SECCIÓN PRIMERA – CAPÍTULO CUARTO
por LUIS MARÍA BANDIERI (UCA) SUMARIO: Plantilla de Análisis del Conflicto. Elementos
de la Plantilla (PIN): Agentes, Percepciones, Posiciones,
Intereses, Deseos, Necesidades. Actividades. Bibliografía
Plantilla de Análisis del Conflicto
¿Cómo se analiza un conflicto? Analizar es separar los
elementos componentes de una cosa.
¿Cuáles son los elementos componentes de un conflicto que
resultan de su análisis?
En este capítulo desarrollaremos una plantilla que contenga
los elementos básicos de cualquier tipo de conflicto y sirva
para su análisis.
Diana y Juan
Diana se queja porque su marido no atiende a sus reclamos
para que solucione minúsculos problemas del hogar. Por
ejemplo, el grifo que gotea en la cocina. El hombre promete
que va a arreglar esos pequeños desperfectos, pero luego no
lo hace. “Juan no me escucha, tanto da que le hable o no”.
Juan ha registrado los reclamos, pero –pese a su promesa- en
puridad el goteo del grifo no le afecta. Son incidentes sin
importancia, por los que no vale la pena molestarse. Pero no
aduce estas razones ante su esposa, sino que promete
solucionar los inconvenientes. El motivo es que no quiere
dejar descontento a nadie, y menos a su mujer.
Contestaciones como “no tiene importancia” o “no tengo
ganas”, están excluidas de su repertorio. Probablemente,
sigue bajo la impresión de aquellos mandatos de la infancia:
“¡hacerlo y sin chistar!”, frente a los cuales no cabía la
réplica, pero sí el soslayo. Diana desearía ser tenida en
cuenta en sus reclamos caseros. Juan desearía que se
comprendiese, más allá de sus promesas mecánicas, que sólo
cabe convocarlo para aquello que importa.
La anécdota nos muestra las dificultades con las que se
tropieza para analizar un conflicto, hasta el más simple y
doméstico. Las cosas no son tal como se muestran. ¿Cuál es
la relación que puede establecerse entre la persona y sus
propios actos? La misma ambigüedad encontramos en el
lenguaje: no siempre se expresa lo que se siente; de todos
modos, aunque se hable para no decir, ello nunca equivale a
no decir nada. Tenemos a dos protagonistas de una historia
hogareña. Lo que cada uno dice que quiere es una cosa, y lo
que realmente quiere una cosa algo distinta. Ambos desean y
ambos necesitan respuestas y conductas adecuadas del otro.
Y hasta puede haber –en el caso de Juan- experiencias
significativas y condicionantes del pasado, que quizás nunca
alcancen a venir a la luz. Diana dice que su marido no le
presta atención, ya que no atiende a los reclamos mínimos
del hogar. Juan dice y reitera que arreglará el grifo. Diana
quiere ser tenida en consideración y mantener su hogar en
orden. Juan no quiere descontentar a su mujer y quiere
ocuparse sólo de lo que para él es importante. Ambos
desearían ser bien apreciados por el otro y ambos necesitan
el mutuo reconocimiento. Ya tenemos los principales
elementos que conformarán nuestra plantilla.
Elementos componentes de la plantilla (PIN)
La plantilla es un esbozo rápido de los elementos que
componen invariablemente un conflicto. Los enumeraremos
a continuación, destacando las preguntas que permiten
identificarlos:
Preguntas Elementos ¿Quiénes?
Agentes
¿Cómo lo ve cada agente? ¿Qué
piensa cada uno del otro y de la
situación?
Percepciones
¿Qué dice cada agente que quiere?
¿Cuál es su exigencia?
Posiciones
¿Qué quiere, realmente, cada
agente? ¿Para qué y por qué?
Intereses y deseos
¿Qué es aquello de lo que cada
agente no puede prescindir?
Necesidades
¿Con qué contamos? Recursos
Esta plantilla es llamada habitualmente con la sigla PIN. Son
las iniciales de “posición”, “interés” y “necesidad”.
Agentes
Son los directa o indirectamente involucrados en el
conflicto, como Diana y Juan en nuestro ejemplo de
inicio. Esto es, quienes realizan o pueden realizar
actos u omisiones a ellos atribuibles y por los que se
los pueda responsabilizar, respecto de la situación
conflictual.
Nuestro ámbito de estudio se refiere a conflictos
jurídicos. Son aquellos donde se disputa acerca del
reparto de bienes materiales o simbólicos, con
criterios encontrados sobre lo suyo de cada uno y
reivindicando mutuamente derechos al respecto. Se
confronta sobre la relación entre el sentimiento de lo
justo e injusto de cada uno de los agentes
involucrados y la conducta de los otros agentes.
