonos y los pavos reales[21]». Poco despuéslos iberos atravesaban los Pirineos, dis-putando lentamente a los ligures salvajes laAquitania y el Languedoc actuales. En elsiglo VI, movimiento inverso:

los celtas procedentes del Norte conquistanla península ibérica. En 229, los cartaginesesla invaden a su vez: su general, AmílcarBarca, sorprende a Tartessos durmiendo ensus lechos de plata maciza y la arrasa, realiz-ando la predicción hecha cinco siglos antespor Isaías[22]. Así terminó la capital de los«pueblos patos»[23]. «Con Tartessos desa-pareció todo lo que el universo mediterráneosabía de los mares occidentales[24].» Cosaextraña: aunque se sabe con precisión dóndeestaba la ciudad, ningún arqueólogo ha

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podido nunca encontrar la menor piedra dela misma... Tartessos, aunque sea en sentidofigurado, ha corrido, en efecto, la mismasuerte que la Atlántida.

Tras los de Gerión, ¿podremos algún díaponer en claro los orígenes étnicos denuestra Pirene?

Fue hacia el siglo VII antes de nuestra Era,época en que el Imperio tartesio, en su apo-geo, había progresado desde Andalucía hastael cabo de la Nao, cuando los etruscos-iberosfranquearon los Pirineos. Entre ellos, elgrupo de los bebrices se asentó en la regiónde Foix, una parte de la cual, el Haut-Sabar-thez, fue ocupada por la tribu bebricia de los«taruscos»[25]. «Que estas poblaciones es-tuviesen emparentadas con los tartesios—dice uno de los mejores especialistas de lacivilización ibera, Édouard Philipon—, esalgo que no es posible poner en duda ante lasnumerosas concordancias onomásticas[26]»

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En efecto; lo mismo que el nombre de Razés(en el valle medio del Aude) recuerda el delos raseni, el nombre de los «taruscos» estáestrechamente emparentado con, el de losetruscos. Pero hay algo mejor: dos Tarraco,nuestros dos Tarascon (uno a orillas delRódano y otro a las del Ariège), deben a los«taruscos» su fundación y su nombre. Y latercera Tarraco, la Tarragona española, es lallamada por Ausonio tyrrhenica Tarraco,Tarragona etrusca.

Así, Pirene, en su doble calidad de hija deBebrycius y de habitante de Tarusco, person-ifica a los tartesios, asentados en lasmontañas meridionales de Francia, confirm-ando su origen pelásgico. El detalle de la ley-enda que hace de ella hija de una danaide vaen el mismo sentido, pues Danao fue rey deArgos, ciudad fundada por los pelasgos[27].

En cuanto al héroe en quien los escritoresgrecoromanos reconocieron sin vacilar a

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Heracles-Hércules, puede ser fenicio, griegoo celta según la época en que se formó la ley-enda. En el primer caso, su combate contraGerión evocaría la toma de Tartessos (ciudadcerca de la cual los fenicios elevaron precis-amente un templo a Melqart, el Hércules deTiro). En el segundo, el desposeimiento delrey boyero recordaría la apertura por los fo-censes de una de las rutas terrestres del es-taño, la Vía heracleana, que unía Tarascon-sur-Rhône a Tartessos pasando porTarascon-sur-Ariège: no olvidemos que, des-pués del ganado, las primeras monedas fuer-on pesas y piezas que representaban pieles ocabezas de buey, así como que los comerci-antes griegos no eran considerados comomodelos de honradez. Por último, nuestroHércules, si es más joven, puede ser el de losceltas, Ogmio, que todavía puede verse enToulouse y cuyo sucesor fue precisamente,según los antiguos cronistas del Languedoc,Ambigat, el rey de Bourges[28]. En este caso,

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la hazaña de Hércules señalaría la llegada aIberia de los invasores nórdicos.

Asentados en la salida de tres valles abiertoshacia España y Gascuña y controlando losaccesos del paso de Puymorens, los «tarus-cos» vieron, durante siglos, desfilar por sustierras hordas guerreras y convoyes comer-ciales procedentes del Sur o del Norte. Lashijas del país siguen siendo, aún hoy día,muy guapas; nada de extraño tiene, pues,que uno y hasta varios Hércules amasen aPirene en Tarusco. Seguramente ello debióde llevarse a cabo sin demasiados miramien-tos, pero ¿acaso los pueblos forjarían mitossi no fuese para embellecer su pasado?

Y aquí llegaron los poetas, algo adivinoscomo siempre, para dar a aquellos amoresun sentido simbólico que lleva a la ensoña-ción. El nombre de la diosa celtíbera Belis-ana, que significa «semejante a la llama», lotradujeron en griego por Pirene, que viene de

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puros: el fuego. El sánscrito, lengua madrede todas las hablas indoeuropeas, llama alfuego pur. Las palabras, las imágenes y losritos asocian el fuego y la pureza[29].Melqart era regenerado cada año por elfuego, y Heracles murió en la pira del monteEta. En Roma, Hércules instituyó la incin-eración. Lo que devora a nuestros amanteslegendarios es la llama pura de una pasión.Bastante más tarde, para otros Puros, losmontes de Pirene habrían de contemplarotra pira encendida, y el antro de Tarusco,que volvió a servir de refugio...

Celtas, pues, pero por cuyas venas correahora la sangre de los ligures y de los ibero-etruscos, cuyas tradiciones han recogido y delos que se proclaman herederos, tales son lostolosanos que, bajo el áspero nombre devolscos tectósagos y siguiendo las huellas deSigoveso, han alcanzado la Hélade y el AsiaMenor al final de una pasmosa odisea que no

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es quizá, para algunos de ellos, otra cosa queuna vuelta a la cuna de sus orígenes.

«Los habitantes de Aquitania —dirá tambiénEstrabón varios siglos después— forman ungrupo completamente aparte, no sólo por suidioma, sino por su aspecto físico, muchomás próximo al tipo ibérico que al tipogalo[30].»

Guiados por el sobrino del rey de Bourges,los tectósagos habían comenzado por in-teresarse en la espesa selva herciniana.Siguiendo el curso del Danubio, «aquelpueblo bravío, audaz y guerrero, el primerodespués de Hércules que debiera a sus haza-ñas la admiración del mundo y el calificativode inmortal, franqueó la temible cima de losAlpes y los lugares cuyo acceso parecía habercerrado hasta entonces el frío»[31].

Torciendo hacia el Sur, el ejército llegó acontinuación a Iliria, a orillas del Adriático,

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país en el que estaban asentados los antari-ates. Alejandro Magno, que tenía dificultadescon estos últimos, ofreció su alianza a los re-cién llegados. «La fe fue dada y recibida. Ale-jandro les preguntó qué era lo que mástemían en el mundo, persuadido de que sunombre se extendía por todas las regiones delos tectósagos y que inspiraba miedo a éstos.Pero se llevó una desilusión al responderlelos tectósagos que lo único que temían es quese desplomara el cielo. Alejandro les dio eltítulo de amigos y aliados y se limitó a decir:“Estos hombres son orgullosos[32]”.»

Según Apiano, el cielo, lejos de caérseles en-cima, ayudó a los galos haciendo llover sobreIliria tantas ranas que el hedor de las mismasengendró la peste y los antariates resultarondiezmados. Según Ateneo, los galos, paraafirmar su victoria, hicieron del precepto «ADios rogando y con el mazo dando» un usoque no deja de tener humorismo: «Los iliri-os, en estando sentados, comen y beben

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continuamente; se reúnen todos los días conobjeto de beber y comer con la más ex-tremada exageración. Por ello, los galos, queles habían declarado la guerra y se habíandado cuenta de su intemperancia, decidieronque cada soldado pondría en su tienda unamesa bien servida y bien abastecida,mezclando con la carne cierta hierba queaflojaba el vientre. Por medio de esta es-tratagema, los galos mataron a muchos iliri-os; otros, que no pudieron cortar el cólicoque sufrían, se tiraron al río[33].» Así pues,fue un arma secreta la que permitió a losgalos, hacia el año 200 antes de nuestra Era,conquistar Iliria.

Desde allí siguieron adelante hacia Macedo-nia. Alejandro había muerto hacía treintaarios y las luchas intestinas minaban el país.Los galos hicieron trizas el ejército del reyPtolomeo Ceraunos, al que mataron,paseando su cabeza en la punta de unapica[34]. Eran ya republicanos...

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Ya es hora, hecho esto, de seguir adelante, deapuntar más alto: lo que Breno, jefe ahora dela expedición, quiere conquistar es Grecia. Yde Grecia, lo que codicia es Delfos, la ciudadsanta, el ombligo del mundo en el que elfamoso templo de Apolo guarda, según élsabe, todo el oro de la Hélade aumentadocon ofrendas de ultramar y despojos deOriente.

Pausanias nos ha contado la aventura[35].Para asegurar su empresa, Breno describelos tesoros a sus soldados, a los que prometeuna campaña tanto más fácil cuanto que elmuy astuto ha hecho desfilar ante ellos a pri-sioneros griegos escogidos por él entre losmás enclenques. Así, no tarda en reunir suejército: 152.000 infantes y 20.400 jinetes,estos últimos organizados en trimarkesia(tres hombres para cada caballo, de suerteque si uno de ellos es muerto el siguienteocupa inmediatamente su lugar).

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Los griegos han cortado los puentes delSperchios, pero 10.000 galos pasan el río,unos vadeándolo, otros a nado y otros sobrepuentes provisionales hechos con escudos.Esta vanguardia hace entonces reconstruir,por los naturales del país, los puentes fijos,para que pase por ellos el grueso de las tro-pas, que va a sitiar Heraclea. Allí, Breno, apesar de la valentía de sus soldados, sufre suprimer revés. «La protección de los galos eradébil, pues no tenían más que sus escudos,que no son resistentes. Lo único que sabíanera lanzarse sobre el enemigo con ciego ím-petu, cual animales feroces. Ni heridos ahachazos y atravesados por espadas soltabansu presa ni abandonaban el aire amenazadory tenaz que solían tener. Seguían furiososhasta el último aliento, y veíanse algunos quearrancaban de sus heridas el dardo mortalque los había alcanzado para lanzarlo contralos griegos y matar a los que se hallaban a sualcance.»

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Delfos: la matriz del mundo. (Roger-Viollet)

Segundo fracaso en las Termopilas, cuyospasos están en manos de los etolios. El ardorde los soldados de Breno empieza a debilit-arse, pero éste persevera con firmeza: envía aun Cuerpo de tropa a aterrorizar Etolia.«Todo sexo viril fue mutilado, los ancianosfueron pasados a cuchillo, los niños de pechofueron arrancados a los senos de sus madrespara ser degollados y, cuando aparecía al-guno que parecía nutrido con mejor lecheque los otros, los galos se bebían su sangre yse hartaban de su carne. Las mujeres casadasy solteras que tenían algún sentimiento delhonor se dieron ellas mismas la muerte;otras, obligadas a sufrir todas las indignid-ades que se puede imaginar, convirtiéronse acontinuación en objeto de la burla de losbárbaros, tan poco sensibles al amor como ala compasión.»

Al enterarse de esto, los etolios, tal y como lohabía previsto Breno, abandonan las

Termopilas para acudir en socorro de sutierra. El camino de Delfos queda abierto.

He aquí ya la Ciudad del Sol, doblementeprotegida. Los titanes la habían rodeado demurallas de roca que la hacían inaccesible, yel Cirphis y el Parnaso apenas dejan un pasoencajonado al accidentado curso del Pleistos.Aquí tenemos la barrera color malva de lasrocas Fedriadas donde el agua sagrada deCastalia ruge al eco que de montaña enmontaña repercute los ambiguos oráculos dela pitonisa. Y en este anfiteatro único en elmundo, al abrigo de las murallas levantadasantaño por Fílomelo, la ciudad. Y, ciudaddentro de la ciudad, el recinto sagrado en elque se alza el santuario más célebre de laantigüedad.

El templo tiene la entrada hacia Oriente: enél se ven innumerables exvotos, la piedra dela primera sibila, la silla de hierro en la quese sentó Píndaro el inspirado, y el conjunto

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de los edificios del tesoro, la mayoría de loscuales están bajo tierra para proteger de laacción del aire el metal precioso de las ofren-das. He aquí el altar mayor de Apolo,guardado por un lobo de bronce y, a con-tinuación, el pronaos, en cuyo frontispiciobrilla la enigmática letra E de la que sólo lossacerdotes saben el significado. Por último;aquí tenemos el Santo de los Santos, elPytho, donde jamás ha entrado todavía unprofano; en él mató Apolo a la serpiente queinfestaba la región. Se dice que el lugar sellama así porque en .él se pudrió el cuerpodel animal muerto, y pudrir, en griego, sedice pythein, pero hay quien asegura quePytho viene de pythestai: buscar, y, enefecto, el Santo de los Santos tiene susecreto: el Ónfalo; la piedra blanca cus-todiada por dos águilas y que señala el centrodel mundo. Al lado de esta piedra está eladytum, la caverna en que la pitonisa dabasus oráculos y cuyos contornos deslindan

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otras cinco piedras, puestas, según se dice,por los gemelos Trofonio y Agamedes, los le-gendarios arquitectos del templo que ll-evaron a la práctica los proyectos del dios.En el rocoso suelo de la caverna se abre unahendidura que comunica con las entrañas dela tierra; sobre la hendidura se halla elcélebre trípode en que se sienta la adivinapara oficiar; en el fondo del abismo canta elagua maravillosa del manantial subterráneoCasotis, y los vapores que suben del subsueloprovocan el delirio profético. Antaño, pas-ando por allí por casualidad, unos pastoresignaros, envueltos por aquellos vapores, sehabían puesto a vaticinar el porvenir; asínació el oráculo al que ahora vienen a con-sultar desde el mundo entero. Al lado del trí-pode pítico está el vaso donde se conservanlos huesos y los dientes de la célebre serpi-ente. Tal es Delfos, así llamada porque enella Apolo se transformó un día en delfínresplandeciente para guiar alrededor del

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Peloponeso la nave de los sacerdotescretenses.

La fama del templo no ha cesado de crecerdesde que los pelasgos pusieron los cimien-tos del templo:

en el siglo VIII antes de nuestra Era la piton-isa era ya célebre. Cinco sumos sacerdotes,escogidos entre familias que pretenden des-cender de Deucalión, no han dejado de cus-todiar el santuario, echando a los profan-adores a los precipicios y velando sobre lostesoros acumulados. ¿Acaso no figuró Cresoentre los donantes? ¿Y no habían confiadolos etruscos a Delfos su tesoro de Estado?

Lo que sin duda ignora Breno es que el tem-plo había ardido en el año 548, que en el 357los focenses se habían apoderado de parte desus riquezas, y que, un poco más tarde, sehabía utilizado el tesoro para financiar laGuerra Sagrada. Cierto es que desde

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entonces las ofrendas han vuelto a afluir:durante el reinado de Filipo de Macedonia eltesoro del templo de Delfos se evaluaba to-davía en diez mil talentos, ¡tres mil millonesde francos!

Tres carreteras llevan a Delfos: la mayor, alEste, viene de Beocia; la segunda, al Oeste,del puerto de Cirra, y la tercera, por último,parte de Anfisa. Esta última es la que cogenlos galos.

Llegados ante la plaza, Breno, si hemos decreer a Justino, declara con impío humor-ismo: «Los dioses son lo bastante ricos paradar parte de sus bienes a los hombres[36]»;frase equívoca, de la que volveremos a hablarmás adelante.

Las fatigas de la campaña han hecho mellaen la disciplina de los soldados, los cuales sehan dispersado sin orden ni concierto por lasaldeas, robando víveres en abundancia. Y en

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el momento de dar el asalto han comido ybebido bien. «Breno, para animarlos, lesmostraba aquel magnífico botín, diciendoque las estatuas y los carros que veían a lo le-jos eran de oro macizo y que encontrarían enel peso de aquellos objetos aún más riquezasde las que la vista parecía prometer; excita-dos por estas palabras y caldeados por los ex-cesos de la víspera, los galos se metieron derondón en el peligro[37].»

Los griegos, por su parte, habían consultadoal dios, y Apolo había hecho responder por lapitonisa que se dejasen todos los tesoros enel templo, pues él los tomaría bajo su protec-ción[38]. Ya tenemos los dos ejércitospeleando. ¿Qué ocurrió? No es posible de-cirlo con certeza. En efecto; aunque Delfosfuese una baza de importancia fantástica, loshistoriadores de la antigüedad discrepan porlo que respecta al resultado del combate.

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Según Pausanias, «viéronse señales evid-entes de la cólera del cielo contra los bárbar-os». La tierra estuvo temblando un día en-tero en la parte del campo de batalla ocupadapor los galos; luego, sobrevino una espantosatormenta: «El rayo caía con frecuencia sobreellos, pero no se limitaba a matar única-mente al que lo recibía: una exhalación ígnease comunicaba a los que se hallaban próxi-mos y los reducía a cenizas, tanto a elloscomo a sus armas. Viéronse aparecer en elcielo los héroes de los tiempos antiguos queexhortaban a los griegos. Y como si los ele-mentos se hubiesen jurado la pérdida dé losgalos, desprendiéronse del monte Parnasopeñascos enteros que, rodando sobre ellos,aplastaban no sólo dos o tres hombres a lavez, sino grupos de treinta o cuarenta[39].»

El final del relato es del mismo tono: losgriegos, arengados por sus sacerdotes, con-traatacan; los galos, presa del pánico, huyenmatándose entre sí, y sólo un pequeño

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número consigue retirarse a Heraclea, dondeBreno, ya herido en el combate, abrevia sussufrimientos asestándose una puñalada trashaber echado un buen trago. Finalmente, losgriegos exterminan a los últimos supervivi-entes cuando éstos se batían en retirada. «Desuerte que, de aquel numeroso ejército quepoco antes tenía tal confianza en sus fuerzasque había declarado la guerra a los dioses, noquedó uno solo para conservar el recuerdode un desastre tan espantoso[40].»

Pero Diodoro Sículo, Ateneo, Apiano,Estrabón v Justino cuentan las cosas demodo completamente diferente; según ellos,los galos tomaron Delfos, entraron en el tem-plo de Apolo y saquearon el tesoro que con-tenía[41].

Justino señala que dicho tesoro fue llevadoa] campamento de Heraclea y que la mayorparte del mismo correspondió a los volscos

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tectósagos, que regresaron con el botín a supaís.

Pero apenas de vuelta en Toulouse, una epi-demia de peste diezmó la ciudad. Y los vols-cos eran supersticiosos; habían heredado delos etruscos la afición a lo maravilloso, lacreencia en los presagios y el arte de laadivinación. ¡Tan orgullosos de su ciencia es-taban sus augures, que hasta se vana-gloriaban de haber enseñado a Pitágoras losmisterios de la metempsícosis! Ansiosos dealejar la plaga, los tolosanos pidieron, pues,consejo a sus adivinos.

«Es el Cielo —decidieron éstos—, que castigael sacrilegio de vuestros soldados; paraaplacar a los dioses tenéis que deshaceros delo que les habéis robado; echad todo el orode Delfos al lago sagrado, cerca del templode Apolo[42].»

Así fue sumergido el oro maléfico.

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Pasó el tiempo. Vino la ocupación romana, ylos tolosanos, rebeldes al yugo, se aliaron ateutones y helvecios para deshacerse de losocupantes. Fue un éxito, pero que no habíade durar: el año 109 antes de J. C. Toulousefue reconquistada por Quinto ServilioCepión, cónsul romano.

Poco tardó Cepión, una vez dueño de laciudad;

en enterarse del sitio en que se hallaba el orode Delfos. Y sin .vacilar hizo desecar el lago,arrancándole su fabuloso secreto: «Un pesode 110.000 libras de plata y 5 millones de lib-ras de oro», especifica Justino. Cepión, encuanto se adueño del célebre tesoro, cogió elcamino de Roma al frente de un pequeñoejército; pensaba que aquella fortuna rápida-mente ganada le iba a servir para sus ambi-ciones políticas: líder de los oligarcas, podríaapretarle los tornillos al partido democrático.Pero al llegar cerca de Orange se le echaron

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encima los cimbros, destrozando su ejército.Su regreso a Roma fue más bien lastimoso:los demócratas llevaron a cabo una encarniz-ada campaña contra el cónsul, que fue des-tituido, remplazado por Mario y desterradode su patria por sacrilego. Para consumar suhumillación, sus hijas fueron entregadas pordecreto a la prostitución y pronto habían deperecer de vergonzosa muerte, seguidas sintardanza por su padre, que terminó sus díassolo y arruinado[43].

Las crónicas insisten en que el lago dondefueron arrojados los tesoros de Delfos duer-me todavía bajo la nave de la célebre iglesiade Saint-Sernin[44]; afirman que, a principi-os de la Era cristiana, el obispo Sylve hizoabrir un pozo para captar el agua del lago, yque en el siglo VIII el obispo Arrusus mandóconstruir una escalera que bajaba de la navede la iglesia al lago subterráneo. Un día, Ar-rusus, que practicaba la magia, fue halladomuerto al pie de dicha escalera, la cual hizo

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tapiar su sucesor Mansio. Parece ser que alpie de la citada escalera había una sala largay estrecha que contenía doce momias —puesen ella los cadáveres no se pudrían—, desdela cual, bajando unos cuantos escalones más,se llegaba al agua. Los cronistas añaden queposteriormente se negó la existencia de estasconstrucciones. ¡Extraño relato, que exhalaperfume de leyenda!

Más tarde, sin embargo, el cronistaMontégut vuelve a la carga consignando elrelato de dos sacerdotes que habían explor-ado aquel lugar misterioso:

«Por una puertecita al lado de la cripta, quelos canónigos han hecho tapiar después, ba-jaron con antorchas una escalerita de caracolque los llevó a una vasta galería sostenidapor gruesos pilares que constituyen la con-tinuación de los que sostienen la bóveda dela nave mayor. Dicha galería discurre entorno a un lago en el que echaron piedras

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que produjeron ondas concéntricas. Elfrescor allí reinante y un involuntario es-tremecimiento no les permitieron dar lavuelta a dicha galería, que les pareció tenerla misma extensión que la nave.»

En sus Mémoires de 1’histoire du Languedoc,Catel afirma que, en sus tiempos, el lago aúnexistía y que el rey Carlos IX lo vio en 1563.«Había en este lago —escribe— grandespiezas de madera doradas y plateadas hechasa modo de piedras de molino, y en medio delteatro estaba escrito: Ecce Tolosanum infelixraptoribus aurum: He aquí el oro deToulouse, maléfico para quien se apodera deél.» En sus Recherches sur les antiquités deToulouse, que se quedaron en manuscrito,Malliot cuenta que en 1747 un cura de Saint-Sernin, Leclerc de Fleurigny, hizo abrir lapared edificada por Mansio y descubrió unsubterráneo en pendiente suave, de unosdiez metros de longitud, terminado en una T

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cuyo brazo izquierdo conducía al pozo delobispo Sylve.

Sea como fuere, en 1808 fue destapado dichopozo, en el fondo del cual se hallaron dospasillos abovedados que iban a parar, unohacia la plaza Saint-Raimond y otro hastauna capilla de los Sept-Dormants.

De la odisea de los volscos los franceses hanheredado una metáfora; cuando la malasuerte persigue a alguien, se dice: «Ahí andael oro de Toulouse.»

En quien los lee con espíritu crítico, los rela-tos de los historiadores antiguos referentes ala odisea del oro de Delfos provocan la per-plejidad: no se puede poner en duda su sus-tancia histórica, porque convergen en suslíneas generales, pero la discrepancia en losdetalles revela una lenta alteración por lafábula de los acontecimientos originales.

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En primer lugar, Belloveso y Sigoveso,gemelos de nombres consonantes y destinosparalelos, tienen la estilización y la simetríaque caracterizan a los héroes míticos[45].Pero las dos corrientes migratorias que sim-bolizan sí que están atestiguadas por la His-toria: el reino de Tarquino el Antiguo, en elque Tito Livio sitúa la salida de Bourges delos dos hermanos, coincide con el paso delperíodo de Halls-tatt al de La Teñe, es decir,con la puesta en movimiento de los celtas.Toulouse nace hacia esta época[46], lo quehace del todo verosímil la presencia de losvolscos en la migración «sigovesiana».

No obstante, el ritmo sostenido de los relatosnos oculta la lentitud de dicha migración: dehecho, los celtas necesitaron un siglo para al-canzar el Danubio, otro siglo para conquistarIliria, y, luego, veinte o treinta años más parallegar, el 280, a las puertas de Delfos.

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Pero lo que más oscuro sigue subsistiendo eslo esencial de la epopeya: la suerte de laciudad.

Escaso crédito nos merece Pausanias cuandodescribe el exterminio de los galos ante laciudad de Apolo; es griego y, como tal, par-cial: sus galos devoran con buen apetito a losrecién nacidos, pero, siendo más de 150.000,se dejan aniquilar por 4.000 griegos. La in-tervención de los dioses no hace más ver-osímil la victoria de los helenos, sino al con-trario: Pausanias la ha tomado, sin cambiarni una sola palabra, del relato de la derrotade Jerjes, que puso sitio a Delfos un sigloantes que Breno. Y quienquiera haya leídomucho a los antiguos historiadores, sabe aqué atenerse cuando nos cuentan victoriastanto más halagadoras cuanto más improb-ables eran en principio. Lo que dichos relatosocultan invariablemente son derrotasaplastantes relegadas por los vencidos a suinconsciente colectivo que, al paso del

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tiempo, ha empezado por negarlas, convirtiéndolas a continuación en brillantes vic-torias, manifestaciones de la predilección delcielo. Cuando no son ellos mismos los quecambian las cosas, es el acontecimiento asítransfigurado lo que recogen, mucho des-pués, los cronistas. Así obra el historiadormusulmán de los Abasidas, mostrándonos alos califas vencedores por doquier, pero setraiciona ingenuamente al mencionar, trassus «victorias», el abandono de sus plazasfuertes y la desgracia de sus generales. Asíhabía procedido, antes que él., Tito Livio, alimaginar la inesperada intervención deCamilo para salvar Roma, tomada por losgalos. Y así obra también Pausanias, quien,por cierto, escribe casi cinco siglos despuésde la batalla de Delfos, batalla que, doscien-tos años antes que él, Diodoro y Estrabónaún seguían considerándola ganada por losgalos. Así, tenemos la prueba de que el mitopatriótico griego no fue forjado hasta mucho

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después. Por último, Pausanias se contra-dice: aquellos galos que había hecho morirdelante de Delfos, no tarda en resucitarlos,unos en Asia Menor y otros en la llanuradanubiana. Y lo que sabemos hoy día acercade estas migraciones atestigua que, en estepunto, Pausanias dice la verdad[47].

Así, pues, los galos tomaron, efectivamente,Delfos, pero los griegos tienen algunas excu-sas por haberlo ido olvidando poco a poco: elsaqueo de aquella ciudad santa, a la que to-dos los reyes habían ido a arrodillarse, porgentes a quienes ellos tenían por salvajesdebió de ser para los griegos una afrenta ina-guantable, una injusticia de los dioses y unescándalo intelectual.

Si Delfos fue tomada, es de creer que su tem-plo fue saqueado y, por consiguiente, po-demos sentirnos tentados a aceptar tal cuallos relatos referentes al traslado del tesoro a

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Toulouse. Veamos lo que pueda haber decierto en ello.

El autor del principal de dichos relatos esJustino, pero, en este caso, Justino no hacemás que reproducir la narración de TrogoPompeyo, cuya obra se ha perdido. TrogoPompeyo era galo y pudo, pues, embellecerlos acontecimientos en provecho de los suy-os, como hizo Pausanias en beneficio de losgriegos. Además, Justino, como Pausanias,escribió cinco siglos después de la batalla y,también como él, no se preocupa por la faltade verosimilitud.

Su estimación del tesoro en 2.550 toneladasde metales preciosos (¡un veinte por cientode la reserva actual de oro de los EstadosUnidos!) es tan poco creíble comocategórica: es dos mil veces superior a la quehabían hecho los griegos a la terminación dela Guerra Sagrada, es decir, menos de ses-enta años antes de la llegada de Breno.

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De otro lado, la inmersión del tesoro en unlago cercano al templo tolosano de Apolo hadado lugar a numerosas discusiones. Si, enefecto, había en Toulouse un templo dedic-ado a Beleño, el Apolo celtíbero, las antiguascrónicas de la ciudad lo sitúan allí donde seencuentra hoy día la iglesia de laDaurade[48], lugar en que no se concibe quehaya podido haber jamás un lago. Y si escierto que en Toulouse había efectivamenteun lago, o, mejor dicho, un estanque, era enel lugar en que se halla en la actualidad elbarrio de Saint-Cyprien[49], donde nadie haencontrado nunca huellas de un templo. Ve-mos, pues, que la tradición tolosana resuelvea su manera esta contradicción.

Hay también un punto que Justino descuida:los volscos tectósagos, que habían tardadomás de dos siglos en llegar a Delfos, no pudi-eron ir mucho más de prisa para volver. Suregreso a Toulouse se sitúa, pues, con todaevidencia, después de la estancia de Cepión

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en la ciudad. Sentado esto, ¿de dóndeprovenía el tesoro robado por el cónsulromano?

Estrabón nos da al respecto la respuesta másrazonable: «Los tectósagos formaban parte—dice— de la expedición contra Delfos. Yhasta se asegura que los tesoros hallados enla ciudad de Toulouse por Cepión proveníande una parte de los despojos de Delfos,aumentados, es cierto, por las ofrendas queellos habían hecho después a Apolo de suspropias riquezas. Sin embargo, la versión dePosidonio parece más verosímil: éste haceobservar que las riquezas halladas enToulouse, sea en el templo, sea en el fondode los lagos sagrados, representaban un val-or de 15.000 talentos, todo ello en materiasno trabajadas, en lingotes de oro y de plataen bruto, y que el templo de Delfos en el mo-mento en que fue tomado no contenía talesriquezas. Pero como la región de los Pirineoses muy rica en minas de oro, y sus habitantes

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(Posidonio no es el único en decirlo) son a lavez muy supersticiosos y de costumbres muymodestas, habíanse formado tesoros en di-versos lugares. Especialmente los lagos o est-anques sagrados ofrecían refugios segurosdonde se echaba el oro y la plata en barras;los romanos lo sabían y, una vez dueños delpaís, vendieron dichos lagos o estanquessagrados en provecho del Tesoro público, ymás de un comprador encuentra, todavíahoy, lingotes de plata forjada en forma depiedras molares[50].»

Retendremos de este relato que el célebreoro de Toulouse era autóctono, que su valor(400 millones de francos) era superior al deltesoro de Delfos, y que estaba efectivamentedepositado en los lagos pirenaicos queRoma, por esta razón, puso más tarde enadjudicación.

Pero lo que ha de retenerse, sobre todo, esque los volscos, dado que atribuían al oro un

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significado mágico-religioso y simbólico,desdeñaban su valor mercantil hasta elpunto de echarlo al agua.

Por ello hemos de volver a mencionar las pa-labras pronunciadas por Breno a las puertasde Delfos: «Los dioses no necesitan tesoros,puesto que los prodigan a los hombres.»Justino, que las cita, no ve en ellas más que«la burla de un hombre que sacrifica lapiedad a la pasión del oro». Sin embargo, eslícito atribuir a dichas palabras un sentidocompletamente diferente, ya que Breno pudomuy bien querer decir: «Los dioses no neces-itan para nada metales preciosos, puesto quelo que prodigan a los hombres son riquezasde orden espiritual», o en otros términos:«Nada material está a la altura de ladivinidad.»

El relato de Diodoro Sículo nos demuestraque así era. «Habiendo entrado en el templo—escribe—, Breno ni siquiera miró las

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ofrendas de oro y plata que allí había, lim-itándose a coger en sus manos las estatuas yecharse a reír de que hubiesen supuesto quelos dioses tenían forma humana y los hubier-an fabricado de madera y de piedra[51].

Esta actitud bastaría por sí sola para acabarcon la imagen de una horda salvaje, sanguin-aria y codiciosa, que trazan, cuando hablande los galos, los historiadores griegos y ro-manos que acabamos de releer. Dicha im-agen deformada por el partidismo es, porcierto, contradicha por todo lo que sabemoshoy día acerca del grado de desarrollo de quedisfrutaba la Galia independiente y que sub-raya, entre otros, un sabio tan calificadocomo M. H.-P. Eydoux: «E] grado de civiliza-ción de aquellos pueblos galos que vivían enel siglo vi antes de nuestra Era, época que secalifica de “bárbara”, presenta extraordinari-os refinamientos[52].»

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Los bitúrigos y los volscos tectósagos, prin-cipales participantes en la expedición haciaDelfos, eran particularmente prósperos. Bajoel reinado de Ambigat, los primeros teníansuperabundancia de cosechas;

en cuanto a los segundos, disponían de pro-cedimientos químicos y metalúrgicos perfec-cionados para ex—plotar el oro y la plata delas minas y ríos pirenaicos[53].

En esas condiciones, cuesta creer que la largamarcha hacia Delfos, incluso si fue jalonadapor violencias guerreras, tuviera como final-idad el saqueo de un templo que, por otraparte, estaba empobrecido.

Así, un excelente celtista, Jean Markale, sor-prendido por las palabras atribuidas a Brenoy desenredando con ciencia y brío la confusamadeja de los relatos, ha hecho aparecer laexpedición de Delfos, en un estudio muy not-able [Delphes et 1’aventure celtique[54]],

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bajo un aspecto completamente nuevo el deuna empresa esencialmente religiosa.

Entre los primeros habitantes de Europa oc-cidental y los de Grecia habían existido lazosque se perdían en la noche de los tiempos, ycuyo recuerdo conservaban las tradicionesde unos y otros.

El cuito del dios solar era común a griegos yceltas; sus nombres en ambas lenguas pro-cedían de una raíz común, y su leyenda lehacía viajar de las regiones hiperbóreas a lapenínsula helénica.

«Ahora bien —escribe Monsieur Markale—;si el Sol es la imagen más perfecta de ladivinidad, el oro es el símbolo del Sol. El orode Delfos es, pues, la imagen del dios, im-agen completamente válida para un celta quese niega a admitir el antropomorfismo. Asípodría explicarse la atracción ejercida porDelfos sobre Breno. La actitud de Breno

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echándose a reír en el templo adquiere unnuevo sentido: tratábase, en la mente del jefegalo, de despreciar los ídolos y devolver alculto solar su sencillez de antaño.»

Así, se adivina en la marcha de los ejércitosuna forma de peregrinación iniciadora. Irhacia el oro de Delfos, conquistar y traerseaquel oro más simbólico que material, erapara los hijos de Pirene destronar un cultodegradado y recobrar un dios de luz: lamarcha hacia Delfos constituía, en ciertosentido, la búsqueda de la pureza.

«Para un celta —concluye MonsieurMarkale—, la aventura que termina mal ma-terialmente corresponde a una aventura in-telectual o espiritual que ha salido bien. Laexpedición hacia Delfos es una búsqueda delGraal, al cabo de la cual los héroes des-cubridores de la gran Verdad no pueden yasoportar la vida y se llevan a la tumba susecreto.»

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Más adelante, en la hoguera de Montségur,los cátaros languedocianos, descendientes delos volscos, no proclamarán otra cosa...

Toulouse es una ciudad secreta que no se en-trega al primero que llega. Bajo su acceso fá-cil y su volubilidad acogedora, en Toulouseha palpitado siempre una doble vida: una apleno sol y otra subterránea. Sepultadas bajola ciudad en el decurso de los siglos, a cincometros de profundidad, sus más antiguaspiedras se resisten obstinadamente a la tenazcuriosidad de los arqueólogos. El auge actualde la ciudad acrecienta aún más su misterio:la sombra de los altos edificios que han sur-gido por doquier se extiende como un velosobre la ciudad rosada, la Toulouse medievaly renaciente que debió su belleza al arte delfuego. Desde ahora, esa Toulouse del pasadohay que buscarla paso a paso. Sus maravillasde ladrillo tostadas por el sol, sus vías de

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encantados nombres, sus enigmas, todo ello,de la rué Marlane a la rué Mage, de la Dal-bade a Saint-Sernin, del Taur a la casa Saint-Jean, no se entrega más que al vagabundeopaciente. Rosa oculta, rosa mustia, rosa depétalos dispersos, pero que exhala todavía superfume y sabe entreabrir sus maravillas.

Pero las piedras permanecerán mudas si nose toma uno el largo tiempo necesario parahacerse con ellas. En efecto, los tolosanosjamás han traicionado el cariño que sus ante-pasados volscos, como buenos hijos de Ger-ión, tenían a los presagios, a los símbolos y alos sutiles juegos de la analogía. Esta afición,que habían observado por sí mismos todoslos historiadores de la Antigüedad, la des-cubrimos también nosotros cuando interrog-amos las tradiciones, los blasones y lasestatuas.

Nada sabemos de los primeros habitantes deToulouse: los más antiguos vestigios que

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poseemos datan solamente del siglo vi antesde nuestra Era y provienen de los ibero-lig-ures. La propia ciudad debe su nombre a losceltas que allí edificaron, tres siglos mástarde, el oppidum, cuyas huellas se han hal-lado a cinco kilómetros al sur de la aglom-eración actual, en Pech David, cerca de laaldea de Vieille-Toulouse. Antes de esto nohay más que la noche de los tiempos, ilumin-ada aquí y allá por los breves relámpagos delmito.

Nada tan curioso como la lectura de lasviejas crónicas; no son más que una trama dealegorías, pero reservan bastantes sorpresasa quien sabe hallar el grano debajo de la pajade la leyenda.

Un autor del siglo xvi, Antoine Noguier,comienza su Histoire tholosaine afirmandoque Toulouse fue fundada 1.273 años antesde nuestra Era y 3.016 años (con toda ex-actitud) después de la creación del mundo

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por el troyano Tholus, nieto de Jafet[55]. «Yde este modo, Tholus situó Tholose en elBorístenes, sexto clima del mundo, bajo elaspecto benévolo de Mercurio, significadorde ciencia y de elocuencia, de las que sushabitantes están afortunadamentecolmados.»

Lo que así se nos revela desde el principio esel horóscopo de Toulouse. Noguier no pudodeterminarlo él mismo: lo recogió de unatradición más antigua, tradición que es, paranosotros, de gran interés.

No hace falta decir que no asumimos el papelde defensores de la astrología. Lo que aquíimporta es que los antiguos sí creían en ella.Su cosmos estaba bajo la influencia defuerzas misteriosas cuyo concurso había queasegurarse. La fundación de una ciudad im-portante no se hacía, pues, al azar, sino en lafecha y lugar exactos en que los astros sepresentasen bajo aspectos considerados

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favorables. Determinar dicha fecha y dicholugar, tal era la función de los augures. In-scrita en el suelo, la imagen del cielo era labase, invisible y protectora, del recinto forti-ficado. Estas precauciones han sobrevivido,en forma simplificada, en la arquitectura denuestras iglesias cruciformes, orientadashacia los cuatro puntos cardinales.

Pues bien; el mítico Tholus, cuando fundóToulouse, obró como augur. La tradición queNoguier hace llegar hasta nosotros une así laciudad rosada a las ciudades sagradas,fundadas, como Delfos, Jerusalén, Roma oLa Meca, según las reglas de la astrologíasacerdotal.

Lo que hay de singular en esta tradición esque haga de Tholus un troyano, es decir, ori-undo del Asia Menor, y nieto de Jafet, estoes, un pre-indoeuropeo. En efecto, los pro-cedimientos augúrales de fundación deciudades fueron traídos a Occidente por los

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etruscos[56]. Y sabemos que fueron estos úl-timos quienes fundaron Tartessos, y sus des-cendientes quienes, mezclados a los iberos,franquearon los Pirineos precisamente en lamisma época del nacimiento de Toulouse.

Por último, esta tradición, subrayando quefue puesta bajo la influencia de Mercurio,designa Toulouse como una ciudad hermét-ica. ¡Importante panel de señalización!

Noguier era amigo del famoso astrólogo to-losano Auger Ferrier, autor de los Jugementsastronomiques sur les nativités; ambos sehabían aplicado juntamente a descifrar lasinscripciones enigmáticas de varios monu-mentos de la ciudad. Noguier recogió segura-mente el horóscopo de Toulouse de labios desu amigo, que a su vez lo había extraído dedocumentos mucho más antiguos.

Pero lo que Auger Ferrier, «astrólogo no vul-gar», no reveló seguramente a Noguier

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cuando éste consignaba las hazañas de losprimeros héroes de Toulouse, es que dichoshéroes eran todos personajes con clave, yque la clave que descubría el secreto de sushechos y gestas era la astrología. Ello es, enefecto, muy extraño, pero así es. Veámoslo.

Según la leyenda, el primer rey de Toulousehabría sido Acuario y su primer obispo sanSaturnino: afirmaciones totalmente desprov-istas de fundamento según el juicio de loshistoriadores. Acuario habría salvado laciudad de Aníbal, pero no es seguro queAníbal acampase delante de Toulouse, yaunque lo hubiera hecho no habría encon-trado ningún rey, pues hasta el siglo v nohabía de aparecer, con los visigodos, unreino tolosano. En cuanto a san Saturnino,«uno de los miembros principales de la mis-ión septenaria de san Pedro»[57], basta consaber que Toulouse en Francia y Susa enItalia comparten el honor de poseer sucráneo para conceder muy poco crédito a su

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existencia. Pero no por no haber existido de-jan estos dos héroes de ser para nosotrosmuy dignos de mención, como veremos.

San Saturnino padeció grandes infortunios.Habiéndosele metido en la cabeza derribaruna de las puertas de la ciudad, la Portarie,sufrió martirio por orden del malvadoprimado romano Marcus, quien hizo atarvivo al obispo a un toro que lo arrastró porlas calles de la ciudad, cuyos adoquines noson hoy más cómodos que los de entonces.Pero, tras un galope de prueba «no hubomanera de que el animal siguiese adelante».Al norte de la ciudad, donde se detuvo, elcuerpo de san Saturnino fue descubierto, re-conocido y piadosamente enterrado ensecreto por dos jóvenes, las «santas Puelles»,siendo después sus reliquias recogidas por elarzobispo Pierre de la Rose.

Para descubrir el sentido de esta leyendabasta traducirla en términos de astrología

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tradicional. Dicha astrología no conoce to-davía más que siete planetas, y profesa queestos planetas se reparten el dominio de lasdoce constelaciones zodiacales, de modo quela influencia de un mismo planeta es cre-ciente, preponderante, decreciente o nulasegún la constelación en que se encuentra;profesa también por último que los planetasestán entre sí sea en armonía, sea endiscordancia.

De ahí que nuestra leyenda sea transparente:es un drama con seis personajes que tienelugar entre dos planetas: Saturno y Marte(Saturnino, miembro del septenario, y Mar-cus), y cuatro signos del zodíaco: Acuario,Aries (la Portarie, del latín porta arietis, pu-erta de Aries), Tauro y, por último, Virgo (las«santas Puelles»).

Acuario está bajo el dominio de Saturno: poreso san Saturnino ejerce su influencia evan-gelizadora en el reino de Acuario. Por el

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contrario, la influencia de Saturno disminuyeen Aries: san Saturnino hace, pues, derribarla Portarie. Pero al hacerlo entra en conflictocon Marcus, pues Aries está bajo el dominiode Marte[58]. En Tauro, Saturno está enmala posición, pero la influencia de Marte esnula: el toro arrastra, pues, a san Saturnino,pero se niega a cumplir hasta el fin la misiónque Marcus le había asignado. Mas Saturnoes (con Mercurio) uno de los dueños deVirgo, y por ello las «santas Puelles» recono-cen y honran a san Saturnino.

En cuanto al arzobispo Pierre de La Rose,que recogió las reliquias del santo, tanto sunombre como el papel que desempeñó rub-rican el conjunto de la alegoría. Deseemosque su piadoso gesto le haya llevado directa-mente al cielo, y dejemos a los aficionados alas adivinanzas el placer de descubrirlo allípor sí mismos[59].

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Espero que nadie se sienta turbado por eloculto sentido de esta leyenda. Sin losmonjes-astrólogos que la forjaron mane-jando como verdaderos maestros, diez siglosantes que los trovadores, el sutil arte deltrobar clus, Toulouse no sería Toulouse. Notendría ni su hermosa iglesia del Taur ni surué du Taur en la que se yergue la altiva torreMauran y, sobre todo, no se enorgulleceríade una basílica célebre en el mundo entero,Saint-Sernin, maravilla del arte románico delsol, la iglesia de las cuatro puertas que con-tiene la cabeza aristotélica de santo Tomásde Aquino, el receptáculo de los «cuerpossantos» que se visitaba en procesión en elsentido de las manecillas del reloj, la her-mana gemela de Santiago de Compostela.Saint-Sernin, en cuyo frontispicio está es-crito: Non est ín toto sanctior orbe locus (Nohay en el mundo lugar más santo).

En un pilar de Saint-Sernin se veía antaño elextraño centauro sagitario, símbolo del duelo

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de las dos naturalezas, adornado con una in-scripción caballeril, en cuya sabia cripto-grafía se ejercitó alternativamente la sagacid-ad del astrólogo Auger Ferrier y delalquimista occitano Fabre[60].

También era en Saint-Sernin, «en el tercerpilar de la puerta principal, frente a la rué duTaur», donde se encontraba la escultura queilustraba un acontecimiento poco común: enToulouse, en tiempos de Julio César, dosdoncellas dieron a luz, una un león y otra uncordero. Este doble prodigio de obstetriciafue relatado por el muy sabio san Jerónimo ycontado luego en detalle por el cronistaNicolás Bertrand[61].

En la actualidad pueden ustedes contemplaresas jóvenes madres y sus retoños en elmuseo de los Augustins. Tras lo cual llegaránustedes, sin duda, a la misma conclusión queF. de Mély, que les consagró un erudito estu-dio: «El simbolismo de la Edad Media y sus

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misterios son todavía muy poco penetrables:reservan seguramente a nuestros sucesoressorpresas muy interesantes»[62].

Otras tres Vírgenes les esperan a ustedes enToulouse, las tres guardianas de la ciudad:en la Daurade, la Virgen dorada, que teníaprecedencia; en la rué de 1’Inquisition, laVirgen negra, y, por último, la Dama blancade la Dalbade, en el antiguo barrio de losTemplarios. Cerca de allí encontrarán us-tedes un nuevo enigma en el frontispicio dela mansión Molinier, construida en el sigloXVI por dos maestros albañiles, Bossat yMoliere, con los restos de un templo antiguohallados en aguas del Garona. Una mujer ll-eva sobre la cabeza un recipiente lleno defrutas y sostiene en sus manos el escudo conla cruz paté de la orden del Temple, sosten-ido por dos sátiros[63]: bajo esta extrañacomposición, la divisa:

Sustine et abstine.

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Pasear por la antigua Toulouse es algo muyparecido al juego de la oca; va uno de unpunto a otro y luego vuelve sobre sus pasos.Y en ese laberinto, a la búsqueda del alma delas piedras, a veces, se siente uno alas en lospies, y otras veces plomo en las suelas: en unsitio progresa uno en sus descubrimientos, yen otro el obstinado mutismo de un monu-mento le retiene cautivo, y sólo el azar sueledecidir la cosa. Y cuando uno ha reunido losfragmentos de ese extraño rompecabezas,descubre que falta la pieza que daría sentidoal conjunto.

Toulouse: ¿cuál es el porqué de tusobrenombre? Ciudad rosada por el color yrosa de las ciudades por la belleza, es cierto.Pero la lengua de Oc no tiene parigual en elarte de hacer juegos de palabras.

El secreto del nombre de Toulouse se rela-ciona quizá con su fundador: Tholos, engriego, designa, en efecto, la cúpula, la

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bóveda de un edificio. Así, pues, la fundaciónde la ciudad por Tholus no es más que unaalegoría, que nos confirma la tradición segúnla cual la observación de la bóveda celestepresidió e! nacimiento de la ciudad.Toulouse fue luego dividida en doce partesque fueron puestas bajo el señorío de loscapitouls, así llamados, según dicen las anti-guas crónicas, en memoria de aquel Tholusmítico a quien los astros, una hermosanoche, revelaron el lugar justo donde colocarla primera piedra de la Ciudad Rosa[64].

En la época galorromana, lo que más ad-elante será , el país de Oc, sin renegar de supasado, abre sus llanuras a lo más selecto delos conquistadores. Abarcando tres provin-cias, la Novempopulania, la Narbonense y laAquitania, presta sus canteras de mármol alos escultores y arquitectos formados enRoma. De Martres-Tolosane a Saint-Bértrand-de-Comminges, las excavacionesno cesan de exhumar, a flor de tierra,

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estatuas, templos, termas y ciudades, todauna vida de lujo y ociosidad que exhala unperfume de decadencia: la vida de los ocu-pantes y de las clases ricas del país que sehan acomodado a las costumbres de aquél-los. Cuarta ciudad de Occidente y tercera dela Galia, Toulouse, tras sus murallas de lad-rillo cantadas por Ausonio, posee unaUniversidad ya célebre, en los bancos de lacual se codean paganos y cristianos venidos aveces de muy lejos. Pero los altos vallespirenaicos han quedado al margen de esteflorecimiento. Bajo la muda guardia de sustribus, los antiguos dioses iberos dominanlos montes, torrentes y lagos, con los que seconfunden. Informes, telúricos y secretos,parecen contemplar desde arriba, cual per-sonajes que no se acuerdan de haber nacidonunca, esos brillantes reflejos de una oleadaque la marea de la Historia se apresta ya aalejar.

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Más que la de Jesús, las quince mil crucesque había levantado para los compañeros deEspartaco hicieron perder al Imperio ro-mano su última oportunidad. Ahogado bajoel sistema caduco de la esclavitud, seapodera de las riquezas, pero ya no las pro-duce. Ello se debe a que el rendimiento de lamano de obra esclava ya no está a la alturade las necesidades de la sociedad. Con. fre-cuencia el esclavo ha acabado por costar a suamo más de lo que le produce. Pero los amosno quieren liberar a sus servidores, y los es-clavos no han podido romper las cadenasque, en lo sucesivo, entorpecen toda la vidadel Imperio romano. Éste va mal viviendo dela usura, de los tributos en especie sacados alos pueblos que ha subyugado, pero de losque una buena mitad ni siquiera llegan a sudestino. El dinero no es invertido, y el patrónoro de Julio César deja paso a una monedasin valor. A partir del siglo ni, Roma, ranaque se ha hecho más grande que el buey, se

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muere lentamente de su colonialismo, comoluego le había de pasar a España. El ejército,que no cobra .ya su soldada, fabrica por pocodinero emperadores de baja estirpe a los que,por capricho o por nada, mata tan rápida-mente como los ha proclamado. Y cuando nolos mata el Ejército, el enemigo se encarga deello.

En la época en que Mani predica, Sapor, reyde los persas, ha capturado al emperador Va-leriano, a quien, tras haberlo utilizado comoescabel para subir a su caballo, hizo matar ydescuartizar, siendo su piel, rellena de paja ypintada de encarnado por burla, suspendida,cual grotesco trofeo, de las bóvedas del tem-plo de Persépolis.

Los llamados indistintamente bárbaros lla-man con rudeza a las puertas del Imperio, alque no han podido salvar las efímeras re-formas de Diocleciano y cuya escisión haconsumado Constantino, sin haberlo

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previsto, al convertir a Bizancio en una se-gunda Roma. No pudiendo contener a losbárbaros, se hace de ellos «federados», mer-cenarios a quienes no se paga ya en dinero(no lo hay), sino en tierras, y cuyos jefesreciben puestos de mando: pronto serán el-los los que hagan y deshagan los Augustos decirco que todavía se llaman emperadoresromanos...

Entre aquellos bárbaros hay un pueblo queparece hecho para un alto destino: el de losgodos. ¿De dónde vienen? Se discute todavíasobre sus orígenes. Algunos han creído re-conocer en ellos el pueblo de los guti o gu-teos, que menciona la Biblia. Una única cer-tidumbre: su cuna es Asia, sin duda el Tur-questán. No tardaron en manifestar su din-amismo: seis siglos antes de nuestra Eraatacaban ya a China que, más tarde, con-struyó la Gran Muralla para contener su ex-pansión. En el siglo ni después de J. C. estánasentados, unos a orillas del mar Negro y

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otros en las del Báltico; éste debe Su nombrea los dioses (los Baltos) de los que pretendendescender sus reyes. Los godos se enorgulle-cen de la antigüedad de sus tradiciones;poseen una misteriosa escritura, las runas,que enseñarán a los escandinavos y a ciertosceltas. Los godos han dado sobrenombressignificativos a las dos ramas de su pueblo,que quizá fuesen dos castas: los godos bril-lantes u ostrogodos y los visigodos o godossabios. Han franqueado el Danubio y se hanapoderado de Atenas y Éfeso: en el siglo IV,su Imperio se extiende desde la puszta hastalas llanuras del Don. Entonces surgen delEste verdaderos bárbaros: los hunos. Ven-cidos, los ostrogodos acabarán por somet-erse, pero los visigodos rechazan el yugo.Derrotan y matan al emperador romanoValente bajo las murallas de Andrinópolis y acontinuación toman el camino de Occidente,donde vivirán su gran aventura. En el 410, elvisigodo Alarico se apodera de Roma, museo

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de una civilización hecha trizas donde sólo elPapa Inocencio I conserva algunos restos deautoridad. Ocho años después, los romanostienen que conceder a los visigodos elsudoeste de la Galia y gran parte de España.Walia, sucesor de Sigerico, funda a ambos la-dos de los Pirineos un gran reino visigodoque ‘adopta por capital Toulouse.

La imagen de bárbaros que llegan asolándolotodo no es falsa por lo que se refiere a losalanos, vándalos, suevos y hunos. Pero ap-licada a los visigodos no es más que un clichésin valor. En una época en que los romanosunen a una fría crueldad costumbres afemin-adas, la comparación resulta totalmente fa-vorable a los godos sabios: éstos son combat-ivos y austeros y, no obstante, refinados; dis-cuten con firmeza los asuntos públicos, perose muestran abiertos y tolerantes. Con sucaballería rápida y sus armas arrojadizas, suejército, de legendario valor, ha derrotadomuchas veces al de Roma. Pero (detalle muy

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significativo) el guerrero visigodo jamás sesepara de su estuche de tocador, en el que ll-eva peine, tijeras, pinzas para depilarse, es-carbaorejas y palillo de dientes. Tienen susarsenales, pero también sus orfebres, cuyasdotes artísticas y habilidad ponen de manifi-esto las joyas halladas en las tumbas. Tienenarquitectos que han dejado en el Sudoestemuchos monumentos, entre ellos una de lastorres de Carcasona, ciudad donde una tradi-ción seria dice que el rey visigodo Alaricollevó la misteriosa «Tabla de Salomón» pro-cedente del Templo de Jerusalén y de la que,al parecer, habíase apoderado en Roma.Contemplemos a su rey Teodorico: «Su tallaes bien proporcionada, despejada la frente,rizado el cabello y blancos y bien alineadoslos dientes; tiene fuertes caderas y losmuslos duros como el cuerno, y tan robustocuerpo reposa sobre pies pequeños.» Con sumanto escarlata, su camisa de seda blancabordada en oro y su casaca verde a rayas

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encarnadas, en nada se parece a un salvaje;es más: tiene todas las cualidades de unjoven deportista:

«Si decide ir de caza, considera indigno de surango llevar el arco al costado; cuando quieretirar contra un animal pide a su servidor unarco con la cuerda floja, pues estima que ser-ía un afeminado si lo recibiese completa-mente preparado. A continuación lo tensa,escoge la flecha, apunta y da en el .blanco.»

