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La maledicencia venenosa frente al sabio silencio: teorías y prácticas del bien y el mar hablar en...

Date post: 28-Jan-2023
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La maledicencia venenosa frente al sabio silencio: teorías y prácticas del bien y del mal hablar en los Siglos de Oro José Manuel Pedrosa Universidad de Alcalá Cuando escribí mi libro Los cuentos populares en los Siglos de Oro 1 , me pareció obtener de él dos conclusiones esenciales acerca de la literatura, pero también acerca del imaginario cultural en general en la España del Renacimiento y del Barroco, que me gustaría reiterar aquí. En primer lu- gar, que la cultura y la mentalidad de la época se caracterizaron por el de- sarrollo progresivo de un modelo de representaciones ficticias cada vez más distante de la maravilla de raíz medieval y más cercano a la lógica de la razón y a los imperativos del realismo. Baste mencionar La Celestina, la no- vela picaresca o el Quijote, y enfrentarlos a la literatura que se hacía an- tes de ellos, para que se entienda bien la gran distancia que hubo entre las actitudes hacia lo fabuloso que dominaron antes —desde la creduli- dad— y después —desde el escepticismo— de 1499. El otro rasgo de épo- ca que me pareció muy relevante fue el de la preocupación por el bien hablar, por la moderación en el decir, por la elocuencia ponderada, dia- logante, precisa y concisa, aunque no por ello carente de ironía ni aleja- da del humor ni de la burla, siempre y cuando se mantuviesen estas úl- timas cualidades dentro de unos códigos pactados y encorsetados en el marco de unos «géneros» (cómicos) perfectamente definidos y regulados, 1 Pedrosa, 2004.
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La maledicencia venenosa frenteal sabio silencio: teorías y prácticas

del bien y del mal hablaren los Siglos de Oro

José Manuel PedrosaUniversidad de Alcalá

Cuando escribí mi libro Los cuentos populares en los Siglos de Oro1, mepareció obtener de él dos conclusiones esenciales acerca de la literatura,pero también acerca del imaginario cultural en general en la España delRenacimiento y del Barroco, que me gustaría reiterar aquí. En primer lu-gar, que la cultura y la mentalidad de la época se caracterizaron por el de-sarrollo progresivo de un modelo de representaciones ficticias cada vez másdistante de la maravilla de raíz medieval y más cercano a la lógica de larazón y a los imperativos del realismo. Baste mencionar La Celestina, la no-vela picaresca o el Quijote, y enfrentarlos a la literatura que se hacía an-tes de ellos, para que se entienda bien la gran distancia que hubo entrelas actitudes hacia lo fabuloso que dominaron antes —desde la creduli-dad— y después —desde el escepticismo— de 1499. El otro rasgo de épo-ca que me pareció muy relevante fue el de la preocupación por el bienhablar, por la moderación en el decir, por la elocuencia ponderada, dia-logante, precisa y concisa, aunque no por ello carente de ironía ni aleja-da del humor ni de la burla, siempre y cuando se mantuviesen estas úl-timas cualidades dentro de unos códigos pactados y encorsetados en elmarco de unos «géneros» (cómicos) perfectamente definidos y regulados,

1 Pedrosa, 2004.

sometidos a unas «reglas de juego» claras, explícitas y alejadas de la do-blez y de la hipocresía, que obligaban a que el verbalmente agredido es-tuviera presente o pudiera defenderse verbalmente del agresor.

Los consejos que impartía el influyentísimo Erasmo de Rotterdamofrecieron la clave de aquella norma del bien decir que fue uno de losmandamientos que rigieron la producción literaria y la actividad cul-tural —además de las maneras y de los modos de relación tenidos porprestigiosos e ideales— de la época: «No me meto en los secretos delprójimo, y si por casualidad llego a conocerlos, no los divulgo jamás.Nunca hablo de los ausentes, pero si hablo de ellos, lo hago en térmi-nos amistosos y corteses. La mayor parte de las rencillas de los hombresnacen de la destemplanza de la lengua. No fomento ni despierto ene-mistades ajenas, pero, si tengo oportunidad, o las ahogo o las amanso»2.

Erasmo se revelaba, en esta convencida defensa del estilo comedi-do en el hablar, como un adelantado de una especie de no violencia ver-bal que él vinculaba y proyectaba hacia lo cultural y lo social, porquela consideraba indispensable para la consecución de la armonía dentrode la comunidad. Pero la ingenuidad, la casi irreal beatitud que pare-cen destilar estos pensamientos no se corresponde de forma plena conla realidad, al menos con la realidad de la obra de Erasmo. El gran hu-manista flamenco no rechazó el discurso polémico —que cultivó has-ta con agresividad en el Elogio de la locura, y también en sus Coloquios—ni la ironía y el humor —portadores siempre, por más inocuos que sean,de una cierta dosis de violencia verbal—, que defendió, con todo tipo decondiciones y de reglas, en obras como el Convivium fabulosum. A loque él se oponía frontalmente era a la murmuración a escondidas, a lacalumnia contra los ausentes, a la indiscreción sesgada y mentirosa so-bre la vida de los demás, vicios que sí consideraba ofensivos y dañinospara la honra de las personas y para el equilibrio de la comunidad. Di-cho de otro modo: Erasmo defendía la polémica verbal a cara —o a plu-ma— descubierta, con luz, con firma y con reglas de juego bien defi-nidas, frente al despreciable ataque verbal anónimo, cobarde, indiscri-minado, contra una víctima ausente, no consciente o indefensa.

Su actitud coincide, muy a grandes rasgos —aunque ninguno alcanzóla profundidad filosófica ni moral de sus planteamientos—, con la de

2 Erasmo de Rotterdam, El Coloquio de los ancianos, Coloquios, pp. 163-181, con-cretamente en p. 167.

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muchos espíritus de su época y de la posterior, que fomentaron —a tra-vés sobre todo del revitalizado y bien significativo género del diálogo—el cultivo de la polémica verbal cara a cara, entre sujetos y personajesbien identificados y sometidos a unas reglas de juego explícitas y pú-blicas, que hacían que el intercambio de agudezas y de burlas que lle-gó incluso a convertirse en moda cortesana —y que a veces derivaba entorneos verbalmente muy agresivos—, se mantuviese por lo general den-tro de unos cauces de pactado respeto y no traspasase nunca las fron-teras del agudo e inofensivo juego de ingenio.

