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Schopenhauer. Hacia una ética con tendencia política

Date post: 31-Mar-2023
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INSTITUTO TECNOLOGICO Y DE ESTUDIOS SUPERIORES DE OCCIDENTE RECONOCIMIENTO DE VALIDEZ OFICIAL, ACUERDO S.E.P. NO. 15018 PUBLICADO EN EL DIARIO OFICIAL DE LA FEDERACION EL 29 DE NOVIEMBRE DE 1976. DEPARTAMENTO DE FILOSOFIA Y HUMANIDADES LICENCIATURA EN FILOSOFIA Y CIENCIAS SOCIALES Schopenhauer. Hacia una ética con tendencia política 1
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INSTITUTO TECNOLOGICO Y DE ESTUDIOS SUPERIORES DE OCCIDENTE

RECONOCIMIENTO DE VALIDEZ OFICIAL, ACUERDO S.E.P.NO. 15018 PUBLICADO EN EL DIARIO OFICIAL DE LA

FEDERACION EL 29 DE NOVIEMBRE DE 1976.

DEPARTAMENTO DE FILOSOFIA Y HUMANIDADESLICENCIATURA EN FILOSOFIA Y CIENCIAS SOCIALES

Schopenhauer. Hacia una ética con tendenciapolítica

1

TESIS PROFESIONAL QUE PARA OBTENER EL TITULO DELICENCIADO EN FILOSOFIA Y CIENCIAS SOCIALES

PRESENTA:

María del Mar Estrada RebullTLAQUEPAQUE, JALISCO A JUNIO DE 2009

2

Índice

Resumen.....………………………………………………………………………............3

Introducción................................................

............................................................

............4

Claves……………………………………………………………………………….........9

Capítulo 1 – Exposición del sistema

schopenhaueriano………………………………...10

Capítulo 2 – Revisión del sistema

schopenhaueriano…………………………………...24

2. 1. ¿La causalidad niega la libertad?

……………………………………...24

2. 2. Representación: ¿obediencia a la voluntad?.

……………………….….30

2. 3. Arte y ciencia…………………………………………………………..40

2. 4. La voluntad no es la cosa en

sí…………………………………………53

Capítulo 3- Las consecuencias prácticas de la filosofía de

Schopenhauer……………...65

3. 1. El pesimismo de

Schopenhauer…………………………………..........65

3. 2. Carácter inteligible y carácter

empírico………………………………..68

3. 3. El ‘mundo como representación’ sí incide en la

moral………………...71

3

3. 4. Contexto………………………………………………………………..72

3. 5. Conocimiento de sí mismo……………………………………………..74

3. 6. Conocimiento

abstracto…………………………………………...........75

3. 7. Amplitud del horizonte intelectual

………………………………….....76

3. 8. ¿Cómo funciona la comunidad de la

voluntad?......................................78

3. 9. Schopenhauer sobre la historia, la sociedad y

la política……………....84

3. 10. El pesimismo, la renuncia y la compasión

desde la mundanidad….….92

Capítulo 4: Perfiles de la ética con tendencia

política………………………………….102

4. 1. Ética schopenhaueriana y política

arendtiana…………………………102

4. 2. La construcción y la fragilidad del

mundo……………………………104

4. 3. Descentramiento………………………………………………………108

4. 4. Expansión.……………………………………………………………..111

4. 5. Publicidad……………………………………………………………..116

4. 6. Estructura……………………………………………………………...120

Conclusión……………………………………………………………………………...123

Bibliografía……………………………………………………………………………..129

4

Resumen

Este trabajo defiende que la filosofía de Schopenhauer,

a pesar de no ser política, puede inspirar la reflexión

sobre una ética con tendencia política, sobre todo a través

del concepto de la comunidad de la voluntad.

Los primeros dos capítulos de la tesis exploran la

filosofía schopenhaueriana. En el primero, se hace una breve

exposición de ella. En el segundo, se revisan algunos de los

ejes principales que la estructuran, y que corresponden a la

dualidad voluntad/representación. Se presta especial

atención a los obstáculos que dificultan interpretar a

Schopenhauer de una manera alternativa a la dictaminada por

él mismo, y se intenta demostrar que no son imposibles de

superar.

Una vez repasados estos temas generales del sistema

schopenhaueriano, en la segunda mitad de este trabajo se

problematizan los aspectos que conciernen más directamente a

la ética y a la política. Se revisan las consecuencias

prácticas de ‘la intuición de la comunidad de la voluntad’:

la ética de la compasión, el ascetismo y la renuncia al

mundo. Aunque, en general, el pesimismo schopenhaueriano

dicta que el mundo es algo despreciable, aquí se intenta

mostrar que la ética mundana – que para Schopenhauer es la

compasión –, implica, por lo menos en cierto grado, quedarse

en el mundo para conocerlo y actuar en él.

5

Esto conduce, finalmente, a una lectura alternativa de

la noción de la intuición de la comunidad de la voluntad. Se

encauza la enseñanza schopenhaueriana – que invita a

celebrar y potenciar la constatación de que lo esencial de

los seres humanos no está en su individualidad, sino en la

humanidad considerada en conjunto – hacia una interpretación

que toma en cuenta la dimensión mundana, y se sugieren

entonces ciertos rasgos de esta ‘ética con tendencia

política’, como su afinidad con un pensamiento estructural

sobre los asuntos sociales, el descentramiento de las

propias perspectivas y la importancia de la publicidad en

las acciones éticas.

6

Introducción

Empezaremos reconociendo que el título de esta tesis es

paradójico. Schopenhauer no es un filósofo político, ni su

filosofía moral se caracteriza por una tendencia política.

Más bien lo contrario. Además, se ha dicho en muchas

ocasiones que la filosofía de Schopenhauer constituye un

sistema cerrado, dogmático y metafísico, con el que no se

puede dialogar. Entonces, ¿se puede pretender abordar una

problemática política, ajena a su filosofía, a partir de su

filosofía misma?

Pareciera que si uno no acepta incondicionalmente la

intuición schopenhaueriana fundadora – la reprobación del

mundo, la certeza radical de su despreciabilidad -, le está

vedado ser, seriamente, su alumno filosófico. Pareciera que,

para ser schopenhaueriano, se necesita aceptar sin

condiciones la totalidad del sistema, y que, como el sistema

es cerrado, metafísico y dogmático, uno tiene prohibido

inscribir los aprendizajes schopenhauerianos en un diálogo

filosófico legítimo. De ahí que se piense a menudo que

Schopenhauer es para artistas y místicos, pero no para

filósofos.

En buena medida, el mismo Schopenhauer es el causante

de que se le perciba así. Él considera que ha aprehendido en

su totalidad la esencia del mundo y la ha explicado en su

obra, la cual que se presenta en forma lineal y fraccionada

7

sólo debido a las exigencias del lenguaje escrito, pero que

en realidad se trata de una sola y condensada idea. Además,

considera que la trabazón de las partes de su sistema es la

de un impecable andamiaje científico, donde unas partes

comprueban y sustentan a las otras. Si hemos de tomar esto

al pie de la letra, intentar una interpretación alternativa

de un concepto schopenhaueriano parece una pretensión

suicida.

Sin embargo, ¿será razón suficiente para detenernos? Si

la filosofía schopenhaueriana cumple el cometido de aclarar

el pensamiento, de proponer una visión del mundo que resulta

esclarecedora e inspiradora, ¿habrá que renunciar a ella

sólo porque no se comulga con la totalidad del sistema? La

apuesta de este trabajo de investigación es que la filosofía

Schopenhaueriana contiene lecciones significativas y

verdaderas, a tal grado que su utilidad no se restringe al

limitado universo de quienes podrían aceptar, sin reservas,

su filosofía como un todo. Incluso, aquí se intentará

ilustrar las limitaciones de la defensa a ultranza de todo

el sistema; y se argumentará que sus posibilidades son mucho

mayores si se es crítico con él.

Aquella enseñanza schopenhaueriana que motiva la

arriesgada empresa de esta tesis, es aquello que,

caracterizada como ‘intuición de la comunidad de la

voluntad’, puede inspirar la acción y el pensamiento. Las

reflexiones de Schopenhauer en las que describe el mundo, el

8

espíritu humano, la naturaleza, el arte… y que se condensan

en la formulación de que el universo entero es una misma

voluntad – la misma que nos anima en lo individual –, estas

ideas, decimos, probablemente son las que entusiasman a

muchos de sus lectores. Estas enseñanzas no se identifican

primaria ni exclusivamente con el pesimismo ni con la

negación del mundo. Si, a pesar de ello, son verdaderas, si

resuenan en las experiencias, si inspiran algo inteligible –

y creemos que así es – entonces valdrá la pena arriesgarse a

dialogar con su autor, aunque la empresa represente una

odisea mental sin garantías. Con tal de recuperar la

enseñanza que creemos encontrar en Schopenhauer, y con tal

de darle el enfoque que nos parece tener en potencia, nos

negaremos a tomar como barreras el dogmatismo, la

sistematicidad, el carácter metafísico, las pretensiones de

absolutismo conceptual y las prohibiciones explícitas.

Sin embargo, no queremos hacer caso omiso de todo ello.

No nos proponemos tomar sin más lo que nos conviene, como si

lo demás no estuviera ahí. Lo que nos interesa es

específicamente schopenhaueriano, y por eso, el diálogo con

Schopenhauer tendrá que tomar en cuenta todos los aspectos

de su filosofía – tanto los temáticos como los formales.

Habrá que enfrentarse incluso a las afirmaciones más

retadoras para el sentido común, y a las enseñanzas más

dogmáticas, e intentar extraerles su sentido.

9

Por este motivo, empezaremos con un resumen de la

totalidad de su sistema. Después dialogaremos con algunos de

los ejes constitutivos del mismo, y tomaremos en cuenta que,

en teoría, todos los ejes guardan una trabazón entre sí. En

esta revisión, queremos prestar especial atención a los que,

según dijimos, son obstáculos para interpretar a

Schopenhauer de una manera alternativa a la dictaminada por

él mismo.

Sólo después de esto, en la segunda mitad del trabajo,

nos aventuraremos a problematizar sobre las consecuencias

prácticas de ‘la intuición de la comunidad de la voluntad’.

Para Schopenhauer, éstas son la ética de la compasión, el

ascetismo y la renuncia al mundo. En general, el pesimismo

schopenhaueriano dicta que el mundo es algo despreciable.

Sin embargo, la ética mundana – que para Schopenhauer es la

compasión –, implica, por lo menos en cierto grado, quedarse

en el mundo para conocerlo y actuar en él.

Esto último nos llevará a interpretar de otra manera la

noción de la intuición de la comunidad de la voluntad. De

acuerdo con la filosofía schopenhaueriana, todos somos la

misma voluntad. A lo largo de su obra, Schopenhauer ilustra

cómo la habitual perspectiva de la individualidad puede

revertirse, y devela una comprensión esclarecedora de las

relaciones humanas cuando se las considera desde la

perspectiva de la unicidad de la voluntad. En esta visión,

la ética toma sentido como un tratamiento del ‘otro’ como si

10

fuera ‘yo otra vez’, y como un tratamiento que resulta

motivado por una voluntad idéntica a la que nos mueve

individualmente, pero en esta caso librada de las demandas

egoístas de dicha individualidad; a quien intuye la

comunidad de la voluntad, le conciernen, éticamente, todos

los seres humanos. Además de la doctrina explícita al

respecto, muchas enseñanzas schopenhauerianas aportan luz

sobre la dinámica de ‘la comunidad de la voluntad’. Sus

reflexiones sobre la inteligencia, sobre el carácter de los

genios, sobre las virtudes, sobre el arte… todo ello brinda

claridad e inspiración para la vida mundana, y no para una

renuncia al mundo. La filosofía schopenhaueriana nos sugiere

celebrar y potenciar la constatación de que lo esencial de

nosotros no esté en nuestra individualidad, sino en la

humanidad considerada en conjunto. A la vez, nos invita, de

manera audaz y pasmosa, a reconocer que la motivación para

tender hacia los otros no necesita explicaciones, premios ni

amenazas; ni puede ser reducida a ninguna otra motivación

diferente a aquélla por la cual vivimos y deseamos. Estas

reflexiones nos sugieren una sensibilidad que aquí

intentaremos llevar en la dirección de una ‘ética con

tendencia política’, siempre y cuando logremos, a través del

diálogo con Schopenhauer, apartar las prohibiciones que nos

impedirían leerlo en este sentido.

Además de las prohibiciones del sistema mismo,

tendremos que hacer frente a dos actitudes recurrentes del

11

sentido común, que podrían recibir su legitimación por parte

la filosofía schopenhaueriana, y que van en la dirección de

un rechazo a la política.

Una de ellas es la consecuencia conformista del

pesimismo. Según esta noción, el mundo es una desgracia sin

remedio, al igual que el inmutable carácter mezquino y

egoísta de la mayor parte de la humanidad. En su dimensión

política, esto se traduce en la creencia de que la política

es un mecanismo para que las cosas públicas funcionen lo

mejor posible en vista de la incurable bajeza de la

humanidad, y de que nada de ello nos concierne realmente.

Todos estos ‘argumentos’ pueden ser malas excusas para la no

participación política, para la indiferencia, y para negarse

a ver el propio papel en el estado de cosas que se reprueba.

Examinaremos entonces la contradicción – o cuando menos, la

tensión – entre este aspecto del pesimismo, y la ética

inspirada en la intuición de la comunidad de la voluntad. El

pesimismo schopenhaueriano se presenta como una opción

existencial deliberada y profunda, que culmina,

coherentemente, con la negación del mundo. Sin embargo, en

sus manifestaciones más comunes, el pesimismo y la renuncia

son las voces del cinismo indiferente.

La otra actitud a la que deberemos enfrentarnos, es

aquélla según la cual la ética se juega primordialmente en

el ámbito inmediato, cotidiano, privado. La convicción de

que la mejora más significativa del mundo acontecería si

12

cada uno fuera amable con aquellos que lo rodean, cumpliera

con sus obligaciones filiales y fuera caritativo con los

desgraciados que encontrara a su paso; esta convicción,

decimos, pasa por alto que los asuntos que consideramos

éticos – el trato entre las personas, la justicia, la

bondad, la consideración de los sentimientos de los demás –,

pueden y deben considerarse desde una perspectiva mucho más

amplia y estructural que la del ámbito inmediato: una

perspectiva con tendencia política.

En este trabajo de investigación intentaremos mostrar

que los obstáculos interpuestos por la filosofía

schopenhaueriana para interpretar su ética en un sentido

político, están en tensión con las consecuencias prácticas

mundanas de esta misma filosofía. Creemos que la noción de

la ‘comunidad de la voluntad’, leída con una intencionalidad

política, sugiere un impulso de expansión, de participación,

de inclusión. Al presentarse como retrato potenciado de un

sentimiento que es posible identificar en uno mismo, ‘la

ética con tendencia política’ puede resultar mucho más

atractiva e interesante que la formulación de un deber.

Schopenhauer deja claro que su filosofía no pretende cambiar

el querer de nadie, puesto que éste – que es la voluntad – es

inmutable. Lo único que quiere es ofrecer una visión del

mundo y de nosotros mismos, que sólo podrá afectar al

conocer, y que únicamente por esta vía podrá tener una

incidencia en la acción de quien concuerde, en su querer más

13

profundo, con las sugerencias de ‘la comunidad de la

voluntad’. Un concepto ético de procedencia

schopenhaueriana, como la ‘ética con tendencia política’,

que aquí propondremos, no podrá ser diferente en esto.

Tendrá que limitarse a apelar a rasgos del querer que se

supongan presentes en el ánimo de varios, esperando que

estos varios se reconozcan en dichos rasgos y encuentren

sugerentes las posibilidades que para ellos se esbozan.

Schopenhauer es un sobresaliente psicólogo de los

hombres, y un gran intérprete del mundo. En este trabajo,

procuramos evitar que su brillante filosofía se limite a la

única dirección de la renuncia al mundo, y que sirva, en

cambio, para iluminar una ética mundana, cuyo único momento

explícito en Schopenhauer es la compasión. Procuramos

recuperar este momento mundano y no restringirlo a la

compasión, sino y ensancharlo con el reconocimiento de que

dicha ética se enfrenta a la complejidad del mundo, y de

que, por lo tanto, se profundiza con el conocimiento y el

arraigo mundanos. Desgraciadamente, este trabajo no podrá

explorar, ejemplificar ni desarrollar exhaustivamente esta

intuición de una ‘ética con tendencia política’ que creemos

encontrar en Schopenhauer. En vez de eso, será necesario,

como primer paso, diseccionar su sistema, para averiguar si

en efecto existe la posibilidad de llevar sus enseñanzas en

una dirección aparentemente tan contraria al mismo. A partir

de los puntos álgidos que semejante análisis suscite, se

14

podrán sentar las bases para la interpretación alternativa

que proponemos. Finalmente, cabrá intentar un esbozo de esa

ética con tendencia política, y sugerir también algunos de

los perfiles que podrá adoptar. Probablemente, la

exploración exhaustiva de esta nueva noción merecería otro

trabajo, un trabajo que no empezaría de la nada, sino que se

nutriría de las ideas de muchos pensadores, que, como

veremos, pueden estar en continuidad con las perspectivas

que aquí se presentarán. Por lo pronto, si, tras los

planteamientos de este trabajo, la obra misma de

Schopenhauer puede leerse como el despliegue de lo que aquí

sólo queda en sugerencia – cuenta habida de las

controversias, desacuerdos y salvedades que aquí se planteen

–, entonces esta tesis habrá conseguido su objetivo.

15

Claves

Se citarán siempre estas ediciones de las obras de

Schopenhauer, bajo las siguientes claves. Se referirá

siempre la paginación de la edición consultada, excepto en

el caso de ambos volúmenes de El mundo como Voluntad y

Representación, pues contamos con la edición crítica de

Roberto R. Aramayo, lo cual nos permite citar la paginación

original.

El mundo como Voluntad y Representación, tr. de Roberto R. Aramayo,

Fondo de Cultura Económica, México, 2005, Vol. I. – MVR V.I

El mundo como Voluntad y Representación, tr. de Roberto R. Aramayo,

Fondo de Cultura Económica, México, 2005, Vol. II. – MVR

V.II

Éthique et politique (Fragmentos de Parerga y Paralipómena), tr.

de Auguste Dietrich, Le livre de poche, París, 1996. - PP

De la cuádruple raíz del principio de razón suficiente, tr. de Leopoldo-

Eulogio Palacios, Gredos, Madrid, 1981. - CRPRS

Los dos problemas fundamentales de la ética, tr. de Pilar López de

Santa María, Siglo XXI, Madrid, 2007. - DPFE

16

Capítulo 1 – Exposición del sistema schopenhaueriano

Es sabido que el mundo, para Schopenhauer, es

completamente voluntad, por un lado; y representación, por

el otro. ¿En qué consiste cada elemento de esta dualidad?

¿De qué clase de dualidad se trata? En este capítulo haremos

una breve exposición de la representación y de la voluntad1,

tras lo cual estaremos en condiciones de discernir en qué

sentidos es adecuada esta distinción, y también, de analizar

cuándo Schopenhauer la utiliza inválidamente para sostener

la sistematicidad e irrefutabilidad de su filosofía.

La tesis doctoral de Schopenhauer, De la cuádruple raíz del

principio de razón suficiente, que antecede a su obra principal,

está consagrada casi por completo a analizar el

funcionamiento de lo que en el sistema schopenhaueriano se

llama representación. Las primeras páginas de El mundo como voluntad

y representación retoman el mismo asunto.

El concepto de representación parte de una enseñanza

kantiana fundamental: el mundo no es como lo conocemos

independientemente de nuestras formas de conocerlo, sino que

está mediado por ellas. Esta postura filosófica es el

idealismo. En ella, no se duda de la realidad del mundo,

sino que se admite que toda la realidad a la que tenemos

1 De aquí en adelante, “voluntad” y “representación” se referirán siempre a los conceptos schopenhauerianos a menos que se indique lo contrario.

17

acceso, es la representación de un sujeto, una

representación producida por sus facultades cognoscitivas.

Lo que sea el mundo más allá de ellas es una cuestión que,

en principio, nos sobrepasa.

Puesto que en la filosofía kantiana el mundo no es

simplemente, sino que lo es en virtud de nuestras formas de

conocerlo, Kant habla de la “experiencia posible” para

enfatizar la mediación inevitable de dichas formas en toda

nuestra experiencia. Para construir el edificio que explica

nuestras formas de conocer – edificio construido sobre las

páginas de la Crítica de la razón pura –, Kant comienza por la

sensibilidad, que hace las veces de cimiento. Antes de los

conocimientos concretos, aún con independencia de ellos,

explica Kant, hay dos elementos de nuestra sensibilidad pura:

son el espacio y el tiempo. Ellos posibilitan y le dan su

forma a toda experiencia que hayamos de tener. No hay

experiencia alguna que sea concebible para nosotros fuera de

las formas del tiempo y el espacio.

La sensibilidad (en forma espacio-temporal) es la

encargada de recibir la diversidad de las representaciones,

aunque de una manera desordenada, que por sí misma carecería

de sentido. Enseguida entra en acción nuestro entendimiento,

que hace la síntesis de esta diversidad, ordenándola según

las doce categorías. Éstas posibilitan que los datos

sensibles sean transformados en conocimiento. Una de ellas

es la “causalidad y dependencia”, y es la que nos permite

18

establecer una relación de causa y efecto entre los

fenómenos.

Schopenhauer comparte en buena medida este argumento,

pero su discrepancia es el punto de partida de una intuición

epistemológica muy original. Como Kant, Schopenhauer

considera que el tiempo y el espacio son las condiciones a

priori de toda experiencia posible. Sin embargo, no cree que

haya que esperar ninguna intervención de la razón para

ordenar causalmente la experiencia. En su opinión, Kant es

poco consistente al explicar la génesis de la causalidad,

pues por momentos pretende que ella dependa de la percepción

de la sucesión; y por momentos, todo lo contrario2. El

conocimiento de la causalidad, dice Schopenhauer, no depende

de la experiencia ni del orden de la percepción, sino que

pertenece a nuestra forma misma de percibir. No se trata

aquí de que conozcamos todos los efectos y sus causas: la

aprioridad de la ley consiste simplemente en que no podemos

concebir nada fuera de ella. La causalidad se origina a

partir del tiempo y el espacio, y es, junto con ellos, una

forma a priori de toda experiencia posible. Esto es; el mundo

se nos presenta necesariamente en forma causal. Nuestro

entendimiento es la causalidad misma. La materia, ya en sus

manifestaciones más inmediatas, es la causalidad misma. Éstas

son afirmaciones sorprendentes, quizá paradójicas o

contraintuitivas, pero vale la pena conocer este aspecto de

2 CRPRS, pp. 134-143.

19

la doctrina schopenhaueriana porque es la clave para

entender su concepto de representación.

¿De qué manera la materia es ya la causalidad? Cuando

nuestros sentidos perciben, la materia por ellos recabada

carecería de significado si nuestro entendimiento no le

atribuyera en el mismo instante una causa. Por ejemplo, al

palpar una mesa, lo que nuestras manos sienten no queda en

sensaciones insignificantes, sino que, con base en ellas nos

formamos la idea de una superficie, un objeto, una dureza

con la que podemos interactuar, en la que podemos

recargarnos, que nos obstaculiza el camino, etcétera.

Nuestro entendimiento ha asignado una causa a lo que

nuestras manos sienten: la mesa, con todo lo que ello

implica. La causa, sabemos al instante, es un objeto físico:

materia3.

Vemos entonces que el tiempo y el espacio, conjugados

en la causalidad, son las formas ineludibles de toda nuestra

experiencia. Sin embargo, Schopenhauer lleva estas

intuiciones a priori un paso más allá: no sólo son la forma de

3 Merleau-Ponty desmiente el esquema kantiano según el cual habría unmaterial antes de ser procesado por el entendimiento. Para Kant, lo quees, y que nuestras formas cognoscitivas no nos permiten conocer, es lacosa en sí. Schopenhauer retiene algo de esta idea de una materia primaque el entendimiento debe interpretar correctamente (aunque nuncarecurre para ello a la cosa en sí, porque la reserva para la voluntad), peroel argumento que persigue es sólo en apariencia contrario al de Merleau-Ponty. Al final, lo que Schopenhauer busca probar es algo muy parecido:un entendimiento que funciona correctamente hace la interpretación deforma inmediata, y en ello interviene el cerebro, mas no la razón. Loque entra en juego es la función normal de la persona: larepresentación.

20

toda experiencia, sino que, independientemente de la

causalidad – la materia –, nos dan un conocimiento por sí

mismas. En CRPRS se presenta este conocimiento con el nombre

de “principio de razón suficiente del ser”, junto con las

otras tres clases de objetos posibles de nuestra facultad

representativa. Se trata de un conocimiento del ser y de sus

características, con independencia de todo contenido. Puesto

que al abstraer la materia sólo quedan el tiempo y el

espacio, el principio de razón suficiente del ser nos devela

únicamente las relaciones aritméticas y los axiomas de la

geometría. Es digno de atención que no sólo se presente este

principio de razón suficiente como una forma de conocer por

derecho propio, sino que además se la exalte como “visión

profunda” y “sensibilidad pura”. Esto será muy relevante en

lo que sigue de la argumentación de este trabajo.

Declarar que la experiencia posible se nos presenta en

forma de causalidad implica ponerle límites a nuestras

posibilidades de conocimiento. Schopenhauer exalta el mérito

de Kant de haber invalidado la teología racional al definir

los límites de aquello que se puede conocer. Además, aporta

sus propias consecuencias existenciales argumentando como

sigue: siempre que percibimos algo, estamos percibiéndolo en

forma de causalidad, pensemos en ella o no. Si pensamos

explícitamente en la causalidad, encontramos que para

nosotros, todo lo que es en este mundo, lo es en virtud de

otra cosa. No podemos concebir nada que no tenga su razón de

21

ser en otra cosa, ni un cambio que no sea provocado por un

evento anterior. Tampoco podemos concebir alguna cosa que

surja de la nada, sino que todo guarda un estricto orden

causal. No hay causas cualitativamente diferentes, lo cual

excluye la posibilidad de conocer causas absolutas, eventos

espontáneos o eventos últimos, como El creador, la creación

o desaparición del mundo, o los acontecimientos que alteran

las leyes causales.

La epistemología idealista schopenhaueriana presenta

otra peculiar implicación existencial. El mundo que se nos

ofrece como representación, se nos ofrece inmediatamente

desplegado en dos polos inseparables entre sí: sujeto y

objeto. Al ser los dos polos complementarios del mismo mundo

fenoménico, entre ellos no media una relación de causalidad:

no podemos decir “si percibimos las cosas es porque

existen”, ni, por el contrario, “si las cosas existen es

porque las percibimos”. No podemos constatar separadamente

la realidad del sujeto ni la del objeto, ni establecer la

prioridad existencial del primero sobre el segundo, como

llegó a pretender Descartes con su duda “radical” que, al

reencontrar la certeza en la subjetividad, hacía de ella la

base de su filosofía. Para Schopenhauer, …el mundo intuitivo, siempre que se permanezca dentro de él,

no suscita en el espectador ningún escrúpulo ni duda alguna,

al no concitarse aquí el error ni la verdad, que se ven

desterrados al ámbito de lo abstracto y de la reflexión. Mas

aquí el mundo se brinda francamente al sentido y al

22

entendimiento, entregándose con una ingenua verdad como lo

que es la representación intuitiva, la cual se despliega con

arreglo a la trabazón de la causalidad4.

Además, nuestra subjetividad no nos coloca en un lugar de

excepción en el mundo de la representación. Nosotros

formamos parte del mismo, y todas sus leyes aplican para

nosotros.

Pero, ¿acaso será lo mismo la causalidad que provoca la

caída de la piedra que aquélla que nos mueve a elegir una

determinada ruta de acción? Schopenhauer distingue tres

tipos de causalidad, según el grado de receptividad del ser

en cuestión5. A la primera la llama causa en sentido

estricto, y es la que produce los cambios en el reino

inorgánico. La segunda, llamada excitante, explica las

mutaciones en los organismos en cuanto tales. Las plantas

son los seres que mejor caracterizan este tipo de causa. El

motivo, por último, es la causa que está mediada por el

entendimiento en un ser. Para Schopenhauer, como veíamos

antes, el entendimiento consiste en el conocimiento de las

causas y los efectos, sin que en ello intervenga

necesariamente la razón. Por ejemplo, cuando un depredador

da un salto, sabe, sin razonar, que tiene que impulsarse con

cierta fuerza para alcanzar una velocidad tal que lo hará

interceptar a su presa a determinada distancia.

4 MVR V.I, 18.5 CRPRS, p. 85.

23

En el ser humano entran en juego los tres tipos de

causas: cuando somos arrojados por un balcón, caemos según

la ley de la gravedad, al igual que un objeto inorgánico. El

alimento es el excitante que pone en marcha nuestro sistema

digestivo, propio de los seres vivos. Los motivos entran en

juego cuando tomamos decisiones, sean éstas racionales o no.

El entendimiento puede actuar en la motivación sin la

intervención de la razón. Tal es el caso cuando levantamos

algo con la mano. No hacemos ningún cálculo; sabemos ya la

fuerza que es necesario aplicar para vencer el peso del

objeto. Sin embargo, la motivación humana muchas veces es

sofisticada por la razón, que actúa cuando incluimos en

nuestra representación elementos que no se nos presentan

inmediatamente. En CRPRS leemos que la razón produce una de

las cuatro clases de objetos posibles de nuestra facultad

representativa. Se trata de las abstracciones y los

conceptos que los humanos nos formamos a partir de las

intuiciones. Aunque la razón es exclusiva de los humanos,

Schopenhauer no la ve como una ventaja, sino como un

alejamiento del conocimiento directo que nos brinda el

entendimiento: “Cuanto más se asciende en la abstracción, tanto más se

omite, y otro tanto disminuye lo que uno piensa. Los más

elevados, esto es, los conceptos más generales, son los más

vaciados y empobrecidos, hasta llegar a meras envolturas,

como ser, esencia, cosa, devenir y otros semejantes. ¿Qué

pueden valer, dicho sea de paso, los sistemas filosóficos

24

tejidos con semejantes nociones, y que sólo tienen por

materia estas ligeras películas de pensamiento? Tendrán que

ser infinitamente vacíos, pobres e insufriblemente

aburridos”6.

Además, por muy racionales y sofisticadas que sean nuestras

motivaciones, siguen siendo motivaciones, y operan con la

misma necesidad que el resto de las causas.

La visión schopenhaueriana de las ciencias sirve para

ilustrar en qué sentido la razón puede proporcionarnos

conocimiento y en qué reside su limitación. Las ciencias son

las disciplinas encargadas de ordenar y completar el

conocimiento de la cadena espacio-temporal y causal a través

de conceptos y abstracciones, a partir de lo que nos da la

intuición. Gracias a ellas podemos saber específicamente qué

causa precedió un fenómeno o qué consecuencia tendrá a su

vez. Sin embargo, “…la más perfecta explicación etiológica del conjunto de la

naturaleza nunca pasaría de ser sino un inventario de

fuerzas inexplicables, así como una segura indicación de las

reglas según las cuales los fenómenos de dichas fuerzas

tienen lugar dentro del tiempo y el espacio, se suceden o se

hacen sitio unos a otros; pero la esencia íntima de las

fuerzas que así se manifiestan habría de quedar siempre sin

explicar, dado que la ley a la cual sigue no llega hasta ahí

y se detiene en el fenómeno y su ordenación”7.

Ni la ciencia, ni nada que se encuentre en el mundo

como representación, es capaz de informarnos sobre el

6 CRPRS, p. 150.7 MVR V.I, 117.

25

significado de las cosas, ni sobre su origen o su destino

último. La representación no nos permite saber qué sea una

cosa independientemente de la representación que de ella

tenemos. Intuición o razón, sujeto u objeto, seguimos

aprehendiendo sólo y siempre la causalidad objetivada: pura

representación. Los fenómenos nos llevan solamente a nuevos

fenómenos. Aquí vemos ya el carácter constringente de la

representación, punto de partida para la comprensión del

característico pesimismo schopenhaueriano.

Quizás la implicación más controvertida de esta

doctrina sea que, si los humanos estamos sujetos a la misma

ley causal que el resto de los seres – única ley por la que

conocemos el mundo –, sin posibilidad de evadirnos de ellas

en virtud de alguna excepción, de ello se sigue que la

libertad no puede existir en el sentido de una espontaneidad

o indeterminación de la acción. Cuando elegimos, en

apariencia libremente, lo hacemos porque la situación que se

nos presentaba nos afectó de tal forma que suscitó en

nosotros la motivación de responder de tal otra,

independientemente de si hubo razón o sólo entendimiento

intuitivo. Esto tuvo que ocurrir así necesariamente dadas

las circunstancias, y no podíamos haber respondido de

ninguna otra forma más que como lo hicimos. Lo que nos

motivó fue la causa; y nuestra acción, su efecto necesario.

Pero, ¿por qué sentimos, a pesar de todo, que somos dueños

de esta acción soberanamente, libremente? La motivación, o

26

“causalidad vista por dentro”, es la clave para pasar de la

comprensión del mundo como representación, a la del mundo

como voluntad.

Considerado como un objeto entre otros, nuestro cuerpo

nos presenta un conocimiento peculiar de la causalidad: la

experimentamos ‘por dentro’. Cuando un fenómeno exterior

motiva nuestro movimiento, en vez de conocerlo sólo como un

efecto inserto en la cadena causal como cualquier otro, nos

sabemos en cierto modo autores del movimiento en cuestión. Se

nos presenta “como aquello inmediatamente conocido que

describe la palabra voluntad”8. Incluso lo “involuntario”

corresponde a un querer de nuestro cuerpo, dice

Schopenhauer, anticipando una de las más importantes

nociones freudianas. No solamente los movimientos que

emprendemos, sino también la mayoría de las afecciones

corporales, además de ser fuente de material para las

representaciones, inciden directamente en la voluntad,

agradándole o desagradándole. De esta manera concluye

Schopenhauer que el cuerpo entero, y todo lo que éste hace,

es objetivación de la voluntad. El cuerpo es voluntad, y no

hay una distinción entre su hacer y su querer.

Sería teóricamente posible restringir la atribución de

una voluntad a nuestro propio cuerpo. Puedo sostener que

únicamente yo soy objetivación de la voluntad, y, puesto que

no puedo constatar la fuente de la voluntad de los demás de

8 MVR V.I, 119.

27

primera mano, como sucede conmigo mismo, los considero como

simples fantasmas sin voluntad propia. Schopenhauer llama

egoísmo teórico a esta postura, que nadie podría sostener

seriamente sin estar loco.9 Así pues, asumimos que los demás

también son movidos “desde dentro”. Pero Schopenhauer no se

limita al género humano cuando habla de reconocer, además de

la representación, la voluntad en el mundo. Y tampoco se

detiene en los animales. [Quien reconozca la voluntad como corresponde] No sólo

reconocerá aquella voluntad idéntica como su esencia más

íntima en esos fenómenos enteramente similares al suyo

propio, en hombres y animales, sino que, al proseguir esta

reflexión, terminará por reconocerla también en la fuerza

que incita y vegeta en la planta, en la fuerza que hace

cristalizar al cristal, en la que orienta hacia el polo

norte una aguja imantada, en aquella cuya descarga eléctrica

brota del contacto de metales heterogéneos, en aquella que

por afinidades electivas de ciertos materiales parece

separar y reunir cual fobia o filia e incluso, por último,

en la gravedad que se aplica tan impetuosamente en toda

materia, atrayendo la piedra hacia la tierra y la tierra

hacia el sol; todo esto se tiene por diferente sólo en el

fenómeno, pero ha de reconocerse como algo idéntico conforme

a su esencia íntima, como aquello que le es conocido de

inmediato mejor y con mayor familiaridad que cualquier otra

cosa, eso que, allí donde sobresale más claramente, se llama

voluntad.10

9 MVR V.I, 124.10 MVR V.I, 131.

28

La extensión de la voluntad a todos los seres en la

filosofía schopenhaueriana es, probablemente, uno de sus

aspectos más difíciles de digerir. Sin embargo, entendida

adecuadamente, puede ser una noción reveladora, como veremos

más adelante.

Por lo pronto, analicemos una de las características que

Schopenhauer atribuye a la voluntad, oponiéndola a la

representación. En la representación, como veíamos, el

conocimiento está desplegado en el tiempo y en el espacio. A

través de estas formas conocemos la multiplicidad y el

enramado causal de los fenómenos que se nos presentan. En la

representación, entonces, opera el principio de individuación.

Pero esto es sólo una apariencia que pierde su efecto cuando

consideramos a la voluntad, pues ella no está sometida a

ninguna de estas formas. Tiempo, espacio y causalidad no le

conciernen.

El mundo como representación es el mundo de la

cotidianeidad, pues siempre nos vemos envueltos en tal o

cual circunstancia que requiere de nuestras gestiones en

ciertos sentidos para obtener determinados resultados

acordes a nuestro querer; y para ello sorteamos el camino en

el tiempo y en el espacio, yendo y viniendo entre variados

objetos, entre sus causas y efectos lo más certeramente

posible. Quienes viven prendados del principio de

individuación, perciben el mundo sólo en sus fragmentos

cambiantes y antagónicos, sin percatarse de que su esencia,

29

la voluntad, es la misma en todo momento y lugar. ¿De dónde

surge esta idea?

Schopenhauer parte de la enseñanza kantiana según la cual

aquello que no es susceptible de ser conocido por no

presentarse en las formas de nuestra facultad cognoscitiva –

aquello que no es fenómeno –, es el noúmeno: la cosa en sí.

