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Una gran chica

Date post: 06-May-2023
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Las hermanas Dawson no podríanser más distintas. Victoria es unachica rellenita y tímida que luchapor lograr la aprobación de suspadres. Gracie, en cambio, encajacon las exigencias de la familia.Pero el amor que sienten la una porla otra siempre ha sidoincondicional.

Danielle Steel

Una gran chica

ePub r1.0jdricky 01.10.14

Título original: Big girlDanielle Steel, 2010Traducción: Laura Manero

Editor digital: jdrickyePub base r1.1

1

Jim Dawson había sido guapo desde eldía en que nació. Era hijo único, de niñofue alto para su edad, tenía un físicoperfecto y al crecer se convirtió en unatleta excepcional. Era el centro delmundo de sus padres. Ambos pasaban delos cuarenta cuando lo tuvieron, y fuepara ellos una bendición y una sorpresadespués de tantos años intentandoconcebir. Justo cuando ya habíanabandonado toda esperanza, apareció superfecto bebé. Su madre lo miraba conadoración mientras lo tenía en brazos. A

su padre le encantaba jugar con él a lapelota. Fue la estrella del equipo en laliguilla de béisbol del colegio y, con elpaso de los años, las chicas se derretíancada vez más por él. Tenía el cabellooscuro, aterciopelados ojos castaños yun hoyuelo pronunciado en la barbilla,igual que un actor de Hollywood. En launiversidad fue capitán del equipo defútbol americano, y a nadie lesorprendió que empezara a salir con lareina de la fiesta de antiguos alumnos,una chica muy guapa que se habíatrasladado con su familia desde Atlantahasta el sur de California el primer añode carrera. Christine era menuda y

delgadita, con un cabello y unos ojos tanoscuros como los de él, y una piel igualque la de Blancanieves. Resultabadelicada, hablaba con voz suave y loidolatraba. Se prometieron la noche dela graduación y se casaron durante lasNavidades de ese mismo año.

Por aquel entonces Jim ya habíaencontrado trabajo en una agencia depublicidad, así que Christine se pasó losseis meses siguientes a la graduaciónpreparando la boda. También ella sehabía licenciado, pero en realidad suúnico interés durante los cuatro años deuniversidad había radicado en encontrarmarido y casarse. Formaban una pareja

espectacular e irradiaban esa saludablebelleza tan típicamente estadounidense.Eran el complemento perfecto el unopara la otra y, al verlos, todo el mundopensaba en una portada de revista.

La intención de Christine había sidotrabajar de modelo después de casarse,pero Jim no quiso ni oír hablar del tema.Él tenía un buen puesto, ganaba un buensueldo y no quería que su mujer buscaseempleo. ¿Qué pensaría la gente de él?¿Que no era capaz de hacerse cargo deella? Prefería que se quedara en casa yestuviera esperándolo todas las tardes, yeso fue lo que hizo Christine. Todo elque los conocía decía que eran la pareja

más atractiva que había visto jamás.Nunca se pelearon por ver quién

llevaba los pantalones en la familia. Jimestablecía las normas y Christine estabacómoda con su papel. Su madre habíamuerto siendo ella muy joven, y susuegra, a quien llamaba «mamáDawson», no hacía más que cantar lasalabanzas de su hijo, por lo queChristine no tardó en reverenciarlo tantocomo lo habían hecho sus padres. Jimera un gran sostén para la familia,amante esposo, divertido, el atletaperfecto, y no dejaba de ascender en elescalafón de la empresa de publicidad.Era simpático y encantador con todo el

mundo, siempre que lo admirasen y nolo criticasen nunca, pero casi nadie teníarazones para hacerlo. Jim era un jovenagradable que hacía amigos confacilidad, tenía a su mujer en un pedestaly se ocupaba muy bien de ella. Lo únicoque esperaba de Christine a cambio eraque hiciera siempre lo que él decía, quelo venerase y lo adorase, y que le dejarallevar la voz cantante. Puesto que elpadre de ella tenía unas ideas muyparecidas, Christine había crecidoeducándose para ser la abnegada esposade un hombre como él. Su vida encomún era todo lo que había soñado ymás. Con Jim no hubo ninguna sorpresa

desagradable y nunca tuvocomportamientos extraños, así que no sellevó ninguna decepción. La protegía ycuidaba de ella, y se ganabagenerosamente la vida. La relaciónfuncionaba a la perfección para ambos.Cada uno conocía su papel y lointerpretaba siempre según sus reglas.Él era el Adorado; ella, la Adoradora.

