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Estrategias de intervención en gestión de conflictos

Date post: 16-Jan-2023
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Estrategias de intervención en gestión de conflictos Ignacio Bolaños Cartujo Instituto de Mediación y Gestión de Conflictos (IMEDIA) 1. Introducción El conflicto ha existido siempre. El ser humano es un ser social cuyas necesidades e intereses dependen, directa o indirectamente, de quienes le rodean. Ello hace que, cuando dos o más personas persiguen el mismo interés o intereses contrapuestos, y no es posible una colaboración, aparezcan los desacuerdos y, por tanto, los conflictos. Pero siempre han existido formas de resolverlos, y éstas han venido definidas por las diferentes construcciones culturales e históricas que existen sobre el conflicto. Así, podríamos concebirlo como un obstáculo, como una dificultad en un proceso o, por el contrario, como una oportunidad para el cambio. Del mismo modo, puede ser visto como una situación patológica en que las partes involucradas no tienen capacidad de decisión, o como una situación problemática que puede ser resuelta por sus protagonistas. Por otro lado, en el mundo occidental, el concepto de justicia (y los métodos de él derivados) tiende a ser utilizado como un modelo de resolución de conflictos en el que necesariamente una de las partes tiene la razón y la otra no. Se ha demostrado que este modelo no sólo mantiene las visiones conflictivas, sino que tiende a incrementarlas. Cuando alguien interviene profesionalmente, desde cualquiera que sea su posición, para ayudar a tomar decisiones obstaculizadas por un conflicto puede adquirir una la función de intermediario. Zuk (1980) describe el proceso de intermediación como la secuela inevitable de un conflicto, un proceso complejo en el que individuos que a menudo tienen una larga historia de interrelación mutua buscan a alguien que se introduzca en esa situación "prefabricada" y aporte su conocimiento y experiencia. El intermediario puede ser definido por los protagonistas del conflicto como un "juez" o como un "consejero". Pero su poder radica en saber adquirir el control del proceso definiéndose como alguien con permiso para provocar cambios en las posiciones recíprocas de aquellos. Definiremos este rol como interventor en la gestión del conflicto (en adelante, IGC) 2. La responsabilidad del proceso
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Estrategias de intervención en gestión de conflictos

Ignacio Bolaños Cartujo

Instituto de Mediación y Gestión de Conflictos (IMEDIA)

1. Introducción

El conflicto ha existido siempre. El ser humano es un ser social cuyas necesidades e

intereses dependen, directa o indirectamente, de quienes le rodean. Ello hace que, cuando

dos o más personas persiguen el mismo interés o intereses contrapuestos, y no es posible

una colaboración, aparezcan los desacuerdos y, por tanto, los conflictos. Pero siempre han

existido formas de resolverlos, y éstas han venido definidas por las diferentes

construcciones culturales e históricas que existen sobre el conflicto. Así, podríamos

concebirlo como un obstáculo, como una dificultad en un proceso o, por el contrario, como

una oportunidad para el cambio. Del mismo modo, puede ser visto como una situación

patológica en que las partes involucradas no tienen capacidad de decisión, o como una

situación problemática que puede ser resuelta por sus protagonistas.

Por otro lado, en el mundo occidental, el concepto de justicia (y los métodos de él

derivados) tiende a ser utilizado como un modelo de resolución de conflictos en el que

necesariamente una de las partes tiene la razón y la otra no. Se ha demostrado que este

modelo no sólo mantiene las visiones conflictivas, sino que tiende a incrementarlas.

Cuando alguien interviene profesionalmente, desde cualquiera que sea su posición, para

ayudar a tomar decisiones obstaculizadas por un conflicto puede adquirir una la función

de intermediario. Zuk (1980) describe el proceso de intermediación como la secuela

inevitable de un conflicto, un proceso complejo en el que individuos que a menudo tienen

una larga historia de interrelación mutua buscan a alguien que se introduzca en esa

situación "prefabricada" y aporte su conocimiento y experiencia. El intermediario puede

ser definido por los protagonistas del conflicto como un "juez" o como un "consejero". Pero

su poder radica en saber adquirir el control del proceso definiéndose como alguien con

permiso para provocar cambios en las posiciones recíprocas de aquellos. Definiremos este

rol como interventor en la gestión del conflicto (en adelante, IGC)

2. La responsabilidad del proceso

Podemos partir de una concepción un tanto diferente a la filosofía de los litigios: el

conflicto es una oportunidad que puede provocar la aparición de nuevas construcciones,

diferentes de las iniciales, pero viables y aceptables para todas las partes, en la medida en

que son ellas mismas quienes las elaboran. El IGC simplemente ofrece el contexto

adecuado para que las reacciones positivas puedan producirse. Es un catalizador que

provoca la consideración de realidades alternativas, con la difícil habilidad de permitir que

éstas surjan de las propias personas implicadas en el conflicto, como respuestas comunes

a todas las necesidades e intereses de cada una de ellas.

Siguiendo a Deutsch (1973), algunas de las posibles tareas del IGC ante una situación

conflictiva podrían ser:

• Ayudar a las partes a identificar y confrontar los temas en conflicto.

• Ayudar a remover los bloqueos y distorsiones en los procesos de comunicación para

facilitar el mutuo entendimiento.