Aunque, en general, la noción de agente coincide con
la de “parte”, en el sentido de quien resulta titular de
un interés jurídicamente protegido y, por lo tanto, de
una acción, debe señalarse que la primera, la noción
de agente conflictual, puede ser más amplia que la
segunda, la de parte jurídica propiamente dicha. Por
ello se prefiere denominarlos “agentes” en lugar de
“actores”, que se presta al equívoco con el actor
procesal. Un agente en un conflicto puede no ser
titular de acción jurídica, pero igualmente sus
acciones u omisiones presentes o futuras cuentan en
el desenvolvimiento del conflicto y para la viabilidad
de una eventual fórmula de composición. La
aceptación o rechazo por parte de los hijos mayores
de edad de un matrimonio que se divorcia, respecto
de la forma de liquidación de la sociedad conyugal, o
el compromiso que asuma la tía próspera de uno de
los integrantes de una pareja, en la discusión sobre
los alimentos a pasar por el niño que aún está en el
jardín de infantes, resultan de gran importancia para
el desenlace del conflicto. Ninguno de ellos es titular
de una acción procesal, pero igualmente pueden
estar motivados por los sentimientos de lo justo e
injusto de la situación y sus acciones u omisiones
pueden contar de modo decisivo. Una cosa, pues,
resulta estar legitimado como parte para la
administración de justicia, y otra, ser agente de un
conflicto jurídico, aunque ambas condiciones suelan
coincidir.
Cuando el agente es grupal, deberá considerarse la
posibilidad de coaliciones entre sus miembros y tener
en cuenta los liderazgos internos. En el caso de una
persona jurídica, habrá de tenerse en cuenta no sólo
si los títulos del representante están en regla, sino
también la extensión del mandato y la relación del
mandatario con el representado. Las negociaciones
internacionales o los conflictos colectivos del trabajo
muestran claramente este vaivén representante-
representado, cuando las posibles fórmulas de
acuerdo deben ser aprobadas por otros cuerpos como
el parlamento, la asamblea gremial o societaria, etc.
en los que, a la vez, pueden diferenciarse los círculos
interiores capaces de tomar o impedir la decisión (lo
que suele denominarse la “mesa grande” y la “mesa
chica” de las organizaciones).
Percepciones
La percepción consiste en la integración significativa
de los datos de la experiencia sensorial. Es un
proceso complejo en el que intervienen diversos
factores concomitantes: la sensación, el pensamiento,
la memoria, la afectividad, etc. Depende, en parte, de
nuestras constelaciones de valores y creencias. En
nuestro ejemplo inicial, Diana percibe a su marido
como quien, en la rutina de la relación, ha perdido
interés en ella y Juan, por su parte, percibe a su
mujer como excesivamente demandante de cosas
nimias.
Fueron los psicólogos de la Gestalt los primeros que
advirtieron cómo la cualidad estructurante de la
percepción puede incluso violentar los datos en
bruto captados por los sentidos, para producir
configuraciones congruentes. Por ejemplo, si digo:
“Madrid comienza con m y termina con t”, en muchos
casos se percibirá la frase como errónea, y sólo un
nuevo examen nos permitirá advertir que,
efectivamente, la palabra “Madrid” comienza con m y
la palabra “termina” comienza con t.
Cada agente en un conflicto tendrá percepciones
divergentes del otro, de sí mismo y de la situación.
Como dice Roger Fisher (1996:46) habrá “una
evaluación diferente de cuáles son las cuestiones
más importantes y distinta percepción de lo que es
históricamente significativo, de los hechos actuales,
de sus propios motivos de queja y de las metas e
intenciones de todas las partes involucradas”. Es
importante destacar que no puede imponerse a los
agentes una percepción diferente. Puede intentarse,
en todo caso, que por sí mismos la vayan
modificando. Para ello, quien intervenga en un
conflicto ya planteado debe ejercitar la empatía. Esto
es, como afirma gráficamente nuestra lengua,
ponerse momentáneamente en el pellejo del otro para
captar su estado anímico y su percepción de la
situación. No significa estar de acuerdo con él ni
compartir su perspectiva y postura. No es simpatía,
donde hay comunidad afectiva duradera. Una vez
lograda la comprensión empática, hay que tomar
distancia, ya que de otro modo se tornaría imposible
toda ayuda.
La percepción de una situación, según se dijo más
arriba, está influida por el conjunto de valores y
creencias del sujeto que la percibe. Llamamos valores
-sin entrar en disputas filosóficas a su respecto- a las
propiedades correspondientes a una persona o cosa
que la vuelven apreciada, deseable, apetecible, y por
lo tanto reconocida como guía o meta de los actos. Lo
contrario, el punto más bajo en la escala, es el
antivalor. Hablar de valores supone establecer
jerarquías y quien define un valor, define al mismo
tiempo un valor negativo, un antivalor.
Al obrar conforme con una escala de valores
reconocida, o asignar un alto valor a una cosa o
persona, nos encontramos ante un planteo binario
del tipo “o lo uno o lo otro” (aut/aut) que, en
principio, excluye todo reparto, esto es, una
graduación de más o menos (plus/minus). Lo mismo
ocurre respecto de las creencias. Recordemos la
distinción entre ideas y creencias que hacía Ortega y
Gasset (1959:17). Las ideas las articulamos
lógicamente. Las ideas se tienen. Las creencias las
incorporamos como si fuesen la realidad misma, la
certidumbre en donde nos encontramos. Las
articulamos vitalmente. En las creencias se está.
