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LA CONSTRUCCIÓN DE ESPACIOS SIMBÓLICOS EN EL PAISAJE. Diacronía del paisaje monumental. Lectura y...

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LA CONSTRUCCIÓN DE ESPACIOS SIMBÓLICOS EN EL PAISAJE Diacronía del paisaje monumental Lectura y relectura Tonda Carratalà, Daniel Santiago de Compostela, 2015
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LA CONSTRUCCIÓN DE ESPACIOS SIMBÓLICOS EN EL PAISAJE Diacronía del paisaje monumental

Lectura y relectura

Tonda Carratalà, Daniel

Santiago de Compostela, 2015

SUMARIO

1. ESTUDIO PRELIMINAR 3­10

2. TIERRA DE MUERTOS AL SERVICIO DE LOS VIVOS 11­16

3. CASO DE ESTUDIO; Rianxo­Dodro (Barbanza ­ A Coruña) 17­30

4. CONSIDERACIONES FINALES 31­36

5. BIBLIOGRAFÍA 37­38

1

“Una sociedad no está constituida tan sólo por la masa de individuos que la

componen, por el territorio que ocupan, por las cosas que utilizan, por los actos que realizan, sino, ante todo, por la idea que tiene sobre sí misma”

(Durkheim 1982: 394)

2

1. ESTUDIO PRELIMINAR

La Arqueología del paisaje presenta, desde el origen de su estudio, ciertas

dificultades y limitaciones que se acentúan cuando nuestro examen toma como

objeto de estudio las comunidades prehistóricas y del Hierro del NW peninsular.

La falta de escritura, la escasez de recursos plásticos y materiales

detectables hoy en día y la alta acidez de los suelos galegos son limitaciones a las

que el arqueólogo, el historiador y el antropólogo se enfrentan constantemente.

Lagunas y vacíos que intentamos ocupar con lecturas y relecturas de análogos,

paralelismos socioculturales y simbólico­rituales en otras comunidades pero que,

como bien detectamos en las consideraciones y conclusiones finales, no dejan de

ser aproximaciones, más o menos satisfactorias, pero aproximaciones al fin y al

cabo.

Aún así, el examen del paisaje actual desde una visión más cercana a la

Antropología cultural que a la perspectiva arqueológica stricto sensu nos permite

abordar los vacíos históricos que comentábamos con anterioridad. Ante la falta de

evidencias materiales que nos permitan ordenar los aspectos culturales, sociales,

religiosos y políticos de estas comunidades, el profesional debe agudizar sus

sentidos y ver más allá de lo evidente. Cuando Xosé Ignacio Vilaseco (1999: 513)

habla de “necrópolis invisibles” para abordar el interrogante hegemónico en torno el

mundo funerario castrexo, no alude al absurdo “gente que vivía pero no moría” sino

que, aún existir, son imperceptibles desde la arqueología; que no las identifiquemos

no significa que no existan o existieran y, por tanto, resultaría ilógico pensar que

esas gentes castrexas carecieron de pensamiento cultural, simbólico o ritual.

Nuestra labor, por tanto, consiste en ver “más allá” y mediante el método, análisis y

examen científicos, esclarecer, dar luz y sentido a esas lagunas de conocimiento,

aunque al final nos quedemos en simples aproximaciones teóricas, que, en la

mayoría de casos, ya es mucho.

En cuanto definición del término “paisaje” me acojo a la ofrecida por Ana I.

Filgueiras y Tomás Rodríguez (1994: 214): “debe ser entendido como el fruto de una

particular concepción cultural del espacio, entendiendo por ello que el paisaje no es

el resultado de un proceso, aleatorio y natural, sino que es un constructo de

3

comunidades humanas, la respuesta a necesidades tanto de tipo práctico como

simbólico, derivada esta última de su dimensión imaginaria”.

El presente trabajo plantea una doble cuestión en torno al fenómeno

megalítico en el NW peninsular; qué sabemos de su implicación en el paisaje y, qué

conocemos sobre su relectura. El primer interrogante implica directamente a los

artistas, a los constructores de los megalitos. El segundo a aquéllos que sin ser los

propios artífices, reutilizaron, reinterpretaron el megalito y lo dotaron de una nueva

vida simbólica.

Autores como Filgueiras, Rodríguez (1994) o Martinón­Torres (2001) ya

abordaron la “participación” de los megalitos en el paisaje histórico galego, desde el

Alto Medievo hasta finales del siglo XIX y la totalidad del XX, sirviendo, desdelimes

artificiales entre parroquias hasta moradas tradicionales de mouros y demás seres

encantados, de los que tanto nos habla la mitología y folclore galegos. En términos

estrictos, los megalitos, actualmente incluso, siguen “viviendo”, tan sólo que, a lo

largo de la Historia, han ido recibiendo diferentes lecturas e interpretaciones. Si

diferenciamos entre la “vida útil” y la “vida simbólica” del objeto nos será mucho más

fácil abordar ciertos temas de la Prehistoria, en general, desde nuestra actualidad

presente.

