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Las mujeres michoacanas en la independencia

Date post: 19-Nov-2023
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COMPOSICIÓN DE LA OBRA:

Fascículo 1: La crisis de la monarquía española, 1808-1812 AGUSTÍN SÁNCHEZ ANDRÉSFascículo 2: Las revoluciones hispanoamericanas MIGUEL ÁNGEL URREGOFascículo 3: La crisis del orden colonial en la Nueva España DENÍ TREJO BARAJASFascículo 4: La sociedad michoacana en vísperas de la guerra: el paisaje, los lugares y la gente FRANCISCO JAVIER DOSIL MANCILLAFascículo 5: La sociedad michoacana en vísperas de la guerra: el mundo académico e intelectual RICARDO LEÓN ALANÍSFascículo 6: La conspiración de 1809 GERARDO SÁNCHEZ DÍAZFascículo 7: Michoacán en guerra MARCO ANTONIO LANDAVAZOFascículo 8: Las instituciones de la Independencia en Michoacán MOISÉS GUZMÁN PÉREZFascículo 9: La Iglesia michoacana y la guerra DANIELA IBARRA LÓPEZFascículo 10: Los pueblos de indios en Michoacán y la guerra JUAN CARLOS CORTÉS MÁXIMOFascículo 11: Las mujeres michoacanas en la Independencia MOISÉS GUZMÁN PÉREZFascículo 12: La consumación de la Independencia en Michoacán CARLOS JUÁREZ NIETOFascículo 13: El nacimiento del estado libre y soberano de Michoacán GERARDO SÁNCHEZ DÍAZ

F1306 Guzmán Pérez, Moisés .8 G892010 Fascículo 11. Historia ilustrada de la guerra de independencia en Michoacán: Las mujeres michoacanas en la Independencia / Moisés Guzmán Pérez.--- Morelia, Mich., México: UMSNH, Instituto de Investigaciones Históricas, Secretaría de --- Educación en el Estado de Michoacán, c2010. 24 p. : il., maps. ; 26 cm. Incluye bibliografía. ISBN Obra completa: 978-607-424-109-9 ISBN Fascículo 11: 978-607-424-155-6

1. Historia – Mujeres – Michoacán de Ocampo.2. México – Historia – Guerra de independencia, 1810-1821.

1ª edición 2010D. R. © MOISÉS GUZMÁN PÉREZD. R. © UNIVERSIDAD MICHOACANA DE SAN NICOLÁS DE HIDALGO INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS Torre de Rectoría, Ciudad Universitaria Fco. J. Múgica s/nº, Col. Felícitas del Río 58030 Morelia, Michoacán, MéxicoD. R. © SECRETARÍA DE EDUCACIÓN EN EL ESTADO DE MICHOACÁN Siervo de la Nación nº 1175 Col. Sentimientos de la Nación 58192 Morelia, Michoacán, México

ISBN Obra completa: 978-607-424-109-9

ISBN Fascículo 11: 978-607-424-155-6

Coordinación general de la obra: Marco Antonio Landavazo, Gerardo Sánchez Díaz y Miguel Ángel Urrego ArdilaEdición: Marco Antonio Landavazo y Manuel Lucero Diseño editorial: Itzel Álvarez/Solazul DiseñoIconografía: Gerardo Sánchez Díaz, con el apoyo de Jarco Amézcua Luna y Claudio Palma MancillaRevisión y corrección de estilo: José Manuel Lucero HigueraImagen de portada: mural de Fermín Revueltas, en el Colegio de San Nicolás. Fotografía tomada por Adalberto Ríos Szalay

Queda prohibida la reproducción parcial o total, directa o indirecta, del contenido de esta obra, sin contar con el permiso previo, expreso y por escrito de los editores, en los términos de la Ley Federal del Derecho de Autor. Este fascículo se terminó de imprimir a finales del mes de octubre de 2010, en los Talleres gráficos de Fondo Editorial Morevallado S. de R. L. de C. V., con un tiraje de 11,000 ejemplares

GOBIERNO DEL ESTADO DE MICHOACÁNMtro. Leonel GODOY RANGELGobernador Constitucional del Estado de Michoacán

SECRETARÍA DE EDUCACIÓNEN EL ESTADO DE MICHOACÁNM.C. Graciela Carmina ANDRADE GARCÍA PELÁEZSecretaria de EducaciónMtro. Javier Vladimir ARREOLA CORTÉSSubsecretario de Educación BásicaDr. Rogelio SOSA PULIDOSubsecretario de Educación Media Superior y SuperiorDra. María del Carmen DUARTE BECERRACoordinadora General para Abatir el Rezago EducativoMtro. Abelardo MEJÍA RODRÍGUEZCoordinador de Planeación, Evaluacióny Programación EducativaLic. Leticia Ma. Antonieta SÁNCHEZ FARFÁNEncargada de la Coordinación de Unidades Regionalesde Educación PopularC.P. Gustavo SIERRA VALDÉSDelegado Administrativo

UNIVERSIDAD MICHOACANADE SAN NICOLÁS DE HIDALGODra. Silvia Ma. Concepción FIGUEROA ZAMUDIORectoraDr. Raúl CÁRDENAS NAVARROSecretario GeneralDr. Benjamín REVUELTA VAQUEROSecretario AcadémicoMtra. Rosario ORTIZ MARÍNSecretaria de Difusión CulturalDr. José Napoleón GUZMÁN ÁVILACoordinador de la Investigación CientíficaC.P. Horacio Guillermo DÍAZ MORATesoreroDr. Gerardo SÁNCHEZ DÍAZCoordinador de la Comisión Institucional para la Conmemoración del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución Mexicana (1810–1910–2010)

TPresentación

iene usted en sus manos, estimado lector, uno de los trece fascículos que integran la Historia ilustrada de la Guerra de Independencia en Michoacán, una obra cuyo propó-sito es ofrecer al público de la entidad y del país, sobre todo a los jóvenes estudiantes, un conjunto de relatos sobre las diversas facetas del proceso de la independencia de México tal y como ocurrieron en el territorio de la antigua provincia de Michoacán. Se trata de textos de la autoría de reconocidos historiadores de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y del Instituto Nacional de Antropología e Historia, sencillos en su composición y estilo pero no por ello carentes de rigor y profundidad en el análisis.

