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La producción simbólica de los académicos en la universidad

Date post: 16-Jan-2023
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PRIMER SEMINARIO INTERNACIONAL Territorio, desarrollo sostenible, luchas sociales y ciudadanía Villa María, Córdoba, Argentina del 28 de Mayo al 1 de junio del 2012 Ponencia: “La producción simbólica de los académicos en la universidad: reflexiones sobre la formación epistémica dominante en el campo”. Primer autor: Mura, Raúl Dirección: Departamento Pedagógico, Centro de Estudios en Políticas Públicas, Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la UNCa; Maestro Quiroga 50 Planta Alta, San Fernando del Valle de Catamarca; [email protected] . Segundo autor: Argerich, Adriana Argentina Dirección: Centro de Estudios en Políticas Públicas, Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la UNCa; Maestro Quiroga 50 Planta Alta, San Fernando del Valle de Catamarca; [email protected] . Tercer autor: Coronel, José Jorge Dirección: Centro de Estudios en Políticas Públicas, Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la UNCa; Maestro Quiroga 50 Planta Alta, San Fernando del Valle de Catamarca; [email protected] Cuarto autor: Lazarte, Alfredo Gustavo Dirección: Centro de Estudios en Políticas Públicas, Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la UNCa; 1
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PRIMER SEMINARIO INTERNACIONAL

Territorio, desarrollo sostenible, luchas sociales y ciudadanía

Villa María, Córdoba, Argentina del 28 de Mayo al 1 de junio del 2012

Ponencia: “La producción simbólica de los académicos en la

universidad: reflexiones sobre la formación epistémica

dominante en el campo”.

Primer autor: Mura, Raúl

Dirección: Departamento Pedagógico, Centro de Estudios en

Políticas Públicas, Facultad de Ciencias Económicas y de

Administración de la UNCa; Maestro Quiroga 50 Planta Alta,

San Fernando del Valle de Catamarca;

[email protected].

Segundo autor: Argerich, Adriana Argentina

Dirección: Centro de Estudios en Políticas Públicas, Facultad

de Ciencias Económicas y de Administración de la UNCa;

Maestro Quiroga 50 Planta Alta, San Fernando del Valle de

Catamarca; [email protected].

Tercer autor: Coronel, José Jorge

Dirección: Centro de Estudios en Políticas Públicas, Facultad

de Ciencias Económicas y de Administración de la UNCa;

Maestro Quiroga 50 Planta Alta, San Fernando del Valle de

Catamarca; [email protected]

Cuarto autor: Lazarte, Alfredo Gustavo

Dirección: Centro de Estudios en Políticas Públicas, Facultad

de Ciencias Económicas y de Administración de la UNCa;1

Maestro Quiroga 50 Planta Alta, San Fernando del Valle de

Catamarca; [email protected]

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Presentación

El presente trabajo se enmarca “en ese devenir denso y opaco de

cuerpos y emociones en que las fuerzas críticas decepcionan las expectativas

dominantes al contraponer prácticas culturales populares a los discursos

lógicamente enunciados en la episteme hegemónica. En esa contraposición, la

razón pretende conjurar aquellas fuerzas, callarlas y someterlas a través de un

uso determinado del lenguaje, del cálculo y de la geometría. Lo simbólico es así el

escenario, el medio, y el objeto mismo de la disputa”. (Grosso, 2012: 02)

El objetivo que nos planteamos en ese marco, fue reflexionar

sobre como lo simbólico opera en el marco del orden del

“discurso imperante” (Grosso; 2012) en la profesión académica

en la Universidad y debatir lo que Kant (Marquina, 2007: 146)

llamó las facultades superiores como un trabajo simbólico que

agencia ciertas lógicas de reproducción a las facultades

inferiores subjetivadas en el docente universitario tratando

de poder dar cuenta del trabajo simbólico de reproducción y

del crítico como agente de cambio y transformación que se

espera de esas “facultades inferiores” hacia la sociedad.

El planteo de Kant (1798) en su “Conflicto de las Facultades”

se basa en que la universidad moderna ha emergido desde la

desaparición del modelo medieval con un conflicto

consustancial a su propia existencia; clasifica a las

facultades según su nivel de autonomía y considera

verdaderamente autónoma únicamente a la denominada por él

“Facultad Inferior”, que es aquella donde sus pensadores (los

académicos) son auténticamente libres, sin condicionantes en

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su búsqueda de la verdad. Sólo en esta facultad, no sujeta a

condiciones por el Estado, se puede desarrollar la sabiduría

en quienes la integran, los filósofos; la “Facultad Superior”

integrada por profesionales eruditos y sujeta al control por

parte del Estado; por su propia naturaleza, se caracterizan

por su heteronomía.