• Ayudar a establecer normas de interacción racional, como el respeto mutuo, la

comunicación abierta o el uso de la persuasión en vez de la coacción.

• Ayudar a determinar qué tipos de soluciones son posibles y realizar sugerencias

sobre ellas.

• Promocionar adecuadas circunstancias y condiciones para confrontar los temas.

• Ayudar en la negociación y en la construcción de un acuerdo viable y aceptable

para las partes.

Otros autores relevantes en mediación y resolución de conflictos, como Kessler (1978) y

Folberg y Taylor (1984), ofrecieron algunas estrategias válidas para esta función:

• Fijar el tono emocional.

• Explicar las metas y los propósitos del proceso de gestión del conflicto

• Reforzar la competencia y responsabilidad de las partes y proponer que la meta es

construir un camino donde el foco estará centrado en el futuro y no en el pasado.

• Recoger datos sobre la voluntad de los participantes para encontrar una solución, su

estado emocional actual y su estilo interaccional y comunicacional.

• Valorar los antecedentes inmediatos y los eventos precipitantes del conflicto

atendiendo a su historia, y permitiendo que se compartan las visiones de los temas así

como el intercambio de información individualizada sobre los mismos. "Airear" los

agravios dentro de un límite razonable.

• Balancear la comunicación, impidiendo que cada parte hable demasiado tiempo

seguido y redefiniendo las posturas de forma positiva, focalizando en las necesidades

de todos. Su actitud es de escucha empática que legitime todos los sentimientos.

• Separar las dimensiones intra e interpersonales del conflicto proporcionando a los

participantes un lugar seguro para dejar a parte sus defensas personales y sacar a

flote los temas encubiertos.

• Con la información obtenida, elaborar conceptos constructivos y utilizables. Para ello

debe conectar elementos dispersos de información en bloques comprensivos de

disputas y acuerdos.

• Cuando se han definido los temas conflictivos, enfatizar en las áreas de acuerdo

preexistentes. Promover conductas cooperativas y ofrecer información sobre posibles

alternativas.

• Facilitar la búsqueda de acuerdos en temas sencillos, pidiendo a las partes planes

para conseguir los objetivos fijados.

• Promover la identificación de las alternativas que aparecen como más viables,

determinando si ofrecen componentes aceptables para las partes. Centrar la discusión

en los temas y alternativas, expandiendo las áreas de acuerdo y reduciendo las áreas

de conflicto. Atender a las imágenes rígidas y a los sentimientos ocultos.

• Es posible realizar entrevistas por separado cuando el conflicto es muy elevado,

aunque siempre con la intención de facilitar la continuidad de la gestión conjunta.

• Ayudar a los participantes a evitar el regateo posicional y a utilizar un estilo

negociador más blando buscando qué opción es la que mejor responde a las

necesidades de todos.

• Facilitar la toma de decisiones.

Como vemos, la tarea del IGC puede centrarse en impulsar un proceso y en remover los

obstáculos que impiden su avance, en ofrecer un camino por el que las partes avancen en

la resolución de su conflicto. Pero se trata de un camino compartido. No es alguien que

simplemente interviene desde fuera. Esta participación debe ser entendida en términos de

co-construcción y no de persuasión o manipulación.

3. La construcción del espacio cooperativo

Dar una oportunidad para el acuerdo exige la creación de un marco en el que los

obstáculos que lo han estado impidiendo puedan ser manejados y neutralizados. Este

espacio requiere dosis de confianza y buena voluntad, y supone una isla en el marco

confrontativo de las disputas. En la medida en que éste es sustituido progresivamente por

un contexto de colaboración, es posible el ensayo y puesta en práctica de nuevas

dinámicas negociadoras o la recuperación de las que se habían abandonado.

Parece imprescindible, por tanto, conceder relevancia a los primeros instantes de la

gestión del conflicto. Es en esta situación cuando el IGC puede definir un espacio

diferente, un lugar donde la colaboración, a pesar de todo, tenga un sentido de ser. Esta

definición se desarrolla en cuatro ejes que no son necesariamente consecutivos.

A. La primera actitud para conseguir este objetivo es su sensibilidad hacia el momento

evolutivo del conflicto. Hay un reconocimiento del lugar actual en que se encuentran las

partes, ofreciendo posibilidades de avance acordes con ese momento. La contextualización

en términos temporales de los desacuerdos implica intervenciones encaminadas a inducir

la percepción de que el conflicto no siempre fue así y seguramente tampoco lo será en el

futuro, y que las decisiones que ahora se tomen posiblemente no tengan sentido más

adelante.

B. El conflicto ha producido una hiperactivación de las pautas competitivas frente a las

cooperativas. Es posible ayudar a las partes a retomar la consciencia sobre la existencia de

estas últimas dedicando un breve espacio a su reconocimiento y fomentando una

dinámica de interdependencia. Tjosvold (1994) propone un método estructurado en cuatro

fases para lograr este objetivo: Los protagonistas enumeran individualmente sus grandes

metas y aspiraciones con relación a lo que se ha de decidir (1); cada uno de ellos piensa en

cómo puede ayudar al otro en la búsqueda de sus objetivos (2); negocian y buscan

acuerdos sobre la forma en que podría llevarse a cabo este apoyo mutuo (3); y reflexionan

conjuntamente sobre el proceso (4). Intervenciones de este tipo facilitan el abordaje

posterior de los auténticos conflictos.