Se trata de lo que es con independencia de nuestras formas

de conocerlo. Kant piensa que únicamente nos podemos referir

al noúmeno “problemáticamente”11, puesto que, por nuestra

misma configuración, no nos podemos representar ninguno de

sus atributos. Kant destierra la libertad humana al reino

del noúmeno, porque en los fenómenos no cabe pensar un

acontecimiento que no esté causalmente determinado por otro,

como es la acción libre. Si la libertad es inexplicable,

razona Kant, coloquémosla en el conjunto de lo que no

podemos representarnos. Schopenhauer, mientras tanto, razona

que la voluntad, reconocida en primera instancia en nuestro

propio cuerpo, puesto que no corresponde a la

representación, es la cosa en sí. Hasta aquí tendríamos un

argumento paralelo al kantiano, pero Schopenhauer va más

allá, asignando a la cosa en sí características muy

definidas. Dichas características se derivan de la lógica

según la cual, si en los fenómenos impera el principio de

individuación, la cosa en sí debe ser todo lo contrario.

11 KANT, Emmanuel, Crítica de la razón pura, tr. de Pedro Ribas, Taurus, Madrid, 2005, p. 272 (A 255).

30

Entonces, mientras que la representación nos presenta un

antes y un después, la voluntad existe siempre. En la

representación hay ‘aquí’ y ‘allá’: la voluntad no conoce

determinaciones espaciales. En la representación todo ocurre

según una causa precedente. La voluntad no tiene razón de

ser. Y sobre todo, en la representación todo es múltiple,

variado, fragmentario; la voluntad es una y la misma. En la

cotidianeidad estamos engañados por el principio de

individuación, sin entender que se trata siempre de la misma

voluntad, con diferentes caras.

La doctrina schopenhaueriana de la unicidad de la

voluntad tiene consecuencias que se ramifican en todas

direcciones, pero que guardan una pretensión de

sistematicidad entre sí. Para empezar, al identificar la

representación con la multiplicidad y la inconstancia,

Schopenhauer conjura sobre ella el mismo juicio que Platón

sobre el mundo sensible: es pura apariencia. La verdad, la

verdadera esencia de las cosas, es una e inmutable. Una

implicación es que los avatares de la historia son

accidentes insustanciales a través de los cuales podemos

observar la verdadera esencia de la humanidad, que se

mantiene inmutable en cualquier época.

Schopenhauer postula unas instancias intermedias entre la

voluntad única y las representaciones variopintas: las Ideas

platónicas. Se trata de objetivaciones de la voluntad – y

por lo tanto representaciones – pero que no han caído bajo

31

el principio de individuación. Los objetos de la

representación son esas malas copias de las Ideas, Ideas que

no existen en el tiempo ni en el espacio; que son únicas en

su especie, inmutables y eternas. El ejemplo más emblemático

de la idea es la especie animal, que es la misma a través de

los tiempos, por más que los ejemplares concretos difieran

entre sí.

Las ideas son objetivaciones de la voluntad, pero es la

misma voluntad la que se despliega en las diferentes Ideas,

que a su vez se reflejan en la multiplicidad representativa.

De aquí se descuelga una de las principales enseñanzas de

nuestro filósofo. Ya sabemos que la voluntad es lo esencial,

y que es una sola en todos los seres. Esta comunidad de la

voluntad es el fundamento de la moral schopenhaueriana de la

compasión. Schopenhauer usa el concepto hindú del “velo de

Maya” para describir la situación de quien está condicionado

por el principio de individuación a tal grado, que se

concibe como un ente escindido de los demás. El egoísmo

teórico, del que hablábamos antes, y del que decíamos sería

imposible ser un serio partidario, puede ayudar ahora a

ilustrar el estado moral del que vive engañado por el velo

de Maya: el ‘egoísta práctico’ toma como un absoluto lo que

agrada y desagrada a su voluntad, sin darse cuenta de que su

‘porción’ de voluntad, en apariencia antagónica a otras, es,

en realidad, la misma voluntad, pero en otra apariencia.

32

Si yo daño a otro para sacar provecho propio, daño

inadvertidamente algo que nos es común. En cambio, si intuyo

la verdad – la comunidad de la voluntad – no quiero dañar

sino ayudar a los otros, porque siento la identidad con

ellos, veo en ellos a ‘otros yo’, o ‘yo otra vez’. Este es

el cimiento de la moral schopenhaueriana.

Pero la voluntad, dice Schopenhauer, es así de suyo: se

objetiva en facciones antagónicas a lo largo y ancho de la

naturaleza orgánica, inorgánica, animal, humana… Cada

facción actúa movida por un vector particular de la

voluntad, y en ese impulso de su existir, debe confrontarse

con los otros entes: el león debe matar y devorar a su

presa, el camaleón debe engañar a su depredador, la hiedra

parasítica debe secar al árbol. Lo mismo se observa en la

materia ‘inerte’, donde se observa la consustancial

discordia de la voluntad consigo misma: …al ir a cristalizar los cristales tropiezan, se entrecruzan

y se estorban mutuamente, de tal modo que no pueden mostrar

la forma pura separada por cristalización y cada drusa o

incrustación es el reflejo de semejante conflicto de la

voluntad en ese nivel ínfimo de su objetivación…12

El mundo social también responde, en gran medida, a esta

dinámica. Los hombres procuran diaria e incesantemente su

propia subsistencia y bienestar, y en esto se enfrenta con

sus semejantes haciendo un despliegue de recursos más

12 MVR V.I, 176.

33

sofisticados que los de los animales, pero enteramente

semejantes en cuanto a depredación, violencia y engaño.

¿Cuál es la constante en esta lucha a muerte entre todo

lo que hay? Cada uno se bate por conservarse a sí mismo. En

los seres vivos esto es evidente en dos principios: instinto

de conservación de la propia vida, sólo superado en

intensidad por el impulso de conservación de la especie. En

general, todo movimiento, apetito, cálculo y gestión de un

ser vivo tiende a uno de estos dos fines. La ‘motivación

vista por dentro’, el sentimiento de autonomía, la

‘libertad’, es, tras este análisis, algo bien distinto:

obediencia a la voluntad.

Quien, en contra de esta tendencia que recorre cuanto

existe, actúa compasivamente movido por el conocimiento de

la comunidad de la voluntad, niega la voluntad. La negación de

la voluntad es la única forma de auténtica libertad, y el

sustento de toda acción humana que tenga un valor a los ojos

de Schopenhauer: compasión, ascetismo, renuncia, arte. En

todos estos comportamientos humanos, libres, negadores de la

voluntad porque han conocido su esencia autodestructiva y

tirana, el factor determinante es el conocimiento intuitivo

y no el racional. Esto, aunado al hecho de que la voluntad

no se ve afectada por el principio de individuación, da por

resultado que sea exactamente lo mismo conocerla en la

prehistoria que en los tiempos modernos; en el seno familiar

que en los influyentes círculos políticos; a los ojos de un

34

rudo campesino que a los de un eminente científico: la ética

es siempre la misma.

El arte, la otra gran vertiente de la filosofía

schopenhaueriana, funciona de manera similar. El artista,

aunque como el resto de los mortales conoce según la

representación, posee la facultad de ver el mundo sin ser

determinado por las necesidades de la voluntad: lo ve

objetivamente. Al contemplar un objeto de la naturaleza, en

vez de procesarlo como causa potencial para un efecto de

satisfacción personal, lo contempla por sí mismo: la Idea de

la cosa en cuestión, tal como la voluntad ha querido

objetivarla, depurada de las relaciones causales que la

ligan por doquier al mundo que lucha por sobrevivir.

¿De dónde viene la habilidad de intuir la voluntad más

allá de la representación, que poseen compasivos y artistas?

Es innata. No tiene nada que ver con las circunstancias ni

con la capacidad de razonamiento; y es imposible de

inculcar. La mayor parte de las personas no cuentan con esta

habilidad. Por el contrario, la voluntad se ha objetivado en

la raza humana de tal forma que su entendimiento le sirve

sólo para navegar entre las causas y los efectos en el

sentido en el que se lo dicta la voluntad.

Sin darse cuenta, el hombre se afana con toda seriedad

por satisfacer las exigencias de una voluntad que lo

manipula, en una forma de conocimiento que lo escinde y lo

enemista con su propia esencia, que comparte con todos los

35

seres – ya que la representación nos hace contemplarlo todo

bajo el principio de individuación – y que, además de todo,

no lo hace feliz, puesto que el hombre, como cualquier

objetivación particular de la voluntad, lucha por satisfacer

un deseo sólo para verlo resurgir de inmediato bajo otra

forma. La batalla por la supervivencia individual es un

sufrido esfuerzo perdido de antemano, mientras que la lucha

por la preservación de la especie no hace más que prolongar

absurdamente el sufrimiento que conlleva toda objetivación

de la voluntad. La voluntad quiere; quiere existir, aunque

para esto tenga que dañarse a sí misma sin fin ni objetivo

excepto el querer mismo, y en esto nos arrastra a todos.

¿Cuál es la fisonomía de esta voluntad, y qué

implicaciones existenciales tiene? Nosotros podemos saber

que hay voluntad, pero no podemos explicarnos de dónde viene

y, sobre todo, no podemos explicarnos sus razones, porque no

las tiene. Planteado en términos individuales: podemos

preguntarnos por qué queremos algo en específico, pero no

por qué queremos en general. La voluntad es una fuerza que

no tiene ningún propósito reconocible más allá de

alimentarse a sí misma a través de la persecución de la

voluntad de vivir de todos los seres, a costa de

indescriptible sufrimiento. Por eso, el mundo es

absurdamente sufriente y su existencia no tiene ninguna

justificación, sino que es una desgracia. Además de insistir

sobre la irracionalidad de su mera existencia, Schopenhauer

36

llama la atención sobre el hecho de que el comportamiento

ordenado y teleológico de los seres – no-racionales,

inorgánicos y orgánicos – no se encuentra guiado por ninguna

razón. Schopenhauer arremete con fuerza contra la imagen de

un mundo creado racionalmente por un Dios que asegura

providencialmente la justicia, y cuya creación central es el

hombre, animal racional.

En esta visión pesimista se entiende que Schopenhauer

predique la negación de la voluntad como la más alta y única

digna opción de los seres humanos. La ética, primero, es un

negar la voluntad en tanto que ésta nos engaña haciéndonos

considerar únicamente la nuestra y pisotear la de los demás,

cuando en realidad la compartimos con todos los seres. En

otro grado de negación de la voluntad están quienes desafían

el mandato de conservar su propia vida y la de su especie a

toda costa. Comprenden que cualquier movimiento en este

sentido contribuye al absurdo y sufriente engaño del que

todos somos presas. Se vuelven ascetas que pueden llegar al

punto de renunciar por completo a aquello que los hace

vivir, con lo cual renuncian a la misma vida. Finalmente,

son también negadores de la voluntad quienes pueden ver las

cosas del mundo no como miembros de la cadena causal que

excitan el deseo o repulsión de su voluntad, sino, con

independencia de todo ello, tal cual son.

Tenemos entonces que la oposición entre representación

y voluntad es radical y se refiere a asuntos muy diferentes

37

entre sí. Comienza con consideraciones epistemológicas sobre

la forma de toda experiencia posible en la representación, a

través del entendimiento, que es mediado a veces por los

conceptos de la razón. A esto se opone el conocimiento de la

voluntad, que es directo, intuitivo y que no está

determinado por el principio de individuación. La oposición

en cuestión es también una distinción entre dos tenores

existenciales: la representación es el mundo según la

cotidianeidad, que es una mera apariencia transitoria e

insustancial, el mundo según la mezquindad de ocuparse sólo

de aquello que sirve a los propios fines. Es la servidumbre

a la voluntad. A la voluntad, en cambio, la conocemos en

experiencias de excepción; es lo verdadero, lo esencial y lo

intemporal; aquello a lo que se accede sólo con un carácter

privilegiado. Su conocimiento es el requisito para cualquier

forma de auténtica libertad.

Asimismo, voluntad vs. representación significa arte

vs. ciencia. Quien es capaz de captar las ideas de entre la

multiplicidad fenoménica (espacio-temporal-causal), y de

plasmarlas adecuadamente, es un artista. Quien sólo sabe

perseguir, generalizar y conceptuar fenómenos y

causalidades, por muy exhaustivo que sea su trabajo,

permanecerá en el reino de la representación.

Por último, y de la mano con la consideración sobre el

tenor existencial correspondiente a la voluntad y a la

representación, tenemos la grave distinción entre la

38

moralidad de quien intuye la esencia común de todos los

seres, y la inmoralidad de quien violenta la voluntad ajena,

en la ignorancia de que el daño se lo hace a sí mismo.

En la filosofía schopenhaueriana existe, pues, una

tajante línea divisoria entre todo lo que corresponde a la

voluntad y aquello que se identifica con la representación.

Esta oposición abarca, como decíamos, diversos niveles. Sin

embargo, Schopenhauer a menudo ignora las distinciones, y

habla como si todo lo concerniente a la representación, por

un lado, y a la voluntad, por el otro, pudiera clasificarse

unívocamente en alguna de las dos categorías, categorías que

serían los dos polos de un sistema filosófico integral. Este

proceder no siempre es válido.

Hasta ahora hemos hecho una exposición sintética de la

filosofía de Schopenhauer. En lo que sigue, examinaremos

paso a paso la relación entre representación y voluntad,

tratando de discernir, en cada asunto, las reflexiones

esclarecedoras de las argumentaciones inválidas. Al hacer

esto, esperamos desentrañar la estructura oculta del sistema

schopenhaueriano, y también dejar al descubierto muchas de

sus ideas principales, de tal forma que podamos dialogar con

ellas sin el obstáculo de la coraza sistemática.

39

Capítulo 2 – Revisión del sistema schopenhaueriano

En la síntesis del sistema schopenhaueriano que acabamos

de hacer, hemos visto que sus diferentes elementos funcionan

como oposiciones basadas en la dualidad voluntad –

representación. En el presente capítulo, analizaremos

algunas de estas oposiciones fundamentales. Primero

analizaremos si la causalidad se opone realmente a la

libertad. Esta indagación sacará a la luz los mecanismos

cientificistas en los que Schopenhauer quiere basar la

legitimidad y cohesión de su sistema. Después revisaremos la

negación de la libertad como obediencia a la voluntad. ¿En

qué medida se puede decir que estamos configurados para

obedecer a los mandatos de supervivencia y conservación de

nuestra especie? ¿En qué medida es posible hablar de la

acción humana en términos de afirmación y negación de la

voluntad? Examinaremos también si se puede clasificar a la

ciencia dentro de la afirmación de la voluntad, y al arte

dentro de su negación. Finalmente atenderemos una cuestión

que es el emblema de la trascendentalidad y radicalidad del

sistema schopenhaueriano: ¿la voluntad es la cosa en sí?

¿Cómo debe entenderse la voluntad?

Todo esto nos dará una base de comprensión y diálogo con

el sistema schopenhaueriano para enfrentar después sus temas

más característicos e interesantes: el pesimismo y la ética.

Estos temas prácticos – la actitud frente al mundo, y lo que

40

en él cabe hacer – los trataremos con la intención de

mostrar que ciertas enseñanzas schopenhauerianas, en lugar

de derivar en una ética de la compasión y la renuncia,

podrían iluminar una ética de la participación en el mundo.

Por lo pronto, analizaremos las cuestiones preliminares

antes mencionadas.

2. 1. ¿La causalidad niega la libertad?

Como referíamos antes, en Kant, el tiempo y el espacio

son los elementos de la estética trascendental, es decir,

las formas de toda sensibilidad, cuyo material será

acomodado enseguida según las categorías de la razón pura,

una de las cuales es la causalidad. En Schopenhauer,

decíamos, el tiempo y el espacio son también las formas de

toda experiencia, sólo que para él, la conjunción de dichas

formas es ya, inmediatamente, la causalidad; única categoría

de la razón pura. De cualquier forma, las implicaciones para

la libertad son las mismas: puesto que nuestra razón no

puede concebir nada sin un motivo que le haya dado lugar;

esto incluye la acción humana. La ley de la causalidad no

admite excepciones discrecionales, y si un acontecimiento

físico sin una causa está fuera de los límites del

conocimiento, igualmente tiene que estarlo una decisión

espontánea. Sin embargo, hay algo inmediatamente constatado

por cada uno de nosotros y que llamamos libertad. ¿Cómo

puede ser?

41

Kant resuelve este problema recurriendo al concepto que

presenta en la Crítica de la razón pura para designar aquello que

podría haber fuera de lo que nuestra forma de inteligencia

nos permite conocer. Se trata del noúmeno. Éste no tiene

ningún contenido definible, y sólo podemos entenderlo

problemáticamente13. Sin embargo, como la espontaneidad de la

libertad no encaja con las formas de lo que sí podemos

conocer, entonces tiene que pertenecer a ese misterioso y

desconocido noúmeno. Pero la cosa no termina ahí; por el

contrario, la libertad así fundamentada se convierte en la

piedra angular de toda su filosofía práctica, de la que se

desprenden los temas de mayor interés para el hombre.

Schopenhauer reproduce esta argumentación kantiana,

pero la dota de contenidos nuevos y problemáticos por

doquiera. En El mundo como voluntad y representación, en un

principio se niega la libertad, pues todo lo que ocurre

según la representación es necesario. Además, aunque somos

esencialmente voluntad, y la voluntad en sí es libre,

nosotros no lo somos porque sólo la obedecemos, aunque

tengamos la sensación de que no es así. Entonces aquí ya no

se trata de una mera consideración formal sobre la libertad.

En Kant, la causalidad sólo cancelaba la libertad en cierto

sentido, pues ésta era capaz de ‘iniciar cadenas’ a cada

momento, cada vez que emprendíamos un acto sentido como

libre. La libertad quedaba intacta, aunque inexplicable. En

13 KANT, Emmanuel, Crítica de la razón pura, op. cit., p. 272 (A 255).

42

cambio en El mundo como voluntad y representación, lo que sentimos

como un acto libre no depende para nada de nosotros.

Obedecemos sin saberlo, y sin remedio, a los fines de la

voluntad: búsqueda de placer para la supervivencia propia y

para la preservación de la especie. Sin embargo, cuando

parecía que en esta obra no habría lugar para la libertad,

se nos revela que sí puede existir en casos excepcionales:

en la negación de la voluntad. Esto es en sí muy

problemático, pero sólo digamos aquí que el recurso es

similar al de Kant; acude a lo inexplicable para dar cuenta

de aquello que no encaja en el esquema previamente trazado.

La diferencia es que aquí lo inexplicable adquiere una

fisonomía muy definida: la voluntad. La otra diferencia es

que este tipo de libertad es el privilegio de una ínfima

minoría: compasivos, artistas y ascetas.

En Sobre la libertad de la voluntad vemos una argumentación

algo divergente. La estricta determinación causal, en virtud

de la cual la libertad se ve negada, no va en detrimento de

la imputabilidad de las acciones. Es más: extiende la

imputabilidad hasta límites insospechados, puesto que la

ubica en el ser en lugar del obrar. El ser es libre, no

depende de ningún motivo. En cambio, las acciones de dicho

ser se siguen con absoluta necesidad de lo que él sea.

Entonces, Schopenhauer hace coexistir la libertad y la falta

de libertad, resaltando a cada paso lo paradójico y

misterioso de esta coexistencia. Aquí la libertad no es el

43

privilegio de unos pocos, a diferencia de lo expuesto en El

mundo como voluntad y representación, sino una dimensión presente

en todos los humanos. Sin embargo, la fuente de esa libertad

es la misma en ambos libros: la voluntad, la cosa en sí, que

está fuera de los límites de nuestra experiencia.

¿Por qué tanto Kant como Schopenhauer tienen que

recurrir a lo supuestamente incognoscible para darle derecho

de existencia a la libertad? Porque previamente la

desterraron de la existencia al limitar lo cognoscible a lo

causal. Para un análisis en esta línea pueden ser

pertinentes las consideraciones de Bergson sobre la

causalidad, contenidas en el Ensayo sobre los datos inmediatos de la

consciencia. Retomemos la argumentación de Schopenhauer para

confrontarla después con las enseñanzas bergsonianas.

Schopenhauer dice que hay tres tipos de causas: la

causalidad en sentido estricto que observamos en la materia

inorgánica, donde hay igualdad de la acción y de la

reacción. Por ejemplo, entre más fuerte lancemos una piedra,

más lejos irá ésta. En un grado superior está el “estímulo”,

que observamos en los seres vivos y donde la causa difiere

del efecto, por ejemplo: el agua provoca el crecimiento de

la planta. Por último, está la “motivación”, que es la

causalidad mediada por el conocimiento, y que es el tipo de

causalidad que opera en nosotros. Los tres tipos no difieren

más que en el grado, pues todos comportan una necesidad

igual de estricta.

44

Para la confrontación con Bergson, regresemos ahora al

primer grado, a la causalidad en sentido estricto.

Schopenhauer dice que en este tipo de causas no podemos

esperar que la magnitud empírica de la causa corresponda a

la magnitud empírica del efecto. Ejemplo: la fuerza de la

compresión de un cuerpo no es comparable con la fuerza que

lo comprime. También se da el caso de que la misma causa,

llegado cierto grado, cambia de reacción. Por ejemplo,

después de cierta cantidad de calor, el agua ya no se

calienta, sino que se evapora. Bergson denuncia que esta

“causalidad” en sentido estricto se le atribuye falazmente a

todo basándose en lo que cabe observar a menudo en la

naturaleza: determinabilidad según una homogeneidad en las

unidades de tiempo, espacio y materia. Y que estas

características son atribuciones conceptuales, es decir,

aportadas por la humanidad teorizante (y no inherentes a la

razón pura ni a toda experiencia posible). Hasta cierto

punto la naturaleza se deja pensar así, pero el esquema de

ningún modo sigue siendo válido en la acción humana, donde

todo es heterogéneo, y donde sólo se podría afirmar

semejante cosa presuponiendo la máxima y aplicándola

forzadamente sin importar lo que la experiencia pueda decir

al respecto.

Schopenhauer llama “causa en sentido estricto” a lo que

ocurre en el tipo de fenómenos donde aplican las leyes de

Newton. Luego postula los estímulos en las plantas. Son

45

causas igual de determinantes pero sin proporción entre la

intensidad y el resultado. Desde aquí se delata la

ilegitimidad de la argumentación. Así como no hay proporción

entre un rayo de sol y el crecimiento de una planta, puesto

que se trata de cosas heterogéneas, no equiparables,

igualmente es irreductible la heterogeneidad del fuego con

el agua caliente o el vapor, o de la fuerza y la velocidad,

o del número atómico y la electricidad. La única

homogeneidad puede ser la convencional. En la materia

inorgánica, dicha convencionalidad tiene gran aplicabilidad

– hasta el punto de prestarse a la formulación de leyes

universales sobre la materia, que fundan la ciencia física;

o más generalmente aún, la ciencia geométrica, que puede

aplicarse a todo espacio, independientemente de su contenido

e independientemente de si es real o imaginario.

En el otro extremo de la escala de las causas, y que

Schopenhauer llama motivo (causalidad que pasa por el

conocimiento), la diversidad y complicación de los fenómenos

es tan grande, que la ciencia que cabe hacer al respecto

tiene pretensiones muy diferentes a las de las ciencias

abstractas y físicas. Weber da una explicación de la

diversidad de estas pretensiones cuando define su

“sociología comprensiva”, en los Conceptos fundamentales de la

sociología14, así como en su controversia con la concepción

nomológica de la escuela neoclásica. La ciencia sociológica,

14 Ver WEBER, Max, Économie et société, Paris, Plon, 1995 [1921], pp. 3-26.

46

dice Weber, no puede pretender buscar leyes que expliquen la

acción humana, sino que debe comprender, por un esfuerzo de

interpretación, la actividad social y describirla. Sólo así

puede explicar “causalmente” su desarrollo y sus efectos.

Análogamente, McIntyre, en Tras la virutd, enlista las

características que hacen a la acción humana impredecible y

aclara en qué sentidos restringidos se puede decir que las

ciencias sociales hacen predicciones15.

Sin embargo, Schopenhauer dice: …toda acción de un hombre es el producto necesario de su

carácter [innato] según el cual somos y del motivo que se

presenta. Si ambos están dados, la acción sucede

ineludiblemente. Para que se produjese otra acción se tendría

que establecer, o bien otro motivo, o bien otro carácter. Y

además, toda acción podría ser pronosticada con seguridad, incluso calculada,

si, por una parte el carácter no fuera tan difícil de

expresar, y por otra, el motivo no estuviera a menudo oculto

y siempre expuesto al contraefecto de otros motivos…16.

Pero la realidad humana no sólo es muy “difícil de

expresar”, como dice Schopenhauer. Aún admitiendo el esquema

schopenhaueriano según el cual nuestro carácter inteligible

es inmutable, y según el cual lo único que va cambiando es

el conocimiento de los motivos que indefectiblemente la

provocan; aún admitiendo eso hay que observar lo siguiente:

un motivo nunca se me puede presentar en forma idéntica dos

veces, porque la segunda vez será vivida como segunda. La15 Ver MACINTYRE Alasdair, After Virtue: A Study in Moral Theory, University ofNotre Dame Press, Indiana, 1981, p. 89 et ss.

16 DPFE, p, 94.

47

experiencia, aunque sea similar, será muy diferente la

segunda vez. La primera vez “caigo en la tentación”. La

segunda vez es una reincidencia, cuya tónica espiritual es

muy diferente. Esto es sólo una pequeña muestra de lo que

Bergson llama “pura heterogeneidad”, y que desarrolla

suficientemente en su Ensayo sobre los datos inmediatos de la

conciencia. Por eso, para poder hacer un inventario de todas

las combinaciones de caracteres y motivos de los que habla

Schopenhauer, se requeriría cuando menos que transcurriera

toda la historia de la humanidad para tomar nota de ello, y

que dicha historia se repitiera para dar tiempo a explicitar

todo su contenido causal. Pero como esto lo podríamos

considerar desde infinitos puntos de vista, para estudiarlo

por completo se necesitaría una eternidad o un dios

omnisciente. Además, sería preciso que se repitiera la

historia una vez más tal y como ocurrió la primera vez, para

que las leyes halladas pudieran tener aplicación. Pero

entonces lo que tendríamos sería otra vez toda la historia,

con los mismos contenidos de conciencia que la primera. Para

no afectarla, el investigador tendría que ser externo a este

mundo. Además, sus “cálculos y previsiones” no tendrían

ningún mérito, puesto que se limitarían a consultar el

inventario de lo que “pasaría” (pasó) en cada caso. Se

trataría de una lista de instancias y no de leyes17, como

bien señala McIntyre. En su After Virtue, relata cómo Quine

17 Ver MACINTYRE Alasdair, After Virtue: A Study in Moral Theory, Op. cit., pp. 87-88.

48

demostró que para transplantar las leyes de la física al

comportamiento humano, se tendría que prescindir de

intenciones, propósitos y razones para la acción; porque no

se ajustan a la formulación de leyes equiparables a las de

la física. Pero, se pregunta, ¿y si no se puede hacer

abstracción de todo esto? ¿Quedaría algo?18

La afirmación según la cual la acción humana podría ser

objeto de un cálculo científico reposa en el error de

aplicar forzadamente un hipotético esquema causal que no

tiene ninguna verificación en la realidad. Este aspecto

cientificista de la negación schopenhaueriana de la

libertad, que tiene su raíz en Kant, es, por lo tanto,

improcedente. Estos argumentos simplemente no amenazan a la

libertad. Prueba de esto es que a Kant no se le ocurre

negarla: simplemente le niega su cognoscibilidad fenoménica,

pues para él todo fenómeno tiene que enfilarse bajo la

categoría de causalidad. Kant no niega la libertad, sino que

la supone como necesaria a la razón práctica de todo hombre,

y en ella basa tanto la moral del deber incondicionado como

la religión racional, accesible a la razón de todo hombre.

Entonces, ¿en dónde reposa la verdadera negación

schopenhaueriana de la libertad? No reposa en la “forma” de

la causalidad, sino en consideraciones concretas, tales como

evaluaciones culturales, morales, espirituales y

psicológicas. En estas evaluaciones, la libertad no es

18 Ibid, p. 80.

49

negada por completo. En El mundo como voluntad y representación, la

libertad es presentada como negación de la voluntad, y en

Sobre la libertad de la voluntad, la libertad está en el ser, que se

identifica con el querer (la voluntad). Lo que quiera decir

Schopenhauer con esto es precisamente lo importante y

novedoso de su ética, lo analizaremos más adelante, cuando

abordemos su filosofía ética.

2. 2. Representación: ¿obediencia a la voluntad?

La caracterización de la acción humana como obediencia

a la voluntad es el eje en el que Schopenhauer monta su

juicio general sobre ella: es servil, mezquina e

inconsciente. Este juicio no proviene siempre de

observaciones empíricas, sino que parte del supuesto

trascendental de que el actuar de los hombres está sujeto a

la misma ley que todo lo demás: la causalidad. En la lógica

schopenhaueriana, puesto que un acto nuestro sólo puede

explicarse por la serie de eventos que lo precedieron,

ninguna descripción de los hechos podría dar una clave

adicional sobre el sentido o la fuerza primordial que mueve

el afán permanente de las personas. La respuesta, entonces,

estaría en la voluntad, cuyo carácter invariable subyace a

los cambiantes fenómenos particulares. Nosotros, meras

objetivaciones de la voluntad, estamos configurados física,

mental y culturalmente para sus fines. En el caso de los

seres humanos, estos fines son la propia supervivencia y la

50

preservación de nuestra especie. Podemos creer que tenemos

otros móviles, pero tras de ellos está la misma voluntad que

se vale de nosotros, que nos engaña con tal que la sirvamos.

En esta condición esclavizada y engañada, nuestra forma de

conocimiento se llama representación. El conocimiento según la

representación, que únicamente contiene la serie causal,

sólo sirve para manejarse entre causas y efectos. Nuestros

atributos como especie sólo nos orientan entre los

fenómenos, nos ayudan a ir acertadamente de una cosa a otra

para identificar lo que satisface a “nuestra” voluntad y

obtenerlo. Al afanarnos en esto, creemos que procuramos

nuestra felicidad, pero ésta se desvanece en el mismo

momento de alcanzarla, porque no era más que un espejismo

tendido por la voluntad para hacernos apetitosos los

requisitos de la continuidad de la vida. Lo mismo sucede con

el actuar del resto de los seres vivos: su entendimiento

está configurado para procurarse la supervivencia y la

reproducción. La única diferencia entre ellos y nosotros es

que en nuestro entendimiento interviene adicionalmente la

razón.

Hay que tener presente que, para Schopenhauer, la

causalidad no es una forma fenoménica inocente o

indiferente: se trata de un modo de presentación del mundo

que es cómplice de la voluntad. No es un mero “molde”, sino

que está hecho especialmente para ésta. Por lo mismo,

Schopenhauer no distingue entre la necesidad con la que se

51

suceden causas y efectos, de la necesidad en el sentido de

menesterosidad de los seres vivos. Para él se trata de lo

mismo. Sin embargo, la evidencia de este razonamiento queda

en entredicho a la luz de lo que decíamos anteriormente. La

causalidad no es una forma a priori, sino una forma a posteriori de

aproximación a la realidad, que sólo surge en ciertos

contextos y sólo puede aplicarse a cierto tipo de fenómenos.

De igual manera, veremos que los contenidos y las tendencias

de las cuales consistiría el mundo como representación según

Schopenhauer; en realidad no dan cuenta de la generalidad de

la experiencia, que es mucho más compleja. Veremos pues en

qué es esclarecedora esta doctrina y en qué obstaculiza la

inteligibilidad de las cosas.

Para Schopenhauer, la humanidad observa las mismas

características que las demás especies. Los ejemplares de

cada una nacen y mueren sin cesar, pero la idea de la

especie es eterna, porque la voluntad se asegura de su

permanente renovación. ¿Qué decir entonces sobre las

especies que ya no pueblan la Tierra? “…es como si a la

naturaleza sólo le importara no perder ninguna de sus ideas

(platónicas), esto es, de las formas permanentes: una vez

realizado el afortunado descubrimiento y feliz ensamblaje de

estas ideas (de las cuales fueron un mero ejercicio

preliminar los animales que anteriormente poblaron la

superficie terrestre por tres veces consecutivas).”19

19 MVR V.II, 401.

52

Schopenhauer tiene la tendencia a negar la historia a toda

costa. Pero si hubiera considerado lo que hoy vemos tendría

que rendirse ante la evidencia: constantemente hay especies

que se extinguen (aunque Schopenhauer diría que la especie

es intemporal aun si todos sus fenómenos desaparecen20).

En cuanto a nuestra especie, la historia desmiente

sistemáticamente la constancia que Schopenhauer pretende

para ella. Según el filósofo, las muertes producto de las

atrocidades humanas impiden la superpoblación que de otro

modo se produciría. Además, se mete en dificultades al

afirmar que “las defunciones y los partos aumentan y

disminuyen por doquier siempre en la misma proporción”21.

Desde su época se ha dado un aumento exponencial de la

población, inimaginable en su tiempo, que a penas en años

recientes ha conocido una marcada desaceleración por

factores culturales.

Por otro lado, la doctrina schopenhaueriana según la

cual las características constatables de la especie tienen

siempre su explicación en un pragmatismo de la voluntad, se

enfrenta a diversas dificultades. Una de ellas es que las

personas viven más allá de su etapa reproductiva, y se

vuelven cargas para los demás. Incluso pasan la mitad de su

vida después de su periodo fértil – las mujeres, mucho

después de que los hijos se valgan por sí mismos. Otras

dificultades tienen que ver con la sexualidad. Según

20 MVR V.II, 417.21 MVR V.II, 577.

53

Schopenhauer, el impulso primario de la vida, el que motiva

en última instancia todo nuestro afán y el que explica la

fuerza y la exaltación del amor, es el imperativo de la

relación sexual para la reproducción de la especie. ¿Qué

pasa entonces con la sexualidad con fines no reproductivos,

extendida sin precedentes desde la revolución sexual y la

divulgación de los métodos contraceptivos? Además, si el

placer sexual fuera una carnada que la voluntad nos tiende

para reproducirnos, ¿por qué existiría la homosexualidad,

que es estéril?22 Schopenhauer no tiene respuestas para

estos cuestionamientos. Sin embargo, reprueba el sexo sin

fines reproductivos porque se trata de un acto de afirmación

de la voluntad sin que quepa “la consecuencia de tal

afirmación que mantiene abierto el camino hacia la

salvación, es decir, la renovación de la vida”23.

Vemos que, si bien las especies naturales responden en

gran parte a la descripción schopenhaueriana, su teoría no

puede aplicarse a ellas sin restricciones. En el caso de la

especie humana, el alcance de la descripción es aún menor,

pues los hechos biológicos de la humanidad no pueden ser

reducidos a instrumentos de la conservación de la especie.

Analicemos ahora la actividad individual de los hombres en

cuanto ésta es racional, para definir en qué medida se deja22 Schopenhauer explica la homosexualidad de la siguiente manera: loshombres demasiado jóvenes o demasiado viejos podrían engendrar seresdefectuosos, por lo que la naturaleza opta por prevenir un mal mayor conuno menor produciendo el instinto sexual ahí donde no hay posibilidad deprocreación, aunque para ello tenga que propiciar un vicio.23 MVR V.II, 651.

54

tipificar como una búsqueda de la supervivencia y del

bienestar individual y de la especie.

Para ello, partamos de los niveles más bajos de la

objetivación de la voluntad, los que más se alejan de lo

humano, y en los que todavía no intervienen ni el

entendimiento ni la razón. La materia inerte simplemente es,

y despliega todas sus cualidades inmediatamente. Las plantas

presentan una complejidad mayor, pues su continuidad

individual y como especie dependen de la fecundación, de la

fotosíntesis, de la nutrición… ellas deben de procurarse las

condiciones óptimas para la vida. En el siguiente nivel se

encuentran los animales, en los que reside la novedad del

entendimiento: su interacción con el mundo se debe a un

conocimiento que está mediado por sus cerebros. Ellos tienen

que interpretar el tiempo, el espacio y la causalidad para

moverse en el sentido de la supervivencia. Todas sus

funciones están dirigidas hacia el momento y el lugar que se

les presenta inmediatamente ante sí, no pueden hacer

consideraciones que vayan más allá de esto. Por eso

manifiestan claramente que su único afán es la supervivencia

y la reproducción. Ellos no pueden reflexionar sobre esta

tendencia única, tener dudas al respecto ni esconderla.

Schopenhauer se complace en describirlos como

manifestaciones puras de la voluntad, sin ninguna intención

disimulada.

55

En las manifestaciones inferiores, en las cuales no

existe ninguna individualidad del espécimen, la voluntad se

despliega fenoménicamente con toda candidez: “… el dolor y

la culpa y la contradicción interior sólo pueden originarse

cuando la voluntad adopta la forma de la existencia

individual, o dicho de otra manera, cuando entra en la forma

de la representación”24. Esto alcanza su máxima expresión en

el caso de los humanos. No sólo conocemos el mundo en las

formas de la representación, sino que contamos con la razón,

que nos permite abarcar más de lo que tenemos frente a

nosotros. Reunimos realidades distantes en conceptos

abstractos. Esto genera una abismal diferencia de nuestra

situación existencial con respecto a la de los seres que no

razonan. Nuestra razón nos hace entrever la culpabilidad que

encierra el ser cómplices de la voluntad. Tenemos todo tipo

de justificaciones personales y culturales para paliar la

culpa que nos genera el ayudar a perpetuar el dolor del

mundo. Sin embargo, generalmente no usamos la razón para

desenmascarar esto, sino todo lo contrario: la utilizamos

para encubrirlo y para servir a la voluntad más

certeramente.

Incluso, Schopenhauer enfatiza el antagonismo entre la

virtud y la razón. En su Crítica de la filosofía kantiana,

Schopenhauer denuncia la falta de claridad y acierto con las

que el filósofo de Königsberg emplea el concepto de razón.

24 SIMMEL, Georg, Schopenhauer y Nietzsche, tr. de Francisco Ayala, Espuela deplata, Madrid, 2004, pp. 163-164.

56

La razón es simplemente la habilidad de ir más allá de la

inmediatez de la representación a través de conceptos.