Teodorico se toma en serio sus deberes:«Antes de que amanezca, sin gran escolta,acude puntualmente a las ceremonias de sussacerdotes; los cuidados de la administracióndel reino le ocupan el resto de la mañana: suescudero permanece en pie al lado de su asi-ento. Introducen la guardia, vestida depieles. El rey la inspecciona, haciéndola salira continuación, pues no le gusta trabajar enmedio de ruido. Entonces son llamadas lasdiputaciones de los pueblos; el rey escucha

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con atención y responde en pocas palabras.Si el asunto reclama reflexión, aplaza su de-cisión, pero si es cosa urgente, lo zanja sinvacilar. Después de comer no duerme la si-esta; continúa llevando su pesada cargahasta la hora de cenar.»

No obstante, Teodorico no es ni afectado nisevero: «Cuando juega a los dados parececomo si estuviera en la guerra, tan grande essu deseo de ganar. Durante la partida sedespoja de la majestad real y exhorta a suscompañeros a que jueguen sin perder porcortesía, con toda libertad, como entreiguales. La alegría que le producen así laspequeñas cosas suele favorecer la solución deasuntos muy importantes. Si se pone color-ado, las más de las veces es de pudor que decólera; de lo que tiene miedo es de inspirartemor[65].» Tal es el simpático retrato quenos ha dejado Sidonio Apolinar, retrato tantomenos sospechoso cuanto que dicho autor,

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que tuvo conflictos con el Estado visigodo,había pasado unos años en la cárcel.

La Gothia, capital Toulouse, va a conocer entodos los aspectos un notable florecimiento.De Roma (de la que son a veces aliados y conmás frecuencia enemigos), los reyes visi-godos toman inteligentemente lo mejor de loaportado antaño por aquélla. Sus juristas re-cogen todos los textos del Derecho romanoque, sin. ellos, conocerían deficientemente.Pero no se limitan a recopilarlos: los integ-ran a las costumbres de su pueblo, impreg-nadas de cierto espíritu democrático y queconceden, especialmente, amplias libertadeslocales. Por cierto que pronto los reyes visi-godos serán elegidos. Y elegidos, comodiríamos hoy día, a base de un programa:tienen que comprometerse a respetar lasleyes no escritas de los pueblos que gobi-ernan. Ése es el origen de los «fueros» al surde los Pirineos y de ios «fors» al norte de losmismos, es decir, de las salvaguardas. Doce

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siglos más tarde, contra las usurpaciones dela monarquía absoluta, el Languedoc habríade reivindicar todavía sus franquicias«heredadas de los reyes godos». Estos últi-mos impondrán también una medida sor-prendentemente igualitaria para la época: laobligación del servicio militar para todas lasclases de la sociedad, comprendido el clero,cuando el país es invadido.

En el plano exterior el balance no es menosbrillante: el Estado visigodo limpia Españade las hordas de vándalos, suevos, etc. que laasolaban a sangre y fuego, y libera la Galia delos hunos. AI detener el avance de éstos hallaTeodorico la muerte, en el año 451. «Este rey—escribe el benedictino Dom Vaisette—,merecía la añoranza de sus subditos por suspoco frecuentes cualidades: aunque arriano,era piadoso, de lo que había dado pruebascuando, tendido sobre un cilicio, no cesó deimplorar al cielo antes de librar batalla a loshunos.»

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Mientras París todavía no es más que unpequeño burgo, la Toulouse visigoda irradiaesplendor: «Allí se veían apiñados —diceSidonio Apolinar—, el sajón de ojos azulesacostumbrado a desafiar las olas del Océano;el viejo sicambro, cuya cabeza, pelada al rapetras su derrota, volvía a cubrirse de cabellosrecogidos sobre el cráneo desde que la paz lehabía devuelto la libertad; el hérulo de mejil-las tatuadas de azul y tez semejante al aguadel mar; el burgundio de dos metros de alto;el ostrogodo orgulloso de la ayuda de Euricocontra los hunos, y hasta los enviados delsoberano de Persia. La misma Roma im-ploraba ayuda a Toulouse contra loshombres del Norte que la acosaban por todaspartes; el Garona protegía al debilitadoTíber[66].» Y los visigodos se dan prisa porembellecer su capital que, para decirlo conpalabras de un historiador, puede entoncescompararse con Bizancio y conoce su edadde oro.

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Construyen el famoso castillo Narbonnais ytambién la primera iglesia de la Daurade, elmás antiguo santuario mariano de toda laGalia, extraña construcción decagonal cuyacúpula, taladrada en pleno centro, abríasehacia la bóveda celeste.

En efecto, los visigodos son los primeros y,por el momento, los únicos bárbaros que soncristianos. La Iglesia católica no lo olvidará yva a dedicarse a organizar su liquidación.

Los visigodos fueron convertidos a principiosdel siglo iv, cuando acampaban en las es-tepas de Ucrania. Han traducido la Biblia asu idioma y, como godos sabios que son, hanabrazado la más sutil, abstracta y discutidorade las doctrinas teológicas, la de Arrio. Locual les ha valido verse empeñados en unadisputa religiosa cuyas peripecias y

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desenlace mucho habían de pesar sobre eldestino de la Iglesia y los Estados.

¿De qué se trata? Intentemos contarlo, si laloca danza de las ideas abstrusas no le davértigo al lector.

En el año 318, Arrio, sacerdote de la iglesiade Bacaulis, en Egipto, reprocha a su obispoAlejandro que propague una teología con-testable. Para el obispo, Dios Hijo es Dios lomismo que su Padre y, por lo tanto, igual-mente eterno. Ello constituye para Arrio unagrave herejía, la de los homusianos (nombremuy sencillo, como vemos), condenada en elaño 270 por el concilio de Antioquía.Además —sigue diciendo Arrio—, razonemosun poco: puesto que el Padre ha engendradoal Hijo (y todo el mundo está de acuerdo eneste punto), el Padre ha tenido que existirantes que el Hijo. Por lo tanto, si es lógico,no se puede decir que el Hijo sea eterno sinnegar que ha sido engendrado por el Padre,

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lo cual sería otra herejía porque se tendríanentonces dos Dioses en lugar de uno.

Alejandro nunca se había parado en esos de-talles, pero lo que no admite es que unsimple sacerdote amoneste a su obispo. De-pone a Arrio y le hace excomulgar. Pero Ar-rio sigue luchando sin más armas que elrazonamiento, y en poco tiempo su aceradalógica le conquista partidarios en todo Ori-ente. La jerarquía, por su parte, usa otrosmedios: acude al César. Ya años antes sehabía desembarazado de los argumentos delobispo Pablo de Samosata denunciándole aAureliano, emperador pagano y persecutor.Esta vez, la jerarquía apela al emperadorConstantino, recién convertido. Cansado dediscusiones bizantinas que no entiende y,sobre todo, inquieto por ver encenderse ladiscordia en sus Estados, Constantino con-voca en el año 325 un concilio en Nicea, con-minando a los delegados para que zanjen elproblema como sea y con rapidez. Bajo el

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impulso del patriarca Atanasio se redacta elCredo: «Jesús es hijo único de Dios, nacidodel Padre antes de todos los siglos, Dios deDios, luz de luz, verdadero Dios del verda-dero Dios, engendrado y no creado [¡matiz!];es consustancial con el Padre y por Él todoha sido hecho.» A las mentes incrédulas queno ven en el Credo otra cosa que unascuantas palabras puestas unas detrás deotras, les recordaremos que se discutía desdehacía tres siglos sobre la naturaleza de Jesús,y que dichas discusiones habían de continuardurante largo tiempo: así como Zamora nose tomó en una hora, la cristología no se hahecho en un solo día. «Es un hecho signific-ativo pero inquietante —escribe el histori-ador Ferdinand Lot—, que el primer granconcilio celebrado por la Iglesia deliberase yvotase bajo la presión de un hombre quehabía sido pagano hasta muy pocoantes[67].» Puede que así fuera, pero se con-seguía lo esencial: aquellos tozudos de

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arrianos eran condenados, desposeídos desus sedes episcopales y enviados al exilio.

Pero en el 328 se vuelve la tortilla: los exclu-idos vuelven a ocupar sus puestos, y esAtanasio quien, juzgado en Tiro por un con-cilio, se ve condenado y exiliado. No pormucho tiempo, pues es repuesto por Con-stantino. Mas Constancio sucede a Con-stantino en el trono imperial de Oriente, y elnuevo emperador, favorable a los arrianos,destierra nuevamente a Atanasio a Alemania.En este país, Atanasio conquista el apoyo deConstante, emperador de Occidente.

De este modo, por lo menos vemos las cosasclaras: la iglesia de Oriente es partidaria deArrio, y la de Occidente de Atanasio. PeroConstante muere, y Constancio, que ha re-unido bajo su cetro Constantinopla y Roma,hace progresar de tal modo la causa arrianaen Occidente, que ésta conquista al Papa sanLiberio. Lo que complica un poco las cosas es

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que hay un segundo Papa, Félix II, que enningún modo está de acuerdo con el primero.O sea que, tras cincuenta años de disputas,empate.

A fines del siglo v, y aunque no llega todavíaa los cien años de existencia, el reino arrianode los visigodos se extiende, sin solución decontinuidad, desde el Loira hasta Andalucía.La calidad de sus soberanos, su juiciosa ad-ministración, la amplitud de criterio y demiras que en él presiden, todo ello le opone ala turbulencia que reina entre sus vecinos delNorte. «Parece —escribe Ferdinand Lot—que el mundo romano va, en Occidente, aproseguir sus destinos bajo el protectoradode la nación más civilizada, el gran pueblo delos godos. La antigua Bélgica, que se dis-putan francos y alemanes, parecía destinadaa caer de nuevo en la barbarie y germaniz-arse: esto era, por así decir, el inevitable pre-cio de aquello. Pero el resto de la Galia habíade formar un Estado romanogótico,

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gobernado por la dinastía de los Baltos. Seríauna gran ilusión imaginar que en aquellaépoca los francos aparecían como una razaelegida forzosamente destinada a dominar laGalia: el pueblo elegido era el de los visi-godos[68].»

Sin embargo, el imperio visigótico, cual uncoloso de pies de arcilla, había de sucumbiren pocos años bajo los golpes combinados delos francos y de la Iglesia romana. El año481, un reyezuelo franco de quince años,procedente de Bélgica, irrumpe en la escenade la Historia. Hasta hace poco no se conocíasu verdadero nombre: se llamaba sencilla-mente Luis. Pero porque un copista distraídopuso antaño una C donde no hacía falta,aquel conquistador es, para todos losfranceses, Clovis[69].

A los veinticinco años, Clodoveo ha exten-dido ya sus dominios desde el Mosa al Sena,luego desde el Sena al Rin y, por último,

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desde el Rin hasta el Loira. Su talento military su ambición sin límites atraen sobre estecruel pagano la atención del clero: se hará deél un nuevo Constantino. Se prepara minu-ciosamente su conversión; se producen en supresencia milagros oportunos en Tours, en latumba de san Martín: el obispo Rémi,político sagaz, puede entonces administrarleel bautismo. El clero, rico en tierras, es en laGalia septentrional la principal potencia eco-nómica; el concurso de Clodoveo le aseguralo que le faltaba para atacar el Mediodía her-ético, sustraído a su dominación: un brazosecular. Y Clodoveo, por su parte encuentraen el clero las estructuras, los consejos y losapoyos, que han de facilitar su marcha haciadelante. Por cierto que, en el reino deToulouse, es entre el episcopado dondeClodoveo recluta su «quinta columna». Estosobispos eran tan poco recomendables, que elPapa, poco tiempo antes, había escrito: «EnSeptimania [Languedoc] se eleva a la

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dignidad episcopal a ambiciosos y hasta acriminales.»

Para cortar a rajatabla esta labor de zapa, elrey visigodo Alarico II desplaza a varios obis-pos. Acto seguido, los católicos dicen que seles persigue y hasta que se les martiriza. Sinembargo, sólo se trata de precauciones polít-icas: Alarico, aun siendo fiel arriano, es muytolerante; juzgando a los que le rodean máspor la capacidad que por las creencias, haescogido por ministros al católico León y porconsejero al que llegará a ser san Epifanio.Pero río importa. Tampoco importa que, cin-cuenta años antes, fuese el rey visigodoTeodorico II quien, tras haber ayudado a sanAignan a salvar Orleáns de los hunos, hu-biese detenido a estos últimos a costa de suvida. Ni importa, por último, que los visi-godos sean cristianos desde hace siglo y me-dio, mientras que Clodoveo lo es del díaantes: aquéllos son herejes y éste no.

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En el año 507, el Ejército franco, procedentede Tours y llevando consigo a los más ferocessalvajes de aquellos tiempos, los alanos, sepone en marcha y destroza en Vouillé a lavanguardia visigoda. Clodoveo llega hasta elGarona, se apodera de Toulouse[70] y a con-tinuación prende fuego a la ciudad. Alarico IIperece en la acción.

Pero Clodoveo fracasa cerca de Carcasona.Pronto el reino visigodo no dispone más quede un reducto al norte de los Pirineos: elRazès, entre el medio y el alto valle del Aude,con su capital Rhedae, plaza fuerte de treintamil habitantes que no es hoy día más que laextraña aldea perdida de Rennes-le-Château.Al otro lado de los montes, los visigodosdominarán todavía durante cerca de un siglola mayor parte de España, con Toledo porcapital. Toulouse, Toledo: predilección de losgodos sabios por el tholos...

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La ocupación sarracena, en el siglo VIII,había de poner fin, a ambos lados de lasmontañas, a la aventura visigótica.

De los godos sabios, que llevaban el nombremismo de Dios, el Mediodía no conservó másque recuerdos, pero numerosos, poéticos ytenaces. Los nobles no dejaron de recordarorgullosamente su parentesco gótico, queatestiguaba su antigüedad; a uno y otro ladode los Pirineos se dijeron todos «hidalgos»,es decir, hijos de godos. El pueblo guardómemoria de los prodigios atribuidos a los«buenos reyes godos», cuyas espadas cam-biaban de color y cuyos castillos siguensiendo «lieux-fées»[71]. Unos y otrosseguirán mostrándose celosos de las libert-ades civiles y municipales cuyas bases habíanasentado los juristas de Alarico. Y la Iglesiano tuvo más remedio que confesar que: «Eldesgraciado y detestable error arriano tuvola fuerza de esa maligna nación, de suerteque, por hallarse cuidadosamente

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implantado y aferrado en los corazones, durólargos años y hasta los tiempos de los condesde Toulouse.»

Aun hoy día, por las revueltas de las carreter-as del país de Oc, allí donde los pueblos sellaman Camparan o Camparian (Campusarianus), se cruzarán ustedes con frecuenciacon campesinos que les harán volver lacabeza: llevan boina y hablan con acentocantarín como todos los demás, pero tienenla tez cobriza, los pómulos salientes, los ojosoblicuos y el cabello liso. Cerca de Foix, unode ellos me dijo un día, gravemente: «Aquísomos un país de heréticos.» Hablaba la len-gua de los trovadores.

En tiempos de los soberanos visigodos,Toulouse había tenido una reina afligida deuna deformación física poco común: el piederecho tenía forma de pata de oca. Y como

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en la lengua de Oc pie se dice pe, y oca, auco,aunque su nombre fuera, según se dice, Aus-tris, dábanle el sobrenombre de Pédauco: esla reina Pédauque, cuyo recuerdo ha conser-vado hasta nosotros el encantador libro deAnatole France.

Según la gran mayoría de los cronistas,Pédauque era la esposa del rey godo Eurico.Éste era, como hemos visto, un hombre civil-izado, inteligente, muy instruido, que serodeaba de artistas y de sabios. ¿Por qué latradición ha unido a su nombre una fábulade apariencia absurda, atribuyéndole unaespo sa grotesca? Ello merece excitar nuestracuriosidad.

Cierto es que, a despecho de su feísima pata,Pédauque no causaba horror a sus subditos:todo lo contrario, era amada e incluso ven-erada por los tolosinos, sobre todo, según sedice, por la gente humilde. Sin duda, a losojos de ésta, la reina palmípeda aparecía

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menos afligida por una desgracia que mar-cada con una señal reveladora. AdemásPédauque era buena, sensata, laboriosa ysabia: hilaba incesantemente con una ruecamaravillosa que nunca se quedaba vacía. Ra-belais y Noël du Fail nos dicen que, en suépoca, los tolosanos juraban todavía por larueca de la reina Pédauque[72]; ella fuequien hizo construir la primera Daurade ytender sobre el Garona un puente con colum-nas. Su domicilio radicaba en el barrio deSaint-Sabran, rué de Peyrelade, y como ellahabía hecho traer allí el agua por canalessubterráneos, el lugar fue llamado «Baño dela reina Pédauque». Extraña vocación deciertos lugares: esta morada pasó a continua-ción a maños de los Templarios y recibió elnombre de Cabaleria (Caballería) o Maisonde Saint-Jean.

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Pédauque. reina legendaria de la Toulousevisigoda. Tiene abrazada una palma, por

juego de palabras con su pata de palmípedo.(Tallandier)

En su vejez, Pédauque se retiró del mundopara irse a vivir como ermitaña en una gruta,y cuando murió, fue enterrada, según se ase-gura, en la Daurade.

La leyenda de la reina Pédauque plantea unenigma tanto a los arqueólogos como a losmitólogos. Sin duda se puede orillar tran-quilamente el problema, como hace uno delos editores de la Histoire du Languedoc, queescribe: «En cuanto a la reina Pédauque, notenemos por qué tener en cuenta su leyenda,que no merece la más somera investigación.»Lo malo es que todo el que quiere puede verla Tumba de la reina Pédauque en Toulouse,en el museo de los Augustins; proviene,efectivamente, de la Daurade, donde estabaempotrada en una pared, y es, sin lugar a du-das, la de la esposa de Eurico, la reina Rag-nachilde[73]. En este singular monumentose halla representada la resurrección del hijode la Viuda; la escultura está rematada por

una gran pata de oca, que ha dado a la tumbasu sobrenombre.

Según Mesuret, dicha pata de oca no sería enrealidad otra cosa que una cortina plisada;así, toda la leyenda habría nacido de unailusión óptica colectiva de los tolosanos. Estaexplicación simplista es poco admisible. Enefecto, lo propio de la iconografía simplistaes jugar con el doble sentido de las imágenes(y en este caso, como veremos, la pata de ocadetermina claramente el sentido de la escenaesculpida). Pero, sobre todo, la reina hil-andera de la pata de oca, salida de lostalleres tolosanos, emigró hasta los frontispi-cios de varios santuarios muy alejados de sucapital: en el Borbonesado, el del priorato deSaint-Pourçain-sur-Sioule; en Nevers, el deSaint-Pierre; en Dijon, el de Saint-Bénigne yen la Champaña, el. del priorato benedictinode Sainte-Marie en Nesles-la-Reposte[74].

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Es, pues, la arqueología la que debe pedirauxilio a la mitología, y no al contrario.Ahora bien, del mito de Pédauque se han for-mulado sucesivamente variasinterpretaciones.

Primeramente, se creyó reconocer enPédauque una reminiscencia fabulosa deBerta, la madre de Carlomagno. Berta la delpie grande... En los tiempos en que la reinaBerta hilaba... Pero la edad del sarcófago deRagnachilde destruye esta hipótesis: el per-sonaje de Pédauque es anterior por lo menosen dos siglos a Berta la del pie grande.Pronto veremos a qué obedece estaconfusión.

En el siglo XVIII, con el abate Bullet[75],Pédauque es asimilada a otra Berta: Berta deBorgoña, primera esposa de Roberto él Pia-doso. En efecto, habiendo sido condenadopor la Iglesia el matrimonio de Roberto, sehabía extendido el rumor de que la reina,

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castigada por el cielo, había dado a luz unganso.

Según el abate Lebeuf[76], que escribía porla misma época, Pédauque debe ser relacion-ada con la reina de Saba; es la opinión queha hecho suya en nuestros días Émile Mâle.El Talmud de Jerusalén cuenta, en efecto,que la reina de Saba, siempre con vestidosmuy largos, nunca enseñaba los pies. Paravérselos, y sabiendo que a ella le gustabamucho el baño, a Salomón se le ocurrió unardid: hizo andar a la reina por encima de unespejo que ella tomó por agua, hasta el puntode que se levantó el vestido, viéndoseentonces que sus pies eran tan feos comohermoso su rostro. Veremos la parte de ver-dad que contiene esta explicación que tiene,sin embargo, el grave defecto de situar en losorígenes de una tradición popular un dato depura erudición.

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Por último, hace cien años Désiré Monni-er[77] vio en Pédauque la representaciónaproximada de una diosa telúrica de losgermanos, Berchta la de los pies de ave, quehabría sido importada por los normandos.

Sin embargo, ni una mujer de pies grandes ofeos, ni la madre de un ganso, ni una diosacon pies de un ave cualquiera responden ex-actamente a la imagen de la reina Pédauque:todas las interpretaciones arriba mencion-adas se basan, pues, sobre analogías refut-ables, por cuanto una explicación del per-sonaje debe, para ser válida, integrar todassus características legendarias. Pero, sobretodo, ninguna da cuenta de lo esencial: lalocalización de la leyenda en Toulouse. Notenemos, pues, más remedio que seguirinvestigando.

En nuestra opinión, Pédauque no pertenecepor entero ni a la tradición popular ni al sim-bolismo culto; como casi todos los héroes de

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la Fábula, participa de una y de otro. Hay,por tanto, que precaverse tanto de consider-ar este mito como un simple cuento deviejas, como de ver en él una pura alegoríade erudito.

Creemos también que Pédauque no fue im-portada a principios de la Edad Media, sinoque, por el contrario, forma parte de la mito-logía de los más antiguos grupos étnicos lleg-ados a tierras de Oc.

Y creemos, asimismo, por último, que nopertenece al grupo de las divinidadestelúricas, sino al de las divinidades acuáticas.

Este triple carácter permite, con las consabi-das reservas, adelantar una hipótesis tantosobre sus orígenes como sobre los motivosde su presencia en Toulouse. Para empezar,es cartesiano recapitular todos los elementosconstitutivos del personaje: 1.°: Pédauque esreina y palmípeda; 2.°: se llama Austris; 3.°:

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hila con una rueca mágica; 4.°: es herética,construye un puente, hace venir el agua porcanales subterráneos y luego va a ocultarseen una gruta; 5.°: es la reina de la gentehumilde.

Si en busca de los remotos orígenes dePédauque pasamos revista a los diversospanteones, no hallamos en ellos, por así de-cir, más que un solo personaje que haya po-dido servirle de prototipo: es una «madre delos dioses», una «gran Diosa», la Anat siria,helenizada en Venus Anaxaretea o Venus An-ate, y luego latinizada en Gallina.

Anat era simplemente una diosa de las aguasfecundas; Venus Anaxaretea o Anate fue,como narra Apolodoro, convertida en pata, y,por último, en un planisferio atribuido aAben Ezra, Gallina aparece representada poruna mujer cuyo pie derecho es pal-meado[78]. A medida, pues, que transcurría

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sus avatares, la figura de Anat se ha idotransformando y precisando.

Ahora bien, la clave de estas transforma-ciones radica en el nombre de la diosa. Enefecto, por juego de palabras Anat se ha con-vertido en griego a la vez en reina (Anassa) ypata (E Nassa)[79]. Así, Anat es, en sentidoliteral, la Reina Pédauque.

Lo que nos confirma en la idea de que hayque buscar el origen de Pédauque en elMediterráneo oriental es su nombre de Aus-tris: Auster, en latín, significa, en efecto, elmediodía, el país del Mediodía. Esto es, porcierto, lo que ha permitido identificar aPédauque con la reina de Saba, porque Saba,en hebreo, designa también el Sur, el Medi-odía. Pédauque es, pues, la Reina delMediodía.

Pero, con relación a Toulouse, el Mediodía esEspaña. ¿No sería acaso de España,

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siguiendo migraciones iberas, de dondePédauque, en época muy remota, habría ven-ido hasta el país de Oc?

Recordemos: los «pueblos patos»,fundadores del Imperio tartesio, habían ele-gido precisamente por emblema la pata pal-meada porque ésta simboliza el remo, elPédalion[80].

Por lo que respecta a la rueca mágica dePédauque, ésta también podría subrayar laconexión de nuestra reina fabulosa con los«pueblos del mar», creadores de la civiliza-ción megalítica. En efecto; la rueca simbolizalos megalitos: en Francia, en muchas re-giones, se llama todavía a los menhires«rueca de hadas»[81]. ¿Por qué esa rueca hapodido hacer asimilar Pédauque a la ger-mánica reina Berta? Sencillamente, a causade una confusión de palabras con la lenguade Oc, en la que la rueca se llama bertel[82].

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La herejía de Pédauque, la naturaleza de susobras, su matrimonio con Eurico y su finalen el fondo de una gruta son otras tantastransparentes alegorías. Traduzcamos: estacreencia es de origen pagano, ha caminadopor los canales subterráneos de la tradición,fue abrazada por los visigodos y luego susentido verdadero ha sido ocultado o ha de-jado de ser comprendido.

Otro enigma del país de Oc tampoco resueltohasta hoy, el de los cagots[83], hállase tam-bién bajo el signo de la pata de oca. Los cag-ots eran numerosos en Gascuña, en el AltoLanguedoc y en el Bearne, provincia en cuyaparte montañosa se encuentran todavía al-gunos raros ejemplares. ¿Se trataba de ungrupo étnico? ¿De una casta? Eran, en todocaso, intocables: vivían en barrios separadosy eran víctimas de una rigurosa segregación,incluso en las iglesias, en las que entrabanpor una puerta reservada, mojando la manoderecha en una pila de agua bendita especial

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y ocupando sitios separados. Pretendíase queeran todos más o menos leprosos, lo cual seha demostrado que era falso; se los reconocíapor su baja estatura y sus orejas que,efectivamente, están desprovistas de lóbulo,pero sobre todo por su senhal, por su«señal»: una pata palmeada de tela encar-nada cosida en el hombro: lou pe de guit, loupe d’auco.

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El sepulcro de la reina Pédauque en el museode los Augustins.

Es, en realidad, el sarcófago de la reina Rag-nachilde. (Yan)

Los cagots tenían que limitarse a los oficiosde albañil y carpintero de armar, en los quese mostraban muy hábiles, ayudando a edifi-car o edificando algunas de las más hermo-sas iglesias del Bearne y de Comminges, asícomo el barrio de Montaut, en Toulouse, en-teramente obra suya. No por ello dejaba dedecirse que habían sido expulsados por Sa-lomón por malos obreros cuando la con-strucción del Templo, que habían fabricadola cruz de Jesús, que robaban los atúdes parautilizar su madera en la construcción y,¡cómo no!, que eran brujos. Se decía tambiénque su nombre significaba «perros de godos»o «perros de los godos». Sea lo que fuera detantas leyendas, el origen de estas «humildesgentes» señaladas con un carácter sagrado ylas circunstancias de su asentamiento en elpaís de Oc jamás han podido ser determin-adas con certeza, y siguen siendo uno de losmayores misterios de la etno-grafía[84].

Pédauque, oca del Capitolio —y de los Capit-ouls—, reina del Mediodía y madre de la Luz,ha perdurado en el inconsciente colectivo delpueblo, cuya memoria no desfallece: Mamère l’0ye ha transmitido fielmente loscuentos de hadas ricos en símbolos que reco-gió Charles Perrault, y que hacen maravil-larse a los niños e interrogarse a los investi-gadores[85].

En todo caso, el mito de Pédauque, tutela delos tolosanos, parece, en efecto, tener su ori-gen en los «pueblos patos» que, en la aurorade los tiempos históricos, llegaron hasta elsudoeste de Francia.

El oro de Toulouse no trajo la felicidad aClodoveo. En efecto, el vencedor de Vouillémuere en pleno vigor a los cuarenta y cincoaños, y, salvo un breve intermedio conDagoberto, sus descendientes, reyes

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holgazanes, dejan que los mayordomos depalacio disloquen su patrimonio, con-quistado con demasiada rapidez.

Sin embargo, los países situados al sur delGarona, sin dueños reales, hacen honor a sutradición de independencia: en el 711, el emirEl Smalah es rechazado por los tolosanos. Enel siglo siguiente, Pepino I (o Pipino) yPepino II, descendientes de Carlomagno, seproclaman sucesivamente reyes de Aquit-ania, pero su realeza no deja de ser ficticia,pues a la sazón Aquitania tiene sus duques yToulouse sus condes. Y sin estos últimosnada se puede hacer: Carlos el Calvo habráde darse cuenta de ello cuando, disputandoel reino de Aquitania a su sobrino Pepino II,vaya, en el año 844, a sitiar Toulouse y searechazado violentamente; no pudo entrar enla ciudad rosada hasta cinco años después, yeso con la conformidad del conde Fulguald,preocupado por cerrar el camino a los nor-mandos llamados por Pepino en su ayuda y a

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los que los tolosanos ponen en fuga. Conocasión de este breve paso por Toulouse,Carlos el Calvo había de llamar la atenciónpor un escándalo: en plena basílica de Saint-Sernin, mató al amante de su madre, queprobablemente era su verdadero padre.

Fulguald es el primero de la estirpe de aquel-los condes de Toulouse que habían de de-volver poderío y brillo al Languedoc, al quellevarán a su apogeo entre los siglos XI yXIII.

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Milagro en Toulouse: dos vírgenes dan a luz,una. un león y otra, un cordero; escultura de

la basílica de Saint-Sernin, actualmente en elMuseo de los Augustins. (Yan)

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En efecto, el Languedoc medieval es un vastoEstado, de hecho soberano, que en torno alcondado de Toulouse se extiende desde elQuercy y los Cévennes hasta los Pirineos, ydel Garona al Mediterráneo y los montesAlpilles. Su idioma, su economía, su estruc-tura social, sus instituciones políticas, suderecho, sus valores de civilización y su am-biente religioso, todo lo distingue y, en lamayoría de los casos, lo opone’ a los paísesdel norte del Loira que han comenzado aaglutinar los Capetos.

Asentado en el surco aquitano, que fuesiempre vía de paso, el Languedoc ha vistosus ciudades y, por consiguiente, su comer-cio, desarrollarse más pronto y con mayoramplitud que en el Norte. No sólo Toulouse,sino también Montpellier, Narbona, Béziers,etc., ocupan el primer puesto por su

población y su opulencia, pues el pulmón delpaís es el Mediterráneo, lugar geométrico delos intercambios en la época histórica de quehablamos. En estas condiciones, las cruzadasaportan al país occitano un suplemento deriqueza e influencia: sus posesiones se ex-tienden hasta Trípoli, «hija de Toulouse».

Este estado de cosas no deja de reflejarse enel plano social: la burguesía se ha eman-cipado bastante antes que en el Norte y, ex-enta de tasas e impuestos sobre lo que com-pra, vende o cambia, constituye una especiede patriciado comparable al que más tardeha de verse en la Venecia de los dux, en lasciudades de la Liga hanseática o en lasmayores ciudades de Flandes. Por el con-trario, la institución feudal dista mucho detener en el Mediodía el mismo peso que entierras de Oil: al no existir el derecho de pro-genitura, la propiedad de la tierra, excepto lade la Iglesia, se halla dividida. De donde res-ulta que los campesinos, que dependen, no

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de un señor único, sino de una multitud y, aveces, de muchísimos «coseñores», son, sino de derecho por lo menos de hecho, libres.Y resulta igualmente que, no siendo la cler-icatura el único refugio de los segundones, lafeudalidad meridional, contrariamente a ladel Norte, no está casi en absoluto ligada alclero.

Por motivos análogos, esta libertad de hechose encuentra igualmente en todos los nivelesde la sociedad occitana: las grandes ciudadesdel Mediodía son otras tantas republiquitasburguesas autónomas («comunas»), sobrelas que la nobleza y el clero no ejercenprácticamente más que una autoridad nom-inal; la nobleza hace poco caso de la sober-anía feudal del conde de Toulouse. Éste, vas-allo teórico o pariente consanguíneo demuchas personas que se oponen entre sí (reyde Francia, rey de Inglaterra, rey de Aragón,emperador de Alemania), está de hecho, gra-cias a una política de equilibrio,

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absolutamente libre de toda tutelaextranjera.

A este equilibrio de las fuerzas sociales cor-responde, en el plano político, un equilibriode poderes. En las ciudades, es la burguesíacomercial y bancaria la que gobierna, aso-ciada a veces a la nobleza y al clero, pero, conmás frecuencia, sin ellos. En Béziers, en 1161,los burgueses, para la salvaguarda de susfranquicias, se han sublevado contra suobispo y su vizconde, dando una paliza alprimero en plena iglesia y matando al se-gundo en plena calle. En 1202, en Toulouse,tras varias tentativas fracasadas, la burguesíatoma el poder. En todas las ciudades meridi-onales, el gobierno es confiado a magistradoselegidos, capitouls, cónsules o chaptals, quese escogen tanto en el seno de la burguesíacomo en el de la nobleza. Gracias a este sis-tema, el Mediodía había de ahorrarse casipor completo las largas luchas comunales ylas jacqueries que, desde el siglo XII al XVI,

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jalonan la historia de la Francia de losCapelos sin conseguir, sin embargo, ponertérmino a la creciente «anarquía» del sis-tema feudal. Los poderes de los magistradosque acabamos de mencionar son extensos:en Toulouse, la elección de los capitouls essolemne; su cargo les confiere una noblezatransmisible y tienen la facultad de reclutarejércitos en los que sus estandartes ondeandelante de los de los señores (lo que lespermite titularse orgullosamente «jefes delos nobles»). Y hasta el esplendor del mismomatrimonio religioso palidece en mucho antela ceremonia civil, durante la cual los reciéncasados comparecen, cargados los brazos deprimicias, ante los capitouls revestidos desus caperuzas. En el Mediodía, por último,las clases sociales no se hallan separadas,como en el Norte, por barreras infranque-ables; hay osmosis constante no sólo entre lanobleza y la burguesía, sino también, aunqueen menor escala, entre estas últimas y el

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campesinado, pues el campesino meridionalpuede llegar de siervo a burgués, y, a veces,de burgués a caballero; hay incluso en ciertoslugares una extraña categoría social: la de loscaballeros-siervos. Como ha señalado RenéNelli, «los condes de Toulouse recibían a losburgueses en su Corte, escuchaban sus con-sejos y hallaban entre ellos sus más fieles de-fensores. La nobleza meridional hubiera po-dido desaparecer sin que se perdiera el es-píritu caballeresco, pues éste anidaba enmercaderes y artesanos».

El Mediodía se distingue también por su sis-tema jurídico: en el Norte, se está en país dederecho consuetudinario, donde la arbitrar-iedad de los reglamentos rivaliza con la com-plicación de los mismos, llevada a veceshasta el ridículo; en el Mediodía, por el con-trario, nos hallamos en un país de derechoescrito: el edificio jurídico racional de Romaha sido celosamente conservado, siendo suexcesiva rigidez corregida por las leyes

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bastante liberales de los reyes visigodos. Endos campos, sobre todo, ha dado sus frutoseste estado de cosas: se facilita la Ubre circu-lación de las mercancías, y son reconocidos yprotegidos los derechos y la personalidad dela mujer, lo que da una fisonomía específicaa la sociedad, a la civilización y a la culturade los países de lengua de Oc.

Estas estructuras bastante abiertas se mani-fiestan también en el trato a los extranjeros,los cuales gozan de iguales derechos, sean losque fueren su origen o creencias. Por lo que alos judíos se refiere, este liberalismo opone laOccitania no sólo al Norte, sino también acasi todos los países de la Europa medieval;en ninguna parte se deja de recurrir a los re-cursos de sus banqueros, pero sólo en el Me-diodía, donde son numerosos, se les tiene enconsideración. Son los judíos quienes fundanen Montpellier la más célebre escuela demedicina de aquellos tiempos, en la que laenseñanza es gratuita; sus teólogos profesan

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sin trabas en Carcasona, y no es raro quesean elegidos consejeros municipales[86].Igualmente, bastante antes de las cruzadas,las tierras de Oc son las primeras en acogerla ciencia, la filosofía y la poesía árabe, veni-das de España; en arquitectura, es al sur delLoira donde la influencia del Islam sobre «elarte románico del sol» es más acusada.

El conjunto de todos estos factores con-tribuyó a dar a la sociedad meridional unaoriginalidad más:

su laicismo. Si en el siglo XII el clero católicotropieza, en las tierras del conde deToulouse, con la indiferencia o la hostilidadpopular, si ve declinar su influencia de añoen año, no es sólo, ni siquiera esencialmente,a causa de su lujo y su corrupción, que, confrecuencia, corre parejas con la ignorancia.Dichos vicios eran reales, pero el clero meri-dional no tenía el monopolio de ellos, y en laEdad Media se encuentran por doquier

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vestigios de un vivo anticlericalismo popular,inscrito hasta en los capiteles de las cated-rales, sin que ello significase mengua delsentimiento católico ni de la idea de un or-den temporal querido por Dios.

Pero en el Mediodía las cosas son completa-mente diferentes: se trata de una laicizaciónprofunda, consecuencia de la evolución so-cial. En este suelo, del que no se había bor-rado la huella del arrianismo, el catolicismoarraigaba mal. Una sociedad en la que elmercader y el artesano habían adquiridoprimacía . sobre el poseedor de tierras, es-capaba muy naturalmente a la influencia dela Iglesia, potencia terrateniente por excelen-cia. Un país en el que el dinamismo de lasciudades sobrepujaba al conservadurismocampesino, estaba destinado a nuevosplanteamientos. Y, venciendo la autarquíaeconómica e intelectual, los lejanos inter-cambios de todo orden abrían este país aideas procedentes de todas partes, llevándolo

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a un relativismo y a una tolerancia incompat-ibles con la altanera hegemonía de la Iglesiaromana. «El Mediterráneo reunía en rela-ciones frecuentes a los fieles de Jesucristo,de Mahoma y de Jehová, así como los re-cuerdos de Egipto y de Caldea, de la Acrópol-is y el Foro[87].»

Este panorama, atrayente en resumidascuentas, del Languedoc medieval, ha sido yapintado con frecuencia y con la misma fre-cuencia discutido. ¡Cuántas veces ha sidoachacado a la pasión regionalista, a la par-cialidad galicana y, por encima de todo, a lafantasía «idealizadora» de los historiadoresrománticos! Pero todo esto es demasiado fá-cil de decir: ya un historiador materialistacomo Engels escribía que el Languedoc delsiglo XII era el más civilizado de los paíseseuropeos de aquella época, y desde entoncesespecialistas como Achille Luchaire hanabundado en dicha opinión que no es, pues,

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en modo alguno una opinión de escuela, sinoel reflejo de las realidades.

Cuando se aplica el epíteto de «laica* a la so-ciedad occitana medieval, hay que guardarse,sin embargo, de anacronismos y falsas inter-pretaciones. Aquel laicismo era una impug-nación de la cristiandad, es decir, de que laIglesia romana se hiciese cargo del conjuntode la sociedad civil, pero no de la religiosidadni de lo sagrado. Al contrario; se trataba,despojando lo sagrado, de asentarlo mejor enun campo que fuese verdaderamente suyo yque, por ello mismo, se creía indiscutible.Distinción capital sobre la que insistiremosmás adelante[88]. Impugnando la religiónestablecida en nombre de una visión tambiénreligiosa (¿y cómo hubiese podido ser de otromodo en aquella época?), el hombre occit-ano, como todos sus contemporáneos,puebla su universo de símbolos.

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Juego en el que dan ejemplo los condes deToulouse, que se han revelado maestros en elarte de ajustar la leyenda a la Historia, los si-gnos a los acontecimientos. Al mismo tiempoque se ciñen la corona, adquieren una nuevadimensión a los ojos de sus subditos y a suspropios ojos, tal como hoy día un cardenalelegido Papa; revestidos de una personalidadcasi mágica, asumen la mitología del país delque se hacen cargo; de ahí su sobrenombre,de múltiples resonancias: los Reyes del Me-diodía (el primero de los cuales, según pre-tendían ellos, se llamaba Ursio).

Decíase que el tal Ursio, visigodo, había or-ganizado contra Clodoveo los últimos focosde resistencia en Septimania, en las cer-canías de Narbona. Contemporáneo yhomónimo del rey Arturo, este Ursio tiene,no obstante, un nombre demasiado bonitopara que ros consideremos obligados a ad-mitir su existencia. Su nombre es más bien elde un antepasado totémico, el oso, el célebre

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oso pirenaico. Y, para eruditos conocedoresdel latín y el griego, este nombre podía sertambién una alusión velada y sutil a los at-ributos sagrados que confiere al rey primit-ivo su cuádruple función de alimentador,«federador», legislador y jefe de guerra[89].Por añadidura, y al decir de las crónicas, elcitado Ursio, según una explicación muy di-fundida, se había casado con un hada queencontró junto a la fuente, la cual se habíamarchado de su lado en cuanto él intentó, apesar de lo jurado, averiguar quién era real-mente ella[90].

Fulguald, a pesar de que en realidad no eramás que un modesto funcionario carolingioque había cambiado su verdadero nombre deFrédelon por el mismo nombre del rayo, ase-guraba que descendía de Ursio. La proverbialostentación de los meridionales no era elúnico motivo de dicho cambio de identidad,que parece más bien exigido por cierta

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concepción mística del poder y del país sobreel cual se ejerce éste.

Lo mismo que un cardenal, al colocarse latiara, cambia su nombre de pila por unonuevo que le inscribe en una estirpe sagradaque en sus orígenes recibe su mandato deDios en persona, un conde de Toulouseelegía un nombre en armonía con la imagenque se hacía de ella misma la tierra de Oc,imagen de fuego, luz y pureza.

Fulguald fue el tronco de la dinastía de losRaimond. Ahora bien, la predilección de loscondes de Toulouse por este nombre, que si-ete de ellos llevaron, no parece ser fruto delazar, pues en lengua de Oc, Raimond, que sepronuncia «Raimun», significa rayo puro,como por cierto recuerda el trovador PeireCardinal:

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Que 1’noms o sígnifia que ditz Rai-Mon.

Dicho nombre recuerda así el origen sobren-atural que la leyenda atribuía a esta dinastía,nacida de un hada y cuyos representantes seconsideraban hijos de la pureza, Hijos de laLuz, es decir, miembros de una estirpe deiniciados y de una casta sacerdotal[91].

La misma idea, la misma pretensión se en-cuentra por cierto en los nombres preferidospor la casa de Foix: Atón o Febo en losvarones y, en las hembras, Esclarmonde (esdecir a elección, Luz del Mundo o Luz pura).

Pero Raimond es también Rey deü moundo,el Rey del Mundo. Por su nombre, el condede Toulouse se afirma, pues, cosmocrator. Yes, efectivamente, así como en su sello sehalla representado Raimond VII (ver ilus.pág. 105): el conde está sentado en su trono,

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rodeado del sol y de la luna[92], es decir, enla postura misma del «Cristo en majestad»que se ve en el tímpano de muchas iglesiasmedievales. Raimond sostiene horizontal-mente la espada con la mano derecha, y conla izquierda el célebre castillo narbonnais,morada de Acuario que, confirmando el sen-tido simbólico del conjunto, asocia su sober-anía al advenimiento de la era de Acuario,advenimiento que, según la creencia mediev-al, debía ser el de la «tercera venida», delParáclito, del reino del Espíritu.

El Rey del Mediodía es rey del Mundo. Porencima de esta afirmación llena de soberbia,se ve afirmarse toda una concepción es-catológica de la Historia en el siglo XIII, enToulouse, capital del Languedoc independi-ente. Toulouse y el Languedoc, a los que sedaba entonces el nombre de ciotatmoundino, térra moundino: ciudad pura,tierra pura...

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Y vamos a ver que esta concepción era pre-cisamente la que en aquella época habían depredicar los cátaros, es decir, los Puros.

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SEGUNDA PARTE

LA SANGRE DELOS PUROS

Ay Tolosa e Provensa!

E la terra d’Agensa!

Bezers e Carcassey!

Quo vos vi! Quo vos vey!

bernard de marjevols

Dominique, nique, nique

S’en allai prêchant

Toujours souriant

Pour convaincre les Albigeois

Et les Albigeois convaincant[93].

soeur sourire[94]

Por las polvorientas carreteras de la térramoundino vense aparecer, en siglo xi, ex-traños personajes. Van por parejas, caminansin descanso de ciudad en aldea y de aldea encastillo a la manera de los trovadores y,como éstos, reciben techo y comida a cambiosolamente del encanto de su verbo. Pero ll-evan en la mano, en lugar de vielle[95], elbáculo de peregrino, visten hábito negro concapuchón a guisa de jubón y de sus labiossalen prédicas en lugar de canciones. ¿Sonacaso clérigos languedocianos? Tampoco. Aéstos el mismo Papa acaba de describirlos:«Ciegos, perros mudos, simoníacos quevenden la justicia, absuelven al rico y con-denan al pobre, no observan las leyes de laIglesia, acumulan los beneficios, confían elsacerdocio a gentes indignas, tienen unabolsa en lugar de corazón y son la irrisión delos laicos.»

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Ahora bien, los hombres vestidos de negroson delgados y pálidos, no poseen ni caballosni muías, van con la escarcela vacía, no tien-en ojos para las mujeres y, cosa todavía másrara, trabajan con sus manos, si la ocasión sepresenta, para ayudar a un tejedor a termin-ar su tarea o a un labrador a arar. La fe sensobras moría és —dicen (muerte es la fe sinlas obras)—. Verdaderamente, si son reli-giosos, hace mucho tiempo que por aquellastierras no se habían visto religiosos como el-los. Pronto el pueblo les ha dado el nombrede Perfectos o, con más frecuencia y conafectuosa familiaridad, lous bouns omes, esdecir los buenos hombres, los hombresbuenos.

Estos Perfectos son los apóstoles de una doc-trina que, en menos de un siglo, va a con-quistar todo el país de Oc. Los que abracensu fe serán llamados los «cátaros» —es decir,los Puros—, los patarins, los tisserands[96],y también los «albigenses».

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Su doctrina es a imagen misma de aquel paíssin medias tintas, en el que luz cruda y som-bra tajante se disputan una naturaleza ator-mentada, unos paisajes que parecen nacidosde un duelo entre gigantes.

Pero, mejor aún, escuchemos las profesionesde fe que pronto harán los cátaros cuando,acusados de herejía, caigan en las garras dela Inquisición. El interés de estas declara-ciones es tanto más vivo cuanto que emanande gentes sencillas y expresan así, no undogma de eruditos, sino las creencias delpueblo occitano tales y como éste las vivíauna vez ganado a las ideas de los «buenoshombres».

Los cátaros sitúan en el centro de su visión lalucha entre los dos principios opuestos de laLuz y y las Tinieblas, del Bien y del Mal.Espíritu y materia son las expresiones re-spectivas de estos dos principios y, al igualque ellos, se oponen sin tregua. Puesto que el

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mundo está entregado a la injusticia, nopuede, por consiguiente, ser la obra del diosbueno. «Si Dios no hubiese creado mil almasmás que para salvar un corto número de el-las —había de exclamar un tal Pierre Gar-sias—, yo destrozaría a ese dios con mis uñasy mis dientes y le escupiría al rostro porqueno sería más que un engañador.» El mundoes obra de un demiurgo, espíritu malignoaunque inteligente: Satanás, el «Gran Arrog-ante». La Caída coincide así con la Creación;al final de los siglos, la Parusía significará eltriunfo definitivo del Espíritu.

En cuanto al hombre, está, por así decirlo, enuno y otro de esos dos universos enemigos:su cuerpo, arcilla despreciable, le une almundo malo, pero en ese cuerpo se halla pri-sionera una parcela de la luz divina, el es-píritu que sufre de esa cautividad y ai que setrata de liberar. Ello explica en buena partela creencia de los cátaros en la metempsícos-is: para ellos, después de la muerte el justo

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podrá reencarnarse en seres cada vez máslivianos, es decir, menos ligados a la materiay más evolucionados en cuanto al espíritu,acercándose así a la salvación; el pecador,por el contrario, irá revistiendo aspectoscada vez más pesados, más degradados,reencarnándose al llegar al límite, en laforma de un simple animal. En el pueblo, es-ta creencia adopta a veces un giro ingenuo ypoético. Así, una tal Sibylle Sabarthez con-tará: «El alma de un hombre salió de sucuerpo y entró en el cuerpo de un caballoque, una vez, perdió una herradura entre dospeñas; una vez muerto aquel caballo, su almaentró en el cuerpo de un justo; un día en quéeste último pasaba con un amigo por el sitiodonde había perdido la herradura cuandoera caballo, se pusieron los dos a buscar yhallaron la herradura entre las rocas.»

Jesús, puesto que es Hijo de Dios o, por lomenos, su mensajero, no pudo tener ningunarelación con el mundo impuro de la materia.

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Para los cátaros, su encarnación no es, pues,más que un símbolo, una imagen que única-mente los profanos pueden tomar al pie de laletra, pues no comprenden el oculto sentidode la misma. «Jesús no estaba hecho denuestra carne —había de decir RaymondeBézéra—; jamás Dios vino a revestirse denuestra carne mortal en el seno de la bi-enaventurada Virgen.» Por lo que a la misiónde Jesús se refiere, ésta consistía en revelar alos hombres que adorando al Creador, a esepersonaje terrible y celoso que pinta el An-tiguo Testamento, era en realidad al de-monio al que rendían homenaje sin saberlo.Pierre Garsias lo proclama con energía: «Laley de Moisés era únicamente una sombra, yel demonio que la había dado un espíritumalvado y engañador.»

Nuestra Señora tampoco fue jamás unamujer de carne y hueso. Es un símbolo, elmás elevado existente, sin duda, y completa-mente digno de inspirar amor. Pero es

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solamente un símbolo, «el símbolo de laIglesia que acoge en ella la palabra deDios[97]». Ya veremos la gran importanciade ello.

Como vemos, estas concepciones diferían detodo lo que enseñaba la Iglesia romana.Desde sus primeras palabras, el Credo, paralos cátaros, profería una enormidad al at-ribuir a Dios la creación, y de este error rad-ical derivaban lógicamente todos los demás,desde la creencia en la encarnación hasta laveneración de la Cruz y de la hostia, objetosde burla para los «buenos hombres», que noveían en ellos otra cosa que supersti-ciones[98]. Pero tanto o más que sus dog-mas, eran las costumbres de la Iglesiacatólica, su ostentación, su pompa, su sober-bia, la arrogancia y la corrupción de su clerolo que indignaba profundamente a loscátaros. Se comprende entonces la mordazironía con que uno de éstos presenta su de-fensa a los inquisidores: «Escuchadme,

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Monseñores: yo no soy hereje, puesto quetengo mujer, me acuesto con ella, le hago hi-jos, como carne, miento y blasfemo: soy,pues, un fiel cristiano; ¡ no permitid quedigan que soy hereje, porque, si no, pronto sedirá que vos lo sois también! »

Los «buenos hombres», por su parte, prac-tican un ascetismo riguroso, adusto,amedrentador, a veces, pero que se deducecon la lógica implacable de su doctrina.Puesto que la creación es mala, es malo mul-tiplicar las criaturas: dar la vida es hacer ladesgracia de nuevas almas al precipitarlas enla materia; nada puede, por lo tanto, santifi-car la obra de la carne: celebrar el matrimo-nio es absurdo, y ensalzar la procreación,criminal. Es más: siendo impuro todo lo queprocede de la procreación, los «buenoshombres» no comerán ni carne, ni huevos, nisiquiera lacticinios; si el pescado les está per-mitido, es porque se reproduce sin cópula.Además, no deben matar ni siquiera un

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animal, puesto que éste puede abrigar unalma en pena. Por último, no poseen nada enpropiedad por hallarse completamente de-sprendidos de los miserables bienes de estemundo.

Es fácil reconocer en la doctrina de loscátaros las grandes líneas de la de los ma-niqueos: al igual que estos últimos, loscátaros creen en la lucha de los dos principi-os opuestos, en la malignidad del mundomaterial y en la metempsicosis; creen, comoellos, en una revelación progresiva de la quela venida de Jesús no es más que una etapa yde la que sólo la Parusía, el advenimiento delConsolador, del Paráclito, será el término. Y,por último, también al igual que ellos, pro-fesan un ideal ascético.

La filiación que lleva de los maniqueos a loscátaros está basada, además, en sólidos da-tos históricos. Se sabe hoy día que las suce-sivas persecuciones fueron empujando poco

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a poco a los adeptos de Mani hacia Occi-dente. Así, una secta maniquea, la de los«paulicianos», fue deportada por los griegos,en el siglo ix, del Asia Menor a Bulgaria,donde sus defensores proliferaron bajo elnombre de bogomiles o Amigos de Dios[99].

Tras haber convertido a los búlgaros, losbogomiles fueron extendiendo progresiva-mente su doctrina por Bosnia y Servia yluego por Italia septentrional. En Francia, yaen el año 1002 dos canónigos de la iglesiaSainte-Croix-d’Orléans (Étienne, confesor dela reina, y Lysoé) fueron llevados a lahoguera, con ocho de sus correligionarios,bajo la acusación de catarismo. Y mientrasambos marchaban dignamente al suplicio, lareina Constance, esposa de Luis el Piadoso,no vaciló en hacer saltar un ojo de su confe-sor con la punta de su bastón.

Poco más tarde una importante comunidadcátara se implantó en la Champaña, en una

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localidad que quizá deba su nombre, Mont-Aimé, a dicha comunidad. Pero sólo en elLanguedoc ganaría el catarismo la adhesiónde la gran masa de la población.