El lector advertirá que los primeros tres números abordan temas relativos a España, His-panoamérica y Nueva España y no precisamente a Michoacán. Ello se debe a un hecho fundamental: la guerra de independencia en tierras michoacanas no sólo formó parte de la guerra que tuvo lugar en México, sino de un proceso de dimensiones más amplias que invo-lucró a casi todos los territorios que integraban la monarquía española y que tuvo su punto de partida en la crisis política de 1808 en la metrópoli. Los números 4, 5 y 6, por otra parte, no se ocupan de la guerra pero ofrecen un contexto político, social, intelectual y espacial necesario para entender de mejor manera los hechos históricos tratados en los fascículos subsiguientes, los que van del número 7 al 13, que tocan, éstos sí, el proceso independen-tista michoacano, desde el estallido de la rebelión de Hidalgo en septiembre de 1810, al establecimiento del estado libre y soberano de Michoacán en 1825.

Esta Historia ilustrada de la Guerra de Independencia en Michoacán es el fruto de la iniciativa de un grupo de historiadores encabezados por los doctores Marco Antonio Landavazo, Gerardo Sánchez Díaz y Miguel Ángel Urrego, coordinadores de la obra, y del esfuerzo conjunto de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y la Secretaría de Educación en el Estado de Michoacán, dos instituciones preocupadas por difundir la cultura y el saber no sólo entre los estudiantes sino entre el público en general. Es de justicia agradecer a la M. en C. Graciela Andrade García-Peláez, titular de la Secretaría de Educa-ción, su interés y decidida disposición para que esta obra viera la luz. Esperamos que los lectores queden tan complacidos con ella como lo estamos nosotros.

Dra. Silvia Figueroa ZamudioRectora de la Universidad Michoacana

de San Nicolás de Hidalgo

Febrero de 2010

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Las mujeres michoacanasen la Independencia

Moisés Guzmán Pérez

Sor Juana María de la Concepción Michelena, óleo anónimo, siglo XIX, Museo Regional Michoacano.

Las mujeres en la conspiración política

La presencia de las mujeres se hizo notar en las ter-tulias de cariz político, donde se discutían asuntos relacionados con la cuestión del gobierno y el futu-ro de la monarquía, sobre todo después del mes de septiembre de 1808 en que ocurrió la destitución del virrey José de Iturrigaray. Una de las primeras y más relevantes conspiraciones —por el proyecto político que ahí se diseñó— fue la que tuvo lugar en Valla-dolid de Michoacán, en la casa de doña Carmelita. María del Carmen Fernández Barrera Amat y Tortosa había nacido en la ciudad de México el 20 de enero de 1782, y fue la segunda hija —el primero fue varón— que procreó el matrimonio de Eugenio Fernán-dez Barrera, natural de la villa de Alcandre, en los reinos de Casti-lla, y de Manuela Amat y Tortosa Esnaurrizar, natural del puerto de Veracruz.

Luego de vivir la mayor parte de su vida en la capital del virreinato, a mediados de 1800 se trasladó a la ciudad de Valladolid para contraer matrimonio con el licencia-do Nicolás de Michelena y Gil de Miranda, abogado de prestigio, quien no hacía mucho había enviudado de su primera esposa y en esos momentos se desempeña-ba como alcalde ordinario de la ciudad de Pátzcuaro. La boda tuvo lugar el 12 de noviembre de aquel año “en casa particular”.

La casa del matrimonio Michelena Fernández era muy concurrida por fami-liares y amigos, y lo fue aún más luego de los sucesos

políticos de sep-tiembre de 1808. Con el correr de los meses se con-virtió en uno de los sitios princi-pales del com-plot criollo que se fraguó en los últimos meses de

1809. Fue ahí, en el interior de su hogar, deambulando de una habitación a otra,

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Carmelitas Descalzas, óleo del siglo XVIII, Museo Vi-rreinal, México, DF, tomado de la portada del libro Rebellious Nuns, de Margaret Chowning.

departiendo algún platillo o bebiendo una taza de té o chocolate donde Carmelita, junto con otros invitados, leía en voz alta los papeles públicos, compartía reflexio-nes, hacía crítica de los suce-sos del día y refrescaba sus conocimientos sobre diver-sos temas de religión, de mo-ral y de política.

La crónica de las religiosas del convento de Santa Cata-lina de Siena de Valladolid sostiene que Juana María de la Purísima Concepción y María Manuela de la Santí-sima Trinidad, hermanas de Nicolás y Mariano Miche-lena, estuvieron enteradas desde un inicio de la intriga,

y que por ese motivo a la primera de ellas se le con-denó a morir fusilada. Refiere además que dicha or-den no llegó a tener efecto debido a que Juana María falleció el 13 de octubre de 1810, antes del día pre-visto para su ejecución. Aunque este testimonio de-bemos tomarlo con reservas porque se relatan suce-sos que no coinciden; de lo que sí hay constancia es de una carta que ambas religiosas enviaron al virrey Francisco Xavier Lizana y Beaumont en mayo de 1810 suplicándole por la vida de sus dos hermanos, quienes habían sido aprehendidos y conducidos a la corte de México para ser juzgados.