Equiparar la razón y la virtud, como pretende hacerlo Kant,

resulta contrario al sentido del lenguaje de todas las

épocas, según Schopenhauer. Un estilo de vida racional es

aquel que se fija una máxima o un objetivo y que actúa

consecuentemente con miras a él. Schopenhauer da como

ejemplo la trayectoria un hombre que se planifica hábilmente

para que él y su familia puedan vivir tranquilos con todo lo

necesario. También ofrece el caso de un dictador

internacional hábil y consecuente, que no se desvía nunca de

su objetivo25. La razón es presentada como una potenciación

del entendimiento. Ambos pueden equivocarse al interpretar

la realidad, pero su papel es obedecer a la voluntad. El

único medio para escapar de ella y obtener libertad, es

negarla. Para advertir la universalidad de la voluntad se

necesita ir en contra de las atribuciones normales del

entendimiento y de la razón. Los estilos de vida afines a la

compasión y a la negación de la voluntad normalmente son

considerados irracionales: Decir que el sublime autor de la religión cristiana, cuya

vida se nos presenta como el modelo de todas las virtudes,

haya sido el hombre más racional entre todos, sonaría como algo

muy indigno e incluso como una blasfemia y casi sería lo

mismo si se dijera que sus prescripciones sólo contenían la

mejor indicación para una vida plenamente racional. Además, todo

el mundo venera con razón al que, conforme a estos25 MVR V.I, 611-612.

57

preceptos, en lugar de pensar de antemano en sí mismo y en

sus propias necesidades futuras, auxilia la indigencia

actual del otro sin miras ulteriores e incluso regala todos

sus enseres a los pobres, para luego, desprovisto de todo

recurso, seguir predicando a los demás la virtud que

practica él mismo; mas, ¿quién se atreve a ensalzar eso como

la cumbre de la racionalidad?26

Schopenhauer no identifica absolutamente la virtud con la

irracionalidad, sino que admite que la razón puede

contribuir a un estilo de vida sabio y armonioso al ofrecer

una perspectiva que va más allá de la inmediatez, lo cual

hace vigente una dignidad específicamente humana27. Sin

embargo, en general, para Schopenhauer, el entendimiento y

la razón nos dan acceso al mundo como representación, que es

el mundo según nos lo presenta la voluntad para que la

obedezcamos.

Schopenhauer perfila entonces dos vertientes de la

acción humana: la afirmación de la voluntad – que predomina

– y su negación. Estas categorías, excluyentes entre sí,

deben valer para cualquier época y circunstancia, porque su

contenido esencial no varía. Además, ellas están sustentadas

en un sistema filosófico que abarca y engarza todos los

aspectos: desde las condiciones mismas de nuestro

conocimiento hasta la verdadera esencia del mundo. ¿Cómo

encarar esta dualidad tan radical y que incomoda al sentido

común? Para hacerlo no basta con analizar las consecuencias

26 MVR V.I, 611.27 MVR V.I, 616.

58

– el veredicto sobre la acción humana –, sino que debemos ir

a los presupuestos – en lo que se basa su pretensión de

validez.

En el apartado anterior veíamos que Schopenhauer

reclama para el mundo como representación la rigidez de la

causalidad científica, y que esto debía aplicar igualmente

para nuestras vidas. Si contáramos con los conocimientos

suficientes, decía, podríamos predecir cada movimiento del

hombre. El sentido de nuestro movimiento como especie

también ha sido fijado: buscamos nuestro bienestar y la

perpetuidad de nuestra especie. Ante esto, habíamos traído a

colación a Weber, que ofrecía una comprensión alternativa de

lo que podría ser un estudio de la acción humana. Weber hace

el esfuerzo de definir en qué podría consistir una

disciplina dedicada al estudio de la sociedad, y sus

conclusiones son tan pertinentes que hasta la fecha

constituyen uno de los acervos conceptuales más

esclarecedores al respecto.

Es interesante trazar una analogía entre el par

weberiano racionalidad en finalidad – racionalidad en valor,

por un lado, y obediencia y negación de la voluntad, por el

otro. La obediencia a la voluntad y la racionalidad en

finalidad caracterizan a la procuración de medios para un

fin según cierto interés; mientras que la negación de la

voluntad y la racionalidad en valor – más raras – tienen su

fin en ellas mismas. Sin embargo, hay tres aspectos de la

59

versión weberiana que vale la pena resaltar para hacer un

contraste con Schopenhauer. El primero es que no es la

racionalidad lo que separa a ambos tipos de acción. En

general Schopenhauer sólo atribuye racionalidad a la

obediencia a la voluntad, mientras que, para la negación de

la misma, la racionalidad es un obstáculo. En cambio, Weber

considera que tanto la racionalidad en finalidad como la

racionalidad en valor son, precisamente, racionales, pues se

fijan puntos de dirección últimos y se orientan acorde a

éstos de manera metódicamente consecuente. El segundo

aspecto relevante de este contraste entre Schopenhauer y

Weber es que, para el último, la racionalidad en finalidad

no siempre corresponde a un afán de disfrute personal. De

hecho, en gran parte de La ética protestante y el espíritu del

capitalismo, se esfuerza por mostrar que la ética protestante

es una ética del trabajo y no una ética del interés

personal. El tercer aspecto del contraste es que Weber

postula los dos tipos de acción como tipos ideales, como

polos conceptuales y no como entidades reales mutuamente

excluyentes. Incluso subraya el carácter multiforme y

contradictorio del proceso de racionalización – por ejemplo,

la paradoja de que una ética se encuentre en la raíz del

utilitarismo moderno. Schopenhauer, al no reconocer ninguno

de estos matices en sus categorías, las vuelve demasiado

rígidas para dar cuenta de la complejidad de la realidad.

60

Algunas inconsistencias en su obra asoman como síntomas

de esta inadecuación. Schopenhauer presenta el caso de las

personas que ambicionan mucho más de lo que pueden utilizar

y abusan de las demás para obtenerlo; como una afirmación

excesiva de la voluntad. Esta descripción es esclarecedora,

pero no tendría sentido desde la dicotomía afirmación /

negación de la voluntad: si afirmar es satisfacer las

necesidades, y negar es renunciar a ello, ¿qué lugar tendría

una ‘afirmación excesiva’? Otra dificultad: en la parte

ética del primer volumen de El mundo como voluntad y representación

se dice que, en general, la afirmación de la voluntad es

racional, pues es conforme a la manera en que estamos

hechos; mientras que la negación de la voluntad sería lo

irracional, al no pretender nada para la conservación o

bienestar. En el segundo volumen, en cambio, Schopenhauer

Habla del apego a la vida, con su inherente miedo a la

muerte, y dice:…no puede haber surgido del conocimiento y la reflexión,

pues ante ellos ese apego parece más bien algo necio: el

valor objetivo de la vida es muy incierto y siempre cabe

dudar de si es preferible a la inexistencia, cuando no gana

ésta en cuanto toman la palabra la experiencia y la

reflexión28.

Aquí se revertiría el papel del conocimiento inicialmente

expuesto. En este pasaje se presenta como “irracional” a la

voluntad por ser ciega e inconsciente. Como tal, el

28 MVR V.II, 531.

61

conocimiento se presentaría como un “principio

originariamente ajeno” a la voluntad, añadido luego. El

apego a la vida nos sería inherente en cuanto somos

voluntad, y el conocimiento vendría a refrenar ese apego.

Líneas después, Schopenhauer sigue intentando explicar el

miedo a la muerte, y el esquema se vuelve a revertir: a

través del conocimiento, que sólo aparece en escena cuando

la voluntad se objetiva en los animales, percibe la muerte

como el fin de dicha objetivación y “se opone a ella con

todas sus fuerzas”29. No tenemos una constante en la

relación entre afirmación de la voluntad y conocimiento,

como debería seguirse de la doctrina schopenhaueriana.

Finalmente, Simmel trae a colación otra inconsistencia que

se deriva de tipificar la acción como afirmación y negación

de la voluntad; y que retomaremos más adelante. Según el

esquema de Schopenhauer, toda acción tendría que tener su

sentido como beneficio propio (egoísmo); o bien como

beneficio para otros (altruismo). Fuera de esto, sólo podría

haber lugar para la experiencia artística, que consiste en

la contemplación no participativa de la voluntad a través de

sus objetivaciones. Sin embargo, recuerda Simmel, hay cosas

valiosas por sí mismas que no entran en estas esferas: Es el caso del investigador que con el conocimiento

adquirido, del político que con la victoria de su

convicción, del artista que con la obra producida, del

religioso que con la realización de la voluntad de Dios, se

29 MVR V.II, 535.

62

han creado un valor, del que pueden depender satisfacciones

y consecuencias para los mismos que obran y para los hombres

presentes y futuros; pero sin que se agote el campo de la

motivación con estas relaciones entre sujetos sensibles30.

En el análisis de la caracterización de la acción como

obediencia a la voluntad, pasa lo mismo que en el caso de la

negación de la libertad dada la causalidad (en realidad es

una sola cuestión, vista desde dos ángulos diferentes). En

principio, Schopenhauer destierra de la existencia toda una

categoría de acciones porque no corresponden con el esquema

de la representación que trazó previamente (servidumbre a la

voluntad). A través de las consideraciones sobre el

comportamiento de la especie humana y sobre la tipificación

weberiana de sus acciones, vimos que la radicalidad de la

doctrina schopenhaueriana en este aspecto es insostenible.

Pero a final de cuentas, Schopenhauer no niega por completo

la dimensión del hombre que escapa a la esclavitud, sino que

la clasifica como negación y contemplación de la voluntad.

Si ambos tipos de manifestaciones conviven en las personas,

sería incorrecto deducir un juicio pesimista a partir de la

premisa de que la representación es la forma y contenido a

priori de nuestra vida y conocimiento; puesto que es posible

vivir y conocer fuera de esa forma y contenido. En cambio,

sí es válido sentar una postura pesimista a partir de

juicios empíricos. Equiparar los atributos y tendencias

inherentes al hombre con la teleología de la supervivencia,

30 SIMMEL, Georg, Schopenhauer y Nietzsche, Op. cit, p. 169.

63

sólo es posible si se le apareja el juicio de que sólo

excepcionalmente alguien marcha en un sentido alternativo.

Las apreciaciones espirituales de Schopenhauer son válidas

bajo la premisa de que “si se quiere saber qué valor tienen

los hombres considerados moralmente en conjunto y en

general, hay que considerar su destino en conjunto y en

general”31.

¿Cuál es entonces el juicio schopenhaueriano cuando

considera a sus contemporáneos y a la gente de épocas

anteriores? Schopenhauer estima que el estilo de vida que

predomina es el que él coloca bajo el signo de la

representación: una vida inmersa en la pequeñez de lo

cotidiano, en la estrechez de lo individual, en la

mezquindad del beneficio propio; una vida, en definitiva,

mediocre. “Es obvio que la inmensa mayoría siempre han de ser

mezquinos y nunca pueden ser grandes”32. La personalidad

opuesta – privilegio de los pocos que escapan a la norma –

es la del genio. El espíritu del genio sobrevuela el

constreñimiento circunstancial del resto de los mortales. Es

capaz de ver más allá de los determinantes espacio-

temporales inmediatos, y esto puede tener distintas

vertientes. Puede haber genios en el ámbito artístico, donde

se hace abstracción de las relaciones causales que unen un

objeto con los demás, y se contempla directamente la idea

que le subyace. Hay genios en la ciencia, capaces de abarcar

31 MVR V.I, 415.32 MVR V.II, 441.

64

gran cantidad de fenómenos y captar las complejas relaciones

entre ellos. En el ámbito de la moral no se habla de

genialidad, sino de un conocimiento de la verdadera esencia

de las cosas, para el cual se necesita sublevarse contra la

apariencia que nos presenta sólo lo que concierne a nuestro

bienestar personal. Claramente hay un tenor común en la

descripción de todos los caracteres recién mencionados que

se oponen a la mezquindad guiada por el conocimiento según

la representación, incluso si Schopenhauer quiere distinguir

tajantemente entre arte, ciencia y moralidad. Este tenor es

lo que vale la pena recuperar y analizar de la teoría

schopenhaueriana sobre la obediencia y la negación de la

voluntad.

Sin atenernos a las categorías trascendentales marcadas

por su sistema, observemos el sentido general de lo que

Schopenhauer entiende como lo más digno y alto para los

seres humanos: se trata de un ensanchamiento respecto de lo

individual y lo inmediato. Después veremos que de esto

pueden derivarse aprendizajes para lo que más adelante

llamaremos ética con tendencia política.

Por lo pronto, teniendo en mente que la intención de

Schopenhauer es exaltar lo que en el hombre hay de más

valedero e impugnar lo mezquino, analicemos el sentido que

puede tener su radicalidad trascendental a la hora de

distinguir ambos extremos. Más allá de formular categorías

metafísicas, su forma de conceptuación tiene un significado

65

propio. Schopenhauer exalta el mérito kantiano de “exponer

el innegable significado moral del obrar humano como algo

enteramente distingo e independiente deblas leyes del

fenómeno y que no resulta explicable conforme a ellas, sino

como algo que afecta inmediatamente a la cosa en sí”33, y

retoma esta premisa para sí. Puesto que no cuadran con

nuestras formas de conocimiento ni con la tendencia general

de la vida, la libertad y la moralidad deben residir en un

terreno que sólo se puede alcanzar mediante la negación o la

trascendencia de lo inherentemente humano. Hannah Arendt

también es una entusiasta de la doctrina kantiana de la

libertad, y en ella inspira en buena medida su análisis del

hombre. Para ella, tiene sentido decir que la libertad es

independiente de la causalidad, porque sólo así puede

entendérsela cabalmente: como espontaneidad absoluta. El

hombre es capaz de juzgar y de actuar a partir de la nada.

Es capaz de ir en contra de todo esquema y tradición a la

hora de crear nuevos paradigmas34. De forma similar, cuando

Schopenhauer insiste en la distinción entre fenómeno y cosa

en sí, entre representación y voluntad, entre obediencia y

negación de la voluntad, es necesario tomar en cuenta que,

aunque el énfasis está en el predominio de lo mezquino, lo

contrario, la grandeza humana, es objeto de una

33 MVR V.I, 499-500.34 Véase, por ejemplo, ARENDT, Hannah, ¿Qué es la política? PaidósI.C.E/U.A.B., Barcelona, 2001, p. 56. De la misma autora, puede versetambién “Comprensión y política”, en ARENDT, Hannah, De la historia a laacción. Paidós I.C.E./U.A.B, Barcelona, 1999, p. 44.

66

caracterización muy original. La filosofía de Schopenhauer

aporta una manera novedosa de pensar al hombre, y crea un

nuevo sentido para su posible valía. Puesto que se postula a

la humanidad como originariamente “esclava” de la voluntad,

el hecho de que pueda alcanzar cualquier grado de negación o

comprensión de la misma, constituye una especie de milagro.

Hemos revisado, entonces, la manera en que Schopenhauer

quiere dar a la forma de la causalidad cientificista un

contenido específico en lo que respecta al comportamiento de

las especies, incluyendo la humana. Hemos visto que para él,

estamos estructuralmente hechos para conocer y vivir de

acuerdo a estas pautas, lo cual puede explicarse

metafísicamente diciendo que somos objetivaciones de la

voluntad, y como tales, la obedecemos. Reflexionando sobre

el comportamiento que efectivamente han tenido las especies

en la Tierra nos hemos percatado de que éste no puede

resumirse como una continuidad de especies eternas que

tienden siempre a su autoconservación. Por otro lado, la

acción humana, con todo y su racionalidad, tampoco se dejó

retratar como una tendencia unívoca hacia la búsqueda del

placer, de la supervivencia y de la procreación. Sin

embargo, logramos discernir en la doctrina schopenhaueriana

una intención de caracterizar una serie de manifestaciones

humanas como grandeza, en contraste con la pequeñez de

atenerse a las estructuras que nos dicta la voluntad. Vimos

que dicho caracterización perfila una comprensión inédita de

67

la humanidad y de su potencial, misma que será nuestro punto

de partida para hablar de una ética con tendencia política.

2. 3. Arte y cienciaHemos examinado una clasificación de las acciones

cotidianas, basada en la oposición entre negación y

afirmación de la voluntad. El arte y la ciencia son dos

manifestaciones de excepción que, según Schopenhauer,

corresponden a estos mismos rubros, y que se oponen con

especial vigor. El arte consistiría en ver directamente la

voluntad, y su instrumento sería la idea; mientras lo propio

de la ciencia sería entender la causalidad mediante el

concepto. Contra las afirmaciones de Schopenhauer, aquí

nuestra hipótesis será que no está tan alejado lo uno de lo

otro; y que, por el contrario, el genio artístico y el

científico, pensados en común, ayudan a perfilar la grandeza

espiritual posible de la que hablábamos antes.

En principio, es fácil comprender por qué Schopenhauer

relega la ciencia al estigmatizado campo de la

representación. Se trata de conocimiento sobre la cadena

causal; la cual, como ya sabemos, hace de ancilla de la

voluntad. La ciencia se ocupa exclusivamente del mundo como

representación, y por eso nunca contestará a preguntas

últimas, nunca proporcionará un sentido ni dará con lo

esencial del mundo. Por otro lado, la ciencia debe renunciar

a la primicia de lo que nuestro entendimiento nos presenta

inmediatamente, porque funciona a base de conceptos, que

68

carecen de la riqueza de la aprehensión intuitiva. Entre más

fenómenos abarcan, menor es su contenido. El pensar, dice

Schopenhauer, no añade al objeto algo fundamental35.

Las ciencias puras son previas a este empobrecimiento,

y reciben por parte de Schopenhauer un tratamiento especial.

El puro conocimiento del tiempo y del espacio amerita el

nombre de “visión profunda” porque nos brinda la intuición

más directa, clara, infalible e indiscutible, ante la cual

no hacen falta las explicaciones y cuya validez es eterna36.

La intuición, tal como se describe aquí, será el modo

privilegiado de cualquier tipo de conocimiento, incluso de

aquél que se le opone metafísicamente al científico, y que,

en la valoración del sistema schopenhaueriano, es el único

que vale la pena: el conocimiento de las ideas y de la

voluntad. La intuición en estos dos extremos tendría en

común el ser avolitiva, pues no contiene nada de la serie

causal, ni nada que nos concierna apetitivamente. Aunque

probablemente se trata de dos tipos diferentes de intuición

– por la disparidad tan grande en sus objetos –, ambas

intuiciones tienen la característica de ser directas, sin

conceptos, sin razonamiento y sin relación con el contenido

concreto. Entonces, Schopenhauer atribuye las propiedades

del conocimiento científico apriorístico a la intuición

artística.

35Véase MVR V.I, 564.36 CRPRS, p. 195.

69

Ésta no es la única vez que Schopenhauer extrapola su

teoría de la ciencia a otros dominios de su filosofía. A lo

largo de su obra, usa el discurso científico para dar la

apariencia de irrefutabilidad. Incluso llega a dar

explicaciones morales con lenguaje matemático como si esto

fuera posible. También, muchas veces se apoya en la estricta

necesidad de la causalidad para darle la misma fuerza de

necesidad a sus argumentos. En Sobre el fundamento de la moral,

pretende que su ética se funde en la “firme base” de su

sistema37, como si las cuestiones espirituales pudieran

resolverse como un silogismo tras sentar correctamente las

premisas. Analizaremos después este problema. Por lo pronto,

continuamos con la concepción schopenhaueriana de las

ciencias.

Las ciencias puras – la lógica y las matemáticas – son

para Schopenhauer las únicas absolutamente seguras. Su

infalibilidad viene de que “sólo nos enseñan lo que ya

sabíamos de antemano. Pues son meras explicitaciones de lo

que nos es conocido a priori, a saber, las formas de nuestro

propio conocer, la una del conocer reflexivo y la otra del

intuitivo”38. Las ciencias empíricas, donde ya interviene la

materia, y por lo tanto, la causalidad, no pueden presumir

de esto mismo. Sin embargo, “el fin de la ciencia no es la

mayor certidumbre, ya que ésta la puede obtener también el

conocimiento más puntual, sino que dicho fin consiste en

37 DPFE, p. 310. 38 MVR V.II, 132.

70

facilitar el saber a través de su forma y dar con ello la

posibilidad de completar ese saber”39. Para esta compleción

del saber, el verdadero alimento de las ciencias es la

correcta y directa intuición de los fenómenos. Sólo las

personas privilegiadas pueden discernir esto correctamente,

es decir, distinguir cuáles son las fuerzas y leyes

primordiales de la naturaleza. Las personas comunes se

limitan a hacer silogismos con las premisas que obtendrían

los talentos científicos. Por eso, las ciencias tienen un

tope: “Toda explicación que se retrotrae a una relación tal

de la que no puede requerirse ningún por qué ulterior

conserva una cualidad oculta asumida, mas a esta clase

pertenece toda fuerza originaria de la naturaleza”40, como

el peso, la cohesión o las cualidades químicas.

Examinemos ahora este esquema según el cual el tiempo y

el espacio serían las formas a priori de los fenómenos, tras

lo cual sólo cabría completar con ellos la cadena causal. En

un apartado anterior ya habíamos cuestionado esta noción a

propósito de la negación de la libertad. Recordemos la

crítica inspirada en Bergson41 a lo que correspondería a las

ciencias puras: para empezar, el tiempo no es de suyo

homogéneo, infinitamente divisible ni examinable desde

cualquier ángulo; características que Schopenhauer le

atribuye y por lo que pretende que el fundamento de la39 MVR V.I, 76. 40 MVR V.I, 96. 41 Ver BERGSON, Henri, Essai sur les données immédiats de la conscience, Alcan,Paris, 1930, capítulos 2 y 3.

71

aritmética sea la ‘experiencia interna’, el tiempo.

Schopenhauer señala: “El concepto de mil se diferencia

cabalmente del de diez, tal como ambas magnitudes temporales

se diferencian en la intuición; con mil pensamos un

determinado múltiplo de diez y podemos descomponerlo

discrecionalmente de cara a la intuición en el tiempo, esto

es, podemos contarlo”42 ¿Pero qué tiene en común el tiempo

con algo que podamos “descomponer discrecionalmente”,

contar, volver del derecho y del revés como si se tratara de

bloques de juguete? El tiempo, dice Bergson, es la pura

heterogeneidad, y sólo se puede homogeneizar si se le aplican

las características del espacio; pero no del espacio de la

experiencia, sino de uno que ya ha pasado por la plantilla

de la homogeneidad cientificista.

Entonces, lo que Schopenhauer llama la “visión

profunda” – la intuición pura del tiempo y el espacio,

reflejada en la geometría – sólo es posible en ciertos

contextos culturales, y tras un considerable entrenamiento

para la abstracción. Sus resultados sólo nos informarán de

las propiedades de un campo hipotético postulado para fines

científico-prácticos. Es falso que sea la experiencia quien

deba depender de semejante ‘intuición’, ni que las

características de ésta valgan para toda la experiencia. Es

como si Schopenhauer, al pasar del terreno de las ciencias

puras al de las ciencias empíricas, pretendiera que el

42 MVR V.I, 64.

72

contenido de éstas surgiera de algún modo de las primeras:

“Sólo gracias a la unión del tiempo y el espacio se origina

la materia”43 ¿Cómo podría originarse nada a partir de meras

formas, ya fueran éstas a priori o a posteriori?44

Schopenhauer no sólo ‘cientifiza’ la totalidad del

mundo como representación, sino que a partir de lo que

debería ser una ‘mera forma’ deduce sus propiedades

existenciales: Dentro del tiempo cada instante sólo es tal en cuanto haya

aniquilado al momento que le precede, a su padre, para verse

aniquilado él mismo a su vez con igual premura; pasado y

futuro (sin tener en cuenta las consecuencias de su

contenido) son tan vanos como un sueño, pero el presente

sólo es la frontera inextensa y sin duración entre ambos;

igualmente reconoceremos esta misma futilidad en todas las

otras formas de principio de razón y comprenderemos que,

como el tiempo, también el espacio y todo cuanto está

simultáneamente en el espacio-tiempo, o sea, todo lo que se

debe a causas o motivos, tiene tan solo una existencia

relativa, teniendo únicamente una existencia relativa para y

por algún otro congénere45.

Hay que recordar que en el sistema schopenhaueriano,

esta futilidad de los fenómenos tiene que ver con que ellos

43 MVR V.I, 12. 44 El mismo Schopenhauer en ocasiones parece ser consciente de estasdificultades: sabe que en realidad la aritmética es una especie degeometría en primer grado; que los números sólo pueden ser homogéneos,yuxtapuestos e intercambiables si se los representa en el espacio(CRPRS, §38 y §39). Sabe que para llegar a la “forma pura” de la materiaque resulta del tiempo y el espacio, se necesita hacer una abstracción.(MVR V.II, 346). 45 MVR V.I, 8-9.

73

son las manifestaciones fugaces de una voluntad insaciable a

cuyos fines obedecen sin remedio. Para reforzar la adhesión

del lector a su doctrina, Schopenhauer recurre con gran

discrecionalidad al principio de que “en la propia

estructura básica del mundo fenoménico, o sea, en el espacio

y el tiempo, cabe descubrir y comprobar el tipo fundamental

(…) de todo cuanto llena las formas [y] derivar leyes

naturales”?46 Como ejemplo tenemos su explicación de que,

así como un círculo minúsculo tiene las mismas propiedades

geométricas que uno enorme, los procesos históricos de las

aldeas y los reinos son idénticos47.

La ciencia tiene un doble papel en la obra

schopenhaueriana. Uno de ellos, que acabamos de revisar, es

ser una referencia y un estilo omnipresentes en el sistema

para darle una apariencia de trabazón científica. El segundo

papel, que es el que nos concierne más directamente en este

apartado, es el que tiene la ciencia como abanderada del

mundo como representación y de la obediencia a la voluntad;

en oposición al arte, abanderado del mundo como voluntad, y

de la libertad con respecto a ésta.

46 MVR V.I, 171.47 Véase MVR V.I, 292. No es de extrañar que la teoría de la ciencia deSchopenhauer muestre fisuras, puesto que su finalidad es retórica. Unejemplo de su inconsistencia se encuentra en MVR V.I 89, donde afirmaque Euclides demostró que “las partes del espacio mantienen entre sí unarelación de causa y efecto”, cuando en otros lugares afirmaenfáticamente que en el tiempo y en el espacio puros no hay causalidad(CRPRS, 68-76).

74

El arte es una forma de cognición y expresión que

también surge en cierto modo de la representación. Sin

sujetos que se lo representaran, todo lo que quedaría del

mundo sería el impulso ciego de la voluntad. Así pues, el

artista usa el privilegio de ser sujeto para un fin

alternativo a sortear los fenómenos en busca del interés

propio: lo usa para ver los objetos en sí,

independientemente de las relaciones que los ligan a la

cadena incesante de necesidad y sufrimiento. Contemplar un

objeto desde la perspectiva de su inocencia proporciona una

dicha que se sustrae momentáneamente a la esclavitud de la

vida cotidiana. Para acceder a este tipo de conocimiento es

necesario suprimir la individualidad en el sujeto

cognoscente. Es entonces cuando “aparece con toda su pureza

el mundo como representación y tiene lugar la perfecta

objetivación de la voluntad, pues sólo la idea es una

adecuada objetivación suya”48. Los fenómenos se presentan

variables e imperfectos, pero el artista ve en ellos la idea

originaria de la cual son copia, y la ve con la claridad y

persistencia suficientes como para expresarlos mediante la

pintura, la literatura, la escultura o cualquier otra forma

artística.

Entonces, el arte es la intuición y expresión de ideas,

mientras que la ciencia es la compleción de la cadena causal

a través de conceptos. Schopenhauer enfatiza la diferencia

48 MVR V.I, 211.

75

entre ideas y conceptos, a pesar de que ambos representan

pluralidades de cosas reales como unidades. Por esta

semejanza, dice, Platón los confundía a veces. El concepto

es una selección de elementos comunes, una abstracción a

partir de la realidad. Una vez fijado, no tiene más

contenido que los elementos seleccionados (se agotan en su

definición). Los conceptos se fijan con palabras y,

comunicados discursivamente, son accesibles a la razón de

cada cual. Por su rigidez y su pobreza de contenido – son

meras envolturas –, no cuadran exactamente con la realidad,

tal como un mosaico. La idea, mientras tanto, es el adecuado

representante del concepto. No abstrae elementos, sino que

se intuye entera, “con una precisión absolutamente

diáfana”49. Pero sólo es accesible para el puro sujeto del

conocer que se eleva por encima de todo querer e

individualidad; y sólo es comunicable mediante el arte.

La cuestión de si las ideas y los conceptos se oponen

metafísicamente o no, nos es relevante por dos razones. La

primera es que cada una de estas nociones trae consigo una

doctrina sobre el arte y la ciencia respectivamente, y de

manera más general, sobre la distinción entre el mundo como

voluntad y como representación, que es nuestra intención

revisar aquí. La otra razón es que, si logramos una

comprensión conjunta de las ideas y los conceptos, podremos

49 MVR V.I, 310.

76

situar en esa conjunción a la misma voluntad, y comprenderla

de una manera novedosa, en el siguiente apartado.

Comenzaremos por analizar la cuestión desde la

perspectiva del idealismo. Éste enseña que todos nuestros

contenidos de conciencia surgen de la representación, porque

es lo único a lo que tenemos acceso. Si esto es cierto; las

ideas no podrían gozar de un status metafísico diferente de

los conceptos. En la cultura occidental, el arte y la

ciencia son esferas especializadas; pero en otras

cosmovisiones, la distinción no es tan evidente. Tomemos

como ejemplo el “pensamiento correlativo”, método de

sabiduría en la China Antigua50. Los sabios descubrían,

entre los fenómenos más disímiles, como el macrocosmos y el

microcosmos (la naturaleza y el ser humano), relaciones de

analogía; que lo mismo servían de metáforas edificantes como

de matrices para la clasificación científica, sin que

hubiera una distinción tajante en las esferas de su

aplicabilidad. No se preguntaban qué estado precedió y

engendró las condiciones para otro estado, sino que

establecían relaciones del tipo: ‘tal fenómeno es como tal

otro, acorde a tal otro, en armonía, parecido, comparable’.

Y el mundo que resulta de semejante razonamiento, es otro

respecto del occidental. Claro que los chinos conocían la50 Véase, por ejemplo, HARPER, Donald, “Warring States NaturalPhilosophy and Occult Thought, en LOEWE, Michael y SHAUGHNESSY, Edward(dirs.), The Cambridge History of Ancient China. From the Origins ofCivilization to 221 B. C., Cambridge, New York; Melbourne: CambridgeUniversity Press, 1999, cap. 12. O también GOODY, Jack, “La rationalitéen question”, en L’Orient en Occident, Seuil, Paris, 1999.

77

noción de causalidad, pero no basaban en ello su concepción

del mundo ni sus ciencias naturales. Entonces, los sabios

chinos, ¿descubrían o creaban? ¿Hacían ciencia o arte? Una

prueba de que no todo el conocimiento es causalidad es el

“pensamiento correlativo” chino.

En la misma cultura griega, en las etapas tempranas de

su desarrollo, no había una jerarquización ontológica que

distinguiera radicalmente lo concreto de lo abstracto, lo

real de lo imaginario, lo literal de lo metafórico, lo

particular de lo general ni lo sagrado de lo profano. La

Metafísica de Aristóteles es un testimonio concreto de cómo

hace más de dos mil años empezó a transformarse esa

cosmovisión y a gestarse el espíritu cientificista de

Occidente. En tal obra, Aristóteles cuestiona duramente a su

maestro Platón por postular las ideas como causa de los

fenómenos, y señala enfáticamente que no hay ningún sentido

en el que se pueda afirmar esto. Se puede clasificar los

seres en géneros, pero los géneros no tienen una verdadera

existencia: son sólo pensamiento. El “género” aristotélico

es el equivalente aproximado del concepto schopenhaueriano.

Al mismo tiempo, Schopenhauer defiende las ideas platónicas

con toda seriedad51, ideas que aparecen en el mito de la

caverna, concebido para ilustrar que las altas cotas

espirituales de los sabios privilegiados deben distinguirse51 Incluso se da a la tarea de esclarecer la vieja cuestión de si losartefactos tienen ideas. Dice que lo que habla en el artefacto no es supropia idea sino la del material que la forma; que el artefacto sóloconduce a un concepto humano, y no a una idea.

78

del mundo cotidiano. Inconforme ante un mundo mezquino,

pragmático y mecánico, Schopenhauer postula y reivindica una

dimensión alternativa, de mayor dignidad. Así, hace suya la

radicalidad tanto de Platón como de Aristóteles, y acomoda

su adaptación de cada doctrina en dos compartimentos

simultáneos e inconciliables: representación y voluntad.

Esta fue la respuesta personal de nuestro filósofo. Tal vez

hoy podemos decir que había una tercera opción: recuperar

algo de la visión del mundo previa al nacimiento de la

filosofía, para lo cual lo habilitaba su mismo idealismo.

Algunos sectores de la filosofía moderna y

contemporánea han explotado la comprensión de que nuestros

esquemas epistemológicos son una construcción histórica52.

Merleau-Ponty, por ejemplo, explica que la aprehensión del

mundo pone en juego todo nuestro acervo intelectual,

personal y cultural. Entonces, la intuición avolitiva, pura

y directa que propone Schopenhauer es imposible. Al

respecto, McDermid dice que la percepción nunca se da sin

cognición, pues tiene una dimensión interpretativa, como

muestran “Kant, Wittgenstein, Sellars, y otra gran cantidad

de filósofos”53. Esta misma dimensión interpretativa está

52 Véase el recuento que hace Habermas del paradigma de la filosofíapragmática y la filosofía hermenéutica en HABERMAS, Jürgen, Morale etcommunication: Conscience morale et activité communicationelle, tr. de ChristianBouchindhomme, Flammarion, Paris, 1986 [1983], p. 31.53 MCDERMID, Douglas, “Schopenhauer y el problema del conocimiento”, enBELTRÁN, Julio y PEREDA, Carlos (comps.), La certeza, ¿un mito? Naturalismo,falibilismo y escepticismo, Instituto de investigaciones filosóficas, UNAM,México, 2002, p. 122

79

presente en los conceptos. No se puede decir que su

elaboración sea un procedimiento carente de creatividad, ni

que ellos sean un mero estuche rígido de los fenómenos,

porque la realidad se deja comprender de maneras siempre

novedosas. Tampoco se puede decir que sean meros fantasmas

del pensamiento, porque son parte constitutiva del mundo; de

nuestra forma de comprenderlo y vivirlo. Los conceptos, como

las ideas, tienen una fisonomía propia que puede exceder lo

definible y dejar margen a la interacción creativa. El

ejemplo por excelencia es la vocación maleable de las

palabras y sus significados, tanto en la poesía como en el

uso cotidiano54.

En la misma obra de Schopenhauer tenemos numerosas

muestras de traslapes entre el arte y la ciencia, entre los

conceptos y las ideas. Los conceptos, dice, son

“representaciones plenamente universales surgidas por

abstracción y que son distintas de todas las cosas

particulares, tienen con esta propiedad una existencia

objetiva en cierta medida que no pertenece a ninguna serie

temporal”55 ¿Serán entonces tan diferentes de las ideas?

54 El mismo Schopenhauer muestra un gran adelanto en la comprensión nodicotómica de la percepción – al grado de que podríamos considerarlo unprecursor de la fenomenología. Aunque descompone la percepción en sussupuestos elementos (tiempo, espacio, causalidad), y aunque postula unmaterial de los sentidos y una interpretación del mismo; en realidad suénfasis es que el entendimiento del mundo es una función inmediata delos seres humanos, inseparable del contenido de la vida (de ahí que lamateria sea la causalidad misma, la forma de todo conocimiento), y noprimordialmente racional.55 MVR V.II, 70.

80

Recordemos que el científico caracterizado por Schopenhauer

tiene la tarea de intuir las fuerzas originarias de la

naturaleza, que son ideas de la voluntad. Los conceptos de

la ciencia, no podrían abstraerse entonces de manera

discrecional, sino que tendrían que apegarse a lo esencial

de la naturaleza, tal como las ideas del arte. Pero también

habría que matizar qué sea lo ‘esencial’. Supuestamente,

para lograr una adecuada objetivación, se debe distinguir el

fenómeno concreto de su corazón, su esencia, su ser en sí,

esto es, de la voluntad. Pero el discernimiento de lo

esencial no es nada claro: “Para el arroyo que desciende

sobre un lecho pedregoso, los remolinos, las olas y la

espuma que deja ver son indiferentes e inesenciales; el que

siga la gravedad comportándose como un líquido diáfano falto

de elasticidad, enteramente desplazable e informe, tal es su

esencia”56. ¿Cuál es el criterio de esta esencialidad? ¿No

podrían ser “los remolinos, las olas y la espuma”,

precisamente lo esencial del arroyo cuando se trata de una

contemplación estética? El idealismo nos prohibiría, tanto

en el arte como en la ciencia, atribuir esencias con validez

metafísica, pertenecientes a la cosa en sí.

La interesante teoría estética de Schopenhauer y el uso

que ahí hace de las ideas nos impide decir que éstas sean

nociones impertinentes. Lo que sí parece improcedente es

suponer que las ideas y los conceptos están separados por

56 MVR V.I, 214.

81

una barrera trascendental, y que cada una tiene sus objetos

específicos57.

El “tipo ideal” de Weber es una noción que muestra cómo

ambos polos – los conceptos y las ideas en el sentido del a

estética schopenhaueriana – pueden intervenir en una

creación abstracta. Es un instrumento de la sociología

comprensiva, que parte de las relaciones empíricas entre los

hombres. Sin embargo, no recopila los datos tal como los

encuentra, sino que los acomoda en un modelo hipotético, que

lleva al extremo aquello que se intenta ilustrar. Se retrata

un solo caso como si se tratara de una unidad con coherencia

interna; depurada de todas las contradicciones y de los

detalles excepcionales de los casos concretos. De esta

forma, el tipo ideal ayuda a la comprensión de un fenómeno

presente en la realidad, aunque no forme parte de ella58.