Somos nuestras creencias. Toda percepción de una
situación, toda perspectiva personal en que se sitúen
hechos, conductas y personas, resulta un horizonte
verídico y auténtico para el sujeto en cuestión, que
no puede impugnarse desde afuera y sólo él mismo
puede reenfocar. Tampoco cabe atacar la jerarquía de
valores y creencias que conforma aquel horizonte. Se
puede intentar de que venga a la luz para advertir su
consistencia y que el propio sujeto examine qué
porción de repartible y negociable (plus/minus) existe
a su juicio en la situación, sin alterar su aut/aut de
base. Como resalta Julien Freund (1987:250): "los
valores no negociables son tan indispensables para la
vida en común en una sociedad, como lo son los
valores intercambiables".
Posiciones:
La posición es la tribuna o plataforma desde donde el
agente pronuncia su exigencia y define su postura.
Cada agente expone lo que le ocurrió en el
desenvolvimiento del conflicto y cómo lo vive en el
presente. En nuestro ejemplo, son los pedidos y
quejas de Diana y las promesas de su marido.
Habitualmente, la posición se expresa en un discurso
donde la exigencia se plantea cerradamente, bajo la
figura retórica de la hipérbole, del aumentativo.
Debe, sin embargo, ser creíble y estar
fundamentado. Las versiones encontradas y
amplificadas de cada agente expresan una crisis en el
sentido literal, esto es, una intensa separación. Se
manifiestan las cuestiones en diputa, la intensidad
de un sufrimiento y el máximo reclamo. Se expresa
así la distancia entre las partes, pero, al mismo
tiempo, aunque implícitamente y por lo negativo, se
marca un terreno común, porque los contrarios y
pertenecen al mismo género.
Suele compararse el discurso posicional con la
pequeña porción de un témpano –apenas el 10% de
su masa- que emerge sobre las aguas. Resta
averiguar cuánto hay debajo. Porque reducir la
gestión del conflicto al cruce de posiciones crispadas
puede generar, en los agentes enfrentados, una
coincidencia desdichada: la de dos voluntades que no
quieren cambiar de postura.
Intereses y deseos:
Como hemos visto, responden a las preguntas: ¿por
qué y para qué quiere la parte lo que realmente
quiere? Esto es, preguntas sobre la causa (el porqué)
y sobre la finalidad (el para qué) de las conductas de
cada agente en el conflicto. La finalidad siempre
importa. La causa, sólo cuando se puede actuar
sobre ella. De otro modo, su examen retrospectivo
conduce a reavivar el encono inicial. En nuestro
ejemplo inicial, el interés de Diana es el de ser tenida
en consideración y mantener su hogar en orden. El
de Juan finca en poder ocuparse sólo de lo
importante para él sin desavenirse con su mujer.
Cada uno desea ser bien considerado por el otro.
Remontarnos hasta el conflicto intrapersonal que
surge de las experiencias de infancia de Juan –tema
importante quizás en una terapia- sería irrelevante
para posibilitar la composición del conflicto
interpersonal del matrimonio.
Intereses y deseos resultan los dínamos de la
conducta de los agentes de un conflicto. En otras
palabras, lo que los moviliza está por debajo de la
cima emergente del témpano, expresada en la
posición.
Ante todo, intentemos clarificar la noción de
“interés”. En los diccionarios de la lengua prevalece
como primera acepción la de provecho, utilidad,
ganancia. Esta palabra ha tenido una peripecia
paradojal, ya que evoluciona, en todas las lenguas,
de significar lo perjudicial a denotar y connotar lo
beneficioso. Tal progresiva dignificación del interés lo
transforma, en un recodo de la historia que se sitúa
hacia fines del siglo XVII, en lo razonable, calculable
y previsible, ocupando el lugar que, hasta ese
momento, tenían en la motivación humana las
pasiones. El interés particular se convierte en lo útil
y, en la móvil escala de valores de la burguesía
europea ascendente, se codea ahora con lo bueno, lo
bello y hasta lo verdadero: el interés no miente.
En nuestros días, este enfoque es continuado por la
Escuela de Virginia, o de la Teoría de la Decisión
Pública (Public Choice), que tiene como cabeza al
Premio Nobel de Economía, James Buchanan. El
individuo es, por un lado, una “función de
producción”; por otro, concomitantemente, una
“función de preferencias” (léase intereses
particulares). Al maximizar su función de
preferencias o intereses, el individuo se comportará
siempre de forma racional. Se trata de una
racionalidad de procedimientos, es decir, resulta
racional el individuo que aspira a realizar lo que le
interesa, de acuerdo con su información, utilizando
la menor cantidad de recursos. En definitiva, toda
conducta humana se orienta mayormente en función
de las preferencias, es por ello racional y, por lo
tanto, busca maximizar su utilidad /interés (Puy
Fraga, 1996:34 ).
Los autores del Proyecto de Negociación de Harvard
(William Ury, Roger Fisher y Bruce Patton), plantean
por su lado que se debe penetrar hasta los intereses
en conflicto, por debajo de los posicionamientos
manifiestos de las partes (1993:48). Los intereses
son, para estos autores, los resortes silenciosos
debajo del ruido de las posiciones. Identifican como
intereses las necesidades, deseos, preocupaciones y
temores de las partes que rivalizan, y buscan
encontrar aquella zona donde buena parte de
aquellos puedan compartirse o compatibilizarse.
Como se ve, la noción de interés es aquí, en
principio, muy amplia, y se confunde con los deseos.