¿Por qué en el Languedoc y no en otraspartes? Por razones tanto sociológicas comoreligiosas. En el Mediodía, el clero católicoestaba aislado. En una sociedad en la que elrápido desarrollo de la civilización urbanahabía ya provocado cierta osmosis entrenobleza y burguesía, el clero seguía siendo laúnica gran potencia terrateniente y se habíaenajenado la simpatía tanto de los campesi-nos, a los que agobiaba a fuerza de impues-tos, como de los burgueses, que habían ten-ido que afirmar contra él la libertad de nego-ciar y las franquicias municipales, y de lanobleza, a la que hacía la competencia y porla que era despreciada. Contrariamente a laIglesia católica, que estigmatizaba elpréstamo a interés como usurario, la Iglesiacátara consideraba dicho préstamo como

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perfectamente legítimo, lo que le valía lasimpatía de un capitalismo naciente. En unaépoca en la que los primeros banqueros soncasi todos o judíos o lombardos, no es sinduda una casualidad que los dos bastionesdel catarismo sean la Lombardía y elLanguedoc, únicos países de Europa en quelos judíos son ciudadanos con todos susderechos.

Además, despojando el culto y el dogma debastantes supersticiones y prácticas mágicas,apelando más bien a la inteligencia de lostextos sagrados que a la autoridad magistral,al razonamiento mejor que a la fé ciega, yfundando su proselitismo en el libre consen-timiento, la Iglesia cátara estaba en armoníacon la mentalidad de un país en el que la cul-tura, las preocupaciones intelectuales, la tol-erancia y el amor a la libertad estaban másextendidos que en ninguna otra parte enaquella época.

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A ello se suman razones de orden religioso:en el Languedoc, la nueva herejía hallaba uncampo ya roturado por el arrianismo; másaún: quizá despertaba el antiguo poso de lascreencias celtíberas en el que se oponían,siglos antes de Mani, dioses luminosos y di-oses sombríos.

Ha sido formulada con frecuencia la pre-gunta de cómo los «buenos hombres»,apóstoles y ejemplos del renunciamiento yde la «muerte en él mundo», pudieron im-ponerse al país de la viña, de la gallina en elpuchero y de los viejos verdes en una épocaen que en él florecían el arte «ligero» de lostrovadores y una civilización opulenta, re-finada, algo dada a la ostentación.

El secreto del prestigio de los cátaros es, sinembargo, sencillo: consiste en la tolerancia.Mientras el clero católico pretendía imponera los fieles, a fuerza de muchas penitencias ybajo la amenaza del fuego eterno, una moral

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rigurosa de la que el mismo clero hacía pococaso, los «buenos hombres», por el con-trario, a pesar de predicar con el ejemplo, seguardaban bien de prescribir a sus fieles unavida tan ruda como la que ellos practicaban.Precisamente por exigir mucho de suspastores podía la Iglesia cátara, sin temor adisminuir su ascendiente, dar pruebas deamplia tolerancia respecto a la masa de sussimpatizantes. Sin duda la indulgencia de los«buenos hombres» se hallaba tambiénfavorecida por su pesimismo fundamental;cuando se’ cree que el mal contamina lasmismas raíces de un universo, ya no lequedan a uno ganas de perder el tiempo per-siguiendo en detalle las pequeñas debilid-ades de sus semejantes.

Muy poca cosa se pedía a los simpatizantes:escuchar la predicación y practicar el mel-horier (el mejoramiento), rito muy sencilloque consistía en arrodillarse al paso de un

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«buen hombre» pidiéndole la bendición y laabsolución.

Los «creyentes» habían de hacer un pocomás: practicar la caridad, la humildad, elperdón de las ofensas y, sobre todo, la vera-cidad, esa virtud tenida en tan alta estimapor toda la sociedad occitana. Se les instruyeen el sentido secreto del Pater, el cual han derecitar cada vez que comen o beben[100].

Además, han de practicar de vez en cuandola confesión pública, el apparelhament.

Pero lo que hace de un simple «creyente» uninvestido, un Perfecto, es el único sacra-mento del catarismo: el consolament[101].Éste lleva consigo tantas y tan pesadas ob-ligaciones, que por lo general sólo a la horade la muerte se administra a aquellos que notienen una vocación a toda prueba.

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El ritual del consolament es muy sencillo: enuna casa de paredes desnudas y encaladas,un Perfecto vestido de negro y ceñido por uncordón como el de los franciscanos, instruyeal postulante sobre el sentido, la naturaleza ylos efectos del bautismo espiritual que va arecibir, así como los duros deberes que va acontraer. A continuación le pregunta: Juan(o Juana) [es el nombre tipo que el ritualcátaro, ya veremos por qué, da al nuevo ini-ciado, «¿tenéis la voluntad de recibir estesanto bautismo de Jesucristo en la forma enque se os ha revelado que era dado, de con-servarlo todo el tiempo de vuestra vida conpureza de corazón y de espíritu y de no faltara este compromiso, sea por el motivo quefuere?»

Y entonces el postulante responde: «Sí,tengo voluntad de ello.»

El oficiante le pone encima de la cabeza ellibro de los Evangelios, mientras los fieles

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presentes l’e imponen la mano derecha. Laceremonia termina con la recitación del pró-logo de Juan:

«Al principio era el Verbo...».

Ahora, el postulante es ya un Investido, unPerfecto, un miembro del clero cátaro. Perono está «consagrado», sin embargo, como elsacerdote católico. En efecto, este últimopuede con toda validez practicar los ritos yadministrar los sacramentos independiente-mente de su valía moral y espiritual: disfrutade un poder casi mágico. Un Perfecto, por elcontrario, no puede ni bendecir, ni absolver,ni «consolar» a los fieles si se encuentra élmismo en estado de pecado.

Este compromiso personal de perfecciónhace del consolament un acto trascendente.Por ello, conscientes de este hecho, loscátaros le han hallado un sustituto: la con-vinenza. Los creyentes deseosos de ser

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«consolados», pero a quienes su estado con-ducía casi fatalmente a hacer el mal, porejemplo los hombres de guerra, podían darante un «buen hombre» una simple declara-ción de intención. Hecho esto, se les podía«consolar», en el artículo de la muerte, in-cluso si estaban sin conocimiento. Pero sisalían con vida no quedaban ligados por elvoto, a menos de comprometerse de nuevo. Ysi bien se rogaba para que lo hicieran, no seejercía sobre ellos la menor presión[102].

Sencillos y austeros, todos estos ritos no de-jan de presentar ciertas semejanzas con losdel cristianismo primitivo. Se distinguen deéstos, sin embargo, por el lugar que con-ceden a las explicaciones: para los cátaros,como antes que ellos lo fue para gnósticos ymaniqueos, el camino de la salvación es elconocimiento. Sólo progresivamente se le varevelando al fiel la «verdadera doctrina»,según su grado de aprovechamiento espiritu-al. Y ¿qué se le revela? Que no hay que tomar

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los textos al pie de la letra, porque la letramata, sino en el sentido oculto que los vivi-fica. En apoyo de esta enseñanza, un textoclave: el Evangelio de Juan. No es cierta-mente por casualidad que el ritual cátarodesigna al neófito por el nombre convencion-al de Juan o Juana: el apóstol bienamado es,a los ojos de los «buenos hombres», el únicoque haya extraído el sentido oculto de la en-señanza «crística» de la que los demás evan-gelistas sólo han comprendido lo superficial.En Juan, Cristo aparece menos como un per-sonaje histórico que como Verbo eterno deDios, luz de las alturas enviada a lastinieblas.

Así, a nivel de los Perfectos, el catarismo dis-pensa una enseñanza esotérica. ¿Existía, másarriba, un grado superior de iniciación, comohan supuesto algunos? No es imposible,pero, en todo caso, el secreto ha sido bienguardado, pues los rituales que hemos

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conservado no dicen la menor palabra sobreello.

Las relaciones entre catarismo y cristianismohan sido objeto de numerosas polémicasentre historiadores: para unos, el catarismofue una simple herejía; para otros, una reli-gión nueva que no tenía puntos comunes conel cristianismo sobre ningún gran problema.En nuestra opinión, plantear así la cuestiónes quizá plantearla mal. No sólo los cátarosatacaban furiosamente a la Iglesia romana,sino que no tenían (como habían de tenerlasmás tarde los protestantes), esperanzas dereformarla, pues era para ellos «la nuevaBabilonia, la Bestia, la gran prostituta, la sin-agoga de Satanás». Y, no obstante, loscátaros reivindicaban para sí el nombre decristianos (khristos). Para ellos, en efecto,

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entre el cristianismo enseñado por Roma y elcristianismo primitivo, a sus ojos el únicoauténtico, no había ningún punto en común.Para un cátaro, los católicos, al humanizar aDios, sucumben a la idolatría. Ahora bien,sin tomar partido en esta disputa que, al fin yal cabo, ya no nos concierne, forzoso es com-probar, con la escuela histórica mod-erna[103], que el personaje de Dios hechohombre, del Jesús que nos es familiar, se fueconstituyendo poco a poco, y no tomó susrasgos definitivos hasta el siglo iv. Atenién-dose a las Escrituras y a tradiciones más an-tiguas que, como veremos, poseían sin dudalos cátaros, éstos (como antes que ellos losgnósticos y los maniqueos) oponían el Dios-Verbo al Hombre-Dios, y leían los Evangelioscomo relatos alegóricos y no como la narra-ción de acontecimientos. De ahí su predilec-ción por Juan, que es, de los evangelistas,aquel cuyas enseñanzas son las mássimbólicas.

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Lo que antecede ayuda a resolver otro prob-lema controvertido por los historiadores: loscátaros, además de sus enseñanzas públicas,¿profesaban una doctrina secreta solamenteconocida por los iniciados? Los «buenoshombres», en efecto, confiaban a veces quetenían en su poder ciertos escritos que ellosllamaban sus «secretos». Cuidadosamenteocultos no se sabe dónde tras la caída delcatarismo, la mayoría de esos documentosno han sido hallados jamás. Dos, sin em-bargo, han llegado hasta nosotros: elprimero es el Libro de los dos principios, deinspiración maniquea; el segundo se titulaLa Cena secreta, y en él Juan pregunta aCristo, quien le revela que su nacimiento, subautismo y su crucifixión son simples imá-genes de significado esotérico[104].

¿Eran los cátaros más bien maniqueos o másbien cristianos juanistas? Los «buenoshombres» se hubiesen quedado sin dudamuy sorprendidos de que se plantease tal

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problema respecto a ellos. En efecto, en elnivel en el que ellos se colocaban la distanciaera mucho más grande entre la interpreta-ción exotérica y la interpretación esotérica dedos religiones distintas y aun rivales. Paré-cenos oír su respuesta: todas las Iglesias queenseñan como verdad lo que no es más queuna imagen están corrompidas, y todas es-tarían en el camino recto si, tras los cambi-antes velos de las alegorías, supiesen desci-frar el mensaje indivisible del Espíritu.

Si los cátaros nunca reivindicaron a Mani, esquizá porque los nueve siglos de anatemasfulminados por Roma habían desacreditadodicha referencia a los ojos del pueblo, peroes, sobre todo, porque sabían pertinente-mente que Mani no era más que un símbolo,un símbolo que podía tomar otras formas yotros nombres sin cambiar de significado.

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Pero, en realidad, ¿por qué los cátaros fuer-on llamados los «patarins» y los«albigenses»?

Los progresos de la nueva religión son ful-minantes. Debió de ser hacia el año 1000cuando se implantó en el Languedoc, puestoque es en 1022 cuando, por primera vez, sequeman cátaros en Toulouse. Y menos decincuenta años después, un obispo bogomilvenido de Bulgaria, Nikita, visita lascomunidades meridionales y reúne un con-cilio cerca de la Villa Rosa[105], en Saint-Félix-de-Caraman. Lo que demuestra que yadesde entonces no se trata de pequeñosgrupos, sino de una Iglesia organizada, jerar-quizada y en contacto con sus hermanas deItalia y de los países eslavos.

A mediados de! siglo XII la Iglesia romanaha perdido adeptos en el Languedoc: susparroquias están sin sacerdotes y las familiasse niegan a hacer bautizar a sus hijos. Al cura

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de Cambiac no le quedan .más que tresfieles. En Casteinaudary, los cátaros se haninstalado en la iglesia. En el Mas-Saintes-PueIles todos los habitantes han abrazado lanueva fe. Desafiando a los obispos, por todaspartes hay nobles occitanos que se adhierena los albigenses. La Iglesia cátara tiene suspropios lugares de culto y sus propios ce-menterios, y sus adeptos, en plano deigualdad con los católicos, están dispensadosdel servicio de vigilancia y del pecho o con-tribución. Predícanse abiertamente las tesismás contrarias a la ortodoxia romana, queson objeto de controversias públicas, cosa aque en el Mediodía se tiene ya gran afición;en Lombers, el obispo cátaro Sicard Cellerierexpone incluso dichas tesis en un conciliocatólico reunido para condenarle.

A la marea herética ascendente, la Iglesia ro-mana trata de oponer primero la predica-ción. En el año 1145, san Bernardo sale parael Languedoc; se trata no sólo del «arbitro de

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reyes y Papas», el orador más prestigioso deOccidente, sino también de un reformadorque quiere devolver al monacato su purezaoriginal. Sólo persigue convencer, porque,como dice, «la fe es cosa de persuasión; no seimpone». Además, hace justicia a las cos-tumbres de los «buenos hombres»: «Nadareprensible se encuentra en su modo devivir.» Pero ni su elocuencia ni su sinceridadobtienen resultados: en la catedral de Albi,predica delante de las sillas vacías. En Ver-feil, se arma tal tumulto que tiene que renun-ciar a hablar.

Veinte años después, el concilio de Tours,presidido por el Papa Alejandro III, condena«la abominable herejía venida del país deToulouse, desde donde se tía difundido a laGascuña y a las demás provincias». Y Romapiensa en dar algunos escarmientos. En 1178,un legado llega a Toulouse, donde es acogidocon rechiflas y tratado de hipócrita y hastade hereje y apóstata. El legado se

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proporciona la lista de los principales cátarosde la ciudad, encabezada por Peyre Madur-an, notable muy rico y ya de edad madura, aquien se considera jefe de los «creyentes» yal que se da el sobrenombre de san Juan elEvangelista[106]. El pobre hombre, descalzoy desnudo hasta la cintura, es azotado convergajos a todo lo largo del recorrido queconduce desde la prisión en la que le han en-cerrado hasta el atrio de Saint-Sernin. Leconfiscan sus bienes y le condenan a mend-igar tres años en Tierra Santa. Por milagro,había de volver y, a su regreso, los tolosanosle hicieron un recibimiento triunfal y le eligi-eron capitoul.

Estas vejaciones no quedan sin réplica: en1178, Roger II Trencavel, vizconde de Car-casona, captura al obispo de Albi y confía in-solentemente su custodia a herejes notorios.En respuesta, el cardenal D’Albano, abad deClairvaux, arrastra a un grupo de baronescatólicos a una expedición punitiva contra el

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vizconde. Éste se marcha al monte, y luego,para evitar lo peor a sus subditos, cuyas co-sechas y casas han empezado a incendiar loscatólicos, negocia. Y aquí termina la«pequeña cruzada» del cardenal, cuyo bal-ance es bien pobre: dos conversiones y la de-posición del arzobispo de Narbona, consid-erado demasiado indulgente hacia loscátaros.

Por decir verdad, Roma no encuentra a nadieen el país de Oc para apoyar su política. Notodos los occitanos son cátaros, pero nin-guno admite que una autoridad extranjera seinmiscuya en lo que a los poderes localescompete. Además, el pueblo simpatiza conlos «buenos hombres», y es un pueblo que seencoleriza fácilmente...

En 1198, sube al trono pontificio InocencioIII. Su primera providencia es fulminar conel anatema no sólo a los cátaros, sino aaquellos que rehusen perseguirlos. A

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continuación, envía al Mediodía dos nuevoslegados (también cistercienses), con poderespara juzgar por sí mismos a los herejes. Así,les es retirada a los obispos una jurisdicciónque nadie hasta entonces les había discutido;de ello había de nacer la Inquisición, creadapara perseguir a los «albigenses» y confiadaa los dominicos, que se denominaban a símismos los Perros de Dios (Domini Canes).

Nueva misión en 1203, dirigida por el legadoPierre de Castelnau, al que pronto se une elabad general de la Orden de Cîteaux, ArnaudAmalric. Nacido en la noble familia de losvizcondes de Narbona, que reivindican eltítulo de marqueses de Gotia, este personaje,frío como la hoja de un puñal, tiene numero-sas cuentas feudales que solventar con las ca-sas de Toulouse y de Carcasona. Los nuevospredicadores han de pasar por los debatescontradictorios tradicionales en el país, yhasta aceptar que dichas justas oratoriassean arbitradas por jurados paritarios,

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compuestos mitad por cátaros y mitad porcatólicos, lo que demuestra hasta qué puntoestos últimos están a la defensiva. Además,los mencionados jurados raras veces con-ceden la palma a los misioneros, quienes, porotra parte, adolecen de falta de tacto: supompa y sus atavíos principescos causan es-cándalo, aunque menos, sin embargo, quesus «meteduras de pata». En un debate or-ganizado bajo el patronato y en el castillo delconde de Foix, Ramón Roger, uno de los mi-sioneros, Esteban de Minia, se permite de-cirle a la hermana del conde, Esclarmonde:«¡Vayase usted a hilar con su rueca, Ma-dame! No es de su incumbencia tomar la pa-labra sobre tales materias.» Aquel hombrecerril ignoraba por completo el modo de vidaoccitano: Esclarmonde no era menos célebrepor su ciencia que por su rango, y todo elmundo sabía cuánto la admiraba suhermano.

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Milagro en Fanjeaux: el libro herético arde;el libro católico resiste a las llamas. Cuadro

de Fra Angélico. (Giraudon)

En 1205, un monje español de treinta y cincoaños se incorpora a la misión: DomingoGuzmán, el futuro santo Domingo. Sombríoy apasionado, pero de costumbres puras, in-tenta primero, en vano, hacer renunciar asus cofrades a los «signos exteriores deriqueza». Tan ascético como un Perfecto,Domingo recorre las carreteras descalzo,pidiendo limosna, durmiendo al raso y pre-dicando sin cesar. Sin embargo, con frecuen-cia le insultan y le tiran piedras, pues loslanguedocianos ya no pueden creer en la sin-ceridad de un clérigo católico. Los milagrosque se supone realiza (como el del fuego quequema los malos libros y respeta los buenos)habían de inspirar un cuadro a Fra Angélico,pero ningún respeto inspiran a los meridi-onales, gente adulta. A pesar del aprecio quele tienen algunos de sus adversarios,Domingo no consigue prácticamente conver-tir ~ más que a un tal Pons Roger y unascuantas muchachas de Fanjeaux. Su fracaso

le lleva pronto a cambiar de tono: «Donde novale la bendición prevalecerá la estaca —vo-cifera—. Excitaremos contra vosotros a prín-cipes y prelados, y éstos convocarán anaciones y pueblos.» Lo cual no iba a tardaren ocurrir.

Mientras tanto, los legados, por su parte,hacen un poco de auténtica política. So capade castigar a prelados que con sus escándaloscontribuyen al auge de la herejía, depuran elalto clero languedociano culpable de demasi-ada blandura hacia los cátaros. Al mismotiempo que el arzobispo de Narbona, sondepuestos los obispos de Toulouse y de Vivi-ers. En cuanto al de Béziers, Guillaume deRoquessel, es fríamente asesinado. Nóm-brase obispo de Toulouse a un inquietantepersonaje, el genovés Folquet de Marseille,ex trovador que ha dejado el rabel[107] porla mitra: el pueblo le llama «obispo de los di-ablos», pero él logra reclutar pequeñoscomandos de fanáticos que, en unos diez

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años, conseguirán matar en Toulouse a10.000 personas: judíos y gente sospechosade herejía[108]. No obstante, los occitanos,en su inmensa mayoría, no tienen interés pormatarse unos a otros a causa de sus difer-entes creencias. Roma no puede contar conuna guerra civil para castigar a las ovejasdescarriadas. Hay que buscar otra cosa, y enello se piensa ya hace mucho tiempo.

Ya el 10 de marzo de 1204 Inocencio III haescrito al rey de Francia, Felipe Augusto, ex-hortándole a expulsar al conde de Toulousede sus tierras y a dar éstas a quien sepa ser-vir a la Iglesia y extirpar la herejía. El reyhace oídos sordos. En 1205 y, posterior-mente, en 1207, el Papa vuelve a la carga sinobtener mejor resultado. Puesto que ni losseñores, ni los municipios del Mediodía, ni elrey de Francia quieren actuar, no queda másque un recurso: la cruzada. Pero el entusi-asmo que empujó antaño a los barones cris-tianos contra el Oriente musulmán se halla

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bastante debilitado. Y con mayor razón res-ulta difícil azuzarlos contra el conde deToulouse, Raimond VI, pariente cercano delos reyes de Francia, Inglaterra y Aragón, ypoderoso «rey del Mediodía». Inocencio leda vueltas en vano al problema cuando llegaa punto la solución.

En 1208, tomando como pretexto un litigioentre Raimond VI y algunos de sus vasallosde Provenza (litigio que ha provocado élmismo), el legado Pierre de Castelnau ex-comulga al conde de Toulouse en nombre delPapa. Hace más: pronuncia el entredichocontra las tierras del conde y dispensa de sujuramento a los fieles del mismo, instigandoal saqueo e incluso al asesinato: «¡Quien osdesposea, bien hará; quien os hiera demuerte, bendito será!»

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Sello de Raimond VI, conde de Toulouse.(Yan)

Ante el peligro que amenaza a su país, Rai-mond VI acepta negociar su sumisión. Enenero de 1208, se entrevista con el legado enSaint-Gilíes. Pero Castelnau, sea por propiainiciativa, o por orden de Inocencio, quiere laruptura. Y tras haber presentado nuevas exi-gencias al conde, que se indigna de ello, semarcha dando un portazo y con la maldiciónen la boca. Raimond VI, que no ha perdidodel todo la esperanza, hasta corre tras él,pero en vano. Al amanecer del día siguiente,15 de enero, Casteinau se apresta a franquearel Ródano cuando un jinete, surgido nadiesabe de dónde, se lanza al galope sobre él, leatraviesa el corazón de una lanzada y desa-parece como llegara. Jamás se supo quiénera. El Papa tenía su casus belli.

Algún tiempo antes, el desgraciado legadohabía dicho: «La causa de Jesucristo nuncasaldrá adelante en este país si uno de noso-tros no muere por la defensa de la fe: quiera

Dios que yo sea la primera víctima.» Por co-incidencia singular, este deseo había de real-izarse por entero. No estamos obligados acreer que Castelnau era profeta; sí fue, encambio, imprudente en sus palabras. Entrelos que le rodeaban, no faltaban gentes sinmuchos escrúpulos, muy capaces de darsecuenta de todo el partido que se podía sacarde su piadosa resignación, y hubo quizásentre ellos uno que encontró excelente laidea. Sea como fuere, Pierre de Castelnau fuemás útil a Roma muerto que vivo.

Dícese que el Papa, al enterarse del ases-inato, perdió por dos días el uso de la pa-labra. En todo caso, él y Arnaud Amalric con-servaron bien despejada la mente. El abad deCîteaux salió sin perder momento para Fran-cia y movilizó a su Orden. Los cistercienseshicieron un llamamiento para vengar la san-gre del mártir, no retrocediendo ante ningúnargumento en su campaña de agitación. Seacusó a Raimond VI de haber seducido a las

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queridas de su padre, de , acostarse con suhermana y de haber hecho asesinar a Castel-nau y haber paseado al asesino de éste porsus tierras como un héroe. Inocencio III letrató de «tirano impío y cruel...» porque senegaba a expoliar y a desterrar a aquellos desus subditos que ya no obedecían a Roma. Sedijo también que el conde de Foix habíahecho cortar en pedazos a un canónigo, y quesus soldados habían empleado un crucifijocomo mortero para machacar especias. Pi-erre de Castelnau es exhumado por orden delPapa: ¡ su cuerpo está intacto un año des-pués de su muerte! Previsible milagro quesirve, a falta de cosa mejor, para beatificarleinmediatamente[109].

El 6 de marzo de 1208, tras esta preparaciónpsicológica, Inocencio III puede hacer unllamamiento a la guerra santa (¡perdonen us-tedes; a la pacificación!):

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«Consideramos que debemos advertir anuestros venerables hermanos los obispos ya sus sufragáneos y exhortarlos por elEspíritu Santo, ordenándoles estrictamenteque hagan tomar fuerza a la palabra de paz yde fe sembrada por Pierre de Castelnau... Encuanto a los que virilmente se ciñan y armencontra esos apestados que atacan a la vez lapaz y la verdad, que se les prometa con todaseguridad la remisión de sus pecados conce-dida por Dios y por su vicario... Queremosque los obispos declaren relevados por laautoridad eclesiástica a todos aquellos queestén obligados al conde de Toulouse porjuramentos de fidelidad, y sea dueño todocatólico no sólo de perseguir a su persona,sino también de ocupar y conservar sus tier-ras y posesiones a fin de, por este medio,purgar de herejía, por fuerza y habilidad, elterritorio que hasta el día de hoy ha sido ver-gonzosamente dañado y mancillado por lamaldad de dicho conde... ¡Adelante, pues,

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soldados de Cristo! ¡ Esforzaos por pacificaresas poblaciones en nombre del Dios de pazy amor! ¡Aplicaos a destruir la herejía por to-dos los medios que Dios os inspire!»

Sondeado una vez más por Inocencio, FelipeAugusto rehusa ponerse al frente de la cruz-ada y enviar a ella a su hijo Luis; demasiadaspreocupaciones tiene con el emperador deAlemania. Se niega incluso a designar un jefemilitar para aquella guerra que no es suya,sino de la Iglesia. Y .es Arnaud Amalric quientoma el mando del Ejército.

Muchos arden en deseos de defender a laIglesia contra aquellos herejes, «peores quelos sarracenos». Se alistan sólo por cuarentadías,’al cabo de los cuales, para quien sepatomarlos, hay los feudos y castillos del ricopaís de Oc. Hasta la misma infantería esperaarrancar de las ávidas manos de los caballer-os su parte de botín. Se puede ser soldado de

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Cristo y no considerar el botín cosadespreciable.

Raimond VI trata desesperadamente de pre-servar a su país de aquel azote. Por todos losmedios, menos el único que sería válido: pre-pararse para una guerra que había llegado aser inevitable. Solicita de nuevo negociar susumisión, pero con un hombre menos parcialque Arnaud Amalric. Inocencio le envía susecretario Milon, pero ordena por debajo decuerda a este último que ejecute las órdenesdel abad de Cîteaux. Así, Raimond VI se vepronto acorralado y obligado a aceptar unverdadero ultimátum: tendrá que renunciara todos sus derechos sobre obispados yabadías, licenciar a sus mercenarios, separara los judíos de los cargos públicos, entregar atodo aquel que le sea señalado como hereje yconformarse con el juicio del Papa por lo querespecta al asesinato de Pierre de Castelnau.Cabría preguntarse lo que podía esperar Rai-mond VI, pues Inocencio había jurado hacía

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mucho tiempo su pérdida. Ya el 10 de marzode 1208 había comunicado a la nobleza y alclero de Francia: «En cuanto al conde Rai-mond, incluso en el caso de que ofrezca satis-facción a Nos y a la Iglesia, no desistáis porello de hacer pesar sobre él el yugo de laopresión. Expulsadle, así como a susfautores, de sus castillos, y privadles de sustierras.» Cierto es que casi al mismo tiempoescribía al conde: «Nos sólo queremos tu bi-en y tu honor; puedes estar seguro de que nopermitiremos que se te haga daño alguno sino lo mereces.»

El 18 de junio de 1209, Raimond, desnudohasta la cintura, descalzo, cirio en mano ycon la cuerda al cuello, es llevado hasta el at-rio de la iglesia de Saint-Gilíes. Mientras Mi-lon le absuelve con una mano y le azota conla otra, ha de jurar, ante tres arzobispos,veinte obispos, y una numerosamuchedumbre, que obedecerá en todo a laIglesia.

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Tras haberse, dejado así humillar pública-mente para salvar la paz, Raimond VI in-tenta un golpe de teatro que, piensa él, de-sarmará al adversario: pide cruzarse.

De golpe, sus tierras se convierten, en princi-pio, en inviolables, y la expedición ve des-vanecerse su verdadera razón de ser. Pero nose juega al más astuto con un Inocencio III.Cuando Arnaud Amalric, desconcertado, es-cribe al Papa para preguntarle qué debehacer, éste le responde aconsejándole «quetrate al nuevo cruzado según el arte de unsensato disimulo», a la espera del momentopropicio para atacarle.

El Ejército cruzado se reúne en Lyon el díade San Juan de 1209. El 20 de julio, está enla frontera (en Montpellier). ¿Cuáles eransus efectivos? Lo ignoramos. En todo caso,parecióles formidable a los contemporáneos,que jamás habían visto tantos hombres dearmas en el país[110]. Habiéndose puesto

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Raimond VI —por el momento— fuera de sualcance, no hay más remedio que inventar unnuevo enemigo: éste será Raimond-RogerTrencavel, vizconde de Carcasona y de Bézi-ers, cuyas tierras son uno de los bastionesdel catarismo. Trencavel es sobrino y vasallode Raimond VI, a quien ha causadobastantes preocupaciones. Foco tiempo antesha declinado la oferta de su tío, que le pedíase uniese a él para defender el país contra lainvasión inminente.

Ahora, este joven de veinticuatro años se dacuenta —demasiado tarde— de que es él laprimera víctima designada. Intenta negociarcon Arnaud Amalric. Rechazado con desdén,se traslada a Béziers, ya amenazado, disponecon los cónsules un plan de defensa y a con-tinuación se lleva consigo a judíos e In-vestidos, en peligro de muerte, hasta Car-casona, su capital, desde donde se proponedirigir la resistencia.

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El 20 de julio, los cruzados se hallan ante lasmurallas de Béziers. El obispo da a ArnaudAmalric la lista de los herejes que quedan:doscientos veinte simples «creyentes» acambio de la promesa de que los demás hab-itantes serán respetados si la ciudad se rinde.Pero los cónsules electos de Béziers tienendemasiado honor para aceptar tal trato, ydicen: «Preferimos ser ahogados en el marantes que entregar a nuestros conciudadanosy renunciar a defender nuestra ciudad ynuestras libertades.» El obispo exhortaentonces a los católicos a que abandonen laciudad para ponerse bajo la salvaguardia delos cruzados, pero la gran mayoría de loscatólicos responden igual que sus cónsules.

Fortificada y bien aprovisionada, Bézierspuede resistir largo tiempo. Si lo consigue,los asaltantes, que sólo se han alistado porcuarenta días, se desanimarán y regresarán asus hogares, mientras que Trencavel, cuyosvasallos están todos decididos a la

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resistencia, llegará para socorrerlos. Lasuerte de la cruzada se juega en este primerafrontamiento. El destino de la civilizaciónoccitana va a decidirse como a una jugada dedados.

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La ciudad de Carcasona, donde Trencavel fueencarcelado. (Yan)

¡Cuántas veces ha perdido a los meridionalesel demonio de la ostentación! El 22 de julio,un grupo de defensores no puede contenerlas ganas de hacer una salida en pleno díapara ir a plantar cara a los asaltantes. Ante locual, el rey de los ribaldos, es decir, el jefe delos mercenarios, inicia un ataque. Los deBéziers, sorprendidos, se retiran, pero losmercenarios que los persiguen llegan almismo tiempo que ellos hasta una de las pu-ertas de la ciudad, apoderándose de ella.Ante tan inesperada ventaja, los cruzadosasaltan en masa. Ya los mercenarios siem-bran el pánico en los arrabales. Pronto lasituación de los sitiados es desesperada: lapoblación se mete en las iglesias buscandoasilo en ellas, y los sacerdotes hacen repicarlas campanas y se revisten de sus ornamen-tos. Al preguntarle sus soldados cómo distin-guir a los cátaros de los católicos, ArnaudAmalric les responde con las siguientes pa-labras, que se han hecho célebres:

«¡Matadlos a todos; Dios reconocerá a lossuyos!»[111].

Todos fueron muertos, sin piedad y sin ex-cepción: los hombres, mujeres y niños, y lossacerdotes al pie de los altares.

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La matanza de Béziers: «Dios reconocerá alos suyos»

Sobré este punto, los testigos son unánimes.Divergen únicamente en cuanto al númerode las víctimas: unos llegan hasta 100.000muertos, cifra inverosímil; ninguno se quedapor debajo de 17.000. Béziers tenia entonces20.000 habitantes[112], población que sehabía incrementado con muchos campesinosllegados, con su familia y ganado, a refugi-arse tras las murallas del azote de la guerra.En estas condiciones podemos muy biencreer al que fue no sólo testigo, sino organiz-ador de la matanza, Arnaud Amalric, abadgeneral de la Orden de Cîteaux, que escribióinmediatamente al Papa: «Los nuestros, sinperdonar rango, sexo ni edad, han pasadopor las armas a veinte mil personas: tras unaenorme matanza de enemigos, toda la ciudadha sido saqueada y quemada: la venganza deDios ha sido admirable.»

El saqueo de Béziers llena de estupor al país;Narbona se somete sin combatir, y en seis

días los cruzados llegan ante Carcasona,donde está atrincherado Trencavel. Aunquelos arrabales sean difíciles de defender, losasaltantes necesitan una semana para ponerpie en los mismos. En cuanto a la doble mur-alla de la ciudad, es inexpugnable, pero aquelaño el verano es muy seco y las cisternaspronto comienzan a agotarse. A través de sutío Raimond VI y del rey Pedro II de Aragón,Trencavel trata entonces de entrar en con-tacto con Arnaud Amalric. «Entregad laciudad y sus habitantes —le responde éste—,y vos tendréis la vida salva, así como doce devuestros caballeros.» El joven vizconde re-chaza la oferta con orgullo: «Preferiría serdespellejado vivo que entregar al más hu-milde de mis subditos.» Trencavel va a darsu vida para permitir que salven la suya loshabitantes de Carcasona; y, acompañado decien caballeros, se dirige al campamentoenemigo.

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Mientras los habitantes de la ciudad huyenapresuradamente, quizá por subterráneossólo de ellos conocidos, «en camisa y pan-talones, sin otras prendas», abandonando alos invasores un botín inmenso, Trencavel esencerrado en un calabozo, con grilletes en lospies, como un criminal. Infligir semejantetratamiento a un prisionero de guerra, y detan alto rango, era, incluso desde el punto devista de las normas feudales, un acto másafrentoso todavía, si ello era posible, que ladegollina de Béziers. Breve fue el martirio deaquel joven de veinticuatro años: tres mesesdespués, el 10 de noviembre de 1209, moríaen su prisión, de disentería o envenenado.«No hubo mejor caballero, ni más generosoni más cortés —dice de él la Canción de laCruzada—. Sentía cariño por los de su país, yéstos no tenían de él ni desconfianza nitemor.» Y al cabo de siete siglos sigue siendopara el Languedoc un héroe nacional.

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En cuanto Trencavel queda preso, ArnaudAmalric ofrece las posesiones de aquél suce-sivamente al duque de Borgoña, al conde deNevers y al conde de Saint-Pol, quienes unotras otro rehusan lo que sería un bien maladquirido. Hermoso rasgo, pero que no lescuesta gran cosa, pues son ya poderosos yricos.

El que había de aceptar se llama Simón deMontfort, y va a convertirse en el númerouno de la guerra contra el Languedoc. Tam-poco éste es ningún hidalgo de gotera sin dosreales: de buena cuna, está bien empar-entado y posee grandes feudos en Île-de-France, en Normandía y en Inglaterra. Peroes codicioso, ambicioso y carece de escrúpu-los, sin dejar de ser celoso católico, de unainteligencia parigual a su crueldad y, sobretodo, uno de los capitanes más grandes de sutiempo. Bajo su mando se acaba la primerafase de la conquista, la dé la guerra relám-pago: a fines del año 1209 había tomado

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cuarenta plazas fuertes y conquistado sunuevo feudo a cintarazos.

Pero lo pierde tan aprisa como lo habíaganado. En efecto, la muerte de Trencavelprovoca la indignación general: las miliciasde Narbona se niegan a servir a Montfort, losburgueses de Castres se sublevan contra él yel conde de Foix le ataca. Y, por si fuerapoco, le falta dinero para pagar la soldada asus tropas.

Thédise, legado de Inocencio III, convoca aRaimond VI para que se explique sobre elasesinato de Pierre de ‘Castelnau. El condeacude con la conciencia limpia, seguro dedisculparse con facilidad. Pero no se lequiere oír[113]. Es más: se subordina la ab-solución de aquel crimen del que Raimondno es autor a la aceptación por éste de un ul-timátum que suprime de hecho la

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independencia languedociana: se le pide, enefecto, que arrase todas las fortalezas de susEstados y licencie sus ejércitos, que serán re-mplazados por una Policía compuesta decruzados del Norte y sostenida por los to-losanos. ¡Incluso se intima al conde y a susbarones la orden de no volver a habitar en laciudad (¿y dónde, entonces, puesto que de-bían arrasar sus castillos?), restringir su con-sumo de carne y no vestirse más que de colorpardo! Es una pura y simple provocación.Raimond se marcha sin despedirse, regresa aToulouse y hace leer el texto del ultimátumal pueblo reunido ya todos sus vasallos.Desde el país vasco al Bearne y desde Com-minges hasta el condado de Foix, el país deOc se muestra unánime: antes, laguerra[114]. El Papa sólo esperaba esto: el 6de febrero de 1211 excomulga a Raimond VIy declara sus tierras botín a conquistar.

Pero Montfort, antes de pasar al ataque,tiene que liquidar Lavaur, donde una mujer,

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la castellana Giralda, hace frente con ciencaballeros, desde hace dos meses, a fuerzasmuy superiores. Montfort envía a tomar laciudad a seis mil cruzados alemanes, pero és-tos son interceptados y deshechos por guer-rilleros que ha reclutado en el país mismo elconde de Foix. Cuando, por fin, es tomada laciudad de Lavaur, Montfort hace colgar a losdefensores que quedan, empezando por elhermano de la castellana, Aymeric de Mon-tréal, a quien había desposeído él mismo.Los herejes —de tres a cuatrocientos— sonquemados. Giralda, hija de una Investida y«creyente» ella misma, era viuda desde hacíaunos meses y esperaba un hijo. Montfort lahace sacar desnuda fuera del castillo y tirarlaviva a un pozo, echando a continuaciónpiedras en éste hasta que la mujer cesó degritar. «Fue duelo y pecado —dice la Canciónde la Cruzada—, pues habéis de saber quejamás nadie en el mundo se separó de ellasin que le hubiese dado de comer.»

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Simón de Montfort, jefe de la cruzada contralos «Albigenses». (Yan)

Montfort marcha entonces contra Toulouse;no sin hacer quemar, de paso, a sesenta albi-genses en Rabastens. En la Villa Rosa, la«quinta columna» del obispo Folquet intentafomentar una rebelión, pero Raimond VI ex-pulsa al obispo, que acto seguido va a unirseal enemigo. Cuando el jefe de los cruzadosllega ante la ciudad, en el puente de Mon-taudran, los occitanos mandados por Rai-mond VI, Gastón de Béarn y el conde deFoix, le infligen una aplastante derrota y,pasando a la con traofensiva, le persiguenhasta Castelnaudary. Por todas partes pordonde pasa el Ejército de Toulouse, aldeas ycastillos se sublevan contra los«franchimans», exterminan a los ocupantesy agasajan a las fuerzas occitanas.

Obligados a hacer un alto, los invasores sededican durante un año a la organizaciónpolítica y administrativa de la parte de ter-ritorio occitano que han conquistado. Es

sumamente interesante estudiar las medidasque imponen. En todas partes modificanprofundamente los fundamentos de la so-ciedad occitana. Ante todo, los señores meri-dionales se convierten en faydits, es decir,son sistemáticamente despojados de sus tier-ras en beneficio de los ocupantes, clérigos ylaicos. Montfort había dado la señal de la op-eración apoderándose de las tierras de Tren-cavel; su mariscal de campo, Guy de Lévis,arrebata Mirepoix a la familia de Bélissen, ysus compañeros de armas los imitan.

La Iglesia se aprovecha aún más amplia-mente de las expoliaciones; por todas parteslos ocupantes destituyen a los preladosautóctonos y se ponen sus mitras: Thédise sehace obispo de Agde; Pierre des Vaux deCernay, obispo de Carcasona, y unos cister-cienses obispos de Rodez y de Auch. Esteclero importado se adjudica también las tier-ras de los faydits: el obispo de Lodève sehace conde de Montbrun, el de Albi vizconde

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de Albi, Nieussac y Rouffiac, etc. En cuanto aArnaud Amalric, se ha servido gener-osamente: es ahora obispo y duque de Nar-bona y, además, marqués de Gotia, títulosque revelan la pretensión que tenía su famil-ia a la soberanía feudal sobre todo el Langue-doc, antes de que los Trencavel y los condesde Toulouse hubiesen puesto término a dichaambición. Así comprendemos mejor por quéy cómo el terrible abad de Cîteaux llevó acabo aquella guerra, atacando en primerlugar a Trencavel, que era vizconde de Nar-bona. Una rapacidad sin freno disfrazada defanatismo religioso explica la inmolación deBéziers.

Los estatutos de Pamiers promulgados en1212 por Montfort son una carta de adminis-tración colonial:. los expoliadores son confir-mados en sus feudos y reciben nuevasdonaciones; la Iglesia ve aumentar sus priv-ilegios; se aumentan los impuestos que ellapercibe, y se crea un nuevo impuesto en

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beneficio del Papa. Y, hecho más importantetodavía, las herencias habrán de ser trans-mitidas en lo sucesivo según la costumbredel Norte, es decir, según el derecho de pri-mogenitura, y las herederas de bienes noblesno podrán casarse más que con franceses. Laconquista va así acompañada de una ver-dadera contrarrevolución social y de una as-imilación forzosa.

El rey Pedro II de Aragón ve con indignaciónesas exacciones, y con inquietud la presenciade los franceses en las fronteras de su país.Raimond VI es teóricamente vasallo suyo, ysu hija Sancha, casada desde hace poco conRaimond VII, hijo del conde, ha recibido endote el condado de Toulouse. Pedro II, queacaba de vencer a los musulmanes cerca deJaén, con lo que ha adquirido fama de héroecristiano, interviene, pues, con toda su influ-encia cerca del Papa. Por un momento, Ino-cencio III vacila o finge hacerlo, reprochandoa Montfort sus excesos. Pero los perros que

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Roma ha soltado en el país de Oc no tienen lamenor gana de abandonar su presa. «Sub-sisten todavía restos de la pestilente plaga dela herejía, a saber, la ciudad de Toulouse,donde, como las basuras que caen a la alcan-tarilla, viene a amontonarse el residuo de lacorrupción», escriben los legados al Papa. YMontfort, por su parte, le escribe:«¡Aniquilad Toulouse, esa Sodoma, esa Go-morra, con todos los facinerosos que con-tiene! ¡Que el tirano y herético Raimond yhasta su joven hijo no puedan más levantarla cabeza, ya medio aplastada! ¡Aplastadlamás fuertemente todavía!» Inmediatamente,el Papa conmina a Pedro II a que retire suapoyo a Raimond.

El rey de Aragón, por toda respuesta, reclutaun Ejército y lo lleva a Toulouse, donde esrecibido triunfalmente. Además de los milcaballeros de Pedro II, hay ahora, para de-fender la Villa Rosa contra Montfort queavanza, mil caballeros y 50.000 infantes,

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mercenarios o milicianos de las ciudades. Lainquietud cambia de campo, pues Montfortsólo tiene la mitad menos de hombres.

El Ejército occitano organiza delante deMuret un campamento ingeniosamente forti-ficado. Raimond VI quiere esperar allí a piefirme el ataque; piensa contestar a éste conun nutrido tiro de ballestas y a continuaciónrechazar al enemigo hacia Muret y encerrarledentro, sitiándole. Este plan es tan sensato,que Montfort se desespera y dice: «¡Si no po-demos alejarlos de sus tiendas no tenemosmás solución que huir! >» Pero el plan deRaimond VI es rechazado: ¡lo que quieren elrey de Aragón y el conde de Foix es algo teat-ral, una bonita batalla campal!

Así, pues, el 12 de setiembre de 1213 los me-ridionales salen con furia al encuentro deMontfort. Éste, que no persigue brillar sinovencer, ha previsto a la vez desmoralizar alenemigo asestándole un gran golpe y ganarle

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en rapidez. El gran golpe es la puesta fuerade combate del rey de Aragón, y para con-seguirlo dispone de un pequeño comando alas órdenes de Alain de Roucy.

Pedro II es de un valor legendario; como noquiere deber la gloria más que a sus proezasy no a su rango, viste una armadura ordin-aria que no le distingue de sus barones. Loque puede hacerle reconocer es su estatura,ya que es un verdadero Hércules. Abriéndosecamino en medio de la pelea, Roucy ve a uncaballero aragonés de alta estatura, le ataca einmediatamente le desarzona. Entonces gritacon insolencia: «¡Creía que el rey era mejorcaballero!» Una voz le replica: «¡Es que éseno es el rey! ¡El rey. está aquí!» Habiéndoseasí hecho reconocer, Pedro II cae bajo losgolpes del comando. Todos los caballeros desu casa se hacen matar allí antes de aban-donar su cuerpo. Esta muerte siembra elpánico entre la infantería aragonesa, que

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refluye en desorden hacia el campamento,estorbando los movimientos de los occitanos.

Mientras tanto, las milicias tolosanas in-tentan el asalto de Muret. Pero Montfortvuelve contra ellas su caballería, rechazán-dolas hasta las orillas del Garona: 20.000hombres resultan muertos o perecenahogados. Raimond VI y su hijo se refugianen sus tierras de Provenza.

En noviembre dé 1215, el concilio ecuménicode Letrán, tras haber puesto las últimaspiedras de la teocracia romana, y a pesar delalegato del conde de Foix, atribuye el país delos Raimond al vencedor de Muret. LosPadres felicitan a éste, «hombre valiente ycatólico», sin una palabra de censura nisiquiera de lamentación sobre las exaccionesy matanzas con que se aplasta el Languedocen nombre de la Iglesia de Cristo. En 1216,muere Inocencio.

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Hecho conde de Toulouse, Simón de Mont-fort suprime inmediatamente en la VillaRosa los cargos de capitoul y las franquiciasde los ciudadanos. Recuerda igualmente aArnaud Amalric que a partir de entonces essu vasallo. Pero el nuevo duque de Narbona(que durante todo el concilio no ha dejado deproclamar que Simón es criatura suya y se lodebe todo) no lo entiende asi: sube al pulpitoy excomulga a su cómplice, a quien estacomedia no intimida en absoluto. El rey deFrancia, Felipe Augusto, por su parte, y con-siderando que la partida ha terminado,acepta el homenaje de Montfort por elcondado de Toulouse, de lo que pronto habráde sacar ventaja la monarquía de losCapetos.

Pero en el mismo momento Raimond VI y suhijo, al frente de un pequeño Ejército,emprenden la reconquista de su país.Marsella los acoge con entusiasmo y Aviñóncon delirio y a los gritos de «¡Alegría!» y

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«¡Toulouse!» El anciano conde, con lágrimasen los “ojos, da las gracias a la población:«¡Vosotros restauráis proeza y alcurnia!» Yla marcha hacia delante prosigue, alentadapor el entusiasmo de todo un pueblo que hahallado en la desgracia el cemento de suunidad.

Mientras Raimond VI marcha sobreToulouse, su hijo, «el joven conde», sitiaBeaucaire, donde Simón de Montfort y susdos hermanos, Guy y Amaury, están atrinch-erados. Los combates son feroces y los occit-anos, desencadenados, bombardean a los«franchimans» con los miembros cortadosde aquellos de sus compañeros a los queacaban de matar. Montfort ofrece entoncesretirarse con la sola condición de que le de-jen la vida salva. El joven conde tiene la in-genuidad de aceptar y Montfort aprovechainmediatamente la ocasión para retirarse aToulouse antes de que llegue allí RaimondVI.

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Pero apenas llegado Montfort a Toulouse, laciudad se subleva contra él. Montfort intentaprogresar a base de incendios, pero tropiezacon las barricadas y con los ciudadanos ar-mados de guadañas, hachas •o simplesmazos. Y mientras sus caballeros se ven re-ducidos a refugiarse en la catedral, él corre aencerrarse en el castillo Narbonnais.

Apaciguado el motín, Montfort no se entre-tiene en Toulouse: ha de correr de una puntaa otra del país en el que ciudades y castillosse sacuden su yugo. El 13 de setiembre de1217, Raimond VI hace su entrada en la VillaRosa que, cual si despertara de una pesadilla,le acoge como liberador. La gente se pega porbesar su manto. La guarnición ocupante esasesinada. Mujeres y niños levantan denuevo las murallas que Montfort habíahecho derribar. Simón, encerrado en uncampo atrincherado en los confines deToulouse con un contingente de cruzados fla-mencos, intenta apoderarse de nuevo del

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arrabal de Saint-Cy-prien, pero es rechazadotras una refriega salvaje en la que a nadie seda gracia. Pronto entra a su vez Raimond VIIen Toulouse, que hace una recepción triunfaly apasionada, casi mística, a aquel joven deveinticuatro años, el vencedor de Beaucaire.

Para Montfort, encerrado en su campamentocomo en una trampa, los meses transcurrencon lentitud. El 25 de junio de 1218, mientrasél estaba en misa, el pueblo de Toulouse de-cide tomar el rinconcito de la ciudad queMontfort ocupa todavía. Éste espera el Itemissa est y a continuación acude a contenera los asaltantes. Llega volando una piedra,lanzada por una máquina manejada pormujeres tolosanas, y aplasta la cabeza delconquistador.

La muerte de Montfort es saludada con«cuernos, trompas, repicar de campanas,carillones, tambores, timbales y clarines». El

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trovador Peire Cardinal expresa su ex-traordinario júbilo:

A Tolosa, a tal Raymon

—Le comte que Dieus guia—

Qu’aissi com nais agua de fon

Nais d’el cavalaria;

Car deis peiors homes que son

Se defen et de tot el mon

Que francés ni clerguia

Ni las autras gens no-lh an fron

Mas ais bons s’umillia

E-ls mal confon.

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(A Toulouse y al tal Raimond / —el conde aquien Dios guía— / que igual que mana aguade la fuente / de él nace caballería. / Pues delos peores hombres que hay / y del mundoentero se defiende / tan bien que nifranceses ni clerecía / ni nadie osa hacerfrente. / Pero ante los buenos él se inclina / ya los malos confunde.)

En términos menos rebuscados pero nomenos sentidos, el pueblo, que se abraza ybaila por las calles, canta:

Montfort es mort,

Es mort, es mort!

Viva Tolosa,

Ciotat gloriosa

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E poderosa!

Montfort es mort,

Es mort, es mort!

Tornan le paratge e l’onor.

Alcurnia y honor (las dos palabras esencialesde la civilización occitana), alcurnia y honorvuelven. Los capitouls y las franquicias sonrestablecidos. En una corta guerra de libera-ción, los Raimond, ciudad tras ciudad ycastillo tras castillo, reconquistan todo elpaís de Oc.

Amaury de Montfort, hijo de Simón, es denaturaleza menos belicosa que su padre y,además, carece del «nervio de laguerra»[115]. Abandona, pues, la partida.¡Para poder volver a Francia tiene que dejar

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a su tío en prenda a unos mercaderes que lehan prestado cuatro mil libras! No le quedapor vender más .que su título de «conde deToulouse», que no vale gran cosa, y se lovenderá al rey de Francia.

Muerto Felipe Augusto en 1223, es rey deFrancia su hijo, Luis VIII, príncipe insignific-ante y enfermizo, tras el que actúan, imper-iosos y calculadores, la reina Blanca deCastilla y su consejero favorito; el cardenal-legado de Saint-Ange.

Raimond VI cierra los ojos en 1222. Hahecho grabar sobre su tumba: «Jamáshombre en este mundo, por gran señor quefuese, hubiese gozado de mi tierra si laIglesia no hubiera existido.» (No y a homesur terre per gran senhor que fos / quemguites de ma terra si la Gleisa non fos.) Peroestá convencido de que, a pesar de tantaspruebas, la causa de la independencialanguedociana ha vencido. En realidad, dicha

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independencia será en lo sucesivo muy frágilporque las estructuras sociales que la sos-tenían han sido demolidas por el invasor;por otra parte, quince años de una guerra at-roz han dejado el país exangüe y arruinado.Blanca y Saint-Ange ven en ello la ocasión deasegurar a la corona de Francia el ejerciciode los derechos que Amaury de Montfort leha cedido. «Habían calculado bien el golpe—escribe Zoé Oidenbourg—; se enfrentabancon un herido apenas convaleciente y todavíaincapaz de sostenerse en pie.»

La nueva guerra (aunque bendecida tambiénpor la Iglesia) no había de parecerse a laprimera: sería, en lo esencial, una guerra sincombates. La experiencia de la cruzada haservido: el Languedoc no puede sersometido. Pero se le puede hacer pasarhambre.

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Inquisición: humillaciones, encarcelamien-tos, ejecuciones,

exhumaciones. (Bulloz)

Luis VIII cosecha laureles en Marmande ex-terminando a toda la población civil,hombres, mujeres y niños: 5.000 personas.«Fue —sigue diciendo Madame Oiden-bourg— una repetición consciente de lamatanza de Béziers que, aterrorizando a laspoblaciones, tan excelentes resultados habíadado... Pero los pueblos del Languedoc,aguerridos por diez anos de cruzada, seguardaron bien de responder, esta vez, concapitulaciones en masa.» Al contrario, los oc-citanos recobran Lavaur (donde capturan aGuy de Montfort, hermano de Simón) yMontréal (donde encuentran al que mató alrey de Aragón, Alain de Roucy, y le danmuerte). Si bien algunas ciudades ceden almiedo, Aviñón presenta una larga resisten-cia, y sobre todo Toulouse, sitiada nueva-mente, permanece inexpugnable. Luis VIIImuere sin haber reinado más que tres años ysin saborear la victoria.

Entonces empieza otra guerra, la misma quealgunos llaman hoy día por eufemismo la«guerra especial». Diseminados en todo elLanguedoc bajo el mando del senescal Hum-bert de Beaujeu, los franceses se guardan decombatir y hasta, cuando pueden, de dejarsever. Pero un mes tras otro, sistemáticamente,lanzan contra viñedos, cosechas, ganado/po-zos y viviendas, comandos de saboteadoresque huyen una vez realizada su obra. Estaguerra cuesta bastante menos cara que lacruzada y resulta mucho más eficaz: en unatemporada, el Languedoc, ya al borde delhambre, se ve reducido a la impotencia. Rai-mond VII, sin haber sido vencido por lasarmas, tiene que firmar el Tratado de Meaux,que pone prácticamente punto final a la in-dependencia de su país.