C. El tercer eje supone ayudar a revisar las soluciones intentadas hasta ahora.

Seguramente, los intentos de negociación, las posturas más o menos duras, las

denuncias, han producido unos daños que conviene valorar, reconocer y redefinir. La

solución puede haberse convertido en el problema y hay que buscar otros componentes

del conflicto que permitan una apertura del mismo. En este sentido, Moore (1986)

identifica cinco tipos de problemas que dificultan una dinámica de colaboración: las

emociones intensas, las percepciones erróneas o los estereotipos esgrimidos por una o

ambas partes en relación con la otra o con las cuestiones en disputa, los problemas

relacionados con la legitimidad, la falta de confianza y la mala comunicación. Hay técnicas

específicas para cada uno de ellos. En algunos casos basta con detectar y desactivar

elementos relevantes que forman parte de la historia superflua que se ha utilizado

destructivamente. En otros es imprescindible un reconocimiento expreso de los agravios.

D. A nuestro entender, la legitimación es la pieza clave en el proceso de cambio necesario

para generar una actitud realmente colaboradora entre las partes. Es a través de una

consecución efectiva de este movimiento que se sienten en disposición de iniciar un

auténtico diálogo en términos diferentes a las posibles confrontaciones previas. Según

Díez y Tapia (1999), la legitimación requiere una secuencia de tres pasos: legitimación por

parte del IGC de las personas en conflicto, legitimación individual de cada una de ellas y

legitimación entre ellos.

Para desarrollar estos niveles de actuación, el IGC puede apoyarse en algunas técnicas

que eviten las interferencias que el conflicto puede suponer cuando las partes intentan

escenificar su disputa:

• Saposnek (1983) sugiere la necesidad de una evitación inicial del conflicto. Muchas

personas están acostumbradas a una dinámica de disputa que a veces ha durado años.

Cuando les proponemos gestionar el conflicto tienden a poner en marcha la misma

manera de interaccionar, de forma que, si no lo evitamos, pueden sentir que nuestra

intervención es más de lo mismo, que la otra parte se ha comportado como siempre y, por

tanto, que las posibilidades de solución siguen siendo escasas. El objetivo es conseguir

que todos identifiquen el espacio de cooperación como un lugar en el que pueden ocurrir

cosas diferentes, donde uno y otro pueden poner en marcha actitudes más positivas.

• Detección previa de la elevación de la tensión asociada a los conflictos, intentando que

estos se identifiquen, se nombren, pero sin entrar en ellos, sin profundizar hasta que el

terreno no esté preparado. A veces las prisas por entrar enseguida a fondo en los temas

pueden conducir directamente al fracaso.

• Reconocimiento del momento que cada uno de los participantes está viviendo. Intenta

normalizar sentimientos y plantea una visión de proceso, en la que el factor tiempo

adquiere una relevancia vital. Hablar de fases, de momentos en los que ocurren cosas

diferentes y ayuda a situar a las partes en un camino que deben recorrer.

• El reencuadre, es una técnica especialmente útil en los momentos iniciales para

modificar las tendencias confrontativas y convertirlas en cooperativas. Reencuadrar

significa "cambiar el propio marco conceptual o emocional, en el cual se experimenta una

situación, y situarla dentro de otra estructura, que aborde los -hechos- correspondientes a

la misma situación concreta igualmente bien o incluso mejor, cambiando así por completo

el sentido de los mismos" (Watzlawick y col., 1976). Connotar positivamente es una forma

de reencuadrar. Cuando las personas vienen preparadas para la confrontación y la

descalificación, pueden encontrase sorprendidas y, por tanto, sensibilizadas hacia este

nuevo contexto si el IGC es capaz de reconocer algunos de los muchos aspectos positivos

que seguramente poseen. No se trata tanto de resaltar los valores individuales de cada uno

(lo cual podría comprometer nuestra neutralidad) como identificar elementos comunes que

pueden señalarse. En general persiguen recuperar una parte de la realidad que ha

quedado en segundo plano. El objetivo es crear un tono emocional menos agresivo al

mismo tiempo que resaltar sus propias capacidades.

4. Neutralidad, imparcialidad y confidencialidad.

La función básica de la información es contribuir a la clarificación del proceso

conflictivo. Ello permite normalizar y compartir los sentimientos. El conocimiento implica

poder y ayuda a percibir otras opciones y posibilidades. Cuando la información es recibida

conjuntamente se evitan malas interpretaciones y utilizaciones negativas de ella.

Ahora bien, no debemos caer en el riesgo simplista de pensar que esta información se

transmite únicamente con un discurso inicial sobre reglas de funcionamiento. Es el IGC, a

lo largo de todo el proceso quien, con su manera de hacer, con su forma de "mirar" el

conflicto, de moverse en él o de dirigirse a cada una de las partes, transmite una nueva

forma de entender la situación, una "mirada mediadora" que lleva implícito en todos sus

componentes el sentido de la neutralidad, la imparcialidad y la confidencialidad.