Resulta evidente el parecido del tipo ideal de Weber con las

ideas schopenhauerianas:[En ciertos géneros literarios] la revelación de la idea de

humanidad, se alcanza (…) mediante la presentación tan

precisa como hondamente captada de los caracteres

57 El mismo Schopenhauer mezcla a menudo los dos ámbitos, como cuandopresenta un símil de Cervantes como un concepto, mientras que, según suteoría, sería una idea (MVR V.II, 78); cuando dice que el mayorconocimiento al que puede llegar un hombre es la intuición de las ideasplatónicas, en un contexto en que habla de ciencia y filosofía (MVRV.II, 81-87); cuando plantea una continuidad entre arte y ciencia,Goethe y Shakespeare, (MVR V.II, 337-338); o cuando, explicando suteoría de la ciencia, usa indiscriminadamente ejemplos de arte yfilosofía (MVR V.II, 133). 58 WEBER, Max, Essais sur la théorie de la science, Paris, Plon, 1965 [1904], pp.197-199.

82

significativos y mediante la invención de situaciones

sintomáticas. (…) al poeta no sólo le incumbe presentarnos

fielmente los caracteres significativos, sino que parea

dárnoslos a conocer ha de colocarlos en situaciones donde se

desplieguen por completo sus rasgos característicos y se

presenten con perfiles bien contorneados que por ello se

llaman situaciones sintomáticas. En la vida real y en la

historia el azar raramente propicia situaciones de este tipo

(…) tanto en la poesía como en la pintura reclamamos un fiel

espejo de la vida, de la humanidad, del mundo, que sólo se

dilucida mediante la representación y sólo se vuelve

significativo mediante la composición59.

Sin embargo, para Schopenhauer, el proceso de ver una cosa

por sí misma, excluye la consideración de los datos

empíricos, puesto que ellos siempre nos refieren a las

relaciones fenoménicas. Para Weber, en cambio, la

abstracción de lo ideal parte de lo empírico e incluye lo

relacional (como las afinidades electivas). ¿Por qué no habrían

de definirse los fenómenos a partir de sus relaciones

mutuas? ¿De dónde vendría el afán por aislarlos

artificialmente? Veremos que esta forma de encarar la

realidad está ligada a otros aspectos éticos del sistema

schopenhaueriano.

¿Será una exageración comparar las ideas con el tipo

ideal weberiano, cuando las primeras pertenecen al arte y el

segundo a la ciencia? No se trata de cualquier ciencia, sino

de la sociología comprensiva, que no pretende encontrar

59 MVR V.I, 297-298.

83

leyes ni causalidades, sino que se interesa por los valores

y que opera por medio de la descripción. A las

interpretaciones en su momento novedosas y esclarecedoras de

la sociedad, como la teoría de Marx o del mismo Weber, ¿se

les ha de negar un status híbrido entre la literatura y la

ciencia? Estas y otras manifestaciones de la sociología y de

la historia, en contra de lo que enseñaba Platón – que los

fenómenos terrestres son tan efímeros que no son dignos

objetos de estudio – presuponen, en la tónica de

Aristóteles, que dichos fenómenos tienen la estabilidad

suficiente para ser objeto de la ciencia. La historia,

precisamente, será un caso muy emblemático en este

desacuerdo entre Schopenhauer y Weber, por lo que le

reservaremos su propio apartado más adelante.

No es necesario recurrir al “tipo ideal” para encontrar

una instancia que comparta las características atribuidas al

arte y a la ciencia, el propio Schopenhauer nos ofrece un

ejemplo de un híbrido tal: la filosofía. Su tarea, nos dice,

es reflejar la realidad en conceptos, que se suponen

exclusivos de la representación. Pero a la vez se le pide

que trascienda el conocimiento según la representación, que

trascienda la cadena causal: “… allí donde la ciencia de

la naturaleza, valga decir cualquier ciencia, abandona las

cosas, pues no sólo su explicación de las mismas, sino

incluso el principio de dicha explicación, el principio de

razón, no sobrepasa este punto, viene la filosofía a

84

retomarlas propiamente y a considerarlas de un modo

completamente distinto”60. El auténtico objeto de la

filosofía sería “lo que todavía resta tras eliminar el modo

de considerar conforme a ese principio, lo que se manifiesta

en todas las relaciones, mas de suyo no está sometido a

ellas, la esencia del mundo que siempre permanece igual, sus

ideas”61. ¿Entonces, la esencia del mundo sí puede fijarse

en conceptos?

En principio, la filosofía no entra en la clasificación

schopenhaueriana de las ciencias “porque no sigue sin más la

consideración impuesta por el principio de razón, sino que

tiene a este mismo principio como objeto de su estudio. Hay

que considerar a la filosofía como la base fundamental de

todas las ciencias, pero es de una clase superior a éstas y

está casi tan emparentada con el arte como con la

ciencia”62. ¿Cuál es esta parentela y por qué la filosofía

es la base de las ciencias? La ciencia tiene que discernir

correctamente cuáles son las fuerzas primordiales de la

naturaleza, hasta dónde son cognoscibles; y no reducir el

principio de la vida a la mezcla mecánica de unas cuantas de

ellas. Como estas fuerzas primordiales son a su vez las

ideas de la voluntad, se entiende que la filosofía esté

“casi tan emparentada con el arte como con la ciencia”.

60 MVR V.I, 96-97.61 MVR V.I, 323.62 MVR V.II, 140.

85

La ciencia, como muchas otras cosas, puede tener dos

polos de opuesto tenor existencial. Para el más mundano de

ellos, Schopenhauer sugiere que los científicos se

concentren en sus especialidades si es lo que su capacidad

les permite63; para el más trascendente, exige un necesario

fundamento filosófico. En este sentido, la misión de la

filosofía es común con el arte: “enriquecer el concepto a

partir de la intuición”, tratar de comunicar algo, lo cual

es casi imposible en un mundo de hombres cuyos fines son

prácticos64.

Para contribuir a la difusión de las fronteras

metafísicas entre el arte y la ciencia, analizaremos lo que

dice Schopenhauer sobre el genio artístico y el talento

científico. La genialidad del artista es “la más perfecta

objetividad, es decir, la dirección objetiva del espíritu

encaminado hacia la voluntad, contrapuesta a la subjetiva

que se encamina hacia la propia persona”65. Los genios no

ven las relaciones conforme al principio de razón, sino que

buscan en las cosas sólo sus ideas, captando intuitivamente

la auténtica esencia que se manifiesta en ellas. No usan las

cosas sino que las contemplan. En principio, la genialidad se

identificaría con el arte; y se opondría a la forma vulgar

de conocer que se ocupa de las relaciones utilitarias entre

los fenómenos y de la ciencia.

63 MVR V.II, 141.64 MVR V.II, 80.65 MVR V.I, 218.

86

En general, Schopenhauer opina que la ‘carta de

nobleza’ de las obras del genio es ser inútiles: “Quien no

sigue siendo durante toda su vida un niño grande, sino que

se vuelve un hombre serio, templado, maduro y racional,

puede ser un ciudadano muy valioso y hábil de este mundo,

pero jamás un genio”66. El genio es solitario, incomprendido

e inadecuado a su tiempo; y los seres ordinarios no pueden

comprender realmente su obra, sino, a lo mucho, aceptarla.

Según esta oposición, los hombres más mundanos serían

perspicaces, prudentes, vividores y conocedores sólo de

cuanto les sirve para vivir. Los genios, en cambio, serían

grandes contempladores y artistas, pero inadaptados a este

mundo mezquino. Sin embargo, la experiencia demuestra que no

se puede oponer sin más al hombre genial y al hombre

mundano.

Schopenhauer presenta otra cualidad del espíritu

diferente a la “genialidad”, pero que podría ayudar a

perfilar una “genialidad” menos estereotipada: se trata de

la vivacidad del espíritu, que es “el grado de facilidad con

que un pensamiento invoca a otro con el cual guarda alguna

relación”67. Si las relaciones no se entendieran

exclusivamente como las de la causalidad, y si se admitiera

que ‘descubrir’ una relación es, a menudo, crearla, esta

vivacidad del espíritu podría abarcar también al ámbito

artístico e incluso al práctico: aunque en teoría

66 MVR V.II, 453.67 MVR V.II, 145.

87

(schopenhaueriana) la genialidad no tiene nada que ver con

la moral, se nos dice que “[Al contrario del mezquino],

quien es grande se reconoce en todo y en el conjunto: no vive

en el microcosmos, como aquél, sino más bien en el

macrocosmos. Por eso se interesa por el conjunto e intenta

abarcarlo, para exponerlo, explicarlo o incidir

prácticamente sobre él. Pues no es algo que le sea ajeno y

siente que le incumbe”68.

Cabría esbozar una grandeza espiritual común a diversas

manifestaciones, con lo cual la genialidad no tendría por

qué ser exclusiva del arte. En el campo artístico, en el

científico o en el práctico, lo importante del exceso de

voluntad (encaminado creativamente), es que se oponga a lo

gris, a lo pequeño, a lo mezquino y a lo ordinario.

Nietzsche, que retomó esta iniciativa, no tuvo inconveniente

en que el superhombre descollara en cualquier ámbito. Estos

apuntes sobre la no exclusividad de las competencias de los

genios servirán como referencia a la hora de considerar, más

adelante, el papel de la razón en la moral.

Con todo, Schopenhauer tiene motivos para denunciar a

la ciencia y enfatizar su diferencia con el arte y la

libertad humana. Quizá una forma de comprender esos motivos

sea considerándolos retroactivamente: Weber, en “La

profesión y la vocación del sabio”69 critica a la

68 MVR V.II, 441. 69 WEBER, Max, Le savant et le politique, tr. de Catherine Colliot-Thélène, LaDécouverte, Paris, 2001, p. 84.

88

intelectualización y a la racionalización por suponer que,

si quisiéramos, podríamos saberlo todo sobre nuestras

condiciones de vida sin que alguna potencia misteriosa o

imprevisible interviniera: que podríamos dominar todo a

través del cálculo70. Weber considera que su época vive un

desencantamiento de la racionalización, por el cual es

consciente de que el progreso de la ciencia no tiene sentido

más allá de la dimensión puramente práctica y técnica, de

que, sin importar cuanto avance, la ciencia no significa

nada, al contrario del arte, cuyo significado es atemporal.

Por eso propone que, puesto que somos conscientes de que la

ciencia no da ni el sentido de la vida ni nos dice qué

hacer, debe limitarse a su propia esfera y no intervenir en

política (neutralidad axiológica).

Reconocemos en esta crítica varios elementos

schopenhauerianos, varias décadas después y con otro

tratamiento del problema. Si en efecto se trata del mismo

problema, podemos entender la condena general a la ciencia

como una crítica cultural por parte de Schopenhauer – que

probablemente puede extenderse a otros contextos –, pero que

no puede aspirar a una validez para todo tiempo, todo caso y

todo dominio semántico. Los conceptos schopenhauerianos

deberían tomarse como retratos de las disposiciones

espirituales, de las diversas aristas de la experiencia; y

no como parcelación unívoca y trascendente de la realidad.

70 Ibid., p. 83.

89

2. 4. La voluntad no es la cosa en sí71

Hemos analizado el dualismo schopenhaueriano en varias

de sus manifestaciones: la causalidad vs. la libertad, la

afirmación de la voluntad vs. su negación y la ciencia vs.

el arte. Ahora discutiremos la doctrina que sustenta este

dualismo trascendental: la pretensión de que la voluntad sea

la “cosa en sí”.

La parcelación de la realidad en voluntad y

representación se enraíza en la doctrina parmenideana. Como

esbozábamos antes, la voluntad, en la que no existe lo

singular ni lo plural, ni el antes ni el después, ni nada

que pueda ser apreciado por la razón en la representación,

pasa por el principio de individuación, que es una especie de

embudo por cuyo lado estrecho salen enfilados los fenómenos,

uno tras otro, siendo los primeros indefectiblemente las

causas de los que vienen después.

Aquí tenemos la vieja noción parmenideana y platónica

según la cual el mundo sensible sería la manifestación

múltiple de un origen o sustrato uno, del Ser mismo. Simmel

denuncia la improcedencia de deducir la unicidad de la

voluntad a partir de la pluralidad de los fenómenos, y añade

que la pluralidad absoluta del ser es una posibilidad

metafísica igualmente válida a la de su unicidad72. Pero en71 Este apartado contiene argumentos análogos a los de Georg Simmel enSchopenhauer y Nietszche, donde se expone la mejor comprensión crítica defilosofía schopenhaueriana de la que tengo noticia. 72 SIMMEL, Georg, Schopenhauer y Nietzsche, Op. cit., pp. 65-70.

90

la filosofía de Schopenhauer, aquello que en el mundo

sensible es susceptible de generalización, se reifica en las

ideas y el uno. Aristóteles, en el libro M XIII de la

Metafísica, arremete contra estas instancias metafísicas

arguyendo que el género no es un ser. Sobre la voluntad

schopenhaueriana, igualmente se tiene que reconocer que, en

cierto sentido, es una generalización a partir de la

multiplicidad de experiencias – lo cual el mismo

Schopenhauer admite en varias ocasiones.

Resulta grave que Schopenhauer, detractor de los dogmas

del cristianismo, atribuya a la voluntad las características

que Parménides atribuye al ser, porque esta doctrina, por la

vía de Platón, permeó en la patrística, en el cristianismo y

en el occidente teísta en general. Sin embargo, hay que

tomar en cuenta que Aristóteles dio un giro extremo cuando

le negó existencia real al género, al concepto y a la idea

en su afán por referir todo ser a la sustancia – lo separado y

determinado. Aunque estas instancias no son reales en el

mismo sentido que los objetos materiales, las ideas de todo

tipo – coloquiales, científicas, artísticas – también

contribuyen a conformar la experiencia que tenemos del

mundo, como muestra detalladamente Merleau-Ponty en su

Fenomenología de la percepción73. 73 La doctrina de que existen ideas de los objetos naturales pero no delos artefactos, muestra la inadecuación de la teoría de las ideas en suversión original. También debería haber ideas de los artefactos, porquelo propio de las ideas es ser molde de fenómenos que siempre hanexistido sin variaciones significativas: lo propio de la idea es ser unreferente abstracto con personalidad suficiente como para ser parte

91

Así pues, la voluntad no debe ser entendida como una

instancia metafísica parmenideana-platónica, ni tampoco debe

ser relegada a la inexistencia por un sustancialismo

extremo. La voluntad debe ser entendida fenomenológicamente

tal como Merleau-Ponty entiende otros conceptos que pueden

formar parte de nuestra experiencia: como conceptos que a un

tiempo surgen de la experiencia y la posibilitan. Si la

voluntad no existe independientemente de la experiencia que

tengamos de ella, lo que nos posibilitará para acceder a

ella no será una intuición pura, sino un esquema vital que

le confiera sentido, y donde necesariamente entra en juego

lo abstracto – aunque Schopenhauer estigmatice la

abstracción como forma de conocimiento.

A las características parmenideanas atribuidas por

Schopenhauer a la voluntad, se suman las que resultan de una

trasgresión directa de las enseñanzas de Kant. El idealismo

constata que todo “mundo”, “existencia” y “experiencia” lo

es en virtud de que corresponde con nuestras formas de

conocimiento. En esto no puede haber concesiones, ni queda

lugar para la metafísica racional y con pretensiones

científicas. En gran medida, a partir de Kant, lo metafísico

se reserva para denunciar lo falso de las teorías que

pretenden sobrepasar toda experiencia posible. Para el

idealismo, la cosa en sí debería ser sólo una noción

efectiva de nuestro mundo cultural y espiritual.

92

negativa para designar un hipotético fundamento desconocido

que escapa a nuestras formas de experiencia.

Schopenhauer, en cambio, pretende que la voluntad sea

un fundamento metafísico para su ética: …la necesidad de un fundamento metafísico es tanto más

acuciante cuanto que los sistemas filosóficos, igual que los

religiosos, son unánimes acerca del hecho de que la

significación ética de las acciones tiene que ser al mismo

tiempo metafísica; es decir, una significación que sobrepase

el mero fenómeno de las cosas y así también toda posibilidad

de la experiencia y que, por consiguiente, se encuentre en

la más estrecha conexión con la totalidad de la existencia

del mundo y con el destino del hombre, pues la costumbre

máxima en la que culmina el significado de la existencia en

general es, con seguridad, lo ético74.

La voluntad que actúa como “fundamento metafísico”, no es un

concepto negativo o problemático, a la manera en que Kant

calificó la cosa en sí, sino que es cognoscible en sus

principios rectores y en sus ideas. Entonces, sostener que

la voluntad es la cosa en sí, o dejar esto sin matices,

sería suficiente para desacreditar la doctrina

Schopenhaueriana75. Si la voluntad fuera la cosa en sí, no

nos debería preocupar para nada, pues no sería algo que

74 DPFE, pp. 307-308. 75 Al respecto, Simmel afirma: “Permanecemos en el mundo de losfenómenos, aun cuando tengamos conciencia de la voluntad y hablemos deella (…) Esto debe tenerse siempre en cuenta, si no se quiere tomar lametafísica de Schopenhauer por una mitología, por un antropomorfismofantástico. Cierto que él mismo ha dado pretexto a ello, al declarar sinreservas: “La voluntad es la cosa en sí”.”, SIMMEL, Georg, Schopenhauer yNietzsche, Op. cit., p. 47.

93

pudiéramos aprehender. La voluntad schopenhaueriana, en

cambio, nos concierne porque constituye nuestra dimensión

espiritual. Simmel dice que Schopenhauer hace mal uso de la

distinción kantiana entre fenómeno y noúmeno, puesto que

Kant había abierto con ello la posibilidad de buscar en

nosotros mismos el ‘absoluto’ y el ‘más allá’76, y

Schopenhauer habría rechazado esta salida. En realidad,

Schopenhauer sólo la rechaza en apariencia; sí cumple con la

promesa kantiana descrita por Simmel, al hacer de la

experiencia más íntima la clave de interpretación del

universo, sin que eso necesite de metafísica alguna.

Entonces, ¿por qué Schopenhauer vuelve a recurrir a la

cosa en sí? Retomemos las circunstancias históricas en que

su antecesor filosófico escinde el fenómeno y la cosa en sí.

Kant esgrime La crítica de la razón pura contra quienes pretenden

hacer afirmaciones inaccesibles a la razón. Que haya un

Dios, que el hombre sea libre, que el mundo exista o no más

allá de nuestras representaciones, que sea eterno… todo esto

no se puede saber; sólo creer o pensar. Estamos en los

albores de la Ilustración. La razón humana, que en el mundo

occidental pretendía ser el canon de todo desde Platón,

ahora tiene que aceptar que su desarrollo espiritual – sobre

todo el cristianismo – no ha sido racional. Kant despoja a

la razón de sus atribuciones ilegítimas y le permite

conservar sólo su pequeño dominio. Schopenhauer se rebela

76 Ibid, pp. 46-47.

94

entonces contra la idea de que la ‘experiencia posible’ sea

tan limitada, por lo que enfatiza la existencia de todo un

reino aparte, que no solamente existiría, sino que sería la

cosa en sí.

Enseguida trataremos de explicar por qué, tomando en

cuenta estos antecedentes del contexto kantiano, es

comprensible el énfasis schopenhaueriano de la distinción

metafísica entre representación y voluntad. Hay dos

elementos rescatables de esta pretensión metafísica.

En primer lugar, el énfasis en la diferencia entre lo

utilitarista-cotidiano, y lo ético-artístico. Schopenhauer

postula la voluntad como la raíz profunda del mundo en

contra del materialismo y del naturalismo77; contra la

tentación de explicar el mundo de forma cientificista. Es un

grave error decir que el mundo tiene sólo un significado

físico y no uno moral78. Contra este error actúa la

filosofía, que es “la correcta comprensión universal de la

experiencia misma, la verdadera aclaración de su sentido y

contenido”79, el cual consiste en “los fenómenos

intelectuales y éticos”80.

En segundo lugar, es rescatable la pretendida marcha

más allá de la experiencia, en tanto que es, en realidad, un

intento por abarcar toda la experiencia. En el contexto

kantiano, se prohibía decir cuál era el sentido u origen77 MVR V.II, 361.78 PP, §109.79 MVR V.II, 204. 80 MVR V.II, 198.

95

último del mundo. Schopenhauer toma esta enseñanza, y

recorre todo lo cognoscible, desde lo más vasto hasta lo más

minucioso, desde las formas más ingenuas hasta las más

sofisticadas de percibirlo, precisamente para mostrar que,

si algo se puede decir sobre su totalidad, es que carece de

sentido o finalidad cognoscible. Así, al tratar de

considerarlo “todo”, todo cae bajo una misma tónica. Además,

desde esa perspectiva se pueden hacer consideraciones

generales sobre la naturaleza y los seres vivos – nosotros

incluidos. Esas son las constataciones “metafísicas”:

observaciones generales sobre todo lo que sabemos que

existe.

El corazón de la filosofía schopenhaueriana exige, en

realidad, que nos mantengamos en esta línea, considerando a

la voluntad como generalización de lo observable, y que

huyamos de la doctrina de la voluntad como cosa en sí

parmenideana. Schopenhauer da pie a esta interpretación en

muchos pasajes. En su crítica de la filosofía kantiana, dice

que es falso que el misterio del mundo sólo pueda

esclarecerse recurriendo a aquello que está fuera del mundo:

“…no tenemos ninguna razón para cegarnos la más copiosa

fuente de cualquier conocimiento, la experiencia interna y

externa (…) la solución del enigma del mundo ha de proceder

de la comprensión del mundo mismo”. La estrategia para esto

es “[hacer] confluir en un punto a la experiencia externa

con la interna (…) si bien esa solución sólo será posible

96

dentro de ciertos límites que son inseparables de nuestra

naturaleza finita y, por ende, logremos una correcta

comprensión del mundo mismo sin alcanzar una explicación

definitiva de su existencia que suprima todos los problemas

ulteriores”81. En el segundo volumen de su obra principal,

Schopenhauer abunda sobre el carácter mundano de la

comprensión posible del mundo. Ahí explica que sólo podemos

acceder al conocimiento de la voluntad de manera parcial,

mediada por nuestra limitada y fragmentaria forma de

conocimiento: “¿qué es la cosa en sí, al margen de que se presenta como voluntad o en

general se manifiesta, o sea, es conocida? Esta cuestión nunca puede verse

respondida, porque – como se ha dicho – el propio hecho de llegar a ser

conocido contradice el ser en sí, y todo lo conocido ya es en cuanto tal

sólo fenómeno82.

Incluso dice: “Confieso que todo lo dicho aquí sólo es

propiamente una imagen y un símil e incluso que en parte es

algo sólo hipotético, pero nos encontramos en un punto al

que apenas llegan los pensamientos y mucho menos las

pruebas”83. Esta actitud, en donde el origen del

conocimiento de la voluntad es la experiencia mundana, y que

por lo mismo comporta ciertas limitantes, es la que nos

interesa conservar y explorar en este trabajo.

¿Qué podría pasar con el concepto de voluntad si se

tiene en cuenta que, lo que se pueda pensar sobre él, se

81 MVR V.I, 506-507.82 MVR V.II, 221. 83 MVR V.II, 315.

97

refiere a la experiencia y no a una instancia ajena a ésta?

En la voluntad, Schopenhauer aprehende la indeterminación,

la no necesidad, y por eso llama a la voluntad libre. Éstas,

para él, son características de lo en sí, y son contrarias a

la causalidad que enlaza los fenómenos. Pero, en realidad,

si la indeterminación alcanza a ser pensada, será sobre

aquello de lo que tenemos experiencia, y no hay por qué

relegarlo a lo que está más allá de ella. La perplejidad de

lo no necesario, entonces, alcanza a los fragmentos de las

cadenas causales y a sus conexiones mismas. ¿Por qué las

cosas funcionan justamente así y no de otro modo? No se ve

el motivo, la necesidad. Tan incomprensible como que el

pollo exista es el que su existencia tenga que desplegarse

en las fases (huevo, pollo) y que la “necesidad” le impida

hacerlo todo a la vez84. Lo “necesario” sólo lo es si lo

consideramos desde el punto de vista de la causalidad y del

cientificismo. Así, el concepto de voluntad, si se apega a

su filiación empírica, puede arrojar aprendizajes

inesperados.

Por otro lado, si se toma en serio la indeterminación de

la voluntad, ello obliga a abstenerse de atribuirle ciertas

propiedades, pues al tratar con la voluntad, tratamos con un

intento de totalidad a partir de la experiencia; terreno

riesgoso donde, como dice Schopenhauer, no caben las

pruebas. Un ejemplo: Schopenhauer plantea la hipotética

84 El ejemplo del ‘pollo’ es presentado en MVR V.II, 292-293.

98

situación de que pudiéramos contemplar todos los grandes

acontecimientos de la historia que nunca hubieran ocurrido,

por haberlos frustrado algún azar85. Como a la voluntad le

es indiferente el tiempo y el espacio, dice, cualquier idea

que por un azar no se hubiera concretado en un momento dado,

tendría un tiempo infinito para hacerlo, y lo haría,

eventualmente. Algo parecido sucede con la afirmación que

Schopenhauer retoma de Aristóteles para describir a la

voluntad: “la naturaleza no hace nada en vano y no crea nada

superfluo”86. En este contexto, quiere decir que todos los

detalles de la naturaleza están concebidos para su complejo

funcionamiento y equilibrio, lo cual descarta,

ilegítimamente, la posibilidad de que la naturaleza, o

incluso la totalidad del universo pudieran contener los

gérmenes de su autodestrucción.

Además de la precaución en la caracterización de la

voluntad dado su objeto, es necesario tomar en cuenta que el

concepto de voluntad no puede ser la excepción en esta

consideración epistemológica que ya hemos mencionado: el

origen, el sustento, la validez de todas las creencias y los

conocimientos, es únicamente la experiencia. Y la

experiencia va cambiando – en forma y contenido – en las

épocas, en las culturas y en los individuos. Esta

modificación a la teoría kantiana es un logro de la

filosofía posterior a él, comenzando por Hegel, quien

85 MVR V.I §35 (213-217)86 MVR V.II, 316.

99

historiza la razón, y continuando con la tradición

historicista y hermenéutica. Ante esta nueva evidencia,

tenemos una especie de idealismo mejorado según el cual las

verdades tienen una doble restricción: se les prohíbe una

validez absoluta – sólo pueden aspirar a la fenoménica –; y

se les prohíbe una validez eterna y universal, porque la

humanidad cambia en el tiempo y en el espacio.

El concepto schopenhaueriano de voluntad, sin embargo,

tiene contenidos y aprendizajes que pueden sobrevivir tanto

al despojo de las cualidades metafísicas, como a todas las

precauciones epistemológicas que acabamos de enumerar. Las

palabras clave para caracterizar el status que aquí le

damos, podrían ser ‘metáfora’ e ‘hipótesis’. Esto no es, en

ningún modo, desdeñable. No hace falta ir a tradiciones

ajenas a la occidental (donde tal vez esto resultaría más

evidente) para entender por qué. Todas las disciplinas

intelectuales, incluyendo las ciencias naturales – y ni qué

decir de la filosofía y las ciencias sociales –, para

explicarse el mundo, recurren a imágenes, experimentan

preguntándose si ‘tal cosa’ es como ‘tal otra’. Si la imagen

es afortunada, puede quedarse y erigirse en paradigma de

comprensión, e incluso en la vía privilegiada – y hasta

única – de aprehensibilidad de un cierto fenómeno. Merleau-

Ponty, por ejemplo, evidencia con claridad esta dinámica

epistémica. Así que, en principio, el concepto de voluntad,

ante estos despojos y ante este status, no corre ningún

100

riesgo. Lo pondremos a prueba en el verdadero terreno de

lucha: su capacidad para hacernos pensar, explicarnos,

hacernos ver e inspirarnos.

Distinguiremos dos vertientes del aprendizaje que se

puede derivar del concepto de voluntad. Estas dos vertientes

no se dan por separado en la filosofía de Schopenhauer, pero

aquí las distinguiremos porque este trabajo tratará

fundamentalmente de la segunda. La primera vertiente surge

de la intrincada propedéutica – más que argumentación – por

la que Schopenhauer va iniciando al lector en una manera muy

peculiar de considerar al mundo y a sí mismo. Este viaje, y

su destino, podrían denominarse la ‘tónica existencial’ de

la filosofía schopenhaueriana. Con la filosofía de la

voluntad, Schopenhauer pretende iniciarnos en el

reconocimiento de que, el sentimiento por el cual nos

identificamos con nuestro ser y nuestro querer, nos da

acceso a comprender la condición de todo cuanto existe.

Schopenhauer nos lleva en un recorrido por todo aquello que,

tanto en el mundo como en nosotros mismos, ocurre y llega a

ser sin la mediación de razón, entendimiento, ni conciencia

alguna; y que aún así tiene una impronta común caracterizada

como voluntad. La razón, nos muestra Schopenhauer, es

gestora únicamente de unas cuantas partículas de la

realidad, que se inscriben en un orden previo,

inconmensurable en comparación. Nosotros mismos como

humanos, - ínfimas partes de la totalidad -, consistimos, en

101

gran medida, en un querer que nos ha llevado hasta donde

estamos, que nos ha ido formando y vivificando desde la

gestación, desde antes de ella, desde antes de que siquiera

tuviéramos conciencia. En semejante consideración del mundo,

muestra Schopenhauer, no está a la vista un origen, un

objetivo ni una justificación de la existencia del mismo; ni

de su gran derroche de exhuberancia, esfuerzo, violencia y

sufrimiento. Los resultados negativos de esta propedéutica

son varios: se rechazan las cosmovisiones teístas, las

teleologías optimistas, se destrona el antropocentrismo y se

derrumba la centralidad de la razón – tanto en el mundo y en

los hombres. En este mismo sentido, aún Horkheimer enfatiza

especialmente el mérito schopenhaueriano de destronar el

antropocentrismo y el teísmo87. En cuanto a los resultados

positivos, Simmel expresa el sentimiento presente en la

filosofía schopenhaueriana como la intuición de que, en

nosotros, manifestaciones finitas – así como en cualquier

otra manifestación finita – reside misteriosa e

inefablemente lo infinito88. Esta visión del mundo como

voluntad, fue violentamente revolucionaria en el contexto de

su gestación, y sigue siéndolo hoy. Sus frutos – los

actualizados y los potenciales – abarcan una amplia gama, y

están emparentados con diferentes tipos de experiencias de

87HORKHEIMER, Max, “Schopenhauer Today”, en FOX, Michael, (ed.),Schopenhauer : His Philosophical Achievement, The Harvester Press – Barnes &Noble, Sussex – New Jersey, 1980, pp.25-33.88 Ver SIMMEL, Georg, Schopenhauer y Nietzsche, Op. cit., Madrid, 2004, pp.48-49.

102

las culturas más dispares. Numerosos artistas y filósofos,

entre ellos Wagner y Nietzsche, se vieron afectados e

inspirados por esta vertiente del aprendizaje de la voluntad

schopenhaueriana.

Aunque, evidentemente, este trabajo también está

inspirado en dicho aprendizaje, estará más bien centrado en

una segunda vertiente del concepto de voluntad: se trata de

la ética como una comprensión de la identidad de la

voluntad. ¿En qué consiste dicha identidad? Se pueden

distinguir varios niveles. Uno de ellos es el de la mera

similitud entre nosotros y otros seres. Hay signos que nos

hacen suponer teórica y/o prácticamente que esos otros seres

funcionan como nosotros en ciertos aspectos.

Este tipo de identidad la podemos tener, además de con

los humanos, con plantas y animales, en diversos grados. Con

las plantas, lo común es el estar vivos, crecer, procurarse

alimento, funcionar en pro de uno mismo, estar privado de lo

que uno necesita, echarlo en falta e impulsarse para

procurárselo. Con los animales, todo lo relacionado con

procurarse lo necesario, estar bien y continuar, nos es

inmediatamente comprensible: el tener hambre, huir, estar

alerta de algún peligro, sentirse seguro, estar lastimado,

estar perdido o confundido. Estas características comunes

son parte de la clave de interpretación del animal. No

necesitamos que nos expliquen por qué busca su alimento, por

qué se protege, por qué procura hacer lo que le conviene a

103

su salud y a su supervivencia. Lo comprendemos

inmediatamente tanto en ellos como en nosotros. En el caso

de los humanos, se acumulan todas las similitudes

anteriores, más una gama amplia y sofisticada de

sentimientos compartidos que atañen a lo más básico de

nosotros: todos nos sentimos con derecho de estar bien, de

vivir, de tener lo necesario. Además, todos queremos ser

alguien, ser conocidos, ser reconocidos, queridos y

respetados. Mucha de nuestra convivencia con los otros, de

nuestra comprensión de lo que hacen y de nuestra emisión de

un comportamiento comprensible para los otros, se basa en la

conciencia de compartir estas características, propias de la

voluntad schopenhaueriana.

La que acabamos de repasar sucintamente, es una

identificación por signos objetivos que denotan equivalencia

de sentimientos o experiencias. Sin embargo, la identidad de

la voluntad no se restringe a esta dimensión. Otro sentido

de la identidad es la mismidad. Esto se refiere a que nos

concierna la vida y el bienestar de los otros, con un

interés tan originario como si se tratara de nosotros

mismos. Si queremos ilustrar la diferencia entre el primer

sentido de la identidad y el segundo, recordemos que

Schopenhauer tematiza el caso de quienes actúan con el

conocimiento del primer tipo – la identificación por signos

objetivos –, pero sin el conocimiento del segundo – la

implicación con el bienestar de los otros como si fuera el

104

propio. Tales personas aprovechan la comprensión del otro

para manipularlo, o abusar de él. El segundo sentido de la

identificación, entonces, es la identificación ética, y

consiste en la paradoja de que nos concierna la suerte del

otro, aunque no la experimentemos en carne propia, aunque no

tenga un interés personal para nosotros, aunque este

comportamiento no obedezca a una ley divina ni contribuya a

una realización de una armonía final. De ahí la formulación

ilustrativa: ‘soy el otro’. Quien actúa motivado por la

identidad de la voluntad en este sentido, se interesa por el

otro, reconoce su subjetividad, sus derechos, quiere su bien

y no quiere su mal. De esta identificación, o de un grado de

ella, hay evidencias casi por doquier.

De tal parecer es Thomas Nagel, quien, en su obra La

posibilidad del altruismo89, se pregunta cómo es posible que nos

interese el bien de otro directamente. Para responderse,

afirma que nuestra preocupación directa por los sentimientos

del otro es una característica formal del razonamiento

práctico. Un filósofo, o cualquier persona que afirme ser

egoísta, argumenta Nagel, no pensará que alguien tenga

razones para ayudarlo cuando él lo necesite, a menos que le

convenga para un interés propio. Nagel no cree que alguien

pueda genuinamente ser así90. Este argumento nos recuerda la

negativa de Schopenhauer a creer que se pueda ser realmente

89 Ver NAGEL, Thomas, La posibilidad del altruismo, tr. de Ariel Dilon, Fondo deCultura Económica, México, 2004 [1970].90 Ibid, p. 94.

105

un ‘egoísta teórico’. Otro ejemplo de Nagel para ilustrar

cómo asumimos que los sentimientos de unos conciernen a los

otros, es cuando alguien nos agravia. Lo culpamos por ello,

lo desaprobamos, sin importar si había o no de por medio un

interés para el agravador91. Nagel concluye: “Existe, en

otras palabras, tal cosa como el puro altruismo (aunque

puede ser que no ocurra nunca aislado de todo otro

motivo)”92. Este ‘puro altruismo’ que Nagel aísla

conceptualmente, corresponde a la identidad de la voluntad

en el sentido que estamos tratando.

Un tercer sentido de la identidad de la voluntad es el

que puede derivarse de la conceptuación intencional tanto

del primer sentido como del segundo. El resultado es un

concepto inspirador y orientador, y es el concepto que más

se quiere explorar aquí. Si tenemos la experiencia de que

nos afecte la suerte del otro, y hacemos conciencia de que

hay signos objetivos que permiten la identificación con él,

ambos elementos se pueden conjugar en un intento por estar

más atentos a los esos signos, por interpretarlos

correctamente, por responder a ellos sensatamente, por

incluir en nuestra consideración aún a aquellos signos que

no son evidentes o inmediatos. Es decir, se trata de un

esfuerzo racional por la construcción teórica y práctica de

la identidad de la voluntad como orientación ética.

91 Ibid, p. 155.92 Ibid, p. 90.

106

Este esfuerzo, sin embargo, este esfuerzo no podría

resultar en un concepto unívoco, libre de controversias ni

invulnerable a las modificaciones, por los motivos que

veíamos anteriormente. La ‘identidad de la voluntad’ que

pueda ser pensada, variará según el ángulo, el alcance y la

flexibilidad de la perspectiva de cada quien. Incluso, se

podría diferir a tal grado – por tratarse de dos culturas

aisladas entre sí, por ejemplo – que los intentos de pensar

desde la perspectiva de la mismidad, no tuvieran

absolutamente nada en común. Son susceptibles de

ambigüedades, de controversias y de variaciones: la

definición de los signos objetivos para la identificación,

el grado de identidad ética que se pueda aceptar, y la

construcción de la identidad de la voluntad que pueda

resultar de la conjunción de ambos niveles. Una controversia

muy recurrente sería la del grado de identificación que se

le pueda asignar a ciertos seres. Por ejemplo: ¿son dignos

de consideración ética los animales? ¿Y los seres en

gestación? ¿Son dignos de consideración ética todos los

seres humanos, o se debe excluir a ciertos grupos sociales y

étnicos? Schopenhauer no reconoce esta indefinición: para

él, la ética es una y la misma en todo momento y lugar,

puesto que surge de la intuición de la voluntad, que no es

afectada por el principio de individuación. Aquí

combatiremos esta postura, no sólo por las consideraciones

epistemológicas que esbozábamos más arriba, sino porque, en

107

nuestra interpretación, el hecho de proponer a la comunidad

de la voluntad como clave para la ética, en lugar de

proponer fundamentos más seguros y canónicos, es

precisamente una de sus ventajas. Si el concepto de

identidad de la voluntad encuentra resonancia en quienes

intenten pensarlo, si resulta que cuenta con un mínimo común

que lo haga persistente y accesible a la intersubjetividad,

entonces no tendría que jugar en su contra el hecho de no

tener un contenido absolutamente definido, unívoco, unitario

e inmutable.