La Iglesia romana recobra todos los bienesque poseía en el Languedoc antes de la cruz-ada y recibe una indemnización de 30.000marcos de plata. Toulouse y otras treinta

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plazas fuertes son desmanteladas, trazán-dose nuevas fronteras que reducen en dostercios la extensión del país.

Raimond VII firmó aquel tratado con lamuerte en el alma, esperando sólo unaocasión para intentar liberarse de él. Pero,¿qué otra cosa podía hacer? Tras veinte añosde guerra ininterrumpida, el Languedoc noera ya más que la «Terre Gaste»[116] de quehabla el legendario ciclo del Grial, la tierraque el «golpe felón» ha vuelto estéril ymaldita, la tierra cuyo rey pescador ypecador está herido, incapaz de moverse, sinque pueda esperar revivir más que por la fe ylas hazañas de algunos caballeros Perfectos...

Como acabamos de ver, la cruzada fue esen-cialmente política. El Papado se apoya en unaventurero feudal de gran envergadura paraconquistar el Languedoc, pero el asuntotoma tal giro que, en definitiva, no se sabe aciencia cierta quién de los dos se ha servido

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del otro. Por último, la monarquía de los Ca-petos sólo interviene para comerse lascastañas que otros han sacado del fuego.

¿Acaso la herejía albigense no fue en todoeste asunto más que un pretexto? Se inclinauno a pensarlo, tanto más cuanto que en lamisma época existen en Lombardía y hastaen Roma importantes focos cátaros a los queel Papa se guarda bien de molestar, pues notiene el menor interés en ver a ningún con-dotiero a una distancia peligrosamente cortade sus Estados. Por otro lado, municipios yseñores del Mediodía declaran solemne-mente que están dispuestos a perseguir a losherejes... ¡pero que no consiguen encontrarninguno! De ahí la perplejidad de los histori-adores, que tan pronto no ven en el catar-ismo más que una pequeña secta como lla-man cátaros a todos los resistentes. En real-idad, la situación era menos sencilla: al ladode un número restringido de Perfectos, habíala masa de los simples «creyentes» que en

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nada se diferenciaban exteriormente de loscatólicos, y, además, todos aquellos que dis-tinguían mal ambas doctrinas, que tratabande conciliarias o evitaban, en aquellos re-vueltos tiempos , comprometerse demasiadocon unos o con otros.

El catarismo no fue, pues, ni una secta es-trecha ni una corriente de pensamiento di-fusa; fue una Iglesia flexible pero viva, nu-merosa y muy bien organizada que no cedióante la tempestad. Durante la cruzada, y noobstante la muerte de más de 600 Perfectos,el catarismo no cesó de ser activo: en 1210, eldiácono cátaro Bofils predica en Saint-Félix-de-Caraman, y su correligionario Mercier enMirepoix; en 1215, dos obispos, Gaucelm yBernard de La Mothe, dirigen la diócesiscátara de Toulouse, donde el diácono Guil-hem Solomon predica en las mismas barbasde Montfort, etc.

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Con el retorno triunfal de los Raimond, elcatarismo recomienza su progresión a la luzdel día: en 1228, un patriarca herético venidode Europa central al Languedoc efectúa or-denaciones. El obispo cátaro Guilhabert deCastres, apóstol infatigable, recorre el país,fundando o restableciendo mansiones con-ventuales en Laurac, Castelnaudary y hastaen Fanjeaux, feudo de los dominicos. OtroInvestido, Guilhem de Figueiras, crea enCordes una comunidad de Perfectos cuyosmiembros ejercen el oficio de tejedores y ll-egan a convertir aquel pueblecito, admir-ablemente situado en una prominencia, enuna ciudad industrial de 25.000 habitantes.Por último, en 1225, la Iglesia cátara celebraun concilio en Pieusse y crea una nuevadiócesis en el Razès.

La intervención de los Capetos trae de nuevo,agravada, la represión. El cardenal de Saint-Ange establece en todas las parroquias com-isarios para registrar fincas y casas, hace

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obligatorias las confesiones y comunionestres veces al año y prohibe la posesión delAntiguo y del Nuevo Testamento, medidasque demuestran lo opuesto de las ideas quecatólicos y cátaros tenían acerca de los medi-os de propagar la fe.

Raimond de Falgar, obispo dominico deToulouse, organiza por todo el país batidascontra las reuniones clandestinas; así, soncapturados Pierre Izarn, obispo cátaro deCarcasona, y Pagan de La Bessède, faydit quese había distinguido en la lucha contra Mont-fort. Pero dichas batidas no dejan de ofrecerpeligro para los cazadores: en los Cassès, undelator de «buenos hombres» es ejecutadoen su lecho; en Laurac, un sargento quehabía detenido a siete Perfectos es ahorcadopor el hijo de una de sus víctimas, etc. Estasrepresalias tornan prudentes a los perseguid-ores y estimulan a los perseguidos, a los quenobleza, burguesía y campesinado meridi-onales conceden su apoyo: los castillos de la

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tierra de Olmes, de la tierra de Sault, delSabarthez, la Cerdaña, los Corbières, y elFenouillède, son lugares de predicación y dereunión: en Toulouse, Alaman de Roaix abresu mansión a los herejes, y en el Lauraguais,el Perfecto Vigores de Baconia reúne a susfieles en las cabanas de los pobres...

El Papa decide entonces intensificar larepresión: el 20 de abril de 1233 instituye losInquisidores, independientes de los podereslaicos e incluso de los obispos, y que sólo alPapa tienen que dar cuenta de sus actos. Elvivero de inquisidores será la orden de losHermanos Predicadores, fundada porGuzmán, quien acaba de ser convertido ensanto Domingo. El primer inquisidor, PierreSeila, era el más íntimo compañero deDomingo y había donado su casa a losPredicadores incluso antes de que Roma re-conociera la Orden. Seila, con otro dominico,Guillaume Arnaud, instaura en el país de Ocun auténtico terror. Cada inquisidor tiene

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derecho a un contingente de veinticuatrohombres armados. La Inquisición tieneautorización para pisotear las pocasgarantías que dejan a los presuntos culpableslas reglas del procedimiento judicial ordin-ario: puede condenar con dos testimonios. Yello teniendo en cuenta que la Inquisiciónpuede interrogar a los testigos a puerta cer-rada, no revelar ni los nombres de los mis-mos ni las declaraciones hechas, oír comotestigos —cosa hasta entonces nunca vista—a los padres, domésticos, cómplices y enemi-gos capitales del acusado, y también a laspersonas consideradas infames: excomul-gados, herejes, ladrones, prostitutas y crim-inales[117]. Además, el inquisidor es el únicoque pronuncia la sentencia: sus asistentes notienen ningún poder. El acusado conservaefectivamente, en principio, el derecho a ten-er un defensor, pero de hecho nunca hallaabogado, ya que defender a un hereje exponea quien lo hace a ser sospechoso de herejía. A

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partir de 1252, la Inquisición copia de la jus-ticia laica la tortura, ignorada hasta entoncespor la justicia eclesiástica. No obstante,como la efusión de sangre es considerada porlos clérigos como crimen canónico, la Inquis-ición habría de contentarse con asfixiar pormedio de agua y con romper los huesos: ¡ lacasuística tiene unos pudores...!

En lo sucesivo, todo el país de Oc vive con laobsesión de las denuncias. En efecto, no sonlos Investidos los únicos candidatos a lahoguera; los «creyentes» lo son también.Hasta aquellos que han sido vistos diez oquince años antes conversando con un Per-fecto pueden incurrir en condenas de gravesconsecuencias familiares, económicas o so-ciales: multas, marcas infamantes cosidas enlas vestiduras, peregrinaciones forzosas devarios años, destrucción de las habitacionessi éstas han sido «mancilladas por losherejes». Un hereje puede ser condenado acadena perpetua aun habiéndose convertido

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sinceramente y, si bien la Inquisición puedeperdonarle, puede también, si le place,hacerle volver a la cárcel. Y la Inquisiciónutiliza ampliamente dicha facultad: en 1243,el . concilio de Narbona deplora que no sepueda encontrar bastante piedra para edifi-car todas las cárceles que hacen falta.

Este terrorismo policíaco y judicial tropiezacon una viva resistencia. En Cordes, en 1233,la población arroja a dos inquisidores a unpozo que puede verse aún hoy día, con unaplaca conmemorativa de dicha hazaña. EnAlbi, en 1234, el inquisidor Arnaud Cathala,que había expresado la pretensión de exhu-mar el cuerpo de una mujer para quemarla,recibió una fuerte paliza y hubo de huir. EnMoissac, habiendo sido condenadas a lahoguera 210 personas, uno de los condena-dos consigue escaparse in extremis; losmonjes de la abadía de Belleperche leocultan y le hacen pasar por uno de lossuyos.

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Cordes (Tarn): la población, sublevada, arro-jó a los inquisidores a este pozo. En el pilar

de la derecha, una placa conmemora la haza-ña). (Yan)

En Toulouse, en 1235, los capitouls hacen ex-pulsar manu militan a los inquisidores, quemolestaban a algunos notables, luego a todoslos dominicos y, por último, al obispo, ElPapa quiere intervenir, pero la propia Blancade Castilla le aconseja prudencia, por temora una revuelta general que se está ya in-cubando. Toulouse cesa en las expulsiones acambio del abandono de las acusaciones.

Si bien consigue hacer la vida imposible a to-do aquel que había tenido alguna simpatíapor los cátaros, la Inquisición tiene menoséxito frente al catarismo militante. Inaprens-ibles, servidos por una organización muy efi-ciente, los «buenos hombres» no cesan depredicar. Los fieles les sirven de explor-adores, de agentes secretos y de mensajeros.Encuentran escondrijo seguro en la ciudaden las casas de los creyentes y, en el campo,en las cabanas de los leñadores, en losbosques, y, sobre todo, en las spoulgas,

grutas inaccesibles de la montaña con la en-trada fortificada y que todavía pueden verseen varios lugares del Alto Ariège, como enBouan. Predican de noche, al aire libre, pro-tegidos por centinelas, gentes de armas ycaballeros, ante fieles escogidos, a quienesno se les avisa del lugar en que se ha de cel-ebrar la reunión secreta hasta el últimomomento.

Despojada de sus bienes inmuebles, laIglesia cátara conserva valiosos tesoros mon-etarios, fruto de legados o colectas, ocultosen sitios seguros. Así pueden los «buenoshombres» subsistir, viajar, difundir escritosy pagar complicidades: uno de sus jefes, elobispo Bertrand d’En Marti, detenido en1237, paga a sus carceleros 300 sueldos deToulouse por su evasión.

Es más: quedan en el país de Oc dos reductosen los que la Inquisición no se atreve a pen-etrar y en los que los albigenses no se

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molestan en ocultarse. Uno de ellos es elFenouillède, territorio lindante conCataluña, en el que los faydits, los caballeroserrantes, mantienen una guerra de guerril-las. El otro, inviolado en lo más fuerte de lapersecución, reducto de la Iglesia cátara en elque ésta celebra su culto a !a luz deldía,donde reside unas veces uno y otras otrode sus jefes y donde viven Investidos e In-vestidas, es el castillo de Montségur.

Del Fenouillède surgió, un día del año 1240,un ejército que el pueblo sí esperaba, pero nolos conquistadores. Al mando de RaymondTrencavel, llamado el Joven, hijo del héroemuerto treinta años antes en un calabozo, yseguidos de soldados de infantería ar-agoneses y de un importante material de ase-dio, los faydits sublevan los Corbières, liber-an Limoux, Minerve, Montréal, Alzille,Caune y Pépieux, y pronto son recibidos tri-unfalmente en los arrabales de Carcasona,ciudad a la que Trencavel el Joven pone

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entonces sitio. Sitio que había de ser el máslargo de la historia de Carcasona, durante elcual tuvieron lugar enconados combatescuyas cicatrices ostentan todavía hoy día lasmurallas, y que no sería levantado hasta alcabo de tres meses, cuando el rey de Francia,Luis IX, envía un ejército en socorro de suencerrado senescal. La empresa de los fay-dits no tuvo continuidad: unos hubieron deentregar sus castillos, otros se refugiaron enEspaña, y otros, por fin, se ocultaron en lasmontañas.

Sin embargo, el conde de Toulouse, RaimondVII, sólo esperaba una ocasión para liberarsede las cadenas del Tratado de Meaux. Trashaberse asegurado el apoyo de los reyes deInglaterra, Aragón, Navarra y Castilla, deHugues de Lusignan, de Trencavel el Joven—a quien había animado la aventura queacabamos de narrar— y del conde de Foix,anunció su decisión a sus subditos. Una vezmás estalló el entusiasmo por todos los

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rincones de la terra moundino, y todos es-tuvieron sólo pendientes de una señal paratomar de nuevo las armas. Y esta vez la señalfue una operación ejecutada desdeMontségur.

En el mes ,de mayo de 1242, procedente deLavaur, donde había hecho quemar vivas avarias personas, un grupo de once in-quisidores dirigidos por los hermanos Guil-laume Arnaud y Étienne, a los que acom-pañaban notario, escribanos y gente armada—unos. cincuenta hombres en total—, llega,la víspera de la Ascensión, a Avignonet,aposentándose de oficio en una casa pertene-ciente al conde de Toulouse. Ramón d’Alfaro,«bayle» —es decir, senescal— de RaimondVII, les acoge con la mayor amabilidad delmundo, pero enviando al mismo tiempo uncorreo al comandante de la guarnición deMontségur, el faydit Pierre-Roger de Mire-poix, para informar a éste de la presencia deaquellos visitantes. Pierre-Roger se pone

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inmediatamente a la cabeza de una pequeñatropa a la que no necesita decir lo que de ellaespera. Los conjurados toman acto seguidoel camino de Avignonet; han de recorrer másde cien kilómetros, pero tienen tanta prisaque llegan a su punto de destino en una jor-nada, a pesar de no haber cambiado más queuna vez de caballos y de haber aumentado latropa en el camino con varios hombres que,como los miembros de la misma, tenían ami-gos y parientes a quienes vengar y deseabanhacerlo.

Pierre-Roger, acompañado de unos cuantoshombres de armas, se detiene en el bosquede Antioche, presto a intervenir en caso deocurrir algo imprevisto, diciendo a los quevan a proseguir el camino:

«¡Andaos con cuidado; si no me traéis elcráneo de Guillaume Arnaud, nunca máspodréis hacer nada que me sea agradable!» Ala puerta de la casa condal, los conjurados

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son recibidos por Ramón d.’Alfaro, que vistejubón blanco, rodeado de habitantes deAvignonet que se han presentado voluntariosy a quienes ha hecho distribuir hachas. Al-faro guía a la pequeña tropa hasta las hab-itaciones en las que los inquisidores y sugente duermen como troncos. Abren ahachazos las puertas. Los inquisidores sedespiertan sobresaltados, se arrodillan eimploran.

—Va be! Está be! (¡Ya está bien!) —inter-rumpe secamente Alfaro dejando caer sumaza de armas.

Momento después, los inquisidores y su sé-quito yacen, alineados en el suelo, comopiezas de caza, salvajemente asesinados. Losasaltantes se disputan los trofeos: a quiénuna caja de especias, a quién un pedazo dehábito ensangretado. Alfaro ordena entoncesque den hachones a todos y la tropa sale sol-emnemente de la ciudad, a la luz de las

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antorchas, en comitiva. Llegados al bosque,donde los espera Pierre-Roger, los hombresprorrumpen en alegres bromas.

Todos se disputan el honor de haber dado elprimer golpe. Uno exclama:

—¡Todos están muertos! ¡Nunca en la vida heestado tan contento! Otro dice en son demofa:

—Acabamos de oír el último sermón delhermano Arnaud. Pierre-Roger le pregunta:

—¿Qué has hecho de su cráneo que mehabías prometido?

—¡Ay! ¡Está hecho añicos!

—Tenías que habérmelo traído, a pesar detodo. ¡Habría hecho engastar en oro los tro-zos y hubiese bebido en él durante lo que mequeda de vida!

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Luego, la tropa regresa hacia Montségur. Eleco de su hazaña se ha extendido ya por todoel país, y todas las aldeas los agasajan. EnSaint-Félix, el cura católico echa las cam-panas a voleo en su honor y les invita a sumesa.

Todos los sorprendentes detalles de estamatanza nos son conocidos a través de susautores, Alzeu de Massabrac, Imbert deSalas, etc., que no pusieron dificultad algunapara narrarlos al ser más tarde interrogadospor los inquisidores de Carcasona. Si noshemos extendido tanto sobre este sanguin-ario episodio, ha sido únicamente porquerevela la amplitud v profundidad de los odiosque había suscitado la Inquisición: nadietuvo la caridad de advertir a las víctimas, nicorazón para traicionar a los culpables, con-siderados como justicieros.

La matanza de Avignonet dio la señal de unanueva insurrección general: mientras

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Enrique III de Inglaterra desembarcaba enRoyan, la bandera de Toulouse fue izada unavez más sobre gran parte del Languedoc.Pero era el último sobresalto de un paísherido ya de muerte. Luis IX contestó alataque sin perder momento, derrotandosucesivamente a Hugues de Lusignan y a En-rique III. Raimond VII, privado de sus prin-cipales aliados, hubo de hacer la paz con elrey de Francia, y esta vez para siempre. En1243 firmó su sumisión definitiva, dando acontinuación la mano de su única hija alhermano de Luis IX: el Languedoc quedabaunido a Francia.

Pero había aún un testigo que clamaba alcielo: Montségur.

Yendo de Foix a Mirepoix se ve a mano dere-cha, a la entrada de Lavelanet, una subidaterrible con vueltas y revueltas, subida que

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es, para el viajero que por ella se mete, elcamino de Damasco: en un recodo ve surgirde repente, bañado en luz y sostenido a granaltura en el cielo por una gigantesca ola depiedra, un barco fantasma, desarbolado, er-rático y solitario. La brusca aparición deaquel blanco pecio, centelleando como undiamante en el más hermoso paisaje demontaña del mundo, deja .sin aliento inclusoa aquellos que nada saben de su historia: unose enfrenta con Montségur como si recibieraun puñetazo.

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El castillo de Montségur (Ariège), últimobastión cátaro. Al pie de la montaña, en el ul-

timó recodo de la carretera, el Champ desBrûlés (Campo de los Quemados). (Yan)

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El lugar donde tal golpe se sufre lleva elnombre que merece: es el collado delTremblement[118]. Frente al pilón de azúcarque tiene el castillo por cimera se alza otromonte: el Thabor[119]. Más allá, separadospor el Trou de 1’Ours[120], aparecen el picode Saint-Barthélemy y el del Soularac, que secontempla en el lago de! Diable, y el lago delas Truites[121], el único del país en el quejamás se pesca un pez, y con motivo: hay quecomprender su nombre como lago de losDruidas. Hacia el Norte, por último, se alzala cresta de Morenci. Para los ancianos, to-dos aquellos parajes están todavía hoyencantats.

Según la leyenda, el pedestal de Montségurfue construido por los hijos de Gerión, gi-gantes que realizaron dicho trabajo lanzán-dose de un monte a otro masas de roca.

Esta leyenda expresa a su modo hechosreales. En efecto, todo el paisaje contienehuellas de habitantes y de cultos muy antigu-os. En la vertiente oriental del Soularac sehalla un cromlech insólito cuyas piedrasdibujan dos grandes circunferencias tan-gentes, figura que se halla, a su vez, reprodu-cida en un menhir recortado en cruz, sobre lacresta de Morenci. Y esta cresta, por suparte, hállase jalonada de signos’rupestres,especialmente cúpulas dispuestas como lasestrellas de la Osa Mayor. Se han descubiertoen las cercanías, sobre una roca tallada enforma de escalera, esqueletos adornados concollares de azabache y dientes de animales.También en estos parajes se encontró un ob-jeto que todavía no ha confesado su secreto:la famosa Mano de Morenci. Esta mano, es-culpida en esteatita, mineral desconocido enla región pero abundante en Andalucía, tienelos cinco dedos mutilados; ignórase para quéservía. Esta notable concentración de

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vestigios arqueológicos indica que los «hijosde Gerión», en la noche de los tiempos, ocu-paron y santificaron el lugar de Montségur,cuyo nombre se deriva, según algunos, de lapalabra celta Egu: Sol.

El carácter sagrado de dicho lugar se ha per-petuado en las costumbres y creencias deque no ha dejado de ser objeto: hasta finalesdel siglo XVI, la gente del país iba en pro-cesión al monte Thabor, el, 23 de agosto porla noche, para ver salir el sol al día, siguiente,fiesta de San Bartolomé, apóstol de la India.Durante la noche, los jóvenes de ambossexos cantaban más canciones atrevidas quecánticos, y daban libre curso a sus ardores;supervivencia evidente de una fiesta pagana.Dícese también que cuando se echa unapiedra al lago «de las Truites» estalla inme-diatamente una espantosa tormenta, cosaque a veces ocurre efectivamente, por ser lastormentas frecuentes en la montaña.

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Se ignora la clase de construcción que ador-naba el pico de Montségur antes de que se le-vantara allí el castillo; lo único que se sabe esque había una y que ya la frecuentaban loscátaros. En efecto, en 1204, verosímilmentea petición de Esclarmonde de Foix, hereje in-vestida, los obispos cátaros Raimond de Be-lissen, Raimond de Blasco y Gaucelm pidi-eron a Ramón de Perelha, señor del lugar,que reconstruyese las ruinas de Montségur.El arquitecto encargado de dicha obra fueArnaud de Bacellaria, señor de Villars, cercade Fanjeaux, y discípulo del ingeniero militaroccitano Escot de Linars. Así fue cómo en elaño 1209 quedó terminado el castillo.

El peregrino que, una vez escaladas las es-carpaduras del pilón de azúcar, penetra enlas ruinas de Montségur, comprueba lo in-sólito de las mismas: el castillo, aunque deacceso difícil, no lo es más que muchas otrasfortalezas de la región, siendo, por el con-trario, mucho más vulnerable. Su puerta

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monumental y sus murallas, casi por com-pleto desprovistas de almenas, parecen malconcebidas para la defensa; no ocupa todo elespacio disponible en la cumbre del pilón deazúcar, no tiene ningún flanqueo, y, por úl-timo, ni controla punto estratégico alguno nipertenece a ninguno de los sistemas deplazas fuertes existentes en las cercanías.Llega uno entonces a preguntarse si Mont-ségur, que con su altitud de 1.200 metrostiene el único privilegio de ser, de todos loscastillos occitanos, el más cercano al cielo, nohabría sido construido según normas y con-fines extraños al arte militar. Pregunta a laque un excelente especialista, Fernand Niel,ha podido responder en la obra capital queha consagrado al castillo de Montségur[122].

A Monsieur Niel lo primero que le chocó fuela contradicción siguiente: si bien la con-strucción parece completamente arbitraria(ninguno de los muros está orientado hacialos puntos cardinales y tampoco la longitud

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de ninguno de ellos consta de un número en-tero de pies, codos o toesas, medidas de laépoca), la misma resulta, sin embargo, de unplano geométrico preciso y de una talla ex-cepcionalmente exacta de las piedras. Y es-cribe: «No debieron de disponer allí arribaaquellos bloques de piedra con una precisiónrayana en la perfección para edificar unaconstrucción desprovista de sentido.»

Tras haber verificado sobre el terreno, dur-ante años, centenares de medidas, MonsieurNiel, luego de pacientes cálculos que el lectorpuede hallar en su libro, ha podido de-mostrar que a cada solsticio, a cada equinoc-cio y a cada orto del sol en uno de los doce si-gnos del zodíaco corresponde una de las alin-eaciones notables del edificio.

Como siempre, han aparecido mentes super-ficiales capaces de rechazar, en nombre del«sentido común» y en folletos todavía mássuperficiales, cuatrocientas páginas de

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observaciones y cálculos. No han faltado,pues, personas que han podido escribir, sinpestañear, que si Montségur es un inmensocalendario solar ello es «puramente for-tuito»[123]. ¡Seamos serios!

Montségur, dotado, según las directrices delos Perfectos, de una arquitectura esotérica,aparece así como un edificio religioso disim-ulado bajo las apariencias de una obra milit-ar. «El edificio —escribe Monsieur Niel— de-bía de poder pasar por una fortaleza; las dis-posiciones del plano de construcción teníanque dar de manera “disimulada”, por mediode alineaciones apropiadas, las principalesdirecciones del sol naciente.»

Subrayamos que otros castillos occitanos,como el de Quéribus, en los Corbières —quesirvió también de refugio a los cátaros—, o elde Puivert —en el que la madre de Trencaveltuvo «tribunal de amor»[124]—, presentan,

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en menor grado, disposiciones comparablesal de Montségur.

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Montségur: una arquitectura esotérica.(Tallandier)

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Pero la tesis de Monsieur Niel se ha visto,muy reciente mente, notablemente reforzadacon los trabajos de un arqueólogo, HenriColtel. Este último ha descubierto o explor-ado unos cuarenta subterráneos de los siglosXI y XII dispersos por el sudoeste de Fran-cia, y ha tenido la sorpresa de comprobar:1.°, que todos esos subterráneos conteníanuna sala-capilla provista de una especie dealtar, y 2.°, que todos los de la misma regiónestán orientados de tal modo que convergenhacia un mismo punto[125]. Tras un pro-fundo estudio de estas singulares construc-ciones, Monsieur Coltel se ha convencido de”que no eran única ni siquiera esencialmenterefugios, sino también, y sobre todo, lugaresculturales en los que los cátaros, desde antesde la persecución, celebraban ceremoniasiniciadoras.

«Hay que cortarle la cabeza al dragón»,había dicho Blanca de Castilla. En mayo de

1243, el senescal del rey de Francia, Huguesdes Arcis, pone sitio a Montségur. El castillo,junto con las grutas a las que domina y lasfrágiles casitas que habían sido construidasalrededor, abrigan en aquellos momentos de400 a 500 personas: 150 defensores, sus fa-milias, y unos 200 Perfectos y Perfectas. Lanaturaleza del terreno y la complicidad delos habitantes hacen difícil el cerco de laplaza.

A pesar de los sitiadores, abastecedores yemisarios van y vienen, durante meses, at-ravesando las líneas por vertiginosos sender-os sólo de ellos conocidos. Así, el 1.° de enerode 1244, Montségur recibe un mensaje de laiglesia hermana de Cremona, en Italia, que sibien vive en paz se preocupa por la suerte delos habitantes de la fortaleza. Más aún: al-gunos de los hombres de Hugues des Arcisdesertan y se unen a los sitiados. Es pues se-guro que, entre estos últimos, los Perfectos yPerfectas habrían podido fácilmente, de

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haberlo así querido, huir de la suerte que lesaguardaba y cobijarse en alguno de los nu-merosos refugios que aún se les ofrecían enel país.

En noviembre de 1243, los contendientes sededican a bombardearse recíprocamente conpedruscos: el obispo de Albi, Durand, que estambién ingeniero militar, ha conseguido,gracias a unos comerciantes mercenariosvascos, izar una catapulta a corta distanciade la fortaleza, pero otro ingeniero, Bertrandde Bacellaria, sobrino del constructor delcastillo, ha podido llegar a Montségur ymontar allí otra máquina de guerra quedevuelve golpe por golpe. Dos meses des-pués, la pérdida de una barbacanaavan—zada hace muy crítica la posición delos sitiados.

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El blasón de Sabarthez: presencia del Grial

Entonces, dos «buenos hombres», PierreBonnet y Matheus, abandonan el castillo car-gados con pesados bultos. Llegan a las líneasenemigas en un punto en el que están deguardia hombres nacidos en la región y que,cómplices secretos de los cátaros, Íes dejanpasar. Lo que ambos herejes llevan consigoes el tesoro de guerra de Montségur, «unagran cantidad de piedras preciosas y demonedas» que van a poner inmediatamentea buen recaudo en una spoulga del Sabarthezperteneciente al señor cátaro Pons-Arnaudde Castelverdun. La evacuación de dicho te-soro nos es conocida por la declaraciónhecha más tarde ante la Inquisición de Car-casona por uno de los defensores de Mont-ségur, Imbert de Salas.

El 30 de abril de 1244, los jefes de los sitia-dos, Ramón de Perelha y Pierre-Roger deMirepoix, intentan una salida que fracasa.Los combates son sumamente mortíferos.

Las esposas e hijas de los caballeros occit-anos, tras haber recibido la convinenza, cor-ren a las murallas para ayudar a loshombres, mientras los Perfectos van de unoa otro para «consolar» a los moribundos. Aldía siguiente, después de nueve meses deasedio, Montségur pide negociar larendición.

Las condiciones del adversario sorprendenpor su indulgencia: el castillo será entregadoal rey de Francia y a la Iglesia romana, perosus defensores serán absueltos de todas susfaltas, incluso la matanza de Avignonet, me-diante el cumplimiento de leves penitencias.Iguales condiciones se conceden a los herejessi consienten en abjurar. Por último, la guar-nición permanecerá dueña de la plaza dur-ante quince días, al cabo de los cuales podráretirarse con armas y bagajes.

Este inesperado plazo permite a los sitiadoshacer bastantes cosas. Se cree que lo

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utilizaron para sustraer a la profanación losrestos de los Perfectos y Perfectas que habíanmuerto en Montségur, y quizá los de los san-tos personajes del catarismo que, según unatradición imposible de comprobar, pareceser que habían ido allí a terminar sus días: elapóstol Guilhabert de Castres y la granEsclarmonde de Foix. El reciente descubri-miento de esqueletos en unas grutas tapia-das, debajo del castillo, parece demostrarque, en efecto, así aconteció.

También se ha hecho observar que aquel año1244 el equinoccio de primavera caía en el 14de marzo, y que precisamente en el momentode dicho equinoccio los maniqueos conmem-oraban la pasión de Mani con una fiesta de laque nada sabemos, la Bema. ¿Quisieron loscátaros, antes de abandonar Montségur, cel-ebrar allí, por última vez, una fiesta de estegénero? Es cosa que se ha supuesto.

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Lo que sí es seguro es que Perfectos y Per-fectas distribuyeron a los defensores lo pocoque poseían de su propiedad y dieron el con-solament a aquellos que deseaban recibirlo;entre éstos, once hombres de guerra y seismujeres, que hubiesen podido todos ellos sa-lir libremente del castillo, pidieron pronun-ciar unos votos que los condenaban a unmartirio inmediato.

La noche del 16 de marzo de 1244, losherejes, a quienes se había exhortado envano a que se convirtiesen, fueron brutal-mente sacados del castillo por los soldadosde Luis IX, es decir, de san Luis. Les hicieronbajar la pendiente encadenados. Eran ennúmero de 215: Perfectos, simples creyentesy convertidos de última hora. En cabeza delos mismos iba su obispo Bertrand d’EnMarti, y entre ellos había hombres heridoshacía pocos días en combate y mujeres quepor su fe acababan de dejar, con inmensodolor, a esposos e hijos, como la anciana

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Marquesia de Lantar, su hija Corba, esposade Ramón de Perelha, y su nieta Esclar-monde de Perelha, una adolescente lisiadade las piernas, «consolada» hacía pocotiempo. Al pie del picacho, en un terreno val-lado, había una gigantesca hoguera pre-parada. El sitio se sigue llamando el Campdes Cramatchs[126]. Hombres y mujeresfueron a la muerte cogidos de la mano y can-tando himnos (véase grabado pág. 132).

Pero mientras se elevaban las llamas, cuatrosombras salían del castillo y se descolgaban,con ayuda de cuerdas, a lo largo de la verti-ginosa pared oeste del pico. Eran los Perfec-tos Amiel Alcard, Hugo, Pictavin y otro cuyonombre es incierto. Llevaban consigo unamanta anudada en forma de hatillo. La fugala había organizado Pierre-Roger de Mire-poix; su pariente Arnaud-Roger de Mirepoix,testigo de los hechos, los contó más tarde a laInquisición, explicando: «Se hizo así para

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que la Iglesia de los herejes no perdiese sutesoro.»

Desde el Campo de los Quemados, loscátaros que se retorcían en las llaman vieronencenderse una gran hoguera en la cumbredel Bidorta: .los cuatro evadidos les hacíansaber que habían cumplido su misión.

¿Qué tesoro contenía la flaciata, el petate delos cuatro Perfectos? Seguramente que noera un tesoro monetario, puesto que las re-servas de oro y piedras preciosas de Mont-ségur habían sido ya evacuadas cuatro mesesantes. Tratábase sin duda de archivos, de lib-ros sagrados o de una reliquia; en todo caso,de una cosa tan preciosa o tan secreta que enmodo alguno debía caer en manos de losperseguidores.

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La spoulga de Bouan (Ariège): «...salvo untrozo de castillito, cuya techumbre toca en

tierra”. (Yan)

Tras la rendición de Montségur, los refugiosde. que disponen los «buenos hombres» sevan haciendo cada vez más raros. Lugar deasilo demasiado conocido de la Inquisición,el castillo de Usson deja pronto de ser se-guro. La formidable fortaleza de Quéribuscapitulará, a su vez, en 1256. Los últimosPerfectos no son más que unos trogloditas,que se esconden en las grutas de la Ermite ydel Grand-Père, y en las spoulgas de Bouan,Ussat y Ornolac. En estas vastas cavernasfortificadas, con múltiples salidas y provistassiempre de agua por los ríos o lagos subter-ráneos, subsistirán varios años; en ellas sehan hallado muelas de moler grano y aceite yhornos de pan, así como instalaciones y si-gnos grabados en la roca que permiten creerque las spoulgas, además de refugios, eranlugares de culto, quizá frecuentados por los«buenos hombres» desde antes de lapersecución.

El alto valle del Ariège fue la última guaridaconocida de los albigenses; allí se vio todavíaen el siglo xiv a un prosélito, Pierre Authié,natural de Montségur, organizar comunid-ades clandestinas. Capturado, evadido yaprehendido de nuevo, Pierre Authié fuequemado en 1311. Le sucedió Guillaume Béli-baste, quien, denunciado por un espía, subióa la hoguera en 1321. Después de él, nada.

Nada, excepto el pertinaz recuerdo de unaépoca política y religiosa que había de reviviren otros combates y en otras repulsas y quehabía de señalar, y sin duda señala hoy to-davía, la faz de los países de lenguas de Oc.Primero, la Reforma: en sus Tragiques,Agrippa d’Aubigné, reivindicará orgul-losamente para los protestantes la herenciade los albigenses. Y el joven Enrique de Nav-arra irá en peregrinación a las spoulgas delCondado de Foix, donde todavía se puedeleer su nombre grabado en la roca. Mástarde, los camisardos, locos de Dios vestidos

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de blanco, que habían de construir en losmontes Cévennes el nido de la Iglesia delDesierto, habían de reivindicar también parasí el catarismo.

A unos y otros la hoguera de Montségurdebió de parecerles una extraña y potenteencarnación de la profecía en la Historia.«Yo os bautizo en el agua, pero otro vendrámás poderoso que yo, que os bautizará en elfuego y el Espíritu Santo.» Los cátaros, querehusaban el bautismo con agua, hallaronquizás en esta frase el secreto de la muertegozosa.

De todos los nombres dados a los herejes oc-citanos, el que ha prevalecido en la Historiaes el de albigenses. Pero, ¿por qué?

La atenta lectura de las crónicas demuestraque Albi jamás fue uno de los centros vitalesde la herejía. «Esta ciudad —escribe FernandNiel— parece incluso haber sido una de las

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menos .contaminadas, y sus habitantes sum-inistraron fuertes contingentes a las miliciasreclutadas para combatir a los protectores delos herejes[127].» Por cierto que un tratadocátaro, el Liber de duobus principiis, quehabla de los «verdaderos cristianos cuyonombre exacto es albanenses», no lo hace re-firiéndose a las sectas del Languedoc, sino alas de la Europa sudoriental. No fue, pues, acausa de la hermosa ciudad de las orillas delTarn por lo que los Perfectos fueron llama-dos los albigenses, es decir, los Blancos. Nitampoco, ni mucho menos, a causa del colorde sus vestidos, puesto que llevaban, ceñidoal talle por un cordón como los de los fran-ciscanos, un manto de lana negra.

Varios historiadores han observado de pas-ada la anomalía de dicho nombre, sin darsecuenta, sin embargo, del interés que habríaen dilucidarlo. Pues bien; para nosotros, elnombre de albigense, como todos los demásnombres dados a los herejes languedocianos,

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revela, por un lado inesperado, el origen ma-niqueo de sus creencias, origen del que tam-bién por otro conducto tenemos pruebas.

Hemos visto, en efecto, que el legendariofundador del maniqueísmo procedía, segúnla tradición, de la secta de los «Vestidos deblanco» cuyos miembros eran llamados tam-bién los «Puros». Podemos, pues, señalarque el nombre de «albigense» no es otra cosaque la traducción exacta del primero de di-chos términos, y el de «cátaro» la del se-gundo. Tanto entre los discípulos de Manicomo entre los «buenos hombres», el vestidoblanco a que nos referimos no es más, en-tiéndase bien, que un símbolo de la purezade alma y de la luz espiritual[128]. Irtejiendo poco a poco dicho vestido parapoder un día cubrirse con él, tal es la vía queconduce a la salvación, y por ello los Perfec-tos eran llamados también «Tejedores» e«Investidos».

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Y, por último, no es casual que los descendi-entes de la secta de los «vestidos de blanco»que todavía subsisten en Oriente, se den a símismos, como lo hacían los herejes occit-anos, el nombre de cristianos de sanJuan»[129].

Los cátaros eran asimismo llamados «patar-ins», de la palabra latina patera, que designauna copa[130]. También aquí es sorpren-dente que a nadie se le haya ocurrido cotejareste término con el nombre de Mani o Ma-niqueo. Sabemos, en efecto, que ya losprimeros maniqueos relacionaban estenombre, que significa «gema», «gema vivi-ente», con las palabras mana, mana-hayyâ,mana-chei: vaso, vaso viviente, vaso quevierte el maná[131]. Si bien retorcían unpoco la etimología, estos juegos de palabrasno eran inmotivados; demostraban queaunque se presentara a Mani como un per-sonaje histórico por necesidades de la evan-gelización de las multitudes, no era para los

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iniciados más que un principio abstractosimbolizado por un vaso nutricio o unapiedra maravillosa.

Ahora bien; en la misma época en que los«patarins» prosperaban en tierras de Oc, laimagen del citado vaso, de la mencionadapiedra, se expande en una leyenda de granbelleza que fascina las mentes de Occidente ycuyo brillo no será empañado ni su prestigioagotado por los siglos: la Busca del Grial.

Los ciclos romancescos del Grial plantean ala crítica tantos y arduos problemas, que loseruditos quizá no terminen jamás de discutirsobre ellos. Por lo tanto, no es cosa de añadiraquí ni una sola página a la montaña devolúmenes ya consagrados a este tema. Re-cordemos únicamente que la literatura refer-ente al Grial abarca cuatro ciclos principalesque se estructuran respectivamente en tornoal Perceval de Chrétien de Troyes, hacia1180; de la Estoire dou Graal, de Robert de

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Boron, hacia 1190; del Perlesvaus, hacia1200, y del Parzival, de Wolfram von Es-chenbach, hacia 1210, obras a las que seunirá posteriormente una Queste du Graalcristianizada, de inspiración cisterciense, quedifiere sensiblemente de los otros relatos.

De estos cuatro grandes ciclos se desprendenlas constantes de la leyenda y los tipos de sushéroes.

Y, en primer lugar, ¿qué es el Grial? En lasnovelas de los tres primeros ciclos es un pla-to o una copa; según Wolfram von Eschen-bach, es una piedra preciosa caída del cielo.Pero para todos el Grial es un objeto mis-terioso y «santísimo» dotado de un doblepoder mágico: permanece invisible paraquien es indigno de acercarse a él, pero ali-menta milagrosamente a quien ha sabidodescifrar su secreto y situarse así en el linajede los «Reyes de Grial», a los que un incid-ente maravilloso anuncia siempre de

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antemano su vocación por la Busca. Este ob-jeto fabuloso, cuyo origen han situadobastantes sabios en la patria de Mani[132],aparece también en las mitologías célticas,en las que el símbolo de la soberanía es unasveces un caldero, plato o copa venidos delotro mundo, y otras veces una piedraasentada en el centro del país y que produceun ruido’estridente cuando sobre ella se posael pie del que ha de ser rey[133]. Más tarde,el Grial cristianizado será presentado, biencomo la fuente en que Jesús comió el corderopascual, o bien como el cáliz de la Cena en elque, según se dice, recogió José de Arimateala sangre de Cristo cuando la Pasión.

El Grial se halla oculto en un castillo secreto,el «castillo peligroso», templo y fortaleza a lavez, en el que sólo se penetra tras haber ven-cido numerosas asechanzas y franqueadocon éxito múltiples obstáculos.

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La aventura comienza en la Corte del rey Ar-turo o Artús, en torno a la famosa Tabla Re-donda en la que el duodécimo asiento, el«asiento peligroso», permanece vacío a la es-pera de que en él se inscriba el nombre delcaballero digno de ocuparlo. Éste será Per-ceval, a quien su madre, una «dama viuda»,ha criado en una finca del bosque para sus-traerle a los golpes de los enemigos que lehan despojado de su herencia. Por haber así«perdido los valles se da a Perceval, en cier-tas versiones, el nombre de Perles-vaus. Per-ceval es como un semisalvaje ingenuo, un«loco puro»: Wolfram von Eschenbach lellama Parzival. Así designado para la Busca,Perceval la emprende con otros caballeros deArturo, pero él es el único que posee las vir-tudes que le permitirán llegar hasta el finalde la mencionada busca.

Perceval llega un día a la «Terre Gaste», latierra desolada que, a consecuencia de un«golpe felón», ha sido fulminada por una

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especie de maldición mágica: en ella ya nocrece nada; las mujeres se han quedado viu-das, y huérfanas las doncellas por habermuerto en gran número los caballeros. El reyde aquella tierra participa personalmente dela desolación general: una herida le haméhaigné, le ha dejado tullido y, privado deluso de las piernas, ya no puede cazar y matael aburrimiento pescando. Desde su barca in-dica a nuestro héroe el camino de un castillo,pues en la «Terre Gaste» es donde se en-cuentra el castillo del Grial, llamado Mont-salvatge por Wolfram.

El joven entra en el castillo, donde halla denuevo al Rey Pescador, que yace en un lecho.Ve aparecer primero una lanza que sangra y,a continuación, un cortejo maravilloso at-raviesa el salón; pasan jóvenes llevando can-delabros, un cuchillo y una fuente puestossobre manteles inmaculados y, por último,rodeado de una luz insoportable, aparece fu-gazmente el Grial, sostenido por una

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hermosísima joven. Entonces comienza unsuntuoso festín; basta que los convidadospidan piernas de ciervo con pimienta y vinosde los mejores para que el Grial atraviese elsalón y la mesa se cubra de manjares. ElLoco puro arde en deseos de preguntar elsentido de aquella extraña ceremonia, perouna angustia invencible, relacionada con laimagen de su madre, impide que la pregunta.salga de su boca. Se duerme y, cuando des-pierta, el castillo está vacío. Se pone enmarcha y se entera de que, si se hubiese atre-vido a formular la pregunta, la herida delRey Pescador hubiera sanado, la «TerreGaste» habría recobrado la prosperidad y élmismo hubiese gozado para siempre de laposesión del Grial.

Sólo más adelante, cuando un ermitaño lehaya revelado el sentido simbólico de suaventura, Perceval triunfará de mil pruebas,forzará definitivamente las puertas del«castillo peligroso», hará la pregunta

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catártica, deshará los sortilegios y sucederáal Rey Pescador como Rey del Grial.

Un relato tan esquemático traduce mal lacomplejidad y la riqueza de la leyenda delGrial. Cualquiera que sea la cuadrícula quese quiera superponer a esta leyenda paradescifrarla, no se consigue apurar el sentidode la misma; brilla con mil facetas, fascinán-donos todavía y revistiendo universalalcance.

Desde el punto de vista simbólico, dicha ley-enda atraviesa genialmente los niveles suces-ivos de nuestra sensibilidad: empieza por re-mover las honduras psicológicas ofrecién-donos el doble arquetipo de la lanza y la copaque, por hallarse ligado a los misteriossexuales de la infancia, impide por largotiempo que salga de los labios del héroe lapregunta fatídica; a continuación, la leyendanos hace recorrer de nuevo el camino que,aliviándonos de los citados misterios, nos

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permite vencer a nuestros demonios y ac-ceder a la libertad de los adultos. La pre-gunta sobre la Mater se convierte entoncesen «Queste»[134] de la Materia; poco a poco,el vagabundeo de nuestra mente se elevahasta la gran imaginería cósmica que pre-para una reflexión sobre la marcha delmundo: la lanza se torna eje, y la copa, amp-liándose hasta las dimensiones de unabóveda infinita, de un tholos, conviértese enla piedra caída del cielo sobre un Montsal-vage al que eleva así el rango de montañamágica, de Thabor, de sitio central. El Grialnunca es del todo algo determinado, estomás bien que aquello, ni está en un sitio de-terminado, aquí más bien que allá; si disfrutadel don de la ubicuidad, si se deja ver o seoculta según le parece, es que existe a la vezfuera y dentro de la mente, y lo que simbol-iza es en realidad un estado privilegiado delas relaciones entre el hombre y el universo.

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Música de trovador: 600 años antes de Ap-polinaire, los caligramas. (Arch. Photo)

Desde el punto de vista histórico, la leyendase forma igualmente a partir de elementos dediversos orígenes para expandirse bajo di-versas formas, cual un árbol cuyas raíces dis-persas se sueldan en un único tronco del quedespués surgen las ramas por todas partes:queda por saber de dónde venía la semilla yquién la sembró. Nuestros escritores mediev-ales declaran de buenas a primeras que noinventaron esta leyenda, sino que la extrajer-on de libros antiguos y secretos. Lo que com-plica aún más la tarea de la crítica es que laliteratura referente al Grial surge repentina-mente, se da en abundancia y, por fin, desa-parece con la misma rapidez que apareció,todo ello en menos de medio siglo, intensa yfugaz como la propia visión del Grial.

No obstante... una cosa es cierta: en ese cortoperíodo, la leyenda se organiza en torno ados polos:un polo gaélico y un polo occitano.Su punto de partida está en el ciclo artúrico,

pero la palabra grial proviene de la lengua deOc, que llama grasal un vaso de piedra[135].De un lado se nos dice que es el encantadorcelta Merlín, creador de la Tabla Redonda,quien había anunciado el Grial y predicado laBusca[136]; de otro, desde las primeraslíneas de su Parzival, Wolfram Eschenbachdeclara que ha sacado la historia del Grial defuente occitana, en la persona de un tal Kyotel Provenzal (y es sabido que, en la Edad Me-dia, Provenza representaba la Occitania . engeneral). Las relaciones entre las islas britán-icas y la región pirenaica datan de la proto-historia,. y eran intensas bajo el reinado de ladinastía angevina de los Plantagenet;sabemos que desde comienzos del siglo XIIla leyenda artúrica circulaba por España,Portugal e Italia, y que un bardo gales lla-mado Bleddhri ejercía su talento de narradoren la Corte del príncipe trovador Guillaumede Poitiers.

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Un poco más tarde, el autor de Huon deBordeaux nos da una imagen excelente delencuentro de las antiguas tradiciones celtascon los países de Oc:

Huon, caballero aquitano, simpatiza, a pesarde la prohibición del clero, con el enanoOberón, el «reyezuelo mágico», quien le en-trega el anillo y la copa gracias a los cuales,tras haber alcanzado el país de Foy, con-quista a Esclarmonde y llega con ella alcastillo de Montmar. No es, pues, extrañoque la leyenda del Grial integre elementosbritánicos y elementos meridionales.

Por lo que a estos últimos respecta, muchohay que aprender de la obra de Wolfram.Señalemos en primer lugar que, según el an-tiguo cronista occitano Raimondd’Aguilers[137], fue el conde de ToulouseRaimond de Saint-Gilíes quien durante laprimera cruzada, en el asedio de Antioquía,en 1098, obrando por orden de un monje

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ignorante, Barthélemy, que se decía in-spirado por san Andrés, descubrió la SantaLanza que posteriormente fue asociada alGrial cristianizado. Comentando esta tradi-ción, Paúl Alphandéry escribe: «En la me-dida en que no predomina la influenciagalesa, el héroe mesiánico Raimond deSaint-Gilíes fue el prototipo de los reyes delGrial; por lo que respecta a Kyot, fue elagente transmisor de la leyenda de Rai-mond»[138].

Otros varios elementos pueden hacer pensarque la imagen del país de Oc se hallabapresente en la mente de los rimado res delGrial o, por lo menos, de aquellos de los mis-mos que, como Wolfram, eran contem-poráneos de la cruzada albigense. La «TerreGaste» hecha estéril por el golpe felón,podría, en la pluma de un poeta, simbolizarel país de Oc asolado; también Parsifal, des-poseído por sus enemigos de su herencia, esuna figura de faydit. Y, por último, el nombre

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de Montsalvatge dado por Wolfram alcastillo del Grial es, sin discusión posible, unnombre occitano.

Abierto su apetito por estas resonancias, al-gunos autores modernos han llegado más le-jos: prosiguiendo la Busca, se les ha metidoen la cabeza localizar el «castillo peligroso» ydeterminar el nombre del héroe que se hacecon el dominio del mismo.

El escritor alemán Otto Rahn ha dado suforma acabada a esta empresa sin esperanzaen una obra tan excitante para la mentecomo temeraria: La Cruzada contra el Grial.Poco exigente en cuanto al método («He re-unido en un mismo campo visual —dicemodestamente— hechos pertenecientes avarias esferas consideradas como difer-entes»), ha de reconocerse que ha descu-bierto varias coincidencias curiosas. Así,Wolfram llama a Parzival Schneid mittenDurch (el que parte bonitamente), y

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considera al despojado como hijo de Castis yde Herzeleide. Ahora bien; resulta que «elque parte bonitamente» es la traducción ex-acta del nombre de Trencavel, y que el héroede Carcasona era hijo de Adélaïde deToulouse, que fue cantada por el rey deAragón Anfos le Chaste[139]. ¿Y acaso elnombre de Anfos no recuerda el del Rey Pes-cador Anfortas? A no ser, evidentemente,que este rey no sea más bien el jefe de laguarnición de Montségur, Pierre-Roger deMirepoix, cuyo nombre occitano (Mirapeis)significa, efectivamente, «Mira peces». ¿Yqué decir del nombre de Parilla dado porWolfram al primer rey del Grial, cuando sesabe que el señor de Montségur se llamabaRamón de Perelha? Basándose en estas coin-cidencias y en algunas más, Otto Rahn no va-cila en situar Montsalvatge en Montségur,monte salvaje y monte de salvación, ni en de-clararse convencido de que el tesoro sus-traído, la noche de la hoguera, a la

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curiosidad de los asaltantes, no era otro queel Grial.

La obra de Rahn tiene ese encanto que seapodera siempre de nosotros ante la colisióny colusión fortuitas de un fragmento de mitocon un sillar de historia, por lo que ha provo-cado la aparición, en torno a la ciudadelacátara, de una mitología embrollona, llegán-dose incluso a publicar, antes de la guerra,una colección de los Archivos de Montségury del Santo Grial pirenaico.

Lo que el autor no había previsto es que elmencionado encanto ejercería también su in-fluencia sobre las almas negras: durante laguerra, los nazis enviaron una misión aéreade observación a Montségur. Y en cuanto aOtto Rahn, le decapitaron con hacha.

Como se ha dicho con afortunada expresión,el castillo del Grial es «la morada de ilusiónmás verdadera que todas las moradas

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reales»; es, por lo tanto, una prosaica in-genuidad en el mapa. Lo que sí parece sercierto es que los «patarins» se reconocieronen la leyenda y favorecieron la difusión de lamisma. Se ha subrayado con frecuencia laanalogía existente entre las grandes imá-genes de las leyendas del Grial, como el«paisaje secreto» y la «copa del deseo deParaíso», y los temas de la antigua mitologíairania. Más precisión todavía: una leyendamaniquea cuenta la Busca de la Perla por unjoven sin padre que acaba por encontrarla enel castillo del monte Salchwadea, nombreque suena exactamente como Montsalvat-ge[140]. Pero, sobre todo, existe en Ariège,en la gruta de montaña de Vic de Sos, queparece haber servido de refugio a los últimos«buenos hombres», una pintura rupestremuy curiosa, que data del siglo XIII y repres-enta una copa, una espada y unas gotas desangre[141].

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También se ha descubierto en las montañasdel Ariège, encima de Ussat-les-Bains, unacruz forjada que lleva en su parte superioruna lanza, una copa y un gallo, testimonio deque en aquellos parajes permaneció vivo porlargo tiempo el recuerdo de las leyendas delGrial. Las leyendas regionales giran en tornoa los mismos temas: a los soberanos del«País de Foy» (juego de palabras que, comohemos visto, data del siglo XIII[142], quesiempre tuvieron una rara predilección porlos nombres solares de Atón y Febo, o lossobrenombres como Drut (el Iniciado), tantolos eruditos como el pueblo les dieron carác-ter sacro.

Notable es, al respecto, el caso de Esclar-monde, protectora de los herejes, que ter-minó sus días en una comunidad de Per-fectas. Asimilada, a lo que su nombre seprestaba tan bien, al principio luminoso eter-no de que se prevalían los cátaros, Esclar-monde se convirtió muy pronto en figura

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mítica. El trovador Guilhem Montanhagolescribía ya de ella:

N’es Esclarmonda, vostre nom signifia

Que vos donatz clarda al mon per ver

Et etz monda, que no fetz non dever

Por su parte, el folklore popular del Ariège,confundiendo en uno solo los dos personajesde Esclarmonde de Foix y Esclarmonde dePerelha, cuenta que «Esclarmonde de Mont-ségur», cuando expiró en la hoguera, tomó laforma de una paloma que todavía Sé posa devez en cuando sobre el castillo.

Pero ni las profundidades inconscientes enque se sumen los símbolos del Grial, ni la al-tura especulativa que han alcanzado

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progresivamente, deben hacernos olvidarque no hay mitos sin ritos ni ritos sin soportematerial.