En la misma Valladolid, la casa del capitán José María García de Obeso, atendida por su esposa Ma-ría Josefa de la Riva, también fue centro de cons-piraciones y tertulias. María Josefa fue la segunda

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Casa de Nicolás Michelena en Morelia, fotografía, 2009.

hija de Francisco de la Riva, capitán de granaderos en Valladolid, y de María Manuela Mendieta. Había nacido en aquella ciudad el 15 de mayo de 1787, fue bautizada por el licenciado Mariano Escandón y Lle-ra, canónigo de la catedral, y fungió como su padri-no el regidor Gabriel García de Obeso, quien años más tarde se convertiría en su suegro. Cuando cum-plió 15 años, su padre consintió en casarla con José María García de Obeso, joven de 25 años de edad, capitán del regimiento provincial acantonado en la ciudad y primer hijo varón de su compadre Gabriel.

Se sabe, por la declaración de Agustín de Iturbide, que a las reuniones conspirativas de finales de 1809 en la casa de la señora De la Riva asistían el doctor José Antonio Uraga, cura de Maravatío; los herma-nos Francisco y Mariano Ruiz de Chávez; José del

Villar, José Antonio Morrás y los hermanos Nicolás y Ma-riano Michelena. Mientras los hombres leían los perió-dicos de la época –las llama-das Gacetas– y conversaban sobre las noticias del día pa-seándose de una habitación a otra, María Josefa perma-necía en la sala de la casa destinada para recibir las visitas de confianza, hacién-dose acompañar del padre

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Mercado, óleo sobre masoni-te, 1988, Alfredo Zalce.

Antonio Saracho. A la prime-ra oportunidad, ella misma se encargaba de ofrecerles un refresco o algo de beber, y ya con ellos aprovechaba la ocasión para tomar parte en las pláticas y discusiones

Asimismo, mujeres indí-genas de los barrios aleda-ños a Valladolid estuvieron enteradas de los planes conspirativos de los criollos gracias al cacique Pedro Ro-sales, alguacil mayor de la

Santa Cruzada. Entre ellas estaban Juana María del Carmen Elvira, esposa de José María Camilo Her-nández, gobernador del pueblo de San Pedro y de los siete barrios de Valladolid; María Inés García, in-dia de 60 años, esposa de José María Berrospe alias el Chatito Berrospe, gobernador del pueblo de San Juan, y desde luego María Paz de las Flores, mujer del cacique Rosales, y una hija de éste cuyo nombre se ignora. Como sabemos, la conspiración de Valla-dolid fue descubierta y aprehendidos sus principa-les cabezas. García Obeso, el marido de María Jose-fa, fue enviado preso a la ciudad de México y luego a San Luis Potosí donde vivió momentos difíciles. Su abogado defensor decía que “por semejante confi-nación se le ha expuesto a quedar sin honor y sin bienes y a las puertas de la mendicidad, envolvién-dose en esta desgracia su inocente familia”. El licen-ciado Michelena, por su parte, fue recluido en una cárcel de la ciudad de México y su mujer tuvo que

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Enfrentamiento entre una mujer realista y otra in-surgente en un corrido insurgente, anónimo, 1814.

hacer frente a las críticas y habladurías por causa de su prisión. Al cacique Rosales y a los gobernado-res de los pueblos mencionados no se les fincaron cargos.

La revolución del 16 de septiembre de 1810

Cuando inició la insurrección en Dolores, la gente que seguía al cura Miguel Hidalgo la conformaban administradores de haciendas, mayordomos, due-ños de ranchos y gente de los pueblos inmediatos. Por delante marchaban los indios en cuadrillas más o menos grandes, armados con hondas, garrotes y malos cuchillos; le seguían los rancheros, todos a ca-ballo, vestidos de cuero los más y portando lanzas

y machetes; después venían los señores Hidalgo, Allen-de, Aldama y Malo; los her-manos Juan e Ignacio Cruz, Mariano Abasolo y otros ofi-ciales, todos a caballo y por-tando sables y pistolas; final-mente estaba el regimiento de caballería de San Miguel el Grande, cuyo nombre era Dragones de la Reina, que custodiaba algunos prisio-neros.

Muchas mujeres cargaron con unas cuantas pertenen-cias, y junto con sus hijos y a pie acompañaban a sus maridos en campaña. Sólo

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Santa Teresa de Ávila, escul-tura, Templo del Carmen, Mo-relia, Michoacán.

a unas cuantas se les veía montadas en las ancas de los caballos o bien acompa-ñando a los principales je-fes en algunos “coches” que éstos pudieron tomar en los lugares por donde pasaban. Los seguían por obligación y por amor; juntos tenían que luchar para defender sus valores más preciados en aquella patria en peligro

de perderse; así debían continuar hasta la muerte, como muchas de ellas lo juraron a Dios frente al al-tar. Su desempeño en los primeros años de la lucha armada fue diverso; iba desde servir de consuelo y compañía a sus esposos, hasta tomar un arma blan-ca o de fuego y enfrentar al enemigo en el campo de batalla. Eran ellas las que atendían todas sus necesi-dades de cobijo y sustento; cargaban con los coma-les y utensilios de cocina en los que preparaban los alimentos, además de unos cuantos trapos que les servían para protegerse del frío.

Propagandistas, informantes y correos de la insurrección

Las mujeres no pudieron evitar participar en la guerra de propaganda, en vista de que la religión, el Rey y la patria eran valores fundamentales para los vasallos del soberano, incluidos los bandos en pugna. Muchas mujeres creían que la revolución tenía un mensaje divino. Mariana Martínez Rulfo fue una de ellas. Había nacido en Querétaro, fruto del matrimonio de José Martínez y Ana Rulfo; ya jovencita radicó en la ciudad de México donde co-noció al licenciado Ignacio Rayón, con quien final-mente se desposó en Tlalpujahua el 13 de agosto de 1810. Mariana fue una ferviente devota de San-ta Teresa de Ávila, y fue ella misma quien en una conversación que sostuvo en aquel real de minas con Manuela Ponte y Andrade, esposa del europeo Antonio Pérez, se encargó de difundir la noticia de que “era preciso se regara la calle de Tacuba en México con sangre de inocentes, porque su marido decía lo tenía profetizado santa Teresa”.