El caso de estudio se centra en la lectura que pudieron recibir por las gentes

castrexas durante el Hierro. Es, evidentemente, un trabajo de aproximación ya que

no tenemos, a parte de escasas evidencias físicas, nada a lo que aferrarnos. La

Arqueología del paisaje ofrece, por su parte, una información aparentemente

invisible pero que está ahí y, nos permite, a través de un método científico­analítico

basado en la prospección, la intervisibilidad, la superficie y el estudio del paisaje,

extraer testimonios referentes que bien nos ayudan a moldear el entramado

socio­cultural de esas sociedades y pueblos de la Antigüedad y la Prehistoria.

Qué relación pudo establecerse pues, entre dos iconos de la arqueología

galega, como son el castro y la mámoa? Existe verdaderamente un diálogo entre

ambos mundos arqueológicos? O por el contrario son hitos diferenciados,

independientes y aislados. Aunque no podamos ofrecer más que aproximaciones,

yo pienso que no. El discurso, la visión, la experiencia concreta de esas gentes

4

producen “una serie de cuencas visuales que se suceden para el observador a lo

largo del espacio que atraviesa” (Villoch 2000: 89).

Estudiando el caso de la Sierra de Barbanza, Victoria E. Villoch (2000: 77­93)

llegó a constatar tres rasgos recurrentes en los “escenarios megalíticos”:

Comprenden una panorámica circular cerrada visualmente, delimitada

por divisorias topográficas.

El borde de esta panorámica está jalonado por accidentes naturales y

por monumentos artificiales (túmulos).

El escenario suele tener un centro u ombligo bien individualizado

desde el que se percibe su totalidad y que se identifica mediante la

presencia de un túmulo, situado en la cima de la forma más elevada o

en el eje de la forma deprimida (valle).

Investigaciones anteriores como las llevadas a cabo por Filgueiras y

Rodríguez (1994) evidenciaron la implicación de los conjuntos tumulares en las “vías

de tránsito” a partir del examen del paisaje en las sierras de Santa Mariña y Édramo

(Fig. 3), limes entre los ayuntamientos de Samos, Sarria y O Incio (Filgueiras y

Rodríguez op. cit.: 216). Por otro lado, la elección de tierras de montes que

posibilitaran la práctica de una agricultura de rozas y el aprovechamiento de pastos

naturales parece, no tan sólo una característica común a todos los túmulos de Santa

Mariña, sino que “es un hecho constatado la mayor parte de las veces tanto en

nuestra zona de estudio como en el NW peninsular” (Filgueiras y Rodríguez op. cit.:

225; Vaquero Lastres 1991/92).

Felipe Criado, Ramón Fábregas y Xacobe Vaquero (1990/91) consideraron

también la relación entre tránsito y localización tumular al estudiar el interior de

Galicia llegando a identificar “las mayores concentraciones tumulares a lo largo de la

dorsal meridiana gallega” (Criado, Fábregas y Vaquero op.cit.: 34). En sentido

Norte­Sur son (Figs. 1, 2a y 2b):

1. Cubeta terciaria de As Pontes.

2. Sierra del Cruceiro da Loba, en el cordal das Medoñas de Galiñeiro.

5

3. Concentración Teixeira­Reborica: define un área de unos 30 km₂en

los que se localiza la agrupación de 70 mámoas. Dentro de éste

aparecen algunas necrópolis que destacan por el elevado número de

túmulos que las constituyen y por la relativa proximidad entre todos

ellos.

4. Concentración de Grixalba (Sobrado).

Observaron que estas concentraciones se sitúan en las únicas vías de

tránsito hacia las tierras llanas de la penillanura interior gallega a través de la dorsal

meridiana. Es más, actualmente estas vías de tránsito son utilizadas por las

carreteras principales de comunicación en sentido este­oeste entre las provincias de

Coruña y Lugo y antes lo fueron por camiños reales (Criado, Fábregas y Vaquero

op.cit.: 34).

6

Figura 1. Delimitación de la zona de interior y señalización de las áreas de acceso mencionadas (Criado, Fábregas y Vaquero 1990/91: 33).

7

Figura 2a. Mapa de la dorsal meridiana con las concentraciones de túmulos. Las cifras indican el número de monumentos en cada grupo, o bien las cotas principales (centenas). Figura 2b. Perfil topográfico de la misma dorsal, señalando las zonas de paso (Criado, Fábregas y Vaquero op.cit.: 35).