Sin embargo, en la práctica, y a los fines de la
negociación, sólo se perciben y destacan aquellos
intereses que pueden caber dentro de los carriles de
la lógica del costo/beneficio, es decir, según la
racionalidad funcional arriba apuntada. En
definitiva, se trata de penetrar la coraza de las
posturas para plantear una aritmética de los
intereses calculables subyacentes. Nuestros autores
se refieren a acuerdos justos y equitativos (fair). Su
noción de lo justo parece acercarse a la de John
Rawls: el proceder del hombre justo como fairness in
the self-interest, es decir, equidad u honestidad en la
persecución del propio interés (2001:23 y 1971:32).
El interés así delineado resulta, obviamente, uno de
las motivaciones de la conducta humana. En tanto
cuantificable (plus/minus) adquiere relevancia
cuando el objeto en disputa (material o simbólico)
resulta de algún modo repartible. Pero no es la única
ni la más poderosa motivación que subyace en las
posturas. Hay conjugarlo con el deseo.
Debemos a René Girard (1978:41) la más precisa
caracterización del deseo y su especial manifestación
en el mundo posmoderno. El ser humano es un ser
de deseos. Pero el hombre no sabe qué desear y
comienza a desear el deseo del otro. El sujeto no es
autónomo en su deseo: imita el deseo del otro. Todo
deseo es mimético; toda mimesis es conflictual, todo
deseo es conflictual y encierra violencia potencial. El
fondo de un conflicto surge, así, de una mimesis de
apropiación. Y la rivalidad que el conflicto manifiesta
está más allá del objeto mismo que se desea. En un
primer momento, parece que la atención de los
contrincantes recae sobre el objeto sobre el que
ambos rivalizan, pero lucharán no tanto por el objeto
como por eliminar al rival mimético.
Las sociedades actuales, pletóricas de pasiones
miméticas en choque, mantienen multiplicadas las
fuentes de la conflictualidad. Por medio de los
antagonismos miméticos, se establecen las jerarquías
inestables del mérito y del éxito. En las sociedades
primitivas, la competencia real entre individuos,
aunque igualmente existente, jugaba un papel
mucho más débil. Al contrario, en nuestras
sociedades, la existencia misma de rivalidades está
posibilitada por instituciones y símbolos socialmente
aceptados. Los deseos superan constantemente las
posibilidades de la producción de objetos, con un
resultado de decepción y frustración colectivas. Lo
bastante resulta hoy demasiado poco.
El deseo escapa a la cuantificación y a la
racionalidad procedimental, costo/beneficio, que
caracterizan al interés. Plantea así el desafío más
intenso al arte de la composición conflictual.
Necesidades
Lo necesario es aquello que debe suceder
indefectiblemente (lo opuesto es lo contingente) o
aquello de lo que no podemos prescindir, que nos
resulta indispensable (lo opuesto es lo superfluo). La
necesidad se examina aquí desde este último sentido:
lo imprescindible. Implica una tensión interna en el
sujeto que se dirige a un objeto específico (el
alimento, p. ej.) con el cual se satisface. De allí su
consideración como la categoría motivacional de base
y el reconocimiento de que su insatisfacción resulta
fuente incesante de conflictos. Examinando nuestra
historia de cabecera, la necesidad tanto de Diana
como de Juan, como se apuntó, es el mutuo
reconocimiento y respeto.
Abraham Maslow, psicólogo neoyorquino, desarrolla
una clasificación y jerarquización de las necesidades
a tener en cuenta (1967:79).
Suele describírsela como una pirámide que consta
de 5 niveles. Los cuatro primeros niveles se enuncian
como necesidades básicas o de deficiencia, a saber:
Necesidades fisiológicas –las que permiten
sobrevivir como organismo vivo
Necesidades de seguridad –estabilidad y
orden de su territorio y su circunstancia
Necesidad de pertenencia -interacción social,
dar y recibir
Necesidad de autoestima –respeto por sí
mismo y por los demás; reputación
El quinto nivel es el de la necesidad superior, de
crecimiento o “metanecesidad” y está constituído por
la autorrealización y la actualización de
potencialidades individuales.
La diferencia reside en que las necesidades de
deficiencia pueden ser satisfechas. Las necesidades
del crecimiento, en cambio, resultan un empuje
continuo e inagotable. La no realización de estas
últimas son la causa de las enfermedades psíquicas,
la angustia y la despersonalización.
Se ha observado que la descripción de Maslow de la
realización humana, que ejemplifica en grandes
científicos, literatos, filósofos y conductores militares,
no expresa, talvez, más que sus propios valores e
ideales personales. También se anota que la
tendencia a la autorrealización lo mismo habita en el
santo que en criminal. De todos modos, la
clasificación de las necesidades básicas o de
deficiencia conserva importancia.
Las necesidades son secuenciales y generan
conocimientos, habilidades y destrezas para
satisfacerlas. Cabe observar, en fin, que las
necesidades no son negociables y que sólo puede
cederse a su respecto bajo imposición.
