Seminario: Generaciones Intelectuales Argentinas. Prof. Omar Acha Universidad de Buenos Aires
MALVINAS: DEVENIR DE UN MITO NACIONAL
Por Uriel Kucawca.
"Las Malvinas son argentinas". Independientemente de los fundamentos jurídicos del reclamo
argentino por la soberanía de las Islas Malvinas - que en modo alguno serán materia de análisis
en este trabajo - hasta el desembarco del 2 de abril de 1982, la pertenencia efectiva de esos
territorios a la nación argentina se pierde en un pasado remoto y oscuro. Entre ese pasado
imaginado y el desembarco, las islas no participaron de ningún tramo de la historia argentina y
aunque muchos compatriotas hayan estado pendientes de ellas, sus tierras resultan extrañas a casi
la totalidad de los argentinos, sus habitantes se reconocen extranjeros y su lengua y cultura nos
son completamente ajenas. Frente a esta realidad ineludible, la frase del comienzo del párrafo –
una expresión nacionalista proferida en innumerables manifestaciones populares - puede sentirse
como una provocación, un desafío al presente con aire triunfalista y esperanzado. Pero muy
fácilmente, también, en la susceptibilidad de innumerables compatriotas a la misma y en la
insistencia, a veces obsesiva e incluso paranoica, de la aserción, puede sugerirse algo de otro
orden, algo más cercano a una duda, algo que toca un nudo sensible de la identidad nacional y
que sólo la intransigencia de un postulado fáctico puede postergar: ese “son argentinas” puede
resonar también de otra manera.
Esta ambivalencia, sostengo, adquiere actualidad a partir de la Guerra de 1982. Y esto es así, no
porque la identidad nacional no haya sido enigmática con anterioridad a la misma, sino porque a
partir de ella ese enigma adquiere ribetes novedosos. En los modos de contar la guerra, entre
relatos que desde el “triunfalismo” o el “lamento” siguen funcionando a partir de una lógica que
sostiene a la Nación como un valor absoluto, se instalan narrativas que deshabilitan la épica
como matriz válida para contar no sólo el conflicto, sino también la Nación. Malvinas como
símbolo de la Nación, de una nación pendiente, y la Historia como su recuperación inminente,
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adquieren matices novedosos que alteran su potencia simbólica y su eficacia mítica. A partir de
los trabajos de Rosana Guber, “¿Por qué Malvinas? De la causa nacional a la guerra
absurda” (2001); de Martín Kohan, Oscar Blanco y Adriana Imperatore, “Trashumantes de
neblina, no las hemos de encontrar. De cómo la literatura cuenta la guerra de
Malvinas” (1993-4); y de Julieta Vitullo, “Ficciones de una Guerra. La guerra de Malvinas en la
literaturas y el cine argentinos” (2007), trataré de desarrollar y fundamentar estas variaciones en
el sentido que encarnan las Islas en el imaginario nacional.
NACIONAL Y POPULAR.
"Malvinas se invoca como, y se convierte en, la representación de un país que es vivido no tanto
como progresiva conquista sino como una pérdida constante (...) la recuperación de las islas se
convierte, así, en metáfora de la recuperación final de la Argentina."
Rosana Guber, en ¿Por qué Malvinas? De la causa nacional
a la guerra absurda (2001).
A lo largo de la historia argentina, la causa por la soberanía de las Islas fue adquiriendo
notoriedad hasta imponerse como una verdad evidente en el imaginario nacional. Un conflicto
diplomático por un territorio originalmente sin valor estratégico ni económico, que involucraba
sofisticados argumentos jurídicos, se transformó en una causa nacional y popular con la que aun
hoy la inmensa mayoría de los argentinos se identifican. Respecto de este proceso puede
remarcarse que la mayoría de los sentimientos nacionalistas se muestran exageradamente
recelosos de lo que consideran la totalidad de su territorio. De modo que la creciente importancia
de Malvinas puede leerse en función del esfuerzo por definir y consolidar una identidad nacional
(Guber, 102-3). Sin embargo, lo significativo, tanto en éste como en otros casos similares, es que
la animosidad y susceptibilidad que las disputas territoriales acarrean ponen en juego algo más
que cualquier razonamiento estratégico o económico. Es decir, ese recelo por el territorio,
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compartido por la mayoría de los sentimientos nacionalistas, está en función de experiencias
propias que fundan sentidos particulares y que no siempre están a la vista.
En el caso de Malvinas, como veremos a continuación, es evidente que el sentido que cobra el
reclamo y los modos en que trascendió en la escena pública, exceden la denuncia de la
usurpación de un territorio nacional por parte de un gobierno extranjero. De algún modo
Malvinas llegó a representar algo más, cuyo sentido trasciende la agresión británica de 1833 y
apela aún más que a los ingleses o a la comunidad internacional, a los propios argentinos.
Un repaso pormenorizado del proceso por el cual Malvinas adquiere relevancia hasta volverse
fundamental en el imaginario nacional excedería los límites de este trabajo . Sin embargo, este 1
proceso, tal como queda expuesto en el trabajo de Rosana Guber, acarrea ciertas características
que se complementan y que fundamentan la evaluación de que Malvinas adquirió el carácter de
un mito nacional, en el sentido en que Levi-Strauss entiende este concepto; a saber: el de unos
acontecimientos que a pesar de suponerse ocurridos en un momento del tiempo, constituyen una
estructura permanente que interpela “simultáneamente al pasado, al presente y al futuro” (1955,
430). El mito de Malvinas, cabe agregar, posee una particularidad: el conflicto no está resuelto,
no es la historia de la recuperación la que se mitifica y se vuelve clave explicativa de la realidad
argentina, sino la de la usurpación. Por lo tanto, Malvinas convoca de una manera también
particular: permite articular un reclamo, una deuda pendiente, bajo la forma de su resolución
inminente.