Asumimos que el conflicto subsiste, ya no en función tan solo

de los dos tipos de facultades, sino a la factibilidad misma

de la autonomía en las universidades, intensificado en

nuestra contemporaneidad en razón de las presiones que hoy

sufren las instituciones de estudios superiores tendientes a

alcanzar más y mejores niveles de eficiencia impuestas en la

política del conocimiento agenciada en la formación

epistémica dominante.

Estas presiones surgen tanto por parte del Estado en cuanto

regulador y proveedor de fondos como del mercado con sus

fuerzas de oferta y demanda, y tienen su sustrato en la

masificación universitaria así como a las presiones cada vez

mayores que sufren los Estados en la actualidad en relación

al otorgamiento de fondos, donde compiten campos como los de

la salud, seguridad, justicia, educación, entre otros. Todo

ello acompañado, por otra parte, con la cada vez más intensa

necesidad de rendir cuentas ante organismos rectores así como

ante la sociedad, la que es, en última instancia, la

verdadera proveedora de esos recursos, dar cuenta de que la

acción se desarrolla dentro de la ideología hegemónica.

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Los académicos, como integrantes encumbrados de las

universidades, portan entre sus pretensiones más arraigadas

un conservadorismo que le es propio. El mismo se funda en

legítimos intereses de éstos y se vincula con aspectos

institucionales de las universidades. Podemos coincidir

entonces con Bordieu (1983) y tomar su conceptualización del

“campo académico” para referirnos a una autonomía relativa de

las universidades, las que en nuestros tiempos se ven

inmersas en fuertes disputas para apropiarse de bienes tanto

materiales como simbólicos, genera una suerte de “practicas

culturales populares” en el sentido de que las mismas se

configuran en su espacio - tiempo.

Asumimos que los académicos como cuerpo que subsiste en el

tiempo portan una fuerte capacidad de adaptación a las

circunstancias de los tiempos que les tocan y por ende a los

cambios a que las fuerzas hoy implicadas en el campo

académico los someten. Podemos afirmar asimismo que éstos

conforman una “profesión”, en tanto entendemos, junto con

Chiroleu (2002), Marquina (2007: 147) que “los miembros de

una profesión se identifican como grupo por el cultivo y

especialización de cierto saber, logrando independencia

respecto de las autoridades políticas y administrativas,

control sobre el acceso a los cargos y procesos de promoción

y definición de un ethos propio, en el marco de los cuales se

construyen carreras, intereses y clientelas para un amplio

conjunto de personas.” Constituyen, no obstante, una

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profesión que se distingue de las demás en tanto los

académicos integran una comunidad con características

propias, esto es: son capaces de generar y de transmitir

conocimientos.

Retomando el aspecto relativo a la división del trabajo en la

universidad, ésta presenta básicamente dos dimensiones, esto

es: la disciplina que da sustento a la academia o colegio

invisible, sin límites espaciales, y la dimensión relativa a

la cuestión institucional y que constituye la dimensión

territorial, conformando conglomerados locales, esto es:

construye la institución como tal; determina ello una

particularidad de los académicos, quienes conviven en la

permanente tensión entre la heterogeneidad disciplinar y la

posible unidad institucional.

Ambas dimensiones son fuentes primordiales de creencias, de

modos de hacer, de maneras de ver, aportan a la forma que

toma el mundo para quienes integran un sistema y en el plano

simbólico se erige como un auténtico sistema de creencias.

Surgen a partir de ello las denominadas “culturas

disciplinares” y “culturas institucionales”, las que en los

ámbitos académicos se traman como una matriz que tiñen

distintos aspectos del quehacer universitario, según qué

saberes se detentan en sus claustros y el ámbito espacial en

que la institución se desenvuelve. Y como queda dicho, la

matriz se materializa en la división del trabajo. Sobre esta

base de conflictos y convergencias se construye la cultura de

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la profesión académica, más allá de los campos o

instituciones específicas, sin que por ello debamos

considerarla una cultura homogénea.