La noción schopenhaueriana de identidad de la voluntad,

nos permite aprehender en la ética algo que otras

concepciones no captan. Si la voluntad es la experiencia

primaria de querer vivir y procurar el propio bien, que es

lo que más nos importa, afecta y constituye; entonces,

hablar de comunidad de la voluntad significa que el interés

por el otro aparece también como originario, primordial,

constitutivo, buscado como un bien en sí. El concepto de

voluntad le da a la ética un enfoque positivo: en vez de ser

tratada como un engorroso deber, como un mandato divino,

como un comportamiento de consistencia y motivaciones poco

claras, o como una receta para la buena convivencia, la

ética es tratada como la consideración del otro, a la que

nos motiva la misteriosa identificación con su suerte, y que

corresponde al mismo impulso por el cual procuramos nuestro

propio bien.

108

Con la doctrina de la comunidad de la voluntad,

Schopenhauer presenta numerosas enseñanzas prácticas. Éstas

están inmersas en un sistema aún más amplio que ofrece

teorías, imbricadas entre sí, concernientes a los más

diversos niveles de la realidad. En este capítulo hemos

intentado aclarar la ingeniería interna de dicho sistema,

ingeniería basada en la dualidad formada por la voluntad y

la representación. Con esto hemos pretendido preparar el

terreno para discutir sobre la ética fundada en la hipótesis

de la comunidad de la voluntad. Contamos ya con bases para

cuestionar que toda ética tenga que ser un escape de la

representación, una desobediencia al mandato de buscar

nuestros intereses y los de la continuidad de la especie.

Intentaremos rechazar que la identidad ética de la voluntad

vaya necesariamente aparejada con el pesimismo, la compasión

y la renuncia. En vez de eso, trataremos de aprovechar el

acervo schopenhaueriano para complejizar la cuestión, y

luego esbozar una ética con tendencia política.

109

Capítulo 3- Las consecuencias prácticas de la filosofía de Schopenhauer

Hasta ahora hemos analizado diversos aspectos del

sistema schopenhaueriano que constituyen la base doctrinal y

conceptual de su filosofía. El eje que guió dicho análisis

fue el énfasis en la separación de la representación y la

voluntad, y hemos tratado de mostrar en qué sentidos es

pertinente dicha separación. Ahora revisaremos las

consecuencias prácticas de su filosofía: la visión pesimista

del mundo y la ética de la compasión y la renuncia. En

principio, las enseñanzas prácticas de Schopenhauer apuntan

a una indiferencia por el mundo. Sin embargo, tras esta

revisión, esperamos mostrar cómo el concepto de voluntad

puede ayudar a pensar en una ética con tendencia política.

3. 1. El pesimismo de Schopenhauer

Como ya hemos dicho, Schopenhauer ofrece una visión

sombría y desesperante. Para él, no sólo la organización del

mundo y la vida humana son lamentables, sino que la mera

existencia del universo lo es. Toda forma de vida implica

una tensión permanente, una suerte de movimiento esforzado y

violento93; y sin embargo, nosotros proseguimos nuestra vida

con gran interés y mucha solicitud, tanto tiempo como sea

posible, evadiendo el hecho de que nuestra existencia es un

93 Ver MVR V.II, 402.

110

continuo sufrir y morir94, en el que nunca se obtiene una

satisfacción duradera. Para Schopenhauer, todo placer es una

ausencia temporal de dolor, y no comporta un carácter

positivo, lo cual se manifiesta en la forma misma de la

representación, que está hecha solamente para buscar las

causas de satisfactores potenciales de la voluntad. Así, el

hombre es sólo una herramienta de la voluntad, de la que

ésta se desentiende tras su muerte, “desde el momento en que

ha servido a la conservación de la especie”95. Pero, según

Schopenhauer, es el mismo hombre a quien hay que atribuirle

su bajeza y su desgracia, porque su ser se identifica con su

querer.

Ante esto, ¿qué opciones tiene el hombre? Como habíamos

visto, para Schopenhauer, cambiar su carácter no es una de

ellas, pues éste es innato e inmutable. Todas las cualidades

adquiridas a posteriori son una mera apariencia que no lo

redime en lo esencial96. La única manera de quebrantar el

sufrimiento es negando la voluntad, y ningún factor externo

al carácter innato de cada quien puede influir en esta

negación.

Los argumentos con los que Schopenhauer sostiene su

doctrina pesimista pueden clasificarse en a priori y a posteriori

(o empíricos). Los primeros, no se sostienen, y están en

consonancia con las pretensiones cientificistas y

94 Ver MVR V.I, 367.95 Ibid., 325.96 PP, §117.

111

metafísicas del resto de su sistema. Los segundos son

verdaderos argumentos que contribuyen a perfilar una visión

del mundo que puede ser esclarecedora.

Schopenhauer pretende, por momentos, que su pesimismo

se derive del idealismo kantiano. Kant separó por completo del fenómeno y sus leyes al enorme

e innegable significado ético de las acciones, mostrando que

éste compete inmediatamente a la cosa en sí, a la esencia

interior del mundo, mientras que aquél, o sea, el tiempo, el

espacio y todo cuanto los llena y se ordena en ellos según

la ley causal, hay que considerarlo como un sueño

inconsistente e insustancial97.

Pero el idealismo kantiano es una doctrina

epistemológica y no una apreciación espiritual.

Schopenhauer, sin embargo, utiliza el idealismo para sus

fines, y lo vincula a esta otra idea de ascendencia

platónica: puesto que las cosas nacen, mueren y son

efímeras, ese no puede ser su auténtico ser interior, no

puede ser el verdadero orden de las cosas “sino más bien una

envoltura que lo esconde a éste”98. Entonces, según él,

aquello que experimentamos cotidianamente en la forma de la

representación, es, de por sí, vano e inesencial en forma y

contenido.

Con esto, Schopenhauer pretende la irrefutabilidad de

su pesimismo:

97 MVR V.I, 503.98 MVR V.II, 543.

112

[Del reproche de parcialidad] está libre por ello nuestra totalmente

fría y filosófica comprobación de que el sufrimiento está

ineludiblemente fundamentado en la esencia de la vida, dado que dicha

comprobación tiene un punto de partida a priori y se lleva a cabo

igualmente a priori.99

Sin embargo, hay otra faceta del pesimismo schopenhaueriano

que consiste en apreciaciones a partir de la observación de

la realidad. Por lo mismo, éstas no son irrefutables ni

absolutas, pero aportan elementos para una visión original

del mundo.

En El mundo como voluntad y representación, por ejemplo,

tenemos un recorrido por los dolores mundanos, que si bien

no prueba la supremacía del dolor sobre el placer, sí nos

convence de su abundancia en el mundo. En gran parte, el

dolor que describe Schopenhauer es inflingido por la maldad

inherente a los hombres, a quienes describe como animales

salvajes, que normalmente están constreñidos por las reglas

de la civilización, pero que, cuando nada los detiene,

muestran su verdadera y temible naturaleza100.

Schopenhauer enfatiza el valor del pesimismo como una

correcta interpretación del mundo, como un ánimo adecuado

ante la realidad. Por ejemplo, exalta a los personajes de

las tragedias griegas, que se dan cuenta de que no hay una

justicia última garantizada como la que postulan las

religiones judaicas101. Reacciona contra quienes admiten y

99 MVR V.I, 382.100 Ver DPFE, p. 237; y PP, §109.101 Ver MVR V.I, 398-300.

113

defienden sin cuestionamientos esta desgraciada

existencia102. El pesimismo es el grito digno e impotente de

la criatura humana: “¡¿y todo esto para qué?!”.

Para Schopenhauer, las religiones pesimistas, a

diferencia de las optimistas, saben que la existencia del

mundo no se justifica por sí misma, que el mundo no debería

existir, o que, en todo caso, no debería ser así; que no

debería haber sufrimiento. Además, dichas religiones asumen

la culpa humana frente a esta situación. Aunque las

religiones de Oriente ya poseían este conocimiento, dice

Schopenhauer, fue el cristianismo quien dio a Occidente esta

lección: …les enseñó a mirar por encima de la estrecha, infeliz y

efímera vida terrenal, así como a no seguir considerándola

como un fin absoluto, sino como un estado de sufrimiento, de

culpa, de prueba, de lucha y de purificación, desde donde

uno puede elevarse por medio de los méritos morales y la

negación del propio yo hacia una existencia mejor que nos

resulta incomprensible.103

En la consideración filosófica, para Schopenhauer, el

asombro ante la existencia del mundo debería comportar una

desazón de que éste sea así y no de otro modo. No hay

ninguna necesidad de que el mal sea inherente al

funcionamiento del mundo, ni siquiera de que exista mal

alguno, físico o moral104. Para Schopenhauer, la vida no es

inteligible si creemos que el mundo está hecho para que102 MVR V.II, 408.103 Ibid., 721-722.104 Paráfrasis nuestra, Ibid., 188-190.

114

seamos felices, pues todo parece contradecir esa hipótesis.

En cambio, si abandonamos el dogma optimista, todo se torna

más claro. Schopenhauer propone partir de una visión del

universo que no presuponga en éste una teleología, un

sentido, ni una racionalidad.

El pesimismo schopenhaueriano también enfatiza la

cualidad onírica de la vida. La comparación de ésta con un

sueño es constante a lo largo de su obra. En El mundo como

voluntad y representación, dice que la vida no se distingue en

nada de los sueños, salvo por su continuidad. En muchos

otros pasajes la equiparación entre la vida y el sueño no es

tan literal, sino que se refiere a lo volátil que resulta

todo aquello que damos por sentado: desde nuestros

privilegios circunstanciales hasta la misma vida en nuestra

presente individualidad.

3. 2. Carácter inteligible y carácter empírico

Dada esta visión pesimista, como ya hemos dicho, la

ética, según Schopenhauer, consiste en evitar el engaño y el

sufrimiento del que somos víctimas a causa de la voluntad.

Existen tres formas de escape o salvación: el arte – aunque

no pertenece propiamente a la ética –, que brinda una paz

momentánea al ofrecernos una visión libre de la necesidad;

la moral mundana, que consiste en interactuar con los otros

sin el engaño de la individualidad y el antagonismo; y la

115

negación de la voluntad, que implica una renuncia al mundo,

a sus dolores y a sus falsos placeres.

Aunque Schopenhauer afirma que la ética es la parte más

interesante e importante de cualquier filosofía, para él, su

papel es meramente descriptivo, y no normativo. Anuncia que

no recomendará ni la afirmación ni la negación de la

voluntad, “lo que sería tan necio como ineficaz, puesto que

la voluntad en sí es absolutamente libre, se autodetermina

enteramente por sí sola y no hay ninguna ley para ella”105.

La posición de Schopenhauer es tan clara como controvertida:

la cualidad moral de los individuos es innata e inmutable.

Ningún factor externo influye en ella. A lo largo de su

vida, una persona puede tener una revelación espiritual que

la haga apartar el velo de Maya y negar la voluntad. Muchas

veces esto puede desencadenarse a partir de un intenso

sufrimiento, pero no ocurre así necesariamente, y esto

depende, en última instancia, de cada individuo, por lo que

la revelación no puede ser inducida al provocar el

sufrimiento. Lo único que cabe hacer por la salvación propia

o ajena es posibilitar la continuidad de la vida, para que

no se interrumpa su oportunidad de negar la voluntad. La

bondad en la interacción con otros, Schopenhauer la ubica

igualmente en el carácter innato de ciertos individuos.

Esta visión schopenhaueriana del carácter tiene la

consecuencia de restar toda problematicidad a la ética. Para

105 MVR V.I, 336.

116

él, el verdadero contenido de la ética es inmutable, y todos

los éticos son unánimes con respecto a la regla de oro, “por

muy distintas formas en que lo revistan”. Dicha regla es “no

ofendas a nadie; antes bien, ayuda a todos cuanto puedas”106.

Quien tiene su corazón en el lugar correcto tampoco tiene

dudas sobre la aplicación de esta máxima. Cuando mucho, sus

dudas se darán a nivel del entendimiento que discierne

causas, efectos, motivos y consecuencias. Al conocimiento

intuitivo por el cual todos sabríamos qué es lo justo,

Schopenhauer lo llama “derecho natural”107. Por eso, dice:

“La ética es, en verdad, la más fácil de todas las ciencias,

tal y como es de esperar; porque cada uno tiene la

obligación de construirla por sí mismo y, a partir del

principio supremo que radica en su corazón, deducir por sí

sólo la regla para cada caso que se presente…”108 Las

personas que actúan moralmente, entonces, lo hacen según una

ley unívoca inscrita de una vez por todas en sus corazones.

Sin embargo, este innatismo no le resta imputabilidad a la

ética, porque, según la doctrina schopenhaueriana, nuestro

ser se identifica con nuestro querer. Es así como

Schopenhauer, en “Sobre el fundamento de la moral”, explica

la coexistencia de libertad y determinación absolutas,

basándose en la distinción kantiana entre carácter

inteligible y empírico. La libertad se sitúa en el carácter

106 Ver DPFE p. 177.107 Ibid., pp. 261-262.108 Ibid., p. 275.

117

inteligible, mientras que la necesidad causal se sitúa en el

carácter empírico. El carácter inteligible sería la idea de

nuestro carácter, que es innata e inmutable, y que no

depende de ningún factor externo. En Kant, dice

Schopenhauer, “…el principio ético aparece como totalmente

independiente de la experiencia y su instrucción, como

trascendental o metafísico”109. El carácter empírico sería la

personalidad que va resultando cuando nuestro carácter

inteligible se enfrenta con las situaciones concretas. Para

Schopenhauer, a pesar de que esto sucede con total

necesidad, no significa que nos sentemos a contemplar el

desarrollo de nuestra vida, sino que nosotros mismos –

nuestro ser identificado con nuestro querer – somos nuestro

carácter inteligible y actualizamos nuestro carácter empírico,

y el primero sólo lo conocemos a posteriori.

Como decíamos anteriormente, esta forma de pensar las

cosas no desmiente a la libertad ni tampoco nos dice nada

sobre ella. El debate en torno a la existencia de la

libertad incluso ha sido juzgado por ciertos filósofos como

un falso problema en el que no debemos seguirnos

concentrando. La verdadera negación schopenhaueriana de la

libertad, en cambio, se juega en contenidos concretos, como

la atribución de un mismo carácter para la generalidad de la

humanidad: un carácter mezquino, capaz de ver solamente lo

que concierne a la satisfacción de su propia voluntad.

109 Ibid., p. 158.

118

Nos damos cuenta de que la negación de la libertad no

es un mero formalismo cuando leemos sobre la interacción

entre el carácter inteligible y el carácter empírico en

“Sobre el fundamento de la moral”. El carácter inteligible no

es tan incognoscible como se anunciaba en un principio: sí

podemos irlo conociendo, y podemos, guiados por este

conocimiento, afanarnos y luchar para que el resultado de la

vida que trazamos mediante nuestros actos, sea de tal modo

que su contemplación nos tranquilice lo más posible por

estar acorde con nuestro carácter innato. Quien logre vivir

de acuerdo a su propia personalidad será más feliz y

mostrará carácter, pero este carácter no será necesariamente

moral, sino que será aquél con el que hayamos nacido – sea

éste egoísta, malvado o compasivo110. El mensaje es que, si

acaso cabe un perfeccionamiento del carácter, éste no

consiste en la moralización sino en la adecuación a lo que

uno de por sí es.

Como todo depende de la voluntad y de los caracteres

inteligibles e inmutables, no se puede exhortar a alguien

para que niegue la voluntad, pues la fuerza y la orientación

de su carácter están dadas de antemano. Por eso,

Schopenhauer no cree que, ni la educación, ni el

razonamiento, ni las circunstancias en general tengan una

incidencia en la moral. Lo único que importa, dice

Schopenhauer, es el corazón. Los dones intelectuales, en

110 Ver MVR V.I, 357-362.

119

cambio, no pertenecen a la esencia humana, no le son

imputables, y por lo tanto no juegan ningún papel en la

moral, como tampoco lo juega la razón. Antes bien, la razón

es un estorbo a la moral, porque la conducta racional, que

va acorde con la representación, es una conducta de búsqueda

del propio bienestar. Por eso Schopenhauer opone la virtud a

la razón – en contraste con la tradición occidental de

pensamiento. Esto corresponde a aquella gesta

schopenhaueriana empeñada en quitar a la razón del centro

del universo; y quitarle al hombre el título de animal

racional. Pero ya habíamos argumentado que no se puede

asociar sin más la razón a la representación ni la virtud a

la voluntad, y que la “racionalidad” que Schopenhauer

presenta, a menudo coincide con el tipo de ética burguesa

que Weber retrataría después tan atinadamente; es decir, con

un comportamiento históricamente localizable.

3. 3. El ‘mundo como representación’ sí incide en la moral

Nos concentraremos en este aspecto particular del

pesimismo schopenhaueriano, según el cual, ni la razón, ni

el conocimiento ‘según la representación’, ni las

circunstancias, ni la acción de los demás, inciden sobre la

moral111. Defenderemos que todo esto sí juega un gran papel en

la moral entendida desde la comunidad de la voluntad, lo

111 Según Schopenhauer, como veremos a continuación, todo esto sólo incidesobre el hacer, pero no sobre el ser.

120

cual implica, además, que es posible la incidencia sobre la

moralidad a través de la incidencia sobre las circunstancias

en general. Aquí se anticipa una tendencia de la ética que

iremos desarrollando poco a poco: su carácter social, en

lugar de individual.

Hemos cuestionado que la representación pueda

caracterizarse como un mecanismo de obediencia a la

voluntad. Según el esquema schopenhaueriano, que liga la

representación – el conocimiento fenoménico – con la razón,

sería la intuición y no la razón el modo de acceder a lo

esencial. La intuición de la voluntad sería la vía directa

de acceso a la moral, sin necesidad de dar un rodeo por el

mundo. En lo que sigue, insistiremos en la idea contraria:

la moralidad está imbricada en el mundo, en nuestro

conocimiento fenoménico de él, incluyendo a la omnipresente

racionalidad. Para el tipo de ética que queremos esbozar –

inspirada en la comunidad de la voluntad – será vital

reconocer esta característica.

La postura de Schopenhauer, defensora de la intuición

como fuente privilegiada de conocimiento – conocimiento en

general, y no sólo el que tiene que ver con la ética –

implica restar importancia a todo aquello que no se puede

conocer por la mera observación, inmediatamente (ya sea

porque esté ausente, o porque sea abstracto). Por ejemplo,

insiste en que, “el examen y la observación de lo real,

siempre que ofrezcan al espectador algo nuevo, resulta más

121

instructivo que leer y escuchar”112. En general, para

Schopenhauer, como decíamos, en términos de ética, la razón

es una herramienta para la felicidad porque ayuda a

encontrar certeramente los satisfactores de la voluntad. Una

variante de esto es la razón como instrumento de la

contemplación anestésica: quienes sean racionales, lograrán,

gracias a los conceptos, gracias a una visión panorámica de

la vida, renunciar a los goces más vivos, y así llevar una

existencia bastante indolora113. No ignoramos que líneas

antes, reconoce que, si nos atuviéramos a la sola intuición,

estaríamos sujetos a la inmediatez, como los animales, y que

esto comporta cierta dignidad. Sin embargo, esta dignidad

nunca parece verificarse en una valoración positiva,

excepto, tal vez, cuando se menciona la capacidad que tienen

los conceptos para agrandar el campo de influencia del

sufrimiento más allá de lo inmediato, lo cual incentiva la

renuncia.

3. 4. Contexto

La intuición inmediata y simple es entonces el modo

privilegiado de conocimiento. Pero, para Schopenhauer, no

sólo podemos prescindir de la razón, sino que el contenido

mismo de lo aprehendido es indiferente para la moral, puesto

112 MVR V.II, 77.113 Ver, en MVR V.II, el capítulo 16: “Sobre el uso práctico de la razón y delestoicismo”.

122

que los mismos contenidos esenciales están disponibles en

cada parte del todo: no les afecta el principio de

individuación. El mundo ofrece la misma ‘información’, en

este sentido, sin importar si se considera una pequeña

porción de realidad, como una aldea, o una grande, como un

reino; ni importa tampoco la época de la situación en

cuestión. Correspondientemente, la situación histórica en

que se viva, el contexto social, el trato que recibamos de

los demás… todo esto no afecta la innata cualidad moral de

cada uno. Por eso, Schopenhauer considera que lo único que

cabe hacer por la moralidad de otro es posibilitar el

desarrollo de su vida, para que en algún momento tenga la

oportunidad de negar la voluntad. Sin embargo – y aquí

comienza nuestra refutación – posibilitar la vida de alguien

no sólo implica allanar el nacimiento. No basta con hacer un

ser humano, sino que hay que hacerlo sobrevivir durante un

número considerable de años, lo cual implica una determinada

socialización. ¿Quién podría afirmar que el tipo de crianza

y socialización que se le dé al niño será indiferente para

su moralidad? Parece innegable que el ambiente en que

vivamos es determinante para nuestra moralidad.

Pongamos un ejemplo planteado en los más radicales

términos schopenhauerianos. Imaginemos a una persona cuyo

carácter innato es justo (ni abusivo ni entregado:

llanamente justo), pero que vive rodeada de violencia,

insultos, ataques, amenazas, asesinatos y escasez. Esta

123

persona sólo quiere para sí lo que es suyo, y para otros, lo

que les corresponde a ellos. Sin embargo, dado su entorno,

tiene que luchar constantemente para conservar lo suyo y por

impedir que perpetren todo tipo de injusticias en su contra.

Por lo tanto es hostil, agresiva, desconfiada, grosera y

mentirosa. Probablemente, esto sería irreversible si la

situación se prolongara durante un número suficiente de

años. Pero si a una edad tierna del individuo, el ambiente

cambiara, o él mismo fuera trasladado de ambiente, podría

convencerse poco a poco de que otra forma de vida es

posible, y entonces poner de manifiesto su carácter justo

frente a nuevos motivos, hasta adquirir rasgos de

personalidad que normalmente reconocemos como justos. Aunque

sostengamos que no fue el carácter lo que cambió, sino el

conocimiento y las circunstancias, ¿negaríamos aún que ‘se

le dio vuelta al corazón y que se agitó lo más hondo de

él’?114 Schopenhauer reconoce todo esto, aunque lo explica

del siguiente modo:Se puede mostrar al egoísta que con la renuncia a pequeñas

ventajas obtendrá otras mayores; al malvado, que el

ocasionar sufrimientos ajenos le reportará a él mismo otros

mayores. Pero del egoísmo mismo, de la propia maldad, no se

disuadirá a nadie (…) Incluso también la bondad del carácter

puede ser llevada a una manifestación de su ser más

consecuente y perfecta, a través del aumento del

conocimiento, con la enseñanza sobre las relaciones de la

114 “Pues sería preciso que, por así decirlo, al hombre se le diese la vuelta alcorazón, que se agitase lo más hondo de él”. DPFE, p. 302.

124

vida, es decir, mediante la iluminación de la inteligencia;

por ejemplo, con la demostración de las consecuencias

remotas que para los otros tiene nuestro obrar, como puedan

ser acaso los sufrimientos que se les puedan originar de

forma mediata y sólo con el curso del tiempo, a causa de

esta o aquella acción que no considerábamos tan mala; así

como con la enseñanza sobre las perjudiciales consecuencias

de algunas acciones bien intencionadas (…) La cabeza se

ilumina; el corazón permanece sin mejora. Lo esencial, lo

decisivo tanto en lo moral como en lo intelectual y como en

lo físico, es lo innato: lo artificial [Kunst] sólo puede, en

todo caso, ayudar115.

Vemos que una misma biografía de transformación, como la que

presentamos más arriba, puede tener dos explicaciones

opuestas. Pero Schopenhauer no sólo ofrece esta explicación

según la cual todo cambio presuntamente moral es en realidad

un “cambio en el conocimiento”, sino que su temperamento

pesimista tiende a negar incluso la posibilidad de este

cambio. Veamos entonces otras posibilidades de

transformación por el conocimiento, por si son lo

suficientemente significativas como para retar al pesimismo

schopenhaueriano.

3. 5. Conocimiento de sí mismo

El conocimiento de sí mismo es una de dichas

posibilidades de transformación. Schopenhauer piensa que el

115 Ibid., pp. 302-303.

125

autoconocimiento no aumenta nuestra moralidad, pero sí

aumenta nuestra responsabilidad sobre ella. Quien es malo,

será consecuente, clara y decididamente malo al conocer los

motivos y las implicaciones de sus actos. Analicemos qué tan

importante puede llegar a ser este esclarecimiento por el

autoconocimiento.

Para Schopenhauer, a pesar de que el hombre tiene el

privilegio de no estar atado a la inmediatez, normalmente

sólo se ocupa de lo que quiere a cada instante. ¿No podría

haber ahí una potencialidad de conocimiento transformador?

El hombre podría negar su tendencia pragmática, detenerse y

contemplarse a sí mismo buscando su carácter subyacente, su

voluntad. Podría intentar conocerse a sí mismo, no en los

detalles, sino en su tendencia, en su pulsión. Dicho en

lenguaje schopenhaueriano: al contemplar la propia voluntad,

se podría incidir sobre ella. El darse cuenta de la cadena

en la que está inmersa la propia vida, cambiaría la vida

misma. ¿Sería esto lo que Schopenhauer tenía en mente al

escribir el último pasaje del segundo volumen de El mundo

como voluntad y representación?:…el acto volitivo del cual emana el mundo es el nuestro

propio. Es un acto libre, pues el principio de razón, lo

único por lo que tiene significado toda necesidad, es

simplemente la forma de su fenómeno. Justamente por eso el

fenómeno, una vez que está ahí, sigue su curso de una manera

absolutamente necesaria: sólo a consecuencia de ello podemos

126

reconocer a partir de él la índole de cualquier acto

volitivo y eventualmente querer de otro modo 116.

De hecho, la doctrina schopenhaueriana de la existencia de

una pulsión unidireccional e inquebrantable, subyacente a

nuestros actos, pulsión de la cual el intelecto es mero

criado, puede considerarse como una de las hipótesis

precursoras del psicoanálisis. La voluntad como la describe

Schopenhauer – el impulso sexual, el deseo de acaparar para

uno mismo toda la satisfacción – es una clave de

interpretación de los verdaderos deseos, que muchas veces

son inconfesables para el intelecto por ser culturalmente

inadmisibles117. En esta actividad de tipo psicoanalítico, el

papel del conocimiento en la moral es exponerle clara y

cabalmente los motivos al querer, aunque, para Schopenhauer,

esto sólo sirva para ser asertivo en las decisiones que

complacen a la voluntad118. ¿Será verosímil que el

conocimiento de sí mismo sea, como afirma Schopenhauer, una

simple iluminación de la inteligencia que deja inmutada la

innata moralidad?

3. 6. Conocimiento abstracto

Analicemos ahora algunas de las funciones que

Schopenhauer asigna a la razón y que no están estrictamente

ligadas a la obediencia a la voluntad. Ya sabemos que, para116 MVR V.II, 743.117 Paráfrasis nuestra. Ibid., 232-245.118 Paráfrasis nuestra. Ibid., 681-682.

127

él, la razón no aumenta el caudal del saber, sino que

simplemente le da una forma abstracta y universal, ya no

intuitiva: … toda preservación cierta, toda comunicación, así como toda

aplicación certera y extensa del conocimiento sobre lo

práctico depende de que tal conocimiento se haya convertido

en un saber o conocimiento abstracto. El conocimiento

intuitivo siempre vale únicamente para un caso concreto,

llega sólo a lo más cercano y se queda siempre ahí, porque

la sensibilidad y el entendimiento sólo pueden asir un

objeto al tiempo. Cualquier actividad prolongada,

coordinada, planificada tiene que partir por ello de

principios, o sea, de un saber abstracto y ha de verse

guiada conforme a ellos119.

Como ejemplos de acciones que requieren conocimiento

abstracto, Schopenhauer pone a la acción colectiva y

mediata, específicamente a la técnica. Sin embargo, en el

pasaje citado vemos que algunas de los frutos de la razón -

“actividad prolongada”, “comunicación”, “coordinación”,

“planeación” – en realidad son esenciales a gran parte de la

acción colectiva, y no sólo a la técnica. Si hemos de creer

que la incidencia política, social y estructural tiene

relevancia moral, concluiremos que la razón juega un papel

notorio en ciertas acciones importantes que tienen

contenidos morales. Por supuesto, para que este silogismo

fuera válido, tendríamos que aceptar que los cambios

estructurales que provocamos en el mundo social, sí tienen

119 MVR V.I, 63.

128

una significación moral. Entonces, decimos, la acción

colectiva con relevancia estructural requiere de la razón.

Se trata de un rasgo de la facultad práctica de las

colectividades.

3. 7. Amplitud del horizonte intelectual

Ahora veremos que el grado de conocimiento, o más

específicamente, la amplitud del horizonte intelectual,

también determina el tipo de participación que un individuo

o una colectividad puede tener en el mundo. Schopenhauer

dice:De un intelecto semejante [privilegiado] hasta el que raya

la imbecilidad hay innumerables grados. Con arreglo a ello,

el horizonte intelectual de cada cual es muy diferente, desde el

que simplemente abarca lo presente, el mismo que tiene el

animal, los que abarcan el mañana, la semana, el año, la

vida, los siglos y los milenios, hasta el de una consciencia

que casi siempre presencia vagamente el horizonte

crepuscular de la infinitud y cuyos pensamientos adoptan un

carácter adecuado a dicho horizonte120.

Si la intuición debe informarnos inmediatamente de lo

esencial e indicarnos directamente lo que está bien y mal,

el intelecto, tal como se presenta aquí, parece un excelente

sustituto para quien carece de dicha ‘intuición’ – si es que

admitimos que una mirada en perspectiva puede ser moralmente

reveladora. El mismo Schopenhauer presenta la personalidad

120 MVR V.II, 157.

129

de ‘quien es grande’, como la de alguien que, si bien intuye

la comunidad de la voluntad, a partir de ello

deliberadamente intenta aprehender mayores contenidos,

configurando así su percepción y acción:Por contra [del mezquino], quien es grande se reconoce en todo y en el

conjunto: no vive en el microcosmos, como aquél, sino más bien en el

macrocosmos. Por eso se interesa por el conjunto e intenta abarcarlo,

para exponerlo, explicarlo o incidir prácticamente sobre él. Pues no es

algo que le sea ajeno y siente que le incumbe121.

Si el privilegio del intelecto y la grandeza de la moral

implican abarcar el tiempo y el espacio, quizá estos se

puedan potenciar mediante la intencionada adquisición de

nuevos perspectivas.

La amplitud del horizonte intelectual no solamente

incluye información del mundo tangible, sino que puede hacer

presentes a los conceptos. En este sentido, Schopenhauer

presenta una aplicación explícitamente moral de la razón: En

“Sobre el fundamento de la moral”, señala que “no es de

ningún modo preciso que la compasión se excite realmente en

cada caso individual”122, sino que el conocimiento y la razón

pueden generalizar la compasión en forma de principios.

También tenemos un pasaje schopenhaueriano donde la

amplitud del horizonte intelectual permite a los pueblos un

mejor posicionamiento para la acción: Gracias a la razón el hombre no se halla limitado, como el

animal, al estrecho presente intuitivo, sino que conoce

121 Ibid., 441.122 DPFE, p. 257.

130

también el incomprablemente más amplio pasado con el que

está vinculado y del que procede: sólo merced a ello tiene

una cabal comprensión del presente mismo y puede sacar

conclusiones con respecto al futuro (…) un pueblo que

desconoce su propia historia, está limitado al presente de

la generación que vive ahora; de ahí que no se comprenda a

sí mismo ni comprenda su propio presente, porque no lo puede

referir a un pasado y explicarlo a partir de éste, ni aún

menos puede anticipar el futuro123.

A pesar de que niega que el conocimiento ‘según la

representación’ tenga un papel en la moral, la filosofía de

Schopenhauer aporta muchos y diversos elementos en este

sentido, aunque los considera meramente como incidencia

sobre el hacer, inducida por un mejor o un peor conocimiento

de los motivos. Independientemente de si el conocimiento

incide sobre el querer, o sólo sobre el hacer, esta

incidencia, como hemos visto, consiste en incluir en el

pensamiento situaciones y conceptos (que de otra manera no

estarían presentes en la inmediatez), de tal forma que la

acción resultante es más acorde con el mundo.

3. 8. ¿Cómo funciona la comunidad de la voluntad?

Tomando en cuenta lo que hemos dicho sobre el papel del

conocimiento del ‘mundo como representación’ en la moral,

revisaremos una vez más la noción de comunidad de la

123 MVR V.II, 508-509. En este pasaje, dicho sea de paso, tenemos una perspectivadiferente de la historia respecto del habitual ahistoricismo schopenhaueriano,que más adelante nos veremos obligados a resaltar.

131

voluntad como clave explicativa de la ética. Esta lectura

modificada nos ayudará a expandir considerablemente la ética

sugerida por Schopenhauer.

Nuestro autor supone que las acciones que se hacen por

el bien del otro constituyen un tipo específico que no puede

explicarse con las categorías normales de la representación.

Estamos configurados, en general, para actuar buscando

nuestro propio interés. En esa lógica, querer hacer algo en

beneficio del otro no tiene ningún sentido. Por eso, las

acciones morales tienen su propio sentido, que es una

identificación inmediata, inexplicable, con el querer del

otro. Schopenhauer en “Sobre el fundamento de la moral”,

dice que hay que investigar el “resorte particular que mueve

al hombre a acciones de este tipo específicamente distinto

de todos los demás. Este móvil, junto con la receptividad a

él, sería el fundamento último de la moralidad; y su

conocimiento el fundamento de la moral”124.

Este pasaje ilustra la experiencia de la comunidad de

la voluntad a la que Schopenhauer se refiere:Ese proceso es, lo repito, misterioso, pues es algo de lo que

la razón no puede dar ninguna cuenta inmediata y cuyos

fundamentos no se pueden averiguar por vía de experiencia, y

no obstante es cotidiano. Cada uno le ha vivido con

frecuencia en sí mismo, y ni siquiera al más duro de corazón

le es extraño. Se presenta cada día ante nuestros ojos en lo

singular, en lo pequeño; en todas partes donde un hombre,

por un impulso inmediato y sin mucha reflexión, ayuda y

124 DPFE, p. 238.

132

socorre al otro, y a veces pone su vida en el más claro

peligro por uno al que ve por primera vez, sin pensar en

otra cosa sino que está viendo la gran necesidad y peligro

del otro125.

Entendida así, la comunidad de la voluntad es aquello que se

presupone al hablar de ‘compasión’, ‘empatía’ y

‘condolencias’, en sentido coloquial. Otras descripciones

schopenhauerianas de la experiencia de la comunidad de la

voluntad, como la del siguiente pasaje, nos hablan de un

reconocimiento más fuerte de uno mismo en el otro, en la

experiencia de encontrarse en el enemigo:Pero aquel que, animado por el νeîkoς, penetrase hostilmente

a su adversario más odiado y llegase hasta lo más hondo de

él, se descubriría en este, para su sorpresa, a sí mismo.

Pues, así como en los sueños nos hallamos nosotros mismos

dentro de todas las personas que se aparecen, lo mismo

ocurre también en la vigilia, aunque no sea tan fácil de

ver. Pero tat-twam asi [esto eres tú]126.

En buena medida, el énfasis que Schopenhauer desea

hacer en la ética como intuición de la comunidad de la

voluntad, es, precisamente, su carácter intuitivo, por el

que no necesita recurrir a ningún método elaborado para

saber qué es lo correcto. Esto lo ilustra con un ingenioso

ejercicio: un hombre se dispone a matar a otro y finalmente

no lo hace. Schopenhauer, como posibles motivaciones para

este cambio de planes, hace desfilar por la mente del

individuo diferentes formulaciones filosóficas de máximas125 Ibid., p. 274.126 Ibid., p. 319.

133

éticas, y después se pregunta si no sería más verosímil que

el hombre simplemente se hubiera compadecido y hubiera sido

incapaz de matar al otro127. En este sentido es comprensible

que Schopenhauer, en su afán por mostrar lo específico del

acto moral, lo identifique con la compasión, que es

irracional e inmediata. Sin embargo, si bien reconocemos la

pertinencia de señalar al acto moral en su especificidad, y

de ilustrarlo como una comunidad de la voluntad, rechazamos

el identificarlo con el sentimiento de la compasión.

Ya hemos dicho que, ontológicamente, la voluntad no

puede tomarse como una entidad concreta o única a la que

todos aludiríamos cuando pensáramos en ella. Por el

contrario, hemos dicho que, lo que pueda pensarse con

‘comunidad de la voluntad’ variará según quién la piense, y

que no por ello carecerá de contenido, siempre y cuando

exista la intención de referirse a lo mismo, cuando menos en

parte. Cuando una persona o un grupo de personas hable del

modo de tratar a otra persona o grupo de personas, si

suponen que es una voluntad como la propia la que está en

juego, entonces estarán significando que, a pesar de la

alteridad y las diferencias (en el mejor de los casos, a

pesar de las diferencias de valores, de culturas, de

perspectivas y de intereses), tienen la intención de

considerar a los otros como se considerarían a sí mismos;

iguales en lo esencial. Por otra parte, si en cada

127 Ibid., pp. 276-277.

134

cosmovisión se hiciera el ejercicio de pensar qué podría

incluir la comunidad de la voluntad, los resultados serían

muy variados. En parte coincidirían y en parte no. Para

unos, la misma naturaleza es un sujeto de derecho, como se

expresa en la nueva constitución del Ecuador. Otros, ni

siquiera conciben a los seres humanos de otra raza como

iguales ni dignos de consideración. Pero si en el ejercicio

del que hablamos se tomara en cuenta que lo que cada cultura

sitúe dentro de su campo de competencia moral es relativo a

la experiencia particular que ha tenido dicha cultura;

entonces cada cultura debería admitir la posibilidad de que

sus concepciones morales serían diferentes si su experiencia

fuera otra. No sólo esto, sino que se admitiría también que

la misma experiencia podría ser modificada con el esfuerzo

de amplitud, con lo cual los mismos valores éticos serían

susceptibles de sufrir cambios. Interpretada así, la

comunidad de la voluntad podría brindar un punto de partida

para pensar una ética deseable en nuestros tiempos, pues

apela a que cada uno reconozca, en su propia experiencia

situada, su capacidad de identificación moral con los otros;

pero sugiere también que esta identificación puede

trascender los ámbitos particulares.