En esta línea se explica, entonces, una primera característica a destacar: la reiteración a lo largo
de la historia en utilizar Malvinas como herramienta de denuncia por parte de grupos que se
reconocen como marginados de la comunidad nacional. Malvinas pudo funcionar en distintos
momentos y para los más diversos actores políticos como metáfora de lo que para cada uno de
ellos era una usurpación interna de la Nación y su exclusión de la misma. Independientemente de
Precisamente, el trabajo de Rosana Guber (2001) se aboca a esta tarea y lo he usado como referencia 1
en toda esta sección.
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la continuidad y perseverancia del reclamo oficial a través de los canales diplomáticos naturales,
“la difusión y el acogimiento de Malvinas por parte de las más diversas audiencias y su
representación como causa popular se produjo en contextos de denuncia de la opresión y la
injusticia” (Guber, 2001, 102-3). Desde José Hernández denunciando la negligencia de los
sucesivos gobiernos en torno al reclamo por las islas, pasando por Groussac y su crítica al
rosismo, o por Palacios que asoció la recuperación de las islas con la justicia social; así como
también los Irazusta y su denuncia del entreguismo y la corrupción del gobierno de Justo o el
reclamo por la vuelta de Perón de los Cóndores, en la mayoría de los casos en que Malvinas
entró en la escena nacional, el conflicto, propio de la política exterior, fue leído y utilizado para
articular una demanda propia de la política interior del país.
A modo de ejemplo, el contraste entre el tipo de demandas que Malvinas pudo articular para
Alfredo Palacios y los hermanos Rodolfo y Julio Irazusta evidencia la potencia y la versatilidad
de Malvinas como metáfora de una Nación pendiente. Con sólo meses de diferencia, en 1934, y
desde posicionamientos políticos adversos, ambos explotaron exitosamente esa potencia
simbólica.
El legislador socialista - en gran medida responsable, gracias a esta iniciativa, de la divulgación
de la causa por Malvinas en públicos masivos – introdujo en ese año un proyecto de ley que
establecía la distribución en todos los establecimientos escolares y bibliotecas populares de la
versión castellana de Las Islas Mavinas, de Paul Groussac. Sin embargo, Palacios argumentaba
su iniciativa desde un nacionalismo comprometido con derechos democráticos y sociales, y por
lo tanto explícitamente opositor al oficialismo conservador del presidente Justo. El derecho
argentino sobre las islas era independiente de cualquier cálculo económico o estratégico; se
fundaba, antes bien, en un derecho moral y su ocupación lesionaba la dignidad nacional (Guber,
79-82). El deber de recuperarlas, entonces, se inscribía en la misma línea en que los derechos
sociales de los trabajadores y las minorías debían defenderse. Así Palacios afirmaba: “El derecho
de nuestra Argentina a la soberanía de las Malvinas es innegable. A pesar de ello, una de las
naciones más poderosas del mundo, abusando de la fuerza, las mantiene en su poder. Es
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imperioso que el pueblo conozca su derecho”, y continuación agregaba que “nuestro país está
destinado a iniciar una nueva orientación en la evolución social, que se fundamente en la
colaboración y en la solidaridad para superar la competencia que muchas veces tiene carácter
brutal; también en la exaltación de los valores humanos para lograr que se sobrepongan al
poderío de las cosas” (Palacios, 1984). El proyecto de ley que presentó Palacios fue aprobado
por unanimidad.
Desde una tradición ideológica opuesta, para el revisionismo histórico de los hermanos Irazusta,
en cambio, la usurpación de las Malvinas y el deber de su recuperación no se inscribían en la
imperiosidad de la búsqueda de justicia, en línea con el avance de la democratización y de los
derechos sociales. En cambio, la usurpación de Malvinas venía a representar el primer
antecedente de una larga cadena en el fracaso de gobiernos que bajo la falacia de políticas
liberales y democráticas permitían el avance del imperialismo extranjero. Se exigía, entonces, la
imposición de gobiernos “fuertes” con una clara consciencia nacional para ponerle freno al
imperialismo. La intervención de los Irazusta en la cuestión Malvinas se daba en el contexto de
una contienda ideológica entre los promotores de una Argentina liberal y europeizada y los que
insistían con una identidad criolla e hispana (Guber, 2000, 84; 2001, 88).
Esta flexibilidad de Malvinas para convocar a tan diversos actores y representar causas tan
disímiles, se inserta dentro de una matriz interpretativa de la historia argentina por la cual se
representa al país a partir de la figura de una pérdida originaria y la inminencia de su
recuperación - clave interpretativa siempre funcional a cualquiera que se sintiera excluido de la
comunidad nacional. Para muchos, la historia política argentina pudo, y puede, leerse como una
serie de repeticiones o re-actuaciones de esa misma perdida originaria. Así, como dice Guber, “el
relato [de la usurpación de las islas] se arraiga y retroalimenta en los modos en que los
argentinos imaginan su argentinidad” (2000, 80).
En este sentido, Malvinas es un símbolo especialmente potente: funciona como metáfora de la
Nación usurpada, del origen pedido, pero en tanto hubo una usurpación real y las islas fueron
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efectivamente cercenadas del resto del territorio, éstas se mantuvieron por fuera de la historia del
país y de sus sucesivas pérdidas. Por lo tanto, la causa por la soberanía pudo representarse como
algo por sobre cualquier mezquindad política e invocarse desde cualquier punto del espectro
político. Malvinas, entonces, pudo encarnar a la nación originaria, al fundamento anterior a toda
ruptura con el que cualquiera era capaz de identificarse no a partir de su adscripción política,
sino en tanto perteneciente a la comunidad nacional.