Los calderos, vasos y copas mágicas de lasprimeras civilizaciones indoeuropeas, quetan gran papel desempeñaban entre losceltas y en los que era suficiente beber en el-los para gozar de olvido o de memoria, o bienverse transportado de golpe al país de los Bi-enaventurados, probablemente han existido,llenos de brebajes más o menos alucinatorioscomo sabían cocerlos druidas y eu-bages[143], lo que explica simplemente susmágicas propiedades. En caso de invasión,estos objetos rituales eran sin duda puestos abuen recaudo, como habían de serlo mástarde las reliquias y tesoros de las abadíasante la invasión de los normandos. Es decreer que algunos de ellos fueron después, obien recuperados o bien hallados por casual-idad. ¿Hay acaso que ver huellas del hallazgode uno de esos objetos rituales en la leyenda

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según la cual la gruta de Pirene contenía unamesa de esmeralda que fue hallada por losvisigodos? Lo que sí está perfectamente com-probado es que los reyes visigodos poseíanun objeto de dicha naturaleza, que consid-eraban sagrado y ocultaban celosamente, y alque protegieron de sus enemigos en todas lasguerras que hubieron de sostener; tras lacaída del reino visigodo de Toulouse, dichareliquia fue llevada a los visigodos de Españay finalmente enviada a Siria[144]. Y fue enSiria, cuando las cruzadas, donde hallaronlos genoveses una gran copa tallada, segúncreyeron, en una esmeralda de una solapieza. Se llevaron a su país aquel objetoprodigioso y pronto quedaron todos conven-cidos de que se trataba del cáliz de la Cena.En el siglo XVIII, el matemático suizoBernouilli lo rayó furtivamente con ayuda deun diamante y pudo comprobar que era devidrio. Este Grial es el que todavía se veneraen Genova con el nombre de Sacro Catino.

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Otro Grial tangible recorrió un itinerario quele acercó más al país en que se desarrollanuestro relato. Trátase de la copa de cor-nalina, del tamaño y forma de medianaranja, que se hallaba en Roma en el sigloni y que el Papa Sixto II dio, según parece, asan Lorenzo, que era oriundo de Huesca.También se dice que, en el año 713, el obispode Huesca, Audebert, hizo transportar dichacopa a la gruta aragonesa de San Juan de laPeña, que acababa apenas de ser descubiertaa consecuencia de un milagro y que habría deconvertirse poco a poco en santuario nacion-al del reino de Aragón[145]. Este Grial ar-agonés se hallaba todavía en San Juan en1134 y fue pronto adornado con dos asas deoro, veintiséis perlas, dos rubíes y dosesmeraldas.

En 1399, Martín el Humano, rey de Aragón yde Sicilia, donó al cabildo de Valencia unacopa totalmente semejante que todavía sepuede admirar en la catedral de esta última

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ciudad bajo el nombre de Grial de Valencia,Grial que, sin embargo, no es el bueno:según unos, el original fue roto por accidenteen 1744 y, según otros, Martín sólo había en-viado una copia. Se pierde así el rastro delGrial aragonés a partir de 1134. Ante laamenaza de los almorávides, parece ser queel rey de Aragón Anfos el Batallador lo hizotransportar por aquella época a la otra ver-tiente de los Pirineos, lo que ha favorecidolas especulaciones sobre su presencia enMontségur.

La Coupo Santo cantada por los felibres yque dispensa «los altos goces que se burlande la tumba» aparece de modo curioso comoun lejano eco de dicha tradición:

Prouvençau, veici la coupo

Que nous ven di Catalans[146].

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Para concluir esta breve incursión por las in-extricables espesuras de la más enigmáticade las leyendas, nada mejor podemos hacerque citar la opinión de uno de los mejores es-pecialistas del Grial, Jean Marx: «El Grial,incluso una vez convertido en símbolo de lagracia, de la visión de los misterios inefablesy de la unión divina, sigue conservando suscaracteres primitivos tomados de la más an-tigua mitología del mundo indoeuropeo yque han permanecido vivos, sin saberlo losrecitadores, en las antiguas narraciones quese transmiten»[147].

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TERCERA PARTE

TROBAR CLUS

El arte de los trovadores, al que ellos mismosdaban el nombre de Gaya Ciencia (GaySaber), nace en el siglo xi de la pluma deGuillermo IX de Poitiers, duque de Aquit-ania, florece en los siglos XII y XIII en elconjunto de las tierras de Oc y, desde éstas,extiende su influencia en los países de lenguade Oil, en España y Portugal, en Italia y Ale-mania, y hasta en Hungría. Con AusiasMarch, el último trovador conocido, muertoen Cataluña en el siglo xv, se extingue, por lomenos en su forma escrita, este arte que yadesde hacía cien años vacilaba.

Todo el mundo cree saber lo que fueron lostrovadores y su poesía: bohemios errantes yfamélicos que iban de castillo en castillo,

rimando, a cambio de una comida, un jubóno unos cuantos escudos, sosas canciones deamor acompañadas de acordes de vieille, yque a veces hacían enternecerse a algunasdamas de poco seso, atrayendo sobre el beat-nik medieval la ira de su noble esposo. Muypoco exageramos: este clisé, profusamentedifundido a principios del siglo pasado por elAlmanach des Muses y las novelas del condede Tressan, ha hecho estragos hasta enHollywood.

Y, claro es, lo mismo que todos los clisés, es-ta imagen no ha surgido totalmente de lanada. Incluso pone de relieve, a su modo,que es el de la caricatura, el rasgo más acus-ado al par que más misterioso del Gay Saber:su carácter convencional. Carácter queCharles-Albert Cingria, tras bastantes otrosexegetas, resume en una frase: «No hay entoda la lírica occitana y luego en la líricadantesca y petrarquesca más que un solotema: el amor perpetuamente insatisfecho, y

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dos personajes: el poeta que ochocientas,novecientas, mil veces reedita su queja y unabeldad que dice siempre que no»[148].

Que un estilo tan artificial haya engendradocantos de extraña belleza y haya tenido en

toda Europa occidental profunda y duraderaresonancia, es sorprendente en sumo grado.

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El Gay Saber: con sello verde. (Yan)

«La violeta doble, doble, la violeta do-blará...» (Yan)

Tardíamente, la crítica se ha preocupado poreste problema y ha demostrado que el artede los trovadores no puede ser reducido auna literatura de género, que hace eco a unavisión original del amor suscitada por unasociedad original, la del Languedoc inde-pendiente, y que debe, por tanto, ser com-prendido como la manifestación de una éticaligada a un complejo de comportamientos,reivindicaciones y creencias. En resumen:que es, para decirlo en términos modernos,un fenómeno ideológico.

Plantéase, por consiguiente, un dobleproblema:

El del contenido: ¿cuál es, pues, la ideologíasubyacente en el arte de los trovadores?

El de la forma: ¿por qué los trovadores ex-presaron esa ideología en un estilo y por me-dio de una retórica que lindaban con la

estereotipia a fuerza de ser rigurosas susconvenciones?

A decir verdad, ambos problemas no con-stituyen más que uno: ¿por qué esa aparentecontradicción entre la forma y el contenido?Pues la forma rígida y convencional parece, aprimera vista, la menos apropiada posiblepara expresar la riqueza y los matices de unaexperiencia afectiva o intelectual auténtica.Se puede, claro está, prescindir de esta irrit-ante contradicción sosteniendo que en lostrovadores no hay la menor autenticidad: re-torno furtivo al clisé. También se puede in-tentar comprenderla, pero entonces hay queadmitir la hipótesis de que, por razones queestán por descubrir, sólo una retórica suma-mente convencional permitía a lostrovadores emitir su mensaje.

Y decir los trovadores quiere decir más quequinientos autores inventariados. Quinientosautores que repiten la misma cosa, en las

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mismas formas, durante cerca de cuatrocien-tos años, sólo por el gusto de repetirse y sintener en el fondo nada que decir, es algo quesería, en verdad, un fenómeno sin ejemploen toda la historia literaria.

Más bien llegamos a pensar que lostrovadores utilizaban no solamente un len-guaje convencional, sino un lenguaje conven-ido, que sus obras tienen doble sentido yque, gracias a unos temas, un vocabulario,una métrica y una música estrictamente co-dificadas, propagaban una doctrina destin-ada por naturaleza u obligada por necesidada permanecer secreta.

Esta solución ha sido propuesta a veces,siendo cada una de ellas refutada con tantomayor fuerza cuanto que algunos de suspartidarios la habían comprometido con suslucubraciones. Veamos, no obstante, si no es,por casualidad, la buena.

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Y en primer lugar, ¿qué es trobar? En lenguade Oc, de todas la más propicia a los juegosde palabras, es a la vez inventar y descubrir.Pero es también expresarse por «tropos», esdecir (damos la palabra a Littré), «emplearlas palabras en sentido diferente del suyo ha-bitual». Y hemos de subrayar que el término«tropo» se aplica al lenguaje y a lamúsica[149].

Que tal es, efectivamente, su modo de ex-presión, los mismos trovadores nos lo ad-vierten desde el principio. Trobar, nos dicentodos, es entrebescar les motz (embrollar elsentido de las palabras). «Del cinq, no m’en-tendon trei» (De cinco personas, no llegan atres las que me comprenden), dice untrovador, enorgulleciéndose. Otro, Raim-baud d’0range, declara: «Por sabio tengo sinla menor duda a aquel que en mi canto adi-vine lo que significa cada palabra.» Otro,Alegret, asegura: «Mi canto parecerá in-sensato a quien no tiene doble

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entendimiento.» Por último, Guiraud deBorneilh proclama:

Que sens eschartatz

Adui pretz e’l dona

Si com 1’ochaizona

No sens eslaissatz;

Mai be ere

Que ges chans, ancse,

No val al comensamen

Tan com pois, can on 1’enten.

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(Un sentido rebuscado / tiene tanto más pre-cio / si se le reprocha ser / un contrasentidoenmarañado; / creo firmemente / que jamáscanto alguno / vale a primera vista / tantocomo luego, cuando se comprende.)

Maestros en este arte o, mejor dicho, en estaciencia del doble sentido, los trovadores ledaban el nombre de trobar clus, es decirtrobar cerrado, hermético y, por ello mismo,trobar en segundo grado.

Además de Guiraud de Borneilh, ya citado,señalemos a los curiosos los autores más ex-pertos en trobar clus: Walter d’Aquitaine,Arnaud Daniel, Peire Vidal, Aymar Jordán,Marcabru, Sordel, Guiraud de Calençon,Rimbaud d’0range, etc.

Así, el auditor que descubre no debe sermenos trobador que el autor que inventa.Por cierto que el autor, en lugar de inventar,

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quizá no cante más que lo que hadescubierto...

Y ahora, ¿qué aspecto tiene ese amour cour-tois[150], ese Fin Amor, único objeto del GaySaber?

Defínese en primer lugar por oposición almatrimonio; no sólo no es nunca conyugal,sino que no se contenta con ser extracony-ugal; es siempre anticonyugal. No le basta launión libre; necesita el adulterio.

Pero mientras que para el matrimonio es es-encial el ser consumado, para el adulterio deFin Amor lo es el no serlo; el amor «cortés»halla su razón de ser no en la satisfacción deldeseo carnal, sino en la ascensión sin límitesde un deseo que va depurándose.

En virtud de esta ambigüedad fundamental,el trovador es siempre al mismo tiempo unengañador y un fiel: engañador respecto a

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aquel que permanece bajo el yugo de las ne-cesidades del cuerpo, el marido, y fiel aaquella con quien se libera conjuntamente dedichas necesidades por medio de la ex-citación en común de la castidad: la Dama.

El Fin Amor no florece como una planta sil-vestre: se cultiva pacientemente por la ob-servancia de reglas estrictas. Para poderacercarse a la Dama, el trovador tiene queser, en primer lugar, ensenhat, es decir (almismo tiempo, pues la palabra tiene los tressentidos): ser bien educado, haber recibidoenseñanza y también llevar sobre sí una en-senha, una señal de reconocimiento como laque permitió a Isolda adivinar a Tristán bajosu disfraz y decirle: «Lis enseignez creiz»(Me fío de quien lleva la señal).

A continuación la Dama impone al trovadoruna serie de asags, de pruebas, que colocan aéste en estado de domnei, es decir, obligadoa la fidelidad y obediencia. Así será

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sucesivamente fenhedor, precador, enten-dedor y drut (el que pide, el que ruega, el quecomprende y, por fin, el amante). La Dama leconcede entonces unas caricias y un beso. Eltrovador queda obligado a guardar secreto(celar); por lo tanto, la Dama jamás es desig-nada por su verdadero nombre, sino única-mente por un seudónimo, la senhal, pasandoasí a ser Beatriz, Rosa Bermeja, o bienAmante, Consolación, o también,curiosamente, Er-messen (dicho en otrostérminos, la Estéril). Por último, aunque supasión, llevada hasta el paroxismo, conduzcaal trovador a la muerte por amor (mort peramor), dicha pasión le dispensa Gautz yJovens, gozo y juventud.

¡ Qué ampuloso, qué desprovisto de la menorespontaneidad es todo esto si se trata deamores humanos! Por esto mismo nosdamos perfecta cuenta de que se trata de otracosa. El amor «cortés», con su complicadotejemaneje, es a imagen de un ritual

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iniciador. Comprende todos los elementos deéste:

enseñanza previa, pruebas, acceso por gra-dos, tocamientos litúrgicos o sacramentalesy, sobre todo, el compromiso a guardarsecreto, y el tan característico tema de la«muerte simbólica», que asegura ai iniciadoun «nuevo nacimiento».

Pero entonces, ¿quiénes son los trovadores?Uno de ellos, el narbonés Guiraud Riquier,responde:

«Hombres dotados por Dios de un gransaber, hechos para dar claridad al universo,estimables por su conducta como por suciencia.» En otros términos: en modo algunosimples estetas, sino misioneros.

¿Y quién es la Dama? ¿Quién es esa Dama ala que Guiraud de Borneilh llama «Luz ver-dadera», de la que Guillaume de Poitiers nos

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dice: «Sólo por ella seré salvado», y a la queUc de Saint-Circq invoca en estos términos:«Tomad mi vida, Dama de difíciles mer-cedes, con tal de que me concedáis que porvos hacia el cielo vaya»? En resumen: enmodo alguno una mujer de carne y hueso(incluso si la inspiración de los poetas hanacido a la vista de mujeres bien reales), sinouna Dama simbólica, que reina en uno de es-os «castillos del alma» de que hablarán mástarde los místicos españoles.

En el mismo país y en la misma época en quenace y alcanza su apogeo el catarismo, nacetambién y florece precisamente el arte de lostrovadores que, sin embargo, había de sobre-vivir en más de un siglo a las manifesta-ciones públicas de la herejía. Es, pues, legí-timo preguntarse si no hubo interpenetra-ción de ambos fenómenos y, luego, si una vezextinguido, al menos en apariencia, el catar-ismo, no fue el arte de los trovadores el pro-longamiento de aquél.

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Autores como Péladan, Eugène Aroux y, másrecientemente, Denis de Rougemont y RenéNelli se han formulado la pregunta y, deforma más o menos matizada, han respon-dido afirmativamente. Y cada vez se armó unverdadero zafarrancho. Así, por ejemplo,Henri Davenson, tras otros muchos, zanjaperentoriamente la cuestión: «Ningún docu-mento permite discernir la menor conniven-cia entre trovadores y cátaros.»

Pero aunque Davenson los ignore, no porello faltan documentos: en primer lugar, lanobleza meridional, en los tiempos en queprotegía a los trovadores y contaba inclusocon varios de éstos en sus filas[151], era en

su gran mayoría, como ya hemos visto, favor-able al catarismo. Además, numerosos

trovadores fueron, efectivamente, cátaros.Como lo demuestran Guilhem de Dunfort,que albergaba en su castillo de Fanjeaux

comunidades de «buenos hombres» y organ-izaba allí debates religiosos; Pierre-Roger de

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Mirepoix, «consolado» en ese mismo castillotras haber recibido en combate la herida deque había de morir; Mir Bernat de Laurac,

entregado al brazo secular por hereje en1244, y Aimeric de Péguilhan, que había demorir «Perfecto» en un convento cátaro deItalia. Y es más que probable que lo fuerantambién Bernard de Rouvenac, uno de los

jefes de la insurrección de 1242 (cuya familiahabía sido desposeída por su fidelidad a la

secta);

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Los trovadores... de la A a la Z. (Roger-Viollet)

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Ramón Jordán, cuya Dama, cuando lo creyómuerto, ingresó en una comunidad de Per-fectas; Peire Cardinal, en cuya obra se hallanfórmulas tomadas literalmente de losrituales de los «buenos hombres»; AdhémarJordán, que fue prisionero de Montfort;Guilhem Figueira (autor de diatribas famo-sas contra Roma), Peire Vidal, Ramón deMiraval, Arnaud de Comminges, Adhémarde Roquefixade, Faydit de Belesta, Guy deCavaillon y Guilhem Montanhagol[152]. ¿Yqué decir de ciertos trovadores cuya bio-grafía y hasta el verdadero nombre ig-noramos, pero cuyo seudónimo, la senhal, espor sí misma una obra maestra del trobarclus, como aquel misterioso «Cercamon»,cuyo nombre significa al mismo tiempo «er-rante», «casi cátaro» y «buscador de luz»?

Pero, sobre todo, varios grandes temas de ladoctrina cátara salen a relucir en la poesía delos trovadores. Así, el tema central del catar-ismo, el del mundo malo que implica ciertodeterminismo del mal, discurre, como lo hademostrado minuciosamente René Nelli, porlos serventesios[153] de Peire Cardinal. Y porsu hostilidad fundamental hacia el matrimo-nio, el amor «cortés» se hace eco del catar-ismo, al que subleva ese sacramento cuyo fines la procreación. Si la fórmula del trovadortolosano Montanhagol: D’amor mou castitatz(De Amor nace castidad) traduce exacta-mente el ideal de los Perfectos, éstos, en sutolerancia, preferían ver a los simples crey-entes practicar la unión libre sin tener hijosque verlos casados y padres de familia, puesno había para ellos peor pecado que en-gendrar, es decir, condenar a unas almas avivir prisioneras de la materia. Y, de hecho,la unión libre era cosa corriente entre loscreyentes: por ejemplo, los anales de

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Montségur nos revelan que numerososcaballeros cátaros vivían allí con una amasia,una amiga. A la luz de tales concepciones, lasenhal clásica de Ermessen adquiere, sipensamos en ello, un nuevo relieve[154]. Porúltimo, el tema de la mor per amor, de lamuerte preferida a los bienes de este mundo,evoca de modo sorprendente la actitud ejem-plar de los fieles de la Iglesia de Amor quesubían a las hogueras cogidos de la mano,cantando himnos y lanzando orgullosamentea sus verdugos el grito de la fe y de la patria:«Puleù crema que renuncia!» (¡Antes arderque abjurar!).

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Los trovadores... de la A a la Z. (Roger-Viollet)

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Los argumentos de la crítica interna vienenasí a sumarse a los de la historia para ponerde relieve los numerosos vínculos que unenel arte de los trovadores al catarismo.

Sentado esto, el verdadero rostro de la Damase deja adivinar mejor. Por ello Denis deRougemont se pregunta: «La Dama, ¿no seráacaso el Anima, la parte espiritual delhombre, a la que su alma aprisionada en elcuerpo llama con un amor nostálgico quesólo la muerte podrá satisfacer?»

Ante esta idea, la crítica, una vez más, prot-esta. Davenson (¡siempre el mismo!) se in-digna: «Nada hay en esa idea que pueda resi-stir a la crítica; el sofisma fundamental es elde todos los maniáticos del esoterismo: secoge un texto, se rechaza el sentido obvio delmismo, se infunde en él un sentido secreto y

se yergue uno triunfante, diciendo:«¿Pueden ustedes demostrarme que esimposible?»

A lo que Rougemont responde muy razon-ablemente: «Si hace uno lo posible por situ-arse en la atmósfera de la Edad Media, se dacuenta de que la ausencia de significado sim-bólico de una poesía sería un hecho muchomás escandaloso de lo que pueda serlo paranosotros el simbolismo de la Dama.»

El debate, sin. embargo, seguiría abierto si elreciente descubrimiento de unos docu-mentos no hubiese venido a zanjarlo in-apelablemente. Los registros de la Inquisi-ción tolosana nos muestran, en efecto, quepara los «buenos hombres» Nuestra Señorano había sido nunca un ser humano, sinoque era el símbolo de su Iglesia (non esse necfuisse mulierem carnalem sed sectam suamet ordinem suum dicunt esse). Y precisabanque es una imagen de la castidad que libera a

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los Perfectos de las servidumbres del cuerpoy les restituye su dignidad de hijos delEspíritu[155]. Péladan, que ignoraba todavíaestos documentos, había dado, pues, en elclavo al afirmar: «La Dama de los trovadoreses la doctrina; cuando lleva nombre de lugares dama-diócesis, dama-parroquia, dama-logia.»

Así, por una astucia verbal muy en el estilode esa «lengua diplomática» que es el trobarclus, amor sería sencillamente... la palabrainversa de roma. En el lenguaje convenido delos trovadores, todo lo que es matrimoniodesignaría la ortodoxia romana, y todo loque, por el contrario, es amor, designaría laherejía cátara personificada por la Dama. «Elsecreto de los trovadores —escribe Rouge-mont— era, en resumen, toda una evidenciasimbólica para los iniciados y simpatizantesde la Iglesia de Amor.»

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Llave sencilla —quizá demasiado sencilla,como veremos—, pero que, tal cual, nos abre,por lo menos... el apetito. Puesto que asícomprendemos bastante mejor el sentido dela pregunta tantas veces controvertida en los«tribunales de Amor»: «¿Puede un caballeroser a la vez casado y fiel a su Dama?» Hab-lando claro: ¿se puede fingir obediencia aRoma sin de jar de estar de corazón con laherejía? Dilema que, a partir de 1180, fueprecisamente el del conde de Toulouse y dela inmensa mayoría de la nobleza occitana.

Lo mismo ocurre con este canto de PeireVidal:

«Mi corazón se alegra del castillo de Fan-jeaux que me parece el Paraíso; pues Amor yGozo en él se encierran, así como todoaquello que cuadra con el honor, con lacortesía sincera y perfecta.»

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Fanjeaux, castillo-convento de los Perfec-tos... ¿No es la alusión transparente?

Lo es incluso algo en demasía, hasta el puntoque hemos de preguntarnos ahora si el GaySaber no era otra cosa que un lenguaje alus-ivo, como de guiños a veces insistentes, fácil,en resumidas cuentas, de adivinar gracias ados o tres palabras clave cogidas al vuelo, obien si era una verdadera lengua secretacuyas reglas de desciframiento no puedendejarse adivinar por el primer listo que llega.

No es éste el lugar adecuado para tratar afondo este problema; demos, sin embargo,unas cuantas indicaciones que guiarán allector curioso.

En primer lugar, hay que distinguir entre eltrobar plan o leu, es decir, claro, fácil deadivinar, y el trobar clus o ric, es decir her-mético, rico.

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Mientras el catarismo fue poderoso en lospaíses de Oc, los trovadores pudieron cantaren plan: es la época en que Guilhem Figueir-as compone su D’un sirventes far, carga deinaudita violencia contra el Papa[156]. El de-sarrollo de la persecución, la conquista pro-gresiva del país y el paso de los últimos«buenos hombres» a la clandestinidad coin-ciden, por el contrario, con el florecimientode los cantos clus. «A causa de la situaciónparticular de los herejes —subraya Rouge-mont—, se concibe que algunos de ellos hay-an querido indicar discretamente Que suspoemas tenían un doble sentido preciso,además del natural simbolismo habitual; eneste caso el símbolo toma un sentidocriptográfico.»

Pero en todo criptograma la clave no estáfuera del texto, sino en éste. Pudiera ser,pues, que los términos mismos de Gay Saber,Trobar Clus y Trobar Ric den la clave del len-guaje que designan.

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Lejos de haber sido elegido al azar, eltérmino de Gay Saber posee un significadodefinido. Corre parejas con el de «NobleSaber», que designaba la ciencia del blasón,y anuncia en primer lugar, como este último,una disciplina sometida a rigurosas leyes yreservada a profesionales calificados (heral-dos o reyes de armas en un caso, trovadoresen el otro), que, lo mismo que hoy en día losmédicos o los abogados, hallábanse ligadospor un estricto secreto profesional[157].

Además, lo mismo que la palabra«blasonar», que significaba al mismo tiempoensalzar y denigrara alguien, el término GaySaber tiene dos sentidos opuestos, pues, enla lengua antigua la palabra gay designaba ala vez el gozo y la desgracia[158]. No es enmodo alguno una casualidad el que a losmaestros del trobar clus (como, por ejemplo,Arnaud Daniel) les guste definirse porantítesis:

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leu sui Arnautz qu’amas 1’aura

E chatz la lebre ab le bou

E nadi contra suberna

leu sui Arnautz que plor e vau cantan.

Soy Arnaldo que acumula viento,

caza la liebre con un buey,

nada contra la marea creciente,

Arnaldo que llora y va cantando.

En efecto, lo mismo que el «Noble Saber», elGay Saber es lengua de Esopo, lengua

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«diplomática» que puede hablarse y en-tenderse al derecho y al revés, por fuera ypor dentro. Y el trovador, servidor de unasapiencia oculta, es solamente, en aparien-cia, el heraldo de la locura.

Blasonar (que viene de blazen, tocar latrompa) es también pautar la lectura deacuerdo con las asonancias (asonarla bien,be 1’assonner): igual que el «Noble Saber»,el Gay Saber es una lengua fonética, la delacertijo y el juego de palabras. Y resulta quegay, galh o gau, en lengua de Oc es el gallo y,más generalmente, el ave macho[159]. Másque una ciencia «gaya», la Gaya ciencia’es elgalimatías hábil en entrebescar les motz, esdecir, so color de bromas de cimbalistas ysimbolistas, la «ciencia del gallo»: del galloemblema de Hermes, que preside el orto delsol, canta la traición de Pedro y fue, segúnnos dice el cronista Nicolás Bertrand, elprimer blasón de Toulouse, antes que elcarnero. Es también la lengua del grajo, que

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sabe hablar bien y también disfrazarse. Y lalengua del jars (ganso) guardián del Capit-olio, el jar[160] reservado a los que lo en-tienden, el jargón[161], es decir «el gorjeo delos pájaros». Pero la Vraye pronosticationnos dice que «Mercurio, fino y sutíl, entiendeel pair y el jar». En resumidas cuentas, elGay Saber es la «lengua de los pájaros»; esalengua simbólica —y, por lo tanto, adecuaday universal— de que gustaba el hermetistaCyrano dé Berberac, que por ello decía sergascón, la lengua que oye el Sigfrido vagneri-ano tras haberse bebido la sangre de Fafnir,guardián del oro mágico[162]. Es, por úl-timo, la lengua de los audaces, pues el auzel,el pájaro, es el que sabe osar, auza.

Éste arte gau es «argot», lengua de todaclase de iniciados. De los gaults, es decir, delos pelagatos alegres y pillos, los pájaros decuenta y los piojosos; de las «campanas» alas que hará, por metáfora, hablar Rabelais,pero también de los goliardos, clérigos

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vagabundos (clerici vagi); de los «moundis»,hijos de faydits que se pusieron al frente delas Grandes Compañías de Du Guesclin; delos galaubians o galapiats, cuyo nombreproviene de los cátaros[163], y de los coquil-lards[164] disfrazados de peregrinos con losque andaba Villon. Es lengua de retóricas há-biles en arguer, en manejar los«argumentos», las llaves que abren las puer-tas cerradas; lengua de los que «hablan deoro», los alquimistas que «afinan con lahilera». Es también la audaz langueverte[165], es decir, la lengua a la vez her-mosa y verdadera[166], a la que Fulcanelliprefiere llamar «cabala solar» y en la que elmismo ha creído hallar la clave del «artegótico», como otros han visto la fuente ro-mancesca (romanceske, es decir, romano-ibero) de los Contes de ma Mère l’0ye. Lospájaros, siempre presentes en los cantos delos trovadores, no son aves cualesquiera:

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suelen ser el grajo, el estornino y el loro, quepueden hablar el lenguaje humano.

Para lanzar un mensaje sin llamar la aten-ción, nada puede haber más seguro que«cantar inocentemente como un gallo o re-petir en apariencia siempre las mismas cosascomo un loro»; que galer, es decir, adoptar eltono de la burla, de la galéjade. Sólo a losVerts Galants, con su ramita de almendro enel sombrero, se les ocurría pensar, oyendocantar las calendas maias, que el loro verdees también emblema de Amor[167].

Bajo su carátula de ligereza, el trovador de-bía poseer, sin embargo, un vasto saber.Fauriel señala que el trovador necesitaba«una memoria extraordinaria y el conocimi-ento profundo de la historia, las tradiciones ylas genealogías». Y en una tesis muy docta,un autor alemán, León Pollmann, demostrórecientemente que el trobar clus tenía espe-cial predilección hacia las alusiones a los

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textos bíblicos[168], lo cual no tiene nada .departicular cuando se sabe que en el Mediodíalos rabinos impartían en escuelas abiertas atodos una enseñanza gratuita y que eran, sihemos de creer a Maimónides, «los mássabios, los únicos que mantenían enhiesta labandera de Moisés».

Entrebescar les motz... El trobar clus sellamaba también trobar ric. Y el trovador, sihabía franqueado con éxito los grados de lainiciación al Amor, accedía a la suprema dig-nidad de drut. También en este caso las pa-labras son escogidas cuidadosamente,porque el drut es el amante, pero es tambiénel que es rico, ric. Así, a la riqueza herméticadel trobar no tenían acceso más que los per-fectos amantes de la Dama. Y vemos que, enlengua de Oc, la palabra ric o drut tiene unsinónimo. Y dicho sinónimo es cabalous,cabalisto[169].

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Se ha sostenido a veces que los trovadores, almenos después de la victoria de los cruzadosdel Norte, estuvieron afiliados a una so-ciedad secreta, patriótica y religiosa a la vez,que se asignaba la tarea de proseguir, bajoinofensivas apariencias, la difusión de la doc-trina albigense y de los símbolos del Grial.Sociedad que, según se dice, llevó el nombrede «Massénie du Saint Graal» y cuyos miem-bros, bajo el disfraz de juglares errantes,eran, al parecer, reconocidos por los inicia-dos gracias a pequeños detalles de su indu-mentaria, como la naturaleza de la pluma ode la flor que llevaban en el sombrero.

Compagnons, vous perdez la plus

Belle rose de vos chapeaux...[170].

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Casi ni que decir tiene que esta hipótesis quehuele a novela de aventuras, nunca ha sidodemostrada. Ello no quiere decir que sea deltodo disparatada; aún no hace mucho tiempoque en Argelia se veían músicos ambulantesque iban de pueblo en pueblo propagando,en canciones alusivas, las ideas del nacional-ismo, del que eran militantes clandestinos. Yaún hoy día, en el Vietnam, el «lenguaje delos pañuelos» sirve a las mujeres del pueblopara advertir a los guerrilleros de los movi-mientos del enemigo[171]. Pero si bien talesestratagemas se han utilizado en todas lasépocas, no por ello es menos temerariosuponer, bajo un movimiento de ideas «sub-versivas», la trama de una acciónorganizada.

Ateniéndonos a los hechos, tenemos, sin em-bargo, lo siguiente: en 1245 (un año despuésde la caída de Montségur), una bula del PapaHonorio III prohibe en las escuelas el uso dela lengua de Oc por ser, según dice el

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Pontífice, «la lengua de la herejía». Y en1277, Étienne Tempier, obispo de París, con-dena solemnemente la doctrina del amor«cortés» contenida en el De Amore de AndréCapellán, tratado que, en opinión de RenéNelli, «resumía de modo perfecto todo elpensamiento amoroso de los trovadores».

En 1323, siete trovadores de Toulouse: Bern-ard de Panassac, Guilhem de Lobra,Bérenger de Saint-Plancat, Pierre de Mejana-Serra, Guilhem de Gontaut, Pierre Camo yBernard Oth, se reúnen en Saint-Martial, enel barrio de los Augustins, donde disponían,se nos dice, de un «palacio», de un «admir-able vergel» y de un «delicioso jardín» cuyosvestigios sería vano buscar hoy día, aunqueno fuese más que por la buena razón de que,según las crónicas, fueron ya destruidos en elsiglo xv.

En aquel sitio ideal, en el que abundaban porlo menos las flores y los frutos del

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conocimiento, los siete, reunidos a la sombrade un laurel gigante, fundan la Companhiadeis mantenedors dou Gay Saber. Dichacompañía se proponía —o por lo menos eralo que confesaba— dar nuevo impulso alidioma occitano y codificar la retórica«cortés» cuyas reglas parecían irse de-gradando desde hacía un siglo. La compañíaeligió canciller a Guilhem Molinier, de unafamilia de hermetistas notorios[172], quienen 1341 terminó la redacción de las Loisd’Amour, no sin haber tomado la sensataprecaución de someter su obra a la censuradel Inquisidor. Además, la Companhia in-stituyó un concurso anual de poesía abierto atodas las personas de lengua de Oc y cuyovencedor, coronado cada primero de mayo,recibía una violeta de oro fino. Así nacieronlos «Juegos Florales».

Dos siglos más tarde, la Companhia extendióconsiderablemente sus actividades gracias alpatronato de una dama tolosana que puso a

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disposición de aquélla su inmensa fortuna:Clemencia Isaura.

¡Clemencia Isaura! No es que falten nimucho menos los documentos acerca de estamujer, célebre entre todas en Toulouse: hatenido numerosos biógrafos, poseemos su re-trato y sus obras poéticas están publicadas.Nació en 1450 en la famosa familia de losIsauret que, en los más remotos tiempos,había dado a la Villa Rosa uno de sus primer-os condes. Se enseña todavía la casa en quevivió Clemencia, la cual fue tan generosacomo rica: no sólo dotó fastuosamente losJuegos Florales sino que hizo construir enToulouse los mercados de granos, de hierbas,de pescado y de vinos. Experta en Gay Saber,Clemencia escribió planhs y canzos notablespor su delicadeza y frescor. En 1498, un doc-umento nos la muestra otorgando ella mismaal letrado Bertrand de Roaix la flor, unaenglantina, que recompensaba una de susobras[173]. ¡Y qué decir de las cualidades

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morales de Clemencia! No quiso casarse ymurió casta a la edad de cincuenta años. Si-ete años después de su muerte, sus restosfueron llevados a la iglesia de la Daurade, enla que ya reposaba Pédauque. Y allí, bajo elaltar de la Virgen, se hallaba su tumba,monumento adornado con una estatua suyaque más tarde fue trasladada al Capitolio,donde pueden ustedes verla todavía, subray-ada por una inscripción funeraria que re-cuerda la vida y las obras de aquella mujerexcepcional[174].

Clemencia Isaura dejó un testamento en elque, tras haber recomendado que todos losaños, en el aniversario de su muerte, lasjóvenes solteras tolosanas entonasen unhimno a su memoria que evocase su castid-ad, especificaba con detalle los diversos usosque debían hacerse de su fortuna, legada porentero a su ciudad nata!. Y esta fortuna eratan grande que la ciudad de Toulouse

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percibió las rentas de la misma hasta el siglopasado.

Toulouse no fue ingrata con la memoria desu bienhechora: todos los años los estudi-antes iban a la Daurade, ataviados con susmejores galas, a cubrir de flores la tumba deClemencia; en 1563, cuando el rey Carlos IXhizo su entrada en la Villa Rosa, el capitoulDurant, «encargado de la dirección de lasfiestas y divisas», hizo poner «en el lugar dela Piedra» emblemas alegóricos en honor dela patrona de los Juegos Florales, y en 1582,Auguste du Thou, al pasar por Toulouse, ob-servó con asombro que la ciudad profesaba«un verdadero culto a Clemencia Isaura».

Y sin embargo...

Menos de cincuenta años después de lamuerte de . Clemencia, surgió un litigio entrela Companhia y la ciudad respecto a la inter-

pretación de una de las cláusulas del

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testamento. Para desempatar a los adversari-os, el juez-mago les rogó que suministraran

el documento autógrafo sobre el cual dis-cutían. Y resultó que no hubo manera de hal-

lar el testamento.

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Clemencia Isaura; ¿mujer real... o madrelo-gia? (Yan)

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Esto hizo inmediatamente abrir los ojos a loshistoriadores. Catel, en sus Mémoires de1’histoire du Languedoc, observa ya en elsiglo xvi que ninguno de los escritos at-ribuidos a Clemencia son de la pluma deésta: son sólo copias. Un siglo después,Caseneuve, en su Origine des Jeux Floraux,se da cuenta de que la estatua de Clemenciano puede provenir, como se afirma, de latumba en la que la misma habría reposado,al parecer, en la Daurade, puesto que datadel siglo xvi, así como la inscripción mor-tuoria que la acompaña, cuyo autor decíasehaber sido el erudito capitoul Marin Gascón.Y otros críticos insisten en que Isauret, elconde de Toulouse del que se afirmaba serdescendiente Clemencia, es puramente ima-ginario. Tampoco hay el menor rastro de Lu-cius Isauret, padre de nuestra heroína, cosapor lo menos extraña tratándose de la prae-clara isauricorum familia de que habla el epi-tafio de Clemencia. ¿Y la construcción de los

cuatro mercados? Se ha demostrado que és-tos existían mucho antes de la supuesta fechade nacimiento de Clemencia Isaura.

Algunas mentes suspicaces llegan más lejos:consultando las etimologías descubren que«Dama Clemencia» es un sobrenombre cor-rientemente dado a la Virgen en los poemasoccitanos del siglo xvi. Y dicen que, por loque al nombre de Isaura respecta, puedeverse en él, a elección, una reminiscencia delgigante Isauré, [personaje gargantuesco de lamitología nacional que dio nombre a laciudad de Issoire[175], de Isis áurea, la Isisdorada, o también de la comarca de AsiaMenor llamada Isauria.

Así, pues, Clemencia Isaura no sería otracosa que un personaje simbólico, una figuradel principio cosmológico femenino, el úl-timo avatar de la «Dama» de los trovadores.Tesis que concuerda, no hay más remedioque confesarlo, con lo que se nos dice acerca

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de Clemencia: su negativa a casarse, su pre-dilección por el Gay Saber, el lugar supuestode su sepultura y, por último, su «riqueza»,que muy bien pudiera significar que se tratade un personaje ric, hermético, cuyo secretohallaríase encerrado en el nombremismo[176].

En éstas se estaba a comienzos del siglo pas-ado, y los diccionarios, rectificando susdefiniciones anteriores, escribían unánim-emente: «Clemencia Isaura:

Dama tolosana que se decía haber dotadoricamente los Juegos Florales en el siglo xiv.La inanidad de esta leyenda ha sido de-mostrada hace mucho tiempo.»

Fue por entonces —con toda exactitud en1810— cuando el muy erudito De Escoulou-bre hizo ante la Academia de inscripciones yBellas Letras una comunicación sensacional:acababa de descubrir un manuscrito, que

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dormía desde el siglo xv en la iglesia deSaint-Savin, cerca de Luz, construida antañopor los cagots. Y dicho manuscrito atestigu-aba que Clemencia Isaura había realmenteexistido.

De golpe, resurgió la discusión que todavíano ha sido zanjada y sin duda no lo serájamás. Lo más singular es que la misma Cle-mencia Isaura lo había vaticinado. En efecto,en uno de los poemas que se le atribuyen,escribía:

Soën a tort 1’ergulhos en el pensa

Qu’ondrad sera tot temps deis aymadors;

Mes ieu say bé que los joens trobadors

Oblidaran la fama de Clamensa.

Tal en los camps la rosa primavera.

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Floris gentils quand torna lo gay temps

Mes del vent de la nueg brancejado rabems

Morís et per totjorn s’esfassa de la térra.

Verso que puede entenderse de muchasmaneras, pero que nosotros traducimos sen-cillamente así:

(Suele equivocadamente el orgulloso figur-arse / que siempre lo honrarán los amantes;/ pero yo bien sé que futuros trovadores /olvidarán la fama de Clemencia. / Lo mismole pasa a la rosa primaveral. / Es linda florcuando vuelve el tiempo alegre, / perocuando el viento de noche con rabia la agita /muere y desaparece de la tierra parasiempre.)

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Caso de que Clemencia Isaura haya real-mente existido, su carácter mítico no deja deser sorprendente. Pero mucho más hemos desorprendernos si Clemencia es únicamenteun personaje imaginario, pues en este casono se trata solamente de un mito, sino de unmisterio y de la más inexplicable de las su-percherías. ¿Cómo es posible que toda laciudad de Toulouse haya creído en la exist-encia de ese ser ficticio, cuando todavíavivían aquellos que hubiesen conocido a Cle-mencia de haber existido ésta? Además, siClemencia fue sólo una fábula, ¿de dóndeprocedían las enormes cantidades distribui-das en su nombre a los mantenedores delGay Saber? Entre los siete trovadores de1323 había dos caballeros, dos capitouls, dosbanqueros y un rico negociante: ¡mucho orode Toulouse en total!

Reunidos en un lugar simbólico y en númerosimbólico para perpetuar el lenguaje de Her-mes, dichos letrados ofrecen una semejanza

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algo excesiva con los fundadores de una logia«justa y perfecta». Sería curioso que unariquísima sociedad secreta hubiese in-ventado a Isaura, la «Madre ocultada», paraasegurar una «tapadera» a sus poderososmedios de acción.

Cuando Mistral; Aubanel y Roumanilleemprendieron, hace cien años, la tarea derestaurar en su pasada gloria el idioma ma-terno de los trovadores, escogieron elnombre de «felibres», nombre perfecta-mente misterioso tomado de un cantofolklórico muy antiguo que narra los doloresde la Virgen, canto que evoca de pronto aJesús disputando en el Templo con los fe-libres. ¿Por qué eran así designados losdoctores de la Ley? Poco importa: la palabrasonaba bien y los tres poetas la adoptaron.

Por lo que a los frutos de su empresa re-specta, poco habían de madurar. Por unaironía del destino, varios de sus discípulos

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—y no de los menores— se consagraron a larestauración de la monarquía«franchimane». En resumidas cuentas, elFélibrige, lo mismo que la Academia de Jue-gos Florales, convirtióse en sinónimo de unregionalismo inofensivo.

Este fracaso era previsible. Felibre es la felibre, y esta fe hacía siglos que había sidomuerta por la Inquisición. Los felibres, enlatín, son también los niños de pecho, perolas doctas criaturas nutridas de Gay Saber,los «fieles hijos de las Musas de la Ciencia»,los trovadores, hacía largo tiempo quehabían desaparecido[177], llevándose con-sigo a la tumba ‘ su secreto de cabalistos, elde los «amigos del hebreo», de losphilebraoi.

No obstante, ni el mensaje velado ni el len-guaje sutil de los trovadores desaparecieronsin dejar rastro: han sobrevivido en los can-tos populares en lengua de Oc, y son ellos los

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que dan a dichos cantos su color enigmáticoy su áspera belleza. Los últimos trovadorestodavía viven: ¡quién sabe si no encontraránustedes alguno en sus próximas vacaciones!Será quizás un solitario boyero lanzando conacentos de flamenco su monodia hacia el sol.

«Hay canciones en las que resuena una con-fusa llamada hacia lo desconocido y lo inac-cesible. Puede uno olvidar completamente laletra, pero su estribillo sigue resonando en lamemoria como una llamada llena depromesas.»

En estos términos presentaba el gran poetasoviético Alejandro Blok, hace cerca de me-dio siglo, el argumento de La Rosa y la Cruz,obra considerada como la cumbre de suteatro.

La acción de la pieza transcurre en el país deOc, durante la cruzada albigense. En sucastillo, la condesa Isaura trata de encontrar

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la letra de un canto que un juglar ambulantehabía interpretado ante ella un día y cuyamelodía la obsesionaba. A petición de la con-desa, el caballero Bertrand, que la corteja,parte en busca del desconocido autor deaquel canto. Y en las costas de Bretañaacabará por encontrarle: es un niño viejo cri-ado por las hadas, un harapiento caballeroque lleva una cruz descolorida sobre el jubóny se llama Gaétan. Traído nuevamente alLanguedoc por Bertrand, Gaétan repite porúltima vez su canción para Isaura, desapare-ciendo a continuación entre la multitud parairse, mezclado a ésta, a cualquier sitio, comose lo ordena su misión de «peregrino». Irásin duda a enseñar en otros sitios que el des-tino de los hombres está regido por «la ley degozo-sufrimiento». En cuanto a Bertrand,había de morir en la lucha contra loscruzados.

El mismo Blok llamó la atención sobre las«señales de pista» que jalonan La Rosa y la

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Cruz. «Pido —dice— que se consideren mispalabras como un “Baedeker” que utiliza pornecesidad el viajero. No puedo hablar conmás claridad de lo que lo hago, pero nohabrá en mis palabras la menor vanidad sidigo que, para aquellos a quienes mi guíaparezca confusa, también nuestros paísesseguirán envueltos en niebla. Quien quieracomprender, comprenderá.»

Es decir, que el propósito de Blok no era ún-ica ni tan sólo esencialmente de orden liter-ario. El tema, el título, el nombre de Isaura,el doble marco occitano y bretón de la accióny detalles como la «cruz descolorida» deGaétan bastan, por otra parte, para conven-cernos. Lo que no se sabe tanto es que LaRosa y la Cruz está inspirada en una novelaoccitana de finales del siglo XII, Fla-menca[178], de la que Blok ha extraído, entreotras, la idea de «gozo-sufrimiento» que in-dica elípticamente el término mismo de gaysaber.

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Puesto que un gran poeta, que lo sabe debuena fuente, nos dice que a veces hay que ira buscar lejos el origen y sentido de las can-ciones venidas no se sabe de dónde, grandees la tentación ‘de prestar atento oído a losmás antiguos cantos del folklore occitano. Enefecto, por cultos que sean, los cantos de lostrovadores no dejan de guardar relación conaquella poesía folklórica. «La Historia —es-cribe Ch. Camproux— no nos ha dado losnombres de los poetas que precedieron aGuillaume de Poitiers porque no eran, sinduda, más que simples cantores pop-ulares»[179]. Y J. Anglade considera, por sulado, que «las pastorales, alboradas, baladas,danzas y canzos anónimos parecen, enefecto, ser anteriores a los poemas de lostrovadores»[180]. Pero si los poemas de lostrovadores tienen en el folklore algunas desus fuentes, ¿no tendrán también en elmismo sus prolongamientos? No andabaquizá descaminado Napoleón Peyrat cuando

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escribió: «El pueblo había conservado su fe,no había vendido su alma, y de la fidelidad yla desgracia nacía una poesía de un encantoagreste, de un carácter enigmático, cuyo mis-terio indeterminado no hace en ella sino ex-presar mejor la vaga e inmensa tristeza delMediodía»[181]. ¿Y si el Gay Saber no se hu-biese perdido? ¿Y si nos lanzara todavía sullamamiento por la voz de una anciana quetararea al amor de la lumbre o de uncampesino arando el surco?

Empecemos por el más conocido de todos loscantos del país de Oc, atribuido por la tradi-ción a Gastón Phébus, conde de Foix, y quedifundieron muy lejos, al azar de los viajes,los marineros tolosanos que iban a llevarhasta la Bretaña e Inglaterra el precioso pas-tel tintóreo, extraído de la flor del isatis.

Dejoust ma finestra

I a un auselou

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Touto la neyt canto

Sens ferma 1’elhou.

Se canto que canto

Canto pas per iou

Canto per ma mio

Qu’és al prép de iou.

Dejoust ma finestra

I a un amelhié

Que fa de flous blancos

Coumo de papié.

Aquéros mountanhos

Que tan nautos soun

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M’empachon de beyré

Mas amous oun soun.

Se sabi oun las beyré

Oun las rencountra

Passarey 1’aigueto

Sens pou de m’nega.

Nautos, bé soun nautos

Mès s’ábaïssaran

E mas amouretos

D’iou s’aproucharan.

(Delante de mi ventana / hay un pajarillo. /Toda la noche canta, / no cierra el ojo. /

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Canta lo que canta, / no canta para mí, / can-ta para mi amiga / que está cerca de mí. /Delante de mi ventana / hay un almendro /que da flores blancas / como papel. / Miradesas montañas / qué altas son, / me impidenver / dónde están mis amores. / Si supieradónde verlos, / dónde encontrarlos de nuevo,/ pasaría el agua / y sin ahogarme. / Sonaltas, muy altas, / pero se bajarán / y misqueridos amores / se acercarán.)

De golpe, la lectura se hace fácil[182].

Recordemos en primer lugar la regla básica:si hay un sentido oculto, la clave no estáfuera del texto, sino en el mismo. En estecaso, desde la primera estrofa, la clave,puesta claramente de manifiesto, salta a losojos: la canción está en «lenguaje de lospájaros».

En la negra noche (de la represión), un pá-jaro vigilante va a elevar su voz, el único

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pajaro que canta de noche: el ruiseñor, em-blema de la Pasión (que sufre el Langue-doc)[183]. «Canta lo que canta», o, dicho deotro modo, su canto sólo puede ser compren-dido por unos cuantos. Canta, no para unsimple mortal, sino para la doctrina albi-gense simbolizada (como siempre en eltrobar clus) por la Dama, pero también, pre-cisamos, por el almendro místico de la«blanca flor»[184]. Se levantan obstáculospor todas. partes: obstáculos materiales quedificultan la práctica de la religiónperseguida, y también obstáculos interioresque hacen ruda la ascensión del alma haciala visión del Fin Amor. Por su fe, el fiel estádispuesto a atravesar el agua en la barca deCaronte, a morir[185] sin miedo a ahogarse,es decir, a condenarse, pero igualmente sinmiedo a abjurar (hábil juego de palabras, yaque en lengua de Oc nega quiere decir tanto«ahogar» como «renegar»). Y la conclusiónno es menos transparente: ¡qué importa que

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las montañas sean altas si la fe es capaz demoverlas! Las montañas se harán máspequeñas.

Esta interpretación pudiera parecer arries-gada si no se hallase el mismo tema enbastantes otros cantos occitanos, y siempresubrayado por una palabra, un nombre pro-pio, una expresión o un detalle.

Así en este canto del Alto Lemosín cuna deltrobar: Darrier lou chastel de Mounviel...

Detrás del castillo de Montviel / allí es dondecantaba la bella. / Desde sus altas ventanas /el hijo del rey .la oyó.

Encantado va a su encuentro pero:

En cuanto lo divisa a lo lejos / ella para decantar.

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Bella, acaba tu canción / ¡ Es una canción tanbella. / ¿Cómo he de poder yo acabarla, / yo,pobre desconsolada? (Coumo iou poudial’acaba, paubra descounsoulada?)

El hijo del rey sigue inquiriendo:

¿Bella, no tienes un amante? / ¿Un amante oun hermano? / No me queda ni hermano niamante. / Han muerto en la guerra.

Aquí la clave es la palabra descounsoulada.

En efecto, esta palabra, en los textos mediev-ales, significa «privado del socorro del con-solament». Por lo demás, la respuesta de la«bella» al hijo del rey es un subterfugio, yaque, antes de que éste llegara, la aflicción noimpedía a aquélla cantar; si se ha callado espor desconfianza. El sentido de la canción es,pues, claro: la Iglesia cátara perseguida ya nopuede administrar su único sacramento.Muchos de sus ministros han sido muertos

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durante la cruzada, y sus últimos adeptosdeben saber callarse cuando se acerca el en-emigo «franchiman».

Otra vez el mismo tema en otra canción de lamisma región; el bouyé bounome (el boyerobuen hombre) abre un surco para ocultar enél a la Virgen perseguida. Es lou gay (elgrajo) el que conoce el escondrijo, pero no lorevelará más que quant de Sen Jan bendra1’alba (cuando de san Juan vendrá el alba).

Esta vez el tema es todavía más transpar-ente: el Buen Hombre oculta su fe a las in-vestigaciones de los perseguidores. Susecreto sólo el grajo lo sabe:

Lou gay sabe. Juego de palabras clave queindica que dicho secreto ha sido confiado alGay Sabe (al Gay Saber). La «fe libre» nopodrá manifestarse de nuevo abiertamentehasta que llegue la hora de la victoria de laluz sobre las tinieblas, la hora «albigense» de

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los discípulos de san Juan[186]. Hemos desubrayar que la fuente de esta canción hasido identificada:

es una leyenda que figura en uno de esosevangelios apócrifos que eran para loscátaros, como hemos visto, los librosfavoritos.

Anglars es un pueblo del Quercy al que sellega por una carretera con muchas revueltasy protegida por pretiles, que atraviesa laárida meseta calcárea de Gramat. Sesenta yseis familias: un pueblecito ignorado queparece estar fuera del mundo.

Y, sin embargo, es en él donde los protag-onistas de una de las más antiguas cancionesdel .país de Oc, que es al mismo tiempo unade las más hermosas, entablan este extrañodiálogo:

Al roc d’Anglars

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I o no claro founténo

Tsano d’0ïmé

I bau quéré soun aigo.

Lou fil del rey

Un jiour l’o rencountrado

—Tsano d’0ïmé!

Tan moti t’es lebado!

—Bel tsibalhé!

Lo luno m’o troumpado!

—Tsano d’0ïmé!

Douno-me de toun aígo!

—Bel tsibalhé!

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N’ay ni beire ni tasso!

—Tsano d’0’ïmé!

Douno m’en. dins to casso!

—Bel tsibalhé!

Non, l’ay pas bresugado!

—Tsano d’0ïmé!

Douno n’i no fretado!

—Bel tsibalhé!

Non, n’ay pas lésé, garo!

—Tsano d’0ïmé!

O son trobes birados!

—Bel tsibalhé!

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Ataù m’an ensenhado!

(En la peña de Anglar hay una clara fuente. /Juana de Amado a ella va a buscar agua. / Elhijo del rey un día allí la encontró: / —¡Juanade Amado, bien temprano te has levantado! /—Bello caballero, la luna me ha engañado. /—Juana de Amado, dame de tu agua. /—Bello caballero, no tengo vaso ni taza. /—Juana de Amado, entonces dámela en eljarro. / —Bello caballero, no lo he fregado. /—Juana de Amado, dámela como está. /—Bello caballero, no tengo tiempo, ¡cuidado!/ —Juana de Amado, ¡eso son pretextos! /—Bello caballero, así me lo han enseñado.)

Antes de examinar con atención este her-moso canto, recordemos lo que decía uno delos maestros del trobar clus, Guirand deBorneilh: «Me encanta cuan do oigo repetir a

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porfía, con voz clara o ronca, una. de miscanciones, y la oigo cantar en la fuente.»

Anglar pertenecía en la Edad Media alseñorío de La Capelle-Marival o Merlival,feudo de la poderosa casa de Cardaillac. En1188, el pueblo había podido honrarse, ig-nórase por qué motivo, con la visita de Ri-cardo Corazón de León, el rey protector delos trovadores.