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Rúbrica de María Josefa Huerta Escalante.

Si bien la insurrección hizo que muchas de ellas abandonaran sus hogares para ir tras los pasos de sus respectivos maridos, también es cierto que otro buen número decidió permanecer en sus lugares de origen con la intención de proteger sus pertenen-cias, cuidar a sus hijos y padres ancianos, sobrevivir en medio de aquella situación y algo muy importan-te: servir de informantes.

Fue gracias a ellas que los insurgentes pudieron

evitar ser sorprendidos infinidad de ocasiones en el momento de realizar un campamento; eran ellas las que les precisaban el tipo de mercancías y las cantidades de dinero que cargaban consigo las di-ligencias y convoyes realistas; por ellas se entera-ban los cabecillas del estado de salud en que se hallaban familiares y amigos, y eran ellas las por-tadoras de noticias funestas relacionadas con la ejecución de un ser querido, la destrucción de un pueblo o la confiscación de sus bienes.

En este grupo de mujeres correos, que lo hicieron todo por amor y amistad, podríamos ubicar a Ma-

ría Josefa Huerta y Escalante, quien había nacido en Valla-dolid el 12 de abril de 1784, cuyos padres eran Ana María de Torres y Jerónimo Huerta Escalante. Contrajo matrimo-nio con Manuel Lino Villa-longín Recacochea a finales del año de 1806, y fruto de esa unión nacieron dos hijas: Josefa Villalongín y Huer-ta, quien años más tarde se casaría con Juan Caballero de Acuña, originario de San Agustín del Maíz, jurisdic-ción del pueblo de Copánda-ro, y Manuela, de los mismos apellidos, quien se casó con Ramón Ortiz de Ayala, origi-nario de Cuto, en el valle de Tarímbaro.

También estaba su amiga María Josefa Martínez Nava-rrete. Había nacido en Valla-dolid el 22 de agosto de 1794 y fue hija de José Luis Nava-rrete y María Olaya Lloreda. A los 18 años de edad era novia del tambor mayor del Batallón Provincial Ligero de México, José Villaseñor, alias Ratón, quien a princi-pios de septiembre de 1811 tuvo la desgracia de ser des-cubierto portando una car-

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Fermina Rivera, grabado, 1910.

ta comprometedora, hecho que lo llevó al paredón. La carta le había sido entregada por las dos josefas la noche del 2 de septiembre de 1811 en el cementerio de la cate-dral y tenía como finalidad hacer que el teniente José Monroy se pasara a comba-tir del lado de los insurgen-tes. En su declaración, Villa-señor dijo estar consciente de la pena que se aplicaba a los que sostenían corres-pondencia con los rebeldes, pero se defendió diciendo que lo había hecho “por te-ner demasiado amor a la re-ferida Navarrete”.

El 4 de septiembre las dos mujeres fue-ron interrogadas por el fiscal Manuel de la Concha frente a un consejo de guerra formado por los ca-pitanes Pablo Vicente de Sola, Lorenzo Co-sío, Santiago Mora, Valentín Soberón y Pedro de Yandiola. La esposa de Villalongín se sostuvo en su declaración diciendo que la finalidad de la carta era que el teniente Monroy cambiara

de partido; que no había tenido comuni-cación con su marido desde diciembre de 1810 en que lo había visto por última vez, y que lo vio de nuevo a principios de septiembre de 1811, cuando le dio la carta, “y que no tiene más disculpa qué dar que haberlo hecho por el amor que le profesa a su marido don Manuel Villa-longín, quien se halla sirviendo a los in-surgentes con empleo que éstos le han

dado”. Por su parte, la señorita Martínez Navarrete corroboró el testimonio de su amiga y protectora diciendo que “la íntima amistad de doña Josefa, en

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Leona Vicario y otras insurgentes, grabado, 1910.

cuya casa vive […] la estrechó a cometer el delito que ahora sabe que cometió”.

María Josefa Huerta fue condenada a la pena ca-pital, mientras que la señorita Martínez Navarrete permanecería encerrada en la Casa de Recogidas de la ciudad de Puebla, lugar en el que se recluían

a las mujeres indigentes, va-gabundas o consideradas deshonradas. Su padre, Je-rónimo Huerta Escalante, envió una sentida carta al virrey Venegas el 17 de oc-tubre de aquel año pidiendo el perdón para su hija, y éste accedió a conmutar la pena capital por ocho años de reclusión. Empero, no pasa-rían muchos días para que María Josefa Huerta fuera rescatada por su propio marido del sitio en que ha-bía sido recluida, en medio de la algarabía de unos y el asombro de otros.

No obstante que Villalon-gín moriría en noviembre de 1814 en una refriega que tuvo lugar en el pueblo de Puruándiro, la señora Huer-ta logró ver consumada la Independencia. Murió en Valladolid el 15 de junio de 1825. En lo que respecta a la otra María Josefa, años después de la muerte de su novio, contrajo matrimonio con una persona de apellido Huerta. Ya viuda, falleció en Morelia el 10 de noviembre de 1829 y su cuerpo fue se-pultado en el camposanto

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Acueducto y sus alrededores (Capilla de Ánimas), óleo de Mariano de Jesús Torres, 1876, Museo Regio-nal Michoacano, Morelia.

de la iglesia de San José de la misma ciudad.