Recursos
Satisfacer lo que se necesita, lograr lo que interesa,
redondear los deseos requiere tener idea de con qué
se cuenta para ello. La gestión, regulación y posible
composición de un conflicto tiene por cauces y
encuentra por límites los recursos disponibles por los
agentes involucrados. Todo compromiso que exceda
los recursos está escrito en el agua. Cuando se habla
de recursos no hay una referencia exclusiva a los
dinerarios. Habrá que hacer un recuento de los
factores que limitan actualmente el campo de acción
de los agentes y cuál es el grado de probabilidad de
removerlos. Se tratará de identificar a los allegados y
terceros capaces de prestar colaboración. Se
procurará hallar las zonas convergentes en intereses
y deseos de los agentes en disputa. Se profundizará
en el modo y forma en que se satisfarán las
necesidades de deficiencia de los involucrados en el
conflicto. En suma, el capítulo de los recursos se
traduce en un inventario –impulsado por la
creatividad y moderado por el realismo- sobre las
“armas de construcción masiva” con que cuenten los
agentes envueltos en un conflicto.
ACTIVIDAD: Se distribuirá a los estudiantes, agrupados de a tres, un caso donde se exponga un conflicto entre dos agentes o grupos de agentes. En el grupo de tres, dos (A y B) asumirán el rol de las respectivas partes en disputa y el tercero (C) jugará el papel de observador neutral. Con los datos del caso, los A y B expondrán sus posiciones y debatirán. El observador sólo tomará notas. Luego, A, B y C procederán a volcar en el papel el análisis del PIN, en un cuadro de este tipo:
Percepciones de A Percepciones de B Posiciones de A Posiciones de B Intereses/Deseos de A Intereses/Deseos de B Necesidades de A Necesidades de B Recursos de A Recursos de B Una vez concluido el ejercicio, se pondrán en común los resultados, comparándolos y tomando nota de las distintas dimensiones del conflicto recogidas según el rol jugado. Puede enriquecerse la actividad, según el tiempo disponible, haciendo rotar los roles.
BIBLIOGRAFÍA
FISHER, ROGER; KOPELMAN, ELIZABETH; KUPFER SCHNEIDER, ANDREA, “Más Allá de Maquiavelo –Herramientas para Afrontar Conflictos”, Granica, Buenos Aires, 1996 FREUND, JULIEN, “Sociología del Conflicto”, Fundación Cerien, Buenos Aires, 1987 GIRARD, RENÉ, “Des Choses Cachées Depuis la Fondation du Monde”, Bernard Grasset, Paris, 1978 MASLOW, ABRAHAM H, “Motivación y Personalidad”, ed. Sagitario, Barcelona, 1967 ORTEGA Y GASSET, José, “Ideas y Creencias”, Espasa Calpe, Madrid, 6ª. ed., 1959 PUY FRAGA, PEDRO, “Economía Política del Estado Constitucional-Fundamentos de Economía Constitucional, Cedecs Editorial, Barcelona, 1996 RAWLS, JOHN, “Justice as Fairness”, Harvard University Press, 2001; “Teoría de la Justicia”, FCE, México, 1971. URY, WILLIAM, FISHER, ROGER Y PATTON, BRUCE, “Sí…¡de acuerdo!-Cómo Negociar sin Ceder”, ed. Norma, Colombia, 1993
SECCIÓN PRIMERA - CAPÍTULO QUINTO
por LUIS MARÍA BANDIERI (UCA)
Sumario: Los Terceros y el Conflicto. De la Dualidad a la
Triangularidad. Situaciones polémicas y situaciones
agonales. Los Roles del Tercero en el Conflicto. Terceros
Incluidos y no Incluidos en el Conflicto. El Tercero
Moderador. Actividades. Bibliografía
Los Terceros y el Conflicto
¿Qué consecuencias resultan de la aparición de un tercero en
un conflicto?
¿Cuáles son los roles que puede desempeñar un tercero en
un conflicto?
El tercero: de la dualidad a la triangularidad
El conflicto se concentra en una relación binaria: el uno con
el otro y, sobre todo, el uno contra el otro. El número dos
puede expresar tanto una reciprocidad como una rivalidad, la
complementariedad como la incompatibilidad, el amor como
el odio. En la dualidad extrema, los contrincantes están
frente a frente, cada uno afirmado en su posición, tensando
ambos la cuerda de su lado, volviendo así más enredado el
nudo conflictual. Es un planteo de “suma cero”, a todo o
nada. La mediación, en cambio, es ternaria –el número tres
es su cifra clave. Plantearemos a continuación, pues, qué
consecuencias resultan de la aparición de un tercero en la
binaridad del conflicto y qué tipo de roles puede jugar allí ese
tercero.
Estudiando el conflicto como una forma de interacción social,
Jorge Simmel (1929: II,81 y sgs.), autor de cita ineludible en
este tema, profundizó en las modalidades de la agrupación
humana. La formación sociológica más simple, observa, es el
grupo de dos, la díada. (Dos elementos -un sistema
bipartidista- o dos personas o conjuntos de personas). En el
grupo de dos no puede constituirse una mayoría. En caso de
conflicto entre los dos integrantes, se intentará un acuerdo,
en que las partes pondrán como testigos de sus posturas a
un auditorio virtual: los demás. Fuera de los momentos de
intimidad, la relación en el grupo de dos no consiste sólo en
estar el uno frente al otro; la díada percibe, además, la
presencia de un auditorio supraindividual, un tercero virtual.