De ahí una segunda característica a destacar respecto del funcionamiento mítico de Malvinas:
frente a una realidad vivida como plagada de rupturas intestinas, las islas representaban un
reclamo siempre pendiente. Quiero decir, Malvinas podía convocar por encarnar la continuidad y
la unidad de una causa nacional en oposición a una historia que se representaba como cautiva del
enfrentamiento de intereses particulares (políticos) y de las rupturas que esos enfrentamientos
imponían. Aún más, en un siglo veinte en que la memoria se transformó en territorio de lucha - el
esfuerzo por borrar a Perón y a Eva de la historia que llevó a cabo la Revolución Libertadora es
el ejemplo más ilustrativo de esa lucha -, a través de Malvinas otros reclamos pudieron
identificarse con algo más allá de la lógica mezquina de los enfrentamientos fraternales y así
sortear la falta de legitimidad o la sanción social que a menudo estigmatizaban a los
posicionamientos políticos.
Los acontecimientos de 1966 conocidos como Operación Cóndor, en donde un grupo de jóvenes
peronistas secuestraron un avión de Aerolíneas Argentinas y lo desviaron a las Islas, evidencia
esta cuestión. En medio de una coyuntura de mucha tensión política, bajo una dictadura militar
que proscribía y perseguía al peronismo, estos jóvenes decidieron apelar a Malvinas, un símbolo
que no acarreaba connotaciones partidarias y que articulaba una demanda inapelable: la
restitución de la Nación. De ahí que en sus proclamas se hayan reconocido como “cristianos,
argentinos y jóvenes”, antes que pertenecientes a cualquier facción política. Pero al mismo
tiempo, desde su actitud rebelde y desde gestos como su decisión de rebautizar Port Stanley
como Puerto Rivero – en honor al “Guacho” Rivero, quién protagonizó en 1833 una rebelión
contra la ocupación inglesa que fue reinterpretada luego como una acción patriótica contra los
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invasores -, los “cóndores” resignificaban Malvinas en calve de lucha popular y resistencia
peronista. La Nación usurpada por los ingleses, de este modo, resonaba ahora en la usurpación
del poder por parte de las FF.AA., al tiempo que la inminencia y el imperativo de recuperar las
Islas metaforizaba la inminencia y el imperativo de recuperar a Perón.
Como señala Levi-Strauss (1955), la eficacia mítica consiste en que los mitos forman una
“estructura permanente” por la cual se “refiere[n] simultáneamente al pasado, al presente y al
futuro”. De modo que unos acontecimientos pasados, reales o imaginados, son capaces de
interpelar la realidad actual y señalar, alegóricamente, un curso futuro. Malvinas, reitero, fue
especialmente apropiada para encarnar esta función: desde que la usurpación fue real y las islas
no participaron de la historia, su restitución fue un imperativo pendiente, tanto metafóricamente
como en términos concretos. Las Islas se mantuvieron en una temporalidad suspendida, lejos de
las rupturas políticas y por lo tanto, más allá de la política. Así, justamente, fueron capaces de
encarnar un principio constante entre tantas rupturas, y un origen común entre tantas divisiones.
LA ENTRADA EN LA HISTOTRIA.
“La patria existe a nivel simbólico. Básicamente es una metáfora. Si uno trata de hacerla real
toda de golpe, se le evapora de las manos.” Carlos Gamerro, en Las Islas (1998).
Si bien los Cóndores permanecieron en ellas por un puñado de días, los cierto es que entre 1833
y 1982 las Islas Malvinas estuvieron, precisamente, aisladas de la historia argentina en el sentido
de que no compartieron las experiencias políticas, económicas y sociales que afectaron al país. A
pesar de que, como vimos, tuvieron vigencia en numerosas ocasiones como causa nacional, la
eficacia simbólica de las Islas estuvo condicionada por su carácter abstracto: Malvinas pudo
representar a la nación pendiente en tanto no participó de la nación real. Su origen como deuda
pendiente se perdía en tiempos remotos y se mezclaba con el origen mismo de la Nación, lo que
le permitía articular reclamos políticos diversos a partir de símbolos reconocidos como
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apolíticos, como por encima de la política. Y, precisamente, porque el reclamo por la soberanía
se mantuvo pendiente e irresuelto, éste no podía ser apropiado por ningún sector particular:
ningún gobierno o político había recuperado las Islas ni recompuesto la Nación.
En 1982 la ecuación cambió: entre el 2 de abril y el 14 de junio las Islas Malvinas permanecieron
bajo soberanía nacional. No cabe aquí analizar o valorar las causas que llevaron a la Junta Militar
a tomar las Islas y provocar la Guerra. Pero sí destacar que al embarcarse en dicha aventura, los
responsables explotaban deliberadamente un símbolo que resonaba en toda la comunidad
nacional. El apoyo masivo que recibió Galtieri se inscribe en la larga tradición de usos de
Malvinas como símbolo de la Nación. Y esa capacidad de convocar que tenía Malvinas, como
vimos anteriormente, se vio potenciada al extremo por la coyuntura política por la que atravesaba
el país en ese entonces. Luego de años de violencia política y terrorismo de estado, de censura y
autocensura, de nuevas y más estrechas delimitaciones de la “frontera interna”, la susceptibilidad
general de la gente a identificarse con una verdadera causa nacional, que permitiera manifestarse
abiertamente y reconocerse como miembros de una comunidad inclusiva, era mayúscula (Guber,
2000; Lorenz, 2006, 31-126). Sin embargo, quebrando con la tradición, esta vez Malvinas no se
invocaba para articular una demanda al Estado, sino para convocar desde el Estado y para luego
ser literalmente apropiadas por el Estado. Malvinas entró en la Historia, y el desenlace de esa
historia alteró y condicionó aquello que Malvinas había podido representar, admitiendo, desde
entonces, interpretaciones y sentidos nuevos.