Otro caso interesante es el de María Luisa Martínez. Era vecina del pueblo de Eronga-rícuaro, pintoresco lugar de la intendencia de Valladolid, donde tenía una pequeña tienda mestiza y en la cual se expendían productos de primera necesidad como aguardiente, cigarros, jabón, pilones, líos de cohetes y oco-te. Estaba casada con Esteban García Rojas, alias el Jaranero, miembro de una familia im-portante de comerciantes de la región, quien se dedicaba a hacer jaranas y a venderlas en los pueblos de los alrededo-

res. Entre 1815 y 1816 el matrimonio se declaró abier-tamente partidario de la insurrección, sobre todo desde que supieron que Domingo García Rojas, her-mano de Esteban, había sido elegido presidente de la Junta de Taretan desde el mes de noviembre de 1815. La función principal que desempeñó María Luisa fue proporcionar informes a los rebeldes, quienes con el pretexto de comprar mercancías adquirían también noticias sobre los movimientos del enemigo.

Por una carta que se le interceptó, se sabe que su contacto era el cabecilla Tomás Pacheco y que lue-go de verse descubierta abandonó su tienda. Sin embargo, fue capturada por un militar realista de baja graduación, quien para no fusilarla le pidió la jugosa suma de dos mil pesos y no volver a tener tra-

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Casona en la ciudad de Pátzcuaro, en la que se supo-ne, dudosamente, vivió Gertrudis Bocanegra.

tos con insurgentes. A los dos años fue nuevamente aprehendida por Pedro Celestino Negrete, quien le perdonó la vida arrancándole la promesa de no co-municar partes a los insurgentes; luego de hacerla desembolsar otros dos mil pesos la dejó en libertad. Regresó a su tienda y con mayor cuidado siguió apo-yando la Independencia. Entonces cayó en manos de Chivilí, quien le sacó otros mil pesos a cambio de dejarla vivir. María Luisa no tuvo enmienda, y fue

de nuevo aprehendida por Pedro Celestino Negrete, quien la mandó fusilar en el cementerio de la parro-quia de Erongarícuaro porque María Luisa no pudo conseguir esta vez los cuatro mil pesos que el militar le exigía para indultarla. Don Esteban García Rojas, triste y en la miseria, se fue a vivir a Tangancícuaro. A la jura de Iturbide volvió a Erongarícuaro para re-coger lo que tenía y con el propósito de no dejar allí ni el polvo.

No podía faltar en esta lis-ta el nombre de Gertrudis Bocanegra. Nuestro perso-naje nació en la ciudad de Pátzcuaro, antigua alcaldía mayor de Michoacán, el 11 de abril de 1765 y fue hija de Pedro Xavier Bocanegra y de María Feliciana de Men-

doza, él registrado como español y ella como mestiza, a pesar de que por las venas de esta última corría sangre de un indio ca-cique. Gertrudis fue casada con Pedro Ad-víncula de la Bega y Lazo, soldado de una de las compañías de milicias de Pátzcuaro, de cuyo matrimonio

nacieron cinco niñas y dos varones. Al comenzar la guerra de Independencia, su esposo y el hijo mayor se incorporaron a la revolución y al poco tiempo murieron en combate en la famosa ba-talla de Puente de Calderón. Entonces Gertrudis se dedi-có a servir de correo de los insurgentes por el rumbo de Pátzcuaro y Tacámbaro bajo las órdenes del comandante Manuel Muñiz.

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José Luis Soto, Retablo por la Independencia.

Posteriormente, cuando el patriota de origen navarro Xavier Mina organizó su ex-pedición a Nueva España con la finalidad de contribuir a la Independencia del reino más floreciente de la monarquía católica, Bocanegra realizó trabajos de espionaje a fa-vor de la causa y organizaba reuniones clandestinas has-ta que fue descubierta junto con otras personas cuando trataban de robar el parque de la guarnición en su ciudad natal. Gertrudis y uno de sus compañeros fueron fusilados el 11 de octubre de 1817 en la plazuela de San Agustín de la ciudad de Pátzcuaro y su cuerpo fue sepultado en la iglesia de los jesuitas.

La represión realista

No pocas mujeres fueron perseguidas y sentencia-das a morir frente al pelotón de fusilamiento por el delito de infidencia, aunque también es cierto que algunas lograron escapar con vida. Cuando Félix María Calleja tomó por asalto la villa de Zitácuaro, decenas de mujeres españolas, indias y mestizas que aún quedaban en aquel partido fueron despo-jadas de sus bienes y obligadas a abandonar el sitio, condenado al saqueo y a desaparecer entre las lla-mas. Las mujeres, niños y ancianos de la jurisdicción tuvieron que refugiarse en los pueblos vecinos de Tuxpan, Tuzantla, Irimbo y Taximaroa, sin contar con ningún tipo de ayuda ni sustento.

Asimismo, a mediados de enero de 1812 la Jun-ta de Seguridad establecida en Guadalajara, capi-

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Mujer e hijo en un detalle del cuadro Fusilamiento de José María Morelos y Pavón, anó-nimo, siglo XIX.

tal del reino de la Nueva Galicia, formó sumaria a una mujer llamada Guadalupe Rangel, natural del pueblo de Cotija, Michoacán, de 25 años de edad, de religión católica y esposa del cabecilla Albino García. Las autoridades militares pensaron que se trataba del famoso Manco García, quien asolaba el Bajío guanajuatense, pero en realidad era sólo un homónimo del guerrillero salmantino; Rangel fue puesta en libertad cando se supo que su esposo, un tío carnal suyo y un primo habían sido pasados por las armas en la hacienda de Guaracha por insurgen-tes; sin embargo, la represión sicológica a que fue sometida Rangel en el interior de la prisión debió ser difícil de superar.