8

La preferencia del establecimiento tumular en un lugar u otro vino

dictaminado por patrones concretos y definidos que hoy podemos detectar e

identificar en el paisaje. Factores como la intervisibilidad, el aprovechamiento de

accidentes naturales, la preferencia por una localización específica y estudiada, en

zonas de visibilidad, panorámica y visualmente cerradas, o el aparente “imperativo

de tránsito” , son elementos que, a través de la Arqueología del paisaje, podemos

reconocer, registrar e interpretar. Victoria E. Villoch añadirá “no podemos acceder a

su dimensión estrictamente subjetiva o individual, ni reconstruir de forma exacta

cómo percibían el paisaje los individuos prehistóricos. Pero al menos podemos

reproducir de forma aproximada losescenarios que daban pie a esas percepciones”

(2000: 89) . 1

1 Véase “Arqueología de la percepción” (Criado y Villoch 1998: 63; López 2005: 40).

9

Figura 3. Vías de tránsito de larga y media distancia en las sierras de Santa Mariña y Édramo (Filgueiras y Rodríguez 1994: 220).

10

2. TIERRA DE MUERTOS AL SERVICIO DE LOS VIVOS

En las últimas décadas asistimos a una doble vía interpretativa en torno los

megalitos en la Prehistoria, su carácter y funcionalidad en el marco socio­cultural de

las comunidades del NW peninsular. Por un lado se enfatiza en su aspecto religioso,

acentuando el papel simbólico­funerario que los caracteriza. Por otro, se subraya la

vinculación del megalito a la articulación del paisaje como demarcador y organizador

del espacio (Martinón 2001: 96; Vaquero Lastres 1991/92).

La idea de monumentalidad, el interés por marcar (éste, en su sentido literal)

en el paisaje ciertos hitos cuidadosamente diseñados, que requerían inversión de

tiempo, medios y logística, es patente y, en la medida de lo posible, han llegado a

nuestros días casi vivos, de los cuales podemos extraer una valiosa lectura

arqueológica e histórica.

La corriente historiográfica en torno megalitos de término no es nueva ni 2

mucho menos, ya Manuel Murguía sugirió el valor territorial de los túmulos e,

incluso, se hipotetizó sobre la primordialidad del carácter territorial por encima del

religioso o funerario. No fue hasta las aportaciones de Fleming y Renfrew que el

megalito como marcador en el paisaje adquirió solidez interpretativa. El primero de

éstos llamó a los megalitos “tumbas para los vivos”, porque estructuraban el paisaje

y consolidaban las jerarquías de las sociedades campesinas. Aunque Renfrew, por

el contrario, hablara de sociedades segmentarias, sin redes piramidales de poder,

también defendió el papel articulador y marcador del megalito en el territorio

(Martinón 2001: 96).

Las aportaciones no acaban aquí, a través del artículo de Martinón (2001:

97), éste amplía la lista de interpretaciones en torno el “megalito de término” como la

idea de “lugares de paso o tránsito”, en lugar de hablar de “marcadores territoriales

fijos”, evitando la idea de inmovilidad. Otras aproximaciones ven al megalito como

algo que hubiese funcionado verdaderamente como referente en el paisaje entre

comunidades seminómadas o en proceso de sedentarización (Vaquero Lastres

op.cit.). Una vez sedentarizadas, el megalito iría perdiendo su carácter o función

2 Parafraseando a Jesús Ferro Couselo (Martinón 2001: 96).

11

originales. Otras interpretaciones apuestan porque la función del megalito sería la

de marcar, en el paisaje, accidentes naturales con valor simbólico.

Lo que podemos extraer de todo el cúmulo teórico­interpretativo que gira en

torno al fenómeno tumular galego es la de “marcador territorial”. Ya hablemos de

megalitos vinculados a explotaciones o espacio de pasto, propiedades, caminos o

lugares de tránsito. El megalito, claramente, tuvo un valor territorial.

La monumentalidad, las condiciones de visibilidad y visibilización, son rasgos

que confirman la intención de remarcar su presencia en el paisaje y provocar

artificialmente efectos dramáticos (Criado y Villoch 1998: 63). Una intención

manifiesta que bien nos ofrece un patrón de construcción del espacio social en

época megalítica, una aproximación a los agentes culturales, socio­políticos o

religiosos que pudieron haber motivado la edificación de estas estructuras que, no

por capricho, volvemos a remarcar, suponían una gran inversión humana, en

tiempo, medios y logística; fueron las grandes obras de ingeniería de la época. Por

eso es tan relevante el estudio de la dimensión perceptiva desde una mirada

antropológica del pasado.

La disposición de túmulos y la relación que mantienen parecen indicar una

especie de diálogo visual interno en cada grupo o conjunto tumular. Uno de los

casos más relevantes es el estudiado por Felipe Criado y Victoria E. Villoch (1998,

2000) para la Sierra de Barbanza en la que identificaron “siete espacios o

escenarios” diferenciados pero que mantenían una interconectividad dialéctica.

Ambos autores hablan de “relaciones de simetría y proporción” (Criado y Villoch

1998: 75) que pudieron actuar como patrón de organización del conjunto de

Barbanza. Desde la Arqueología del paisaje abordan la cuestión y destacan, como

constante, la panorámica visual, el uso y ocupación del suelo y el tránsito . “En 3

pluralidad一dirán一constituye un gran paso natural que permite organizar y distribuir

los desplazamientos por la península” (Fig. 4).