Los militares habían explotado un símbolo cargado de sentido en un momento en que la sociedad
era especialmente susceptible a ese sentido, pero a diferencia de los usos anteriores, su recurso
no fue sólo simbólico, fue concreto y al ser promovido desde el estado comprometió
inexorablemente a toda la sociedad que, a su vez, correspondió comprometiéndose moral y
sentimentalmente, dando apoyo político y económico, y aun, humano a través de los conscriptos
y voluntarios.
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No tiene sentido especular aquí con qué consecuencias hubiera tenido una victoria argentina en
la guerra, ni en términos políticos, ni en los términos que competen a este trabajo - en el modo en
que una hipotética victoria hubiera alterado la potencia simbólica de Malvinas y los modos de
representación de la Nación. Lo cierto es que la entrada de Malvinas en la historia defraudó
doblemente: ni la recuperación de las islas terminó siendo tal, ni la comunidad nacional terminó
siendo tal apenas ocurrida la derrota. En cambio, la decepción fue tal que después de la guerra
“Malvinas empezó a aparecer, si aparecía, como objeto del mayor extrañamiento, enviando la
única guerra argentina del siglo veinte al mundo de la irracionalidad” (Guber, 2001, 112).
En gran medida, y entendiblemente, la reacción general frente a la derrota fue identificar a
Malvinas con la guerra, con el proceso, y con los crímenes que éste cometió . Se omitió 2
deliberadamente una elaboración crítica de los factores que habían vuelto viable y popular la
iniciativa militar del mismo modo que se omitía ese tipo de elaboraciones respecto de la
viabilidad y, en buena medida, popularidad de los golpes militares y de la violencia política
(Lorenz 2007, 8). En este sentido, puede entenderse la resistencia inicial a pensar la guerra y a
descartarla como una irresponsabilidad de un gobierno inepto en serie con la resistencia a pensar
la violencia política de la década del setenta y a descartar posicionamientos políticos e
ideológicos como meros intereses mezquinos luego de la caída de la dictadura.
Tal vez el ejemplo más emblemático del quiebre que produjo la guerra en la capacidad de
Malvinas para representar a la nación se dio unos años después, durante las fiestas de Pascua de
1987, en ocasión del levantamiento militar bajo el gobierno de Alfonsín que protestaba por los
juicios a las violaciones a los derechos humanos que el gobierno había impulsado. La crisis había
sido sorteada gracias a una negociación personal del presidente con los rebeldes, quienes
“El Proceso había politizado una causa nacional, roto los lazos de filiación y herido de muerte a la 2
temporalidad pendiente de la reconquista territorial” (Guber, 2001, 114). Precisamente, una expresión de la profanación de la pureza del símbolo Malvinas, sería esa identificación con el Proceso – que Guber señala en su libro. Sin embargo, en su planteo, el “mal uso” del símbolo – aquel que realizaron los militares – sólo reafirma el sentido del uso tradicional, del supuesto “buen” uso del símbolo. A diferencia de su planteo, señalaré, a partir de la sección siguiente, que esa profanación, aunque no elimina los usos anteriores – “buenos” y “malos” - permite usos genuinamente novedosos en tanto que desarticulan el relato de la Nación.
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terminaron deponiendo las armas. Hasta ese entonces, y acorde con el ánimo general, Malvinas
había sido relegada en la política oficial. El propio Alfonsín, en 1983, se había referido a la
guerra como una “aventura irresponsable”. Sin embargo, en su discurso desde el balcón de la
Casa Rosada, frente a una multitud que originalmente se había congregando dando pleno apoyo
al presidente y, en buena medida, rechazando cualquier concesión a los militares sublevados,
Alfonsín, de modo inesperado - pues hasta ese momento no había surgido en los reclamos
carapintadas - decidió invocar a Malvinas: “Se trata de un conjunto de hombres” dijo, en
referencia a los sublevados, “algunos de ellos héroes de Malvinas, que tomaron esta posición
equivocada y que reiteraron que su intención no era provocar un golpe de estado”(Clarín,
20/4/87).
Como en 1987, la apelación a Malvinas buscó explotar su capacidad para convocar como un
símbolo nacional por sobre los enfrentamientos políticos. Por un lado, como señala Guber (2001,
139-40), Malvinas parecía ser “el único punto de articulación posible con los sublevados a
quienes la opinión pública denostaba”. Se podría reinsertar moralmente a las FF.AA. en la
sociedad si se diferenciaba en su interior a los altos mandos responsables de la represión ilegal
del resto de la fuerza que combatió heroicamente en Malvinas. Al mismo tiempo, la negociación
misma y las concesiones a que diera lugar – que en última instancia incluyeron la sanción de la
ley de Obediencia Debida meses más tarde - quedarían legitimadas si los insubordinados antes
que rebeldes que reivindicaban el terrorismo de estado eran presentados como héroes de una
gesta por la restitución de la nación. (Lorenz, 2006, 204-8; Guber, 2001, 128-43).