Aunque ya está implícito en lo anterior, es necesario

enfatizar una vez más una discrepancia con la doctrina

schopenhaueriana de lo que aquí se argumenta. Schopenhauer

supone que la comunidad de la voluntad es accesible de forma

135

intuitiva, inmediata y unívoca, y que por lo tanto la ética,

el modo correcto de tratar a los otros, es también unívoco,

e incluso puede resumirse en aquella única máxima ética que

dice “no ofendas a nadie; antes bien, ayuda a todos cuanto

puedas”. Esto resulta tan inverosímil que prácticamente no

cabe una refutación. Sólo haremos una breve referencia a

Alasdair MacIntyre para sentar nuestra postura. Él señala

que Kant, Schopenhauer y Kierkegaard, cada uno a su manera,

presentan la ética como una opción de vida que, una vez

tomada, no presenta equívocos. Para McIntyre, en cambio,

definir qué sea lo ético es el problema, y por eso dedica

uno de sus libros más representativos, Tras la virtud, a

rastrear la genealogía de las nociones morales, que nacen,

mueren y se transforman a lo largo de la fluctuante

historia128. Tomando esto en cuenta, y extrapolándolo, las

consideraciones que puedan hacerse a partir de la hipótesis

de la comunidad de la voluntad, serán también un producto

histórico, por supuesto.

Hasta aquí hemos dicho que es posible pensar en la

ética concibiéndola como una comunidad de la voluntad, y que

dicha reflexión podría trascender las barreras dogmáticas y

particularistas al postular un objeto común, y un mismo tipo

de dinámica entre los participantes de la ética. Pero, ¿cuál

sería exactamente esta dinámica? Al decir comunidad de la

voluntad, nos referimos a aquella experiencia en la cual el

128 Ver MACINTYRE Alasdair, After Virtue, Op. cit., p. 42.

136

bienestar del otro nos concierne sin más, tal como nos

concierne el nuestro propio. La ética que se puede pensar

con semejante base no es un sistema amplio de convivencia,

ni una serie de valores. Veremos, simplemente, algunas de

las implicaciones de pensar la ética a partir de la

comunidad de la voluntad, que, según nuestra hipótesis, será

muy diferente de la ética de la compasión y la renuncia de

la que habla Schopenhauer.

La concepción de la ética como una identificación de

las voluntades, tal como la entendemos aquí, puede ser

ilustrada por un concepto que ha sido trabajado, de

diferentes maneras, por varios autores: el reconocimiento.

Si actuar éticamente es identificarse con la suerte del

otro, esto implica tanto reconocer la existencia, la

subjetividad y demás características del otro, como

concebirse a sí mismo tal como el otro podría reconocernos a

nosotros: como una persona más. Thomas Nagel, en su obra La

posibilidad del altruismo, a la que ya nos hemos referido,

argumenta que el altruismo “Procede de la capacidad de

contemplarse uno mismo meramente como una persona entre

otras”129, y además intenta demostrar que “el altruismo (o su

principio fundamental) depende de un reconocimiento completo

de la realidad de otras personas”130.

Igualmente, desde el horizonte contemporáneo, Ernst

Tugendhat aborda también el tema de la moral como

129 NAGEL, Thomas, La posibilidad del altruismo, op. cit., pp. 29-30.130 Ibid., p. 38.

137

reconocimiento del otro. Señala lo importante que es el tema

del reconocimiento mutuo en Hegel, y retoma a Fromm por la

misma razón. Fromm habla del lack of moral sense (falta de

sentido moral), que es causante de muchos problemas para las

relaciones interpersonales, como una falta de capacidad para

tomar en cuenta los sentimientos de los otros131.

También en la filosofía de Habermas juega un papel la

dinámica del reconocimiento. Para contribuir a la

inteligibilidad de sus propuestas referentes a las

condiciones ideales de diálogo, Habermas presenta las etapas

de desarrollo moral del individuo, concebidas por Kohlberg.

En la primera, la etapa preconvencional, el individuo es

totalmente egocéntrico. Percibe que complacer a la autoridad

es un medio para la obtención de sus satisfacciones, y no

distingue lo primero de lo segundo. Por lo tanto, su única

motivación para la acción ética es el castigo y la

recompensa. En la etapa convencional, el individuo reconoce

que, además de sus necesidades, existen las de los otros, y

entonces obedece las reglas por haber comprendido su

utilidad para la convivencia. Finalmente, en la etapa

postconvencional, el individuo considera que el otro es tan

importante como él mismo, por lo que respetarlo se convierte

en un fin en sí mismo. En cada una de estas etapas, el

individuo va comprendiendo la complejidad de la

intersubjetividad, hasta que, lejos de limitarse a la

131 Ver TUGENDHAT, Ernst, Lecciones de ética, tr. de Luis Román Rabanaque, Gedisa,Barcelona, 1997 [1993], pp. 278-279.

138

percepción de su individualidad, llega a concebir las

relaciones como sistemas en los que los pensamientos y las

experiencias son mutuamente compartidos132.

Paul Ricoeur, en su obra Caminos del reconocimiento: Tres

estudios, hace un análisis del reconocimiento en varias de

sus acepciones léxicas, históricas y filosóficas.

Reconstruye un sentido del reconocimiento, que, en su etapa

más complicada, es una responsabilidad por el otro, pero que

incluye, como etapas previas, la capacidad de

autorreferencia y el reconocimiento de la imputabilidad de

los propios actos. Para Ricoeur, el problema de la alteridad

– de la ‘disimetría originaria’ entre yo y el otro133 –, se

puede abordar desde dos polos. Descartes y Husserl parten

del polo ego: parten del yo y pretenden llegar al otro por

analogía. La desventaja de este procedimiento es que no

tiende un verdadero puente hacia el otro. Por eso, Ricoeur

reconoce el mérito de Hegel y de Lévinas de haber partido

del polo contrario – del polo alter – al tratar el problema

de la alteridad. Además, Ricoeur afirma que Hegel

revolucionó la forma de pensar el estado, al concebirlo como

el resultado de una lucha por el reconocimiento, en lugar de

una lucha por la supervivencia, como lo pensaron Hobbes y

Maquiavelo. Leibniz, por su parte, habría colocado al otro

132 Una amplia discusión sobre las etapas de Kohlberg puede verse en HABERMAS,Jürgen, Morale et communication, Op. cit., pp. 153-204.133 RICOEUR, Paul, Caminos del reconocimiento: Tres estudios, tr. de Agustín Neira, Fondode Cultura Económica, México, 2006 [2004], p. 201.

139

en el centro de las relaciones de derecho, en lugar del

miedo a la muerte violenta134.

Aunque los autores recién mencionados hablan del

reconocimiento desde perspectivas diferentes, traerlos a

colación es útil aquí para resaltar una dimensión de la

moral que Schopenhauer, a pesar de su talento como

psicólogo, ignora cuando habla de ética: se trata de la

complejidad de la dinámica entre los agentes morales,

complejidad que corresponde a la de sus respectivas

subjetividades. Pero además, el tener presentes reflexiones

sobre el reconocimiento como las que acabamos de presentar,

comporta otra ventaja. En la teoría de Schopenhauer, intuir

la comunidad de la voluntad es, por momentos, algo

excepcional, dada la radical distinción de Voluntad y

Representación. Cuando el hombre logra ver el fenómeno sin

su encadenamiento causal, dice Schopenhauer, se produce una

“contradicción del fenómeno consigo mismo, que da paso a los

fenómenos de la santidad y la abnegación”135. En cambio, al

tomar en cuenta la dinámica del reconocimiento como una

dimensión de la identificación de la voluntad, vemos su

imbricación en el tejido de la vida, en lugar de hacer de

ella una experiencia de excepción que contradice nuestras

formas normales de percepción.

Los autores que hemos referido, en general hablan del

reconocimiento en un tenor descriptivo o explicativo.

134 Paráfrasis nuestra, Ibid., p. 217.135 MVR V.I, 339.

140

Nosotros, hablando de la identidad de la voluntad, hemos

dicho que, en un primer momento, se trata de una

identificación por signos objetivos (lo cual iría también en

la dirección de una descripción o explicación de las cosas);

en un segundo momento, se trata de una identificación ética

con el otro, y que, en un tercer momento, se trata de la

consideración intencionada de los primeros dos sentidos, que

resulta en un pensamiento guía e inspirador para la ética.

En correspondencia con esta tercera acepción, el

reconocimiento del otro, al cual hemos asignado un lugar en

la identificación de la voluntad, juega el papel de ampliar

la visión individual. La filosofía de Schopenhauer es

fructífera en este sentido. Schopenhauer insiste en escapar

al engaño de la individualidad; a trascender su mezquinidad.

Entonces, leemos la filosofía schopenhaueriana como una

exhortación a salir de uno mismo y ver el mundo en

perspectiva. Por supuesto, ello va en contra del énfasis en

la intuición inmediata como medio privilegiado de

conocimiento, y de la doctrina de que lo esencial pueda

encontrarse en cualquier parte porque es igual en toda

circunstancia. Si así fuera, no habría ninguna necesidad de

amplitud de perspectiva como la que aquí sugerimos. No sería

necesario hacer un esfuerzo por estar al tanto de la

existencia de los otros, ni por imaginar acertadamente lo

que sienten. Paralelamente, la mirada en perspectiva implica

ser consciente de que el sentimiento propio es sólo una

141

pequeñísima fracción de lo que es sentido por la totalidad

de los seres – esto sí lo explicita Schopenhauer, aunque,

para él, el sentimiento más relevante es el sufrimiento. En

gran medida, el interés de lo ético en la filosofía

schopenhaueriana, es que caracteriza un ánimo en que no se

está afectado fuertemente por las propias fortunas y

reveses; en que se ve más el destino de la humanidad en

general, que el propio.

Aunque, en principio, la mirada en perspectiva

promulgada por Schopenhauer tiene por resultado la renuncia,

pues “verá menos su suerte individual que el destino de la

humanidad en general, tomándolo como objeto de estudio más

que de sufrimiento”136, también encontramos en su obra

pasajes inspiradores en un sentido que no se opone al que

nosotros defendemos:[el mal carácter] sienta una sólida barrera entre él mismo y

todo lo que está fuera de él. El mundo es para él un no-yo

absoluto y su relación con él es originariamente hostil: con

lo que el tono fundamental de su ánimo es el odio, la

desconfianza, la envidia y el sadismo. En cambio, el buen

carácter vive en un mundo externo homogéneo con su ser: los

demás no son para él no-yo sino “yo otra vez”. Por eso, su

relación originaria con todos es amistosa: se siente

emparentado en su interior con todos los seres, participa

inmediatamente de su placer y dolor, y supone confiadamente

la misma participación en ello. De aquí nace la honda paz de

su interior, así como aquel ánimo confiado, sereno y

136 Ibid., 244.

142

satisfecho, gracias al cual todos se sienten bien a su

lado137.

Sin embargo, nuestro afán no será describir un carácter

originario por el cual se es sociable y querido, sino

esbozar una actitud ética que implica una búsqueda activa,

en el supuesto de que cabe procurarla. Esta búsqueda por

ampliar la propia perspectiva, a diferencia de la que

propone Schopenhauer, tendrá una tendencia hacia lo público

y hacia las estructuras sociales, y no hacia la privacidad

de la compasión, del ascetismo o de la renuncia. En vez de

esto, creemos que, puesto que la comunidad de la voluntad se

refiere a la universalidad de la ética, no debería estar tan

alejada de la ética universalista kantiana.

3. 9. Schopenhauer sobre la historia, la sociedad y la

política

La ética que Schopenhauer describe, como hemos venido

diciendo, se juega en el ámbito inmediato de cada cual, a

pesar de que promueve la intuición de la unicidad de la

voluntad de todos los seres del universo. Este

constreñimiento de la ética está aparejado – en ocasiones

explícita y en ocasiones tácitamente – con un desdén por el

papel de la sociedad, la historia y la política. Es de

nuestro interés el analizar en qué consiste dicho desdén,

puesto que pretendemos ampliar la interpretación de la137 DPFE, p. 319.

143

comunidad de la voluntad justamente en estos sentidos

vedados por Schopenhauer.

En su obra, son manifiestos el desprecio y el

desconocimiento de la realidad política. Jean-Michel Besnier

incluso lo acusa de irresponsabilidad política: Entiendo por “irresponsabilidad política” la actitud pública

inconsecuente que expone a un peligro que un mínimo de

reflexión, o de sentido común, podría evitar. Schopenhauer

me parece “irresponsable” de la misma manera que lo es quien

abdica de toda iniciativa razonada para contrarrestar el

impulso o el azar138.

Besnier refiere que Thomas Mann, quien fuera gran entusiasta

de Schopenhauer en algún momento, se arrepintió de haber

alabado su apolitismo, pues éste conduce al fascismo, al

nazismo y al totalitarismo139. A pesar de que la teoría

política no es el fuerte de Schopenhauer, el análisis de lo

que dice al respecto será una parte integral de nuestra

argumentación. Además, puesto que muchas de sus posturas

menos afortunadas persisten en nuestras sociedades, no

resulta anacrónico revisarlas.

En lo esencial, Schopenhauer tiene una visión

hobbesiana de la política y del origen del Estado. Explica

que éste fue constituido porque es más ventajoso para todos

renunciar al goce de cometer injusticia. Para él, sin la

coerción del Estado y de las instituciones morales, se138BESNIER, Jean-Michel, “L’irresponsabilité politique” en DROIT, Roger-Pol(dir.), Présences de Schopenhauer, Grasset, París, 1989, p. 54. La traducción esnuestra.139 Ibid., p. 77.

144

desataría la verdadera tendencia del hombre, que es “el

egoísmo ilimitado de casi todos, la maldad de muchos, la

crueldad de algunos”140. Dice que al Estado no se le debe ni

se le puede asignar ningún otro fin. Los castigos sólo deben

tener la función de intimidar y de ser contramotivos para el

crimen, pero no deben intentar cambiar la voluntad ni

moralizar141.

Esta visión contrasta fuertemente con la de de Hannah

Arendt, según la cual el estado surgió en Grecia como un

escenario para inmortalizar públicamente las gestas de los

héroes. Ella considera que la evolución posterior del estado

griego es un modelo de la acción política, marco de las

mejores y más importantes facetas humanas. Para Arendt,

entonces, el surgimiento del Estado es un momento de

creatividad, fundamental en la historia de la humanidad.

Abundaremos sobre esta visión alternativa más adelante.

Por lo pronto, tomemos la mención a esta autora como

punto de contraste, y continuemos con Schopenhauer. Para él,

en un ‘estado perfecto’ – es decir, en uno en que se

impidiera cualquier crimen - “políticamente se ganaría mucho

con ello, pero moralmente nada en absoluto; antes bien, sólo

la proyección de la voluntad inhibida por la vida”142. En el

marco del Estado tal como él lo concibe, hay un ‘derecho

natural’, que es el de hacer todo aquello que no dañe a

140 DPFE, p. 237.141 MVR V.II, 682-688.142 MVR V.I, 437.

145

otro143. Esto habla del carácter meramente negativo que le

asigna a la política, y testimonia que, para él, el ni el

Estado ni la política tienen una relación o incidencia

significativa en la moral, ni en nada que sea esencial en la

humanidad. En general, para Schopenhauer, las sociedades

humanas son todo lo buenas que podrían ser, tomando en

cuenta la maldad de sus integrantes. No es que el mundo

marche mal, sino que es malo. Por eso no le interesa ningún

cambio estructural; por el contrario, legitima el orden

político imperante aunque lo considere desgraciado.

Esta legitimación política corresponde a la creencia de

que las estructuras y los contextos sociales no son

definitorios, postura que Schopenhauer sostiene

categóricamente. He aquí una formulación de ello: Al igual que un círculo con una pulgada de diámetro y otro

cuyo diámetro mide cuarenta millones de millas tienen las

mismas propiedades geométricas, también son idénticos en lo

esencial los procesos y la historia de una aldea y de un

reino, y uno puede aprender a estudiar y conocer a la

humanidad tanto en la una como en el otro144.

Así como no hace distinciones para las diferentes

sociedades, tampoco las hace al interior de ellas, pues

considera que el sufrimiento se reparte equitativamente:

“Así como la necesidad es el látigo que fustiga

constantemente al pueblo, el aburrimiento hace lo propio con

143 Ver PP, §121.144 MVR V.I, 292.

146

los privilegiados”145. Y unas páginas más adelante: “cuando

menos encontramos tantas caras alegres entre los pobres como

entre los ricos”146.

Cobijado en esta teórica igualdad del sufrimiento,

Schopenhauer legitima también que los privilegios tengan que

ser para unos pocos: “toda la humanidad, con la excepción de

una parte manifiestamente pequeña, fue siempre y tiene que

seguir siendo ruda, ya que los numerosos trabajos

corporales, ineludiblemente necesarios para el conjunto, no

permiten el cultivo del espíritu”147. Posiblemente si Marx

hubiera vivido a tiempo para que Schopenhauer lo leyera,

éste, que todo lo conocía, y que era sensible a las ideas

brillantes, hubiera reconocido que la repartición desigual

de la riqueza obedecía a causas históricas y estructurales.

En cierto parágrafo de Parerega y Paralipómena, Schopenhauer

nos impresiona cuando dice que la pobreza y la esclavitud

surgen cuando las fuerzas de un hombre son utilizadas para

otro, y que cuando un hombre está exento de trabajar para

comer, otro tiene que trabajar demasiado y es infeliz: “Es

la primera fuente del mal que, bajo el nombre de esclavitud

o el de proletariado, siempre ha agobiado a la gran mayoría

de la raza humana” 148. Sin embargo, enseguida presenta su

peculiar final alternativo de la lucha de clases: el ocio

del que gozan los privilegiados engendrará la ciencia y la145 Ibid., 370.146 Ibid., 373.147 DPFE, p. 291.148 PP, §125. La traducción es nuestra.

147

tecnología, las cuales remplazarán a la fuerza, y entonces

ya no habrá necesidad. El rebaño del pueblo, dice en el

parágrafo siguiente, necesita guías, a los cuales, dada la

superioridad de su labor, natural y racionalmente

corresponden privilegios, y no necesidad. Por eso la

monarquía es legítima aunque haya surgido de la

monopolización de la violencia149. Schopenhauer opina que los

más sabios deben ser libres de ejercer un despotismo, y, si

las cosas marchan mal, no será por culpa de los gobiernos

que ellos encabecen, sino por culpa de la naturaleza

humana150.

Resulta sorprendente que, al hablar de estos temas,

Schopenhauer no crea estar hablando de nada esencial para la

humanidad, ni de nada que tenga relevancia para la moral; y

que promulgue el despotismo paralelamente con la compasión.

Por supuesto, si el fin más alto de la humanidad es su

autonegación, y la compasión es sólo una etapa preliminar

para este fin, la inmersión en las formas amplias de

organización puede resultar ociosa. Sin embargo, nos parece

difícil conciliar la idea de una vida dedicada a la ética

mundana – supuestamente inspirada por la intuición de la

comunidad de la voluntad – en la que sólo importara evitar

sufrimientos y procurar placeres a través de la compasión

inmediata, con la indiferencia total por la dimensión

política de la sociedad.

149 Ibid., §126.150 Ibid., §128.

148

En la filosofía schopenhaueriana, la coexistencia de la

compasión con el desdén por la política, se inscribe en su

orientación más general hacia la renuncia del mundo. No se

trata sólo de desvincular la moral de la política, y de

restarle importancia a esta última, sino de restarle

importancia a lo específicamente social. Por ejemplo,

veíamos que, para Schopenhauer, la carta de nobleza de las

obras del genio es ser inútiles151, y que los genios son

seres solitarios, incomprendidos, inadecuados a su tiempo.

“Quien no sigue siendo durante toda su vida un niño grande,

sino que se vuelve un hombre serio, templado, maduro y

racional, puede ser un ciudadano muy valioso y hábil de este

mundo, pero jamás un genio”152. Así, para él, las virtudes

del buen ciudadano son totalmente desdeñables frente a las

del genio solitario.

Schopenhauer no sólo desprecia las virtudes sociales,

sino que, en cierto sentido, niega la existencia misma de

las colectividades: “sólo el individuo posee inmediatamente

la unidad de consciencia, y no así el género humano, la

unidad del curso vital de éste y el de los pueblos es una

mera ficción”153. Para él, “sólo el curso vital de cada

individuo tiene unidad, conexión y auténtico significado:

151 Ver MVR V.II, 444. 152 Ibid., 453. 153 Ibid., 505.

149

hay que considerarlo como una enseñanza cuyo sentido es

moral”154. Consecuentemente con lo anterior: … en la ética no se trata del hacer y de los resultados, sino del querer,

y el querer sólo se da en el individuo. No se decide moralmente el

destino de los pueblos, sino el destino del individuo. Los pueblos son

en sentido estricto simples abstracciones: únicamente los individuos

existen realmente 155 .

Como decíamos, la moral se desvincula no sólo de las

sociedades, sino, en última instancia, del mundo mismo. En

un pasaje del segundo volumen de El mundo como voluntad y

representación, tras enumerar y desdeñar varias virtudes de

convivencia, pregunta:¿Es en estas sumamente raras y débiles trazas de moralidad

donde debía radicar el fin global de la existencia? Si por

el contrario este fin se coloca en la cabal inversión de

nuestro ser (que porta los malos frutos enumerados)

acarreada por el sufrimiento, entonces la cuestión cobra

otro aspecto y se armoniza con lo que ocurre de hecho. La

vida se presenta entonces como un proceso de purificación,

cuya sustancia depuradora es el dolor156.

Esto nos refiere al ascetismo schopenhaueriano, que

discutiremos más adelante.

En Schopenhauer, la falta de reconocimiento de lo

específicamente social se relaciona con la falta de

reconocimiento de la importancia de la razón en la vida

154 Ibid., 506. Estas afirmaciones, esgrimidas contra Hegel, nos refieren alschopenhaueriano principio de individuación, que ya hemos discutido en estetrabajo155 Ibid., 678. El subrayado es nuestro.156 Ibid., 735.

150

humana, tema del que hemos hablado anteriormente. Es

necesario recordar que el hombre, por su razón, se extiende

más allá de su individualidad hacia las demás personas en el

espacio, pero también en el tiempo. Es decir; aquello que

concierne al hombre se extiende más allá de su propio lapso

vital. Sin tomar en cuenta esto, puesto que para

Schopenhauer el individuo es sólo una objetivación y una

herramienta de la que la voluntad se desentiende tras

haberlo usado para la preservación de la especie, dicho

individuo es insignificante para la naturaleza, por lo que

su muerte no le afecta157. Así, desdeña por completo el

efecto que pueda haber en otros hombres a partir de la

muerte de uno de ellos. Y sin embargo, la muerte de alguien

es uno de los acontecimientos definitorios en la vida de

quienes la atestiguan y, en algunos casos, la incidencia de

la muerte es capaz de trascender épocas y espacios. Esta

incidencia, claro está, sólo se verifica en casos

excepcionales, y sólo mientras se conserven activos los

imaginarios en que tuvo su significado la vida y obra del

difunto. Es cierto que la vida puede ser fútil, pero también

es necesario reconocer en qué sentido no lo es. La posible

significación de la vida del individuo tras su tras su

muerte, se encuentra en esta frágil situación.

Además de extenderse hacia el futuro, la vida humana se

extiende, por la razón, hacia el pasado. La historia es otra

157 MVR V.I, 325.

151

dimensión que Schopenhauer rechaza, con especial vehemencia

cuando se trata de la visión hegeliana de la historia como

progreso. Como señalábamos anteriormente, para Schopenhauer

el objeto de la historia sería un objeto “apenas digno de

consideración seria e ímproba por parte del espíritu humano,

que justamente por ser tan efímero debería escoger para su

examen lo imperecedero”158. La filosofía, por el contrario,

comprendería que “Los capítulos de la historia de los

pueblos sólo se diferencian en el fondo por los nombres y

las fechas: el contenido verdaderamente esencial es el mismo

por doquier”159. Esto corresponde a la exaltación que

Schopenhauer hace del artista, a quien atribuye la

percepción de lo esencial a través de la idea encarnada en

el individuo – su carácter inteligible –, y no de las

particularidades contextuales. Por esta negación de las

especificidades históricas, Simmel acusa a Schopenhauer de

ignorar la evolución de los individuos y del conjunto, y de

ignorar el valor de las relaciones variables de los

individuos que componen el conjunto160. Sólo por enfatizar

hasta qué grado se puede discrepar con Schopenhauer en este

aspecto, recordemos que, para Weber, un contexto histórico-

social ajeno puede diferir tanto del propio, que sólo es

comprensible tras una familiarización con el contexto ajeno,

y requiere, además, la construcción de analogías y

158 MVR V.II, 505.159 Ibid.160 SIMMEL, Georg, Schopenhauer y Nietzsche, Op. cit., p. 116.

152

‘afinidades electivas’ con fenómenos que resulten más

conocidos.

Schopenhauer, entonces, a pesar de postular la

comunidad de la voluntad, tiende a no reconocer ninguna

realidad más allá de la individual: “sólo el individuo posee

inmediatamente la unidad de consciencia, y no así el género

humano, la unidad del curso vital de éste y el de los

pueblos es una mera ficción”161. La negación de la realidad

de la sociedad, de la política y de la historia, equivale a

la subestimación de un rasgo humano que el mismo

Schopenhauer presenta: la trascendencia de la inmediatez por

la razón. Pero además, equivale a negar la principal fuente

de posibilidad de experiencia de comunidad de la voluntad.

Si la identificación con los demás, de la que él habla, se

restringiera a la intuición inmediata, y no pudiera ser

asistida por la razón (asociada al conocimiento del ‘mundo

como representación’), entonces no tendría ningún sentido

hablar de la universalidad de la voluntad, pues ésta se

limitaría a las personas cercanas. De ahí que Schopenhauer

restrinja su ética a la compasión. En cierto pasaje,

Schopenhauer dice: “… hay que ver a la historia como la

razón o la consciencia reflexiva del género humano y ocupa

el lugar de una autoconsciencia inmediatamente común a todo

el género humano, de suerte que éste sólo en virtud de ella

se vuelve realmente un todo, una humanidad”162. Sin embargo,

161 Ibid., 505. 162 MVR V.II, 509.

153

Schopenhauer no relaciona esta visión de la humanidad con la

comunidad de la voluntad, y no le asigna un significado

ético.

Hemos visto, hasta aquí, que Schopenhauer no asigna un

papel en la ética a la razón, a la sociedad, a la política

ni a la historia – en general, a lo que él llama el ‘mundo

como representación’. Esto es comprensible, puesto que,

precisamente, para él, lo que importa no corresponde a esta

faceta del mundo. Para Schopenhauer, la verdad y la esencia

se encuentran en el ‘mundo como voluntad’, y lo mejor que

cabe hacer humanamente es, primero intuir esta verdad, y

después negar la voluntad. En el primer momento, en que se

aprehende la comunidad de la voluntad, resulta la compasión

– que ya implica negar la propia voluntad hasta cierto

grado. En un segundo momento, la negación de la voluntad ya

no es sólo la pauta para la ética mundana, sino que exige

renunciar al mundo convirtiéndose en asceta, o incluso – en

un grado más extremo – muriendo. Aquí hemos venido hablando

de la falta de mundanidad en la filosofía de Schopenhauer.

Sin embargo, no ignoramos que esta característica es

precisamente la tendencia deliberada de todo su sistema. Se

trata de un rasgo inherente a la originalidad

schopenhaueriana, y no de una omisión descuidada. No se

puede reprochar al pesimismo su falta de valoración del

mundo, porque su mismo principio consiste en renegar de él.

A la compasión, primera consecuencia práctica del pesimismo

154

schopenhaueriano, no se le puede criticar su falta de

mundanidad cuando es una etapa previa a una negación más

total de la voluntad y del mundo. Finalmente, resulta

imposible exigirle a la renuncia ocuparse del mundo, pues es

su objetivo el desligarse de él. Entonces, ¿cómo puede ser

fructífera para nuestra reflexión, la explicitación de que

la ética de Schopenhauer se niega a tomar en cuenta el

‘mundo como representación’?

La compasión, que en Schopenhauer es la ética

propiamente mundana, es sólo una parte, y no la más

importante, de las consecuencias prácticas de su filosofía.

Sin embargo, en cierto sentido, la ética mundana resulta más

relevante que el pesimismo y que la ética de la renuncia,

pues se trata de un problema más cercano y real para la

mayoría de nosotros. En este trabajo, tácitamente, hemos

elegido la ética mundana como foco a la hora de pensar en el

concepto de voluntad y en el resto del sistema

schopenhaueriano. Es justamente desde la perspectiva de la

ética mundana que cabe hacer consideraciones sobre lo que

implica restar importancia y realidad al ‘mundo como

representación’. El pesimismo y la renuncia, cuando no se

tiene proyectado renunciar al mundo, pueden ser examinados

también desde la perspectiva de la ética mundana. El

resultado, por supuesto, no podrá ser una aceptación

indiscriminada, sino un diálogo entre posturas en cierto

155

modo incompatibles. A continuación intentaremos desarrollar

estos conflictos que hemos esbozado.

3. 10. El pesimismo, la renuncia y la compasión desde la

mundanidad

El pesimismo de Schopenhauer se funda en la idea de que

la voluntad, para su continuación carente de fines,

incentiva la vida con placeres que son mero alivio

momentáneo del dolor predominante. Simmel es crítico de la

argumentación schopenhaueriana del pesimismo, que considera

apriorística e incorrecta. Niega que se pueda reducir lo

principal de la vida al placer y al dolor. Niega, además,

que esta reducción sea tan evidente como Schopenhauer quiere

hacerla parecer. Para ilustrarlo, recuerda que, para

Nietzsche, el placer y dolor “son por completo indiferentes

precisamente por ser cosas de momento, meras estaciones en

la que no vale la pena que la vida se detenga”163. Para

Simmel, la construcción misma del concepto de voluntad

entraña la invalidez de la deducción del pesimismo: dice que

no se puede postular un concepto cuya característica sea

carecer de fines y sacar una consecuencia pesimista para la

existencia a partir de ahí164. Tampoco le parece que la

existencia del dolor pueda tomarse como una prueba a priori

163 SIMMEL, Georg, Schopenhauer y Nietzsche, op. cit., p. 27.164 Ibid, pp., 84-85.

156

del pesimismo165. Considera que, si Schopenhauer lo hace, es

por su temperamento. Dice Simmel: “el conceder más o menos

valor a la existencia en naturalezas destacadas, depende de

que el punto más hondo de su alma posea la sensibilidad

específica para la dicha o para el sufrimiento”166. Por

ejemplo, en lugar de hacer énfasis en la existencia del

dolor, se podría enfatizar el hecho de que la estructura del

mundo sea apropiada para concedernos felicidad a través del

arte, consideración que podría opacar al pesimismo167. Cabría

decir algo parecido con respecto a la negación de la

voluntad: si el hombre realmente es esclavo absurdo de la

voluntad, entonces, el que tenga la capacidad de negarla –

aún ocasionalmente, podría ser considerado como una especie

de milagro.

El pesimismo schopenhaueriano, como interpretación

total de la realidad, implica el convencimiento arraigado de

la esencia irremediablemente desgraciada de la existencia.

Visto desde otro ánimo, sin importar qué tan mal esté el

mundo, no se seguirá que las únicas actitudes que quepa

adoptar ante ello sean la resignación y la renuncia.

Schopenhauer presenta las opciones existenciales como si no

hubiera matices entre lo que llama afirmación y negación de

la voluntad. Dice: “Mientras tanto [mientras llega la

muerte] proseguimos nuestra vida con gran interés y mucha

165 Ibid., p. 91 y ss. 166 Ibid., p. 105. 167 Ibid., p. 157.

157

solicitud, tanto tiempo como sea posible”168. Pero continuar

con la vida no implica necesariamente hacerlo con gran

interés y solicitud, ni mucho menos prolongarla tanto como

sea posible, sino que existe toda una gama, nada desdeñable,

que en este esquema quedaría entre la afirmación y la

negación de la voluntad; o más bien, que escaparía a una

valoración graduada en estos términos. Según nuestra tesis,

la compasión es el concepto de la filosofía schopenhaueriana

en el que más se evidencia la insuficiencia de la negación

de la voluntad – y de la negación ‘mundo como

representación’ – para dar cuenta de la ética; no sólo

porque la ética es primordialmente mundana, sino porque es

el ámbito en que tiene mayor potencial el concepto de

comunidad de la voluntad, si se lo interpreta en el sentido

que hemos insinuado y que desarrollaremos en lo que sigue.

La ética necesita detenerse y arraigarse en el mundo para

ser eficiente y comprometida. En esta medida, es

incompatible con la “negación de la voluntad” que representa

la renuncia.

Schopenhauer sustenta su elogiada renuncia en que,

aquel cuya voluntad no se vea excitada por los objetos de

deseo, “…en el curso de su propia vida y sus infortunios

verá menos su suerte individual que el destino de la

humanidad en general, tomándole como objeto de estudio más

que de sufrimiento”169. ¿Cómo puede ser que la más elevada

168 MVR V.I, 367.169 MVR V.I, 244.

158

acción ética sea sólo querer estudiar a los otros? Esta

postura está en consonancia con la falta de importancia dada

al mundo real, de la que ya hablábamos antes, la cual

también se hace presente en la teoría schopenhaueriana del

goce estético. Ésta dice que, quien se vuelve sujeto puro

del conocer, tiene dicha, porque todas sus necesidades están

en paréntesis y contempla las ideas, que constituyen lo más

íntimo de nosotros pero sin el tormento ni la ridiculez. El

arte, dice Schopenhauer “ofrece [para la filosofía]

esencialmente lo mismo que el propio mundo visible, sólo que

de manera más concentrada y consumada”170.

Correspondientemente, para Schopenhauer el mundo también es

prescindible cuando se trata de ética. Tenemos la increíble

paradoja según la cual, mientras más conocemos el mundo,

menos nos importa.

En Parerga y Paralipómena, por un momento, parece que no

será así. Schopenhauer presenta una curiosa gradación del

conocimiento, de la ‘realidad’: el comerciante, que toma

parte en lo público, es ya más consciente que el proletario

y goza de un nivel de realidad más alto. El erudito en

historia se eleva por encima de su tiempo y su persona,

medita sobre las cosas del mundo. Finalmente el poeta o el

filósofo medita sobre la existencia misma, y su conciencia

se ha agrandado hasta el grado de claridad en que se vuelve

conciencia universal. Sin embargo, este logro no trae

170 Ibid., 315.

159

consigo la sabiduría práctica de dicho poeta o filósofo,

sino todo lo contrario. La representación deja de servir a

la voluntad, y le ofrece a su espíritu un mundo que provoca

más su búsqueda y examen que su simpatía171.

Según esta doctrina, el asceta, que reconoce a la

voluntad como la responsable de la existencia y el

sufrimiento del mundo, se revela contra ella, no la deja

resurgir al negarle su alimento. Eventualmente, cuando el

asceta muere, no sólo muere con él su fenómeno, sino también

su esencia y, para él, “también finaliza el mundo al mismo

tiempo”172. Pero, ¿qué sucede con el mundo y con las personas

que quedan atrás? En general, creer que podemos sustraernos

del mundo es una ilusión individualista. En términos

schopenhauerianos, podríamos decir: si una persona en lo

individual contempla al mundo, niega la voluntad y alcanza

la salvación por medio de la sustracción del mundo, deja

atrás a un mundo que sabe sufriente. ¿Cómo puede conciliarse

la apología de la renuncia con la intuición de la comunidad

de la voluntad? Además, la defensa de la opción de la

renuncia implica no reconocer que todo lo que hagamos y

dejemos de hacer en el mundo, tendrá repercusiones en el

mundo, incluso si se trata justamente de una renuncia.

Merleau-Ponty, a propósito de la alteridad, dice : “Incluso

la meditación universal que priva al filósofo de su nación,

de sus amistades, de sus partidos, de su ser empírico, en

171 Ver PP, §333.172 MVR V.I, 452.

160

una palabra del mundo, y que parece dejarlo absolutamente

solo, es en realidad acto, palabra, y en consecuencia

diálogo” 173. Es difícil aceptar la defensa del ascetismo y

de la renuncia como la opción más elevada a la que pueda

acceder un ser humano, y más difícil aún es aceptar que esta

opción surja de la misma fuente que la compasión y que la

sobrepase; que surja de la intuición de la comunidad de la

voluntad.

Analizaremos ahora la compasión misma. Como habíamos

dicho, es esta consecuencia práctica de la filosofía

schopenhaueriana en la que más nos concentraremos, por ser

la única que se refiere a la acción propiamente mundana.

Exploraremos la contradicción entre esa característica, y

algunos aspectos del pesimismo y de la renuncia.

El pesimismo schopenhaueriano dicta que lo único que

puede intuirse en la comunidad de la voluntad, es el dolor.

Puesto que, para él, sólo el dolor es real y el placer es

meramente su momentáneo alivio, únicamente podemos dolernos

del dolor del otro, pero no alegrarnos con su alegría. La

prueba es que si nos alegramos por el bien del otro, sólo

puede ser, o bien porque antes nos afligió su sufrimiento, o

bien porque es nuestro hijo padre, amigo, familiar174. Lo

primero – que sólo podamos alegrarnos con otro si hemos sido

testigos de su dolor – lo contradice la experiencia, pues sí

173 MERLEAU-PONTY, Maurice, Phénoménologie de la perception, Gallimard, Paris, 1945, p.414.174 DPFE, pp. 253-254.

161

puede alegrarnos la fortuna de otro sin el antecedente de su

dolor. Con respecto a lo segundo – que sólo podamos

alegrarnos con el otro si es alguien cercano – Schopenhauer

no ofrece ninguna premisa complementaria que explicara por

qué la identidad de la voluntad tendría esta particularidad

entre parientes y amigos. Si rechazamos que la única

comunidad de sentimientos sea la del dolor, no tenemos

ningún motivo para restringir la alegría por el bien del

otro al círculo más cercano. El que acabamos de mencionar,

es el único intento de Schopenhauer por probar que la ética

sólo pueda basarse en sentir el sufrimiento del otro y

evitárselo.