Las restricciones a nuestro trabajo nos lleva a

circunscribirlo a una situación de enmarcamiento en la

actividad académica de una facultad de una universidad

nacional pequeña, ahí pretendemos observar como se

materializan en la práctica (trataremos de aplicar la

semiopraxis1) la fuerte homogeneización que las facultades

superiores imponen simbólicamente al colectivo de las

facultades inferiores; este campo abordado por varios autores

(Bordieu, Passeron, 2001; Clark, 1983; Becher, 1993;

Marquina, 2007) nos permite observar “una abigarrada trama de

diferencias y desigualdades, de cohesión y antagonismos, de amores y de odios,

de torsiones, esperanzas y resentimientos, de dolores y alegrías, de celebraciones

espectaculares y oscuros borramientos” (Grosso, 2012: 02) de lo que

se espera sea un trabajo simbólico crítico.

Tomando lo planteado en Grosso (2007) la semiopraxis distingue

“discurso sobre el cuerpo” y “discurso de los cuerpos”, el primero

se estructura el análisis, descripción, acción sobre la base

del conocimiento objetivo, el conocimiento estructuralista,

eurocéntrico que desconoce las diferencias interculturales

presentes en el espacio – tiempo marginal donde se

1 “La Semiopraxis consiste, en cambio, en el estudio de las “prácticasdiscursivas” en la corporalidad irreductible e irrebasable de lasrelaciones sociales, dimensión oscura, silenciosa y fuertementedeterminante de los procesos de reproducción y transformaciónsocial”. (Grosso; 2007: 184)

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desarrollan las relaciones - fuerzas sociales, luchas

simbólicas y políticas de conocimiento que son ocultadas o

borradas de la descripción como sino fueran la vida misma que

se está develando. Como dice nuestro autor “Cuerpo es siempre

cuerpos, y por tales no se concibe en cada caso ninguna unidad atómica, sino

fuerzas en pugna, intensidades”.

De allí nuestro interés en el discurso de los cuerpos que nos

permite entrar en la conflictividad histórico-política de

nuestro planteo realizado más arriba, recorrer “como lugar de

producción de la práctica científica esa trama social de silencios, denegaciones y

subalternaciones que nos constituye y de la que la misma ciencia social hace

parte”.

Expresa Grosso que “Discurso sobre el cuerpo” y “discurso de

los cuerpos” “no se oponen en abstracto, sino en la autocomprensión crítica

de las ciencias sociales (por ejemplo, la desarrollada por la crítica antropológica

de la etnografía), que cuestiona la posición del investigador en la producción de

conocimiento, de autoridad y de poder”, en este sentido entendemos la

utilidad de comprender como el agenciamiento de la política

del conocimiento sobre los cuerpos en la universidad permiten

describir “oscuros borramientos” como la acción o resultados

de la violencia simbólica, el poder y el reconocimiento en la

cultura subalterna construida.

Partimos de la hipótesis de que la profesión académica, ante

la crisis que atraviesa la humanidad, ha impreso un cambio

identitario en los docentes universitarios que han generado

modificaciones en el sistema de reconocimiento y recompensas

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de su trabajo. Estos cambios se explican a través de aspectos

tales como preferencias, intereses, compromisos y estados de

ánimo, mayor preferencia por la investigación o la docencia,

el reconocimiento de la disciplina, la institución o el

departamento como espacios de referencia, el grado de

satisfacción por la tarea que realizan, mayor o menor interés

por la inserción internacional o la vinculación con el sector

productivo, entre otros, que probablemente afectan de

diferente manera a los académicos según sean su disciplina,

el momento en que iniciaron su trayectoria académica, su

cargo, su dedicación a la actividad, la institución en la que

trabajan, o su género. En este sentido apelamos a lo que

Foucault (1997: 354) denomina lo propio de las ciencias

humanas y de las que abrevan las ciencias sociales, “siempre

que se analiza, en la dimensión propia de lo inconsciente, las normas, las reglas,

los conjuntos significativos develan a la conciencia las condiciones de sus formas y

de sus contenidos.”.