Sin embargo, “[l]a crisis de Semana Santa (…) reveló la debilidad del gobierno democrático para
disciplinar a las Fuerzas Armadas, y tuvo réplicas – debido a esta falencia – en las sublevaciones
militares de enero de 1988 (…), de diciembre de 1988 (…), y por último el sangriento
alzamiento de diciembre de 1990” (Lorenz, 2006, 241). Cinco años antes, a pesar de la evidencia
y de las heridas de la represión ilegal, de una crisis económica que se profundizaba y de una
creciente pérdida de legitimidad de la Junta, Malvinas había sido capaz de convocar ampliamente
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incluso a aquellos más perjudicados por las políticas del gobierno militar . En 1987 la eficacia 3
del símbolo mostraba sus límites: la interpretación general de la alusión a Malvinas fue la de
haber sido una imposición más de los rebeldes y, por lo tanto, un signo de la debilidad de la
autoridad presidencial. Antes que la comunión nacional, parecía haberse invocado la fractura.
Malvinas, veremos a continuación, articulaba ahora nuevos sentidos de la Nación.
UNA NUEVA FORMA DE CONTAR LA NACIÓN.
“…a San Martín, en las Malvinas, se le hubiera resfriado el caballo”.
Fogwill. Los pichiciegos (1982).
En Trashumeantes de Neblina, no las Hemos de Olvidar, de Oscar Blanco, Adriana Imperatore y
Martín Cohan (1993), los autores identifican dos tipos de relatos sobre la cuestión Mavinas que
se proyectan en dos formas predominantes de contar la guerra. Hablan de una versión
“triunfalista” del relato y otra bajo la forma del “lamento”. “La versión triunfalista corresponde
al discurso oficial, es la que construye héroes y responde a la tradición según la cual ´nuestra
bandera jamás ha sido atada al carro del enemigo (sic)´ ”. La del lamento surge “en el punto de
inflexión de la derrota: construye víctimas”. Esta última, sin embargo, no presentaría una
verdadera novedad. Por un lado, como se vio anteriormente, Malvinas funcionó reiteradamente
en clave de denuncia de la usurpación interna de la nación y como símbolo de la nación
pendiente. El lamento por el curso de la cosas ya se había instalado como un modo de hablar de
Malvinas mucho antes de la guerra: en 1869 José Hernandez ya lamentaba, respecto de la causa
por la soberanía, “la negligencia de nuestros gobiernos, que han ido dejando pasar el tiempo sin
acordarse de tal reclamación pendiente” e insistía en que “absorbidos por los intereses
Silvina Jensen (2007) se ocupa de detallar las posiciones de de los grupos de exiliados políticos. Sin 3
relativizar aquellas posiciones críticas a la guerra y sin menospreciar la complejidad de tomar una posición determinada, lo cierto es que en su mayoría las agrupaciones de exiliados decidieron apoyar la guerra, incluyendo la cúpula de Montoneros. Este apoyo no significaba un olvido ni una amnistía a las FF.AA., pero no deja de sorprender lo generalizado del mismo. El libro “Las Malvinas: de la guerra a la guerra limpia” de León Rozichner (1985) refleja el tipo de debates que se suscitaron en aquellas agrupaciones.
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transitorios de la política, nuestros gobiernos no han pensado en velar por los altos intereses de la
Nación” (1952, 23).
Pero por otro lado, como afirman los autores, la versión del lamento no cuestiona al triunfalismo
puesto que en última instancia ambas participan de una misma lógica: la de un Gran Relato
Nacional, es decir un relato “cuya función es homogeneizar, definir un nosotros y un ellos en un
sistema de inclusión y excusión, otorgar una identidad colectiva que opera en el horizonte social
a través de un sistema simbólico”. Este relato da sentido a acontecimientos e individuos en
términos de gestas y héroes, así como honrosas derrotas y vergonzosas traiciones, en el marco
permanente de una causa nacional. Los relatos en torno al lamento por la derrota critican la
iniciativa y la gestión de la guerra, denuncian los abusos e identifican a las víctimas, pero nunca
ponen en duda la dignidad de la causa. En ese sentido reproducen aquellos sentidos con los que
la tradición trataba a Malvinas: como una causa por encima de la política, más allá de los
poderes oficiales y aún en contra de ellos. Como afirman los autores, “todo podrá ser
cuestionado excepto las bases de la identidad nacional, núcleo fundante de la versión oficial.
Todo podrá ser dicho, excepto que el problema de la soberanía sobre las islas carece de
relevancia”. En este sentido, la preponderancia de relatos en clave de lamento parecería seguir
sosteniendo a Malvinas en el mismo lugar simbólico en que se ubicaba con anterioridad a la
guerra. El mito nacional habría sido confirmado con la usurpación británica de las islas y la
usurpación militar del gobierno; la restitución de la nación seguía estando pendiente.
Al mismo tiempo, sin embargo, luego de la guerra también aparecen relatos que funcionan a
partir de deconstruir aquel Gran Relato Nacional, y que, entiendo, reproducen formas sociales de
elaborar el tema. Estos relatos se manifestaron con mayor claridad en las formas de contar la
Guerra y la Nación en la literatura de posguerra. Como demuestra Julieta Vitullo en Ficciones de
una Guerra (2007b), es característico de esta literatura la desarticulación de la lógica épica
intrínseca a aquellos relatos que, ya sea en clave triunfalista o de lamento, antes y después de la
Guerra, se inscribían en un Gran Relato Nacional.
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Los Pichiciegos, de Rodolfo Fogwill (1983) es la primera representación literaria de la guerra –
escrita, de hecho, durante el conflicto – y es imprescindible puesto que funda un modo de contar
la guerra que terminó siendo una referencia ineludible para casi todas las elaboraciones
posteriores. En la novela, un grupo de conscriptos enviados a las islas deserta y se esconde en
refugios subterráneos donde inician una sociedad cuya mayor preocupación es la supervivencia.