Cada vez que tenían oportunidad, algunas mu-jeres de Valladolid solían reunirse en las casas de abogados, soldados y pre-bendados, y acompañadas con música y bailes aprove-chaban para comentar las noticias del momento. Ha-blaban de la Constitución de Cádiz, de los triunfos de Morelos en el sur, de las noticias que publicaban los periódicos insurgentes que de manera clandestina cir-culaban entre la población, pero sobre todo no perdían oportunidad para criticar al gobierno español de la ciu-dad de México por la polí-tica represiva que había im-puesto en distintas partes del virreinato.

Las esposas y madres

De igual manera, debemos considerar a las esposas y madres abnegadas que ex-perimentaron infinidad de

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Casa de Rafaela López Aguado en Tlalpujahua, hoy convertida en Museo Hermanos López Rayón.

peligros durante la guerra; mujeres que al quedar viu-das pasaron a convertirse en la principal cabeza de la familia, a pesar de su sexo, y que inclusive sufrieron profundamente la pérdida de uno o varios de sus hijos. Los nombres de muchas de ellas no los consigna la histo-ria, pero siempre estuvieron presentes en los momentos más crudos y difíciles de la guerra.

Doña Rafaela López Agua-

do, madre de los Rayón, es quien mejor ilustra esto que decimos. Nació en la hacien-da de Paquisihuato, en el partido de Maravatío, el 21 de julio de 1754, y fueron sus padres Manuel López Agua-do y María Hermenegilda Ló-pez. Estuvo casada con An-drés Mariano López Rayón,

vecino de la hacienda de Bravo, del mismo partido (hoy venta de Bravo, municipio de Tlalpujahua), de cuyo matrimonio nacieron nueve hijos, seis hom-bres y tres mujeres. Al morir su esposo en 1804 se quedó al frente de su familia, y su hijo mayor, el li-cenciado Ignacio Rayón, se encargó de atender los negocios mineros, agrícolas y comerciales que ha-bían heredado.

Desde los primeros meses de la revolución de 1810 Ignacio y dos de sus hermanos se incorporaron a la lucha insurgente, después lo harían los demás. Al principio, Rafaela decidió permanecer en su casa de Tlalpujahua, pero abandonó el lugar a finales de mayo de 1813 poco antes de la toma del Cerro del Gallo por el brigadier Joaquín del Castillo y Busta-mante. Por varios meses tuvo que recorrer grandes distancias, durmiendo en pueblos y rancherías de la tierra caliente michoacana al lado de su nuera Mariana Martínez y de sus dos nietos. En los años más críticos del conflicto (1815-1816), cuando Ra-faela acompañaba a sus hijos Ignacio, Ramón y José

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Rafaela López Aguado recibe la noticia de la aprehensión de su hijo Francisco Rayón en Ixtlahuaca, óleo de Mi-guel Oropeza, ca. 1979, Mu-seo Hermanos López Rayón, Tlalpujahua, Michoacán.

María Rayón en la fortaleza de Cóporo, aledaña a Jungapeo, José Francisco, el quinto de sus vástagos, fue hecho prisionero por el teniente coronel Matías Martín y Aguirre.

En diciembre de 1815 los Rayón le pidieron con-servar la vida de su hermano y canjearlo por algún prisionero importante que ellos tuvieran; pero como Aguirre solicitó a cambio la rendición incondicional de la fortaleza, los tres hermanos dejaron la decisión a su madre Rafaela. Pero la ilustre matrona prefirió la muerte de su hijo a la afrenta del indulto que les ofre-cían. Después de más de dos años de asedio, faltos de agua y de víveres con qué subsistir, Ramón Rayón negoció la capitulación de Cóporo y fue así como su madre y cientos de defensores del fuerte lograron salvar la vida. Rafaela pasó a establecerse en su casa de Tlalpujahua, mientras sus otros tres hijos, Ignacio, José María y Rafael, seguían luchando en el campo de batalla del lado de la insurgencia. Esta extraordi-naria mujer pudo ver consumada la Independencia pues murió en Tlalpujahua el 4 de agosto de 1822, cuando contaba 68 años de edad.

Otro caso ilustrativo es el de María Josefa Edubi-ges Gutiérrez. Esta mujer había nacido en el pueblo de Jungapeo, Michoacán, en el año de 1778, y fue hija de José Secundino Gutiérrez y Petra Paniagua. Cuando tenía 14 años de edad conoció a José Be-nedicto López, un joven de 17 años originario del vecino pueblo de Tuxpan, con quien decidió unirse en matrimonio el 5 de septiembre de 1792 en la pa-rroquia de Santiago.

Los primeros años los vivieron en Tuxpan, en casa de su suegro Santiago López, pero luego de la muerte

de éste el 10 de julio de 1798 se trasladaron al rancho de Patámbaro, arrendado por José Benedicto. Además de las ocupaciones propias de su hogar, María Edubiges ayudaba a su marido en las faenas del campo. Por otro lado, la vida social y pueble-rina del matrimonio estuvo llena de bautismos, fiestas religiosas y casamientos, y no perdían oportunidad

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La plaza de Zitácuaro, litografía de Manuel Mur-guía, 1884.

para asistir a la villa de Zi-tácuaro a venerar la imagen de la virgen de los Remedios y de paso comprar algunas prendas con motivo de la festividad del 8 de diciem-bre, dedicada a la Inmacula-da Concepción.

Algunos años después el matrimonio regresó a Tux-pan. Ahí vivieron años difíci-les, al grado de que tuvieron que vender una de sus pro-piedades para poder subsis-tir. Ahí también se enteraron de los sucesos en España re-lacionados con la abdicación de la familia real a favor de Bonaparte; el golpe de Esta-do perpetrado en contra del virrey José de Iturrigaray;

los rumores de la conspiración de Valladolid de di-ciembre de 1809 que involucraba a Luis Gonzaga y Correa, administrador de correos de Tuxpan y de la hacienda de Jaripeo propiedad de los hermanos Joa-quín y Miguel Hidalgo y Costilla.