Los primeros años no sintieronninguna prisa por tener hijos, y quizáhabrían tardado más en buscarlos si lagente no hubiese empezado a hacercomentarios sobre por qué no los tenían.Jim lo sentía como una crítica o como lainsinuación de que no podían, aunque a

ambos les gustaba su independencia, sinniños que los ataran. Jim se llevaba amenudo a Christine a pasar el fin desemana fuera, organizaba vacacionesplacenteras y la sacaba a cenar una odos veces por semana, aunque ella erabuena cocinera y había aprendido aprepararle sus platos preferidos.Ninguno de los dos sufría por laausencia de niños, aunque ambosestaban de acuerdo en que querríantenerlos algún día. Sin embargo, yahabían pasado cinco años desde su bodae incluso los padres de Jim empezaron ainquietarse y a pensar que quizá teníanlas mismas dificultades que habían

retrasado la formación de su propiafamilia durante casi veinte años. Jim lesaseguraba que no había ningúnproblema, que estaban disfrutando de lavida y no tenían prisa por ser padres. Asus veintisiete años, les gustaba sentirselibres y sin responsabilidades.

Sin embargo, las constantespreguntas acabaron por afectar a Jim,que le comunicó a Christine que habíallegado el momento de tener un hijo. Y,como siempre, Christine estuvo deacuerdo. Todo lo que Jim consideraramejor, a ella también se lo parecía. Sequedó embarazada de inmediato; antesde lo que esperaban, en realidad. Ellos

habían supuesto que tardarían entre seismeses y un año, o sea que les resultómás fácil de lo que habían planeado y, apesar de la inquietud de su suegra, elembarazo fue estupendamente.

Cuando Christine se puso de parto,Jim la llevó al hospital y optó por noestar presente mientras nacía la criatura,lo cual también a ella le pareciócorrecto. No quería forzarlo a nada quepudiera incomodarlo. Él deseaba quefuera niño, y ese había sido también elardoroso deseo de ella, paracomplacerlo. A ninguno de los dos seles pasó siquiera por la cabeza quepudieran tener una niña, y ambos,

confiados, habían preferido no conocerel sexo del bebé antes del nacimiento.Viril como era, Jim había dado porhecho que su primogénito sería varón, yChristine había decorado toda lahabitación de azul. Estabanabsolutamente convencidos de que seríaniño.

El bebé venía de nalgas y hubo quepracticar una cesárea, así que Christineestaba anestesiada en la sala derecuperación cuando Jim recibió lanoticia. Después, al ver a la niña que laenfermera le acercó a la ventana delnido, pasó varios minutos pensando quela mujer se había equivocado y le estaba

enseñando a otro bebé. La niña tenía unacarita completamente redonda y demofletes regordetes, y un halo depelusilla rubia, casi blanca, en lacabeza. No se parecía a ninguno de ellosdos. Más aún que sus rasgos o su colorde pelo, lo que desconcertó a Jim fue elsexo. No era el bebé que habíanesperado. Mientras la pequeña lomiraba a través del cristal de la sala deneonatos, lo único en lo que podíapensar él era que se parecía a aquellavieja monarca británica, la reinaVictoria. Se lo comentó a una de lasenfermeras, y ella le regañó y le aseguróque su hija era preciosa. Jim, que no

estaba acostumbrado a las muecas de losrecién nacidos, no estaba de acuerdocon la mujer. Le daba la sensación deque aquella niña tenía que ser hija dealgún otro matrimonio, porque eraevidente que no se parecía en nada ni aChristine ni a él. Así que se sentó en lasala de espera, abatido por ladecepción, hasta que lo llamaron paraque se reuniera con su mujer. En cuantoella le vio la cara, supo que había sidouna niña y que, a ojos de su marido,había fracasado.

