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Hurt. Tabitha Suzuma

Date post: 17-Feb-2023
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Transcript

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Índice Staff

Sinopsis

Prologo

Capitulo 1

Capitulo 2

Capitulo 3

Capitulo 4

Capitulo 5

Capitulo 6

Capitulo 7

Capitulo 8

Capitulo 9

Capitulo 10

Capitulo 11

Capitulo 12

Capitulo 13

Capitulo 14

Capitulo 15

Capitulo 16

Capitulo 17

Capitulo 18 Epilogo

Sobre La Autora

Agradecimientos

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Staff Moderador de Traducción:

Daniel

Traductores:

Jane Sofy Gutz

Piopolis ShakingTheSoul

Mariela Daniel

Jessy Evanescita

Omgitsbeliis Ethel

Leriaherontairs Mary Haynes

Dorquita nerea 97

nherondale Anny Garcia Maddox

Moderadora de Corrección:

Esperanza

Correctoras:

Emmie DeniisRodriguez

Mariela Paltonika

Esperanza Daniela B

iemilaa smile18

Lucero Rangel

Recopilación y Lectura Final:

Esperanza

Diseño:

GabyNox98

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Sinopsis ¿Por qué un tipo como Mathéo Walsh quieres morir? A los diecisiete años, es el más prometedor campeón de buceo de Gran

Bretaña. Él es un galán, una recta de un estudiante y vive en una de las zonas más ricas de Londres. Tiene grandes compañeros y está profundamente enamorado de su novia, Lola. Él es la envidia de todo el mundo a su alrededor. Siempre ha sido un chico estable, equilibrado.

Hasta que un fin de semana. Un fin de semana que parece que no puede recordar. Todo lo que sabe es que se ha vuelto una persona diferente. Aquel que ya no sabe cómo divertirse, ya no quiere pasar tiempo con sus amigos, no goza del buceo. Algo terrible sucedió ese fin de semana, algo violento, sangriento y retorcido. Él ya no sabe quién es. No confía en sí mismo alrededor de la gente: sólo quiere hacer daño, herir y destruir. Poco a poco, comienza a reconstruir los recuerdos enterrados y fragmentados, y se encuentra mirando el reflejo de un monstruo.

Atormentado, de repente se encuentra a sí mismo frente a la opción más devastador de su vida. Mantener su secreto y poner las personas más cercanas a él en terrible peligro. O confesar y perder a Lola para siempre...

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PrologoTraducido por Jane

Corregido por Emmie

Abre los ojos y sabe al instante que algo está terriblemente mal. Tiene esa

sensación a través de su piel, sus nervios, sus sinapsis, a pesar de que, con las piernas

abiertas sobre su espalda, todo lo que puede ver es la luz del techo de su habitación

helada. La habitación es de color blanco, violentamente brillante, y sabe que es un

día soleado y que olvidó cerrar las cortinas, así como sabe que, por el cinturón

cortando su costado, la mezclilla contra sus piernas y el húmedo algodón pegado a

su pecho, que durmió con la ropa puesta. Arqueando el pie y encontrándolo pesado,

levanta la cabeza lo bastante alto como para ver que incluso no pudo quitarse los

zapatos. Y luego, lentamente, sus ojos se enfocan más allá de sus zapatillas

deportivas cubiertas de barro y comienza a analizar el resto de la habitación. Por un

momento aguanta la respiración, convencido de que todavía debe estar

soñando. Luego, con un suspiro de horror, se levanta, como si fuera una pesadilla.

Inmediatamente, las paredes que lo rodean comienzan a balancearse, los

colores disolviéndose, desgastados en los bordes. Aprieta sus ojos y luego los abre

de nuevo, con la esperanza no sólo de aclarar su cabeza, sino de librarse de la visión,

el caos de su dormitorio destrozado a su alrededor. Pero la luz del sol se derrama

por las ventanas, iluminando la anarquía de este espacio generalmente

inmaculado. Muebles rotos, objetos lisiados, ropa rasgada y vidrio roto son todo lo

que queda. La habitación parece una escena de un programa de delincuencia. El

aliento se escapa de sus pulmones. Las cosas empiezan a tomar una apariencia

vívida, táctil, saturada. Pone su mano en la boca, con lágrimas ante su cutícula, y

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luego simplemente se sienta allí, atrapado como un viejo disco de vinilo sin más

reproducciones.

Más allá de las ventanas, aún es de día. Las ramas de los árboles no se

mueven, el cielo es de un imposible azul profundo. El sol parece resplandecer más

brillante durante unos segundos. Él parece estar en un trance, mirando a su

alrededor con una especie de recelo, una fascinación horrorizada. De la pared cuelga

un cuadro brutalmente retorcido, como algo rescatado de una fogata. Sobre su mesa,

las piezas de una taza rota retienen y reflejan la luz de media mañana como trozos

de cristal a la deriva en un charco de café, la superficie brillando con irisaciones

aceitosas. Bajo sus estanterías hay un tapiz de libros extendidos, páginas arrancadas

de sus columnas y dispersas como hojas. Trofeos de buceos rotos, astillados y

harapientos, yacen cerca, como el contenido de una maleta perdida en el mar. No

hay una sola superficie o extensión de la alfombra que no esté cubierta con los restos

y desechos de la noche.

De a poco se desliza hasta el extremo de la cama y se levanta sobre sus pies,

una maniobra que requiere una gran orquestación y fuerza de voluntad. Sus

músculos están rígidos, adoloridos e inflexibles. Un fuerte dolor quema su pierna,

baja su mirada para ver que sus jeans tienen un desgarro justo encima de la rodilla

izquierda: harapos oscurecidos y adheridos con sangre a su piel. Espinas en sus

brazos revelan una multitud de arañazos y rasguños. El dolor corroe su cuerpo,

cabeza, cuello, hasta el final de su columna vertebral y en la parte trasera de sus

piernas. Centra en el zumbido de su cráneo, la vorágine en su cabeza. Debajo de él,

su cuerpo se cierne, sin ataduras. Entonces, de repente, su respiración es golpeada

fuera de él, y empuja hacia el suelo de cemento frío y duro.

Da un paso hacia adelante en la sala saqueada. El horror abyecto se desliza

debajo de su piel, enterrándose en su cuerpo sin preguntar; sus manos son sus

manos, y están llenas de una fuerza de otro mundo. El miedo, como una pelota,

rebota contra su corazón, cabeza, garganta, hasta que finalmente se establece en su

estómago, duro y frío. Su pecho se agita con inespecíficos y miserables

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pensamientos. Él quiere hacerle daño a alguien por todo el dolor que está sintiendo

en estos momentos. Quiere algo que lo noquee y lo mantenga allí hasta que el mundo

se vaya.

Su primer pensamiento es su hermano. Abre la puerta de su habitación con

las llaves, sus patines aterrizando en todo el mármol, y se detiene en la puerta de la

habitación contigua, mirando a la cama perfectamente hecha, la limpieza todavía

fresca en la alfombra. Continúa a través de las otras habitaciones, la casa vacía,

hueca, pareciendo repentinamente siniestra y fantasmal, como un mausoleo. Pero

nada está fuera de lugar, todo está en su estado inmaculado de costumbre. La puerta

de entrada, la trasera y las ventanas están todas bloqueadas. No hay señales de que

algo falte, robado. No hay señales de una entrada forzada.

De vuelta en su habitación, es como si estuviera mirando a través de un

parabrisas roto. Su mente está ejecutando varios planos a la vez. Todo lo que ve

parece cargado de significado, pero no puede poner las piezas juntas para crear algo

comprensible. Su mente corre de nuevo a la noche anterior y lo persigue, y escenas

borrosas, desapareciendo. Recuerdos estirándose y doblándose, mezclándose y

combinándose como acuarelas sobre un lienzo abstracto. Está en una atracción de

feria, atrapado en la pared, vislumbrando caras, colores, luces. Su vida se está

desintegrando, trozos y pedazos de ella volando en la oscuridad. Su mente golpea

el botón de auto-preservación y lo convierte en blanco, como una resma de papel sin

marcas. Puede recordar la competición de saltos en Brighton, el día anterior. Puede

recordar dejar el Centro Acuático después de la conferencia de prensa. Pero después

de eso, nada.

Él expone los hechos que la sala le ha proporcionado, al lado del otro, en su

cabeza. Nada de valor parece haber sido tomado, de hecho, a primera vista se puede

detectar que nada falta en absoluto. Su escritorio, su PlayStation, su ordenador

portátil, todo estrelló sin remedio, pero presentan, a pesar de todo, un horrible puré

en la alfombra. Huellas de barro cruzan el suelo, pero, inspeccionándolos, se

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adaptan perfectamente a las plantas de sus zapatillas de deporte. Las ventanas están

cerradas desde el interior.

Lenta y dolorosamente, empieza a recoger los restos de sus

pertenencias. Trata de evitar su reflejo en el espejo pero se encuentra mirando

periódicamente, al igual que un automovilista mira a escondidas los restos horribles

de un accidente de carretera. De repente no puede aguantar más, y se endereza hasta

enfrentar lo desconocido delante de él. Apenas se reconoce a sí mismo. Pasando sus

dedos por su cabello enredado, observa con estupefacción cómo ramas y hojas

muertas caen a sus pies. Su rostro está pellizcado y blanco, el violeta tiñe la piel

debajo de sus ojos. Hay un corte en su mejilla y una sombra oscura debajo de ella. La

comisura de su boca tiene incrustaciones de sangre, y lo que parece ser el comienzo

de una contusión aparece púrpura en su frente. Se ve sorprendido, delgado e

insustancial, su clavícula es visible a través de su suéter de algodón, el puño de su

camisa desgarrado y sus vaqueros manchados de barro.

¿Qué diablos pasó?

Su mente se niega a responder. El silencio llena la habitación, tan frágil y

complejo como el hielo; tanto silencio, negándose a ser agitado. Su mundo de

repente aparece ante él como un camino sin marcar, con una visibilidad hasta casi

cero. Su dolor de cabeza persiste, un golpeteo pesado que se niega a dejar sus

sienes. Entonces, de pronto, el miedo es sustituido por la rabia, recorriendo sus

venas, su furia parece dispersarse en el aire a su alrededor. ¿Qué pasaría si de

repente sólo se volviera loco y comenzara a gritar? Lo asusta porque siente que es

exactamente lo que va a hacer en cualquier momento.

Está lleno de un deseo profundo y negro de caer de rodillas y llorar. Es como

si supiera que nunca se recuperará. Tiene la sensación de tratar desesperadamente

de aferrarse a la persona que era antes, sosteniéndolo con las dos manos mientras

gira lejos del mundo real.

Su vida ha terminado... Su vida acaba de empezar.

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Capítulo 1Traducido por Sofy Gutz

Corregido por Emmie

Justo una semana antes, él estaba yaciendo sobre la larga hierba con sus

amigos. Hace poco tiempo, pero parecía como toda una vida. Otra vida. Era una

persona diferente. Una que sabía cómo reír, jugar bromas, divertirse. No era más

que un adolescente ordinario en aquel entonces, aunque no lo sabía. Él pensaba que

era impresionante; todos pensaban que lo era. Las clases habían terminado por el

día y el largo fin de semana empezaba: tres días enteros de turbulenta libertad, con

el entrenador a la costa sur para competir en el Campeonato Nacional de Clavados.

Los niveles A estaban finalmente detrás de él, ahora las últimas semanas de escuela

eran solamente una formalidad, y todas esas viejas horas cuidadosamente apiladas

de revisiones llevaron a esto: yacer sobre la tierra blanda y pulposa, la hierba

haciendo cosquillas en sus oídos, mirando hacia la violenta expansión azul del cielo,

mientras movimientos y conversaciones zumbaban alrededor de él, un grato

zumbido suave, como el ruido de una radio mal sintonizada.

Aquí en el parque es donde la mayoría de sexto pasa el rato durante los

períodos libres. En la inmersión poco profunda entre las dos colinas, bastante lejos

del lago para no ser molestados por los graznidos de los gansos, pero

suficientemente cerca para ver el baile de lentejuelas brillantes en el agua. El sol es

de un puro oro transparente, acariciando la superficie con luz y llenándola con

delirio. Es un día particularmente caliente en junio, y hoy se siente como el primer

día adecuado de verano, la clase de clima donde puedes quitarte los zapatos y

disfrutar de la sensación de la tierra suave y fresca bajo tus pies. Donde encuentras

corbatas dispersas en la hierba, y los sacos se amontonan para sostener la cabeza.

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Las mangas de la camisa se enrollan exponiendo los delgados brazos blancos, y los

cuellos de las camisas se agitan flojos. Botones desabrochados bajo la curva de los

pechos o las cimas de los sostenes. Donde los chicos como él llevan sus abdominales

con sus camisas colgando abiertas, o completamente fuera al participar en un

estridente juego de fútbol.

A su alrededor, los alumnos de Greystone se sientan en parejas o en grupos:

chicos con sus brazos rodeando protectoramente los hombros de sus novias, grupos

desparramados de cajas de pizza o botellas abiertas de Coca-Cola. Una pandilla de

chicas se dibujan en los brazos desnudos con un rotulador negro: corazones,

mensajes, caricaturas con burbujas de discurso. Alguien organizó una carrera de

caballos: las chicas trepan a las espaldas de los chicos, gritos que resuenan por el

parque conforme se tambalean precariamente o se caen en la hierba. El sol,

aprobando su languidez, se abre camino perezosamente por el cielo, sin apresurarse

para terminar el día. Casi puede saborear la libertad en el aire de verano, como una

infección, propagándose a través del parque.

—¿Juegas, Matt?

Mathéo lo consideró por un momento, entonces decidió dejarlos esperando,

entrecerrando sus ojos ante el resplandor del sol.

—¿Matt? —Hugo suena molesto y le empuja con el pie—. Te necesitamos en

nuestro equipo.

—Creo que está dormido —Escucha que dice Isabel, y se da cuenta de sus

ojos entrecerrados contra la cegadora luz blanca, siluetas amorfas desenfocadas y

desapareciendo a su alrededor—. Como iba diciendo, mis padres están fuera el fin

de semana —sigue ella con entusiasmo—, entonces podemos ir todos a mi casa

después del baile de graduación y tener nuestra propia fiesta...

—¡Está fingiendo! —La voz de Hugo le atraviesa—. Lola, ¿le podrías decir al

perezoso que tienes por novio que se levante?

Susurros. Una risa ahogada. Mathéo presiona sus párpados cerrados mientras

siente a Lola venir hacia él sobre sus rodillas.

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Tratando desesperadamente de relajarse, inhala profundamente, luchando

por mantener sus labios lejos de crisparse hacia arriba. El aliento de ella está en su

mejilla, ¿qué diablos hará? Tensa sus músculos ordenándoles no moverse. Su

resoplido teatral provoca una explosión de risas a su alrededor. Algo le hace

cosquillas en la nariz. ¿Un pedazo de hierba? Muerde su lengua, aprieta el pecho,

contrae sus músculos, amenazando con explotar. El mechón plumoso cepilla hacia

adelante y atrás.

—Tal vez está realmente dormido —dice Isabel de nuevo, claramente

dispuesta a regresar la conversación a su fiesta de fin de año—. Entonces pensaba

que deberíamos tener la barbacoa junto a la piscina...

—¡Se movió! —declara Hugo triunfalmente.

Silencio. Hugo está imaginando cosas. Entonces Isabel dice—: Lola, ¿qué estás

haciendo?

Mathéo se prepara a sí mismo y es consciente de pronto de un intenso picor,

un pedazo de hierba en una de sus fosas nasales. Sus ojos se abren y se da vuelta

para estornudar violentamente sobre la hierba. —¡Tú! ¡Eso ni siquiera es gracioso!

—Patea hacia ella, pero lo esquiva fácilmente con sus pies descalzos.

—Estoy respetuosamente en desacuerdo. Perdiste. Perdiste de nuevo. Tus

tonterías se acabaron, Walsh.

Mathéo se levantó violentamente. —¡Mentiroso! —Su intento de apoderarse

de Lola falla espectacularmente mientras ella se limita a saltar ágilmente corriendo

al borde del agua fangosa. Agarrando un palo largo y robusto, la sigue, la hierba

espinosa contra sus pies, decidido a conseguir su venganza. Lola se aleja, riendo a

medida que él avanza amenazadoramente, aferrando el palo como un sable. Hugo

se une a ellos en el borde del lago, esquivando sus movimientos de esgrima, Lola

salpica en el agua turbia, atrayéndolos dentro.

—¡Empújala de nuevo! ¡Empújala de nuevo! —le apremia Hugo, alzando la

voz con alegría mientras revuelve la hierba en busca de su propia arma.

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—¡Isabel, ven aquí, estoy en inferioridad numérica! —implora Lola al ver que

ambos comienzan a pincharla con los palos.

Isabel trota de mala gana, el cuello de la blusa agitándose, las gafas de sol

coronando su cabeza. —Chicos, pensé que íbamos a terminar de planear la...

Pero no tiene oportunidad de terminar cuando Hugo corre detrás de ella y le

da un buen empujón, que casi la hace caer dentro.

—¡Bastardo! —Isabel da vueltas, salpicando agua sobre todo su uniforme

escolar.

Pronto, los cuatro están luchando en las orillas del agua. Mathéo agarra a Lola

por la cintura y la levanta, balanceándola hacia las oscuras profundidades. Sus gritos

provocan que se vuelvan cabezas y se dibujen miradas divertidas y de envidia de

los alumnos que están cerca, pero como son una de las pandillas más veneradas de

la escuela, están acostumbrados, incluso con sus pequeños juegos: cuanto mayor sea

su terreno de juego, más se sienten que están gozando. Los cuatro han sido amigos

desde hace casi dos años. Comenzó solo con Mathéo y Hugo, siendo mejores amigos

desde que empezaron la escuela secundaria. Entonces, dos años después, Hugo

empezó a salir con Isabel, seis semanas después de eso Mathéo se enganchó con

Lola.

Hugo siempre ha sido la arquetípica encarnación del macho alfa de la escuela

privada, un joven Príncipe Harry: pelo color jengibre muy corto, piel rosada, una

constitución compacta y musculosa. El capitán del equipo de rugby, vice-capitán del

equipo de cricket, remero entusiasta, servil británico hasta la exageración. A veces

puede ser un poco narcisista, encantado por el sonido de su propia voz y el humor

de sus propios chistes, pero se las arregla para exudar un encanto suave y hacer la

clase de propuestas que las niñas coquetas encuentran difícil resistir. Isabel tiene una

gracia felina sobre ella, abundante cabello oscuro, ojos juguetones y un clásico

refinamiento en sus facciones de porcelana.

Mathéo, como Hugo, siempre dio por sentado que debía ser parte de la

pandilla de élite. Conociendo las miradas de envidia de otros chicos, cada vez que

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colgaba su brazo casualmente sobre los hombros de Lola mientras caminaban por

los corredores de la escuela, o por chocar las manos con Hugo después de algún

espectacular triunfo deportivo. A veces incluso se sentía presumido por tener

constantemente a la hermosa Lola a su lado, alentando las travesuras y bromas

sucias de Hugo, regodeado en la cacofónica comodidad de los cuatro riendo y

riéndose de los demás, satisfechos en su insular y privilegiada existencia.

—Lola, ven aquí. ¡Quiero mostrarte algo! —Mathéo llega a Lola desde donde

está, los tobillos en la profunda hierba verde, los pantalones empapados desde la

rodilla hacia abajo.

Ella le echa un vistazo. —¿De verdad crees que soy tan crédula?

Él se queda mirando fijamente algo en el agua marrón. —Oh, adorable, una

rana bebé...

Ella se acerca unas pulgadas para poder ver más de cerca, y súbitamente él la

toma por el brazo y la tira a través de las hojas mojadas y suciedad. Chilla y se aferra,

a punto de venirse abajo, los pies hundiéndose lentamente en el barro blando. Hugo

se desplaza y trata de agarrar las piernas de Lola mientras que Isabel observa la

histeria desde la seguridad de la orilla. De pronto, encontrándose suspendida en el

aire, Hugo agarrando sus tobillos y Mathéo enchanchando las manos bajo sus

brazos, Lola comienza a entrar en pánico, y en el tercer balanceo grita en anticipación

al inevitable lanzamiento al agua. Pero Isabel llegó a su rescate, arrastrando a Hugo

hacia atrás, y de repente todo el mundo está agitándose en el barro y la humedad,

gritos y chillidos perforando la somnolencia de la tarde.

Apartándose el cabello alborotado lejos de su cara y enrollando las mangas

húmedas de su camisa empapada, Mathéo sube al banco. Se sienta a la sombra de

un gran árbol, sus largas ramas pesadas con hojas gruesas verdes, creando sombras

a través de su cuerpo, bailando al ritmo de las desarmonías de las alegres aves.

Echándose hacia atrás sobre sus manos y estirando las piernas manchadas por el

fango, mira a los demás forcejeando en el borde del estanque, chapoteando, gritando

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y riendo, sus voces haciendo eco entre los árboles. Pero sobre todo mira a Lola, su

largo cabello café brillando en el sol.

Es difícil creer que fue hace casi dos años que la conoció. Aquí, en este parque,

después del primer día del año escolar. Hugo e Isabel estaban encerrados en una

discusión amistosa sobre los méritos de Dexter contra Homeland. Una conversación

que, como de costumbre, no había sido parte, su intensivo entrenamiento raramente

le daba la oportunidad de ver televisión. Mientras se echaba hacia atrás sobre sus

manos, parpadeó rápidamente mientras sus ojos se abrían lentamente,

acostumbrándose al sol colgando bajo el cielo y emitiendo un resplandor de oro

sobre la hierba, permitió a su mirada viajar casualmente a través de los pocos grupos

restantes de alumnos, pasando el juego de Frisbee y más allá, a la ladera cubierta de

hierba. Y ahí estaba ella, sentada un poco apartada de los otros alumnos, cerca de

los pies de la colina. Su cabeza girada hacia lo lejos, las piernas levantadas, con los

brazos apoyados sobre las rodillas, el torso flexionado mientras miraba a un punto

indefinido en el horizonte.

Mathéo utilizó mucho más de su correspondiente atención femenina. Salió

con un par de chicas antes, incluso unos años mayores, pero perdió rápidamente el

interés cuando comenzaron a hacer demandas sobre su tiempo, prefiriendo gastar

sus escasos momentos libres con Hugo. Pero por alguna razón inexplicable, esta

chica-en-la-distancia lo cautivó. Había algo diferente acerca de ella. Parecía perdida

en sus pensamientos, en otra parte, sólo encendiendo la sonrisa automática y dando

una palmada superficial cuando era forzada a relacionarse con otras chicas sentadas

cerca. La diferencia era tan pequeña y apenas perceptible, pero una vez que detectó

esas grietas entre ella y el resto del grupo, él no podía apartar sus ojos. Se encontró

a sí mismo estudiándola como si fuera una figura en una pintura. Era alta, delgada

y bonita, no, hermosa, en una especie de piernas largas, jugueteando en el camino.

Una camisa blanca holgada colgaba sobre la falda gris obligatoria de la escuela,

puños desabotonados, agitándose alrededor de sus muñecas. A diferencia de los

otros en su grupo su rostro carecía de maquillaje y su bronceado partía del largo

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verano. Su cabello era del color castaño y colgaba hasta la cintura, largo y

despeinado, disimulando sus piernas mientras estaba sentada. En reposo, su rostro

tenía una expresión melancólica, un poco soñadora, y sus grandes ojos verdes

miraban a lo lejos en la distancia, como cayendo en la fantasía de otra posible vida.

Tenía una expresión en su cara que cautivó a Mathéo de una manera que no podía

definir.

Sabiendo que no podía verlo, la observó por tanto tiempo como se atrevió y

se vio incapaz de apartar los ojos de ella. ¿Por qué exactamente? No podía decirlo.

De alguna manera indefinible se sentía atraído por ella, como si ya la conociera,

como si hubieran sido amigos cercanos, almas gemelas, en algún lugar en una

existencia anterior. Su mera presencia parecía calmar sus pensamientos, salvándolo

de las vicisitudes de su mente. Se apareció ante él como un familiar, un espíritu afín.

Tal vez era algo en su cara, sus ojos. Ella parecía saber... ¿qué, exactamente? No

estaba seguro. Parecía entender. O más bien, detectó en ella la capacidad de

comprender.

Con una pequeña sonrisa, él levanto su mano.

Ella le devolvió el gesto, su cara encendida por un momento, y entonces se

había ido, caminando de nuevo a reunirse con sus amigos. La sensación lo golpeó.

Mathéo la siguió con la mirada, atrayendo su labio inferior entre los dientes y

mordiéndolo con confusión. La decepción bostezó abierta como una caverna en su

pecho. ¿Eso fue un gesto de despedida o un reconocimiento amistoso de su

existencia, una invitación para acercarse y decir hola? Pero ella volvía a hablar con

sus amigos, negándole la posibilidad de cualquier otra comunicación.

Su grupo estaba empacando, a punto de volver a casa. El sol comenzó

hundirse en el cielo, los colores de la tarde, suave y rosado, cayendo como polvo

sobre el agua. Perdió su oportunidad, si es que siquiera había tenido una en ese

breve y efímero momento. Frustración brotó, presionando la parte posterior de su

garganta. La vio secarse los pies limpios en el césped antes de ponerse los zapatos,

llenó su boca con el resto de un emparedado y gesticuló mientras hablaba con sus

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amigas. Charlando animadamente, ella siguió a los otros a través de le extensa

vegetación, a través de los árboles y fuera de las puertas sin siquiera mirar atrás.

De alguna manera, se sintió engañado. Como si el saludo hubiese sido solo

una broma, o una señal para avisarle sobre el hecho de que ella lo sorprendió

mirando; una alarma de que no volvería a salirse con la suya. Él apretó los puños

contra sus ojos y respiro profundamente, decepcionado, con la sensación de

hundimiento en su pecho. Era hora de entrenar, hora de dejar el parque vacío,

tiempo de irse... Se colgó la correa sobre su pecho, se despidió de Hugo e Isabel y

lentamente se puso de pie, con los músculos protestando. Pasando el estanque, se

detuvo por un momento a remojarse en los últimos rayos dorados, el césped

empapado del sol de la tarde, observando el juego de reflejos de la luz y la oscuridad,

y la apacible llegada del anochecer, el término de otro día. Extendida ante él, la

superficie del agua ondulaba y susurraba, reflejando las delgadas nubes que se

extendían a través del cielo índigo. Los gansos recuperaron su territorio y se

deslizaban sin problemas en horizontal, serenos y orgullosos, fundiéndose en la

noche verdosa. Le trajeron paz por un momento, y se quedó parado ahí, paralizado

por la belleza de la escena... Entonces se sacudió la niebla de la cabeza. Contrólate,

pensó. Tan solo fue el largo tiempo que pasó ahí de pie.

Pero cuando se volvió, su mirada barriendo el área donde solo unos

momentos antes vivió con el sonido de la charla de una chica, un destello de plata

entre la larga hierba captó la luz destellando, el reflejo tan brillante le quemó los ojos.

Él parpadeó, el destello de luz blanca repitiéndose al interior de sus parpados.

Cruzando, tomó el reloj, su cara negra no más grande que la yema de su dedo

meñique. La correa era más que una pulsera fina, bucles entrelazados de oro blanco.

Sintió su peso fresco en la mano: sólido, real, la aguja marcando sin hacer ruido

girando y girando, sintiéndose de algún modo con vida.

—¡Ladrón! —La palabra fue pronunciada casualmente, en broma, pero le hizo

inhalar bruscamente, sorprendido. La chica estaba caminando por la pendiente

hacia él, su cabello largo sacudido por el creciente viento. El mundo se estremeció a

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su alrededor, y por un momento estaba demasiado asustado para responder, pero

entonces regresó a sus sentidos y dio un paso atrás, deslizando el reloj en su bolsillo

con indiferencia.

—¡El que se lo encuentra...! —Levantó las cejas con una risa burlona.

Ella se detuvo a unos pocos metros. Era más alta de lo que se percató, casi la

misma altura que él, y un puñado de pecas cubriendo sus pómulos. Manchas de

hierba rayaban el dobladillo de la camisa de la escuela, uno de los botones estaba

perdido y la forma de sus delgados brazos era visible a través de las mangas. Barro

seco marcaban sus largas y pálidas piernas, sangre encostrándose en una pequeña

raspadura justo sobre su rodilla. Una hoja rizada estaba atrapada en su cabello

azotado por el viento, pequeñas perlas adornaban sus oídos, y colgando de una

cadena delicada, una lágrima de plata yacía contra la suave piel de su clavícula. Por

un momento sus ojos verdes se abrieron con incredulidad ante su respuesta.

Entonces se quedó atrapada en su sonrisa y sacudió irónica la cabeza.

—Muy gracioso. Devuélvelo.

Él tomó una bocanada rápida de aire. Si arruinaba esto, el momento se

perdería. Con las manos en los bolsillos, se encogió de hombros, arrastrando los

talones contra el suelo y entrecerrando los ojos a modo de sospecha.

—En primer lugar me temo que voy a necesitar pruebas de que este, eh,

artículo aparentemente valioso te pertenece. —Arqueó una sonrisa y retrocedió

burlonamente. Pero era consciente del ardor subiendo en sus mejillas: era claro que

ahora estaba coqueteando, y a este punto ella podía exigir el reloj de vuelta y alejarse.

¿Qué tan buena era la línea entre la conexión y la interrupción? Un movimiento en

falso, una palabra equivocada, y te encontrarás a ti mismo en el lado equivocado de

las cosas.

Pero ella dejó escapar un pequeño suspiro de fingida irritación. —Mi nombre

es Lola Baumann —informó, arrastrando las palabras con exagerada tolerancia—.

Está grabado en el reverso.

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—Oh, ¿en serio...? —Sacó cuidadosamente el reloj de su bolsillo y pretendió

inspeccionarlo—. Soy Mathéo, por cierto. —Mantuvo sus ojos en torno al reloj.

—¿De dónde eres?

—De aquí, Londres. Pero es francés. Mi madre es francesa. —Se sintió

sonrojar e intentó ocultarlo ladeando la cabeza y pretendiendo estrechar sus ojos a

ella—. ¿Así que supongo que tú eres un Greystoniano como el resto de nosotros?

—Desafortunadamente. Nos mudamos desde Sussex el mes pasado por el

trabajo de mi padre.

—¿Entonces estás en penúltimo curso también?

—Sí. Aunque no hago asignaturas de ciencias como tú, por cierto.

Se sintió arrancar. —¿Cómo sabes que materias estoy haciendo?

Ella sonrió. —Tú eres el chico de los Clavados Olímpicos. Todos saben todo

de ti.

Él se sonrojó ante eso. —Bueno, ¿qué materias haces tú, entonces?

—Arte, inglés y música.

—Ah, eso explica por qué no te he visto alrededor de la escuela. —Se dio la

vuelta, lanzando y atrapando el reloj con una exagerada indiferencia.

—Oye, ¡con cuidado! —Ella se lanzó hacia delante, pero él era demasiado

rápido.

—Espera, espera. —Se hizo hacia atrás, extendiendo la mano para mantenerla

apartada—. ¿Un grabado, dijiste? Lástima que no estoy usando mis lentes de

contacto.

—¡Oye! —Ella se abalanzó de nuevo, y esta vez capturó su muñeca—. ¡Abre

la mano!

La mirada de fiera determinación en su cara lo hizo reír. —¡No!

—¡Bien, entonces yo lo haré! —Ella intentó obligar sus dedos a abrirse—. Oh

Dios, ¿por qué los chicos siempre son tan monstruosamente fuertes? —Cuando logró

meter su dedo índice en su puño, él le permitió abrir lentamente su mano hasta que

la encontró vacía.

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Aspirando su aliento, ella pareció impresionada por un momento, sus ojos se

encontraron con los suyos, sus dedos todavía rodeando su muñeca. Por un segundo

estaba tan cerca que casi podía oler su cabello... Dio un paso atrás con una sacudida,

con la sangre subiendo a sus mejillas.

—¿Qué? —preguntó bruscamente, dándose cuenta del cambio en su

expresión.

Logró una rápida sonrisa, galopó hacia atrás unos pasos y sacó el reloj del

bolsillo. —¡Atrápalo!

Ella chilló y tuvo que saltar para alcanzarlo, apenas haciendo contacto con el

arco sobre su cabeza.

—¡Oh, mi pobre reloj! —Bajando sus manos, lo inspeccionó cuidadosamente,

puliendo su cara con el dobladillo de su camisa, y luego levantándolo en el aire

contra la luz escudriñándolo en busca de arañazos—. Esto es nuevo, sabes. Un regalo

de despedida de un amigo que se fue. Dios, si lo hubiese perdido...

—De nada —la interrumpió con una sonrisa sarcástica.

Ella deslizó de nuevo el reloj en su muñeca y lo inmovilizó a él con una

mirada. —¡Oh, lo siento! Gracias por intentar robarlo y luego intentar arrojarlo al

agua. —Alejando el cabello de su cara, sacudió la cabeza con aires de sufrimiento,

pero él detecto un destello de humor en sus ojos de cristal tallado.

Saliendo del parque y de la orquesta de olores de verano, se cambiaron de la

grava crujiente al asfalto inflexible de la carretera principal, rayada con sombras

largas, y los altos edificios robando los últimos rayos de luz a los peatones. Casi de

inmediato se vieron tragados por la prisa de los viajeros que se apresuraban hacia la

boca abierta del metro, mientras que las puertas abiertas de los bares escupían risas,

gente platicando, antes de succionar a otros de nuevo. Desde un café en algún lugar

los golpes del tambor parecían sacudir la tierra, y toda la cacofonía de la calle se

levantó para saludarlos como si alguien hubiese subido el volumen, voces elevadas

reverberando dentro de su cráneo. Multitudes arremolinándose a su alrededor, con

los rostros cernidos como en un telescopio, llenando la lente. Delante de él,

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arrastrada por la corriente, Lola casi llegó a la esquina de la calle. Medio vuelta, le

volvió a hablar—: ¿Supongo que te veré por la escuela...?

Pero ya estaba desapareciendo de su vista, perdiéndose entre la multitud.

Él tomó una respiración profunda. —¿Qué tal si me das tu número? Mi amigo

tiene una fiesta este fin de semana... —Una mentira, pero sabía que podía contar con

Hugo.

Un breve momento de duda, y entonces ella deshizo su camino a codazos

hacía él. Las personas bullían alrededor de ellos como hormigas rodeando un

obstáculo. Él sacó un bolígrafo de su agujereado bolsillo y sintió la punta cosquillear

y rasgar la palma de su mano. Entonces ella le dedicó una sonrisa antes de ser

engullida de nuevo por la marea humana. Cuando fue arrastrada por la masa de

cuerpos en plena ebullición, él se movió de vuelta, lejos de la corriente,

balanceándose contra el cristal de un gran almacén, completamente gastado, pero

incapaz de dejar de sonreír.

—¡Aaagh! —Lola lo toma por los hombros y lo tira hacia atrás para colocar su

cabeza sobre su regazo, mirando hacia el cielo. —¿Qué sueñas despierto? ¿Sobre

ganar el oro olímpico?

Él deja escapar un resoplido. —Sí, claro.

—Oye, cuento contigo para ganar esa medalla de oro el próximo año —Se

burla Lola—. Quiero decir, ¿por qué otra razón debería salir contigo?

Él le da una sonrisa malévola.

—Mejor nos movemos. Es miércoles Naranja —le recordó ella.

Los miércoles por la noche es noche de cine para Lola. Cada semana, sin falta,

su padre la lleva al cine. Ambos fanáticos del cine, es una de las muchas rutinas

divertidas que empezaron desde que Lola iba aún a la guardería y perdió a su madre

por el cáncer. Cuando ambos empezaron a salir, ella intentó persuadirlo para

acompañarlos, pero a pesar de sentirse halagado de que le incluyeran, él siempre se

negó firmemente, sin intenciones de inmiscuirse en su tiempo con su padre.

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Lola junta sus cosas, él se impulsa a sí mismo a sus pies y lanza la correa de

la mochila a través de su pecho, empujando sus pies húmedos de nuevo a sus

zapatos.

—¡Oigan, chicos! —grita Hugo desde su lugar bajo el sol con Isabel—. ¿Ya se

van?

—Sí, a diferencia de ustedes cabrones perezosos, tenemos mejores cosas que

hacer —grita Lola burlonamente—. Nos vemos mañana.

La puerta de la cocina de la casa de los Baumann está abierta hacia el patio, el

olor de las manzanas cocidas ondeando hacia fuera con el vapor, y el perro de Lola,

Rocky, corriendo en círculos sobre un pedazo de hierba, persiguiendo una hoja que

vuela con el viento de la temprana noche.

—Entra y saluda a papá, ha estado preguntando por ti.

Al acercarse a la puerta, Mathéo alcanza a ver a Jerry Baumann en la cocina,

su delantal favorito de Guns N’ Roses debajo de su ligeramente caído estómago,

haciendo sonar una cacerola con entusiasmo a la explosión de Queen en la radio.

—¡Papá, te vas a meter en problemas con los vecinos de nuevo! —grita Lola

a modo de saludo.

Jerry regresa la sartén sobre la encimera con estrépito, se da la vuelta con una

amplia sonrisa y, como acostumbra, envuelve a su hija en un abrazo de oso, tan

pronto como entra por la puerta.

—Oh, no puedo respirar. ¿Por qué empezaste a cocinar?

Ignorando sus protestas, Jerry se vuelve a Mathéo y le da una palmada

efusiva en su espalda. —¿Cómo está mi clavadista favorito?

—El único buceador ya sabes —respondió Mathéo automáticamente,

empujando lejos juguetonamente a Jerry y rodeando la mesa para pelear con Rocky.

Mathéo siembre ha amado esta casa. Tan cálida y acogedora. Pequeña, desordenada

y sucia. Tan diferente a la suya.

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—Siéntate, siéntate —le apremia Jerry mientras Lola desaparece para

cambiarse—. Tengo que trabajar temprano, así que pensé en ser un buen padre y

hornear algo.

—Gracias, huele muy bien pero no estoy realmente hambriento. —Mathéo

tiende la mano en un intento de evitar a Jerry de pasarle un trozo de tarta de

manzana.

—Luces desnutrido como siempre —contesta Jerry, sin hacer caso y

empujando el plato hacia él—. ¡Necesitas combustible para todo ese entrenamiento!

—Difícilmente. —Pero se sienta, toma un pequeño pedazo de la corteza

quemada y disimuladamente alimenta a Rocky, babeando expectante debajo de la

mesa.

—¡Papá, empieza en diez minutos! —Lola se apresura con su bolso, pasando

muy cerca del plato de Mathéo volcándolo bruscamente sobre la mesa—. Estoy

segura de que tu tarta es divina pero realmente quiero conseguir un buen asiento

por una vez, así que, ¿podemos irnos? —Corre hacia el horno y apaga el fuego—.

¡Papáaaaa! Uno de estos días vas a quemar la casa.

Jerry la intercepta en la nevera, sosteniendo una cuchara. —Solo pruébala. La

hice desde el principio con el nuevo libro de recetas que me conseguiste.

Mirando a Mathéo, Lola le lanza una larga mirada de sufrimiento y de mala

gana acepta el bocado. —¿Obligaste a comer a Mattie también? —exclama

indistintamente, con la boca llena—. Aaagh, papá, ¡eso quemó mi lengua! —Anda a

zancadas hacia el fregadero y se agacha para beber directamente del grifo.

—¿Crees que está un poco sobre cocinado? —continúa Jerry alegremente,

haciendo caso omiso de las payasadas de su hija—. Me preocupa haberlo dejado

demasiado tiempo en el horno. —Toma un bocado él mismo.

—Yo creo que está delicioso —le asegura Mathéo.

—¡Mattie, deja de ser amable! ¿Podrías decirle por favor a mi padre que saque

su trasero de aquí? —implora Lola.

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Pero Mathéo se apresura a levantar sus manos con una pequeña sonrisa. —

Guau, tu sabes que yo nunca tomo partido entre los dos.

Ella frunce el ceño. —Cobarde.

Con ayuda de Rocky, Mathéo logra terminar su rebanada, observando la

interacción entre padre e hija con la habitual diversión. Lola y Jerry tienen una

relación como ninguna otra que haya visto antes. Son compañeros, socios de crimen.

Los padres de Mathéo siempre comentan que Jerry le permite a su hija hacer lo que

le plazca, desmadrarse y tener lo que sea que quiera, porque intenta compensar la

pérdida de su madre, pero Mathéo no está de acuerdo. Para la mayoría en vida de

Lola, sólo han sido ellos dos, y por lo que parece han formado un vínculo tan fuerte

que los diferencia del resto del mundo.

Los padres de Mathéo tienden a catalogar a Jerry como un hippie, y no hay

duda de que alguna vez lo fue, pero ahora es más un rockero de mediana edad.

Como ex vocalista de una banda bastante conocida, Jerry parece haberle pasado su

talento a su hija. Ambos son apasionados de la música, rock setentero en particular:

David Bowie, Bruce Springsteen, Lou Reed, Queen, Led Zeppelin, The Rolling Stones...

Jerry y Lola incluso tienen una pequeña banda por su cuenta: Jerry compone y toca

la batería, Lola toca la guitarra y canta.

Pero más allá de su común pasión por la música, lo que Mathéo siempre ha

encontrado notable en ellos es la forma en la que interactúan. Ayuda que Jerry sea

relajado y que Lola no sea conocida por su vena rebelde, pero ellos comparten una

camaradería que usualmente sólo encuentras entre mejores amigos. A veces eso hace

parecer a Lola como adulta, reprimiendo a su padre por dejar su equipo de cámara

por ahí o por ir de compras por comidas preparadas. Materialmente no son ricos,

Lola está en Greyston con una beca de música, y él sabe que Jerry lucha por pagar la

hipoteca con su sueldo de fotógrafo independiente. Pero, por otro lado, cuando Jerry

recibe asignaciones consigue viajar por el mundo, por lo general llevándose a Lola

lejos de la escuela durante días a cada ocasión, y casi todas las paredes en su pequeña

pero acogedora casa está cubierta con huellas de una Lola de todas las edades en

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toda clase de lugares exóticos. Cuando trabaja localmente, Jerry siempre parece estar

en casa para darle la bienvenida después de clases, platicando acerca de su día,

acosándola con bocadillos y bebiendo en cada pequeño detalle. Él siempre está cerca

para ayudar en las tareas, y en la noche llevan juntos al parque a Rocky. Después de

la cena pueden ver la televisión, o descargar una película o, si Lola no está

demasiado cansada, dirigirse al cobertizo–estudio en el fondo del jardín y trabajar

sobre las composiciones de Jerry...

La primera vez que Lola lo llevó a presentarle a su padre, un par de semanas

después de que empezaran a salir, Mathéo estaba nervioso. Esperaba que Jerry sea

muy protector con su única hija. Y lo era, de algún modo. Pero él estaba de acuerdo

con el primer novio serio de su hija, Mathéo podía asegurarlo. Jerry fue amable y se

mostró interesado en el clavadismo de Mathéo, desde el primer momento. Incluso

ahora, cuando su educación se metía en el camino, ellos siempre hacen el esfuerzo

de incluirlo. Mathéo no debía sentir envidia. Y sin embargo, mirarlos juntos crea un

dolor dentro de él.

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Capítulo 2

Traducido por Sofy Gutz

Corregido por DeniisRodriguez

Después de separarse de la compañía de Lola y Jerry al final de su calle, le

toma a Mathéo menos de diez minutos caminar los nueve bloques a su casa. Avenida

Hawthorne, también conocida como la Unidad de los Millonarios, siempre parece

especialmente austera después de la pequeña y acogedor calle de diminutas casas

adosadas en las que vive Lola. Todo sobre la avenida parece el doble de tamaño: el

camino, la calle residencial está llena de gente con monovolúmenes y cuatro por

cuatro, intercalados con coches deportivos y motos. Los árboles aquí son delgados y

altos, sus ramas por encima de los techos de las casas idénticas de cuatro plantas,

con sus paredes exteriores blancas pintadas y puertas de color negro brillante.

Pasando por las casas de los vecinos, donde los candelabros de cristal capturan los

rayos de la tarde detrás de las ventanas, se gira entre los pilares exteriores del

número veintinueve y sube los cinco escalones empinados, metiendo la mano en el

bolsillo trasero de sus jeans en busca de su llave. Al abrir la pesada puerta, camina

por el pasillo en silencio. Prácticamente todo dentro de la casa es de color blanco o

crema, desde las baldosas de pesado mármol debajo de las gruesas alfombras que

amortiguan cada paso en los tres pisos superiores. Cada habitación está pintada de

blanco, que hace doler sus ojos después de un tiempo. La puerta que da al jardín está

abierta: el pasillo conduce a la sala de estar, y a su vez desemboca en el comedor y

luego a la cocina. El tamaño de todas las habitaciones se magnifica por el escaso

mobiliario, en su mayoría de color negro o plata, incluso los accesorios de

iluminación son de aluminio cepillado. La cocina solo tiene lo esencial: las

superficies de cubierta blanca, un resistente congelador de color plata, armarios al

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nivel de la cabeza y una larga barra americana que separa la sala de estar. En esta

hay un sofá de cuero negro con sillones a juego, una mesa de café de cristal,

iluminación baja, un sistema de sonido integrado a la pared y un televisor de

pantalla plana pegado a la otra pared. A la derecha del pasillo una escalera de

caracol, aún en mármol negro, conduce a la primera planta: una segunda sala de

estar, rara vez usada, una habitación y un baño. La segunda planta pertenece a sus

padres: su dormitorio, baño privado, por supuesto, el estudio de su padre, y la

habitación de invitados que nadie parece saber qué hacer con ella, vacía, salvo por

una bicicleta estática rota y algunas pesas. Sus padres siguen refiriéndose al piso

superior como el cuarto para niños. Primero, un espacioso baño, y a un lado una gran

sala que hasta hace poco era la sala de juegos de Loïc. Ahora es más una sala de

juegos con un televisor, una computadora, variedad de consolas de juegos, un

futbolín y una mini mesa de billar. Al otro lado del rellano, los dos dormitorios son

más o menos idénticos: camas kingsized, armarios empotrados y ventanas francesas

que se abren a balcones con vistas al jardín. Bastante para los estándares de Londres,

aproximadamente del tamaño de una piscina, y solo es un pedazo de patio seguida

de una larga extensión de corta hierba, cortada semanalmente por el jardinero. Hay

algunas plantas o flores, las paredes de ladrillo libres de malezas y lianas. Mathéo

no puede recordar la última vez que pasó un momento ahí. Incluso en el verano el

jardín permanece casi sin uso, excepto para las fiestas. Las puertas del invernadero

están abiertas directamente en su dirección, y en el otro extremo del jardín una

pequeña puerta de hierro negro te dirige a un sendero que corre a las espaldas de

todos los jardines y se abre a la calle, un atajo útil o una vía de escape cuando sus

padres están distraídos.

De vuelta a la planta superior, cualquier clase de anuncio está estrictamente

prohibido. La mucama hace las camas y recoge después de ellos todos los días, por

lo que todas las tardes Mathéo vuelve a casa y encuentra sus libros cuidadosamente

apilados contra la pared, su computadora portátil cerrada y su escritorio tiene

manchas reveladoras de un paño mojado. Las ropas desechadas han desaparecido

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del piso y la sabana ha sido reemplazada por una nueva. Aunque sucio y

desordenado Mathéo intentaba hacerlo suyo, hasta el momento en el que volvía

siempre a su pulcritud habitual. Eso no solía molestarlo; de hecho, siempre lo vio

perfectamente normal. Era el único hogar que conocía y las casas de sus amigos eran

casi iguales, aunque quizás no tan grandes. Hasta que conoció a Lola. Hasta que

conoció a Jerry y empezó a pasar más y más tiempo en la suya. Al principio se

sorprendió por el desorden, la falta de un lavavajillas, las cosas del desayuno

permaneciendo casualmente en el lavabo después de la escuela. El mosaico de fotos

y dibujos y tarjetas postales en la puerta del frigorífico. Pelo de perro por todos lados,

migajas cubriendo la mesa de la cocina. Pero pronto se dio cuenta que era el

desorden, la sensación vivida que había convertido el lugar en uno de los pocos que

podía estar a gusto. Donde podía relajarse, subir los pies a los muebles o quedarse

dormido en el sofá.

Echando un vistazo a su propia cocina, Mathéo se percató de que los platos,

cuencos y tazas medio llenas de café desaparecieron de la barra, como si el desayuno

no hubiese sido más que un producto de su imaginación. Loïc está haciendo su tarea

con la nueva niñera, Consuela, en la mesa del comedor. Ella es más joven que las

anteriores. Pequeña y musculosa, con características puntiagudas y una clase de

energía nerviosa.

Loïc parece aburrido y harto, apoyando su rubia cabeza en su brazo

extendido, tomando al final su lápiz, mientras Consuela intenta, con un mal inglés,

explicarle una pregunta de comprensión. Él mira a su alrededor al oír la puerta

cerrarse, y Mathéo ve la decepción en sus ojos. —¿A qué hora vendrá mamá a casa?

—Hola a ti también. No lo sé. Hola, Consuela.

—Mathéo, intente llamarte. Su madre, ella me pidió hacer pollo pero esta

mañana cuando llegué solo hubo carne, así que descongele la carne, pero ahora estoy

pensando si debí comprar pollo. —Ella es muy estridente y sus palabras salen a

borbotones con un fuerte acento portugués que dificulta el entenderle.

—No, de verdad, estoy seguro que el filete estará bien…

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—¿Pero qué hay del pollo? ¿Debo comprar pollo?

Oh señor. Solo su segundo día aquí y ya está hecha un manojo de nervios.

—No, estoy seguro de que mamá estará bien con el filete. —Él intenta

tranquilizarla— ¿Quieres que haga la cena? ¿Ya has empezado?

—No, no, yo la empiezo.

Él vacila, confundido por su uso de los tiempos verbales. —¿Quieres que

ayude a Loïc mientras ordenas la cena?

Luce consternada por la sugerencia. —No, no Mathéo, ¿tu hacer la tarea

ahora?

—Mi último examen fue ayer. No tengo tarea.

—¿Ha entrenado entonces? ¿Tu entrenando ahora?

—Sí. —Su manera de decirle las cosas volviendo cada frase en una pregunta

ya está poniéndolo de los nervios, por lo que se vuelve a las escaleras del sótano—.

Solo digo que si necesitas ayuda con algo me des un grito.

—Se cambia para el entrenamiento ahora, ¿verdad?

—Sí —responde con cansancio sin volverse, empezando su camino hacia

abajo.

—¿Mattie? —La voz de Loïc es quieta pero lastimera.

Mathéo se detiene a pocos escalones y se vuelve para mirarlo. Él sabe que

Loïc quiere que se quede, pero… pronto sus padres estarán de vuelta, discutiendo

sobre quien tuvo el día más estresante; Consuela estará nerviosa, con su madre

preguntándole acerca de la tarea de Loïc, y su padre exigiendo discutir con Mathéo

el entrenamiento para la competición de este fin de semana.

—¿Puedes ayudarme? —Loïc le da una mirada triste—. Consuela no entiende

inglés.

Mathéo se siente temblar. —Loïc, no seas tan duro, por supuesto Consuela…

—¡Entiendo, entiendo! —Le chilla—. Loïc, tu hermano debe hacer su

entrenamiento ahora. Te explicare de nuevo. Escucha…

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—¿Pero a qué hora volverá mamá? —Loïc intenta ignorarla, sigue mirándolo

con esa expresión lastimera. Mathéo nunca se imaginó que su hermano de ocho años

quisiera de él, sea lo que sea, nunca parecía capaz de dárselo.

—Muy pronto. Es por eso que tienes que apurarte. Todos cenaremos juntos

esta noche. —Le da a Loïc lo que espera que sea una sonrisa tranquilizadora.

—¿Va a llevarme a dormir esta noche? —Loïc mira esperanzado por un

momento.

—Sí. —Asiente con entusiasmo.

—¿Y me leerá un cuento?

—¡Sí! Pero solo si haces tú tarea ahora, ¿de acuerdo?

Loïc mira recelosamente por un momento, tratando de adivinar si Mathéo

está diciendo la verdad, o si solo le dice lo que quiere oír para poder escapar.

—¿Vas a la piscina?

—No, solo a la sala de entrenamiento.

—¿Volverás a la cocina cuando hayas terminado?

—Sí —responde, seguro de que sus padres estarán en casa antes de que eso

pase.

En el sótano se encuentra el gimnasio que su padre puso cuando Mathéo

comenzó a ganar medallas a nivel nacional. Él es el único que lo usa, sus padres

prefieren hacer ejercicio en el club de campo, y con ese propósito fue diseñado para

sus necesidades de clavados: el tamaño de todo el sótano, con espejos en todas las

paredes, suelo de espuma, un arnés de volteo, cama elástica grande para practicar

saltos y volteretas, una máquina de correr, máquinas de remo, y varios pedazos de

aparatos para estirar o fortalecer diferentes músculos. Se supone que debe usarlos

por una hora al día cada vez que tiene clavados o entrenamiento en el gimnasio, y

durante dos horas si se está recuperando de una lesión, recuperándose después de

un fallo, y los domingos, su único día libre. Generalmente es bastante bueno en

apegarse al horario, pero como sus padres nunca bajan y tiene su propia salida al

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jardín, se ha convertido en un lugar útil para retirarse a fin de escaparse para ver a

Lola.

Al entrar, las luces se encienden automáticamente y el aire acondicionado

comienza a tararear. Mathéo cruza hasta su reproductor de música y, jugando con

el control remoto, se deshace de sus zapatos y arroja su uniforme, tirando de un par

de pantalones deportivos grises y una camiseta azul del armario de la ropa de

entrenamiento que guarda aquí. Después de la hora obligatoria de estiramientos, las

pesas y el piso re tiembla al sonido de Eminem, Mathéo se quita los calcetines y

entrenadores y sube sobre la cama elástica. Es de tamaño olímpico y está situada

junto al gimnasio principal en un espacio especialmente diseñado para controlar el

lado de la casa de modo que el techo sea de casi cuatro pisos de alto. A medida que

empieza a rebotar, mirando por los paneles de vidrio el atardecer reunido en el

jardín, las luces que rodean el césped, permite que la gravedad haga la mayor parte

del trabajo, sacudiendo sus músculos cansados e inclinando la cabeza de un lado a

otro. Lentamente se permite llegar más alto hasta alcanzar el marcador sobre la

pared de enfrente, y luego comienza a tirar. Voltereta frontal en posición encogida,

rebotar dos veces y repetir. Pasa a través de un conjunto de diez antes de cambiar a

una voltereta frontal en posición recta, su cuerpo se mantiene tenso como una tabla,

girando en el aire. Un conjunto de estos, después volteretas en posición carpado:

piernas rectas, los pies en punta, tobillos agarrados, con la cabeza casi tocando sus

rodillas. Cada vez que pierde ligeramente la forma en el aire, o aterriza más de unos

centímetros lejos de la cruz en el centro del trampolín, repite la secuencia de nuevo.

Sólo hará una ejecución perfecta, no hay punto en engañarse: sólo pagará el precio

cuando tenga que realizar esos mismos giros y volteretas zambulléndose en el

tablero de diez metros, y un mal aterrizaje de cabeza en el agua desde esa altura es

mucho más doloroso que el aterrizaje lejos de la cruz en el centro de la cama elástica.

Repite las series en el mismo orden, con las mismas posiciones, pero esta vez dando

un salto mortal hacia atrás, antes de terminar con una serie de combinaciones:

volteretas dobles y giros. Mientras se empuja a si mismo más y más alto, empieza a

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cometer errores, aterrizando sobre un lado de su pie, perdiendo completamente su

aterrizaje, cayendo sobre su hombro, y se detiene, vuelve a dar saltos de

calentamiento, reenfoca su mente, regula su respiración… antes de ir por ello otra

vez. Ha superado la marca de las dos horas y sabe que debe detenerse, por lo que se

establece a sí mismo un objetivo final: cinco outs y ha terminado. Cinco, pero en

cadena. Él puede hacerlo. Sólo necesita creer que puede hacerlo…

Al salir de la ducha hirviente en lo alto de la casa, Mathéo entra en el silencio

de su habitación de paredes blancas, tira de unos vaqueros y una camiseta, y con el

cabello todavía goteando, se deja caer en la cama, mirando hacia el punto de luz de

cristal opaco que cuelga en el techo. La habitación es violentamente brillante, y hay

una sensación de hundimiento en su pecho ante la perspectiva de la noche por

delante. Cenar con sus padres siempre es un calvario y se siente repentinamente

somnoliento. Como la mayoría de los días, se ha levantado a las cinco y buceado en

el Centro de Aguamarina de las seis hasta las ocho, antes de tomar el autobús directo

a la escuela. El último par de semanas han sido duras, con los exámenes de nivel A

casi todos los días y al último minuto de los fines de semana, está exhausto. Pero

todavía hay dos semanas antes de terminar oficialmente, la escuela es una mera

formalidad. Varios grandes nombres en algunas de las más populares áreas de

trabajo, derecho, medicina, política, ciencia, han sido reclutados para dar charlas,

un montón de orientación profesional está todavía en curso, así como otras cosas de

fin de año. Un gran torneo de cricket dirigido por Hugo, que tontamente acordó

ayudar organizar y arbitrar, a pesar de no poder participar por miedo a lesionarse.

Un musical en la escuela inferior que Lola dirige masoquistamente. Día del Deporte,

que los de sexto año deben ayudar a organizar, y cosas como firmar anuarios, una

subasta por Salven a los Niños, y por supuesto, el Baile de los Egresados el sábado

por la noche, a la que sin duda tiene que ayudar a establecer junto con Lola que está

en el comité, pero que se perderá por completo, ya que coincide con el campeonato

nacional en Brighton. Todo muy tedioso.

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Rodando hacia un lado, saca su móvil del bolsillo de su pantalón en un gran

esfuerzo de estar más cómodo, y aparece la familiar grulla de origami, hecha de una

hoja de cuaderno, revolotea hacia abajo sobre la manta junto a él. Acomodándose

contra las almohadas, lo recoge y abre sus alas con una sonrisa. Lola y sus grullas…

de alguna manera, constantemente se las arregla para esconderlas en sus bolillos, su

mochila, una vez incluso en su zapato. Ella comenzó a hacerlo poco después de la

primera vez que salieron, cuando tuvo que estar una semana completa fuera de la

escuela para competir en el mundial de Hong Kong. Ella había escondido siete en

su mochila, con instrucciones estrictas de solo abrir una por día. Fue como un

pequeño calendario de adviento y, cansado por el viaje y nervioso y tan lejos de casa,

se sintió extrañamente reconfortado.

En este lee:

Buena suerte esta noche en la cena. Espero que tu papá vea sentido sobre las

vacaciones. Pero no te preocupes si no lo hace, ¡Encontraremos una manera de secuestrarte!

P.D. Te estoy extrañando en estos momentos. Besos.

Con una sonrisa, Mathéo pliega las alas de pájaro cerradas de nuevo y la

desliza debajo de la almohada. Lola rara vez viene a la casa porque sus padres no

han disimulado el hecho de que no la aprueban. En parte porque son snobs, y porque

piensan que se interpone en el camino de su entrenamiento. Así que volver a la

estéril casa para encontrar las grullas de Lola siempre le hace sentir como si hubiera

traído un pedazo de su esencia, que volvió a casa con él.

Debió de haberse quedado dormido: cuando oye el gong de la cena, el tiempo

parece haberse escapado. Aturdido, todavía montando sueños fluorescentes, abre

los ojos para encontrar que la luz en la habitación ha cambiado. Los colores de la

noche caen como polvo sobre su cama y una neblina azulada llena la habitación

como el agua. Fuera de la ventana los arboles del jardín se derriten en la oscuridad.

El aire se ha vuelto frío y huele a pino; una brisa entra en la habitación a través del

hueco que queda entre las ventanas francesas, enviando las cortinas en una danza

in coreografiada. Se pasa la lengua por los labios resecos y se sienta lentamente, con

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la cabeza llena de una densa niebla. Afuera, las luces entran sobre la sala de estar

donde otras familias como la suya se reúnen, encajando su día dentro de una sola

hora de cena antes de retirarse por la noche con mucho sin decir.

Mathéo alcanza el interruptor junto a su cama, y al instante la habitación se

sumerge en un áspero resplandor, destruyendo el mundo detrás de la ventana. Se

levanta y cruza el rellano hasta el baño, patinando en calcetines sobre el suelo pulido,

los azulejos fríos contra sus pies. Después de ir al baño, se echa agua fría en la cara.

Una polilla se mete por la ventana y rebota en el espejo. Siguiendo su trayectoria, el

examina su reflejo: su cara enrojecida por el sueño, la huella de su almohada fresca

contra su mejilla. Su abundante cabello rubio tan mal que necesita un corte. Ha

heredado la mirada de ojos azules de su padre, aunque los ojos de Mathéo son más

grandes, dándole un aspecto ligeramente sorprendido. Su piel es casi transparente,

hilos pálidos azules visibles en las sienes. Alcanza a tocar las crestas calientes en su

piel. Según Lola, sus principales activos son su sonrisa torcida y sus hoyuelos.

Aunque en el lado flaco, años de intenso entrenamiento le han dado un cuerpo bien

definido.

Esta frotando ineficazmente una mancha de tinta en el borde de su camiseta

cuando el gong suena de nuevo, le advierte que sólo está posponiendo lo inevitable.

Es raro para todos la cena en familia. Durante las vacaciones de Semana Santa comía

casi todas las noches con los Baumann, y los días que sus padres eran propensos a

llegar temprano, se las arregló para mantener la paz cenando con Loïc y su niñera.

Pero la última niñera era mayor, más relajada y, después de haber trabajado con sus

padres durante los últimos tres años, relativamente sin miedo y dispuesta a cubrirlo.

Él tiene la sensación de que Consuela no va a ser tan complaciente, tendrá que

intentar conquistarla.

Mientras se apresura a bajar las escaleras, siente la presencia de sus padres

antes de siquiera poner sus ojos en ellos. Huele el perfume de su madre, la loción de

su padre. Sus chaquetas cuelgan en el pasillo, esperando ser guardadas. Se puede

oír a su madre en la cocina, fustigando a la pobre Consuela. Alta, delgada y rubia,

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su madre nunca, en todos los años que ha estado en Inglaterra, ha conseguido

deshacerse de su fuerte acento parisino. Impecablemente vestida en todo momento,

sin dejar nunca la casa sin estar completamente maquillada, le dicen regularmente

que se ve demasiado joven para ser la madre de un hijo adolecente. Esta noche ella

aún usa su ropa de oficina: blusa de seda y apretada falda recta corta a un lado, los

tacones altos aumentan su estatura por una buenas tres pulgadas por lo que se eleva

de manera positiva sobre la diminuta Consuela. Loïc les rodea como un gato,

maullando por atención, tratando de mostrar a su madre algún objeto de madera

que hizo en la escuela. Su padre ya está sentado en su silla de siempre a la cabeza de

la mesa, con la corbata colgada sobre el posavasos, bebiendo un whisky y hojeando

la revista Sports Illustrated. Él también es alto, ancho de hombros y atlético, un

aficionado al golf, bronceado todo el año y un corto cabello cenizo.

—¡Loïc, arrête!1 —Su madre suelta en francés—. Ve y muéstraselo a papá.

Tengo que terminar de preparar la cena. Consuela, por favor solo ve y pon la mesa

y déjame terminar esto. —Ella alcanza a ver a Mathéo mientras va a tomar los platos

de la alacena—. Mathéo, saca a tu hermano de la cocina, ¿quieres? Nunca vamos a

cenar a este ritmo.

Mathéo rápidamente pasa los platos a una agotada Consuela y toma a Loïc

de la mano, impulsándolo suavemente hacia su padre. —Oye papá, mira lo que hizo

Loïc en la escuela.

Su padre mira brevemente el trompo que Loïc sostiene con desanimo en la

mano. —Es lindo, Loïc. ¿Qué es? ¿Una pelota? —Pero antes de que Loïc pueda

responder, sus ojos se posan en su hijo mayor.

—¿Acaso el Sr. Harrington-Stowe dijo que va a darte clases particulares dos

veces por semana a partir de Septiembre?

1 ¡Loïc, detente!

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—Sí —responde Mathéo—. Estaba un poco sorprendido. Pensé que habíamos

acordado preguntarle a la señorita Bell. Quiero decir, ella ha sido mi maestra por los

últimos dos años…

—Llame a la escuela antes de ir al trabajo esta mañana. No quise gastarte otro

día con aquella canadiense tonta.

Él se siente estremecer. —Ella es bastante agradable, papá. Me ayudo a pasar

mi CGES2 y el Nivel A este año, al menos eso espero.

—¿Bastante agradable? —Su padre se ríe como si Mathéo le hubiera jugado

una buena broma—. La mujer solo tiene medio cerebro. No creo haber conocido a

un profesor tan inarticulado en la tarde de los padres la noche pasada. El Sr.

Harrington-Stowe, por el contrario, es un tipo sólido, educado en Oxford, y corre el

rumor de que en realidad presiona a sus estudiantes.

Y también es uno de los maestros más odiados de la escuela. Piensa Mathéo para sí.

—¿Pero dos veces por semana durante dos horas?

—¡El próximo año no es un año sabático! —exclama su padre por enésima

vez—. Solo porque estas aplazando tu lugar en la universidad por un año para

competir en los Juegos Olímpicos no significa que puedes holgazanear en el estudio.

Si vas enserio acerca de la lectura de Economía en Cambridge, entonces necesitas la

mejor enseñanza que puedas conseguir ahora y entonces. Ya es bastante malo que

estés perdiendo el tiempo en el nivel A de Ingles. No entiendo porque insistes…

Tú eres quien puso en mí el hacer Economía en Cambridge para que pueda llegar a

trabajar en la ciudad como tú. Mathéo saca los continuos elogios de su padre y

disimuladamente alinea los vasos con los platos que Consuela pone en la mesa. Su

madre corta las zanahorias con una energía que raya la manía, y marcha a la mesa

del comedor para lanzar un alijo de perejil, tomates picados, pimientos y las

zanahorias en la ensaladera, como confeti.

—Oh, señora. Walsh, hago… —protesta Consuela desesperada.

2 Certificado General de Educación Secundaria

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—Todo está bajo control, Consuela. Solo haz que los chicos se sienten,

¿podrías, por favor? —Con un clic de exasperación su madre va a lavarse las manos

y luego regresa a la mesa, tomando su asiento habitual en el otro extremo, más cerca

de la cocina, junto a su marido—. Mitchell, por favor, pon el periódico lejos ahora.

Estamos a punto de empezar a cenar.

—¿Entonces por qué no hay nadie más en la mesa?

Loïc se desliza rápidamente sobre su silla, chupándose el dedo medio.

Mathéo trae el pesado plato de carne encima desde la cocina y se une a ellos.

Consuela finalmente toma su lugar junto a Loïc. Hay un momento de silencio que

detiene a todos, esperando a su padre. Tomando otro sorbo de su whisky, les

inspecciona a todos durante un momento, como comprobando que todo está en su

lugar, luego dobla las manos en su regazo y mira hacia abajo.

—Por lo que estamos a punto de recibir, que el Señor nos haga

verdaderamente agradecidos.

Mathéo baja la cabeza como todo el mundo, pero se niega a cerrar los ojos o

corear Amén. Cuando levanta la vista, su madre lo mira recelosa, enojada. Fingiendo

no darse cuenta, despliega la servilleta.

—Consuela, ¿podría cortar la carne de Loïc? —habla bruscamente su madre,

el tono de su voz es una clara reprimenda a la niñera por atreverse a comenzar su

propia comida antes de atender las necesidades a su cargo.

Consuela comienza, casi dejando caer su cuchillo. Mathéo no puede dejar de

sentir lástima por ella, ya de por si nerviosa y todavía ser testigo de uno de los

berrinches de su madre. O una de las vueltas ha las tres de la mañana con su padre

después de haberla avergonzado por meterse medio borracho en un motín político.

Mathéo está a punto de avisarle, sin embargo, es la relación padre-hijo, cena-

conversación, y se siente casi culpable por someterla tan pronto después de su

llegada. Pero no tiene otra opción. Es poco probable encontrar a sus padres juntos

de nuevo para el resto de la semana, y necesita dejar saber a Hugo acerca de las

vacaciones.

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Mathéo toma un bocado de carne cocida y mastica por más tiempo de lo

necesario, luchando por tragar, su boca se seca de repente. No es exactamente que

tenga miedo de sus padres, ellos nunca lo han tocado ni nada. Simplemente no le

agrada la confrontación de ninguna clase, especialmente con su padre, que tiene un

temperamento fuerte, que se conoce por romper los platos en dos o los vasos tras

una copa de más, y destaca en gritos disparados a Mathéo o cualquier persona que

esté en desacuerdo con él en sumisión. Y por supuesto está Loïc, que siempre se

vuelve un manojo de temblores cuando los ánimos se caldean… Mathéo siempre

pensó que ese tipo de tenciones estaban presentes en todas las familias, hasta que

conoció a Lola. Pero verla con Jerry, pasando el rato en una casa que en realidad se

sentía como un hogar, ser testigo de una dinámica familiar donde los desacuerdos

rara vez se convertían en discusiones, y cuando lo hicieron, fueron resueltos

rápidamente por una disculpa, una disculpa de ambos, y muchas veces un abrazo

también, le hizo ver a sus padres desde una perspectiva completamente nueva. Y lo

entristecía, volviéndolo resentido de una educación que consistía en demasiado

dinero, por lo que se supone debía mostrar gratitud eterna, y una casi cruel falta de

atención y tiempo.

—Entonces, tuve una charla con el entrenador Pérez en el teléfono del coche

esta mañana y me advirtió…—Empieza su padre.

—¡Mamá, hice un trompo en la escuela hoy! —interrumpe Loïc.

—Eso está bien. ¿Cómo te fue en tu prueba de deletreo?

Su padre baja el cuchillo y el tenedor con estrépito. —En caso de que no se

hayan dado cuenta, estaba en medio de un discurso —le dice.

—Estoy consciente de eso, Mitchell, ¿pero podrías esperar un minuto por

favor? Loïc, pon los codos fuera de la mesa y siéntate correctamente. Consuela,

tienes que cortar su carne en trozos más pequeños…

—Bueno, está bien, sigan e ignórenme como siempre. —La voz de su padre

empieza a subir.

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—Nadie te está ignorando, Mitchell. Solo intento enseñar a nuestro hijo

algunos modales en la mesa, eso es todo.

—Bien, podrías empezar enseñándole no interrumpir.

—Papá, ¿qué estabas diciendo sobre el entrenador Pérez? —interviene

Mathéo rápidamente. Si empiezan ahora entre ellos, se perderá su única

oportunidad.

—Estaba diciendo —Su padre respira hondo y mira fijamente a su esposa—,

que cuando hablé con él esta mañana, dejo muy claro que debes estar en plena forma

en las nacionales. Al parecer hay un nuevo chico en peligro de unirse al equipo, un

australiano, pero con doble nacionalidad. Sam Natt, solo dieciséis años. Se acaba de

mudar aquí, pero competirá contra ti este fin de semana y ya ha creado un gran

revuelo. Pérez reconoce que no solo él hace el equipo Olímpico pero te dará una

oportunidad por tu dinero esta temporada.

Mathéo muerde la parte interior de su mejilla y toca el violín con el pie de la

copa, tratando de parecer despreocupado. —Sí, lo he odio. Pérez ya me lo dijo.

Pero como siempre, su padre sigue mirándolo.

—Es lo que te digo: siempre hay alguien más joven y hambriento pisándote

los talones. Hace unos meses te aclamaban como el más grande y la más joven

esperanza de Gran Bretaña para los Juegos Olímpicos. Pero si no haces tú juego, todo

eso puede cambiar en el transcurso de un fin de semana.

Mathéo enrolla la servilleta alrededor de sus dedos. Va a tener que ir a por

ello ahora se da cuenta, antes de que su padre se deje llevar por completo.

—Papá, sabes que la escuela terminará pronto… —Toma una puñalada

nerviosa.

—¿Sí? —Los ojos de su padre se estrechan inmediatamente.

—Bueno, mi amigo Hugo… ya sabes, su padre es socio de Glaxo… él tiene…

bueno, sus padres tienen una casa en el sur de Francia. Yo solía ir y quedarme ahí

por unos días cada verano, ¿recuerdas?

Su padre deja su tenedor. —Lo recuerdo.

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—Bueno, Hugo y un par de sus amigos van a ir por dos semanas cuando

termine la escuela, solo… solo unas vacaciones, y…

Su padre lo mira fijamente, fríamente, mirándolo con la boca abierta. —

¿Quieres ir también?

—Bueno, sí —dice Mathéo rápidamente—. Es solo que Lola realmente quiere

ir porque nunca ha ido antes y… y los otros van a ir a la universidad pronto, así que

va a ser mi última oportunidad, ya sabes, para pasar tiempo con ellos…

Su padre continúa mirando a Mathéo, con ojos enormes de caricatura. —

¿Quieres tomar dos semanas enteras de entrenamiento para ir de fiesta al sur de

Francia?

—No estaríamos de fiesta. Seria para relajarse, solo yo, Hugo, Izzy y Lola —

Mathéo intenta explicar—, como una cosa de fin de clases. Y no tendría que ir todo

el tiempo ¿Una semana tal vez…?

Pero su padre ya está empezando a perderlo, su cara enrojecida, las venas

saltando de su cuello.

—¿Es por eso que me paso noventa horas a la semana en la cuidad para pagar

todo ese exorbitante entrenamiento? —Empieza a gritar, sus ojos oscurecidos por la

furia—. ¿Para que puedas orinar fuera con tus amigos en las vacaciones e ir a

emborracharte todas las noches con los Juegos a solo trece meses de distancia?

—¡No! —grita Mathéo, su corazón golpeando con una mezcla de miedo y

frustración—. ¡Yo solo quiero ser capaz de ir de vacaciones con mis amigos por una

vez!

—¡Mathéo, no uses ese tono con tu padre! —Su madre pica desde el otro lado

de la mesa, en voz baja, con fuego en los ojos. Loïc da un gemido y se inclina cerca

de la niñera igualmente aterrorizada.

El calor quema las mejillas de Mathéo. —¡Pero ni siquiera me está

escuchando! —Apela a su madre—. ¡Él solo empieza a gritar cada vez que digo algo

que no quiere oír!

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—¡Maldita sea que sí! ¡Es gracias a tu madre y a mí que tienes comida en la

mesa, un techo sobre tu cabeza, una educación de primera clase y el mejor

entrenador de clavados del país!