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«En la peña de Anglars hay una clarafuente...» (G. de Sède)

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Los Cardaillac eran vasallos de los condes deToulouse; uno de ellos, Géraud III, fue a Ti-erra Santa con el «rey del Mediodía».Cuando la cruzada albigense, los Cardaillac,cuyas vacilaciones había vencido el pueblo deQuercy, terminaron la campaña bajo labandera tolosana, y a consecuencia de lo cualalgunos de ellos se convirtieron en faydits, yluego, yendo a menos, terminaron siendoburgueses, en el gremio de los orfebres[187].

En el lugar llamado el Touron o el Cros,yérguese hoy todavía la peña de Anglars,parecida a una mesa de dolmen, y el manan-tial no se ha agotado. Pueden ustedes probartodavía el agua que «Juana de Amado» neg-aba al hijo del rey, y entonces sabrán, sinduda, más que éste acerca de la peña, lafuente y !a joven, cuyo secreto no pudo pen-etrar, precisamente porque no le dejaronbeber...

Pues, una vez más, se trata en este caso deun hermoso canto clus, en el que personas ylugares son al mismo tiempo lo que son ymucho más de lo que son. Naturalmente, elnombre de la protagonista hace aguzar losoídos expertos. Juana de Amado es unafigura transparente de la «Iglesia juanista deAmor», de la Iglesia cátara en la que, segúnhemos visto, «Juan» y «Juana» son losnombres tipo dados al discípulo en las cere-monias. No menos alegórica es la fuente dela que coge agua la joven: fuente lustral,fuente de agua viva espiritual. La joven seniega a revelar el secreto de la fuente al hijodel rey de Francia[188]. Si la joven tienerespuesta para todo, es porque ha recibido laEnseñanza. El Languedoc cátaro, que tuvoque habérselas con la Inquisición, hízosemaestro en el arte de la evasiva; no se lepuede ni someter ni seducir. Tal es el ocultosentido de este antiguo canto.

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Salgamos ahora al paso de la objeción segúnla cual siempre es fácil, limitándose a echaruna ojeada por encima a un texto, atribuir almismo un sentido alegórico partiendo deunas cuantas palabras sueltas. Para ello, ap-liquemos nuestra regla de oro: la clave querevela que un texto tiene un sentido ocultoque ha de ser hallado está siempre en el textomismo. Y veamos con qué minuciosidad derelojero ha sido compuesto «Juana deAmado».

En este caso, la clave es la frase O son trobesbirados; literalmente: «Son hallazgos conrodeos.» La palabra trobes indica que la can-ción pertenece al trobar. Pero el trobar,según hemos dicho, es el arte de expresarsepor «tropos», es decir, por alegorías. .Y lapalabra «tropo» viene, a su vez, del verbogriego trepein, que significa «girar», «con-tornear». La expresión trobes birados fue,por lo tanto, puesta a propósito para indicaral auditor advertido el carácter hermético de

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la canción. Y si el auditor tiene en cuenta laadvertencia irá de sorpresa en sorpresa, puesnuestra canción va mucho más allá de unaalusión de carácter general.

Así, por ejemplo, el marco donde transcurreel argumento de la canción no fue elegido alazar. La «peña de Anglars» conviene a lasmil maravillas para representar la famosapiedra de las Escrituras que los con-structores habían desechado, la piedra ca-lumniada, «herética», pero destinada al pa-pel de «piedra angular»[189]. Más todavía:estamos en el Quercy, o sea en la «tierra delas encinas». El nombre de Anglars nos llevaa lo que es anglé[190], es decir, el lenguajeantiguo, lo que es secreto. En lengua de Oc,touron quiere decir «fuente abundante»: esla expresión exacta con que el trovadorGuiraud Riquier designaba el Gay Saber. Porúltimo, cros significa igualmente «hueco» y«cruz». Decir que en Anglars, en el Quercy,en el lugar llamado Cros, o también Touron,

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hay una peña, equivale, pues, a designar, lit-eralmente, un «lugar secreto cerca de unaencina hueca al pie de la cual corre un man-antial bajo una piedra». Y éste es precis-amente, en todos sus detalles, el paisaje sim-bólico descrito en todos los antiguos tratadosde alquimia y cuyo significado ha sido repeti-damente comentado[191]. Inclinémonos anteel desconocido autor de este «hallazgo» quesupo calcar con tanta precisión una alegoríasobre un lugar bien real, vistiendo el con-junto con el ropaje de un tema folklórico (lapastora y el hijo del rey en la fuente) tanmanoseado que ya no se le presta siquieraatención.

¿Citaremos aún este viejo canto de entreAude y Ariège?

En la térra de Larida

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Un y perd, autr’y gazanha

Ay, moun amic!

Mas nos y habem molt perdut

Habem perdut la nostra Damo.

Ay, moun amic!

Mas oun 1’anirem cerca?

Subre toutos los mountanhos.

Ay corregut et nech et jorn

Sens trobar castel ni granja

Fors un tros de castelet

La teulado toca terra.

M’an convidat a soupa

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Causerets uo autro Damo.

Per soupa, ieu souparai

Mas causi, noun, per moun amol

De despech al ped del foc

M’an jetat un lut de palho

Ay, moun amic!

(En la tierra de Larida, / el uno pierde y elotro gana. / ¡Ay, amigo mío! / En ella noso-tros hemos perdido mucho: / hemos perdidoa nuestra Dama. / ¡Ay, amigo mío! / Pero, ¿adónde iremos a buscarla? / Por todas lasmontañas. / He recorrido noche y día / sinencontrar castillo ni granja, / salvo un trozode castillito / cuya techumbre toca en tierra./ Me convidaron a cenar / en compañía deotra Dama. / Cenar sí que cenaré. / ¡ Pero no

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así, por mi alma! / De despecho, al pie de lalumbre / me tiraron una cama de paja. / ¡ Ayamigo mío!)

Este canto sólo requiere un breve coment-ario. Larida está en el Carcassés[192], y elseñor del lugar, Ramón de Larida, desoseídode sus tierras por Simón de Montfort, fuefaydit. Al mismo tiempo que la independen-cia, el país ha perdido su libertad religiosa, ylos cátaros perseguidos se han refugiado enlas montañas. Han sido desmantelados loscastillos y hasta las mismas granjas destrui-das, dejando sin techo tanto al noble como alcampesino. Los «buenos hombres» han ten-ido que esconderse en las spoulgas, grutasfortificadas apenas entreabiertas en lasladeras de los montes y en las que casi nopueden tenerse de pie. Es capturado uncátaro y se le quiere obligar a aceptar «lacomida de la otra Dama», la eucaristía de laIglesia católica. Y el, que no quiere conocermás que una cena, la cena completamente

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simbólica de la Interrogatio Johannis, seniega firmemente a abjurar. Entonces, condesprecio, es arrojado al pie de la hoguera.

¡Si se objeta una vez más que postulamos ar-bitrariamente la existencia de un sentidooculto en lugar de atenernos al sentido clarode la canción, que nos diga el que sea lo quesignifica entonces, tal como está escrita, laletra de La térra de Larida!.

Por nuestra parte, preferimos atenernos a laadvertencia del trovador Guiraud deBorneilh:

«Jamás canto alguno

»vale a primera vista

»tanto como luego, cuando se comprende.»

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Creemos que estos numerosos ejemplos de-muestran suficientemente la supervivenciade temas cátaros, difundidos por los procedi-mientos del trobar clus, en el folklore de len-gua de Oc.

Pero de todos esos cantos que, a través de lostiempos, atestiguan el recuerdo siempre encarne viva que conserva el Mediodía de latragedia política y religiosa del siglo XIII enla que naufragó su independencia, el másperfectamente clus bajo la más anodinaapariencia es, con toda seguridad, el canto delabranza titulado La mort de Joana y másconocido por el título de Lou Bouyé. Dichocanto, de sabia arquitectura, contiene variosniveles de significado escalonados y articula-dos con gran arte y reúne así, resumiéndolas,todas las fuentes, todas las componentes ytodas las resonancias del mito occitanomedieval.

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Evidentemente, puede parecer absurdo at-ribuir una textura tan sutil a un simple cantode trabajo, y es bien cierto que el campesinoque lo salmodia agarrado a la mancera delarado, no se preocupa dé descifrarlo.

Sin abrir de nuevo el eterno e insoluble de-bate acerca de las fuentes del folklore—¿quién comenzó: la masa del pueblo o al-gunos artistas?—•, debate que recuerda elcuento de la primera gallina y el primerhuevo, o la fábula del burro cargado dereliquias, subrayemos que ningún canto esmás apropiado para asegurar la transmisiónde un mensaje que un canto ligado a unalabor inmutable, que vuelve todos los añoscon las estaciones, sobre todo si el mensajede que se trata remueve la parcela del incon-sciente colectivo oscuramente arrinconadoen las profundidades del alma del cantor.Sólo su aparente trivialidad permite a talescantos franquear los siglos sin sufrir casi al-teración. Apostemos a que los que los

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compusieron lo sabían bien. «Cantar ino-centemente como el gallo, o repetir, en apari-encia, siempre lo mismo como un loro», tales el secreto de la permanencia del GaySaber.

Por lo demás, los cantos de labranza ahincansus raíces en la noche de los tiempos. EnEgipto, Champollion descifró uno de ellosque tenía 3.000 años de existencia, y posteri-ormente se hallaron otros en las tumbas dela XVIII dinastía. Avicena, en el siglo x, re-comendaba aún al labrador que cantara«porque el canto alegra a los animales y losdistrae». Así, pues, los primeros labradoresno cantaron para distraer su aburrimiento,sino más bien para conversar con los ani-males, como hacía, si hemos de creer lasEscrituras, el Adán de antes de la caída, queera todavía vegetariano. ¿Es posible creerque cantaban cualquier cosa y con un airecualquiera cuando labrar era un acto mágico,que resonaba hasta en lo más profundo de la

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psique? George Sand supo comprender muybien «ese canto cuyo origen fue quizá consid-erado como sagrado y al que debieron at-ribuirse antaño misteriosas influen-cias»[193].

Así, para algún aedo ingenioso, la eleccióndel canto de labranza como género literario ymusical es, por sí misma, un primer guiñodirigido al auditor, al que advierte de buenasa primeras que se va a entrar en la esfera delo proferente y del mito; suena como la fraseritual que inaugura los cuentos, advirtiendoque no hay que tomárselos al pie de la letra:«Cuando los animales hablaban...»

En lo que respecta a la música, la de los can-tos de labranza ofrece una semejanza notab-ilísima con la de los trovadores; ambas son,para nosotros, misteriosas y su misterio es e!mismo: el sistema de notación musical de lostrovadores no nos permite reconstruir ex-actamente los aires que cantaban y, por su

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parte, los cantos de labranza grabados delnatural por nuestros folkloristas no puedenser transcritos en nuestra notación musical.En ambos casos la traducción tropieza con elsistema de intervalos utilizado. La razón porla que no sabemos hoy día cantar la músicade los trovadores es, pues, la misma que mo-tiva que no sepamos escribir los cantos delabranza.

Y ahora oigamos cómo canta el boyerooccitano:

Quant le bouyé ben de laura

Planto soun agulhado

A,E,I.O.U

Planto soun agulhado.

Trobo sa henno al pe del foc

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Trísto, descounsoulado

A,E,I,O,U

Tristo, descounsoulado.

Se n’és malauto, algos oc

Tefaren un potatge

A,E,I,O.U

Te faren un potatge.

Amb uno rabo, amb un caulet

Uno lauzetta magra

A,E.I,O.U

Uno lauzetta magra.

Quan serey morto, reboun me

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Al pus founs de la cabo

A,E,I,O,U

Al pus founs de la cabo.

Metme los pes a la pared

Le cap jous la canelo

A,E,I,0,U

Le cap jous la canelo.

Tots los roumieus que passaran

Prendran aigo senhado

A,E,I,Ó.U

Preñaran aigo senhado.

E diran: quel es mono ayssi?

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Aco’s la paura Joana.

Que n’es anado al paradis,

Al ceu ambe sas crabos

A,E,I,0,U

Al ceu ambe sas crabos.

A primera vista se trata de una canción sinmisterio y se puede, a vuela pluma, tradu-cirla asi:

(Cuando el boyero viene de la labranza, /planta la aijada, / A,E,I,0,U, / planta laaijada. / Encuentra a su mujer al lado de lalumbre, / triste, desconsolada, / A,E,I,0,U, /triste, desconsolada. ,’ Si estás enferma dimeque sí, / te haré un potaje / A,E,I,0,U, / teharé un potaje. / Con un nabo y una col, /una alondra magra, / A,E,I,0,U, / una

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alondra magra. / Cuando esté muerta, en-tiérrame / allá en el fondo del sótano, /A,E,I,0,U, / allá en el fondo del sótano. / Losdos pies contra la pared, / la cabeza debajode la espita, / A,E,I,0,U, / la cabeza debajode la espita. / Los peregrinos que pasen / to-marán el agua consagrada, / A,E,I,0,U, / to-marán el agua consagrada. / Y dirán: ¿quiénha muerto aquí? / Es la pobre Juana, /A,E,I,0,U, / es la pobre Juana. / Se ha ido alparaíso, / al cielo con sus cabras, / A,E,I,0,U,/ al cielo con sus cabras.)

Parece que estamos oyendo una canciónsatírica:

el boyero que vuelve del trabajo encuentra asu mujer desaliñada, enferma de haber be-bido en demasía, y se ofrece a confortarla,pero ella el único deseo que formula es que laentierren en el sótano, en la cueva, con lacabeza debajo de la espita, como dice unafamosa canción báquica titulada

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curiosamente «Caballeros de la Tabla Re-donda». Y cuando pasen por delante de sugrotesca tumba los pélerins bevedors, losperegrinos bebedores, borrachínes como.ella, se precipitarán sobre la única aguabendita que aprecian, la que sale del tonel, ydirán una oración fúnebre a su modo: Juana,que vivió como los animales, ha ido allí ad-onde éstos van.

Si tal es, en efecto, el sentido de la canción,es cosa de preguntarse por qué ha conocidotal auge que ha pervivido a través de lossiglos sin que le cambien ni una palabra yhabiéndose convertido en el «himno nacion-al» de los países de Oc. En efecto, todos losmusicólogos están de acuerdo sobre la anti-güedad de su melodía con cinco notas en solmenor, y en ella se encuentran arcaísmoscomo el giro digos oc, que permiten datarladel siglo XIII o a lo sumo del xiv. Y esta can-ción es la que cantaban a todo lo largo de suruta, en la Edad Media, los peregrinos

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occitanos que iban a Compostela, y la queseguían cantando, durante las dos últimasguerras mundiales, los regimientos meridi-onales que iban al frente. E igualmente laque Radio Toulouse ha elegido como sin-tonía de sus emisiones regionales.

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•Cuando el boyero viene de la labranza,planta la aguijada...» (Yan)

¿Canción de borrachín? Pero en este casotambién puede uno preguntarse por que unatradición tan persistente, de la que se haceeco el gran folklorista Canteloube, afirmaque se trata de un canto de origen cátaro; ypor qué el cineasta Serge de Poligny ha arre-glado en torno a la misma su film La Fiancéedes Ténèbres[194], inspirado en elcatarismo.

Si, por el contrario, el auditor está al corri-ente de los «trucos» del trobar, localiza rápi-damente la palabra clave que le ayudará adescifrar toda la canción. Y esa palabra es elnombre de Joana, el nombre tipo que daba laIglesia cátara a sus fieles.

Sentado esto, y leyendo atentamente, cadapalabra contribuye a que aparezca un se-gundo sentido. Joana está al pe del foc, al pie

de las hogueras; está descounsoulado,privada del socorro del consolament[195]; susepultura no es irrisoria, ya que cabo no sólodesigna el sótano, la cueva, sino también lagruta, y canelo no sólo la espita, sino tam-bién el chorro de agua del manantial[196].

Por último, roumieus no quiere decir única-mente «¡extraños peregrinos!» (fins rou-mieus), sino, con toda exactitud, los peregri-nos que iban a Italia o volvían de ella y, ensentido más general, todos los errantes[197].

Y ya tenemos un nuevo relato: Juana, repres-entación de la fe cátara, está al pie de lashogueras, privada del consolament,perseguida. El campesino meridional que haabrazado dicha fe se ofrece a confortarla.«Joana» está oculta en las grutas de lamontaña, las spoulgas; su cabeza se hallabajo la fuente, o, dicho de otro modo: losjefes de la Iglesia clandestina beben todavía

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en las verdaderas fuentes de la tradi-ción[198].

Los iniciados conocen o podrán reconocerpor ciertas señales los lugares-refugios enque se oculta la ancestral Dama de la Fuente,y podrán también saciar su sed en la fe de losPuros, por profundamente enterrada que sehalle ésta. Y en cuanto a «Joana», éstaconoce después de su muerte, como lo en-señaban los Perfectos, la transmigración quele hace codearse con otras almas, en tránsitoen formas de animales.

Pero, ¿no será forzada esta interpretación?No explica, entre otras cosas, la comida de«Joana»: un nabo, una col y una alondramagra. Se sabe que los Perfectos no se per-mitían comer carne, y este simple detallebastaría para echar por tierra toda nuestraexégesis, si no supiéramos que una de las ar-timañas clásicas del trobar consiste en desig-nar por medio de nombres de persona o de

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nombres comunes los lugares que no sequiere designar abiertamente por su nombre.Y parece ser que así es en este caso. El nabo,la col y la alondra magra (rabo, caulet, lauz-etta magra) son simplemente... las tresnobles familias de Rabastens, Caulet y Mag-rin que. durante la cruzada, «alimentaron yconfortaron» a la Iglesia cátara perseguida.

El señor de Rabastens, Pelfort, era yerno deEsclarmonde de Foix; defendió Penne d’Albi-geois contra los cruzados, y su esposa Obriase refugió en Montségur. Los Rabastens llev-aban «gules con tres nabos al natural», y sucastillo fue destruido en ejecución delTratado de París.

Los Caulet eran señores de Lavelanet, cercade Montségur, y los registros de la Inquisi-ción nos muestran que en sus castillos loscátaros habían establecido uno de sus con-ventos (heretici tenebant publice domossuos).

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Y, por último, Magrin pertenecía a la familiade Puylaurens que combatió bajo la banderade Toulouse. Sicard de Puylaurens, señor deMagrin, fue uno de los primeros en irse almaquis en 1249; Gausbert de Puylaurens ysu hermana fueron emparedados aperpetuidad.

Podemos, pues, admirar el, ingenio deltrobador anónimo.

En esta velada evocación del naufragio de lacivilización occitana ninguna alusión podíaescapar a la gente más sencilla del país, queconocía al dedillo las hazañas de sus padres ycada una de las piedras de sus caminos.

Pero esta evocación no agota todavía el sen-tido de este canto clus. Los peregrinos deCompostela, cantándolo con la mirada fija enlas estrellas del «Camino de Santiago» queguiaban sus pasos hacia Galicia, sin dudadescubrían en él más tesoros. En aquellos

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tiempos de mucha afición a la astrología, loscitados peregrinos podían contemplar en elcielo la constelación de Bootes[199], con suahijada y su esposa «en aflicción», y meditarsobre el destino que parecía anunciar talespectáculo.

Si conocían la matière de Bretagne[200] ylas leyendas del Santo Grial, los peregrinosde que hablamos prestaban entonces aten-ción a la estrella más brillante de Bootes, delboyero celeste, la estrella Arturo, el guardiánde la Osa Mayor. Y al mismo tiempo, ¿cómono iban a pensar en las aventuras delfabuloso rey de la Tabla Redonda —la TablaRedonda «que da vueltas como el mundo»—,esposo pero no amante de la primera «Damaalbigense» (Ginebra, cuyo nombre significaDama Blanca), aquel Artús o aquel Ursio, reydel mundo porque guardaba los secretos dela estrella, «La estrella polar de los filósofosherméticos que brilla sobre el monte Sal-vat»?[201].

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Quedan las letras A, E, I, O, U, muy misterio-sas, ya que el boyero, que ignora el alfabeto,no es seguramente a sus bueyes ni siquiera asu mujer embriagada a quienes piensa en-señar a leer.

¿Hemos de ver en ello una recordación delsentido sagrado atribuido, desde los pitagóri-cos, a la enunciación de las vocales, que sub-rayaría así aún más el segundo planomitológico-religioso de la canción? Es pos-ible, pero la cosa queda nebulosa[202].

Lo que es seguro es que ese insistente A, E, I,O, U tiene un sentido muy preciso: es la bienconocida abreviatura de una divisa, de unacontraseña. La orgullosa divisa de la luchacontra el poderío romano, la divisa que serála de los Fedeli d’Amore, de los gibelinos yluego del emperador Carlos V:

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Austri Est Imperare Orbi Universo.

(Corresponde al Mediodía gobernar elmundo.)

Mucho después de que el viento hubiera dis-persado las cenizas de las hogueras, siguióelevándose estación tras estación, año trasaño, el lamento de los últimos cátaros, y di-fundiéndose su mensaje. Protestante,galicano o camisardo, el Mediodía nunca hadejado de ser el país del «No», y con frecuen-cia, siguiendo su ejemplo y su voz, levantósede un extremo a otro de Francia el gran vi-ento popular, viento que un día dio vida a uncanto de voluntarios provenzales y la vueltaal mundo...

Pues si los pergaminos, que con frecuenciadevoran las llamas, son los archivos de los

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grandes, los archivos del pueblo, que nadaborra, son sus canciones.

Canciones que despiertan el recuerdo de laspáginas de Historia escritas por el pueblo yque a veces también llaman a éste, con pa-labras que él es el único en comprender,porque es el único que ha sabido permanecersencillo y conservar «el espíritu de infancia»,a escribir otras nuevas.

Los Jacques Bonhomme[203] y los pelagatossiempre comprendieron el lenguaje de lascampanas; ¿no era acaso al toque de rebato ya la hora en que canta el gallo cuando em-puñaban guadañas y mazos para lanzarse alasalto de los torreones y llevar a ellos elfuego, el «gallo rojo»[204]?

Por eso ellos no se equivocaban acerca delverdadero sentido de este estribillo, grito deguerra lanzado —¡escúchenlo ustedes bien!—

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con el ritmo irresistible de una canción demarcha:

Frères Jacques! Frères Jacques!

Dormez-vous? Dormez-vous?

Sonnez les matines! Sonnez les matines!

Ding! Ding! Dong! Ding! Ding! Dong![205]

La tierra occitana está destinada al fuego: eldel cielo le ha prestado su brillo, y por el delos hombres sufrió y se endureció. Esa tierra,que ha vivido mucho, sabe luchar. Se rebela ypone en tensión los músculos bajo el heladoataque de las rejas de los arados; hay quesangrarla largamente, hasta quebrantarla,antes de que, por una corta temporada, serinda y ceda sus tesoros.

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La única fuerza más fuerte que ella, la únicaenergía más obstinada que ella son la fuerzay la energía de sus hijos y de los bueyes guia-dos por ellos, de esos bueyes, de origengascón, pero cuyo imperio es. mucho másvasto puesto que reinan como dueños yseñores en todos los surcos del país de Oc,desde el Adour hasta el Ródano y desde losPirineos al mar.

Por su peso, su porte y su estatura, los ani-males de esta raza sobrepasan en mucho atodos sus hermanos de tí abajo. Tienen elpelaje blanco como la cal, pero la punta delos cuernos, los párpados, el grano húmedode la piel del morro y la pezuña son negros,como el mechón de pelo de la cola, en el querelucen vagos reflejos rojos. La pata es tanfina como potentes los ríñones, y los ojostienen los reflejos metálicos de las ciruelaspasas: son unos ojos largos, oblicuos, ori-entales, que acaban de dar al animal sunobleza de monumento.

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Esos bueyes empezaron a descortezar elsuelo occitano el primer día en que unhombre reclamó a dicho suelo el pan y elvino. Y desde entonces el hombre y el animalofician juntos, Sujetos a una inmutable litur-gia. Todas las mañanas, los dos bueyes van acolocarse bajo el yugo; el boyero —es decir, ellabrador— les pone una almohadilla sobre lafrente, luego entrelaza las correas, escupeencima para atarlas a los tobillos y, por úl-timo, protege de las moscas la dignidad de suyunta con unos caparazones de tela cruda or-lados de azul o encarnado y con unas caretasde cuerda trenzada.

Un campesino languedociano nunca dirá«los bueyes»: dice «los animales», o, todavíamás abstractamente, «el par», pues losbueyes no son para él unos animales entrelos demás, sino precisamente «los» animalespor excelencia. Tampoco son animales comolos demás; la prueba es que por 1’amou delbouéou llepa la lob lo jou (por el amor del

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buey, el lobo lame el arado). Compañeros detrabajo, cierto; pero también mensajeros delos misterios. Y las injurias indecibles quetienen el honor de compartir con Dios no de-smienten, sino todo lo contrario, su perten-en—cia al mundo sagrado en un país quehace veinte siglos abrió sus grutas a los adep-tos de Mitra.

La noche de Navidad, nadie entra en el es-tablo, pues esa noche todos los bueyes estánde rodillas y hablan, y si se les sorprendieseen ese momento, morirían. En verano, en lanoche de San Juan, a las doce salen de latierra siete bueyes de oro, que no vuelven aella hasta que sale el sol. Y esos bueyesfabulosos son todos adivinos. ¿Cómo ex-trañarse de que la Gascuña los luzca en sublasón y que se atreviesen a encaramarsehasta en la arrogante cimera de los condes deFoix?

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A los bueyes de esta especie hay que seguir-los, vayan adonde vayan. Y la imagen, en estecaso, es muy fuerte: en tierras de Oc, es elboyero el que viene a buscar a los muertos.

En aquella casa cuyas ventanas están cerra-das desde ayer, los habitantes permanecenociosos: son los vecinos los que la gobiernan.Alguien ha muerto y todos han venido acuidar de él y de los que él deja. Mientras un-os arreglan la casa y sirven las comidas,Otros cumplen los ritos: paran los relojes enla «última hora» que dieron, quitan una tejadel tejado para que el alma del difunto no es-té cautiva, y cambian el orden de los mueblesy de la vajilla del muerto para que a cadaademán sus familiares noten mejor su aus-encia. Y otros, por fin, «preparan al muerto»tal y como debe reposar en el ataúd: calzado,vestido, tocado de negro como lo estaba losdías de fiesta o de mercado, poniéndole des-pués una pieza de moneda en la mano paraque pueda «pagar el pasaje».

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Por fin llega el boyero; haciendo recular susanimales, para delante de la puerta el largocarretón en forma de cuna, pintado de azulde Prusia y al que, para la circunstancia, haadornado con ramas de encina. Los hombresdepositan en él el ataúd. Y los bueyes,agentes estúpidos del destino, van ahora adevolver a la tierra a aquel hombre a quienhabían ayudado a conquistarla. La yunta quese pone en marcha tiene cuarenta siglos deexistencia: es la de los bajorrelieves egipciosdel Imperio Antiguo en los que grandesbueyes blancos, conducidos por el boyeromítico, transportan dioses muertos.

«No se es perfecto labrador —dice GeorgeSand—, si no se sabe cantarles a los bueyes, yes ésta una ciencia especial que requiere ungusto y unos medios particulares.»

Oigamos, pues, cantar a un boyero occitano.Porque su canto, esa melopea de acentos

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gregorianos vieja de siete siglos, sigue siendoel himno del país.

¿Canta ese boyero su labor? No; lo que cantaes su papel de «hombre de los muertos».

Cuando esté muerta, entiérrame

allá en el fondo de la gruta,

los dos pies contra la pared,

la cabeza debajo del manantial...

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EPÍLOGO

Si por casualidad la lectura de este libro haanimado a algunos lectores a emprender labusca del tesoro de Montségur, que nopierdan el tiempo.

Hace unos años vivía aún en el Ariège, enLavelanet, un hombre llamado Arthur Caus-sou. Era uno de los más ricos propietarios dela región y, por ser diputado provincial delDepartamento, un notable. Era también unerudito, miembro de varias sociedadesdoctas, amante de la historia y la arqueologíay autor de varias minuciosas monografíassobre el último bastión del catarismo. Era, enfin, hombre aguerrido en los ejercicios cor-porales y en las excursiones por la altamontaña.

Arthur Caussou estaba, como otros muchos,fascinado por el secreto de Montségur, cuyoaltivo peñasco desafiaba insolentemente sucuriosidad cada vez que se asomaba a laventana de su casa.

Su fortuna le permitía bastantes ocios paraque pudiera, cuando le entraban ganas, ex-plorar, sin dejarse sinuosidad alguna, el zóc-alo de la fortaleza. De 1930 a 1935 no pasóuna semana sin que allí fuera.

Y así fue como un buen día Arthur Caussouencontró lo que muchos esforzados bus-cadores habían buscado antes que él y quemuchos otros siguen buscando todavía hoy:el tesoro de Montségur.

Tesoro que no era la copa mágica del Grial,que ni siquiera contenía tanto oro como elque Arthur Caussou tenía en el Banco;mucho faltaba para ello. Eran, ocultos en unade las innumerables pequeñas grutas que

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agujerean el pog y que fue obturada, cuandoel asedio, con grandes bloques de roca, dosgrasals, dos simples tarros de gres.

Uno contenía un centenar de monedas deoro y de plata acuñadas en Toulouse en elsiglo XIII, de gran interés numismático. Y elotro una palomita esculpida en la piedrablanca, el emblema del Paráclito, del Consol-ador anunciado por Juan.

Arthur Caussou no fue pregonando a loscuatro vientos su descubrimiento, pero, noobstante, mostró su pequeño tesoro a dos es-pecialistas, dos eruditos arqueólogos, lospadres Glory y Durand, que hicieron el in-ventario y la valoración del mismo.

Arthur Caussou hubiese podido seguirviviendo en paz de las rentas de sus fincasrústicas, orgulloso de que un valioso des-cubrimiento hubiera premiado sus pacientesinvestigaciones de aficionado ilustrado. Pero

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el destino no lo decidió así: sus propiedades,no se sabe por qué, comenzaron a decaer, ysu salud también. Pronto tuvo que enfrent-arse con dificultades económicas y hubo dedispersar las preciosas monedas, orgullo desu colección. Y luego una larga y horrible en-fermedad se lo llevó.

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El tesoro de Montségur: “en una vieja caja decerillas...» (Varin)

Al morir, no legó a su hijo más que su miser-ia y una gran caja de cerillas. Y en esta cajaes donde yo he visto, con mis propios ojos,todo lo que queda del tesoro de Montségur,de aquel tesoro sagrado, fabuloso, enig-mático, lírigo y onírico: un sueldo de platacon las armas de Toulouse y una palomita es-culpida. El oro de Toulouse siempre traedesgracia...

MITOLOGÍA DEOC

I. REYES DEL MUNDO Y CENTROS DELMUNDO:

EL EJEMPLO DE BOURGES

Mircea Éliade y René Guénon han estudiadoprofundamente dos temas tradicionales, sor-prendentes por su universalidad y es-trechamente ligados uno a otro: el tema del«Centro del Mundo» y el del «Rey delMundo».

En su Traite d’Histoire des Religions, elprimero de los autores citados señala, enprimer lugar, que el tema del «Centro delMundo» se repite en las más diversas tradi-ciones: en la India, con el monte Mero, quese alza en el centro del mundo y sobre el cualbrilla la estrella polar; en Mesopotamia, conla «Montaña de los Países», que une cielo ytierra, y con la arquitectura de las zigur-at[206], cuyos siete pisos diferentementecoloreados son la imagen simbólica de los si-ete cielos planetarios; entre los hebreos conel monte Tabor y entre los cristianos con elGólgota; en el Islam, donde la piedra negrade La Meca, la Kaaba, se halla exactamenteen el centro del cielo, etc. Y Mircea Éliadeconcluye excelentemente:

«Abarcando los hechos de un modo general,puede decirse que este simbolismo se artic-ula en tres conjuntos solidarios y comple-mentarios: 1.° En el centro del mundo sehalla la “montaña sagrada”; ahí es donde se

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encuentran el cielo y la tierra; 2.°, todo tem-plo o palacio y, por extensión, toda ciudadsagrada y toda residencia real son asimiladasa una “montaña sagrada”, y así erigidas cadauna de ellas en “centro”; 3.°, a su vez, siendoel templo o la ciudad sagrada el lugar pordonde pasa el Axis Mundi, son consideradoscomo el punto en que se juntan el cielo, latierra y el infierno.»

René Guénon, por su parte, recuerda quehindúes y tibetanos afirman la existencia deun misterioso Centro de iniciación subter-ráneo llamado Agarttha, cuyo jefe es el «Reydel Mundo». Subrayando que esta tradiciónse halla igualmente en bastantes otroslugares bajo otras formas (entre ellas en laBiblia, con la ciudad de Luz y el enigmáticorey Melquisedec), escribe: «El título de Reydel Mundo, tomado en su acepción más el-evada, más completa y más rigurosa, se ap-lica propiamente a Manú, el legislador primi-genio y universal cuyo nombre aparece bajo

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formas diversas en gran número de pueblosantiguos (el Menes de los egipcios, el Minosde los griegos, el Manonnan de los celtas,etc.). Por lo demás, este nombre no designaen modo alguno un personaje histórico omás o menos legendario; lo que designa enrealidad es un principio: la inteligencia cós-mica, principio que puede ser manifestadopor un centro espiritual establecido en elmundo terrestre, por una organización en-cargada de conservar íntegro el depósito dela tradición sagrada. Y el jefe de tal organiza-ción, que representa en cierto modo almismo Manú, podrá legítimamente ostentarel título y los atributos del mismo.»

Así, la noción de «Rey del Mundo» implica lade «Centro del Mundo»; es el conocimientode dicho Centro y la autoridad sobre elmismo lo que definen esencialmente larealeza de que hablamos. Y si esta realeza eseterna es porque el Centro no se halla

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situado arbitrariamente, sino a partir de da-tos considerados como objetivos.

«La revelación del espacio sagrado—subraya, en efecto, Éliade— se obtiene pormedio de una técnica tradicional extraída delsistema cosmológico y fundada sobre él; laorientación es uno de los procedimientosempleados para “descubrir” los emplazami-entos.» Y Guénon precisa: «Todos loscentros de dicho género presentan, por loque respecta a los lugares en que estánerigidos, cierto número de particularidadestopográficas comunes, pues estas particular-idades, lejos de ser indiferentes, tienen unvalor simbólico indiscutible; es éste un prob-lema que depende propiamente de la cienciatradicional, a la cual se puede dar el nombrede “geografía sagrada”.»

Entre las particularidades topográficas de un«Centro», la que más llama la” atención es,como hemos visto, su relación con un Polo.

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«El centro de que se trata —sigue diciendoGuénon— es el punto fijo que todas las tradi-ciones coinciden en designar simbólicamentecomo “polo”, puesto que alrededor delmismo se efectúa la rotación del mundo.»Polo celeste y polo terrestre están en relaciónpor el Eje del Mundo; el Centro es así una«tierra santa» a imagen del mundo celeste.Todo esto permite a Éliade subrayar:

«La cosmogonía es el ejemplar tipo de todaslas construcciones; la Ciudad es siempre unaimago mundi, y la casa un microcosmos.»

Y resulta que estas consideraciones generaleshallan en Bourges una serie de aplicacionestan precisas como sorprendentes.

El nombre celta de Bourges: Avaric, capitalde los bitúrigos cubi, significa «cumbre,cúspide». El de los bitúrigos se compone debitu: mundo, y riges, plural latinizado de ríx:rey (como en Vercingétorix, Ambiórix, etc.);

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por ello significa Reyes del Mundo. Bitúrigospuede también ser traducido por «siemprereyes», de bith: siempre, eterno. Así, comoseñala Christian Guyonvarc’h, «el nombre debitúrigos pertenece a la geografíasagrada»[207].

Puesto que los bitúrigos habían escogido elnombre de «reyes del mundo», lo quesabemos del sentido de dicho término debeincitarnos a investigar si su territorio no con-tenía, por lo menos en opinión de ellos, un«centro del mundo».

Una investigación de esta clase ha sido ini-ciada por Françoise Le Roux en un docto in-forme presentado en el primer coloquio in-ternacional de estudios galos, célticos y pro-tocélticos[208]. Tras haber hecho observarque «la noción de realeza central es tantomás sólida, tanto menos dudosa para el his-toriador de las religiones cuanto que se iden-tifica con la noción de omphalos, de centro

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sagrado», Madame Le Roux escribe: «Lanoción religiosa de centro y de rey delmundo recibió entre los celtas una aplicaciónpráctica», y concluye: «La realeza bitúrigeilumina la concepción céltica de centro delmundo.» Lo que inspira a la citada autora es-ta conclusión, es la consideración del topón-imo berrichón[209] de Mediolanum. Estetopónimo, en efecto, significa en latín «lla-nura del centro», pero también —y, según laautora demuestra, más primitivamente—«centro perfecto», del celta lanos: perfec-ción. Y pertenece —sigue diciendo MadameLe Roux— a la «Galia íntima», pues señala(según nos dice César) un locus consecratus,«al principio, sin duda alguna, un cercado oun claro de bosque». En efecto, el lugarsagrado es claro de bosque «porque el árbolde vida forma el lazo ideal entre cielo ytierra».

El Mediolanum en que piensa Madame LeRoux es Châteaumeillan (Cher), donde había

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un oppidum galo. Pero no parece habersedado cuenta de que existe en el Departa-mento del Cher otro Mediolanum: Meillant.Y resulta que este segundo Mediolanum re-sponde bastante mejor que el primero a lascaracterísticas arriba descritas: de un lado,se halla, en efecto, en el centro de un clarolimitado por los bosques de Meillant, Maulney Grailly, y de otro, last but not least[210],sólo Meillant responde a su nombre de«centro perfecto»: hállase a menos de sietekilómetros de Bruère-Allichamps, centrogeodésico de Francia.

En vista de ello, hay base para preguntare si,al situar su Mediolanum, los Reyes delMundo, más que sobre una simple cosmo-mitología no se fundaban sobre cálculos cos-mográficos completamente positivos y pre-cisos[211].

A esta pregunta, que sería quizás audaz zan-jar afir mativamente, las leyendas y la

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iconografía de Boun ges suministran unarespuesta indirecta, si bien tropieza conbastantes opiniones admitidas.

Se sabe que la precesión de los equinoccios,es de cir, el desplazamiento aparente delpunió equinoc cial, es aproximadamente deun grado cae; 72 años la duración de la rota-ción del eje terrestre es, pues; de unos25.900 años. De lo que se deduce que: 1.’cada veinte siglos aproximadamente el puntoequinoccial retrocede de un signo a otro delzodíaco; bajo el Imperio Antiguo egipcio elequinoccio de prima vera caía en Tauro, bajolos reyes de Elam en Aries en tiempos deJesús en Piscis y desde 1950 cae en Acuar-io[212]; el cálculo de la fecha en que cadaune de dichos signos se convertiría en «jefedel tiempo» por un período determinadorevestía para los antiguos extraordinaria im-portancia; 2.°, en el curse de su rotación, eleje terrestre va apuntando sucesivamentehacia diferentes polares: bajo el Imperio

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Antiguo egipcio la polar era la estrella Alfadel Dra gón, hacia la que está orientada laGran Pirámide; hoy día, lo es la estrella Deltade la Osa Menor; en el .año 3400 lo será laestrella Gamma de Cefeo, y entre 10900 y13600 la polar será la estrella doble Albireo,la Cabeza del Cisne: durante ese período lleg-ará el momento en que el eje terrestre hayaefectuado la mitad de la rotación que ha devolverle a Alfa del Dragón. Es, pues, laCabeza del Cisne la que marca la separaciónentre lo que los pitagóricos llamaban la GranNoche y el Gran Día, los cuales duran 12.950años cada uno.

El primer obispo de Bourges fue san Ursino,que, al parecer, vivió hacia el siglo ni, perocuya existencia es, de hecho, muy dudosa; setrata sólo de un nombre. Pero dicho nombrees significativo, por ser el de la Osa Men-or[213]. Cierto es que pudiera no haber enello más que una coincidencia, si no fueraporque los monumentos de la ciudad de

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Bourges y la iconografía referente a la mismaimponen la evidencia de una temática polar,como así es:

La portada de san Ursino (fines del siglo xi)representa, en efecto, los doce meses delaño; es de forma semicircular y en su partealta figura un oso.

En la cripta de la catedral (fundada, según latradición, por san Ursino) se halla la tumbadel duque Jean de Berry, hermano del reyCarlos V el Sabio;los pies del duque reposansobre una osa pequeña que lleva bozal y ca-dena. El prospecto explicativo que se compracuando se visita este monumento, nos diceque «aquel animal formaba parte, junto conel cisne, del emblema favorito del duque; enefecto, sus nombres pertenecían a la divisade éste: «Oursine, le temps venra.»

Cierto es que el prospecto añade que esta di-visa «expresaba la esperanza del duque de

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ver terminarse su cautividad en Inglaterra»,pero ello es una suposición completamentegratuita. En nuestra opinión, la osezna aboz-alada y encadenada bajo los pies del duqueestá allí para indicar que este último, entanto que soberano feudal del Berry, tenía el«dominio de la Polar», es decir, era deposit-ario de tradiciones de orden astronómico; ladivisa del duque confirma esta interpreta-ción, ya que dice claramente, en efecto: de laOsa al Cisne el tiempo vendrá.

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El duque Jean de Berry en la mesa: el augurcon sus lituus designa la Polar futura.

(Giraudon)

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Si le queda todavía alguna duda al lector,puede disiparla al momento examinandocuidadosamente las Tres Riches Heures duduc de Berry. Este célebre conjunto de mini-aturas que el duque Jean, constructor y bib-liófilo impenitente, hizo ejecutar a finales delsiglo xiv por Jean Colombe y supervisar porsu heraldo de armas Gilíes le Bouvier, granviajero por Oriente y autor de un tratado degeografía, se encuentra hoy en el museo deChantilly.

En él, lo mismo que en la portada de sanUrsino, hay un calendario, cuyas doce imá-genes ilustran cada una un mes del año ycontienen todas ellas invariablemente: 1.°, eltrabajo característico del mes; 2.a, uncastillo; 3.°, un cómputo coronado por el si-gno zodiacal correspondiente. Por último,una imagen. que hace la número trece, es la

figura astrobiológica tradicional llamada «elHombre del Zodíaco», que pone en corres-pondencia signos zodiacales y partes delcuerpo humano. Esta última figura indica demodo evidente que el tema prosaico de lostrabajos y los días está muy lejos de agotar elsignificado de la obra, opinión que no puededejar de fortalecerse si se recuerda que losárabes llaman al zodíaco «la imagen de loscastillos», surat al burj, expresión cuya úl-tima palabra es, por la raíz y el sentido,idéntica al nombre mismo de Bourges[214].

Así, el conjunto de las miniaturas está conce-bido para sugerir (lo cual cuadra bien con elespíritu de aquellos tiempos) la existencia derelaciones analógicas y de influencias mutu-as entre los astros, el cuerpo humano y ciertogénero arquitectónico[215].

No es aquí lugar apropiado para analizar endetalle el simbolismo de las Tres RichesHeures, en las que ningún detalle

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iconográfico es dejado al azar y cuyo examenpaciente reserva singulares sorpresas. Nosproponemos dedicar a ello otro estudio;ahora, nos limitamos a invitar al lector acontemplar la primera de dichas imágenes,que representan al duque de Berry en lamesa, y que ofrece el más vivo interés.

La escena tiene por marco el palacio delduque en Bourges. Mientras que en las otrasonce imágenes vemos los castillos desde elexterior, en ésta el artista, al mostrarnos elinterior, ha querido indicarnos que la mismatiene un sentido esotérico, cuya investigacióndeja a nuestro cuidado.

Los manjares convergen en abundanciahacia el duque, quien mantiene, sin em-bargo, un porte austero: sus labios están sel-lados como por un secreto. En pie a suizquierda, dos personajes: el primero per-manece cerca del duque en actitud de conse-jero. Observen ustedes su bonete; dando una

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posición insólita a las manos del segundopersonaje, el artista se las ha arreglado hábil-mente para proveer de dos alas a dichobonete. Transformado así en Hermes, el con-sejero nos indica la naturaleza del secretoque detenta el duque. La imagen presentaotra anomalía que puede orientar nuestra in-vestigación; vean ustedes, detrás de la ban-queta del duque Jean, la columna y el círculoque la misma divide en dos: representaciónelocuente del axis mundi, la columna apuntahacia una especie de capitel en el que, entorno a las armas de Berry, figuran osos ycisnes.

Fijemos ahora la atención en el personajepoco ordinario que está en pie detrás de labanqueta, a la derecha del duque; el colorrojo de su toga y la varita que tiene en lamano nos permiten identificarlo: es un augurprovisto de su lituus. Releyendo a Cicerón{De divinatione, I, 17), recordamos en quéconsiste su función: con ayuda del lituus y

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según ciertas reglas de orientación, determ-ina una parte de ‘la bóveda celeste, el tem-plum, cuya imagen transportada sobre elsuelo será el plano del templo (templa capittemporis capite). Sabiendo esto, prolongue-mos ahora por medio de una línea trazada alápiz la línea recta formada por el bastón au-gural y comprobaremos que dicha línea va aparar exactamente a la Cabeza del Cisne. Lasdos palabras trazadas por el artista a amboslados del bastón: «Aproche, Aproche»[216],acaban de revelarnos el verdadero sentido dela divisa del duque Jean. El conjunto de laimagen puede así ser traducido sencilla-mente: el que es «rey de Bourges» ve afluirhacia él todas las riquezas materiales y espir-ituales. En efecto, detenta un secreto, secretoque es de orden hermético y radica en el«dominio de la Polar», es decir, en el cálculode los ciclos. Y dicho cálculo, bajo un velosimbólico, está inscrito en los monumentos.Lo que, en suma, nos suministra la imagen

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es el desarrollo de la ecuación: Bitúrigos =Reyes del Mundo.

Esperamos haber mostrado la continuidadde la tradición que, desde la época céltica,presenta a Bourges como capital de una re-gión privilegiada y sacra, y también que esteprivilegio, este carácter sacro, no fueron con-feridos arbitrariamente sino, por el con-trario, en función de datos positivos y deconocimientos profundos. Que ello ayudetambién al lector a comprender que, a pesarde lo que le enseñaron en la escuela, nohabía irrisión alguna en el sobrenombre derey de Bourges que fue aplicado a Carlos VII.Y al entrar, cuando pase por Bourges, en laintimidad de esa ciudad turbadora v secretaa la sombra de su catedral, de su calle de1’Alchimie[217], del palacio donde JacquesCoeur fue «ministro de Hacienda» y de lamansión donde Jean Lallemant fue, sin en-orgullecerse de ello, mucho más. Y a con-cedernos, por último, que el viaje galo de

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Bourges a Delfos, bajo las apariencias de unaexpedición militar, tiene toda la traza de unamisteriosa peregrinación.

II. LOS ETRUSCOS, LOS PELASGOS,

LOS PUEBLOS EN «SK» Y LA BLANCURA

Los etruscos son por excelencia el pueblomisterio. Los libros «aquerónticos» de sussacerdotes se perdieron, así como los veintetomos de las Tyrrhenica que había escritosobre ellos el emperador Claudio antes deque Mesalina le enviase ad patres[218]

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sirviéndole setas venenosas. La polémicaacerca del origen de los etruscos no ha ter-minado y promete seguir hasta el día en quese desvele el secreto de su idioma. Los térmi-nos del debate que opone a «autoctonistas» y«orientalistas» no han cambiado práctica-mente desde la antigüedad, en que Dionisiode Halicarnaso consideraba a los etruscosautóctonos del norte de Italia, en oposición atodos los autores de su tiempo que, a ejem-plo de Diodoro Sículo, Plutarco, Heródoto,Virgilio, Apiano, Anticlides y Estrabón, lostenían por lidios.

En tiempos más cercanos a nosotros, la tesis«autoctonista» fue defendida en Alemaniapor Niebuhr y Helbig, pero los descubrimi-entos arqueológicos, especialmente la estelainscrita de Kaminia (siglo Vil a. J. C.), querevela un estrecho parentesco entre eletrusco y el lidio, han dado nuevamente laventaja a la tesis orientalista. «Por último,comprobación capital, era la misma tradición

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etrusca: al principio del Imperio, los etruscosreconocían oficialmente su parentesco conlos habitantes de la antigua Lidia»[219].

Los etruscos, llamados también tirrenos, tur-sha, turses, tirsenos, etc., parecen, pues, pro-ceder efectivamente, como decían sus con-temporáneos, de la civilización egea pre-helénica y, más allá de ésta, de los enigmáti-cos pelasgos. Para comprender bien los tex-tos de los historiadores griegos y romanosrelativos a la historia de los pelasgos —es-cribe Lenormant—, hay que empezar porsubrayar un punto: la sinonimia de las pa-labras pelasgo y Tarso [del que turse ytirseno son simples derivados[220]. Recor-demos que dos ciudades de Lidia sellamaban la una Tyrrha y la otra Thyrsa.Además, en opinión de muchos eruditos, elidioma etrusco es un vestigio del preind-oeuropeo hablado en tiempos remotos en lacuenca del Mediterráneo. Señalemos, por úl-timo, que en el siglo pasado un jesuíta muy

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sabio, el padre Cesare de Cara, relacionaba alos etruscos con los pelasgos y a éstos con loshéteos o hititas.

Estos lidios, que emigraron empujados por lainvasión doria procedente del Norte y a losque encontramos en el siglo XII a. J. C. entierra de iberos y hacia el VIII en tierra deligures, en Italia, ¿vinieron por tierra o pormar? Se ha hecho observar con frecuenciaque los diferentes pueblos de Europa quepasan por descendientes suyos, se caracteriz-an simultáneamente por su idioma no ind-oeuropeo y por la desinencia en SK de susnombres. Además de los etruscos de Italia,convertidos en túseos y luego en toscanos,ése es el caso de los Skiptars de Albania y delos eskes (que fueron después los éuscaros ovascos)[221]. Y resulta que Hilaire de Bar-enton ha señalado que, en egipcio, la raíz SKera común a todos los términos relativos a lanavegación.

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¿Es acaso demasiado osado agregar a estalista de pueblos algunos de los iberos que,franqueando los Pirineos, ocuparon hacia elsiglo vil a. J. C. el sudoeste de Francia? Queel nombre de los gascones arranca del de losvascos, es ya lo suficientemente conocidopara que sea necesario recordarlo. Pero no esinútil subrayar que en las Landas de Gascuñados comarcas se llaman una el Tursan (comolos turses) y la otra el Maremne (como elMaremne toscano donde se hallaba, en Vulci,uno de los centros principales de la civiliza-ción etrusca).

Por último, y también en las Landas, lapequeña ciudad de Tartas parece señalar elpaso de los tartesios.

El detalle de la leyenda de Pirene que hacede ésta la hija de una Danaide apunta en elmismo sentido. ¿Se trata quizás en este caso,como ocurre muchas veces, de una simpletransposición, obra patriotera de

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historiadores atrasados que, propensos aidentificar con los suyos los héroes «bárbar-os», han helenizado a Pirene? No lo creemos,por no existir en la mitología clásica ningunaPirene en la que Silio Itálico y sus sucesoreshubiesen podido reconocer a la heroína deTarusko; al contrario, como ya hemos dicho,Pirene es la traducción de la Belisanaceltíbera. Así, la mención en la baja época deque Pirene era hija de una Danaide no puedeser más que el eco de una tradición muy an-terior. Y resulta que con dicha ascendenciaaparece Argos, que era una ciudad pelásgicaen la que reinó Inaco, río-padre de Io, yluego Danao. Ya en el siglo v antes denuestra Era, escribía Sófocles (fragmento256): «Inaco, a tu poderío majestuoso estánsometidos los campos de Argos y los pelas-gos tirsenos.»

Y Apolodoro (II, 1), por su lado, subrayaba:«el nombre de danai dado a los argivos».

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¿Cómo no fijarse, por último,’ en que aquel-los pelasgos y las ciudades que fundaron ll-evan la señal de la blancura? La blancura, engriego argo. Los pelasgos son los Blancos(pelargoi); fundan Argos y Alba, las ciudadesblancas[222], y son sus descendientesquienes habían de dar nombre a Albania yAlbión[223]. Ahora bien, sabemos que losetruscos eran de piel morena. Más que unrasgo de la naturaleza, la «blancura» de lospueblos en SK parece, pues, un atributo sim-bólico, señal sagrada de la que se considera-ban investidos: el signo de la pureza.

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III. EL BLASÓN ASTROLÓGICO DETOULOUSE

Si bien consideraban la materia elementaldel universo como eterna, las antiguas cos-mogonías, por el contrario, asignaban uncomienzo a la organización del caos; para el-las, el nacimiento del mundo era un acto, elacto por el que el mundo había entrado en eltiempo.

Pero la observación astronómica, primerafuente de toda reflexión acerca del tiempo,aún no ofrecía de éste a nuestros antepasad-os más que la imagen de un «eterno re-torno». En estas condiciones, el problema delos problemas para los reyes-sacerdotes-

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astrólogos era tratar de determinar el mo-mento del nacimiento del universo organiz-ado, el punto de partida .del gran ciclo queterminaría en el «fin de los tiempos». Enefecto, con aquella visión cosmológica, el queposeía dicho conocimiento se apoderaba deun solo golpe y para siempre de las llaves dela Historia universal. La voluntad de poderíode una casta dirigente fue así el motor de laastrología al mismo tiempo que el motivo desu ocultación, pues revelando lo que ellasabía acerca de la marcha de los astros, dichacasta hubiese perdido, a la vez, su hegemoníasobre la agricultura, el comercio, la navega-ción y la mente de sus subditos.

El tema natal del mundo, el «horóscopo ini-ciador», era el estado de la esfera celeste enel momento supuesto de su puesta enmarcha y en ios signos tópicos de las esta-ciones. Estos signos, dispuestos en cruz en elcírculo del zodíaco y que señalan los cuatromojones o puertas del cielo, fueron, pues,

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considerados como «jefes del tiempo», in-ventores de la astronomía e instauradoresdel culto de los dioses;

dichos signos dan la clave «iniciadora» delos sistemas religiosos sucesivos, no siendolas divinidades y héroes otra cosa, como seve en los antiguos planisferios, que figurasalegóricas del cielo estrellado en movimi-ento. La ciencia hermética, es decir, la de los«mojones»[224], residía esencialmente en elcálculo cíclico: «Aquel que posea el conoci-miento del reino de los cielos podrá sacar deél, como de un tesoro, las cosas antiguas y lasnuevas.» El Evangelio atribuido por metá-fora a Mateo[225] habla en esto como laTabla de Esmeralda atribuida a Hermes.