El De sermone (1509) de Pontano (todo un extenso tratado sobre larisa) y Il Cortegiano (1528) de Castiglione (que tradujo Boscán al es-pañol en 1534), y luego algunas de las obras que fueron en su estela (ElScholástico y El Crotalón atribuidos a Villalón, los Coloquios de Palati-no y Pinciano de Arce de Otálora, El cortesano de Luis de Milán, el Ga-lateo español de Lucas Gracián Dantisco, la obra entera de Gracián) pue-den considerarse como las avanzadillas teóricas, como los manuales deestilo de un modo de hablar y de escribir que aspiraba a regular, en losalbores de la España moderna, la medida en que lo serio, lo «verdade-ro» y lo respetuoso hacia el otro debían alternarse con lo risible, lo «gra-cioso» y lo polémico —desbancando de paso a lo maravilloso, lo «men-tiroso», lo irracional— para configurar un nuevo discurso cultural y unasnuevas modalidades de ficción. Por activa —en la literatura cortesana,por ejemplo— o por pasiva, pues hasta en la producción erótica, en lapicaresca o en la de germanía —que a primera vista debieran ser los gé-neros más libres y desenvueltos— reconocemos voces y tonos perfec-tamente normalizados, milimétricamente codificados, enormemente cons-cientes de su condición literaria, como muestran la asombrosísima ar-quitectura narrativa de La lozana andaluza, la escrupulosa concienciadel Lázaro de Tormes empeñado en componer su relato autobiográfi-co, o el sofisticado virtuosismo lingüístico de los rufianes germanescos,capaces de pasar en cuestión de pocas líneas —cuando sus fraudes y en-gaños así lo requerían— del tono cerradamente barriobajero al regis-tro más ceremoniosamente cortesano.

El cómo se decía algo, ante quién y en qué circunstancias, llegó a sertan importante en los siglos XVI y XVII como el qué se decía, y la te-oría pero también la práctica cultural de la época lo confirman una yotra vez. Recordemos, por ejemplo, los arrebatos de ira de Don Qui-jote frente a la destemplada e inoportuna incontinencia verbal de San-

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cho. O los disparatados excesos verbales de los locuaces graciosos delteatro, tan perfectamente diferenciados del habla —por lo general— con-tinente y medida de sus patrones. O las voces y amenazas desaforadasque proferían los ruidosos enemigos —moros que gritaban en algara-bía, gigantes de voz estruendosa— de los paladines, tan contenidos, delas ficciones caballerescas.

Dos conceptos sumamente importantes, esenciales, críticos, que seasociaban a la continencia y a la incontinencia verbal —respectivamente—eran los de verdad y mentira. Vinculados a cada uno de ellos había otrosdos igualmente importantes: armonía y violencia. En los códigos ide-ológicos y de comportamiento de la época, al hablar poco pero con cor-dura, economizando las palabras pero no la sinceridad, en voz clara einteligible y no murmurando a escondidas ni gritando inmoderadamente,se le identificó con el acercamiento a la verdad y con el distanciamientode la mentira, con la consecución del bien común y la evitación de ladesunión que provocan la maledicencia y la calumnia. La relación decada persona con su entorno y la armonía dentro del grupo se consi-deraban estrechamente vinculados al equilibrio en el discurso, a la mo-deración en el habla, al respeto a las normas del decoro verbal que equi-valían, a fin de cuentas, al respeto integral a los demás. Si calibramosla importancia de los conceptos que forman parte de esta correlación—continencia e incontinencia, verdad y mentira, paz y violencia—, yel valor moral, cultural y hasta político que se les atribuía, podremoshacernos una idea de la importancia que las teorías sobre el buen y elmal hablar alcanzaron en la época.

Ésa es la razón de que abunden en la literatura y en la cultura de losSiglos de Oro las imprecaciones contra las malas lenguas, contra los mur-muradores y los calumniadores, contra los maledicentes y los embau-cadores, contra los malsines y los noveleros, contra los maledicentes y loschismosos. Y ésa es la causa también de que, entre las múltiples posi-bilidades de acercamiento que nos ofrece la cuestión crucial del bien ydel mal hablar, que lo impregnaba casi todo en aquella época, haya ele-gido tratar justamente esa cuestión —la de la imprecación contra losmaledicentes— e incluso, en un nivel mucho más preciso y concreto,la de la equiparación de las malas lenguas con un veneno, con una es-pada, con un cuchillo, con una lanza, con algún objeto agresor capazde provocar daños y heridas irreparables no sólo en la víctima inadvertida,sino en la sociedad entera. Como en seguida podremos comprobar, es-

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tas metáforas (el veneno, la espada, el cuchillo, la lanza) tan radicalesy violentas se ajustan perfectamente a los temores que había expresadoErasmo acerca de la violencia social asociada al mal hablar («la mayorparte de las rencillas de los hombres nacen de la destemplanza de la len-gua»), y fueron tan generales y tuvieron tanto arraigo, que brotaron conla misma fuerza en el folclore y en la escritura, en la cultura del puebloy en la de las élites, en la literatura picaresca o en la devota.

Las limitaciones de espacio nos obligan a dejar de lado muchos otrosacercamientos posibles: el de la contraposición entre las hablas ciuda-danas y las rurales, el de la rivalidad entre la lengua del centro castella-no y las de las regiones periféricas encarnadas por sayagueses, gallegoso vizcaínos, el de la burla de determinados gremios y oficios —comolos escribanos, los barberos o los sacristanes— a los que se atribuían gra-ves defectos de expresión, o el de las imprecaciones contra los sastres—a los que se acusaba de mentirosos compulsivos—, etc. Ni siquierala restrictiva acotación de nuestro tema, muy centrada en el tópico de lamala lengua como potencia venenosa o hiriente, podrá impedir que senos escapen muchas fuentes, que tengamos que pasar por alto muchosdocumentos seguramente relevantes, que hayamos de pasar casi de pun-tillas sobre obras ya muy bien conocidas y estudiadas, como el Quijo-te —auténtica enciclopedia de las actitudes sobre el buen y mal hablarde la época—, como La verdad sospechosa de Ruiz de Alarcón —lapieza dramática que de forma más centrada y radical denunció los pe-ligros de la malediciencia y la murmuración—, o como la obra enterade Gracián —que es, en buena medida, una reflexión obsesiva sobre la ver-dad y la mentira, y sobre las cualidades y peligros que se asocian a cadaactitud en el hablar—.

Quiero empezar, en cualquier caso, indicando que las polémicas so-bre el bien y el mal hablar y las invectivas contra la murmuración y lamaledicencia en los Siglos de Oro han generado ya una abundante peroirregular bibliografía, de la que intenté dar cuenta en mi libro ya cita-do. Ello me exime de dar más precisiones al respecto —que ocuparíanademás un espacio precioso—, aunque no quiero dejar de citar algu-nos trabajos de aparición reciente que ofrecen informaciones relevan-tes sobre la cuestión, y que contienen o remiten además a otras referenciasbibliográficas. El primero es un muy erudito ensayo de Fernando Bou-za sobre el modo y las actitudes del bien y del mal hablar —y del bieny mal escribir—, con referencias abundantes a la murmuración oral y

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a la panfletaria, en los Siglos de Oro3. Otro es un estupendo artículode Giulia Poggi acerca de los excesos de la locuacidad y los peligros dedeslizamiento de la voz inmoderada hacia la mentira en la misma épo-ca4. El tercero es un libro monumental de Benedetta Craveri que, aun-que se centra en la cultura francesa de los siglos XVII y XVIII, resultaindispensable para comprender la importancia que la voz, sus usos y susnormas socialmente pactadas tuvieron en la génesis de la cultura euro-pea moderna5.