—Sé eso, papá, y lo aprecio. —Con un esfuerzo, Mathéo se obliga a hablar en

un tono más mesurado—. Pero yo solo te estoy pidiendo una semana de descanso.

O… o cinco días. —Una nota de desesperación empieza a arrastrarse en su vos que

inmediatamente intenta sofocar.

—Esto se trata de Lola, ¿no es así? —dice su padre repentinamente.

—¿Qué? Bueno, sí, pero no es solo eso…

—Pasas demasiado tiempo con esa chica y su padre hippie, Mathéo y quiero

que se detenga. Se está interponiendo en el camino de tu entrenamiento, ella está

rompiendo tu enfoque. No tienes tiempo para una relación seria hasta que tu

entrenamiento termine…

—¡Si piensas por un segundo que alguna vez romperé con Lola! —grita, la

sangre corriendo en sus mejillas—. Ella es la mejor cosa… es la única cosa que…

que… —Siente un nudo en la garganta y se obliga a detenerse, para ponerse a sí

mismo bajo control.

—Mira —dice su padre, más calmado ahora—. Un programa de

entrenamiento cuidadoso, el momento en que termina el plazo, es vital para ponerte

firmemente en el mapa de los Juegos Olímpicos. Quieres competir en los Juegos

Olímpicos el próximo año, ¿no?

—¡Por supuesto!

—¡Entonces no dejes escapar esta oportunidad! La mayoría de los de

diecisiete años solo pueden soñar con competir en los Juegos. Para ti, es una

realidad. No tienes idea de lo que habría dado a tu edad…

—Lo sé, papá, lo sé —responde Mathéo. Su cuerpo se afloja cuando se da

cuenta que no va a ganar este partido.

—En solo poco más de un año podrías tener una oportunidad por el oro,

mientras que otros chicos de tu edad están emborrachándose en el bar local,

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viéndote en televisión. —Sintiendo a Mathéo darse por vencido, la voz de su padre

se suaviza ligeramente—. Ahora ¡Échale un vistazo a esto! —Con un gesto, saca un

periódico de su maletín y lo despliega con cuidado, entregándoselo a su hijo. Mathéo

ve su nombre en el título, y una imagen granulada de sí mismo cae a través del aire.

Reconociendo esto como un intento de reconciliación, se fuerza con una

sonrisa, a pesar de que la lectura de sí mismo le hace sentir incómodo. —Genial.

CLAVADOS: MATHÉO WALSH GANA EL ORO EUROPEO.

Con 17 años de edad Mathéo Walsh se convirtió en el primer campeón de

Europa individual de clavados de Gran Bretaña el mes pasado, produciendo una

notable actuación para la tierra del oro. Se está convirtiendo rápidamente en la

nueva superestrella del clavadismo de Gran Bretaña, determinado a volver su

talento en oro Olímpico el próximo verano. Walsh tenía solo 14 cuando se convirtió

en Campeón Británico y Campeón de la Commonwealth en un espacio de solo seis

meses. Un año después, ganó la medalla de bronce en el Campeonato Mundial en

Shanghái, elevando aún más las ya grandes esperanzas de algo bastante

espectacular en los Juegos Olímpicos del próximo año, y ahora es Campeón de

Europa.

Walsh admitió que estaba “sorprendido” después de ganar el oro.

El adolecente de Londres registro 10 en cinco de sus seis clavados para anotar

540.85, una nueva mejor marca personal. “Ha sido una competición a muy alto nivel,

así que estoy muy contento” dijo Walsh. “Estaba pensando que sería afortunado de

conseguir una medalla, por no hablar de ganar el oro. Después de todo el trabajo

duro y de la especulación se siente irreal. Estoy totalmente abrumado.”

Después de un comienzo vacilante, Walsh produjo inmersiones sin defectos

en las rondas cuatro y cinco, cada uno ganando cuatro notas de 10 de los jueces.

“Me perdí una de las inmersiones. Normalmente puedo hacer la tercera inmersión

mucho mejor, y porque no lo hice, estaba bastante preocupado, y supe que tenía que

darle la vuelta. Para poder conseguir los 10 después de eso y ganar el oro era

completamente inesperado. Para terminar de pie sobre la cima del podio con la

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reproducción del himno nacional no es algo que sucede todos los días. Ahora solo

quiero volver a hacerlo en los Juegos Olímpicos del próximo año.”

Mientras se dirigía a la plataforma para su primera inmersión, Walsh se veía

tenso y nervioso. Su inmersión de apertura: un doble mortal hacia atrás con medio

giro con una y media vueltas, le gano 88.40, poniéndolo encima de la tabla de líderes.

Pero sus principales rivales también produjeron sus mejores puntuaciones de

apertura, y estaba claro que llegarían a obstaculizar su nervio. Walsh calló al tercer

lugar después de la tercera ronda, pero su quinto clavado, un revés de cuatro y

medio salto mortal plegado, ganó 97.15 y lo levanto de nuevo al segundo lugar.

Walsh mantuvo a la gente expectante esperando hasta la última ronda para ver si

iba a superar a los rusos. Entonces el adolecente completó un poderoso revés de

cuatro y medio para reclamar el oro.

Era un sueño vuelto realidad para Walsh. “Estaba tan nervioso, pero había

un montón de banderas Británicas volando entre la multitud, que el apoyo

realmente me ayudó.”

Walsh ha estado rompiendo records desde que tenía diez años.

Intercambiando rápidamente el trampolín de cinco metros por el de diez, fue

campeón británico menor de dieciocho a la edad de catorce. El duro trabajo realizado

para lograr la medalla de oro se llevó a cabo en el Centro Aqua Ashwaay en el oeste

de Londres, bajo la guía de su entrenador, Juan Prez, quien ha querido subrayar que

los Juegos Olímpicos son el objetivo principal. “Para el próximo año tendrá

dieciocho y físicamente lo suficientemente maduro para dar a los mejores

clavadistas del mundo un plazo para su dinero.”

Pero Walsh está intentando restar importancia a las expectativas. “Estoy muy

entusiasmado con los Juegos”, dijo. “Conseguir cualquier medalla va a ser difícil

aunque: Los chinos van a ser muy difíciles de superar.”

Walsh muestra devoción absoluta a su deporte, ¡incluso entrenando el día de

navidad! En menos de veinticuatro horas de ganar el oro en Berlín ya estaba de

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vuelta en la escuela, estudiando para los Niveles A y entrenando tres horas, cinco

días a la semana.

En las competiciones, Mathéo hace que todo luzca tan elegante y fácil, pero

cada vez que sus dedos de los pies dejan el trampolín él literalmente está tomando

la vida en sus manos. En los nanosegundos antes de que golpee el agua, a más de

treinta y cuatro millas por hora existe la posibilidad de que mucho vaya mal.

“Siempre estoy asustado, pero eso es parte de la carrera,” dice Walsh. “He pasado

por etapas en mi entrenamiento cuando ha ido mal, y eso me aterroriza. Se necesita

tiempo para construir ese coraje e ir de nuevo. Pero no puedes dejar que eso te

afecte.”

Por Jim Rickets.

Acostado en la cama, con su brazo doblado debajo de su cabeza, Mathéo

termina de leer el artículo y entonces lanza el papel a través del piso, en la supuesta

dirección del archivador que guarda todos los artículos sobre él desde su primera

competición de clavados. Apagando la lámpara de noche, gira a su costado y se

mantiene mirando la oscuridad, sabe que no podrá dormir. Sigue enojado por la

actitud de su padre, está tentado a tomar el teléfono y llamar a Lola. Pero Jerry se va

a dormir temprano, no quiere arriesgarse a despertarlo, y de todos modos, tiene la

necesidad de moverse, de estirar las piernas, de correr. Con un rápido movimiento

balancea las piernas por un lado de la cama y alcanza su ropa. Tiene que salir, del

cuarto, de la casa, antes de que se ahogue. Cruzando el pasillo, abre las puertas

francesas y sale al estrecho balcón. La noche ha caído; siente el grueso color azul

presionando suavemente los dedos en sus ojos. El aire es suave, el cielo hecho de

terciopelo, tan suave y pesado que parece que puedes tomarlo en tus manos.

Algunas vetas de color permanecen escondidas en los pliegues de la noche; las luces

encendidas en el jardín de abajo. Pero el invernadero esta oscuro, Consuela se ha ido

y sus padres deben haberlo olvidado.

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Abriendo la puerta despacio, se esfuerza por no hacer ruido, oyendo nada,

comienza su descenso cuidadosamente por los tres pisos. Dejándose salir del

invernadero, camina rápidamente hacia el fondo del jardín y sale por la puerta a la

vereda.

Farolas manchan detrás de él como serpentinas de neón mientras trota las

nueve cuadras a la casa de Lola. Bajo el resplandor naranja de una farola, patina

hasta detenerse, mareado, mirando hacia las ventanas oscurecidas. El reloj de pesada

plata indica que ha pasado la media noche. Mierda. Incluso aunque sabe que a Jerry

no le importará, no puede ir a despertarlo en este momento. Pero muere por ver a

Lola. Ella es la única con la que puede hablar acerca de las cosas de su casa.

Sacando su móvil, corre el pulgar sobre la pantalla y comienza a escribir:

¿Estás despierta?

Una larga espera. Se apoya en el tronco de un árbol, inmediatamente, sus ojos

mirando esperanzadoramente de su móvil a las ventanas de la habitación de ella,

orando por una luz o una respuesta… Nada. Su ventana permanece oscura.

Maldita sea. Está a punto de regresar el teléfono a su bolsillo cuando empieza

a vibrar, tan sorprendido que casi lo deja caer.

No.

Sonríe con alivio y vacía sus pulmones con un suspiro, sintiéndose ahora

mejor.

¡Hay una cosa parpadeando en el cielo!

¿Qué?

¿OVNI? ¡Mira rápido!

De repente las cortinas se abren y siente la luz salir igual que su silueta

fantasmal apareciendo detrás de la ventana. Casi puede distinguir el contorno de su

rosto, inclinado hacia atrás para mirar el cielo. Su pulgar roza la pantalla de su móvil

de nuevo

¡Intenta mirando al suelo!

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Sonriendo, Mathéo espera con diversión mientras Lola mira hacia el teléfono

en su mano y luego hacia la calle de abajo. Comienza a reír mientras ella abre la

pesada puerta y se inclina hacia afuera, parpadeado hacia él adormilada, su largo

cabello atrapando la luz de la luna.

—¡Oh, vete a la mierda! —se burla ella.

—¡Shh, vas a despertar a tu padre!

—Tú sabes que él duerme como muerto. —Se aparta el cabello lejos de los

ojos y bosteza—. Joder, sólo estaba dormitando, ya sabes. ¿Te das cuenta que tienes

que estar despierto en menos de seis horas? ¿A dónde ibas a estas horas, de todas

maneras?

Su tono es jocoso, pero Mathéo de repente se da cuenta de que no tiene ni

idea. ¿Ha despertado a su novia solo para quejarse de su vida de pequeño niño rico

malcriado?

Su silencio repentino parece llamar su atención, porque todo su tono de voz

cambia. —¿Estás bien?

—Claro. —Se levanta del tronco del árbol—. Sólo pasaba por aquí.

Comprobando si aún te sentías amenazada por los Ovnis. —Obliga una sonrisa—.

Veo que la abducción alienígena sigue planteando un peligro real. Vendré a darme

una vuelta mañana después del entrenamiento.

—Mathéo, espera. —No le cree, y él lo sabe—. Bajaré en un segundo.

—No, no, es tarde…

Pero ya ha cerrado la ventana, saliendo de su vista.

El sonido de la llave en la puerta le hace espabilar, y Lola se desliza fuera,

tirando de ella más cerca suavemente. Su camisón blanco de algodón se cierne sobre

un par de jeans ajustados y además está usando lo que parecen ser botas de montaña,

forzando una sonrisa regresar a su cara.

—¡No te atrevas a reírte! —sisea—. ¡No pude encontrar mis zapatos en la

oscuridad!

—No sabía que íbamos de montañismo.

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—Cállate… acabas de arrastrarme fuera de la cama. Tienes suerte de que no

bajara en ropa interior.

—No me habría quejado.

Ella lo golpea en el brazo y se encuentra envidiando su ligereza, su aparente

falta de gravedad.

Él se vacía los pulmones con un audible suspiro. —¿Quieres… no lo sé… dar

un paseo un rato?

—Seguro… —Le dirige una mirada burlona, la preocupación agitándose en

sus ojos—. ¿Ha pasado algo?

—Nada diferente de lo habitual. —Empieza a caminar rápido, demasiado

rápido. Lola tiene que dar zancadas para alcanzarlo, y agarra su brazo para

detenerlo.

—¡Oye, dijiste un paseo, no un maratón! Mira, no tienes que decirme si no

quieres.

Se obliga a caminar a un ritmo más razonable, y por varios minutos

simplemente recorren el camino de arboladas terrazas, el silencio entre los dos sólo

roto por el repiqueteo de las botas de Lola.

—Suenas como un elefante con esas cosas. —Mathéo logra una sonrisa débil,

pero las palabras se le atoran en la garganta.

—¡Oye! ¡Deberías saber que no puedes comparar a tu novia con un elefante!

¿Nos dirigimos a algún sitio en particular?

Se frota la frente. —No lo sé. Estoy siendo estúpido, no debí despertarte. Yo

solo… sólo tenía que salir de casa…

—Lo sé. —Lola declara de repente, señalando el supermercado de

veinticuatro horas del otro lado del camino—. ¡Consigamos algo de alcohol!

—¡Aquí está una vida de mierda, una estúpida escuela, maestros con muerte

cerebral, competiciones de clavados sin fin y padres dictatoriales y fascistas! —

grita Mathéo del otro lado del rio, y toma otro pesado trago de vodka, sosteniendo

la botella encima de su cuello y limpiándose la boca con el dorso de su mano. El

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alcohol parece ir directo a su cabeza, llenando su cuerpo con un zumbido cálido,

desdibujando sus pensamientos y embotando sus emociones. Toma un paso

vacilante hacia adelante y siente a Lola tomar el dobladillo de su camiseta.

—Siéntate, ¿quieres? ¡Si te caes en el agua, no pienses que voy a saltar a

rescatarte!

A pesar de su jocosidad, Mathéo detecta una nota de alarma en su voz. Están

sentados en una terraza de piedra plana de un cobertizo que sobresale al Támesis,

uno de sus lugares habituales. Han estado viniendo aquí casi desde que empezaron

a salir, tomando las migajas de tiempo que podían ser rescatadas en el ocupado

horario de entrenamiento de Mathéo. Para tomar el sol, ver a los remeros o

simplemente charlar, extensiones de tiempo no programado retrocediendo hacia el

horizonte. Sin embargo, es la primera vez que están aquí en la noche solo con el

propósito de perder el tiempo.

Lola sigue tirando persistentemente su camiseta, regañándolo para que se

siente junto a ella. —Vamos, me estás mareando. —Con las piernas cruzadas, ella

luce salvaje y azotada por el viento a la luz de la luna, sus ojos verdes salpicados de

oro, el vodka haciendo resplandecer sus mejillas, la forma de sus largos y delgados

brazos visibles a través de las mangas de su camisón—. Mattie, vamos, estas muy

cerca de la orilla.

Ignorándola, él mantiene los brazos en alto, como presentándose a sí mismo

en el escenario. Tomando otro profundo trago, siente la satisfactoria quemadura del

vodka en su garganta. Se ríe hacia lola, burlándose de ella balanceándose en el borde

de la terraza sobre las puntas de sus pies. El río serpentea lejos debajo de él,

reflejando las luces de un puente cercano, la superficie del agua negra y arrugada.

—Ya basta, no estoy mirando. —Lola cubre sus ojos con una mano y extiende

la otra hacia la botella—. Y sería caballeroso compartir eso, ya sabes.

—Guau… —Por un segundo Mathéo pierde el equilibrio en su intento de

tomar otro trago. Lola extiende su brazo justo a tiempo y él le toma la mano, lo que

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le permite a ella arrastrarlo a su lado, de pronto agitada por su casi caída. Le quita

la botella y lo golpea con el puño.

—¡Ay! —exclama Mathéo, frotándose el brazo para darle más impacto y

arrugando los ojos—. ¿Qué demonios fue eso?

—Por lucido y tratar de asustarme —replica ella de manera casual, colocando

la botella lejos de su alcance.

Lado a lado, se sientan en silencio ahora, con las piernas colgado por el borde

de la terraza. Mathéo mira hacia el agua manchada de tinta cortada por los destellos

de luz de neón, paralizado por el juego de reflejos de luz y sombra. Por unos pocos

momentos le trae paz y siente dentro de su mente llenarse con la ausencia de

pensamiento, hasta que no queda nada más que estática dentro de su cerebro.

Superado por un sentimiento de no estar en ninguna parte, por unos minutos al fin

puede olvidarse de quien es, olvidarse de la interminable cinta de correr en su vida.

—Ah, eso está mejor. —Lola se inclina hacia atrás sobre sus manos, mirando

hacia el cielo sin luna—. Es cierto lo que dicen: el vodka te hace entrar en calor, y

tener un novio está sobrevalorado. Gracias por ofrecerte a dejarme tu chaqueta, por

cierto. Todo un caballero has resultado ser. Debí dejarte caer. De hecho, debería

haberte empujado yo misma… —Pero cuando mateo no responde a sus bromas, su

voz se desvanece en la oscuridad.

Él sigue mirando hacia abajo, paralizado por las luces que bailan en el agua.

La luz de la luna escurre sobre la superficie del rio y un pequeño barco se sacude en

la distancia. El peso en el pecho ha vuelto de repente, y se siente agotado, pesado y

lento, incapaz de incluso mantener las bromas.

Suspira.

Lola se acerca, apoyando la cabeza en su hombro. —¿Por qué fue eso?

—Ojala no tuviera que irme este fin de semana.

—Pero son las nacionales. —Lola suena sorprendida—. Por lo menos sabes

que vas a volver con una medalla. Todos en la prensa se inclinan por el oro. —Ella

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levanta la cabeza para escrutar su rostro—. Oye, ¿Qué ha pasado con eso de creé-en-

ti-mismo que has tenido en ti todos estos años?

—No lo sé. Solo no tengo un buen presentimiento acerca de esto.

Silencio. Sabe que Lola está buscando las palabras adecuadas para decir.

—Probablemente solo sea que no vienes conmigo —dice ligeramente con una

sonrisa—. ¡Eres mi mascota de la suerte!

—No tienes idea de lo mucho que deseo ir —dice Lola lentamente—. Si no

hubiera aceptado estar en ese maldito comité…

—Lo sé, está bien —dice Mathéo rápidamente—, no es eso. La cena de hoy

fue solo otro vergonzoso intento en jugar a las familias felices…

Lola exhala lentamente. —Entonces, ¿tu padre dijo no a las vacaciones de

Hugo?

—Por supuesto.

Ella lo mira abatida por un momento. —¿No se dan cuenta que necesitas

alguna clase de descanso?

Mathéo resopla. —Está claro que no. Y mi padre se ha aferrado y dispuesto a

que tenga clases de matemáticas privadas el próximo año con ese hijo de puta,

Harrington Stowe. —Mira hacia abajo en el agua manchada de tinta para evitar la

mirada de ella, sin embargo es consciente de la mirada en su rostro, una mirada de

asombro.

—Oh, estas bromeando. Pensé que el punto de aplazar tu lugar en la

universidad era para entrenar a tiempo completo para los próximos Juegos

Olímpicos en el verano.

—Yo también lo pensé. Y hablando del entrenamiento… él ya está arreglando

mi nuevo horario. Pérez sigue elaborando el Convenio para septiembre, pero mi

padre piensa que debería empezar ahora. Ha, y también ha decidido repentinamente

que pasar tiempo contigo está afectando mi enfoque. —El caleidoscopio de luces en

el agua es hipnótico. De repente se siente terriblemente cansado.

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—¿Crees que pasamos demasiado tiempo juntos? —pregunta Lola. Lo plantea

a la ligera, casi en broma, pero le tira bruscamente de su creciente estupor.

—¿Qué? —Se encuentra con su mirada, sintiéndose ligeramente aturdido, y

entorna sus ojos como si quisiera leer mejor sus pensamientos—. No… ¡De ninguna

manera! ¿Por qué… tú lo crees?

Su cara luce muy pálida a la luz de la luna, contrastando fuertemente con el

negro de su cabello, y sus ojos brillantes, casi luminosos. Ella parece efímera, como

si de pronto pudiera desaparecer, y por un momento está paralizado por un miedo

tan fuerte, que apenas puede respirar. Quiere extender la mano y tocarla; sentir el

calor de su piel contra la suya, su aliento en la mejilla; escuchar el latido de su

corazón, el sonido de su sangre retumbando a través de sus venas.

—Tú sacaste el tema —replica ella con un tono reflexivo, pensativo—. A veces

solo me pregunto…

—¿Qué demonios se supone que eso significa? —Las palabras que salen lo

hacen sonar enojado, y a la defensiva.

—Se lo mucho que deseas formar parte del equipo Olímpico, Mattie. ¡Se lo

duro que has trabajado por ello!

—Me rendiría a los clavados mañana si me lo pidieras.

Ella se detiene y lo mira como intentando averiguar si va en serio. —¿De

verdad? —Su voz resuena con incredulidad—. Pero es tu pasión, es la cosa más

importante en tu vida. Has estado compitiendo desde que eras un niño. Hugo me

dijo que incluso te saltabas las salidas escolares para no perderte el entrenamiento.

Mathéo levanta los ojos para encontrarse con los de ella, tan brillante e intensa

a la luz de la luna, enmarcada por su salvaje y enredado cabello. Y es consciente de

un dolor, en algún lugar muy profundo de él, una punzada de deseo, un miedo de

que ella pueda estar lejos.

—Amo los clavados —le dice, en voz baja ahora, luchando por mantener su

voz firme—. Más que a nada. Excepto por… excepto por ti.

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Sus ojos se abren y ella muerde su labio inferior. Parece estar conteniendo la

respiración.

—Te amo, Lola.

Su corazón tartamudea y amenaza con detenerse. Por un momento el piensa

que ella podría no responder. Lo ha dicho demasiado pronto, no era el momento

adecuado, el lugar correcto. Y aun así lo siente con todo su corazón, lo ha hecho

desde hace un tiempo, y tal vez el alcohol y el velo de la noche finalmente le han

dado el coraje de expresar realmente sus pensamientos.

Lagrimas brillan en sus ojos, haciéndolo estremecer. —No tienes que decir

nada más, Lola.

—Quiero hacerlo. —Ella arruga la nariz y presiona sus dedos con los ojos—.

Te amo también, Mattie. Demasiado. He querido decírtelo desde hace mucho. Es

sólo… sólo que pensé que lo tomarías del modo equivocado…

Sus palabras comienzan a hundirse y siente todo el aire salir de su cuerpo. —

¿En serio?

Lola se seca los ojos con su manga, aspira y le dedica una sonrisa encantadora.

—¿Por qué crees que solo aplique a los colegios de Arte Dramático en Londres?

La mira fijamente, momentáneamente aturdido. —Yo pensé… pensé que eso

era porque podrías ahorrar dinero viviendo en casa.

—Por supuesto que no, tonto. Era solo para que pudiera pasar tiempo contigo

mientras tú estabas entrenando.

—Guau. —Se queda sin habla por un momento—. ¿Jerry lo sabe?

—¡Claro! Lo entiende completamente. Fue él quien me encontró ese trabajo

en la librería, así podría ahorrar suficiente dinero para viajar y ver competir.

—Pero pensé que era para ayudar a pagar la matrícula…

Lola niega con la cabeza lentamente con una pequeña sonrisa. —No, el fondo

fiduciario que puso para mí del seguro de vida de mi madre pagará eso.

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—¡Genial! —Mathéo intenta sonreír pero siente un nudo en la garganta—.

Entonces… ¿Eso significa que quieres que nos quedemos juntos por… —Se rompe

de repente, inseguro de como continuar—. Por… por mucho tiempo?

—Sí. ¿O tal vez incluso por un muy largo tiempo?

Él asiente, incapaz de hablar por un momento. —Un muy largo tiempo. —

Finalmente logra susurrar—. Tal vez incluso por siempre.

Ella sonríe de repente, lagrimas frescas acumulándose en sus ojos.

—¡No llores! —dice él con una rápida sonrisa—. O vas a hacerme llorar

también. Solo… —Inhala desigualmente—. Por dios, solo ven aquí ¿quieres?

Ella se desliza sobre su regazo y él la envuelve en sus brazos y la sostiene en

un fuerte abrazo, en lo alto de donde están encaramados por encima del agua

iluminada por la luna.

Cuando Lola abre la puerta de su casa, Mathéo inclina su cabeza contra los

hilos de hiedra que han crecido por debajo de los ladrillos en los últimos años

formando una alfombra.

Él cierra sus ojos con un suspiro. —No te vayas…

Ella entra, vacila, y entonces se aferra a él. —Quédate.

—Pero no le has preguntado a Jerry.

Ella se burla. —Oh, tu sabes que nunca le importa.

Sus ojos se encuentran con los suyos y le dedica una sonrisa tímida. —De

acuerdo. Solo recuérdame poner la alarma.

Pasa de puntillas por las escaleras, más allá de los suaves ronquidos de Jerry,

y entra en la habitación de ella. Dejándose caer a un lado de la cama con dosel, se

deshace de su chaqueta y patea sus zapatos. Lola desaparece en el baño, y con

esfuerzos se desabrocha el cinturón y deja que sus pantalones se deslicen hasta el

suelo. Vestido con su calzoncillos y camiseta, apaga la luz y se deja caer hacia atrás

contra las sabanas, dejando espacio para Lola de lado de la ventana.

La puerta cruje y Lola entra con los pies desnudos en su camisón de noche, el

cabello largo cubriendo sus brazos desnudos. Cuando ella rodea su lado de la cama,

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Mathéo gira su cabeza en la almohada, sonriendole adormilado. A pesar de que sus

parpados se sienten calientes y pesados, se esfuerza por mantenerlos abiertos para

seguir mirando su silueta. La luz de las farolas caen sobre su rostro, resaltando su

cabello despeinado. Ella se sube a la cama, pero en vez de meterse bajo las mantas,

se arrodilla junto a él, con sus ojos opalescentes en la penumbra.

—¿Estás cansado? —susurra.

Puede sentir su aliento atrapado en su garganta. —No.

Se vuelve hacia ella abruptamente, mirándola con un borde afiliado. A

medida que se mueve más cerca, siente que se le acelera la respiración y un zumbido

extraño llena el aire. Sentándose, se estira para alcanzarla, tirando de ella más cerca.

El silencio desciende, tan grueso y tangible como la aterciopelada oscuridad que los

rodea. Todo lo que puede oír es el débil sonido de su respiración, suave y susurrante

contra su rostro. Mueve su mano para que sus dedos toquen el calor de su mejilla,

deslizado sus mandos en su cabello. Inclinando la cabeza, cierra los ojos y se acerca

hasta que sus labios se encuentran.

Él la respira, oliendo en ella el calor que desprende su piel. Sabe a labial de

fresa y crema dental. Sus labios, su lengua… siempre tan suave. Toma una

respiración sobresaltada y coloca sus manos a cada lado de su cara, acercándola más

y besándola con más fuerza. Quiere presionarla, caer en ella, sentir sus manos sobre

él como el mar. Su corazón late con fuerza, el bombeo de la sangre corriendo por sus

venas. Todos los nervios, sinapsis y sus neuronas están en llamas, como canalizando

las corrientes eléctricas: crepitando y escupiendo chispas. Alcanza el dobladillo de

su camisón, tirando de el por encima de su cabeza en un movimiento rápido,

entonces arrastra su propia camiseta, de rodillas en la cama para que sus cuerpos se

presionen entre sí, para poder sentir el calor de su pecho contra el suyo, el cabello

haciéndole cosquillas en los hombros, las manos sobre su piel desnuda, los músculos

estremeciéndose bajo el rose de sus dedos.

La toma por los hombros, con los puños en su cabello. Se besan salvajemente,

violentamente ahora, sin una pizca de control. Sus labios y lengua doliendo por la

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fuerza de ello. Presiona sus dientes contra el labio inferior de ella, chupando su

cuello mientras sus manos acarician y tiran de sus hombros, viajando hacia su

espalda. Él es muy consciente de la respiración mezclándose con lágrimas y

triturando el aire alrededor de ellos. Cayendo en las almohadas, intenta empujarla

hacia abajo encima de él, pero se resiste y siente una punzada de pánico

atravesándolo.

—Lola, ¿por qué? Eso no es justo.

—Nos hemos quedado sin condones —susurra con una mueca de dolor.

Alcanza su chaqueta del suelo. Mete las manos en sus bolsillos. Saca su cartera

y busca algo. —¡Ta-tan!

Se derrumban de nuevo en la cama, desnudos ahora, sus cuerpos presionados

en uno solo. Se besan duro, frenéticamente… no hay nadie para detenerlos, sin temor

a interrupciones, sin límites de tiempo. Pero en vez de hacerlo lánguido, añade un

nuevo elemento de excitación y urgencia a la situación. Entre besos, el deseo gentil

contra su cuello, el dolor de la añoranza pulsando a través de todo su cuerpo. Besa

todas las partes de su cara, las orejas, el cuello. Necesita tocar cada parte de ella,

sentir cada centímetro. Quiere respirarla. La anhela mucho, duele físicamente.

Cuando la penetra, se curva hacia adelante, aspirando su aliento, tenso y

manteniendo la mirada fija en su rosto como si la viera por primera vez. Un pequeño

sonido se le escapa y cierra los ojos.

Tiene que sostenerse a sí mismo con fuerza, puede sentirse temblar. Ha

pasado casi una semana desde la última vez que tuvieron sexo, sabe que no va a

durar mucho tiempo.

—¡Más lento, más lento! —le suplica con un susurro ronco, forzando cada

palabra.

—¡Shh, está bien! —Enrojecida y excitada debajo de él, ella lo mira fijamente

a los ojos, respirando con dificultad.

Entierra la cara en su cuello, tenso como un alambre, inhala fuertemente, de

nuevo aguanta la respiración y cierra los ojos, las manos raspando y arañando las

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sabanas de algodón puro. Su corazón golpeando duro contra su pecho, su

respiración se estremece en sus pulmones y trata de recordad que debe respirar. La

sensación de hormigueo crece dentro de él como un calor electrizante, casi doloroso,

todos sus músculos crispados. Entonces la prisa llena su cuerpo y siente que va a

con toda la fuerza. Todo su ser es controlado por una corriente eléctrica, y tiembla

con repercusiones que le hacen tambalearse y respirar con dificultad.

—Me voy a venir —le dice en un susurro urgente.

Arqueando la espalda, Lola se le queda mirando, dejando escapar un

pequeño grito. Se siente tenso con tanta fuerza que parece seguro de explotar. Se

estremece una y otra vez, la locura escarlata corriendo a través de él a toda

velocidad. Incapaz de respirar sin levantarse, los jadeos se quedan atrapados en su

garganta. Arruga los ojos, aprieta los puños, y Lola lo sostiene firmemente hasta que

las convulsiones se desvanecen y lentamente, poco a poco, la locura empieza a

desvanecerse.

Jadeando, rueda sobre su costado y permite a su cabeza caer contra la

almohada. Lola lo acaricia, haciéndole saltar; puede sentir el sudor en la parte

posterior de su cuello, a lo largo de la columna vertebral. Se siente envuelto en calor,

su corazón aún palpitando contra su caja torácica, la brillante sensación de

hormigueo sigue corriendo por sus venas. Inhalando profundamente, levanta la

cabeza y besa a Lola, entonces descansa su cabeza sobre su pecho, su cuerpo todavía

atrapado en los temblores esporádicos mientras la rodea con sus brazos. El sudor

entre ellos es cálido y resbaladizo, se aferra a ella como si se tratara de un mástil de

un barco en un mar tormentoso, sus dos cuerpos jadeantes en el silencio.

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Capítulo 3

Traducido por Piopolis

Corregido por Mariela

No estaría a casa a tiempo si Lola no hubiera tenido la prudencia de ajustar la

alarma a las 4 a.m. Se viste rápidamente y la besa mientras ella se oculta debajo del

edredón, tibia, sonrojada por el sueño y no del todo despierta. Para cuando Mathéo

trota a casa a través de la primera luz del amanecer, se desliza por la puerta trasera

de la casa dormida, se pone su traje de baño y chándal, oye a su padre empezando

a moverse por la casa. Lo encuentra sentado en su lugar acostumbrado en la mesa

de la cocina, en traje, tomando una gran taza de café, tan espeso y negro como el

alquitrán. Él sostiene el habitual plátano y la barra energética cuando Mathéo entra,

arrojando su bolsa de deportes sobre su hombro.

Siempre que su padre puede llegar tarde al trabajo, lo lleva a entrenar. Si no

tiene ninguna reunión temprano, incluso puede quedarse las dos horas completas.

Aunque, generalmente tiene que ir al trabajo antes de que la sesión de entrenamiento

termine, dejando a Mathéo para tomar el autobús directo a la escuela.

Desafortunadamente hoy su papá no necesita estar en la oficina hasta las once y tiene

la intención de quedarse sentado toda la sesión; como le informó a su hijo tan pronto

como se encuentran.

Salen de la casa dormida en su silencio común y entran en el BMW de papá.

La grava cruje bajo los neumáticos mientras hacen su camino. Mathéo voltea su cara

para mirar por la ventana con la esperanza de que su papá no notara las

ojeras moradas bajo sus ojos. A pesar de su corta y dolorosa noche, se sentía

entusiasmado de haberla pasado con Lola.

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Las personas siempre piensan que porque él ha estado saltando desde hace

tiempo; casi la mitad de su vida ahora; tiene que estar acostumbrado, resultar más

fácil, debe de haber conquistado todos sus miedos. Pero la verdad es que, un

clavadista nunca conquista completamente sus miedos. Aprendes a manejarlos,

como cuando aprendió a hacerlo a los trece años, cuando su padre lo llevó a ver a

un psicólogo deportivo porque se negó a intentar un clavado hacia atrás. Lanzarse

hacia atrás y caer en picado diez metros sin poder ver a hacia donde iba era

demasiado horripilante para considerarlo, y cuando fue sermoneado agresivamente

por Pérez, después por su papá, Mathéo terminó llorando en la parte posterior del

trampolín, negándose a ceder. Desde ahí ha aprendido a controlar su miedo en lugar

de conquistarlo, pero siempre está, y con cada paso en la cadena de escaleras de

hierro que parecen interminables, su frecuencia cardiaca aumenta. Parece que las

personas también piensan que un clavadista competitivo; especialmente uno que

salta del trampolín de diez metros; no puede temerle a las alturas. Pero de hecho el

salto te hace híper consiente de las alturas: la diferencia entre un mal clavado de

cinco metros y uno de diez es extrema. Una mala entrada del trampolín de diez

metros es como un accidente de coche. En el mejor de los casos te lastimará, en el

peor te golpeará dejándote inconsciente. Mathéo conoce clavadistas que se han

abierto la cara por golpear el agua en el ángulo incorrecto, clavadistas que murieron.

Cuando estás saltando, dando vueltas y girando en el aire a treinta y cuatro millas

por hora, es mejor que lo hagas bien, o podría resultar fatal.

Pero lograr un clavado, especialmente uno de alta dificultad en una

competencia es una experiencia casi indescriptible. La descarga de adrenalina

cuando logras esa perfecta entrada, la creciente sensación de euforia cuando el

apagado aplauso del estadio llega hasta a ti bajo el agua, el repentino estallido de

energía desenfrenada cuando pataleas hacia la superficie, buscando el marcador,

por tu puntuación, y el rugido de la multitud cuando los gigantes números digitales

te posicionan en el primer puesto, por delante de tus compañeros de equipo, por

delante de chinos constantemente perfectos, por delante del mundo. Mathéo vivía

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para esos momentos, se alimenta de ellos, son los que lo hacen seguir adelante: a

través de la rutina de entrenamiento, las horas en la piscina, en el gimnasio, en la

sala de entrenamiento. Siempre hay otra competencia en el horizonte, y

otra competencia para ser ganada…

Perder duele, por supuesto, perder duele como el infierno. Distraerse con las

luces, los flashes de las cámaras, las pancartas y banderas ondeantes, los gritos de

los seguidores; todo eso puede causarte un lapso momentáneo de concentración, un

nanosegundo de perderte a ti mismo en el aire, una voltereta fuera de tiempo, una

entrada fuera de tiempo. Y lo sabes; lo sientes en tus huesos y músculos en el

momento que golpeas el agua. Si es un clavado muy fácil y básico o uno de los más

difíciles de tu secuencia, el que has estado practicando todos los días por meses,

duele. Mucho peor que un doloroso aterrizaje. Clava una estaca a través de tu

corazón. Y tiras de ti mismo hacia arriba en el borde, sacudiendo el agua de tus

orejas, tratando de ignorar el aplauso compasivo, tratando de mantener la

compostura cuando miras el marcador y ves tu nombre caer a través de las

clasificaciones. Pero la ira entra, enojo contigo mismo, con el universo; su entrenador

y psicólogo siempre dicen que es como usas esa energía, lo que hace la diferencia

entre un campeón y un segundón. Si puedes canalizar esa ira, ese sentimiento de

injusticia en tus siguientes clavados, puedes recuperar los puntos, algunas veces

hasta tener una completa recuperación y ganar la competencia. Tú piensas: les

demostraré; les demostraré de lo que soy capaz, que no seré derrotado, no puedo ser derrotado,

ese mal clavado no es nada. Y después regresas al trampolín de diez metros y ejecutas

un clavado perfecto, y sabes lo que los otros competidores están pensando, maldición,

este chico no puede ser derrotado.

En lo alto del trampolín en el Centro Acuático Ashway, Mathéo arquea su

cuello para estirar sus músculos y se queda mirando hacia el cegador techo blanco

de concreto justo sobre él. Desde aquí arriba, la piscina abajo no es nada más que

una pequeña barra rectangular de azul fluorescente. Y más allá de ella, la gente

miniatura que nadan de arriba a abajo por los carriles de la piscina rectangular,

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teniendo su entrenamiento matutino. Sonidos rebotan y hacen eco alrededor de él,

pero aquí arriba siempre se siente extrañamente alejado de todo, en su propio

mundo. El aire es cliente y húmedo, seca sus manos con su paño para que no se

resbalen cuando sostenga sus piernas mientras da volteretas hacia abajo. El

deslizamiento en una inmersión es uno de los muchos peligros.

El reto en la preparación para un clavado difícil de un trampolín de diez

metros, sea en una competencia o en una práctica, es siempre mantenerse

imaginando las muchas cosas que pueden salir mal. Hoy está practicando uno de

los clavados más difíciles. The Big Front3: cuatro y medias vueltas con pliegues, y

eso lo asusta. Pero allá abajo, muy abajo, tanto su entrenador como su padre están

esperando, entornando los ojos hacia él, ya evaluando su actitud, su seguridad, el

tiempo que le está tomando preparase mentalmente, y ahí sólo hay demasiado

estiramiento y rebote sobre sus dedos, Mathéo puede salirse con la suya antes de

que sepa que tendrá que ir por ello.

Después de caminar arriba y abajo del trampolín un par de veces, finalmente

toma su posición en la parte posterior, respira profundamente, cerrando sus ojos

para visualizar cada movimiento en su mente, cada pliegue, vuelta y giro que su

cuerpo hará en el aire mientras cae: todos los movimientos grabados en su mente a

través de la práctica interminable de salto en seco en el foso de espuma, en el

trampolín con un arnés, así como en la piscina. Se centra en su lugar, se eleva sobre

sus pies, cuenta en voz alta hasta tres y corre cuatro pasos, lanzándose fuera del

trampolín y en el espacio.

Empuja sus piernas tensas contra su pecho, girando hacia abajo en cuatro

volteretas. Sus ojos buscan constantemente el agua, la barra azul. Uno, dos, tres

cuatro, cinco. Después se estira lo más rápido y fuerte que puede, la mano derecha

agarrando la parte trasera de la izquierda, antes de golpear el agua como una flecha.

3 Tipo de clavado.

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Duele, y sabe que fue un clavado imperfecto cuando el vacío lo succiona hacia

abajo, lento hasta que lo deja girar y patalear directo hacia la superficie. Las burbujas

se eleven sobre él; puede sentir la corriente creada por su entrada fuera de tiempo y

se lanza hacia la luz, emergiendo con un doloroso jadeo, su cabello pegado alrededor

de su cara, riachuelos de cloro corriendo debajo de sus ojos. Se siente magullado por

todos lados. Aunque no fue un terrible clavado, ya sabía que sobregiró su entrada y

su aterrizaje fue ligeramente plano, sacando el aire de su cuerpo. Empuja su cuerpo

en el borde y se sienta, luchando por aire, mientras que Pérez viene hacia él,

haciendo un gesto a la gran pantalla en la pared mientras repite el clavado de

Mathéo en cámara lenta, destacando su error.

—Demasiado impulso en la entrada; saltaste muy lejos, por esos es que

sobregiraste tu entrada.

—Lo sé —jadea, sacudiendo su cabeza para sacar el agua de sus orejas y el

mareo.

—Sigues apuntando a más espacio del que necesitas ¡Deja de preocuparte por

golpear el trampolín! —grita su padre desde la silla de plástico al lado de la piscina.

No es más que un trampolín de concreto de quince centímetros de ancho. Trata de dar

volteretas en el aire con eso sobresaliendo frente a tu cara. Piensa Mateó mordazmente.

La segunda repetición en la gran pantalla se termina, y tanto el entrenador

como su padre están esperando que lo haga otra vez. En una sesión de

entrenamiento de dos horas, es normal para él hacer treinta clavados desde lo alto

del trampolín. Un mal clavado ya, analíza su error. No lo repetirá. Los siguientes

veintinueve serán perfectos. Mathéo se levanta sobre sus pies, toma su paño, dando

grandes zancadas hacia las escaleras y comienza su ascenso.

Acabando su gran desayuno alto en proteínas en el comedor del Centro

Acuático, trata de explicarle la extensión al final del The Big Front a Eli, quien ha

estado intentando lograr ese clavado por meses ahora.

—El truco es estirarte lo más rápido cuando tu cabeza está a la altura del

trampolín de tres metros —dice entre bocado y bocado de huevos revueltos sobre

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una tostada—. Si esperas hasta que crees que estas a la altura, en realidad tus ojos

están a esa altura, entonces ya es demasiado tarde.

—¿Pero cómo sabes cuándo tu cabeza está a la altura? —Eli clava el tenedor

en su plato con frustración—. ¿Usas algún punto de referencia, o qué?

—Puedes decirlo porque estas mirando hacia abajo —responde Mathéo—.

Esa es la cosa, tienes que mantener la cabeza recta pero en realidad tener tus ojos en

el agua.

—Hey. —Aarón y Zach se acercan, cargando bandejas similares que dejan

caer estrepitosamente sobre la mesa.

—Pérez dice que si termínanos entre los primeros cinco este fin de semana,

nos llevará fuera a una noche en la ciudad —dice Aarón con una sonrisa.

—¿Qué, como, a un bar? —La boca de Eli se abre.

—¡Sí, quizás!

—¿Él te dijo eso? —Mathéo dispara una mirada escéptica a Aarón—. ¿Pérez

dejándonos tomar? No lo creo.

—Yo estaba allí. Él dijo “una noche en la ciudad” —interrumpe Zach—. ¿Qué

significa esa expresión para ti?

—¡Genial! —La cara de Eli se ilumina rápidamente—. Los primeros cinco

¿Podemos hacer eso, verdad, chicos?

—Significa que al menos dos de nosotros tienen que ganar una medalla. —

señala Aarón.

—¡Duh! ¡Matt ganará la de oro! —replica Eli.

La cara de Zach se oscurece instantáneamente. —¿Por qué demonios siempre

asumes que Matt ganará todo?

—Sí, cualquiera de nosotros puede ganar la de oro —dice Mathéo

rápidamente, sintiendo como el calor sube a sus mejillas—. Hoy estaba realmente

sobregirando mis clavados.

—Sigues siendo el único que tiene el The Big Front… —comienza Eli a

argumentar.

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—¡No todo es sobre ese clavado, imbécil! —Zach avienta uno de sus chicharos

a la cara de Eli.

—Yo creo que todos nosotros podemos llegar a los primero cinco muy fácil.

—interviene Mathéo.

—Sí. Oro, plata, bronce. —Aarón apunta a Mathéo, a él mismo y luego a Zach.

—¡Oh, en tus sueños, compañero! —Ríe y Zach patea a Aarón bajo la mesa.

—¿Qué hay sobre mí? —protesta Eli.

—¡Quinto! —gritan los otros dos triunfantes

Mathéo llama la atención de Eli y le da una rápida sacudida de cabeza. A

pesar de ser cerca de un año más grande que Mathéo, Eli ha sido educado en casa

toda su vida; un hijo único, mimado y cuidado por padres fieramente protectores

que viven por sus clavados. Como resultado, él actúa joven para su edad, susceptible

a una justa cantidad de bromas.

Afortunadamente, Zach está muy ocupado examinando su comida como

para continuar molestándolo más. —No puedo creer que tenga que comer esta

mierda por otros trece meses. —Mantiene arriba una cucharada de avena y deja que

escurra de vuelta a su tazón. Sus padres tienen sobrepeso; él comenzó a engordar en

los últimos meses, por lo que está en una estricta dieta baja en calorías—. Después

de las Olimpiadas, voy a comer todos los días en McDonald’s, lo juro.

—Mataría por una Big Mac y papas fritas —coincide Mathéo con una

sonrisa—. Malteada de chocolate, pie de manzana, muffins de mora azul…

—¡Cerveza! —agrega Aarón—. ¡Y no sólo para celebrar por ganar una

maldita medalla! Yo te digo, me voy a poner tan borracho. Como esa vez después

del Mundial, cuando Zach metió toda esa ginebra a escondidas al cuarto de hotel y

nosotros… —Se calla a la mitad de la oración, perplejo, mientras Mathéo finge

cortar su garganta frenéticamente.

—¡Así que! —Pérez sobresalta a Aarón por acercarse de espaldas para

unírseles en la mesa de la cafetería. Bajo, delgado, pero fuerte, él es una figura

demasiado familiar en su usual pantalón para correr negro, un surtido de silbatos,

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llaves y tarjetas de identificación cuelgan de su cuello—. Espero que ustedes chicos

estén discutiendo sobre sus clavados. Sólo quedan tres días para los Nacionales.

Queremos un triunfo total. —Se recuesta contra la silla de plástico. Cruzando sus

brazos y fijando a cada uno con la mirada, ojos estrechos casi negros en su

constantemente bronceada y curtida cara.

Mathéo asiente con los demás, aliviados de que Pérez parece haber perdido

el hilo de su conversación. No lo hubiera considerado gracioso, Pérez es un

entrenador duro, no soporta a los tontos; puede ser dolorosamente franco, y en el

mundo del salto, tiene una reputación de ser extremadamente rápido para enojarse,

lo cual es verdad. Sin embargo, Mathéo lo respeta, incluso le agrada. Pérez ha sido

su entrenador por casi seis años, ha empujado, intimidado, gritado y lo ha arrastrado

a donde está ahora, el número uno del país, justo entre los mejores diez en todo el

mundo. Pérez siempre les recuerda a sus clavadistas que sólo espera una cosa de

ellos, y eso es que pongan tanto trabajo y dedicación como él. No es poca cosa, el

propio Pérez es un ex medallista de oro olímpico en tres ocasiones. Dos veces

divorciado y ahora casado con su trabajo como el principal entrenador de clavados,

se especializa en crear futuros medallistas olímpicos, y en los últimos veinte años ha

entrenado algunos de los más grandes nombres en la historia de los clavados.

—Estoy contando con ustedes chicos —continúa él, con sus cejas fruncidas,

viéndolos comer—. Espero perfectas secuencias de todos ustedes el domingo,

especialmente de ti. —Está viendo directamente a Mathéo, quien siente como se

sonroja—. Resolveremos esos sobregiros de una vez por todas en el trampolín seco

después de la escuela.

—¿Tenemos entrenamiento seco esta tarde? —grazna Eli con sorpresa.

Pérez apenas lo mira. —No, sólo Matt. —Su teléfono suena y se levanta de la

mesa. Palmea a Mathéo en la espalda mientras pasa—. Nos vemos en el gimnasio a

las cuatro en punto.

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Lola está ocupada con el musical escolar toda la mañana por lo que no es

hasta el almuerzo que se las arregla para ponerse al día con ella. Ella encuentra con

él en la mesa de siempre, dejando caer su bandeja sobre la mesa con un estruendo.

—¡Así que, anoche fue divertido! —Se ríe y deja caer su chaqueta, su bolsa y

llaves en la silla a un lado de ella, desenrolla un multicolor chal de su cuello y agarra

su cabello despeinado por el viento en un montón detrás de su cabeza, torciéndolo

hasta hacer un moño rápidamente, con las mejillas rosadas por el esfuerzo—. ¿Cómo

está la resaca?

Mathéo baja su tenedor estrepitosamente y le da una sonrisa sarcástica. —No

muy bien. Y no ayuda el hecho de que alguien me despertó al amanecer y luego

despiadadamente me hecho de la cama.

—Oye, salve tu culo —le recuerda—. ¡Tú papa se hubiera vuelto loco si

faltaras a un entrenamiento! ¿No iras a la piscina esta tarde, verdad?

—No, pero tengo una sesión de entrenamiento con Pérez justo después de la

escuela. Luego tengo que ir a cenar con Loïc y la nueva nana.

—¿Qué? ¿Por qué no puedes cenar con nosotros?

—No te preocupes, voy a organizar algo con Consuela después de este fin de

semana.

Ella frunce el ceño. —Será mejor que lo hagas. Oh, papá y yo estamos

ensayando algunas nuevas canciones hoy en la noche ¿Vendrás a oírlas después de

cenar?

—Claro… —Mastica la uña de su pulgar, con la mente de repente en otro

lugar.

Lola alza sus cejas —¿Nervioso por lo de este fin de semana?

Maldita sea, puede sentir todo. En casa él es experto en ocultar sus sentimientos,

pero con Lola eso es imposible. Ella puede ver a través de él. —Un poco.

El entrenamiento de la mañana no fue muy fenomenal. Sigo teniendo problemas

con The Big Front. —Mira hacia a su plato, ordenando su arroz en patrones con su

tenedor.

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Él empieza con el toque de la mano de Lola en su muñeca. —No es de

extrañar, sólo dormiste tres horas.

—Lo sé, sólo que… no tengo el mejor presentimiento sobre este fin de semana.

—Siempre te pones nervioso antes de las competencias —le recuerda—. Y

luego en ese día tú vuelves esos nervios en adrenalina y vas por ello.

Muerde su labio inferior, incapaz de mirar hacia arriba. —Sí…

—Mattie, tú siempre reaccionas ante la presión, sabes que lo haces ¡Es por eso

que eres el campeón de Europa! ¡Y porque los comentaristas de televisión te

apodaron El Hombre de Hielo! —Ella le da a su mano una pequeña sacudida y suelta

una risita—. Aunque después de anoche, debería sugerirles salir con algo más…

Él ríe, a pesar de sí mismo. —¡Cállate!

—¿Loco al volante? —Sugiere, tomando un sorbo de jugo y medio

ahogándose ante su propio ingenio—. ¡Estoy bromeando, estoy bromeando! —

balbucea cuando Mathéo se estira para aporrearla.

Él se inclina en su silla hacia atrás y la mira a través de sus ojos entrecerrados.

—Eres mala. Quiero el divorcio.

Ella sonríe. —No, no lo quieres ¡Nunca sobrevivirías sin mí, Mathéo Walsh!

A las siete y media de la tarde, finalmente es libre. Esa tarde se sentía

interminable: Pérez lo mantuvo en el gimnasio hasta que hizo una secuencia

consecutiva de diez perfectos aterrizajes en el foso de espuma, cuando llegó a casa

Consuela tenía los nervios de punta, Loïc estaba siendo quejumbroso y se negaba a

cenar, para el momento en que Mathéo finalmente fue capaz de bajar las escaleras

con el pretexto de usar la sala de entrenamiento, se sentía listo para salta fuera de la

ventana. Diez minutos después de llegar a la casa de Lola, toma su lugar favorito en

la residencia Baumann: el sofá verde descolorido con olor a humedad en el estudio

de Jerry al fondo de su jardín. No es tanto un estudio, más bien como un cobertizo;

las ventanas están manchadas y parte de la madera comienza a pudrirse, pero

gracias a las reparaciones regulares de Jerry todavía se puede mantener de pie.

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Mathéo rueda sobre el colchón, su cabeza apoyada en el reposabrazos, sus piernas

estiradas y cruzadas en los tobillos. Lola se deja caer sobre él, aplastando sus piernas.

—Oh. Ponte cómoda ¿Por qué no?

—Dame un beso.

Él la obliga, tirándola contra su pecho.

—¿Me extrañaste? —pregunta ella coquetamente.

—Por supuesto.

—Bien ¿Dónde está mi café?

—En el piso donde lo dejaste.

—Bueno, ¿me lo pasas?

—¿Necesitas que lo vierta sobre tu garganta también?

Ella entrecierra los ojos y arruga la nariz —Mucho para ser caballeroso…

—Hey, mis días como tu esclavo terminaron, Baumann —se opone—. Ahora

el entrenamiento esta por incrementar, no pienso gastar energía más que en lo

estrictamente necesario. Así que desde ahora tendrás que empezar a buscar tu

propia taza por un tiempo, cargar tu propia bolsa, abrir la puerta tu misma…

Ella vuelve su cabeza contra su pecho con el fin de darle una sonrisa sucia. —

¿Te gustaría tu café vertido sobre tu cabeza?

—Creo que los dos sabemos que esa es una amenaza vacía, Lola Baumann.

Para el momento en que Jerry termina de acomodar su nueva batería, Mathéo

está dormitando cómodamente en el sofá, cabeza media enterrada entre los cojines

mohosos. Lola está tonteando con la nueva batería y Jerry viene de reversa a través

de la puerta, cargando una gran bandeja con refrigerios y bebidas. Lola ejecuta un

exitoso redoble de tambor seguido por un fuerte choque en los platillos, haciéndolo

reír.

Sirviéndose un bocado de papas fritas y acostándose en el sofá, Mathéo siente

un peso repentino a su lado. Algo se presiona contra su pie, Mathéo apoya su cabeza

en su brazo y ve que Jerry se ha sentado a un lado de él con las piernas estiradas.

—¿Cansado?

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—Un poco. —Sonríe en disculpa.

—Lola me contó que no pudiste dormir mucho anoche.

Mathéo siente como el calor aumenta en sus mejillas, pero Jerry está sostenido

una sonrisa y sus ojos están centelleando.

—Umm… bueno…

Jerry le da una sonrisa cálida y palmea su pierna. —¡Oye, sabes que sólo estoy

jugando contigo!

Mathéo pasa las manos por su cara y rueda los ojos en un intento de cubrir

su vergüenza.

—Oye —dice Jerry rápidamente, como si sintiera su incomodidad—. ¡Un fin

de semana emocionante por delante! Siento no ser capaz de ir, la cacería fue

reservada desde hace casi un año.

—Lo sé, lo sé. No te preocupes por eso.

—Nosotros, por supuesto, grabaremos la cobertura de la televisión para verla

en la tarde, sin embargo.

—¡Espera a escucharlo de mi primero, podría ser una vergüenza total! —

Mathéo medio bromea con una sonrisa.

Jerry le devuelve la sonrisa, pero hay un ligero ceño entre sus cejas —

¿Nervioso?

—Nah. —Empieza Mathéo, pero la amabilidad en la cara de Jerry y el pliegue

de preocupación entre sus cejas le recuerda que no tiene que fingir aquí. Y muy

parecido a su hija, Jerry parece instintivamente en sintonía con las sensibilidades de

todos alrededor de él—. Bueno, en realidad, sí. Se espera que gane las nacionales, y

eso es peor de alguna manera. Preferiría ser el perdedor esperado.

—Oh sí, puedo entender eso. Pero la manera en que lidias la presión en todas

las competencias es realmente extraordinaria. Sé que es fácil para mí decirlo, pero

trata de no preocuparte ¿Está bien?

—Sí, está bien…

—¿Cuándo estarás fuera?

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—Mañana en la mañana —responde Mathéo—. Tengo un viaje de una hora a

Brighton con el equipo. Luego entrenamiento en la nueva piscina. Después iremos

de vuelta al hotel y las preliminares empiezan en la mañana.

—Será emocionante verte en la televisión otra vez.

—Hmm.

—¿Tus padres irán a verte?

—Mamá tiene una reunión, pero papá… sí, por desgracia —Encuentra los

ojos de Jerry y hace una mueca de sufrimiento.

Jerry hace un chasquido de desaprobación con la lengua y sacude la cabeza

con una sonrisa irónica. —Tu mamá trabaja muy duro, ambos. —Hace una pausa—

. Te hacen trabajar duro también… ¿Has estado descansando lo suficiente?

—Estoy bien. —Mathéo siente como se sonroja ligeramente. Ellos siempre lo

animan un poco, Jerry lo mira preocupado, es como si supiera cuanto de ello obtiene

en casa.

Inclinándose para revolverle el cabello, Jerry dice—: Sólo se cuidadoso ¿Está

bien? El salto no es el deporte más seguro del mundo y Lola estaría devastada si algo

te ocurre. —Hace una pausa por un momento—. Y también lo estaré yo.

—Oh, no te preocupes. —Mathéo lo empuja lejos con una risa—. Estaré bien.

—Oh lo sé. Estas por llegar a donde quieres. Pero entre tú y yo, Lola

necesitaba tranquilizarse un poco la otra noche —dice Jerry en un susurro bajo,

inclinándose hacia atrás con un guiño conspirador.

—¿Sobre qué?

—Sobre ustedes dos, cómo convertirte en una gran estrella olímpica podría

afectar a su relación.

—No me convertiré… —De repente Jerry tenía toda su atención—. ¿Lola

piensa que afectará a nuestra relación?

—Creo que se preocupa de algunas chicas en el equipo de mujeres. Además

de esas adolescentes chillonas que te siguen a ti y al resto de tu equipo por todo el

país.

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Mathéo se ríe, pero siente el calor en sus mejillas. —Raramente salgo con ellos.

No es… ¡Está siendo absurda!

Jerry está sonriendo. —Le dije que creo que no tiene nada de preocuparse —

dice—. He estado alrededor lo suficiente para ver que lo que tienen ustedes dos es

bastante especial.

Él palmea la rodilla de Mathéo, se levanta y sale del cobertizo para hacer un

poco de té, Mathéo mira fijamente detrás de él, sorprendido por la comprensión que

por primera vez, Jerry ha roto la confianza de su hija al decirle sus preocupaciones.

Se pregunta por qué en la tierra sintió que tenía que hacerlo. Se sentía casi como una

advertencia velada, una advertencia de no herir nunca a su hija…

Lola sigue tonteando en la nueva batería; es pasada de las nueve, y tendrá

que irse a casa pronto. Voltea para dale una mirada que ella rápidamente reconoce.

—Está bien, está bien. —Ella baja las baquetas y se acerca, inclinándose

casualmente contra su brazo y hojeando la nueva partitura de Jerry—. Quiero ser

una baterista —le informa lastimeramente—. Creo que sería buena.

—No le harás ningún bien a mi dolor de cabeza —replica Mathéo—. Quédate

con lo que sabes.

Ella empieza a tararear los primeros compases, luego se detiene. —Te

extrañaré este fin de semana.

—No, no lo harás —él bromea—. Estarás muy ocupada en el baile, bailando

con todos los chicos que te gusten.

Ella no responde a la burla en su voz. —Me asusta verte dar clavados en

televisión cuando no puedo estar ahí. Nunca habría estado de acuerdo en ir al baile

de comité de Leavers si hubiera sabido que coincidiría…

—Si ganó una medalla en las Olimpiadas, te avergonzaré al subir a las gradas

y besarte frente a todo el mundo.

—¡Más te vale! —Ella se ríe—. ¡Y después yo te avergonzaría a ti al saltar en

la piscina!

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Se levanta de encima de él, cruza a su lugar en el centro del cuarto para

acomodar el micrófono, y él le da una nalgada mientras pasa.

Con el micrófono y el amplificador finalmente ajustado a su agrado, ella salta

al taburete con su guitarra y abre la partitura, mirándolo con una sonrisa traviesa.

—¿Estás listo para quedar pasmado?

—No precisamente, gracias a mis tres horas de sueño…

Ella esconde su sonrisa, con una mirada de sufrimiento.

—Está bien, está bien. —Mathéo se sienta y descansa su barbilla en el respaldo

del sofá, cuando Lola rasga los primeros acordes, se inclina hacia el micrófono y

empieza a cantar.

Él mira su perfil mientras ella canta hacia la ventana mirando al jardín, que

ahora palidece con el aumento del anochecer. En la casa de enfrente, puede ver a

Jerry en la cocina, limpiando la cena. Lola balancea sus hombros con la canción, casi

bailando con un compás débil, todo su fino y largo cabello rebota contra su espalda

cuando lo hace, atrapando la débil luz de la bombilla. Justo como cada vez que canta,

sus mejillas están sonrojadas, sus ojos brillando. Hija de dos músicos, ambos

considerablemente exitosos en su tiempo, Lola siempre estuvo destinada a mostrar

su talento; la razón por que obtuvo una beca de música en Greyston primero, ahora

ella ha sido aceptada en la prestigiosa Central School of Speech and Drama para

empezar a perseguir su sueño de ser actriz. Pero es más que sólo una mezcla de

pureza y alma en su voz lo que atrae a las personas. Tiene ese elemento indefinible,

esa chispa mágica, que cada vez que canta, el aire brilla a su alrededor.

Las diez en punto vendrán muy pronto, necesita estar en la cama temprano

antes de una competencia: cualquier cosa menos que ocho horas podría afectar su

desempeño. Jerry le desea buena suerte otra vez y lo envuelve en un abrazo de oso

frente a la puerta principal, el olor familiar de cigarro y tabaco en su camisa a

cuadros favorita. Lola insiste en llevar a Mathéo a casa, y como no está oscuro

todavía, él la deja. El sol aún no se ha puesto totalmente, los últimos rayos están

tocando los techos y brillando en la copa de los árboles.

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De la mano, se toman su tiempo, caminando lentamente por el arbolado de

las calles residenciales, aún caluroso, pero más leve ahora después del atareado y

caliente día. El polen cae como polvo dorado desde los arboles de limón y el aire es

intenso y abundante, dulce olor de las flores floreciendo en los setos y los jardines

delanteros. El atardecer se está tomando su tiempo para caer, extendiendo cada

minuto lo más posible, sin prisa para que el día termine. Mathéo se encuentra a si

mismo deseando que nunca lo haga, deseando que este paseo pudiera durar para

siempre. Usualmente está ansioso antes de las competencia, aunque lo lleven al

extranjero y lejos de Lola, pero esta vez es diferente; ahora el desearía no tener que

ir.

—Si caminamos más lento, empezaremos a movernos en reversa. —Lola lo

mira de frente después de varios minutos de silencio, presionando su lengua contra

el interior de su mejilla para contener una sonrisa.

—¡Oye! Tú no tienes que caminar conmigo devuelta.

—Estoy jugando. —Deslizando su brazo alrededor de su cintura, ella lo tira

más cerca, besando su oído—. Sé que sólo son tres días, pero te voy a extrañar.

—Desearía que pudieras venir.

—Yo también. Será la primera vez que falto a alguna de tus competencias. La

primera vez que papá también lo hace.

—Extrañaré su pancarta gigante. —sonríe Mathéo—. ¡Gah! ¡No puedo creer

que le contaste que me escabullí anoche!

—¿Qué? ¡Sabes que a él le gusta cuando te quedas!

—¿Le gusta? Jesús, Lola, debes de tener el papá más liberal en la historia de

todos los padres.

—Sólo es así contigo. Te adora ¡Eres como el hijo que nunca tuvo!

—Él es como el papá que quisiera tener.

Lola se ríe. —Tus padres no son… los más relajados —dice ella

diplomáticamente—. En el fondo, sabes que te aman y sólo quieren lo mejor para ti.

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—No sé sobre eso. Sólo estoy esperando a ver cuánto tiempo le toma a Loïc

accidentalmente llamar a la nueva nana mamá, como lo hizo con todas las

anteriores… —Se detiene repentinamente, sintiéndose incomodo, casi avergonzado.

¿Cómo se podía quejar de su vida, su privilegiada existencia, sus oportunidades, sus

papás? cuando Lola y Jerry viven con un presupuesto limitado…—. ¿Tú… algunas

veces te preguntas por tu mamá? —Él mira su expresión cuidadosamente en la débil

luz, temiendo enojarla. Pero ellos ya han tenido este tipo de conversación antes, y

Lola ha sido muy relajada al respecto. Pero aun así, se pregunta: ¿Cómo seria, crecer,

incluso en el más feliz de los ambientes preguntándote que pudo haber sido?

—A veces —contesta Lola suavemente, balanceando su brazo—. En su

cumpleaños o en el aniversario de su muerte, cuando papá está todo introvertido y

callado. Pero cuando miro sus fotos… es raro, me siento distante, cómo si no pudiera

realmente creer que ella una vez fue mi madre. Creo que es porque nunca la conocí,

o al menos no lo suficiente como para recordar algo. A veces trato de pensar en mi

primer recuerdo, pero nunca alcanzo a llegar a ella.

—¿Alguna vez has deseado tener dos padres? ¿O Jerry es suficiente?

—¡Él es más que suficiente! —exclama Lola con una risa—. Realmente no me

puedo imaginar con dos padres. Por eso me alegro tanto que papá nunca se volvió

a casar o tuvo una novia formal.

—¿Cómo es que nunca lo hizo?

—Creo que mi madre era el amor de su vida —responde Lola, su sonrisa se

desvanece un poco—. Las pocas veces que habla de ella, él sólo dice que fue su

salvadora.

—Guau.

—Sí. Él era un desastre cuando la conoció. Estaba de gira con su banda, se

metió en las drogas por un gran tiempo, hasta estuvo sin hogar.

—¿Y tu mamá cambio su vida?

—Bueno, no inmediatamente. Aparentemente tomó un poco de tiempo. Y

todavía hay una parte de él que es un poco… no lo sé. Como que él bebe y fuma

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raras veces… Pero después de mi mamá… bueno, él trata. Solía salir, como, una vez

al mes cuando estaba en primaria, pero creo que se sentía culpable dejándome en

casa con una niñera desconocida, así que dejo de hacerlo. Quiero decir, obviamente

quiero que sea feliz, pero porque se mantuvo soltero todos estos años pienso que

nos hizo más unidos, así que somos como amigos, mejores amigos ¡Los dos contra

el mundo! —Ella se ríe otra vez. Y Mathéo piensa: se ve tan feliz. Un muy buen padre

es mejor que dos padres mediocres.

—¡Pensé que yo era tu mejor amigo! —protesta él.

—Ustedes dos son mis mejores amigos —dice con una sonrisa—. Puedo tener

dos mejores amigos ¿No puedo? Ustedes son mis dos personas favoritas en el

mundo.

Él la besa de despedida frente a la puerta principal bajo la suave luz de las

farolas, sin ninguna prisa de ir adentro.

—Ya te extraño —dice Lola con dolor, enganchando sus brazos alrededor de

su cuello.

—Sólo son tres días. Estaré de vuelta de Brighton el lunes.

—De cualquier forma, aún te extraño —ella hace un puchero,

coquetamente—. ¿Estás diciendo que no me vas a extrañar?

Él la tira en sus brazos y muerde su nariz. —Claro que lo haré.

Ella acurruca su cabeza contra su hombro y lo mira con un brillo travieso en

los ojos. —¡No olvides decir que no podrías haberlo hecho sin mi cuando estés

sentado en la conferencia de prensa con la medalla de oro alrededor de tu cuello!

Él la mira sacudiendo su cabeza con sufrimiento.

Ella suelta una risita. —¿Qué?

—Eres ridícula —le informa.

—Pero me amas —susurra con una suave sonrisa.

Se inclina para besarla otra vez. —Lo hago.

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Capítulo 4

Traducido por ShakingTheSoul

Corregido por Paltonika

Los pitidos del reloj lo despertaron de su trance. Eran casi las tres de la tarde.

Sentado en el borde de la cama, con los codos apoyados en las rodillas, rodeado del

desastre que es su habitación, Mathéo es consciente de la necesidad de moverse.

Permaneció inmóvil allí por mucho tiempo. Consuela volvería a casa junto a Loïc en

cualquier momento: Lola, Hugo e Isabel en breve abandonarían la escuela. Se da

cuenta de que va a tener que hacer algo con este lío. Dios no lo quiera, Consuela no

debería ver esto: iba a llamar a la policía, y por alguna razón, aún indefinible, él sabe

que importa. La única persona que puede arreglar las cosas es el mismo. Necesita

volver su habitación a la apariencia habitual, ordenada.

A pesar de que no era más que un agujero negro en donde ayer debería haber

estado, otras memorias siguen permaneciendo, anclándolo a algo hacia el presente,

aun así, en esta piscina de caos total, todavía se siente perdido, como un corcho en

el mar. Concentrándose, con mucho esfuerzo, excava los recuerdos más recientes de

su cerebro. Ayer se encontraba en Brighton, en la competencia de las nacionales GB.

No solo compitió, salió primero, recuerda llamar a Lola, y luego a sus padres; se

acuerda de la conferencia de prensa con Aaron, quien ganó la medalla de plata, y

Sam Natt, que venció a Zach por un pequeño margen a la reivindicación con la

medalla de bronce. Recuerda dejar el Centro Acuático para salir a celebrar con el

equipo. Pero no recuerda volver a casa, sin duda se encontraba bastante perdido

después de celebrar una noche en la ciudad. Ahora, permanecía en casa, y por lo que

hoy debe ser lunes, lo que explica la casa vacía: sus padres están en el trabajo, Loïc

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en la escuela, Consuela haciendo las compras de alimentos. Pero, ¿qué le pasó a su

habitación? La única explicación es que la destrozó, pero, ¿por qué? ¿Por qué?

Corriendo hacia la planta baja, hace una mueca por el dolor en todo su cuerpo,

como si dardos lo atravesaran, vuelve con un puñado de bolsas de basura. La mayor

parte de sus cosas tendrán que ser arrojadas. Los trofeos rotos posiblemente podrían

ser salvados, por lo que los empuja contra la parte de atrás de su gabinete, fuera de

la vista. Devuelve los libros a los estantes, empujando las páginas rasgadas y

arrugadas atrás, entre las cubiertas. Su computador portátil lo esconde debajo de la

cama, hay un chico en la escuela que podría ser capaz de arreglarlo. Su escritorio,

sin embargo, está roto más allá de la reparación y el teclado está en varios pedazos.

Los envuelve en una de las bolsas y empieza a acumular la ropa rasgada, DVD’s

rotos, cajas aplastadas, marcos de fotos rotas, e incluso un peine destrozado. La

sangre y el barro manchan las sábanas y la funda de la almohada, así que los arrastra

fuera de la cama, y también los arroja en el cubo de basura.

En la ducha, descubre más cortes y contusiones. Los nudillos de sus manos

están agrietados y ensangrentados, los codos y las rodillas están en carne viva. El

pie derecho duele como loco, los dedos de los pies son una sombra violenta de

púrpura. Hay hendiduras carmesí en los brazos, la espalda, las piernas, como si

hubiera sido atacado por un gato particularmente cruel. Sus rodillas se están débiles,

y siente dolor por todas partes, como si le hubieran dado un puñetazo en repetidas

ocasiones en la cabeza, pecho y estómago. La ducha quema su piel lacerada y el

dolor le da mareo. Parece estar sangrando todavía, ya que el agua de color rosa se

mueve en espiral hacia el desagüe. Debe haber entrado en una especie de pelea en

el bar después de la competencia. Simplemente no hay otra explicación lógica. Pero

en cuanto al caos en su habitación… ¿Tuvo una discusión en su propio dormitorio?

No, eso es ridículo. Sin embargo, su mente parece vagamente consciente de una

especie de pelea, con veces petulantes y puños cerrados, el crujido de los nudillos en

el encuentro con hueso. Y la sangre... No. Levanta la mirada hasta que las imágenes

parpadeantes se desvanecen. No. No puede recordar, no recordaría.

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Vestido con unos vaqueros limpios y una camiseta manga larga, camina hacia

la bulliciosa tarde, y se encuentra tratando de memorizar el entorno, como si tratara

de redescubrir su lugar en el mundo. Las filas idénticas de altas casas blancas, el

color del sol que ilumina la calle, los tramos de hierba que entran y salen de la vista

de acuerdo a las curvas de la carretera.

La calle principal está atestada por compradores de última hora: parejas,

adolescentes, madres persistentes que traen a niños de escuela al aire libre en este

día cálido y soleado. Las personas que salen de sus casas, tiendas, supermercados,

bancos, restaurantes, pubs. Chicas de Chelsea tomando el sol fuera de cafés chic,

charlando en los teléfonos móviles, o caminando del brazo con sus novios de diseño,

recorriendo las boutiques de maquillaje y zapatos. Cuidadores de autos en sus

camisas blancas almidonadas, pegando grandes vales amarillos en los parabrisas de

los autos deportivos aparcados en doble línea amarilla. Motoristas con sus motores

fuera del Club Harley Davidson, mientras que autobuses rojos brillantes, demasiado

pesado en la parte superior, se arrastran junto a la acera, sobrecargado con niñeras

y cochecitos, sonando sus bocinas a los conductores frustrados que intentan realizar

cambios de sentido en medio de los cruces. Obras viales deteniendo el tráfico,

trabajadores con chalecos fluorescentes que perforan agujeros en la carretera,

llenando el aire con un sonido impío que hace temblar el pavimento. Los peatones

se amontonan en los semáforos, una bicicleta por poco omite la apertura de una

puerta de un coche, las motos hacen su camino con mucho pesar, despacio por el

tráfico, que avanza lentamente. A la entrada de la estación del metro un vendedor

de periódicos grita y agita su papel enrollado en la corriente de cuerpos que pasan

por delante de él. En algún lugar en la distancia, una sirena se lamenta. La suciedad,

los gritos, los peatones apresurados cruzan las carreteras congestionadas, los humos,

los bocinas, todo lo rodeaba en una espesa red de ruido.