—¿Una niña? —susurró, todavíaadormilada por la anestesia mientras élasentía sin poder decir palabra.

¿Cómo iba a explicarles a susamigos que su chico había resultado seruna niñita? Era un golpe importante parasu ego y su imagen, algo que no podíacontrolar, y Jim nunca había llevado esodemasiado bien. A él le gustabaorquestarlo todo, y Christine siempreseguía el ritmo que marcaba su batuta.

—Sí, es una niña —logró decirmientras a su mujer se le escapaba unalágrima—. Se parece a la reina Victoria.—Y entonces decidió incordiarla unpoco—. No sé quién será el padre, peroparece que tiene los ojos azules, y esrubia.

Nadie, en ninguna de las dos

familias, tenía el cabello claro salvo laabuela de él, lo cual le parecían muchasgeneraciones de distancia. Aun así, nodudaba de Christine. Estaba claro queesa niña era una especie de atavismoevolutivo de su banco genético, porquede ninguna manera parecía que fuera hijasuya. Las enfermeras no hacían más quedecir que era una monada, pero Jim noestaba convencido, y pasaron variashoras antes de que se la llevaran aChristine bien arropada en una mantarosa, y esta se la quedó mirandomaravillada mientras le acariciaba lasmanitas. A Christine acababan deponerle una inyección para impedir que

le subiera la leche porque habíadecidido no dar el pecho. Era Jim quienno quería, y ella tampoco había sentidoespecial deseo de hacerlo. Deseabarecuperar la figura lo antes posible, yaque a él siempre le había gustado susilueta menuda y ágil, y no la encontrabaatractiva estando embarazada. Christinehabía vigilado mucho el peso durante elembarazo. Igual que a Jim, le costabacreer que esa niña regordeta, blanca yrubia fuese suya. Sí que tenía unaspiernas largas, robustas y rectas comolas de él, pero sus rasgos no recordabana los de ninguno de ellos dos. MamáDawson le dio la razón a su hijo nada

más ver a la pequeña. Comentó que teníaun aire a la abuela paterna de él y queesperaba que no siguiera pareciéndoselecuando creciera. Toda su vida habíasido una mujer oronda y corpulenta,admirada por su cocina y su costura,pero nunca por su belleza.

Un día después del nacimiento de laniña, la primera impresión en cuanto asu sexo ya había disminuido un poco,aunque los amigos del trabajo le habíantomado el pelo a Jim diciéndole quetendría que volver a probar suerte, a versi conseguía un chico. A Christine lepreocupaba que pudiera enfadarse conella, pero él le aseguró con mucha

dulzura que se alegraba de que la niña yella estuvieran sanas, y añadió que ya seacostumbrarían a lo que tenían. La formaen que lo dijo hizo que Christine sesintiera como una fracasada, y mamáDawson no hizo más que corroborar suimpresión. No era ningún secreto queJim, casi como confirmación de suhombría y su habilidad para engendrar aun niño, había deseado un hijo y no unahija. Y, puesto que a ninguno de ellos seles había ocurrido que pudieran serpadres de una niña, no tenían pensadoningún nombre para la pequeñaregordeta y rubia que Christine acunabaen sus brazos.

Jim solo había bromeado al decirque se parecía a la reina Victoria, perolos dos estuvieron de acuerdo en que eraun nombre bonito, así que él fue un pasomás allá y propuso ponerle Regina desegundo nombre. Victoria ReginaDawson, igual que la reina Victoria.Viendo a la niña, el nombre parecíaextrañamente adecuado, así queChristine accedió. Quería que su maridoestuviera contento por lo menos con laelección del nombre de la criatura, yaque con el sexo no había podido ser.Todavía sentía que le había falladodándole una niña. Sin embargo, cuandosalieron del hospital cinco días después,