Y, dicho todo esto, podemos ya pasar al manifiesto sobre los peli-gros de la murmuración que informa la violentísima imprecación Al vul-go que abre el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán:

No es nuevo para mí, aunque lo sea para ti, oh enemigo vulgo, losmuchos malos amigos que tienes, lo poco que vales y sabes, cuán mor-daz, envidioso y avariento eres; qué presto en disfamar, qué tardo enhonrar, qué cierto a los daños, qué incierto en los bienes, qué fácil demoverte, qué difícil en corregirte. ¿Cuál fortaleza de diamante no rom-pen tus agudos dientes? ¿Cuál virtud lo es de tu lengua? ¿Cuál piedad am-paran tus obras? ¿Cuáles defetos cubre tu capa? ¿Cuál atriaca miran tusojos, que como basilisco no emponzoñes? ¿Cuál flor tan cordial entró portus oídos, que en el enjambre de tu corazón dejases de convertir en vene-no? ¿Qué santidad no calumnias? ¿Qué inocencia no persigues? ¿Quésencillez no condenas? ¿Qué justicia no confundes? ¿Qué verdad no pro-fanas? ¿En cuál verde prado entraste, que dejases de manchar con tuslujurias?

[…] Las mortales navajadas de tus colmillos y heridas de tus manos sa-narán las del discreto, en cuyo abrigo seré, dichosamente, de tus adversastempestades amparado6.

Las hiperbólicas invectivas contra el vulgo deslenguado que despliegaMateo Alemán cuando le atribuye «agudos dientes», o cuando habla deveneno emponzoñado o de «las mortales navajadas de tus colmillos yheridas de tus manos» tienen continuidad en algún otro pasaje de la obra,

3 Bouza, 2003, pp. 21-65.4 Poggi, 2004, pp. 1149-1155.5 Craveri, 2001.6 Alemán, Guzmán de Alfarache, I, pp. 108-109.

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que, además, introduce otro tópico muy manido: el de la potencia destructora—capaz en este caso de quebrar el ojo— de la lengua de la mujer:

¡Ved lo que destruye una mala lengua de mala mujer que, sin salvar-se a sí, disfamó la casa de sus amos y descompuso la nuestra! Nadie lesfíe su secreto, ni a su consorte misma, si fuere posible, porque con pocoenojo, por vengarse, os quiebran el ojo y con pequeña causa os hacencausa7.

Cabe señalar, aunque sea en forma de breve excurso, que la cuestiónde la maledicencia y de la indiscreción femenina generó intensas polé-micas en los Siglos de Oro. Extraordinariamente interesantes son, a eserespecto, algunos versos del Diálogo de mujeres de Cristóbal de Cas tillejo:

[…] Y con bozes entonadasy palabras muy osadasdefiende su malefiçioy pecados.Entre los más sossegadossienbra y ençiende quistiones;conçiertos y condiçionesno los tiene en dos cornados,ni verdades.Burla de las amistadesy haze de ellas barato,no metiendo en el contratosino sus comodidades,y florea,juega y mofa y lisongeay murmura gravemente,malsinando al ynoçenteaunque offendida no sea;es parleray no menos novelerade cosas nunca sabidas,

7 Alemán, Guzmán de Alfarache, II, p. 141.

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y relata las oydascontino de otra manera,añadiendo,acreçentando y poniendode su casa la mytady de qualquier vanidadmuy gran historia haziendo8.

Pero la tradicional invectiva contra la maledicencia de las mujeresencontró también muchas reacciones contrarias, como muestran estasairadas líneas de Antonio de Torquemada:

Yo por casta la tengo a ella y a todas las mugeres, si las lenguas ma-las y testimonieras de los hombres dexasen de morderlas con testimoniosfalsos y levantados, como si las tubiésemos por mortales enemigas9.

No fue el Guzmán de Alfarache la única novela picaresca que desdeel mismo prólogo exhibe una convencida actitud imprecatoria contralas malas lenguas del vulgo. También Juan de Luna inauguraba su Se-gunda Parte del Lazarillo con el tópico de la herida y del despedazamiento:

La he dedicado y dedico a Vuestra Excelencia, cuya autoridad y po-der amparará esta pobre obra (que lo es siendo de Lázaro), e impedi-rá no sea despedazada y maltratada de las mordaces y murmuradoras len-guas, que con su rabia infernal procuran herir y manchar las más since-ras y sencillas voluntades10.

8 Castillejo, Diálogo de mujeres, pp. 176-177.9 Torquemada, Coloquios satíricos, p. 485. Sobre la supuesta condición murmu-

radora e indiscreta de las mujeres, y sobre las opiniones contrarias que levantó, es im-prescindible leer el libro de Craveri, 2001, que demuestra, a partir de una apabullan-te documentación histórica, que en la Francia de los siglos XVI y XVII fueron preci-samente las mujeres las que construyeron una especie de cultura del diálogo que ejer-ció enorme influencia social y política y que se colocó en el mismo centro de la gé-nesis de las ideas ilustradas.

10 Anónimo y Juan de Luna, Segunda Parte del Lazarillo, pp. 261-368, y concre-tamente en p. 264.

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Otras voces prologales fueron algo más discretas, como advertimosen el Prólogo al lector del Guitón Onofre de Gregorio González, que sóloreclamaba, en tono más bien tópico y convencional —como si se tra-tase de un cliché ya ineludible—, una protección genérica frente a losriesgos de la murmuración:

Ya que me he metido en este labirinto y que no puedo escapar deljuicio del vulgo, quiero humillarme a la opinión de los discretos, queno entran en su rústico concejo, y suplicalles que, pues no hay otra cul-pa en mí sino haberle comenzado, me defiendan de malas lenguas y, siacaso hallaren en él alguna cosa que pueda ser de fruto, la estimen comosalida a caso11.

Merece la pena recordar aquí que, sin salir de la novela picaresca del XVIy del XVII, llegó a ser casi un cliché la expresión —muchas veces iróni-ca— de temor y recelo ante la potencia destructora de las malas lenguasanónimas. Recuérdese cómo cuenta Lázaro de Tormes el modo en quesu madre, «por evitar peligro y quitarse de malas lenguas, se fue a servir alos que al presente vivían en el mesón de la Solana»12. O la forma en queel mismo pícaro se sintió perseguido por la murmuración hasta el finalde sus andanzas: «Mas malas lenguas, que nunca faltaron ni faltarán, nonos dejan vivir, diciendo no sé qué y sí sé qué de que veen a mi mujer irlea hacer la cama y guisalle de comer. Y mejor les ayude Dios que ellos di-cen la verdad. Porque, allende de no ser ella mujer que se pague destasburlas, mi señor me ha prometido lo que pienso cumplirá. Que él me ha-bló un día muy largo delante della y me dijo: —Lázaro de Tormes, quienha de mirar a dichos de malas lenguas nunca medrará»13.