El IGC es consciente de que el obstáculo para tomar determinadas decisiones se asienta

en un conflicto, pero la voluntad de las personas no siempre es la de resolver ese conflicto,

sino la de tomar una decisión. Sabe que él no tiene la solución de los problemas, que la

solución está en ellos, en esos mismos que reciben su ayuda. El IGC sabe que las historias

están llenas de nudos afectivos, pero también de nudos conflictivos. Sabe que la forma en

que se escriben esos nudos no es la misma en que se relatan, pero la fusión de ésta y

otras maneras de entenderlo genera la mutua historia de definir el conflicto. No necesita

leer o reescribir esa historia. Le basta con observar unos minutos el escenario del conflicto

para poder entenderlo, para poder empezar a redefinirlo, para iniciar con las partes el

diseño de un futuro inmediato asentado en acuerdos.

El IGC y las partes, por tanto, ponen en marcha juntos sus recursos en busca del acuerdo.

El IGC intenta que los recursos de los participantes no se anulen entre sí y se unan en lo

posible para un interés común. No siempre es fácil definir cual es el interés común. Los

conflictos hacen pensar a sus protagonistas que no hay nada en común por lo que luchar

conjuntamente. Más bien al contrario, lo común es a menudo el objeto del litigio. El deseo

de arrebatar al "otro" lo "nuestro" forma parte de la manera en que muchas personas

plantean su conflicto. La pugna por lo común puede convertirse en la esencia de la

relación, dejándose de lado elementos tan difíciles de manejar como es el dolor, la rabia, la

pérdida o la frustración.

Pero es imprescindible garantizar un cierto límite entre lo que ocurre dentro y fuera del

proceso. El concepto de confidencialidad pretende asegurar que aquello que se habla en

una dinámica de negociación no traspase la frontera del espacio de gestión del conflicto si

no es en forma de acuerdo. En este sentido, el IGC informa a las partes sobre su propósito

de no traspasar información hacia el exterior. Promueve el compromiso de las partes en

los mismos términos. Es la mejor manera de facilitar el que todas las cartas estén sobre la

mesa.

Por otra parte, deberíamos poder diferenciar a la hora de intervenir, entre el conflicto

actual (el desacuerdo ante la necesidad de tomar ciertas decisiones, que sugiere la

necesidad de una intervención) y la relación conflictiva (el estilo negociado de interacción

que evoluciona hacia una fase diferente).

El IGC tiene en cuenta los dos niveles descritos anteriormente como ejes de una misma

realidad, permitiendo negociaciones relacionales y contingentes, negociaciones

transicionales y transaccionales, pasando de un nivel a otro en la medida en que el propio

proceso conflictivo podría hacer lo mismo si su evolución no hubiese precisado de la

presencia de un tercero.

La ventaja de poder permitirse este pensamiento radica precisamente en lo que Whitaker

(1989) define como permitir que los miembros experimenten cada vez más los

componentes sanos de su relación, en lugar de herirse recíprocamente con los

componentes dolorosos. Para ello, el IGC puede establecer una efectiva relación de apoyo a

las partes, facilitar el proceso de separación del problema, explorar los aspectos

emocionales y considerar el bienestar futuro de todos los participantes, ofrecer empatía y

soporte, ayudar a clarificar las necesidades, facilitar la expresión de sentimientos y valorar

la primordialidad del autoconocimiento.

5. El IGC como facilitador

En su rol de facilitador, algunos lo han llamado catalizador, promueve que las partes

recuperen la capacidad para utilizar sus propios recursos en el abordaje del conflicto. El

IGC es consciente que puede ayudar a evitar los obstáculos que impiden a las partes

comunicarse, negociar o decidir. Desde esta óptica, no necesariamente "enseña" métodos

teóricamente eficaces de comunicación, negociación o toma de decisiones. Simplemente

(aunque ello supone una mayor complejidad de pensamiento y actuación) facilita que ellos

utilicen su propio método. A continuación se describen algunas estrategias útiles para

conseguir este importantísimo objetivo.

5.1. Facilitación de la comunicación entre las partes

Para negociar y decidir son imprescindibles unos mínimos niveles de comunicación. Pero

en muchas ocasiones la comunicación es ineficaz debido a conflictos previos no resueltos,

a estilos disfuncionales, a comunicaciones tácticas o a la propia situación conflictiva

(Milne, 1988). En este caso, el IGC tiene como objetivo facilitar una comunicación lo más

eficaz posible, que permita un diálogo suficiente sobre los temas en conflicto y su

resolución.

El IGC "maneja" la comunicación. Para ello se apoya en ciertas pautas que no deben

imponerse tajantemente sino más bien ir utilizándose en la medida en que son necesarias.

Son las llamadas "reglas de comunicación". Así, es posible plantear desde el inicio la

recomendación de que cuando uno habla el otro escuche y que no deben interrumpirse.

Esta norma, aparentemente obvia, podría ser innecesaria con personas de escasa

interacción verbal o incluso podría provocar alguna susceptibilidad en personas con un

adecuado nivel de comunicación. Por este motivo somos partidarios de no utilizar un

planteamiento excesivamente normativo que no respete, al menos inicialmente, el propio

estilo de cada participante. Otra regla es la denominada "comunicación en uve", en la que

el IGC pide a las partes que en determinados momentos no hablen entre sí y lo hagan

únicamente con él. Con ello se pretende evitar discusiones que no son útiles en

determinados momentos y la aparición de escaladas en algunas interacciones.