Todo parece tan normal, piensa Mathéo, y sin embargo, todo parece de

alguna manera, demasiado extraño. Es casi como si él fuera testigo de este tipo de

escenario por primera vez. Se siente como si estuviera en otro lado de algo que todas

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esas otras personas no pueden entender. Como si fuera el único que es consciente

de la locura de la humanidad: el entusiasmo forzado, la gente corriendo de aquí para

allá, poniéndose al borde delante del uno al otro en su necesidad urgente de ponerse

en algún sitio, el donde apenas parece importar. Lo que es imprescindible es la

necesidad de seguir adelante, mantenerse en movimiento, para estar

constantemente ocupado, todo un desesperado intento de engañarse a sí mismos de

que son una parte de este mundo, que de alguna manera son importantes, que las

decisiones y acciones que toman y los lugares a los que van, en realidad significan

algo. Chicos que se amontonan en los pubs, codeándose por los televisores de

pantalla grande y animando a sus equipos de fútbol, las mujeres que hablan sobre

el último par de botas de diseño, los turistas escogen inútiles adornos de vidrio de

color, de boutiques caros… Todo de repente parece tan absolutamente absurdo que

quiere pararse aquí mismo, en medio de la calle, mirando las meteduras de pata de

la existencia humana, y empezar a reír, llorar, o gritar. Lo que antes era tan familiar

se convirtió en locura. Se siente como si quisiera parar a un peatón al azar y

preguntarle a dónde van, qué están haciendo y por qué. Pero a pesar de que la charla

en torno a él es todo en inglés, bien podría ser en una lengua extranjera, una que

hablaba hace mucho tiempo, pero ahora ha olvidado.

Su capacidad para mantener la calma es impresionante. Tratando de

mantener la mirada en la acera frente a él, manteniendo la mente fija en la única cosa

que se siente obligado a hacer. Caminar. Cuando, no tiene ni idea. Es como si más

allá de esa meta no pudiera pensar, como si la válvula de seguridad en el cerebro lo

está protegiendo de sus propios pensamientos viscerales, lo que le obliga a

permanecer arraigados en el aquí y ahora.

Exhausto, abruptamente incapaz de ir más lejos, se detiene y se sienta sobre

una pared baja flanqueando el parque, superado por la ola de calor y ruido. Su

teléfono vibra en el bolsillo, sobresaltándolo como el infierno. El nombre de Lola

parpadea en la pantalla y su primer pensamiento es dejarlo ir al buzón de voz. No

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quiere verla ahora; no la puede ver ahora mismo. Pero la culpa le obliga a contestar

el teléfono.

Habla muy rápido. Suena emocionada. Ella está hablando sobre la

competencia, su salto ganador, viéndolo en la TV ayer por la mañana con Hugo e

Isabel. Está a punto de salir de la escuela y quiere encontrarse con él en Greystone

Park. Le dice que no puede en este momento; que está ocupado. Pero pregunta que

es lo que está haciendo, sólo puede pensar en decir que está comprando en la calle

principal. Le pregunta dónde, parlotea sobre algo de Hugo e Isabel y luego cuelga.

Se encuentra mirando el teléfono en la mano con una confusión aburrida, se siente

atrapado. Posiblemente no puede verla ahora, sonaba tan viva, tan animada. No

reconoce a su propia novia. Aún no se reconoce a sí mismo.

Contra el violento brillo del sol, tres figuras salen en un salto de un taxi hacia

el tráfico que se aproxima, obligando a un autobús de dos pisos a detenerse

repentinamente, chirriando los neumáticos. Esquivando a los vehículos y riendo,

caen a través de la carretera hacia él. Se levanta, pasos atrás y trata de arreglar su

rostro en una expresión normal como vienen cargando, brazos de Lola rodeando su

cuello, el pelo de repente en su cara, sofocándolo. Ella es cálida, suave y perfumada,

sin embargo, se encuentra luchando por empujarla lejos. Ella e Isabel están chillando

sobre algo, sus gritos y chillidos rompiendo el aire. Hugo lo agarra por los hombros

y le da una sacudida violenta y Mathéo rápidamente da unos pasos hacia atrás,

haciendo un esfuerzo grande para sonreír y respirar. Sonreír y respirar. Eso es todo

lo que tiene que hacer por ahora. Ellos están felicitándolo por la competencia de

buceo. Desbordado y desorientado, captura algo sobre una medalla de oro, los

Juegos Olímpicos, algunas cosas en Internet, su foto en el periódico de esta mañana.

—¡No pude dormir, no podía dormir! —dice Lola gritando en su oído, su

rostro esta radiante, sus ojos llenos de alegría—. Pensé que me iba a volver loca,

tumbada en la cama, mirando el reloj, contando los minutos y…

—¡Yo también, yo también! —Isabel golpea su brazo—. Toda mi familia se

juntó a verte en la televisión…

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—¡Y ella me mandaba mensajes cada cinco minutos! —dice Hugo con un

suspiro exagerado—. Y todos los chicos de la escuela fueron tuiteando sobre eso al

mismo tiempo…

—¡Probamos y tratamos de llamar después de las entrevistas! —agrega Isabel

en indignación—. ¡La mayoría de anoche! ¡Pero el teléfono seguía mandándonos al

buzón de voz!

—Nosotros… nosotros salimos a celebrar —dice Mathéo rápidamente con

una sonrisa desdeñosa—. El pub era ensordecedor.

—¿Cuándo volviste?

—¡Dijiste que ibas a venir a casa anoche!

—¡Te esperábamos con alcohol sobrante de los egresados para felicitarte!

—¿Por qué no estabas en la escuela hoy?

Fusionando sus voces, se confunden entre una onda histriónica y todos ellos

aparecen totalmente elevados de adrenalina, borrachos de emoción, su charla

saltando en todas las direcciones con otras preguntas rápidas, llenos de tanta energía

que casi espera que entren en combustión.

—¿Qué pasó con tu rostro? —Lola le sorprende por un momento, su mano

estando en si mejilla—. Está comenzando a aparecer un gran hematoma en la frente.

¿Y esa es sangre en el labio?

—Oh sí. —Empuja su mano despectivamente—. Se puso bastante pesado

anoche con el resto de la plantilla. Tropecé en mi camino a la estación.

Hugo se ríe. —¡Parece más bien que competiste en un torneo de boxeo!

—Ay, ¿tus manos también? —Lola toma la mano para inspeccionar sus

nudillos sangrientos, la piel rallada por las heridas, irregulares rectángulos blancos

rodean cada laceración mojada de color carmesí.

Pero afortunadamente la atención es corta, ya que Hugo e Isabel deciden que

el té está en orden, Mathéo les sigue y se reúnen ruidosamente alrededor de una

mesa bajo una gran sombrilla fuera de uno de los cafés franceses, raspando los pies

de metal de las sillas contra el pavimento.

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—¡Oh Dios mío, es todo en rana! —exclama Isabel con horror, examinando el

menú.

Lola y Hugo se ríen. —¡Oh, no! —Se burla Hugo, sacudiendo la cabeza—.

Croissants, pains au chocolat, café... ¿Que en la tierra pueden significar estas extrañas

palabras?

—¡Ja ja! —responde Isabel—. Sólo porque reprobé francés no significa que

soy estúpida.

—¡No, no, no eres estúpida! —exclama Hugo—. Solo… —Hace sonar los

dedos y sacude la cabeza—. ¿Cuál es la expresión? —Mira a los demás—.

Discapacidad lingüística.

Isabel se pone al límite de su silla y de la mesa redonda para estrangular a

Hugo. Pero luego se resbala sobre su regazo. —Podría comerte… tengo hambre. —

Se ríe, colocando el brazo sobre su cuello y le da un beso. Mirando lejos, su intimidad

de repente lo avergüenza, Mathéo se encuentra con la mirada de Lola. Con una gran

sacudida es momentáneamente consciente de sus ojos escudriñando el rostro y hace

un esfuerzo monumental para mantener la expresión relajada y alegre. ¿Por qué me

está mirando? ¿Puede decir que algo va mal? Apoyo los codos contra la mesa, y gira

para mirar lejos de ella, masticando la uña del pulgar en un intento de calmar sus

nervios.

Todos parecen estar muriendo de hambre. Tan pronto como la comida llega,

desaparece a un ritmo alarmante, todo el mundo ayudando a sí mismos a partir de

los platos de cada uno: cruasanes, éclairs, magdalenas, café. Mathéo mastica

lentamente para que se vea como si estuviera comiendo constantemente, pero sólo

come la mitad de un panecillo. Con todo el reparto de comida y bromas esperaba

que pasara desapercibido, pero Lola mira su plato mientras Isabel y Hugo están

peleando por la última magdalena y levanta las cejas.

—¿No tienes hambre?

—No realmente —responde rápidamente—. Tuve un gran almuerzo.

—Pero me dijiste por teléfono que no habías comido.

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—Me refería desde entonces —dice, mirándola a los ojos preocupados lo

suficiente como para darle una sonrisa tranquilizadora.

Un breve momento de vacilación, y luego gira hacia los demás, su entusiasmo

estrepitoso muestra pocos signos de decadencia en sus burlas, bromean y charlan

animadamente entre ellos. Se mueven en las corrientes eléctricas: sus voces, gestos

salvajes y constante parloteo encendiendo la mesa entre ellos, lo que los marca con

energía. Mathéo siente las corrientes alrededor de él, envuelve su cuerpo, rodea su

cabeza, pero no pueden penetrar su piel para rellenar la caverna helada dentro con

calor, fuerza y vitalidad; no se puede descongelar la escarcha, anestesiar sus

pensamientos o extinguir los horrores de la mañana. Por un momento el contraste

es abrumador y teme que será imposible volver a su estado original.

Mathéo empieza a sentir que ya no puede mantener la fachada, que son sus

verdaderos sentimientos que se muestran. Pánico cae sobre él; sólo desea saber que

va mal. Tal vez tiene que ver con la forma en que todo es inútil. ¿Por qué todo el

mundo se conforma con la hipocresía, la necesidad de poner una cara feliz, la

compulsión a seguir? No sabe la respuesta, sólo sabe que no puede hacerlo más. No

entiende lo que está pasando. Hubo un tiempo, no mucho tiempo atrás, cuando se

sentía encantado de ser parte de este grupo, el conjunto más popular. Pero algo vital

parece haber cambiado. Es difícil de identificar, pero en algún lugar dentro, una

parte de él está desesperada por levantarse y caminar, gritando para ser libre...

aunque a partir de qué, es exactamente lo que no puede decir. Sólo quiere irse a su

habitación, para ocultarse y dormir como si estuviera muerto, tan muerto como se

siente por dentro.

Durante unos instantes, los contempla y se hunde como una piedra, girando

lentamente a través del agua hacia la parte inferior, donde descansa, mientras se

encuentra mirando a la superficie, en un largo camino hacia arriba. Está completo

de una sensación de estar en ninguna parte, puede olvidar lo que él es, olvidar todo

lo que ha sucedido, la persona horrible que se ha convertido en... Toma una

respiración profunda e intenta absorber el ambiente a su alrededor. Sabe que

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necesita con urgencia salir de este extraño temor para analizar todo, olvidar el horror

de la habitación destrozada de esta mañana como si nunca hubiera ocurrido.

Necesita volver a ser popular, Mathéo, el amante de la diversión. Porque eso es lo

que es. Eso es todo lo que es.

Las chicas quieren ir de compras, Hugo sigue hablando con él acerca de la

competencia. Se necesita de todo su esfuerzo para responder, participar con la charla

general. Pero siente que está a punto de romperse, y sabe que necesita alejarse de los

otros antes de que lo haga. El día bosteza abiertamente como una caverna en el pecho

y el sol está pulsando, puede sentir su piel quemándose. A medida que pasan a

través del mercado, los puestos de verano son fuertes y brillantes. De repente, el aire

se vuelve sofocante con el insoportable olor a pescado. Con los ojos saltones y bocas

abiertas que se encuentran allí, escamas de plata y bronce que brillaban en el sol de

la tarde. Los turistas, como si estuvieran en un show, se han reunido para ver a los

peces que se reparten frescos en la loza. Los vendedores de pescado trabajan a su

manera, a través de los productos con gran velocidad: colas agarradas, cuchillo

afilados cortan sus suaves vientres plateados. De vez en cuando la cola continúa

temblando, incluso después de que un pescado se divide en dos y se arroja sobre la

pila, las terminaciones nerviosas aún reaccionan espontáneamente durante unos

segundos después de la muerte. O tal vez, es que posteriormente de la rebanada

brutal el cerebro permanece activo durante sólo un instante más, lo suficiente como

para sentir el dolor, el tiempo suficiente para darse cuenta de que la lucha ha

terminado. Por supuesto, también hay otras criaturas del mar. Hirviendo bañeras de

cangrejos tratando frenéticamente para saltar por encima, uno al otro, agitando

largos tentáculos espásticos en una lucha infructuosa para recuperar la libertad.

Morirán mucho más lentamente, a menudo no hasta que son llevados a casa y se

sumergen en un caldero de agua, donde continuarán la lucha desesperada por la

supervivencia, las piernas a tientas en el aire en cámara lenta, hasta que finalmente

se reducen a la muerte.

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Parece que hay una gran cantidad de sangre, sangre por todas partes, de

hecho. Los otros han seguido adelante hacia el mercado de las pulgas, pero Mathéo

ha parado en algo, y hay carmesí salpicando la punta de una de sus zapatillas. Por

un momento, todo lo que puede ver es de color rojo, el mismo rojo que palpitaba

frente de sus ojos, que se iba en el rio por sus piernas debajo de la ducha de esa

mañana.

De repente, Lola está a su lado, con la mano en su brazo. —¿Mattie?

Su brazo sale disparado sin control, golpeando su mano, con fuerza. Él ve

cómo sus ojos caen en shock.

—¡Ay!

—Lo siento, sólo estoy… no era mi intención hacerlo. —Traga saliva contra el

reflejo nauseabundo en la garganta. Se puede probar la sangre en la boca. Toda esa

sangre, ¿de dónde viene?

—Lola, lo siento, no me estoy sintiendo muy bien. Me tengo que ir…

Ve a su vez, la expresión de alarma en ella y se mueve hacia él, pero ya está

retrocediendo, esquivando a los compradores de la tarde, perdiéndose en la

multitud rápidamente. A medida que los pies comienzan a golpear el pavimento,

un destello momentáneo de un rayo roza por el cielo y el aire alrededor comienza a

zumbar y brillar. La cabeza se llena con la estática, y sus ojos se arrugan brevemente

contra el aura enfermiza, deseando acabar con toda la fuerza como su estómago

empieza a levantar. No, no aquí, pide. No aquí, no ahora. Pero las llamas carmesí

refractante en el centro de su visión lo destruye lentamente, como la luz del sol sobre

el agua en movimiento. Llena los pulmones a toda su capacidad, se esfuerza por

mantener la concentración, un pie delante del otro, repetir, repetir, y repetir. Pero el

suelo debajo de él comienza a lanzar y dar bandazos mientras lucha por mantenerse

en pie y no ceder a la fuerza de arrastre de la gravedad. A medida que comienza a

caer, el pavimento se mece peligrosamente por debajo, convirtiéndose en un callejón

empedrado estrecho, patinando sobre un rastro de cartones aplastados, cáscaras de

fruta y otros desechos. Entonces, agachándose detrás de un contenedor de basura

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alto, clava las uñas en la pared para ayudarse, se inclina y vomita con mucha fuerza

en la cuneta, una y otra vez, hasta que todo lo está saliendo de él es bilis y su

estómago exhalando en seco.

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Capítulo 5

Traducido por Mariela

Corregido por Esperanza

Echándose atrás en su silla, Mathéo intenta centrarse en la larga lista de

puntos en el pizarrón y en el consejero de la carrera con un sordo zumbido a través

de los escombros de su cerebro. Cerca de media mañana, un pincho agudo parece

haber entrado por un lado de su sien y salido por el otro. Su mente está muy fatigada,

lenta y pegajosa, tratando de mantenerse con la monotonía. La cara del Sr. Mason

esta medio escondida en la sombra, y periódicamente Mathéo olvida quien es él.

Teme que si el fósil reseco se aclara la garganta una vez más, puede perderse por

completo y lanzar su cuaderno de notas en la coronilla del anciano.

Su cabeza está empezando a inclinarse en la parte superior de la columna

vertebral, con el peso muerto de su cerebro, en peligro de caer de su mano de apoyo.

Sus pestañas superiores anhelan conocer a las inferiores, y todo se siente brusco,

refractada a través de un prisma de cristal manchado. Su mente está en blanco, como

una mesa limpia. Toma una respiración profunda sudorosa, estancada del aire en

un esfuerzo por sofocar la creciente sensación de frustración que surgiendo en su

interior. Es ridículo. Todo en ello. Dentro de la gran escala de las cosas, sentado en

un salón de clases día a día es tan absolutamente sin sentido e inútil que en realidad

hace que su pecho duela de pensar en ello. La escuela es un montón de mierda,

siempre ha sido una pila de mierda, nunca se molestó en ello hasta hoy. Tiene la

ligera esperanza de que cuando llegue a la universidad, el próximo año, será algo

diferente. Como ahora, todos estos pupilos tomando notas como si su vida

dependiera de ello. ¿Todo para qué? Quiere gritar. ¿Para llegar a la mejor universidad,

para que puedas de alguna forma convencerte que eres mejor que la plebe? ¿Entonces tus

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padres se pueden convencer de que son mejores padres que la plebe? ¿Así esas catorce horas

al día en la oficina de mamá y papá que pagan por una jodida educación privada que nunca

pediste no era sólo una pérdida patética de una vida?

No tiene idea de que carrera quiere, no se puede imaginar una vida más allá

del buceo. En un principio quería estudiar Literatura Inglesa, pero como sus padres

y algunos profesores inculcaron en él, sólo reaparecería después de tres años con el

tipo de grado que lo tendría entrenado para nada más que estupideces haciendo su

camino a través de un ensayo crítico. Sus padres dijeron leyes, medicina, o finanzas,

conviértete en banquero como papá: sí, esa era la decisión obvia. Entonces, a pesar

de no tener interés en el tema, Mathéo hizo lo que le dijo y se aplico para estudiar

economía en Cambridge. Si se mantiene libre de lesiones y lo hace suficientemente

bien en los Juegos de Rio, no tendría duda de continuar buceando por otros dos o

tres Olímpicos, pasando cada minuto del día, ya sea estudiando, trabajando,

entrenando o compitiendo. Hasta que su forma empiece a sumergir, hasta que su

cuerpo aguante. Y después a él le gustaría obtener un trabajo en la ciudad, en alguna

firma de inversión, trabajando cuarenta –y cincuenta- horas como su padre.

Casándose con alguien, teniendo hijos que nunca vería, sin opción pero poniéndolo

en la misma rutina educativa, porque al final del día, la educación es obligatoria, y

por alguna razón: sin ella te enfrentas a una vida de limpiar la mierda de los demás.

Entonces, si consigues lo que significa, tratas de empujar a tus propios hijos tan lejos

de limpiar mierda como sea posible mandándolos a la mejor escuela que puedas

ofrecer. Incluso si implica pasar el resto de tus días trabajando en una profesión vacía

como las finanzas, las inversiones o leyes estafando a los que pueden permitírselo,

a los que no pueden, pero que están desesperados. Como su madre, por ejemplo:

abogado de un pez gordo quien cobra por minuto…Él detesta todo, Mathéo se da

cuenta; el sistema completo. Lo detesta más con cada segundo que pasa.

Otros catorce minutos y treinta y cinco segundos antes del timbre para el

almuerzo. El tiempo presiona sobre él, girando lentamente hasta detenerse,

colgando en el aire. Es un esfuerzo mover sus extremidades, girar su cabeza. El día

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va afuera en la calle, pero aquí, el tiempo se mueve en incrementos infinitesimales,

o no se mueve en absoluto. Él tiene uno de esos caros, relojes análogos elegantes

súper precisos –plata con un amplia correa negra- un regalo de sus padres a cambio

de las cadenas de As y A estrellas que trajo por el GCSE… su cerebro se vacía de

repente. Se siente aplanado, es casi un esfuerzo respirar. No quiere hacer nada, no

puede concentrarse, golpes sordos, mudos contra su cráneo.

Es consciente de los ojos de su maestro sobre él.

—Mathéo, ¿te sientes bien?

El hombre en cuclillas, de mediana edad ha estado caminando arriba y abajo

por las filas y rompiendo de su monologo, se detiene junto al escritorio de Mathéo.

No es hasta que él sube la mirada hacia el rostro ligeramente preocupado de su

maestro que se da cuenta de que a diferencia del resto de la clase, que ahora se

dedican a algún vivo debate, está ahí sentado, estudiando actualmente una astilla en

el escritorio de madera al lado de la caja de lápices sin abrir.

—Uh, no realmente. Dolor de cabeza. ¿Puedo ir a la enfermería?

Pero una vez libre de la clase, no se dirige al salón medico. Considera la

biblioteca, pero no está de humor para la lectura. En cambio, camina por los pasillos

sin descanso, pasando al conserje o un par de estudiantes entre clases, reconociendo

una cara aquí y allá. Se pregunta si alguno de ellos pueden decir solo por como se

ve que su dolor es total, demasiado completo, que lo consume. Es terminal. Se siente

tan atrapado por el horror de la existencia que es duro comprender porque todo el

mundo entero no lo siente también. Sus zapatos escolares lustrados rechinan

rítmicamente contra el linóleo a cuadros rojos y blancos, una banda sonora solitaria

a su confuso sin propósito. Desea poder describir sus sentimientos a alguien,

entonces ellos lo ayudarían: ayudarlo a entender que está pasando. Pero es algo que

apenas puede ponerlo en palabras. Sólo una pesada, abrumadora desesperación.

Temiendo todo. Temiendo la vida. Vaciar el interior, hasta el punto del

entumecimiento. Y aterrorizado de quedarse atascado aquí para siempre.

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El comedor escolar es un mar de acrílico blanco, nada más que blancura, la

gran sala repleta de gritos, empujones, estudiantes riendo. Es tan ruidoso que le

duele la cabeza. Las ventanas de tamaño industrial con vista a los campos deportivos

que deja exceso de sol, inundando las paredes con brillo, convirtiendo todo el lugar

en una caja de luz gigante. Conseguir pasar a través de la línea de buffet parece

tomar por siempre, enfrentado por las opciones que no puede elegir, su estómago se

revuelve al ver y oler toda esa comida. La gente parece estar chocando con él a

propósito; se enfrenta a quien apenas lo reconocen y rompen en sonrisas de

felicitación, se las arregla para asentir y les devuelve la sonrisa, agradecido por el

estruendo general, que ahoga sus palabras a medio formar. Inmóvil, bandeja en

mano en medio de la marea de cuerpos que pasan, que se pierde por un momento,

sin saber dónde ir. Hasta que ve a Lola en el rincón más alejado, lejos de la multitud,

sola gracias a Dios.

Ella está terminando un formulario de solicitud con una mano y con la otra

llevando a su boca un poco de pasta. Mientras pone su bandeja frente a ella y se

sienta, levanta la vista brevemente, antes de regresar a su papel y a su almuerzo.

—Hola —dice él con incertidumbre, lanzada por su falta de saludo.

Ella sigue escribiendo en sus garabatos casi ilegibles y sin levantar la vista,

comiendo de manera sólida. Por un horrible momento él se siente como si fuera

invisible, un producto de su propia imaginación, pero luego ella se traga su bocado.

—Hola —No vuelve a subir su mirada.

—Uh… —Él agarra su tenedor y mueve la ensalada alrededor del plato—.

¿Estás ocupada?

Ella golpea su pluma en su libreta como gesto de exasperación y lo inmoviliza

con su mirada. —No mucho. ¿Por qué?

—Bueno, yo solo… —Se chupa su mejilla derecha, mordiendo y tirando de la

piel—. ¿Estás enojada por algo?

Abre mucho los ojos, como sorprendida por su estupidez. —Bueno, sí, Mattie.

¡Y algo confundida!

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—Acerca de ayer… —Se traga un sabor amargo en la parte posterior de su

garganta—. Lo siento, me fui así como así. No me estaba sintiendo muy bien. Solo

un poco mareado ¿sabes? Tal vez deshidratado por la competencia o algo así.

—¿Eso es el porqué apagaste tu teléfono por dieciocho horas? ¿Y te negaste a

regresar cualquier mensaje que te deje con la nana?

—Me desconecté por el resto del día y parte de la noche —dice la verdad—.

Estaba hecho polvo.

—¡Podrías haberme llamado esta mañana antes de la escuela para decirme

que no ibas a recogerme! Estuve cerca de perderme el primer periodo esperándote.

¡Y pudiste contestar mis mensajes de texto!

Mathéo se fuerza para encontrar su mirada. Los ojos de ella brillan con coraje,

pero también detecta un toque de perplejidad y preocupación que se establece en su

palpitante cabeza. No quiere agrandar su preocupación diciéndole que mantuvo su

teléfono apagado desde ayer, deliberadamente dejando sin revisar para que así no

enfrentarse al diluvio de mensajes de voz de su equipo, sus padres, Consuela, sus

amigos e incluso a la misma Lola.

Ella está mirándolo, esperando una respuesta.

Él saca su labio inferior de entre los dientes. —Metí la pata. Lo siento.

Su boca se abre. —¡Lo sientes! —exclama—. ¡Mattie, he estado muy

preocupada! Si no fuera por tus padres me habría venido redonda.

Él hace una mueca contra el sonido de su voz, sus palabras penetrando la

frágil membrana que parece rodearlo. —Mira realmente lo siento, no quiero pelear.

Lola, por favor no te enojes, no puedo lidiar. Estoy tan cansado… —Las palabras se

le atoran en la garganta y luego se tropieza para detenerse.

—Mattie, no estoy enojada, ¿está bien? Solo estoy preocupada, eso es todo.

No quise… no sabía…

Un gran silencio vacio. Lola tan perdida en las palabras como él. Está

preocupada, él puede oírlo en su voz. Ella extiende su brazo desnudo sobre la mesa

y cubre el de él.

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—Mattie por favor. Por favor, solo dime que está pasando. —Su voz es apenas

más que un susurro.

Sacude la cabeza, fuerza una carcajada y saca su mano. —¡Nada! Solo soy…

Sólo parece que estoy en este estado de ánimo extraño…

Los ojos de ella están buscando. —¿Qué demonios pasó?

—¡Nada! —exclama con irritación fingida—. Yo sólo odio cuando peleamos,

eso es todo.

—No estamos peleando, Mattie.

—Está bien, está bien… bueno, bien. —Toma una respiración entrecortada—

. Porque… porque he mandado a volar el entrenamiento, así que estoy libre para

pasar el rato durante toda la noche, si me aguantas. —Fuerza una risa.

Ella le da una mirada incierta, como sopesando si debe seguir adelante con la

inquisición o aceptar el cambio repentino de su estado de ánimo. —¡Genial! —

exclama después de un golpe—. Es perfecto me puse de acuerdo para ir con Hugo e

Izzy por pizza en el parque y no tenía muchas ganas de ser la tercera rueda.

Su corazón se desploma. Por su vida, no puede recordar como alguna vez ha

tolerado pasar el rato con esos dos, cuando su tiempo con Lola era tan limitado.

—¿Estás listo para esto? —Su expresión debía de haberlo traicionado: a la vez

que se veía incierto.

—¡Claro! Recogeré un poco de cerveza.

—Es entresemana, Mattie.

Se ríe de ella y se encoge de hombros. —¿Y?

—Oye, ¡este es mi hombre! —Hugo levanta su mano para chocarla con

Mathéo mientras trota hacia ellos con un paquete de Stella, tirando de la corbata

abajo, camisa desfajada. Golpea la mano de Hugo y se arrodilla en la hierba entre las

chicas, que están ocupadas dividiendo la pizza. La vista de los pimientos rojos y la

salsa revuelve su estómago por un momento. Arroja una lata a Hugo y se balancea

hacia atrás sobre sus talones, inclinando la cabeza en la briza cálida y toma una

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bocanada de aire. Cuando se da la vuelta se encuentra con los ojos de Lola

observándolo, con el pliegue de preocupación una vez más, frunciendo el ceño.

Fuerza una sonrisa. —Bien, esto es agradable.

Ella le devuelve la sonrisa, pero el toque de tristeza en sus ojos lo arroja por

un momento y su precaria apariencia amenaza con astillarse. Abriendo rápidamente

su lata de cerveza, toma un largo trago.

—¿Estás emocionado de ganar los nacionales? —pregunta Isabel con la boca

llena—. Quiero decir, ¿Ya que ha descendido?

Con un esfuerzo monumental, se obliga a participar. —Sí, ¡por supuesto! —

Levanta las cejas y sonríe en un intento de reforzar las palabras—. Pero, ya sabes,

otro año entero hasta los Juegos Olímpicos. Aún así hay un montón de trabajo por

hacer… —En su voz se nota que se hunde en el pensamiento.

—¡Pienso que esto llama por un juego de beber! —declara Hugo.

—No, yo quiero tomar el sol. —Sacando una revista de su bolso, Isabel la abre

y trata de descansar, pero Hugo de inmediato se la arrebata de las manos.

—¡No seas tan aburrida, Izzy!

—¡Ow ow ow! —le grita—. ¡Muchos trozos de papel!

—Te lo mereces.

Sus bromas son fuertes e irritantes, destacando el tenso silencio entre Lola y

él.

—Matt, Lola ¿están dentro? —grita Hugo, golpeando con fuerza las piernas

desnudas de Isabel con la revista enrollada.

—¿A que estamos jugando? —pregunta Lola cautelosamente.

—Yo nunca he…

—¡Excelente! —exclama Lola. Mira a Mathéo y le dispara una sonrisa

alentadora—. ¿Entras?

Sonríe y le da lo que espera sea un guiño adecuadamente entusiasta. —¡Claro!

—Arrastrándose de rodillas más cerca del grupo, se inclina hacia adelante en un

intento de destacar su intención de participar.

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Todos se sientan, cayendo silenciosamente mientras empiezan a pensar en

sus declaraciones, la primera lata de cerveza colocada en el centro de su círculo.

Después de un momento de cuidadosa consideración, Hugo comienza. —Yo nunca

—se detiene para efecto dramático—. Hice un trío.

Él observa alrededor esperanzadoramente.

Nadie reacciona. Entonces, de repente, con un suspiro dramático, Lola

levanta un brazo y llega a la lata.

—¡De ninguna manera!

—¡Siempre lo supe!

—¡Muy graciosa!

Ella se cae hacia atrás, riendo, dejando la lata sin abrir.

Isabel sigue. —Yo nunca… lo he hecho en el campo. —Ella mira a Mathéo

para ver su reacción.

Él mira a Lola —¡No puedo creer que le dijiste!

—¿Qué? ¿Cuándo? —Hugo parece indignado.

Mathéo alcanza la lata y toma un buen trago antes de pasarla a Lola. Las

chicas se ríen —Última Pascua —cantan ellas al unísono.

—¡Nunca me contaste eso! —protesta Hugo.

—Puedes ser mi mejor amigo, pero hay cosas que guardo para mí. —se burla

Mathéo.

—¿Cómo es que Izzy sabía?

—¡Porque son chicas! ¡Hablan de todo! —Mathéo se ríe, realmente, por

primera vez en días. Se siente bien. A medida que el juego continúa, siente que se

empieza a relajar, el alcohol y las bromas superficiales aquietando sus pensamientos

furiosos. Esta es la normalidad, se recuerda a sí mismo. Este es el tipo de cosas que debería

estar pensando. Quién besuqueó a quién y cuándo, quién fue el primero en tener relaciones

sexuales, quién ha hecho las cosas más extravagantes o locas…

Lola tiene un brillo travieso en sus ojos. —Yo nunca he fantaseado con mi

maestro.

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—¡Zorra! —ríe Isabel, pateando hacia ella con su pie desnudo.

—¡De ninguna manera! ¿En Greystone? —pregunta Mathéo.

Hugo rueda los ojos. —Recuerdas ese estudiante de año sabático Ronnie algo.

—Él era realmente caliente —comenta soñadoramente Lola.

Mathéo le da un empujón juguetón. —¿Qué, tú también?

—¡Infiernos, sí! —Se ríe de su indignación.

—¡Tengo uno! ¡Tengo uno! —grita Isabel, iluminada por la venganza.

—Yo nunca —le da una sonrisa malvada a Lola—. He sido arrestada.

—¡No fui arrestada! —grita Lola, riéndose.

—Bien, está bien —se retracta Isabel—. Entonces nunca he cometido un

crimen.

—¡Agarrar un brazalete de plástico de Claire’s Accesories cuando tenía trece

años es difícilmente un crimen! —protesta Lola.

—Uh, si lo es ¡Ladrona! —Hugo empuja la lata de cerveza hacia ella y Lola

toma obedientemente un trago.

—¿Alguien más? —Ríe, moviendo la lata alrededor entusiastamente—.

¿Alguien más es un duro criminal como yo?

Ella está viendo directamente a Mathéo, como si supiera. Como si conociera

de la mañana de ayer, y la habitación tirada, las raspaduras en sus codos y rodillas,

los rasguños en los brazos y la espalda; como si no creyese en su historia sobre el

moretón en la frente, el labio cortado, sus costras de los nudillos. Criminal. Como si

supiera que es lo que ha hecho, en lo que se ha convertido.

No es consciente de alzar su brazo y tocar la lata de la mano de ella; sólo el

ruido sordo cuando su brazo se pone en contacto con su muñeca, la lata arqueada

sobre la cabeza de ella, mojándole el cabello con cerveza, dispersando la luz del sol.

—¿Qué demonios…?

Escucha sus gritos de protesta, voces que se alzan en estado de shock y de

alarma, llamándolo de nuevo, exigiendo una explicación, pero él ha agarrado su

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mochila y se puso de pie en un rápido movimiento, y está ya a través de las puertas

del parque, corriendo fuera hacia la calle.

Golpea a la relativa frescura de la casa y se hunde hacia atrás contra la puerta

delantera, con la camisa de la escuela pegándose a su piel en manchas de humedad.

Limpiando la manga por la frente, trata de recuperar el aliento, manchas rojas

perforando el aire a su alrededor. Como su corazón acelerado empieza a calmarse y

el mundo nada de vuelta a enfocarse, gradualmente es consciente de una zumbido

no familiar de actividad en la casa a su alrededor. Patea fuera sus zapatos en el

pasillo y va dentro de la sala. La mesa del comedor esta vestida con un mantel blanco

crujiente y cubierto con platos de comida: huevos de codorniz, caviar con pan de

avena, huevos mimosa, ostras, salmón salvaje, lubina, camarones en conserva,

canapés de salvia y anchoas, elote en la mazorca, arroz con leche, peras al horno,

merengues con fresas y crema… Dos camareros del restaurante Casa Gourmet

todavía desembalando la vajilla y colocándolos mientras su madre –vestida con

vestido negro de coctel con un gran lazo en un lado- se encuentra en el proceso de

convertir la mesa del desayuno en un bar. Su padre, en un traje negro y corbata de

moño, está ocupado haciendo algo con la iluminación del césped. Las puertas del

invernadero se han abierto de golpe, llenando la totalidad de la planta baja con la

luz del sol del atardecer, el olor a hierba recién cortada y el canto de los pájaros.

Su madre voltea a verlo, ojos pronunciadamente enormes por el delineador

negro, brillosos labios rojos dándole una gran sonrisa. —Rápido, cariño. Necesitas

un baño y cambiarte.

Se queda allí, detrás de su mochila, de repente muy consciente de su camisa

mojada, fuera del pantalón, la corbata floja, con el cabello alborotado. —¿Qué está

pasando?

—¡Vamos a tener una fiesta improvisada! —Su madre lo mira como si fuera

un idiota—. ¿No has recibido mi correo de voz? Es para celebrar tu victoria.

La mira y el bullicio de los preparativos con una creciente sensación de terror.

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Quién viene?

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—Oh, sólo unos de nuestros amigos. Colegas de tu papá, algunos míos. Los

Winchester de camino abajo. La mayoría de los vecinos, naturalmente. Archie y sus

padres…

—Entonces básicamente todos sus amigos. ¿Por qué siquiera tengo que estar

aquí? Tengo que trabajar fuera.

Ella parece sorprendida por un momento, y se detiene de pulir los

candelabros. Luego su mirada cambia a enojada —¿Cómo te atreves a usar ese tono

conmigo? ¿Qué te pasa?

—¡Simplemente no estoy de humor para una de sus fiestas!

—¡Esto es por ti, Mathéo! Hablas egoístamente, desagradecidamente…

—Está bien, perdón —dice rápidamente, sintiendo que su enojo estaba a

punto de hervir—. Yo… yo no me di cuenta.

—Por supuesto invitamos a tus amigos también —continua su madre

defensivamente, con su cara de todos colores—. Los otros chicos del equipo, el

entrenador Pérez, incluso a Jerry y Lola…

Ella debe de estar bromeando. —¿Jerry y Lola? ¿Están viniendo también?

¿Incluso sabe Lola de esto?

—No sé, Mathéo, solamente hablé con su padre hace media hora. De

cualquier forma, por favor, recomponte, ve y cámbiate, los invitados deben de estar

llegando en cualquier momento.

Arriba, la puerta del cuarto de Loïc está abierta. Él esta vestido con su traje de

verano crema que está hecho para usarlo en las bodas y ocasiones como esas.

Acentúa la palidez de su cara. Consuela, viéndose incómoda en un vestido de coctel

que no le ajusta bien, se arrodilla delante de él, enderezando su cuello. Loïc dispara

a Mathéo una mirada angustiada sobre la cabeza de la niñera. —¡Ella puso una cosa

pegajosa en mi cabello para que se mantenga arriba!

Mathéo deja caer su mochila en el piso de su habitación y se apoya en el marco

de la puerta. —Está todo bien. Te ves genial, Loïc —dice, tratando de sacar a la luz

una nota de entusiasmo.

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Consuela se vuelve bruscamente, mirando sonrojada y tensa, su maquillaje

exagerado, su cabello que ya cae suelto de su moño. —¡Mathéo, rápidamente!

¿Cámbiate? ¿Tienes traje?

Él cruza el baño, aunque sólo sea para aplacar sus nervios —Sí y sí. Bajaré en

un minuto.

Siempre ha odiado las fiestas de sus padres pero usualmente recibe

advertencia con suficiente antelación para poder hacer otros arreglos o llegar a una

excusa para alejarse. Después de estar presente en la obligatoria media hora,

moviendo un par de manos y respondiendo una docena de preguntas sobre la

escuela, sus planes para la universidad y si tiene una novia, que es normalmente

capaz de escapar relativamente inadvertido con la excusa de la tarea. Pero esta noche

claramente no tiene esa opción, será el centro de atención, no sólo con su entrenador,

sino también sus compañeros de clavados presentes, y de alguna manera tiene que

negociar las felicitaciones, los halagos y las alabanzas, como si fuera digno de todo.

Como si todo le importa; como si diera un bledo por los Nacionales o los Juegos

Olímpicos a toda su carrera de clavados en un momento en su vida que parece estar

quebrándose. Volcadura, caída, fragmentando a sus pies, como el tronco de un árbol

caído, sus ramas de agitación, temblor, como si supieran, en su inquietud, de que

algo terrible ha pasado.

Vestido en su pantalón de traje negro, cinturón con hebilla plateada, y una

camisa de cuello abierto blanca con las mangas enrolladas hasta los codos, Mathéo

pisa lentamente bajando por las escaleras. El aire opresivo, pegajoso con el calor de

los cuerpos, la comida y perfume, el suave rugido de las voces, la música y la alegría

general, todos se levantan para saludarlo. Él pone su cara en lo que sea una

expresión de cordialidad relajada. Una leve sonrisa, no demasiado forzada; una

actitud abierta amigable, un rostro de serena confianza. Todo en desacuerdo

doloroso con los nervios y la confusión que siente en su interior.

Llega a la parte inferior de las escaleras, y la fiesta parece abrirse y tragárselo

completo. La planta baja está abarrotada de gente, esparcidas por el jardín; los

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hombres con camisas de colores brillantes, las mujeres con poca ropa en el cálido

atardecer de junio. Su padre ha puesto fuerte el sonido envolvente y el lugar es casi

ensordecedor. Devolviendo cálidos apretones de manos, alzando la voz para

contestar saludos, dio golpes en la espalda y palmadas en los hombros, Mathéo toma

bocanadas profundas de aire caliente, bochornoso y agradecidamente acepta una

alta copa flauta de champán mientras intenta negociar su camino al relativo frescor

del jardín. El alcohol burbujea en su estómago vacío, su nariz pica con el hedor de

los puros cubanos de su padre, y siente que el sudor empieza a helar por debajo de

su cuello mientras se esfuerza por escuchar lo que dice la gente, forzando la voz para

responder a sus preguntas innumerables, para darles las gracias a sus elogios

efusivos.

—¡Oye, es mi chico de oro! —Lo coge Pérez, viniendo desde atrás y agarrando

a Mathéo firmemente por los hombros, dándole un apretón juguetón.

Sobresaltado, Mathéo casi le da un codazo a su entrenador en la cara antes de

ser girado alrededor y le dio un fuerte abrazo y varias palmadas en la espalda. La

gente ya ha empezado a reunirse alrededor. Ras a la cara y con risa falsa, Mathéo

vanamente intenta esquivar gran parte de su entrenador, sudoroso ya que riza el

cabello, le aplaude en la parte posterior de su cuello.

—Están viendo al medallista Olímpico de oro del próximo año —anuncia a la

multitud congregada—. Actuación impecable en Brighton, ni una sola inmersión

caída, ¡ganó por una masiva cuarenta puntos! Veinticinco decenas perfectos en el

global, incluyendo un tornado perfecto, un perfecto equilibrio en el doble salto

mortal inverso y por último, ¡un perfecto The Big Front! —Los otros invitados están

inclinando sus cabezas, sonriendo y felicitando a Mathéo políticamente, pero está

claro que Pérez ya esta borracho, su rojo rostro sudado, el dulce olor del brandy de

su aliento—. ¡Otro set como este el próximo año y él enviará a los chinos y

americanos a casa llorando!

Sonriendo con dientes apretados, Mathéo niega con la cabeza en la vergüenza

e intenta soltarse del agarre de Pérez. Trata de hacer su camino a Zach y Aaron, que

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están de pie en la esquina, viéndose aburridos. Pero antes de que pueda llegar a

ellos, Pérez se pone al día con él. —Ahora, puedes celebrar esta noche, pero a partir

de mañana estas de vuelta al plan alimenticio…

—Lo sé.

—Y tan pronto como estés en receso escolar… ¿Cuándo es eso de nuevo?

—En dos semanas.

—Bueno, en ese caso, en dos semanas, en dos semanas el entrenamiento real

empieza. El entrenamiento olímpico. Lo olvide ¿Te he enseñado tu calendario?

—Varias veces —responde Mathéo con una sonrisa tiesa.

—No días festivos, no festejar, no desvelos, nada de comida no nutritiva… —

Pérez corta el aire con su antebrazo, como si fuera golpeando los objetos en una

lista—. Y lo más importante… ¿Sabes lo más importante Mathéo?

Con cansancio, Mathéo niega con la cabeza.

—¡No novia! —Pérez hace retumbar en el salón—. ¡No novia, no sexo!

Alrededor de ellos, las cabezas se giran, personas soltando risitas, y sintiendo

que la sangre se precipita a sus mejillas, Mathéo se aparta de su entrenador borracho

y se abre paso en la multitud. Se las arregla para perder a Pérez, sólo para

encontrarse con sus nuevos vecinos, extendiendo las manos con más saludos.

La noche le parece un teatro elaborado, con el único propósito de sus padres

el cual es lucir los logros de su hijo, su casa, su riqueza, su pequeña familia perfecta.

Los invitados son como actores, interpretando sus partes como juerguistas y

admiradores, a pesar de que la mayoría de ellos apenas saben o tiene el mínimo

interés en los clavados. Su padre, rodeado de su círculo de amigos y compañeros de

golf, es jovial y solicito, sosteniendo su puro y tomando de nuevo mas vino, riendo

de sus propios chistes y volviéndose más locuaz con cada copa, entreteniendo a sus

invitados con una descripción detallada de su reciente viaje de negocios a El Cairo.

En el otro lado del salón, su madre se mantiene balanceando, con una mano en la

cadera, haciendo pequeños remolinos de humo en el aire con su cigarrillo, alto y

elegante entre un grupo de compañeros de trabajo y amigos de almuerzo frente de

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la ventana que da a la bahía, sus copas de vino tinto luminosas con la luz del

atardecer reflejada.

—¿Consuela? ¡Consuela, más vino! —Llama su madre a la niñera que se

encuentra junto a Loïc, que está agarrando su mano con fuerza y sacando una serie

de exclamaciones, suspiros y movimientos de cabeza de la corriente de exagerados

adultos que parecen estar haciendo fila para admirarlo así como él está ahí, inocente,

rubio y adorable. Aunque acostumbrado a ser paseado de esta manera en fiestas,

bodas y otras funciones, Loïc parece no muy feliz, pero su expresión seria y ojos

tristes sólo consiguen incrementar el alboroto de los invitados de sus padres por él.

Parece en pánico por un momento mientras Consuela desaparece detrás de él, y

Mathéo acelera su paso entre la multitud y extiende una mano, que Loïc agarra

inmediatamente con las suyas, siguiendo a su hermano mayor a través de la maleza

y fuera en la oscuridad, en la mancha de sombra de la terraza. Mathéo encuentra un

lugar para sentarse en el césped, escondiéndose en los arbustos de rododendros,

agarrando algo de jugo y vol-au-vent en el camino.

—Aquí. —Se sienta con las piernas cruzadas frente a su hermano, de espaldas

al resto de la fiesta, y pone el plato y vasos en el césped entre ellos.

Loïc lo mira con una sonrisa agradecida, el alivio evidente en su cara. —

¿Puedes quedarte conmigo?

—Por supuesto. ¿Sabes algo? Odio estas fiestas también.

—Pero todos quieren platicar contigo —dice Loïc con la boca llena de vol-au-

vent—. Les gustas a todos.

—Ellos no me gustan, la mayoría apenas me conocen. Es sólo porque son

estúpidos y han escuchado sobre la competencia. —Mathéo queda de frente a la cara

pálida de su hermano, y por primera vez se encuentra preguntándose cómo debe

ser su propio hermano, al ser el único que es palmeado y palmeado pero siempre

se pasa por alto; por sus padres, por sus amigos y por el mismo Mathéo.

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—No es real, lo sabes —trata de explicar—. Su amabilidad, sus preguntas,

toda la plática de chicas. Sólo tengo que fingir que soy feliz, halagado, interesado o

lo que sea. Todo es un juego de Pretendamos.

—¿Es por eso que mami y papi siempre salen a fiestas? ¿Por qué les gusta

jugar a Pretendamos? ¿Es Pretendamos lo que amas de los clavados, entonces? —

pregunta Loïc.

Las preguntas lo toman con la guardia baja. —¡No! —exclama rápidamente—

. Lo amo… —Pero luego se rompe, vacilando. De repente se le ocurre que no tiene

que mentir a su hermano. Por una vez, no tiene ninguna prisa para poner fin a la

conversación, dile lo que quiere oír a fin de ser capaz de salirse—. Solía amar el

buceo —dice en voz baja, cautelosamente, como sólo admitiendo el hecho a sí

mismo—. Quiero decir, una gran parte del tiempo las cosas dolían, o el

entrenamiento era intenso que pensé que me iba a desmayar. Pero cuanto más

entrenado, mejor lo tengo, y… y, bueno, es agradable sentir que eres bueno en algo.

Se siente algo bien ser el mejor. Y una vez que te conviertes en el mejor, quieres

seguir siendo el mejor. Nunca quieres que la sensación se vaya. Pero entonces otros

buceadores vienen y empiezan a entrenar incluso más fuerte, y sigues teniendo que

trabajar sólo para mantenerte siendo el mejor.

—¿Entonces eres el mejor buceador de todo el mundo? —pregunta Loïc, con

los ojos muy abiertos.

Mathéo siente que sonríe levemente. —No, ese es el problema. Yo soy uno de

los mejores. Probablemente el mejor del país. Aunque una vez que te conviertes en

el mejor del país, en un principio se siente realmente asombroso, pero entonces el

tipo de asombroso desaparece. La gente comienza a esperar que ganes las

competiciones, y si no lo haces, se ponen muy decepcionados. Así que quieres tener

esa sensación de ser el mejor de nuevo. Entrenas incluso más duro, y tratas de

convertirte en el mejor en toda Europa, y luego el mejor del mundo entero.

Loïc sostiene su segundo vol-au-vent en la luz mortecina, revisando por

signos de tomate. —¿Así que eso es lo que quieres hacer?

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Mathéo se muerde la comisura de los labios, mirando sobre su hombro a la

multitud de personas en la terraza, sus voces volviéndose cada vez más fuertes con

cada sorbo de champán.

—No, ya no más.

Se sorprendió a sí mismo, pero Loïc continuó comiendo de manera constante,

imperturbable. —¿Por qué no?

—Porque… —Mathéo traga, con la garganta seca de repente—. Porque

después de la competición este fin de semana, me di cuenta que no me gustaban más

los clavados.

—¡Pero ganaste!

—Sí. Pero me di cuenta de que ya no me importa más. No me importa lo que

papá o Pérez piensen de mí. Me di cuenta que estaba harto de ellos, enfermo de que

siempre estén diciéndome que hacer.

—¿Así que vas a renunciar? —Loïc observa ligeramente sorprendido por

primera vez durante la conversación—. Papá… papá se va a enojar…

—Bueno, exactamente.

—Sólo dile que ya creciste y no quieres que te mande más —sugiere Loïc—,

pero con amabilidad —añade nerviosamente—. De forma respetuosa.

Mathéo sonríe pero siente que su garganta se cierra. —Desearía poder, amigo.

Desearía que fuera así de sencillo.

Su padre lo llama desde la puerta del invernadero, viéndose molesto,

entonces Mathéo deja a Loïc entreteniéndose con juegos de su teléfono celular y

regresa a la fiesta. Es presentado a algunos nuevos vecinos y se encuentra

retrayéndose entre del calor y el ruido. Así los Winchesters toman su turno

apretando su mano y palmeándolo en la espalda y sonriendo ansiosamente,

preguntándole sobre su preparación Olímpica y contándole que su hijo de tres años

ya muestra signos marcados de su agilidad sobre el campo de la gimnasia, Mathéo

se termina su bebida y acepta que le rellenen el vaso uno de los meseros que pasaba.

Escanea a la multitud, pero todavía no hay señal de Jerry y Lola, agradece a Dios.

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Deben de haber decidido sensatamente saltar este circo. El volumen está llegando a

su apogeo ahora. Todo el mundo parece estar hablando con una extraña animación,

y es consciente de un sentimiento creciente de desesperación ante la artificialidad

deliberada, en el tono chillón de la voz de su madre a sus propios invitados, pero

sobre todo por la sensación de sí mismo como impostor, alguien haciéndose pasar

por un héroe deportivo cuando en realidad es nada, un menos que nada, un pedazo

de escoria en la tierra ya empañada, una muestra defectuosa de ser humano que

debe ser aniquilado, atado a una piedra y ser arrojado al mar, dejando al mundo más

calmado, sano, un lugar más limpio. A pesar de que habla, bebe, ríe y recibe a los

invitados de sus padres, siente que se hunde, tan bajo que parece haber tocado

fondo. No es una ruptura dramática. El fondo de la roca, de hecho, es muy mundana:

es simplemente la incapacidad de ver el punto en nada y preguntarse porque todo

se ve y siente tan mal en la tierra, muy doloroso y muy mal. Se siente atrapado en

algún lugar entre muerto y vivo, y no se puede imaginar algún lugar peor. Todas

esas personas ¿Cómo pueden seguir hablando, sonriendo y riendo? ¿Pueden sentir

su dolor, su tristeza, su desesperación? ¿Es tan buen actor? Se siente tan

absolutamente miserable que parece de pronto imposible que todo el mundo no se

detenga y sufra con él. Por un lado, está desesperado por mantener la fachada; por

el otro, intenta simplemente caminar a través de una de las paredes del invernadero

y tener los fragmentos rotos afilados cortándolo en cintas así pueden finalmente ver

cómo se siente. Observa a los labios de la señora Wisnchester pintados de rosa,

abriéndolos y cerrándolos, abriéndolos y cerrándolos; escuchando la profunda risa

resonante del señor Winchester, el puff puff de su puro y su respiración áspera, y

quiere gritar, ¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállense todos ustedes! El mundo entero parece

haberse convertido en un laberinto de espejos en el que vaga solo, buscando

frenéticamente la salida de nuevo hacia su vida real, donde la gente tiene sustancia,

genuinos actos, son todo. Pero en algún lugar, de alguna manera, desde que

despertó por la mañana en su habitación destrozada, parece haber caído en una

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pesadilla. Quiere escapar, borrarlo todo, quiere dormir… ¡No, no dormir, maldita

sea, lo que quiere es despertarse!

Después de lo que parece una eternidad, se las arregla para escapar de las

garras de los Winchester y, mientras sus padres están de espaldas, escapa de vuelta

al jardín. El anochecer está empezando a caer: Loïc ha sido escoltado hacia la cama

por Consuela, y sólo unos pocos fumadores quedan en el patio, el fresco del

anochecer introduce al resto de los invitados al interior. Una gran polilla baila en las

áreas de luz y luego desaparece. Respirando en la bendición de la frescura de noche

tarde, Mathéo coge una botella de vino a medio beber, busca alrededor para tomar

una copa y, al no encontrarla, aprieta un par de cigarrillos de un paquete

abandonado. Por una vez, no le importa un comino, de repente imprudente y

autodestructivo, harto de tener que cuidar de su salud durante cada minuto del día.

Moviéndose rápidamente lejos de las luces del patio dentro de la penumbra en el

fondo del jardín, se desliza detrás de un árbol de álamo de altura, se agacha en el

césped para encender su cigarrillo de una de las velas que cubren el jardín, y después

se sienta contra el ladrillo fresco de la pared del jardín, tomando un trago de vino,

acercando el cigarrillo a su boca e inhalando profundamente.

Una sombra cae sobre él, haciéndole comenzar. Se congela ocultando el

resplandor del cigarrillo detrás de su espalda, con la esperanza de que quien quiera

que sea no lo pudiera notar y simplemente paseara de vuelta a dentro.

—¿Qué estás haciendo aquí afuera sólo?

Reconoce la voz justamente cuando enfoca la silueta de Lola. Contrastando

fuertemente con los trajes y vestidos de cóctel del resto de los invitados, sus piernas

están desnudas: lleva sus shorts favoritos, justo por encima de las rodillas, una

camiseta de amarillo pálido, y una pulsera de tobillo de cuero por encima de sus

sandalias Birkenstock. Su pelo largo baja hasta la cintura, su piel pálida acentuando

el puñado de pecas en sus mejillas y sus brillantes ojos verde mar. En la tenue luz

misteriosa, su aspecto es más efímero que nunca: los leves hoyuelos en sus mejillas,

el cuello delgado, la delicada línea de su clavícula. Como siempre, su cara está libre

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de maquillaje y su cabello esta sin adornos; es asombrosa sin siquiera intentarlo. Hay

trazos de violeta debajo de sus ojos; tiene una casi dolorosamente belleza frágil sobre

ella que hace que su corazón le duela. Después de haber tenido que poner un acto

doloroso por la última media hora, él es de repente tan feliz por verla, que quiere

saltar y abrazarla, sentir sus brazos alrededor, asegurándole que él todavía está vivo.

Quiere que lo traiga de vuelta, para recordarse quien fue él alguna vez, para sentir

real nuevamente. Quiere besarla tanto que duele.

—¡Mattie! —Se arrodilla frene a él—. Qué demonios… ¿Estás fumando?

—Sí… —Toma una larga calada, preparándose para una reprimenda, pero en

lugar de eso ella sólo lo agarra de entre sus dedos y lo eleva hacia su boca, inhalando

lentamente. Luego se inclina hacia atrás, soplando anillos de humo en el aire oscuro.

—¿Tu entrenador está aquí? ¡Él jodidamente te mataría si te atrapa! —Se ríe.

—Sí, por algún lado. Pero no podría importarme menos. ¿Dónde está Jerry?

—pregunta.

—Oh, atorado en el cuarto oscuro; tiene la fecha de entrega muy ajustada.

Manda sus felicitaciones.

—Lo siento por de más temprano, no se que se me metió… —Trata de

explicar—. Y lo siento por esto. No tenías que venir.

Ella lo ve con una sonrisa maliciosa, sus ojos brillando con la luz de las velas.

—¿Estás bromeando? Perderme tu fiesta de felicitaciones, todos los asociados en los

negocios de tus padres aplaudiéndote en la espalda y cantando ¿Por ser un buen

compañero? —Ella se ríe, alcanzando la botella y tomando un trago profundo.

Él siente la sombra de una sonrisa que atraviesa sus labios. —¿Entonces

viniste a burlarte en mis horas de necesidad?

—Bueno, sí, básicamente. Pero veo como si me perdí la mejor parte ¿O has

estado acampando aquí todo el tiempo?

—No, yo apenas me fui. Viniste en el momento perfecto.

—Bueno… —duda, balanceándose sobre sus talones y dibujando sus rodillas

debajo de la barbilla—. No estaba segura si me querías aquí.

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—Por supuesto que te quería aquí. Siempre te quiero aquí. —La alcanza,

haciendo contacto con su brazo desnudo, deslizándose a su mano para tomarla.

—Te veías muy molesto cuando te fuiste del parque… —Sus dedos vacilan,

frotando la palma de él con su pulgar.

—Estaba siendo tonto.

Sobre el borde de la rodilla, sus ojos estudian los de él. —¿Qué te puso tan

agitado?

—No lo sé…

Parece insatisfecha. —Sigues diciendo eso —continua—, pero claramente

algo está pasando. ¿Es algo que dije? Es la segunda vez que embistes de esa forma.

Aplasta el cigarrillo contra la tierra húmeda y se queda mirando hacia el

suelo, buscando las palabras correctas. —Estaba siendo estúpido —dice

lentamente—. Por un momento me sentí como, me sentí como si me estuvieras

acusando de ser un… —Su voz tartamudea hasta parar. No puede decir la palabra.

—Siendo que ¿Un criminal? —Sus ojos están muy abiertos con

incredulidad—. Pero Mattie, ¡solamente estábamos jugando! ¿Por qué?... ¿Por qué

pudiera alguno, incluso por un segundo, pensar que eras un criminal? —Da una

pequeña risa, con la frente arrugada todavía en confusión.

Porque ¿me siento como uno? Porque ¿estoy aterrado de que es en lo que me puedo

convertir? Pero no puede decirle a Lola; ni siquiera tiene sentido para él.

Se fuerza para encontrar su mirada. —Lola, yo no… honestamente no se qué

está pasando. Siento como si… como si algo me sucede. Como si tuviera un dolor, y

no puedo deshacerme del, no quiere dejar de lastimar. ¿Sabes?... ¿Sabes a que me

refiero? —Se muerde el interior de su labio, una punzada afilada presiona contra la

parte posterior de sus ojos—. ¿Alguna vez lo has sentido? Es como una sensación de

depresión, o… o soledad. Te sientes separado de todos a tu alrededor, como si ya no

pertenecieras…

Ella lo mira fijamente, con una expresión seria, con la frente arrugada de

preocupación. —Pero no estás solo y perteneces. Me perteneces. Te amo, Mattie.

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Exhala lentamente, tirando de ella suavemente hacia él, deslizando su mano

por debajo de su cabello, ahuecando su mejilla. Sus ojos cerrados y su boca toca la

de ella y la besa suavemente, inhalando su aliento cálido, absorbiendo el sabor de

sus labios, de la lengua. Y de repente es tomado por un nuevo temor, tan violento e

inesperado, lo golpea como un puño en el estómago.

—Lola —susurra entre besos—. Por favor… por favor no me dejes.

—Yo nunca…

—Pero lo harás. —La besa más desesperadamente—. Un día lo harás.

Ella se aleja. —Mattie…

Trata de besarla nuevamente, esta vez sólo llega a la comisura de sus labios.

Ella pone una mano en su pecho, empujándolo suavemente hacia atrás. —

¿Qué pasa con las cosas que dijiste esa noche en el río? ¿No querías decirlas enserio?

¿Pensé que querías quedarte conmigo por siempre?

—Lo hago, pero la vida no trabaja de esa forma…

—¿Por qué dices eso?

—No lo sé —lucha por llegar a alguna razón de ese repentino miedo

inexplicable—. Porque… porque somos jóvenes, estamos todavía en la escuela. —Se

inclina hacia delante de nuevo, sus labios buscando los de ella—. Siendo realistas,

¿Cuántas relaciones entre adolescentes duran toda la vida?

Ella le puso la mano en su cara, manteniéndolo atrás, sus ojos, llenos de

confusión, clavados en los suyos. —Entonces, ¿qué sentido tiene? Sí estás tan seguro

de que esto no va a durar, ¿Porqué continuar?

—No quise decir eso —susurra desesperadamente—. No quiero que

rompamos. Mi Dios, es lo último que quiero en el mundo. Es sólo que estoy tratando

de ser realista. Tú vas a terminar conmigo algún día, yo… yo sólo lo sé…

Lo empuja fuerte, enojada de repente. —¡Deja de decir eso!

La mira fijamente, su pulso zumbando. —Lo siento…

Los ojos de ella parpadean con dolor y desconcierto. —Sí eso es lo que

realmente crees, entonces puede ser que también… —Comienza a levantarse.

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—¡No! —Agarra su muñeca, jalándola abajo fuerte contra él.

—¡Mattie! —dice sorprendida.

Siente que la oscuridad lo succiona de nuevo. —No quería decir esas cosas.

Sólo estoy muy cansado…

—¿Tan cansado de qué?

Traga en un intento de retroceder el creciente dolor dentro de su garganta. —

¡Cansado de sentirme así! —Su voz se eleva—. ¡Como si no te mereciera! ¡Como si

hubiera hecho algo terrible y voy a perderte!

Toma una respiración entrecortada y la sostiene. El silencio se extiende entre

ellos, por lo tensa, tan frágil que se siente seguro de que encajará. Mirando lejos de

ella a la oscuridad, se obliga a tomar una respiración profunda. Inhala fuertemente

y vuelve la cabeza, tratando de escapar de la mirada de Lola ya que siente que sus

ojos pican. Te necesito, quería decir. Necesito que te quedes conmigo, me sostengas, me

hagas sentir real y vivo otra vez. Necesito que me ayudes, que me digas que está mal conmigo,

que me ayudes a regresar a ser la persona que era, explicarme ¡que infiernos está pasando!

Pero no pudo, no pudo decir nada de eso. Incluso no podía moverse, mirando hacia

abajo en la hierba, respirando con dificultad. Un dolor agudo levantándose detrás

de sus ojos, una constricción quemándole la garganta. Mientras toma una

respiración profunda, siente que las lágrimas se abren paso como cuchillos. Con toda

la voluntad en el mundo, no puede detenerlas.

—¿Mattie?

Reconoce la alarma en su voz. Aprieta la uña del pulgar en su labio inferior.

Lola extiende su mano y lo toca. Con un movimiento de cabeza, empuja hacia

atrás el brazo reconfortante. Las lágrimas, calientes y pesadas, se amontonan en sus

ojos. Una respiración entrecortada escapa como rozando el lado de su mejilla. Se la

sacude rápidamente con un movimiento de su muñeca.

—¡Jesús, Mattie! —Lola lo está mirando, horrorizada, su pecho subiendo y

bajando rápidamente, como en pánico.

—Estoy bien. No es n-nada…

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—Cariño ¿Cómo puede ser nada? —Lola suena sin aliento, casi cansada—.

¿Qué demonios está pasando?

—¡Yo, no sé!

—¿Tu papá te ha estado dando un momento duro otra vez? ¿Algo pasó en el

entrenamiento? O ¿O en la escuela?

Él sacude la cabeza y se voltea mientras otra lágrima cae, y luego otra;

presiona las palmas de sus manos fuertemente en sus ojos y sostiene su respiración

en un desesperado intento de detenerlas.

—Esto pasará —dice frenéticamente, limpiando sus ojos con la parte posterior

de su mano—. Estoy… lo voy a solucionar. T… tal vez estoy pasando por una especie

de fase. —Da una pequeña risa, pero siente otras lágrimas derramándose.

—Esto no es una fase… tú estás molesto por algo. —Acaricia el lado de la cara

de él, su voz saliendo suavemente desesperada—. ¿Es algo que no quieres decirme?

—No sé. ¡Ah… jodido infierno! —Se frota fuertemente la cara, con las mangas

de su camisa, las palmas de las manos—. Tal vez necesito ir a dar un paseo o algo

para ordenarme. Quizás…

—Shh, detente, quédate aquí conmigo —dice Lola suavemente, sus manos

firmes alrededor de sus muñecas—. Vamos a solucionar esto. Vas a estar bien.

—Estoy… tengo miedo de estar cayendo en pedazos. —Aprieta el puño

contra su boca para ahogar un sollozo—. Todas estas cosas parecen que me están

pasando a mí. Y… y ¡están completamente fuera de mi control!

Lola pone sus dedos en su boca para silenciarlo. —Oye, todo está bien. Nadie

puede estar en control todo el tiempo —le dice suavemente—. Ahora mismo estas

molesto, eso es todo. Todo mundo se molesta algunas veces. No te estás rompiendo

a pedazos. E incluso si lo haces, no debe ser el fin del mundo. Yo estaré aquí.

¿Quieres? No deberías estar por tu cuenta.

—Yo sólo tengo esta terrible sensación…

—¿Acerca de qué, cariño?

—Que… que las cosas han cambiado. Que no podemos permanecer juntos…

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—Oh Mattie, tu solamente estas pensando de más. Tal vez estás cansado de

más porque todavía te estás recuperando de Bringhton.

Recuperando de Bringhton… Un escalofrío corre por su cuerpo. No, nunca se

recuperará de Brighton, de lo que ocurrió allí, nunca encontrará su camino de

regreso de la terrible persona en la que se convirtió. Un destello de rojos roces sobre

la superficie de su visión, el olor de la sangre, tierra y sudor, ruido sordo de pies

golpeando el suelo seco, aliento saqueado estallando de sus pulmones. Aprieta la

mano contra sus ojos.

—Mattie, escúchame cariño. Siempre estaré aquí para ti. Siempre te amaré. —

La voz de Lola es suave, muy suave. Él asiente, pasa la parte posterior de su brazo a

través de su cara y toma una respiración irregular. Después la mira y se las arregla

para darle un sonrisa avergonzada.

—Ven aquí. —Ella se inclina hacia adelante y respira las palabras contra su

hombro, pone sus brazos alrededor de él y lo aprieta, sujetándolo firmemente como

si se desintegrara bajo su toque, cubriéndose la cara con las manos. Riachuelos se

forman por las grietas entre sus dedos; las lágrimas duelen, su cabeza duele, todo

duele. Se aprieta contra ella, tratando de detener el ataque, tratando de detener el

flujo, pero es como si su cuerpo tuviera voluntad propia, lo que lo obliga a

comunicarse con Lola, enseñarle lo mal que se siente, incluso si piensa que es lo

último que quiere hacer en estos momentos… Pero gradualmente, después de varios

minutos de silencio, lágrimas de dolor, siente alivio de la opresión en su pecho, de

un poco del dolor en su mente. Lola sólo lo sostiene silenciosamente, su cabeza

descansando sobre la de él, y lentamente comienza a recomponerse, enterrando

firmemente el dolor -aún presente, pero más débil ahora- muy profundo dentro de

él. En el fondo, de vuelta a donde pertenece.

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Capítulo 6

Traducido por Daniel

Corregido por Esperanza

Él tuvo la respuesta. Su fuerza era incapaz de reprimir sus sentimientos,

incapaz de traer de vuelta su vida libre de preocupaciones, sin poder devolver a la

persona que era antes de esa noche… pero podía tratar. Recuerda lo suficiente de su

antiguo yo, para ser capaz de dar una buena impresión, manteniéndose ocupado.

Llenando sus días con entrenamiento -buceo en piscina, buceo seco, acrobacias,

gimnasia y ejercicios en casa- así como pasar el tiempo con sus amigos, y lo más

importante, Lola; permitiéndose fingir que todo el mundo, incluido él, ha vuelto a

la normalidad, que la ola negra ha disminuido, el enorme velo se levantó; para la

sofocante burbuja que ha estallado, permitiéndose una vez más un paso atrás en el

mundo real. Un mundo donde su mayor preocupación es sobre ser perfecto. El Big

Front, haciendo horas extras en la piscina para satisfacer a sus padres, hallando

excusas para llegar a casa tarde con el fin de pasar el rato con Lola. Y para el

momento, parecer estar en el trabajo. Teniendo cuidado de pasar poco tiempo a solas

como le sea posible, trabajando con la música a todo volumen, en Skype con Lola

muy tarde en la noche, incluso pasando tiempo con LoÏc antes de que sus padres

vuelvan a casa. Casi dos semanas han pasado desde las Nacionales, la escuela está a

punto de terminar. Los oscuros pensamientos están ahí, las aguas negras hirviendo

a fuego lento, pero se mantienen debajo de la superficie, profundamente debajo de

la superficie, empujadas bajo los lugares más profundos de su mente.

Jerry tiene durante la noche una sesión fotográfica en Paris, y Lola decide que

tener la casa para ella sola exige llevar a cabo una pijamada.

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—¿No estamos muy grandes para pijamadas? —protesta Mathéo mientras

ella brillantemente surgiere la idea, él cruza a través de la mesa de comedor.

—No, esto será muy maduro —Lola suelta una risita—. ¡Voy a cocinar! Arroja

los brazos en un expansivo gesto y golpea la coctelera de pimientos.

Mathéo empieza a reírse. —¿Tú…cocinar? Nunca has podido comer sin

enviar cosas volando.

Ella toma un largo bocado de yogurt y saca una lengua blanca.

—¡Muy maduro de tu parte, Lola!

Empieza a reír salpicando yogurt a través de su bandeja. Él se oculta debajo

de la mesa. —¡Mírate! ¡Eres un peligro para la salud pública!

Ella arruga los ojos en un esfuerzo desesperado de tragar antes de estallar en

carcajadas. —Deja entonces de hacerme perder la cabeza.

—No estoy haciendo nada. Tú eres la única arrojando pimientas y

bañándome con yogurt.

—¡Mattie! —Limpia sus ojos llorosos—. ¡Deja de burlarte de mí, bastardo, y

escucha!

—¿Estás segura de querer a Hugo e Isabel copulando en tu nuevo sofá cama?

—¿Quieres solo escuchar? ¡Aquí no habrá ninguna copulación!

—¿Es todo? Entonces estoy perdiendo rápidamente el interés en esto…

Lo golpea en el brazo. —¡Detente! Pensé que todos podríamos pasar la noche

en la sala de estar, arrastrar unos colchones abajo y tener una noche de películas.

—¿Y pintar nuestras uñas, y trenzarle el cabello a cada uno? —Empieza a

balancearse de nuevo—. ¿Puedes tratar de tragar antes de empezar a cacarear de

nuevo como una bruja demente?

—Lo juro, Mattie. Tu cabello quizás es un poco corto para trenzarlo, ¡pero voy

a pintar tus uñas aun que sea lo último que haga!

Afortunadamente, para el tiempo de los siguientes días, Lola tiene cosas en

mente aparte de pintar uñas. Llámalo tratar de salvar la cena que está ocupada

incinerándo.

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12

Después de una mañana de acro y una tarde de buceo, Mathéo fue a casa a

cambiarse, dejando una nota para sus padres, con la esperanza de evitar una fila.

Hambriento se une a Lola en la cocina tan pronto como sale Jerry.

—¿Tu estas cocinando, Lola?—exclama Isabel sin creerlo tan pronto como ella

y Hugo llegan.

—Nosotros estamos —señala Mathéo, sentado en la mesa de la cocina y

luchando con el abre-botellas—. Aunque yo no tenía en parte el olor ha quemado.

—¡Silencio, todos! —chilla Lola desde la cocina—. Claro, Izzy. ¿Qué

pensabas? ¿Qué iba a hacerles de comer hot dogs? —Una de las cacerolas burbujea

y ella rápidamente quita la tapa—. ¡Ouch! ¡Joder!

—¿Quieres un poco de ayuda?—pregunta Hugo evitando una carcajada.

—¡No! ¡Yo puedo hacer esto! Ahora quiero que me dejen en paz y… y hablen

entre ustedes o lo que sea.

—Está bien, continúa así, Lola —Isabel se dirige a Hugo—. Creo que la

anfitriona está teniendo un poco de estrés, así que tal vez deberías actuar como si

todo está bajo control y...

—¡Esta todo bajo control! —grita Lola.

—¡Estamos ignorándote, Lola! —grita Isabel de vuelta.

Mathéo abre el bote rojo y vuelve su atención al blanco. —Bien. ¿Qué quieren

beber?

—¡Whisky! —dice Lola, dejando caer una cuchara.

—Uh uh… Nada de alcohol para ti hasta que la cena este ordenada o la casa

entera estará llena de humo.

Lola jura. Isabel se ríe y toma de su vaso algo rojo. Hugo va a buscar cervezas

a la nevera. —Así que, ¿Qué es lo que te origina hacer la cena como una vieja pareja

de casados? —pregunta con un brillo misterioso en sus ojos.

Mathéo acepta una lata de cerveza, y apoya los pies descalzos arriba en la

esquina de la mesa. —Increíblemente estresante —responde tomando un profundo

trago.

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13

—¡Si, podemos ver que estas aquí a punto de un colapso, Mattie! —ríe Isabel.

—¡No bromeo! Ella me pego con una cuchara.

—¡Una cuchara de madera! —dice Lola por encima del hombro, aún haciendo

malabares con los sartenes—. Seguía tratando de comerse todo.

—Bueno, yo estaba muriendo de hambre. ¡He estado entrenando toda la

tarde!

Lola llama a Mathéo para que la ayude a servir y finalmente los cuatro se

agrupan en torno a la mesa de la cocina.

—¿Así que, que es esto exactamente? —Hugo observa su plato, levanta su

ceja con un poco de preocupación.

—No creo que esto tenga un nombre —dice Mathéo.

—¿Salchichas y puré? —sugiere Isabel amablemente.

—Pero hay frijoles horneados —dice Hugo dudosamente, separa una

cucharada de salchichas y frijoles y observa con recelo.

—¡Lo hice a partir de una receta de Nigella! —exclama Lola indignada.

—¿Eh nena…?

Ella se vuelve hacia Mathéo con fastidio. —¿Y ahora qué?

Impidiendo una carcajada. —¿Se supone que el puré sea naranja?