Jim parecía haberla perdonado ya.Victoria era un bebé feliz y contento

que siempre estaba de buen humor y noera nada exigente. Aprendió a andar y ahablar muy pronto, y la gente siemprecomentaba que era una niñita muy dulce.Siguió siendo muy clara de piel, y elhalo de pelusilla casi blanca con el quehabía nacido se convirtió en una coronade tirabuzones dorados. Tenía unosgrandes ojos azules, el cabello rubioclaro y la tez blanca y aterciopelada queencajaban con su coloración. Habíaquien decía que parecía muy inglesa, yentonces Jim comentaba que le habíanpuesto el nombre por la reina Victoria,

porque al nacer se le había parecidomucho, y todo el mundo se echaba a reír.Acabó siendo su chiste preferido sobrela niña, y siempre estaba más quedispuesto a compartirlo mientrasChristine sonreía con recatada timidez.Ella quería a su hija, pero el amor de suvida siempre había sido su marido, yeso no había cambiado. A diferencia deotras mujeres que se dedicaban a sushijos en cuerpo y alma, el epicentro desu mundo era en primer lugar Jim, yluego la niña. Christine era lacompañera perfecta para un narcisistade las proporciones de Jim. Solo teníaojos para su marido y, aunque él seguía

deseando un hijo para sentirse completoy jugar con él a la pelota, no teníaninguna prisa por volver a intentarlo.Victoria encajó en su vida con facilidady sin provocarles ningún trastorno, yambos temían que dos niños, sobre todosi no se llevaban varios años dediferencia, resultaran difíciles demanejar, así que de momento secontentaron con ella. De vez en cuandomamá Dawson echaba sal en las heridasde Jim diciéndole que era una lástimaque Victoria no hubiera sido niño,porque así ya no tendrían ni queplantearse siquiera ir a por el hermanito,y que los hijos únicos siempre eran más

brillantes. Por supuesto, ella solo habíatenido un hijo.

Al crecer Victoria demostró ser muyinteligente. Hablaba mucho, era muybuena y mantenía conversaciones casi deadulto cuando apenas tenía tres años.Decía cosas graciosas, era una niña muydespierta y se interesaba por todo cuantola rodeaba. Christine le enseñó a leer ala edad de cuatro años. A los cinco, supadre le explicó que le habían puesto elnombre de una reina. Victoria sonreíacon deleite cada vez que se lo decía.Sabía cómo eran las reinas: eran guapasy llevaban unos vestidos preciosos entodos los cuentos de hadas que ella leía.

A veces incluso tenían poderes mágicos.Sabía que le habían puesto el nombre dela reina Victoria, aunque desconocíacómo era esta. Su padre siempre lecontaba que habían elegido el nombreporque se parecía a ella, y Victoriasabía que, además, también se parecía ala abuela de su padre, aunque nuncahabía visto ninguna fotografía de lamujer. Se preguntaba si también ellahabría sido reina.

La niña seguía siendo redondita yregordeta al cumplir seis años. Teníaunas piernas fornidas y muchas veces ledecían que estaba muy mayor para suedad. Ya iba a primero y era la más alta

de toda la clase. También pesaba másque la mayoría de sus compañeros. Lagente le decía que era una«grandullona», y a ella siempre le habíaparecido un cumplido. Todavía iba aprimero cuando, un día, mientras estabahojeando un libro con su madre, vio a lareina cuyo nombre le habían puesto.Estaba claramente escrito debajo de suretrato. «Victoria Regina», igual queella.

Era una fotografía que le habíanhecho a una edad avanzada, y la reinatenía en su regazo un doguillo que se leparecía una barbaridad. Victoria sequedó sentada, mirando la página un

buen rato sin decir ni una palabra.—¿Es esta? —le preguntó por fin a

su madre, volviendo sus enormes ojosazules hacia ella.

Christine asintió y sonrió. Aquellono había sido más que una broma deJim, en realidad solo se parecía a subisabuela paterna y a nadie más.

—Fue una reina muy importante deInglaterra, hace muchísimo tiempo —leexplicó a su hija.

—Ni siquiera lleva un vestidobonito. No tiene corona, y su perrotambién es feo. —Victoria lo dijocompletamente desconsolada.