Simmel observa que, desde el punto de vista sociológico,
existe un verdadero salto cualitativo entre el grupo de dos y el
grupo de tres. Por lo pronto, en lo que nos interesa, aparece
la posibilidad de la formación de una mayoría al coligarse dos
de los miembros de la tríada. Entonces, observa nuestro
autor, cada uno de los elementos conformantes de la tríada
aparece como intermediario entre los otros dos, con la doble
función de todo intermediario, que tanto puede ligar como
separar. El tercero, pues, señala el pasaje de las relaciones
interindividuales a la dinámica de grupo. Como lo insinuó
Simmel y ratifica Julien Freund (1987, 258 y sgs.), la
aparición del tercero funda epistemológicamente la sociología.
La relación diádica se dinamiza al ingresar en la tríada y
todas las relaciones sociales pueden explicarse desde allí. El
tercero, además, resulta el fundamento de la diversidad
humana, el espejo de las desemejanzas individuales, a partir
de las cuales se puede contemplar al otro como quien no es
uno mismo, como quien no es lo mismo que uno. La figura
del tercero explica el derecho y el arte jurídico. Si bien éste
tiene como unidad originaria la interrelación entre dos
sujetos (la díada), entre los cuales se establecen vínculos y
reciprocidades, sin el tercero no podrían componerse las
oposiciones y antinomias surgidas en los vínculos de la
díada. Sin el tercero, se resolverían por la violencia de
enemigos enfrentados cara a cara: mors tua vita mea. Cada
uno afirmaría, sobre sus necesidades o deseos, una petición
de justicia absoluta que, como ocurre con toda
absolutización, resultaría brutalmente polemógena. En el
tercero reside la piedra angular de lo justo empíricamente
realizable y plenamente humano, con las limitaciones y
debilidades inherentes a nuestra condición. El tercero, desde
su situación de relativa objetividad, bajo diversas formas
(mediador, conciliador, árbitro, juez) puede ayudar a
componer el conflicto -también a agravarlo- como soporte de
los antagonismos que, mientras intermedie, no se plantean
como insuperables y sí lo son, como hemos visto, cuando
desaparece.
Situaciones polémicas y situaciones agonales
¿Cuándo es propicia la intervención de un tercero y cuándo
ella se torna impracticable? O, en otras palabras, ¿cuándo se
puede pasar de la dualidad a la triangularidad y cuándo no?
Para contestar esta pregunta nos serviremos de la distinción
que efectúa Freund entre situaciones polémicas y situaciones
agonales.
El “pólemos” griego, designa la guerra, el conflicto violento, en
sus diversos grados. El vocablo “ágon”, en cambio, caracteriza
el conflicto no violento o la competencia, particularmente en
los certámenes públicos, como las Olimpíadas, los
desacuerdos en general o también los procesos de
composición conflictual por medio de la intervención de un
tercero.
En otras palabras: la rivalidad subsiste en la competición,
pero se excluye el recurso a la violencia por el recurso a
reglas predefinidas que la ritualizan. La característica
esencial de la situación polémica, es que los protagonistas se
enfrentan como enemigos. El rasgo central, en cambio, de la
situación agonal, es que los rivales no se comportan ya como
enemigos, sino como adversarios, lo que quiere decir que la
violencia y la intención hostil están en principio excluidas
aunque no la posibilidad de superar al competidor. Es de
notar que en la situación polémica los enemigos están
directamente frente a frente, en confrontación dual, con
exclusión de todo tercero. En cambio, en la situación agonal,
caracterizada por una relación multipolar, existe siempre la
posibilidad triangulación, esto es, del reconocimiento y
consiguiente intervención de un tercero, sea con poder de
decisión o sin él.
En puridad, como señala el mismo Freund, lo polémico
subsiste, al menos en forma potencial. La violencia no es
suprimible, como se ve en las competiciones deportivas,
propiamente agonales, donde a veces se instala la furia como
parte del espectáculo mismo. Lo agonal y lo polémico se
encuentran en un continuum donde, con una fijación que no
puede establecerse de antemano, existe -en términos siempre
de Freund- un "umbral conflictual", a partir del cual se
verifica el pasaje de una situación agonal a otra polémica. El
umbral conflictual se traspasa sea por la crispación de una
situación originariamente agonal, que pasa a definirse
directamente como enemistad o por la actualización de la
intención hostil en uno de los agonistas, que llega a la
agresión contra el otro. Cuando se traspasa el umbral
conflictual del ágon al pólemos, se cancela la posibilidad de
la intervención pacificadora del tercero.
Los roles del tercero en el conflicto
Para estudiar los roles que puede desempeñar un tercero en
un conflicto, conviene distinguir, siguiendo a Julien Freund,
entre : a) terceros que se incluyen en el conflicto; b)
terceros que no se incluyen en el conflicto.
Terceros que se incluyen en el conflicto:
a) El aliado es un tercero sui generis que deja de serlo e
interviene directamente en el conflicto junto a uno de los
contendientes. Normalmente ello ocurre en el momento de la
bipolarización, cuando el conflicto crece en intensidad y pasa
de lo agonal a lo polémico. El tercero aliado puede
presentarse también bajo la forma, no de un empeño
directamente al flanco de uno de los contrincantes, sino como
un cofrade que con sus actos u omisiones lo favorece. Los
amigos comunes de ambos cónyuges de un matrimonio que
al producirse el divorcio sólo mantienen trato con uno de
aquellos, e ignoran al otro, puede servir de ejemplo. En el
campo diplomático, lo ilustran los partners de un
contendiente que no descienden al terreno de combate, pero –
como en el caso de Arabia Saudita y su embargo petrolero en
la guerra del Kippur de 1973, que enfrentó a Egipto y Siria
con Israel- le prestan un auxilio de capital importancia.