La guerra, tal como es representada, carece de cualquier signo honroso, de valores políticos o
morales, de grandes actos heroicos y aún de cobardías o traiciones. La novela se sustrae de
cualquier juicio moral; todo se disuelve en la necesidad material de sobrevivir, único principio
aglutinante de la comunidad de los “Pichis”. Ellos intercambian, roban o venden información a
los ingleses a cambio de raciones de comida, linternas y cigarrillos. La única virtud en este
esquema es la astucia por sobrevivir que, a su vez, es presentada en clave picaresca. De este
modo, Los Pichiciegos inaugura una tradición de representaciones de la guerra que rechaza la
posibilidad del relato épico (Vitullo, 2007b, 65-71; Sarlo, 1994). La causa nacional, la causa
justa por la soberanía de las islas, con su dignidad característica más allá de cualquier manejo
político y los grandes actos heroicos que la escenifican, brillan por su ausencia. En cambio, la
preocupación por las necesidades materiales más básicas ocupa su lugar: “¡No queda un puto
tarro de polvo químico! Ni los ingleses, ni los malvineros, ni los marinos ni los de aeronáutica: ni
los del comando, ni los de policía militar tienen un miserable frasquito de polvo químico, tan
necesario”(94), dice un “Pichi” en referencia al químico para tratar los excrementos humanos.
Sin embargo, esta imposibilidad del relato épico no se da sólo a través de la exaltación de una
ética de la supervivencia, sino que la novela, como señala Vitullo, “refuta de manera definitiva y
despiadada las premisas sobre las que se construye la identidad nacional” (65). Ésta es atacada y
deconstruida desde todos los ángulos posibles. Las procedencias disímiles de los personajes se
remarcan en sus modos de hablar y en la insistencia, a lo largo de la novela, en la dificultad de
definir cualquier identidad: un argentino, por ejemplo, procedente de Gualeguay, que es llamado
El Turco por ser hijo de libaneses; o un inglés apodado “Chavo” por haber aprendido español en
California viendo televisión mejicana. La insuficiencia de las categorías nacionales se repite una
y otra vez: “en la estación de radio británica la locutora habla en chileno y pasan chamamés,
tangos y folklore; los ingleses toman té con bombilla; hace tanto frío en las islas que uno de los
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pichis dice que le gustaría ser brasilero, etc.” (66). Y aun la propia comunidad Pichi no parece
fundarse en una identidad que vaya más allá de las exigencias materiales del presente, los lazos
entre los miembros son efímeros y la posibilidad de deshacerse de algunos miembros para aliviar
la sobrepoblación en el refugio no es presentado como un acto éticamente conflictivo o
deplorable, sino más bien como una necesidad natural y razonable dadas las circunstancias
(Sarlo, 1994)
En definitiva Los Pichiciegos inaugura una tradición de representaciones desde las cuales la
problemática de la Nación es completamente deconstruida. No se trata, ahora, de redefinir la
nación o de defenderla simbólicamente de usurpaciones. En plena guerra, y aún en pleno fervor
malvinero, Fogwill, como sus personajes, renuncia a comprometerse con una causa nacional. La
nación, sea la argentina o cualquiera, solo aparece como categoría dudosa, y el Gran Relato
Nacional, no es ni confrontado ni repercute en un lamento por la nación perdida, sino que más
bien es disuelto en ese "barro pesado, helado, frío y pegajoso" que es el territorio malvinero.
Respecto de la literatura de posguerra, precisamente, los autores de “Transhumantes…” señalan
que la operación característica consiste en deconstruir y no en destruir. “La deconstrucción”,
dicen, “utiliza el mismo principio que decontruye, opera dentro de su objeto, pero invirtiendo sus
jerarquías; provoca un corrimiento del sistema en la medida en que consigue ubicar un elemento
que dicho sistema no puede resolver”. La obra de Fogwill, como se mencionó anteriormente, no
es un caso excepcional sino que da comienzo a una tradición literaria cuyas tramas giran
alrededor de Malvinas y desde la cual, una y otra vez, a pesar de la diversidad de procedimientos,
de estilos e incluso de pertenencia generacional de los autores, se pone en crisis a la nación tal
como era imaginada. En una línea similar a la de Fogwill, en este respecto, obras como “La
Causa Justa” de Osvaldo Lamborghini, los cuentos “Aprendíz de Brujo” y “Soberanía Nacional”
de Rodrigo Fresán o “Impresiones de un ser Nacionalista” de Daniel Guebel, son mencionados
como ejemplos de esta tradición literaria. Sin embargo, la capacidad de Malvinas para encarnar
simbolizaciones nuevas a partir de la guerra no se manifestó sólo a través de la puesta en duda de
la Nación como categoría identitaria o de la imposibilidad de contar la guerra en términos de un
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relato épico. La insistencia en numerosas obras de la literatura de posguerra en metaforizar la
Nación a través de la paternidad es también característica. Pero si el sentido de la Nación luego
de la guerra es puesto en crisis, los lazos filiales tematizados en la literatura de posguerra
también lo serán.
PATERNIDADES Y PATRIOTISMOS.
“¿En qué estaba? Ah, sí. Padres e hijos. La influencia del padre sobre el hijo. Tomemos otro
ejemplo. Usted. Su padre, seguramente, le hizo cosas peores; basta con verlo”
Carlos Gamerro, Las Islas.