—Ahí ya era muy mayor —dijo su

madre, intentando suavizar el momento.Notaba lo disgustada que estaba su hija,y eso le encogía el corazón. Sabía queJim no había tenido mala intención, perosu broma había llegado demasiado lejos.

Victoria parecía afligida. Se quedómirando la fotografía una eternidadmientras dos lagrimones resbalabandespacio por sus mejillas. Christine, sindecir nada, pasó la página y esperó queVictoria olvidara la imagen que habíavisto. Pero nunca la olvidó, y esasensación de que para su padre eracomo una reina nunca volvió a ser lamisma.

2

Un año después de que Victoria viera lafotografía de la reina Victoria ycambiara para siempre la imagen quetenía de sí misma, sus padres leinformaron de que había un hermanito ouna hermanita de camino. La niña estabaencantada. A esas alturas, muchas de susamigas del colegio ya tenían hermanos.Ella era una de las pocas hijas únicas, yle encantaba la idea de tener un bebécon quien jugar como con un muñeco deverdad. Iba a segundo cuando le dieronla noticia. Una noche en que sus padres,

creyendo que ella dormía, estabanhablando del embarazo, Victoria los oyópronunciar las terribles palabras de queel bebé había sido «un accidente» y nosupo qué significaban. Temía que suhermanito pudiera estar herido, temíaincluso que naciera sin brazos, o sinpiernas, o que nunca aprendiera acaminar cuando fuera mayor. No sabíacómo había ocurrido ese accidente y noquería preguntar. Había visto a su madrellorar mientras su padre le hablaba convoz preocupada, y los oyó a ambos decirque las cosas estaban bien tal comoestaban, solo con Victoria. Era una niñadócil que nunca los molestaba y siempre

obedecía. A sus siete años, no les dabaningún problema.

Su padre se pasó todo el embarazodiciendo que esperaba que esa vez fueseniño. Su madre parecía desear lo mismo,pero decoró la habitación en neutrostonos crudos en lugar de en azul. Yahabía aprendido la lección cuandoVictoria les había dado la sorpresa deno ser un varón. Mamá Dawson predijoque volvería a ser una niña, y así loesperaba también Victoria. Sus padreshabían decidido que esta vez tampocoquerían conocer el sexo del bebé. AChristine le asustaba recibir unasorpresa desagradable y prefería

aferrarse todo lo posible a la esperanzade que fuera niño.

Victoria no sabía muy bien por qué,pero sus padres no parecían tanemocionados como ella con la llegadadel bebé. Su madre se quejaba mucho delo enorme que estaba, y su padreincordiaba a Victoria diciéndole queesperaba que no se pareciera a ella.Nunca dejaba de recordarle lo igualitaque era a la abuela de él. Tenían pocasfotos de la mujer, pero las que Victoriapor fin había logrado encontrar eran deuna señora grandullona con delantal,cintura inexistente, caderas gigantescas ynariz protuberante. No sabía muy bien

qué era peor, si parecerse a su bisabuelapaterna o a esa espantosa reina con unperrito que había visto retratada enaquel libro. Después de descubrir lasfotografías de su bisabuela, Victoriaempezó a obsesionarse con el tamaño desu nariz. Era pequeña y redonda, pero aella le recordaba a una cebolla plantadaen mitad de su cara. Esperaba, por subien, que el nuevo bebé no heredase lamisma nariz que ella. Aunque, como elbebé había sido un «accidente»,seguramente habría cosas más graves delas que preocuparse que una nariz. Suspadres no le habían explicado nada deese suceso, pero ella no había olvidado

la conversación que oyó sin querer. Esohizo que se sintiera aún más decidida adedicarse en cuerpo y alma a su nuevohermanito o hermanita, y a hacer lo quefuera necesario para ayudarle. Esperabaque las heridas del accidente que habíasufrido no fueran muy graves. A lo mejorsolo era un brazo roto, o un chichón enla cabeza.