El tercero protector es un tercero que, desde fuera del
conflicto, es decir, de modo indirecto, sostiene y apoya a una
de las partes involucradas, abierta o subrepticiamente. El
protector actúa conforme un proyecto hegemónico que supera
el horizonte del conflicto particular. El ejemplo clásico es el
los EE.UU. o la ex URSS en los conflictos localizados durante
la “guerra fría”. Entonces, se había instaurado una suerte de
complicidad tácita, entre ambas superpotencias protectoras,
para evitar la generalización del conflicto e impedir que
cualquiera de los beligerantes obtuviese una ventaja
determinante sobre el otro. Los EE.UU. y la URSS, rivales en
la “guerra fría”, enfrentándose localizadamente por
procuración, resultaban sin embargo aliados en su
preocupación de no permitir que ninguno de los
contendientes generalizase la lucha hasta que se debiesen
poner en funcionamiento, por las superpotencias, los
mecanismos de mutua destrucción masiva asegurada o
resultasen involucradas directamente en el terreno.
El tercero opresor (divide et impera) sigue una conducta de
provocación del conflicto entre las otra dos partes, en pro de
sus fines. Se caracteriza por una intervención directa en el
conflicto: promueve el conflicto y lo azuza en vista de sus
objetivos personales. El opresor tenderá a desbaratar las
coaliciones potenciales que puedan formarse entre las partes
en su contra. Intentará eliminar sucesivamente a las partes
en conflicto, en cuanto debilitadas por su mutua rivalidad o
suscitar sin tregua su discordia. La amante despechada que
echa a andar maquinaciones para romper un matrimonio o
los enfrentamientos tribales espoleados por las potencias
coloniales durante el siglo XIX son algunos ejemplos de esta
forma de tercería.
El tertius gaudens, literalmente, “tercero beneficiado”, el
tercero aprovechador u oportunista, sin estar directamente
implicado en el conflicto ni haberlo provocado, aprovecha la
disensión entre las dos partes en favor suyo y ordena los
intereses del grupo conforme su programa privado. Este
sembrador de discordia convierte la pugna intergrupal en un
medio para sus propios fines, beneficiándose del conflicto que
no ha producido y de la consiguiente debilidad de las partes
en él involucradas. La forma general de esta relación es que
ambos contendientes realizan ofertas para conseguir su
apoyo y, de ese modo, el tercero puede obtener ventajas
suplementarias mientras el conflicto se agudiza por su causa.
El tertius gaudens es el compañero deseado por cada uno de
los dos bandos en pugna cuando entre ellos se han rechazado
de un modo decisivo. A su vez, desaparece en el momento en
que los otros dos se unen.
Terceros que no se incluyen en el conflicto
El tertius dolens es el tercero en desventaja, tercero víctima
que sufre las consecuencias del conflicto, sin poder intervenir
para componerlo o mitigarlo. El ejemplo clásico es el de los
hijos en el divorcio. En el tertius dolens cada uno de los
rivales conflictuales pretenderá ver el testimonio del dolor y
el sufrimiento que produce la conducta de su contrincante.
Sólo la comprensión, por parte de los involucrados, que es su
mutuo encono lo que repercute en el sufrimiento del dolens
puede, en este caso, reconducir el conflicto a fórmulas de
composición y acercamiento. También es posible una
conducta contraria: las partes involucradas pueden encarnar
en el dolens sus propias frustraciones y culpabilizarlo por
ellas, convirtiéndolo en víctima propiciatoria o chivo
expiatorio, mecanismo que suele observarse en las reacciones
xenófobas.
El tercero indiferente, es el que intenta mantenerse
deliberadamente ajeno a la hostilidad entre las partes
envueltas en el conflicto. No está exento de sufrir los
coletazos del conflicto. Por ejemplo, en el actual proceso en
que la superpotencia mundial, los EE.UU., han declarado la
guerra al terrorismo fundamentalista islámico o al
narcotráfico, con posibilidad de operaciones en cualquier
lugar del mundo, la falta de alineación produce,
automáticamente, la puesta del país en cuestión en la lista de
sospechosos. No hay posibilidad de un desinterés benigno de
la superpotencia hacia el país afectado.
El tercero disuasor es el que amenaza intervenir en el
conflicto, en función de su poderío. La amenaza está dirigida
a ambos bandos y se origina en que el estallido o la
continuación del conflicto afecta los intereses del poderoso. El
disuasor puede o no tomar, en un segundo paso, el papel de
tercero moderador. Puede ejemplificarse con el rol que
desempeñan actualmente los EE.UU. en el conflicto
palestino-israelí.