La monumentalización de la obra sugiere una “marca” y ésta la intención

profesa de “señalar”. Ya sea en términos territoriales o estrictamente simbólicos, el

megalito “señalaba algo”, “marcaba algo”, imprimiendo en el paisaje un discurso

3 Véase también Filgueiras y Rodríguez 1994; Criado, Fábregas y Vaquero 1990/91; Vaquero Lastres 1991/92.

12

concreto, reconocible e identificable. Es decir, lo opuesto a lo reservado, restringido,

oculto o encriptado.

Figura 4. Relación entre túmulos y geografía del tránsito en el conjunto de la Península de Barbanza (Criado y Villoch 1998: 67).

El megalito pretendía ser visto, se levantaba con esta pretensión. Fuera la que

fuese, así, el examen del paisaje nos lo señala; visibilidad, visibilización,

monumentalidad, tránsito, conectividad, diálogo y movimiento.

13

Superados los postulados que discriminaban entre land­marks y time­marks

(Martinón 2001: 97), creo conveniente casar ambas concepciones en una misma

línea interpretativa. El discurso socio­cultural inserto en la construcción de los

megalitos bien pudo admitir una doble lectura, tanto la simbólico­ritual como la

estrictamente funcional. Tanto Fleming como Tilley (Martinón 2001: 96­97) ya 4

apuntaron ideas donde contemplaban dicha simultaneidad simbólico­funcional en la

edificación del megalito. El primero asumía un papel del megalito como

estructurador del paisaje y consolidador de jerarquías y, el segundo consideraba

que señalaban accidentes naturales con valor simbólico.

“Con la monumentalización de la muerte, a través de la tumulación, se fijan

los muertos a un territorio, un factor más que redunda en la vinculación de la muerte

con un espacio conceptualizado significativamente”

(Filgueiras y Rodríguez 1994: 236)

Las “tumbas para los vivos” de Fleming adquiere con esta última cita sentido

propio y completo, incorporando otro concepto estrechamente vinculado a la

cuestión tumular, la “monumentalización de la muerte”. El énfasis que puse en la

idea de “señalar, marcar algo” no es ni mucho menos arbitrario. El megalito es una

intervención en el paisaje, una violación de su estado natural, una definición

antrópica en el sentido amplio de la expresión. El megalito comoland­mark funciona

como articulador u organizador del paisaje pero, simultáneamente lo está haciendo

también sobre la comunidad que lo levanta. Y no sólo sobre ella, sino también sobre

las demás comunidades que visualizan la estructura, la identifican como “hito ajeno”

pero leen un mensaje muy claro; antes que yo, otros están o estuvieron antes. De

ahí la importancia de las Arqueologías del paisaje y la percepción (Criado y Villoch

1998; Villoch 2000; Filgueiras y Rodríguez 1994). Quizás el enfoque que

deberíamos darle a la problemática del megalito en relación el paisaje y el territorio,

no pase por un análisis particular, un examen tradicional de estructura por

4 En TILLEY, C. (1993): “Art, Architecture, Landscape. Neolithic Sweden” Historia y crítica, 3. pp. 163­178; (1994): A phenomenology of landscape. Places, paths and monuments. Explorations in Anthropology. Berg. Oxford/Providence; (1996): “The power of rocks: topography and monument construction on Bodmin Moor”. World Archaeology, 28 (2). pp. 161­176.

14

estructura, sino que solicite de una lectura del rango de influencia sobre el territorio

de la estructura aislada o el conjunto. No es que resuelva nada en especial, ni sea la

respuesta a todos los interrogantes. Tan sólo plantea una perspectiva más íntegra y

total que estudia el megalito como un producto más del paisaje al que se encuentra

estrechamente vinculado e integrado.

Identificación e identidad son conceptos asociados al estudio de la influencia,

el grado de incidencia del megalito en el paisaje. Como apuntaba Filgueiras y

Rodríguez (1994: 236) la fijación de los muertos a un territorio dotaba de

conceptualización al espacio. Dicho de otra forma, ese mismo territorio ahora ya no

era un “solo espacio”, eran “espacios” definidos y concretos. La perspectiva

dimensional pasaba a ser otra completamente distinta. Ya puede hablarse de “mi”,

“nuestra” o “su” dimensión. El establecimiento del megalito daba materialidad al

nuevo discurso como máxima expresión del mismo.

La conexión con el mundo funerario aún fortalece más el nexo entre la

estructura y la identidad sociales. El ancestro daba legitimidad a la ocupación de un

determinado espacio por una comunidad, a la que, supuestamente, hubiese

pertenecido éste. La manifestación física sería el megalito que, simultáneamente,

cumpliría dos funciones, la de marcador territorial y simbólico. Organizaba, de esta

forma, el mundo de los muertos y los vivos, “tierra de muertos al servicio de los

vivos”. El discurso sería claro y directo: tengo el derecho a ocupar esta tierra porque

mis ancestros lo hicieron antes. Tú, comunidad/ente/individuo extraño, no tienes

derecho sobre este espacio ya que tus ancestros no estuvieron aquí antes y te lo

demuestro con un hito claramente identificable y sobresaliente en el territorio.