—Algunas alubias cayeron en el ¿bien? —grita Lola fingiendo molestia—.

¡Déjenme en paz, cerdos malagradecidos!

—Espera, espera, creo que deberíamos hacer un brindis —dice Mathéo

diplomáticamente, disparando a Lola una sonrisa conciliadora. Levanta su lata—.

¡Por los cocineros más bien intencionados del mundo!

—¡Por supuesto! —dice Isabel estando de acuerdo.

—¡Y por el final del maldito Greystone! —añade Hugo.

—Por Dios, sí. ¡Queda menos de una semana! —exclama Isabel.

—Oye, creo que nos estamos saliendo del tema. —protesta Lola.

Todos se ríen, levantando sus copas con ella. —¡Salud!

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El aire viciado de cálido amor y camaradería parece envolver la habitación. A

pesar de los colchones que los esperaban delante de la televisión, en la sala de estar,

esto parece repentinamente muy maduro y emocionante.

Hugo está hablando animadamente sobre las próximas vacaciones. —La

primera vez sin la unidad de los padres… va a ser salvaje. —exclama—. Matt, por

favor dime que has conseguido convencer a tus padres para que vengas por lo

menos durante unos días.

—No, realmente tengo que quedarme atrapado en esta nueva rutina de

entrenamiento —responde rápidamente—, pero el próximo año, después de los

Juegos Olímpicos, ¡sin duda!

—Oh, maldición. —se queja Hugo—. ¿Ni siquiera para el fin de semana?

—No, pero Lola va a ir —le dice ligeramente a Hugo.

—¿En serio?

La mirada de Lola se encuentra con la suya a través de la mesa. —Le dije que

lo pensaría. —Algo de brillo deja de repente su cara.

—¡Háganla cambiar de opinión, chicos! —Mathéo se vuelve hacia los otros

dos—. Ella nunca ha estado en el sur de Francia antes y es su única oportunidad de

salir de vacaciones este verano.

—¡Oh, vamos Lola! ¡Lola, por favor! —dicen Hugo e Isabel instantáneamente

uniéndose

Pero sus ojos no han salido de los de él. —Pero prefiero pasar tiempo con…

—No va a haber ni un momento. —dice Mathéo, obligándose a mantener un

tono ligero—. Pérez me entrenará ocho horas al día.

—Tú vienes, entonces. —declara Hugo.

Lola echa un vistazo atrás a Mathéo. —¿Está seguro?

—¡Sí! Yo quiero que vayas… es maravilloso allí.

Lola empieza a sonreír y se vuelve hacia los demás. —Bien, entonces. Será

mejor darme prisa y reservar mi billete.

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—¡Sí! —Chillidos y aplausos vienen de Hugo e Izzy. Mathéo se obliga a

unírseles.

La conversación pronto cambia a otras cosas, como el show de Lola y la final

del torneo inter escolar de cricket. Hugo se levanta y agarra una escoba para

demostrar un golpe de cricket particularmente difícil, muy cerca de decapitar a

Isabel en el proceso, y se ríe de la advertencia de Lola de que si no empieza a ser más

cuidadoso, con el tiempo se encontrará en el juicio por homicidio involuntario. Todo

el mundo está charlando, pero a medida que lo hacen, Mathéo siente, al principio

lentamente y luego, de repentinamente, que se desliza fuera de la conversación. Es

como si algo dentro de él ha cambiado, un pensamiento o la memoria ha vuelto, y

de repente se siente fuera de sincronía con el grupo, como si todos ellos fueran parte

de una obra de teatro y él ha olvidado sus líneas. Ni siquiera se siente dejado fuera

de sus planes de vacaciones: está acostumbrado a ese tipo de sacrificios. No obstante

de la nada, vuelve a ser el eterno forastero con su nariz en la ventana, mirando

dentro de un mundo del que está excluido. Los otros se encuentran de muy buen

humor y cada vez más charlatanes, pero él comienza a tener que hacer un esfuerzo

coordinado para concentrarse en la conversación y tratar de saltar adentro cada vez

que puede, una tarea que no se hizo más fácil, por el hecho de que las chicas se están

volviendo chillonas y Hugo parece que nunca deja de hablar. Sus palabras

repitiéndose a través de su cerebro, lo que le hace doler la cabeza. Se siente pesado

por pensamientos, abrumado por ellos, y terriblemente cansado. Cansado del

ingenio y el intelecto, todo el mundo se muestra como un pequeño genio. Cansado

también de las malgastadas y enredadas energías, de la hipocresía, y de la sensación

de que tiene algo que ocultar. No obstante él lo hace, sabe lo que hace, a pesar de

que todavía no puede recordar lo que es. ¿No puede recordar o no se acordará? Es

casi lo mismo. Brighton. Una noche fresca y un cielo lleno de estrellas. El crujido de

las ramas y el chasquido de sus puños contra la piel, sus puños contra el hueso. Y la

sangre, siempre, siempre la sangre, tan brillante y roja bajo la luz de la luna…

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Apareciendo, al darse cuenta de sus decaídas habilidades sociales, Lola le

destella una sonrisa alentadora, y de repente él desea que los otros dos simplemente

desaparezcan y así podría estar a solas con ella. A medida que la conversación gira

en torno a la programación de la noche de cine, Mathéo alcanza su mano debajo de

la mesa, deslizando sus dedos entre los de ella y apretando suavemente. La cocina

parece haberse vuelto un ambiente muy pequeño, sobrecalentado y claustrofóbico.

A pesar de que la comida en realidad resultó bastante bien, se encuentra sin apetito.

Hablando y gesticulando, Lola retira su mano de la suya y el breve momento de

solidaridad entre ellos se evapora al instante. Muriéndose por alcanzarla de nuevo,

pero ella ya tomó su cuchillo otra vez. Él empuja los dedos en el hueco fresco detrás

de la silla. La fatiga, tanto física como emocional, presiona hacia abajo sobre él como

una fuerza invisible. Como los otros tres cada vez más ruidosos, su propio silencio

parece cada vez más pronunciado, y cuanto más consciente, más crece su reticencia,

más paralizado se siente por ella. Lola está haciendo esfuerzos inquebrantables para

atraerlo a la conversación, pero sigue perdiendo el cebo. Tal vez porque se siente de

pronto dolorosamente en armonía, con lo que los demás deben pensar de él, como

sólo se sienta allí en silencio. Malhumorado, extraño, loco incluso. Y esa es la cosa.

Tienen razón. Por supuesto, tienen toda la razón. Isabel hace brownies de postre, y

Mathéo desliza su mano alrededor de la de Lola otra vez, curvando los dedos

alrededor de su dedo pulgar y presionando su palma contra la de ella. No te apartes,

quiere decir. No sé lo que me está pasando, pero de repente te necesito, realmente lo hago.

Después de la cena cargan el lavavajillas y se amontonan en la sala de estar,

luchando por los colchones y todavía discutiendo sobre qué películas poner. Mathéo

siente como si lo estuviera viendo todo desde una distancia muy grande. Desea que

sólo pudiera encontrar una excusa e irse, pero sabe que Lola no lo compraría, sería

muy molesto si sólo se alejara una vez más. Con un gran esfuerzo, se las arregla para

sacar a relucir las respuestas cuando se le habla, pero se siente de otra manera,

completamente incapaz de iniciar cualquier tipo de conversación. Afortunadamente

Hugo está demasiado borracho para darse cuenta, pero Isabel le pregunta si se siente

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bien más de una vez, y Lola sigue disparándole miradas de alarma que ponen su

pulso acelerado.

Derrumbado delante de Skyfall, una calma relativa desciende a medida que la

noche llega a su fin tras las ventanas sin cortinas. Tumbado boca abajo, apoyado en

los codos y con la mirada perdida en la pantalla de televisión, Mathéo es consciente

de un dolor en aumento dentro de él. Todo le duele. Apenas puede permanecer

inmóvil. Se siente atrapado. Quiere correr, pero ¿dónde? Se siente seguro de que

seguirá siendo siempre así, atrapado dentro de su propio cuerpo, su propia mente.

El dolor emocional es tan fuerte, se convierte en físico. Lo siente anudando y

torciendo su interior, listo para aplastarlo, asfixiarlo. Está perdiendo su agarre,

perdiendo su mente. Pensó que lo tenía todo bajo control, pero de repente nada tuvo

sentido, nunca más. ¿Alguien más sabe lo que se siente estar atascado en algún lugar

entre los vivos y los muertos? Se trata de un mundo intermedio de dolor incoherente,

donde las emociones que pones en el hielo comienzan lentamente a descongelarse

de nuevo. Un lugar donde todo duele, donde su mente ya no es lo suficientemente

fuerte como para poner a sus sentimientos a hibernar. Sus brazos se sienten

incapaces de sostenerlo y deja caer su cabeza entre ellas, apoyando su cara contra el

colchón. Está volviéndose desquiciado. Y está atrapado, literalmente, no hay ningún

lugar donde pueda ir sin hacer una escena. Un animal enjaulado con ningún lugar

para correr.

—Creo que Mattie se quedó dormido. —dice Isabel de pronto

Mathéo presiona su cara en la almohada y ralentiza la respiración a un ritmo

profundo y constante. Sí, que piensan que está dormido. Al menos de esa manera

no tendrá que participar en la conversación, fingir estar interesado en su charla,

forzar la risa en la comedia que los otros están disfrutando.

—¿Matt?

—Déjalo, Hugo. Está hecho polvo desde los entrenamientos. —La voz de

Lola, que proviene del colchón a su lado.

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Minutos pasan. Hugo e Isabel vuelven a su charla. Mathéo es consciente del

cabello de Lola contra su brazo, su cálido aliento en la mejilla. Se necesita toda su

fuerza de voluntad que pueda reunir para no responder cuando siente sus labios

contra la comisura de la boca.

—Te quiero. —susurra.

Contiene el aliento. ¿Ella sabe que está fingiendo? Pero entonces Hugo hace

una observación, Lola se ríe y amenaza con golpearlo, más alcohol hace las rondas.

La segunda película llega a su fin, la charla intercala con períodos de silencio,

y poco a poco todos se quedan quietos bajo el resplandor oscuro de la televisión, y

alguien empieza a roncar. Se hunde en el colchón, abrumado por la tristeza, el

sentimiento es tan fuerte que parece estar en su torrente sanguíneo, como una droga.

El peso de la misma lo llena, Lo empuja hacia abajo. . .

Ella empieza a gritar. Realmente gritando. La especie de grito que viene de

algo más que el miedo. Es un grito de terror, un grito de alguien que sabe lo que hay

en la tienda. Está tratando de escapar, la sangre le sale de un golpe en la cabeza,

arrastrándose sobre el piso de madera. Ella llega a una pared blanca, la alcanza, pero

está acorralada, atrapado como la sombra cae sobre ella.

Le agarró del pelo y la arrastró por el pasillo a un baño, es profundo y lleno.

Y se derrama agua sobre el borde mientras la sumerge en el interior. Ella lucha

dando patadas y se revuelve, salpicando el agua, empapando su camisa, pero el

agarre en su cuello es demasiado fuerte.

Poco a poco sus intentos por liberarse comienzan a debilitarse, se está

deslizando hacia abajo, privada de oxígeno, pulmones empiezan llenársele de agua.

Las últimos burbujas se escapan de su nariz, suben a la superficie y sigue estando,

cara blanca, labios azules, mirando hacia él, con los ojos muy abiertos por el horror

y la incredulidad.

Todavía puede oír los gritos, todavía puede oír sus gritos, pero ahora hay

otros sonidos también. Gritos y gritos, manos tirando de él de un lado a otro,

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sacudiéndolo por los hombros, y ve los ojos, rostros y cabezas que pululan por

encima de él contra el resplandor amarillo brillante del techo.

Los gritos ahora están viniendo de él, llenando sus pulmones y el caos de la

sala, por encima de las voces.

—¡Matt, Matt!, ¡ya basta , estás soñando! —Hugo es el que lo tiene agarrado

por los hombros, sacudiéndolo, tirando de él hacia arriba y gritando en la oreja.

—¡Despierta, despierta! —Isabel se ve perturbada, con los ojos enormes en su

rostro.

—¡Mattie!, ¡vamos. Mírame, mírame!

Está sentado en un colchón en el salón los Baumanns. Él vuelve a mirar a Lola

y trata de detener el grito angustiado de terror en erupción de su boca. Intenta

contener la respiración, se cubre la boca con las manos, lo trata de detener, lo logra,

dejando en su lugar un jadeo, un sonido de asfixia.

Hugo e Isabel se vuelven atrás, sin dejar de mirarlo fijamente en shock.

Siente las manos de Lola a ambos lados de su rostro, manteniéndolo inmóvil,

tratando de detener el balanceo, lo que le obliga a mirarla.

—Mattie, mírame. Soy sólo yo. Es Lola. Estás bien. —dice ella—. Estás bien.

—Su tono es silencioso pero sus ojos traicionan su angustia. Comienza a acariciar

suavemente su espalda, y él es consciente de que su camiseta está empapada en

sudor.

—¡No! —La palabra estalla de él como una bala—. ¡No!

—No, ¿qué?

—¡Ella está bien! ¡Ella está bien!

—Sí, ella está bien. —Lola asiente seriamente—. Ella está bien. Estás bien.

Todo el mundo está bien.

Él escucha su respiración entrecortada crecer, se siente temblar. Sus mejillas

están mojadas. Parece estar llorando, sollozos ahogados rompiendo el tenso silencio

conmocionado.

Hugo está diciendo algo—: Oye, amigo, ¡era sólo un sueño!

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—Estás despierto ahora —le informa Isabel—. Estás despierto, Mattie ¡Está

bien!

—¡Jesús! —Hugo suena vagamente horrorizado—. ¿Qué demonios le pasa?—

Mira a Lola.— ¿Crees que nos puede oír?

—¿Puedes escucharnos?, ¿puedes, Mattie? —Sus ojos están fijos en él como si

estuviera dispuesta a traerlo al presente.

—Sabes que estás despierto ¿no?

Él asiente, tratando de sofocar un jadeo y un sollozo.

—Jesús. —dice Hugo suavemente—. ¿Deberíamos llamar a alguien?

—Solo necesitas calmarte, cariño... Solo necesitas calmarte. —A pesar de su

expresión con los ojos abiertos, la voz de Lola es calmante. Sentada en el colchón al

lado de él, le acaricia de arriba hacia abajo la mejilla, sosteniéndolo cerca.

—Yo... Yo quiero...—Él toma una profunda respiración en un esfuerzo de

estabilizar su voz—. Yo quiero...

—¿Qué quieres? —pregunta ella en voz baja

—Yo solo quiero o… olvidar...—Extiende una mano hacia ella—. Solo

necesito olvidar. ¡Lola tienes que ayudarme a olvidar! —Su voz suena extraña,

quebradiza y con pánico

—¿Qué carajo...? —pregunta Hugo, esta vez alzando la voz de nuevo.

—¿Sigue soñando? —dice Isabel sonando desconcertada.

—Mattie, podemos hacer eso. —dice Lola con seriedad—. Yo puedo ayudarte

a olvidar. —Mira alrededor a las caras en blanco. Se da cuenta de que ellos no tienen

idea de lo que está hablando. Se frota duro las mejillas y toma una respiración

profunda para calmarse.

—So... Solo fue una pesadilla. —Respira—. Solo estaba imaginando cosas. Sin

embargo no recuerdo haber tenido una pesadilla tan real como esta antes.

—¡Lo sabemos! —exclama Isabel.

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Matheó traga forzándose a sí mismo una apariencia calmada. —Siento

haberte levantado. —dice tratando de mantener su tono casual—. Pero estoy bien,

¿de acuerdo? —Una cierta dureza sale en su voz haciéndolo parecer a la defensiva.

—No te ves bien. —dice Hugo todavía sonando profundamente

conmocionado—. ¿De qué demonios fue tu pesadilla?

Se encuentra a si mismo cayendo en el colchón, deseando que Hugo e Isabel

desaparezcan. —Mira, solo dame un poco de espacio, estoy bien ¿de acuerdo? No

necesitan hacer un alboroto. ¡Jesús! —Ya no está hablando en un tono determinado

sino que la ira arde en sus mejillas. Desea que todos desaparezcan. Desea que él solo

pueda desaparecer.

Ellos no tienen que verlo así. No necesitan actuar interesados. ¡Lo están

volviendo loco!

—Amigos, vamos ¡solo estamos tratando de ayudar!

—¡No necesito su ayuda!

—Mattie... —Con la mirada aguda y vigilante, Lola alza sus manos en gesto

de pacificación—. Nadie está haciendo un alboroto ¿de acuerdo?

—Bien. Entonces solo vuelve a dormir. —Se da cuenta del dolor en los ojos

de Lola y lo hace querer gritar—. Voy a tomar un vaso de agua. Buenas noches.

Sale de la habitación, moviendo de un tirón el interruptor de la luz mientras

avanza y golpeando la puerta detrás de él. Inmediatamente, las voces empiezan otra

vez. Hugo dice que nunca vio a Matheo de esta forma, insistiendo en que deberían

hablarle a alguien. Lola responde que eso empeoraría las cosas… en la privacidad

de la cocina, se inclina pesadamente contra la puerta cerrada y se deja caer, con las

manos en sus rodillas. Muerde con fuerza su labio inferior y aprieta los ojos,

rechazando un profundo, y oscuro deseo de tirarse al suelo y llorar. Está empezando

a sentir que se está volviendo loco. Su mente parece estar llena de furia, roja,

chispeando, haciéndolo querer herir cosas, romper platos, herir a alguien. Golpear a

Hugo, abofetear a Isabel, herir a Lola para que entienda como se siente. Se pone de

pie y limpia el sudor de su cara con el dorso de su mano. Se está volviendo loco. Es

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malvado, realmente malvado, malvadamente peligroso. Ni siquiera debería estar

aquí.

Empieza de forma violenta, saltando lejos de la puerta al oír el mando dar

vuelta detrás de él. Se acerca al mostrador y trata de servirse una copa de vino, pero

muy poco logra caer dentro del vaso y el alcohol forma una pequeña piscina carmesí

alrededor de la base, igual a sangre contra las baldosas blancas. Sus dedos están

temblando, proyectando sobras temblorosas sobre la mesas. Su respiración se atora

en su garganta cuando siente a Lola detrás de él, deslizando sus brazos a su

alrededor.

—No. —Comienza a alejarse, tratando de retirar sus brazos de su cintura.

Ella se aferra con firmeza, presionando la boca en medio de su espalda, su

aliento caliente contra su piel.

—Por favor, dime lo que está pasando. Has estado en este extraño estado de

ánimo durante semanas, y es cada vez peor.

Alcanza una esponja para limpiar, la deja caer y presiona la parte trasera de

su mano en su rostro. —No lo sé —su voz se rompe—. ¡Siento que me estoy

volviendo loco!

Ella lo abraza con más fuerza, su mejilla presiona contra su espalda. —¡Jesús,

estas temblando!

Se lleva la botella de vino a sus labios y toma un trago profundo, el líquido

quema la parte posterior de su garganta, arroyos corriendo por el lado de su barbilla

y su cuello. Traga saliva, escupe, asfixiado.

Lola lo libera y trata de tomar la botella de sus manos. —Vamos Mattie. ¿Qué

estás haciendo?

Da un paso atrás, sosteniendo la botella fuera de su alcance, y se le escapa una

carcajada.

—¿Qué parece? Quiero emborracharme. Desmallarme, Olvidar toda esta

mierda.

—¿Qué mierda? —La expresión de Lola cambia de preocupación a angustia.

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Él hace una mueva y se aleja, dejando la cocina y abre la puerta al jardín,

tratando de perderla en el húmedo aire de la noche.

Lanza lejos la pregunta con un movimiento de su mano, consciente de que

ella lo sigue, frotando su labio inferior con la punta de su dedo de la forma en que

lo hace cuando está preocupada. Desea que se marche, que lo deje solo, está enfermo

de ser la causa de su angustia.

—¡No lo sé!

Recostada contra el pesado, cielo oscuro, los techos de los vecinos tienen un

aspecto irreal, una mirada dimensional de figuras pegadas en un collage. Se detiene

al final del jardín, se apoya contra la húmeda pared de ladrillo y se desliza hacia

abajo para sentarse de espaldas a ella, con sus codos sobre sus rodillas, con el torso

flácido y blando. Toma un trago de la botella de vino como si fuera agua, esperando

que eso lo anestesie. Lola se sienta en la hierba y abraza sus rodillas a su pecho, su

camisón blanco se ve fantasmal bajo la luz de la luna.

—¿Emborracharse realmente va a ayudar?

Toma otro largo trago, medias risas, medio ahogado. —¡Sí, especialmente si

después de que la termine me golpeas la cabeza con esta botella!

Ella no sonríe. En cambio, permanece acurrucada con las rodillas debajo de

su camisón, la parte blanca de sus ojos luminosos en la oscuridad. Termina el vino,

inclina la cabeza hacia atrás y mira las estrellas expandirse y contraerse más arriba,

consciente de que el frío ha aumentado a su alrededor, una brisa fría que lleva la

promesa de días más fríos. La piel de gallina se levanta bajo sus ropas mojadas y él

parece ir a la deriva dentro y fuera de la conciencia. Dura para siempre, sólo un

minuto, o pasa tan rápido que casi no sucede en absoluto. Que sea media noche hace

una pequeña diferencia. Si no hay un verdadero comienzo, ni fin real, ¿qué significa

realmente el tiempo?

El silencio los ha envuelto. Las palabras siguen colgadas en el aire. Creando

un torbellino de preguntas sin respuestas que se arremolinan entre ellos. Él puede

decir que lola se ha quedado sin palabras, está perdida sobre qué hacer después. Se

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siente consumido por la terrible sensación de que la está perdiendo, que el abismo

de incomprensión entre ellos es mayor cada minuto, alejándose de él, hacia el mar.

Al igual que la chica en la bañera, sus ojos se clavaron en los de él, tratando

desesperadamente de aferrarse. Pero no sirve de nada, lo puede ver ahora.

Cualquier esfuerzo que haga para aferrarse a ella, será arrancada lejos de él. Ya no

pertenecen el uno al otro, jamás. Lo siente con tanta certeza que le quita el aliento.

Quiere gritarle que no lo abandone aquí, pero sabe que es inútil, que a pesar de sus

esfuerzos, ella no puede llegar a él ahora. Su rostro, blanqueando en la luz de la luna,

aparece frente a él como si se hubiera hundido en aguas profundas, como en su

pesadilla. Poco a poco, sus intentos de llegar a él comienzan a debilitarse, se está

desacelerando. Las últimas burbujas se escapan de su nariz y suben a la superficie,

y ella aun, está mirándolo, con los ojos muy abiertos por el terror.

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Capítulo 7

Traducido por Jessy

Corregido por Daniela B

Falta a la escuela el día siguiente. Le envía un mensaje a Pérez con la excusa

de un mal resfriado y convence a Consuela, después de que sus padres se han ido a

trabajar, de llamar a Greystone. Parece creerle e intenta llevarle sopa, pero mantiene

la puerta de su dormitorio firmemente bloqueada y solamente baja para recoger

refrigerios de la cocina después de que todos se han ido a la cama. Trata de escuchar

música, leer, jugar video juegos, pero no puede concentrarse en nada. Más que nada

intenta dormir; anhela el olvido, la ausencia de pensamientos, de miedos, de

memorias que constantemente amenazan con traspasar la frágil membrana de su

subconsciente. Ya no quiere volver a recordar lo que sucedió aquella noche en

Brighton. Sabe que hizo algo terrible, y que este conocimiento es mucho más de lo

que puede soportar. A veces piensa que tiene alguna idea de lo que podría haber

implicado, pero cada vez que intenta hacerle frente, sus pensamientos patinan en

otra dirección, aterrado de las imágenes que yacen enterradas en los profundos y

más oscuros recovecos de su mente.

Esa mañana dejó temprano la pijamada de Lola con la excusa de entrenar, y

le envió un mensaje más tarde disculpándose por su comportamiento, utilizando

como excusa el uso excesivo de alcohol. Aunque, tiene la sensación de que ella no le

cree, llama para chequearlo en la noche. Aprieta el auricular con fuerza contra su

oreja, como si intentara traerla más cerca de él, absorber el sonido de su voz, llenar

su pecho vacío con la calidez de sus palabras. La extraña desesperadamente,

apretando sus manos en puños y mordiéndose los nudillos para evitar saltar y dar

vueltas para verla. Hay un enorme agujero en su interior, un vacío abismal donde

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ella debe estar, a su lado, en sus brazos, acurrucada contra él. Aunque ella llena su

noche con terrores: oscuros y retorcidos sueños de ella atrapada bajo el agua

ahogándose.

Al día siguiente, sin embargo, no tiene elección. Su madre va atrasada al

trabajo y, a pesar de sus protestas, decide que llevara a ambos hijos a la escuela en

su camino. Loïc está encantado con este inusual giro de los acontecimientos, y

parlotea sin parar hasta que llegan a las puertas de la escuela. A medida que se

alejan, dejándolo todavía agitado en el pavimento, su madre se vuelve hacia Mathéo

con una marcada arruga entre sus finas cejas perfectamente depiladas.

—Anoche llamo Pérez. Dijo que ayer no fuiste.

—Tenía un resfriado. No quería arriesgarme a que afectara mi balance. —

Mathéo se aleja rápidamente de la mirada de su madre, apoyando el codo contra el

borde de la ventana abierta y mordisqueando la uña de su pulgar. Puede decir por

su silencio que no está convencida—. ¿Le… le dijiste a papá? —Se estremece

interiormente ante la nota de ansiedad arrastrándose en su voz.

—No —responde lentamente—. Esperaba que tú lo hicieras.

—No quería preocuparlo —su voz sale frágil y defensiva—. Sabes el alboroto

que hace si me pierdo una sesión.

—Creo que él hubiera sido comprensivo si no te estabas sintiendo bien. —Su

voz se suaviza ligeramente. Suena decepcionada, dolida incluso.

Se arranca un padrastro.

—Pareces un poco… distante, últimamente —continua su madre

silenciosamente, girando el manubrio con un sonido suave y aterciopelado bajo sus

manos perfectamente cuidadas—. ¿Está todo bien?

Este despliegue inesperado de preocupación lo derriba, y por un momento

no es capaz de responder. Tal vez, a pesar de su estilo de vida adicto al trabajo, se

da cuenta de cosas más de lo que él reconocía.

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—Mattie —No lo ha llamado así por años—, si hay algo molestándote, me

gustaría pensar que, como tu madre, soy alguien en quien confías lo suficiente para

hablar de ello.

—¡No! No hay nada —dice demasiado rápido, odiando su tartamudeo

revelador—. Solo estoy un poco cansado después de la, um… la… la, ya sabes… —

Su mente se pone en blanco de repente. Está abrumado con la extraña sensación de

caer por el espacio, como en una zambullida sin forma—. ¿Mamá? —La mira,

respirando fuertemente. De pronto, quiere decirle, todo. El apagón la noche anterior

a la competición, la sensación abrumadora de que algo terrible ocurrió, las

pesadillas, la certeza de que algo en su interior ha cambiado de manera irrevocable.

—Qu’est-ce qui ne va pas, mon chéri?4 —Ella se ha detenido a las afuera de las

instalaciones vacías de la escuela. Se siente sonrojar, con un nudo en la garganta. Tal

vez si no hubiera utilizado esa expresión de cariño, si no se viera tan inusualmente…

preocupada por un momento, habría sido capaz de decírselo.

—No, es… no es nada. Gracias por traerme. Te veo a la noche.

Ella extiende la mano para tocar su mejilla, pero él agarra su maletín y se

escabulle del auto antes de que tenga oportunidad de hacer contacto, cerrando la

puerta dice adiós con la mano de forma tranquilizadora antes de correr por el asfalto

a la clase.

A pesar de que solo han sido un par de días, Mathéo se siente como si no ha

visto a Lola por semanas, y se pasa la primera mitad de la mañana contando los

minutos hasta el recreo. Pero Lola no se encuentra en ninguna parte. A pesar de

haber quedado con ella en su lugar de reunión habitual antes de despedirse en el

teléfono anoche, termina pasando todo el descanso de la mañana sentado en una de

las bancas al fondo del campo de cricket solo como un tonto, fingiendo ver el partido

inter-escolar mientras llama a su móvil y obtiene repetidamente su correo de voz.

Va en busca de ella al auditorio y luego al gimnasio de la escuela, hoy no parecen

4¿Qué pasa, cariño? En francés.

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haber ensayos musicales desarrollándose. Pasa junto a la ventana, parecida a una

celda, del departamento de drama más de una docena de veces, hasta que algunos

de los alumnos empiezan a notarlo y a voltear sus cabezas. Con un suspiro de

exasperación, revisa su móvil por una respuesta a su mensaje, pero no hay nada, y

ahora se está empezando a inquietar. Lola siempre tiene su teléfono con ella, si por

alguna razón no fuera capaz de llegar a la escuela, se lo haría saber. De todas

maneras, parecía perfectamente bien cuando hablaron anoche. Algo debe haber

pasado esta mañana. Algo lo suficientemente serio para evitar que incluso contestara

su teléfono. Está comenzando a sentirse enfermo, lleno con una terrible sensación de

aprehensión, como si nunca fuera a volver a verla.

Cuando finalmente llega el almuerzo, Mathéo coge su bandeja y se apresura

hacia su mesa de siempre en el extremo del comedor, pero encuentra solo a Hugo e

Isabel sentados allí. Deja caer su bandeja sobre la mesa con un estruendo y realiza

un escaneo del concurrido vestíbulo antes arrastrar la silla hacia atrás y tirarse en

ella.

—¿Dónde diablos está ella?

—Bueno, ¡Hola! ¡Es bueno verte también!

—¿Qué? —Se esfuerza en encontrar la mirada inquisitiva de Hugo, con su

voz saliendo más aguda de lo previsto.

Está consciente de las miradas que intercambian Hugo e Isabel. —Tierra a

Matt… —Con un ruido muy irritante, Hugo hace sonar sus dedos en frente de la

cara de Mathéo en un intento exagerado de llamar su atención.

—Estamos justo aquí, ¿puedes vernos? —Isabel se ríe—. Lola no está hoy.

—¿Qué? ¿Por qué?

Ambos se ven tan asustados que se da cuenta que ya no está hablando en un

tono comedido.

Toma una respiración profunda. —Lo siento. Yo… necesito hablar con ella

sobre algo importante. ¿Tienen alguna idea de donde está?

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—Guau ¿una pregunta muy importante? —Hugo realiza su exasperante

meneo de ceja e Isabel resopla.

—Miren, ¿saben dónde está o no? —gritar fue un error: un par de estudiantes

en la mesa de al lado giran ante el sonido de su voz elevada.

—Amigo, ¿qué pasa? —La expresión de Hugo se une con una mezcla de

molestia y preocupación.

—Nada, yo… estoy intentando hacerte una simple pregunta.

—No lo sabemos —interrumpe Isabel con rapidez—. No la hemos visto hoy.

Probablemente tenía una cita con el dentista o algo y olvido decirnos. ¿Has tratado

llamarla?

—¡Por supuesto que he intentado llamarla!

—¡Oye, vamos… tranquilízate, hombre! —Incluso el normalmente relajado

Hugo está empezando a verse molesto por la atención no deseada—. ¿Cuál es la

emergencia?

Mathéo vacía sus pulmones, intentando llevar su tono hacia un registro más

aceptable. —¡Pensé que ustedes eran sus amigos! ¿Ella les importa un bledo?

La cabeza de Hugo se sacude hacia atrás por la sorpresa y lo mira fijamente,

herido. —Oye, oye, oye. Retrocede, amigo. ¡Estás siendo un idiota!

—¿Por qué? —Se encuentra gritando de nuevo, a pesar de sus esfuerzos por

mantener la calma—. ¿Porque soy el único que se preocupa por el paradero de Lola

cuando no se presenta a la escuela y apaga su teléfono?

—A menudo falta a la escuela a último minuto para ir a una de las tomas de

su papá, sabes eso.

Siente su corazón dejar de latir. —Jesús, ¿cómo puedes decir eso? ¡Algo pudo

haberle pasado!

Hugo lo mira fijamente. —¿No crees que estas siendo un poco paranoico,

amigo? ¿Por no mencionar posesivo?

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Mathéo deja de respirar por un momento, sintiendo la sangre subir a su

rostro. Les clava a sus amigos una mirada de furia no disimulada. —¿Posesivo? —

Respira de forma dolorosa—. ¡Váyanse a la mierda!

Antes de tener la oportunidad de pensar, se ha puesto de pie, pateando la silla

y enviando el tenedor repiqueteando por la mesa, volcando el vaso de Hugo. Hay

un repentino silencio en torno a ellos mientras los alumnos de las mesas vecinas se

dan vuelta a mirar la conmoción.

Los ojos de Hugo se ensanchan y toma un respiro para responder, pero antes

de que tenga la oportunidad, Mathéo agarra su bolso y sale a grandes zancadas de

la cafetería.

¡Malditos sean, malditos sean, malditos sean! Camina de un lado al otro en el aula

vacía, con los puños presionados contra su boca, nudillos presionando sus labios

fuertemente contra la arista de sus dientes. Toma respiraciones lentas y rítmicas,

tratando de calmarse. No va a molestarse por la estúpida gran boca de Hugo y sus

réplicas burlonas. Pero a pesar de sus esfuerzos, el conocimiento irrefutable de que

solo ha conseguido distanciarse aun más de sus amigos, se hunde lentamente. Han

estado hablando a sus espaldas desde que regreso de Brighton, de eso está seguro.

Incluso lo tratan de manera distinta ahora, como si fuera un poco frágil, inestable,

roto. Es casi como si supieran. Y sin embargo, es imposible. ¿Quién les hubiera dicho?

A menos que hayan adivinado; que se haya traicionado a sí mismo con su propia

conducta y hayan leído la culpa en sus ojos… Tal vez eso es. Quizás Lola ha

descubierto lo que sucedió y…si ella lo ha hecho, no es sorprendente que no conteste

su teléfono y falte a clases. No querrá volver a verlo. Nunca más. Ella no va a

regresar. ¡Oh Dios!

—Oye —Mathéo gira, desde la ventana, pegando un salto ante el sonido de

la voz de Hugo en el marco de la puerta−, ella acaba de empezar los ensayos en el

gimnasio.

—¿Qué? —Da un paso hacia atrás sorprendido, golpeándose la cadera con el

alfeizar—. ¿Cómo… cómo lo sabes?

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—Un par de séptimo año me lo acaban de decir, en la cafetería. Empezaron

más tarde.

Drenando sus pulmones, Mathéo se hunde de nuevo contra el alfeizar, la ira

de pronto menguando en sus venas, su cuerpo débil con alivio. —Oh… —Siente la

sangre subir a sus mejillas—. Oh, bien….um, gracias. —Tira de un padrastro, y se

queda mirando el suelo, respirando con dificultad.

Hugo lo mira cuidadosamente, con los ojos entornados con preocupación. —

¿Estás bien?

Mathéo respira fuertemente, intenta una sonrisa conciliadora. —Sí, sí. Siento

hablar bruscamente. Solo… yo solo…—Sacude la cabeza, con su voz apagándose

cuando se encuentra incapaz de elaborar una explicación razonable para su anterior

arrebato.

Es consciente de Hugo cerrando la puerta y cruzando la habitación. —Matt,

¿Qué está pasando?

—¡Nada! Yo… yo solo… ¡Nada! —Mantiene la cabeza baja, levanta un brazo

ligeramente para mantener a Hugo a distancia.

Hugo se detiene. Se apoya en la pizarra. —Vamos. Hemos sido amigos por

años, pero de repente siento como si ya no te conociera. Te vas enojado en medio de

las conversaciones; esta esa loca pesadilla; te ves como la mierda.

—¡Gracias! —Se obliga a sí mismo a encontrar la mirada de Hugo y logra una

breve carcajada.

Pero la expresión de Hugo se mantiene seria. —Sabes a lo que me refiero. Te

ves como si no hubieras dormido apropiadamente en años. ¡No me digas que ya

estas estresado sobre nuestro resultados de nivel A! O ¿las cosas no están

funcionando entre tú y Lola?

Mathéo se siente estremecer. —¡No!

—Cielos, vamos… es Lola, ¿no? Te digo todo sobre Izzy.

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—No es lo que piensas, Hugo. —Su voz ha comenzado a elevarse otra vez,

puede sentir la opresión en la garganta—. Es… es jodidamente complicado, ¿de

acuerdo?

—Entonces dime. No voy a cotillear.

Hace una mueca como si lo hubieran golpeado, aspirando el aire a través de

sus dientes apretados. Por un momento piensa que va a perder la calma

completamente, venirse abajo en frente de su más viejo amigo.

—¡Maldición, Hugo! —Golpea su puño contra la ventana tras él—. Solo…

solo deja de hacerme malditas preguntas que no puedo responder. —Su voz se

contrae, lagrimas se arremolinan en su ojos—. ¡Por favor! Jesús…

Hugo se ve momentáneamente aturdido. —Oye, amigo, vamos. No vine aquí

para empeorarlo.

—Entonces para, ¿quieres?

Hugo levanta las manos. —¡Bien! Cálmate, Matt. Lo siento, no era mi

intención molestarte.

Con la respiración entrecortada, Mathéo se vuelve hacia la ventana en un

esfuerzo por recuperar la compostura. Mordiéndose la comisura de su labio, mira

fijamente hacia abajo al partido de cracket en el campo, parpadeando rápidamente.

—¿Quieres que me vaya? —pregunta Hugo después de un largo rato.

Mathéo asiente, sin atreverse a pronunciar otra palabra.

—Bien —Hugo suena derrotado—, pero mira, si alguna vez quieres hablar,

estoy aquí para ti, amigo, ¿está bien?

Conteniendo la respiración, Mathéo asiente y cierra los ojos.

No tiene nada en la escuela por el resto de la tarde así que, en un esfuerzo por

evitar a Hugo, se pasea afuera del gimnasio hasta que Lola termina con los ensayos.

Finalmente, aparece justo después de las dos y, como sus padres todavía están en el

trabajo, la convence para que vuelva a casa con él por la tarde. Está desesperado por

acabar la conversación con Hugo en su cabeza; ha extrañado tanto a Lola durante el

último par de días, que quiere poner todo tras él, deseando sentir la conexión con

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ella otra vez. Aún dolorosamente consciente de los comentarios de Hugo sobre su

comportamiento, hace un esfuerzo concertado para actuar relajado y alegre, en un

intento de recuperar sus réplicas despreocupadas del pasado.

Consuela no deja de quejarse alrededor de ellos, así que al final se las arreglan

para deshacerse de ella saliendo afuera a tomar el sol, acurrucándose detrás de los

arbustos de rododendro5 al final del jardín. Charlan sobre cosas que Mathéo se

perdió el día anterior: Hugo emborrachándose e Isabel volviéndose un basilisco

cuando él “accidentalmente” beso a una ex en la fiesta de alguien al final de la

escuela. Después de un rato, caen en un amigable silencio en el fragor del calor.

Con los ojos medio cerrados, Mathéo recuerda de repente algo que lo divirtió

esa mañana en la TV y comienza a reír. —Oye, escucha esto… —Pero Lola no se

mueve y, mirando hacia abajo, ve que se ha quedado dormida contra su pecho. Yace

boca abajo, con los brazos envueltos flojamente alrededor de su cuello, su único

movimiento, la constante elevación y caída de sus hombros. Sus pálidas pestañas

todavía contra sus mejillas, sus fosas nasales estrechándose ligeramente con cada

inspiración de aire, su rostro enrojecido suavemente con el calor del sol de la tarde.

Con cuidado, extendiendo la mano por su descartada botella de agua, Mathéo

se inclina suavemente sobre su rostro, dejando caer unas gotas en la mejilla. Ella se

retuerce y se las seca, pero luego él le coge la nariz, y finalmente su oído.

—¡Oye! —Levanta la cabeza y lo mira de reojo, extendiendo una mano para

desviar el flujo de agua ahora dirigida a sus ojos—. ¿Qué demonios…? ¡Aargh! —Se

sienta y se limpia la cara con el dorso de la mano, sacudiendo la cabeza en un intento

por sacarse el agua de su oreja—. ¡Desgraciado!

Intenta agarrar en vano la botella, pero Mathéo la aleja rodando,

sosteniéndola fuera de su alcance y apretándola como una pistola de agua, rociando

la parte posterior de su cuello.

5 Especie de arbustos y árboles.

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Medio riendo, medio maldiciendo, se pone de pie de un salto y se lanza por

él. —¡Oh, estás tan muerto!

Lola agarra la botella e intenta esquivarlo más allá, pero él es demasiado

rápido y la coge por la cintura, luchando por quitarla de su mano. Ella intenta

recuperarla, pero inmediatamente es abatida con agua y corre lejos gritando, rumbo

hacia el gran árbol con la esperanza de ocultarse entre sus ramas. Sin embargo,

Mathéo llega a ella antes, empapándole la cabeza y camiseta mientras ella grita y

lucha. Finalmente, escapa de su agarre y echa a correr hacia la casa, cerrando y

bloqueando las puertas de la terraza interior con un grito de triunfo.

Después de una considerable cantidad de golpes, Consuela finalmente lo deja

entrar, viéndose ligeramente horrorizada, con Loic arrastrándose a su paso. Mathéo

toma las escaleras de dos en dos, y eventualmente, alcanza a Lola en el baño del piso

superior, donde ella está intentando secarse su franela.

—Tu camisa es transparente —dice riendo, lanzándola sobre su cabeza y

llevándola a su dormitorio. La lanza sin contemplaciones a la cama—. ¡Mírate! Eres

una desgracia, ¡Señorita Baumann!

—¡No es gracioso! ¡Dame una de tus camisetas ahora mismo! —gruñe, de

rodillas en la cama y bajando la cabeza para desabotonar su blusa; con su pelo

mojado y enmarañado cayendo hacia adelante, ocultando su rostro.

Salta sobre la cama junto a ella, casi haciéndola caer. —No.

Lo mira mientras la ayuda a sacarse su camiseta empapada. —¿Qué quieres

decir con no, rata asquerosa? ¿Quieres que camine por ahí en mi ropa interior por el

resto del…?

Su boca encuentra la suya de una sacudida, interrumpiéndola. —No —jadea

entre besos—. Personalmente, creo que no deberías usar nada en absoluto.

Ella comienza a reír, pero él muerde su labio inferior para silenciarla, y de

repente se están besando con fuerza, casi frenéticamente, tan ferozmente que apenas

tienen tiempo de tomar aire. Sus manos sujetan los lados de su rostro, luego las

desliza en su pelo, su boca caliente y feroz contra la suya. A medida que sus besos

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se vuelven más fuertes, más urgentes, casi dolorosos, él envuelve su brazo alrededor

su cintura, atrayéndola hacia él para que sus cuerpos se presionen firmemente, sus

manos empujan la parte posterior de su cuello, su cabeza. La está besando tan fuerte,

que apenas tienen tiempo de salir a la superficie para respirar. Ella huele a hierba,

tierra y hierbabuena, sus labios salados, su cabello suave y húmedo. Y nunca supo

de un beso que pudiera llenarse con tanta emoción: apasionado, pero de alguna

manera también desesperado, como si fuera el primer y último beso en el mundo.

La despoja de su parte superior, la deja hacer el resto, y le saca la camisa por

la cabeza, lanzando las zapatillas deportivas y saliendo de sus jeans. Luego, de

pronto, ambos están desnudos en la cama, enviando el edredón al suelo, sus cuerpos

reuniéndose al instante. Puede sentir el actual deslizamiento de su piel, crepitando

con electricidad; es la primera vez que han tenido sexo desde que se emborracharon

en el rio, y esta tan excitado que ella tiene que recordarle usar un condón. Se

incorpora, maldiciendo, y luego se presiona sobre ella otra vez y mueve la boca sobre

sus pechos, besándola desde el ombligo hasta el cuello, luego haciendo contacto con

su boca con un gemido, la presión repentina de sus labios contra los suyos casi lo

hace venirse.

Ella rodea su torso con los brazos, envuelve las piernas a su alrededor, su

agarre tan feroz, tan urgente, que puede sentir los bordes de sus uñas contra su

espalda. Se aferra con tanta fuerza que por un momento se siente atrapado: atrapado

dentro de su agarre, de su cuerpo, contra su voluntad. Y repentinamente, sabe que

no hay escape, no hay donde correr, donde esconderse. Solo puede congelarse y

quedarse quieto e intentar desaparecer, se evapora en el aire a su alrededor.

—¡Oye! —La voz, no una que reconociera, lo llama como si fuera una

pesadilla—. ¡Oye! —Un respiro, un silencio—. No importa. Probablemente estás

cansado o…

Le toma un momento reconocer la voz, el entorno. Lola. Pero algo ha

cambiado. Está helado; tan helado que tiene que sostenerse firmemente para

contenerse de no temblar. Algo está muy mal: no se ha corrido, toda la excitación

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anterior completamente minada de su cuerpo. Se ha retirado, su pene flácido e inútil

en el repentino frio, el súbito miedo, el repentino vacío de la habitación.

—Maldito infierno… —Rueda lejos de ella, sacando rápidamente el condón

vacío y alcanzando el edredón en el suelo. Lo arrastra hacia atrás sobre ellos, luego

rescata su camisa, boxers y se los pone rápidamente. Mira hacia arriba a un rostro

que está casi tan sorprendido como el suyo—. Maldición, lo siento, yo… ¡realmente

no sé lo que paso!

—Está bien. —Tirando del edredón hasta su barbilla, Lola se sonroja, sus

labios teñidos de rojo con la fuerza de sus besos. Pero lo está mirando con una

mirada de incertidumbre nerviosa. El presiona el puño contra su boca y se da cuenta

de que está temblando—. Cariño…

El toque de la mano de ella, como una quemadura. Levanta el codo como si

se defendiera. —¡Espera, solo dame un segundo aquí!

Ella retrocede inmediatamente, acurrucándose contra las almohadas. —Lo

siento.

—No, está bien. No es tu culpa. Es… es —Su corazón se acelera. Parece no

poder recuperar el aliento. Se muerde los nudillos del puño en un intento de detener

el temblor. Bien, recupera el control, se dice a sí mismo. Estas cosas pasan. Excepto que

esta abrumado con un sentimiento de horror, de absoluta certeza. Nunca será capaz

de tener sexo otra vez. Tendrá que dejar a Lola. No sería justo no hacerlo. La perderá

por siempre porque nunca será capaz de hacer el amor con ella de nuevo.

A través de la visión borrosa es consciente de Lola poniéndose la ropa

interior, acercándose a sus cajones en busca de una blusa seca, luego sentándose a

su lado al borde de la cama, extendiendo la mano para tomar la suya y haciendo una

mueca cuando él inmediatamente la retira.

—Lola, tengo… tengo entrenamiento. Llego tarde.

—Mattie, no seas así. ¡Por favor no te alteres!

—¡No lo estoy!

—Estás enojado, entonces...

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—No, solo voy a llegar tarde, me tengo que ir. —Balancea las piernas en la

cama y se pone de pie, alejándose de su intento de abrazo.

—No me importa lo que acaba de suceder. ¡Pero me preocupo por ti! —

Lagrimas brotan en sus ojos—. Algo está mal. Algo ha estado mal hace semanas. De

eso es de lo que me preocupo. ¡Y me mata que no vayas a decirme! —Se muerde el

labio, con las lágrimas derramándose sobre los bordes de sus pestañas. Pero él se

obliga a sí mismo a dar la vuelta, cruzar el pasillo al baño y prepararse para el

entrenamiento.

Hay un signo de exclamación rojo junto a la fecha de hoy en el calendario de

su iPhone. Ha estado ahí durante varias semanas, Pérez sabe que no debe

sorprenderlo en el último minuto. El signo de exclamación únicamente ha

significado una cosa para Mathéo: un nuevo clavado. Esta tarde, por primera vez,

intentará la parada de manos inversa triple pliegue fuera del tablero de los diez

metros. Ha estado practicándolo desde hace varias semanas como un clavado en

seco, en la espuma enfrente al gimnasio. Han pasado algunas sesiones practicándolo

fuera del tablero de cinco metros en el arnés de seguridad. Pero hoy no habrá

plataforma para controlar su caída, ni el hoyo lleno de espuma para absorber el

impacto de la entrada. Hoy se lanzara hacia atrás desde la posición parada de manos

del tablón más alto —superior a dos autobuses de dos pisos— y girando y dando un

salto mortal en el aire, con las piernas flexionadas, los pies de punta, luego con las

rodillas flexionadas, con las manos agarrándose los tobillos antes de enderezarte y

entrar al agua como una flecha.

Matheo sabe muy bien ahora que pensar en lo que podría ir mal al

zambullirse siempre es una receta para el desastre. Pero después de lo que sucedió

con Lola, su mente solamente parece capaz de preocuparse por las negativas,

pensamientos oscuros y autodestructivos que ya no puede relegar al margen de su

conciencia. Al llegar a su entrenamiento diez minutos tarde, se toma su tiempo para

cambiarse, pasando más de lo necesario atando la muñeca que se lesiono en enero,

se demora un rato bajo el agua caliente y pasa a través de su rutina de estiramiento

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y se sumerge en realizar los clavados de calentamiento con una minuciosidad

normalmente reservada para las competiciones. La sesión ya está en marcha y los

demás clavadistas están pasando por sus sets. Su padre, que siempre llega a casa

temprano para verlo realizar un nuevo clavado, está caminando con impaciencia a

lo largo de la última fila de las gradas, viéndose típicamente fuera de lugar con su

ropa de negocios, a pesar de haberse quitado la chaqueta y aflojado el nudo de su

corbata. Su rostro brilla con el sudor. Ahora se inclina sobre la barandilla de las

gradas, hablando con seriedad al oído de Pérez, obligando al entrenador a quedarse

parado contra la muralla con la cabeza a medio girar para escuchar, mientras al

mismo tiempo mantienen un ojo en el escuadrón de otros tres clavadistas, gritando

instrucciones impares y soplando su silbato para dejar saber a cada uno cuando la

piscina está despejada.

Mathéo ya sabe cómo va la conversación: su padre estará fastidiando a Pérez

para decirle que Mathéo se apure; Pérez intentara persuadirlo que es más seguro

dejar que se tome su tiempo. Pero después de un rato, incluso la paciencia de Pérez

comienza a agotarse; emite tres toques fuertes de su silbato alrededor de su cuello y

todo el mundo se detiene.

—¡De acuerdo, pongámonos en marcha! ¡Aaron, al área de calentamiento

para aflojar tu espalda baja! ¡Zach y Eli, completen sus sets en los tablones más bajos!

¡Matt, empieza a trabajar en la posición carpada triple reversa desde los diez metros

ahora mismo, por favor!

Sin embargo, como es de costumbre cuando uno de ellos está intentando un

nuevo clavado, los otros miembros del equipo se quedan atrás para ver.

—Buena suerte, hombre —dice Aaron con una sonrisa de medio lado

mientras se acerca a la zona de calentamiento y se extienden sobre sus toallas en un

ángulo de posición estratégica. Zach y Eli se acercan, como es habitual, para chocar

los cinco antes de ir a sentarse en los extremos de las tablas inferiores y se recuestan

en sus manos, poniéndose cómodos. Un grupo de chicas del club de natación

sincronizada detienen la música de su rutina y se reúnen sentándose con su

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entrenador alrededor de la bañera de hidromasaje. Varios salvavidas aparecen de la

nada para unirse a los dos ya en servicio. Matheo los detecta al verlos en sus buzos

a juego, reunidos en el extremo más alejado de la piscina de saltos. Incluso los

nadadores ocasionales hacen una pausa para un descanso, colgando de la escalera

en la parte menos profunda para una mejor vista.

Todos los habituales lo conocen, lo han visto, reconocen su nombre, y los que

no lo conocen se detienen de todas maneras para ver de lo que se trata el alboroto.

Todo lo que toma es que Pérez levante el megáfono a su boca, pasa por el

procedimiento de seguridad estándar de anunciar su nombre y el hecho de que va a

estar intentando un nuevo clavado por primera vez, y todo el mundo se detiene a

mirar. Debe haber por lo menos treinta pares de ojos en él mientras sale de debajo

de la ducha de la piscina y se sacude enérgicamente el agua de cada oreja. Treinta

pares de ojos siguiéndolo mientras recoge su paño de gamuza, se acerca a las tablas,

y comienza su ascenso.

Puede que sea un público escaso en comparación con los días de competición,

pero aquí casi todo el mundo lo conoce por el nombre o personalmente, después de

haberlo visto entrenar y sumergirse a lo largo de los años. Conocen sus

idiosincrasias, están familiarizados con su lenguaje corporal, pueden decir en un

instante si se siente seguro, prudente, o completamente aterrorizado. Algunos

incluso han sido testigos de sus rabietas cuando era niño, cuando corría de la piscina,

sollozando de miedo. Pero con el paso de los años ha aprendido a controlar sus

emociones, es conocido en el equipo por nunca acobardarse ante nuevos clavados.

Así que el objetivo aquí se siente mucho más intenso, directo, más personal.

De muchas maneras, cuando intenta realizar un nuevo clavado por primera

vez se encuentra en su momento más vulnerable, más expuesto, más indefenso. A

pesar de que es muy querido por la mayoría de estos espectadores, sabe que su

aliento entrecortado deriva tanto de la especulación de que puede estrellarse y arder,

como del deseo de verlo lograr el clavado. Es como ver el intento de una hazaña loca

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de un doble de cine, esperan que sea un clavado espectacular o una catástrofe

espectacular.

Por lo general, no piensa mucho en esto, pero normalmente se siente

preparado, confiado, al mando. Desde que era un niño no se ha sentido así de

malditamente nervioso. Pero hoy, mientras sube la larga cadena de escaleras, siente

su pulso incrementarse con cada peldaño. Puede sentir los músculos de sus piernas

comenzando a temblar; cuando llega a la cima, es como si ya hubiera escalado una

montaña. El aire parece más fino aquí arriba, menos oxigeno; su respiración es

rápida y superficial. Sabe que su cuerpo está reaccionando al estrés y que, si quiere

tener alguna posibilidad de completar el clavado sin incidentes, debe convertir ese

estrés en determinación, convertir los nervios en adrenalina. Conoce todas las

técnicas, ha pasado por ellas innumerables veces a lo largo de los años con el

psicólogo deportivo, pero hoy en día se esfuerza por traerlas a la mente. Los nervios

y las sinapsis en su cerebro están haciendo frente a un problema mucho mayor,

intentando defenderse de un tipo muy diferente de memoria, aunque las dos

parecen de alguna manera entrelazadas, como si realizar este clavado fuera símbolo

de otra experiencia más desgarradora. Pero no puede pensar en ello ahora. No va a

pensar en eso ahora…

Se esfuerza para caminar hacia el borde de la plataforma, mira abajo a la

piscina y a las figuras de lego en miniatura. Hoy, los diez metros parecen más altos

que antes, el agua mucho más lejos, el tablón se siente más resbaloso y débil bajo la

planta de sus pies. Toma una respiración profunda y evoca la imagen del clavado

de la manera en que se supone que es, tratando de sentir cada giro y vuelta en su

cuerpo, pasando mentalmente por cada pequeño movimiento en su cabeza. Pero hay

algo obstruyendo, algo en el camino, y el sudor sale a la superficie de su piel y sus

pulmones se sienten a punto de estallar. Se limpia la cara con la tela, presionando el

suave tejido contra sus ojos cerrados, obligándose a visualizar el clavado. Pero se

está paseando por el tablón ahora y respirando demasiado rápido, haciendo girar la

tela frenéticamente en sus manos, diez veces de una manera, diez veces de otra; otras

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diez veces antes de llegar al extremo del tablón y estará bien; otras diez veces antes

de caminar atrás hacia la pared. Su corazón está bombeando como una

ametralladora, disparando sangre alrededor de su cuerpo como si ya estuviera

volando por el aire. Puede oír sus medias susurradas afirmaciones mientras él las

articula frenéticamente para sí mismo, más y más rápido, hasta que todas se funden

en una sola palabra que no tiene sentido en absoluto. Su cuerpo entero es ahora un

hervidero de energía no controlada, la red eléctrica de su sistema nervioso

encendiéndose al azar. Puede sentir la electricidad en sus venas: es un cable de alta

tensión, está en llamas y temblando. ¡Temblando!

Los gritos de ánimo se alzan para recibirlo: sus compañeros de equipo, las

chicas de sincronización, los salvavidas, incluso los nadadores ocasionales.

—¡Ve por ello, Matt!

—¡Puedes hacerlo, amigo!

—¡Sabemos que puedes hacerlo, Mattie!

—¡Te amamos, nene!

Risitas de las chicas de sincronización, pero la voz de Pérez hace eco por

encima de todas ellas.

—Desconecta los pensamientos ahora, Matt —retumba en el megáfono—. Y

cuenta tú mismo. Toma posición y cuenta. Has practicado más que suficiente. Tu

cuerpo sabe exactamente lo que tiene que hacer.

Tu cuerpo sabe lo que tiene que hacer, tu cuerpo sabe lo que tiene que hacer. Pero

¡no, no, no, no quiere hacerlo! ¿No lo oyeron la primera vez? ¿No grito? ¿No peleó?

No rogó y suplico, rogó y suplico, como un niño pequeño. No, por favor, no. No me

obligues a hacerlo. Hare cualquier otra cosa. No eso, por favor no eso, por favor déjalo. ¡Por

favor, Dios, por favor! … Todos lo están mirando. A su cuerpo. Aquí en lo alto, a plena

vista de todos. Desnudo, aparte de sus speedos6, su cuerpo expuesto a todos ellos.

Puede sentir sus ojos en él, queriendo que obedezca. Sí, su cuerpo sabe lo que debe

6 Bañador para natación tipo slip.

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hacer. Después de que los has hecho una vez, nunca se olvida, nunca se olvida, nunca se

olvida.

—¡Matheo, por amor de dios, has el maldito clavado! —dice su padre ahora.

Ha dejado las gradas en frustración y se ha unido a Pérez al lado de la piscina, ambos

hombre con los brazos cruzados y las cabezas inclinadas hacia atrás, unidos en su

frustración—. ¡Estás sobre analizándolo, te estás enrollando solo! ¡Solo muévete, por

dios!

Hace girar su tela, caminando de un lado al otro, todavía paseándose de un

lado al otro. Cada vez que llega al final del tablón, su mente grita, ¡Todavía no! y se

da la vuelta de regreso a la pared. Solo una vez más y luego lo haré. Solo una vez

más, solo un segundo más, y entonces él estará bien, va estar listo. Se pasa los dedos

por el pelo, raspando sus uñas contra su cuero cabelludo. Puede escuchar el sonido

de su pánico, su temblorosa respiración. Oh Dios, oh Dios, oh Dios, oh Dios…

Abajo en el suelo, todo se ha vuelto silencioso. La audiencia mantiene la

respiración en conjunto, esperando ver si va a acobardarse, si va a volver a bajar las

escaleras y desaparecer en los vestuarios de la vergüenza.

—Respira profundamente, amigo —la voz de Pérez es más suave ahora,

claramente consciente de que esta en el punto de ruptura—. Deja afuera los

pensamientos. Tómatelo con cuidado y relajado. En cuanto lo hayas hecho una vez,

sabrás que puedes hacerlo de nuevo.

Sabrás que puedes hacerlo de nuevo. La primera vez, piensas que vas a morir. El

dolor es tan grande, que esperas que morirás. Pero no lo haces, y sucede otra vez, y

luego otra vez, y otra vez…

Todos lo están mirando, sintiendo por él, queriendo que vaya a por ello, y

sabe ahora que no tiene otra opción, nunca tuvo una opción, su cuerpo ya no es suyo.

Otros le dicen que hacer y el obedece; obedece o se frustran, se enojan. Se enojan

mucho. Sí, lo hará y se lastimará, tanto que para otros será inimaginable; tanto que

nunca podría recuperarse.

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Lentamente se abre camino hasta el borde de la plataforma. Encuentra su

posición, respira profundamente. Separa los pies, baja sus brazos y busca el agarre

perfecto al borde del tablón. Poco a poco transfiere todo el peso de su cuerpo sobre

las manos, sus muñecas, sus brazos, sus hombros. Sus tobillos comienzan a aflojarse,

y con mucho cuidado levanta los pies del suelo. Sin tambalear, sin caer. Resbala

ahora y todo se termina. Con las piernas flexionadas y los pies en punta, lleva sus

pies juntos directamente por encima de su cabeza. Su cuerpo esta estirado hacia

arriba por los dedos de sus pies, tenso, apretado, es fuerte, es todo músculos y

tendones. Su espalda hacia el agua, se prepara para lanzarse al vacío. ¿Listo? Nunca,

pero es tiempo de contarse a sí mismo.

Uno: está golpeando por detrás, haciéndolo caer al suelo. Su cuerpo se tensa,

no se mueve.

Dos: es agarrado por el pelo, su rostro aplastado contra la tierra con olor a

húmedo. Respira profundamente, se estira lo más alto que puede.

Tres: se clava al piso, aplastado por un peso del que no hay escapatoria.

Pero esta vez puede escabullirse, puede volar. Con un movimiento de sus

muñecas, se lanza del tablón hacia el aire. Lejos, lejos, lejos. No le importa donde,

siempre y cuando sea libre. Y entonces recuerda: comienza su primer salto mortal,

con los ojos en busca de la raya vertical de color azul. Pero no está donde se supone

que este: encuentra el borde de la plataforma en su lugar. Y está rotando

directamente hacia ella. Cerca, ¡muy cerca! Muy. Malditamente. Cerca… ¡Bang!

Y de esa manera, está muerto. Esta vez es fácil. ¿Por qué no lo fue antes? Lo

quiso, rogo por ello, incluso oró por ello. Pero no, solo el dolor, una y otra vez. Esta

vez, sin embargo, da vueltas hacia abajo en diez metros en caída libre, siente que el

mundo se desliza lejos. Golpea el agua. Succionado en la oscuridad. Cae de golpe

hacia abajo, abajo, al fondo. Siente únicamente alivio. Absolución. Todo ha

terminado. Nunca más. Es libre, ha volado. Al menos ha encontrado lo que estaba

buscando. Ha encontrado paz.

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Capítulo 8

Traducido por Piopolis

Corregido por iemilaa

Abajo, abajo, abajo. Profundo bajo la superficie. Está atrapado bajo el agua,

ahogándose, pero no tiene ni la energía ni las ganas de tirar de sí mismo para

liberarse. Hay ecos en la distancia. El sonido de las personas hablando, el repiqueteo

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de una camilla, el sonido rítmico de las maquinas, acordes de música

entremezclados con risas, alguien gritando lastimeramente con un gemido. Como

un radio con estática o interferencia, las voces se cortan a la distancia, como una

estación extranjera. Está balanceándose en la superficie de la vida. Alguien está

diciendo su nombre; trata de abrir sus ojos pero parece que están retenidos por su

peso. No, no, no. No quiere despertar. Se quedará aquí abajo para siempre, a la

deriva en un océano intemporal. El mundo puede seguir sin él; no quiere formar

parte del nunca más. Pero las palabras, frases y fragmentos de conversación hierven

a su alrededor. Voces que desgarran sus oídos, retumban en su cráneo; siente que

va a gritar si no se callan. El mundo es estridente, puntiagudo: corta su cerebro. Trata

de deslizarse hacia abajo, pero su mente está descompuesta, los cables se queman.

Puede sentir la cercanía del olvido, la puede tocar, hasta saborear. Sin embargo su

mente insiste en ir de acá para allá, saliendo y entrando de su conciencia.

Comienza a subir, a luchar, parpadeando y jadeando, hacia la superficie.

Erupciones de vida y furia. Abre sus ojos a una hostil habitación blanca, y una luz

que chilla en agonía. Está en un mundo de dolor, su cabeza punzando, llena de

estática y resquebrajándose de dolor. Obtiene un pista, un vistazo de su entorno;

una imagen borrosa, como ver un cartel desde la ventana de un tren en movimiento.

Es consciente de una silueta humana mal definida acercándose. Un latido de temor

corre a través de sí. Las esquinas de la sombra están astilladas, desiguales, como algo

perdido en el mar. Ahora está esforzándose por abrir sus ojos, por mover su cabeza.

Una chispeante, ardiente fogata se enciende frente a él, iluminando todo lo que ve.

Se encuentra desorientado y confundido, sus sentidos agobiados, doliendo.

Ahora es consciente de otro sonido, algo entre un gemido y un lloriqueo.

Una mano tranquilizadora acaricia su brazo. El sonido de la voz de una mujer

—¿Mateeo? —Pronuncia mal su nombre—. ¿Estás bien, puedes mirarme? Eso es.

¡Bien! Mírame, justo aquí ¿Sabes dónde estás?

Sus ojos lentamente se enfocan en una mujer con uniforme de enfermera. Se

encuentra en una cama, una maquina pitando a su derecha. Sus manos se sienten

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gordas y pesadas, mira hacia abajo para encontrar muchos tubos corriendo en la

parte trasera de esta, vendada; un clip de plástico atado a su dedo y un manguito de

presión se encuentra en lo más alto de su brazo. Parece que hay una gran cantidad

de cables.

—¿En el hospital? —su voz suena débil y agrietada; sus labios están

adoloridos y secos.

—Es verdad. Estas en el hospital Duke’s Memorial, fuiste traído hace una

hora por una herida en la cabeza ¿Recuerdas como pasó?

Trata de asentir. Hace una mueca bruscamente. —Entrenando.

—¿Cómo?

—Saltando. Lo hice fuera de tiempo —hace un movimiento circular con sus

dedos. Mucho esfuerzo para hablar—. La rotación —se las arregla. Las imágenes

hierven y giran alrededor de él; fragmentos de su memoria que tiene que reconstruir

en el caos de su mente.

Parece que no puede volver atrás en el tiempo, pero tampoco se puede mover

hacia adelante, su memoria está demasiado voluble para confiar en ella. No hay

cronología en su cabeza. En su lugar, está llena de innumerables imágenes que giran,

se mezclan y se dividen como el brillo de la luz del sol bajo el agua, luego se esfuman

completamente, no más sustancial que un sueño.

Hay un cambio en el tiempo porque de repente otra persona está en la

habitación, un hombre en una bata blanca, apuntando una luz a sus ojos. Le dice a

Mathéo que siga su dedo. Así que Mathéo lo mira, luego más allá, a través del sol de

la tarde que se filtra por la ventana, a un lugar tan lejano que parece desaparecer.

El doctor se aleja. Manchas oscuras bailan detrás de los ojos de Mathéo,

parecen alargarse, volviéndose sombras, árboles. El destello de árboles corriendo

pasar frente a él. Árboles, altos y amenazantes en la oscuridad, estirándose en el cielo

de la noche. Mathéo cierra sus ojos para deshacerse de esa imagen, pero solo la hace

más clara, ahora puede oír el crujido de las ramas bajo sus zapatillas, el jadeo, el

sonido de su respiración esforzándose desgarrando sus pulmones. Está corriendo.

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Escapando de la escena del crimen, escapando de lo que hizo, de lo que se ha

convertido. Y de repente él recuerda. Recuerda todo. La noche en Brighton. Esa

noche que se transformó en algo espantoso, despreciable, se convirtió en otra

persona, ha estado atrapado en este cuerpo diferente desde entonces… retiene su

respiración. Deseando que sus recuerdos se alejen, empujándose a sí mismo en el

olvido, de vuelta a un lugar donde él ya no existe.

Escucha como llaman su nombre, una y otra vez, finalmente se obliga a abrir

sus ojos, parpadea atontado a la figura a un lado de él. Reconoce a su mamá, sentada

en el borde de la cama, acariciando su mano libre de tubos. Ella le está hablando

sobre encefalogramas, aunque no puede recordar cómo empezó la conversación. Su

padre y el doctor están en algún lugar cerca, voluminosas sombras en la ventana,

sus voces bajas y graves, llenando la habitación con sonidos indeseados. Parece que

Pérez también ha aparecido y se entera de las conversaciones que giran alrededor,

que Mathéo tiene un corte de diez centímetros en el lado de su frente y doce puntos

de sutura, tuvo una contusión pero su cráneo está intacto y el electroencefalograma

no reveló ningún signo de hemorragias internas o contusiones.

También obtiene que, entre caer inconsciente en la piscina y ser sacado por

Aaron y Pérez, consiguió respirar mucha agua, dejó de respirar por un minuto, y fue

resucitado por uno de los salvavidas.

Todos siguen hablando: su mamá, su papá, Pérez y el neurólogo. Sus palabras

son como balas, rebotando en las paredes. A veces se dirigen a él y hace lo mejor

para responder. Pero cuando cierra sus ojos tratando de escapar, parece que solo se

hacen más fuertes. No quiere nada más que ir a casa. Odia los hospitales la última

vez que estuvo en uno fue cuando se fracturó la muñeca después de un torpe

aterrizaje en el foso de goma espuma; fue dado de alta con un yeso un par de horas

después. Pero esta vez, cuando trata de salir de la cama, todos se ponen muy

inquietos y se encuentra a sí mismo siendo empujado contra las almohadas,

mareado y con dolor.

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—Necesitamos mantenerte una noche o dos, Mathéo —le informa firmemente

el doctor—. Solo para observación. Has sufrido una contusión, respiraste un poco

de agua y dejaste de respirar.

Mathéo cierra sus ojos para esconder su angustia: la conversación sigue sin él

y gradualmente se desvanece en el corredor. Al final sus padres regresan para

decirle buenas noches.

La tarde parece durar para siempre. Su cabeza se siente lista para explotar.

Duerme muy mal despertando cuando se siente caer otra vez, solo para encontrarse

a sí mismo atrapado en una cama de hospital tapado con una delgada sábana blanca,

empapado de sudor y temblores. Cada vez que cierra sus ojos ve el borde de la

plataforma precipitándose hacia él, el mundo girando en todos los ángulos. Se siente

atrapado y aplastado por una fuerza invisible que presiona todo su cuerpo hacia

abajo. Solo se quiere mover, estar cómodo, patear la húmeda y pegajosa sabana y

correr hacia afuera por un poco de aire fresco. Pero la habitación está llena del olor

a medicina, la luz resplandece desde el techo azul pálido, y todo lo que Mathéo

quiere hacer es gritar. Pide algo de beber pero la enfermera insiste que no puede

tomar nada hasta la mañana. El gotero vacío de solución salina es reemplazado por

uno nuevo pero no hace nada para calmar su sed. Trata de sentarse pero el mareo lo

fuerza a acostarse de nuevo; se encuentra derrotado por el sentimiento de

incompetencia total cuando se da cuenta de que ni siquiera puede salir de la cama.

Diferentes enfermeras vienen en intervalos regulares para checar su temperatura, su

pulso, su presión arterial. Primero él está muy caliente, después muy frio; se siente

exhausto pero el sueño lo hace escapar.

En algún momento debió decir algo porque la enfermera empieza a acariciar

su mano, diciéndole que estará bien, que podrá ir a casa pronto. Él se pregunta qué

significa eso. Se pregunta si le importa. La vida se ha desenterrado fuera de él y se

siente a sí mismo hundirse, su desesperación es demasiado grande y vacía de

contener para cualquier persona. El miedo ha corrido su curso y la depresión lo ha

reducido a nada.

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Debió quedarse dormido en algún momento porque cuando abrió sus ojos, la

luz cambió. A través de la ventana al lado opuesto de la cama puede ver que el sol

se ha vuelto dorado, empezando a bajar en el cielo. Toma una respiración y siente

algo moverse contra su cara. Alguien esta acariciando su mejilla, sosteniendo su

mano. Con un jadeo sorprendido voltea su cabeza.

—Lo siento, cariño, no quise despertarte.

Él sigue la voz y encuentra los ojos de Lola, llenos de dolor y preocupación,

su cabello está cayendo suelto sobre sus hombros, tocando y rozando su brazo

desnudo. Ella está sentada en la esquina de la cama, inclinándose sobre él, sus dedos

tibios sobre su cara. —¡Oye, tú!

Las lágrimas pican sus ojos. Verla es demasiado intenso, demasiado directo,

un golpe emocional, y uno de sus miedos lo podría romper. Casi no puede creer que

esté aquí, asustado de que sea un sueño, que cierre sus ojos y despierte solo para

encontrar que se ha ido otra vez.

—Oye… todo está bien, Mattie ¡Estarás bien! —A pesar de su sonrisa

reconfortable, su labio inferior tiembla, y ella lo toca con su dedo —. Mattie, no ¡No

me hagas empezar ahora! —Aprieta sus ojos por un momento, toma una respiración

regular y luego los abre.

—Yo lo pedí ¿No? —Deja salir un suspiro dramático—. ¡Enamorarme de un

loco temerario que su idea de diversión es tirarse de un trampolín y dando vueltas

en el aire como un súper hombre en velocidad!

Él se traga un gemido y logra una pequeña risa en su lugar, presionando la

parte trasera de su vendaje contra sus ojos. Pasa un momento. Traga lo que siente

como si fuera una bola de fuego por su garganta.

—Lo siento, sobre… sobre lo de esta tarde…

Gentilmente ella jala su mano hacia abajo. —No seas tonto. No tienes porque

disculparte. Esa sería la última cosa en que deberías estar pensando ahora.

—Siento que solo me haya ido así. —Toma una respiración profunda y

levanta su brazo para limpiar sus ojos.

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—Estabas retrasado para el entrenamiento —le recuerda gentilmente—. ¿Y

adivina qué? ¡Voy a ser modelo en una revista principal!

Él parpadea.

—Si —continúa alegremente—. Papá me llevo a una sesión de fotos esta tarde

y el editor tomó una y me miró ¡Y decidió que era simplemente perfecta para la

portada de Vogue!

—Oh.

Un latido, él esboza una sonrisa y ella se empieza a reír. —Oh cariño ¡Esa es

una contusión que te diste a ti mismo!

Él sorbe y se encuentra sonriendo también. —Oye ¡Pero siempre te he dicho

que terminarías siendo descubierta!

—Para ser justos, es para una portada, pero lastimosamente no es para Vogue.

Necesitaban a alguien que pudiera cabalgar, así que estás viendo a la nueva portada

del próximo mes de Caballos y sabuesos.

—Entonces —Cierra sus ojos por un momento para juntar sus

pensamientos—. Ellos… ¿Ellos tenían al caballo pero necesitaban un sabueso?

—¡Idiota!

Ella imita golpear su nariz. Ha regresado a sus bromas habituales, a su

alegría, pero de repente la brecha entre ellos comienza a aumentar de nuevo. Mathéo

la necesita de vuelta, necesita algo, una mano, un beso, un abrazo, cualquier cosa

para evitar quedarse a la deriva por el borde del mundo.