En la época en que se afirmaba la astrologíasacerdotal, hace cuarenta siglos, bajo laprimera dinastía babilonia y el Imperio An-tiguo egipcio, Tauro señalaba el equinocciode primavera, Escorpión el equinoccio de

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otoño, Leo el solsticio de verano y Acuario elsolsticio de invierno, estando localizados re-spectivamente por las estrellas Aldebarán,Antares, Sirio y Fomalhaut. La «primeraprimavera», el comienzo del mundo, fueentonces fijada en una fecha anterior enveintidós siglos, señalada por el paso delpunto equinoccial por Aldebarán, el Ojo delTauro. La precesión (Véase el Anexo I) hizopasar a continuación el equinoccio deprimavera de Tauro a Aries, el de otoño deEscorpión a Libra, el solsticio de verano deLeo a Cáncer, y el de invierno de Acuario aCapricornio.

Clave de bóveda de toda la arquitecturaceleste, la cruz de los puntos cardinales quedivide la rosa del zodíaco era también la de laarquitectura de templos y ciudades, edifica-dos a imagen del cielo: era el limes decu-manus que señalaba las cuatro puertas deltemplum circular cuyo emplazamiento, mar-cado en el suelo por los augures y trazado a

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continuación con el arado, determinaba elrecinto de la ciudad que iba a nacer. Lasdiferentes regiones del cielo eran :tomadas acontinuación como modelo de las subdivi-siones de la ciudad: así hizo en Roma, segúnel testimonio de Cicerón, el augur AcciusNavius. Característica es la tradición quehace del legendario rey etrusco Numa Pom-pilio el fundador del colegio de los auguresromanos; el nombre de este rey significa, enefecto, «el divisor que ordena la marchaceleste». El rey tolosano Acuario es de igualnaturaleza: los jefes míticos de las ciudadessagradas eran siempre figuras de «jefes deltiempo».

En la antigüedad, Toulouse tenía su fortalezasagrada, su Kapitolias Hiera, su Capitolio:era el Templo de las Tres Ovejas, cuya en-trada era la Portaria, convertida después enrué de la Porterie. Noguier nos da una in-teresante aclaración sobre la naturaleza delculto que allí se celebraba. «Esta idolatría

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—escribe— era común a los reyes, príncipes,señores, caballeros y gentes de gran autorid-ad, mientras que el común popular y gentesde baja condición tenían el partido del ídolode Apolo.» En resumen: un culto esotéricoopuesto al culto vulgar. Como no se llega aver, de buenas a primeras, ningún refinami-ento intelectual en la adoración de animalesestúpidos, hay que profundizar más. Y res-ulta que, según los herméticos, el instru-mento del arte de los constructores era. pre-cisamente una triple cabeza de camero, tall-ada en un cubo de «madera de marzo» (olmorojo), que era a la vez una regla matemáticade las proporciones y el símbolo de la«cabeza de la enseñanza», es decir, del puntode partida de la tradición. En el emplazami-ento del Templo de las Tres Ovejas fue con-struida posteriormente la iglesia de Saint-Quentin, en la que, en el siglo XII, se reuníanlos capitouls. Frente a este emplazamiento sealza hoy día el Capitolio.

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En todo caso, el emblema solar de la oveja,en sus tres edades, pertenece desde el origena la historia de Toulouse, donde el dios-solera llamado Abellio o Belenu, habiéndose en-contrado en la ciudad medallas antiguas ypiedras esculpidas con la efigie del citado an-imal. Lahaye, en sus Recherches d’Aquitaine,y Catel en sus Mémoires de 1’histoire duLanguedoc aseguran que el emblema de losprimeros condes de Toulouse representabatres ovejas hasta el día del año 777 en que elconde Torsin, sarraceno recién bautizado,recibió la visita de un ángel que le ordenósustituir dicho emblema por una cruz. Laleyenda está visiblemente calcada sobre ladel emperador Constantino tomando comoinsignia el lábaro aparecido en el cielo. Perola cruz de Toulouse, aunque figura efectiva-mente desde el 993 en los sellos del condeGuillaume, no ha expulsado a la antiguaoveja que figura junto con la cruz en el es-cudo de la ciudad.

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En cuanto a la leyenda de san Saturnino, unreligioso perspicaz, el R. P. Fulgence, le ded-icó el siglo pasado un opúsculo sumamenteinteresante.

Este autor comienza por subrayar: «El prob-lema de san Saturnino es el nudo gordianode toda la historia de nuestros orígenes cris-tianos.» «La luz del día —prosigue— debe sa-lir precisamente de ese punto del horizonteen el que se han difundido desde hace tantotiempo impenetrables tinieblas.»

Según el R. P. Fulgence, hubo en realidaddos Saturninos, que la ignorancia terminópor confundir en uno solo: «Examinando lastradiciones “como a vista de pájaro” —haceobservar—, hallamos por todas partes unSaturnino compañero de san Trófimo, es de-cir, uno de los miembros principales de lamisión de san Pedro, misión que llamaremosseptenaria en razón del número de obisposde que se componía, y otro Saturnino

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discípulo de san Dionisio, jefe de la misiónduodenaria[226].» El autor nos dice a con-tinuación que el primero es el que murió enToulouse atado al toro, mientras que el otropereció en Roma, precipitado desde lo altodel Capitolio. Y concluye: «Todo ello fuerzaal historiador inteligente a considerarlocomo un personaje doble.» Esta pequeñaobra maestra del lenguaje alusivo se ajustaperfectamente al tema tratado por el sabio“hermano capuchino. Para un astrólogo, enefecto, Saturno no es totalmente el mismosegún se le considere en el septenario de losplanetas o en sus relaciones con el duoden-ario de los signos cuyo jefe es Dionisio. Ypara el astrónomo, los «compañeros» deSaturno no son los mismos según las esta-ciones, y el «domicilio de Saturno destron-ado» varía aproximadamente cada dos milaños.

Dicho esto, es hora ya de examinar de cercael antiguo escudo de armas de Toulouse,

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recordando que la heráldica es un lenguajesecreto y apoyándonos, como recomendabaun experto en dicha ciencia, «únicamente enlas reglas que conducen con certeza al desci-framiento de cualquier escritura desconocidadesde el momento en que se conoce elidioma»[227].

Dichas armas (véase el grabado de la pág.230) deben ser blasonadas así: «Gules al cor-dero de plata, cabeza nimbada, pasando enpunta y llevando en pendón una cruz cléchéey pometada de oro, recostada a diestra a unalcázar de plata rematado por . trestorreones del mismo metal, y a siniestra auna iglesia de plata rematada por un cam-panario grande y dos pequeños, también delmismo metal.»

El rojo heráldico se llama «gules», de la pa-labra persa gul, que significa «la Rosa», yque es aquí el color del «fondo» del escudo.

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Así se nos indica, de manera jeroglífica, elsobrenombre de Toulouse.

La aureola es una figura del sol; rodeando lacabeza del cordero nos indica que este anim-al simboliza aquel astro, no en su plenafuerza (entonces se hubiera puesto uncarnero), sino en el momento en queempieza a hacerse grande, es decir, en el sol-sticio de invierno, como indica también elcolor del cordero, la plata, nombre heráldicodel blanco, color invernal.

El cordero aguanta con la pata el palito quesostiene la cruz. Y la pata del cordero con-tiene el huesecillo llamado «astrágalo» porestar estriado en estrella. Por cierto que elnombre de astrágalo indica una estrella de-terminada, Fomalhaut, ya que galè significaen griego «pez», y Fomalhaut se halla en laconstelación austral de Piscis. Y esta estrelladel Australgalè era, como hemos visto, el si-gno del solsticio de invierno. El palito que

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sostiene la cruz no es menos rico en signific-ados simbólicos: representa, en efecto, lavara augural, la cara de Aarón, primer jefe dela casta sacerdotal en Israel. Pero el men-cionado palito representa también lo que semide con esta vara; en efecto, en francés an-tiguo, se llamaba verge el terreno que se ex-tendía alrededor de una morada real oseñorial: «Tener una herencia por la verge»significaba recibir un bien del rey o de unseñor, quien entregaba al beneficiario unavara como emblema de aquel presente. Laverge era, por último, una «medida agraria»,o sea, en este caso, «medida del fondo delescudo».

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Las armas de Toulouse: criptografía,astrología

En cuanto a la cruz, es única en heráldica,por lo que se la llama simplemente «cruz deToulouse». Se dice cléchée porque sus aspasestán hechas como los anillos de una llave.Se observará que sus manzanillas son de oro,en número de doce y dispuestas en círculo.En heráldica, las manzanillas se llaman tam-bién «bordones de peregrino». Y, también enheráldica, la diestra y la siniestra son las delque lleva el escudo: por ello la diestra está ala izquierda y la siniestra a la derecha dellector. La diestra simboliza el día, y la sini-estra, la noche. El monumento que figura adiestra del escudo de Toulouse es el castillode los condes, el castillo Narbonnais, cuyaconstrucción la leyenda atribuye a Acuario. Asiniestra figura la iglesia de Saint-Sernin.

Establecido esto, el sentido oculto de lasarmas de Toulouse aparece con su perfectacoherencia: la cruz representa la pereg-rinación cíclica de la manzana de oro delsol[228], cuya clave la da el conocimiento delos jefes del tiempo. Conocimiento de origensacerdotal que es, a su vez, «la herencia quese tiene por la ver ge», por el lituus, la varadel augur[229]. Pero, por su blasón, Tholosese afirma, no sólo poseedora de una tradi-ción de orden astrológico, sino que nos dicetambién, en forma de imagen pero con preci-sión, a qué época hemos de referirnos: contoda exactitud, a aquella en que el solsticiode invierno, señalado por Fomalhaut,equidistaba del castillo de Acuario[230] y deldomicilio nocturno de Saturno, es decir, deCapricornio. Lo cual ocurría hace 4.000años[231].

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IV. EL ENIGMA DE LOS CAGOTS

Hasta fines del siglo XVIII, el viajero que re-corría la mitad sur de Francia y el norte deEspaña podía comprobar la existencia de un-os habitantes malditos: los cagots a los quese había dado antaño el nombre de crestias.

En España, se los encontraba en Guipúzcoa,en Navarra y en los alrededores de Jaca. Peroera en el sudoeste de Francia dondeabundaban, sobre todo en Gascuña, elBearne y el alto Languedoc, es decir, en losactuales Departamentos de las Landas, Altosy Bajos Pirineos, Gers y Alto Garona[232].En estas regiones, que fueron siempre re-beldes a la intolerancia medieval, que jamáspersiguieron a los judíos, que acogieron lacultura árabe y sonrieron por mucho tiempo

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a la herejía, los cagots eran objeto de sagradohorror y víctimas de una segregación tan sev-era como quizá no se haya visto nunca.

Tanto en las ciudades como en el campo,vivían en barrios aparte: las «cagoterías»;sólo un pequeño número de oficios les estabapermitido: a los hombres, los de carpinterosde armar y albañiles; a las mujeres, el de te-jedoras. Hasta en la iglesia habían de entrarpor una puerta separada, mojar los dedos enuna pila de agua bendita especial y ocupar si-tios aparte, en el fondo del templo. Y alcomulgar, el sacerdote les tendía la hostia enla punta de una vara[233]. No podían casar-se más que entre ellos, pues, como escribíaMartin de Biscaye: «Cientos de años hantranscurrido sin haberse visto hombre nimujer tan miserable y de pensamientos tanbajos que se hayan unido a ellos, sea legítim-amente, sea de otro modo.» Carecían de tododerecho cívico o social, y en la administra-ción de justicia, en los casos en que bastaba

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un solo testigo ordinario, se exigían sietetestigos cagots. A decir verdad, se les reg-ateaba hasta el derecho a vivir: el 4 de agostode 1471, las autoridades de Moumour, en elBearne, prohiben a un crestia, el maestroRamón, carpintero de armar, así como a todasu familia, labrar, tener animales, entrar enel molino para llevar grano, poseer cuchillospuntiagudos, ir a lavar al lavadero y hastaandar descalzos y beber el agua de la fuente,bajo pena de ser hechos responsables «de lainfección, los daños, la deshonra y la ver-güenza que podrían resultar de ello para loshabitantes de Moumour».

Una vez muerto, el cagot no es mejor tratadoque en vida; no se le entierra en el cemen-terio, sino en un foso de la carretera o a oril-las del mar. En 1683, Luis XIV promulga enfavor de los cagots un edicto que prohibe lasegregación, edicto que quedan encargadosde aplicar los Parlamentos de Burdeos y deToulouse. Pero apenas se extienden por el

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Mediodía los pregoneros para proclamar di-cho edicto, la población los ataca y tienenque batirse en retirada. En 1706, en Condom,muere la cagóte Marie Arboucan. Su padrequiere llevarla al cementerio, como tiene yaderecho. Pero los habitantes expulsan elcortejo a pedradas. Arboucan presenta unadenuncia ante el Parlamento de Burdeos;cuando ganó por fin el pleito estaba yamuerto y enterrado... en el foso. En 1718, enRivière-Saas, doce cagots intentan entrar enla iglesia por la puerta grande: se amotinanlos fieles, corre la sangre y hay numerososheridos. En 1723, el Parlamento de Toulouseproscribe el uso de la palabra cagot, que seha hecho infamante: el único efecto de dichamedida es provocar disturbios en Biarritz.Unos años más tarde aparece la Enciclope-dia. Diderot, D’Alembert, Voltaire yRousseau toman en ella la defensa de todoslos oprimidos: judíos, protestantes, esclavosde las colonias; hasta de los malhechores

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condenados a galeras. Los cagots no sonmencionados en ella más que dos veces...¡por su fama de hipócritas! En aquella épocade las luces, los cagots sufren una suerte to-davía peor que la de los esclavos negros delas colonias que, por lo menos, se conviertenen hombres libres si se les trae a Francia, dedonde no se les puede expulsar sin suconsentimiento.

Bueno, pero ¿en qué hubiese conocido a loscagots nuestro viajero? En que llevaban lasenhal, la «seña»; una pata palmeada depaño rojo cosida en el hombro del vestido.

Cadun desbat l’esparle porte un bét pé deguit.

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(Cada uno lleva en el hombro una hermosapata de pato.)

B’abet aquiù la grand Cagoterie,

Tout aco que soun gens de noustre partie,

Que hen castets oubrats,

La coucarde rouye au capeù,

Lou pé de guit au coustat.

(Aquí tenéis a la gran «cagotería», / a lagente que en nuestra patria / hacen castillostrabajados, / con la escarapela roja en elsombrero / y la pata de pato al costado.)

Sin duda entonces el viajero hubiese pensadoque el cagot en nada se distinguía del resto

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de aquella población que le excluía, puestoque necesitaba tan extraña insignia para serreconocido. Sin embargo, mirando con másatención, habría observado que los cagotssolían ser de baja estatura, que había entreellos una proporción bastante grande de ru-bios de ojos azules y, sobre todo, que casi to-dos tenían las orejas desprovistas de lóbulo.

Guigne-tu 1’aureilhette, si y an loupendríllou.

(Mira su orejita, no tiene pendiente.)

Et ne t’y trompès pas, touts quet’recounechem

Au penou de 1’aureilhe ne l’has pas en pénen.

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(Y no te engañes: todos te reconocen / por lapunta de tu oreja que no tiene pendiente.)

Y si ahora el viajero se hubiese extrañado deque por la punta de la oreja unos seres hu-manos hubieran de sufrir el infierno en latierra, a sus interlocutores meridionales noles faltarían respuestas: habrían dicho quelos cagots exhalaban un olor infecto, estabantodos atacados por la lepra y la mayoría pa-decía cretinismo. Y que, además, eranhipócritas y malos y, por último, de una odi-osa lubricidad.

Pero, como podemos suponer, nada de elloera verdad. Durante todo el siglo pasado,sabios y médicos realizaron investigacionesentre los cagots. Y lo mismo Victor deRochas que Francisque Michel, o los

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doctores Manveille, Fay y Auzouy, se manife-staron unánimes en sus conclusiones: si biendescubrieron que entre los cagots la mortal-idad era un 30 por ciento más elevada a con-secuencia de la segregación, cuya persisten-cia pudieron comprobar, por el contrario elmal olor, la lepra y el cretinismo de aquellosintocables no existían más que en la ima-ginación popular, y «algunas de sus hijasposeían incluso una belleza que pudo inspir-ar pasiones». Un solo rasgo queda: «Laforma de la oreja es, quizás, el fenómeno másconstante entre los cagots», escribe Auzouy[Annales médico-psychologiques, 1867),quien concluye con una especie de humornegro: «Hay cretinos y cagots en diversaslocalidades de los Pirineos, pero una diferen-cia fundamental existe, física y moralmente,entre esas dos categorías de desgraciados: elcretino, que ha sufrido una detención en eldesarrollo de sus facultades intelectuales yen su conformación exterior es susceptible

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de mejoramiento e incluso, excepcional-mente, de cura. El cagot, por el contrario,disfruta de una conformación normal; comono es un enfermo, no ha de esperar cura,como no sea del perfeccionamiento de lascostumbres públicas de las comarcas en quevive.»

En realidad, en las aserciones populares ref-erentes a los cagots reconocemos fácilmentetodas las características irracionales de losmitos racistas que, uniendo el sentimiento desuperioridad al miedo, atribuyen a sus vícti-mas a la vez rasgos repugnantes y el equí-voco atractivo de una pretendidahipersexualidad.

Muy característico es al respecto la siguientenarración popular de la comarca de Argeles:Un joven amaba apasionadamente a unamuchacha tan bella como virtuosa, la cualcorrespondía a su amor. Pero cuando él hab-laba de matrimonio, ella rehusaba con

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obstinación. Y si el joven se extrañaba de sunegativa, ella se limitaba a suspirar: «¡ Ah!¡Si supieras...!» Un día, al joven se le ocurreun bonito juego de enamorado: parte unamanzana en dos y dice a la hermosa: «Esta.noche, antes de quedarnos dormidos, nospondremos cada uno una mitad de la man-zana debajo del sobaco. Y mañana yo mecomeré tu mitad y tú la mía.» Al díasiguiente, el galán llega a la cita con su mediamanzana intacta. Pero la muchacha, con lá-grimas en los ojos, le tiende media manzanapodrida: su secreto era que ella era cagote ylos cagots pudren todo lo que tocan...

Así es, efectivamente: la crítica racional nohace vacilar en absoluto los prejuicios de unracista. En efecto, si opone usted a este úl-timo los hechos tangibles, a saber: queaquellos a quienes tiene tirria son en todopunto hombres iguales a los demás, no lecontradirá, porque, para él, el carácter in-fame de aquellos a quienes desprecia estriba

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en no se sabe qué esencia oculta que, a faltade aparecer en la vida real, se manifestará encaso necesario al socaire de un prodigio, deun incidente fabuloso.

No obstante, el fascismo se mete con la etno-grafía, cosa que le distingue de la intoleran-cia que, por su parte, la toma con lasminorías religiosas, aunque se vea a vecescombinarse racismo e intolerancia contra ungrupo étnico minoritario que tenga su reli-gión propia. Pero resulta que nada parecehaber distinguido a los cagots, en el plano ét-nico, fuera de sus orejas, ni en el plano reli-gioso, puesto que eran católicos. El ostra-cismo que sufrían no deja, pues, de serbastante misterioso. Entonces, ¿quiéneseran?

El primer texto que menciona a los crestiasdata de 1288, y hasta el siglo xvi no aparecela palabra cagot. Rabelais señala que existía

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en la biblioteca de Saint-Victor una obraacerca de los cagots.

Las diversas teorías relativas al origen de loscagots están basadas únicamente en hipótes-is. Se les hace descender unas veces de losjudíos (Bosquet), otras de los godos arios(Oihenart, hacia 1625), Otras veces de lossarracenos (Pierre de Marca en 1640), otrasde cruzados vueltos de Oriente con la lepra, yotras, por último, de los herejes albigenses.El rasgo común a todas esas versiones es quehacen de los cagots, en su origen, adversariosreligiosos. En esto, dichas versiones nohacen otra cosa que dar forma a leyendaslocales conservadas en innumerables dichos.Veamos:

Cagot de Canaan, des charpentiés rebut,

De l’Est en ta 1’Ouest perqué t’en es bengut?

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No tournes pas respounse et crets en te caran

Cacha la toue histouères aüs puble deüCauchan.

Cagot, que la sabem. La Bible que s’ha dit

Perqué deü tou pays tu te trobes banit:

Un temple en taü sehnou tu que boulaisbastí,

Un sout en taü tu porc nou saps pas acabi.

Arrèn que nous saps ha et n’ey pas chetsraisou

Si t’rembia deü chantié lou grand reySalomou.

(Cagot de Canaan, desecho de los carpinterosde armar, / de Oriente al Occidente, ¿por qué

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has venido? / No esquives la respuesta y noesperes callando / ocultar tu historia a lospueblos del Poniente: / la conocen, cagot. LaBiblia cuenta / por qué fuiste desterrado detu país: / Tú querías construir un templo a tuseñor, / tú que ni siquiera sabes acabar unapocilga. / Y fue justicia / que el gran rey Sa-lomón te expulsara de la obra.)

Ue race maudite de ladres e Cagots

Descendens deüs saubatges, de bilensOstrogots.

(Una raza maldita de ladrones y cagots, /’descendientes de los salvajes, de los malva-dos ostrogodos.)

Lou pays que us a bis nade

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Qu’ere estat embrasat

Per ue horde sarasinesque

Que Diu abey mespresat.

Aquère race maudite

Parmi nous es relega

Estant un reste d’armada

Que né poudé plus ana.

(El país que los vio nacer / había sidoquemado / por una horda de sarracenos /que despreciaba a Dios. / Esta raza maldita /desterrada entre nosotros / es el resto de unejército / que no podía avanzar más.)

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Ciertos dichos, sin embargo, atribuyen a loscagots otros orígenes:

Audarans et Canarie

Tout acó nou ey que Cagoterie.

(Andurans y Canarias, no hay allí más que«cagotería».)

Y este otro:

Deu temps deü rey Gripput, déns laGalimachie

Aco qu’es un recoing per darré la Turquie,

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Aquet rey qu’abé u hastiau lecayas

Qui éri cargat di lèpre despuix lou cap enbas:

Gaheig - Agot - Grezi - Labenne qu’éré sounnoum.

(Antaño, en la Galimachia, / más allá de Tur-quía, / el rey Gripput tenía un lacayo horror-oso / cubierto de lepra de pies a cabeza / yque se llamaba Gaheig -Agot - Giezi -Labenne.)

Esta última versión dio lugar a una continua-ción en la que el horroroso lacayo (lecayas)se convierte en el primer cagot establecidoen tierra de Oc, el llamado Lacayat, que,según se pretende, se casó en Labaste, aldea

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del Ayuntamiento de Saint-Jean y Saint-Pi-erre de Lier, en Chalosse:

Mes la mey granne tristesse

Que lou pays a esproubat

Ere arribade d’un soul houmi,

Be 1’aperében Lacayat;

Au quartié de Labaste

E que s’ere maridat.

(Pero la mayor desgracia / que haya afligidoal país / vino de un solo hombre / que sellamaba Lacayat; / fue en el barrio de La-baste / donde se casó.)

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Sin embargo, y con frecuencia, los dichospopulares, más modestos, no son más queconfesiones de ignorancia en cuanto al ori-gen de los misteriosos cagots:

Bos me dísé, Daniel, d’oun sorten lousGaheigs?

Jamey nou pouts pensa d’oun soun aquetsauseigs.

(¿Me preguntas, Daniel, de dónde salen loscagots? / Jamás he podido saber de dóndevienen esos pájaros.)

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Non nia tau gaüsa disé aquéro d’oun sounbenguts.

(No me atrevería a decir de dónde ha venidoesta gente.)

Más aún; los propios cagots parecían haberolvidado su propio origen:

La loué genealogie

Ben souben qu’ey demandat:

Arrèn ne m’an sabut diré

Qui üs abé engendrats.

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(Su genealogía / muchas veces les he pregun-tado: / Nunca supieron decirme / quién loshabía engendrado.)

¿No habrá en el laberinto de estas leyendashuellas de alguna pista?

Dos de ellas merecen retener especialmentela atención.

La primera es la del lacayo leproso llamadoGaheig-Agot-Giezi-Labenne. Gaheig y Agotno son otra cosa que variantes regionales dela palabra cagot, y Labenne un nombre pro-pio que muchos cagots solían llevar. Quedael nombre de Giezi, cuya asonancia orientalresuena extrañamente aquí y que nos re-cuerda que en Chalosse se llamaba también alos cagots, Gézitains. Y este nombre va adarnos la clave de toda la leyenda si abrimosla Biblia por el segundo Libro de los Reyes

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(V. 20-27), donde, en efecto, se cuenta quehabiendo Eliseo curado la lepra al generalarameo Naamán, a Giezi, doméstico del pro-feta, se le ocurre reclamar al beneficiario delmilagro el precio de la curación, quedán-doselo. Para castigarle por su codicia, Elíseodice a Giezi: «La lepra de Naamán se tepegará a ti y a tu simiente para siempre.» Eltexto agrega: «Y Giezi se alejó, blanco de lep-ra como la nieve.»

Siendo esta curación y este castigo igual-mente milagroso, la lepra de que aquí setrata es simbólica: es el estigma del pecado,lepra moral, invisible, que invoca el rey LuisIX en su célebre diálogo con Joinville: «Nohay lepra tan fea como el pecado mortal.»Ahora podemos comprender mejor en virtudde qué analogía han podido ser los cagotstratados de leprosos, siendo así que no loeran.

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Hemos visto que los intocables del país de Oceran designados primitivamente con elnombre de crestias. Ahora bien, crestia, enidioma occitano, significaba a la vez «cristi-ano», «leproso» y «cretino». Este triplejuego de palabras no es en modo alguno for-tuito. El leproso es, en efecto, una figura decristiano por referencia a la parábola de Láz-aro, el amigo de Cristo, revuelto por éste a lavida (del alma) cuando «olía ya mal» (moral-mente), parábola cuyo eco encontramos en laEdad Media y en el nombre de «pobres deCristo» dado a los leprosos, así como en el delazaretos dado a las leproserías. Pero el cris-tiano es también el cretino, esta vez refirién-donos a las Bienaventuranzas: «Bienaven-turados los pobres de espíritu porque de el-los será el reino de los Cielos», estando aquíla pobreza ligada al estado de infancia espir-itual; y pensemos en la importancia del per-sonaje medieval del rey leproso, del reyméhaigné[234]. Así, pues, ni la inexistencia

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de su lepra, ni sus facultades perfectamentenormales, ni la ortodoxia aparentemente sinreproche de sus creencias podían proteger dela segregación a los pobres cagots, sino alcontrario, puesto que los motivos que hacíande ellos seres separados, es decir, en el sen-tido propio de la palabra, sagrados, res-ultaban del simbolismo cristiano del leprosoy. el cretino. Por ello al maestro Ramón,nuestro cagot de Moumour, las autoridadesle permitían «pedir limosna en todas las cas-as en reconocimiento de su cristiandad yseparación».

Por lo que respecta a la leyenda de los cagotsde Canaán excluidos por Salomón de las filasde los constructores del Templo, compren-deremos el interés de la misma si recor-damos que los cagots se veían circunscritos alos oficios de carpinteros de armar, albañilesy canteros. La reputación de incapacidadprofesional que esta leyenda atribuye a loscagots es, como lo demás, calumniosa. Por el

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contrario; a ellos parecen ser debidas not-ables obras: la fundación de Cauterets en elBearne, la del barrio de Montaut enToulouse, la construcción de la iglesia aba-cial de Saint-Savin, cerca de Argeles, etc. Es-tas acusaciones fueron incorporadas a la ley-enda porque el sentido profundo de lamisma era ignorado o se había perdido.

Esta leyenda está, en efecto, relacionada conlos mitos de fundación tradicionales de losgremios de artesanos y de la francmasonería,como el asesinato del maestro Jacques o elde Hiram, en los que interviene el tema delos «malos obreros». En estos mitos, sin em-bargo, mirando las cosas de cerca, los«malos obreros» son personajes necesarios ala economía del simbolismo iniciador, comoJudas indispensable para la escatología de lasalvación, como la piedra rechazada por losconstructores y que llega a ser, no obstante,piedra angular. Y resulta que precisamente,

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según la leyenda, fueron los carpinteros cag-ots los que construyeron la cruz de Jesús.

Así, pues, es cosa de preguntarse si la ley-enda de los cagots expulsados de las obras deSalomón no tendrá sus raíces en alguna ley-enda corporativa muy antigua, y si no ex-presará las tradiciones de asociaciones profe-sionales celosas de sus secretos, y por ellomismo prohibidas por las autoridades ofi-ciales, pero conscientes y orgullosas de susuperioridad.

A este respecto, es singular comprobar queen la lengua de Oc la palabra gavot designade un lado los, leprosos y de otro los carpin-teros y carpinteros de armar pertenecientes ala agrupación gremial de los Obreros del De-ber de Libertad. Los obreros gavots reivin-dicaban el título de «Hijos de Salomón», yuna de sus canciones proclamaba:

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Los carpinteros de armar de Salomón elSabio

se han levantado para defender sus derechos.

Según Mistral, el nombre de la ciudadprovenzal de Gap se debe a haber sidofundada por los gavots[235].

Gavots es también el remoquete que se da enLanguedoc a los montañeses del Lozère, dedonde viene el nombre de la gavota, que eraen su origen un baile montañés de dicharegión.

Y la palabra gavot no es otra cosa que la al-teración del nombre del pueblo galo de losgabali, que ocupaba la parte del Gévaudancomprendida entre las fuentes del Allier, elrío Bes y el bosque de Mer couire, y cuyaciudad principa! era Anderitum, luego

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llamada Gavous y finalmente Javols.Estrabón nos dice que aquellos gabali habíanmantenido relaciones comerciales con losfenicios[236].

En el siglo XVIII, Court de Gébelin consid-eraba que los cagots «eran los restos de unantiguo pueblo que habitaba aquellas re-giones y que, habiendo sido vencido, fue sub-yugado, quedando en tremenda dependen-cia». Así, estas diversas comparacionespodrían sugerir, con toda la prudencia que seimpone, que los cagots eran los descendi-entes de una tribu pro tohistórica especializ-ada en las actividades de construcción.

Para terminar, mencionemos las diversasetimologías propuestas para explicar losnombres de cagots, cagous, etc.

Para ciertos autores, cagot proviene deltérmino bajo bretón «Kak-Od» que, al pare-cer, significa leproso. Esta etimología quizá

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sea seductora, pero los cagots vivían en tier-ras de Oc y no en Bretaña, lo que invalida lamencionada teoría.

Para otros muchos, cagot y cagou querría de-cir «perros de godos» o «perros de losgodos», ya que en la lengua de Oc perro sedice ca, y godo, got o gout. ¿Habrá que creerque los cagots eran descendientes desprecia-dos de los godos, o bien un pueblo al que yalos godos trataban como perros? No se sabe.Pero si hubiese existido una relación cu-alquiera entre godos y cagots, cabría pregun-tarnos por qué el nombre de cagot no apare-ció hasta el siglo xvi, siendo el nombre prim-itivo, como sabemos, el de crestia.

Du Cange, por su parte, relacionaba elnombre de los cagots con la idea de pagan-ismo, por haber descubierto en textos anti-guos la expresión Caco Deus para designarun falso dios.

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Por último, Mistral, en su Trésor du Félib-rige, considera que el «ca» de la palabra cag-ot no proviene de ca, perro, sino de cap,cabeza, cuya P, en la lengua de Oc, apenas sepronuncia. Según él, cagot querría, pues de-cir cap corb, cabeza agachada, alusión a laactitud humillada de los intocables. Pero si«ca» parece, efectivamente, ser cap, es másque aventurado identificar «got» con corb.

Es cosa de extrañarse de que la palabra cagotno haya suscitado una observación queparece, sin embargo, saltar a la vista.

En primer lugar, en la lengua de Oc eltérmino crestia no se relaciona solamentecon la ecuación analógica leproso — cristiano— cretino; guarda también relación con laidea de cresta. La cresta se de signa por laspalabras cresto, crest o crist.

Por otra parte, y también en la lengua de Oc,gau designa el gallo.

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Vemos así que los vocablos crestia y cagottienen un sentido idéntico: crestat: crestado;«cagot» (capgau): cabeza de gallo.

La cabeza del gallo evoca una llama y por elloha sido siempre, desde el punto de vista sim-bólico, asimilada a la llama. A causa de ello—igual que la cabellera «eléctrica» o simple-mente rojiza, igual que el amnios[237] san-guinolento pegado a la cabeza de , ciertas cri-aturas «nacidas con sombrero»—, la llama ies, en mitología, una de las señales dis-tintivas de los seres aparte, sagrados, puestosbajo el «signo del fuego». Recordemos aquíque un adagio occitano afirma:

Deu cap rouyé e deu cagot, saube qui pot

(Del pelirrojo y del cagot, sálvese quienpueda.)

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Una ilustración muy conocida de este sim-bolismo es el gorro frigio que, con su colorrojo, su parte superior caída hacia el lado ysus dos colgantes, figura la cresta y lascarúnculas del gallo. Se conoce el origenmítico de dicho gorro: es el que Cibeles,madre de los dioses, dio a Atis en el monteGárgaro. Este gorro se convirtió en el de lossacerdotes de la diosa, lo que relaciona lacresta con la castración, ya que dichos sacer-dotes, que adoraban a Cibeles bajo la formade una piedra negra, eran lodos eunucos.Cubrió a continuación la cabeza de los inicia-dos en los grandes misterios, y, después,pintores y especialistas en mosaico cristianolo colocaron corrientemente, hasta el siglo xi,sobre la cabeza de los Reyes Magos. Vino acontinuación la caperuza encarnada de loscapitouis de Toulouse y de los Cantes de maMere /’Oye *[238]; según Nicolás Bertrand,el gallo, emblema de Mercurio, formaba el

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primitivo blasón de Toulouse. Variante de lacaperuza, la «capucha» es en todas partes elcubrecabezas del misterio (sociedadessecretas), de la humillación (penitentes), ytambién el de las funciones sociales que pro-vocan un horror sagrado (verdugo). Por úl-timo, el gorro frigio revolucionario, ador-nado con la escarapela, se convierte, juntocon el viejo gallo[239], en emblema nacionalde la Galia.

Sea lo que fuere, los últimos cagots, con sumisteriosa pata de oca en el hombro y la es-carapela encarnada en el sombrero, han de-saparecido, llevándose consigo el indesci-frado enigma de sus orígenes.

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V. CONSTRUCCIONE ESOTÉRICAS

EN TIERRAS DE OC

A pesar de su aspecto impresionante, Mont-ségur es uno de los castillos más pequeñosdel Languedoc: el pentágono irregular de surecinto abarca solamente setecientos metroscuadrados. Pierre Belperron, que ha escritola historia de la cruzada albigense con laóptica del Gobierno de Vichy[240], es se-guramente la única persona que ha visto enél la mayor fortaleza de la región. Sin em-bargo, sólo en el torreón de Quéribus cabeMontsègur entero. Contrastando con estaexigüidad, la puerta, de 1,95 metros de anchay 3,25 de alta, sería más idónea a la entradade una ciudad o a la portada de una iglesia

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que a una plaza fuerte constantementeamenazada.

Esas anomalías son las que han llamado laatención a Fernand Niel, lo mismo que otrassingularidades habían despertado la mía a lavista del castillo de Gisors[241]. MonsieurNiel ha comprobado que la longitud de lafachada principal (sudoeste) es exactamenteigual al doble de la longitud del torreón; quesi se prolonga una diagonal de dicho torreónse va a parar exactamente al ángulo formadopor las fachadas este y nordeste; que elcuerpo principal, cuyo trazado parece tancaprichoso, está construido sobre dos diag-onales iguales entre ellas y, por último, quela fachada opuesta a la entrada principal,recta en apariencia, está en realidad con-stituida por dos muros que forman entre síun ángulo muy abierto de 176°.

Además, Monsieur Costes, fondista en Mont-ségur y contratista de obras, ha comprobado

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que la arista del diedro así formado se hallaseñalada por una estría muy fina que no seve más que con luz rasante. Estudiandoentonces la orientación del monumento,Monsieur Niel, al querer trazar el eje meridi-ano del castillo, se dio cuenta, con sorpresa,de que dicho eje lo daba con precisión una delas dos diagonales de la puerta grande y,sobre todo, que el mencionado eje formabacon la fachada principal un ángulo igual (conmenos de 8’ de error) a la latitud de Mont-ségur (precisión notable, según subrayaMonsieur Niel, puesto que trescientos añosmás tarde Tycho Brahe había de cometer unerror de 18’ en la orientación del obser-vatorio de Uraniborg). Ahora bien, el conoci-miento de la latitud de un lugar no esprácticamente útil más que para los nave-gantes y los astrónomos, lo cual ha llevado aMonsieur Niel a formular y, a continuación,a comprobar la hipótesis de que Montségurera un observatorio fortificado camuflado

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bajo las apariencias de fortaleza. Los puntosnotables de la construcción (especialmente laarista del diedro de la fachada sudeste, aristaque con ello se justifica) constituyen puntosde referencia que permiten la observaciónprecisa de los ortos helíacos, no sólo en loscuatro puntos principales del año, sino tam-bién en el momento de la entrada del sol encada sector del zodíaco. Así, en el solsticio deprimavera, el observador sentado en larepisa de una de las aspilleras de la fachadasudoeste del torreón ve salir el sol por elhueco de la aspillera que tiene enfrente, conun desplazamiento de 10° hacia la derechaque corresponde exactamente al debido a laprecesión de los equinoccios en 720 años. Laentrada y la salida del lado izquierdo de laaspillera dan la línea de mira.

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Plano del castillo de Montségur, en el que seven las alineaciones dirigidas hacia el punto

del orto del Sol en el solsticio de invierno.Los puntos h’, a’ y d’ son, respectivamente,los puntos medios de los muros ha, ab y de.

(Documentación Fernand Niel)

Pero Montségur no es la única construcciónde la región que presenta disposiciones deeste orden, aunque alcance en este aspectouna especie de perfección. A veinticinco kiló-metros de Perpiñán, en el punto más alto deuna cresta escarpada, el torreón de Quéribusse yergue todavía en medio de sus murallas,en ruinas pero formidables. En el interiorpuede verse una curiosa sala abovedada quela gente de la región llama todavía «laIglesia». En los últimos años del siglo XIII,dicha sala se convirtió en la «Capilla SanLuis», pero su primitivo destino era otro,pues sabemos, por los registros de la Inquisi-ción, que «en el castillo de Quéribus se veíanlos herejes Pierre Paraire, Raimond de Nar-bonne y Bugaraig en cierta buada (salaabovedada)». Esta sala forma un rectángulode 7 por 7,30 metros, en el centro del cual ungrueso pilar cilindrico sostiene la bóveda con

cuatro cruceros de ojiva. Pero se observanvarias singularidades: el pilar no está en elcentro exacto, sino desplazado en 70 cmhacia el sudeste; las paredes forman con lasdirecciones cardinales ángulos de 6 a 7°,mientras que las caras del zócalo del pilar es-tán, en cambio, rigurosamente orientadas;los ejes norte y Sur y este y oeste están indic-ados con precisión por puntos notables de laconstrucción.

Ha llamado la atención de Monsieur Niel elcurioso plano de una pequeña habitacióncontigua a la anterior sala abovedada, ha-biendo observado que en el solsticio de invi-erno el sol naciente se encuadra en laventana de esta habitación. En el momentode su orto, un rayo viene a dar en el centrode una pared de la pieza de que hablamos y acontinuación, desplazándose lentamentehacia la derecha, la mancha luminosa pasabajo el dintel de la puerta que da acceso a lasala, yendo a rozar tangencialmente el pilar

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central para terminar tocando el suelo de-bajo de una de las llaves de bóveda.

A partir de esta observación, Monsieur Nielha podido calcular que el plano de la salaabovedada de Quéribus constituía, como elde Montségur, un calendario solar, pero estavez únicamente teórico, puesto que la obser-vación de los ortos helíacos en los puntos delaño distintos del solsticio de invierno sehacía imposible por estar cegado el muronordeste del torreón.

Igualmente, aunque de construcción un pocomás tardía, una de las salas del castillo dePuivert, en el Aude, con su extraña ventanillade mira perforada en un muro, merecería unestudio análogo.

También las spoulgas suelen presentar dis-posiciones singulares. En la de Bouan se en-tra por un pasillo a cielo abierto, defendidopor dos puertas sucesivas, que se hunde bajo

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tierra para ampliarse en una primera salaabovedada a la que un muro, del que quedanunos vestigios, separaba de una segunda, in-mensa, de la que parten numerosas galeríassubterráneas escalonadas en diferentes pla-nos. En una de las salas de la spoulga deOrnolac hay, excavado en la roca, un grannicho pentagonal al que se tiene acceso poruna escalera. Un hombre que se coloque endicho nicho y abra los brazos y las piernas,queda inscrito exactamente en los ángulosdel pentágono.

Desde Villard de Honnecourt a Vinci, la in-scripción del cuerpo humano en unpentágono ha sido un tema constante deestudio de las proporciones armónicas; esevidente que el extraño nicho de Bouan fueconstruido en función de un rito que todavíanos es desconocido. En cuanto al inmensocomplejo subterráneo de las grutas de Ussat,en el que la tradición sitúa la tumba dePirene, permanece aún parcialmente

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inexplorado. Hace algunos años, unosespeleólogos, buceando para estudiar elfondo de una gran extensión de agua ali-mentada por un sifón, descubrieron allí unalosa rectangular provista de una especie deagarradero. Pero habría que achicar miles demetros cúbicos de agua para saber lo queaquélla encubre.

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Plano del subterráneo de Marcillac Saint-Cyprien (Lot), explorado por Henri Coltel. Laarquitectura es demasiado compleja para un

simple abrigo-refugio.

(Documentación Henri Coltet)

Durante largo tiempo se ha creído que esossantuarios-refugios sólo existían en elAriège. Los trabajos y los descubrimientos deHenri Coltel han puesto de manifiesto quelos cátaros, al parecer, allí donde no encon-traban subterráneos naturales los construíany preparaban, ya antes de la persecución.Monsieur Coltel ha descubierto o exploradomás de cuarenta subterráneos en diversas re-giones del Sudoeste. La extremada com-plejidad de su arquitectura le ha hechopensar que no se trataba de refugios, comose había creído hasta entonces, sino también,y sobre todo, de lugares de culto. Ha com-probado, además, con sorpresa que, dentrode la misma región, los pasillos de entradade todos esos subterráneos convergen haciaun mismo punto: por ejemplo, en la regiónde Salvagnac, en el Albigeois, dicho punto de

convergencia es la localidad de Saint-Pierrede Mercenac.

Otro punto singular: de esos subterráneos,todos los que datan de los siglos XI y XIItienen una sala-capilla provista de una es-pecie de altar y cuya orientación es con-stante. En los subterráneos menos antiguosesa orientación está desplazada. Y resultaque, trazando los planos con ayuda de un de-tector magnético, Monsieur Coltel ha com-probado que dicho desplazamiento habíasido concebido con relación al polo mag-nético[242]. Por otra parte, en ciertos sub-terráneos se observan en las paredes agujer-os de cerrojos sin que haya la menor huellade puerta. Eran, según Monsieur Coltel, bar-reras puramente simbólicas que separabandos estadios de iniciación. «¿Se hubiesenpreocupado de una arquitectura de baseesotérica o astrológica para excavar simplescuevas-refugios?» Tras haber formulado lapregunta, Monsieur Coltel, subrayando que

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las fechas de construcción de dichos subter-ráneos se escalonan entre los siglos XI y xiv,concluye que los mismos eran lugares deculto, que los cátaros los frecuentaban desdeantes de la cruzada y que los últimos de ellos,o de las sectas que les sucedieron, eran to-davía activos largo tiempo después del fin dela persecución. Sea lo que fue re, el estudiode esas extrañas construcciones laberínticasmerece ser profundizado.

VI. AMOR CONTRA ROMA

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En la obra de los trovadores que cantaron enplan, no faltan las diatribas contra el clerocatólico. De esos trovadores, Peire Cardinal yGuilhem Figueira fueron los más violentos.Se ha pretendido con frecuencia que nohabía en ello otra cosa que una de esas mani-festaciones de anticlericalismo de las que nofaltan ejemplos en la Edad Media ni al norteni al sur del Loira, y que ha dejado huellashasta en los pórticos de ciertas catedrales,sin que implicasen la menor oposición a laautoridad romana ni, mucho menos, poneral dogma en tela de juicio.

Los textos, unos extractos de los cualesdamos a continuación, permiten, creemos,comprobar que no es éste el caso de lostrovadores. En efecto, además de la denunciade la rapacidad y la hipocresía del clero, hál-lase en ellos la expresión del patriotismo oc-citano y de la simpatía hacia la «herejía».

Burla en Peire Cardinal:

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Bona gens, veia cal via

Nos va clerizia mostran:

Malvestat e luxuria,

Trafic, barat et engan.

Aquesta decretal an

On cuascuns fort s’estudia

Si ‘n aissi an la paria

De Dieu, vauc me ab els lai!

Ben tenc per fol San Lauren

Quar el si fes rautir sai.

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(Buen pueblo, ves qué camino / nos va en-señando la clerecía: / maldad y lujuria, /tráfico, fraude y engaño. / Es toda su decret-al, / en la que todos se ensayan. / ¡ Si así en-cuentran compañía / de Dios, con ellos meiré! / ¡Y bien loco fue san Lorenzo / de de-jarse asar!)

Indignación también contra el saqueo delpaís de Oc:

Ara vei posseguir

A clers la senhoria

Ab tolre et ab trair

E ab ypocresia,

Ab forsa et ab presics...

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(Hoy veo a clérigos / poseer señorío / porrobo y extorsión / y por hipocresía, / porfuerza y por sermones...)

Y el trovador llega hasta exclamar:

Clergue si fan pastor

E son aucizedor!

(Los clérigos representan el papel depastores, ¡pero no hacen más que matar!)

Y aun esto, que nos aclara las tendencias reli-giosas de Peire Cardinal:

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Pels clers es apellatz herege qui ne jure

Segon la lor razón d’engan et de faussura

E teñen per nien la sainta Escriptura

Qu’a tota hora menten aidament sensmezura

E volen qu’om los trobs figlos plens dedreitura.

...I son píen de folor et d’orgulh et d’ufana

Aquest mestre pastor de la gleisa romana,

Il son faus et truand vers la gent crestiana.

(El clero trata de hereje al que no jura / porsus reglas de engaño y falsedad. / Por nada

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tiene las santas Escrituras, / y de la mañanaa la noche miente sin ninguna mesura, / peroquisiera que se le tuviera por gente de granrectitud. / ...Están llenos de locura, de or-gullo y de arrogancia / todos esos maestrospastores de la Iglesia romana; / son falsos ytruhanes hacia la gente cristiana.)

Aquellos cuya defensa toma aquí el trovadorson —lo dice expresamente— «los herejes»,esos cátaros que concedían tanta importan-cia a las Escrituras y reivindicaban para ellossolos el nombre de «cristianos».

En Peire Cardinal, la protesta religiosa semezcla con el sentimiento patriótico, comoen estos versos que ya hemos citado:

A Tolosa a tal Raymon

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—Lo comte que Dieus guia—

Qu’aissi com nais agua de fon

Nais d’el cavalaria...

Con menos talento, quizá, pero con másaspereza todavía, hallamos los mismos acen-tos en Guilhem Figueira, trovador que no eramuy buena persona, por lo menos según suanónimo biógrafo que tal vez se mostrómalévolo hacia este irreductible polemista.

Vers es que nostre pastor

Son tornat lop robador,

Qu’il rauban devers tot lats

Et mostran semblant de pats

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Et confortan ab doussor

Las oveillas neit et dia

Pois quant las an en balia

Elli l’a fan morir et dechazer,

Els fals pastors dont en m’en desesper.

(Es verdad que nuestros pastores / se hancambiado en lobos ladrones, / que roban portodos lados / y son como garrapatas. / Nochey día con dulzura / consuelan a las ovejas, /pero cuando las tienen en tutela / las hacenmorir y decaer / esos falsos pastores quemucho me desesperan.)

Roma, vers es plas

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Que trop ets angoissosa

De presics trefas

Que fets contra Tolosa.

L’ag rosets las mas

A ley de can rabiosa

Als paucs et als grands;

Mais s’il comt presans

Viu encar dos ans

Transa n’er dolorosa

Del vostre engans.

Roma desleyals,

Rasits de tot mals,

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Als focs infernals

Ardrets sens fallida

Si non pessats d’alts.

(Roma, bien verdad es / que estás ahogada /por las prédicas mentirosas / que haces con-tra Tolouse. / Como una perra rabiosa, / tehas enrojecido las manos / con los humildesy los grandes. / Pero si nuestro conde / vivetodavía dos años, / Francia se arrepentirá detu ralea. / Roma desleal, / raíz de todos losmales, / en el fuego infernal / arderás sinduda alguna.)

Más aún:

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No m’emarveilh ges,

Roma, si la gens erra

Quel segle avets mes

En treball et en guerra,

Car prets et merces

Mort per ves é sur terra.

Roma enganaritz,

Qu’ets de tot mal guits

Et cime et sasits,

Lo bon rey d’Anglaterra

Fo per vos trahits!

Roma tricharitz

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Coveitat vos engana

Qu’a vestras berbis

Tondets trop la lana.

Mas Sant Esperits

Que receup carn humana

Entenda mac precs

Et franha tos bees.

(No me extraña, / Roma, que la gente yerre./ Este siglo más que ninguno / trabaja yguerrea, / pues en la tierra entera tú hasmatado / proeza y gracia. / Roma en-gañadora, / que de todo mal vil / es base ycumbre, / el buen rey de Inglaterra / por tifue traicionado. / Roma fullera, / la codiciate guía / y de tus ovejas / esquilas demasiado

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la lana. / Que el Espíritu Santo / que se hizocarne humana / me conceda lo que pido / yte rompa el pico.)

FIN

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ÍNDICE

preámbu-lo7

pró-logo15

primera parte: EL ORO DETOULOUSE 27

segunda parte: LA SANGRE DE LOSPUROS 87

tercera parte: TROBARCLUS 157

epí-logo207

MITOLOGÍA DEOC 211

I. Reyes del mundo y centros del mundo:

El ejemplo deBourges213

II. Los etruscos, los pelasgos, los pueblos en

«sk» y la blan-cura222

III. El blasón astrológico deToulouse 225

IV. El enigma de los cag-ots 232

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V. Construcciones esotéricas en tierras deOc. 245

VI. Amor contraRoma251

[1] Zoroastro, descendiente de la familia delos Spitamas (los Blancos) y cuyo nombresignificaba «astro brillante», se supone quevivió entre los siglos VII y VI antes denuestra Era.

[2] Los textos griegos designan esta secta conel nombre de Katharoi.

[3] Según el mazdeísmo, religión primitivadel Irán que continuaron, depurándolas, lasreformas de Zoroastro y de Mani, el Buey y elFuego son ios dos primeros de los «inmor-tales poderosos»; el Buey es la «proyección»terrestre del Buen Espíritu (Vohu Mana); El

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Fuego, la de Asha, garante del orden en elmundo. El Toro aparece también en otroculto iranio, el de Mitra, que, transmitidopor sociedades secretas militares, había dellegar hasta Bulgaria y luego hasta las grutaspirenaicas llevado por las legiones romanas.El Fuego, objeto del cuito supremo, era espe-cialmente el fiador de los juramentos.

[4]H.Ch. Puech: Le Manichéisme, Annalesdu musée Guimet, París; 1949, p. 48.

[5] J. de Menasce: Mythologie de la Perse, enMythologies de la Méditerranée et du Gange,Larousse. 1963.

[6] Mircea Éliade: Forgerons et Alchimistes,París, Flammarion, 1956, p. 108.

[7] Gilbert Durand: Les Structures anthropo-logiques de l’imaginaire, París, P.U.F., 1963,p. 330.

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[8] Cástor, hijo de un hombre, y Pólux, hijode un dios; Jacob y Esaú, Juan Bautista yJesús, etc.

[9] Gilbert Durand, obra citada, p. 330.

[10] H.Ch. Puech, ob. cit.

[11] San Epifanio: Pan., LXVI, 1, 4; Efrén.Hymn. contra haer., I, 9.

[12] San Agustín: Contra Faustum, XIX (elcual, por cierto, considera «insensata» estaetimología).

[13] René Guénon: Le Roí du Monde,Gallimard.

[14] V. 34.

[15] Tito Livio. V. 34: «Durante el reinado deTarquino el Antiguo, eran los bitúrigos losque mayor autoridad tenían entre los celtas

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que formaban la tercera parte de la Galia; el-los eran quienes daban un rey a la Céltica.»

[16] Véase Mitología de Oc, I (al final de estelibro).

[17] Véase Mitología de Oc, I (al final de estelibro)

[18] Ad Aen., VII. 662: Hunc Geryonem aliiTartessiorum regem dicunt fuisse ethabuisse armenta pulcherrima, quae Her-cules occiso eo obduxit. De cujus sanguinedicitur arbor nata quae Virgiliarum

tempore poma In modum cerasi sine ossibusferat.

[19] Adolf Schulten: Tartessos, ein Betrag zurältesten Geschichte des Westens, Hamburgo,1950.

[20] Véase Mitología de Oc, II.

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[21] Reyes, I, X, 22. La mención del marfil ylos monos Indica claramente la existencia derelaciones comerciales entre Tartessos y ellitoral del África occidental.

[22] Isaías, XXIII. 1: «Gemid, naves deTarsis, porque vuestro puerto estádestruido.»

[23] «Pueblo pato» era el sobrenombre dadopor los antiguos a los tartesios (y también alos fenicios), en razón a sus actividades comonavegantes. Por cierto que éstos habían ad-optado como emblema una pata depalmípedo, símbolo del remo. Cerca déTartessos. un río llevaba el nombre latino delpato. Anas (Estrabón, III). nombre que seconvirtió bajo la dominación árabe en Ouadi-Anah: en la actualidad el río Guadiana, entreel Tajo y el Guadalquivir.

[24] Paul Herrmann: L’’homme à la dé-couverte du monde París, 1954, p. 37.

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[25] Amédée Thierry: Historie des Gaulois, I,cap. 1, y Adolphe Garrigou: Ibères, Ibérie,Foix. 1884.

[26] Édouard Philipon: Les Ibéres, París,1912, p. 79.

[27] Véase Mitología de Oc, II y R. P. Cesarede Cara: Hethei Pelasgi, Roma. 1894. 2 vol.

[28] Este Ogmio figura en la campana de lachimenea de la casa Molinier, calle de la Dal-bade n.° 22 (antes calle del Temple), asícomo en la portada de dicha mansión, par-cialmente construida con los restos de un an-tiguo templo hallado en el Garona. Según Pi-erre Andoque (Histoire du Languedoc,1648), «Ambigat fue sucesor de Ogmio; enaquella época vivían Creso, rey de Lidia, yEsopo. autor de la lengua de doble sentido.»