Además de la doctrina que le da realidad exclusiva al

dolor, la ética de Schopenhauer tiene la característica de

funcionar a la manera de los vasos comunicantes: le evito

sufrimiento al otro procurándomelo yo mismo. Alivio el dolor

del otro privándome yo de un placer. Simmel, de quien ya

habíamos dicho que critica la schopenhaueriana reducción de

lo principal de la vida al placer y al dolor, critica

también que, al cifrarlos de esta manera, no se haga una

distinción entre los sentimientos que puede haber hacia

distintas personas. El amor no es una misma cosa que

simplemente dirigiéramos alternativamente hacia nosotros o

hacia otra persona. Los sentimientos que están en juego son

más complejos175. En efecto, saber qué sea hacer el bien o

175 SIMMEL, Georg, Schopenhauer y Nietzsche, Op. cit., p. 180.

162

evitarle sufrimientos a alguien en un momento determinado,

no es una tarea de solución evidente, ni que pueda

entenderse, independientemente de los casos particulares,

como una transferencia de dolores y placeres que siempre

sería esencialmente la misma.

Además de la diversidad, es necesario atender a la

complejidad de las relaciones éticas. Como decíamos antes,

el contenido de la identidad de la voluntad entre los seres

humanos incluye las necesidades subjetivas y complejas que

nos caracterizan. Hemos dicho también que, en la experiencia

de la comunidad de la voluntad, la razón y el conocimiento

son aliados esenciales para extenderse más allá de la propia

individualidad. Es por esto que cobran realidad ética las

estructuras sociales y políticas, los pueblos lejanos y la

historia. Es fácil reconocer la complejidad resultante para

la ética, aún si lo que se pretende es simplemente ‘hacer el

bien’.

Tomando esto en cuenta, parece muy poco verosímil una

ética motivada solamente por la compasión intuitiva, sin la

mediación de la razón ni del conocimiento del mundo ‘según

la representación’. Defender esta postura, sería defender

acciones que, en muchos casos, serían poco acertadas o poco

efectivas, precisamente por ser impulsivas. Esto podría

legitimar el refugiarse en las buenas y sinceras

intenciones, sin comprometer lo mejor de nuestras

capacidades. Hacer el bien exige vérselas con el mundo, lo

163

cual puede implicar esfuerzos de conocimiento, intelección y

comprensión; si es que se pretenden acciones asertivas.

Abundaremos sobre esto cuando nos refiramos a la ética de la

responsabilidad de Weber. Un ejemplo paradigmático de la

acción compasiva, que Schopenhauer menciona en ocasiones, es

la repartición de los propios bienes entre los pobres. Esta

acción supuestamente es impulsada por la intuición de la

comunidad de la voluntad. Sin embargo, se trata del

prototipo de la acción asistencialista, que responde a un

impulso momentáneo, satisface una necesidad momentánea, y no

soluciona los males más estructurales y duraderos.

Una dimensión muy importante que Schopenhauer niega en

su ética, es la de la significación176. Para él, como

decimos, sólo cabe evitar sufrimientos y procurar placeres.

Estos actos, en términos schopenhauerianos, sólo tienen una

implicación ética en la voluntad del autor de la acción. El

receptor es sólo “interesado pasivamente en la acción”177.

Para Schopenhauer, la incidencia en la voluntad de los

otros, como ya hemos visto, es imposible; lo único que

podemos hacer por una voluntad ajena es allanarle el camino

de la vida para que pueda llegar a negarla. Cabe

preguntarse: si en el camino a la salvación, cada placer es

un obstáculo, y si hacer el bien es procurar placeres y

176 Con “significación”, nos referimos a aquellos elementos susceptibles de sercodificados, a través de algún lenguaje simbólico, y convertirse así envaloraciones, pensamientos, sentimientos, recuerdos, interpretaciones y demásmanifestaciones de la subjetividad humana. 177 DPFE, pp. 249-450.

164

evitar sufrimientos a los otros, entonces, ¿hacer el bien a

los demás desfavorece su salvación? Cuando menos, resulta

indiferente en términos de significación. En el modelo

Schopenhaueriano, uno se compadece del otro y lo ayuda, y el

otro recibe la ayuda como si fuera caída del cielo, o

proveniente de alguien arbitrariamente bondadoso. Luego el

receptor disfruta del bien otorgado, y la vida sigue igual,

como si nada hubiera ocurrido entre personas. Con esto, se

ignora totalmente la dimensión intersubjetiva de la ética.

Identificarnos con la voluntad de los otros,

percibirlos como algo análogo, no puede consistir en

concebirlos como entes que sólo ansían la satisfacción de

sus necesidades de placer y supervivencia: debe conducirnos

a reconocer en los demás otras características, que

percibimos en nosotros mismos. Por ejemplo, el sentimiento

de tener derecho de estar bien, de vivir y de tener lo

necesario. Además, como decíamos anteriormente, todos

tenemos la necesidad de ser alguien para los demás, de ser

reconocidos, queridos y respetados. He aquí toda una gama

que Schopenhauer excluye de la ética debido a la limitación

de su concepto de compasión. Esto es comprensible si tomamos

en cuenta que él no cree en la posibilidad de la verdadera

comunicación. No sólo niega la posibilidad de la incidencia

moral de los unos sobre los otros (en términos de influencia

sobre el carácter), sino que niega la posibilidad de

cualquier comunicación auténtica: “si las intuiciones fueran

165

comunicables, la comunicación valdría la pena: pero a la

postre cada uno ha de permanecer en su piel y en su cráneo,

y nadie puede ayudar al otro”178.

En ocasiones, Schopenhauer entrevé que la ética no

puede restringirse a la transferencia de bienes de

supervivencia y a la satisfacción de necesidades básicas,

como cuando dice que los mayores dolores están en la

imaginación, o que el sufrimiento se agudiza con el

sentimiento de sufrir una injusticia179 y sin embargo, esto

no lo lleva a reconocer que la acción ética se juega, en

buena medida, en una dimensión subjetiva. Abundaremos sobre

estos temas cuando discutamos los aprendizajes políticos que

puede arrojar la ética pensada como comunidad de la

voluntad. Aunque aquí defendemos la importancia intrínseca

de la significación en la ética, cabe mencionar que la falta

de significación, a menudo está ligada a la falta de

efectividad. Es el caso ya citado de la repartición de

bienes entre los pobres. Se satisface una necesidad básica

momentáneamente, pero no se realizan cambios estructurales,

que incluyan a los involucrados mismos, para acabar con la

pobreza.

Si la identificación de la voluntad nos lleva a

reconocer en otros las necesidades subjetivas de las que

hablábamos antes, como es la necesidad del reconocimiento de

nuestros derechos y de nuestra valía, cabe hacer la

178 MVR V.II, 79-80.179 DPFE, p. 257.

166

siguiente consideración: en la identificación con los otros,

sería absurdo que, por pensar ellos, olvidáramos que

nosotros también tenemos dichas características. Sería

igualmente absurdo olvidar que, si nosotros tenemos la

capacidad de contemplar al otro como un ser de subjetividad

compleja y con hambre de reconocimiento, el otro también

puede contemplarme a mí de la misma manera. La dinámica de

la comunidad de la voluntad, no tendría que sugerir, para

nada, una supresión de sí mismo en beneficio de los otros,

ni una prioridad del bien de los demás sobre el propio. En

esta perspectiva, es de mayor utilidad considerar la teoría

del derecho natural o moral de Schopenhauer en lugar de su

doctrina sobre la compasión: la del derecho natural dice, en

esencia, que tenemos derecho a rechazar que pisoteen nuestra

voluntad. Para Schopenhauer, hay un punto que no es

arbitrario ni convencional, sino a priori, en el que la

afirmación de la propia voluntad se vuelve negación de la

ajena180. No creemos que dicho punto de inflexión sea a priori,

pero sí que ayuda a entender la justicia que cabe procurar

en la perspectiva de la comunidad de la voluntad.

El no hacer diferencia entre unos y los otros,

conservando el valor propio, parece mucho más sensato que el

negase a uno mismo por los otros. Bajo este principio se

evitaría llegar a defender la conveniencia de absurdos como

sacrificar la propia vida para procurarle al otro un

180 Ver MVR V.I, 403.

167

beneficio mediano, o renunciar a algo muy importante para

uno mismo por satisfacer un capricho de otro. Además, quien

se niega a sí mismo de forma radical, dejándose morir181,

debe tener en cuenta las implicaciones prácticas éticas de

su renuncia. ¿A quién deja en el mundo, con necesidad o con

el lamento de la trágica pérdida? ¿Qué pendientes, proyectos

y responsabilidades abandona? En suma, ¿qué consecuencias

tiene su renuncia en el mundo que queda atrás?

Schopenhauer rechazaría estas consideraciones, como

rechaza también el imperativo categórico. Le parece que éste

responde más a la política que a la ética, porque, a final

de cuentas, redunda en un egoísmo racional. Para él, las

máximas del obrar que sirven para garantizar un beneficio

propio, se oponen radicalmente a los auténticos impulsos

morales182, y “el descubrimiento de un motivo interesado, si

era el único, suprime totalmente el valor moral de una

acción, y si actuaba accesoriamente, lo disminuye”183. Aunque

reivindicamos la especificidad de la ética como

identificación espontánea y desinteresada con la suerte del

otro, en esta identificación no vemos ninguna razón por la

181 En Schopenhauer hay una distinción entre suicidarse y dejarse morir.El suicidio es un camino equivocado, porque representa un intento porlibrarse del sufrimiento mundano, sin tomar en cuenta que se trata sólodel dolor individual. El dejarse morir, en cambio, es el final queencuentran los ascetas, no por una búsqueda deliberada de la muerte, nipor una huída del sufrimiento, sino porque han dejado de desear y deprocurarse aquello que necesitan para la vida, con lo cual desaparecencomo resultado de la salvadora negación de la voluntad. 182 Ver DPFE, p. 250.183 Ibid., p. 247.

168

cual la propia voluntad deba ignorarse. La coexistencia de

estos dos polos de la ética – el bienestar propio y el ajeno

– es, por supuesto, problemática y compleja, pero no se

puede pretender eludir su problematicidad eliminando alguno

de los dos extremos. Algunas filosofías morales, tales como

las escuelas postaristotélicas del helenismo, o la del mismo

Aristóteles, se han centrado en la búsqueda de la propia

felicidad, y no por eso son inmorales. En cualquier caso,

Schopenhauer no parece condenar estas filosofías cuando, en

el segundo volumen de El mundo como voluntad y representación, las

expone largamente para probar que entre menos se desee, más

dichoso se es184.

Aquí hemos enfatizado los aspectos de la compasión que

son problemáticos por su tensión inherente con el pesimismo

y la renuncia al mundo. Pero, mundanamente, ¿qué de la

compasión tiene que ver con una ética pensada a partir de

una comunidad de la voluntad que no tienda hacia ninguna

otra dirección que no sea el mundo mismo? Si se trata de

reconocer al “otro”, negarse a uno mismo en el sentido de

acallar los propios impulsos, necesidades y pensamientos,

para lograr un ánimo receptivo, es, muchas veces, la clave

para acceder realmente a él. También, negar el exceso de la

propia voluntad, puede ser un sencillo modelo de respeto al

otro: no sobrepasarse, no pisotear al otro, ni imponerse,

184 Ver MVR V.II, Capítulo 16.

169

sino restringirse al ámbito de la propia voluntad. Simone

Weil, por ejemplo, habla de un amor que no desea cambiar a

su objeto ni mancillarlo. Un amor casto, puro, en la

distancia, que sólo desea que el ser amado exista: “Es una

cobardía tratar de obtener de las personas que amamos (o

desear darles) un consuelo distinto al que nos ofrecen las

obras de arte, que nos ayudan por el mero hecho de que

existen”185. Estas enseñanzas previenen contra la propensión

a la instrumentación de las personas y a la imposición, y

pueden ser muy pertinentes en nuestras sociedades. También,

con respecto a la negación de la voluntad, se puede entender

que Schopenhauer prefiera el anónimo ascetismo ante los

eventos más notorios de la humanidad, caracterizados por la

violencia, la astucia y la mezquindad. Schopenhauer les

opone el valor de lo interno, de lo humilde, de lo que no

necesita reconocimiento. Sin embargo, todas estas tendencias

que guardan relación con la negación de la voluntad,

constituyen solamente un espectro particular de la ética tal

como la estamos pensando. La comunidad de la voluntad como

concepto inspirador, corresponde a la intención de incluir a

los otros, no como meros receptores, sino como participantes

de una misma dinámica, y por lo tanto, las acciones éticas

que de él se deriven, deben contar con un significado

compartible.

185 WEIL, Simone, La gravedad, y la gracia, tr. de Carlos Ortega, Madrid, Trotta, 1994,pp. 107-108.

170

Hemos visto que, para Schopenhauer, la ética es un

asunto de individuos que, debido a su carácter innato

intuyen la comunidad de la voluntad, lo cual los lleva a ser

compasivos, negarse a sí mismos, y, eventualmente, renunciar

al condenado mundo. Ni la razón, ni el conocimiento, ni la

socialización, ni ningún otro factor externo a la persona,

puede influir en su moralidad, ya que ésta es innata, y la

ética es siempre la misma. Consecuentemente, Schopenhauer

rechaza que la ética tenga que ver con lo que llama el

‘mundo como representación’ Aquí, por el contrario, hemos

intentado mostrar cómo la intuición de la comunidad de la

voluntad puede adquirir otro matiz: el de querer concebirse

a uno mismo como parte de un mundo que uno se esfuerza por

tomar en cuenta sensatamente. Hemos insinuado que, el

enfocar el concepto de voluntad de esta manera, lo hace

tender hacia las estructuras sociales, hacia la historia y

hacia la política. En lo que sigue, exploraremos algunas de

las posibilidades de la ética con tendencia política que el

concepto schopenhaueriano de voluntad puede inspirar.

171

Capítulo 4: Perfiles de la ética con tendencia política

Para Schopenhauer, como hemos visto, la política es la

manera de conciliar colectivamente el egoísmo de cada quién.

La política se puede concebir, en cambio, como una actividad

con valor en sí misma, en la cual se realiza lo mejor de la

humanidad. Cornelius Castoriadis retrata el origen de ambas

posturas en la Grecia Antigua186. En la interpretación de

Castoriadis, los griegos, a partir de su tradición mítica y

trágica, descubrieron que no había bien, orden, justicia y

ni ley alguna que estuviera dictada y garantizada por alguna

instancia divina. Ellos enfrentaron y se hicieron cargo de

este descubrimiento – que Castoriadis llama del ‘abismo’ –

juntándose para pensar y discutir, con lo cual nació la

democracia. Después de que ésta culminara y fracasara,

Platón inauguró una corriente de pensamiento apolítica, que

predominó en adelante, en la que se propone la soberanía de

un Rey filósofo, a falta del cual debe imperar la ley, pero

no el autogobierno de los hombres187. Visto de esta manera,

Schopenhauer sería afín a la corriente platónica de

pensamiento político.

186 Ver CASTORIADIS, Cornelius, Lo que hace a Grecia: Seminarios 1982-1983 – La creación humana II, tr. de Sandra Garzonio, Fondo de Cultura Económica, Buenos, aires, 2006, pp. 326-338.187 Ver CASTORIADIS, Cornelius, Sobre el político de Platón, tr. de Horacio Pons,Trotta, Madrid, 2004, p. 53.

172

4. 1. Ética schopenhaueriana y política arendtiana

Recientemente, filósofos de la política y de la ética

han presentado propuestas para alcanzar situaciones ideales

de diálogo y participación colectiva, para lograr la

justicia, el bienestar, y el entendimiento entre los

diferentes. En ellos se observa una valoración de la

política como una dimensión de la actividad humana en la

cual es deseable que todos participen.

Sin embargo, el sentido común sigue concibiendo la

política predominantemente como una actividad de unos

cuantos poderosos, para la gestión de los conflictos y las

riquezas, en un contexto determinado. La política, para el

ciudadano común, aparece lejana y sumamente restringida. En

este trabajo, en cambio, hemos querido presentar un

acercamiento a la política que surja de una fuente muy

diferente, y relevante para todos: la ética, pensada como

comunidad de la voluntad; una ética que, según hemos

intentado mostrar, tiene un potencial mucho más

significativo cuando tiende a la inserción en el mundo

social y político, en lugar de tender a la compasión y a la

renuncia. Un ataque frontal a la noción del sentido común

que citamos más arriba, lo constituye el concepto de

política de Hannah Arendt, pues está construido a partir del

interés por estar y actuar con los otros. A pesar de la

173

evidente lejanía entre la filosofía de Schopenhauer y la de

Hannah Arendt, la depuración del hecho ético que realiza el

primero, puede tener mucho en común con la depuración del

hecho político que realiza la segunda. Por este motivo,

traeremos a colación a dicha autora en diferentes momentos

de esta argumentación, cuando aporte el contrapunto mundano

a nociones éticas schopenhauerianas con las que puede tener

continuidad. Asimismo, haremos referencia a Weber, pues

también aporta a una comprensión de la política que puede

estar en continuidad con la filosofía schopenhaueriana.

Hacia el principio de este trabajo decíamos que una

particularidad de la ética pensada a partir de la comunidad

de la voluntad, era que permitía ver a la ética no desde la

perspectiva del deber, sino desde la perspectiva del querer;

como un interés originario, espontáneo, igual a aquél por el

cual nos interesa nuestra propia vida. En el capítulo

anterior hemos extendido la identidad de la voluntad a su

dimensión política. Exploremos ahora la posibilidad de que

la política se entienda como el interés por el acercamiento

a otras personas para una acción y un significado comunes.

Ya Rousseau ilustra este impulso en su Ensayo sobre el origen del

lenguaje: “Tan pronto como un hombre fue reconocido por otro

como un ser sintiente, pensante y semejante a él, el deseo o

la necesidad de comunicarle sus sentimientos y sus

pensamientos le hizo buscar los medios para ello”188. Un

188 ROUSSEAU, Jean-Jacques, Ensayo sobre el origen del lenguaje, citado por RICOEUR, Paul, Caminos del reconocimiento, Op. cit., p. 192.

174

impulso análogo se encuentra en la noción arendtiana de

política. Recordemos, entonces, lo esencial de dicho

concepto, para establecer un diálogo entre éste y el que

hemos venido desarrollando en este trabajo.

Para Arendt, como ya hemos dicho, la política es el

espacio de realización humana por excelencia y, como tal,

corresponde a todos los individuos ejercerla cotidianamente.

Arendt ubica el origen de la política en Grecia. Los hombres

libres debían tener el atrevimiento de abandonar la

oscuridad del hogar, de lo privado, dejar atrás el ámbito de

la labor y del trabajo189; y entonces acudir al ágora, a la

plaza pública, a enfrentarse con sus semejantes – aquellos

que son iguales pero diferentes: “El discurso y la acción

revelan esta única cualidad de ser distinto. Mediante ellos,

los hombres se diferencian en vez de ser meramente

distintos; son los modos en que los seres humanos se

presentan unos a otros, no como objetos físicos, sino qua

hombres”190. Tal es el modelo que Arendt utiliza para

retratar la esencia de la política, y con ella, la única

posibilidad de auténtica libertad del hombre. La comunidad

de la voluntad, que sugiere el reconocimiento y la

incumbencia mutua entre las personas, puede ilustrarse si es

enfocada desde la perspectiva arendtiana. Analizaremos189 Para Arendt, la labor responde al mero impulso biológico, y eltrabajo consiste en la creación y objetivación del mundo humano, la cualcorresponde también al ámbito privado. Ver ARENDT, Hannah, La condiciónhumana, tr. de Ramón Gil Novales, Paidós, Barcelona, 2005, [1958],capítulos III y IV. 190 Ibid., p. 206.

175

algunos rasgos de la ética schopenhaueriana que se podrían

derivar de ello.

4. 2. La construcción y la fragilidad del mundo

Un aspecto muy importante de la política tal como la

concibe Arendt, es que sólo puede ocurrir dentro de un

“mundo”. Esta aportación resulta relevante en nuestro

trabajo, pues, si bien es cierto que la política de Arendt

puede parecerse a la ética de Schopenhauer, el concepto de

“mundo” hace tangible la dimensión mundana que Schopenhauer

no reconoce. Se trata de lo siguiente: la acción humana

(especialmente la política) sólo puede existir y tener

significado mientras tenga un lugar donde esté disponible

para la consideración de todos, y donde pueda conservarse.

La construcción de este “mundo” consiste en la fabricación

de objetos sólidos y duraderos que le dan forma a la

interacción entre las personas; pero también:los hombres que actúan y hablan necesitan la ayuda del homo faber en su

más elevada capacidad, esto es, la ayuda del artista, de poetas e

historiógrafos, de constructores de monumentos o de escritores, ya que

sin ellos el único producto de su actividad, la historia que establecen

y cuentan, no sobreviviría191.

La acción humana, por ser tan radicalmente libre, sería

presa de la indeterminación absoluta si el mundo no le

brindara un cauce y un sentido. Otros mecanismos por los

191 Ibid., p. 195.

176

cuales se le ponen cauces a las acciones humanas son las

reglas, los acuerdos y las promesas: Sin estar obligados a cumplir las promesas, no podríamos

mantener nuestras identidades, estaríamos condenados a vagar

desesperados, sin dirección fija, en la oscuridad de nuestro

solitario corazón, atrapados en sus contradicciones y

equívocos, oscuridad que sólo desaparece con la luz de la

esfera pública mediante la presencia de los demás, quienes

confirman la identidad entre el que promete y el que

cumple192.

Este pasaje en el que Arendt retrata a la promesa como

iluminadora de un camino intersubjetivo para la errática

acción individual, guarda un cercano parentesco con otro

pasaje, éste de Schopenhauer, donde se habla de la unión y

la desunión de la voluntad: La profunda aversión que suscitan por doquier la perfidia,

la infidelidad y la traición estriba en que la fidelidad y

la rectitud son el lazo que desde fuera vuelve a hacer

unitaria la voluntad dispersa en la pluralidad de los

individuos y con ello pone barreras a las consecuencias del

egoísmo derivado de esa dispersión. La infidelidad y la

traición desgarran ese último lazo externo y dan con ello a

las consecuencias del egoísmo un campo de juego ilimitado193.

Cobrar conciencia del esfuerzo que implica la

construcción del mundo humano, donde puede existir la

política, es, a un mismo tiempo, cobrar conciencia de su

fragilidad. Arendt explica cómo los mundos humanos pueden

desaparecer al destruirse físicamente las ciudades, o al192 Ibid., p. 257.193 MVR V.I, 399.

177

perderse su historia. Civilizaciones y culturas pueden

quedar irreconocibles, perderse de facto, si se pierde lo

que en ellas tenía valor y significado. Podemos comparar el

ánimo existencial que acompaña la contemplación de la

vulnerabilidad de los mundos humanos, con el ánimo

existencial schopenhaueriano del que hablábamos antes. El

pesimismo de Schopenhauer corresponde, como veíamos, a su

apreciación de que en el mundo no hay una racionalidad, ni

una finalidad, y que no está hecho para la felicidad. Esto

lo lleva a la conclusión práctica de la renuncia. En cambio,

Arendt no decreta la falta de racionalidad, ni de finalidad,

ni la imposibilidad de la felicidad, sino que, a través de

sus criterios y sus evaluaciones, restringe el ámbito

posible del significado y la valía de la vida, y da cuenta

de su fragilidad; lo cual la lleva a postular la necesidad

de ocuparse de construir y conservar los mundos humanos. Es

de subrayarse que la filosofía política arendtiana, aunque

considera a la política en el mundo como el ámbito de la

realización humana – al contrario de Schopenhauer –, de

forma parecida, exige un abandono de la ingenuidad del

optimismo. Simmel describe así este rechazo al optimismo,

refiriéndose a la filosofía schopenhaueriana: “renunciar a

la postura según la cual estamos hechos o tenemos las

condiciones de lo que debemos ser, junto con el mundo. Que

potencialmente todo concuerda194.

194 Ver SIMMEL, Schopenhauer y Nietzsche, Op. cit., pp. 51-53.

178

Algo similar ocurre con la visión weberiana de la

política. Weber sostiene una visión trágica de la vida: los

valores que en ella se engendran no poseen fundamentos

últimos; nada puede decirnos si nuestro beruf (vocación)

vale realmente la pena195, ni si es más honorable actuar

según la ética de la convicción o según la ética de la

responsabilidad (que implica tomar las debilidades humanas

como factores de cálculo, recurrir a métodos de dudosa

integridad moral, o admitir efectos secundarios indeseables

subordinados a un fin principal). El ‘politeísmo de

valores’, como él lo llama, es inevitable en su época y en

su cultura196. El hombre político – que actúa en un Estado

fundado en la violencia legítima – necesariamente debe

tender hacia la ética de la responsabilidad, e incluso

“firmar un pacto con los poderes diabólicos”197. A primera

vista, esto podría hacer creer que Weber negaría el valor de

la política, como Schopenhauer. No es así. Para Weber,

actuar según la ética de la convicción – en los raros casos

en que se hace sinceramente – significa no estar a la altura

de los tiempos. La huida del mundo por la vía de la mística

– manifestación extrema de la ética de la convicción – es,

para él, comparable a una existencia pequeño burguesa198.

Pero la política que predica no responde a una pura ética de

la responsabilidad, sino que requiere de ambas. Para Weber,195 Ver WEBER, Max, Le savant et le politique, Op. cit., p. 103.196 Paráfrasis nuestra, Ibid, p. 98.197 Ibid, pp. 196-197.198 Paráfrasis nuestra, Ibid, p. 201.

179

es necesario asumir que, para cualquier acción, el fin

último es una elección irracional, una cuestión de fe. En

política, esto se llama causa, y es elegida apasionadamente;

es una convicción. La pasión es necesaria para encarar los

fracasos, la bajeza del mundo y el vacío de la existencia;

todo sin disminuir el compromiso con la realización de una

causa. Con la sola ética de la responsabilidad, en cambio,

el hombre político sería vano, porque no comprendería la

tragedia implicada en la elección de una causa, o bien,

porque desearía el poder por razones personales199.

Al planteamiento relativo al ‘politeísmo de valores’,

MacIntyre lo llama ‘sensibilidad weberiana’. Considera que

la visión contemporánea del mundo es predominantemente

weberiana, y que esta visión weberiana del mundo no puede

ser sostenida racionalmente; disfraza y encubre más que

ilumina200. MacIntyre propone, en cambio, retornar a los

valores concebidos aristotélicamente, es decir, valores que

toman su sentido en el contexto de prácticas, narrativas y

tradiciones. La pertinencia de dicha propuesta se ve

debilitada por no tomar en cuenta que, si las prácticas, las

narrativas y las tradiciones están en proceso de cambio y

fragmentación, podría ser precisamente la sensibilidad

weberiana la que respondiera a la nueva situación.

199 Paráfrasis nuestra, Ibid, p. 185.200MACINTYRE Alasdair, After Virtue: A Study in Moral Theory, Op. cit., p. 103. Latraducción es nuestra.

180

Schopenhauer denuncia a quienes se afanan seriamente en

los asuntos mundanos y le otorgan un valor a la vida por sí

misma, dogmáticamente. La noción weberiana de causa permite

pensar la coexistencia del apasionamiento por un asunto

humano sin el dogmatismo de los valores absolutos. Además,

su apología de la vocación política está lejos de la

ingenuidad y del optimismo con respecto a la humanidad. Por

el contrario, Weber enfatiza la importancia de lo que él

llama ‘consciencia trágica’; y de la participación de la

ética de la responsabilidad, tanto como de la ética de la

convicción, en el ánimo del buen político.

Vemos entonces, con los ejemplos de Arendt, y los de

Weber que antes presentamos, que es posible defender el

valor de la política sin caer en lo que, en términos

schopenhauerianos, podríamos llamar una afirmación a

ultranza de la voluntad. Por supuesto, la mayor diferencia

con Schopenhauer implicada en tal valoración de la política,

es la valoración del mundo, con todo y su caducidad, como lo

hace Hannah Arendt. La valoración de la política también

implica que la acción valedera exige enfrentarse con las

bajezas de la humanidad, como advierte Weber. Tomando esto

en cuenta, exploraremos ahora algunas de las posibilidades

de la ética como comunidad de la voluntad en su vertiente

política. Se trata, en general, de una disposición hacia los

asuntos públicos, hacia la participación en las acciones y

significaciones compartidas. Visto de esta manera, el

181

interés originario por los otros no tiene por qué ser una

actitud excepcional, sino que puede observarse en numerosas

manifestaciones humanas. Inversamente, los rasgos comunes de

dichas manifestaciones permiten interpretarlas bajo una

misma noción orientadora que aquí llamamos ética con

tendencia política.

4. 3. Descentramiento

Hemos discutido ya la característica más definitoria de

nuestra noción de ética con tendencia política: se trata del

interés originario por la suerte de los otros, interés sólo

comparable al que suscita la suerte propia. Sin embargo, ir

hacia el otro implica salir de sí mismo, lo cual significa,

en cierta medida, ir en contra de uno mismo en la inercia de

permanecer anclado en la perspectiva particular, en los

valores propios y en los intereses individuales. Se trata,

pues, del paradójico deseo de descentramiento. En el ámbito

político, este descentramiento, en un primer momento, puede

motivar al entendimiento práctico entre grupos y personas

diferentes; puede incitar al establecimiento de valores y

metas comunes a pesar de que haya otras que no se compartan.

El descentramiento puede conducir a una postura que va

más allá de la coexistencia de las diferencias con miras

prácticas. Si a pesar de la experiencia de la diversidad, se

conserva la convicción de que en el otro reside algo

182

importante y significativo que trasciende la diferencia de

valores, puede resultar una relativización de los valores

propios. Puede resultar la capacidad para concebir la

coexistencia de altas verdades que no forman sistema entre

sí, o incluso, contradictorias. Tal debería ser la textura

del auténtico laicismo. En un laicismo más primitivo, el

creyente acepta la convivencia e incluso la valía de los

adeptos a otro credo, o de quienes no profesan una religión;

sin embargo, guarda siempre la convicción de que están

truncos o equivocados en algún sentido esencial por no

aceptar su creencia, que ‘si tan sólo aceptaran la verdad

(religiosa) en su corazón…’. En un laicismo logrado, en

cambio, nadie parte del supuesto de que el hombre sólo pueda

realizarse completa e irreprochablemente bajo un único

esquema religioso o cultural.

La ética pensada como comunidad de la voluntad cuenta

con un atributo que facilita la revisión de los principios

morales propensos a volverse dogmáticos. Si un precepto

moral personal o cultural provoca conflictos por oponerse al

de otro, cabe preguntarse en qué medida dicho precepto atañe

a la dinámica de la comunidad de la voluntad – en qué medida

concierne a los cuidados derivados de reconocer en los demás

una voluntad como la propia. Si resulta que cierta acción,

por censurable que sea desde cierto sistema de valores, no

lastima a nadie física ni moralmente, no genera violencia ni

odio, no propicia la injusticia, no priva a nadie de lo

183

suyo, etcétera; entonces, ¿cuál es el sentido de condenarlo,

especialmente cuando dicha condena provoca animadversión y

falta de entendimiento?

Schopenhauer enfatiza que las acciones éticas, cuando

tienen una motivación auténtica (la intuición de la

comunidad de la voluntad) pueden ser explicadas por sus

autores a través de dogmas equivocados o preceptos

acertados, y su verdadero significado será siempre el mismo.

Sin bien hemos rechazado la reducción de las diferentes

éticas a una sola, queremos recuperar el afán

schopenhaueriano por evaluar las acciones morales por la

calidad del trato entre personas, en lugar de juzgarlas

intransigentemente por sus revestimientos exteriores o por

las máximas que las explican.

Un ejemplo del potencial de la filosofía

schopenhaueriana para trascender los dogmas, lo constituyen

sus consideraciones sobre la mentira201. Partiendo de la

recurrencia y la practicidad de la mentira, Schopenhauer

cree que, en lugar de condenarla sin más, mejor sería

entender su esencia, para así sancionarla de manera más

sensata y verosímil. La mentira, piensa Schopenhauer, es la

manipulación de la voluntad ajena en beneficio de la propia,

valiéndose de presentar lo falso como si fuera verdadero.

Mentimos para que los otros crean, sientan o hagan lo que

nosotros queremos. Esta es la dinámica de la mentira y en

201 Ver, por ejemplo, MVR V.I, 398-400.

184

esto radica la posible medición de su mal. Sin embargo, dice

Schopenhauer, en muchísimas ocasiones mentir resulta

práctico para salir de aprietos, y sobre todo, para

protegerse de los demás. Dar una pista falsa cuando se sabe,

o incluso se sospecha, que las intenciones de quien indaga

son malas, es a menudo la única manera de evitar ser

atacado. En estos casos, ¿por qué habría de ponerse el valor

de la verdad por encima de cualquier otra cosa? ¿Por qué

habría de defenderse, hipócritamente, el precepto de la

prohibición total de la mentira? Por supuesto, como consta

en este mismo ejemplo, este tipo de consideraciones

difícilmente podrían arrojar resultados unívocos. Sin

embargo, pueden proporcionar pautas para identificar y dejar

de lado el dogmatismo, e identificar, en cambio, puntos

álgidos de la moral que antes pasaban desapercibidos.

El descentramiento del que hablamos, además de

posibilitar la aceptación de la coexistencia de valores, y

la trascendencia de los dogmas morales, puede llevar a una

búsqueda deliberada de la diversidad. Identificarse

intencionadamente con el otro puede significar un esfuerzo

por colocarse en una perspectiva que normalmente no nos

sería accesible, y considerar esto como un enriquecimiento

de la propia sensibilidad, que, a su vez ensancha la

capacidad de identificación. Un ánimo como el que

describimos, que considera a las culturas como portadoras de

valores, podría estar a la base de los estados y otras

185

instancias auténticamente interculturales. Schopenhauer

puede ser considerado un caso ejemplar de este tipo de

descentramiento, puesto que buscó hacer tambalear algunas de

las nociones centrales del Occidente al presentar aquéllas

de Oriente – y esto es especialmente significativo en su

época, en que no se conocía mucho sobre las cosmovisiones

ajenas a la europea cristiana, ni mucho menos se las tomaba

en cuenta para filosofar.

Sin embargo, el descentramiento que la comunidad de la

voluntad puede sugerirnos, no se refiere sólo a aquél que

nos lleva hacia otras culturas, sino también, más

generalmente, al cambio de perspectiva que se experimenta al

abandonar los grupos ‘naturales’ como referencias primarias

de la identidad y de la pertenencia. En este sentido resulta

pertinente recordar que, para Hannah Arendt, la diversidad

es una característica fundamental de la humanidad, lo cual

funda la posibilidad de la política, que es “el estar juntos

y unos con otros de los diversos”. Entonces, para ella,

resulta contrario al espíritu de auténtica realización

humana – la política –, el tomar como principales las

categorías de familia, parentesco, país, historia o

humanidad, porque son instituciones que no atienden a la

diversidad ni surgen de la acción humana. La política, para

Arendt, exige una verdadera interacción entre las personas

diversas, y no la alusión a colectividades teóricas202.

202 ARENDT, Hannah, ¿Qué es la política?, Op. cit., p. 45.

186

4. 4. Expansión

A partir de la identificación de la voluntad, podemos

distinguir otra característica relacionada con la tendencia

a la diversidad de cosmovisiones. Se trata de la expansión

de la consideración ética a personas y otros seres que

normalmente no entran en ella. Schopenhauer lleva tal

expansión, cuando menos, hasta el reino animal, al abordar

el tema de la compasión hacia los animales. Probablemente le

hubiera entusiasmado el caso ya mencionado de los pueblos

que incluyen a la misma naturaleza como sujeto de derecho.

El concepto de identidad de la voluntad nos sugiere

solamente una tendencia y una posibilidad de expansión, pero

su alcance, y el tipo de consideración ética que se le pueda

tener a cada ser, es algo que queda abierto aquí.

Schopenhauer brinda una pista para este tipo de problemas

cuando dice que el grado de identificación se determina por

el grado de receptividad y la capacidad de sufrimiento de

cada ser.

La expansión a la que nos referiremos aquí, por

tratarse de una reflexión sobre ética con tendencia

política, es aquélla que se da entre seres humanos. Esta

expansión puede avanzar (o retroceder) en muchas

direcciones. Es posible agrandar el campo de nuestra

incumbencia ética hacia el pasado por varios motivos. De los

187

que vivieron antes, hubo quienes tuvieron expectativas de

continuidad y mejora en lo que emprendieron, y, explícita o

implícitamente, confiaron su obra a la posteridad. Aunque no

se trate de proyectos que quepa continuar en el presente,

también está la posibilidad de lo que Hannah Arendt llama

‘inmortalizar las gestas’, que, a decir de ella, fue el

propósito que originalmente dio nacimiento a la polis

griega203. Ha habido hazañas humanas – morales, científicas,

físicas, artísticas, políticas – que en cierto modo exigen

reconocimiento más allá de su propia época, como parte del

patrimonio común. También está el caso contrario de los

sucesos ignominiosos que merecen ser recordados con pesar

por las generaciones posteriores. En cualquier caso, la

expansión de la consideración ética hacia el pasado, nos

refiere al concepto arendtiano de “mundo” al que ya habíamos

apelado, porque la memoria sólo es posible si nos cuidamos

de crear y mantener mecanismos de durabilidad, transmisión e

inteligibilidad de lo lejano.