También es adecuado balancear la comunicación. Cuando un participante habla

demasiado suele ocurrir que el otro deje de escuchar y se dedique a pensar en cómo le

contestará. Para evitarlo, el IGC puede interrumpir al primero intentando clarificar lo que

dice o pidiendo la visión del segundo sobre el mismo tema, de modo que la palabra vaya

pasando de uno a otro alternativamente.

Mediante una actitud de escucha activa, importantísima en todo proceso de gestión de

conflictos, el IGC adopta una disposición que facilita a las personas el hablar de los temas

en conflicto de una manera en la que se asegura al que habla que ha sido escuchado.

Además permite comprobar que se ha entendido lo que se ha dicho, se legitiman las

emociones y se facilita la exploración de los sentimientos (Moore, 1995). Una variedad de

escucha activa es la escucha reflectante (Saposnek, 1983). El objetivo es acceder a los

sentimientos ocultos tras las palabras para extraer la carga emocional que aportan al

conflicto y poder abordarlo con una mayor claridad comunicacional. Resulta

especialmente útil en la reformulación de algunas acusaciones.

En ocasiones es la propia carga emocional asociada al conflicto lo que impide una

comunicación adecuada. El IGC puede utilizar algunas estrategias que neutralizan este

efecto. Así, ante fuertes descargas emocionales hacia la otra parte, es posible permitir el

desahogo pero redirigiéndolo hacia sí mismo, intentando así reducir la posibilidad de una

escalada (Saposnek, 1983). En otros casos el deseo de venganza de las partes puede

constituirse en un obstáculo insalvable si no se aborda convenientemente. El IGC puede

promover actitudes de perdón (Cloke, 1993) que desbloqueen la capacidad comunicadora.

Esta estrategia precisa de los siguientes pasos: que el deseo de venganza sea expresado;

reconocer el sufrimiento en que se motiva; escuchar a la otra parte sus percepciones sobre

lo que ha ocurrido; definir una mutualidad aceptable que lleve a una versión integrada de

las historias; reconocer lo que tienen en común; hablar de lo que cada uno necesita para

poder continuar; pedir disculpas por lo que ocurrió. A veces puede ser útil el empleo de

algún ritual.

Otras interacciones conflictivas que dificultan una comunicación eficaz son las que

ocurren entre personas donde el conflicto puede llegar a ser tan intenso que,

inevitablemente, cada vez que se produce una discusión se desencadena una brusca

escalada de violencia verbal. Ambas partes pueden sentirse avergonzadas por lo que

ocurre, al mismo tiempo que incapaces de controlar sus reacciones. Para estas situaciones

Saposnek (1983) propone una estrategia sucesiva en la que se intenta controlar la

comunicación progresivamente mediante intervenciones cada vez más potentes:

a) Bloquear una escalada interrumpiendo la discusión y convirtiendo el diálogo en un

monólogo propio donde no importa tanto el contenido como el tono tranquilizador y el

efecto refrigerante sobre el conflicto.

b) Si esto no es suficiente, es posible exigir a los participantes que detengan sus ataques

verbales. Esto tiene un mayor énfasis si se hace levantándose y hablando desde esa

posición o incluso interponiéndose físicamente entre ellos impidiendo su visualización.

También puede ser eficaz cualquier otra conducta inesperada que bloquee la situación.

c) Si la escalada continúa puede levantarse y comunicar su desinterés por la

conversación y hacer ademán de salir.

d) Si esto no funciona, salir y esperar fuera unos minutos. Es posible combinar este

movimiento con alguna afirmación provocativa o paradójica.

Los encuentros privados (caucus) con cada una de las partes están especialmente

indicados en este tipo de situaciones. Sirven para tranquilizar y refrigerar las emociones.

En general se recomienda que duren poco tiempo y que éste sea similar para las dos

partes.

5.2. Facilitación de la negociación

Como ya hemos señalado, cada interacción conflictiva incluye un estilo de negociación

que, debido al conflicto actual, no puede resultar eficaz para tomar las decisiones

necesarias. El IGC intenta desactivar los obstáculos que lo impiden prestando atención a

interacciones bloqueadoras y ofreciendo pautas de avance a través del conflicto.

De nuevo Saposnek (1983) nos ofrece algunas estrategias útiles para lograr este objetivo:

• Transformar las acusaciones en peticiones. Una acusación basada en el pasado se

puede reconvertir en un deseo para el futuro, lo que disminuye el riesgo de una

contraacusación de la otra parte.

• Cuando el diálogo sobre un tema provoca intensas contiendas se puede plantear

dejarlo provisionalmente y pasar a otro (preferentemente relacionado de forma tangencial

con él) que no genere tanta disputa o incluso que tenga una fácil solución.

• Otra opción sería reconducir el tema buscando elementos positivos en el pasado o en

el futuro, o incluso en otro tema, que puedan permitir abordar el conflicto de otra manera.

Lo inesperado del movimiento produce desorientación y nos permite un mayor margen de

maniobra para controlar las reacciones.

Por último, podemos intentar evitar comentarios de una parte hacia la otra que puedan

producir daños irreparables en el proceso. Pero a veces son inevitables. Entonces es

posible desviar el efecto en forma de clasificación o racionalización que ayude a la parte

atacada a interpretar el comentario, provocando que el primero suavice su afirmación, que

el segundo no contraataque y que ambos queden en una

A veces la negociación se bloquea, produciendo un impasse o un punto muerto, cuando

las partes se cierran en argumentos que conciernen a los méritos de sus respectivas

posiciones, y tienden a entrar en regateos en los que ninguno está dispuesto a ceder. El

IGC puede llevar a cabo alguna de las siguientes acciones (Salius y Dixon, 1988):

• Redefinir el problema y presionar sobre la idea de que existen más de dos alternativas.