Nos planteamos que los itinerarios que los profesores van

desarrollando en sus trayectorias académicas los debemos

inscribir en los escenarios que configuran discursos,

prácticas y modos de asumirlas y de construirlas, en ese

sentido el horizonte actual de la Universidad comprende

cambios, transformaciones y/o tensiones que conforman un

trama compleja y dinámica que dan cuenta de una

multiplicidad de factores y procesos que van desde aspectos

normativos a demandas, exigencias, requerimientos, procesos y

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lógicas políticas, culturales y sociales que se van

configurando desde la formación hegemónica como la “realidad

social”. Entendemos que la educación debe adoptar una

posición frente a esta sociedad en continuo cambio, que lleva

a los docentes - imbuidos de su propia cultura - a formar en

ese contexto. Posición que les implica asumir una actitud

crítica y reflexiva de sus propias prácticas. (Giroux, 1994)

Derrida (1998: 02) plantea la necesidad de construcción de

«nuevas» Humanidades, en tal sentido las define como:

“Pero, ya sean estas discusiones críticas o deconstructivas, lo que concierne a la

cuestión y a la historia de la verdad en su relación con la cuestión del hombre,

de lo propio del hombre, del derecho del hombre, del crimen contra la

humanidad, etc., todo ello debe en principio hallar su lugar de discusión

incondicional y sin presupuesto alguno, su espacio legítimo de trabajo y de

reelaboración, en la universidad y, dentro de ella, con especial relevancia, en

las Humanidades. No para encerrarse dentro de ellas sino, por el contrario,

para encontrar el mejor acceso a un nuevo espacio público transformado por

unas nuevas técnicas de comunicación, de información, de archivación y de

producción de saber.”

En este discurso Derrida plantea la necesidad de una

“universidad sin condición”, que interpreta que no existe,

“de hecho”, aunque es parte de su esencia “ésta debería seguir siendo

un último lugar de resistencia crítica -y más que crítica- frente a todos los poderes

de apropiación dogmáticos e injustos”.

Podemos interpretar que Derrida sitúa en la universidad y

sus actores (cuerpos) la necesidad de producción de un

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trabajo simbólico crítico que permita configurar un “nuevas

humanidades”. Esta preocupación la encontramos también en

Marcuse (1984: 82) cuando expresa “Hoy es preciso responder a la

cuestión de si la ciencia, en la <<sociedad opulenta>>, no ha dejado de ser un

vehículo de liberación, de si no perpetúa e intensifica la lucha por la existencia

(a través de la investigación para la destrucción y de la atrofia planificada) en vez

de mitigarla. La distinción tradicional entre ciencia y tecnología se vuelve

dudosa”.

El debate sobre cultura - civilización

Marcuse (1984: 55) expresa que “la cultura aparece así como el

complejo de objetivos (valores) morales, intelectuales y estéticos que una

sociedad considera que constituye el designio de la organización, la división y

la dirección de su trabajo, <<el bien>> que se supone realiza el modo de vida

que ha establecido”. Trata entonces de discutir la relación

entre el “telón de fondo” (la cultura) y el “fondo”

(comportamiento real), este giro idiomático que utiliza nos

parece significativo para entender el posicionamiento del

autor.

Para Marcuse la cultura se presenta como existente si sus

objetivos y valores representativos se han traducido o se

traducen de algún modo en la realidad social; pero considera

que la validez de una cultura siempre está limitada a un

universo específico constituido por una identidad tribal, y,

la cultura es el proceso de sublimación.

“De acuerdo con los anteriores supuestos, el reexamen de una cultura

dada implica la relación de los valores a los hechos, no como un problema

11

lógico o epistemológico, sino como un problema de estructura social: ¿cómo

están relacionados los medios de la sociedad a los fines que ella misma

profesa? Se supone que los fines son los definidos por la <<cultura

superior>> (aceptada socialmente); así, se trata de valores que han de

incorporarse, más o menos adecuadamente, en las instituciones y relaciones

sociales”. (p. 58)

Los valores culturales generalmente no se encuentran en

armonía con las instituciones y las políticas existentes en

una sociedad dada, esto lo lleva a generar una distinción

entre cultura (como cierta dimensión de autonomía y

realización humana) y civilización (“el reino de la necesidad, del

trabajo y del comportamiento socialmente necesarios, en el que el hombre

no se halla realmente en sí mismo y en su propio elemento, sino que

está sometido a la heteronomía, a las condiciones y necesidades externas”-

pp. 59).