En el mismo Guzmán de Alfarache se insiste muchas más veces enel temor a las malas lenguas: «Quise quitarme de malas lenguas, que yame levantaban lo que, si fuera verdad, quizá no me perdiera»14; «¡Diosencamine sus cosas en su santo servicio y las libre de pecado mortal, defalso testimonio, de poder de traidores y de malas lenguas15!». Otro tan-

11 González, El Guitón Onofre, pp. 341-391, y concretamente en p. 346.12 Anónimo, Lazarillo de Tormes, pp. 20-21.13 Anónimo, Lazarillo de Tormes, p. 132.14 Alemán, Guzmán de Alfarache, II, p. 431.15 Alemán, Guzmán de Alfarache, I, p. 386.

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to se aprecia en El Buscón de Quevedo: «Padeció grandes trabajos reciéncasada, y aun después, porque malas lenguas daban en decir que mi padremetía el dos de bastos para sacar el as de oro»16. O en Alonso, mozo de mu-chos amos, de Jerónimo de Alcalá Yáñez: «determiné de dar cantonada ami señor y quitarme de malas lenguas»17. O en el Estebanillo González: «porquitarse de ruidos y malas lenguas se hizo morcón de un saúco»18; «y yen-do a ver a mi dama, para mudar de vestido, me dijo el mercadante adon-de lo había dejado que a pocos días de mi partida se había ella echado almundo, por quitarse de malas lenguas, y que todos mis vestidos los habíavendido o empeñado, sin haber dejado cosa ninguna en su casa»19.

No sólo en la picaresca asomaron este tipo de expresiones casi retóricas.En el Quijote apócrifo de Avellaneda, por ejemplo, se relata cómo «dosmoços de aquellos de los representantes la hizieron merced de llevallaconsigo, con no poco gusto della, por no dar que dezir a malas lenguas»20.El que el Vocabulario de refranes de Gonzalo Correas acogiese este tipode expresiones en batiburrillo promiscuo con el resto de sus refranes yproverbios tradicionales termina de probar que estamos ante un clichéde obvia vida folclórica, de expresión natural y cotidiana en la lenguano sólo de los literatos, sino del pueblo de su época:

Kitarse de malas lenguas. Kitóse de malas lenguas. Kitéme de malas lenguas.Kuando uno se resolvió i hizo algo; komo: «Kitarse de bozes».

Kitarse de rehiertas. Kitémonos de rehiertas. Para kitarnos de rehiertas.Por: kitar okasión de porfías, baraxas i riñas.

Kitarse de ruido. Kitóse de ruido. Kitéme de ruido.Lo ke: «de vozes», i «malas lenguas»21.

16 Quevedo, El Buscón, p. 81.17 Alcalá Yáñez, Alonso, mozo de muchos amos, p. 888.18 Anónimo, La vida y hechos de Estebanillo González, I, p. 68.19 Anónimo, La vida y hechos de Estebanillo González, II, p. 363.20 Fernández de Avellaneda, Don Quijote de la Mancha, III, p. 64.21 Correas, Vocabulario de refranes y frases proverbiales, p. 707. Abundan en la mis-

ma obra muchas más referencias y execraciones contra las malas lenguas y su podermaléfico. Véanse, por ejemplo, «A las malas lenguas, tixeras. Para kortallas» (p. 10);«A malas lenguas, tixeras» (p. 26); «La mala sierra no korta madera. Por la mala len-gua parece dicho»; y «La mala fama mata» (p. 200), etc.

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Podríamos aducir muchos más testimonios áureos de perífrasis deltipo de quitarse de malas lenguas como sinónimo de evitar discordias yviolencias si no fuese porque, con los que ya hemos traído a colación,podemos alcanzar dos primeras conclusiones de suma importancia paranosotros: en primer lugar, que las malas lenguas incansables se identi-ficaban siempre con el vulgo, es decir, con la masa innominada e in-determinada, con los maledicentes anónimos que, en vez de dar la cara,se ocultan traidoramente en la penumbra de la murmuración; y que eltópico, por más que nos lo hayan transmitido los literatos —notarios,al fin y al cabo, de la lengua de su tiempo— debía estar plenamente arrai-gado en los usos lingüísticos orales, en el folclore, en la mentalidad po-pular de la época.

Si volvemos a centrarnos en el tópico de las malas lenguas ofensivas,venenosas, hirientes, nos cercioraremos de lo mismo: de su identifica-ción con el vulgo anónimo y de su naturaleza folclórica. Las cancionestradicionales de la época abundaron en invectivas contra las malas len-guas «de la gente» sin nombre, dotadas de la fuerza asesina de la espa-da y de la protección traidora del secreto:

Espadas amoladas,lenguas malas.

¡Corten, espadas afiladas,lenguas malas!

Mañana de San Franciscolevantado me an un dicho:que hablé con la niña virgo.Lenguas malas.

¡Corten, espadas afiladas,lenguas malas!

Diçen que el sol quema las hierbas,yo digo que las malas lenguas,que cortan más que navaxas nuebas.

Todos temen a la muerte,y yo a los dichos de la gente,porque lastiman para siempre.

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No ay amistad, por firme que sea,que malas lenguas no le den quiebra,hasta que la fortuna quiera22.

En el anónimo entremés de El degollado también se habla de malaslenguas anónimas capaces de aniquilar sin ninguna contemplación alprójimo:

Músicos: ¿Quién degüella más aprisa?Alcalde: Las malas lenguas, hermanos.Mujer: Y ¿quién más?Alcalde: Los majaderos;

mas con cuchillo de palo.Paula: ¿Y qué degüellan las hembras?Alcalde: Las bolsas de los cristianos,

siendo un «deme» el filo agudoy una tienda el cadahalsomás temeroso23.

Tres chistecillos de extracción seguramente folclórica que anotó y re-escribió Juan Rufo diluyeron también la personalidad de los maledicentes—a los que se atribuye la potencia destructiva del venenoso solimán yde los perros rabiosos y los lobos carniceros— en la masa innominada:

Murmurábase de un gran murmurador de que lo era, y diciendo unode la conversación que se dejase aquella materia para no incurrir en elvicio que se acusaba en el otro cuitado, respondió: «Los hombres de malalengua son perros rabiosos, y los que murmuran dellos son saludadores».