—¿Lola? —siente la nota de angustia en su voz.

—Todo está bien, Mattie, estoy justo aquí.

Es consciente de ella moviéndose en la cama para acostarse a un lado de él,

recostándose gentilmente contra su pecho, justo debajo de su barbilla.

—Ellos dicen que serás dado de alta mañana pero que no deberías ir a la

última semana de escuela, así que estaba pensando… —Levanta la mirada hacia él,

curvando la punta de su lengua sobre su labio superior y rodando sus ojos a un lado

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con una expresión de picardía extrema. Luego, abruptamente, su expresión

cambia—. Oye.

Una lágrima se escapa corriendo por la cara de Mathéo; él toma una

respiración profunda y la retiene. Chupa el interior de su mejilla derecha,

mordiéndola fuertemente, y la mira, incapaz de decir una palabra.

—Cariño ¿Qué pasa? ¿Tienes dolor? ¿Quieres que llame a la enfermera?

El aire sale de sus pulmones en una carrera, presiona sus dedos contra sus

parpados en un intento de mantener un sollozo. —Hay algo que necesito decirte…

Las manos de Lola limpian las lágrimas de sus mejillas mientras caen.

—¿Qué es lo que necesitas decirme? —Su voz es baja y urgente, casi un

susurro—. Dios, amor, trata. Por favor trata y dime que te está pasando ¡Te amo,

quiero saber!

—Estoy asustado —Las palabras salen con su propia voluntad, evitando el

filtro en su cerebro. Presiona sus manos contra sus ojos para evitar que mire su

expresión.

Hay un largo silencio. Ella deja que la pausa permanezca y crezca. Él sabe que

ella está tratando de darle sentido a lo que dijo, a su comportamiento irresponsable.

Intentando entender. —¿Del salto?

—¡No!

Él siente su conmoción a través del aire acondicionado, aire estéril entre ellos.

Su shock y luego una nueva emoción: temor.

—¿De qué Mattie?

—De… de —Llena sus pulmones, luego los vacía lentamente en un intento de

forzarse a sí mismo a estar en calma—. De recordar…

—¿Recordar qué?

—Algo malo —Cierra sus ojos—. Era una pesadilla, estaba seguro que era una

pesadilla o tal vez solo quería realmente creer que era una pesadilla. Pero después,

cuando estaba contando en mi mente para el clavado, empecé a recordar, todo vino

de vuelta.

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—¿La pesadilla? —Preocupación y confusión suenan en la voz de Lola—. ¿O

la cosa que pensaste que era una pesadilla? ¿Qué paso, cariño?

Una imagen parpadea a través de su cerebro. Un hombre, solo un poco fuera

de foco. Una rajadura de sus propios nudillos. Y sangre, mucha sangre…

—¿Mattie?

Se fuerza a abrir los ojos, a mirarla. —Estoy asustado de perderte… —Su voz

se eleva. Retiene su aliento. Articulando las palabras de alguna manera puede

aumentar su poder así ellas toman un significado propio completamente nuevo. Es

como si hubiese previsto el futuro, maldiciéndolos a los dos con una profecía que

no puede ser callada, nunca deshecha.

—¿Por qué? —Una respiración. Ella pausa mientras reúne sus pensamientos.

Acaricia su cabello rítmicamente, observando la ventana oscura hacia las luces

distantes de la ciudad.

Mathéo toma una respiración profunda, tratando de estabilizar su corazón.

La morfina está actuando como algún tipo de suero de la verdad, de eso se siente

seguro, apagando sus defensas, y ahora no se siente más en control, tampoco de sus

emociones o de las palabras que salen de su boca. Un tipo de miedo diferente

empieza a atraparlo, el que podría hacerlo desmoronarse completamente, justo aquí,

justo ahora y decirle a todo Lola. Todo lo que su cerebro arrojó de los rincones más

oscuros de su mente mientras se paraba en el maldito trampolín. Arruinando su

relación con solo una oración, destruyendo su imagen de él en un segundo,

destruyendo cada memoria, cada beso, cada secreto, cada momento de intimidad

compartido, cada cosa buena que ha pasado entre ellos desde el primer momento

en que se conocieron.

Su voz, extrañamente incorpórea en la creciente oscuridad, lo empuja fuera

del torbellino en su mente. —¿Me… me engañaste, Mattie? —Lo expresa apenas

como una pregunta, mucho menos como una acusación; es simplemente el jadeo

agonizante de alguien buscando algún tipo de explicación.

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Él siente volverse completamente frío; frío y después entumecido, como si de

repente su cuerpo ha sido vaciado de toda sustancia, de todo sentimiento, de toda

emoción. Por un loco momento piensa que le va a decir; exonerarse de la culpa,

limpiar su conciencia y liberarse del peso infernal de este horroroso secreto. Pero

después se imagina su vida sin Lola: la culpa aún está presente pero no solo su vida

por los suelos, la de ella también. Se imagina nunca verla otra vez: esa vibrante cara

expresiva, esa sonrisa traviesa. La manera en que se muerde la punta de la lengua

cuando está coqueteando, la manera en que roza su dedo contra sus labios cuando

está preocupada. Se imagina nunca ver el brillo travieso en sus ojos moteados

dorados, nunca sentir la caricia de su cabello contra su mejilla. Se imagina

olvidándose poco a poco de ese sentimiento de ser sostenido, acariciado, de ser

besado por Lola, él no lo puede hacer. No puede pronunciar la palabra que podría

borrar su amor por él para siempre. Así que sacude su cabeza y cierra sus ojos.

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Capítulo 9

Traducido Sofy Gutz

Corregido por Daniela B

Es dado de alta la tarde siguiente y pasa el próximo par de días rondando por

toda la casa, aburrido, mientras sus padres están en el trabajo y su hermano en la

escuela. Consuela se queja a su alrededor como una mosca molesta e intenta ahogar

su gemido con la televisión durante el día y toma siestas en el sofá del salón. Lola

está ocupada con el musical y entonces sus interacciones se limitan a llamadas

nocturnas por Skype y textos esporádicos a lo largo del día. Cada mañana, sin

embargo, con una mirada de confusión, Consuela le entrega una grulla de origami

en una caja de correo, el ave de papel que lleva su nombre, sus alas bien plegadas

alrededor del mensaje de Lola. A veces una pequeña anécdota de la escuela, otras

veces un comentario acerca de su día. En solo unas pocas líneas de limpia caligrafía,

la letra inclinada de ella, pero siempre al final con algo romántico o alguna expresión

de su afecto, cualquier cosa desde algo tan simple como un Te extraño a algo más

fuerte.

Aaron, Zach y Ely han estado en contacto, deseándole lo mejor. Pérez le ha

estado llamando al móvil dos, a veces tres veces al día, pero Mathéo ha dejado que

se vaya al correo de voz. Vuelve al hospital para sus pruebas y está casi aliviado

cuando le dicen que puede continuar con sus actividades normales. Actividades

normales, excepto por los clavados, con gran disgusto de su padre. El neurólogo es

claro, incluso le da una copia del informe médico: el entrenamiento en el gimnasio

está bien, pero va a necesitar una buena quincena lejos de la alberca, para mantener

la herida seca tanto como cualquier otra cosa.

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Mathéo le escribe a Pérez la noticia con cierta satisfacción. Pretende estar

enojado cuando le dice a sus padres, pero en el fondo no siente nada más que alivio.

No quería pensar sobre la nueva competencia, o cualquier cosa que tuviera que ver

con los clavados. Tal vez ahora que está teniendo tiempo libre será capaz de poner

algo de distancia entre él y el horror de lo que paso en Brighton. Ahora que se ha

acordado, desesperadamente necesita olvidarlo de nuevo, borrarlo para siempre

fuera de su mente, llevárselo a la tumba. Nadie puede nunca, nunca saberlo, o su

vida, su vida se habrá terminado. Lo único que necesita es poner su mente

totalmente en blanco, lavar la sangre de sus manos y volver a lo que era antes.

Después de ver al especialista, tiene que esperar seis agonizantes horas antes

de poder hablar con Lola. Es el último día de clases y la noche final del espectáculo:

tiene órdenes específicas de no llamar o escribir, por si sucede lo inimaginable y se

olvida de apagar su teléfono. Pero después de haber sido separados por dos días, y

con la efervescente noticia de que ya no estará bajo la vigilancia de Consuela o estará

inmerso en su habitual rutina de entrenamiento intensivo, se siente

inesperadamente embriagado de libertad.

—¿Nos vemos en la noche fuera del salón de clases? —Lola suena apresurada

pero emocionada—. ¿Me lo prometes?

Él se ríe. —Lo prometo.

—¿Dos semanas sin entrenamiento? Eso va a estar genial. Podemos… Oye,

¡Eso significa que podrás venir con nosotros al sur de Francia!

Le da una risa irónica. —Sí, claro. Sólo porque no puedo usar la piscina no

significa que Pérez me va a dar tiempo fuera del entrenamiento.

Pero no puede evitar sentir una punzada de verdadera envidia ahora que Lola

ha aceptado ir, ante su insistencia, y sin él. La villa de los padres de Hugo es un lugar

glorioso, libertad hedonista, en medio de la nada, justo al lado de la playa. Hasta

que el entrenamiento se puso serio e incluso se detuvo en las vacaciones, pasó

tiempo ahí cada verano. Después de colgar, se arroja hacia atrás contra su cama,

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imaginando la gloriosa casa con el acantilado filoso, la enorme playa de arena, y los

tres solos excepto por el ama de casa, libres de hacer lo que quisieran.

—Consuela ¿Puedo ayudarte con la cena? —La cocina es fresca y huele a

desinfectante. Ya pasan de las seis, y se pregunta por un momento si ella tal vez lo

ha olvidado, por estar ocupada preguntando a Loïc las tablas de multiplicar.

—No cena esta noche. —Ella levanta la vista del libro de texto de Loïc−. La

Sra. Walsh, ella llamó.

Ayudándose a sí mismo a alcanzar una lata de té helado de la nevera y a

tomar una caja de galletas de la alacena, Mathéo se arrastra a la barra del desayuno

y se sienta con sus aperitivos. —¿Ella te llamó para decirte que no tendríamos cena?

—Sí —responde Consuela sin un intento de dar más explicaciones—. Loïc,

ahora tratamos los siete, ¿sí?

Con su cabeza amenazando con caerse de la mano donde la apoya, Loïc infla

su mejilla izquierda del aburrimiento. —¿Los siete qué?

—¡Los siete!

—Mattie, no sé de qué está hablando. —Lo mira lastimeramente y posa sus

ojos en la caja de galletas—. ¿Puedo tener una?

Mathéo le dirige una mirada de advertencia a su hermano. —Las tablas de

multiplicar del siete. No seas grosero, Loïc.

—¿Pero puedo tener una?

—Está bien. ¿Listo? —Le lanza una galleta Jaffa7 a su hermano y, con un grito,

Loïc salta de su silla y alcanza a capturarla, estrujando la galleta en su boca—. Otra,

otra. Vamos, ¡Más difícil! —Él aplaude y coloca sus sobre sus rodillas dobladas,

ocupa la posición de portero.

—No. ¡Mathéo, por favor! Loïc, debemos estudiar y la Sra. Walsh dice no

comer antes de la cena.

Loïc la ignora por completo, frotándose las manos, saltando de un pie a otro.

7 Son galletas tipo sándwich de tres capas (galleta, mermelada y cobertura de chocolate) consumidas principalmente en Reino Unido e Irlanda.

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—Bien, pero el último. —concede Mathéo.

—¡Guau! ¡Qué atrapada! —grita Loïc triunfalmente, resbalando por el suelo

en sus calcetines.

—¡Loïc, siéntese, por favor! —La voz de Consuela empieza lentamente a

tornarse histérica, por lo que Mathéo apunta a la silla y Loïc se desliza de nuevo en

ella, la animación en su rostro decolorándose hasta ser resignación.

—Lo siento. —Mathéo le dirige a Consuela una mirada de disculpa—. Pero

sobre la cena, puedo hacernos un poco de pasta, si quieres.

Sus ojos se abren en alarma. —No, no. La Sra. Walsh, ella dijo no cena.

Tomando un trago a su lata, Mathéo mueve la caja de galletas lejos de la vista

de su hermano. —¿Te dijo que no hicieras la cena porque ella está trayendo a casa

comida para llevar o algo?

Los ojos de Consuela se ensanchan aún más. —No, no, Mathéo. No se permite

comida para llevar.

—No, no quiero… no estoy… —Él toma un respiro, intentando mantener la

creciente frustración fuera de su rostro. Es importante que se entere que está

pasando con la cena con el fin de asegurarse de que puede salir a tiempo para

alcanzar a Lola después de la actuación—. ¿Mi madre dijo porque no quería que

tuviéramos la cena? —pregunta despacio con cuidado.

—Sí. No cena.

Loïc suelta un pequeño resoplido mientras escribe sumas en su libro de

ejercicios. —No cena, no cena —Le imita, riendo suavemente para sí mismo.

—¿Dijo mi madre que quería hacer la cena ella misma? —Intenta Mathéo de

nuevo.

—¡No! ¡No! —Consuela sacude la cabeza con seriedad, mirándolo

horrorizada ante la idea—. ¡La Sra. Walsh no hacer la cena!

Mathéo se debate tras un suspiro de exasperación. —Entonces esta noche, ¿no

comida?

Loïc presiona la mano sobre su boca para reprimir una risita.

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—¡Sí, comida! —exclama Consuela casi con rabia—. Comida esta noche. Por

supuesto comida.

—Pero no cena…

Loïc resopla detrás de su mano. —Esto es algo como…

—¡Oye! —Mathéo lo pincha con una mirada de advertencia—. Comida, pero

no cena —le repite con frustración—. ¿Comida está noche?

—¡Sí! ¡Por supuesto comida en la noche! —Consuela lo mira como si fuera un

idiota—. ¡Debes comer comida esta noche, Mathéo!

—Sí, bien, créeme. Quiero comer algo de comida esta noche —murmura tanto

para sí como para cualquiera—. ¿Dónde vamos a comer esa comida? —Intenta por

última vez.

—Fuera.

—¿Un picnic? —Loïc mira esperanzado.

—¡No! ¡No! —casi grita Consuela—. Termina tu tarea rápidamente, Loïc.

¡Mathéo, te preparas por favor!

—¿Pero prepararme para qué? —Su voz empieza a subir a su pesar.

—¡Para comer fuera! Buen lugar. Te pones ropa buena, Sra. Walsh dijo.

Loïc deja su lápiz y mira a Mathéo. —Oh, vamos a…

—Un restaurante —responden ambos, resolviendo finalmente el enigma.

Su padre está celebrando algún gran trato que cerró hoy en el trabajo, y ha

reservado una mesa en su restaurante francés favorito, con vistas al Támesis y sirven

cuatro platos con comida que luce como arte moderno y le toma una eternidad

llegar. Loïc está cansado y malhumorado, poco dispuesto a probar cualquier cosa

del menú, sus padres siguen pidiendo más vino, y Mathéo comienza a desesperarse

por llegar tarde para ver a Lola después de su último espectáculo. Cuando

finalmente llegan a casa, tiene que esperar hasta que Loïc es enviado a la cama,

Consuela se ha ido por la noche y sus padres se han ido a su habitación, antes de

ponerse una chaqueta por encima de su descolorida camiseta y jeans gastados,

arrastrándose a la planta baja, resbalando en sus zapatillas deportivas y dejándose

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salir por las puertas del invernadero hacia la piscina dorada de la línea de

iluminación artificial en el césped. Llega al aparcamiento de la escuela al igual que

los alumnos más jóvenes corriendo fuera en sus trajes, hablando animadamente con

los orgullosos padres que manejan las videocámaras, el salón de la escuela está

iluminado como un faro desde el exterior, vomitando profesores, alumnos, padres

y hermanos; familias enteras, todos llenos de charla de alto voltaje. El musical fue

claramente un gran éxito y siente una oleada de orgullo de que su Lola estuvo detrás

de todo. Ella es increíble.

Mientras la multitud se desvanece, se refugia entre las sombras, sosteniendo

las rosas a su espalda, pero cuando Lola aparece, ya cuenta con una brazada de

flores. Chillando de miedo, se le cae el lote al saltar detrás de ella y la coge por la

cintura, girándola en círculos.

—¡Oh por Dios, tú loco idiota! ¡Casi me da un ataque al corazón! ¿Estás

tratando de matarme? Mierda, ¡Me diste un susto! —Pero ella está riendo, girando

sus cabezas lejos de los últimos miembros del personal para salir del edificio. Entre

los ramos de flores esparcidas él la empuja en un beso largo y duro, a pesar de la

presencia de su profesor de matemáticas, que está cerrando.

—Lo siento tanto por no poder venir. Tuve que pasar la noche con mis padres

en ese horrible restaurante…

—Está bien, ¡Habría estado más estresada si hubieras estado en el público!

Él sonríe a su radiante rostro, con los ojos todavía brillando por el triunfo. —

¿Así que fue un éxito?

—¡Lo fue, lo fue! Pero estoy feliz de que haya terminado. No más enseñarle a

niños disléxicos la diferencia entre izquierda y derecha, o intentar conseguir que

niños de ocho años canten en sintonía. ¡Y tú estás fuera de casa por fin! —Sus

palabras son como una corriente de burbujas efervescentes, corriendo hacia la

superficie; puede sentir la energía y la excitación saliendo de ella como una luz

blanca y brillante.

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—¡Tienes que venir a Francia con nosotros! —exclama Lola, recogiendo sus

ramos de rosas y apilándolas en sus brazos—. Yo quiero… No, ¡demando al menos

una semana lejos contigo antes de que empieces tu entrenamiento loco otra vez! Así

que no se… engaña a la resonancia magnética.

—¿Cómo puedo hacer trampa? ¡No es una prueba de detector de mentiras, tú

vaca tonta!

—¡No me importa! Piensa en cosas locas, o no pienses nada en lo absoluto.

Pretende que tienes muerte cerebral, después de todo, eso no debería ser tan difícil.

¡Estoy segura que cuando te golpeas la cabeza con el tablero pierdes alguna docena

de puntos en el Coeficiente Intelectual!

—¿Cuánto champán tomaste? Eres tan molesta —Le toma el pelo.

Ella lo golpea. —Dos vasos. ¡Sí eso!

—Entonces solo estás hablando locuras. —La empuja en una parada en la

calle y la besa de nuevo—. ¡Estás loca, hiperactiva e ilusa… y ni siquiera me has

agradecido por las rosas!

—¿Qué? ¿Estas cosas aplastadas?

—¡Sólo están aplastadas porque las pisoteaste!

Se ríe de nuevo, el sonido espumoso en el aire nocturno. —Estoy bromeando,

son hermosas. Te amo… ven aquí.

Llegan fuera de la casa de Lola y ella lo busca y lo besa con tanta fuerza que

los ramos de flores se van esparciendo hacia abajo sobre el pavimento. Ella lo deja

recogerlas mientras abre la puerta principal, en voz alta le informa que ahora es una

directora famosa, necesitara un asistente para ayudarle con cosas como los ramos,

premios y…

—¡Shh, son casi las doce! ¡Tu padre estará dormido! ¡Volvamos a la mía: mis

padres están en la cama, podemos colarnos…!

—¡Papá no está aquí! Gracias a Dios, habría llegado esta noche y me hubiera

avergonzado con un discurso o algo al final del espectáculo.

—¿Él no lo vio?

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—Vino a la presentación de ayer. Aun así logró ser masivamente vergonzoso

cantando para mí al final. —Consigue abrir la puerta principal y casi es golpeada

por Rocky, saltando hacia ella y ladrando en frenesí.

—¿Pero cuándo va a volver? Vamos, Lola, realmente creo que debemos

volver a mi casa.

Lola se ve sorprendida. —¿Por qué arriesgarse cuando tenemos esta casa para

nosotros? Sé que tu cama es cien por ciento más cómoda, pero…

—¿Qué pasa si tu padre entra?

—No lo hará. No volverá hasta mañana por la noche. Tenía una reserva para

un gran trato de fotos con Clavin Klein y dijo que no podía salir de ella. Así que es

tu trabajo hacerme compañía hasta entonces. —Ella suelta los ramos sin ceremonias

sobre la mesa de la cocina.

—¿Estás segura que no volverá a casa esta noche?

—¡Sí! De todos modos, papá te ama. ¿Cuándo se ha quejado de que te quedes

aquí?

—Vale…

—Abajo, Rocky, abajo, perro loco. ¡Siento como si no te hubiera visto en años,

Mattie, por lo que definitivamente no vamos a ninguna parte!

Ella llega a la luz, pero antes de que pueda encenderla, Mathéo la levanta en

brazos y la ubica en el borde de la mesa de la cocina. —¡Bien, porque no estaba

planeándolo!

Quitándose la chaqueta, toma la cara de ella en sus manos, comenzando a

besarla en serio ahora.

—Espera. Tengo que poner las flores en el agua.

—Oh no, no, no. No hay que esperar. —Está besándola más duro y más

rápido—. ¡Ya esperamos demasiado tiempo, no puedo creer que no te haya visto

desde hace tanto!

—¡Solo dos días! —Ríe entre dientes, tirando hacia atrás en busca de aire.

—Shhh.

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Él está intentando besarla, pero ella sigue estallando en risas. —No tenemos…

—Beso—, que callar. Papá está lejos, así que por una vez puedes ser tan ruidoso y

tan ohh y aah como quieras.

—¿Te quieres callar? —La besa con fiereza, pero su risa vibra de su boca a la

suya, lo que hace besarla casi imposible, por lo que la alza sobre su hombro y, con

dificultad, sube la estrecha escalera con Lola chillando y Rocky ladrando

histéricamente pisándole los talones.

La luz de la farola fuera de su ventana cae a través de las cortinas abiertas,

bañando la habitación con un tono naranja suave. Como de costumbre, su cama esta

deshecha, ropa tirada y libros cubren la alfombra. Tan pronto como la deja bajar, los

dedos de Lola se deslizan por debajo de su camiseta, presionando contra los bordes

de su estómago, enviando una rápida emoción a través de sus músculos, su piel se

estremece en su espalda y sus brazos, su cabello cuelga despeinado, su cara caliente

al tacto; ella está enrojecida, despeinada, hermosa y perfecta. Mathéo la besa en la

mejilla, el cuello y el pecho, empujando apresuradamente hacia abajo su falda, con

sus torpes dedos. Entonces Lola tira de la camiseta sobre su cabeza, desabrochando

sus jeans, y desliza su mano en su interior, debajo de la cinturilla de sus

calzoncillos…

De pronto él está luchando: girando y retorciéndose en su contra, lidiando

con sus manos, agarrándola por las muñecas, sosteniéndola por la espalda. —¡Lola,

detente! ¡Espera, detente!

Ella se ríe. —Mattie, si esta es tu idea de hacerte el difícil… —Sus brazos

rodeando su cuello y tirándolo de nuevo hacia ella.

—¡No, yo… lo digo en serio! —Siente como si se estuviera asfixiando. Las

manos de Lola todavía en su piel, tocándolo, acariciándolo.

—¡Lola, detente! —Se oye a si mismo gritar—. ¡Dije basta! —Agarrándola con

fuerza por los brazos, Mathéo la empuja lo más fuerte que puede. Hay un ruido

sordo, y ella cae a través de la alfombra, estrellándose con fuerza. Puede oír el golpe

cuando su hombro hace contacto con la pared, y luego se cae de nuevo contra ella,

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el pelo enmarañado colgando en sus ojos, sus labios besando el dolor, una expresión

salvaje, disimulando el shock en su cara.

Mathéo toma un par de pasos hacia atrás, los brazos a los costados, jadeando.

Sus manos tiemblan mientras lucha por subir sus jeans, para alcanzar su camiseta

del suelo. Lola se sienta lentamente, ensartando sus brazos por las mangas de su

camiseta. Ella lo está mirando como si no lo reconociera: una mezcla de dolor,

conmoción y asombro desconcertado. Pero sobre todo, miedo. Se aferra a su brazo

izquierdo sobre el pecho de manera protectora, encogida contra la pared,

temblando, como si estuviera aterrorizada de él.

—Mierda, yo no quise… Oh jodido infierno, no te hice… no te hice daño, ¿O

sí? —Su voz es irreconocible para sus propios oídos, como si hubiera sido sacudido

brutalmente. Respirando con dificultad, se mueve hacia ella, extendiéndole la mano,

pero ella se contrae de nuevo con un jadeo de sorpresa, una mirada de puro horror

en sus ojos.

—¡L–Lola, háblame! ¿Estás… estás bien? ¿Te… te lastimaste el brazo?

Su mano se mueve hacia arriba para tomar el hombro opuesto y ella trata

insegura de levantarse, haciendo una mueca de dolor.

—Espera. ¡No, espera! No te muevas ¡Déjame ver!

Intenta tocar su brazo, pero ella sostiene una mano para mantenerlo lejos. Su

respiración es fuerte y superficial. —Creo… —Un sollozo ahogado—, creo que debes

irte

Ella se mueve a su alrededor para llegar a la puerta, pero él la detiene. —Lola,

no, espera, no. Por favor no te vayas. Escúchame: Lo siento, de verdad. Solo, solo fue

un accidente. Solo fue un accidente, Lola, ¡Tienes que creerme!

—¿Un accidente? —Lo mira boquiabierta—. ¡Me golpeaste contra la pared!

—Sus ojos se llenan de lágrimas y se hace aleja de él, tratando de llegar a la puerta.

—No entiendes. —Su voz empieza a subir—. No fue mi intención. Lola, lo

siento mucho. No sabía que estaba haciendo. ¡Estaba en pánico!

Ella se le queda mirando como si estuviera loco. —¿Entraste en pánico?

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—Yo pensé… —Su mente escarba alrededor desesperadamente por algún

tipo de explicación—, es solo que yo pensé. ¡Creí oír un intruso! —Su excusa suena

patética, incluso para sí mismo.

Lola se le queda mirando, con los ojos como un animal asustado: salvaje con

miedo, brillando con el dolor. —Necesito que te vayas.

—Lola, por favor. —Cuidando de no tocarla, intenta bloquear su camino—.

¿Puedo… puedo solo darle un vistazo a tu brazo? Por favor. Por favor, Lola. ¡Tengo

que saber que estás bien!

Su mano se dispara, pero ella le impide tocarla. Está ahí, sacudida y

desaliñada, sin soltar su brazo protectoramente contra su pecho. —Mattie, lo digo

en serio, no me toques. ¡Sólo vete!

Él da un paso hacia atrás, cayendo contra la pared, golpeándose la parte

posterior de la cabeza mientras levanta la cara hacia el techo y cierra los ojos frente

a la amenaza de las lágrimas. —Lola, lo siento mucho. ¡Haré lo que sea!

—Si realmente lo sientes, entonces vete.

Intenta decir algo, cualquier cosa, pero no sale ningún sonido. Levantándose

precipitadamente, se da la vuelta y sale de la habitación de Lola, bajando

rápidamente las escaleras y dejándose engullir por la oscura calle.

Permanece despierto en la noche, sintiéndose enfermo. Enfermo de

vergüenza. Enfermo de auto-odio, odiándose a sí mismo, disgustado consigo

mismo. Debería haber muerto al caer de la tabla. Todo debió de haber terminado ahí

y entonces Lola, sus amigos, toda su familia estarían mejor sin él. No hay ni una

pequeña parte de si mismo que no odie. Todo duele. Todo ha ido tan terriblemente

mal.

¿Por qué demonios la empujó de esa manera? Había estado realmente loco.

Es peligroso, no solo para sí mismo sino para otros. Tal vez nunca se recupere de lo

que hizo en Brighton. Tal vez realmente se ha convertido en un monstruo. Tal vez

este es su castigo. Tal vez, tal vez...

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Tras varias horas de esa tortura, no puede permanecer inmóvil. Saliendo

debajo de las sabanas, de la habitación. Pisando suavemente bajando las escaleras,

hace su camino a través de la oscuridad de la casa, cruzando el pasillo, en la sala de

estar, los muebles a su alrededor espectrales contra la luz de la luna. Rodea el lugar

como una clase de depredador, sus manos rozando las paredes. Se siente atrapado.

Quiere correr, ¿pero a dónde? Sin importar lo lejos que vaya, no podrá escapar, no

puede escapar de su propia repugnancia. Siempre estará atrapado dentro de su

propio cuerpo, de su mente. El dolor emocional que viene con la comprensión es tan

fuerte, que se siente física. Tiene la sensación de un nudo girando dentro de su

cuerpo, listo para destruirlo desde adentro. Está perdiendo su agarre, perdiendo su

mente. ¿Alguien más sabe lo que es estar muerto y seguir vivo? Eso es todo. Eso es

todo. A medio mundo de tormento, donde los recuerdos congelados en el olvido

poco a poco comienzan a descongelarse. Un lugar donde todo duele, donde tu mente

consiente nunca tiene la fuerza para poder funcionar en el mundo real, sin el poder

de regresar a la hibernación, cayendo en la alfombra, se deja caer sobre sus rodillas

y comienza a llorar.

¿Cómo va a conseguir alguna vez que Lola lo perdone? ¿Cómo va a poder

explicarle lo que le paso cuando apenas él lo entiende? Por un momento parecía

como si no pudiera tener suficiente de ella, suspiraba por el tacto de sus manos sobre

su cuerpo, anhelaba su cuerpo desnudo presionado contra el suyo, deseaba estar tan

cerca como dos personas podrían alguna vez, inhalar su boca, sus labios, su lengua,

sentirse dentro de ella, tan excitado que se sentía abrumado por una especie de

locura, abrumado por la pasión y la urgencia que solo el sexo puede aliviar…

entonces, al siguiente momento, se sintió atrapado, capturado y propulsado en una

pesadilla de distorsión, horror y disgusto. Se sentía sucio, expuesto y repugnante,

deseando sólo cubrir su desnudez y llegar a estar lo más lejos de ella, de él, tanto

como fuera posible…

No lo puede creer, no puede creer que haya llegado a esto. Esa noche, esa

noche en Brighton, un acto que está destruyendo su vida entera, mancillando la cosa

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más pura y sin mancha que tiene a la que aferrarse: su amor por Lola. La hermosa

Lola, con su sentido de travesura, humor y diversión, con su talento, bondad, afecto

y sensibilidad. Lola y su amor por él, tan fuerte y brillante que es como el sol en un

día despejado. Se lo lleva, lo sostiene, lo alimenta y le da energía, a través de las

ausencias de sus padres y sus presiones académicas, a través de sus entrenamientos

y la competición de sus temores. A través de cada nuevo clavado y todas las

expectativas, del temor a accidentarse y fracasar, de las ansiedades acerca de los

Olímpicos, su futuro. Todas esas pequeñas pero pesadas preocupaciones, como los

chips de grava que raspan y se desgastan todos los días. Lola le da la fuerza para

enfrentarse a ello, levantarse a si mismo después de cada caída. Le da fuerza para

seguir llevando todas esas diferentes mascaras: la máscara de la popularidad, lindo,

atleta bebedor de cerveza en la escuela; la máscara de hijo obediente, encantador,

estudioso en el hogar; la máscara del prodigo, imponente, campeón de clavados que

espera encarnar, no solo en el entrenamiento diario sino en cada competición, en

cada entrevista: en televisión, la web y hasta en los periódicos. Tantos papeles que

llenar, deberes, tanta jodida, maldita, constante expectativa. Con los resultados a

Nivel–A saliendo en menos de un mes, con las competiciones en curso durante todo

el verano, con un lugar aplazado en la universidad pendiendo de un hilo, y con los

Olímpicos ahora a solo trece meses de distancia, no está sólo bajo el escrutinio de

sus compañeros, sus amigos más cercanos, su equipo de clavados y su familia, ¡Sino

de toda la nación! La presión en su vida nunca fue tan grande, las apuestas nunca

habían estado más altas, y sus emociones nunca estuvieron tan estiradas, tan

profundas, volátiles y precarias. Él no puede permitir que una estúpida noche en

Brighton llegue a él; fue un terrible error que nunca debió dejar que pasara. ¡Pero

pasó, por lo que ahora debe purgarlo de su mente! ¡Purgarlo de su alma como si

nunca hubiera pasado, olvidarse de su propia existencia y solo volver a ser tan

competente como siempre fue, como aún lo es! Pero nada de eso, nada de eso es

posible sin Lola a su lado. Lola; su roca, su joya, su perla, la otra parte de él, la figura

de fuerza, compasión y amor que ella personifica. Lola, la única persona con la que

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nunca ha tenido que usar una máscara, la única persona que conoce todas sus

imperfecciones, con todos sus miedos y aún así lo ama. No puede perderla, porque

sin Lola su vida carece de todo sentido, todo lo que vale la pena, se reduce a nada.

Menos que nada: un actor, un impostor, una cascara. Muerto por dentro.

Sólo cuando escucha el sonido de pasos vuelve a tomar conciencia de su

propia presencia física, se acurruca en el suelo de la sala a los pies del sofá, con las

rodillas levantadas hacia el pecho, temblando en camiseta y pantalones de pijama,

agarrando un cojín para el calor y la comodidad. Pensó que estaba en silencio,

llorando en silencio con su cara presionando el cojín del sofá, pero cuando levanta

su cabeza se sorprende al ver a Loïc parado delante, solemnemente en el otro lado

de la habitación, a los pies de la escalera de mármol. Con su fino, cabello rubio y tez

pálida, se asemeja a un pequeño fantasma en la gran sala, iluminado solo por la luz

de la luna cayendo a través de los grandes ventanales. Si no es un fantasma entonces

una estatua, de pie inmóvil, encajando perfectamente con el mobiliario escaso pero

caro que lo rodea.

Conmocionado y humillado, Mathéo está perdido para las palabras, no tiene

manera de disfrazar las lágrimas y no puede pensar en ninguna razón para la

inesperada aparición de su hermano. Loïc le tiene fobia a los fantasmas y

normalmente nunca se aventuraría a la planta baja por su cuenta, y desde luego no

sin encender las luces. Mathéo se da cuenta de que no tiene ni idea de cuánto tiempo

ha estado Loïc ahí de pie, presenciando el colapso de su hermano mayor: no puede

recordar haber llorado alguna vez delante de Loïc…

La vergüenza le hace querer romperse, decirle a Loïc que se vaya y lo deje

solo, pero ha estado llorando tan fuerte que no confía en sí mismo para hablar.

Todavía está jadeando conmocionado, de una manera incontrolable que solo se

acompaña de múltiples sollozos, y lágrimas mojando sus mejillas. Aprieta el puño

cerrado en su boca e intenta contener la respiración, pero el aire solo estalla de sus

pulmones con un sonido ahogado. Por alguna razón, el silencio de Loïc, su sola

presencia inafectada parece molestarlo aún más. Vuelve a intentar controlar su

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respiración, se frota la cara con fuerza con las palmas de las manos, presionando una

mano sobre su boca y frenéticamente intenta reunir suficiente aliento para decirle a

Loïc que vuelva a la cama. Pero cada vez que intenta hablar, las palabras son

interrumpidas por sollozos ahogados.

Los ojos de Loïc no se han apartado de la cara de Mathéo. Parece estar

sometido, su usualmente mirada lastimera remplazada por una de profundo dolor,

pero sin apreciar la diferencia del shock o el horror. Toma cuatro pasos calculados

hacia Mathéo, sus descalzos pies silenciosos contra el mármol, y entonces

lentamente se arrodilla a un par de metros de distancia, como acercándose a un

animal salvaje. Con cautela le tiende la mano. Le toma un momento a Mathéo darse

cuenta de que su hermano pequeño está entregándole un pañuelo de papel arrugado

y, todavía incapaz de hablar, Mathéo no tiene otra opción que asentir con

agradecimiento, acercándose a aceptarlo. Se lo frota contra las mejillas, el aliento

atorado en su garganta, entonces vacía sus pulmones lentamente, y baja los ojos al

espacio entre ellos en el suelo.

Un par de respiraciones constantes más, y le susurra—: Gracias.

—De nada —La voz de Loïc es poco más que un susurro, pero calmada, más

madura de lo habitual—. ¿Quieres que me vaya ahora?

Fijándose en un punto entre ellos en el suelo, Mathéo respira profundamente

por la boca, concentrándose en permanecer lo más tranquilo posible. —N… no. Por

supuesto que no.

—No creo que nadie más escuche —dice Loïc, como si pudiera leer la mente

de su hermano—. Me desperté para ir al baño y tu puerta estaba abierta y vi que no

estabas en la cama. Así que vine a buscarte.

—¿Por qué? —jadea—. ¿Por qué bajaste? —pregunta Mathéo pesadamente,

en un intento de crear una conversación.

—Porque estaba preocupado de que te hubieras escapado.

Mathéo mira rápidamente hacia arriba, sorprendido, para encontrar a su

hermano mirándolo fijamente. —¿Qué… qué te hace creer que haría eso?

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—Porque has estado muy triste por mucho tiempo ahora. Y a veces, en los

libros, cuando los adolescentes están tristes, se escapan.

Las palabras susurradas cuelgan ahí en el silencio, lentamente formándose en

una pregunta, una pregunta de tal magnitud que Mathéo puede realmente sentir su

presencia en el aire entre ellos. Se seca las mejillas. —¿Pero quién te dijo que estaba

triste?

—Nadie. Solo tuve que ver tu cara. Después de la gran competencia que

ganaste en televisión, cuando llegaste a casa, estabas triste. Y entonces te pusiste más

triste. Y además has tenido pesadillas.

Mathéo está mirando a Loïc ahora, su pulso empezando a acelerarse. —¿Qué?

¿Qué pesadillas? ¿Cómo? ¿Cómo lo sabes?

—¿No te acuerdas? Tú hablaste y gritaste, y a veces lloras un poco también.

Entré a tú habitación y dije tu nombre cada vez más fuerte hasta que te despertaste.

Entonces me dijiste que fuera a la cama y te volviste a dormir.

—Mierda… —Respira entrecortadamente, sacudido por la revelación—.

¿Qué tan seguido?

–Doce veces —responde Loïc sin perder el ritmo—. Pensaba que esta noche

era la treceava, pero esta vez no era una pesadilla porque estabas despierto.

Mathéo se encuentra mirando a su hermano en shock. —¿Acaso… acaso

alguien más me escucho?

—No, solo yo, porque tengo un muy buen oído. Siempre me levanto de

inmediato si hay un ruido, incluso cuando otras personas no pueden oírlo. No fui a

buscar a mamá o a papá en caso de que te hicieran un montón de preguntas y tú no

quisieras contestar.

Abrazando el cojín contra su pecho, Mathéo intenta imaginar a Loïc entrando

en su recamara a despertarlo de una pesadilla, y falla. Pero su hermano no está para

hacer esas cosas. —Tú… dijiste que estaba hablando, ¿Qué clase de cosas decía? —

El miedo lo atrapa de repente; miedo de lo que podría haber dicho.

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—Depende. A veces gritabas, o otras sonabas muy triste. No puedo recordar

todo, pero muchas veces dijiste ¿Por qué yo? y Tú siempre has sido amable conmigo, y

Por favor no, eres una buena persona. Y en una ocasión… —vacila, mordiéndose el labio

y mirando hacia abajo como si tuviera miedo de meterse en problemas−, Hum,

dijiste la palabra con J. ¡Pero eso no fue tu culpa, no sabías que estabas diciendo

porque estabas durmiendo!—. Sacude la cabeza con sinceridad, como para reforzar

este hecho—. No fue tu culpa, Mattie.

Inestable de nuevo por la conmovedora preocupación de Loïc por decir

palabrotas, Mathéo cambia rápidamente de tema: —¿Alguna vez digo que… que

estaba pasando en el sueño?

—No. Pero siempre suenas como si estuvieras enojado y asustado. Muchas

veces gritas, juro por mi vida que nunca le diré a nadie.

Mathéo siente su ritmo cardiaco acelerarse. —¿Alguna vez…? —Traga

saliva—. ¿Alguna vez dije un nombre? ¿Cualquier nombre?

Loïc niega con la cabeza, y Mathéo momentáneamente cierra los ojos y respira

profundamente en alivio.

—¿Loïc?

—Sí.

—¿Puedes prometerme algo? ¿Puedes prometerme que nunca le dirás a nadie

sobre esto, sobre las cosas que dije?

—Te lo prometo. —Loïc nivela su mirada sin parpadear, y por primera vez

en la conversación, Mathéo se da cuenta del verdadero miedo en los ojos de su

hermano—. ¿Alguien te hizo daño, Mattie? ¿Es por eso que tienes pesadillas todo el

tiempo y siempre estás triste?

El interrogatorio detrás de la mirada de su hermano pequeño enerva a

Mathéo. La pregunta es tan simple, tan sencilla. Y que eso deba venir de su hermano

de ocho años, de Loïc, el hermano pequeño que sale con la niñera mientras él se

concentra en seguir con su vida ocupada, llena de acción, sólo lo golpea sacando el

aire de sus pulmones. Todos estos días, todas estas noches, cuando tenía que volver

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de la escuela o el entrenamiento, tomando la escaleras de dos en dos para cambiarse

y llamar a Lola, o correr a través de su tarea antes de ir al gimnasio. Todas esas

noches que se las había arreglado para ignorar a Loïc, su propio hermano, siempre

atrapado en la planta baja con la niñera. Su propio hermano, quien siempre estaba

tan desesperado por aferrarse a él con preguntas acerca de su día, o del clavadismo,

que incluso fingía estar atascado con su tarea en un intento desesperado de pasar

unos pocos minutos de tiempo con su hermano mayor. Todas esas tácticas dilatorias

solo para conseguir un poco de atención. La atención que ansiaba, pero que no recibo

de nadie más que de una serie de niñeras con mal Inglés, mientras sus padres

estaban trabajando o socializando, jugando golf, tenis o manteniéndose en forma en

el club de campo. Los padres que prácticamente han ignorado a su hijo más joven

cada comida para discutir acerca del entrenamiento de Mathéo, las competiciones

de Mathéo, las nuevas inmersiones de Mathéo, las calificaciones de Mathéo, los

logros de Mathéo, el futuro de Mathéo. Y aún así, a pesar de apenas intercambiar

unas pocas palabras con su hermano mayor, Loïc ha sido el único en darse cuenta

del hecho de que algo anda mal, que algo pasó, que algo cambió, y que Mathéo está

triste. Sin el conocimiento de nadie, ni siquiera el propio Mathéo, Loïc estaba

entrando regularmente a la habitación de su hermano mayor en la noche para

despertarlo de sus pesadillas, sin ningún tipo de agradecimiento, y sin

mencionárselo a sus padres en caso de que Mathéo no quisiera que se enteraran…

—¿Loïc?

—Sí.

—Alguien… Alguien me hizo daño —pausa—, pero… pero está bien ahora.

Estoy bien ahora. —Intenta una sonrisa tranquilizadora, pero el aliento se atora en

su garganta—. Gracias por… gracias por no decirle a nadie. Gracias por bajar a

verme. Gracias… gracias por despertarme de las pesadillas. —Toma una respiración

inestable—. Sé que siempre estoy ocupado con cosas, pero… pero te amo mucho, lo

sabes.

Loïc mira hacia arriba con una sonrisa tímida. —Yo también te amo.

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Con una sonrisa, Mathéo le tira el cojín y sostiene hacia afuera su brazo. —

Me he olvidado, ¿Eres demasiado anciano para los abrazos?

El rostro de Loïc se ilumina. —¡Sólo tengo ocho, tonto!

—¡Ven aquí, entonces!

Su sonrisa se amplía, Loïc trepa sobre sus rodillas y ríe cuando Mathéo tira

de él en su regazo. Por primera vez en años, Mathéo siente la fragilidad del cuerpo

de su hermano menor pegado al suyo. Loïc es pequeño para su edad, tan ligero como

un pájaro, y se siente casi insustancial, pero su abrazo es feroz. Huele a jabón y

champú para niños. Y por un momento simplemente se sientan ahí, Loïc cálido y

flojo por el sueño, hasta que finalmente sus brazos alrededor del cuello de Mathéo

se aflojan y su cabeza se vuelve pesada. Con cuidado de no despertarlo, se pone de

píe, lo desplaza suavemente contra su hombro y lo lleva a la planta superior. En la

puerta de la habitación de Loïc, vacila. La cama King Size de Loïc parece

ridículamente grande para un niño tan pequeño. Cruzando hacia su propia

habitación, Mathéo baja a su hermano cuidadosamente en el colchón, poniendo el

edredón a su alrededor. Luego se pasea alrededor de la cama para subirse del otro

lado. Si tiene una pesadilla esta noche, por lo menos Loïc no tendrá que levantarse

de nuevo. Incluso parece concebible que tener a su hermano pequeño durmiendo a

lado de él podría mantener las pesadillas en la bahía…

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Capítulo 10

Traducido por Evanescita

Corregido por DeniisRodriguez

Al día siguiente se despierta tarde. Loïc ha salido de su cama, sin duda

alguna, convocado para el desayuno, así Mathéo pasa la mayor parte de la mañana

encerrado en su habitación, haciendo todo lo posible para ponerse en contacto con

Lola. Intenta llamar a su móvil, le manda mensajes de texto, le envía un correo

electrónico… pero nada. Estando en casa o no, ella nunca está sin su móvil, así que

debe de saber que está tratando de comunicarse con ella. Le deja un par de mensajes

de voz, pidiéndole que le devuelva la llamada. No es como que Lola pase a ser fría

por eso, rehusándose a hablar, cortando todo contacto… pero esto es un territorio

desconocido para los dos. Lo que le aterra es la idea central de que pudo haber

herido sus sentimientos más allá de la reparación, que el abismo entre ellos puede

ser no negociable, insalvable, pudiendo ponerle fin a su relación para siempre... Pero

no puede permitirse seguir pensando de esa manera o va a volverse loco.

Preocupándose de que ella pudo haber hablado con alguien sobre lo sucedido, a

Isabel, Hugo, o Dios no lo quiera a Jerry, y que la noticia de sus acciones bien pueden

haberse diseminado, mal interpretado, sin duda, con violencia deliberada. Pero,

sobre todo, se preocupa desesperadamente por haberla herido gravemente. A pesar

de que fue un acto reflejo, la empujó con tanta fuerza que la estrelló contra la pared.

Pensando de nuevo en la noche anterior: comenzó tan bien. Un minuto

estaban jugando, riendo, divirtiéndose, y al siguiente estaban en su dormitorio,

besándose con fuerza. Todo su cuerpo la anhelaba, no habían dormido juntos en

mucho tiempo, pero luego, de repente, la sensación de ser tocado se volvió horrible,

repulsivo. Cerró los ojos y ella se transformó en otra persona… a alguien que quería

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hacerle daño, que disfrutaba de su dolor. Alguien en que alguna vez confió, se

transformó de repente en un monstruo. . . pero Lola no tenía idea de todo eso, por

lo que a ella se refería, por el momento con su novio que estaba iniciándose en el

sexo, cuando a continuación la empujó lejos… ¡Brutalmente lanzándola contra la

maldita pared! ¡Seguramente no puede creer que él la quiso apartar de esa manera!

¡Seguramente no creía que lo hizo a propósito! Sin embargo, ¿cómo puede saberlo?

Dando vueltas en su habitación, con el teléfono en mano, se sentía cada vez

más desesperado cuando la mañana avanzaba. Queriendo regresar a su casa,

enfrentándose a ella en persona, y así poder decirle la verdad, contarle lo que le pasó,

confesarle todo con la esperanza de que pudiera entender. Pero eso significaría tener

que enfrentarse a Jerry, y estando seguro de saber que a estas alturas, Lola le contaba

todo. Jerry estaría obligado a hacerle preguntas, él siempre se daba cuenta cuando

su hija se sentía mal. Para empeorar las cosas, Mathéo presiente tan fuerte de que no

será capaz de salir de su casa sin un interrogatorio, y piensa en dar cualquier excusa.

Por una vez, sus padres son persistentes durante el desayuno… puede oír a través

de las ventanas abiertas de su balcón.

Es un día brillante y cálido, que desacuerda con el dolor en su rostro, y los

rayos del sol en un cielo azul de porcelana. Una cálida brisa flota, agitando las

cortinas de malla blanca. El tintineo de la cristalería y loza desde afuera indica que

el desayuno en la terraza se encuentra todavía en pleno apogeo. Los tonos nasales

de Consuela contrastan con el acento al hablar de su padre acerca de la crisis de la

eurozona, mientras que su madre habla de ellos dos, quejándose en francés por la

falta de apetito de Loïc y disparando órdenes a Consuela en perfecto español. Sólo

la voz de Loïc falta en la charla y Mathéo se preocupa de que el episodio de anoche

pudiera haberle sacudido suficiente para inducirlo en confiar, finalmente en sus

padres y hablarles acerca de sus pesadillas, a pesar de la promesa de la noche

anterior. Debe de haber sacudido a Loïc ver que su hermano mayor, casi diez años,

se encontraba derrumbado en el suelo de la sala, llorando como un niño. Mathéo

siente vergüenza al recordar. Pero de nuevo, todo este tiempo Loïc conoce mucho

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más sobre la angustias de Mathéo que los otros tres combinados… y, sin embargo,

por un lado provoca sentimientos de culpa, por otra parte es innegable que la

realización también le trae algo de alivio, el alivio de que haya al menos una persona

que conoce, que se preocupa, una persona que tiene una idea, aunque sea pequeña,

del tormento que está pasando.

—Chéri, sal y siéntate con nosotros. Disfrutemos de un buen desayuno. —Su

madre se las arregla para interceptarlo antes de que pueda llegar a la puerta

principal.

—Está bien. No tengo hambre. Yo sólo voy a salir por un poco de aire fresco.

—Puedes tener aire fresco aquí en el jardín. —Ella saca una silla y mira a

Consuela señalando la cafetera con la punta de su dedo impecablemente cuidado.

Demasiado cansado para discutir, Mathéo deja el relativo frescor de la cocina y se

une a ellos en la terraza, la terraza es bañada por el sol caliente bajo sus pies

descalzos. Sus jeans favoritos parecen haberse extendido desde la última vez que los

usó y, sin correa, se deslizan a descansar en sus caderas debajo de la camiseta gris

desteñida. A pesar de la sombrilla gigante, la luz lo golpea dolorosamente en los

ojos, haciéndole entornarlos. Ya se siente agotado, aplastado por el enorme brillo del

día. Revuelve el azúcar en su café negro, se hunde de nuevo en su silla y mira el

desayuno de fin de semana familiar que desarrollan. Todo es así…

devastadoramente predecible. No sabe por qué esto le molesta, pero lo hace, hasta

el punto en que se siente casi trágico. El día ya está resultando ser otro día abrasador,

el sol cayendo a plomo desde lo alto de un cielo azul transparente, un solo mirlo

gorjea a lo lejos como si no pasara nada. Loïc está vestido sólo con su pantalón de

pijama, la parte superior medio desnudo y de aspecto frágil, el pelo revuelto de

recién levantado de cama, colgando como paja desordenado frente a sus ojos. Parece

aburrido y somnoliento, con ojos desganados mira como Consuela extiende

mermelada en su croissant no deseado, con estrechos hombros caídos, derrotado. Su

padre, vestido para el golf y sumergido en el Financial Times, trata de aplastar

ineficazmente de vez en cuando una gran mosca azul, decidida a llegar a su plato.

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Su madre viste para ir al gimnasio, pero se las arregla para lucir elegante en polainas

y una enorme camiseta que se desliza de un hombro bronceado, el pelo recogido en

un moño apretado. Viendo esto hace once años, sus padres se meterán en sus

respectivos coches y conducirán a sus respectivos centros de ocio, Consuela

caminará con Loïc a su clase de tenis, y más tarde a una cita de juegos o al parque, y

por la tarde sus padres se irán a uno de sus cócteles o cenas. Al día siguiente será

más de lo mismo, y la familia continuará con las distintas actividades sociales de

ocio y de fin de semana por separado antes de reagruparse para la cena del domingo

para marcar el final de una semana más sin sentido.

—Pareces cansado, Chéri. —La voz de su madre rompe a través de la frágil

red de tintineantes cubiertos, el crujir del papel y el zumbido de la mosca—. ¿No has

estado durmiendo bien?

—Estoy bien —dice con firmeza, nivelando su mirada a la de ella.

—Estas terriblemente pálido y tienes grandes sombras bajo los ojos. Mitchell,

¿no crees que nuestro hijo se ve pálido?

Su padre baja el periódico y mira a Matheo con el ceño fruncido. —

Demasiado descanso. Su cuerpo no está acostumbrado a ello... Pérez debería tenerlo

entrenando en el gimnasio por lo menos. —Aplasta a la mosca con irritación—. ¿En

qué fecha el médico dijo que podrías empezar a bucear de nuevo?

—Después de sacarme los puntos y dependiendo de los resultados del

examen EEG.8

—¿Y cuándo es eso?

—En dos semanas.

Su padre suspira con frustración. —Pérez no está sugiriendo que dejes de

entrenar por completo hasta entonces, ¿no?

—Realmente no importa.

Ve los ojos de su padre ensancharse. —¿De qué estás hablando?

8 Electroencefalografía.

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Mathéo toma una respiración profunda y se pone de pie, listo para una salida

rápida. —¡No quiero volver a ver a Pérez de nuevo en mi vida! —declara dejando la

mesa. Y entonces se encuentra a sí mismo articulando palabras que nunca pensó que

diría—. Estoy renunciando al buceo, papá.

—Lola, déjame entrar por favor, sólo quiero hablar contigo. Tengo que hablar

contigo. Es realmente importante, ¡no tienes idea!

Después de salir de casa, decidió caminar y ver si la ban de Jerry todavía

estaba en la calzada, por suerte no estaba, pero era imposible saber cuándo iba a

volver. Mathéo ha estado golpeando fuerte la puerta durante los últimos cinco

minutos, ya ha escuchado la voz de Lola desde el interior, con firmeza le informaba

de que no estaba de humor para hablar y que debería marcharse. Enganchándose

hacia adelante contra la madera sólida, colgándose de la aldaba de apoyo,

presionando su cara contra la grieta entre la puerta y su marco, consciente de la

proximidad de su respuesta sabe que Lola esta justo detrás de él, lo más probable es

que este sentada en las escaleras.

—Lola, todo está cayéndose a pedazos. Si… si no quieres volver a verme

después de esto, entonces está bien. Bueno, no muy bien. Dios, no, no está bien,

pero… pero voy a entender. Te prometo que te voy a dejar sola. Pero quiero

comprobar que no estás herida y... y yo quiero decirte, ¡Lola! Tengo que decirte. Te

lo debo ahora, y… y si no se lo digo a alguien pronto, creo que voy a enloquecer.

Necesito… Tengo que… creo que necesito ayuda. Lola, ¡por favor! —Su voz se

quiebra, se ha quedado sin palabras, se ha quedado sin tiempo. Ya ha decidido

dejarlo. Tendrá que pasar el resto de su vida sin ella, tratando de encontrar una razón

para seguir con su vida. Cierra los ojos y presiona su frente contra el arco,

completamente agotado, la suave tela de su camiseta se pega a la espalda. De

repente, la puerta se abre, medio tropieza, y medio cae en el pasillo.

—¡Jesús! —Lo estabiliza con el brazo.

Manchas de sangre roja perforan el aire a su alrededor. Siente el tacto frío de

la mano de Lola contra la suya, trata de mantener la aprehensión. En pocas palabras,

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es como si hubiera otra persona allí, flotando justo por detrás de ella, y una sensación

de hormigueo y miedo comienza a extenderse por toda su piel. Trata de enderezarse,

intenta todavía con su galopante corazón, pero el miedo es tan real que casi puede

saborearlo.

Patea la puerta cerrándola contra la fuerte luz de la usurpación de la tarde y

se desploma contra la pared del pasillo estrecho.

—¿Qué es lo que querías decirme? —pregunta Lola, manteniendo una

distancia natural entre ellos. Sus brazos se envuelven alrededor de su cintura, como

si se abrazara contra un viento frío que sólo ella puede sentir. Se ve frágil y pálida,

con ojos enormes en su cara pellizcada, con sombras bajo sus ojos color violeta, con

rosa en el borde, las mangas de la chaqueta de punto azul derribadas sobre sus

manos.

—¿Te he hecho daño, Lola? Yo… quiero decir, ¿físicamente?

Ella no responde. En cambio, vuelve un poco la cabeza y ve la tristeza pesada

profunda en sus ojos.

—Pensé que tenías algo que querías decirme —dice ella después de una

pausa, dando un paso hacia atrás y abrazándose con más fuerza ahora.

Hay este terrible vacío entre ellos y no se atreve a extender la mano para tratar

de tender un puente por temor a su reacción. Son como dos seres en los bancos

opuestos de un torrente, mirando a través de unos a otros, mientras que las aguas

rabian entre ellos.

—Yo… yo —Se tambalea—, primero necesito realmente comprobar tú brazo;

comprobar que no te he lastimado.

Parece encogerse y echarse atrás otra vez, como si temiera su toque. —Como

puedes ver, estoy bien —dice con frialdad—. No hay nada roto ni nada.

—Pero… pero tu brazo. Tu hombro. Golpeó la pared. Lo hizo… quiero decir,

¿realmente debe dolerte?

Ella vacila por un momento, y luego succiona su labio inferior en un intento,

él puede decir, que está conteniendo las lágrimas.

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Su voz brota con voluntad propia. —¡Oh, maldita sea, Lola, por favor, sólo…

sólo quiero ver!

Instintivamente, trata de alcanzarla y ella se mueve hacia atrás

inmediatamente. —Solo tiene moretones —dice en voz baja.

—Puedo… ¿puedo echar un vistazo?

—No.

—Tú… Tú tiene que creerme —dice, ahuecando las manos sobre su boca, con

voz suavemente desesperada—. Nunca quise hacerte daño. Es la última cosa en el

mundo que me gustaría hacer.

—Mira, sólo dime por qué me lanzaste contra la pared y luego vete —dice

Lola, con lágrimas acumuladas en sus pestañas—. Yo realmente necesito un poco de

tiempo a solas en estos momentos.

—De acuerdo —dice con desesperación—. Está bien. Es por eso que he

venido. Yo… Yo —Llena sus pulmones, los vacía lentamente, limpia su cara

sudorosa con el dorso de su mano, pasa las manos por su pelo. Siente las rodillas de

repente peligrosamente débiles—, puedo… ¿podemos sentarnos en alguna parte?

En silencio se voltea y lo dirige a la pequeña sala de estar. Rocky esta tumbado

en el sofá, por lo que Mathéo se sienta en la alfombra, apoyando su espalda contra

el apoyabrazos levantando sus rodillas. Lola se acurruca en el sillón junto a la

ventana.

La sala cuelga en un pesado silencio. Tanto para escapar de la mirada

expectante de Lola como para ordenar sus pensamientos, Mathéo se encuentra

presionando las manos contra su cara, empujando sus dedos sobre los párpados, la

visión dentro de su cabeza se llena de explosión, con estrellas de color rojo sangre.

Tienes que decirle a ella, se recuerda a sí mismo. Tú probablemente vas a perderla de todos

modos, pero si quieres aún la más mínima oportunidad de conseguirla de vuelta, no tienes

absolutamente ninguna otra opción más que decirle. Y tiene que ser ahora. Ahora mismo. En

este instante. Debido a que Jerry podría volver en cualquier momento. Y porque si te sientas

aquí en silencio un segundo más, ella se imaginará que la engañaste para que te dejara entrar

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y exigirá que te vayas. Ya está enojada. Molesta, enojada y confundida y... ¡Hazlo ahora!

¡Habla, por tu jodido bien!

—Mattie, si tú no estás…

—¡Lo estoy, Lo estoy! —Su voz es casi un grito, y piensa en cómo comenzar—

. Sólo estoy... Mierda, debí haber trabajado en cómo explicarme antes de venir aquí…

—Para hacer la historia más convincente, ¿quieres decir?

—¡No! Así yo sabría qué palabras utilizar para describir este… este jodido y

espantoso… —Un dolor en su garganta, lo obliga a parar, y arañar su cara en la

desesperación. Tienes que calmarte. Tienes que decírselo. Con cada segundo que pasa la

estás alejando de ti. Al igual que la chica en el baño. Está empezando a no creerte y ni siquiera

han comenzado. ¡En cualquier momento y la perderás para siempre!

—Mattie, no puede hacer frente a todo esto ahora mismo. Sólo tienes que irte,

por favor.

Obliga a sus manos a alejarse de su cara. Sus dedos están mojados. —Lola,

por favor, tienes que dejarme hablar…

—¡Habla, entonces!

—¡Estoy tratando! ¡Sólo prométeme que no me vas a odiar!

Se levanta y camina tentativamente hacia él. —Me engañaste.

—Sí... ¡No! —Engañarte… de pronto no puede del todo comprender el

significado de la palabra—. Oh Dios...

—Jesús. —Ella hace una mueca como si le hubieran dado un golpe. Vuelve la

cabeza y cierra los ojos—. Fuera.

—¡No te engañe! —Salta a sus pies, la agarra por los hombros y oye su grito

de asombro—. ¡No te engañe, no lo hice, no lo hice! ¡Por lo menos yo no quise! —

Aprieta y lleva su puño a la boca para estrangular a un sollozo.

—¡Suéltame, Mattie! ¡Suéltame ahora mismo! —Está gritando.

—¡No! Tienes que escuchar esto… ¡tienes que saber, tienes que entender!

—¡Suéltame!

—¡Sólo escucha!

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—¡No quiero oírlo! —Ella agarra sus brazos, y trata de alejarlo.

—¡Tienes que hacerlo!

—¡No! Suéltame, Mattie, o voy a gritar, ¡lo juro!

—¡Fui atacado!

—¿Qué?

Sacude sus hombros. —Fui atacado, ¿está bien? Me vi obligado… me vi

obligado… me vi obligado... ¡Oh, mierda!

Ella deja de luchar, encarándolo, tranquila de repente, y muy, muy quieta. —

¿Obligado a qué?

Ordena a su mirada encontrarse con la de ella, jadeando, con el corazón

palpitante, sudor escurriéndose por un lado de su cara. —A… a... Oh maldito

infierno, Lola… a… a tener relaciones sexuales...

Retrocede hacia atrás con ira. —Oh, te obligaron a engañarme, ¿verdad? —

Con burla en su voz ahora, llena de sarcasmo—. ¿Una chica sólo se arrojó sobre ti?

—No una chica. Era… era un hombre. Él era más grande. Un infierno mucho

más pesado. Luché tan duro en cuanto pude, pero no pude... Lola, lo siento. Venció

a la mierda fuera de mí, amenazó con matarme, tenía un cuchillo y yo le creí. Tenía

miedo, mucho miedo. No luche más, así que… así que lo dejé. —Siente que las

lágrimas pican a través de sus ojos. Un sollozo duro escapándosele.

Hay un terrible silencio. Deja de lado los hombros de Lola y ella casi se cae

hacia atrás, aturdida. —Fuiste... —Lucha para terminar la frase—. ¿Fuiste violado?

Asiente conteniendo el aliento, lágrimas silenciosas derramándose hacia

abajo sobre sus mejillas, calientes y pesadas, cayendo desde el borde de su

mandíbula al cuello de su camiseta.

—¿Cuándo? —jadea Lola.

—En… en los Nacionales en Brighton. La n–noche después de la victoria. Yo

estaba caminando de regreso al hotel y… y este chico dijo que necesitaba ayuda. Así

que lo seguí.

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Ve el cambio en su cara, primer choque, entonces el horror, y luego una

mezcla de miedo y desesperación. —¡Mattie! ¡Oh, no!... oh Dios...

Baja de espalda contra la pared, pero se siente muy poco aliviado. Ahora que

ha pronunciado las palabras, ahora que su horrible secreto ha sido revelado, se da

cuenta que no puede recuperarlo, nunca borrara la confesión. Del mismo modo, en

que lo intentó, nunca ha sido capaz de borrar totalmente los acontecimientos de esa

noche desde lo más profundo de su mente. Siempre estaban presentes, al acecho

como sombras, pero nunca pudo desvelarlas, o tal vez sólo tenía demasiado miedo,

hasta que el accidente de buceo lo obligó a estrellarse en el tiempo y enfrentar la

verdad de esa noche... esa noche fue tan cobarde que dejó ocurrir lo impensable, a

continuación, volvió a casa, se emborrachó y destrozó su habitación con furia… con

furia en contra sí mismo por lo que le sucedió.

Lola sigue ahí de pie, congelada, mirando, y se da cuenta de que no volverá

a verlo con la misma luz. De ahora en adelante, para el resto de su vida, siempre será

el tipo que fue violado, por siempre definido como una víctima.

—Oh Mattie, no...

La vista de las lágrimas en sus ojos le golpea como un puño en el estómago.

Ve su piedad. Detecta su dolor por él. Lo hace sentir tan sucio, tan avergonzado, que

quiere rasgar su propia piel. Quiere correr, pero es atrapado. Dando un paso atrás,

golpea el peldaño inferior de la escalera con sus talones, con las piernas doblándose

bruscamente por debajo de él y se desliza hacia abajo contra la barandilla, ahogando

un sollozo con su puño cerrado.

—Mattie... —Se acerca suavemente, con lágrimas cayendo por sus mejillas. Se

arrodilla delante de él, y trata de tomar su mano.

Se aleja. —¡No!

Llega a su mejilla.

Se aleja. —¡Por favor, no lo hagas! —Está llorando duro ahora, con sus dos

manos ahuecadas sobre su boca como para evitar nunca volver a hablar.

—Mattie… oh Dios… dime… dime qué hacer.

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No puede responderle, solloza en silencio.

—Déjame tocarte. ¿Puedo tocarte? Sólo quiero abrazarte…

Trata de defenderse de ella levantando su codo.

—¡Por favor! —Lagrimas se derraman por sus mejillas. Ella pone su mano

sobre la suya, apretando suavemente sus dedos—. Deja que te abrace. Conseguirás

pasar a través de esto, ¡lo prometo! Haré lo que sea. Sólo tienes que decírmelo...

Agotamiento empieza a presionar sobre él. Permitiéndole a Lola alejar su

brazo, y deslizarlo sobre su lado, envolviendo su cuello con sus brazos y

abrazándolo apretado. Puede sentirse en ruinas, romperse en pedazos en minutos,

y sólo la fuerza de su abrazo parece capaz de mantenerlo sin desintegrarse para

siempre.

Capítulo 11

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Traducido por Anny Garcia Maddox

Corregido por Daniela B

Tan pronto como se las arregla para tenerse a sí mismo bajo control, trata de

irse con la excusa de que sus padres lo están esperando en casa para almorzar y que

no quiere que Jerry vuelva y lo vea en este estado. La verdad es que, el shock de Lola

está empezando a desvanecerse justo lo suficiente para que ella empiece a hacer

preguntas. Quiere que él vaya a la policía; quiere saber si consiguió un vistazo de la

cara del hombre, si es que puede describirlo, o señalarlo en una lista de sospechosos.

Empieza a preguntar si él piensa que el hombre pudo ser un competidor, un

espectador, un alocado fan, o un acosador.

Él ya ha dicho demasiado. —No puedo hablar sobre esto ahora mismo.

Necesito irme. —le dice, frotándose la cara ferozmente con la manga, en dirección a

la puerta principal. El alivio que esperó sentir cuando le dijo a Lola, aún no se ha

materializado. Nunca debió hacerlo. ¿Pero qué elección tenía?

Ella lo detiene en el pasillo. —Pero Mattie, has esperado demasiado tiempo.

Nosotros tenemos que ir a la policía…

—¡Tú no estás escuchándome! —Se la quita de encima—. Dije que no voy a

ir a la policía, no ahora, ¡no, nunca! Ha pasado mucho tiempo, y no hay forma de

que yo pase a través de las entrevistas y declaraciones, y… y exámenes médicos y…

—jadea para respirar—. ¿Puedes imaginarte lo que sería describir cada segundo,

cada detalle en una habitación llena de extraños? ¿Describir lo que ocurrió? Como

él… él… —Cierra sus ojos por un momento.

—Está bien, Mattie, está bien, Cariño. Pero quizás ellos puedan conversar

contigo en privado y grabar esto para el jurado del caso. He escuchado que ellos

hacen esto por los menores.

—¡Para el tiempo en que esto vaya a la corte puede que ya no sea menor de

edad! ¡Y el psicópata ese puede tratar de poner todo en mi contra! Decir que estuve

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de acuerdo con eso, o alguna cosa. O que yo estoy haciendo todo esto porque estoy

enojado con él por cualquier cosa… ¡No lo sé!

—¡Pero nadie podrá creer que tú de buena gana tuviste sexo con un extraño

por casualidad en un bosque!

−¡Pero si él no era un extraño! Quiero decir, ¿que si él dice que no era un

extraño? —Siente un dolor agudo en su pecho, al pensarlo se siente como si estuviera

siendo apuñalado. Está perdiendo esto, necesita mantener sus pensamientos en

orden—. ¡Estoy mal, por supuesto que él era un extraño! Pero… pero…

—Shh, shh. —Lola acaricia su rostro—. Cariño, ¿por qué sobre la tierra él iba

a pretender que tú lo conocías? ¿Qué diferencia puede hacer eso?

—¡Él puede hacerles creer que yo hice esto de buena gana! ¿Y… y tienes

alguna idea de que pasaría si esas palabras salen a la luz? ¡Los medios de

comunicación tendrían un día de trabajo! Yo me haría más conocido por eso que por

mis clavados. No puedo volver nunca a eso. La prensa preguntará cosas en cada

entrevista. ¡Mis fans, mi apoyo… el mundo entero del clavadismo podrá saber!

—Está bien. Shh. Está bien… —Lola pasa sus dedos suavemente de arriba

abajo por un lado de su cara—. ¿Pero cariño, le dirás a tus padres, cierto?

—¡No! —grita desesperado—. ¡Ellos me forzaran a ir a la policía!

—Pero Mattie, necesitas algo de apoyo. Necesitas a alguien bueno capaz de

ayudar. ¡Lo que pasaste fue traumático! ¡No puedes solo guardártelo como un

secreto y fingir que nada de eso pasó!

—Puedo hacerlo. —Con gran esfuerzo, se obliga a sí mismo a adquirir un

semblante calmado—. He estado así por semanas. Fue duro al principio, pero ahora

estoy bien. Siempre y cuando te tenga en mi vida y tú entiendes por qué... por qué

algunas cosas son difíciles ahora.

—Pero Mattie…

—¡No! Escucha, si… si me amas, si quieres ayudarme, solo prométeme que

no le dirás a nadie, Lola.

Su labio inferior tiembla. —Claro que te amo.

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Lágrimas de alivio empañan sus ojos.

—¿Puedes prometerme algo?

—Claro.

—¿No se lo dirás a nadie, jamás? —insiste—. ¿Nunca jamás a tu papá o Izzy?

—Te lo prometo. A nadie. Pero Mattie… —Alcanza su cara otra vez, pero la

esquiva, aterrado de lo que podría decir, lo que podría hacer.

—Yo realmente, realmente tengo que irme. —Presiona la yema de sus dedos

en sus ojos por un momento, toma una profunda respiración y abre la puerta

principal—. Te hablo más tarde, ¿vale? Lo… lo siento, Lola.

Ella niega con la cabeza y traga, sus ojos llenos de lágrimas. Él aprieta su mano

y pasa rápidamente a través de la puerta, antes de que el rostro herido de ella pueda

afectarlo más desafiando a la implacable luz del sol de la tarde.

De vuelta en casa, en la seguridad de su cuarto, cierra su puerta, cierra las

cortinas y se mete en la cama totalmente vestido, poniéndose el cobertor a su

alrededor. A pesar de la briza caliente filtrándose a través de las cortinas enredadas,

está temblando fuertemente. Así que ahora Lola lo sabe. ¿Qué tan lejos llegaran antes

de que ella se dé cuenta que no quiere tener sexo con una víctima de violación sexual,

por no hablar de estar en una relación con uno? ¿Qué tan lejos llegaran antes de que

ella comience a imaginarse el ataque por si misma? ¿Qué tan lejos llegaran antes de

que su compasión se convierta en disgusto…? Oculta su rostro en la almohada,

silenciosas lágrimas humedecen la tela. Trata de consolarse a sí mismo con el

pensamiento de que ahora al menos ella entiende porque él la rechaza; ahora al

menos se dará cuenta que esto no tiene nada que ver con ella; ahora tendrá una

explicación por su errado comportamiento en el último par de semanas… pero esto

es solo una pequeñísima tranquilidad. Lola no quiere dejar esto así. Gradualmente

ella hará más preguntas, querrá más detalles, querrá más respuestas que él no podrá

darle. Imágenes, sonidos y olores refulgen a través de su cabeza, arremolinándose,

serpenteando, resbalando como arrebatadoras visiones desde una montaña rusa. Se

siente terriblemente enfermo e intenta forzarse a sí mismo a respirar lentamente, a

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pensar calmadamente, a llevarse sus hilados recuerdos a detenerse y expulsarlos de

su mente. Nadie más lo sabrá nunca, se recuerda a sí mismo. Puede confiar en Lola.

Nunca tendrá que ir a través de esa confesión de nuevo.

Pasa las siguientes cuarenta y ocho horas dentro de cama, dormitando por

ratos, plagado de pesadillas, que lo dejan jadeando y temblando, bañado en sudor

frio. Apaga su celular y le hace saber a Consuela que su cabeza le duele cada que

ella le llama para darle comida o para decirle que Lola o Hugo están en la línea.

Ignora la voz preocupada de Loïc, llamando a través de la puerta para preguntarle

si está bien.

Misericordiosamente, sus padres tienen un ocupado inicio de semana… Pero

entonces, el lunes por la noche es despertado por un corto golpe seco en la puerta,

que reconoce al instante como su madre.

—Estoy en cama —dice rápidamente—. Voy a estar levantado mañana

temprano.

—Abre esta puerta inmediatamente, Mathéo o llamare a tu padre.

—¡Espera! No, mamá, no… —Arroja hacia atrás el edredón, se pone una

camiseta y camina suavemente a través del cuarto. Al momento en que quita el

seguro, la puerta se balancea abierta. Mathéo regresa a la seguridad de su cama,

sentándose con su espalda en la cabecera de la cama, abrazando sus rodillas contra

su barbilla. Su madre cierra la puerta con un sonoro golpe metálico, encendiendo la

luz, vacila por un momento, cuando se sube en la esquina inferior de la cama. Ella

huele mucho a perfume y vino tinto. Su cabello recogido en un elaborado moño y él

puede decir por el brillo en sus ojos y el labial rojo oscuro, que acaba de regresar de

un evento en la tarde. Usando un vestido negro sin mangas bordado con lentejuelas,

una bufanda de chiffon color borgoña, y tacones de tres pulgadas, luce extraña y

fuera de lugar en el cuarto de él.