Entiende que el progreso es sólo aplicable a la

civilización, pero en su definición de la sociedad

opulenta (capitalismo actual) sostiene que esta distinción

entre cultura (fines) con civilización (medios) fue de

alguna manera borrada analizando que los medios han

sublimado los fines, lo explica entendiendo que “el progreso

exige modos de pensamiento operativos y conductistas, así como su defensa y su

mejoramiento, pero no su negación. Sin embargo, el contenido (y principalmente

el contenido oculto) de la cultura superior era en gran medida precisamente esta

negación: la condena de la destrucción institucionalizada de las potencialidades

12

humanas, vinculada a una esperanza que la civilización establecida condenaba

como <<utópica>>" (P. 62).

Marcuse plantea que la ciencia ha creado su propia cultura,

y que esa cultura está absorbiendo un sector de

civilización cada vez mayor; la distingue de la cultura no

científica que “habla” con un lenguaje diferente al de la

ciencia, expresa un mundo diferente, se rige por principios,

valores y patrones diferentes.

“ Este mundo diferente aparece en el mundo establecido; se introduce en

las ocupaciones diarias de la vida, en la experiencia de cada uno y de los

demás, en el entorno social y natural. Independientemente de lo que

instituya esta diferencia, hace que el mundo de la literatura sea un mundo

esencialmente otro, distinto; una negación de la realidad dada. Y en el

grado en que la ciencia se ha convertido en una parte integrante de la

realidad dada, o incluso en una fuerza impulsora que está por debajo de

ella, la literatura es también la negación de la ciencia”. (p. 82)

También Marcuse (al igual que Derrida; 1998) plantea que la

universidad (o la investigación) en su tarea educativa debe

darse en una búsqueda de una sociedad mejor, no la actual,

sino otra, una construcción que genere una ruptura al orden

existente, una nueva formación epistémica: “Si le queda todavía algún sentido a la afirmación de Kant de que la

educación no debe ser para la sociedad actual, sino para una sociedad mejor,

la educación debería alterar también (y acaso principalmente) el lugar de la

ciencia en las universidades y en la zona de <<investigación y desarrollo>> en

su conjunto. El abrumador apoyo financiero generoso de que gozan hoy las

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ciencias físicas no es solamente un apoyo para la investigación y el

desarrollo en interés de la humanidad, sino también en el interés contrario”.

(P. 83)

Marcuse enuncia algunos elementos configuradores de la

sociedad capitalista tomando como modelo la situación de

Estados Unidos de Norteamérica, el modelo hegemónico en

nuestra contemporaneidad, esta “crítica” a la supuesta

liberación de la humanidad la describe como una sociedad con

una elevada “concentración de poder político y económico; con

un sector ampliado y que se sigue ampliando de automación y

coordinación de la producción, de la distribución y de la

comunicación; con propiedad privada de los medios de

producción y que sin embargo depende de manera creciente de

una intervención cada vez más activa y amplia del gobierno”

(P. 101).

Podemos ver en su discurso que la barrera a la transformación

definitiva del hombre como “objeto” (mercancía) la enuncia

como el trabajo crítico que implica la liberación de la

sociedad opulenta, esta resistencia como herramienta

perfomativa de la liberación de los cuerpos.

Los aparatos ideológicos

Althuser (1984) define ideología como un sistema (que posee

su lógica y su rigor propios) de representaciones (imágenes,

mitos, ideas o conceptos según los casos) dotados de una

existencia y de un papel histórico en el seno de una

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sociedad dada. Desarrolla la idea de que es más importante

la función práctico – social que la función teórica propia

de la ciencia, y precisamente eso es lo que la distingue de

ella. Las relata cómo estructuras del hacer, como objetos

culturales, percibidos – aceptados - soportados, no son

parte de la conciencia, son la expresión de la relación

vivida de los hombres con el mundo.

En nuestra lectura encontramos que cuando habla de la

función de clase de una ideología expresa que la “ideología

dominante es la ideología de la clase dominante, y que le sirve no sólo para

dominar a la clase explotada, sino también para constituirse en la clase

dominante misma, haciéndole aceptar como real y justificada su relación vivida

con el mundo” (pp. 19).