• Aumentar la duración del encuentro.

• Terminar el encuentro y concertar un más para continuar la discusión.

• Realizar una pausa.

• Utilizar el humor sugiriendo alternativas imposibles o describiendo el punto muerto en

términos divertidos.

• Probar una alternativa durante un breve periodo de tiempo.

Todos estos movimientos pretender desviar el foco del punto de bloqueo para retomarlo

posteriormente en condiciones más positivas de negociación.

5.3. Facilitación de la toma de decisiones

Elegir la decisión más adecuada no es fácil, sobre todo cuando las negociaciones han sido

duras y las partes dan muestras de cansancio por el esfuerzo realizado. El IGC puede

facilitar el éxito de este momento desarrollando algunas estrategias que provocan la

decisión (Taylor, 1988):

• Actuando como agente de realidad ayuda a los participantes a desarrollar criterios

objetivos para las decisiones.

• Mantener el equilibrio comunicacional entre los participantes.

• Subrayar las objecciones y reconocer el derecho a tenerlas, al mismo tiempo que

preguntar sobre las peores consecuencias que podrían ocurrir.

• En ocasiones es necesaria una confrontación directa con el IGC para activar

decisiones. Este puede percibir el obstáculo que las impide y ofrecer su punto de vista

sobre las resistencias.

• Otra forma de motivar una decisión es retirar el poder de elegir a un participante

resistente. El IGC puede pretender denegar el acceso a una decisión declarando un

punto muerto o sugiriendo que el asunto debe ser decidido por un juez, porque los

participantes no pueden hacerlo.

• Utilizar una intervención paradójica que normalice el derecho de los participantes a

bloquear la toma de decisiones, proporcionando una razón para la indecisión (-No

puedes intentar realizar una elección acertada en este momento. Debes esperar hasta

estar seguro, y continuar como lo estas haciendo normalmente hasta ese momento).

La paradoja legitima el derecho a la ambivalencia y proporciona el control para

cambiar.

Moore (1995) propone que la forma de gestionar el conflicto puede impulsar casi

inevitablemente hacia la toma de decisiones y la consecución de acuerdos. Según este

autor se trata, por tanto, de asumir planteamientos globales de resolución de problemas

más que focalizar en técnicas concretas. Para ello describe tres posibles métodos:

• Método de influencia hacia el acuerdo. El IGC puede utilizar su capacidad de poder

sobre el proceso y su influencia en él y en las partes para manejar algunos elementos de

forma que se canalicen las interacciones hacia el acuerdo. Esta estrategia es el resultado

de administrar globalmente el proceso de negociación, el ambiente físico, el tiempo de las

negociaciones, la comunicación entre las partes, el intercambio de información entre ellas,

sus hábitos relacionales, las dudas y las consecuencias involuntarias, al mismo tiempo

que la influencia de terceros como son sus colaboradores, los expertos o la autoridad.

• Método de los avances paulatinos hacia el acuerdo. Se trata de dividir un tema en

subcuestiones que permitan un abordaje más sencillo y una resolución secuencial. Dividir

el problema en fragmentos más pequeños puede ayudar a encontrar una solución global.

• Resolución sobre la base del acuerdo en principio. A diferencia de la anterior, el objetivo

es la búsqueda de una fórmula o principio general que permitirá alcanzar el acuerdo final.

5.4. Facilitación del equilibrio de poder.

Equilibrar el poder entre las partes a la hora de tomar las decisiones es garantizar unos

acuerdos probablemente más justos. La dinámica de conflicto suele implicar estrategias

para conseguir una posición más ventajosa. A veces es la propia relación la que se ha

convertido en una interacción de lucha por el poder. La comunicación, la negociación y la

toma de decisiones pueden verse seriamente dañadas por este proceso.

Haynes (1988) propone algunas estrategias que el IGC puede utilizar para manejas este

tipo de situaciones:

• Asignar tareas de recogida de información. Para contrarrestar situaciones en las que

una parte intenta persuadir a la otra de cambiar una posición aportando información

adicional sobre el tema. El objetivo es ayudar a que todos desarrollen sus recursos.

Plantearlo como ayuda al más débil podría comprometer seriamente la imparcialidad del

IGC.

• Desviar el efecto de un referente. En ocasiones, durante la negociación se utiliza la

influencia de referentes externos o generales para conseguir poder (“Todo el mundo piensa

lo mismo que yo”). Se puede desviar este efecto pidiendo hablar desde el –yo- (“Lo

importante es lo que tú piensas”).

• Aprovechar la experiencia para procesar conjuntamente un tema. Cuando una parte

alude a su superior conocimiento o habilidad para decidir sobre un tema debido a su

experiencia o incluso a legitimidades asentadas en conceptos tradicionales o derechos

asignados a un determinado rol (“Soy el que sabe de esto”) es posible reconocerlo como un

valor importante para tener en cuenta en el abordaje conjunto (“Eso puede sernos útil

para pensar conjuntamente en una solución”).