El tercero moderador se mantiene entre las partes y les
impide desarrollar y agudizar el conflicto, tratando de
hacerlas pasar del antagonismo al agonismo, de la lucha a la
competencia. Toda fase aguda de un conflicto, como ya
vimos, se caracteriza por la desaparición de la figura del
tercero y la reducción de los grupos en la fórmula binaria de
los amigos contra los enemigos. El moderador puede cumplir
su función porque es imparcial. Puede ser imparcial por estar
por encima y ajeno a los intereses opuestos, o por estar
estrechamente implicado con ambas partes y participar
igualmente de los intereses opuestos. En el primer caso, la
posibilidad de éxito del mediador depende de su desinterés
personal respecto del objeto de la divergencia y, al mismo
tiempo, de su interés por las personas o elementos en pugna.
El desinterés personal por el sentido objetivo de la lucha y, al
mismo tiempo, el interés por su aspecto subjetivo, colaboran
a conformar la imparcialidad del moderador, que estará tanto
más dotado para su función cuanto más desarrollados estén
en su persona estos dos aspectos necesariamente
coexistentes. Mas complicada es la posición del tercero
imparcial cuando lo que lo cualifica para esa función es el
hecho de participar igualmente de los intereses opuestos, en
vez de hallarse apartado de ellos. Sucede, por ejemplo, con el
amigo o pariente que intermedia en una disensión familiar;
con el funcionario que interviene en una colisión de esferas
de competencia entre dos agencias administrativas, etc. En
estos casos, la posición del tercero moderador es más difícil y,
frecuentemente, sospechan de él y de su imparcialidad las
dos partes. En los conflictos familiares, especialmente, donde
no sólo los intereses, sino la personalidad entera, ligan al
moderador con las partes, puede el tercero resultar, dice
Simmel, más destrozado interiormente que si se pronunciara
por uno de los bandos en pugna.
Para Simmel, la principal labor del moderador finca en
reducir la forma volitiva del antagonismo, generadora de
violencia, a la fórmula intelectual, posibilitadora de
avenencia. La obra del moderador consiste en llevar a cabo
esta reducción, ya expresándola por sí mismo ya
constituyéndose en un centro que, al trasladar de uno a otro
lado los argumentos, los presenta en forma objetiva,
eliminando todo lo que suele complicar la pugna cuando se
desenvuelve directamente entre las partes. El tercero
moderador, según la certera comparación de Jean-François
Six (1990, p.165), interviene en el enfrentamiento binario
como un catalizador en una combinación química: precipita
la reacción sin intervenir en ella ni resultar tampoco alterado
por ella. El moderador, agente catalizador, lo que provoca es
el surgimiento del mutuo ejercicio de la autonomía de las
partes involucradas en el conflicto, que pueden así
autocomponerlo. Expresión de autonomía, asunción de
responsabilidad: las partes del dualismo original se hacen
responsables del propio conflicto y de componerlo.
La presencia del tercero moderador imparcial sirve a la
conservación del grupo, en ocasiones en que los
contendientes están deseando acabar con él para afirmar la
dominación de su postura. Con independencia de cómo se lo
elija para su papel, el moderador llega a ser el representante
del grupo, defendiendo el programa colectivo frente a los
intereses privados en pugna. Se encuentra super partes en
tanto imparcial representante del grupo, inter partes desde
que se interpone entre ellas como pacificador e infra partes en
cuanto carece de poder para imponer una fórmula de
composición.
Son ejemplos del moderador, en distinto grado, el comedido,
quien propone sus buenos oficios, el mediador propiamente
dicho, el conciliador. El comedido se ofrece espontáneamente
como interlocutor de las partes enfrentadas. El oferente de
buenos oficios procura un ámbito neutral donde las partes
puedan negociar su diferendo, sin intervenir en las
conversaciones. El mediador toma un papel activo en el
acercamiento, diálogo y búsqueda de avenimiento entre las
partes. El conciliador puede proponer fórmulas de
composición –aunque en la práctica, no resulte fácil ni útil
distinguir entre la labor de este último y la del mediador.
El tercero decisor, tiene potestad jurisdiccional, esto es,
facultad de decidir sobre la cuestión disputada, sea atribuida
privadamente por las partes -árbitros o amigables
componedores- o por el derecho público -jueces. El tercero
decisor imparcial se encuentra, con su poder dirimente,
exclusivamente super partes.
En líneas generales, mientras un conflicto incluya algún tipo
de tercero, salvo los directa –aliados- o indirectamente
–protectores- empeñados en él, la tolerancia mutua y la
posibilidad de composición del conflicto entre las partes aún
es posible. La exclusión del tercero lleva al pico del
antagonismo dualista, en la dimensión polémica de la
hostilidad absoluta. Una sociedad donde quedase desterrada
posibilidad de la intervención del tercero estaría condenada a
la sangría perpetua del enfrentamiento polémico o a que uno
de los bandos, acallando y aplastando al otro, instaurase el
unanimismo totalitario.-
ACTIVIDAD Se distribuirá un caso que describa un conflicto con intervención de terceros. La clase se dividirá en grupos no menores de cinco estudiantes cada uno. Los roles se repartirán conforme la descripción del caso. Los agentes en el conflicto plantearán sus posiciones y las debatirán y el resto intervendrá según la pauta del caso. A los diez minutos se efectuará una rotación de los roles jugados hasta ese momento. Luego, cada grupo escribirá las impresiones y conclusiones de la actividad, estableciendo el PIN de los agentes e identificando los tipos de terceros que intervinieron y su proyección sobre el conflicto. Se designará un vocero para la puesta en común y discusión final.