Althusser (1984: 20) continúa expresando que

“ … aun en el caso de una sociedad de clases, la ideología

tiene un papel activo sobre la clase dominante misma y

contribuye a modelarla, a modificar sus actitudes

para adaptarla a sus condiciones reales de existencia

(ejemplo: la libertad jurídica), queda claro que la

ideología (como sistema de representaciones de masa) es indispensable a toda

sociedad para formar a los hombres; transformarlos y ponerlos en estado

de responder a las exigencias de sus condiciones de existencia.”

Cuando nuestro autor aborda el análisis de las formas de

reproducción de la fuerza productiva en una sociedad

capitalista pone un énfasis especial en el sistema

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educacional capitalista u otras instancias o

instituciones.

“Si enunciamos este hecho en lenguaje más científico diremos que la

reproducción de la fuerza de trabajo no sólo exige una reproducción de su

calificación, sino, al mismo tiempo, la reproducción de la sumisión de los

trabajadores a las reglas del orden establecido, es decir, la reproducción de su

sumisión a la ideología dominante, y una reproducción de la capacidad de los

agentes de la explotación y de la represión para manipular la ideología

dominante a fin de asegurar, también <<por la palabra>> la dominación de la

clase dominante. En otras palabras, la escuela (pero también otras

instituciones del Estado como la Iglesia, u otros aparatos como el Ejército)

enseñan ciertos tipos de <<saber hacer>>, pero de manera que aseguren el

sometimiento a la ideología dominante o el dominio de su <<práctica>>” (P.

26).

Tratando de avanzar en la construcción de una teoría marxista

del Estado, al asumir que el marxismo posee una visión

científica incompleta del Estado, sostiene que además de

poder y aparato de Estado es necesario poder pensar aparatos

ideológicos del Estado. Los distingue de los aparatos de

Estado (definidos por el autor como Aparatos Represivos del

Estado, funcionan a través de la violencia) “como cierto número

de realidades que se le presenta al observador bajo la forma de instituciones

precisas y especializadas” (p. 35). Sin embargo acota que no hay

aparatos represivos que funcionen sin ideología ni

ideológicos sin violencia, solo que la función primaria opera

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en los ideológicos a partir de la ideología y en forma

secundaria a través de la violencia (física o simbólica).

El docente (y la universidad) inmerso en la civilización

Empezamos este apartado presentando un análisis de lo

recogido en una observación de tipo etnográfica, la

pretensión es describir como el trabajo simbólico se enuncia

en el discurso del actor observado, con el ánimo de aplicar

una semiopraxis que permita develar algunos de los

“borramientos” de la cultura marginal enunciada.

“Tuve un crecimiento rápido como docente habida cuenta que si bien empecé

como ayudante alumno como la primera etapa de docente, luego como jefe de

trabajo prácticos, a los dos años por que dejo el titular la cátedra me

ofrecieron si estaba en condiciones de hacerme cargo de la misma y lo hice en

ese momento, o sea que fue muy rápido el escalar posiciones dentro de la

cátedra, prácticamente a los dos o tres años yo estaba ya al frente de la

cátedra, así que podría marcar eso como un momento clave y que me ha

permitido desenvolver a partir de esa etapa otras, como ser concursos

docentes para profesor adjunto y el ultimo, ahora recientemente, para

profesor titular de la cátedra”.

La idea de progreso enunciada responde a la representación

de cómo debe estructurarse y desarrollarse una carrera o

trayectoria académica de un profesor universitario, de

alguna manera podemos inducir que la sublimación de la

civilización por la cultura hace que el sujeto responda a

las necesidades que le impone la ideología dominante en el

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sentido de dar respuesta a la necesidad institucional antes

que a los valores morales que la cultura superior indica, se

produce una suerte de violencia que el sujeto acepta

validando al aparato ideológico dominante obturando la

respuesta que naturalmente haría que rechazara la función

para la que él no se sentía preparado, un hacer que no

reflejaba la capacidad que sus valores indicaban.

Siente como vergüenza de haber pasado por la construcción de

su carrera sin haber asimilado las diferentes etapas del

modelo hegemónico. Su actitud de “aprender” del titular

anterior, de “reproducir” los modelos que le viene dado en

una tradición de enseñanza de la asignatura se manifiesta en

el relato; una vez desaparecida la figura de su guía acude a

buscar la orientación de reproducción en lo que hacen en

otras cátedras similares, es decir revela de alguna manera

su necesidad de “reproducir el modelo establecido o

dominante”, el síntoma es “estar actualizado”.