Pero nuestra lectura no acaba ahí. Una vez esclarecido el universo simbólico,

al menos con una aproximación, cuanto menos convincente, nos queda dar luz al

universo físico, puramente funcional y一si podemos llamarlo así一económico. Pues

bien, la Arqueología del paisaje nos remite a patrones de localización que se repiten

en los casos estudiados en las sierras de Santa Mariña, Édramo y Barbanza

(Filgueiras y Rodríguez 1994; Criado y Villoch 1998; Villoch 2000). De una forma u

otra debió articular el paisaje prehistórico y, en extensión, el histórico.

La aproximación, cuando de pueblos y sociedades de la Prehistoria y la

Antigüedad se trata, es algo extremadamente complicado. Ya no sólo por la escasez

15

de elementos arqueológicos, lo que denominamos por convención “cultura material”,

sino por la problemática que supone la mirada antropológica pretérita (López 2005:

14). Salir de nuestra perspectiva, de nuestra dimensión subjetiva, “moderna” es, sin

duda, el mayor impedimento en la reconstrucción del pasado.

Hasta qué punto estas interpretaciones no dejan de ser hipótesis, en mayor o

menor medida, contrastadas pero, al fin y al cabo, meras aproximaciones a un

pasado desconocido y, cuanto menos, ajeno a nuestra mirada y perspectiva

históricas.

“El megalitismo, en tanto que manifestación material en el espacio, representa un

elemento de acción social más allá de lo estrictamente funerario, algo que se

percibe tanto a una escala interna como externa del monumento”

(López 2005: 41)

El megalito es una estructura viva y, por lo tanto, contemplo la idea de su

pervivencia simbólica a lo largo del tiempo. Desde su edificación hasta nuestros

días, cada sociedad que ha ocupado ese espacio concreto donde se instala el

megalito, ha interactuado, de alguna forma, en mayor o menor medida, con él. Ya

fuera como articulador del paisaje, como hito simbólico o religioso o, como lugar

mágico y encantado, el megalito ha funcionado como “organismo vivo”, cambiante y

dinámico. Tan sólo que cada sociedad pre o histórica le ha dado su lectura particular

y es ahí donde empieza el mayor de nuestros problemas.

No es hasta el siglo VI, extendiéndose hasta el XVI, que podemos recuperar,

a través de las fuentes escritas一más concretamente colecciones diplomáticas一

como testamentos, cartas de donaciones, compra­venta, contratos forales, contratos

de privilegios, el papel que hubiesen cumplido túmulos megalíticos, castros,

menhires y petroglifos; básicamente como hitos delimitadores, marcadores en el

territorio (Martinón 2001: 98).

16

3. CASO DE ESTUDIO; Rianxo­Dodro (Barbanza ­ A Coruña)

El problema de límites y fronteras y la aplicación de un esquema de

disposición y organización territoriales sigue siendo un tema crucial en arqueología,

a la par que un verdadero quebradero de cabeza y de múltiples supuestos

interpretativos.

Aún así, me acojo a las corrientes metodológicas que aportan las

Arqueologías del paisaje y de la percepción (Criado y Villoch 1998; Villoch 2000;

López 2005; Martinón 2001) como válidas para la aproximación a las sociedades de

la Prehistoria y de la Antigüedad del NW peninsular, sus modelos de ocupación y

organización sobre el territorio configurando paisajes y espacios. 5

Para este trabajo me propuse el examen diacrónico del paisaje monumental

en la Galicia prehistórica y antigua , fijando dos momentos, a mi entender, muy poco 6

abordados en lo que refiere a su consonancia y diálogo.

Castros y megalitos, megalitos y castros son dos hitos icónicos de la

arqueología galega y, aún así, nada, o muy poco, se conoce de su relación en el

territorio.

Ambos elementos coexisteron, parlamentaron estableciendo un diálogo

simultáneo y concreto. Creo que podemos garantizar que el individuo del Hierro,

aunque nos parezca un ser alejado y extraño, identificó estas estructuras

megalíticas en el territorio que ocupaba. La dificultad empieza cuando intentamos

averiguar cuál fue esa relación, cómo participa el megalito en la vida del castrexo,

qué implicación simbólica, estratégica pudo tener entre las gentes del Hierro del NW

peninsular.