Había en un lugar grande dos hombres deslenguados, y por dife-rente camino, porque el uno mordía lisonjeando, y diciendo donaires;pero el otro descalzamente se restaba y decía mal de todo el género hu-mano; y así decía del otro que era un bellaco desvergonzado y de mala

22 Frenk, 2003, núms. 486, 487A, 488, 489 y 490. Véanse además los núms. 478-485B.

23 Anónimo, Entremés del degollado [Migajas del ingenio], p. 104.

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lengua. Respondió: «Ése que decís (aunque de almendras amargas), con-fitero es; pero vos labráis solimán».

Dos hombres muy maldicientes estaban murmurando de una per-sona tan mala como sus lenguas y conocida de todo el mundo por tal.Pues como otro les dijese que no se tratase a nadie mal en ausencia, dijo:«Dejad estos lobos cebarse en esa bestia muerta; pues mientras lo hacen,estará seguro el ganado»24.

En La lozana andaluza, Francisco Delicado enmarca una revelado-ra reflexión sobre las malas lenguas en un ambiente prostibulario, y haceconfesar a su protagonista, la atrevidísima y desenvuelta Lozana, unade las pocas cosas del mundo que eran capaces de imponerle respeto ymiedo: «no oso por no venir en vuestras lenguas»:

ESCUDERO: ¿Qué buscáis, señora Lozana? ¿Hay en que pueda elhombre servir a vuestra merced? Mirá por los vuestros, y servíos d’ellos.

LOZANA: Señor, no busco a vos, ni os he menester, que tenéis malalengua vos y todos los d’esa casa, que parece que os preciáis en decir mal decuantas pasan. Pensá que sois tenidos por maldicientes, que ya no se osa pa-sar por esta calle por vuestras malsinerías, que a todas queréis pasar por lamaldita, reprochando cuanto llevan encima, y todos vosotros no sois paraservir a una, sino a usanza de putería, el dinero en la una mano, y enla otra el tú m’entiendes, y ojalá fuese ansí. Cada uno de vosotros pien-sa tener un duque en el cuerpo, y por eso no hay puta que os quieraservir ni oír. Pensá cuánta fatiga paso con ellas cuando quiero hacer queos sirvan, que mil veces soy estada por dar con la carga en tierra, y nooso por no venir en vuestras lenguas.

ESCUDIERO: Señora Lozana, ¿tan cruel sois? ¿Por dos o tres quedicen mal, nos metéis a todos vuestros servidores? Catad que la juventudno puede pasar sin vos, porque la pobreza la acompaña, y es menesterayuda de vecinos.

LOZANA: No digan mal, si quieren coño de balde25.

24 Rufo, Las seiscientas apotegmas, núms. 140, 264 y 451.25 Delicado, La Lozana Andaluza, pp. 335-336.

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Francisco Santos, en Día y noche de Madrid, vuelve a utilizar el tó-pico de los daños incurables de las malas lenguas, y defiende el silen-cio y la templanza en el hablar como adornos indispensables del espí-ritu discreto:

Vivo quieto y gustoso, oigo y callo; y así gozo del mundo, y creopor cosa muy cierta que un tropezón que da el hombre, aunque salgaherido de él, tiene cura, y la medicina y el tiempo le sana; pero el tro-pezón de la lengua no le sana ni el tiempo ni la medi cina.

Fuese sin hablar más palabra y Onofre quedó espantado de ver unhombre tan miserable y tan cuerdo.

—En mi vida —dijo Juanillo— le he oído hablar otro tanto, y leconozco hartos tiempos ha.

—Si habla siempre como ahora —respondió Onofre—, lástima esque calle, que, aunque el silencio es sueño del entendimiento, se ha de usarde él con buen medio, que el hombre se diferencia del animal en la ra-zón, que sin ella no fuera más de un bruto, y a este hombre le adornay enriquece mucho el buen lenguaje.

—Así es —replicó Juanillo—, pues la cosa más fea que hay en elviviente es buen cuerpo, gala y disposición, si con ello tiene mala len-gua habladora26.

También Fray Antonio de Guevara, en el lenguaje dúctil y locuaz desus Epístolas familiares, a mitad de camino entre el retruécano erudito yla fluidez del sermón oral, condenó las malas lenguas y su potencia fatal:

Prosigue el autor la materia y prueba con exemplos los provechos quehace la buena lengua.

Pues hemos dicho y largamente probado en cómo la lengua fué cau-sa a muchos de morir, raçón es que probemos agora en cómo tambiénla misma lengua fué ocasión a muchos de vivir, pues dice nuestro the-ma que la muerte y la vida están en manos de la lengua. En un cuer-po humano la cosa más necesaria es el coraçón, la cosa más sutil es lasangre, la cosa más hermosa son los ojos, la cosa más pesada es la car-ne, la cosa más delicada son las orejas, la cosa más inquieta es el pul-

26 Santos, Día y noche de Madrid, pp. 148-149.

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món, la cosa más enferma es el baço y la cosa más peligrosa es la lengua.No inmérito decimos que la lengua es más peligrosa que otra cosa, puesel coraçón solamente piensa, la voluntad consiente, los ojos miran, lasorejas oyen, los pies negocian, las manos hieren, mas la lengua mata,porque el cuchillo no hiere más de en las carnes, mas la mala lengua pe-netra las entrañas. No es más nuestra lengua que es una pared blanca, enla cual el cuerdo pinta imágenes devotas, y el que es loco pinta en ella millocuras. Y quiero por lo dicho decir que si sabemos usar bien de la lenguaes gran parte para salvarnos, y si nos aprovechamos mal de ella es bastan-te para dañarnos, porque no es otra cosa todo lo que decimos sino un pre-gón de lo que dentro pensamos27.

Hasta aquí hemos podido comprobar cómo en la lengua y en la li-teratura de los siglos XVI y XVII fue tradicional atribuir al vulgo anó-nimo la condición de maledicente, de chismoso a escondidas, de cobardemurmurador; y cómo uno de los modos más comunes de cristalizaciónde esas invectivas se basó en la comparación con venenos, con espadas,con cuchillos, con lanzas, con mordiscos y con otros objetos y accio-nes agresivos e hirientes.

Lo indisputable del arraigo general —incluso folclórico— del tópicono impide, en cualquier caso, que tal y como vamos a comprobar a con-tinuación, las mismas ideas, similares metáforas, parecidas imprecaciones,tuvieran una vida paralela, muchas veces confluyente y mezclada en elcauce general de la cultura áurea, en otro tipo de obras literarias de es-tructura y de estilo bien diferentes: religiosas, filosóficas, morales.