No puede recordar la última vez que estuvo aquí, y puede apreciar como nota

la ropa en la alfombra y la colección de tazas vacías de café a un lado de su cama en

su buró, con una desaprobadora arruga en sus cejas. Su mirada indagadora

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finalmente aterriza en él, y de repente es dolorosamente consciente de su arrugada

camiseta y su asquerosa apariencia, presiona su espalda contra la pared, deseando

que pueda adherirse a ella, eludiendo los ojos de su madre para tomar un hilo

enredado en la rodilla, de la parte inferior de su pijama.

—Por lo tanto, ¿Qué ocurre? —Comúnmente ella es breve, rápida en ir al

punto. Pero a pesar de su tono brusco, él es consciente de algo, o bien… una genuina

preocupación.

Siente que eso amenaza con atravesar la frágil burbuja con la que se ha

intentado aislar a si mismo del resto del mundo.

—Nada, solo estoy cansado. Estoy intentando tener una noche temprana. —

Su voz suena insegura y a la defensiva, fingiendo una aparente calma.

Su madre deja salir un rápido suspiro. —Consuela dice que has estado en tu

cuarto desde el fin de semana. Ella está preocupada porque no estás comiendo.

—Bueno, si ella es la única preocupada, puedes decirle que está

desperdiciando energía.

—Mathéo, detén esto. Obviamente estoy preocupada también. Tu padre y yo

lo estamos, especialmente después de lo que dijiste en el almuerzo el sábado.

—Oh, ¿así que papá te envió para verificar que no estoy planeando realmente

dejar el clavadismo?

Ella junta sus labios pintados en un gesto de molestia, pero sus ojos le dan

una mirada ausente. —Esta es una de sus preocupaciones —replica.

—¿Hizo un poco de balística9?

—Un poco, sabes cómo es él. Y Pérez nos advirtió que tú puedes pasar por

una fase de no querer hacer clavados después de aquel feo accidente. Pero eso no es

algo que debes permitir que te detenga. Nadar ha sido siempre una gran parte de tu

9 Ciencia que estudia el comportamiento y el movimiento del proyectil dentro y fuera de un arma de

fuego y de los fenómenos relacionados con ellos.

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vida. ¿Por qué quieres botar todo ese trabajo duro y entrenamiento, todos los

sacrificios que hicimos? ¿Que, tú hiciste? ¿Qué está ocurriendo Mathéo?

Él no puede mirar hacia arriba. No puede responder.

—Sé que tu padre te presiona, es muy ambicioso respecto a ti, nosotros lo

somos. —Su madre continua impasible—. Tienes un excepcional talento y odiamos

ver que se desperdicie. Pero créelo o no, nosotros solo queremos lo que es mejor para

ti. Si, sé que cuando eras niño tu padre te presionaba igual de duro, especialmente

cuando estabas asustado de probar un nuevo clavado. ¡Pero eso fue solamente

porque él vio cuan talentoso eras y cuanto amabas ganar! Aunque este último par

de años, te ha permitido hacer tu propio horario con Pérez. Tu padre respeta eso.

Pero has elegido entrenar duro hasta hace… hasta hace un par de semanas. Cuando

algo parece haber cambiado.

—¿Y? Las personas cambian. ¡He estado haciendo clavados la mayoría de mi

vida; quizás quiero hacer algo diferente!

—Pero todo esto ha sido muy súbito —dice su madre, su tono medido

cuidadosamente—. ¿Que en la Tierra apresuro esto? Hasta hace un par de semanas

tú eras tu propia competencia. Estabas realmente entusiasmado por el próximo año

que eran los Juegos Olímpicos. Ahora, de repente desde que ganaste la medalla

Brighton, finges estar enfermo todo el tiempo. Pérez dijo que tuviste un ataque de

pánico en el trampolín y por eso te golpeaste la cabeza.

—No tuve un ataque de pánico. ¡Solo fue un accidente!

—Está bien. —Su madre suelta un suspiro de exasperación—. No he venido

a discutir sobre eso. Lo que he venido a decir, es que tu padre y yo estamos

preocupados por ti. Algo claramente te molesta. Consuela dice que esta es la tercera

vez en un mes que te encierras en tu cuarto. Tus amigos siguen haciendo sonar el

teléfono y es molesto. Te reúsas a tomar sus llamadas. Hasta Loïc luce preocupado.

—¿Qué ha dicho?

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—Nada. Pero él sigue preguntando dónde estás. Consuela dice que no has

comido bien y me di cuenta el sábado que has perdido mucho peso. Tus vaqueros

estaban prácticamente deslizándose. Y luces como si no has dormido en una semana.

—Ya te lo dije, estoy cansado.

—También estas claramente molesto.

Se estremece y siente aumentar la sangre en sus mejillas. Quitando otro hilo

de su pijama, empieza a tocar el pequeño agujero que hizo sobre su rodilla. —Yo

no…Esto no… —Su voz tiembla y toma una bocanada de aire.

Silencio se cuelga en el aire entre ellos, pesado y opaco. Después de un tiempo

su madre lo intenta otra vez.

—¿Estas preocupado sobre lastimarte durante el entrenamiento?

—No.

—Golpear tu cabeza te asustó.

—No tiene nada que ver con eso.

Su madre se mueve más arriba en la cama y toma su mano. —Chéri, ¿Qué

ocurre?

Por un momento se imagina diciéndole. Imagina descargar todo el peso

horrible sobre sus hombros y gritarle: exigirle sobre ¿por qué ella nunca ha estado

ahí para velar por él?, ¿Por qué siempre ha dejado que se vaya fuera a las

competencias de salto y al extranjero con Pérez y su padre?, ¿por qué nunca ha ido

también si no para apoyarlo, al menos para protegerlo, para cuidar de él, para

asegurarse que nunca nada como esto ocurriera? Pero sabe que es inútil,

simplemente sacude la cabeza y mira hacia otro lado.

—¿No quieres hablar conmigo? —Escucha el dolor en su voz.

—Es… no es eso. Simplemente no hay nada que decir. No estoy diciendo que

definitivamente quiero renunciar a los clavados para siempre. Quizás solo necesito

un descanso y un nuevo entrenador.

—Bien, esa es tu decisión. Pero ¿Por qué ahora? ¿Y de repente, que tienes

contra Pérez?

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—No es más que un maldito loco ¿bien? ¡Él sabía que yo no estaba listo para

intentar ese salto, pero continuo presionándome y presionándome! —Su voz se

eleva súbitamente y ve a su madre estremecerse de sorpresa.

—Pero ha sido tu entrenador por casi seis años. Todo el mundo dice que es el

mejor en el país. Es por eso que te mandamos con él. Dice que tú eres como el hijo

que nunca tuvo. Realmente se preocupa por ti, Mathéo. Está seguro de que podrás

hacerlo muy bien en los Olímpicos, es por eso que te da mucho más tiempo, mucho

más que a los otros en el equipo.

—¡Bueno quizás no quiero el tiempo extra! —Mathéo se encuentra gritando.

Su madre solo luce desconcentrada. —¿Están tú y Pérez enojados?

—No…No lo sé. Solo estoy harto de que me diga constantemente que hacer.

Su madre se sienta de nuevo, inhala profundamente. Se puede decir que ella

esta simplemente nostálgica por otro vaso de vino y un cigarrillo.

—Tal vez lo que necesitas es un descanso. —sugiere finalmente—. Un día de

fiesta. Vete por un tiempo.

De repente ella tiene su atención. Tal vez no es tan mala idea. Alejarse de aquí,

de la gente, los recuerdos. Alejarse de esta casa, de su padre, de Pérez, desea poder

irse y no volver nunca más. Escapar de esta vida el lio horrible de una noche, la

cascara rota, patética de la persona en la que se ha convertido y comenzar de nuevo.

—Quizá podrías pasar una semana o así, con ese amigo tuyo… aquel cuyo

padre trabaja en la ciudad.

—¿Hugo? —Él la mira con asombro—. ¿Ir al sur de Francia con Hugo y los

demás?

—Sí, siempre has disfrutado ir allí en el pasado. Ve a pasar la semana con

ellos, chéri. Ten un descanso adecuado esta vez.

—Pero papá…

—Voy a hablar con tu padre. Él está preocupado por ti también, sabes. Estaba

realmente muy alterado por tu accidente.

—¿Pero una semana entera? Pérez se volverá loco.

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—No es sobre Pérez. Somos tus padres. Nosotros tomamos las decisiones. —

Se detiene un momento, extiende la mano y toca su mejilla—. Necesitas un descanso,

mon amour10. Habla con Hugo y organízalo mañana ¿sí?

Asiente y algo como el alivio se extiende a través de su cuerpo. —Gracias.

10 Mi amor en francés.

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Capítulo 12

Traducido por Omgitsbeliis

Corregido por Mariela

El día de partida amanece claro y brillante. En algún momento de la noche,

una gran sensación de alivio se deslizó en las venas de Mathéo. Alivio de poder

finalmente escapar de todo esto; de su padre, de Pérez, y de la rutina de

entrenamiento. Por unos momentos sólo se acostó allí, viendo un rayo de sol

atravesar por el hueco en la cortina. Siente como si hubiese estado esperando por

este día, este momento, perlando en el horizonte como un espejismo, siempre tan

fuera de alcance. Y ahora que está aquí, nada se lo puede quitar, la única manera es

avanzar, la velocidad de la vida sólo va en una dirección, y por eso está infinitamente

agradecido. Va a seguir adelante con su vida, dejar todo el miserable desorden

detrás. Se estira, bosteza, cierra los ojos y los abre de nuevo. Extendido por toda la

cama, mira alrededor adormecido hacia su escritorio, su tendedero, el cuadro de Van

Gogh colgado de las paredes blancas y su mochila abierta en la alfombra llena de

pelusas. Va ir al mar, a asearse, va a limpiar el pasado y volver como una persona

nueva.

Después de bañarse, afeitarse e inspeccionar su rostro por algún signo de

manchas, se pone sus jeans favoritos, los desteñidos, los cuales su mamá siempre se

queja porque son tan viejos y están desgastados, la tela tan fina y suave del uso, los

extremos desaliñados con hilos sueltos y rasgaduras en ambas rodillas. Aunque son

un poco largos en las piernas y al final se arrugan sobre sus tobillos, como los otros

se sentían más suelto de lo usual, tiene que ponerse un cinturón a través de los

presillos con el fin de evitar que se deslicen hacia abajo, más allá de sus caderas. Se

pone una camiseta gris descolorida y se da cuenta que también se ha estirado, las

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mangas cortas holgadas alrededor de sus bíceps, el fino material revelando la línea

de su clavícula. Enfrentado con su reflejo en el gran espejo de su habitación, no

puede negar que ha perdido bastante peso; su piel es pálida y anémica, el único color

de su cara sale del colorado golpe en sus arrugados labios, y el violeta sombreando

debajo de sus ojos. Se ve frágil, casi enfermizamente, y en mucha necesidad de un

bronceado. Deslizando sus pies en unas sandalias Birkenstock, cambia su reloj caro,

pesado y de color plateado por uno simple a prueba de agua y fija el brazalete de la

amistad de cuero de Lola en su otra muñeca. Su mechón de pelo rubio oscuro,

colgando debajo de sus ojos, esta tan crecido que empieza a enrizarse, nota

brevemente, un look algo bohemio que sus padres odiarían. Este conocimiento le da

algo de satisfacción.

Termina de empacar, le da un pequeño vistazo a su habitación, y después se

va abajo con su gran mochila. La cocina, con su cromo brillante, aroma de

desinfectante, vacío y esterilizado como una sala de exposición. Consuela todavía

no ha llegado y los demás siguen en la cama. Da una mirada para ver si hay alguna

nota de sus padres, pero no hay ninguna, sin embargo el dinero que le dieron la

noche anterior fue bastante generoso. Entonces él va en busca de un pedazo de papel

y comienza a escribirle un mensaje a Loïc:

Oye amigo,

Te veo en un par de semanas. Llámame cuando sea. Espero que el campamento de

tenis sea de lo mejor. No mejores tanto porque no quiero que me avergüences cuando regrese.

Trata de hablar con otros chicos incluso si no quieres. Sé que puede sonar engañoso pero eres

un jugador experto, apuesto a que todos van a querer ser tu compañero. Y por lo menos vas

a estar lejos de CIERTA GENTE y puedes hacer lo que quieras por un cambio. Acá hay £10

para botana, etc. No le digas a mamá y papá, de esa forma vas a tener más. Dejé el iPad y el

cargador en mi escritorio para ti, pero recuerda ponerlos en tu mochila en el último minuto.

Llámame alguna vez si no estás muy ocupado con tus nuevos amigos. Te voy a extrañar un

montón pero estoy esperando con ansias destrozar al nuevo campeón de tenis cuando llegue

a casa. No te preocupes por nada, estoy bien ahora.

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M

Saliendo del taxi en el Aeropuerto de Heathrow, Lola y él fueron al punto de

encuentro acordado para juntarse en la sala principal, donde los gritos de ambas

chicas y la alegría de Hugo causaron que un grupo de turistas japoneses mirasen con

un poco de alarma. En la ausencia de alguna silla libre, los cuatro se sentaron en el

piso, formando una pequeña isla en el mar de pasajeros yendo y viniendo. La sala

de embarque esta apenas iluminada, las paredes blanqueadas con blancura artificial

por lo que Mathéo siente haber entrado a otro mundo. Un vagabundo duerme en

una esquina. Un conserje, encogido por las pantallas de salida que parpadean arriba,

crea un camino reluciente con su escoba. La mayoría de las columnas en las pantallas

son negras y silenciosas, pero dos de ellas están encendidas con letras y números

verdes neón. Lola e Isabel están hablando al mismo tiempo, llenando su propia

emoción, sus voces chillonas colmando el lugar que nos rodea. Dejando caer su

mochila, Mathéo abraza a Isabel y le da a Hugo un golpecito en la espalda, su

emoción es contagiosa, y por un momento se siente casi normal otra vez. Lola e

Isabel continúan su charla de tono alto hasta que finalmente, cansadas, voltean hacia

atrás contra sus mochilas y chaquetas como almohadas improvisadas.

—¡No podía dormir, no podía dormir! —Les informa Lola, con la cara

brillante, ojos abiertos con alegría—. Papá insistió en que fuera a la cama a las diez,

pero no pude, y cada vez que me levantaba él me mandaba a la cama de vuelta hasta

que pensé que me estaba volviendo loca, sólo acostada, mirando el reloj, y contando

los minutos pasar, y…

—¡Yo igual, yo igual! —Golpea Isabel el brazo de Lola—. Traté de escapar de

la casa pero mi mamá me atrapó.

—¡Y entonces ella me mantuvo despierto enviándome un mensaje de texto

cada 5 minutos! —interviene Hugo con un suspiro exagerado—. ¡Y continuó

enviándome los enlaces de todos los sitios de Youtube los cuales ella decidió que

tiene que visitar!

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—Sí, y luego terminamos en Skype —dice Isabel—. Y Hugo continuó

diciendo que teníamos que ir aquí y aquí ¡Y encontrando todos estos nuevos lugares!

—Traté de mandarte un mensaje, Mattie pero ¡Nunca contestaste! —agrega

Lola con indignación fingida—. ¿Cómo conseguiste dormir de todos modos?

A pesar de estar aliviado por su tono y conducta, Mathéo no pudo ignorar la

tensión de falso entusiasmo en su comportamiento, su desesperado esfuerzo de

actuar como si nada hubiese pasado o cambiado entre ellos.

—¡Estaba hecho polvo! —admite, forzando una risa, jugando su parte—. Pero

seguía teniendo este sueño horrible donde desperté y encontré que me quedé

dormido y todos ustedes se habían ido sin mí.

—¡Aw, nosotros nunca haríamos eso! —Pone Lola un brazo alrededor de él y

lo jala a un abrazo, casi inclinándolo hacia atrás—. Te arrastraríamos de tu cama si

tuviéramos que hacerlo, y te pondríamos en una gran mochila, y…

—¡Ow! —exclama, riéndose al mismo tiempo que un mechón de su pelo se

queda atrapado en el reloj de Lola—. Pero en serio, chicos, fue horrible. ¡Seguía

despertándome con una sacudida y lanzándome afuera de la cama! —Exagera por

el beneficio de una buena historia y todos ríen, más alto de lo necesario.

—Sólo puedo imaginar a Matt yendo así… —Hugo lo personifica brincando

fuera y dentro de la cama, y Mathéo se da cuenta que están todos con mucha

adrenalina, ebrios de ansiedad, su conversación rebotando de punta a punta

mientras hablan entre sí, de uno a otro, uno sobre el otro con tanta energía que

parecen a punto de arder. Es un esfuerzo monumental seguir y sólo gradualmente

pasar a un ritmo más aceptable, bajando su voz un nivel para cambiar a cuestiones

prácticas, tanto como registrarse y hacer su camino hacia las cuestiones de

seguridad.

—¡Puerta doce! ¡Puerta doce! —grita de pronto Isabel ansiosamente.

Todos los ojos se mueven al tablero.

—¡Mierda! Eso es todo el camino hacia abajo. ¡Apúrense! —grita Hugo.

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Sobreviene una gran lucha para obtener las sudaderas, chaquetas, bolsas y

mochilas. Corren por los pasillos alfombrados en un intento de evadir las cuestiones

de abordaje, pero a Isabel se le caen sus lentes de sol. Luego Lola casi pierda sus

sandalias y corta encabeza dentro de la mochila de Hugo al tiempo que él se para de

seco.

—¡Es este, es este!

—¡No, esa es la puerta once!

—De este lado dice doce, ¿Estás ciego?

—Oh ¡Cállate tú!

—¡Vamos, vamos!

—¡Maldición! ¿Dónde está mi pase de abordaje?

En medio de mucha risa e histeria, finalmente encuentran la puerta correcta,

consiguen ir al frente de la fila y seguir el túnel suspendido dentro de la boca del

avión.

Hugo casi se golpea al tratar de levantar la mochila de Isabel hacia los

compartimientos superiores.

—Jesús ¿Qué tienes ahí adentro? ¿Rocas?

Mathéo se acerca para darle una mano a Lola.

Eventualmente las mochilas están almacenadas y ellos se derrumban en sus

asientos; Mathéo y Lola de un lado del pasillo estrecho, Isabel y Hugo en el otro.

Mientras el avión se empieza a llenar de más y más gente buscando sus

asientos, apretando, empujando y luchando para cargar el equipaje de mano en los

compartimientos. Mathéo cae tranquilo, mirando afuera de la ventana. A su lado,

Lola lo mira ansiosamente por el rabillo de su ojo. Incluso si él está dolorosamente

consciente de su examen profundo, pretende no notarlo, tratando de mantener su

expresión lo más neutral posible. Ya que diciéndole sobre Brighton cuatro días atrás,

consiguió que ella prometiera dejar el tema así él no tendría que pensar en ello; por

lo menos mientras duran las vacaciones. Pero cuando ambas, la adrenalina y la

excitación empiezan a decaer, hay un mayor esfuerzo en mantener la expresión

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relajada, alegre. Con el codo apoyado en la ventana, se come la uña del pulgar en un

intento de calmar sus nervios, los ojos fijos en el pequeño ventanal de la pista gris,

edificios largos y bajos extendidos a lo largo del horizonte de la mañana. Del otro

lado del pasillo, el entusiasmo estrepitoso de Hugo e Isabel muestra pocos signos de

decaer, ya que se burlan y charlan muy animadamente. Echándoles un vistazo por

un momento, Mathéo es dolorosamente consiente del contraste entre los dos estados

del ser, el suyo y el de ellos, y que difícil es transmutar devuelta de las tinieblas

exteriores.

—¿No estás emocionado? —Isabel ve a través de las trenzas delgadas que está

trenzando en su ya crecido flequillo, mientras los otros pasajeros empiezan a

instalarse. Ella está masticando su chicle con mucho entusiasmo, asentándola con su

lengua, haciendo un sonido irritante. Pero su voz tiene un borde débilmente

resentido, como si sugiriera que no está haciendo suficiente esfuerzo.

—¡Por supuesto! —Arrastrando sus ojos fuera de la ventana, se esfuerza por

encajar, lanzándole una gran brillante sonrisa y alzando las cejas en un intento de

reforzar las palabras—. ¿Y tú?

—¿Qué crees? —Ella se ríe. Parece más fuerte que de costumbre, bronceada y

tetona, su apretado top rojo apenas ocultando su sostén, su falda corta adornada con

diminutas cuentas cosidas en forma de corazones. Mirando hacia otro lado, la

mirada de Mathéo encuentra la de Lola, y sus labios tiemblan hacia arriba, casi como

un signo de pregunta, como si le estuviera preguntando si está bien. Él consigue

darle una sonrisa tranquilizadora a cambio.

Al tiempo que su avión lentamente empieza a moverse, yendo hacia la pista

de despegue, los edificios del aeropuerto desapareciendo en la niebla de la mañana,

siente su precaria astilla por un momento, y tiene que tomar una larga y profunda

respiración, centrándose sobre el rastro de las luces de pista que manchan y se

desdibujan bajo la ventana. Atrayendo su labio inferior entre sus dientes, se lo

muerde fuerte y continua con su cabeza volteada, sintiendo los ojos de Lola todavía

fijos en su cara. Ella está a punto de decir algo cuando, del otro lado del pasillo,

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Hugo interrumpe con un—: Oigan, ustedes dos ¡vamos, estamos de vacaciones! ¡No

tenemos colegio nunca más! ¡No vamos a tener que sentarnos en una de las clases

de Croaky otra vez!

—¡A no ser que tenga que sentarme de vuelta para mi nivel de diez en

Historia! —Rápidamente cambia Lola su sonrisa y hace una mueca—. ¡No puedo

creer que nuestros resultados estén en menos de un mes!

—Bueno, no más charla sobre exámenes durante las vacaciones. —declara

Hugo triunfalmente—. No vamos ni siquiera a pensar en los resultados ¿De

acuerdo?

—¡Definitivamente! —interviene Isabel.

Mientras la azafata va a través de las demostraciones de seguridad, Mathéo

deja escapar su respiración lentamente, agradecido con Lola por desviar la atención

de Hugo, y de pronto el ruido de los motores es muy fuerte para una conversación.

Es un alivio estar moviéndose e, incluso si todavía no han dejado el suelo, Mathéo

está agradecido que el viaje haya empezado. Al tiempo que los avisos terminan y la

advertencia de ponerse los cinturones se prende, el estruendo dentro de las cabinas

se intensifica. El avión empieza a tomar velocidad, preparándose para despegar.

Debajo de la ventana, la pista se desdibuja, golpea y tranquea. Con cada minuto que

pasa está poniendo más distancia entre su casa y él, entre todos en Londres y él; con

cada minuto que pasa, se está desprendiendo más de su piel vieja, dejando al dañado

Mathéo atrás.

Montpellier esta chisporroteando, deslumbrante y lleno. Los otros están

burbujeantes de emoción otra vez; incluso Lola se reanimó. El bullicio de la ciudad,

el tráfico, los gritos, los grupos de turistas posando para las fotos y bloqueando los

caminos congestionados; el calor, el sonido de las bocinas, todo es demasiado, una

red caótica. Afortunadamente Ana, la ama de llaves, está ahí para recogerlos en una

furgoneta con aire acondicionado, dando saltos pasando la parada y saliendo a la

autopista, hasta que finalmente, unos buenos cuarenta y cinco minutos después, se

encuentran en uno de los caminos estrechos que dan a la costa.

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Apoyando su frente contra el frío interior de la ventana, Mathéo observa el

exótico paisaje pasar rápidamente. Como la mayoría de los conductores del País

Vasco, Ana apenas toca los frenos mientras redondea las esquinas afiladas,

acantilados de punta. Por un lado el bosque florece con color; miles de diferentes

tonos de verde, intercalados con flores rojas y purpuras estallando de las ramas

como pequeños fuegos artificiales. Del otro lado, un río que se curva bajo el gran

acantilado del barranco bajo el mar. Lo pueden oler ahora, incluso vislumbrarlo, tras

los árboles de cedro y las casas de techos rojos: una línea blanca y brillante,

espumosa en la distancia, separando la tierra de la gran extensión de un cielo azul

profundo. El bochornoso Londres parece estar a millones de millas de distancia; el

escenario aquí es impresionantemente dramático, el paisaje iluminado por un fuerte

sol, tan blanco y penetrante que domina todo.

El coche se arrastra bruscamente por un camino estrecho hacia un pueblo

hermoso lleno de pintorescos cafés y tienda de tarjetas postales, antes de caer de

nuevo en el denso, exuberante paisaje, arbustos con flores colgando. Por delante las

siluetas de colinas bajas, salpicadas de verde y morado contra la luz. A medida que

la tierra debajo de las ruedas crece más áspera, el coche se balancea fuera de la

carretera antes de serpentear suavemente cuesta abajo por un camino agrícola hacia

el mar. Ellos alcanzan el borde del risco, la meseta que sobresale sobre una playa

privada oculta, y giran bruscamente dentro de un túnel de árboles. Y a medida que

salen, la casa viene a la vista.

Es todo tan glorioso como Mathéo recuerda. Isabel se ha quedado antes, pero

Lola está viendo la casa por primera vez. Él la preparó para esto, pero sabía que iba

a quedarse boquiabierta, justo como fue cuando él se quedó por primera vez a los

doce años; incluso si en ese entonces sus padres ya lo habían llevado a hoteles

lujosos. Pero este lugar es diferente a cualquier casa vacacional. Un camino curvo de

piedra blanca que conducen al frente de la casa, flanqueado por enormes extensiones

de hierba donde, en el pasado, él y Hugo jugaron al futbol, bádminton y tenis de

mesa. La frescura del césped recién cortado esta bordeada por plantas coloridas y

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brillantes, y arbustos recortados en formas geométricas. Al fondo a la derecha está

la piscina, escalones tallados en el hormigón de la parte menos profunda; se extiende

hacia el frente del jardín, donde sobresale la playa. Desde el fondo puedes ver la

arena debajo, y cuando la marea esta alta, el fondo de la piscina parece fundirse con

el mar. Hay un jacuzzi de un lado, una fila de hamacas debajo de sombrillas blancas,

y una terraza cubierta de madera en la parte inferior, donde se encuentra el asador

y el bar. La casa en si es enorme: una mezcla de concreto blanco, piedra arenisca y

mármol perla. Es sólo dos pisos de alto, pero se extiende en todas direcciones. La

planta superior consta de cuatro amplias habitaciones en sucesión, así como un

cuarto de baño y lavandería independiente. La planta de abajo es un espacio abierto

magnífico: la sala principal que separa la sala de estar y la sala de juegos por un lado;

la cocina y el comedor por el otro. Cada habitación tiene ventanas francesas que se

abren a la terraza de mármol las cual rodea toda la casa, y el piso de arriba, sostenido

por columnas gruesas, las habitaciones están conectadas por una galería al aire libre,

tiene la altura justa para un salto espectacular hacia abajo sobre la hierba, y el ancho

suficiente para sentarse en las hamacas o incluso para jugar al fútbol alrededor.

Lola casi tropieza mientras tira su mochila del maletero, ocupada

entrecerrando los ojos con asombro a la casa, enmarcado por las colinas detrás del,

resplandecientes bajo el sol.

—Oh ¡De ninguna manera! —exclama, tanto para ella como para los demás,

su mirada con los ojos abiertos absorbiendo el césped, la piscina, y por último el mar

justo detrás—. Mattie me dijo que era asombroso, pero esto es… esto es sólo… —Se

detiene, extrañamente sin palabras.

—Nada mal ¿Eh? —Sonríe Hugo, bajando los lentes de sol de su cabeza—.

Mis padres están planeando retirarse aquí, pero no veo que pase pronto. Mi papá no

confía en nadie más para manejar la empresa.

—Lola, tienes que probar la piscina —dice Isabel con emoción—. Siempre está

con la temperatura perfecta, y es enorme, y el jacuzzi es asombroso, especialmente

de noche.

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—¿Por qué no le das un recorrido? —sugiere Hugo con una sonrisa

orgullosa—. Matt y yo vamos a llevar las maletas dentro.

Isabel ya está galopando sobre el césped. —¡Ven, te enseñaré el camino

secreto hacia la playa!

Lola abandona su mochila, se mueve para avanzar, y luego mira a Mathéo,

parece vacilar por un momento. En su playera de algodón blanca y shorts, ella

parece frágil e inexperta, sus largas piernas y brazos delgados muy blancos, cabello

castaño rebelde recogido en un moño despeinado. Mathéo se encuentra sumido en

una ola de culpa. Ella debería estar tan ansiosa y despreocupada como los otros,

celebrando el comienzo de las vacaciones y el fin de la escuela, el inicio de un nuevo

capítulo. En vez de eso, se ve inquieta y vulnerable, su blanco rostro contraído de

muchas noches sin dormir, cargado el oscuro, sucio secreto, propio de él.

—¡Ve! —insiste él—. Estoy muerto de sed, así que te veo adentro.

Por un momento teme que ella se niegue, pero luego Isabel la llama y se da

vuelta, trotando por el césped, las sandalias golpean contra las plantas de sus pies,

para reunirse con su amiga.

Mathéo agarra la mochila restante, agradece a Anna, y sigue a Hugo por la

terraza, desde el porche hasta el aire acondicionado del vestíbulo.

—¿En cuál habitación nos quieres?

—Anna va a llevar los bolsos arriba —responde—. Ven y toma un trago, te

ves hecho polvo.

—Pero yo puedo hacerlo...

—No te preocupes por eso ahora ¡Vamos!

En la cocina, Hugo le alcanza una cerveza fría del refrigerador a Mathéo y

deambulan fuera sobre una parte sombreada de la terraza y se sientan en hamacas

mirando a la piscina.

—Entonces… ¿Todo está bien? —Hugo tiene un aire de preocupación, sus

ojos entrecerrados en su lata de cerveza, tomando más tiempo de lo necesario para

abrirla.

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—Sí ¿Por qué?

Hugo baja sus parpados de vuelta sobre los ojos y toma un trago profundo.

—Lola y tú, se ven algo… Me rindo. —Se da la vuelta para ver a Mathéo

cautelosamente.

—Estamos bien. —Su voz vacila más de lo que hubiera querido. Se limpia la

frente húmeda con el dorso de la mano y mira de reojo a lo largo de la superficie

cristalina de la piscina—. ¿Por qué? ¿Ella ha… ha dicho algo?

—No exactamente…

Siente que su corazón da un vuelco. —¿Qué quieres decir?

Hugo se encoge de hombros con exagerada indiferencia. —Nada realmente.

Solo que Izzy mencionó que Lola estaba enojada sobre algo. Y tú has estado muy

callado hasta ahora.

Su corazón bombea ahora. Mathéo se voltea lejos, aclara su garganta. —

¿Ella… ella dijo sobre qué estaba enojada?

—No, nos imaginamos que ustedes tuvieron una discusión o algo.

—¿Por qué tendríamos una discusión?

—¡No sé!

—Bueno, no la tuvimos. Estamos bien. —Traga, con la boca seca de repente—

. Todo está bien ¿De acuerdo?

—Está bien. —Hugo rueda sus ojos brevemente en respuesta al tono

defensivo de Mathéo pero lo deja pasar—. Entonces ¿Eso significa que te estás

sintiendo mejor?

—¿Mejor que qué? —dice cuidadosamente así su voz suena ligera, Mathéo se

sienta contra la hamaca y se pone los lentes de sol en un intento de evadir las

preguntas de Hugo.

—Bueno, tú sabes… de lo que estábamos hablando antes. —Hugo se ve

incomodo pero continúa—. Te ves algo desanimado.

—No —Mathéo voltea la cabeza para dar un vistazo al sol—. Sólo cansado,

sabes. Directamente a los entrenamientos después de los exámenes…

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Hugo se ve escéptico, pero cualquier cuestionamiento adicional de su parte

es bruscamente interrumpida por las risas de las chicas, ya que están corriendo por

el césped, con las piernas manchadas de arena húmeda.

—¡No! ¡No! —Está gritando Lola por encima del hombro de Isabel—. ¡No te

atrevas… mi reloj no es a prueba de agua!

La cara de Hugo rompe en una sonrisa. —¡Entonces saquémoselo! —Él deja

su cerveza, salta con una sonrisa maligna, y corre hacia ellos, su preocupación

anterior rápidamente fue olvidada.

Pasan el resto de la tarde en la piscina, jugando con una pelota, disco volador

y un par de colchonetas. Mientras la luz del sol se convierte de un blanco cegador a

un oro pálido, Anna les trae la comida en la terraza, donde en pantalones cortos y

bikinis, todavía húmedos del agua, se reúnen alrededor de la mesa para devorar

paella de mariscos. Hugo desentierra más cervezas, Isabel abre el vino y Mathéo

hace lo mejor para unirse con el parloteo ruidoso.

Más tarde esa noche, después de que casi se pone el sol y los otros tres se

fueron a jugar Cheat, Mathéo vuelve al jardín. Un atardecer azul-gris está robando

sobre los céspedes, oscureciendo el agua en la piscina. Las velas en la mesa

parpadean salvajemente, lanzando reflejos irregulares en la pared detrás antes de

que se consuman en la brisa repentina. La luz se escabulle en las colinas detrás de la

casa como reloj de arena. El sol casi se ha ido ahora, sólo su reflejo permanece, sus

gloriosos colores desvaneciéndose en la parte inferior de las nubes. Caminando

sobre el césped a los escalones de la piscina, Mathéo se desliza debajo del agua,

ondas deslizándose por su superficie. Su fresca, familiaridad reconfortante es sedosa

contra su piel. Él nada una longitud completa antes de llegar a la superficie y secar

sus ojos con los dedos. Entonces, apoyando los brazos cruzados sobre el borde de

concreto de la parte más profunda, mira al otro lado del mar en la costa brumosa de

la bahía y trata de perderse en los colores cambiantes de la distancia. La belleza de

todo, el contraste con la existencia humana, lo llena con una tristeza tan fuerte, que

se siente hundiéndose bajo el peso de la misma. Puede correr tan rápido y lejos como

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quiera, pero nada, se da cuenta, va a ser capaz de regresarlo a ser la misma persona

que era antes de la noche del ataque y, como resultado, nada va a parecer tan

hermoso e intacto otra vez. No puedes deshacer el pasado, sólo puedes aprender a

vivir con ello, encontrar alguna manera de hacer las paces, y avanzar. Y se pregunta

cómo incluso puede ser eso posible, como alguien puede realmente aceptar ser

brutalizado de la forman que él lo fue ¿Es realmente posible aprender a perdonar?

Y al hacerlo ¿Está ofreciendo hasta una absolución? Cierra los ojos y descansa su

frente en sus brazos, el chapoteo del agua gentilmente contra su boca, y se pregunta

cómo puede seguir existiendo, tan usado, sucio y dañado, mientras está rodeado de

tanta belleza.

Levanta la cabeza ante el sonido de pasos y ve a Lola a través de las piedras

del pavimento fijados en el césped. Lleva un vestido de algodón sin mangas por

encima de su bikini, su largo cabello todavía húmedo y los hombros de color rosa

por el sol. Sentándose en el borde de la piscina junto a él, ella se vuelve a seguir su

mirada a lo largo de la marea y hacia las luces parpadeantes de la costa distante.

—Estaba pensando en irme a la cama en un momento —dice rápidamente—.

¿Vas a venir?

El asiente, chupando su mejilla izquierda.

—Hugo nos dio una habitación doble —dice, con voz baja, todavía sin darse

vuelta para verlo—. ¿Debería preguntar si puedo dormir en otro lado?

—¡Por supuesto que no! —Mathéo siente su corazón acelerando y la sangre

subiendo hacia sus mejillas, picado por la mera sugerencia—. Sólo por lo que pasó

no quiere decir… no quiere decir que te quiera para… para…

—Está bien, eso era lo que pensaba, pero solamente quería cerciorarme dos

veces. —Se da vuelta hacia él ahora, secándose el pelo mojado de la frente—. Cariño,

estás temblando ¿Debo traerte una toalla?

—¡Espera! —Él rodea con sus dedos su muñeca para retenerla—. Es… Es

tan… ¿No crees que es hermoso?

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—¡Dios, sí! —exclama ella—. Le estaba diciendo a Hugo que si mi papá

tuviera un lugar como este, nunca me iría.

—Quiero decir el mar. El cielo. Y la luz. Es… es todo tan hermoso y… —Él

nota el temblor en su voz—. Y siento que realmente nunca lo he apreciado antes.

Lola lo mira ahora, su expresión es seria. —Necesitabas unas vacaciones hace

años cariño. —Ella acaricia su mejilla húmeda.

—No se… —Aprieta su labio inferior, y lo muerde fuerte—. Yo… estando acá

después de lo que paso. Se siente mal de algún modo.

En la habitación de invitados principal al frente de la casa, él está mirando a

través del ventanal de piso a techo, vestido con sólo el pantalón del pijama, el elástico

de la cintura lo está pellizcando y mordiendo en el principio de las quemaduras por

el sol, la cara enrojecida por la ducha caliente. Abriendo la puerta de vidrio pesado,

camina hacia el balcón y mira hacia afuera en los últimos momentos de la puesta del

sol, los que se extienden a través del mar. Escucha a Lola salir de la baño y ella rellena

algo para unirse a él. Lola apoya su mano sobre la piel desnuda en la parte baja de

la espalda: se siente como un pequeño gesto de solidaridad. Es sólo un pequeño

movimiento, como un pétalo cayendo al suelo, pero mueve algo dentro de él.

Por un momento se quedan ahí, callados en su propio espacio. Luego Lola

rompe el silencio, su voz apenas más que un susurro—: ¿Quieres hablar sobre ello

ahora?

—No. —La palabra no contiene odio, pero no obstante es una respuesta

reflejo, dicha casi antes de que haya terminado su pregunta.

Hay una pausa antes de que ella exhale. —Está bien. —Corriendo el dedo por

la parte interna de su brazo, ella desliza la mano hacia abajo hasta que se encuentra

con la de él, y la sostiene con suavidad—. Pero luego, Mattie, tienes que decirme.

Dime qué debo hacer...

Él se fija en un punto en el horizonte donde el mar se encuentra con el cielo.

Toma un suspiro tembloroso. —Pretende que nunca pasó.

—¿Es eso realmente lo que quieres? —Él oye la voz entrecortada.

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—Más que nada.

—Bueno… Está bien, entonces todo lo que puedo hacer es prometerte tratar.

Pero sólo mientras sepas que voy a estar aquí siempre; si alguna vez cambias de

parecer y quieres hablar, o incluso si le quieres decir a tus padres o a cualquiera, o

decides ir a la policía. Siempre voy a estar aquí de tu lado, Mattie. ¿Entiendes eso?

¿Me crees?

Se muerde la lengua y asiente. Con los ojos fijos resueltamente en el horizonte,

aprieta su mano, y ve las luces difuminándose y refractándose en la distancia.

Después de un rato Lola va de vuelta a la habitación, fría del aire fresco que

viene desde el mar, y apaga la luz, rueda por la manta y se desliza debajo de la

delgada sábana de algodón. El cabello extendido sobre la almohada, parece estar

esperando, se acurruca a su lado, esperando y observándolo, con los ojos muy

abiertos y brillantes en la luz de la luna.

—¿Mattie? —dice suavemente después de un tiempo—. ¿No estás cansado?

—Sí, vendré en un segundo.

Él siente su pausa, siente su mente trabajando. —No debes pensar que

tenemos que... quiero decir, no estoy esperando nada. Nosotros no tenemos que…

tú sabes… hacer cualquier cosa. No hasta que estés listo, o… o nunca más si no

quieres...

Voltea para verla, su respiración acelerándose. —¿Qué?

—Después de lo que pasó, entiendo totalmente si nunca quieres…

Él viene con rapidez desde el balcón, cerrando las puertas firmemente detrás

de él, y toma una respiración temblorosa, recostándose contra el cristal. —Tú… ¿Tú

no quiere tener sexo conmigo nunca más? No he pescado nada, ya sabes. La primera

cosa que hice cuando recordé fue obtener una revisión.

Su expresión cambia, y ella se apoya en su codo. —¡Por supuesto que quiero

tener sexo contigo! Solo pensé que, después de un par de uh… intentos, tal vez

prefieras esperar un tiempo.

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Se vuelve a mirar a la creciente oscuridad, su corazón palpitante, la sangre

latiendo en sus mejillas.

—¿Mattie?

No responde.

—Todo lo que estoy diciendo es que depende de ti.

—No es como que no pueda… ¡No pueda hacerlo nunca más, sabes! —Su voz

sale alta y temblorosa con humillación y temor. La verdad es que él no sabe. Tal vez

no pueda. Ambos intentos después de esa noche; la noche que lo secuestraron;

terminaron en un desastre. Tal vez su cuerpo vaya a rechazar todas las formas del

sexo de ahora en más, para su propia protección. Quizás nunca esté libre de los

recuerdos; el sexo estará por siempre íntimamente ligado con el dolor, la impotencia,

la rabia y el terror, y tendrá que pasar el resto de su vida solo, encerrado en su

doloroso secreto.

Se gira para medio enfrentarla, jugueteando con las cortinas. —Sé que lo que

ocurrió fue bastante asqueroso. Por lo tanto… así que si no quieres, eso es… eso es

perfectamente entendible.

La mirada en la cara de Lola lo hace estremecerse y siente que su garganta se

cierra.

—Oh Mattie ¡Claro que quiero! Todavía eres tú.

—¡Sólo no quiero que estés conmigo por pena o… o algo! —dice él

entrecortadamente—. Nosotros… todavía podríamos seguir siendo amigos. Los

mejores amigos. —Da una breve carcajada en un intento desesperado de aligerar la

atmósfera.

Afligida, Lola sale de la cama y se mueve tentativamente a través de la

habitación, hacia él. —Ya eres mi mejor amigo. —dice tranquilamente—. Pero nada

cambió, Mattie, todavía te amo tanto como antes. Aún más, si eso es posible.

Ella se mueve, pero él sostiene una mano restringida, aterrado de que se

derrumbarse si Lola siquiera lo toca. —Pero… pero ¿Cómo puedes, ahora que sabes

lo que pasó? Lo que… lo que he hecho ¿No te disgusta?

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—Dios, Mattie ¡No! ¡Tú no has hecho nada mal! —Se para a unos metros de

él y lo mira fijamente con sus ojos pintados de rosa.

Bromeando, agita su dedo índice hacia ella. —¡No m…malditamente

comiences! —Trata de reír de nuevo, pero sólo logra un grito irregular.

—No deberías haber sentido que tenías que guardar el secreto durante tanto

tiempo. —La voz de Lola tiembla—. Todo el tiempo tenías que simular…

—Basta, estaba bien. Por un tiempo simplemente no podía recordar. Sabía

que hice algo terrible, pero no fue hasta que me desperté en el hospital después del

accidente de buceo... —Niega con la cabeza hacia ella con fingida exasperación, pero

en su intento de una reconfortante sonrisa, una lágrima se le escapa, rozando el

borde de la mejilla.

—¡Tú no hiciste nada Mattie! Fue ese psicópata que… —Se quiebra y la ve

estremecerse, extendiendo él su mano la cual aleja rápidamente.

—No lo hagas. Está en el pasado. Estoy bien ahora. —Toma una respiración

entrecortada y siente una segunda lágrima caer de sus pestañas, caliente y pesada—

. Al menos eso creo... ¡Maldita sea! —Se limpia la lágrima con un golpe enojado de

su mano.

—Mattie…

—Está bien. —Su voz se quiebra a pesar de su intento de tranquilizarla—. Es

sólo que me siento tan… tan sucio ¿Sabes? Y a pesar de las muchas veces que me

ducho, sin importar que tan fuerte lo haga, tengo miedo de que siempre me vaya a

sentir de esta manera.

—Pero esa es una reacción normal, cariño. He leído sobre cosas de violación,

y dicen que no durará. —Da un paso en su dirección, extendiéndole la mano, pero

él se aleja rápidamente, golpeando su codo contra la puerta del balcón.

—Lola ¡No lo hagas! Estoy bien. Mira, es… sólo ha sido un largo día. —Rasca

sus mejillas con los dedos y aprieta su puño contra su boca, con miedo de que si lo

toca se quebrará por completo.

—Lo sé, cariño. Sólo quiero abrazarte.

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Ahuecando las manos sobre su nariz y boca, él presiona su frente contra el

cristal, deslizándose fuera del alcance. —Sólo… ¡Sólo dame un segundo!

—Mattie ¡Lo que has pasado fue terrible! ¡Cualquiera estaría molesto!

—No lo entiendes... —Se araña sus mejillas–. Yo estaba como un… un —Toma

un sorbo frenético de aire—. Un maldito cobarde.

—¡Mattie! ¿Cómo puedes inclusive pensar eso?

—Tenía tanto miedo de morir que lo dejé… ¡lo dejé, Lola!

—¡No lo hiciste! ¡Él no te dio otra opción!

—¡Yo… yo lo pedí!

Ella se ve casi enojada, sus ojos muy abiertos. —Basta ¡Mattie!

—Pero entonces, una vez que empezó, y… y después de que todo terminó, yo

deseaba… ¡Dios, deseaba tanto que me hubiera matado en su lugar! —Un sollozo

salió de él y, con las manos en la cara, presiona su frente aún más duro contra la

puerta del balcón, imaginando la fragmentación de vidrio sobre él, cortándolo en

tiras—. ¿Por qué… por qué lo dejé?

Lola de repente parece poseída por una fuerza de otro mundo, con los brazos

alrededor de su torso, tirándolo lejos de la ventana, maniobrándolo firmemente

hacia la cama, a pesar de sus esfuerzos para alejarla.

—Mattie, detente; mírame. —Su voz es tranquila, pero su tono es firme,

mezclado con ira, y agarra firmemente sus muñecas y las quita de su cara, con las

manos a cada lado de su cabeza, obligándolo a encontrarse con su mirada.

—No te dieron opción. Habría sucedido a pesar de cualquier cosa que dijeras

o hicieras. Nada de esto fue tu culpa, Mattie ¡Nada de eso! ¿Entiendes?

—Debería tener…

—¡No. Mírame Mattie! —Su voz se eleva de nuevo—. Nada de esto fue tu

culpa ¡Nada de esto fue tu culpa! ¿Me estás escuchando?

Ella está gritando ahora, con la cara enrojecida con una mezcla de furia y

desesperación, y por un momento lo coge por sorpresa y él se encuentra mirándola,

sorprendido por la absoluta certeza de sus palabras.

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—Nada de eso ¡Mattie! Quiero que lo digas: No fue mi culpa. Dilo ¡Por el amor

de Dios!

—Shh, vamos… vamos a despertar a los demás.

—¡Entonces dilo!

—No lo fue... —Un temblor corre a través de él, y de repente se siente

agotado, apenas capaz de hablar—. No lo fue…

—Dilo, Mattie. —Su voz cae ligeramente—. En el fondo, sabes que es verdad.

—No fue… —cierra los ojos e inhala profundamente—, mi culpa. —Él arruga

los ojos y contiene la respiración al tiempo que un sollozo silencioso lo sacude por

dentro—. Joder ¡Ese bastardo! ¡No fue mi culpa! ¡No fue mi culpa!

La ira, la vergüenza, la culpa y el miedo han seguido su curso; por ahora, al

menos; dejándolo vacío, vulnerable y exhausto: tan agotado de hecho que apenas

puede sentarse, se desploma contra Lola, con la cabeza en su hombro. Su cara se

presiona contra su caliente y húmedo cuello; el cabello de ella en su rostro, sus

lágrimas empapando el hombro del camisón de ella. Está de rodillas y ella tiene una

mano en la parte posterior de su cabeza, impidiendo que salga de su hombro, y la

otra presionada contra la piel fría y húmeda entre sus omóplatos, acariciando su

espalda en pequeños círculos rítmicos. Lentamente su respiración se calma y la

noche recupera su tranquilidad, el golpeteo constante de las olas en la playa fueron

calmando el dolor, lavándolo. La respiración de Lola es tranquila, rítmica también,

y apenas perceptiblemente ellos se mecen de un lado al otro, como si la cama fuera

un pequeño bote en alta mar.

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Capítulo 13

Traducido por Ethel

Corregido por iemilaa

Él está cayendo. En caída libre por el aire. Saltó del avión sin su paracaídas.

El cielo es brillante por encima de él, y cuando llega al suelo, sabe que será difícil.

Lo suficiente para romper todos los huesos del cuerpo. Lo suficiente para abrir una

grieta en el cráneo. Su única esperanza es que va a ser rápido. Que no habrá un breve

momento de conciencia cuando lo único que puede sentir es el dolor intolerable

antes de la muerte. El terreno se precipita a su encuentro, dándole un puñetazo en

la cara. Se despierta con un sobresalto.

Está mojado, la camiseta se pega a su piel a causa de la humedad. Al volver

la cabeza con cautela en la almohada para comprobar, Lola sigue durmiendo, se

levanta sigilosamente de la cama. El alba acaba de emerger y los primeros rayos del

sol son oblicuos a través de la abertura de las cortinas, creando un charco de oro en

el suelo.

En el baño, se saca su ropa y da pasos bajo el agua hirviendo, consciente de

una tensión alrededor de sus hombros, donde han cogido el sol. Mathéo se lava a

fondo, el jabón y las manos tomando el sudor de la noche. Haciéndole limpio… casi.

Casi. Y luego simplemente se queda ahí, su frente apoyada contra la pared de

azulejos, dejando que el agua caiga fuerte sobre su cabeza.

Cuando regresa a la habitación, Lola sigue durmiendo, boca abajo, ahora

tirada en diagonal sobre el colchón. Después de secarse, agarra un par de

calzoncillos y rueda suavemente sobre su espalda a su lado, con cuidado de no

molestarla. Su cabeza apoyada en su mano, él mira hacia abajo a su forma de dormir,

con la espalda desnuda expuesta, la fina sábana blanca enredada entre sus piernas.

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Ella es tan dolorosamente hermosa con su piel blanca translúcida, el delicado patrón

de venas visibles justo debajo de la piel de su cuello.

Su cabello despeinado atrapa la luz oblicua a través de las cortinas,

convirtiéndolo en dorados mechones colgando sobre sus ojos cerrados. Tendida allí,

parece tan joven, tan vulnerable. Dormida, apenas parece estar respirando en

absoluto y lo asusta. Despierta tiene tanta energía, está tan llena de vida. Su hablar

animado, sus gestos expresivos, su risa explosiva. Ella es casi infantil en su

entusiasmo por vivir. Correr en las habitaciones en vez de caminar, dar portazos en

lugar de simplemente cerrarlas, gritando de alegría en lugar de reír. Es la chica que

le quita el aliento, que explotó en su vida hace casi dos años como un pequeño

petardo brillante, burbujeando vitalidad, dinamismo, espontaneidad. Todo lo que

hace está lleno de exuberancia tangible, sólo tiene que entrar en una habitación para

que la gente de vuelta, su presencia es como un aura de fuego, encendiendo el aire

a su alrededor. Tiene un atractivo magnético para todos los que están dentro de su

radar, su ferviente deseo de vivir es contagiosa, su carácter gregario como un manto

cálido de amistad, atrayendo a todos. Él nunca ha conocido a nadie como ella antes.

A través de sus ojos, el mundo parece cobrar vida de nuevo. Y sabe que con ella a su

lado, conseguirá atravesar esto, y un día se sentirá normal otra vez.

Su mirada se desplaza a lo largo de su mandíbula, por debajo de la curva de

su cuello, a través de la delicada línea de su clavícula. El colgante en forma de

lágrima de plata situado en el valle debajo de su cuello, y apenas puede resistirse a

inclinarse hacia abajo y besar aquel más delicado y vulnerable lugar. Sus ojos viajan

hacia arriba y abajo por su forma de dormir y piensa, Ella es tan encantadora, amable,

hermosa… ¿Qué he hecho? Dios, ¿qué he hecho?

Después de una mañana tranquila y un almuerzo tardío, todos ellos

finalmente descienden hacia la playa. Por ahora los rayos del sol han llegado a todos

los rincones del cielo, convirtiéndolo de un azul sorprendente brillante. Al final del

jardín, el césped deja paso a la piedra y la arena, bajan por el camino casi vertical de

las empinadas escaleras de arena excavadas en la roca. A un lado, un alto banco de

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hierba alta se extiende hacia el cielo, y por otro, la tierra cae en el mar. Mesetas de

roca sobresalen del acantilado como estantes, aflora visible todo el camino hasta el

brillo del agua azul, tan por debajo que parece tan quieto como el vidrio, a pesar de

formar alrededor de las rocas a su alcance espuma blanca. El aire frío se ha vuelto

caliente y seco, el sol golpeando sin piedad en un cielo sin nubes.

Mathéo gira y extiende su mano para ayudar a Lola hasta el último trecho. A

medida que emergen en la amplia extensión de playa desierta, todo el mundo se

detiene por un momento. Ellos están en el lugar más hermoso, de arena dorada que

se extiende hacia la línea blanca espumosa en la distancia, casi cegado por los rayos

deslumbrantes del sol, reflejada desde la suave extensión de agua azul cobalto. Por

primera vez desde que terminó la escuela, Mathéo de repente siente una sensación

de liberación en el aire: que es libre y la luz corta la rutina implacable del

entrenamiento, la escuela y las tareas por primera vez en años, liberándolo de la

presión de conseguir buenas calificaciones y ganar concursos. Puede que sólo sea

temporal, pero al menos por ahora, es él mismo, por fin es capaz de poner el infierno

del mes pasado atrás, olvidarse de la pesadilla de aquella noche, y extinguir los

destellos de horror que le han seguido desde entonces. Aunque los negros

pensamientos todavía están presentes, es consciente de no pensar demasiado en

ellos. Rodeado del cegador mar y el cielo sin fondo, está demasiado superado por la

belleza de todo para seguir disfrutando esos sentimientos aún más, y por primera

vez se encuentran relegados a las líneas laterales de su conciencia.

Todos juntos, empiezan a correr, y momentos después se encuentran de pie

en la orilla del mar, viendo las olas que inhalan y exhalan en contra de la vasta

extensión de la lisa, playa vacía. Lola e Isabel chillan cada vez que el agua toca los

pies, e incluso él y Hugo dudan en dar el primer paso

—¡Joder, qué frío! —Hugo ha pasado a sus rodillas, y se vuelve a los demás

con una mueca—. ¡Vamos Izzy, sólo hay una cosa por hacer! —Intercambia miradas

con Isabel, y los dos se retiran varios metros hacia atrás desde el borde del agua

antes de contar hasta tres y correr en el agua, gritando a su paso. Hugo salpica a

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Isabel que sigue a un ritmo más lento, chillando cuando el agua llega a los muslos.

Colgando un poco hacia atrás, Mathéo mira por encima de Lola, que ha comenzado

su camino hacia adelante, con los brazos abrazando su pecho. Ella lleva un bikini

amarillo y tiene los inicios de un bronceado, con el pelo iluminado por el sol. Mathéo

muerde su labio y sigue tentativamente, no tanto a causa del agua congelante

lamiendo sus pantorrillas, pero porque él todavía trata de apreciar todo esto.

Mientras sigue a Lola en el azul helado, mira a su espalda y piensa, Yo la amo. La amo

tanto.

La alcanza, sonriendo y haciendo una mueca. —Vamos. ¡Podemos hacer esto!

—Extiende su mano. Ella la toma y grita mientras la jala hacia él, el agua helada de

repente profundizando, llegando a la cintura.

—¡Vamos, rápido y doloroso!—dice alentándola, y luego, con una sonrisa, le

suelta su mano, hundiéndose hacia adelante. Sumergido en el agua glacial, por un

momento, teme que su corazón se detenga en estado de shock, pero luego se

encuentra mirando la corriente de las burbujas que suben hacia la superficie

deslumbrante y, por encima, los contornos borrosos de la cara de Lola mirando hacia

abajo, a él. Se siente maravilloso estar bajo el agua otra vez. El mar parece ser su

transformación, convirtiéndolo en la persona que era antes, devolviéndole lo que es

legítimamente suyo. Puede sentirlo en su interior, casi puede sentir cómo los

recuerdos sórdidos comienzan a desaparecer. El mundo se encoge de distancia por

encima de él. Azul líquido llena su visión, oscureciendo y profundizando hacia

abajo. El nuevo Mathéo es fresco, brillante y limpio como un niño, un bebé

renaciendo.

Se empuja a sí mismo más profundo, rodea los tobillos de Lola con los dedos

y, con un rápido movimiento, saca los pies de debajo de ella, enviándola y

hundiéndola hacia atrás con un grito ahogado. Él reaparece, se limpia los ojos con

las manos, y por un momento no puede verla, el sol rebotando en el agua, cegándolo

con la refracción de fragmentos de oro a los ojos. Entonces, de repente, ella está a su

lado, agitada, agarrando su brazo para apoyarse. —¡Hijo de puta! —balbucea.

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—¿Ves? —Se ríe—. Rápido y… —Se corta a media frase cuando ella lanza

todo su peso contra él, enviándolo de nuevo abajo, pero se las arregla para agarrarla

a medida que avanzaba, arrastrándola con él. Entonces, antes de que pueda tomar

más represalias, se pone en marcha a paso de tortuga rápida y Lola gritando y

salpicando a su paso.

Cuando finalmente se detienen y miran alrededor, flotando en el agua, la

playa está muy por detrás de ellos, las cabezas de Hugo e Isabel apenas flotando en

la distancia, chapoteando entre sí y lanzando algo en el aire.

Se vuelve a Lola, respirando con dificultad, su pelo pegado a la cabeza, el

agua corriendo por su rostro. —¿Seguimos adelante?

—¡No seas loco, ya estamos demasiado lejos! —exclama ella.

Mathéo toma una respiración profunda y se desliza por debajo de ella,

nadando más y más en la oscuridad a lo lejos. Camino arriba, puede ver a Lola

todavía flotando en el agua, esperando a que él vuelva a surgir. Deja escapar el

aliento en incrementos constantes, flotando sin peso, en el fondo cerca del lecho

marino. Por encima, fragmentos vacíos de luz dorada iluminan la superficie. Se

siente tranquilo, arropado. Como si pudiera quedarse allí para siempre.

Sale como un cohete fuera del agua con un chapoteo, inundando a Lola.

—¡Oh, Dios mío , estás loco!—comienza a gritar, tosiendo y jadeando, se ríe

al ver su expresión horrorizada, le hace cosquillas por haber conseguido asustarla .

Él la sigue en aguas menos profundas, donde sus pies encuentran arena firme. Tira

de ella hacia sus brazos, abrazándola con fuerza, jadeando en su oído, besando el

costado de su cabeza, su cara. Lola se vuelve hacia él y su boca se reúne con sus fríos

labios salados, las manos agarrando su cabeza, el agua de su pelo chorreando en la

suya. Entre calientes besos frenéticos, Mathéo abre los ojos por un momento y

encuentra el color del mar reflejado en ella, las gotas de agua a través de sus

nacarados pómulos, la frente hacia abajo, colgando de sus pestañas chispeantes

como pequeños diamantes en el sol. La piel pálida y pecosa en las mejillas y la nariz

quemada ligeramente, destellos de luz se refractan en el agua en su frente. Él siente

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su pecho presionando contra el suyo, su pierna en el muslo, los pies tocando en la

arena blanda. Y piensa, Esto es todo. Él está de vuelta, vivo, apasionado, enamorado,

y la pesadilla que le ha perseguido durante las últimas semanas se ha ido para

siempre.

Quiere capturar este momento en el tiempo y aferrarse a ella para siempre,

permanecer en él para siempre, permanecer para siempre aquí, con Lola en sus

brazos y la sensación de su cuello caliente, chorreando el cabello contra su rostro. Es

como si alguien ha hecho el día de hoy, creado sólo para él, al igual que el más

sorprendente presente que nunca podría haber deseado. Ahora sabe que aquel

encuentro con Lola siempre debió ser. Siempre estuvo destinado a enamorarse de

ella y tener su amor de regreso. Siente la luz, por esa luz, todos sus pensamientos

oscuros han sido borrados, sustituidos por la emoción, el asombro y una felicidad

tan pura que amenaza con tomar su aliento. Por primera vez en mucho tiempo no

hay el menor rastro de dolor en su cuerpo o su mente, sin eje de perforación entre

sus ojos, sin dolor palpitante en la cabeza, sin vértigo dentro de su pecho, no hay

corrientes de electricidad quemando a través de sus venas. La densa niebla que lo

rodea se ha evaporado en el aire azul brillante, aquel estático, punzante, peso

ardiente se ha ido de sus músculos, desaparecido de su piel. Su cuerpo se ha

suavizado, como si algo duro y sólido ha sido liberado desde su interior. Y es como

si hubiera conseguido finalmente lo que ha estado esperando desde aquella terrible

mañana: salir de su cuerpo en uno que es nuevo; encontrando un lugar en el que

pueda pensar, sentir, vivir y respirar sin herir, sin dolor. Nunca supo que no

lastimando podía sentirse bien, sentir esta luz suave. Quiere aferrarse a Lola así para

siempre. Es como si la fusión de su cuerpo con el de ella esté disipando todo lo

oscuro, pesado y negativo dentro de él, lo que le permite, después de semanas de

agitación, existir una vez más como una persona normal…

Después de un juego de frisbee con los otros en la arena, el sol parece haber

perdido parte de su luminosidad, el aire se ha vuelto un poco más frío, y el mar se

ha retirado aún más. Mathéo se recuerda que el tiempo continúa moviéndose, que

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las cosas siguen cambiando. Fundiendo sombras estampadas en la arena, vuelve con

los otros para coger sus toallas, metiendo los pies en la arena con las sandalias

abrasadas por el sol. Ignora a los otros dos y mantiene sus ojos fijos en Lola,

desesperado para que ella continúe proporcionándole la luz y energía para

mantener la oscuridad a raya.

A medida que comienzan su ascenso de nuevo a la casa, dejando la playa y el

sol detrás de ellos, Mathéo mantiene la mano de Lola firmemente entrelazada en la

suya, la áspera arena entre sus palmas calientes. Cuando terminan de subir las

escaleras y Hugo e Isabel se alejan tranquilamente por el jardín, discutiendo lo que

tienen para la cena, él la detiene por un momento y la besa de nuevo, tratando de

evitar que ella se aleje.

Alejándose para respirar, Lola sonríe. —Tus mejillas han cogido el sol —dice,

y luego vacila por un momento—. ¿Estás bien?

Él asiente, sintiendo que una sonrisa sincera toca sus labios por primera vez

en mucho tiempo. —Sí. Sí, realmente lo estoy.

Por la noche, todo el mundo parece un poco hiperactivo, como si todo el sol,

el mar y la arena han suscitado una poción de exuberancia en su interior. Después

de la cena, en medio de carcajadas, juegan Strip poker en la mesa junto a la piscina.

Como de costumbre, Hugo e Isabel están perdiendo a propósito: Hugo ya está con

el torso desnudo, después de haber optado por despojarse de su camiseta, pero

manteniendo sus sandalias. Isabel se ha reducido a su bikini. Lola se las arregló para

quitarse pedazos de la joyería; Mathéo ha perdido sus sandalias.

Hugo se ríe maliciosamente cuando Lola pierde una ronda y se quita el

brazalete en el tobillo. —Esa es toda la joyería que tienes. ¡Voy a hacer que salgas de

esa camiseta, Baumann!

—¡Por encima de mi cadáver! —contesta ella.

Más tarde esa noche, después de salir de la ducha, Mathéo encuentra a Lola

acurrucada en la cama, la luz apagada, la habitación está llena solamente con luz de

la luna y el sonido de las olas. Deslizándose cuidadosamente bajo la sábana para no

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despertarla, se tiende boca abajo, la almohada fresca contra su mejilla quemada por

el sol. Después de un momento, sin embargo, siente su aliento contra su piel y es

consciente de sus labios contra su cara, ella lo está besando: diminutos besos de

mariposa, tan ligeros que apenas parece hacer contacto. Espera, con la esperanza de

un cambio en su patrón circular, anhelo para que vengan más adelante, para llegar

a sus labios, su boca, su lengua. Sus pulmones lanzan un suspiro profundo y abre

los ojos un poco, lo suficiente para ser devorado por la mirada verde sorprendente

de Lola, inclina su barbilla hacia arriba con la esperanza de atrapar un beso

revoloteando en la boca. Vienen más cerca, pero no lo suficiente, y un pequeño

sonido de él, un soplo de aliento se escapa, hasta que un beso roza la comisura de

los labios, prendiéndole fuego. Él vacía sus pulmones lentamente y después los llena

de nuevo, luchando para esperarla y no responder.

Anhelando un beso de verdad, finalmente tiene que levantar la cabeza del

hombro de Lola, y tocar la mandíbula con un dedo para guiar su boca hacia la de él.

Pero ella vuelve a besar el dedo en su lugar, y él sigue el contorno de sus labios y

siente el suave esmalte, de sus dientes frontales y luego el calor suave y húmedo de

su lengua mientras roza su dedo. El suspiro de Mathéo es más profundo esta vez

mientras su dedo comienza a temblar con una mezcla de excitación y deseo. Y se da

cuenta de que quiere besarla tanto que en realidad está temblando con las ganas,

todos los músculos de su cuerpo se tensan en anticipación. Puede oír el sonido de su

propia respiración ahora, poco profunda y rápida y cada vez más frenético, sus

labios hormigueando. Un pequeño sonido de frustración se le escapa mientras se

inclina en dirección a Lola, sólo para que ella se aparte y que él apenas logre besar

los diminutos pelos suaves de la mejilla en su lugar.

Toma otra respiración para tranquilizarse, pero parece llenar la sala, y su voz,

cuando sale, es trémula y suavemente desesperada.

—Lola, detente, déjame darte un beso —Una respiración—. Lola, tengo

muchas ganas de besarte…

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—¿Qué tanto?—Se burla ella, una pregunta con que solían burlarse cuando

empezaron a salir. Y al igual que hace tantos meses, él se siente tenso con tanta

fuerza que su estómago desaparece en el hueco debajo de su caja torácica.

Él da una pequeña risa para hacerle saber que recuerda, pero está tan excitado

que puede sentirse temblar.

—Tanto, que te muerdo si no lo haces —Un temblor se ejecuta a través de él

y le da una breve risa tímida—. ¿Ves?

Ella besa su cuello y se tensa aún más. —Lola, no, ah, mierda, vamos, por

favor. . .

Ella sonríe, y sus besos siguen un rastro hasta su cuello, sobre su barbilla,

debajo de su labio inferior y… y luego se encuentra con su boca: caliente y sensible,

sin embargo, tan feroz y apasionada que le pilla con la guardia baja.

Con la respiración entrecortada, desliza sus dedos en su cabello, cada beso

más profundo y más fuerte que el anterior. Él quiere tanto, que todo su cuerpo

tiembla por el deseo, tiene su cara entre sus manos, la besa con un fervor rayando

en la desesperación. Lola corre sus manos lentamente hacia arriba y abajo de su

espalda, sus dedos tan ligeros como pétalos, dando vueltas alrededor de su

estómago y llegando poco a poco a sus pezones. Su toque envía pequeñas réplicas

de ondulación a través de su cuerpo, y al igual que él, ella se encuentra enroscada

tan apretada como un resorte, sus bocas se encuentran con tal sorprendente fuerza

y pasión que jadea en estado de shock, y siente que el perno eléctrico de emoción se

precipita a través de él por primera vez en mucho tiempo. Tanto tiempo…

Sus ropas volando. Su camiseta y sus calzoncillos, camisón, todo tirados al

suelo. Se arrodilló desnuda sobre la cama, Lola está medio riendo, medio jadeando.

—Guau.

Agarrando sus hombros, la empuja hacia él, besándole el cuello, la oreja, la

mejilla, la boca, su barbilla presionando su cara, la boca dura y urgente contra la de

ella.

—Mattie.

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Con su mano que sostiene la parte posterior de su cabeza, la besa otra vez,

más y más duro aún, luego trata de colocar su espalda contra las almohadas.

—Mattie, espera.

No puede esperar, no después de todo este tiempo. Lola le pasa un condón y

él hurga en su prisa. Ella está de vuelta. Él está de vuelta. Ellos van de la mano y

nunca la dejará ir.

—¡Mattie! —Con las manos en su pecho lo empuja con fuerza, alarma

parpadeando en sus ojos.

—¿Qué? No, ¿Quieres que me detenga?

Manteniendo su brazo extendido, se le queda mirando, su cabello salvaje y la

cara enrojecida exquisitamente; respirando con dificultad. —Mírame —dice ella en

voz baja.

Mathéo obliga a sus ojos para encontrarse con los de ella. —Lola, no. Yo

quiero —Siente que su tráquea se contrae.

—Sólo tienes que ir suavemente, mi amor.

—Está bien —Toma una respiración profunda y trémula, se muerde el labio,

gestiona una sonrisa tranquilizadora—. ¿Así está bien?—Acaricia un lado de su cara,

frota sus labios sobre su mejilla, la besa suavemente y siente que ella se relaja bajo

su toque.

—Sí. Así —Respira.

Lola mantiene los ojos abiertos y lo mira, caliente, enrojecida y jadeando

suavemente mientras él se desliza sobre ella, entra con un jadeo audible. Se esfuerza

para ir tan lento como él puede, mirando de nuevo hacia ella, apreciándola como si

fuera la primera vez. Es como si, desde aquella terrible noche, él la ha visto sólo a

través de un velo, pero ahora que el velo se ha levantado, una espesa niebla se ha

disipado y la ve de nuevo, otra vez. Se da cuenta de todos los pequeños detalles que

le hacen ser lo que ella es, que la hacen única. El arco suave de sus cejas, la suave

curva de su mejilla. Cada pestaña individual larga y oscura, enmarcando el iris del

verde más profundo. La ve con tanta claridad que puede contar las pecas que

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salpican sus pómulos. Sosteniéndose a sí mismo sobre ella, sus brazos vibrando

ligeramente, se mueve rítmicamente contra ella, respirando profundamente, en un

esfuerzo por mantener la calma. Se concentra en el sudor de su cuello, su garganta

tan blanca, delicada, suave contra su boca. La perla en forma de gota en su collar

coge la luz de la luna, lo que refleja rayos a sus ojos por lo que parece brillar desde

adentro. Su pelo es salvaje y enredado por sus dedos, marrón rojizo contra la

almohada blanca, pequeños mechones húmedos se curvan en espirales que

enmarcan su cara. Sus manos están apretadas contra su espalda, deslizando su mano

para acariciarle la nuca, luego pasando por encima de su cabeza, en su cabello

húmedo, separando los mechones entre sus dedos. Cierra los ojos e inhala

fuertemente, ya que hacen su camino a su frente, sus uñas rozan los contornos de su

rostro, sus sienes, sus mejillas, lentamente por la línea de su mandíbula hasta que

encuentran su boca. Ellos juegan contra sus labios, él abre su boca para saborearlos,

y ellos son frescos, refrescantes, como gotas de agua. Llena sus pulmones de nuevo,

abre los ojos, y ella le esta sonriendo y lo siente en su corazón. Tanta ternura,

comprensión, tanto amor en esa sonrisa que le duele, pero este es un dolor bueno,

uno que lo hace sentir seguro, completo y vivo. Ella le ha despertado de su pesadilla,

lo trajo de vuelta a la vida, descongelando las paredes de un corazón profundamente

helado. Trata de decir gracias, pero las palabras no salen, por lo que mantiene su

boca en su lugar y la sonrisa de ella se ensancha, como si entiende, como si lo sabe

todo y lo ha perdonado… cierra los ojos mientras sus bocas se encuentran y se ve

obligado a ceder, apretándose con fuerza contra ella, estremeciendo su cuerpo

mientras entierra la cara en su cuello, jadeando suavemente.

Se encuentran al lado del otro sobre la almohada, sus cuerpos calientes,

desnudos blanqueados por la luz de la luna, Lola vuelve la cabeza para que sus

rostros estén a sólo unos centímetros de distancia. Él apenas tiene fuerzas para

hablar, todavía agotado más vivo de lo que nunca puede recordar. Lola levanta su

mano y pasa los dedos a lo largo del brazo. —Cariño, estás temblando…

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Sonríe a su preocupación, espera un momento para recuperar el aliento. —

Estoy bien.

—¿Estás seguro?

Mathéo no puede dejar de sonreír. —Sí. Más que bien. Más que todo.

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Capítulo 14

Traducido por leriaherontairs

Corregido por Smile18

—¿Desayuno? —Con el pecho descubierto, los pantalones cortos de natación

y el pelo todavía mojado por la piscina. Hugo vuelve de la cocina y observa a Mathéo

como camina a través de la sala de estar y la cocina. Él sujeta una sartén que

chisporrotea y los olores de tocino se impregnan en el aire.

―Oh, pero creo que voy a pasar. ―Mathéo toma un asiento en el bar del

desayuno, al otro lado de Isabel, quien lleva un pareo de color naranja. Ella mantiene

la caja de cereal, pero él niega con la cabeza y tomo una manzana del frutero,

obligándose a morderla. Desea que la noche anterior dure para siempre, al igual que

Lola y él juntos en su propia burbuja. Los demás pensamientos y recuerdos

desterrados al mundo exterior. Pero ahora es por la mañana, ha regresado al mundo

real con una sacudida. Hoy el sol parece demasiado brillante, mostrando su brillo

violento en medio de todas las ventanas, iluminando la cocina y su luz se refleja

desde la cubertería de plata. Una brisa cálida cruza, ondulando suavemente a través

de las puertas francesas abiertas de la cocina y la sala de estar, lleva consigo los

olores a azufre, el corte de hierba y rosas. La ventana grande de la parte delantera

de la sala, revela un mar tan suave como una lámina de vidrio, y las gaviotas

deslizándose en círculos contra una vasta extensión de cielo azul profundo. Hay una

quietud en el aire, el sentido del tiempo está suspendido, la realidad esta puesta en

espera. Incluso Hugo e Isabel, charlando, discutiendo y riéndose de sus esfuerzos

culinarios conjuntos, parecen diferentes aquí, demasiado perfecto, demasiado

contento, demasiado real.

―¡Mattie! ―La voz elevada de Isabel lo sobresalta y casi se le cae la manzana.

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―¿Qué?

―¿Estás bien, amigo? ―pregunta Hugo. Tanto él como Isabel lo observan con

una expresión ligeramente burlona.

―Sí, ¿por qué?

―Hugo estaba hablando de ir a una excursión ―explica Isabel―. Y tú pareces

totalmente dentro de la zona.

―¿Dónde?