La extensión de la consideración ética hacia el futuro,

es más común que la inclusión del pasado, pues resulta

evidente que mucho de lo que hagamos ahora continuará en el

futuro204. Se puede expandir esta consciencia pensando en la

203 Ibid, p. 115.204 Para Schopenhauer, la muerte es el fin de todo, lo cual demuestra

que “el íntegro afán cuyo fenómeno es la vida era estéril, vano y se

contradecía a sí mismo” (MVR VII, 732). Esta postura resulta

sorprendente, porque, además de obviar por completo un hecho que cabe

188

fisonomía política y cultural del mundo que estamos

conformando. Asimismo, hoy en día disponemos del

conocimiento sobre las repercusiones en el manejo ambiental,

y sobre la estrecha relación del deterioro del ambiente con

el actual sistema político y económico.

Por un lado, la extensión de la ética hacia el futuro

consiste en responsabilizarse por aquello que, teniendo su

origen en el presente, repercute en la suerte de quienes

vendrán después. Por otro lado, se trata de la consciencia

de que, tras la muerte individual, permanecerá el mundo, y

no visualizamos que por el hecho de morir vaya a dejar de

importarnos lo que en vida nos importó. Tras nuestra muerte

persistirá – mientras exista un ‘mundo’ para ello – nuestro

legado, nuestra huella y nuestra fama, cualquier que ésta

sea. Persistirán las personas que testificarán nuestra vida

y la juzgarán. En el presente, nos ocupamos de esta

dimensión futura aunque sabemos que no estaremos ahí para

experimentarlo personalmente.

La consciencia ética también es susceptible, por

supuesto, de expandirse hacia los contemporáneos.

Actualmente, grandes sectores de la población cuentan con

los medios para enterarse de la existencia y de la situación

aun de los grupos humanos que más remotos les resultan.

calificar como evidente al sentido común – el hecho de que, lo que nos

importa, supera la fecha de nuestra defunción –, obvia también una de

las fuentes más importantes de extensión de la comunidad de la voluntad.

189

Menos difundido, pero también accesible, se encuentra un

conocimiento considerablemente profundo sobre la compleja

interrelación entre los grupos cercanos y distantes. La

cobertura que alcancen estos conocimientos – que

corresponden, en general, al campo de la política –, es

directamente proporcional a la potencial cobertura de la

incumbencia ética de quienes los posean. En la ética que

estamos caracterizando como identificación de la voluntad,

la intención de quienes la experimentan es informarse de la

mejor manera y entender la situación con ayuda de su

razonamiento. Existe, entonces, tanto la posibilidad de

tener presentes a quienes no forman parte de nuestra

cotidianeidad, como la de no tenerlos presentes, como ocurre

de hecho a menudo. La polarización socioeconómica y la

segregación de los diferentes entre sí, a causa de

animadversiones y prejuicios, como sucede en México, hacen

difícil que la justicia social y la economía política se

vuelvan asuntos éticos para la mayoría de la población. Es

pertinente recordar que, para Hannah Arendt, mientras

existan grupos enteros de personas que no saben nada las

unas de las otras, o que no se imaginan el modo de vida, el

entorno ni el imaginario de las otras; mientras existan

diferencias totales de geografía, lenguaje, cultura, valores

y clase; la política es impracticable entre ellos.

Estas posibilidades expansivas de la ética, inspiradas

por la idea schopenhaueriana de la comunidad de la voluntad,

190

guardan cierto paralelo con el argumento que desarrolla

Richard Rorty en su artículo Justice as a larger Loyalty205. En él,

defiende que el sentido de justicia con respecto a grupos

extendidos – más allá de nuestra familia, raza o clase –, no

es diferente de la lealtad con respecto al grupo más

inmediato; sino que es, de hecho, una lealtad más amplia, o,

como decimos aquí, expandida. La expansión del grupo al que

se guarda lealtad, según Rorty, se puede dar cuando, en

lugar de amenazar a otro para que acepte la propuesta de

uno, se intenta persuadirlo apelando a que, aquello que le

da su actual identidad moral y lo hace leal a su pequeño

grupo “puede darle razones para cooperar en la construcción

de un grupo más amplio, un grupo al que, con el tiempo,

podría volverse igualmente leal o tal vez incluso más

leal”206.

Cuando habla de expansión de la lealtad, Rorty tiene en

mente la misión occidental de extender los derechos humanos

y las instituciones liberales a los no occidentales. Sin

embargo, no se ve ninguna razón por la cual el concepto

tuviera que ser restringido a esta acepción. La intención de

Rorty al equiparar la lealtad con la justicia es borrar la

distinción según la cual la lealtad surgiría del

sentimiento; y la justicia, de la razón. Si, como él

defiende siguiendo a Michael Waltzer, uno empieza la vida

205 RORTY, Richard, « Justice as a Larger Loyalty », en Ethical Perspectives,Journal of the European Ethics Network, Núm. 4, Leuven, 1997, pp. 139-151.206 Ibid, p. 145. La traducción es nuestra.

191

con una moral particular densa, y puede transitar, por la

razón, a una moral abstracta y tenue (al contrario de lo que

enseña Kant), entonces, ser racional y adquirir una lealtad

más amplia, no son más que dos formulaciones diferentes de

la misma actividad: Esto es porque cualquier acuerdo voluntario entre individuos

y grupos acerca de qué hacer, creará alguna forma de

comunidad. Con suerte, será la etapa inicial en la expansión

de los círculos de aquellos a quienes cada parte del

acuerdo, previamente había considerado ‘gente como

nosotros’207.

En Schopenhauer podemos encontrar ejemplos de la expansión

de la comunidad de la voluntad que van en el sentido

específicamente político que aquí estamos explorando:Ese proceso es, lo repito, misterioso, pues es algo de lo que la

razón no puede dar ninguna cuenta inmediata y cuyos

fundamentos no se pueden averiguar por vía de experiencia. Y

no obstante es cotidiano [en lo pequeño]. Aparece en lo

grande cuando, tras larga reflexión y dificultosos debates,

la magnánima nación británica entrega veinte millones de

libras esterlinas para comprar la libertad de los esclavos

negros en sus colonias, ante el júbilo aprobatorio del mundo

entero208.

En este reconocimiento del derecho de otros que hasta

entonces eran percibidos como indignos de consideración

ética – un reconocimiento que implicó la renuncia a la

posesión de esclavos, más un gasto cuantioso para tal fin –,

207 Ibid. La traducción es nuestra.208 DPFE, p. 274.

192

hubo “larga reflexión y dificultosos debates”, lo cual

indica que el impulso ético no quedó en gesto momentáneo

individual, sino que se socializó y se institucionalizó, y

contó, además, con “el júbilo aprobatorio del mundo entero”,

a pesar de que el asunto, en principio, no tenía

repercusiones directas para el interés del mundo entero.

Este ejemplo, entonces, cuenta con una característica de la

ética con tendencia política en la que insistiremos más

adelante: la publicidad, la socialización del significado.

Schopenhauer presenta otro caso relacionado con el anterior:

habla de los horrores perpetrados contra los esclavos negros

en EU. Señala que esas atrocidades son la vergüenza de la

humanidad entera209, con lo cual también atiende a la

dimensión pública y significativa del hecho.

Cabría explorar el potencial de cierto fenómeno actual

para adquirir un sentido de expansión de la comunidad de la

voluntad con tendencia política: se trata de la práctica de

la adopción de niños de familias, clases, razas y culturas

diferentes a las de la familia receptora. Quienes, en lugar

de (o además de) ceder al impulso de prolongarse a sí mismos

y a la especie, mediante la procreación, optan por adoptar

como propios a niños ajenos sin familia, podrían estar

significando que la expansión de la comunidad de la voluntad

es tal, que se puede querer íntimamente, en el seno de una

familia, a cualquier niño que no la tenga, sin importar su

209 Ver PP, §109.

193

procedencia. Esto incluso podría ser una afrenta pública a

las dinámicas sociales y a los determinantes institucionales

de la exclusión y la injusticia. Por ejemplo, la tendencia a

la adopción de niños africanos y asiáticos por parte de

familias europeas, ¿qué consecuencias tendrá para el racismo

y para las duras políticas migratorias? Por supuesto, estas

prácticas contienen también riesgos potenciales que irían en

detrimento del sentido que aquí estamos proponiendo: la

migración de niños hacia familias más occidentales y más

primermundistas, podría adquirir la significación de que se

los está rescatando de universos indeseables. Asimismo, se

podría caer en una moda folklorizante de la multietnicidad,

cuando, en muchos casos, incluso sería impráctico que las

adopciones fueran interétnicas. Sería indispensable fomentar

y cuidar intencionadamente la significación de comunidad, de

solidaridad y de justicia para que la práctica de la

adopción pudiera representar un acto ético con tendencia

política.

Como último ejemplo para ilustrar la potencial

expansión de la comunidad de la voluntad con tendencia

política, recordaremos al héroe protagonista de Por quién

doblan las campanas, de Hemingway. Se trata de Robert Jordan,

maestro universitario estadounidense que abandona su país

para luchar en la resistencia española, como lo hicieron

muchos otros en las Brigadas Internacionales. Aunque la

visión que lo motiva a luchar es la de una vida libre para

194

el pueblo español como parte de la humanidad, Robert resulta

schopenhaueriano en que no valora ni su propia vida, ni la

vida en general, a toda costa. Robert no tiene intenciones

de morir, y muestra, además, una gran sensibilidad para

todas las formas de vida. Sin embargo, arriesga la suya en

la lucha; está preparado para su propia muerte y para la de

sus compañeros en caso de que las circunstancias de la

guerra así lo demanden. Vemos más explícitamente lo

selectivo de su apego a la vida cuando María, su amada, le

confiesa que no puede tener hijos. Él la reconforta diciendo

que, bajo las condiciones que el mundo ofrece en ese

momento, no tiene la intención de traer a él una nueva

vida210.

Schopenhauer, en cierto pasaje, propone un tipo de

heroísmo patriótico: El que va a la muerte por su patria se ha liberado del

engaño que reduce la existencia a la propia persona:

extiende su propio ser a sus compatriotas, en los que sigue

viviendo, e incluso a sus generaciones venideras, para las

que actúa; con lo que considera la muerte como el guiño del

ojo que no interrumpe la visión211.

Robert Jordan va incluso más allá, puesto que ‘extiende su

propio ser’ a un pueblo que no es el suyo, motivado no por

los intereses de grupo, sino por los de la humanidad en

210 HEMINGWAY, Ernest, For Whom the Bell Tolls, Penguin Books, Gran Bretaña, 1958 [1941], p. 335.211 DPFE, p. 320.

195

general, y actúa en consecuencia, con desapego y entrega de

sí.

La expansión de la comunidad de la voluntad nos remite

a un principio político de universalidad que podemos

encontrar en ciertas manifestaciones teóricas y prácticas

recientes y significativas. Sin embargo, el universalismo

puede ejercerse aún desde asuntos particulares. Recordemos

que, para el sociólogo Alain Touraine, el sujeto que

participan en un movimiento societal, debe apelar a valores

e ideales más universales que los que conciernen a su

reivindicación particular, y en ningún caso plantear

reivindicaciones que impliquen la negación de las de otros

grupos212. Como ejemplo de esto, en el terreno político

práctico, referiremos la idea reiterada en el discurso del

EZLN con respecto a su lucha: aunque se traba de un reclamo

de pueblos indígenas de Chiapas, demandaba al mismo tiempo

democracia, libertad y justicia para todos los mexicanos.

Anteriormente argumentábamos, con respecto a la doctrina

schopenhaueriana de la comunidad de la voluntad, que parecía

más lógico el principio de no hacer diferencia entre los

unos y los otros, conservando el valor propio, que de el

negarse a uno mismo a favor de los otros. Entonces, el

luchar por hacerse justicia es compatible con una ética

universalista. Además, si decimos que la ética es asistida

212 TOURAINE, Alain. ¿Podremos vivir juntos?, tr. de Horacio Pons, Fondo deCultura Económica, México, 2003, Capítulo III: Los movimientos sociales,pp. 99-133.

196

por la razón y toma en cuenta los factores pragmáticos,

probablemente el luchar por el reconocimiento y la justicia

para sí y para su grupo, sea una de las vertientes más

plausibles de la ética con tendencia política pensada como

intuición de la comunidad de la voluntad.

4. 5. Publicidad

Abordaremos ahora un aspecto de esta ética con

tendencia política al que ya nos hemos referido antes: su

dimensión significativa, su necesidad de ser pública. Por

ponerlo en términos schopenhauerianos, se trata de sacar a

la luz lo que ocurre en la comunidad de las voluntades;

hacer de la identificación de las voluntades un referente

tangible de la acción. Schopenhauer no cree que esto valga

la pena. Más aún; piensa que la publicidad es contraria al

espíritu compasivo, que es humilde, callado, y encuentra su

sentido en la acción misma. Revisaremos el tratamiento que

Hannah Arendt le da a la publicidad, para mostrar que, lejos

de contraponerse a la ética de la comunidad de la voluntad,

potencia a esta misma. Para la filósofa, la acción

plenamente humana requiere de la publicidad del discurso

para tener un significado compartido, para ocurrir

propiamente ‘entre personas’, entre distintos ‘alguien’.

Entonces, aunque las buenas obras realizadas anónimamente, y

el callado cumplimiento del deber, arreglaran los problemas

197

de la sociedad, en realidad arreglarían algo muy superficial

de ella, pues no implicarían a las personas como tales. Lo

que vale la pena para Arendt, y que ella llama política, es

la unión de las personas para construir su mundo común.

Antes veíamos que, para Schopenhauer, al hacer

consideraciones sobre la humanidad, y más específicamente,

sobre las colectividades humanas, son irrelevantes el

tamaño, la época, los grandes sucesos históricos y la

situación política – todo esto son sólo fluctuantes

circunstancias que no atañen a lo esencial. En cierta forma,

Arendt, en su sanción sobre lo que es y lo que no es

político, estaría de acuerdo con este diagnóstico

schopenhaueriano.

Para Arendt, un criterio para distinguir las acciones

políticas de las no políticas, es la distinción entre poder y

violencia. El poder es instaurado por los hombres en conjunto,

mediante los acuerdos entre ellos, y de esta manera

construyen el mundo, al que ya nos habíamos referido. En

cambio, la violencia, a pesar de su capacidad de configurar

las situaciones externas, es incapaz de contribuir a la

construcción del mundo, porque su ejercicio es privado, y no

implica ninguna construcción de significados compartidos213.

La violencia, sin embargo, tiene poder de destrucción en la

medida en que destroza las objetivaciones del mundo humano,

213 ARENDT, Hannah, “Arendt sobre Arendt: Un debate sobre su pensamiento”[1979] , en De la historia a la acción, tr. de Fina Birulés, Paidós I.C.E./U.A.B, Barcelona, 1999, p. 166.

198

impide físicamente las acciones políticas, o elimina a sus

participantes. La construcción y destrucción del mundo, en

esta perspectiva arendtiana, cobran una dimensión ética.

A partir de sus criterios, Arendt diagnostica, en la

Edad Moderna, una pérdida del mundo común que nos une y nos

separa, del mundo que es durable y objetivo214 – esto debido

a los sistemas totalitarios que inhiben la política, a las

guerras destructoras y al repliegue general hacia lo

privado. Para Arendt, cuando se olvida que la libertad, la

felicidad y el poder deben ser públicos y no privados, “ha

comenzado a tener sentido la funesta ecuación de poder y

violencia, de política y gobierno y de gobierno y mal

necesario”215. El peligro de dicha ecuación es que “la Época

Moderna – que comenzó con una explosión de actividad humana

tan prometedora y sin precedentes – acabe en la pasividad

más mortal y estéril de todas las conocidas por la

historia”216. Podemos decir que, tanto Schopenhauer como

Arendt, piensan que es erróneo cifrar lo importante de la

humanidad en la política concebida bajo la ecuación que

Arendt denuncia. En contraste, lo importante, en el primero,

es aquello que surge de la intuición de la comunidad de la

voluntad; y para la segunda, la acción colectiva y de

significación compartida. La oposición entre ellos radica en

214 ARENDT, Hannah, La condición humana, Op. cit., p. 75.215 ARENDT, Hannah, Sobre la revolución, tr. de Pedro Bravo, Alianza, Madrid, 2004 [1963], p. 183.216 ARENDT, Hannah, La condición humana, Op. cit., p. 339.

199

el anonimato de la compasión y la renuncia por un lado; y la

publicidad de la política, por el otro.

En ciertos pasajes, Schopenhauer otorga una relevancia

a la publicidad en un sentido que tiende hacia lo político

de la comunidad de la voluntad. Es el caso de éste, que

habla sobre la escritura: …la escritura remedia la desintegración del género humano y

de su consciencia en un sinnúmero de efímeros individuos y

afronta la inevitable fugacidad del tiempo, de cuya mano va

el olvido (…) Obviamente su auténtico fin [de los

monumentos] era hablar a la más remota posteridad, para

entrar en relación con ella y restablecer la unidad de la

consciencia de la humanidad217.

Schopenhauer nos presenta también un interesante caso

concerniente a la publicidad en la ética. Se trata de un

tipo muy particular de heroísmo218. Ante una atrocidad

excepcional, el héroe en cuestión castiga al criminal que la

cometió, en los casos en que, por alguna razón, el estado no

lo castiga, aun si para ello tiene que arriesgar o perder su

propia vida. La motivación de este héroe no es la venganza,

pues ésta se basa en la errónea percepción de la

individualidad de la voluntad. Por otro lado, en la teoría

Schopenhaueriana, el castigo, a diferencia de la venganza,

que busca falazmente regresar un mal, sólo tiene la

intención de disuadir futuros crímenes. Pero en el presente

caso, en que se descarta la motivación de la venganza, y en

217 MVR V.II, 510.218 Ver MVR V.I, 423-424.

200

que se responde ante una atrocidad tan excepcional, parece

poco verosímil que el móvil sea la disuasión de quienes

pudieran repetir la ofensa. Parece, más bien, que el ánimo

del acto heroico que Schopenhauer describe, es el de dejar

constancia de que alguien, desinteresadamente,

sacrificadamente (aún a costa de sí mismo), tuvo las agallas

de protestar manifestando su indignación. A pesar de que la

desgracia no se puede reparar, para el héroe castigador

hubiera sido inaceptable que la humanidad entera se quedara

indiferente, en silencio y de brazos cruzados. Si esta

lectura del héroe castigador de Schopenhauer es correcta, su

heroísmo radicaría, por completo, en luchar por la

publicidad de un crimen atroz. En todo caso, la publicidad

como dimensión de la ética, que pretendemos descubrir aquí,

puede entenderse más tangiblemente al considerar el sentido

de las comisiones de la verdad que se forman en distintos

países para esclarecer (aunque sea demasiado tarde para

castigar) crímenes del pasado perpetrados por los gobiernos.

También resulta ilustrativo evocar la indignación que

provoca el negacionismo del Holocausto.

Muchas veces, la mera difusión de la verdad, el mero

grito de indignación, aunque no se puedan impedir los

crímenes ni revertir las desgracias, es ya signo de decencia

ética. Es también el caso de las movilizaciones de

solidaridad internacional, en todo el mundo, ante la noticia

de la próxima invasión de Irak por parte de Estados Unidos

201

en 2003. Por supuesto, había una pretensión de impedir la

sangrienta injusticia. Sin embargo, probablemente muy pocos

de los participantes dirían que las manifestaciones

carecieron de valor por haber fracasado en el intento de

frenar la guerra. Es pertinente aquí este ejemplo de

movilización internacional, porque resalta la verosimilitud

de que las personas se interesen activa y visceralmente por

otras que están en tierras lejanas, de las cuales sólo

tienen noticia indirecta, y cuya suerte no les afecta

personalmente. Aunque la guerra haya tenido lugar, estas

manifestaciones de solidaridad, al ser públicas y quedar

registradas, marcan una verdadera diferencia en la historia

de la humanidad; una diferencia en lo que tanto Schopenhauer

como Arendt considerarían su ‘verdadera’ historia.

4. 6. Estructura

La publicidad como rasgo de la ética con tendencia

política, se relaciona con algo que se argumentaba

anteriormente: la participación del ‘conocimiento del mundo,

según la representación’, en la moral. Entran en juego el

conocimiento de las circunstancias, la fijación de los

hechos morales en símbolos y conceptos comunicables, y su

transmisión entre las personas. Igualmente, aquí sostenemos

que la razón, que para Schopenhauer es la sofisticación

humana del entendimiento – facultad primaria del

202

conocimiento del mundo como representación –, juega un papel

importante en la ética pensada como comunidad de la

voluntad. La adquisición de nuevos conocimientos y el

ejercicio de la razón, pueden conducir a la conciencia de

otro rasgo fundamental de la ética con tendencia política:

el carácter estructural del destino de la humanidad.

La dimensión estructural de las dinámicas de las

colectividades resulta inteligible a partir de los esfuerzos

de las ciencias sociales. Las explicaciones económicas,

sociológicas y políticas, constituyen un acervo imposible de

desdeñar para quienes pretendan una acción asertiva que

trascienda el entorno inmediato. Por eso, quienes teórica o

prácticamente ignoren la dimensión estructural de los

grandes temas de interés público, a menudo serán acusados de

ingenuidad (más o menos culpable), o serán sospechosos de

encubrir la verdad, de promulgar líneas de acción en

apariencia transformadoras, pero que en realidad mantienen

el orden imperante.

El rasgo estructural de la ética con tendencia política

que proponemos, consiste, entonces, en recurrir a las

mejores explicaciones disponibles sobre el funcionamiento

del mundo social, en un genuino intento por sentar posturas

que sean acertadas en su interés por el bienestar de todos.

Por supuesto, esto engendra un riesgo al que tanto

Schopenhauer como Arendt hacen referencia. Schopenhauer

defiende el conocimiento intuitivo porque lo considera

203

infalible, a diferencia del conceptual, que, al estar

alejado de la realidad, puede errar gravemente, sin contar

con un mecanismo para su verificación. Arendt, por su parte,

presenta a los prejuicios como uno de los principales

peligros para la política. Se trata de juicios que alguna

vez fueron pertinentes, pero ya no tienen verificación en la

realidad, y aún así se siguen sosteniendo. El remedio a los

prejuicios es la capacidad de pensamiento, y la de

espontaneidad del juicio ante las nuevas situaciones. Al

desdén schopenhaueriano por los conceptos, se podría

responder que, efectivamente, son susceptibles de error,

pero que representan la única vía de acercamiento al

conocimiento de la comunidad de la voluntad, si ésta ha de

incluir a las personas más allá del grupo más cercano. Se

podría añadir que, probablemente, el interés sincero por los

otros, puede mantener alerta nuestra inteligencia y

protegernos en cierta medida contra los prejuicios y los

errores.

En nuestra época, algunos de los temas éticamente más

relevantes de la dimensión estructural de la humanidad,

tienen que ver con las dinámicas que mantienen y profundizan

el abismo entre las sociedades más y menos afortunadas. Si

hubiera un conocimiento más difundido sobre estas dinámicas,

y sobre el papel que en ello juegan las acciones de todos,

dichas acciones dejarían de ser éticamente indiferentes. Sin

embargo, ir a contracorriente de las tendencias arraigadas,

204

implica más que enterarse de su contribución a la injusticia

y al sufrimiento: implica un considerable esfuerzo por

cambiar las formas de pensar e incorporar nuevos

comportamientos, aunque esto suponga esfuerzo, incomodidad y

sacrificio.

La consideración de estos rasgos de la ética con

tendencia política, nos insinúan la prioridad de las

acciones tendientes a posibilitar el acceso, la difusión, el

desarrollo y el intercambio de los conocimientos sobre el

mundo y su funcionamiento. Se perfila la necesidad de

espacios análogos al ágora, donde los hombres libres se

reunían para tomar su destino en sus propias manos, donde se

discutía y decidía sobre los asuntos más importantes, donde

se buscaba y brindaba el reconocimiento de la diversidad y

la semejanza entre los hombres, y donde se inmortalizaban

las hazañas más significativas. A partir del concepto de

comunidad de la voluntad, considerado en su mundanidad, se

revelan las implicaciones éticas de la creación de dichos

espacios, así como del entrenamiento para participar en

ellos.

Al exponer inicialmente la visión política de

Schopenhauer, decíamos que, para él, y para muchos otros, se

trata de la necesaria gestión del egoísmo de todos para la

funcionalidad de la sociedad. Aquí presentamos la nociones

alternativas, entre ellas la de Hannah Arendt, para quien la

política no sólo es una actividad valorada por sí misma,

205

sino la única donde cabe la auténtica libertad humana.

Quisimos encontrar un punto de conexión entre la ética

schopenhaueriana y la política arendtiana en que ambas

entrañan un interés por el otro debido a un impulso

voluntario, originario, primordial. El sentido de esta

conexión fue enfatizar que la idea de la comunidad de la

voluntad – por sí misma esclarecedora para una ética mundana

– puede potenciarse cuando se la añade una dimensión de

arraigo, cobertura, y comprensión del mundo. Schopenhauer

presenta una ética esclarecedora, por hacerla consistir en

el mismo impulso de la voluntad, pero de la voluntad

compartida entre individualidades separadas. Aquí hemos

pretendido empujar dicha ética hacia sus inherentes

posibilidades políticas.

206

Conclusión

Emprendimos este trabajo con la intención de superar

todos los obstáculos que impidieran leer a Schopenhauer, y a

su noción de comunidad de la voluntad, como inspiración para

una ética con tendencia política; y después sugerimos cómo

podría entenderse dicha ética. Nos enfrentamos con dos tipos

de dificultades. Por un lado, las que se refieren a la

presentación de la voluntad no sólo como clave de

interpretación del mundo, sino como clave de articulación de

toda la filosofía schopenhaueriana. La voluntad aparece como

lo en sí, lo único libre e indeterminado, ante lo cual el

mundo como representación no puede sino tener las

características contrarias. Por otro lado, nos enfrentamos

al hecho de que la ética schopenhaueriana enfatiza la

renuncia al mundo, y sólo reconoce el momento de mundanidad

de la ética en la compasión.

Con estas preocupaciones en mente, analizamos algunos

de las oposiciones que recorren y articulan el sistema

schopenhaueriano. Problematizamos, en primera instancia, que

la causalidad fuera aquello que explicaría en su totalidad,

y con exactitud científica, al mundo fenoménico – incluido

nuestro comportamiento –, y que con ello relegaría la

libertad a una situación excepcional, contraria al diseño

mismo del mundo. Correspondientemente, cuestionamos la

207

pertinencia de la dicotomía entre obediencia y negación de

la voluntad, por ofrecer un esquema de la acción humana sin

suficientes matices. Abordamos también la distinción

metafísica entre arte y ciencia, con lo cual quisimos

contribuir a difuminar la barrera entre el conocimiento

dirigido a la afirmación de la voluntad, y aquél dirigido a

su negación. Finalmente, en esta revisión, tratamos sobre el

estatus ontológico de la voluntad. De ello dependía, en gran

medida, la posibilidad de leer a Schopenhauer con la

libertad de darle una interpretación más metafórica a sus

doctrinas metafísicas, en lugar de tomarlas literalmente.

Esto nos liberaba también de aceptar sin más las

consecuencias prácticas derivadas de proclamar la unicidad y

la inmutabilidad de la voluntad.

En nuestro recorrido, procuramos establecer una

distinción entre aquellos aspectos de la doctrina

schopenhaueriana que le brindan una fachada de metafísica

dogmática y de sistematicidad irrefutable, y aquéllos otros

que se prestan más al diálogo y a las interpretaciones,

puesto que nos interesaba legitimar una utilización ampliada

de la noción de comunidad de la voluntad. Esto nos llevó a

reconocer que, si bien el pesimismo absoluto se presentaba a

menudo como una consecuencia de los aspectos dogmáticos del

pensamiento de Schopenhauer, la visión pesimista general no

era accesoria, sino una parte esencial y distintiva de su

sistema. Si la verdad reside en negar el mundo y renunciar a

208

él, entonces una ética arraigada en el mundo está,

efectivamente, fuera de lugar. Sin embargo, nos pareció que

la filosofía schopenhaueriana tendría mucho más que aportar

a la ética mundana de lo que el estrecho margen de la

compasión permitiría suponer. Además, la ética mundana no

tendría que estar condenada al fracaso por el pesimismo

schopenhaueriano, puesto que, según creemos, éste no puede

desmentir su importancia con silogismos.

Con más confianza, empezamos entonces a explorar las

posibilidades de una ética mundana inspirada por la noción

de comunidad de la voluntad. Para ello, fue decisivo

relativizar la doctrina del carácter inteligible y el

carácter empírico, arguyendo que los cambios en el

‘conocimiento según la representación’ inciden a tal grado

en la moral, que más bien deben considerarse como verdaderas

transformaciones en ésta. Además de argüir que las

modificaciones en el conocimiento pueden transformar la

moral, defendimos que las diferentes circunstancias del

‘mundo como representación’ configuran morales distintas

entre sí; la ética no es siempre la misma, como Schopenhauer

quisiera demostrar a partir de afirmar la unicidad de la

voluntad.

Referimos las posturas de Schopenhauer ante la

sociedad, la historia y la política, que corresponden a la

misma creencia en la unicidad de la voluntad. De acuerdo con

esta creencia, el acto ético – lo esencial del hombre –

209

tiene siempre idéntico significado. Ni lo específicamente

social, ni lo histórico, ni lo político, le añaden nada.

Antes bien, la presencia de estas dimensiones que lo

exceden, son superposiciones artificiales a la ética, puesto

que el ámbito inmediato e individual basta para que se

manifieste en toda su pureza. A pesar de que el énfasis

schopenhaueriano en la pureza de lo ético tiene su razón de

ser, la prohibición de extenderlo a nuevos horizontes entra

en tensión con lo que nos sugiere la noción de ‘comunidad de

la voluntad’: atender a la comunidad, y no a los prójimos

casuales.

La ética mundana inspirada por la noción de comunidad

de la voluntad, revela entonces, a nuestro parecer, dos de

sus principales características: primero, en ella juega un

gran papel el conocimiento ‘según la representación’; y

segundo, esta ética tiene una tendencia marcadamente social.

Lejos de renunciar al mundo, esta ética invita a conocerlo y

ocuparse de las colectividades que lo habitan. En contraste

con la compasión, que es una práctica personal, anónima y

cuyo significado queda mudo, esta ética requiere destreza en

el complejo campo de las relaciones interpersonales, donde

más que un intercambio de placeres y dolores, está en juego

el reconocimiento o falta de reconocimiento de la valía, de

las necesidades y de los derechos de cada uno.

Todos estos rasgos tienen una clara tendencia política,

siempre y cuando ésta – la política – no se entienda como la

210

gestión de los egoísmos para el buen funcionamiento de las

cosas, sino como el encuentro libre de los hombres para la

reflexión y organizaciión de sus propias vidas. La comunidad

de la voluntad sugiere una expansión del yo – de su

identidad, de sus intereses – hacia los otros, motivada por

un impulso irreductible a alguno que obedeciera a un fin

diferente. Y es este mismo impulso el que Hannah Arendt

aísla como el factor puro de la política. La importancia que

reclamamos para el ‘mundo como representación’ en la ética,

guarda un paralelo con las reflexiones arendtianas sobre el

‘mundo’ y las implicaciones éticas de su construcción, su

conservación y su destrucción.

Schopenhauer repudia, por un lado, la mentalidad según

la cual el mundo guarda una teleología de final feliz, ya

sea en esta vida, o en la que sigue, como recompensa divina

a la justicia. Por otro lado, repudia la pequeñez de quien

vive engañado por el egoísmo y la mezquindad, bajo la

ilusión de que su propia vida lo abarca todo y es lo más

importante. La ética con tendencia política que sugerimos,

es una afrenta a la ilusión individualista, y reposa en la

motivación autosuficiente de la identidad de la voluntad,

sin necesidad de promesas de éxito ni de recompensas. Por

tanto, está libre de la acusación de ingenuo y necio

optimismo, a pesar de su arraigo en el mundo. Presentamos

las reflexiones de Arendt y Weber como testimonio de ello.

La primera, si bien defiende el valor de la acción mundana,

211

es sumamente crítica con sus alcances y posibilidades. El

segundo señala que la vocación política requiere un

apasionamiento que debe reconocer la falta de fundamento

último de sus causas.

Habiendo ganado terreno en la legitimidad de hablar

sobre una ética con tendencia política inspirada por la

filosofía de Schopenhauer, presentamos algunas de las

potencialidades de dicha tendencia, definida por las dos

características de las que hablábamos más arriba: el papel

del ‘conocimiento según la representación’ en la ética, y su

carácter social. Destacamos entonces, como perfiles de la

ética con tendencia política, el descentramiento de la

propia perspectiva, la expansión de la incumbencia ética, el

énfasis en la publicidad y el pensamiento estructural sobre

la sociedad. Se trata sólo de algunas pistas para concebir

la fisonomía de una ética con tendencia política, una vez

que se ha encontrado resonancia en la idea más elemental de

una ética inspirada por la identificación de la voluntad

propia con la de los demás.

Es importante enfatizar que la intención de este

trabajo nunca fue tomar la ‘intuición de la comunidad de la

voluntad’ como una fórmula, como una ecuación que pudiera

representar esquemáticamente la dinámica de la ética, y que

estuviera lista para insertarse en una construcción

silogística que arrojara consecuencias válidas, capaces de

vencer a las argumentaciones contrincantes. Por el

212

contrario, la intención fue posibilitar la recuperación, más

que del concepto de comunidad de la voluntad, de la

propedéutica espiritual que Schopenhauer ofrece en este

sentido a través de su filosofía. Se trata de que la visión

del mundo y de la vida que Schopenhauer presenta a lo largo

de sus páginas, pueda ser leída en un sentido que, a nuestro

parecer, le es latente, a pesar de los increíbles obstáculos

que parecen impedirlo.

A pesar de su pesimismo, a pesar de su juicio según el

cual todo es horrible y nada tiene valor, Schopenhauer nos

presenta una visión inédita del sitio en el que tiene cabida

la ética mundana. El imaginario de la voluntad nos brinda el

sentimiento de que todos los seres vivos habitamos un mismo

jardín, y de que lo que está fuera de nuestra individualidad

no nos es ajeno; que puede ser amable con nosotros y

nosotros con ello. La explicación de la individuación de una

misma voluntad nos aclara que nuestra vida es muy importante

para nosotros, pero que, desde la perspectiva general, es

más bien insignificante, carente de sentido y falta de

explicación; y que esta misma dualidad recorre a todos los

seres, hermanándolos. La aportación de Schopenhauer, más que

el concepto de la comunidad de la voluntad, es el sentimiento de

la comunidad de la voluntad.

La filosofía schopenhaueriana exalta una postura frente

al mundo: sentirlo como propio en su totalidad, como a uno

mismo aún en lo ajeno, sentir que el impulso de vida y de

213

necesidad se extienden más allá de la propia piel, y ser

partícipes de ese mismo impulso, sólo en apariencia

dividido. Desde una lectura con matiz político, se trata del

sentimiento de que la vida y los intereses de uno mismo son

muy pequeños y limitados, puesto que existe un mundo de

personas infinitamente más ancho que la corta

individualidad, y que ésta cobra todo su sentido y su

potencial cuando se rompe la funesta inercia de restringirse

al ámbito individual, familiar o grupal.

En Schopenhauer encontramos un espíritu lúdico,

aventurero y liviano. En buena medida, esta liviandad está

dada por el pesimismo, por la negativa a brindarles al mundo

y a la vida, una reverencia y una seriedad que no merecen.

Paradójicamente, estas virtudes ‘pesimistas’ activan valores

muy fructíferos mundanamente, como se refleja en este

pasaje, ya antes citado: Por contra [del mezquino], quien es grande se reconoce en

todo y en el conjunto: no vive en el microcosmos, como

aquél, sino más bien en el macrocosmos. Por eso se interesa

por el conjunto e intenta abarcarlo, para exponerlo,

explicarlo o incidir prácticamente sobre él. Pues no es algo

que le sea ajeno y siente que le incumbe219.

La ética schopenhaueriana aísla, en sus propias

palabras, ‘lo esencial’, lo cual implica una aversión a los

estilos de vida sumidos en la mezquindad, en la seriedad y

en la tediosa practicidad cotidiana. Por el contrario, el

219 MVR V.II, 441.

214

temperamento, las motivaciones y la visión de los genios,

retratadas por Schopenhauer, reflejan esta ‘vida en el

macrocosmos’, que trae consigo un sentimiento de aventura,

de emoción y de ganas de participar con fuerza, creatividad

y generosidad. Lo que está en juego, para estos

temperamentos, es lo mismo que los anima vitalmente, pero

llevado a una dimensión más abarcadora y significativa: la

trascendencia de la individualidad. Las tareas mundanas y

colectivas de este tipo están animadas por dicho principio

vital, pero, al mismo tiempo, su tónica heroica está dada

por la valoración matizada de la misma vida. Esta cualidad

de instruir sobre lo que es realmente importante en la vida,

sobre lo que importa en sí mismo y no para otro fin, es la

aportación que Schopenhauer puede hacerle, a través de su

ética, a un pensamiento de carácter político.

Hemos comprendido que siempre habrá una tensión entre

una ética de la renuncia y una ética mundana. Pero

Schopenhauer también atiende a esta última, dando con ello

cabida a los muchos que optan por ella y la consideran

plausible. Para rescatar esta vertiente de las enseñanzas

schopenhauerianas, es necesario abrirles el camino que

necesitan, aunque para ello haya que inflingirle cierta

violencia al sistema. Lo que hemos propuesto resulta aún

schopenhaueriano en esto: la política no es un placer que

hastía una vez alcanzado, sino que es una manifestación de

algo que vale la pena en cuento atañe a ‘lo esencial’: la

215

identificación con los demás. Con ello, brinda una

satisfacción legítima y duradera, pues su valor reside en su

misma motivación y no en recompensas ni garantías externas a

ella misma. Lo que resulta de esta lectura de Schopenhauer,

ampliada en una dirección política, parece tener la facultad

de engarzarse y enriquecerse con otros planteamientos

teóricos decididamente mundanos y sensatos. Así, este

trabajo será pertinente en la medida en que sus

planteamientos puedan igualmente engarzarse y enriquecerse

con el pensamiento de quienes encuentren claridad en la

noción schopenhaueriana de la comunidad de la voluntad.

216

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