• Provocar el conflicto de una manera controlada. Cuando una parte acepta una posición

por disconformidad con el poder establecido, por miedo a la otra parte o por evitación del

conflicto.

• Neutralizar amenazas. Preguntar a quien hace la amenaza sobre qué puede hacer de

positivo si se cumple lo que desea. Al mismo tiempo, remover su necesidad, buscando la

emoción subyacente. En algunos casos basta con demostrar que la amenaza no tiene

porqué ser real.

• Identificación estratégica con la persona atacada. Una parte conoce los puntos débiles

de la otra y es capaz de predecir la conducta del otro cuando estos puntos han sido

pulsados. El IGC puede pedir a la persona descalificada que describa cómo se siente, y a la

persona atacante permiso para interrumpirla en caso de repetición.

6. La credibilidad del IGC

El IGC edifica su credibilidad a través de sus acciones, de su manera de abordar el

conflicto y de interaccionar con las partes. Entender la gestión del conflicto como un

proceso para la construcción de un espacio cooperativo, supone aceptar una visión de

transformación en vez de resolución, a la vez que definir la figura del IGC como un

humilde elemento más en la construcción de esa nueva realidad. Las técnicas utilizadas y

la relación establecida con las partes están mediatizadas por esa manera de pensar.

El IGC ofrece un método que facilite un adecuado tránsito a través del camino marcado

por el conflicto, integrando de forma armoniosa las decisiones que se deben tomar y las

emociones asociadas a ellas, evitando una interferencia negativa entre ambos aspectos y

promoviendo, por tanto, que el conflicto pueda constituir un paso adelante, y no un

obstáculo insalvable, un bloqueo definitivo de la capacidad para construir relaciones

diferentes entre los participantes.

Es imprescindible una voluntad de las partes para desbloquear el conflicto con la ayuda

de alguien. Ello incluye la necesidad de legitimar la participación del IGC. Es ese permiso

el que le concede la autonomía necesaria para iniciar los pasos hacia una legitimación de

los intereses que definen el conflicto.

Si entendemos el conflicto como algo en evolución, el objetivo de su gestión no puede

pretender ir más allá de contribuir al avance de algunos pasos en su transformación,

teniendo en cuenta como premisa necesaria que éste puede cambiar por sí mismo o no

cambiar nunca, hacerlo mediante el protagonismo de las partes o con la ayuda de un

tercero que, por ello, no puede erigirse como indispensable. El ciclo evolutivo de los

conflictos puede asumir entonces intervenciones externas humildes, respetuosas con su

propia capacidad de auto-transformación que supone incluso el poder para conceder el

permiso a una figura externa para intervenir.

Cada avance en el conflicto necesita de una serie de transacciones que permiten avanzar

hacia la siguiente fase. La gestión ofrece un espacio transaccional y transicional adecuado

al momento específico de la evolución del conflicto. La mezcla de estas dos necesidades

genera niveles complementarios en la intervención. En el espacio transaccional tienen

cabida los intercambios de información, la negociación, los acuerdos. Pero estos elementos

no tendrían sentido sin una dimensión temporal de referencia, aquella que permite

ubicarlos en la relatividad de un contexto de avance, de evolución, no de resolución

definitiva. Es el espacio transicional, que ofrece la oportunidad de pensar en términos más

flexibles (no están decidiéndolo todo para siempre) al mismo tiempo que desarrollar

inevitables mecanismos de autonomía (en el futuro tendrán que seguir siendo capaces de

negociar).

Es importante que el IGC tenga su propia teoría del cambio, en la que pueda coexistir un

modelo sobre la creación de conflictos y su transformación con unas técnicas apropiadas

sustentadas en esta manera de pensar. Esta forma de conocimiento debe incluir la

aceptación de que las partes implicadas en el conflicto también tienen su propia teoría de

cambio que les lleva a ensayar soluciones (adoptar posturas en el conflicto) que muchas

veces tienden a mantenerlo e incluso a incrementarlo. En ocasiones, los intentos de

solución aportados por el IGC producen el mismo efecto.

Desde algunos métodos de gestión de conflictos como la mediación se ha profundizado en

esta necesidad. Así, Schwebel, Gately, Renner y Milburn (1994) llevaron a cabo una

interesante revisión sobre las teorías del cambio de cuatro significativos modelos de

mediación.

En el modelo legal, cuyo prototipo sería la Mediación estructurada de Coogler, la clave está

en la definición clara de reglas y normas que crean una atmósfera en la que se bloquean

las estrategias competitivas y se fomenta y refuerza la conducta cooperativa. El modelo de

negociación dirigida o asistida de Haynes se centra en garantizar niveles equitativos de

poder, habilidades y conocimiento entre las partes y en promover concesiones mutuas en

base a criterios justos y de equilibrio. En los modelos de mediación terapeútica el énfasis

está en ayudar a los participantes a abordar los aspectos emocionales para facilitar una

adecuada resolución de problemas. Por último, los modelos comunicacionalistas

desarrollan habilidades de comunicación en las partes al mismo tiempo que proporcionan

información y orientación. Es fácil reconocer en cada uno de estos modelos un

presupuesto básico a partir del cual se desarrolla una teoría sobre la que se afirmarán las

técnicas.