No me centraré en los posibles modelos de asentamiento prehistórico en

torno el megalito o cómo éste pudo representar un elemento marcador de

asentamiento para las comunidades prehistóricas. Únicamente apuntaré dos ideas

que me resultan interesantes. Criado, Gianotti y Villoch (2000: 297­298) hablan de

“[...] episodios de agregación social que implican el asentamiento periódico en torno

5 Véase p. 3 en cuanto definición de “paisaje” ofrecida por Filgueiras y Rodríguez 1994: 214. 6 Me refiero a la última mitad de Iº. Milenio a.C. Aunque sea convención, no me parece adecuado ni acertado utilizar el término “Prehistoria Reciente” para hablar de castrexos y “Antigüedad” quede estipulado, como periodo, a partir del contacto romano (últimos dos siglos del Iº. Milenio).

17

a los túmulos, la construcción de los monumentos en unos casos y la realización de

prácticas rituales y acontecimientos festivos en otros y, simultáneamente, el uso y

explotación del entorno [...] Se trata por tanto de auténticas áreas de actividad y

asentamientos domésticos, y no sólo de espacios de actividad ritual y ocasional.

Mientras, Fábregas y Vilaseco (1998: 202) apuntaban para las comunidades del

Calcolítico “a necrópole se situaría fóra dos límites do territorio efectivamente

ocupado pola comunidade [...] Se ben é certo que compartimos a idea de que non

hai unha cohabitación de espacios domésticos e funerarios dentro deste tipo de

xacementos”.

Mi caso de estudio se centra en la Península de Barbanza, más

concretamente entre los concellos de Rianxo y Dodro, en la provincia de A Coruña

(Figs. 5a, 5b y 5c). En una superficie que comprende las 537, 565 ha., destacan el

castro das Cercas (1), castro do Pelotiño (2), castro de Bexo (3) y O castro (4) y, los

conjuntos tumulares de la necrópolis de Os Campiños (5) y los de las necrópolis de

Monte Picoto (6) y Paradegua (7) (Figs. 6 y 7).

Para un mayor ordenamiento en las consideraciones finales he optado por

sectorizar la superficie estudiada en cuatro áreas (A­B­C­D). Ni mucho menos

pretendo estudiarlas de forma aislada e independiente, sería algo inútil. Tan sólo es

un fraccionamiento práctico por/para el orden y claridad en las conclusiones.

No pretendo, ya que no es el objeto de este trabajo, realizar un análisis

exhaustivo de los castros y túmulos que participan en el “caso Rianxo­Dodro”.

Meramente me limitaré, en este estudio, a presentarlos de forma general, sin entrar

en exámenes íntegros del hito, en cuanto su morfología, aspectos formales, etc.

Igual que evitaré entrar en otras “relaciones dialécticas” entre hitos. Es decir, entre

castros­túmulos­petroglifos.

ÁREA A:

Castro das Cercas (1): el castro se sitúa en una posición estratégica desde

donde domina la entrada del río Ulla y la cala de Leiro desde el monte Quintáns a

152 metros de altitud. Presenta fuertes pendientes en las caras norte, sur y este del

monte. Cuenta con doble muralla y foso y presenta forma ovalada con 90 metros de

diámetro en el eje NE, y 60 metros en el NW­SE (Figs. 8 y 9).

18

ÁREA B:

Castro do Pelotiño (2): recinto fortificado con unas medidas de 80 metros

(N­S) y 63 metros (E­W). Se encuentra a 217 metros de altitud, lo que proporciona

al castro una posición estratégica con una amplísima perspectiva sobre el territorio

que lo rodea. Está ubicado en la zona más elevada de una colina que separa el

valle de Asados­Araños de estribaciones y valles que llevan hasta las orillas del río

Ulla. Consta de una muralla perimetral de piedra y cachote (Figs. 10 y 11).

Nº6 Os Campiños (5) (Figs. 12 y 13): mámoa perteneciente al conjunto de

Os Campiños, situado al lado de la Autovía de Barbanza. Es de las mámoas que

presenta una mejor conservación del grupo de Os Campiños. La mámoa cuenta con

un corredor intratumular y, al igual que el resto de mámoas de la zona, no conserva

la cubierta . 7

Necrópolis dos Campiños M6 (Figs. 14 y 15): la reciente limpieza de la

zona por el centro arqueológico de Barbanza permitió observar perfectamente hasta

seis mámoas.

Necrópolis dos Campiños M4 (Figs. 16 y 17): la mámoa 4 dos Campiños

tiene un tamaño similar a la mámoa nº6 y su coraza pétrea se conserva en muy

buen estado. Del corredor parece que no se conserva nada.

ÁREA C (Fig. 18):

Castro de Bexo (3): poblado castrexo de la Edad del Hierro y época romana

situado junto al monte Carboeiro. Es uno de los castros más grandes de la zona

aunque se conserve muy deteriorado y fragmentado debido al expolio sucesivo de

piedras para la construcción de casas en Bexo, Teaio, Burés y Bacariza. Tiene unas

vistas excelentes de la ría de Arousa y el Bajo Ulla.