El que, por encima de todas ellas, y como en seguida vamos a podercomprobar, gravite una fuente fundamental, la Biblia, explica que tantoen la lengua de los intelectuales como en la del pueblo —impregnadaslas dos, aunque por cauces y mediaciones diferentes, de las enseñanzas delLibro— se advierta tal comunidad de motivos y de metáforas. Si a esose le añade que los propios pasajes bíblicos nacían de un antiquísimo ypluricultural sustrato folclórico que los siglos no han logrado que decai-ga, podremos concluir que el motivo de las malas lenguas agresoras va másallá de textos, de fuentes, de documentos concretos, y que ha de ser vis-to como un fenómeno mixto y general, a caballo entre lo popular y lo eru-

27 Guevara, Epístolas familiares, II, p. 132.

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dito, entre la voz y la escritura, entre la sabiduría común y las reelabora-ciones de autor. Recordemos el inicio del bíblico Salmo 119:

Hacia Yavé, cuando estaba angustiado, claméy él me respondió.¡Oh, Yavé, salva mi almade los labios mentirosos,de la pérfida lengua!¿Qué te va a dar, qué te va a añadir,

oh lengua pérfida?Flechas afiladas de guerreroy brasas de retama […]

Leamos también lo que dice el Eclesiastés 28:13-26:

Maldito el murmurador y el de lengua doble, / porque perdió a mu-chos que vivían en paz.

La lengua del calumniador ha sacudido a muchos / y los ha llevadode nación en nación; / ha destruido ciudades fuertes / y derriba las na-ciones de los grandes.

La lengua calumniadora ha hecho repudiar esposas ejemplares, / ylas privó del fruto de sus trabajos.

El que le da oídos no encontrará reposo / ni morará en paz.El latigazo produce cardenales, / pero el golpe de la lengua quebranta

los huesos.Muchos caen por la espada, / pero muchos más por la lengua.Feliz quien está al abrigo de ella, / que no fue víctima de su ira, / que

no soportó su yugo y no se vio preso en sus cadenas.Porque su yugo es yugo de hierro,/y sus cadenas son cadenas de bronce.Muerte espantosa es su muerte, / y preferible es el averno.Jamás alcanza a los piadosos, / y en su llama no se queman.Los que abandonan al Señor caerán en ella, / y los abrasará sin ex-

tinguirse. / Es enviada contra ellos como un león, / y como pantera losdescuartizará.

Cuida de cercar tu propiedad con espinos, / y guarda bajo sello tuplata y tu oro.

Haz para tus palabras balanza y peso, / y para tu boca puerta y cerrojo.Cuida no te deslices por ella, / y no caigas ante quien te acecha.

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Muchos más pasajes bíblicos —del ciclo de Salomón o de la vida deCristo, sobre todo— podríamos aducir, si tuviéramos espacio, como ejem-plos de imprecaciones contra las malas lenguas y como modelos direc-tos o indirectos de las comparaciones y de las metáforas que hemos es-tado analizando y que vamos a continuar analizando aquí. A ellos po-dríamos añadir, sin duda, algún que otro modelo grecolatino. Pero máseficaz que todo eso será ver cómo diversas obras doctrinales de los Si-glos de Oro remitieron a tales modelos. Veamos el modo en que lo hizoAgustín de Rojas Villandrando en El viaje entretenido, que, una vez más,reproduce el tópico de la lengua venenosa, exalta el silencio y mencio-na a Salomón y a Jenofonte:

Ram.– Ahora vení acá, Solano: decidme qué es cosa y cosa que noes juez y juzga, no es letrado y arma pleitos, no es verdugo y afrenta,no es sastre y corta de vestir, y es todo esto y no es nada desto, y si nadano hace, goza del cielo y si todo lo hace, le lleva el diablo.

Sol.– ¿Qué es, en efeto?Ram.– La mala lengua: porque sin ser juez, juzga las vidas aje-

nas; sin ser letrado, arma pleitos con todos sus vecinos; sin ser in-quisidor, quema aquél y al otro; y sin ser verdugo, afrenta a todos,llamando bellacos a unos y cornudos a otros; y sin ser sastre, cortade vestir a todo un lugar; y ya se vee que es todo esto y que no es nadadesto, y que si no lo hace gana el cielo, y si todo lo hace se le llevael diablo.

Ríos.– No es malo este enigma para una loa.Ram.– No sabéis lo que me espanta que haya remedios y defensi-

vos para el rejalgar, de triaca y unicornio, y que el veneno del maldicientesea sin remedio y mate sin que se le halle defensivo.

Rojas.– Dice Salomón que el callado tiene la lengua en el corazóny el maldiciente el corazón en la lengua.

Sol.– El que a semejantes descubriese su secreto, paréceme que en esahora se vendía por su esclavo.

Ram.– El hombre callado, que es lo mismo que decir discreto, por mu-chos casos de fortuna siempre está en pie; pero el hablador, que es decir ne-cio, en el menor que tropiece da de ojos.

Rojas.– Jenofonte el Filósofo decía que tenía lástima al hablador en-cumbrado y envidia al callado abatido.

LA MALEDICENCIA VENENOSA FRENTE AL SABIO SILENCIO… 499

Ríos.– Nigidio, Sanocracio, Ovidio y otros escribieron muchos li-bros del remedio de saber querer pero no de saber callar28.

Enfrentadas a las imprecaciones contra las malas lenguas, las virtu-des del silencio fueron exaltadas muchas más veces en la literatura delos Siglos de Oro. Muy reveladores son los comentarios que aplicó Sebastián de Horozco, en su Libro de los proverbios glosados, a los prover-bios «Hablar muchas vezes pesó, / aver callado nunca» y «Oveja que bala,bocado que pierde»29, en los que no tenemos espacio para detenernosahora. O las siguientes palabras de Fray Héctor Pinto que defienden laaltura moral del silencio e imprecan contra la potencia sanguinaria, da-ñosa e irreversible de las malas lenguas —comparadas una vez más conlanzas y con hierros cuyas heridas nunca se cierran—, al tiempo que alu-den a las tradicionales fuentes bíblicas y a sus secuelas patrísticas:

La boca ha de ser cerrada con la aldaba de la prudencia, de tal ma-nera que primero toquen las palabras en la razón que en la lengua y nosalgan sin licencia del juicio que ha de guardar la puerta de la boca. Estoes lo que decía el profeta en un salmo: pon, Señor, guarda a mi boca y puer-ta de circunstancia a mis labios. Leed la divina escritura, tomad en lasmanos los libros de los santos doctores y veréis claramente cuán gran-de cuenta debemos tener con las palabras, como son descubridoras delos corazones, porque como dice el antiguo proverbio: por el canto seconoce el ave.