―A lo largo de los acantilados ―responde Hugo ―. La última vez, Izzy y yo

encontramos un lugar de picnic muy brillante en lo alto de los acantilados, con vistas

al mar. A partir de ahí es una subida bastante fácil hasta el agua para darse un baño.

―¡Genial! ―responde Mathéo con una sonrisa brillante―. Vamos a hacerlo.

Una vez que Lola está en marcha y termina el desayuno, Hugo y Mayhéo

cargan las mochilas en la cocina. Mathéo mira hacia fuera donde Lola e Isabel están

de pie al borde del jardín, en una discusión profunda. Isabel se ha cambiado a un

par de pantalones de algodón y Lola está con pantalones cortos de mezclilla y una

camiseta blanca de tirantes, con los pies lastrados por un par de botas y calcetines

de gran tamaño que caen alrededor de sus tobillos. Isabel ha entregado los

binoculares a Lola y señala el lugar del picnic en el acantilado vecino a través del

mar.

Los cuatro mueven las mochilas sobre sus hombros, después las chicas con

más tentación, dejan el jardín y comienzan la caminata a lo largo del camino ancho

tiza flanqueando la costa. Para la primera media hora, el camino es liso y plano,

serpentean las rocas redondas, que los mantiene alineados con el mar. Todavía es

pronto, la perspectiva para hoy son cielos despejados y temperaturas que alcanzan

los cuarenta grados. El plan es llegar a la meseta hacia el mediodía, y luego hacer un

picnic en el terreno sombreado, evitando así el sol a su máximo esplendor para luego

bajar a nadar. Pero en este momento, todavía se encuentra fresco y ligeramente

húmedo, el aire muy quieto. Solamente en la amplia franja de la carretera, bajo el sol

de la mañana, Mathéo siente como si fueran los únicos en el planeta. La carretera

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vacía se extiende por delante; no hay casas, no hay gente, no hay sonidos, excepto

por las blandas llamadas de gaviotas de pesca y el lavado de distancia del mar de

abajo. Se siente tan inquietante y extrañamente hermoso. La madrugada de un

turquesa claro, haciéndolo sentir como un extraño en esta inusual tonalidad. El

cuenco del cielo es un azul glauco, astillas de luz blanca emergen justo por encima

del horizonte. Están en una de las regiones más bellas de Francia, y es tan diferente

a Londres o incluso de París, siente como si podría haber entrado en un mundo

completamente nuevo.

De vez en cuando se siente un escalofrío, tanto de la emoción como de la brisa

del mar, que ahora lava sus brazos desnudos. El sueño no lo dejó enteramente, su

aura aún rodea su cabeza y sus extremidades sienten la rigidez de la natación de

ayer. Un mechón de pelo se niega a permanecer en la parte posterior de su cabeza,

se siente mareado y aburrido en su camiseta azul y pantalones cortos, como si sólo

el peso de sus botas de montaña lo mantiene conectado a tierra.

Durante un tiempo, todo el mundo está tranquilo, todavía difuso de un sueño,

como si tuviera miedo de romper la frágil red de silencio que los rodea. A pesar de

la advertencia de Hugo sobre el ritmo de sí mismos, Lola está caminando hacia

adelante, sus largas piernas en movimiento sin sonido a través del camino arenoso,

con el pelo echado sobre su espalda. Tomados de la mano y hablando en voz baja,

Isabel y Hugo no se quedan atrás. Mathéo quiere ponerse al día con Lola y tomar su

mano, la sensación de su piel contra la suya, pero tiene miedo de verse posesivo ya

que en estos momentos parece disfrutar de caminar por sí sola, su cara da vuelta

hacia la luz reunida en la distancia. Al verla, Mathéo se llena con una extraña especie

de anhelo. A pesar de su cuerpo alto y delgado, hay algo sólido sobre ella. Con las

piernas largas, ágiles y fuertes, parece moverse sin esfuerzo a pesar de la pesada

mochila. Y él siente dentro una energía saludable, como si pudiera caminar así para

siempre.

Para cuando los rayos del sol han llegado a todos los rincones del cielo,

convirtiéndolo en un azul sorprendentemente brillante. Se encuentran en la ruta

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costera. Aquí hay un terreno áspero, desigual bajo sus pies; el suelo seco y

polvoriento. El aire frío se ha vuelto caliente y seco, el sol golpea sin piedad a un

cielo sin nubes. Arriba en el borde del acantilado, no hay sombra y están a merced

de los rayos implacables. El ritmo se ha frenado considerablemente ahora, Lola y

Mathéo esta detrás de los otros, ya que comienzan a abrirse camino a través del

bosque. Los primeros dos o tres centenares de metros de la carretera son los más

difíciles. Los espacios entre los árboles están cubiertos de arbustos trepadores, y la

única forma por delante es empujar a través de ellos.

A medida que el suelo comienza a subir, los árboles se transforman en

columnas altas, hiedras atragantadas, con fuertes raíces retorcidas por salir a

recorrer la tierra. El aire se sumerge en sangre fría a la sombra, la desnutrida

vegetación por falta de luz solar. De vez en cuando la copa de los árboles y arbustos

se espesa demasiado para pasar a través, lo que obliga a bajar en sus manos y rodillas

y arrastrarse por alguna pista animal. Después de casi una hora de caminata, se

encuentran en la parte inferior de una pendiente particularmente empinada. Se trata

de una dura subida, tirando de ellos hacia arriba por el helecho, tallos gruesos para

mantenerlos a sí mismos de volver a caer en el barro y las hojas muertas. Hugo es el

primero en llegar a la cima, y casi de inmediato desaparece por la cresta. Tan pronto

como las chicas y Mathéo se ponen al día con él, se detienen con un jadeo colectivo.

La pendiente se extiende sobre una estrecha plataforma que sobresale del borde de

la ladera de la montaña. Por encima, el acantilado se extiende hasta casi

verticalmente en un dosel de árboles.

La caída por debajo de ellos es suficiente distancia para que Mathéo recupere

el aliento. Así debe utilizarse para alturas, sin embargo, nunca ha experimentado

algo tan espectacular como esto, la caída de las profundidades del mar azul,

mirándolo de abajo; es la altura de un edificio muy alto. Al pie del acantilado, las

olas rompen contra un grupo de rocas que las hace retroceder cerca de la orilla. Se

puede ver por qué Hugo estaba tan decidido hasta este punto; la vista es

espectacular. Desde aquí se puede ver la bahía, a lo largo de la costa ondulante y

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todo el camino hasta el pueblo más cercano, sus casas al lado y por encima una de

otra, que se extienden por la ladera de la montaña. Coches Matchbox se arrastran a

lo largo de la carretera costera, desapareciendo en el bosque a la distancia. Debajo

de ellos, a su izquierda, la villa de Hugo parece minúscula, pero engañosamente

cerca, rodeada por hileras de cipreses empequeñecidos en el impresionante paisaje.

Mathéo trata de distinguir el brillo turquesa de la piscina, el gran césped ahora sólo

es una pequeña mancha verde, y debajo de ella la estrecha franja de arena dejada

por la marea alta.

Mathéo avanza hacia el borde de la meseta, las plantas arbustivas le llegan a

las rodillas, Hugo mira alrededor con las manos en las caderas, su cabeza inclinada

con una sonrisa triunfante. ―Bastante impresionante, ¿eh?

Isabel deja escapar un grito fuerte y se refugia entre los árboles, Lola cae de

rodillas y se inclina hacia delante para mirar hacia abajo, incluso Hugo se mantiene

bien lejos de la orilla.

―Me muero de hambre ―declara Hugo―. ¿Almorzamos ahora y después

bajamos a nadar?

―¿Cómo vamos a bajar? ―Le pregunta Lola en tono incierto.

―Mira, hay pasos. ―Señala al lado de la meseta, donde las rocas que

sobresalen crean la ilusión de una escalera gigante―. Las rocas te guiaran el camino

hacia abajo. Lo he probado, es muy fácil. Igual que bajar por una escalera.

Lola se muerde el labio y se mueve a toda prisa de vuelta desde el borde. ―¡Es

un lugar increíble! ¡Voy a tomar algunas fotos!

―Da miedo ―dice Isabel―. Creo que debemos seguir avanzando hacia

adentro. ¿Qué pasa si esta piedra se desmorona o algo así?

―¡Es perfectamente seguro! ―Se burla Hugo de ella con suavidad, saltando

arriba y abajo para probar su punto―. Cuando la marea fue mayor, un grupo de

temerarios de la aldea vecina solían conducir por aquí en sus motos y mutuamente

se atrevían para saltar. Se rumorea que uno de ellos golpeó una roca y murió.

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―¿Acantilado de buceo, quieres decir? ―de repente Hugo tiene toda la

atención de Mathéo.

―No, no eran los buceadores. ¡Loco!

―¿Alguna vez has intentado saltar ? ―pregunta.

―¿Yo? ―resopla de risa Hugo―. ¿Crees que estoy loco? Golpear el agua desde

esta altura, ¡Jesús! ¡Mira lo cerca que están las rocas de abajo!

―Sólo al pie del acantilado. Se les puede limpiar con un salto con carrera.

―Sí, claro.

Hugo e Isabel extienden la manta de picnic bajo los árboles y Lola comienza

a desempaquetar los sándwiches. Mathéo se siente superado por una oleada de calor

y energía nerviosa; una especie de adrenalina invisible que parece llenar de aire a su

alrededor. Por primera vez desde que pisó la plataforma de diez metros hace tantos

tiempo, se siente superado por el vértigo tan fuerte que siente, mirar hacia abajo lo

hace sentirse inestable, mareado, casi nauseabundo. Los recuerdos de su última

inmersión vienen corriendo hacia él. El aire húmedo y el clorado, los gritos de la

piscina para niños, los gritos de Pérez. Se acuerda de lo asustado y desorientado que

estaba, cómo temblaba, y cómo él estaba convencido de que no iba a tener éxito,

lleno de ese profundo pozo de la certeza de que algo iba a ir muy mal y de repente,

al borde de este acantilado, la misma sensación, a pesar de que no hay ningún

entrenador aquí, ni un padre impaciente, sin panel de jueces o incluso un público de

adolescentes chillando. No hay nadie aquí para juzgarlo, para ejercerle presión, ni

tampoco existe una compleja secuencia de giros y volteretas que tiene que

memorizar visualmente. Aquí es libre para bucear. Una inmersión simple, pura

desde esta altura estaría acompañada por la sensación de ligereza, la sensación de

que estuviera volando. Antes, cuando tenía siete años y por primera vez tomó el

buceo, solía sentirse así también. Es por eso que quería unirse al club, comenzar a

entrenar todas las semanas. Pero ahora, diez años después, cayendo a través del aire

a alta velocidad, se ha convertido en un hecho cotidiano, más familiar incluso que

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cuando se lava los dientes o empaca su mochila. Se acabó la adrenalina, la sensación

de volar, la sensación de estar en todas partes y en ninguna a la vez.

A medida que se arrodilla en la tierra seca para desatarse las botas de

senderismo y quitarse los calcetines, se da cuenta de los demás mirando por encima

de su refugio seguro, lejos de la meseta. Lola está diciendo algo, la celebración de un

bocadillo envuelto en papel de aluminio.

―¿Qué estás haciendo? ―le pregunta, mientras él desabrocha el cinturón y se

desliza fuera de los pantalones para después sacarse la camiseta.

―Voy a bucear. ―Les informa a todos ellos en voz baja, volviéndose hacia la

brisa en aumento, con las plantas de los cortocircuitos que aletean alrededor de sus

rodillas.

Hugo se detiene a medio masticar, con una mejilla abultada cómicamente.

―¿Qué has dicho?

―Con un salto de carrera, voy a borrar las rocas.

Hugo resopla y se echa a reír, pero luego se calla cuando Mathéo no se une.

―¿Es una broma?

―No.

Hugo vacila, como si no supiera si se debe comenzar a reír de nuevo.

―¿Quieres decir que te vas a matar a ti mismo?

Lola se limpia las manos distraídamente en el lateral de sus pantalones cortos.

―Mattie, eso no es gracioso. ―Agita el sándwich hacia él ―. ¿Quieres huevo o jamón?

De pronto se hartó. Harto de su incredulidad, con su negativa a tomar en serio

su proposición. Piensan que está haciendo el ridículo, pero ¿Alguno de ellos sabe

acerca de bucear en primer lugar? ¿Qué saben de los riesgos que toma día a día,

saltar de un tablero de diez metros y caer en picada hacia el agua con treinta y seis

kilómetros por hora, dando vueltas y saltando por el aire? ¿Qué saben del dolor de

perder una entrada por un pequeño incremento y aterrizar en el hombro o el pecho,

después de haber quedado sin aire, como si se estrellara contra una pared? ¿Qué

saben de tener que salir de la piscina en frente de miles de espectadores, tratando de

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ocultar el hecho que se lesiono, para no dar a los demás competidores una ventaja

psicológica? ¿La tentativa de ocultar lo completamente vacío que esta, después de

todas esas largas horas en la piscina, el chapuzón que había perfeccionado en el

entrenamiento que salió mal en el momento exacto en que más importaba y la prensa

de la mañana lo etiquetan como ahogador? ¿Qué saben de las largas horas antes y

después de cada competición en el Centro de Agua, probando una nueva caída, y

perdiéndola, saliendo de la piscina y yendo hacia atrás hasta hacerlo de nuevo, otra

vez, y otra vez, error tras error, el creciente temor de que nunca puedas escapar de

ello? ¿Qué saben de un pequeño movimiento de vaivén en el despegue que no se

puede resolver de la junta por unos pocos milímetros, nada perceptible a simple

vista, pero lo suficiente para que su cabeza haga un clic y lo deje inconsciente como

tortazo contra la superficie implacable del agua? ¿Qué saben de hacer todo esto, y

luego ser llevado a un bosque por uno de los pocos hombres que ha confiado, ser

estrellado contra un árbol, tirado en el suelo y asaltado de la forma más atroz

imaginable…? De repente está enojado, furioso. ¿Ninguno sabe de los nervios y el

dolor puro, sin diluir el terror? Quiere mostrarles lo que es realmente, cómo de

horrible es; darles la vista desde su perspectiva. Empuja la ropa a un lado, se apoya

contra la pared rocosa del acantilado de manera que la meseta se extienda como un

trampolín, fija un punto en el horizonte blanqueado por el sol, empuja el pie contra

la roca para impulsarse hacia adelante. Todo corre en cámara lenta, cinco pasos

largos, un grito de Hugo, y entonces esta impulsándose a través del aire, por el borde

del acantilado y en el vacío.

Sus gritos le siguen como un eco. El sol es cegador, tanto desde el cielo azul y

el azul del mar a continuación. No está seguro de qué manera se encuentra desde

arriba, pero no importa, se siente como una flecha, un cohete o un misil, cayendo en

picada hacia abajo, de cabeza, a más de cuarenta kilómetros por hora. Realmente

puede sentir la resistencia del viento como un muro de aire, la brisa le empuja hacia

la izquierda, hacia las rocas, la fuerza de la gravedad tan grande que su cara se siente

excavada en el cráneo y la inhalación es imposible. El sonido del aire destruye

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incluso el rugido de las olas, no puede escuchar nada más que el viento aullando, y

el agua sigue siendo nada más que un parche brillante de azul en la distancia. A la

vez se encuentro con una velocidad increíble y no se mueve en absoluto, cayendo en

picada hacia la tierra colgando en el cielo. Tal vez nunca aterrizará, o quizás va a

morir en el impacto. A menos que llegue a las manos del agua primero y tenso como

una flecha, el aterrizaje en la superficie lisa del mar se sentirá diferente a aterrizar en

una losa de hormigón. Y de repente está ahí, delante de él, debajo. Cierra los ojos

fuertemente, cada músculo de su cuerpo se tensa y grita. La ola de miedo comienza

a reunirse en su pasado, ya que se prepara a sí mismo por el éxito de la gran final.

La pared de agua es brutal. Se golpea con todos los bolsillos restantes de

oxígeno de su cuerpo y lo sacude con furia. Pero tiene suerte, logra la entrada

perfecta. Cualquier cosa menos y estaría en pedazos. Tira hacia abajo, debajo de la

superficie, más y más, hasta que gradualmente siente su descenso bajo el agua,

comienza a disminuir. Se da cuenta de la luz del sol iluminando un parche en la

superficie de un largo camino. Debe patear, sin perder el conocimiento, pero sus

piernas parecen haberse entumecido. Tarda en llegar al aire fresco, y cuando lo hace,

por un momento no puede respirar, sus pulmones parecen que han colapsado. Pero

entonces es consciente de una arcada amortiguada, jadeando un sonido, siente como

su caja torácica se expande y se contrae como un viejo acordeón chirriante. Se

encuentra flotando, su cabeza inclinada hacia atrás, exhalando el oxígeno. Su cuerpo

se ha hecho cargo y está haciendo todo el trabajo, con los nervios y temores rodados

en pedazos. Durante mucho tiempo lo único que puede hacer es flotar y jadear hasta

ser consciente del resto de él. Sus brazos están lentamente volviendo a la vida,

sufriendo por el impacto, pero sus piernas son pesos muertos, tirándole hacia abajo.

Maneja una brazada lenta hacia el pie del acantilado, dirigiéndose a sí mismo con

los brazos hacia las rocas. Hay un pequeño trozo de tierra seca entre los arbustos, si

pudiera ponerse de pie sobre eso y acurrucarse para nunca moverse de nuevo…

Todavía está flotando, tratando de llegar a la orilla, pero ahora es consciente

de gritos, y figuras acercándose hacia las rocas, sus movimientos apresurados y

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frenéticos. Se encuentra a la deriva a través de la mala hierba gruesa; el borde de la

selva está cerca, pero aún teme que nunca podrá llegar a él. No pensó en esta parte,

la natación de vuelta a tierra firme, la escalada, sobreviviendo. Por derecho debería

estar muerto.

―¡Coge mi mano! ¡Coge mi mano! ―Está gritando Hugo.

Le toma un tiempo averiguar exactamente qué hacer, decidir qué brazo

todavía tiene la fuerza suficiente para ser elevado, pero tan pronto como lo hace, las

manos de Hugo estrechan su muñeca como un vicio, tirándolo a través de la maleza

y la arena. Entonces siente la roca lisa debajo de él, y es arrastrado hacia atrás, hacia

los árboles, el aire aquí es extrañamente frío y el sol es borrado por el espeso dosel

del follaje de arriba.

―¡Joder! ―dice Hugo, sonrojado, sudoroso y sin aliento, su cabello se pega a

los bordes de su rostro carmesí―. ¡Jesús Cristo de mierda!

Lola e Isabel corren a reunirse junto a él, igualmente sonrojadas y sudorosas,

jadeantes por la conmoción y el esfuerzo, miran temblorosas y aterrorizadas.

―¿Está bien? ―Escucha preguntar a Isabel.

―Estoy bien ―logra decir, con la espalda flácida contra el tronco de un ciprés,

a la espera de que los nervios de las manos y las piernas comiencen a responder―.

Eso fue increíble. ¡Simplemente increíble!

―Eres un idiota, ¿lo sabías? ―Tropieza Hugo de nuevo entre las raíces, se

agarra en una punzada del costado―. ¡Casi te matas a ti mismo! ¡Nosotros estábamos

convencidos de que te pegaste en la cabeza y te ahogaste!

―¿Qué? ―Todavía se siente adormecido, un poco mareado y ligeramente

eufórico por haber conseguido un buceo impecable. El haber sobrevivido, no es tan

patético, después de todo. Su fuerte shock de pánico y el bullicio le desconcierta por

completo.

―¡Sabías lo peligroso que era! ―sigue gritando Hugo, su cara es una sombra

violenta de carmesí―. No es como si fueras un poco amateur. ¡Lo sabías! Sabías que

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había muchas posibilidades de que te caerías sobre las rocas o el impacto del agua

te mataría, pero tú acabaste de ir por delante y ¡lo hiciste de todos modos!

―Sólo quería mostrarles... Quería mostrarme. Estaba teniendo diversión.

―¿Diversión? ―replica Hugo―. ¿Diversión? Lola intentó saltar después.

Apenas conseguí agarrarla a tiempo. ¡Ella iba a saltar sin previo aviso y caería por la

ladera del acantilado!

―Lola… ―Mathéo voltea la cabeza para mirarla, pero se encuentra a cierta

distancia de espaldas, el brazo de Isabel bien envuelto alrededor de sus hombros.

Parece estar llorando.

―Lola, no seas tonta. ¡Estoy bien! ―Deja escapar una risa nerviosa y Hugo

ronda hacia él de nuevo.

―¿Crees que es gracioso? ¿Tú realmente piensas que todo esto es sólo una

maldita broma?

Mira a Hugo, y por un momento piensa que va a darle un puñetazo, ve que

aprieta la mano derecha en un puño y comienzan a retroceder, sus ojos se oscurecen

y se estrechan. Entonces, de repente, Isabel está ahí, agarrando las muñecas de Hugo,

empujándolo hacia atrás.

―Cariño, vamos, déjalo. No tiene sentido tener una explicación. Vamos a casa.

Isabel se vuelve hacia él para tirar su mochila y las botas, luego sigue a los

otros sin decir una palabra. Mathéo abre el bolso y saca la camiseta para ponérsela

sobre el bañador empapado, por lo mojado se sienten pesados y se aferran a los

muslos. Sólo cuando se agacha para ponerse los calcetines y las botas, se da cuenta

de la pierna, está cubierta de heridas rojas brillantes desde el tobillo hasta el muslo.

Recuerda la descremada de maquinillas de afeitar que sentía justo antes de llegar a

la superficie y todo a la vez que lo golpea. Una roca. Se metió en un ángulo justo al

lado de una roca y le rozó la pierna a lo largo de la misma. Un par de milímetros

más y habría aterrizado en ella, poniendo fin a su vida al instante.

A medida que el agua comienza a secar en las partes expuestas de su cuerpo,

la sal se coagula en los cortes en su pierna, provocándole comezón. Hugo e Isabel

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van a la cabeza, aún a la vista pero poco, con las manos entrelazadas y hablando

seriamente. A medida que el choque de la inmersión comienza a desaparecer y su

cerebro comienza a descongelarse, cae en la cuenta de que Lola no ha dicho ni una

palabra a nadie desde que salió del agua. Sus hombros están encorvados bajo la

mochila, el pelo desordenado cayéndole en la cara, la cabeza gacha, caminando de

manera sólida y rítmicamente sobre la tierra blanda y raíces retorcidas del suelo del

bosque. Parece ajena a él y a todo lo demás, perdida al parecer, en su propio mundo.

Haciendo una mueca, Mathéo aumenta su ritmo para ponerse al día con ella y llega

a su mano.

―¡Oye!

Con el toque de sus dedos contra los de ella, ella reacciona, como si una

descarga eléctrica la recorriera tirando de su brazo bruscamente, alargando su paso

en un intento de aumentar la brecha entre ellos.

―Debes estar cansada ―le dice suavemente―. Déjame ayudarte con la

mochila.

Pero a medida que comienza a levantar la correa del hombro, su brazo golpea

a su lado como si fuera en defensa propia, le sobresalta tanto que casi pierde el

equilibrio.

―Cariño, ¿qué te pasa?

―No me llames así.

Sacude la espalda, las palabras lo golpean como un puño en el estómago.

―¿Qué quieres decir?

Su mano se dispara a rechazarlo, ya que trata de volver a tocarla. ―Solo...

Simplemente no me toques, Mathéo. Déjame en paz, ¿de acuerdo?

Hace una mueca ante su tono y vuelve atrás. ―Lola, lo siento si te he asustado.

―No seas estúpido ―replica―. Pero la próxima vez que intentes suicidarte, lo

haces cuando no esté cerca, así no mato accidentalmente a mí también, ¿de acuerdo?

Es consciente de un zumbido caliente en sus oídos, el zumbido de la sangre

en sus mejillas. ―Yo… no estaba tratando de matarme.

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Pero de repente se da cuenta de que esto no es del todo cierto. ¿No había una

parte de él que quería morir en ese momento, sólo para que no tuviera que seguir?

Bucear desde esa altura entre las rocas es como estar jugando a la ruleta rusa, lo

sabía, así que ¿por qué lo hizo? Tal vez, porque sería mucho más fácil, mucho más

limpio que tener que lidiar con el resto de su vida.

―Lo que sea. Si deseas seguir fingiendo que nada ha sucedido, de que todo

está bien ahora. Si se me prohíbe mencionar el ataque, entonces no hay nada que

pueda hacer.

Alargando su paso, Lola se pone al día con los demás, y Mathéo no tiene ni la

fuerza ni el coraje para tratar de ponerse al día con ella o hablarle de nuevo. Por el

momento la villa está a la vista, el ritmo de todo el mundo se ha reducido casi a paso

de tortuga. Magullado de su inmersión, la espalda y la pierna dolorida aún

sangrando, mareado de dolor y agotamiento, a punto de desplomarse en el lado de

la carretera. Lola ha mantenido su distancia todo el camino a casa, y es la primera

en llegar, puede casi distinguir su silueta caminando por el césped, Isabel

rompiendo a correr para ponerse al día con ella a medida que avanzan a través de

las puertas. Hugo se detiene en el borde del jardín, esperando, su cara sigue siendo

de ira.

―Voy a nadar ―dice Mathéo bajando hacia los escalones del acantilado.

Realmente no puede hacer frente a una discusión en estos momentos. Es mejor dejar

que Lola se enfríe por un tiempo.

Hugo lo ve dudoso, pero se encoge de hombros y girar para entrar. Él camina

hasta el otro extremo de la playa, cojeando ahora, sus pies con ampollas, picazón en

la cara por las quemaduras solares. Grandes rocas del tamaño de las chozas se

agrupan al pie del acantilado, la creación de una pequeña zona de sombra fuera de

la vista del jardín con la carretera por encima. La marea está empezando a desviarse,

se hunde en la arena húmeda pero firme entre las rocas. Olas translúcidas en el

regazo de sus botas le pican la pierna raspada. Se derrumba en su lado usando su

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mochila como almohada, la arena remojando lentamente su ropa, lo enfría.

Exhausto, cierra los ojos ante la cruda luz del sol de la tarde.

Consciente de un rápido clic agudo muy dentro de él, resonando a través de

su cráneo. Al principio piensa que está siendo sacudido, que algo dentro debe estar

oprimiéndolo, y luego siente el dolor en la mandíbula y conscientemente que sus

dientes castañean contra el frío. Hay poca luz, el sol se ha puesto y la luna se está

elevando, iluminando el mar a lo lejos y girando las marismas brillantes, plata

misteriosa. Lentamente se sienta, temblando por la fuerza con los músculos rígidos

e inflexibles. Tiene un calambre doloroso en el cuello, el dolor se elevada en la cresta

de la mejilla, con ropa húmeda se está congelando. Durante un rato sólo se sienta

allí, abrazando sus rodillas cerca del pecho, mientras los recuerdos dolorosos de la

tarde se descongelan lentamente en su cerebro. Desde su enclave rocoso, que mira

fijamente hacia fuera la arena suave y húmeda, de color indefinible pero de alguna

manera brillante de todos modos, y al borde del mar, esa línea blanca espumosa, tan

lejos ahora como para ser apenas perceptible. En su reloj se lee diez y quince

minutos, lo que significa que debe haber estado dormido aquí por algo así como seis

horas. Por un momento, se sorprende de que los demás no llegaran a despertarlo

cuando se hizo de noche, luego se recuerda lo enojados que estaban por su conducta

imprudente, la inmersión del kamikaze desde esa altura colosal, las rocas abajo por

meros milímetros. La acusación de Hugo acerca de que estaba tratando de

suicidarse, suena fuertemente en su cabeza, y se pregunta de nuevo, ¿estaba en lo

cierto? ¿Era eso realmente lo que estaba tratando de hacer? ¿O simplemente

intentaba demostrarse a sí mismo que todavía era un buzo de clase mundial, tan

fuerte y decidido como lo era antes del ataque…? No tiene ni idea, tiene demasiado

frío y dolor, le dan fuertes escalofríos de solo pensar... no lo planeó, eso lo sabía. Pero

quiso correr el riesgo, tomar una oportunidad con la esperanza que… tal vez

escapando a algo. Algo que hizo, pero también es algo que todavía tiene que hacer,

una confesión que aún no ha hecho, un secreto que está esperando para dar a

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conocer, uno tan terrible que iba a cambiar todo su mundo, destruir una familia,

seres queridos, cortar los lazos de sangre y vidas en ruina para siempre.

Después de ascender los escalones del acantilado y de llegar al jardín,

reconoce las brillantes luces de la sala de estar de la villa y la turquesa fluorescente

en la piscina. Se sacude la arena de la ropa, sosteniéndose firmemente en un esfuerzo

por dejar de temblar, cruza el césped con iluminación y empuja la pesada puerta

para abrirla. La escena que lo saluda no es una que esperaba. Hugo está sentado en

el sofá, con el brazo en torno a Isabel. En el sillón de enfrente, Lola se acurruca con

un cojín que abraza contra su pecho, los ojos de color rosa con montura y las mejillas

sonrojadas. No hay charla, sin bromas, sin DVD y ni alcohol. Ni siquiera un juego

de cartas. Los tres están allí sentados mientras se quedan mirándolo fijamente,

inmóviles como figuras de cera.

―Oye ―dice con voz ronca, todavía abrazándose a mí mismo contra el frío

que parece haberse presentado de forma permanente en su interior―. ¿Qué… qué

han estado haciendo?

―¿Dónde has estado? ―pregunta Hugo, con una mezcla inusual de recelo y

preocupación en su voz.

―Me quede dormido en la playa.

―Hemos estado muy preocupados. ―dice ahora Isabel, no suena enojada,

pero si con una nota de tristeza en su tono.

―Lo siento, no era mi intención. ―Mira a Lola, pero inmediatamente aparta

la mirada.

Puede sentir su corazón. Sabe que algo está mal. La ira de su comportamiento

imprudente anterior se ha disipado. Hugo e Isabel parecen tenues, así como

sorprendidos, mirándolo con un aire de lo que casi podría pasar como precaución.

―Siéntate. ―dice secamente Hugo―. Te traeré una bebida. ¿Café?

―No, está bien, estoy bien. ―dice, moviéndose lentamente hacia las

escaleras―. Voy… voy a ir arriba a tomar una ducha para quitarme la arena.

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―Espera. Siéntate, tenemos que hablar. ―Se levanta, bloqueando el camino de

Mathéo―. Pienso... ―De nuevo, le da una mirada a Isabel―. Tal vez deberías llamar

a tus padres.

―¿De qué estás hablando? ―Siente su pulso acelerarse a una velocidad

alarmante―. ¿Les ha pasado algo a ellos?

―No, están bien. ―Ahora se hace cargo Isabel―. Eres tú, Mattie. Creemos que

necesitas ayuda. Creemos que debes decirle a tus padres.

―¿Sobre qué? ―Las palabras se sienten como fuego áspero y desigual.

―Sobre lo que pasó ―dice Isabel―. Acerca de… acerca de la violación.

Puede oír el aliento estremecedor de su garganta y sentir el suelo que

comienza a inclinarse, haciéndolo perder el equilibrio, tambaleándose hacia atrás

contra la pared. Hugo está mirándolo de una manera ligeramente horrorizada,

mientras que la expresión de Isabel tiene una mezcla de asombro y lástima. Mira a

Lola, manteniendo su rostro oculto.

―¿Tu…se… los… di… jiste?

Una puñalada de gritos en el silencio, y luego se da vuelta, las mejillas

húmedas de lágrimas. ―¡Tuve que hacerlo, Mattie! ¡Casi te matas esta tarde, y luego

desapareciste durante seis horas enteras! Te hemos buscado por todas partes y

encontramos tu botella de agua en la playa. Pensé que te habías ido y te ahogaste a

ti mismo o algo!

―¡Pero lo prometiste!

―¡No me creerían! ―Su voz se eleva―. ¡Hugo e Izzy no me ayudarían, ya que

no creían que estabas en peligro! ¡Traté de explicar lo infeliz que eras, pero no

entendieron! ¡Desapareciste durante la mitad del día después de lanzarte por un

precipicio, Mattie! ¿Qué esperabas que pensara? ¿Qué demonios esperabas que

hiciera?

Se sienta por la pared detrás, para mantenerse en posición vertical, con las

rodillas que amenaza con ceder. ―Lola, podría solo… Oh, Lola, maldita sea ―Su voz

se quiebra―. Me lo prometiste. ¡Lo prometiste!

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―Matt, escucha, está bien, no vamos a decirle a nadie ―Hugo se mueve hacia

él, le da su mano en un gesto de solidaridad―. Lamento que hayas tenido que pasar

por eso, compañero. No puedo imaginar lo que debe haber sido pasar por algo como

eso.

―¡Yo no necesito tu maldita lástima!

―¡No estamos compadeciéndonos de ti, sólo estamos preocupados! ―Se

acerca Isabel. Ellos parecen estar acercándose a él, atrapándolo, invadiendo su

espacio, y apenas se resiste a la tentación de arremeter―. Algo así, el abuso sexual,

es un gran trauma ―continúa―. Hay que dejar que la gente te ayude. Tienes que

informarle a tu familia, a la gente en quien confías.

―¡Le dije a la única persona que realmente amo y malditamente me traicionó!

Las puñaladas de dolor son como cuchillos, el dolor de esas palabras le clava

como un millón de cuchillos, cortándolo todo. Lejos, mucho peor que golpear el agua

después de bucear por el precipicio. Mucho peor que el agrietamiento de su cabeza

en la plataforma de diez metros. Peor aún, incluso, que esa noche. Quiso morir

entonces, pero la idea de no volver a ver a Lola otra vez, había seguido luchando. Se

desploma contra la pared, presionando sus manos con fuerza sobre sus mejillas, las

yemas de los dedos son como los enchufes en sus párpados. No quiere nada más

que escapar de todos, pero está desorientado, no tiene la manera de encontrar las

escaleras, no hay manera de encontrar la puerta principal.

Hugo pone su mano en su hombro. ―Matt, lo siento mucho. Me gustaría que

me lo hubieras dicho. No puedo pensar en nada peor. Habría ido contigo a la policía.

Le habría seguido la pista, golpeado el infierno fuera de él.

Empuja a Hugo con toda su fuerza. ―No me toques, ¿de acuerdo? ¡Eso sí, no

jodidamente me toques!

―¡Sólo estamos tratando de ayudar! ¡Nos preocupamos por ti, Matt!

―¡No quiero tu maldita ayuda! Se suponía que no deberían saber. ¡Nadie

tenía que saber!

―No fue culpa tuya, Matt.

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―¡Tienes toda la razón, no lo era!

―Entonces, ¿por qué todo el secreto? No tienes nada de qué avergonzarte.

―¡Ya losé, mierda! ―Pero Hugo lo ha dicho bien. Se sentía avergonzado,

avergonzado y sucio. Débil y lamentable. Como mercancía dañada, violado,

abusado, su cabeza en mal estado. Ahora sabe que nada va a ser igual entre ellos

nunca más, para que Hugo, su amigo más antiguo y más cercano, siempre lo

recordará como el compañero de colegio que fue violado. Pero peor, mucho peor, es el

conocimiento de que el horrible secreto ha sido revelado. Si Lola no pudo

mantenerlo para sí misma entonces, no tiene ninguna posibilidad con estos dos. La

palabra se extenderá, el chisme se ejecutará, sus otros amigos sabrán, sus

compañeros de buceo lo sabrán y lo peor de todo, sus padres lo sabrán. Y habrá

preguntas. Lo que pensaba hasta ahora era una historia bastante hermética sobre un

extraño, quizás un fan loco, atrayéndolo hacia el bosque, comienza a desmoronarse

bajo un intenso escrutinio. Incluso si se niega a ir a la policía, la gente le hará

preguntas, querrán respuestas, y empezaran a especular... Otros se han visto en el

mismo caso. Si empiezan a hacer preguntas en el Centro Acuático de Brighton,

armaran las piezas del rompecabezas, uniendo los puntos, entonces... van a

encontrarlo. Él, el violador. Y no puede permitir que eso suceda.

―¡Matt, Jesús, estás hiperventilando! ¡Cálmate! ―La mano de Hugo está en su

hombro, pero lo agarra por el cuello y lo empuja lejos con todas sus fuerzas. Como

Hugo tropieza de nuevo, estrellándose en una lámpara, Mathéo hace su camino por

las escaleras. En el dormitorio, al cuarto de baño. Quitándose la ropa mojada y la

arena con la ducha en plena potencia. El agua helada escuece su piel quemada por

el sol, los moretones de la inmersión, las laceraciones en la pierna. La fuerza de los

poderes del chorro cae hacia abajo como miles de agujas. Pero al quitar la arena, la

sal y el sudor de su piel, se siente más expuesto y sucio que nunca, y, de rodillas en

el suelo de baldosas, presiona su rostro en sus manos, atragantándose con lágrimas

calientes y agua helada.

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Capítulo 15 Traducido por Mary Haynes

Corregido por Smile18

Después de andar dentro y fuera del sueño durante toda la noche, Mathéo

finalmente se rinde justo antes del amanecer, retirándose cuidadosamente del

cuerpo durmiente y caliente de Lola, vistiéndose en el pesado silencio de la

habitación. Se coloca una sudadera con capucha, encima de la camiseta y pantalones

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vaqueros, desliza sus pies en las sandalias y baja la escalera de mármol, sale en

silencio de la casa todavía durmiendo.

Las lámparas colocadas en la tierra que rodea el césped están prendidas, pero

a medida que deja el jardín atrás, ve que el amanecer está a punto de aparecer, el

cielo nocturno se vuelve púrpura, glorioso en los primeros rayos. Una pequeña

franja de sol apenas ha comenzado a introducirse en el horizonte, convirtiendo el

mar en violeta, las primeras chispas de plata capturadas en el agua. El aire es

brumoso, fresco y ligeramente húmedo. Cerrando la cremallera de su sudadera,

comienza a descender, el camino de la playa gira ante él como la lengua de una

serpiente desplegada. En la parte inferior, la suave arena le da la bienvenida, al igual

que el aire a su alrededor, está teñido de azul, las piscinas de agua brillantes, se

extienden hasta el final de la amplia y espumeante línea del mar.

La niebla vela el grupo de grandes rocas que lo cobijaron el día anterior,

permanecen quietas como estatuas, sus abolladuras y bordes cogen el sol del

amanecer. Se acerca y trepa en el más alto, acomodándose en una de sus curvas

suaves para poder mirar directamente a través del mar, y con sus ojos sigue la línea

de la costa en la distancia brumosa. Detrás, la casa se mantiene firme y sólida, sus

paredes blanquecinas fantasmales contra la silueta de color negro de la montaña que

se encuentra detrás. Toma bocanadas profundas de aire frío y salado, y observa

como los rayos dorados se extienden a través del agua, la luz púrpura de madrugada

vertiendo a través de la bahía. Inclinando la cabeza hacia atrás, observa como la

amplia franja del cielo sin fondo va de púrpura, a azul de prusia, y de violeta a una

mancha rosa cortando un camino por encima del horizonte como la marca en la

pintura de dedo de un niño. Los anillos de luz convergen y cubren la pálida niebla,

convirtiéndolo en un blanco santificante a medida que cae como polvo en los

promontorios rocosos, los árboles y arbustos de los recortes oscuros contra el sol

naciente. Abajo, el mar se extiende ante él, susurrante y arrugado, la luz del sol

bailando sobre el agua en movimiento. Hay algo absolutamente desgarrador sobre

esta violentamente hermosa, continuamente cambiante escena. El mar rítmicamente

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inhala y exhala en la distancia, y mientras la niebla azul frío se envuelve alrededor,

desea poder desaparecer en él, convertirse en parte de esta impresionante vista y

dejar de estar herido, de sentir y de ser.

Cuando las gaviotas empiezan a rodear la cima de un acantilado, revolviendo

el silencio con sus afilados y lastimeros gritos, toma conciencia de otro sonido, del

escarbado viniendo de abajo. Rígido, esperando a un animal de algún tipo, pero oye

jadeos, y de repente la cabeza y los hombros de Lola salen a la luz cuando sube

utilizando puntos de apoyo difíciles.

Extiendo la mano y la ayuda a levantarse―. ¿Cómo sabías que estaba aquí?

Allí, de pie, con la cara enrojecida por el esfuerzo, se limpia las manos en los

costados de sus vaqueros y luego se vuelve a señalar la casa en la distancia.

―Te vi desde la ventana.

―Oh.

Se sienta a su lado, apoyando los brazos sobre sus rodillas dobladas, con la

cara vuelta hacia el sol en expansión. El puñado de pecas en sus mejillas se ha

extendido, la piel de la nariz y la frente es un rosa bañada por el sol. Los rayos del

amanecer se lavan a través de su cara, dejando el resto de ella en la sombra, y cuando

la brisa sube, tiembla, su cabello despeinado marrón dorado fluye hacia fuera.

―¿Quieres mi sudadera?

―Pero entonces vas a tener frío.

―Estoy bien ―Miente, quitándosela y envolviéndola alrededor de sus

hombros―. ¿Mejor?

―Gracias.

Hay un silencio tan espeso como la niebla azul que sale de la superficie del

mar. Las gaviotas siguen sus llantos que parecen lamentos, y uno al lado del otro se

sientan juntos en silencio durante lo que parece una eternidad. Echando un vistazo

a través de su figura acurrucada, Mathéo sufre por poner un brazo alrededor de sus

hombros, acercarse y estar juntos, pero no se atrevo. Su dolor interior es tan grande,

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que parece llenar la inmensidad del espacio a su alrededor, levantándose todo el

camino hasta el cielo, extendiéndose hasta el horizonte.

―¿Has venido aquí para estar solo? ―pregunta Lola en voz baja y débil en la

brisa naciente.

―Sí... Quiero decir, no.

―Me voy. ―Empieza a levantarse―. Sólo quería comprobar que estabas bien.

―Lola, no. ―Extiende la mano para detenerla, su mano haciendo contacto con

la piel caliente de su brazo, y mientras ella se vuelve hacia abajo, se obliga a dejarla

ir.

―¿Estás? ―pregunta ella apoyando la barbilla en sus brazos, con la mirada

todavía lejos―. Quiero decir ¿Estás bien?

Una pausa. No sabe cómo responder, decidido a decirle la verdad, pero, como

siempre, incapaz de encontrar una manera de hacerlo. Después de un momento, la

mira, inclinando la cabeza para descansar en sus brazos.

―No. ―le da una pequeña sonrisa para compensar el temblor en su voz, pero

ella no la devuelve.

Ve tristeza en su expresión, dolor y preocupación en su mirada, sus enormes

ojos verdes, con matices dorados. El suave toque de su mano le hace comenzar y no

tiene más remedio que apartarse rápidamente. Mira hacia atrás a través del mar para

escapar del dolor en su rostro.

―¿Estás todavía enojado porque les dije? ¿Incluso después de nuestra

conversación de anoche?

Toma un largo suspiro, llenando los pulmones hasta su máxima capacidad,

dejando escapar lentamente en un intento de mantener la compostura. Niega con la

cabeza.

―¿No? ―le pregunta, no creyendo su tono.

―No. ―La palabra es susurrada, por lo que no está seguro que le haya oído

hablar, pero él mantiene sus ojos fijos en el horizonte, en esa línea de oro curvo en el

que el sol de la mañana llega por primera vez al mar. Algo pesado y amplio empieza

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a subir por su pecho, e inhala profundamente otra vez, tratando de forzar de nuevo,

parpadeando rápidamente.

―¿Por qué no me dejas tomar tu mano, entonces?

Porque si lo haces, voy a caer a pedazos.

Traga saliva, presionando los nudillos contra los bordes afilados de rocas por

debajo. ―Es sólo que Lola, hay algo que quiero que recuerdes... ―Se interrumpe,

dando otro aliento para calmar la voz.

A pesar de ser incapaz de mirarla, puede sentir su enfoque bruscamente en

él. ―¿Qué?

―Es muy importante que recuerdes que, pase lo que pase, siempre te amé ―Se

vuelve a mirarla ahora―. Siempre te amé, Lola. Mucho… más de lo que pensaba amar

a alguien en este mundo.

―Mattie... ―Extiende la mano para tocarlo, y luego, recordando, la retira―. Yo

también te amo, pero ¿Por qué me dices esto ahora?

―Porque tienes que creerme. ―Se vuelve hacia ella, su respiración se acelera―.

Es realmente importante que me creas, Lola, ¿de acuerdo?

―Bien... ―Hay una nota cautelosa en su voz―. Pero todavía no entiendo. ¿A

qué te refieres con que siempre me amaras. ¿No me quieres?

―Lo hago. Por supuesto que sí.

―Entonces, ¿por qué necesito recordar? ―Da una sonrisa esperanzada,

tentativa, pero la cautela no ha salido de sus ojos―. ¡Siempre vas a estar aquí para

recordármelo!

La mira, su hermoso rostro confiado, siente el repiqueteo de sangre en sus

mejillas, latiendo dolorosamente a través de sus venas. Es incapaz de responder.

―Mattie... ―Un ligero pliegue se forma entre las cejas―. ¿Qué está pasando?

¿Estás, estás rompiendo conmigo?

―¡No! Por lo menos... ―Inhala entrecortadamente―. Yo. No quiero.

¡Realmente no!

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La tentativa sonrisa desaparece de su rostro, su expresión cambia. Su voz se

desvanece a poco más que un susurro.

―Entonces, ¿por qué se siente como si estuvieras diciendo adiós?

Él vuelve su cara hacia el horizonte, un dolor agudo se presiona contra la

parte posterior de sus ojos. ―Nunca podemos estar seguros de lo que podría suceder

en el futuro.

―Pero pensaba que teníamos todo planeado. Universidad Dramática en

Londres y volver a trabajar en esa librería para que pueda viajar para verte competir.

―Puede sentir su mirada fija en su rostro, como si tratara de leer sus pensamientos,

entender de dónde está viniendo todo esto.

―Las cosas cambian ―Afirma obstinadamente―. Las cosas pasan…

La siente tensarse. ―Mattie, ¿qué estás tratando de decirme? ¿Qué está

pasando?

Niega con la cabeza, mirando a otro lado, mordiendo con fuerza el interior de

su mejilla. ―Nada… es sólo, sólo eso, Lola... Tengo este sentimiento, tengo esta

terrible sensación de que… ―Se interrumpe sin aliento.

―¿Qué? ―Ella presiona, su voz afilada con preocupación―. ¿Esta sensación

de que?

―Que las cosas van a cambiar entre nosotros.

Silencio. Silencio mortal. Incluso las gaviotas parecen haberse quedado en

silencio.

―Ayer, esa inmersión... ―Hay un sonido sorprendido, frágil en su voz―.

Pudiste haber muerto... Mattie, ¡mírame!

Sacudiendo la cabeza, conteniendo el aliento, inclinando a medida que

alcanza hasta tratar de tocar su mejilla.

―Mattie, me estás asustando. ¿Qué está pasando? ¿Estás pensando en hacer

algo? ¿Estás pensando en hacerte daño? ―La mordacidad de su tono aumenta,

levantándose con pánico.

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Él vacía sus pulmones en un apuro, el tartamudeo del aire en el pecho, las

lágrimas cortando en los bordes de sus ojos.

―No... No sé. ¡No puedo vivir así!

Sus dedos trazan un camino sobre el dorso de la mano. ―¿Quieres hablar

sobre lo que pasó?

Sacude la cabeza, tirando y trabajando sobre la piel en la parte interior de su

mejilla. ―Lola, te amo tanto.

―Yo también te amo...

―Pero no va a ser suficiente, ¡nunca va a ser suficiente! No tienes idea de lo

que te he hecho, lo que nos he hecho a nosotros.. ―Un sollozo amortiguado sale en

la última palabra, y baja su rostro a sus manos, las lágrimas calentando la punta de

los dedos.

―Mattie … ―Le toca su brazo y él se retira con violencia, de pie y bajando de

la roca, se arrastra y sacude sus manos, raspando la piel de la cara de su brazo en su

prisa. Empieza a correr, pero el dolor en su pierna lo frena y camina por toda la

playa, sobre la arena pálida hacia la lejana línea del mar.

Saltando hacia el pequeño muelle de madera, dirigiéndose resueltamente

hacia el agua, pronto se da cuenta del sonido de la respiración jadeante, la bofetada

de sandalias contra los listones de madera detrás de él.

―Mattie, escucha, tú sabes que yo te apoyo en todo lo que decidas hacer.

¿Quieres ir a casa? ¿Quieres hablar con la policía?

―¡No! ―Alarga su paso, se voltea lo suficiente para verla detrás, el pelo

soplando en su cara, mejillas enrojecidas por el esfuerzo―. ¿Sabes lo que quiero?

¡Irme! ¡Irme a Londres para siempre y nunca volver!

Lola se desacelera el paso ya que la brecha se cierra. Su pecho sube y baja, las

pequeñas bocanadas de ejercicio mientras intenta mantener el ritmo. ―Pero ¿por

qué?

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El bote de remos de Hugo se balanceaba sobre las olas, el balanceo de lado a

lado, a su vez, luchando contra la cuerda, y luego golpeando contra el lado del

muelle, el estrépito aro de metal contra los listones.

―Para que podamos irnos juntos. Solo nosotros dos. ―Sacudido de repente

por la idea―. ¡Sé que voy a tomar un año de descanso de buceo, puedes aplazar tu

entrada a la Central y nos vamos con una mochila alrededor del mundo!

El rostro de ella se relaja al ver la expresión de Mathéo y se mueve hacia

adelante tentativamente, tendiéndole una mano. ―Vuelve aquí. ¿Estás hablando de

correr juntos? ―Le sonríe convencida de que esta bromeando.

―Lo digo en serio. ¿Quién nos lo impide? Un montón de personas toman años

sabáticos. —Él se aleja hacia el barco de Hugo.

―¡Estás loco, Mattie! ―Lola se ríe, con los ojos brillando en el sol del

amanecer―. Pero te digo que después de los Juegos Olímpicos, cuando hayamos

terminado con la universidad, ¡debemos hacer totalmente algo así!

Puede sentir que todavía piensa que esta bromeando y una sensación de

pánico comienza a subir por su garganta. ―Hablo en serio, Lola. No quiero esperar

cuatro años. ¡Vamos a hacer esto ahora!

―¡Muy bien! ―dice riendo―. ¿A dónde vamos a ir?

―No estoy bromeando. ―Baja la voz repentinamente―. No estoy bromeando,

Lola. Yo no voy a volver. No puedo.

Coloca un pie en el centro de la embarcación, a continuación, transfiere

suavemente su peso y sigue con la otra. Ocupado trabajando en el nudo mientras

Lola se aproxima.

―Mattie, ¿qué estás haciendo? ―Pero a pesar de sus palabras se ve

emocionada, sus mejillas rosas por el viento, su cara y los ojos brillantes―. No

podemos tomar el barco de Hugo.

―¡No se van a levantar hasta dentro de unas horas!

―¡Hay mucho aire!

―No lo hay. ¡Es hermoso ahí afuera en este momento!

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Después de un momento de vacilación ella toma su mano extendida y con

cautela se sube, sentándose en el banco húmedo en la popa. Mathéo sonríe, y deja

caer la pesada cuerda que se desliza por el piso y se enrosca a su propia voluntad,

como una serpiente. Colocando los remos en sus toletes, Mathéo se sienta en el

asiento de la cruz, deja las sandalias mojadas contra el reposapiés, y permite a los

remos a caer y atrapar el agua. Unos cuantos golpes más tarde, están lo

suficientemente alejados del embarcadero. Rápidamente se desplazados lejos de la

orilla, la proa apuntando al mar, se dirigen hacia el brillante rosa del cielo oriental.

La picada agua lo convierte en un viaje lleno de baches: frente a él, Lola oscila en el

sentido inverso, de arriba abajo, y de lado a lado como si estuvieran en un sube y

baja defectuoso. Agarra el borde del banco a cada lado suyo para evitar algún

deslizamiento, pero puede ver el rubor de su adrenalina, la chispa de emoción que

tiene en sus ojos mientras mira por encima del hombro hacia el sol naciente.

―Guau, Mattie. El cielo, los colores en el agua… mira, ¡es tan hermoso!

Sonriendo, se permite un rápido vistazo detrás antes de reanudar el remo,

agarrando un buen ritmo constante, cuidando pasearse a sí mismo, sino también

para mantener bien al barco y centrado en el semicírculo irregular de la bahía rocosa.

Lola sigue apuntando a la salida del sol en el horizonte, instándolo a mirar, pero se

contenta sólo en los remos, poniendo tanta distancia posible entre ellos y la costa,

viendo la luz del amanecer; suave y rosada. El rostro de Lola bañado por el sol, ella

levanta los brazos como si quisiera estirarlos, pero inclina la cabeza hacia atrás, el

pelo corriendo a través de su cara. ―¡Soy libre!

Él ríe, en el creciente viento. Sí, eso es exactamente. ¡Son libres! libres de Hugo

e Isabel en la casa, tan serios y llenos de preocupaciones, libre de todos los vínculos

de vuelta a casa en Londres, de su padre, Pérez, el buceo, la vida…

Lola baja sus brazos y agarra los lados del barco cuando la proa golpea contra

una gran ola en particular, sacudiéndose desde el banquillo por un momento, lo que

la hace chillar por la sorpresa.

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Mathéo se siente superado por una repentina fiebre inesperada de alegría. La

alegría de la libertad, de tener un barco propio. Es la alegría de tirar de los remos y

sentir el barco avanzar con el roce de la seda, alegría del sol de la mañana calentando

suavemente la espalda y haciendo que parpadee en la superficie del mar, con un

centenar de diferentes colores. A pesar de las olas agitadas de esta mañana, el mar

parece más azul, más límpido y transparente, la superficie rayada con la plata y el

oro. La línea de la costa bañada por el sol es remota, lejana y hermosa. Están

flotando, sólo ellos, flotando en el vacío del espacio. Una bandada de gaviotas

sobrevuela, elevándose por encima de sus cabezas, Lola extiende un brazo hacia ella

y se ríe.

―¿Vas a remar conmigo? ―él le pregunta.

Sonríe. ―¿Cómo El búho y la gata? Quisiera… ―suspira satisfecha―. Me

hubiera gustado que pudiéramos…

―Entonces vamos a hacerlo.

―¿Ahora?

―¡Sí!

Ella se ríe.

―Lo digo en serio.

Parpadea hacia él. ―Mattie…

―No puedo volver atrás. ―De repente, su corazón late con fuerza, su pulso

zumbando en sus oídos―. No tienes ni idea de lo que me espera en casa. ¡No sé qué

hacer!

―Podrías ir a la policía. Pero no tienes que hacer nada si no quieres.

―Sí, quiero ―Las palabras estallan desde sus pulmones―. Maldita sea, tú no

entiendes. Lo hago. De lo contrario, ¡alguien más podría salir herido!

Lo mira, su cuerpo inmóvil. ―Herido... Así como tú, ¿es lo que quieres decir?

―Sí.

―Entonces vamos a ir a casa, cariño. Puedes darle a la policía una declaración,

una descripción física. ―Se inclina para mirarlo por encima del hombro, y cuando se

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da vuelta, algunos de los colores han desaparecido de su rostro―. Mattie, estamos

muy lejos de la orilla. Tenemos que volver.

―No es sólo una descripción. Tendría que entregarlo.

―¡Mierda! Mattie, hablo en serio. Dale la vuelta al barco.

―¿Estás escuchando? ¡Tendría que entregarlo!

Lola le devuelve la mirada y se congela, los nudillos blancos contra los lados

de la embarcación. ―¿Entregar a quién?

―Al tipo… al tipo que me violó.

―¿Conoces al tipo que te violó?

Las palabras salen como un sollozo de algún lugar profundo dentro de su

pecho. ―¡Sí!

El choque de dos ondas opuestas envía una tapa de espuma blanca sobre la

borda, sacándolos de su estupor momentáneo, empapándolos.

―¡Regresa! ¡Gira de nuevo! ―grita Lola. Sus manos están sobre él, luchando

contra el movimiento de los remos, luchando por volver a girar el barco. Pero tal vez

sería mejor para los dos sólo seguir remando... Su rostro está de repente muy cerca

y se da cuenta de lo grandes que son sus iris, con motas doradas, cuan pronunciadas

son las pecas en sus mejillas. Es como si de repente se puede ver todo con mucho

más detalle, como si aquí, en esta libertad salvaje, un velo se ha levantado,

descubriendo los más pequeños detalles de la vida.

―¡Mattie! ―grita de nuevo con terror.

Aturdido vuelve a la realidad, siente que su corazón se detiene cuando el

barco se tambalea hacia un lado y casi pierde un remo. Logra darle la vuelta al barco,

pero la marea está tirando de ellos. Ha remado suficientes veces en su vida, para

saber que los remolinos creados por los remos deben desaparecer detrás de la popa

del barco, pero ahora estos apenas se mueven. Después de varios minutos de remar

extenuantemente en el lugar, los remolinos comienzan a moverse hacia el frente. El

barco está siendo tirado hacia atrás, hacia el mar.

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―¡Mierda! ―Sus brazos se sienten como plomo. Levanta los remos del agua

por un momento para tratar de recuperar el aliento―. Ya no puedo.

Lola se traslada a intercambiar lugares―. Voy a tratar, me haré cargo.

―No... No se puede... La corriente es demasiado fuerte. Solo, solo dame un

segundo.

―Mattie, tenemos que seguir remando. ―Su voz es extrañamente tranquila,

pero cuando él mira hacia arriba, ve el pánico en sus ojos.

―Lola, está bien, ¡puedo hacer esto! Voy a hacernos volver a la orilla, ¡lo

prometo!

Arrodillado en el suelo de la embarcación, cubre sus manos con las de ella,

ayudándole a remar contra la corriente. Su mandíbula se apretó en el esfuerzo, con

los ojos entrecerrados en la concentración, el color regresa a su cara mientras luchan

juntos contra la corriente.

―¡Puta madre!

―Sólo rema, Mattie. Sólo rema. Mantén el ritmo constante. Estamos

empezando a avanzar ahora ¡mira!

―No estaba pensando. Estoy perdiendo mi mente.

―No lo estás. Tu mente está muy bien y eres fuerte, puedes hacerlo. Sólo

tenemos que… ―Se corta cuando otra ola rompe sobre la popa, mojándola hasta el

hueso, lanzándola a un lado. Cuando recupera el equilibrio se ve sangre goteando

de su labio.

―Lola, agáchate hacia el suelo y apóyate en el banco. ¡Al suelo, ahora!

Hace lo que le dice, sus ojos desorbitados por el miedo.

―¡Todo va a estar bien! ―él grita en la desesperación.

―Confío en ti. Ahorra tu aliento. ¡Solo sigue remando! ―ella grita de nuevo

sobre el agudo gemido del viento.

La ola golpea con tanta fuerza que lo tira de la banca y de vuelta al arco,

sacando el aire de sus pulmones. Por un momento, simplemente es imposible

inhalar, luego su costilla se encuentra con algo duro, el aire sale de nuevo en el

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choque del dolor. El barco está rodando peligrosamente ahora; Lola está haciendo

su mejor esfuerzo para inclinarse hacia el otro lado intentando hacerlo más pesado,

pero el agua empieza a chapotear mientras las olas chocan en repetidas ocasiones

contra la popa, con una fuerza aterradora. Mathéo es golpeado por el dolor y la

adrenalina en oleadas de vértigo. Abajo en el suelo Lola intenta agarrarse a sí misma

contra el banco y los lados, gritando aliento hacia él, con agua de mar corriendo por

su rostro.

Mathéo siente todo su cuerpo temblando, sea de terror, frío o agotamiento,

no puede decirlo. Cada pocas remadas compulsivamente vuelve a mirar por encima

del hombro a la orilla, desperdiciando valioso tiempo y energía, pero tiene que ser

cada vez más cerca, ¡tiene que estarlo! puedo casi distinguir los gritos de Lola sobre

el aullido del viento y el estruendo de las olas.

―Mantén el remo, sigue respirando, ¡puedes hacer esto! Vamos, ¡puedes

hacer esto, Mattie!

Pero está desacelerando, puede decirlo. Ya no puede sentir los brazos, la

espalda, piernas, músculos, todos se están volviendo pulpa. Mientras el barco

continúa yendo de un lado a otro, las olas barren los lados, cada vez más agua se

acumula en el fondo, haciéndolo más pesado. De vez en cuando una gran ola

culmina, bañándolos, empapándolos y dejándolos sin aliento. El rocío que sube del

agua golpea la cara como agujas, por lo que es casi imposible ver. Está tan agotado,

el barco está lleno de agua y están tan mojados, es como si ya estuviesen ahogados.

Luchando contra el impulso de agarrar a Lola, y nadar hacia la orilla. Sabe muy bien

que el abandono del barco sería lo más peligroso de todo, pero ahora se siente como

la única opción. Los músculos de sus brazos y hombros gritan en agonía, y muerden

con fuerza. No voy a dejar que se ahogue, no voy a dejar que se ahogue, se repito para mí

mismo con los dientes apretados, pero lo que comienza como una afirmación de

pronto se convierte en una súplica frenética.

El barco se cae de una onda y da un golpe tan fuerte, que la parte superior del

remo hace contacto con su pómulo. EL golpe lo deja tambaleándose. Olas golpean

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en sus rodillas, y mientras el rocío llueve, recuerda un tipo diferente de lucha, una

batalla diferente, un tipo diferente de dolor, y su mente grita contra los recuerdos

repelentes…

Un pliegue en el tiempo. Se cae contra el costado de la embarcación, los

bordes de la madera cortándole en el cuello. Los remos están en el interior del barco,

húmedos y brillantes. El barco parece estar moviéndose por sí mismo, sacudido por

las suaves olas. El aullido del viento se ha calmado, el cielo se ha despejado y el sol

es más brillante. Entrecierra los ojos contra la luz y ve que Lola está vadeando hasta

la cintura en el agua, tirando del barco a lo largo de su cuerda. Aturdido, la observa

transportarse en el embarcadero, quitarse el pelo mojado de la cara, y asegurando la

cuerda alrededor del aro de metal con un nudo grueso.

Él quiere moverse, salir de la barca, seguir a Lola por el camino de madera,

frente a la playa, hasta el sendero del acantilado, de vuelta a la casa. Hay sonidos de

la piscina, gritos y risas, pero continúa subiendo y aturdido, simplemente la sige.

Ducharse y colocarse una camiseta junto con unos boxers, utiliza lo último de

energía, se derrumba en el borde de la cama, la cabeza entre las manos. El borde del

colchón se hunde un poco y mira hacia arriba para ver a Lola sentada en la cama

junto a él, con las piernas cruzadas, con una toalla y lo que parece ser una caja de

primeros auxilios.

―Cristo, Lola, ¿estás bien? ―Se endereza penosamente y corre una mirada

sobre ella, cruzando sus brazos con fuerza alrededor de su cintura para dejar de

temblar. Aparte de un pequeño corte en el labio, parece relativamente ilesa.

―Estoy bien, Mattie, pero tú... ―Se estremece y saca el aire entre sus dientes

apretados―. Quédate quieto y déjame echar un vistazo a esos recortes.

―Voy a vivir. ―Pero no le hace caso, empapando un algodón con yodo,

empieza secándole la mejilla.

Su cabeza se sacude hacia atrás por reflejo.

―Oh, cariño, lo siento. Pero tienes un corte profundo en la mejilla...

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Intenta estar tranquilo, dejando su aliento salir en un apuro. ―Joder, nunca

debería haberlo hecho... Lo siento.

Pero no hay enojo en su rostro. Mientras ella se inclina para limpiar el corte

debajo del ojo, siente su aliento en la mejilla, ve sus ojos, amplios, confiados y llenos

de preocupación.

Se aleja de ella. ―Está bien ahora.

Las comisuras de sus labios se tuercen en una pequeña sonrisa. ―¿Va a dejar

de ser un cobarde y dejarme limpiarlo?

Pero no es el dolor físico a lo que se opone. Tenerla tan cerca, su mano contra

su rostro, la suave presión de sus dedos en su sien, el suave tacto de la lana de

algodón hacia la mejilla… Se siente como si fuera a romperse.

Lola se detiene de repente, atrayendo su mano hacia atrás con una mirada de

alarma

―Es… es sólo el yodo ―le dice rápidamente―. Hace que mis ojos piquen.

―Pero estoy usando agua

―Bien —Su voz tiembla―. Bueno, eso… ¡eso también pica!

Ella quita la mano de su rostro, dándole una larga mirada mientras aprieta la

mandíbula, parpadea para contener las lágrimas. Empuja la caja de primeros

auxilios a un lado y lo alcanza. ―Ven aquí.

―Estoy bien. ―él se mueve para levantarse de la cama, pero Lola hace que se

mueva suavemente hacia abajo.

―No, me refiero que vengas. Ven aquí.

Se sienta sobre la cama y ella se coloca encima de su regazo. ―¿Sabes lo que

estaba pensando cuando estábamos siendo arrastrados por la corriente?

―No.

―Que si yo muriera… que si tenía que morir por ahí, ahogándome en el mar,

por lo menos sería contigo.

Sorprendido, la mira a su rostro, a sus ojos brillantes. ―¡Maldita sea, Lola!

Nunca hubiera dejado que te ahogaras.

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Su labio inferior tiembla por un segundo. ―Por un momento pensé que tal

vez… tal vez tú querías.

―¿Ahogarme?

―Sigues hablando de irte. Nunca regresar. ¡Estabas tan decidido a escapar!

Pensé que tal vez la violación estaba haciendo que quisieras… que tú…

―¡No! ―Puede sentir su mirada llenándose, caliente y pesados―. No, Lola, no

quiero morir nunca más. Quiero vivir, pero quiero pasar el resto de mi vida contigo.

―Las lágrimas cuelgan pesadamente sobre sus pestañas, amenazando con caer.

―Pero eso es todo lo que quiero también. ―Suavemente ella desliza sus brazos

alrededor del cuello―. Vuelve a mí, Mattie. Vuelve y dime lo que pasó. No me alejes

más. Dime quién te hizo daño. Dime, Mattie. Por favor, cariño, por favor…

Capítulo 16

Traducido por Dorquita

Corregido por Esperanza

Él se debe haberse quedado dormido porque cuando despierta, Lola se ha

ido y el cuarto se llena de una gruesa, oscura luz de crepúsculo. La puerta del balcón

todavía está abierta, los visillos bailan en la brisa. El aire se ha vuelto notablemente

más fresco, y afuera el cielo ha comenzado a oscurecerse, los últimos rayos de la

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dorada puesta de sol caen en fragmentos de destello en el brillante profundo azul

del mar. Matheo puede oír el distante zumbido de voces en aumento desde el piso

de abajo y se pregunta si los otros ya han cenado. Piensa que puede oler pizza o

boloñesa, y aún confuso por el sueño, se obliga a sentarse. Esta famélico después de

los esfuerzos del día si ellos han comenzado a cenar no quiere perdérselo.

Balanceando sus pies sobre el piso, se frota los ojos con las palmas de sus manos y

luego se acomoda en el baño para usar el wáter y se salpica su cara con agua helada.

Regresando al dormitorio, localiza su ropa a media luz y se las pone, rondando el

espejo para pasar sus manos en su rebelde cabello, frota las almohadillas de su

mejilla. Después baja.

No es hasta que llega a la parte inferior de la escalera de caracol y los

encuentra sentados en los sofás alrededor de la mesa de café, platos en sus regazos,

que se da cuenta que han estado hablando de él de nuevo. No está consciente de ni

siquiera haber oído su nombre, pero reconoce la expresión de sus rostros, esa

incriminatoria mirada de haber sido sorprendidos en el acto. Las sorprendidas

expresiones, las voces calladas a media frase, el repentino y pesado silencio, la

gruesa atmósfera con la presencia de la vergüenza y la culpa.

—No te escuchamos bajar. —Hugo es el primero en romper el muro de

silencio, su tono casi acusador.

Mathéo hace una pausa para tomar aliento, buscando una manera de

aferrarse a los sentimientos de relativa paz y calma con que se despertó sólo hace

unos momentos.

—Lo siento, no me di cuenta que tenía que tocar la puerta. —Se las arregla

para mantener un tono ligero, su respuesta graciosa, deseoso de darles una salida

fácil. Un rápido cambio de tema es todo lo que se necesita. Él no investigara, Lola lo

va poner al día mas tarde, no cabe duda de que todavía están digiriendo la noticia

de ayer. Pero eso está bien, es el pasado, el finalmente lo ha dejado detrás, y ahora. .

. Él mira hacia Lola y le da una sonrisa.

Ella no la devuelve. —Es sólo que estábamos preocupados. . .

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—Es mi culpa. —dice Hugo lentamente, su tono extrañamente bajo y grave—

. Lo sugerí primero.

—No importa. —Mathéo encoge rápidamente sus hombros con una sonrisa

de perdón—. Mientras me hayas dejado un poco de esa lasaña.

—Así que ¿estás de acuerdo con nosotros? —Hugo se ve sorprendido.

—¿Acerca de qué?

—De lo que estábamos discutiendo. —responde Hugo—. Volver a Londres

mañana y decirle a la policía.

Mathéo se congela. La sonrisa estúpida parece pegada a su cara. —¿Qué? —

Puede oír su corazón.

—Eso no importa. Podemos hablar de ello en la mañana. —dice Lola

rápidamente, mirando a los otros.

—Pero si volamos mañana, tendremos que reservar nuestros billetes de

avión esta noche. —protesta Isabel.

Mathéo retrocede tambaleándose, encuentra un pilar, se apoya en él con

cierto alivio como si sus rodillas repentinamente comienzan a sentirse débiles. —

¿Qué quieres decir? ¿Por qué tenemos que volver a casa mañana? —Respira

aceleradamente, busca la mirada de Lola, pero se niega a mirarlo a los ojos, en vez

de eso ella se vuelve ansiosamente a mirar a Hugo como guía.

Hugo se levanta lentamente. —Matt, escucha. Lola nos dijo que conoces a la

persona que… que te agredió. Esto es realmente serio. Si no nos va a contar, por lo

menos dile a la policía o a tus padres. A menos que fuera… —Se interrumpe por un

momento, y Mathéo observa el terror en el rostro de su amigo—. A menos que fuera

su propio oh, mierda. . .

—No lo sé, no lo era —Mathéo llena sus pulmones en un intento de

estabilizar su voz, pero está respirando demasiado rápido, el estremecimiento del

aire en su pecho, haciéndole temblar—. Se ha ido, está en el pasado, se ha terminado,

Hugo. ¡No voy a hablar con la policía o con alguien más!

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—Pero, Matt, por el amor de Dios, ¡hombre, no puedes dejarlo pasar! Hay un

maldito depredador por ahí y ¡tú sabes quién es!

Lola salta, alcanza a Hugo. —Por favor, no discutamos, podemos hablar esto

racionalmente.

—¡Tú crees que no sé eso! —Mathéo se oye a sí mismo gritar—. ¿No crees

que cada segundo al despertar estoy viviendo con el temor de que este psicópata ,

este… este depredador podría atacar de nuevo.

—Entonces, por el amor de Dios, ¡hace algo al respecto!

Lola está tirando del brazo de Hugo. —Vamos, no. Estuvimos de acuerdo en

que todos hablaríamos con él acerca de esto con calma.

Mathéo siente el sudor romperle la espalda. De pronto, incluso el pilar

apoyándolo no se siente del todo sólido. —Tú, tú. . . —Mira a Lola, luchando por

recuperar el aliento—. ¿Tú estuviste de acuerdo con él? ¿Planeaste obligarme a ir a

la policía también?

La culpa se lava en su cara. —No obligarte, Mattie. Pero es… tú mismo lo

dijiste, ¡es lo que tenías que hacer!

—¡Dije que no sabía qué hacer! Pensé que me habías dicho que me apoyarías

en lo que sea que yo eligiera. Pensé que entendías, ¡pensé que estabas de mi lado!

Los tres están de pie juntos ahora, conspirando contra él. Tres contra uno. Su

Lola, su querida, entre ellos.

Ella se separa, se mueve hacia él. —Mattie, ¡no es así! No se trata de tomar

partido.

De alguna manera, antes de que pueda llegar a él, se las arregla para moverse.

Al otro lado de la habitación, en el pasillo y fuera de la puerta principal. A través

del jardín, sobre el pasto, a la derecha hasta el borde del acantilado, y bajando,

tropezándose con los escalones resbaladizos, irregulares de cara abajo, abajo, abajo,

abajo hacia el mar.

La marea está tan lejos que es apenas visible. Kilómetros de arena oscura

parecen extenderse por delante de él, estriado con rayos de color naranja y el oro del

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sol poniente. Al principio está corriendo, pero la remada de esta mañana lo ha

debilitado y pronto se ve obligado a reducir la velocidad a un paso, los músculos

de sus piernas están temblando de agotamiento.

—Mattie, ¿A dónde vas? ¡Mattie, espera por el amor de Dios! —Puede oír el

golpeteo de sandalias de Lola en la arena dura detrás, oír su respiración jadeante,

oír el pánico en su voz—. Mattie, espérame, por favor. ¡Sólo escúchame un segundo!

Él siente que su mano trata de agarrar la suya, pero alarga su paso. —

¿Estabas hablando con ellos sobre esto? ¿Estabas de acuerdo con la mierda de Hugo?

—¡Sólo porque estoy preocupada por ti!

—¡Hugo no sabe ni una mierda sobre cualquier cosa! ¡No tiene ni idea!

¡Ninguna idea en absoluto!

—Pero él se preocupa por ti. ¡Y tiene razón, cariño! Tenemos que irnos a casa,

¡no podemos escondernos aquí para siempre! Lo qué te pasó fue terrible necesitas

decirle a tus padres para empezar. Y Mattie, dijiste que conocías a este tipo por lo

que hay que denunciarlo a la policía.

Alargando su paso, él se da vuelta solo lo suficiente para verla correr, el pelo

soplando en su cara, mejillas enrojecidas, los ojos brillantes de lágrimas.

—¡Oh, Dios mío! ¡Tú no entiendes! ¿Ir a la policía? Sería un desastre, un

maldito desastre, Lola.

—No tendrías que pasar por algún terrible proceso judicial. Estás

perfectamente en todo el derecho de ir a la policía, di que no quieres ser procesado,

pero sólo dales un nombre.

—¡No voy a ir a la policía!

—Entonces, sólo hay que ponerlo en una carta. Si él te estaba esperando

afuera del Centro Acuático, habrán estado otras personas alrededor, espectadores y

personal que pueden corroborar tu historia.

—¡No me estás escuchando! ¡Nunca voy a ir a la policía! Te lo dije desde el

principio ¿cómo puedes ponerte en mi contra ahora?