Necrópolis de Monte Picoto (6) (Figs. 19 y 20):conjunto de diez megalitos,

justo en la divisoria entre los concellos de Dodro y Rianxo (al que pertenecen las

mámoas) y a unos cientos de metros al este, las cuatros mámoas de la necrópolis

de Paradegua, situadas en Bexo (Dodro). Actualmente se encuentran muy

deterioradas.

7 Véase Fábregas y Fuente de la. 1991/92.

19

Necrópolis de Paradegua (7): conjunto de cuatro túmulos megalíticos. En

sus inmediaciones se encontraron un conjunto de microlitos y un pilum romano.

ÁREA D:

O Castro (4) (Fig. 21): recinto fortificado de 73 x 40 metros, con forma oval,

ubicado en un saliente del Monte do Coto, justo en la salida de Catoira de la Autovía

de Barbanza. Se encuentra completamente deteriorado y cubierto de maleza en su

interior. En la zona oeste, aún así, se ha llegado a reconocer un posible foso y una

posible muralla exterior.

Figura 5a. Mapa político de Galicia

20

(B)

(C)

Figura 5c. Detalle Fig. 5b. Rianxo­Dodro (Barbanza ­ A Coruña).

21

Figura 6. Rianxo­Dodro. Fuente: IBERPIX (12/12/2015).

22

Figura 7. Superficie estudiada “caso Rianxo­Dodro”. Fuente: IBERPIX (12/12/2015).

23

Figura 8. Castro das Cercas (X:521156,64; Y: 4723617,04). Escala: 1:4514. Fuente: Información Xeográfica de Galicia (07/12/2015).

Figura 9. Castro das Cercas. Muralla. Fuente: Alex Negreira (http://www.patrimoniogalego.net).

24

Figura 10. Castro do Pelotiño. (X: 518912,05; Y: 4724562). Escala: 1:4514. Fuente: IXG (07/12/2015).

Fuente 11. Castro do Pelotiño. Fuente: http://www.patrimoniogalego.net.

25

Figura 12. Castro do Pelotiño (izq.) y conjunto tumular dos Campiños (dcha.). X: 519671,04; Y: 4724663,52. Escala: 1:4514. Fuente: IXG (07/12/2015).

Figura 13. Mámoa nº6 dos Campiños. Fuente: http://www.patrimoniogalego.net.

26

Figura 14. Necrópolis dos Campiños M6. Fuente: http://www.patrimoniogalego.net.

Figura 15. Necrópolis dos Campiños M6. Fuente: http://www.patrimoniogalego.net.

27

Figura 16. Necrópolis dos Campiños M4. Fuente: http://www.patrimoniogalego.net.

Figura 17. Necrópolis dos Campiños M4. Fuente: http://www.patrimoniogalego.net.

28

Figura 18. Área C “caso Rianxo­Dodro”. Necrópolis de Monte Picoto (izq.), castro de Bexo (sup.) y necrópolis de Paradegua (dcha.). X: 521355,64; Y: 4727111,42. Escala: 1:4514. Fuente: IXG (07/12/2015).

Figura 19. Mámoa de Monte Picoto. Fuente: http://www.patrimoniogalego.net.

29

Figura 20. Mámoa de Monte Picoto. Fuente: http://www.patrimoniogalego.net.

Figura 21. O Castro. X: 521682,15; Y: 4725344,63. Escala: 1:4514. Fuente: IXG (07/12/2015).

30

4. CONSIDERACIONES FINALES

Tras un examen del territorio, se pueden distinguir hasta dos paisajes

(Filgueiras y Rodríguez 1994: 214) diferenciados, que bien podemos identificar en

base una metodología de la Arqueología del paisaje y una revisión contrastada con

los estudios anteriores en la zona interior de Galicia (Criado, Fábregas y Vaquero

1990/91) y las sierras de Santa Mariña, Édramo (Filgueiras y Rodríguez op. cit.) y

Barbanza (Villoch 2000).

La situación de los castros desde las elevaciones más destacables del

territorio, dan desde éstos, una dimensión visual total de las zonas más llanas. El

contacto visual entre castros es absoluto desde pautas de visibilidad y visibilización

(Fig. 22).

Las necrópolis dos Campiños, Monte Picoto y Paradegua son fácilmente

apreciables en el espacio desde cualquiera de los castros estudiados, creando así

una sensación de interconectividad y reciprocidad dialéctica.

El paisaje parece disponerse en base lo que podría llamarse una

“panorámica circular cerrada” (Villoch 2000; Criado y Villoch 1998) en la cual todos

los castros parecen compartir una misma lectura del territorio, identificando unos

hitos (túmulos) que reconocen e integran en el paisaje.

Las cotas más elevadas son reservadas a los castros, mientras que en zonas

más bajas, inmediatas a las zonas más llanas, se establecen los conjuntos de

megalitos (Fábregas y Fuente de la. 1991/92).