San Ambrosio en el su primero de los Oficios dice que sabio es elque sabe callar y que nos es necesario aprender a callar. Y, a la verdad, él ladice, porque el silencio no daña a ninguno y el mucho hablar hace mal amuchos. No hay espadas en el mundo que más sangre saquen ni que másgente maten que las malas lenguas. La lengua es de hechura de hierro delanza, mas mucho más peligrosa y dañosa, porque la lanza hiere el cuer-po y la lengua el alma. La lanza pone en riesgo la vida y la lengua destruyela honra. La herida de la lanza fácilmente se cura, mas la rotura de la fama

28 Rojas Villandrando, El viaje entretenido, II, pp. 35-36.29 Horozco, El libro de los proverbios glosados (1570-1580), pp. 190-191 y 427-

428. Sobre determinados aspectos del silencio relacionados sobre todo con la lecturaprivada, es imprescindible el libro de Frenk, 1997.

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tarde o nunca se suelda. Mucha cuenta se debe tener con la lengua. Bocaque siempre habla es bolsa sin cerradura y puerta sin cerrojo30.

Malon de Chaide saca a colación también muchos símiles bíblicos(la historia de Jonás, el Salmo 119), y compara la mala lengua con elgusano que roe, con la llama que abrasa, con lanzadas, con saetas agu-das y con carbones encendidos:

Unas bocas peores que las del infierno, porque aquélla mala es, pero tra-ga solos los malos, mas las de éstos tragan malos y buenos; por más santoque seáis, no os escaparéis de sus lenguas. Qué contento estaba el santoprofeta Jonás con la hiedra que le tenía hecho un toldo o choza paradefenderle del calor, o según otros dicen, era una mata de calabazas quese enredó y lo cubría y hacía sombra con sus anchas hojas; y, en me-dio de su contento, no faltó un gusanillo que royó la mata, y dejólo alsol que le quemaba. No os ha de faltar una mala lengua que os abrasela honra y fama.

[…] Por la sentencia de este salmo se entenderá el mal que hace unamala lengua, que, como si a David le dijeran: «Por cierto, pues no sonlanzadas ésas, que no son sino palabras, y siendo así, no hay porque mos-trar tanto sentimiento, porque, ¿qué os puede dar ni quitar una malalengua?»: responde en el cuarto verso: «¿Cómo decís que qué me pue-de hacer de mal? ¡Bueno es eso! ¿Y hay por ventura saeta tan aguda, des-pedida con tanta fuerza de algún robusto brazo del más valiente parto; haypor dicha carbón de enebro encendido, que es el que con mayor estrago yfuerza quema, que tanto daño haga como una lengua venenosa? Porquea media legua estaré seguro de la flecha y del fuego, por mucho que sea; perode una mala boca no lo estaré en el cielo al lado de Dios, ni en el infier-no entre su fuego, ni en las entrañas de la ballena sepultado en el abismocon Jonás; ni, al fin, habrá rincón tan escondido, ni círculo boreal tan he-lado ni zona tan abrasada, ni montañas tan cerradas y sin paso, a dondeuna mala lengua no llegue y no halle puerta para entrar»31.

El mismo tipo de comparaciones, basadas en obvios modelos bíbli-cos, utilizó Fray Alonso de Cabrera en De las consideraciones sobre to-dos los evangelios de la Cuaresma:

30 Pinto, Imagen de la vida cristiana, pp. 429-430.31 Malón de Chaide, La conversión de la Magdalena, I, pp. 162 y 165-166.

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Bonus est. Saquen de aquí un gran consuelo los siervos de Dios cuan-do se viesen mordidos de las lenguas venenosas de los murmuradores; su-fran y llévenlo en paciencia; porque si dicen dellos, de Dios dijeron. Ysi del cordero sin mancilla hubo contrarios pareceres en el pueblo, ¿porqué habéis vos de querer que todos os canonicen y sientan bien de vosy de vuestras cosas? […] En cierta manera parece que es más cruel la malalengua que el infierno. Porque el infierno solamente atormenta á los ma-los, pero la mala lengua no perdona á malos ni buenos. Más digo. Lamala lengua es más perjudicial que la mala mano; porque la mano hie-re al cuerpo, pero la mala lengua lastima el alma y quita la honra. La manosólo ofende al que está presente, pero la lengua más crudamente hiere á losausentes. Por eso la compara el Profeta á las saetas y carbones desconsoladores:las saetas tiran y matan de lejos, los carbones tiznan de cerca. A todos al-canza la mala lengua, ninguno se le escapa. Los lacayos y pajecillos queestán esperando á sus señores en los zaguanes de las casas, como no tie-nen en que entender, toman su carbón y ensucian las paredes blancas(papel de necios). Tales son algunos hombres perdidos, que no tenien-do en que entender ni algún honesto ejercicio en qué entretenerse, conel carbón de su mala lengua tiznan la fama de los hombres virtuosos yde las mujeres honradas, que ninguno hay bueno de su boca. Labia nos-tra a nobis sunt (Salmo 11). Nuestra es la boda, parlar tenemos y dé don-de diere. Estos miren que, como los otros tiznando la pared con el car-bón, también se tiznan sus propias manos. Así el maldiciente no pue-de ennegrecer la fama del prójimo sin contaminar y aun ensuciar en supropia alma. Y los que así se viesen tiznados y ofendidos, pongan los ojosen este inocentísimo corderero [sic], consuélese con él en sus afrentas,y á imitación suya, tengan paciencia en las persecuciones, para que élles dé en esta vida su gracia y en la otra su gloria32.

Y lo mismo hizo Francisco de Osuna en su Tercer abecedario espiritual,que contiene todo un extenso y revelador capítulo Contra los murmura-dores en el que las citas bíblicas justificaban una vez más las muy tópicasimprecaciones contra las malas lenguas. Especialmente interesante es surepulsa a la maledicencia contra el que está sordo, perfecta metáfora dela víctima inadvertida e indefensa frente a la murmuración anónima:

32 Cabrera, De las consideraciones sobre todos los evangelios de la Cuaresma, en Ser-mones, p. 330.

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En la boca que desea gustar a Dios y bebe cada día su sangre en elaltar parece muy mal que también se trague la sangre ajena, mayormentecomo mande nuestro Señor que no digamos mal al sordo [Lev 19,14],porque ningún bien, sino mucho daño, se sigue cuando el prójimo, por es-tar ausente, no oye lo que de él se dice; ca si lo oyese, no osarías tú hablarpor celoso que fueses. El temor del hombre podría enfrenar tu boca, aun-que el de Dios no la puede concertar.

No sea, pues, hermano, tu celo como el de los fariseos, que po níantoda su santidad en murmurar de los pecadores; y por esto los llamóaquel beatísimo San Juan Bautista [Mt 3,7] generaciones de víboras, queaun a San Pablo mordieron en la mano, que es henchir de veneno aun laobra de cualquier santo varón a vueltas de los pecadores. Ninguno delos otros vicios debe tanto temer el varón espiritual como aqueste de lamurmuración, por que los otros no lo acometen tan continuamente comoéste, que a los más perfectos se atreve mejor; ca escrito es [Eclo 28,21]que la plaga de la lengua, que es la murmuración, muele los huesos, queson los varones fuertes en la virtud y escondidos en lo interior de Cris-to, que es la divina contemplación.