La preponderancia del lenguaje filial y de parentesco en los discursos sobre Malvinas se remonta
a los inicios mismos de su instauración como mito nacional. Este tipo de lenguaje, a su vez, es
típico de los discursos nacionalistas para los que la apelación a la familia como metáfora de la
nación siempre fue un recurso efectivo por su capacidad para explicar e ilustrar el modelo de
organización social con el que las ideologías nacionalistas se identifican; el carácter preeminente
de la nación frente a los individuos que la componen quedaba explicado y, en cierto modo,
legitimado, en términos con los que la mayoría de la población podía identificarse. Sin embargo,
Malvinas, como mito nacional, suponía una nación cercenada, una usurpación externa que
metaforizaba la usurpación interna, por lo que las figuras de filiación a las que recurrían los
discursos sobre Malvinas constantemente ilustraban lazos truncados: “Hermanitas perdidas
(Yupanqui), protector de madres solteras, de los humildes y de las islas miserables (Palacios),
eventuales hijos de Perón (Cóndores)” (Guber, 2001, 103-4). La nación no era puesta en duda
sino que era reclamada por grupos a los que se había excluido de la misma.
Durante la década del setenta, la familia y el leguaje de parentesco cobraron un protagonismo
inusitado en la batalla simbólica que se libraba. La familia cobró relevancia en tanto instancia de
inserción social anterior a cualquier oposición política y por lo tanto fuente de legitimidad más
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allá de la política. En consecuencia, la Junta militar buscó apropiarse de los valores de la “buena
familia” y atacar a la guerrilla y a las agrupaciones de izquierda por contrariar esos valores. A
través de la propaganda oficial se resaltaba el valor, la unidad y la armonía de la familia
tradicional argentina y se desafiaba a los padres a controlar a sus hijos. Al mismo tiempo, la
potencia simbólica del parentesco se volvió en contra de la Junta cuando el reclamo por las
violaciones de derechos humanos explotó los lazos de parentesco como instancia legitimatoria
frente a las acusaciones de tendenciosidad política de los denunciantes. Así organizaciones como
Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, por ejemplo, aprovecharon estos lazos para obtener
reconocimiento y legitimidad frente a la sociedad (Vecchioli, 1-10). La reiterada presencia de la
temática del parentesco en la literatura de posguerra, sin embargo, tiene una particularidad que
quiebra con esta tradición de usos: el parentesco no aparece como instancia de legitimidad, sea
de un reclamo o de un estado de cosas; aparece, en cambio, bajo la forma de un enigma; y a
menudo - señala Vitullo (103) - ese enigma deviene en una conducta paranoica o en la
imposibilidad de afirmar el vínculo paterno.
Más allá de su relación etimológica, la Patria y el Padre comparten, en el plano simbólico - y en
cierta medida también en el jurídico –, la facultad de disponer de sus hijos. Defender la patria y
defender el honor de la familia, que lleva el nombre del padre, es una obligación tanto de los
hijos de la patria como de los del padre. Pero en la medida en que a la paternidad le es inherente
la duda sobre la identidad de los hijos, esta es siempre propensa a la conducta paranoica. En este
contexto la masculinidad puede aparecer como una ficción paranoica capaz de asegurarse la
posesión del territorio - el cuerpo de la nación - a través de la violencia y de reasegurar aquella
paternidad dudosa (Vitullo, 122). El episodio al inicio de la novela Las Islas, de Carlos Gamerro,
en que el empresario Fausto Termerlán somete a su hijo homosexual montándolo como un
caballo y se propone a viva voz reconcebirlo “hasta que me salgas bueno”, es emblemático del
modo como la paternidad enigmática y el discurso paranoico se combinan y potencian en la
literatura que trata la guerra como alegorías de una identidad nacional que se presentaba,
precisamente, como enigmática así como de un nacionalismo paranoico. En la novela de
Gamerro, el padre es retratado como un individuo despiadado y sin ningún tipo de escrúpulos,
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obsesionado con perpetuar un imperio familiar que veía amenazado por la incapacidad del hijo
para engendrar descendencia.
En muchas otras novelas del período las vidas de los protagonistas se ven afectadas por la guerra
y como resultado la paternidad y la sexualidad se vuelven problemáticas. En Aún Arde sobre los
Años de Fernando López aparece el problema de la paternidad trunca en relación con la guerra de
Malvinas. La novela insistirá en la dificultad de engendrar vínculos y proyectos como un efecto
de la guerra en los personajes. Cachito, el protagonista, tendrá problemas para mantener
relaciones sexuales con la que era la novia de su amigo, que había sido enviado a las islas como
conscripto, y de la que se enamora. Terminada la guerra y con el Moro, el amigo conscripto
primero incapacitado y luego muerto, la relación con la chica se desarma. Pero la impotencia
también aparece en otros ámbitos. El proyecto que el Moro le encomienda a Cachito - filmar una
película sobre la guerra - tampoco se concreta; en cierto sentido, se abandona. El universo
anterior a la guerra que la novela representa en clave nostálgica, emulando los valores
idealizados de la Patria y la Nación, sostenido por los vínculos homosociales y donde las mujeres
tienen un papel secundario (Vitullo, 137); ese universo queda truncado; ya no es capaz de
funcionar como fundamento de una épica imaginada. El final, de algún modo, "redentor" de la
novela - en el que Cachito y su grupo de amigos frustran la candidatura a intendente de quien
había sido informante de la dictadura - no rehabilita el gran relato nacional. A pesar del tono
esperanzado y de la insinuación de un "nuevo comienzo", el efecto que genera es más bien de
"incredulidad", de cierta suspicacia (Murphy, 4-5). Está la sangre caída, como reza el verso de
Pablo Neruda que da nombre al libro, "ardiendo aún sobre los años como una corola implacable".