Un mes después de que diera inicio la insurrec-ción, María Edubiges vio partir a su esposo al en-cuentro de Hidalgo, y ella quedó sola al frente de su hogar. Permaneció en Tuxpan mientras el territorio estuvo en poder de la insurgencia, pero cuando Zi-tácuaro cayó en manos de Calleja se escondió con sus hijos en el rancho de Patámbaro, al amparo de su esposo Benedicto López. Además de experimentar persecuciones continuas, de pasar hambres y mise-rias a causa de la guerra y de vivir en constante zo-zobra por las incursiones realistas, María Edubiges sufrió una gran pena cuando se enteró de la muerte

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Exvoto dedicado al Señor de Villaseca (detalle), anó-nimo, 1822.

de su hijo primogénito ocurrida en octubre de 1817 a manos de un prisionero, y la de su esposo José Bene-dicto, quien fue fusilado y descuartizado en la villa de Zitácuaro el 30 de diciembre del mismo año.

A los pocos días, los familiares y amigos de Bene-dicto pudieron juntar unas partes de su cuerpo mu-tilado, y el 5 de enero de 1818 les dieron cristiana se-pultura en el atrio de la parroquia de Tuxpan; María Edubiges pagó tres pesos y cuatro reales por las hon-ras fúnebres y dieciocho pesos y cuatro reales por las exequias. Por su parte, Gertrudis López, hermana del prócer, cada 2 de noviembre le ofrecía una misa por el eterno descanso de su alma. La viuda no quedó totalmente desamparada y continuó apoyando a la insurgencia, pues entregaba a los jefes rebeldes algu-

nas cargas de maíz a cambio de unos cuantos pesos que le permitieron sobrevivir junto con sus hijos. Después de consumada la Indepen-dencia, la situación de María Edubiges y sus hijos era bas-tante precaria: el 22 de ene-ro de 1822 tuvo que vender a su cuñado José Ignacio un solar por la cantidad de 150 pesos.

Cuando el Congreso mexi-cano decidió premiar los servicios de los primeros caudillos de la Independen-cia ofreciendo una pensión para sus esposas e hijos, María Edubiges y varios de sus hijos que permanecían solteros fueron beneficia-dos conforme al decreto del 19 de julio de 1823. El 12 de septiembre de ese mismo año, el Congreso tuvo a bien declarar “Benemérito de la Patria” a Benedicto López y decretar que su viuda e hijos se hacían acreedores a una pensión. María Josefa Edu-biges gozó de esa pensión hasta que la muerte la sor-prendió en su casa de Tux-pan algunos años después.

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Grupos de mujerespatriotas

En Michoacán también exis-tieron heroínas anónimas, mujeres cuyos nombres no quedaron registrados en los libros de historia, pero que en su momento estuvieron dispuestas a luchar y morir por la Independencia. Así aconteció en el segundo semestre del año de 1817 cuando por segunda vez la fortaleza de Cóporo fue de-fendida por el jefe insurgente Nicolás Bravo. A pesar de los intentos de varios guerrille-ros por introducir víveres a los sitiados, aquellos por lo general resultaron infruc-tuosos. Se contaba aún con

suficiente parque para resistir la embestida de los realistas comandados por el coronel José Joaquín Márquez y Donallo, pero no había víveres ni agua con qué alimentar a los rebeldes.

Fue entonces que de entre los defensores de Có-poro se levantó un grupo de mujeres que fue a ver al general Bravo; ya frente a él una de ellas le dijo estas palabras: “¡Mi general, ¿Queréis vivir? ¿Queréis pelear? Tomen nuestros cuerpos, nuestras carnes están flacas, pero podrán alimentar por unos días a la tropa!”. Tal acción, llena de abnegación y patrio-tismo, reanimó por todos lados el aliento decaído, y sacando fuerzas de flaqueza Bravo y sus hombres continuaron en pie de lucha. Muchos prefirieron morir peleando frente al enemigo, otros se desba-rrancaron cuando intentaban abandonar el fuerte, y a las pocas mujeres que fueron capturadas luego de

Vista de la Fortificación del Cerro de S. Pedro Cópo-ro, en el libro La independencia de México, Átlas his-tórico.

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la toma de la fortaleza se les envió a prisión a la villa de Zitácuaro.

Las michoacanas en la etapa trigarante

A principios del año de 1820 la situación política en España cambió radicalmente. Al fracasado pronun-ciamiento de Rafael de Riego en Cabezas de San Juan, en Andalucía, siguió la participación de grupos políticos de la Coruña, Zaragoza y Barcelona que restauraron sus ayuntamientos y diputaciones pro-vinciales, y una multitud que exigió al monarca el

restablecimiento de la Cons-titución. Comenzó el llama-do Trienio Liberal. En Nueva España las medidas decreta-das por las Cortes resultaron ser más radicales que en su primera etapa (1812-1814) y fue lo que propició que an-tiguos militares al servicio del Rey, vinculados con la jerarquía eclesiástica de la ciudad de México y algunos ricos de la capital, iniciaran otro movimiento por la In-dependencia, llamando a viejos insurgentes a sus filas.

Agustín de Iturbide fue el militar que encabezó dicho movimiento con la promul-gación del Plan de Iguala el 24 de febrero de 1821, el cual planteaba la independencia del país con respecto a Es-paña, la convocatoria a un congreso constituyente que tuviera a su cargo la elabo-ración de una constitución, la creación de un Ejército Trigarante que protegería los principios de religión, independencia y unión, y ofrecía el trono de México al rey de España o a un prín-cipe de la casa de Borbón. Dicho Plan fue ratificado el Manuela Herrera, grabado, 1910.

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24 de agosto siguiente en la intendencia de Veracruz, con el famoso Tratado de Córdo-ba, firmado por Iturbide y Juan O’Donojú, con la dife-rencia de que en este último se dejaba abierta la posibili-dad para que el país contara con un monarca designado por las propias Cortes mexi-canas. En cuestión de meses, prácticamente todo el vi-rreinato estaba a favor de la emancipación.