En cuanto la relación entre túmulos y vías de tránsito (Filgueiras y Rodríguez

op.cit.; Criado, Fábregas y Vaquero op.cit.; Vaquero Lastres 1991/92), la ordenación

en el espacio parece indicar una estrecha vinculación. Tanto las necrópolis dos

Campiños como las de Monte Picoto y Paradegua están ubicadas en las zonas de

principal acceso a los valles occidentales de Barbanza, como el valle de

Asados­Araños. Los “pasos tumulares” de las áreas B y C funcionan como vías

naturales de acceso al sector occidental desde el río Ulla.

Los castros do Pelotiño y Bexo representan puntos privilegiados de dominio y

control sobre los accesos naturales a los valles occidentales (Figs. 23a, 23b y 24).

31

Por otro lado, parece intuirse, a partir del examen de distancias entre hitos,

un planteamiento concreto en la ejecución de las estructuras. Es decir, visibilidad y

visibilización son factores a tener en cuenta, tanto en base al territorio que se

pretende controlar como en base a otras comunidades que ostentan también ese

dominio, pero también se ha de tener en cuenta la distancia como un aspecto más

en la Arqueología del paisaje.

Ninguna de las distancias ofrecidas son excesivas (Fig. 25). La distancia más

larga entre castro das Cercas y castro de Bexo supera en poco los 4 km, lo que nos

lleva a hablar de distancias de hora y media/dos horas (ida y vuelta). También llama

la atención la proximidad entre esos castros “privilegiados” (do Pelotiño y Bexo) y

los conjuntos tumulares. En ambos casos presentan distancias de entre 600 y 700

metros. El control es absoluto.

En el centro del espacio, justo entre los concellos de Rianxo y Dodro, parece

crearse una terra de ninguén (y, por tanto “de todos”). Marco V. García Quintela

(2006: 214) utilizaba este concepto para hablar de espacios sagrados en la

Prehistoria Reciente del NW peninsular, pero, la idea, en su conjunto, de la creación

de espacios neutrales, sin ocupación, funcionando tras una ideología invisible

compartida entre comunidades, casa perfectamente con el “caso Rianxo­Dodro” . 8

Los conjuntos tumulares bien podrían haber desempeñado un papel territorial

como articulador u organizador del espacio, creando así un paisaje concreto desde

la lectura y realidad de las gentes castrexas del Hierro, en la zona de los actuales

concellos de Rianxo y Dodro, pero, evidentemente, extensible a toda la Península

de Barbanza y Galicia.

Es extremadamente difícil, por no decir imposible, especificar la funcionalidad

y la interpretación exactas que esas gentes castrexas pudieron darle al megalito.

Todo parece indicar que sí representaron “barreras invisibles” en el territorio y que el

valor de éstos se asocia al aspecto limitador y marcador (land­mark), aunque no

deberíamos descartar, aunque tan sólo sea especulativo, otros aspectos como el

simbólico, ritual y religioso o, incluso, el propiamente funerario como reutilización del

espacio.

8 Veáse también “relaciones de simetría y proporción” en Criado y Villoch 1998: 75.

32

Nuestras herramientas son escasas y partimos, incluso antes de empezar,

con más limitaciones y problemáticas que elementos a los que aferrarse y estudiar,

en claves arqueológicas estrictas . 9

¿Dónde empieza y acaba “lo natural”? Cómo podemos identificar cuándo el

hombre decide insertar un mensaje en algo que, a nuestros ojos del siglo XXI, es

poco más que un conjunto de piedras amontonadas ? Son algunos más de los 10

interrogantes que nos planteamos intentado escapar de nuestra mirada histórica

actual, por otro lado, viciada de vicios.

9Cabe destacar el estudio de la mámoa 6 de Os Campiños por Ramón Fábregas y Andrés de la Fuente (1991/92) como uno de los pocos, por no decir el único examen arqueológico en la zona. Sobresalen los hallazgos de líticos y cerámicas. Las dataciones de carbones dieron una estimación cronológica para finales del III.º milenio (Fábregas y Fuente de la. op.cit.: 130­131). 10 Véase “Arquitectura ambigua” en García Quintela y Seoane 2013: 48.

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Figura 22. Panorámica circular cerrada “caso Rianxo­Dodro”. Fuente: Google Earth.

34

(A)

(B)

Figura 23a. Panorámica desde castro do Pelotiño (2). Visualización (N) de necrópolis de Monte Picoto (6), Paradegua (7) y castro de Bexo (3) y, al este (E) conjunto tumular de Os Campiños (5). Dominio sobre la vía natural de acceso a los valles occidentales de Barbanza. Fuente: Google Earth. Figura 23b. Visualización (E) de O Castro, Os Campiños (5) y castro das Cercas (1).

35

Figura 24. Panorámica desde castro do Pelotiño (S). Dominio, visibilidad y control de la vía norte de acceso natural a los valles occidentales de Barbanza. Fuente: Google Earth.

Figura 25. Distancias (en metros) entre los hitos estudiados para el “caso Rianxo­Dodro”. Véase leyenda en Fig 6. Medición de longitudes a partir de IBERPIX (12/12/2015).

36

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