Los años de posguerra también dejaron escenas de paternidades denostadas o incapaces en el
plano de la política. El canto popular contra Galtieri - “¡(…) borracho, mataste a los
muchachos!” – lo ubica en ese lugar de padre cruel e irresponsable, que torturó y mandó a morir
a los hijos de la patria, hijos que debían mostrarse dignos, verdaderos descendientes de una
tradición patriótica. Por otro lado, en el levantamiento carapintada de 1987, la simbología
paterna también afloró. Las palabras del presidente al final de la jornada - “Felices fiestas. La
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casa está en orden” – poseen la simbología explícita de la dinámica familiar. Sin embargo, en ese
entonces, la apelación a Malvinas desde un lugar de enunciación paternal no logró que la
mayoría de la gente se reconozca en esa identidad familiar-nacional a la que estaban siendo
convocados. Como en los ejemplos literarios, el lazo patrerno-patriótico se mostró insuficiente.
CONCLUSIÓN.
Desde la ocupación británica de 1833, e independientemente de los reclamos formales en el
ámbito diplomático, para la cultura nacional Malvinas se fue transformando en un símbolo que
representaba mucho más que aquel diferendo territorial. Las características particulares del caso
sirvieron como fundamento para que en Malvinas pudieran confluir imágenes de lo que para
muchos era el estado de la Nación: un territorio usurpado del que eran excluidos, un origen puro
no contaminado por una historia de luchas políticas mezquinas, o una parte de la familia que
había sido negligentemente desprotegida. Hasta 1982 Malvinas se constituyó en un auténtico
mito nacional capaz de ser invocado por los más variados actores y en las más diversas
coyunturas como clave para explicar siempre desde la denuncia tanto el presente como el pasado
y el futuro de la Nación. Con la guerra de 1982, sin embargo, algo en el funcionamiento de
Malvinas como un símbolo se modificó y esa modificación se manifestó en la aparición de
nuevos usos de Malvinas, junto con los anteriores, como metáfora de la Nación. .
Tanto metafóricamente como en términos concretos, con la guerra las Islas habían entrado en la
historia y en el territorio nacional por primera vez en 150 años. Su distancia había sido funcional
a su eficacia simbólica: representaban una Nación abstracta que podía ser invocada con una
inmensa variedad de sentidos cuyo única coincidencia era el de formularse en clave de un
reclamo o denuncia. Los militares explotaron ese potencial en un momento en que la sociedad
era especialmente sensible a la promesa de restituir la unidad nacional. Pero además explotaron
el símbolo rompiendo con la tradición de usos en varios sentidos: se apropiaron del reclamo
desde el Estado y, por lo tanto, no como un reclamo al Estado; y trajeron el ideal de la restitución
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de la Nación a la práctica de la nación real, sacaron a Malvinas de aquel lugar prístino y las
sometieron al desencantamiento propio de la realidad nacional.
La derrota, entonces, fue vivida como una traición, como una promesa defraudada. Se había
profanado un símbolo que representaba lo más puro de la identidad nacional y las reacciones
típicas - potenciadas por la divulgación de las violaciones a los derechos humanos y las
negligencias y abusos en el las islas por parte de los militares - fueron las del lamento por la
oportunidad perdida y las de la detención de todo análisis crítico con la sentencia terminante de
“guerra absurda”. Las elaboraciones sociales tampoco tuvieron, al menos en lo inmediato, un
tratamiento institucional, a pesar de lo cual se manifestaron espontáneamente en las reacciones
sociales frente a la invocación de Malvinas luego de la guerra.
La eficacia de Malvinas como mito nacional había estado siempre supeditada a la vigencia de un
Gran Relato Nacional, aquel que define una identidad nacional aglutinante, que funda un sistema
simbólico a partir de una narración de origen. Sin embargo, luego de la guerra y entre discursos
que en clave de lamento aún sostienen ese Gran Relato, aparecen con fuerza signos de
agotamiento del mismo. La apatía generalizada tanto respecto de la guerra como de la causa en
general excede la mera decepción por la derrota. La insistencia y el odio generalizados contra los
responsables de la conducción de la guerra antes que contra la agresión británica es prueba de
que, como antes de la guerra, Malvinas era mucho más que un conflicto territorial con otro país.
Pero, precisamente, a diferencia de lo que acontecía en el pasado, cuando Malvinas operaba en
clave de política interna y motorizaba un reclamo, ahora la denuncia se disolvía en apatía y
resentimiento, en el abandono de cualquier reclamo para restituir la Nación.
El agotamiento de Malvinas como símbolo de la Nación tuvo una puesta en escena remarcable
en la crisis de Semana Santa de 1987. Su invocación antes que garantizar un halo de legitimidad
a la negociación con los sublevados, defraudo a amplios sectores de la población que apoyaban
al Presidente democrático. Pero su elaboración más acabada se dio, tal vez, en otra forma de
expresión de los discursos y sentimientos sociales: la literatura. Allí el tratamiento de Malvinas
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en la posguerra estuvo atravesado por sentidos y temáticas novedosas. La sugerente
preponderancia de relatos que rechazan la forma épica para contar la guerra; la deslegitimación
de la nación como categoría identitaria y como valor intrínseco; y la tematización de la
paternidad trunca o incapaz, son todas manifestaciones de una insistencia en deconstruir la lógica
de aquel Gran Relato Nacional que es característica de esta literatura y que demuestra que
Malvinas pudo operar de manera distinta de como había operado hasta entonces. Es sólo a partir
de esta modificación que la literatura manifiesta de manera ejemplar - pero que la trasciende y se
afirma como un discurso social vigente - que una desafiante sentencia popular como “Las
Malvinas son argentinas” además de resonar como orgullo nacionalista y triunfalismo
esperanzado, empieza a resonar también y más que nunca como un esfuerzo por neutralizar, con
la violencia de una sentencia tajante, una profunda inquietud.
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