“Trabajando como auxiliar y jefe de trabajos prácticos evidentemente tenía la

guía de un titular de la cátedra que estaba en ese momento, cuando quedo a

cargo de la cátedra siento cierta orfandad por lo menos en nuestro ámbito, me

estoy refiriendo a nuestra provincia, yo antes consultaba al titular, esto me

motivo a que tuviera que ir hacia otras facultades, tratando siempre de

estar actualizado, tratando de ver si los contenidos que uno incluía en el

programa eran los adecuados, me hubiera gustado tener una mejor formación

antes de dar ese salto tan rápido, como se da naturalmente en todas las

cátedras de una facultad”.

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En el párrafo siguiente, surge la cuestión de la

responsabilidad del docente de estar bien preparado, es decir

que asume su posicionamiento ante la enunciación del mandato

establecido de “responsabilidad”, “estar bien preparado”,

condiciones de adscripción a la Formación Epistémica

Dominante (FED).

Refleja si una necesidad de adecuación a que el docente debe

dejar de tomar a su profesión como algo complementario sino

pensar que debe darse una estructura diferente. Sin embargo,

el mismo plantea que su proceso de actualización y formación

en la actividad como docente se ve relegado en el escenario

de las ocupaciones que desarrolla, vuelve a afirmar la FED al

enunciar los atributos establecidos al rol (Responsabilidad,

dedicación y amor).

Su relato va construyendo las tareas del docente a partir de

las exigencias planteadas en el modelo educativo

“establecido”, es decir que antepone a la educación los

procesos de formalización establecidos por el Estado.

“Creo que las demandas pasan por una cuestión de responsabilidad de los

docentes de estar bien preparados y no tomar a la actividad docente como

una actividad complementaria dentro de su actividad profesional, si bien

pueden desarrollar y creo que la experiencia profesional en otro ámbito se la

puede volcar en la cátedra, es muy común que uno piense de que se plantee la

actividad docente como algo complementario, y a veces eso pareciera ser que

de alguna manera exime de cierta responsabilidad en cuanto a carga horaria,

en cuanto a dedicación, a capacitación y actualización, o sea que la demanda

de los tiempos actuales deberían ser satisfecha de alguna manera con

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mucha responsabilidad, dedicación y amor por la actividad docente. En

cuanto a las tareas que definen esta profesión serian por cumplir los objetivos

que uno se plantea cuando inicia el cuatrimestre o el semestre, o de acuerdo a

la carga que tenga la materia, plantearse una buena planificación o sea

cumplir con esa planificación, me refiero a que todas las clases, sean teóricas

o prácticas, puedan cumplirse acabadamente, lo mismo que los parciales o las

evaluaciones parciales o cualquiera fueran ellas se puedan realizar en tiempo y

en forma, de esa manera se está facilitando el ordenamiento o la planificación

de que todo alumno debe tener para dar continuidad a su carrera.”.

Como plantea Derrida (1999)

“es preciso hacer que se admita, y profesar, que ese teoreticismo incondicional

implicará siempre, a su vez, una profesión de fe performativa, una creencia,

una decisión, un compromiso público, una responsabilidad ético-política, etc.

Ahí se encuentra el principio de resistencia incondicional de la universidad.

Puede decirse que, desde el punto de vista de esa autodefinición clásica de la

universidad, no hay lugar en ella, ningún lugar esencial, intrínseco, propio, ni

para un trabajo no teórico ni para unos discursos de tipo performativo, ni, a

fortiori, para esos actos performativos singulares que engendran hoy en día,

en ciertos lugares de las Humanidades de hoy, lo que se denomina unas obras.

La autodefinición y la autolimitación clásica que acabo de evocar

caracterizaron ayer el espacio académico reservado a las Humanidades,

precisamente allí donde los contenidos, los objetos y los temas de esos

saberes producidos o enseñados eran de naturaleza filosófica, moral, política,

histórica, lingüística, estética, antropológica, cultural, es decir, en unos campos

en donde las evaluaciones, la normatividad, la experiencia prescriptiva son de

recibo y, a veces, son constitutivas”.

Podemos identificar que el trabajo simbólico dominante se

refleja en su discurso de manera reiterada, su

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intencionalidad de trabajo crítico se ve obturada por su

plena aceptación al modelo ideológico dominante, no define

más que teóricamente los fines que la cultura superior

indica, la educación como un modelo superador de las

condiciones actuales o del pensamiento de construir una

forma diferente de la relación del hombre con el mundo.