Watzlawick, Weakland y Fish (1974) nos enseñaron una nueva manera de entender la

formación de problemas y el cambio, concibiendo éste como un nivel diferente de las

soluciones habitualmente intentadas. Señalan que la necesidad de un cambio suele venir

dada por la desviación respecto a alguna norma e identifican diferentes maneras de

abordar erróneamente la dificultad resultante de esta desviación que van desde actuar

como si el problema no existiese, hasta comportarse bajo la creencia de haber encontrado

la solución última y definitiva. Pero lo normal es la tendencia natural a hacer lo contrario

de lo que produjo la desviación. En algunas situaciones esta estrategia contribuye a

aumentar el problema o incluso se convierte por sí misma en el problema.

Entendemos que el conflicto que requiere el cambio al que aludimos, viene definido por la

dificultad para continuar tomando las decisiones que el momento precisa en una

determinada interacción. Es esa imposibilidad de mantener una autonomía decisional lo

que supone la desviación que nos interesa. Esta coyuntura puede evolucionar de

diferentes maneras en función, entre otros factores, de los intentos de solución ensayados

por las partes. Así es habitual que una de ellas no reconozca la existencia del conflicto y

en consecuencia no acepte la necesidad de abordarlo, mientras que la otra se empeña en

reiterados intentos infructuosos de convencer a la primera de lo contrario. Ninguno de los

dos es capaz de modificar su postura y el resultado suele ser un incremento progresivo del

conflicto.

En el otro extremo están las situaciones en las que, reconociendo la existencia de un

conflicto han buscado en la vía de la autoridad externa un intento de cambio que

inevitablemente pasa por convencer a un juez de que la solución que plantea cada uno es

la única y la mejor, lo que suele tender a intensificar y cronificar el conflicto.

La práctica de la gestión de conflictos corre el riesgo de caer en los mismos errores cuando

la alternativa ofrecida es simplemente la contraria a la situación de desviación. Si la teoría

del cambio del IGC es "si tenéis un conflicto, lo que tenéis que hacer es resolverlo llegando

a un acuerdo", y sus técnicas van dirigidas únicamente a fomentar ese acuerdo sin tener

en cuenta que eso es precisamente lo que no pueden hacer y que el cambio debe ser en un

plano diferente, su intento de solución se está convirtiendo en parte del problema. La

experiencia nos demuestra que animar a las partes no es suficiente.

El proceso del cambio debe incluir entonces un método y un modelo que incluya la

necesidad de una óptica diferente a la hora de entender el conflicto tanto desde el punto

de vista del IGC como de las partes. Esto es, y siguiendo con la propuesta de los autores

citados, una definición del problema (conflicto) en términos concretos, un repaso a las

soluciones intentadas, una clara definición del cambio concreto a realizar y la formulación

y puesta en marcha de un plan para producir dicho cambio. El objetivo es una

construcción alternativa del conflicto donde las soluciones intentadas (incluyendo aquí las

posturas defendidas y los métodos para conseguirlas) ya no tengan sentido.

En términos de Keeney (1983), las estrategias de intervención dirigidas a cualquier tipo de

cambio han de contemplar debidamente la ecología de los problemas que procuran

modificar, entendiendo aquí por ecología la visión más amplia posible para contemplar el

conflicto, la interrelación entre las partes y entre éstas y el IGC. Como responsables de

este sistema cooperativo que se ha generado tenemos la función de contextualizar nuestras

técnicas, acoplándolas a órdenes superiores de proceso mental. Ello implica asumir que el

resultado no es únicamente el acuerdo conseguido en este contexto sino, sobre todo, el

aprendizaje sobre las interacciones necesarias para conseguirlo. Se trata pues de un

cambio de segundo orden que inevitablemente supone una influencia en la relación de los

participantes. Desde una perspectiva similar Bush y Folger (1994) describen su mediación

transformadora como un método en el que la revalorización y el reconocimiento entre las

partes forman parte esencial de ese cambio.

Como es obvio, el cambio no es únicamente responsabilidad del interventor externo, sino

que se basa en el logro de una actitud colaboradora de las partes. Esta actitud se entiende

en relación con el método, con el IGC, con la otra parte y con el contenido de los temas a

tratar. El cambio pasa por la implicación de sus protagonistas en un proceso posible,

donde los problemas no son irresolubles. O'Hanlon y Weiner-Davis (1989) señalan algunos

presupuestos en su método de búsqueda de soluciones que, creemos, el IGC puede

adoptar e incorporar para facilitar estos objetivos y que pueden servirnos como resumen

de lo hasta ahora planteado:

• La premisa básica es aceptar que las partes tienen recursos y fuerzas para resolver sus

problemas. Nuestro trabajo es identificarlos y facilitar que se pongan en marcha.

• El cambio es constante e inevitable. Puede ser rápido y a veces inmediato. Aunque las

partes no lo perciban, podemos ayudar a detectarlo y facilitar que se extienda a otras

áreas. Los cambios pequeños conducen a otros cambios y generan optimismo en los

participantes. Por ello es mejor centrarse inicialmente en los aspectos que parecen más

fácilmente cambiables.

• No es necesaria demasiada información sobre la historia del conflicto ni conocer su

causa. Es más importante valorar las capacidades de las partes para afrontarlo y

trabajar con él.

• Los protagonistas del conflicto deciden los temas a abordar y los objetivos a conseguir.

• No hay puntos de vista correctos o incorrectos, pero sí pueden ser más o menos útiles

para avanzar en el conflicto.

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