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Lola se desacelera a un paso rápido mientras el espacio entre ellos se acerca.

Él puede percibir la determinación en su rostro, el ascenso y la caída de su pecho,

las pequeñas bocanadas de ejercicio mientras ella trabaja para mantener el ritmo. —

¡Tú no tendrías ni siquiera que estar directamente involucrado! Escríbelo de forma

anónima y yo voy a entregarlo por ti ¿Lo qué haga la policía con él? depende de

ellos, ¡pero al menos habrás hecho algo para tratar de impedir que alguien sea

abusado de nuevo!

—¿Por qué no me escuchas? ¡No quiero hacer nada!

—Pero cariño, ¿no lo ves? Hugo tiene razón en una cosa, este tipo va a atacar

de nuevo, ¡tal vez él ya lo ha hecho! Al no hacer nada tú está dejando al psicópata

en libertad. Ya has pasado por el infierno ¿Cómo puedes tener eso en tu conciencia?

La línea del mar se acerca poco a poco, las pequeñas olas blancas brillantes

llegan más lejos con cada exhalación, el agua reflejando la luz como el cristal,

impresionante en el sol de la tarde. Él seguirá caminando -seguirá caminando hasta

que los alcance, salpicará a través de los delicados velos de encaje hasta que se

vuelvan más profundos, cubriendo sus sandalias, sus tobillos, absorbiendo de la

parte inferior de sus jeans. Él se mantendrá caminando por el agua hasta que el peso

del agua lo tire hacia abajo, lo chupe debajo de la superficie, lo envuelva en la marea

creciente.

—¿En mi conciencia? ¿En mi conciencia? ¿Tienes incluso la más remota idea

de lo que tengo en mi conciencia? —Se da vuelta de repente para enfrentarla,

caminando hacia atrás, sandalias chapoteando en las aguas poco profundas—. ¡Me

estoy muriendo aquí Lola! —Se escucha a sí mismo gritar—. Me estoy muriendo por

dentro. ¡Ojalá estuviera muerto! —Siente el golpe de su puño contra su propio

estómago—. ¡Desearía que él me hubiese matado!

—Pero… pero ¿por qué?

—Porque no te lo puedo decir ¿No a la policía, a nadie! Y por no decirlo,

entonces sí, estoy plenamente consciente de que tendré que vivir con eso en mi

conciencia, el hecho de que lo más probable es que siga el abuso. —Las olas se lavan

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contra sus pies, rompiendo contra sus sandalias, trabajando su camino hasta las

piernas de sus jeans. Se da vuelta a ver a Lola, se ha detenido varios metros atrás,

todavía en la arena seca, abrazándose a sí misma contra el viento.

—Pero Mattie, ¡no tiene ningún sentido! Si te sientes así, ¿por qué no puedes

dar una declaración, o simplemente su nombre?

—Porque, Lola, ese hombre, ¡ese hombre tiene una familia! ¡Una familia que

será destrozada, destruida, despedazada!

Ambos tienen que gritar para ser escuchados ahora, el viento aquí afuera es

tan poderoso que tira de su pelo, de sus ropas, casi amenaza con golpearlos. Detrás

de él, está consciente de las olas crecientes, la apariencia de calma desde la distancia

que se revela como mar agitado y aire en ráfagas.

—¿Quién diablos es? —grita Lola.

—No puedo, ¡No puedo decírtelo!

—¡Si él tiene una familia, entonces con más razón tienes que contarlo! ¡Sus

niños podrían estar en peligro!

—Por eso —Apretando los dientes, se pasa las manos frenéticamente por su

pelo, listo para sacarlo—, ¡Por eso no sé qué carajo hacer!

Se ahoga un sollozo y se tropieza hacia atrás, el agua ya casi le llega a las

rodillas. Pensó que iba a estar bien. Lo dejó pensar que se había salido con la suya,

lo enterró en el pasado. Ella le permitía que pensara que él estaba a salvo, a salvo de

nunca tener que decirle, de tener que vivir a través de eso de nuevo. Él pone su cara

en sus manos. Entre las grietas de sus dedos mira como, en la gloria de la luz de la

tarde, Lola se acerca a él tentativamente con el ceño fruncido por la preocupación.

—Mattie, cariño, por favor, no llores. La familia de este pervertido es lo menor de

tus preocupaciones.

Lento, dolorosamente, levanta su cara de sus manos, las mejillas húmedas de

lágrimas, temblando duro. —Lola, ¡oh Dios! Es la mayor preocupación, ¡la mayor

preocupación de todas!

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—¿Qué? —Ella camina a través de las aguas poco profundas para alcanzarlo,

toma su mano suavemente entre las suyas, lo tira suavemente hacia atrás sobre tierra

firme—. No lo entiendo, cariño. ¿Qué diablos quieres decir?

Mathéo la mira fijamente a través del caleidoscopio de luz que se refleja por

las lágrimas en sus ojos y se da cuenta de que eso es todo. Realmente va a suceder.

No hay vuelta atrás, no hay escape, se le agotaron las opciones, las excusas, no tiene

otra opción ahora. Tal vez nunca la tuvo. Quizás, después de aquella noche terrible

todos los caminos disponibles para él siempre iban a llevarlo a este crucial, horrendo

momento en el tiempo. Una vez peleó y luchó para escapar sin darse cuenta de que

todo el tiempo, estaba totalmente fuera de su control. Después de esa noche nunca

hubo realmente ninguna vuelta atrás. La suerte estaba echada y, con el lanzamiento,

en este momento en el tiempo establecido por defecto en la trayectoria de su nueva

vida. Inevitable. Ineludible. Prorrogable por un tiempo, pero sólo hasta ahora.

Inclina su cabeza y siente el dolor agudo de algo quebrándose dentro de él, algo

permanente, algo que sabe que nunca, nunca mejorará.

Levanta su cabeza y la mira a sus ojos. Sus gentiles, amorosos y confiados

ojos. Ojos que nunca lo imaginaron destrozando su vida, haciendo añicos su

existencia, haciéndole un daño irreparable. Respira y siente su fin del mundo. Siente

su fin del mundo. Siente su amor, cálido, apasionado, el amor rondando entre ellos

por un último momento, antes de ser brutalmente arrebatado. Se ahoga en un

sollozo de desesperación.

—Porque, Lola, su familia eres tú.

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Capítulo 17

Traducido por Mary Haynes

Corregido por Lucero Rangel

Ella sigue estando horriblemente inmóvil durante varios segundos, su

expresión sin cambios, como si el tiempo se hubiera congelado. Luego, lentamente,

muy lentamente, empieza a retroceder.

Mathéo tropieza hacia ella, sus vaqueros cargados de agua de mar, temblando

con fuerza.

—¿Papá? ¿Mi… mi papá? ¿Tú estás… tú estás diciendo que mi padre te violó?

—Su rostro es tan pálido, tan pálido por la conmoción, él teme que vaya a

desmayarse.

Él da un paso más cerca tentativamente. —Lola, te lo juro, nunca se lo diré a

nadie. Pero tienes razón, tenía que decirte. Tú tenías que saber, por si acaso alguna

vez intentara algo… te hiciera algo. Pensé que él tenía que ser gay, pero ahora sólo

no lo sé, no lo entiendo…

Ella deja escapar un pequeño sonido como de un animal atrapado y, haciendo

una mueca, da un paso hacia atrás, empezando a exhalar, como si fuera a vomitar.

—¿Tú estás… estás acusando que mi padre es… es un violador? ¿Un… un violador

gay?

Él sigue allí, presenciando su sorpresa, sintiendo que impregna su propia piel.

—Lola, deseo… ¡Oh, Dios, lo siento mucho!

—¡Eres un enfermo!

—Lola, escucha…

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—¡Cómo puedes pensar algo así! —Agarrando su estómago como si le

hubieran disparado, se aleja aún más, mirándolo como si estuviera haciendo

metamorfosis en una especie de horrible monstruo.

—No. Lola, escúchame. Es cierto. Yo nunca mentiría sobre algo como esto.

¡Lola, me conoces!

—Oh Dios, ¡te has vuelto loco! Estás… estás traumatizado, ¡estás enfermo!

Él se mueve hacia adelante, extendiendo la mano, pero ella inmediatamente

se contrae de nuevo. —Lola, lo vi tan claramente, cómo te veo ahora. Nunca hubo

ninguna duda. Ni siquiera trató de ocultar su cara…

—¡No! —Ella grita de repente, su voz más fuerte que las gaviotas: un fuerte

chillido estridente, de la desesperación—. Basta, basta, ¡cállate ahora mismo! ¡Te has

vuelto loco, Mattie! Pasara lo que pasara, ¡jodió toda tu mente!

—Lola, no estoy loco. Sucedió. Era Jerry. Tienes que saberlo porque no puedes

volver a casa. No sé si estaba drogado, enfermo o… o tiene alguna condición, o qué.

Pero sí sé que es peligroso…

—¡No! Esto no eres tú, ¡No puedes ser que tú hablando! Retráctate, Mattie.

Dime… oh por favor, Dios mío, esto no puede estar pasando. No puedes haberte

vuelto loco. Por favor, Mattie... ¡por favor dime que solo estás bromeando!

—Lola, no puedo. Porque no lo estoy. Y tú tienes que saber. No puedes ir allá,

¡no es seguro!

—Mattie... —Ella ha comenzado a sollozar, inclinándose hacia adelante y

abrazándose a sí misma como si estuviera en agonía—. ¿Por qué haces esto? ¿Por

qué dices algo así? ¿Por qué, Mattie? ¿Por qué? ¿Por qué? —Está gritando ahora, con

el rostro pálido y aterrorizado, las lágrimas corriendo por sus mejillas—. ¿Me odias?

¿Odias a papá? ¿Qué mierda estás tratando de hacer con nosotros?

—Odio a tu padre por lo que me hizo. Pero no a ti, Lola. ¡Nunca a ti! ¡Te amo

y lo sabes! —Él trata de avanzar, con los brazos extendidos, pero ella continúa

retrocediendo, como un animal salvaje a punto de huir.

—Entonces, ¿por qué haces esto? —grita.

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—Tuve que decirte, ¡ibas a ir a la policía! Ellos me hubieran interrogado.

Obviamente habría mentido, pero están entrenados para ver a través de la mierda y

¡mis mentiras los harían sospechar inmediatamente que estaba encubriendo a

alguien que conociera! Ellos interrogarían a las personas cercanas a mí, incluyendo

a Jerry, incluyendo a Pérez, que me vio irme con Jerry esa noche. Probablemente

encontrarían otros testigos que vieron a Jerry en la zona esa noche… ¿No lo

entiendes, Lola? Si no te lo hubiera dicho, habrías ido a la policía, ¡tu padre

terminaría en la cárcel!

—¡Pero todo es una mentira!

—No es una mentira, Lola. Desearía, ¡me gustaría que lo fuera! No tienes idea

de lo mucho que me gustaría…

—¡Mírame, entonces! —grita—. ¡Mírame a los ojos y dime que mi padre te

violó!

Él sostiene su mirada. —Tu padre me violó, Lola —Su voz se rompe mientras

la expresión de ella se distorsiona en una de disgusto y se aleja de él aún más. ¿Cómo

alguna vez pensó, por un momento loco, que podía decirle la verdad a Lola y no

perderla? Incluso si pasara lo casi imposible, si ella se enfrentara a Jerry y él se lo

confesara, ¿cómo iba a perdonarlo, por destruir la relación más importante en su

vida? ¿Esa persona que cuido de ella desde que era un bebé, que estuvo a su lado

todos estos años, la alimentó, crió, que había visto por ella, convertirse en su

confidente, su mejor amiga?

—¡Sabes que mi padre nunca le haría daño a una mosca! —grita Lola —. ¡Lo

sabes! ¡Él te ama! ¡Siempre ha sido amable contigo! ¡¿Cómo te atreves?! —Ella está

llorando tan fuerte, que parece incapaz de tomar aliento, sus labios se tiñen de

violeta. Lágrimas viajando por sus mejillas, goteando sobre la chaqueta que abraza

cada vez más apretada a su alrededor, como si fuera un escudo para protegerla

contra sus palabras—. ¿Y qué hay de mí? Yo confiaba en ti. ¡Yo te amaba!

—Lola, ¡también te amo! —grita, su voz se astilla—. ¡Esa es la única razón por

la que te lo estoy diciendo! He estado sufriendo desde que sucedió, pero finalmente

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tu me hiciste darme cuenta… ¡no podía arriesgarme a que te lastimaran por mi

silencio!

—¿No quieres que me lastimen? —grita de vuelta, sollozando violentamente

en el viento creciente—. ¡Sólo has destruido todo entre nosotros, Mattie! ¡Acabas de

decir la más odiosa, repugnante, asquerosa cosa que alguien podría pensar!

—¡Pero es cierto! Lola, tienes que creerme. No puedes volver, no debes

confrontarlo, ¡podría ser peligroso!

Ella lo mira fijamente, completamente horrorizada. —¡Por supuesto que no

voy a enfrentarlo! ¿Pensaste que por un segundo en algún momento consideraría

estas viles acusaciones? ¿Qué te creería antes de que mi propio padre?

El miedo, como un rayo eléctrico, raya a través de sus venas. —¡Lola, no, no

debes volver! Yo cuidaré de ti, te protegeré, haré lo que sea para mantenerte a salvo,

¡lo juro!

—¿Crees que soy estúpida? ¡No quiero volver a verte de nuevo, Mattie!

¡Nunca podré perdonarte! Oh Dios, oh Dios… —Ella se dobla hacia delante de

repente, arcadas. Cuando se endereza, su cara ha tomado una apariencia fantasmal,

translúcida, como si de pronto pudiera desaparecer—. Es sólo que no entiendo... —

medio susurra—. ¿Por qué haces esto? Yo confiaba en ti. ¡Confié en ti más que en

nadie, Mattie! —Su delgada figura atormentada con sollozos tan violentos que

amenazan con romperla, aprieta un puño en su boca, se da vuelta y comienza a

alejarse.

Él de inmediato la sigue, trata de llegar a ella.

—¡No me toques! —da vuelta y grita, un agudo grito de terror.

—¡Lola, por favor! —le grita, las lágrimas asfixiándolo—. ¡No te vayas! ¡No

me dejes! Nunca quise… me retractaré, me retractaré de todo.

—¡No puedes! —grita—. ¿No ves, Mathéo? ¿No te das cuenta de lo que has

hecho? ¡Acusaste a mi papá del crimen más horrible e inimaginable! ¿Cómo puedes

retractarte de eso? ¿Cómo puedes recompensarlo? Y lo crees… ¡mírate! ¡Todavía lo

crees!

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—¡Yo creo en ti, Lola! ¡Creo en nosotros! Eso es todo lo que importa…

—¡No hay ningún nosotros! Nunca lo hubo. ¡Todo lo que había entre nosotros

era una mentira! ¿Creías que mi padre era un violador mientras… hacías el amor

conmigo? ¿Mientras pretendías amarme?

—¡Nunca pretendí, Lola. Lo juro por mi vida. ¡Te amé desde el momento en

que nos conocimos!

Ella toma una respiración profunda y trémula, haciendo una pausa por un

momento en su retirada. —¿Cómo puede ser verdad? —pregunta en voz más baja

ahora, su voz temblando de furia apenas contenida y el dolor—. Si por alguna

extraña razón que realmente crees que mi padre te violó, ¡no me amarías! ¿Cómo

podría alguien amar a la hija de un violador… su violador, a la propia carne y sangre

de su violador?

— ¡Porque no eres tu padre!

—¡Él es mi familia! ¡Es mi vida! Me creó, me crió, comparto sus genes, ¡soy

una parte de él!

—¡Eso no te convierte en la misma persona!

—¡Soy su hija! Si estás engañado como para creer que es un violador, ¿crees

que ha violado a otros?

—Oh Dios, Lola. No sé, ¡pero podría hacerlo de nuevo! Y sé que eres su hija

y él te ama, pero siempre hay el riesgo de que pudiera hacer algo… ¡de hacerte algo!

¿No lo ves?, ¡tenía que advertirte!

Ella parece que deja de respirar por un momento, y luego exhala una

bocanada de aire y deja escapar un rápido y agudo grito.

—Lola, te puedo ayudar con esto. Tienes que creerme. Lo que sea que tu

padre hizo, ¡te amo tanto como antes!

—¿Amor? —grita Lola—. ¿A esto le llamas amor? Todo era una mentira, cada

segundo, cada momento compartido, cada vez que te toqué. ¡Te odio, Mathéo!

—¡Lola, no, por favor! —Él exhala por aliento, cegado por las lágrimas—. No

hablas en serio.

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—¡Lo hago! Lo juro por mi vida. Ojalá nunca te hubiera conocido. ¡Ojalá

estuvieras muerto! —Suena casi histérica, como si estuviera siendo golpeada, y sigue

tropezando hacia atrás, cada vez más lejos de él, a punto de colapsar.

—¡No! —le grita—. No hablas en serio. No quiere decir eso, Lola. ¡No, no!

—¡Lo hago! Me gustaría que te hubieras matado buceando en ese acantilado.

¡Ojalá estuvieras muerto, Mathéo Walsh! Ojalá estuvieras muerto, ¡me gustaría que

estuvieras muerto!

El odio puro, sin diluir en su voz lo golpea en el pecho como una bala. —¡No!

Lola se detiene y presiona sus manos en la cara. Pasa un buen rato. Ninguno

de ellos tiene la fuerza para hablar. Entonces Lola baja sus manos y toma varias

respiraciones largas y estabilizadoras. —Voy a empacar y tomar el primer vuelo a

casa —dice, con la voz temblando por la impresión y el agotamiento—. Voy a ser

rápida, pero no regreses hasta que me haya ido.

—No…

—Lo digo en serio, Mathéo. Si me sigues de nuevo a la casa, le diré a Hugo y

llamaré a la policía. Te lo juro.

Niega con la cabeza. —No… —Trata de decir de nuevo, pero esta vez no sale

ningún sonido. Las lágrimas se derraman por sus mejillas. Se siente como si se

estuviera asfixiando. Se siente como si se estuviera ahogando.

Ella da un paso hacia atrás, parece dudar, a continuación, un sollozo brutal

sacude todo su cuerpo. —Adiós, Mattie.

Él trata de seguirla, pero parece que no puede moverse. Ella se ha ido,

corriendo por la playa, hacia la casa, tragada por la oscuridad creciente.

La fuerza deja sus piernas completamente y se pone de rodillas en la arena

mojada, una marioneta con sus hilos cortados flojo, inútil, arrugado. —Lola —Se oye

a sí mismo gritar—. Lola.

A medida que ella desaparece en el borde del acantilado, lentamente cae hacia

adelante y comienza a llorar, ásperos y feos sollozos rasgan a través de su cuerpo,

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haciéndolo vomitar y exhalar. Deberías haberme matado, Jerry. Deberías haberme matado.

Preferiría haber muerto…

En el momento en que abandona el Centro Acuático de Brighton después de la entrega

de premios y todas las entrevistas con la prensa, ya está oscuro. Pérez y el resto del equipo se

dirigen a comer pizza en la carretera, pero agotado después de la intensidad de la competencia,

Mathéo declina su invitación, en cambio está esperando el volver al hotel y llamar a Lola para

decirle las buenas noticias. Mientras le dice adiós a Pérez y los otros, se detuvo en seco al ver

a un hombre paseando arriba y abajo, mirando a su alrededor con inquietud.

—¿Jerry? —Mathéo siente su rostro volverse en una sonrisa—. ¡Jerry! ¿Qué estás

haciendo aquí? ¡Pensé que no podías venir! Oh Vaya, ¡esto es una gran sorpresa! ¿Dónde

está Lola?

Pero Jerry apenas levanta la cabeza. —Algo ha pasado. Necesito tu ayuda.

Se pone en marcha tan rápido que Mathéo, conmocionado por la acción, tiene que

romper a correr para mantenerse a ritmo. —¿Qué pasó? — pregunta sin aliento, demasiado

aturdido para pensar con claridad—. ¿Lola está bien?

—No. Ella resbaló y se cayó.

El miedo lo atraviesa mientras Jerry lo conduce por una calle lateral, a través de una

carretera principal, luego abruptamente se desvía entre un hueco en los árboles y en los

bosques que flanquean el pavimento. Es casi de tono negro y ambos están corriendo ahora.

—¿Es en serio? —jadea Mathéo, momentáneamente imaginando a Lola inconsciente,

confundida sobre por qué Jerry la dejaría—. ¿Has llamado a una ambulancia? ¿Está en

camino? —Pero Jerry no responde.

Después de unos minutos llegan a un claro con arbustos y de terreno seco e irregular.

Jerry se detiene y se da la vuelta, y por la luz de la luna, Mathéo ve su cambio de expresión.

Él se ve... se ve casi emocionado.

—Dónde está… ¿dónde está Lola? —pregunta Mathéo, su voz de repente insegura.

Hay algo extraño acerca de Jerry, parece tenso y nervioso; su expresión no es la que Mathéo

reconoce. No está sonriendo, para empezar, parece que está apretando los dientes y su cara

brilla de sudor.

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—Jerry, ¿estás bien? —Mathéo da un paso hacia él, y de repente Jerry llega, apoyando

la mano en el hombro de Mathéo, haciéndolo saltar.

—Lola está Londres, en el baile de la escuela. Le dije que estaba trabajando esta noche,

así que podríamos ser sólo tú y yo, para variar. ¡Por fin! —Está sonriendo—. Buceaste muy

bien hoy, Mattie. Estoy tan orgulloso de ti.

Mathéo abre la boca en respuesta, pero se encuentra incapaz de emitir sonido alguno.

¿Jerry está borracho?

—Eh… Gracias —Con una sonrisa incómoda, comienza a alejarse, en busca de las

luces de los coches de la carretera en la distancia—. Pero si Lola no está aquí, entonces ¿qué

estamos haciendo en el bosque?

—Quería hablar contigo en privado. ¿Por qué la prisa tan repentina? —Jerry da un

paso más cerca, tan cerca de hecho, que Mathéo puede sentir el aliento húmedo en su mejilla,

reconoce el olor a sudor rancio mezclado con hierba. La mano de Jerry deja el hombro de

Mathéo, resbalando por su cuello y ahuecando su mejilla—. Te he traído aquí para que

pudiéramos estar solos. Para que pueda felicitarle.

Sobresaltado, Mathéo da un paso atrás, alejando de golpe la mano de Jerry de su cara.

¿Qué diablos está haciendo este tipo? ¿Jerry se ha vuelto loco?

—Oye ahora... —Jerry dice en voz baja, moviéndose hacia Mathéo y agarrándolo por

la muñeca—. ¡Sólo quiero darle a mi joven favorito un abrazo por un trabajo bien hecho!

Mathéo puede escuchar el sonido de su propia respiración superficial e inestable, en

el silencio de la madera. Su corazón está golpeando salvajemente contra su caja torácica como

un animal tratando de escapar. —Jerry, creo que pudiste haberte excedido un poco con la

bebida o… o el cigarro. —Deja escapar un grito ahogado de sorpresa cuando Jerry tira de él

en un fuerte abrazo.

—¡Jerry!

—¿Qué?, ¿no puedo darle a mi chico favorito un abrazo de felicitación? —pregunta

Jerry, sus brazos envueltos apretadamente alrededor del torso de Mathéo. Pero cuando

Mathéo le da una palmadita en la espalda y trata de dar un paso atrás, el agarre de Jerry sólo

aprieta—. Tranquilo, Mattie. ¿Cuál es la prisa? Los dos hemos estado esperando un momento

para nosotros como este desde hace mucho tiempo.

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—Yo… yo realmente no sé de qué estás hablando. —jadea Mathéo entrecortadamente,

tratando de empujar a Jerry—. Solo… por favor suéltame. Creo que estás borracho.

—Ahora vamos, deja de engañarte a ti mismo. He visto todas tus pequeñas señales —

Jerry sigue con la misma voz almibarada—. Desde que nos conocimos has estado usando a

mi hija como una razón para venir a verme, pasando el rato conmigo, siempre quedándote el

mayor tiempo posible. Tratando de pasar tanto tiempo como sea posible a solas conmigo,

teniendo esas conversaciones privadas conmigo en el cobertizo de la música... —Vuelve la

cabeza para que su rostro se presione contra la oreja de Mathéo, en el cuello de Mathéo.

—¡Aléjate de mí! —Lo que comenzó como una descarga cambia rápidamente a una

explosión de adrenalina aterrorizada, y Mathéo intenta luchar para salirse del férreo abrazo

de Jerry—. Estás… ¡estás loco! Llegué aquí para ver a Lola. No estoy… nunca he estado…

—Oye, no hay necesidad de ser tímido. —Jerry está empezando a jadear ahora,

luchando por mantener el asimiento de Mathéo—. Es normal que quieras experimentar en la

adolescencia. Y porque soy mayor, puedo mostrarte cosas, enseñarte.

—¡Maldito pervertido! —grita Mathéo con furia. Trata de darle a Jerry con la rodilla

en la ingle, pero le da en la parte superior de la pierna en su lugar, bastante fuerte que lo deja

tambaleándose.

Entonces algo se ajusta en la expresión de Jerry, y cuando Mathéo vuelve a correr, se

lanza contra él, agarrando a Mathéo por el cuello y golpeándolo contra el árbol más cercano,

con una fuerza brutal.

Le toma a Mathéo un momento para reaccionar. Pero cuando lo hace, todo lo que

puede manejar es aflojar la mano de Jerry de la tráquea para que pueda respirar.

—Ah, ya veo, te gusta fuerte. —La cara de Jerry se contorsiona en una sonrisa

extraña—. Hacerlo duro consigue excitarte, ¿verdad?

—¡Eres un maldito psicópata! —consigue jadear Mathéo. Entonces, aspirando una

bocanada de aire, empieza a gritar.

Jerry coloca la mano en la boca de Mathéo, y de repente su sonrisa se ha ido.

—Oh no, no lo hagas —comienza con la voz temblando de ira reprimida—. Guiarme

en casi dos años y luego simplemente ¿decidiste cambiar de opinión? ¿Hacerme ser el malo

de la película?

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—Yo nunca —Mathéo intenta responder desde debajo de los dedos manchados de

tabaco de Jerry—. Yo no estaba…

—Escucha con atención —dice Jerry en voz baja, con la cara tan cerca de Mathéo que

él puede sentir su aliento húmedo en la mejilla—. Tengo un cuchillo —Una mano aún

presionando contra la tráquea del Mathéo, baja la otra de la boca de Mathéo, alcanza el bolsillo

de la chaqueta y saca una navaja—. Si haces ruido, intentas correr o decidir jugar a la

pequeña víctima inocente, te voy a matar, ¿entiendes?

Mathéo trata de responder, pero el agarre de Jerry en el cuello es demasiado apretado

y se está quedando sin oxígeno. Puntos negros bailan ante sus ojos. Se las arregla para

asentir.

—Bien —Jerry libera su agarre ligeramente; trae el cuchillo al nivel de la garganta de

Mathéo—. Ahora desvístete.

Jadeando por aire, Mathéo se encuentra atrapado entre el cuchillo y el árbol. Trata de

moverse hacia los lados y siente la hoja cortando la piel de su cuello.

Se congela y se encuentra a balbuceando—: Jerry, lo siento, fue mi error. Nunca

quise… Pero mira, podemos resolver esto, te voy a pagar tanto como lo que desees. Tengo mi

tarjeta de crédito. Puedes tenerla. Te voy a dar mi PIN. O puedes llevarme a un cajero

automático.

—Cállate. Sabes que yo no quiero tu dinero. Desvístete o lo juro, te voy a apuñalar,

aquí y ahora.

—Pero… pero ¿por qué? —Se siente seguro de que esto no puede estar pasando. Está

atrapado en una pesadilla. Sólo tiene que despertar—. Jerry, soy yo, Matt. Soy el novio de tu

hija. ¿Por qué… por qué estás haciendo esto?

Agarrando el cuello de su camiseta, Jerry la recorta con el cuchillo. Mathéo se oye a

sí mismo gritar, esperando ser apuñalado. Pero no hay dolor, sólo el algodón abriéndose y

cayendo libremente al suelo alrededor de sus tobillos. Jerry todavía tiene la mano sobre su

cuello, clavándolo en el árbol. Ahora, presiona la punta del cuchillo contra su pecho, justo

sobre su corazón.

—¿Quieres violarme? —Mathéo apenas puede creer que está diciendo las palabras.

Apenas reconoce el sonido de su propia voz, de modo vacilante y tembloroso.

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—Quítate los pantalones.

Se encuentra comenzando a rogar—: Jerry, escúchame, me conoces. Tú no quieres

hacer esto. Nunca fue mi intención… tentarte. A mí realmente me agradas, pero no de esa

forma. No hagas esto. Por favor. Voy a hacer otras cosas. No me importa lo que pase. Solo

no…

El cuchillo comienza a cortar su piel, y esta vez Jerry grita—: ¡Cállate y desvístete!

¡No te lo voy a decir otra vez!

—¡No! —Mathéo se encuentra de repente gritando de nuevo—. ¡Estás loco! ¡No voy

a hacer esto! —Golpea el brazo de Jerry con todas sus fuerzas, y por un momento la hoja ya

no se presiona contra él, y comienza la lucha. Mathéo agarra el brazo de Jerry y, con ambas

manos, la dobla hacia atrás. El cuchillo cae al suelo. Pero antes de que pueda llegar a él, Jerry

le da una patada en el estómago, y cuando Mathéo se dobla, le da un rodillazo en la boca.

Mathéo cae de nuevo por un momento, pero a medida que Jerry se lanza de nuevo, se las

arregla para bloquear el golpe y se lanza a Jerry uno en el pecho, otro en el hombro, otro en

su cara. Siente que sus nudillos se encuentran con huesos. Hay una grieta y un rugido de

dolor, una salpicadura de sangre de la nariz de Jerry, y de pronto se tambalea hacia atrás.

Mathéo comienza a correr. Llegando al claro. Esquivando árboles, tropieza con la

maleza. El camino, el camino... ¿Incluso va por el camino correcto? Desorientado, pierde la

concentración por un momento y la punta del zapato golpea una roca pequeña. Cae fuerte.

Jerry está encima de él en un momento, agarrándolo por los hombros y golpeando su cabeza

en repetidas ocasiones con el suelo. Él va a matarme, piensa Mathéo. Va a matarme. Voy

a morir, aquí, en el bosque. Y Lola nunca sabrá. Nunca sabrá que su padre es un. . .

La oscuridad lo envuelve.

Vuelve en sí y se encuentra tumbado boca abajo con sus brazos sujetos a la espalda.

Cuando trata de moverlos, dolor pasa por sus hombros y puede sentir los huesos de sus

muñecas molerse juntos, unidos por algo tan apretado, cortando su carne. Jerry lo rueda sobre

su espalda y Mathéo lo patea, pero está demasiado débil y apenas roza el muslo. Antes de que

pueda volver a intentarlo, Jerry se agacha, todo el peso de su cuerpo sobre la rodilla, apretado

contra el pecho de Mathéo, aplastándolo, así Mathéo apenas puede inhalar suficiente oxígeno

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para evitar desmayarse de nuevo. Cuando Jerry se inclina y aprieta el cuchillo contra el cuello

de Mathéo, siente un chorrito caliente de la sangre.

—Esta es tu última oportunidad o te juro que te mato —dice Jerry, y es en ese

momento que Mathéo da cuenta que hay algo mal con los ojos de Jerry. Las pupilas están

dilatadas, enormes, volviendo sus irises negras. Se da cuenta de que está drogado. ¿Con qué?,

no tiene ni idea, pero se da cuenta de que en este estado, este hombre es capaz de cualquier

cosa. Incluso del asesinato. Si ha de sobrevivir a esta terrible experiencia, Mathéo se da cuenta

de repente, si es que quiere tener alguna posibilidad de sobrevivir a todo, él tiene que cumplir

y, al hacerlo, de alguna manera recordarle al hombre que él es un ser humano, que es sólo un

adolescente, un adolescente que va a estar demasiado avergonzado para decirlo, que no tiene

por qué ser asesinado...

Mirando hacia abajo, Mathéo puede soportar la mancha roja de presión en el pecho,

la forma en que sus costillas sobresalen mientras chupa su estómago, su piel pálida y blanca

a la luz de la luna mientras se aprieta cada uno de sus músculos. Jerry desliza la mano por el

estómago de Mathéo, bajo sus pantalones vaqueros y la cinturilla de sus calzoncillos. Mathéo

tose para reprimir un grito y cierra los ojos con fuerza mientras siente la fría, áspera mano

de Jerry cerca alrededor de su pene.

Con una mano lo acaricia, apretándolo, masajeándolo, con la otra se está buscando a

tientas el cinturón de Mathéo, los botones de sus vaqueros. Después de unos minutos, parece

que se siente frustrado y se pone de pie, tirando de los zapatos de Mathéo, a continuación,

arrastrando hacia abajo los pantalones y desgarrando sus calzoncillos. Mathéo mantiene sus

ojos cerrados. Lo que no te mata te hace más fuerte, se dice a sí mismo, y casi quiere reír.

Quien inventó ese lema nunca había sido asaltado sexualmente claramente. Él lucha para

mantener su mente en otro lugar, ocupado, tan lejos como pueda de su cuerpo. Lo que no

mata te hace más fuerte. ¿Qué canción era esa? ¿Quién la cantaba? Trata de recordar la

melodía, la letra y recuerda reproduciéndola a todo volumen en su iPod varias veces después

de su primera inmersión. Él tiene toda una lista de reproducción dedicada a animarse en las

competencias después de una inmersión fallida. Lo necesita ahora. Seguramente él puede

recordar...

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Jerry lo agarra por el pelo y los hombros, y le da la vuelta sobre su frente. Mathéo

intenta concentrarse en las afiladas rocas y guijarros cortantes en sus espinillas, las caderas,

las costillas, como un peso aplastante desciende sobre él. Jerry está encima de él, la hebilla del

cinturón de cortándole en la parte baja de su espalda. Todavía está vestido, pero sus

pantalones estar desabrochados, Mathéo puede sentir algo duro y espinoso presionando

contra su nalga izquierda, cálido y húmedo también. Jerry está jadeando, frotándose contra

el trasero de Mathéo. Entonces, lo que comienza con presión se convierte rápidamente en

dolor que nubla la mente. Jerry está forzando su camino dentro de él. Mathéo siente algo

lacrimógeno y se escucha a sí mismo gritar.

Mientras Jerry sigue bombeando en su contra, Mathéo escapa en su mente. Esperando

allí encontrar recuerdos, instantáneas de la gente que le importa. Lola, Loïc, mamá, papá,

Hugo, Isabel. Recuerda el primer día de verano, los cuatro relajándose fuera en el parque,

Lola chillando mientras la balanceaba sobre el borde de la laguna, amenazándola con dejarla

ir. Amenazar... bien, tal vez no era tan agradable. ¿Qué más, qué más? Jugando a las cartas

en la hierba, la cabeza de Lola en su regazo. Sí, eso es bueno. Las pecas en sus mejillas salidas

por el sol. Sus ojos verdes entrecerrados para mirarlo a contraluz. Ella está diciendo algo,

pero no puede oírla. Gruñidos de Jerry llenan el aire. El dolor es de un tipo que nunca ha

experimentado antes, va a desmayarse, va a morir. ¡Concéntrate más, por el amor de Dios!

Lola, riendo. El sonido de su risa, la forma en que su nariz se arruga y sus ojos brillan. ¿Por

qué se reía? Él debe recordar. Es imperativo. Sigue riendo, Lola, le dice. Sigue riendo y lo

recordaré.

Y entonces, de repente, se ha terminado. El peso se levanta y Jerry se levanta. Se sube

la cremallera de sus pantalones y se inclina para cepillar la suciedad de sus rodillas.

—No vas a decir una palabra de esto a nadie, nunca, ¿verdad, Mattie? Porque sabes

que lo querías, que has estado esperando desde hace tiempo.

Mathéo intenta responder pero no puede conseguir que su voz funcione.

—¡Respóndeme, maldita sea!

—No… Claro que no —su voz tiembla, llorosa. Suena como un niño.

—Nunca volverás a ver a Lola si lo haces.

—Yo… yo sé. Yo no… te lo juro.

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—Y lo disfrutaste, ¿verdad?

—Sí… sí, lo hice. —Lágrimas llenan rápidamente sus ojos.

—Dile a alguien y te pondré en un agujero en el suelo. ¿Y tú hermano pequeño?

Pequeño niño bonito, igual que tú…

—Jerry, nunca voy a decirlo. Estaría demasiado avergonzado de todos modos. Nunca

había… por favor. Voy a fingir que nunca sucedió. Te lo juro, Jerry. Te lo juro.

Jerry se seca el sudor de la frente y comienza a sonreír de nuevo. —Entonces será

nuestro pequeño secreto.

—Sí… sí. Exactamente.

Jerry se inclina para cortar la unión de cuerda de las muñecas de Mathéo con su

cuchillo. Luego, con el pie, le da la vuelta.

Da una breve carcajada, la mirada fija en el cuerpo desnudo de Mathéo.

—Vamos, vístete entonces, Mattie —dice—. ¡Ahora asegúrate de que no dejas nada

atrás! —Suena casi alegre.

—Sí. Sí, por supuesto…

Y entonces Jerry se ha ido, caminando hacia el bosque y desapareciendo en la

oscuridad.

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Capítulo 18Traducido por nerea 97 y nherondale

Corregido por Mariela

—¡Pero ustedes debieron haber tenido algún tipo de pelea! ¿Qué demonios le

dijiste a ella, para que se fuera así? –Hugo se pasea entre los asientos de la sala del

aeropuerto casi vacío, con el teléfono celular en la mano. Él ha estado tratando de

localizar a Lola desde que salió de la villa en taxi hace casi cinco horas. Montpellier

es sólo un pequeño aeropuerto, y después de interrogar a varios miembros del

personal de verificación, Hugo logró descubrir que Lola abordó el último vuelo del

día de regreso a Londres. Ella debe estar casi en casa por ahora, dejándolos a los tres

atrapados aquí con sus maletas llenas a toda prisa, esperando el próximo vuelo al

amanecer.

Mathéo no está hablando, y ambos Hugo e Isabel están cada vez más

frustrados. Él desea poder engañarlos al menos con la excusa de que alguna

discusión salió mal; pero su cerebro no puede encontrar las frases, su boca no puede

formar las palabras. Debería haber sido bastante fácil crear una razón, pero

arrastrándose de vuelta a la casa parece estar en una especie de trance: cada

movimiento tiene que ser cuidadosamente planeado; su cuerpo ya no parece capaz

de moverse por su propia cuenta. Sentado al final de una fila de sillas de metal, su

mochila se desploma entre sus pies, él mira a través de la pared de cristal a la pista

empapada por la lluvia, brillando con luces artificiales. Un gran avión rueda

lentamente a su posición, el rugido de los motores llenando el aire. Observa como

parte y rápidamente reúne velocidad, la carrera por la pista hasta que parece estar

volando en el suelo, luego levanta lentamente las ruedas delanteras al salir de la

pista. Y al igual que está en el aire, el aumento y la disminución, un pájaro de plata

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exótico, desapareciendo en la noche. Todavía puede oír sus ecos retumbantes, del

mismo modo que puede oír el grito angustiado de Lola, y su mente; ya casi vacía;

trata de ponerse al día con ella en sus pensamientos. Ella debe haber llegado a casa

ahora, llamado a Jerry para recogerla desde Heathrow, y él le habría preguntado,

habrá instantáneamente sentido su angustia, por mucho que ella trate de ocultarlo.

Ella le habrá dicho, soltándolo en su estado de shock, el dolor y la ira, y así Jerry lo

sabrá. Él no correrá el riesgo de andar por los alrededores para ver si Mathéo

realmente va a la policía o no; seguramente va a empacar rápido algunas bolsas,

cerrar la casa que ellos estaban de cualquier forma solamente alquilando, y se irá

con Lola, tal vez con el pretexto de que él no quiere a Mathéo en ningún lugar cerca

de ella otra vez. Pero él huirá, de eso Mathéo se siente seguro. Y Lola desaparecerá

con él.

Su pulso se acelera ante la idea, la insoportable idea de nunca ver a Lola otra

vez. Se siente mareado: las brillantes luces de la sala del aeropuerto comienzan a

sangrar por los bordes, girando y difuminándose como una rueda de la fortuna. Él

puede oír su respiración, poco profunda y temblorosa, y así que cierra los ojos, trata

de calmar su corazón desbocado.

—Por Dios, ¿qué te pasa? —La voz de Hugo es demasiado fuerte, demasiado

cruda, magnificada por el salón casi vacío y su propia confusión—. ¿Estás enfermo?

Mathéo se obliga a abrir los ojos, mirar al otro lado a Hugo e Isabel, tendidos

en los asientos de enfrente.

—No. —Pero su voz es un susurro, algo inaudible. Niega con la cabeza en su

lugar.

—Pues entonces, ¿por qué no intentas llamarla? —le pregunta Hugo, en tono

acusatorio—. ¡No necesariamente para pedir disculpas por lo que malditamente

pasó, pero sólo para asegurarse de que está bien!

Mathéo obliga a sus ojos encontrarse con su amigo. Y mueve la cabeza de

nuevo.

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—¡Oh, joder! —suspira Hugo en voz alta en la exasperación—. ¡Esto es una

locura, se suponía que debía ser un día de fiesta impresionante! Voy a tomar un café.

Por el rabillo del ojo, Mathéo ve a Hugo levantarse y salir de la zona de estar.

Luego, momentos más tarde, él es consciente de que Isabel viene a sentarse a su lado.

—¿Mattie? —Ella está mirando sus manos, girando y tirando una contra otra

en un intento de disimular el temblor. Él toma una respiración profunda y deja

escapar el aire lentamente, con los ojos fijos en la alfombra gris de la sala de estar.

—Escucha. Dos miembros del personal confirmaron que ella estaba en ese

último vuelo, así que podemos estar seguros de que está de vuelta en Londres. Tú

sabes lo cercana que es a su padre, así que estoy segura de que lo llamó y él la llevó

a casa. Es probable que no estén respondiendo el teléfono ya que están teniendo una

larga charla y no quieren ser molestados. Estoy segura de que ella sólo necesita un

poco de tiempo para calmarse, y entonces puedes ir y pedir disculpas, arreglar las

cosas o lo que sea. —Una pausa, y él es consciente de las manos de Isabel cubriendo

las suyas, tratando de mantenerlas quietas—. Todo va a estar bien, Mattie. Lola rara

vez pierde su temperamento, pero cuando lo hace, se le pasa muy rápido, y tu sabes

que es muy indulgente. Estoy segura de que todo esto va a olvidarse en un par de

días.

El pensamiento repentino e inesperado de preocupación lo golpea. Traga

saliva, incapaz de mirarla a los ojos, apretando las manos lo más fuerte que pueda.

—¡Jesús, en realidad estás temblando! —Isabel suena verdaderamente

preocupada—. Estoy segura de que ella llego bien a casa.

—L-Lo sé. —Saca las manos de debajo de ella y cruza los brazos sobre el

pecho, abrazándose con fuerza mientras el temblor se propaga a lo largo de sus

músculos y se encuentra apenas perceptiblemente meciéndose hacia adelante y

atrás—. Estoy… estoy un poco preocupado de que no vamos a salir de esto. —Su

voz se rompe en la última palabra y se convierte en una tos, mirando fijamente al

suelo y tratando de no parpadear. Se ahoga en su respiración y la sostiene mientras

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sus ojos empiezan a cristalizar, y de repente se encuentra aterrorizado de echarse a

llorar.

—Eso es ridículo. Es sólo un bache en la carretera. Sé que ustedes dos lo

superarán —dice suavemente Isabel—. Ya han pasado por esto; esta cosa horrenda,

y sé a ciencia cierta que Lola está preocupada por ti. Ella nos seguía preguntando

qué debía hacer para ayudarte, y me ha estado pidiendo prestada mi laptop todos

los días desde que llegamos, mirando cosas sobre la gente que, ya sabes, pasado por

lo mismo que tú, para ver cómo lo superaron y cómo les afectó después. Ella ha

estado estudiando diferentes tipos de orientación, se unido de forma anónima a este

grupo de apoyo en línea e ¡incluso ordenó un montón de libros de Amazon! lo vi todo

en el historial de navegación, así que no le digas que te lo dije. Pero en serio, eres

todo de lo que ella habla en este momento, y sigue diciendo que no puede soportar

ver que te estás lastimando. Ella piensa que de alguna manera es su culpa que sientas

que no puedes confiar en ella de inmediato, y me dijo que se siente tan, tan culpable

por no haber estado contigo ese fin de semana… —Volteando para calibrar su

reacción, ella repentinamente se rompe, su expresión cambia a uno de alarma y

malestar palpable—. ¡Mattie!

Él quiere ir y encerrarse en un cubículo del baño, pero no puede ni siquiera

moverse. En lugar de ello, se encuentra encorvado, con los codos sobre las rodillas,

mirando fijamente al suelo y frotando el lado de la cara en un intento de protegerse

de la vista.

—Maldición, no tengo un pañuelo de papel. . . Mattie, mierda, yo no quería

hacerte sentir peor, quería que supieras lo enamorada que está de ti, y ¡lo mucho que

odia verte sufrir! Joder, ¿voy a buscar a Hugo?

Se las arregla para mover la cabeza y un pequeño sonido le escapa mientras

las ráfagas de aire salen de sus pulmones y aspira de nuevo. Su rostro está ardiendo,

pero las lágrimas son aún más calientes, hirviendo, resbalando sigilosamente por

sus mejillas estando en ellas sólo lo suficiente para después limpiarlas. El toque de

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la mano de Isabel corriendo arriba y abajo entre los omóplatos le hace retroceder y

extrae palabras a la superficie.

—No, no lo hagas… estoy… estoy bien, ¡solo estoy tan cansado! —Se frota las

palmas de sus manos hacia arriba y abajo de sus mejillas, su corazón late con

vergüenza, luchando por contenerse.

—Lo sé —dice torpemente Isabel—. El escándalo se está disipando, y estás

preocupado por Lola, así que es normal estar molesto. ¡Pero conozco a Lola: sé lo

mucho que te ama y lo feliz que la haces y no creo que eso vaya a cambiar!

Él trata de toser para amortiguar un sollozo y se tambalea de pie, señalando

el signo de BAÑOS en el otro extremo de la sala; Isabel dice algo en voz alta mientras

él se dirige ciegamente hacia allá. Pero por suerte el de los hombres está vacío, y

delante de los lavabos alcanza a ver su rostro sonrojado, lleno de lágrimas y golpea

su puño contra un grifo de metal, el dolor punzante en los dedos es suficientemente

fuerte para sacudirlo en conseguir un agarre. Pasa los próximos minutos salpicando

su cara con agua fría y concentrándose en el dolor en la mano hasta que está

exhausto.

Volviendo a la zona de estar, se sitúa junto a la ventana, manteniendo su

distancia. En el reflejo del cristal reconoce la forma borrosa de Hugo, que vuelve con

una bandeja con tazas de papel. Él ve a Isabel que se levanta a su encuentro,

deteniéndolo a pocos metros de distancia y se inclina a hablar con él en voz baja, de

vez en cuando mirando por encima a Mathéo. Y después de un momento de

vacilación los dos se retiran a la fila de asientos alejada, manteniendo claramente

una distancia respetuosa.

Mathéo se concentra en un avión volando a tierra, pensando en las

revelaciones de Isabel sobre Lola en los rincones más lejanos de su mente. Parece

flotar para siempre, inmóvil en el cielo de la noche, y por un momento fugaz, a

Mathéo le parece, que el tiempo está suspendido. Se siente al borde de algo muy

grande, y se da cuenta de que su vida y la de Lola nunca serán igual otra vez. Él ya

no está donde estaba; no sabe donde estará; esta exactamente en ninguna parte.

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Simplemente a la deriva, un átomo que gira en el éter, y aunque la idea le horroriza,

ve ahora, con absoluta claridad, que no es más que la casualidad la que lo ha llevado

hasta aquí. No hay sentido en encontrar el orden aleatorio de las cosas; tratar de

predecir el futuro es inútil, una pérdida de energía. Golpeado con la revelación de

que nunca podrá recuperarse de las consecuencias de lo que ha sucedido, es cada

vez más consciente de perder el control, descendiendo en un abismo de su propia

creación. Es la primera vez que se ha sentido verdaderamente familiarizado con

locura, y mientras se pasea por las cuevas oscuras de su mente, se da cuenta con un

principio que esta demencia, esta locura, es más que capaz de forjar su propia

realidad.

Para el momento en que abordaron el avión al amanecer, Mathéo ha ideado

una manera de mantenerse bajo control, para estar en movimiento. Él fija su mirada

en un solo punto; la puerta de embarque, el asiento de enfrente, la ventana moteada

con lluvia; y congela todo lo demás a su alrededor. Se siente drogado, cuando Hugo

le hace una pregunta, él es incapaz incluso de voltear la cabeza. Pero en voz baja, se

repite a sí mismo: no voy a volverme loco, estoy bien. Voy a salir de esto, estoy bien. Estoy

en el avión de vuelta a casa para encontrar a Lola, vamos a estar bien. Esto está sucediendo

realmente, pero va a estar bien. Te amo, Lola. Te amo tanto. Si sigo diciéndolo, tendrás que

sentirlo. Sé que tú lo puede sentir. Te amo, Lola. Te amo. Te amo. . .

En el taxi a toda velocidad por la autopista M4 de nuevo en el centro de

Londres, se da cuenta de que algunos de los horrores han desaparecido de sus venas.

Es una mañana fresca y brillante, está de vuelta en terreno conocido, y se recuerda a

sí mismo lo que le dijo Lola, lo que le gritó, hace apenas unas horas en la playa. Eso

de que por supuesto ella no sería capaz enfrentarse a su padre. Eso de que por supuesto

ella nunca creería las acusaciones atroces de Mathéo. Y se da cuenta de repente de

que esto es bueno, que esto la mantendrá a salvo: a salvo de ser lanzado lejos por un

Jerry con pánico, a salvo de desaparecer de su vida para siempre. Y Jerry nunca le

haría daño a su propia hija; de eso está seguro, tiene que estar seguro. Mathéo alegará

amnesia, locura, estrés post-traumático, cualquier cosa, cualquier cosa con el fin de

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ser capaz de recuperar las acusaciones. Y, con el tiempo, Lola le perdonará. Ella lo

hará, ella debe, porque sin ella no hay vida, no hay futuro.

Por un momento se permite imaginar que Jerry nunca abusó de él en absoluto.

Que era alguien que se parecía. Todas esas noches sin dormir cuando él deseó, oró

que pudiera haber sido otra persona; nadie más que el padre de su novia. ¿Y si

hubiera sido sólo un extraño? No existe una realidad definitiva, se recuerda a sí

mismo, sólo la percepción del individuo de la misma. Y si en su mente, en su

memoria, sustituye a Jerry con otra persona, entonces todo puede volver a ser como

era antes. Todo tiene que volver a ser como era antes. Tal vez, si él cree lo suficiente.

. . No era él mismo cuando hizo esas acusaciones, no habían sido él mismo por

mucho tiempo. Lola sabía. Así que lo perdonará. Ella le dará otra oportunidad.

Porque lo conoce, lo entiende, lo ama de una manera que nadie más lo ha amado

nunca, o posiblemente nunca lo harán. Toda su vida está envuelta en aquella

amorosa, amable, divertida, brillante chispa de una niña, y él no puede, no dejará

que se vaya.

El taxi se detiene en la acera. Ellos han llegado fuera de la casa de Lola. Se ve

brillante y desconocida en el sol de la mañana, y Mathéo oye a Hugo soltar un

suspiro de alivio.

—Bueno, parece que ha vuelto bien —dice, señalando hacia la ventana

delantera a la brillante mochila roja de Lola arrojada sobre el sofá en el interior—.

¿Quieres que vayamos contigo?

—No. No. —Alivio corriendo por sus venas, Mathéo tropieza fuera del taxi,

sus rodillas débiles, el peso de la mochila casi derribándolo—. Mira, Hugo, siento lo

de las vacaciones. Yo realmente lo hago.

Hugo suspira. —Sí, bueno, simplemente siento por lo que estás pasando,

amigo. Pero volver y decirle a la policía es hacer lo correcto. Buena suerte con Lola,

¿de acuerdo? Llámame cuando las cosas se hayan calmado.

El taxi se aleja, desapareciendo por el camino, y por un momento, Mathéo

sólo está allí, absorbiendo la tranquilidad de la calle, el canto tenue de los pájaros, el

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olor del roble, con sus ramas cargadas de exuberantes y gruesas hojas verdes. La

normalidad de ello. Todo tan tranquilo, tan sosegado. Siente su corazón latir bajando

a su ritmo habitual, su respiración suave y constante de nuevo. Aún si Lola estuvo

pensando en mencionar la discusión a su padre, no habría tenido tiempo. Jerry está

en una sesión: la camioneta con todo su equipo no está en la calzada. Rocky está

ladrando hacia él desde detrás de la valla del jardín, como siempre. No habrían

huido y dejado al perro, ni habrían dejado la ventana de la cocina abierta. . . Gracias

a Dios. Oh, gracias a Dios.

Sabía que debería estar pensando sobre que era exactamente lo que iba a

decir, cómo iba a explicar su anterior locura y recuperar sus locas acusaciones, pero

ahora mismo, lo único que quería era verla, asegurarle que había vuelto en sí.

Hacerle saber que no era más que un bache en su loca mente, pero que él estaba bien

ahora, y que de ninguna manera sospechaba de Jerry. Nunca lo volvería a hacer. La

persona en el bosque se transformó en un extraño, alguien que nunca vio antes. Al

abrir la puerta del jardín y avanzar por el camino lateral, él llama a Rocky, y luego

presiona el dedo en el timbre.

Rocky lloriquea en busca de atención. Mathéo va mas allá de la valla del

jardín levantando su abrigo. No hay respuesta en la puerta, sin movimiento en el

interior, pero eso era de esperar. Lola está, sin duda, todavía furiosa y disgustada.

La llama a través de la ventana de la cocina.

—Lola, soy yo. Lo siento mucho. Todo fue un error. Yo estaba teniendo

pesadillas, mi mente estaba jugándome trucos. ¡Ábreme la puerta y te lo explicaré

todo!

Todavía nada, así que se mete en el jardín para recuperar la llave de repuesto

de debajo de la planta de romero y entra en la casa.

—¡Sólo soy yo! —Llama en las escaleras—. Te pido que me des cinco minutos.

Solo escúchame, Lola, ¿de acuerdo? No estaba bien, fui un poco loco allá. Tal vez fue

por estrés post-traumático o algo así, pero te prometo que ahora estoy bien.

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Rocky lo sigue a través del frío pasillo. Mathéo deja caer su mochila al suelo

y dice otra vez en voz alta—: Lola, sé que estás en tu habitación. Sólo escúchame. Sé

que estás muy enojada, y tienes todo el derecho, pero yo estaba delirando, perdí la

cabeza por un momento. Pero ahora me doy cuenta de eso, y sólo quiero decirte lo

mucho que lo siento por todas las cosas locas que he dicho.

Su voz hace eco en la penumbra de la pequeña casa, y después de esperar

unos segundos más, sube las escaleras. La puerta de su dormitorio está cerrada. Toca

y grita de nuevo. Mueve la manija, esperando encontrarla cerrada con llave, pero

para su sorpresa, esta se abrió. La ropa que llevaba puesta ayer estan tiradas en la

cama, sus sandalias Birkenstock creando un parche de arena en el suelo.

Él se aparta de la habitación vacía con sorpresa. —¿Lola?

Al otro lado del rellano, la puerta del baño estaba bien cerrada. Reacciona al

sonido del agua en las tuberías generales y llama—: ¿Lola?

No hay respuesta. Escucha, en busca del sonido de la ducha, pero no puede

oírlo. De repente, su corazón está latiendo con fuerza de nuevo. —¡Lola, sólo quiero

saber si estás ahí y esperaré! No hay prisa. . .

Nada. Gira la manija. Bloqueada. —Lola, vamos. . .

¿Por qué no estaá respondiendo, aunque sólo sea para decirle que se largue?

Levanta la mano para tocar de nuevo, y siente algo debajo de sus pies. La

alfombra. Una mancha de difusión, moviéndose hacia él. Agua. Agua filtrándose

por debajo de la puerta.

No se da tiempo para pensar. Se mueve hacia atrás lo más que puede, toma

un salto en carrera y lanza todo el peso de su cuerpo contra la puerta del baño. El

pequeño perno en el interior salta de la pared, pero se niega a desprenderse del todo.

Patea la puerta varias veces con toda la fuerza que puede reunir. Golpea contra ella

una y otra vez. Escucha un ruido de astillas, y la puerta finalmente se estrella abierta,

su perno colgando por un sólo tornillo. Mathéo tropieza por el umbral y resbala en

el suelo mojado, justo hacia el lavabo, el borde de esmalte golpeándolo en las

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costillas. Era sólo un goteo, pero el grifo del baño todavía estaba funcionando,

desbordando la bañera, y en esta. . . en esta. . .

—¡Lola!

Sumergida bajo el agua, su cabello alrededor de su cabeza como un oscuro

halo, ella parece estar flotando, con el cuerpo blanco, grandes ojos verdes mirando

directamente a los suyos. Por un segundo nada pasa; ella no parpadea, se sienta o

reacciona. Espera un momento, esperando el golpe en el agua mientras ella resurge,

a que su risa le diera un susto. Pero no hay un atisbo de movimiento de ella. Un

rugido de terror llena la habitación, tan ensordecedoramente, tan bestialmente que

parece provenir de algún otro ser. Sus brazos se hunden en el agua fría, agarrándola

por la parte superior de los brazos y la arrastra fuera de la bañera. Ella está

inusualmente pesada, resbaladiza, flácida. Su cabeza cuelga hacia atrás, y entonces

ella cae encima de él mientras se desliza hacia atrás en el suelo mojado. Por un

momento piensa que ella le está dando un abrazo, con el pelo mojado cubriéndole

la cara; sin embargo es como una muñeca de trapo, su cuerpo pesa como si se

encontrase lleno con agua. Pateando el toallero fuera del camino, Mathéo la coloca

contra las baldosas, golpeándole la cabeza contra el suelo a medida que ella cae hacia

atrás, su rostro blanco, quieto, sin vida. Jadeando por aire entre fuertes gritos en

busca de ayuda, Mathéo se arrodilla sobre ella y comenzó las compresiones en el

pecho. El agua comienza a borbotear de entre sus labios. ¡Sí! Él puede bombearla

fuera de ella. Puede drenar sus pulmones. No podía haber inhalado tanto. Él bombea

y bombea y bombea; escuchando por un latido del corazón, sintiendo por un pulso.

Nada. Lo hace de nuevo. Su rostro esta translúcido, con los labios de un color

morado oscuro, el área alrededor de ellos teñido de azul. Trata de hacer el boca a

boca, pero el oxígeno no entrará, el agua simplemente se escurre por las comisuras

de sus labios. Él la da vuelta, golpeando su espalda buscando vaciar sus pulmones,

pero sólo un poco de líquido sale. La gira una vez más, tratando de bombear con

más fuerza, ahora con miedo, de estar rompiendo sus costillas. Pero eso no importa.

Sólo tiene que conseguir que su corazón funcione, sólo necesita conseguir su

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respiración de nuevo. Le enseñaron cómo reanimar como parte de su entrenamiento,

lo resucitaron a él, sin efectos nocivos. En cualquier momento ella empezará a toser;

eso es lo que sucede, eso es lo que él vio que sucedía, así es como se supone que debe

suceder; pero ¿por qué no está ocurriendo todavía? Bombea y bombea de nuevo,

pero una delgada línea de agua continuaba corriendo por su mejilla y no hay latidos,

ni tos, ni respiración. Nada. Nada. Nada.

Parecen siglos ahora, él sabe esto porque sus brazos están tan débiles que

apenas son capaces de aplicar algún tipo de presión, y el cuerpo de ella está débil,

azul y frío, tan frío. Ella debió haber entrado en shock; necesita ayuda profesional.

Cuando los paramédicos llegan, él no recuerda haberlos llamado, tuvieron

que apartarlo a la fuerza. Entraron con sus instrumentos, de manera apresurada y

ruidosa, todos hacinándose en el pequeño cuarto de baño. Llegaron con muchos

equipos: máquinas, bombas, desfibriladores, ¡gracias a Dios! Ellos reactivaran su

corazón, drenaran el agua de sus pulmones, le darán un poco de oxígeno. Pero poco

a poco el bullicio y el alboroto comienza a descender: puede ver a uno de los

paramédicos de pie allí, inmóvil. Desde algún lugar le llegan las palabras pastillas

para dormir, ahogada y muerta durante horas, arremolinándose todas a su alrededor, y

él empieza a protestar, comienza a gritar—: ¿Por qué han parado? ¿Por qué no está

tosiendo? ¿Por qué está tomándole tanto tiempo? ¿Qué diablos está sucediendo?

Ellos la llevan en una camilla; bueno, está lo suficientemente estable como

para ser trasladada al hospital, debe estar respirando sin ayuda ahora. Él trata

seguirlos para poder sostener su mano en la ambulancia, acariciarle el pelo,

asegurarle que va a estar bien. Pero ellos la cubren con una lámina de plástico blanco,

no sólo su cuerpo sino también su cara. Su cara, la cara de Lola, el hermoso rostro

de Lola, ¡no pude verla! ¿Por qué hacen esto? Ella no será capaz de respirar, no será

capaz de ver, ¡estará aterrorizada! Tiene que llegar a ella, se esfuerza por llegar, pero

está siendo sujetado por alguien tan fuerte que apenas puede moverse.

—Se ha ido, amigo. Hicimos todo lo que pudimos, pero su corazón dejó de

latir hace mucho tiempo. No había nada que se pudiera haber hecho para ayudarla.

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—Uno de los paramédicos está de pie frente a él, con la cara que se avecina grande

como el sol—. ¿Eres un familiar? ¿Hay alguien a quien podamos llamar?

—No está muerta. —Su voz suena dura, fuerte y le duele la cabeza—. Te

equivocas. No está muerta.

—Ella está muerta, hijo. Lo siento mucho. Murió hace unas horas.

Envuelta en plástico blanco, atada contra la camilla, Lola comienza a

desaparecer por la escalera con los otros dos paramédicos maniobrando una curva

cerrada en la parte inferior.

Él trata de ponerse en pie, de correr tras ella, pero aún es sosteniendo contra

la pared, así que comienza a gritar—: ¡Ella no está muerta! ¡No está muerta! ¡Mírala,

por el amor de Dios… ella no está muerta! —Pero ellos lo ignoran, y la camilla que

lleva a Lola, su Lola, tan ingeniosa y divertida, amorosa y llena de vida, desaparece

de su vista.

—Lola, ¡no me hagas esto! —grita—. Lo siento, lo siento mucho, yo no quise

decir eso. ¡Te amo! ¡Vuelve, Lola, vuelve! ¡Lo siento mucho! ¡Vuelve!

Vuelve, vuelve, vuelve. . . Él ha estado diciendo esas palabras por lo que parece

una eternidad, como una especie de mantra, a pesar de que perdió casi por completo

su voz a estas alturas. Alguien le puso una inyección en el brazo, y como resultado,

casi no puede moverse, sentado en el rellano, apoyado contra la puerta del

dormitorio de Lola. Uno de los paramédicos se agacha delante de él y le hace

preguntas; su nombre, edad, sus familiares, un padre o tutor a los que puedan

llamar. Otro sale del baño con guantes blancos de plástico, dice algo acerca de un

pájaro y le tiende un pedazo de papel doblado a su colega. Una grulla de origami

azul pálido. Por un momento, no se puede mover, entonces Mathéo se lanza hacia

delante, logrando arrebatar la figurita de las garras del paramédico. Con manos

torpes, despliega sus alas. Al principio, sus ojos no se enfocan, pero luego poco a

poco, la escritura inclinada de Lola comienza a tomar forma.

Mattie, lo siento mucho. Tenías razón. Él se rompió y me lo dijo. No lo entiendo, ya

no sé lo que siento o lo que soy. Pero sí sé que lo siento mucho, cariño. Lo siento mucho por

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lo que él te hizo. Lo siento mucho por no creerte, por decir todas esas cosas odiosas, que incluso

en ese momento no eran ciertas. Lo siento mucho por todo… por entrar en tu vida y casi

destruirla. Si nosotros no nos hubiésemos conocido, esto nunca te habría sucedido, pero tan

egoísta como esto puede ser, yo todavía no me atrevo a desear eso. Nunca deje de amarte,

Mattie. Nunca lo haré. Tú eres lo mejor que me ha pasado. Eres la persona más dulce, más

amable y más graciosa que he conocido. Tú me hiciste más feliz de lo que jamás merecía ser.

Incluso con todo lo que pasó, todavía estoy contenta de que nací y tuve esta vida porque

significó conocerte, amarte y ser amada por ti. Y ser amada por ti era la mejor sensación del

mundo y no puedo imaginarme la vida sin ello. A pesar de que ya acabó, hizo que todo

mereciera la pena, porque me has dado la alegría más grande que una persona puede

experimentar. Sólo espero que antes de que esto sucediera, yo te hiciera feliz. Todo lo que

quiero ahora es que te mejores, querido. Todo lo que quiero es que lo olvides, y para hacer eso

necesitas olvidarme también. Una vez que me haya ido tú serás libre para seguir adelante con

tu vida. Libre para amar de nuevo, pero esta vez sin ser tan brutalmente herido. Oh, desearía

que yo pudiera lavar lo que pasaste junto a mí, para que al final, estando sin mí, puedas

encontrar una forma de superarlo todo. Esta es la mejor manera, la única que se me ocurre.

No puedo seguir viviendo con su sangre en mi interior, no puedo seguir viviendo con el

conocimiento del sufrimiento que mi amor por ti causó, y no puedo seguir viviendo sabiendo

que nunca podré verte de nuevo. Así que esta es la mejor manera. Un día, espero que

entiendas. No tengo miedo, Mattie, esa es la verdad. Ya no me preocupo por mí, ni siquiera

me conozco a mí misma. Yo sólo me preocupo por ti. Sólo quiero que vivas una vida larga y

feliz, y sin mí, lo harás. Por favor, encuentra la felicidad, mi amor. Por favor, encuentra el

amor de nuevo. Encuentra la vida que te mereces. Vive en abundancia, por lo que habíamos

soñado, por lo que podría haber sido. Vívela por nosotros. Vívela por mí.

Te amo. Lola xxx

Epilogo

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Traducido por Jane

Corregido por Emmie

Parece que el verano ha llegado de nuevo. Otro verano, otro fin de año

académico. Él está sentado en la hierba en el borde del campus universitario, cerca

del agua, junto al río. Entre charlas de la mayoría de los estudiantes pasando el rato

en el césped detrás de él, en parejas o en grupos: chicos con sus brazos colgados

sobre los hombros de sus novias; grupos como amebas haciendo picnic de cajas de

pizza y latas de cerveza, celebrando el final de los exámenes. Es un día

particularmente caliente en junio, y hoy se siente como el primer día adecuado de

verano, el tipo de clima donde puedes quitarte los zapatos y disfrutar de la sensación

de la tierra suave y fresca bajo tus suelas. El sol es de un dorado puro y transparente,

acariciando el campus con la luz y llenándolo con delirio. Sus amigos están en la

distancia, a la sombra de un roble, saben que no lo molestaran cuando vayan a

sentarse aquí.

El próximo año será su último como estudiante. Extrañará la vida

universitaria. St Andrews, arriba en el norte de Escocia, ha sido buena para él. En

total, ha disfrutado estudiando literatura inglesa, ha hecho buenos amigos, con los

cual probablemente estará en contacto, aún cuando este capítulo en su vida llegue a

su fin. Espera muy poco de los que estarán en casa en Londres: Hugo fue a la

universidad en Boston con una beca deportiva; se distanciaron en el tiempo y rara

vez hablan ahora. Perdió contacto con Isabel también, lo último que escuchó de ella

era que hacía trabajo voluntario en África. Ella solía enviarle mensajes de correo

electrónico y una postal de vez en cuando, pero se agotaron cuando él no respondió.

La fecha de libertad condicional de Jerry debería estar cerca, se entregó cuando le

llegaron noticias sobre Lola, pero Mathéo rara vez piensa en él ahora. Hubo un

juicio: Mathéo firmó la declaración de Jerry, pero se negó a declarar, se negó a asistir.

Sus padres se enteraron de la violación, cuando los paramédicos los llamaron,

esa terrible mañana, cuando todavía se encontraba desplomado contra la pared del

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descansillo de los Baumann, agarrando la grulla de papel de Lola. Ambos tomaron

la dura noticia, pero de maneras muy diferentes. Su padre inicialmente reaccionó

con furia, exigiendo ver a Jerry, amenazando con matarlo. Pero cuando se dio cuenta

que no había nada que pudiera hacer, se retiró, enterrándose de nuevo en su trabajo,

como si estuviera tratando de olvidar lo que sucedió. Su madre explicó que se culpó

a sí mismo por empujar a Mathéo a bucear, por no haber sido capaz de protegerlo.

Pero cuando su madre tomó un año libre para cuidar de él durante su enfermedad,

Mathéo se familiarizó con su lado más amable. A pesar de que no suele ir a Londres,

su mamá y Loïc vuelan regularmente de visita, y Mathéo disfruta de su compañía,

disfruta mostrándolos. A Loïc le gusta estar allí, dice que quiere venir a estudiar

arquitectura, y probablemente lo hará.

A Mathéo le gusta esta parte del río, le gusta ver a los cisnes deslizarse con

sus cuellos largos y delgados, la cabeza bien alta. Las grullas de papel de Lola cobran

vida... Le gusta sentarse exactamente en este lugar, lo suficientemente cerca para ver

el baile de lentejuelas de luz en el agua, escuchar el goteo suave de la corriente en

movimiento. Pero hay más. Le recuerda a demasiadas cosas... Él fue una vez un buzo

competitivo, cerca del oro olímpico. No muchos de sus amigos de aquí saben sobre

esa parte de su vida, aunque algunos afirman que han oído hablar de su nombre.

Pero, a pesar de que todavía recibe actualizaciones del equipo de Pérez, no ha estado

de vuelta en el agua, desde el verano, hace tres años. Tres años... el tiempo ha pasado

tan rápido, sin embargo, de alguna manera no sucedió nada. Tomó un año sabático,

pero no para competir en los Juegos Olímpicos, ni siquiera vio a sus viejos

compañeros de equipo en la televisión. Durante un tiempo estuvo bastante mal, tal

vez ocho o nueve meses. Fiebre glandular, algunos médicos afirmaron, otros dijeron

que era síndrome de fatiga crónica. Por supuesto, nadie quería aceptar la verdad:

que estaba confinado en cama por elección. Que él decidió no comer más de lo que

podía. Que durante muchos meses se negó a salir de la casa, en lugar de estar

demasiado débil para hacerlo. Perdió tanto peso que tuvo que pasar casi dos meses

en un hospital especializado. Sus padres pagaron para que fuera tratado por los

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mejores psiquiatras, psicólogos y terapeutas, todos ellos especializados en el abuso.

Pero nadie sugirió la pérdida de seres queridos. Tal vez porque se negó a hablar de

ella, todavía lo hace. Algunas cosas son demasiado dolorosas para ponerlas en

palabras, demasiado personales como para esperar que alguien pueda entender.

Lola ahora existe sólo en su memoria y va a hacer todo lo posible para proteger esa

memoria, sin compartirla con nadie. Muchas veces pensó seriamente en terminar las

cosas, pero la nota de Lola lo detuvo. Todavía lo hace.

Dicen que está mejor ahora. Obtiene buenas calificaciones, busca otros

deportes, se ha convertido en un entusiasta fotógrafo de vida silvestre. Su médico

incluso habla de disminuir los antidepresivos y pastillas para dormir. Él no piensa

en la muerte tanto en estos días. Pero, ¿mejor? Es una palabra extraña. Ni siquiera

está seguro de lo que significa. ¿Cómo se mejora después de perder a alguien como

Lola? Ha aprendido a funcionar de nuevo, sí. Ha aprendido a divertirse de nuevo, a

veces. Ha aprendido a mezclarse con los demás, a hacer nuevos amigos. Y tiene un

nuevo capítulo en su vida esperándolo, planes para lo que debe hacer después de la

universidad, una vez que empiece a mirar adelante. La gente habla de continuar

después de perder a alguien, y eso es lo que ha hecho, está haciendo. Pero nada

elimina el dolor. Se aprende a vivir con este, eso es todo. Encontrarás nuevas

maneras de pasar el día, gente nueva con quien hablar, nuevos amigos en quien

confiar. Pero el dolor siempre está ahí. No pasa un día cuando no anhele ver su

sonrisa, sentir el contacto de su mano, tenerla en sus brazos, aunque sea sólo por un

momento. No pasa un día en que no piense en ella y sienta dolor. El dolor no se irá

jamás, él entiende eso ahora, y no lo haría diferente. Lola siempre será su más grande

amor, y ni un segundo pasará que no anhele estar con ella otra vez, que desee, más

allá de todo, estar a su lado. Sólo tiene que cerrar los ojos para verla, ver su sonrisa,

escuchar su risa, sentir y recordar lo mucho que ella lo amaba. Y se da cuenta de lo

afortunado que fue de conocerla, de haber pasado algún momento con ella. Él no

siempre llora, pero a veces, como hoy, lo hace un poco.

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Y entonces oye voces que llaman su nombre: George y Kirsty, sugieren un

juego de frisbee. Y toma una respiración profunda, se limpia los ojos, levanta un

brazo para indicar que irá y trota hacia atrás, lejos del río para reunirse con sus

amigos.

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Sobre La Autora

Tabitha Victoria Anne Suzuma nació en Londres en

1975. De madre inglesa y padre japonés, es la mayor

de cinco hermanos. Fue a un colegio francés del Reino

Unido, y creció siendo bilingüe. Sin embargo lo

odiaba, se negaba a estudiar y se sentaba al fondo de

la clase para escribir historias, mientras los profesores

pensaban que tomaba apuntes. A los catorce años dejó

el colegio para alivio de sus padres y profesores. Continuó estudiando a distancia, y

finalmente acabó estudiando Literatura francesa en la Universidad King de Londres.

Después de graduarse se preparó como profesora de primaria, y al mismo tiempo

que enseñaba, escribió su primera novela que fue publicada en 2006. Prohibido es su

novela más famosa y vendida. Sitio web oficial: http://www.tabithasuzuma.com/

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Traducido, Corregido y Diseñado

en:

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