Quizá la mujer que mejor ilustra la etapa trigarante de la lucha por la Independen-cia en Michoacán es Ana María Huarte y Muñiz, es-posa de Iturbide, nacida en Valladolid, igual que él, un 18 de enero de 1786, y sex-ta hija del rico comerciante y hacendado de origen vasco Isidro Huarte, alcalde pro-vincial de la ciudad, y Ana Muñiz Sánchez de Tagle, de familia de prosapia. Estudió en el Colegio de Santa Rosa María de Valladolid y allí permaneció por varios años. Al término de sus estudios, al cumplir 19 años de edad, sus padres decidieron casar-la con el joven alférez de mi-

licias provinciales Agustín de Iturbide, de 21 años, hijo primogénito de José Joaquín de Iturbide y Arre-gui y María Josefa Aramburu y Carrillo, otra familia importante de la ciudad de origen vizcaíno. La boda tuvo lugar el 27 de febrero de 1805 “en casa parti-cular” y fue celebrada por el doctor Ramón Pérez Anastaris, canónigo de la catedral.

Cuando inició la lucha por la Independencia, Itur-bide dejó Valladolid y se trasladó con su mujer a la ciudad de México, donde Ana María permaneció prácticamente todo el tiempo que duró la guerra. Vivió en la casa marcada con el número 7 de la calle

Colegio de Las Rosas, óleo de Mariano de Jesús To-rres, 1876, Museo Regional Michoacano.

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de Tiburcio; en ella vio nacer a algunos de sus hijos y también sufrió la pérdida de uno de ellos: la niña María Dolores, fallecida el 10 de julio de 1820. Cuan-do Ana Huarte supo que su marido había lanzado un plan político para independizar el reino, esperó el momento oportuno para regresar a la ciudad que la vio nacer y encontrarse con su familia.

La tarde del 21 de agosto de 1821 llegó a Valladolid la esposa del coronel Agustín de Iturbide. Una repre-sentación del cabildo eclesiástico la recibió en nom-bre de la corporación, y ese mismo día se precisó el lugar que debía ocupar en el interior de la iglesia ca-

tedral. Un testigo presencial señaló que ese día “todas las calles estaban sembradas de flores y desde lo alto de los edificios doncellas gracio-samente vestidas, represen-tando las garantías, derra-maban sobre el carro frescas flores. La artillería hacía su-bir el estruendo al cielo. Una hora tardó en llegar a la casa paterna de donde salieron a recibirla todas las damas de Valladolid puestas con primor […]. Al entrar en el salón que estaba preparado, rompió una sinfonía ejecu-tada por hábiles profesores. Comenzaron luego a llegar todas las corporaciones a cumplimentarla: el muy ilustre y venerable cabildo eclesiástico en cuerpo; […] el muy ilustre ayuntamiento bajo de mazas; los reveren-dos padres prelados de las sagradas religiones; el cole-gio seminario, etcétera. Se sirvió luego un espléndido refresco; en seguida se dio un gran concierto en que el divino Elízaga tuvo suspen-

Ana María Huarte, empera-triz de México.

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sos y arrebatados los ánimos largo rato, y por último se cantaron canciones patrióti-cas y otras piezas de mucho gusto”.

El 25 de agosto siguiente, el cabildo eclesiástico com-pró dos sortijas de valor y un solitario para obsequiarlos a la esposa de Iturbide. Tam-bién se ordenó la ilumina-ción de la ciudad por cuatro días por encontrarse el Ejér-cito Trigarante a las puertas de la ciudad de México. Poco después, cuando los canóni-gos se enteraron por un im-preso poblano que Iturbide

firmó con Juan O’Donojú el Tratado de Córdoba, acordaron pasar a la casa de Ana Huarte a darle el título de excelencia. El doctor Manuel de la Bárcena, que había salido a recibir a la esposa de Iturbide, fue llamado por éste para que fuera testigo de su entrada a la capital y firmara el Acta de Indepen-dencia del Imperio Mejicano con el que se sellaba finalmente el nacimiento de una nueva nación. Ana Huarte llegó a ser emperatriz de México, pero lue-go de la caída de su marido en 1823 vivió exiliada en los Estados Unidos. Murió en Filadelfia el 21 de marzo de 1861 rodeada de sus hijos Sabina, Josefa y Agustín Cosme.

Mujeres en La plaza de la Ciudad de México el 27 de octubre de 1821 (detalle), óleo anónimo, siglo XIX.

GLOSARIO

Cortes: El cuerpo legislativo compuesto de los representantes de la nación.Junta de Seguridad: Creada por el virrey Francisco-Xavier Lizana y Beaumont en septiembre de 1809, y cuya misión consistía en atender todas las causas de infidencia que hasta antes competían a la Sala del Crimen. Real de minas: Eran los sitios donde existía una población formada, con iglesia, cura o teniente, juez real, diputados de minería, seis minas en corriente y cuatro haciendas de beneficio. Santa Cruzada: También llamada bula de la cruzada. Bula apostólica en que los pontífices romanos concedían dife-rentes indulgencias a los que iban a la conquista de Jerusalén. A principios del siglo XIX se concedía a los españoles que contribuían con cierta limosna para ayudar a la guerra contra los africanos.Sumaria: Las primeras diligencias con que se instruye una causa criminal hasta ponerla en estado de tomarla confesión al reo.Pillaje: Acto de apropiarse de lo ajeno. Fue común que durante la guerra de Independencia integrantes de las tropas insurgentes realizaran saqueos y robos a las casas de los españoles.Tienda mestiza: Local donde se expenden artículos de primera necesidad del propio lugar o país.

BIBLIOGRAFÍA

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