[29] Gilbert Durand: Les Structures anthro-pologiques de l’imaginaire, París. 1963.

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[41] Diodoro Sículo. V, 32 : Ateneo, VI, 4 :Apiano, Illyrica, IV; Estrabón. IV, 13:Justino, XXXII, 3.

[42] Justino, XXXII, 3: «Pero los tectósagos,una vez de vuelta a Toulouse, su patria deorigen, fueron azotados por la peste y com-prendieron, como les habían dicho losarúspices consultados por ellos, que no reco-brarían la salud hasta que hubiesen sumer-gido el oro y la plata traídos de aquellaguerra sacrilega en el lago de Toulouse. Deeste lago fue de donde, mucho tiempo des-pués, el cónsul romano Q. S. Cepión hizosacar todo el tesoro, de un peso de cientodiez mil libras de plata y cinco millones delibras de oro. Pero este nuevo sacrilegiohabía de causar la pérdida de Cepión y de suejército.»

[43] Estrabón, IV, 13.

[44] En español, san Saturnino.—N. del T.

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[45] El «Rey del Mundo» gobierna con dosasesores. La triada Ambigat-Belloveso-Sigov-eso de la mitología céltica, corre parejas conla tríada Conor-Cuchulainn-Connal Cernach.

[46] Robert Mesuret: Toulouse et le Haut-Languedoc, París, 1961.

[47] Los primeros tomaron Ancira yfundaron el reino gálata, en las fronteras deLidia, una parte de la cual fue ocupada porlos tectósagos. Los segundos se asentaron enla confluencia del Save y del Danubio yfundaron Belgrado (la Ciudad Blanca). Unafluente del Garona se llama también Save.

[48] Antoine Noguier: Histoire tholosaine,1559.

[49] La confluencia del Garona y delriachuelo de Sauzet formaba en efecto, ant-año, un estanque pantanoso.

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[50] Estrabón, IV, 13.

[51] Diodoro Siculo, fragmento XXII.

[52] H.P. Eydoux: Monuments et Trésors dela Gaule, página 34.

[53] Estrabón (III, 8) dice al respecto: «Sihemos de creer a los galos, las minas que és-tos poseen al pie del monte Pirene son muysuperiores a las de Iberia. Dicen que a vecesocurre que se encuentra entre las pepitas deoro lo que se llaman “palas”, es decir, pepitasde una media libra de peso y que casi no ne-cesitan ser purificadas. También se habla depepitas más pequeñas de forma apezonadaque se encuentran partiendo la roca. Estaspepitas, sometidas a una primera cocción ypurificadas por medio de tierra aluminosa,dan una escoria que no es otra cosa que elelectro. Esta escoria de oro mezclada conplata se vuelve a cocer; entonces se quema laplata y queda sólo el oro... Para la

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explotación de los ríos con pepitas se empleala draga, y la arena extraída por ésta se lavacerca del lugar en artesas o platillos, o biense abre un pozo en la orilla, sometiendo alavado la tierra que de él se extrae. Aquísuele darse mucha elevación a los hornos deplata, a fin de que el humo que se desprendedel mineral y que, por su naturaleza, espesado y deletéreo, se disipe con más facilid-ad subiendo a mayor altura en el aire.» Ve-mos, pues. que el problema de los humos in-dustriales no es de ayer. Y, sin embargo, nopuede decirse que lo hayamos resuelto, ennuestras ciudades, con una preocupación tangrande por la higiene como la de «nuestrosantepasados los galos».

[54] Cahiers du Sud, n.° 370.

[55] Noguier apoya sus aseveraciones en unacuarteta qué atribuye a un tal Isiodore y enuna carta del astrónomo Ptolomeo. La cuar-teta es la siguiente:

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Temo millenoque sub anno peragente

Noningento deno sexta tune indicante

Post orbis fabrican muliere Debora facta

Tholosam Tholus construxit numine ductus.

Este latín, bastante malo, se traduce asi:«En 3916, después de la creación del mundo,cuando Débora era nacida, Tholus, condu-cido por la señal, edificó Toulouse.» Débora,profetisa de Israel, mujer de Lapidoth, quehabitaba entre Rama y Bethel en el monte deEfraim, dirigió el combate contra Sisara. LaBiblia la designa de modo transparente comopersonaje astronómico: «¡Hasta que te le-vantaste, oh Débora, hasta que te levantaste,madre en Israel! Los campeones del cielo secallaban... Ahora, desde lo alto de los cielos,las estrellas han combatido.» (Jueces. V, 7 yV, 20.)

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Tholus fundó Toulouse en una fecha precisa,«conducido por aquella señal». La referenciaa Ptolomeo, del que la carta invocada jamásexistió, indica que las coordenadas celestesde Toulouse reposan sobre el movimientoaparente de los astros. según el sistemageocéntrico de dicho astrónomo.

[56] El nombre mismo de la varilla augural,el lituus, pertenece al idioma etrusco.(Véanse Anexos I, II y III, y Cicerón. Dedivinatione, I. XVII.)

[57] R. P. Fulgence, de los Hermanosmenores capuchinos:

Un éclaircissement important touchant lesorigines chrétiennes: mémoire sur les deuxSaturnins de Toulouse, Perpiñán, octubre1882.

[58] Aunque no sea más que por el juego depalabras Aries-Ares.

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[59] Véase Mitología de Oc, III.

[60] Véanse: Antoine Noguier, Histoiretholosaine, Toulouse, 1556, y Pierre-JeanFabre, Alchymista christianus, Toulouse,1632. La inscripción era la siguiente:

IVNCTA SIMVL FACIVNT

OVN

COMV

RDV

PORA

CORP

Una vez descifrada, indica la operación quepermite obtener un cuerpo cuyo nombre ypropiedades revelaba la escultura por susdetalles.

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[61] Gesta Tholosanorum, Toulouse, 1515.

[62] F. de Mély: Les Deux Vierges deToulouse et leur légende. En esta escultura(véase ilustración pág. 78) puede observarse,en particular, que el peinado y la vestimentade las dos jóvenes difieren, que ambas tienenun pie calzado y el otro descalzo y, por úl-timo, que ambas tienen puesto un pie sobrela cabeza de un león. El prodigio evocado porla escultura que mencionamos simbolizaba,según san Jerónimo, el Juicio Final.

[63] Véase Mitología de Oc, III. Existe unsan Sátiro, hermano de san Saturnino.(Véase De Douet: Dictionnaire des légendesdu christianisme.)

[64] Etimológicamente, la palabra capitoulproviene de capitulum, el capítulo, pero estaúltima palabra viene, a su vez, de caput (enoccitano: cap), la cabeza, que ha engendradotodos los términos relativos al saber, a la

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enseñanza y ai mando. Es cosa de pregun-tarse por qué los consejeros municipales to-losanos, y sólo ellos, adoptaron un nombreque en todos los demás lugares designa elcolegio religioso de una ciudad por oposicióna su colegio civil, compuesto de cónsules,síndicos o jurados. La misma pregunta seplantea a propósito del nombre del Capitole.Un comienzo de respuesta a estas preguntasse hallaría quizás en la constancia con quelos capitouls afirmaron siempre la inme-morial antigüedad de su institución, afirma-ción de la que se halla expresión acabada enel famoso tratado de Germain de La Faille.La Fragilidad de dichas pretensiones enderecho público nos hace pensar que las mis-mas se asentaban, y esta vez de modo mássólido, en un plano completamente difer-ente. Hay que subrayar también que los cap-itouls llevaban la caperuza roja. que ejerci-eron desde el siglo XIII el jus imaginis y que,por último, sus blasones son. en la gran

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mayoría de los casos, herméticos. Más aún:se titulaban «jefes de los nobles». Y no hayotro jefe de los nobles que el rey-sacerdote,y, posteriormente, la corona y el clero. Contoda evidencia, esas consideraciones son lasque más han pesado en el ánimo de loscronistas que, aunque advertidos de laetimología capitulum, hicieron derivar elnombre de los capitouls de Caput Tholi o deCapis Tholí. Este caput es el «chef» (*) as-tronómico del tiempo. En cuanto al Capis, esal mismo tiempo el vaso augural y la copa deAcuario.

(*) Chef en francés, como cap en catalán, sig-nifica a la vez «cabeza» y «jefe». — N. del T.

[65] Sidonio Apolinar: Littera, VI.

[66] Sidonio Apolinar: Littera, VI.

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[67] Ferdinand Lot: La Fin du monde an-tique et les debuts du Moyen Age, París,1927. p. 50.

[68] Ferdinand Lot, ob. cit., p. 365.

[69] Y para los españoles. Clodoveo. — N. delT.

[70] Según ciertas versiones, el tesoro de losreyes visigodos habría pasado de padres a hi-jos, de manos de Clodoveo a las del reyDagoberto.

[71] «En la edad antigua se llamaban lieux-fées (literalmente: “lugaresnadas”) las ruinasde los edificios construidos por los godos, enrazón de que un hada. la víspera de SanJuan, se dejaba ver medio desnuda en formahumana y el resto en forma de dragón, y sedecía —asi era el error de la gente de aquel-los tiempos— que cualquiera que pudiesellegar hasta ella sin ahuyentarla llegaría a

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gozar de su descubierta belleza. Sin embargo,la gente acabó por desechar estas creenciasétnicas» (Noguier. ob. cit.). Una fecha; el sol-sticio de verano ; la posición relativa de dosconstelaciones: Virgo y el Dragón. El sentidoastronómico de esta leyenda parece indiscut-ible. El hecho de que sea atribuida a losmonumentos visigóticos podría eventual-mente suministrar a los investigadorescuriosos útiles informaciones sobre las con-strucciones de aquellos godos sabios.

«Decíase que el hierro de las armas de losnobles visigodos cambiaba de color en lasmanos de los mismos, de suerte que unaseran verdes, las otras amarillas, algunasnegras y otras de color de rosa. lo que parecesumamente maravilloso.» Valsette et de Vic.Histoire générale du Languedoc, I.)

[72] Rabelais, IV, 41. y N. du Fail: Contes etdiscours d’Eutrapel, II, 101.

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[73] Robert Mesuret, ob. cit.

[74] Algunas de estas figuraciones, como lade Dijon. fueron sistemáticamente destrui-das en el siglo XVII.

[75] J.B. Bullet: Dissertation sur la mytholo-gie française, 1771.

[76] J. Lebeuf: Dissertation sur la ReinePédauque.

[77] D. Monnier: Tradítions populaires com-párees, París, 1854.

[78] En dicho planisferio, el pie derecho de ladiosa aparece figurado en el solsticio de invi-erno, es decir, al «Sur». Anat, que. según unpoema hallado en Ras Shamra, «invirtió lasestrellas», es así «reina del Mediodía». Es deobservar que, por juego de palabras. VenusGallina es a la vez Gallina de rio y ‘diosa en elPiscis austral: galè.

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[79] Anaxaretea: reina de virtud.

[80] Este remo simbolizaba, a su vez, elremo de la barca solar, por ser la navegacióntributaria del movimiento de los astros,movimiento que las primeras civilizacionesmarítimas o fluviales concebían como una«navegación celeste».

[81] Deuteronomio, II, 10, y Josué, XI, 21;XIV, 12-13;

XV, 13-15; XXI, 12.

[82] De berto, que, en occitano, significaoveja.

[83] A los existentes en España se lesllamaba agotes.— N. del T.

[84] Véase Mitología de Oc, IV.

[85] Las anteriores páginas están lejos deagotar el muy complejo simbolismo de la

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reina Pédauque. Quedan varios puntos quemerecen ser subrayados:

En primer lugar, el pie suele ser relacionadocon la fuente de la fecundidad: así, por ejem-plo, según el Rig-Veda, el Sol es un «pieúnico»; Pegaso hace brotar de una coz lafuente Hipocrene: Alborac, la yegua deMahoma, vuelca, al piafar, una urna llena deagua, y, según un antiguo texto copto (elMisterio de san Juan y de la santa Virgen),«el agua del Nilo está bajo el pie del dios: siéste lo levanta, el agua brota», etc. Obsérvesetambién que la Biblia llama «fuente del jui-cio» a la ciudad de Cades, en el Mediodía, enla que sitúa a los últimos Anakim.

De otro lado. la deformidad del pie es, congran frecuencia, la señal que lleva el héroe«nacido con buena estrella», la testa coron-ada, el vidente, el taumaturgo o el artista: esel pie hinchado de Edipo, el pie negro deladivino tebano Helampo. el píe de bronce de

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la magna mater terrible Ampusa. la cojera delos dioses del fuego Vulcano y Wieland, asicomo la de Jacob, a consecuencia de su com-bate con el ángel, y la de los grandes reform-adores religiosos. como Mani.

Pédauque, reina del Mediodía y. por lo tanto,reina de Saba, es. por ello mismo y por juegode palabras, reina sabia: reino sabo. Con surueca, Pédauque guarda relación con untema importante y constante de la mitologíafrancesa : el de la «reina sabia» por ser pro-tectora de la ciudad o la tribu: Berta, madrede Carlomagno, reina hilandera de la que sedecía que tenia unidos los dedos de un pie;santa Genoveva, la «dama blanca» (gwenneire), que se representa hilando con su ruecaante la nave de París; la «pastora» Juana deArco : la reina Juana de la leyenda provenzal,etc.

Por último, para situar los lejanos orígenesde Pédauque. conviene recordar que con el

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culto de Anat guardaba relación el curiosomito de los «peces-hermanos», que han sidoidentificados con los Cabiros y cuya huella haperdurado en el signo zodiacal de Piscis. Delrio Chaboras (hoy día Kahbur), que nacía enla fuente Cabure. decíase que se hallaba hab-itado por esos peces sagrados que sellamaban raseni. Y estos’ peces, genios tu-telares de la navegación, dieron su nombre al«pueblo pato» de los etruscos que. como essabido, dábanse a si mismos el nombre deraseni. Los mismos peces-hermanos, ligados,figuran en una moneda tartesia (reproducidaen el Dictionary of greek and latin geo-graphy). Ahora bien, Tartessos era el reinode Gerión. y la isla Erythia. la isla de los pe-ces sagrados (Hierichtyos).

[86] Véase Zoé Oidenbourg: Le Bûcher deMontségur, p. 30.

[87] Ernest Fornairon: Le Mystère cathare,p. 19.

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[88] En la óptica medieval de la cristiandad,las instituciones temporales son a imagen delorden sagrado. Doble consecuencia: por unlado, el orden social es considerado intan-gible, y por otro, lo sagrado es conferido in-mediatamente; en la óptica occitana, por elcontrario, el orden temporal, siendo dis-cutido, es despojado de todo caráctersagrado, y únicamente al término de una«búsqueda» se puede reencontrar losagrado.

[89] El nombre de Ursio y el de Arturo sonidénticos, pues al ursus latino corresponde elarktos griego. Pero el nombre de Arturo re-mite también a las ideas de alimento (artos =pan), de federación y de legislación conformeal orden eterno de las cosas (arpus: unión,amistad, del sánscrito ard’: arreglo, disposi-ción + rtuh. estación del año) y, por últimode mando (arxo: yo mando). Este sorpren-dente complejo fonético-semántico (véaseBoisacq, Dictionnaire étymologique de la

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langue grecque) hace asi del nombre de. Ar-turo un resumen completo de los diversosplanos de significación del mito de la TablaRedonda. En él están también indicados elcarácter central («polar») del rey. su con-quista de los países nórdicos y. natural-mente, su «doble» celeste, la estrella Arturo.¿A quién se le va a hacer creer que todo elloes efecto del azar?

[90] Hallamos exactamente la misma ley-enda en los orígenes de las casas de Lusig-nan, de Anjou y de Clèves. que, cosa curiosa,están emparentadas. El simbolismo es. evid-entemente, el mismo que en el mito de Erosy Psique.

[91] En la leyenda familiar de los Lusignan.el caballero que encuentra al hada Melusinase llama precisamente Raimondin. Y eltrovador Jean Estève invoca a su Damallamándola Bel rai.

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[92] Véase Mitología de Oc. I y III.—Sol yLuna. designados. como es sabido, por losjeroglíficos O y ( son aquí. además, unaalusión a la lengua de Oc.

[93] Dominica, nica, nica / Iba predicando /Siempre sonriendo / Para convencer a los al-bigenses / Y a los albigenses convenciendo.

[94] Literalmente, Hermana Sonrisa.

[95] Instrumento de cuerda que se toca pormedio de una rueda que gira al impulso deuna manivela y produce los sonidos en virtudde unas teclas, llamado en España gaitazamorana.—N. del T.

[96] Literalmente, los tejedores. — N. del T.

[97] Zoé Oldenbourg: Le Bûcher deMontségur.

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[98] Evidentemente, los cátaros eran hostilesa estos símbolos porque repudiaban lasnociones asi simbolizadas. Por mucho que seafirmasen e incluso se creyesen cristianos, alrechazar la idea del Hombre-Dios era todo elespíritu del cristianismo lo que rechazaban.

[99] Como el de Manes, el nombre de Bo-gomil pasa por ser el de un personaje real.Los bogomiles han dejado numerosas huellasarqueológicas, especialmente en Bosnia yMacedonia.

[100] Esta .«tradición» o transmisión delPater era para los cátaros una especie de sac-ramento: creían que dicha plegaria habíasido la de los ángeles antes de la caída, queuna vez caídos habían perdido la potestad dedecirla y que asi su recitación era como unprimer paso hacia la «reintegración». Portanto, el «creyente», antes de «recibir» elPater, debía someterse a las mismas

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prohibiciones que los Perfectos, y ello dur-ante largos meses.

[101] El consolament era llamado asi porqueconfería el Espíritu Santo, al que san Juan(XIV, 16-17) da el nombre de Paráclito, es de-cir, Consolador. Para los cátaros, el consola-ment se oponía al bautismo católico como elbautismo «por el fuego» al bautismo «por elagua» (S. Mateo, III. 11). Pero constituíatambién una ordenación, puesto que el «con-solado» tenía la facultad de absolver lospecados, expulsar los demonios y dar a suvez el consolament. Tradición del Pater yconsolament son también dos grados suces-ivos de una iniciación. El oficiante saludabaal que había recibido el Pater «como se sa-luda a una mujer», y al consolado «como sesaluda a un hombre» (Ritual en lengua oc-citana). Si nos remitimos a la creencia cátarasegún la cual una mujer no podía ser reinteg-rada al estado angélico sin pasar por unaforma masculina, se ve que el paso de un

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grado a otro equivale a una muerte seguidade una reencarnación.

[102] «SI el enfermo sobrevive, los cristianosdeben presentarlo a la Orden y rogar paraque se haga consolar de nuevo lo antes quepueda; pero él debe seguir en este punto suvoluntad» (Ritual en lengua occitana).

[103] Especialmente E. Weil-Raynal.

[104] Dos textos latinos de esta Cena secretao Interrogatio Johannis han llegado hastanosotros: uno se halla en la Biblioteca Na-cional de París y otro en la de Viena. El textode París proviene de los archivos de la In-quisición de Carcasona, y se halla acom-pañado del siguiente comentario: «Éste es elsecreto de los herejes de Concorezzo, traídode Bulgaria por 10 “a”) su obispo Nazaire: es-tá lleno de errores.»

[105] Sobrenombre de Toulouse. — N. del T.

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[106] Peyre Maduran, aunque burgués,pertenecía a la Corte condel. Poseía enToulouse dos hermosas mansiones y habíarecibido en su casa al obispo cátaro Nikita,venido de Bulgaria. Su sobrenombre de «sanJuan el Evangelista» subraya la predilección,que ya hemos hecho observar, de los cátarospor los juanistas.

[107] Especie de laúd de tres cuerdas.—N.del T.

[108] «Por sus actos, palabras y modales,más parece ser el Anticristo que un legado deRoma», dice de Folquet la Canción de laCruzada.

[109] Inocencia III parece haber previstodesde la muerte del legado que con poco secontentaría para beatificarle. En efecto, enuna carta pastoral del 6 de marzo de 1208escribía:

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«Habría ya brillado, tal como lo creemos, porsobresalientes milagros, si la incredulidad delos herejes no se lo hubiera impedido (sic).»

[110] Los autores contemporáneos sólocuentan los caballeros. Pero el Ejército secomponía también de los auxiliares de éstos(escuderos y hombres de armas), de bandasde mercenarios y de especialistas encargadosdel montaje, entretenimiento y servicio delas máquinas de guerra.

[111] Esta «frase histórica» fue referida porun contemporáneo, el monje alemán Césairede Heistenach, quien la cita con admiración.Como, evidentemente, resulta bastante mo-lesta para los historiadores católicos, éstos lahan puesto en duda con frecuencia. Y, sinembargo, es una típica blasfemia de clérigo,un eco diabólicamente invertido de la pa-labra evangélica: «No; porque cogiendo lacizaña, no arranquéis también con ella eltrigo» (Mateo, XIII. 29). Por otro lado, se

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comprende mal por qué tanta gente se haempeñado en lavar la memoria del abad deCîteaux de una degollina que él mismoreivindicaba como un titulo de gloria. ¡Quéno se habrá dicho para absolverle a pesarsuyo! Se ha querido que los ribaldos fuesenlos únicos responsables de la matanza. Perolos caballeros (suponiendo que hubiesenguardado las espadas envainadas, cosa queningún testigo pretendió) hubiesen podidomoderar el ardor de los mercenarios, comosupieron hacerlo unas horas más tarde... alverlos apoderarse del botín. Además, las ges-tiones del obispo antes del combate indicanque él estaba al corriente de lo que se pre-paraba. La matanza de Béziers fue, sin dudaalguna, premeditada.

[112] En 1304, contábanse en Béziers 5.100hogares, o sea unos 20.000 habitantes.Además, en el siglo XIII la población urbanaaumentó en toda Francia. En el Mediodía,este movimiento había comenzado antes,

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pero fue frenado por las consecuencias de lacruzada; sólo con mucha lentitud se recobróBéziers de la sangría, el saqueo y la ruina. Sepuede, pues, suponer que la población de1304 no es muy diferente de lo que era cienaños antes, cuando se hallaba en plenaprosperidad.

[113] «El señor Thédise deseaba ardiente-mente hallar un medio legal de no admitirque el conde probase su inocencia» (Pierredes Vaux de Cernay).

[114] «Cuando los señores a quienes el condeRaimond había escrito vieron lo que el leg-ado y el conde de Montfort querían hacer alsusodicho conde Raimond, el cual era muyquerido y amigo de todo el mundo, los vascosy la gente del Bearne y los de Commingesacudieron a su llamada, y también el condede Foix y la gente del país de Carcasona(pues aún había muchos), y también Savaryde Mauléon, los cuales llevaron mucha gente

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para apoyar al conde Raimond» (Canción dela Cruzada).

[115] Dinero.—N. del T:

[116] Tierra yerma. — N. del T.

[117] Sínodo de Narbona, canon 24.

[118] En español, estremecimiento. — N. delT.

[119] Este monte se llamaba en realidad elTabo. Fue en el siglo XVI cuando se empezóa llamarle Thabor, debido a la erección de unoratorio en su cima.

[120] Agujero del Oso. — N. del T.

[121] Truchas — N. del T.

[122] Fernand Niel: Montségur. la montagneinspirée, París, 1950, y Montségur, le site,son histoire. Grenoble, 1961.

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[123] Jacques Ferlus: Autor de Montségur.Foix, 1960.

[124] Tribunal compuesto de señores y dam-as que se ha pretendido existió en la EdadMedia para juzgar las cuestiones de galanter-ía.—N. del T.

[125] Véase Mitología de Oc, anexo V, al finaldel libro.

[126] Campo de los Quemados.

[127] Fernand Niel: Aibigeois et Cathares,París, 1958.

[128] Aunque universal, el simbolismo de lablancura podía. para maniqueos y cátaros,prevalerse de referencias escriturarias: refer-encias cristianas (la parábola del banquetede boda en Mateo. XXII, 11-14, las bodas delCordero en el Apocalipsis, XIX, 7-8, donde elvestido de lino brillante y puro es descrito

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como representativo de «las buenas accionesde los fieles» —la fe sens obras morta es—) ;referencias «hindulstas» también, como ladel «radiante vestido superior del hombre»de que habla la Mundak-Upanishad.

[129] Hemos de prevenir aquí la objeciónque podrían hacernos contradictores de-sprovistos de espíritu dialéctico: en Albl nodejaba de haber algunos cátaros, los alban-enses son sencillamente los de Albania, y lostejedores, aquellos que, como en Cordes,ejercían efectivamente dicho oficio. Y por loque respecta a los «Investidos», éstos no an-daban desnudos.

Pero no vemos por qué habría que oponerhechos y actividades reales a las interpreta-ciones y resonancias que los mismos suscitany a través de las cuales son, finalmente,vividos. Tiempo, espiritualidad y destino hansido aprehendidos por mucho tiempo através de imágenes tomadas del hilado, el

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tejido y el adorno; en su textura, disposicióny colores, todo vestido (y no sólo el hábitomonástico) es imagen, proyección de un sis-tema de valores. Y si se tiene de ello la menorduda, no hay más que fijarse en el vocabu-lario que utilizan diariamente las revistaspara caracterizar las «tendencias de lamoda». Y los discípulos de Gandhi nuncahan ocultado que hilar y tejer sus vestidurasblancas era para ellos, al mismo tiempo, unaactividad económica y una preparaciónespiritual.

[130] F. Niel: Albigeois et Cathares, París,1958.

[131] Véase el Prólogo.

[132] Entre otros, Friedrich von Suhtschek(Parsivalnama-übersetzung), Hannah Closs(Lumière du Graal: convergence des sources,en Cahiers du Sud, 1950) y L. A. Ringbom(Graltempel und Paradies, Estocolmo, 1951).

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[133] Como. por ejemplo, la piedra de Taraen el centro de la Irlanda antigua.

[134] Busca.—N. del T.

[135] Las dos definiciones del Grial comopiedra y como vaso están así reunidas en lamisma palabra. Pero la palabra grial nos ll-eva también a Gradalis: progresión porgrados.

[136] Las profecías atribuidas a Merlín (esdecir, a la tradición céltica) fueron, como lasde las sibilas, tomadas al pie de la letra dur-ante toda la primera parte de la Edad Media.Se afirmaba que Merlín había dicho que trestables (mesas) caracterizaban tres épocassucesivas: la mesa de la Cena, la de Arturo y,por último, la table del Grial. Sobre las diver-sas representaciones arqueológicas de dichastables y su significado cosmológico, véase A.A. Barb, Bulletin of Wartburg and CourtauldInstitute, Londres, 1960.

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[137] Historia Francorum qui ceperuntJerusalem.

[138] Paúl Alphandéry, Note sur le messian-isme medieval latin; École pratique desHautes Études, 1912. El relato de Raimondd’Aguilers contiene una aclaración curiosa:en él sé dice que antes de ser confiada a Rai-mond de Saint-Gilíes, la Santa Lanza sehallaba bajo la custodia de «aquel de quien élhabía nacido» (illo ex cui genitus est). Nopuede tratarse del padre de Raimond, puestoque fue este último quien halló la lanza; nopuede, pues, tratarse más que del «padre es-piritual» anónimo, del iniciador del conde deToulouse. Por cierto que. tras haber hecho eldescubrimiento, Raimond de Saint-Gilíeshubo de someterse a una ceremonia cuyosentido ignoraba y a continuación bañarse enel Jordán. Entonces fue —siempre segúnAguilers— cuando, a despecho de la in-credulidad de los demás jefes cruzados quecreían se trataba de una superchería,

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Raimond se convirtió en el vexillifer y enalgo así como el «jefe místico» del Ejército.

[139] Alfonso el Casto. — N. del T.

[140] Hannah Closs, ob. cit.

[141] Esta pintura ha sido estudiada y datadapor A. Gadal, por el padre Glory, por Philips,etc.

[142] En efecto, en francés, Foy (nombre delpaís) se pronuncia igual que «foi» (fe).

[143] Antiguos sacerdotes galos. — N. del T

[144] F. Witte: Die liturgischen Ceröte derSammlung Schutgen im Köln, Berlín, 1913,asi como los trabajos de Sterzenbach y deKampers.

[145] San Juan de la Peña está situado a un-os cuarenta kilómetros de Jaca, al pie delmonte Paño. El monasterio y el claustro,

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erigidos sobre un lugar eremítico que databadel siglo VIII. son de los siglos XI y XII yconstituyen una de las más bellas realiza-ciones del estilo románico, con influenciasmozárabes. Otra parte de los edificios, recon-struidos en el siglo XVIII. contiene las tum-bas de los reyes de Aragón.

[146] Claro es que sólo a fines del siglo xixfue enviada a Mistral y a sus amigos unacopa verdadera por unos regionalistascatalanes. Pero tampoco hace tanto tiempoque Pierre de Coubertin restauró los JuegosOlímpicos...

[147] Jean Marx: La Légende arthurienne etle Graal. París. 1952.

[148] Ch.-Al. Cingria: Ieu oc tan. en «Mesur-es», n.o 2.

[149] En música se llamaban tropos las fór-mulas melismáticas de un canto ornado. «Si

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la música de los trovadores no es para noso-tros un libro completamente sellado —es-cribe Davenson en la parte más seria de suobra ya citada—. sí es un libro sólo apenasentreabierto y que un pequeño número entrelos doctos puede vanagloriarse de descifrar:la lírica medieval no es la única en ser untrobar clus; ninguno de los sistemas prop-uestos para resolver los problemas de dichamúsica da entera satisfacción.» De hecho, undescifrado completo del trobar clus habría deversar, simultáneamente y de manera articu-lada, sobre el simbolismo, la fonética, lamétrica y la música que, según la filosofía deaquellos tiempos, mantenían entre ellas rela-ciones de armonía y de analogía inspiradasen el sistema pitagórico.

[150] (1), Amor «cortés», espiritual. — N. delT

[151] Cuéntanse. en efecto, entre lostrovadores, además de, quizás, un

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emperador. Federico Barbarroja, reyes comoRicardo Corazón de León y Enrique II Plant-agenet (autor de «versos isopetes»); poder-osos señores como Guillaume d’Aquitaine.Gastón Phébus, el conde de Foix Ramón«Drut», Bertrand de Born, etc.; numerososhidalgüelos como Guy d’Ussel y sushermanos, Rigaud de Barbezieux, Pierre-Ro-ger de Mirepoix, Adhémar de Roquefixade,Arnaud Daniel, etc., y también burguesescomo Peire Vidal y Guilhem Figueiras,miembros del clero como Daude de Prades, ygentes del pueblo como Bernard deVentadour, hijo de un arquero y unapanadera. Hermoso ejemplo de osmosisentre las clases en el Languedocindependíente

[152] René Nelli: L’Érotique desTroubadours, Toulouse, 1963.

[153] Género poético languedociano. — N.del T.

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[154] Ermessende, la que es estéril, perotambién «la que está en el desierto». Cosacuriosa; es con toda exactitud el nombre quese dará a la iglesia reformada de losCévennes en tiempos de los camisardos: laIglesia del Desierto.

[155] (1) Líber sententiarum Inquisit. To-losanae, 42 y Eymericus, 274, en Schmidt,Histoire et doctrine des cathares ou albi-geois, II, París. 1849.

[156] Véase Mitología de Oc, al final dellibro.

[157] Sobre el «Noble Saber» véase especial-mente el artículo de Grasset d’0rset en laRevue Britannique, enero 1878.

[158] La desgracia: Guai! Guai! Mort est icychaitis, en el Dialogue Saint-Grégoire. La pa-labra de «argot» se marrer ha conservado losdos sentidos opuestos de «reír» y «estar

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fastidiado». Lengua «diplomática» por ex-celencia, el «argot», que se basa en granparte en el retruécano, utiliza con mucha fre-cuencia una misma palabra para designardos ideas opuestas.

[159] Ave macho, como en perdigalh: per-digón (pollo de la perdiz). En francés tam-bién se dice coq faisán, coq d’Inde ; (pavo),etc. En lengua de Oc el gay es también elgrajo.

[160] Argot en francés, popular.

[161] Jerga, jerigonza, en español.

[162] Jar o Jars: vocabulario misterioso. En-terver le jar:

entender el «argot». II entena le jars, il amené les oies.* Etimología de la palabrafrancesa jargon: «gorjeo de los pájaros»

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(Gastón Esnault, Dictionnaire historique desargots français, París, 1965).

* Dicho francés, que literalmente quiere de-cir que lo mismo que ha guardado patos, en-tiende su lenguaje, y se emplea para signifi-car que alguien tiene letra menuda, es listo,no se deja embobar. — N. del T. Etimologíade la palabra francesa galimatías [y de la es-pañola galimatías. — N. del T.]: según Littré.el vocablo proviene de ballimation (griego) yvallematia (bajo latín) ; chanzas y danzasacompañadas de címbalos. Pero el mismoautor cuenta la anécdota que, según dice,«fue inventada para suministrar la etimolo-gía»; un abogado encargado por un tal Math-ias de reclamar un gallo que le habíanrobado se puso a entrebescar les motz y dijo«galli Mathias» en lugar de «gallus Mathi-ae». Anécdota forjada para indicar que el«galimatías» es la ciencia (matheos) del gallo(galli).

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Pero el galimatías es también el «vestido»(himation) de los adoradores de Cibeles(Golloi), de los coribantes. «gallos sacerdotesdel fuego», saltimbanquis y errantes.

«Lengua de los pájaros»: en su obra États etEmpires de la Lune, Cyrano de Bergerac (queno era noble ni gascón, sino hijo de un mer-cader parisiense) oye hablar, en la Luna Élie.la lengua de los pájaros, y la entiende sinhaberla aprendido. Sigfrido, armado con laespada de Siegmund, recompuesta porMimir, cava un foso y atraviesa el corazón deFafnir, hermano de Mimir metamorfoseadoen dragón y guardián del oro mágico. Quedainundado de sangre de Fafnir y. pasándosepor distracción la lengua por los labios, bebedicha sangre y entiende el lenguaje de los pá-jaros que le dicen: 1.”, que todas las partes‘de su cuerpo regadas por aquella sangre ser-án invulnerables ; 2.°, que Mimir, luego dehaberse servido de él para matar a Fafnir yquedarse único heredero del oro de los

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Nibelungos, piensa asesinarle él mismocuando vuelva vencedor del combate; 3.”,que la valquiria Brunilda espera, rodeada deun círculo de llamas, al héroe lo bastante va-liente para franquear el circulo y liberarla delsueño mágico en que Wotan la ha sumido encastigo de haber defendido contra él el amorincestuoso de Siegmund y su hermana.

[163] En el poema occitano del siglo xiv titu-lado La Vertat y dirigido a Clemencia Isaura,cuéntase cómo Du Guesclin reunió un ejér-cito en Toulouse para combatir a Pedro elCruel:

Dona Clemensa, si bous plats,

Jou bous diré pía la vertat

Que la guerra que s’es passada

Entre Pey, lou rey de León,

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Henric soun fray, rey d’Aragon.

E d’ab Guesclin son camarade.

E lous Moundis qu’eron anads

E lous que noun tournen jamas.

Dus cents autes brabes Moundis

Demoureguen per lous camis.

Entre los faydits que mandaron las GrandesCompañías, la Historia nos ha dejado losnombres de Lautrec, Roaix, Moríanos. Bar-ravi, etc. Los doscientos «moundis» trans-formados en errantes debieron de seguirhablando y difundiendo el lenguajejargonesque.

Los nombres (peyorativos) de galaubians,galapiats y pataris dados en el Mediodía a

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toda clase de tunantes provienen del nombrede los cátaros o «patarins». (Véase N. Peyrat,Histoire des Albigeois).

[164] Pelagatos, mendigos, indigentes.—N.del T.

[165] Expresiones pintorescas de los subur-bios, talleres, mercados, etc.—N. del T.

[166] En «argot», las llaves se llaman argu-ments, y también rossignols y oiseaux y losque manejan llaves falsas son los oiseliers.*

La misma palabra argot viene del verbo ar-guer, que significa estirar el oro y la plata enla hilera llamada argüe, del latín organum.(Véase Gastón Esnault, ob. cit., voz «argot».)«Los ladrones hábiles saben fundir el oro y laplata y son los más grandes alquimistas», selee en la obra del siglo XVI La Cabale des Fil-ous. La lengua de los pájaros, lengua «argót-ica», es un lenguaje cifrado, como el

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«lenguaje de las campanas» y el lanternoisde Rabelais.

El vert gay es el color de la primavera (latín:ver), del volver a empezar, del renacimiento,de la «iniciación». En la lengua de Oc, la pa-labra vert (verde) pega bien con las palabrasver, verai (verdadero) y veroi (bello).

• Las palabras en itálica, traducidas literal-mente al español. significan, respectiva-mente, «argumentos», «ruiseñores», «aves»y «pajareros».— N. de! T.

[167] Galer: alegrarse, ridiculizar, bromear,burlarse: participio: galant. «On ne faisaitque rire et galer» (Froissart).— Galerie’. ac-ción de se galer, y también máquina deguerra bajo la que se llevaba el ariete. — Ga-land: nudos de cintas. — Gale:

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fiesta, de donde viene gala (La Curne deSaint-Palaye: Dictionnaire historique de l’an-cien langage françois.)

Los Verts Galands eran los miembros de unasociedad que existió desde el siglo XIII alXIV. Se reconocían por la rama verde de al-mendro que debían llevar encima todos losaños en el mes de mayo. Prís sans vert,*tenían que pagar prenda, de donde viene laexpresión que ha quedado en francés. (VéaseLa Mésangère, Origine des proverbesfrançois.)

En la Biblia, la vara de Aarón (Haroun,Aries) florece en una noche y produce una al-mendra. La almendra simboliza la virginid-ad. En arquitectura, se llama «almendramística» la aureola elíptica que rodea la im-agen de la Virgen y que engendró la ojivagótica. Según René Guénon (Le Roí duMonde), la almendra simboliza igualmentela «tierra santa» cuando, reducida a su más

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simple expresión, se confina en los limites deun «centro» oculto. Por último, en la lenguade Oc el almendro se llama amelhié y nosconduce así al melhorament.

Las calendas maias eran, en el Languedocmedieval, canciones populares consagradas alas fiestas rituales del «Amor de Mayo». Conocasión de dichas fiestas se plantaba el«Mayo» y se designaba entre las muchachasla Maia o Bella de Mayo. En la mitología.Maia es también la madre de Hermes.

En la mitología hindú, el loro es la monturade Kama, dios del amor. «Es bastante singu-lar —subraya Fauriel— ver al loro desem-peñar en la mitología poética de los proven-zales un papel análogo al que desempeña enla mitología hindú.»

* Cogidos sin verde. — N. del T.

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[168] León Pollman: Trobar Clus, Biblexegseund hispano-arabische literatur, Munster,1963.

[169] Véase Mistral: Tresor dou felibrige.Ric: rico, hermoso; Drut, Dru, drude, drige:amante, rico, opulento ; Cabalous: opulento;Cabalisto: nombre que se daba en el Langue-doc al papel de la gente acomodada; Cabalo:cábala, ciencia de la tradición judia, especiede magia, coalición de obreros, sociedad;Cabalisti: cabalístico.

[170] Compañeros, perdéis la más / hermosarosa de vuestros sombreros. — N. del T

[171] «En todos los combates, el tradicionalpañuelo negro y blanco que llevan lascampesinas puede desempeñar un gran pa-pel. Anudado de esta o aquella manera sirvepara transmitir a la multitud indicaciones re-lativas a la hora de las manifestaciones, eltrayecto a seguir y las fuerzas adversarias.»

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(Madeleine Riffaud, Dans les Maquis du Vi-etcong, Julliard, París, 1965.)

[172] Véase lo dicho anteriormente acerca delas esculturas herméticas de la casa Molinier.

[173] Canso de Nostre Damo per laqualMossen Bertrandi de Roaix gazanhatl’englantina novella que foc dada per donaClemensa l’an 1498.

[174] He aquí la reproducción exacta de esacuriosa inscripción, grabada en el Capitoliode Toulouse en una placa de bronce:

EPITAPHIVM CLEM. ISAVR.

CLE.ISAV.L.ISAV.F.EX PRAECLARAISAV.FA.QVVM IN

PP CAELI.OP.VITA.DELEGI-CAST.Q.ANNIS L.VI.XI FOR.FRV.VINA.PISCA.ET HOLITO.P.S.IN

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PVB.VSVM STATVIT C.P.Q.T.LG.HAC LEGEVT QVOTANNI LVDOS FLO.IN.AE-

DEM PVB.QVAM IPSA SVA IMPENSAEXTRVXIT CAELE-

BRENT RHODAS AD M.EIVS DEFERANTET DERELIQVU

IBI EPVLEN.QVOD SI NEG EXE SINE WOFISCVS VEN-

DICET CONDITIONE SVPRA DICTAH.S.V.F.M. VBI R.I.P.

V.F.

Las letras P.S. de la tercera línea han sido in-terpretadas unas veces como patriam suam yotras como pratum septenarium. Obsérvensetambién las letras WO.

[175] Y también, en París, a la calle de laTombe-Issoire, en la que se descubrió,

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antaño, un monolito que se tomó por latumba del gigante Isauré. En cuanto a Isaur-et Torcin, mencionado por Bertrand, es unrey legendario de Toulouse que se suponeconstituyó el primer tesoro público de laciudad.

[176] La palabra ric es, como hemos visto,sinónima de cabalous. Isaura, diciéndosehija de «Lucius», es «hija de la luz». Notablees. por cierto, la similitud de nombres y defunciones mitológicas de la Isis egipcia, laIsolda, de la leyenda y la Isaura de los últi-mos trovadores. El lugar de sepultura de Cle-mencia Isaura en la Daurade, bajo el altar dela Virgen, así como el hecho de que dicholugar nunca ha podido ser atestiguado, pare-cen también depender de una leyenda sim-bólica: «IS acostada» es, también en estecaso, la «Madre ocultada».

[177] En bajo latín, felibris designa el niño depecho (de fellare, mamar, que dio filius).

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Véase también Mistral: Tresor dou felibrige,artículo «felibre».

[178] Véase el texto de Flamenca en Nélli yLavaud, Les Troubadours, París, 1961.

[179] Ch. Champroux: Histoire de ¡a littérat-ure occitane, París, 1953.

[180] J. Anglade: Anthologie destroubadours, Paris, 1953.

[181] N. Peyrat: Histoire des Albigeois.

[182] Para un aficionado a la «cábala solar»,la atribución, comprobada o legendaria, deeste canto a Gastón Phébus, personaje solarsi los hubo, es bastante divertida. Se cantoque canto es... ¡un «cuento de fe»!

[183] Sobre el papel místico atribuido alruiseñor, véase, entre otros, Déodat Roché,

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Contes et légendes du catharisme. En otracanción popular:

Le roussignol prend son vol,

Au château d’Amour s’en va,

Trouva la porte fermée,

Par la fenêtre il entra,

La violette double double,

La violette doublera.

[El ruiseñor emprende el vuelo, / al castillode Amor se va, / halló la puerta cerrada, /por la ventana entró, / la violeta doble doble,/ la violeta doblará.]

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[184] Blancheflor es una senhal corriente dela Dama. Según numerosos comentadores,en Floir et Blanchefloir, «Floir» designa laIglesia romana, y «Blanchefloir» la Iglesiacátara.

[185] En L’Eau et les Rêves, GastónBachelard subraya que la muerte fue, comoarquetipo, el primer navegante, como en elverso famoso «Oh, Muerte, viejo capitán», yse pregunta si lo que él llama el «complejo deCaronte» no interviene en las primeras aven-turas marítimas. Por su lado, Gilbert Durandescribe: «La alegría de navegar se hallasiempre amenazada por el miedo de irse apique, pero son los valores de la intimidadlos que triunfan y salvan» (ob. cit., p. 267),

[186] El solsticio de verano, cuando el día al-canza su mayor duración. La alborada (alba)es un género normal del trobar sobre el temade la separación de los amantes, pero

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también sobre el tema (maniqueo) de la sep-aración de la luz y las tinieblas.

[187] Todos estos datos históricos estánsacados de Georges Cadiergues: Histoire dela seigneurie de la Capelle Merlival, Cahors,1906.

[188] En una variante de la canción, el hijodel rey se vuelve a París:

Bel tsibalhié a París se n’es anado

[189] Salmos, CXVIII, 22-23, y Mateo. XXI,42-45.

[190] Literalmente, angulado. — N. del T.

[191] «Una noche ocurrió que yo tenía queestudiar para el día siguiente disputar; halléuna fuentecilla bonita y clara, rodeada deuna hermosa piedra, y aquella piedra estabadebajo de un viejo tronco hueco de encina.»

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(Le livre du venerable docteur allemandmessire Bernard. comte de la MarcheTrévisane, Amberes, MDLXIII.) Igualdescripción en Nicolás Flamel, etc..

[192] Comarca del Languedoc que tenía porcapital a Carcasona. — N. del T.

[193] George Sand, La Petite Fadette.

[194] La novia de las Tinieblas.

[195] Este significado es tanto más indiscut-ible cuanto que, en una variante de la can-ción, Joana está descourdelado, o sea, de-sprovista del courdel, del cordón que los Per-fectos llevaban sobre e; vestido cuando eranlibres y que luego, al ser perseguidos, ocul-taron debajo.

[196] Más exactamente, la hoja de castañoque sirve para guiar el chorro de agua delmanantial al pilón de la fuente.

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[197] Y especialmente los roumians (rumies),es decir, los gitanos, hábiles en descubrir ensu camino las señales de pista y que presu-men de descender de los Reyes Magos y deconocer las cosas ocultas.

[198] La posición de «Joana» es también lade una sepultura ritualmente orientada.

[199] El nombre de esta constelación pro-cede del griego, en cuya lengua bootes signi-fica precisamente boyero. En francés, lamisma constelación se llama le Bouvier (elBoyero). — N. del T.

[200] Literalmente, la materia de Bretaña,expresión que designa, en algunos autoresmedievales, el román o novela «cortés».—N.del T.

[201] René Alleau, De la nature des sym-boles, París, 1958, p. 109.

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[202] Cahiers d’Études Cathares, 1959, n.os3-4: articulo de M.L. Julien: Lou bouié: unchant cathare?

[203] Nombre dado por el cronista del sigloxiv Jean de Venette a los campesinos subl-evados, primero contra los ingleses y luegocontra los señores. — N. del T.

[204] Los alemanes llaman al fuego RoteAhn, gallo rojo, expresión que sale a relucircon frecuencia en las canciones de la guerrade los campesinos, sostenida en el siglo xvipor los anabaptistas.

[205] ¡Hermanos Jacques! ¡HermanosJacques! / ¿Dormís? ¿Dormís? / ¡Tocad amaitines! ¡Tocad a maitines! / ¡Ding, ding,dong! ¡ Ding, ding, dong!

[206] Torres o pirámides escalonadassumerio-babilónicas. N. del T.

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[207] Mediolanum Biturigum: dos elemen-tos de vocabulario religioso y de geografíasagrada, en Ogam, n.° 73, marzo-abril 1961.

[208] El Celticum de Ambigatus y el Om-phalos galo: la realeza suprema de losbitúrigos.

[209] De la antigua provincia francesa delBerry.

[210] Expresión inglesa que significa: «úl-timo pero no despreciable».—N. del T.

[211] El problema había sido ya planteadopor Pierre Plantard en una entrevista que mehabía concedido y que yo publiqué como an-exo de una obra precedente (Les Templierssont parmi nous, ou 1’enigme de Gisors,París, Julliard, 1962), entrevista que ha pro-vocado una larga polémica. En la Tour deFeu (Núms. 80 y 82), Fernand Tourret no havacilado en escribir: «Está fuera de duda que

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antes de mediados del siglo XIX era impos-ible formular la noción de centro deFrancia.»

Agradeceríamos a Monsieur Tourret que nosexplicase por qué entonces los romanoshabían colocado cerca de Bruère-AIlichampsuna piedra miliar (descubierta en 1750 y queaún existe hoy día) para señalar el centro dela Galia. (Véase G. Pillement, La France in-connue, III, p. 141.)

Para alguien que olvida tan fácilmente que laobservación astronómica tiene sesenta siglosde antigüedad, el hecho de que Meillant lleveel nombre de sus coordenadas geodésicas esun desagradable mentís. Pero sería muy pro-pio de Monsieur Tourret afirmar que elnombre de Mediolanum data solamente delsiglo XVIII y no es más que una «seudorres-titución de los primeros celtorromanistas».

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[212] De hecho, esta regresión no tiene lugara intervalos regulares de tiempo, puesto quelas constelaciones zodiacales se hallandesigualmente repartidas por la eclíptica. Deahí la dificultad de determinar la fecha ex-acta de la entrada en funciones del nuevo«jefe del tiempo».

[213] En francés, Petite Ourse.

[214] Ciudad fortificada (Bordj, burg, burgo,etc.), pero también montaña (Berg).

[215] Por cierto que el lenguaje refleja lacreencia en esas relaciones: los astros tienensus moradas, sus casas, sus domicilios, y elcuerpo humano su armazón. En el famoso ál-bum de Villard de Honnecourt, los planos ar-quitectónicos se inscriben en el cuerpo hu-mano y éste en una estrella de cinco puntas.

[216] Acerca, acerca, o acércate.—N. del T.

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[217] Calle de la Alquimia. — N. del T.

[218] Enviar ad patres: matar. — N. del T.

[219] León Homo; L’Italie primitive et lesétildes de l’impérialisme romain, París, 1927,p. 68.

[220] León Homo: Origines de ¡’Histoire,tomo II. cap. 1, pp. 121-122.

[221] La palabra eskes significaba, segúnBarenton, «sacerdotes de la oca», y la oca erael animal sagrado de los etruscos.

[222] Virgilio nos dice que Alba, la rival deRoma, fue fundada por Ascanio, hijo deEneas. «Si hemos de conceder algún créditoa esta leyenda —escribe William Smith en elDictíonary of greek and román geograhy—,ello nos llevaría a asignar a Alba el mismoorigen que a Lavinium, es decir, un origenpelásgico.»

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[223] Escocia se llamó antaño Albania, comoel país ribereño del Adriático. Se cree que lostartesios fueron los primeros en establecerpequeñas colonias en las Islas Británicas y endar un nombre a éstas.

[224] Hermes, en griego, significa «mojón».Y Janus, en latín, significa «puerta».

[225] Mathos, Matheos: conocimiento, tradi-ción, especialmente de orden astronómico.

[226] R. P. Fulgence: Un éclaircissement im-portant touchant les origines chrétiennes:mémoire sur les deux Saturnins de Toulouse,Perpiñán, octubre 1882.

[227] Grasset d’0rcet: Le Noble Savoir, en«Revue Britannique», 1877.

[228] «Abellio o Beleño es nombre derivadode la misma raíz indoeuropea que Apolo, y

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dicha raíz significa manzana» (Jean Markale,ob. cit.).

[229] Es decir, en este caso, por la trompa del heraldo de armas:

lituus significaba, en efecto, «trompeta» (Cicerón, De divinatione, I,

XVII).

[230] Los árabes llaman al zodíaco «Imagende los castillos».

[231] Aclaremos que es el antiguo blasón deToulouse el que acabamos de analizar. Sólodespués de la unión del Languedoc a lacorona de Francia, fueron dichas armasaumentadas con un jefe florlisado. Además,como demostró Juillard-Vignoles (Disserta-tion critique sur les armoiries de la ville deToulouse, 1863), su representación fue pocoa poco alterada. quizás a propósito, lo que lesquita su significación. Así, el cordero fueprivado de su nimbo y dejó de sostener lacruz, y se colocó la iglesia Saint-Sernin a

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diestra y el castillo Narbonnais a siniestra.Todas estas alteraciones son tardías.

[232] En las Landas: Lahosse, Saint-Geoursd’Auribat, Onard, Castelner, Laurède, Punt yGahet (cerca de Capbreton); en los BajosPirineos: Orthez y Oloron-Sainte-Marie; enlos Altos Pirineos: Cauterets; en el Gers:Laas; en el Alto Garona: Saint-Bertrand deComminges, Saint-Gaudens, Lléoux, Aurig-nac, etc.

[233] Todavía se ven las puertas de los cag-ots en las iglesias de Luz, Libourne, etc., yuna de aquellas pilas de agua bendita, querepresenta una cabeza de mujer, en el ladoderecho de la portada de Saint-Bertrand-de-Comminges, en Saint-Savin, etc.

Quan bas en ta la gleiso, et t’hiquen souderré;

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Arres aü benitié non boü hiqua lou dit

Dap un ladre coum tu deü tu puble maudit.

(Cuando vas a la iglesia, te relegan detrás; /nadie quiere meter el dedo en la pila de aguabendita / después de un leproso de tu pueblomaldito.)

[234] Tullido.— N. del T.

[235] Frédéric Mistral: Trésor du Félibrige,en la palabra gavot.

[236] En la leyenda masónica del asesinatode Hiram, los tres «malos obreros» quematan al maestro se llaman: uno, Jubelas;otro, Habben. y el tercero. Giblon. Giblas oGiblos. Mientras los dos primeros simboliz-an. respectivamente, la ignorancia y la ambi-ción, Giblon simboliza la hipocresía o, si se

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prefiere, la «cagotería». Comentando estosnombres. Jules Boucher escribe: «El radicalgbl da Gebal (nombre de ciudad), y Gibelin(Ghiblim), hombres de Gebal. canteros.» (LaSymbolique maçonnique. París, 1953.)

[237] Membrana interna que envuelve elfeto.—N. del T.

* Cuentos de mi Madre la Oca.—N. del T.

[238] Uno puede preguntarse si la Caperu-cita Roja de los Contes de ma Mere l’0ye notendrá su origen en alguna leyenda de obrer-os cagous. En efecto, los obreros tenían unaMadre, y los cagous, la pata de oca. Los al-bañiles Obreros del Deber se designaban conel nombre de «lobos devorantes». El «lobodevorante», fraudulentamente revestido dela ropa de la abuela [en francés grandmère :literalmente, madre grande] y habiéndoselascon la sagacidad de la Caperucita Roja (quetiene la torta), adquiriría entonces un

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sentido alegórico bastante singular; digno desuscitar la curiosidad de algún folklorista.

[239] Para comprender las relaciones que elautor establece entre las palabras hay quetener en cuenta que, en francés, gallo y es-carapela se llaman, respectivamente, coq ycocarde.—N. del T.

[240] Pierre Belperron: La Croisade contreles Albigeois et le rattachement du Langue-doc à la France, París, 1942.

[241] Gérard de Sede: Les Templiers. sontparmi nous, ou 1’énigme de Gisors, París,1962.

[242] Pèlerinage hérétique en Albigeois;abris-refuges ou sanctuaires cathares (artícu-los de Maurice Denuzière en Le Monde defecha 10 y 11 setiembre 1964).

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