La conclusión de aqueste punto está en dos cosas que te convienehacer para que, no ofendiendo en la lengua, seas perfecto varón: la pri-mera, que no hieras en secreto a tu prójimo murmurando de él en su au-sencia, ca de otra manera serás maldito de Dios [Dt 27,24], sino que,a ejemplo del santo Job [Job 6,30], no se halle en tu lengua maldad aje-na ninguna; basta que pronuncies las tuyas para que seas absuelto deellas, y no las ajenas, para que, si estabas suelto, te ligues con lazos ajenos33.

Según vamos apreciando, las fuentes bíblicas contra la maledicien-cia fueron tan abundantes como recurridas. También lo fueron las pa-trísticas, que parafrasearon y ampliaron obsesivamente las bíblicas. Jai-me Montañés, en su Espejo de bien vivir y para ayudar a bien morir, re-mite a San Jerónimo:

Mucho mal y peligro recibe el que consiente y se huelga de oír de-cir mal. Y es de creer cierto que, si faltase persona, la cual no tuviesevoluntad de oír murmurar y de decir mal de sus prójimos, faltaría y no

33 Osuna, Contra los murmuradores, en Tercer abecedario espiritual, pp. 574-578,concretamente en pp. 577-578.

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se hallaría quien murmurase, conforme a lo que dice San Hierónimo:«Ninguno habla ni cuenta de buena gana y voluntad al que oye de muymala gana». La persona de mala lengua, que siempre murmura de unos yotros, ésta tal es para revolver y mezclar mucho mal entre la gente; y el re-ligioso y monja a todo su convento.

[…] Porque con un amor y celo falso que a veces tienen, no sola-mente murmuran y dicen mal de cosa que será casi nonada o defectomuy flaco de algunos, empero hay algunos destos murmuradores tanmal inclinados y perversos, que aun profetizan a bulto, a tuerto y al tra-vés, como dicen, todos los males y defectos que de allí se pueden se-guir, de los cuales nos guarde Dios, y piensan que con decir mal y juz-gar lo que no deben, lo han de remediar, y así ponen mayor confusióny discordia entre muchos. A estos tales se ha de hacer el sordo, no oyen-do ni creyendo lo que dicen, aunque den a entender que son profe cíasque les ha revelado la experiencia.

El mismo Montañés dedicó todo un capítulo de su Espejo de bienvivir a mostrar De cómo hemos de ser mudos en la lengua corporal paradar lugar a la lengua espiritual del ánima. Una nueva e intensa apolo-gía del silencio que vuelve a justificarse con fuentes bíblicas:

Muy grande necesidad tiene cualquier persona que quiere enmendarsu vida refrenar primero su lengua, porque nunca se ayuntaron bien enuna persona tener mala lengua y buena consciencia. Dice Salomón: «Lamuerte y la vida están en manos de la lengua». En parte ninguna del cuer-po podíamos tener en más peligro la muerte y la vida que en la boca y lalengua. Solas las buenas y santas palabras son tesoro de la persona buena.

No es menor ciencia saber hablar que saber callar, y aun el saber callares cosa más segura y sin peligro y ciencia más ligera de aprender. Hay algu-nas personas tan avezadas de hablar y tan acostumbradas a decir y oír malque, cuando no oyen decir mal ni le hablan, les es grandísimo trabajo.

[…] ¡Oh trabajo mal empleado y mártir del diablo! Estos tales aundicen que se les seca la boca de callar y que se les pega la lengua al pa-ladar, no pudiendo hacer más en ello. Ejercicio diabólico y aun dificultosode curar. La lengua destos tales es muy presta en el mentir y muy bre-ve en el encubrir34.

34 Montañés, Espejo de bien vivir y para ayudar a bien morir, pp. 190-202.

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Muchas más citas podríamos seguir trayendo a colación, si no tu-viéramos el espacio limitado. Es preciso concluir ya, insistiendo en queera la anonimia, la falta de nombre y de identificación del vulgo mur-murador, el secreto que velaba su cara y la procedencia de sus ataques,lo que hacía especialmente temible, tal y como se vio en el sistema devalores de los Siglos de Oro, el poder de las malas lenguas. No es queno se conocieran, en la época, grandes y notorios murmuradores connombres y apellidos. Ahí está, por ejemplo, el maledicente Clodio, elpersonaje sin duda más destructivo y antipático del Persiles cervanti-no, capaz de amenazar con su lengua a lo más sagrado, según le recri-mina Rosamunda: «Bien quisiera yo que quisiera el rey, que en penade mis delitos acabara con otro género de muerte la vida en mi tierra,y no con el de las heridas que a cada paso me da tu lengua, de la cual talvez no están seguros los cielos ni los santos»35. Pero Clodio no deja de seruna especie de personaje alegórico, una concreción en escala de per-sonaje individual —algo esquemático y acartonado, por cierto— delvulgo proverbial, inabarcable, casi mítico, al que tanto se execró en losSiglos de Oro.

Lo normal es encontrarle a él, bajo su omnipresente título de vulgoo bajo la inconcreta e inquietante etiqueta de «habladores» o de «en-tremetidos» («mucha más gente enferma de los enfados que de los ta-bardillos y calenturas, y mucha más gente matan los habladores y entre-metidos que los médicos», según Quevedo)36, o bajo la ambigua iden-tificación de «curiosos» («todos los curiosos en las cortes y grandes ciu-dades se deleitan con oír a los murmuradores, de suerte que parece quedescansan de sus cuidados en la ofensa de otros»37), o bajo los innumera-bles sinónimos que recibió (malsín, decidor, fablador, chocarrero, chin-

35 Cervantes, Los trabajos de Persiles y Segismunda, p. 119. Recuérdense ademáslas palabras de Mauricio en la misma página: «y así, dignamente los satíricos, los mal-dicientes, los malintencionados son desterrados y echados de sus casas, sin honra y convituperio, sin que les quede otra alabanza que llamarse agudos sobre bellacos, y bellacossobre agudos». Otras imprecaciones contra la mala lengua de Clodio se hallarán en laspp. 120-121, 126, 135-136, 181 y 203.

36 Quevedo, Los sueños, p. 329. Ver además las pp. 78-81, 86, 88, 96, 203, 326y 380.

37 Rizo, «Que se deben despreciar los detractores y hombres satíricos y maldicientes»,Norte de Príncipes y Vida de Rómulo, pp. 101-103, y concretamente en p. 101.

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chorrero, embustero, novelero, chismoso, invencionero, chisgaravís, etc.),o tras la aún más impersonal argucia de no denominarle a él, sino a susobras («las mentiras ya quebrantan peñas»38).

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38 Quevedo, Valimiento de la mentira, en Poesías, núm. 579.

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