Este “poder de clausura” impuesto, las cosas son como son y

la política es compensar, subsanar carencias, defectos, y al

que le toca sufrir que lo sufra. Nos plantea de alguna

manera como la cíclica hermenéutica cristiana había puesto

en su lugar lo carnavalesco y el otro medio año para vivir

seriamente; sin que sea linealmente puesto de esa manera hay

como una burla al modelo hegemónico.

Como plantea Grosso (2008 b: 02)

“Las formaciones hegemónicas colonial y nacional y sus

discursos logocéntricos en lo que hoy llamamos <<América

Latina>>, han hundido en los cuerpos, pliegue sobre pliegue,

identidades hechas en la descalificación, estratificación,

borramiento y negación. Esa densidad barroca y conflictividad

histórico-política constituye el discurso de los cuerpos como

praxis de agenciamiento y enunciación. El lugar de

producción de la práctica científica es esa trama social de

silencios, denegaciones y subalternaciones que nos constituye, de la

que la misma ciencia social hace parte”.

La universidad pequeña en Argentina, la necesidad de cubrir

espacios para garantizar su existencia misma, lleva a

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generar prácticas que son consideradas como subalternaciones

del modelo dominante; el espacio – tiempo es como un diálogo

que se construye en el silencio en la búsqueda misma de un

habitus contra la descalificación, el borramiento y la

negación que la violencia simbólica impone, la facultad

superior kantiana impone una forma de parecer, un “como si”

que obtura la propia lógica de producción en esa cultura

subalterna que emerge como un escenario de lucha; sin

embargo en esa alteridad sistémica los cuerpos se esfuerzan

en ese “como si”, en lograr parecer estar en esa trampa de

la inclusión que se desvanece cada vez más en la política

del conocimiento formalizado.

El aparato ideológico impuesto por el modelo capitalista

neoliberal, o la Sociedad Opulenta de Marcuse, la facultad

superior de Kant, donde visualizamos el trabajo como una

mercancía que genera una violencia simbólica y se transforma

en represiva al desarrollar mecanismos de inclusión en la

formación epistémica dominante obligando a los agentes a ser

reproductores de la ideología dominante bajo un aparente

discurso crítico que sublima interés particulares, los fines

son consumidos por los medios.

Ejercen de manera constante una violencia, hay una violencia

en el orden del presente por ser el presente como es; frente

a ello, la efectividad de la promesa de una mejor sociedad

como la promesa de la educación universitaria local,

“mantendrá esa relación escatológica de algún acontecimiento, de una alteridad

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inanticipable. No se trata sin duda de la razón en la historia, no se trata del

proyecto ilustrado moderno, eso que guía a ciegas está haciéndolo en la

oscuridad de una presión” (Grosso, 2009); la de lograr un trabajo

crítico que permita la liberación aún en el marco de la

sociedad opulenta. Como expresa Derrida (1998: 04-05)

“Digo bien «la universidad», porque distingo aquí, stricto sensu, la universidad de

todas las instituciones de investigación que están al servicio de finalidades y de

intereses económicos de todo tipo, sin que se les reconozca la independencia de

principio de la universidad. Y digo «sin condición» tanto como «incondicional»

para dar a entender la connotación del «sin poder» o del «sin defensa»: porque es

absolutamente independiente, la universidad también es una ciudadela expuesta.

Se ofrece, permanece expuesta a ser tomada, con frecuencia se ve abocada a

capitular sin condición. Allí donde acude, está dispuesta a rendirse. Porque no

acepta que se le pongan condiciones, está a veces obligada, exangüe, abstracta, a

rendirse también sin condición”.

En este contexto, la cultura superior de Marcuse es

sublimada por la civilización; en nuestras universidades

pequeñas la ilusión de la construcción de un nuevo modelo de

hombre y de sociedad se va desvaneciendo, pero a la vez el

habitus agenciado por el campo emergente de esta praxis (en

el sentido Bourdiano) trata de desquiciar el presente, el

tiempo, esconde, mantiene, reproduce los órdenes violentos

del pasado y del futuro, y lo enuncia en nombre de la

justicia.

Bibliografía utilizada

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Educación N° 09, Número extraordinario, Sexta edición, Enero. Pp. 05 –

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