Esta vez la cesárea de Christine fueprogramada, y los padres de Victoria leexplicaron que su mamá pasaría unasemana en el hospital y que no podría ira verla, ni a ella ni al bebé, hasta que lesdieran el alta. Le dijeron que esas eranlas normas, y ella se preguntó si sería

para que los médicos tuvieran tiempo dearreglar cualquier daño que hubierasufrido el bebé en ese misteriosoaccidente que nadie parecía quererrelatar o explicar.

El día en que nació el bebé, su padrellegó a casa a las seis de la tarde,cuando la abuela de Victoria le estabapreparando la cena. Las dos se loquedaron mirando con ojos expectantes,y su decepción al comunicarles quehabía sido niña fue más que evidente.Pero después de eso sonrió y dijo queera una criaturita muy guapa y que estavez había salido igualita a Christine y aél. Se lo veía enormemente aliviado,

aunque no hubiera sido varón. Lescomunicó que la llamarían Grace—«gracia»—, porque era unapreciosidad. La abuela Dawson sonrióentonces también, orgullosa de suhabilidad para adivinar el sexo delbebé. Había estado convencida de quesería niña. Jim les explicó que tenía elcabello oscuro, unos enormes ojoscastaños como los de ellos dos, lamisma piel blanca que su madre y unoslabios rosados y de forma perfecta. Eratan guapa que podría salir en cualquieranuncio, así que su belleza compensabaque no hubiese sido chico. No mencionóque tuviera ninguna herida de ese

accidente que tanto había preocupado aVictoria durante los últimos ocho meses,así que también ella se sintió muyaliviada. Solo había deseado que la niñaestuviera bien, y parecía que además erauna monada.

Al día siguiente llamaron a su madrepor teléfono al hospital y ella contestómuy cansada. Eso hizo que Victoriaestuviera todavía más decidida a hacertodo lo posible por ayudar cuandollegaran a casa.

Al ver a Grace por primera vez, suhermanita le pareció aún más guapa delo que le habían dicho. Era de unaexquisitez absoluta y estaba

perfectamente formada. Parecía un bebésalido de un libro ilustrado o de unanuncio, como había dicho su padre. Laabuela Dawson enseguida se puso ahacerle ruiditos y la cogió de los brazosde Christine mientras Jim la ayudaba asentarse. Victoria intentó entonces verlamejor. Se moría de ganas de abrazarla,de darle besos en las mejillas, dearrullarla y de tocarle los diminutosdedos de los pies. No tuvo celos de ellani por un segundo, solo estaba feliz yorgullosa.

—Es una preciosidad, ¿a que sí? —le dijo Jim con satisfacción a su madre,que enseguida le dio la razón.

Esta vez nadie mencionó a su abuelapaterna; no había ninguna necesidad. Lapequeña Grace parecía una muñequitade porcelana y todos coincidieron enque era el bebé más hermoso que habíanvisto jamás. No se parecía en nada a suhermana mayor, que tenía unos grandesojos azules y el cabello de color trigo.Incluso costaba imaginar que las dosfuesen hermanas, o que Victoriaperteneciera siquiera a esa familia en laque todos eran tan morenos, mientrasque ella era tan rubia. Tampoco sucuerpo regordete se parecía en nada alos Dawson. Nadie comparó a la reciénnacida con la reina Victoria ni dijo que

tuviera la nariz redonda, porque teníauna naricilla de duende, una nariz decamafeo, igualita a la de Christine.Desde que nació, estuvo claro queGrace era una de ellos, mientras que aVictoria parecía que alguien la habíaabandonado en la puerta de su casa.

Grace era perfecta, y lo único quesintió Victoria por ella mientras lamiraba con adoración en brazos de suabuela fue amor. Estaba impacienteporque la dejaran acunarla. Esahermanita tan esperada era para ella,que había empezado a quererla antesincluso de que naciera. Y ahí la tenía, alfin.

Jim, de todos modos, no pudoresistirse a incordiar a su hija mayor,como siempre. Así era él, le encantabagastar bromas a expensas de los demás.Sus amigos lo consideraban muydivertido, y él no tenía reparos al elegiral blanco de sus chistes. Se volvió haciaVictoria con una sonrisa irónicamientras ella seguía embobada, mirandoa su hermanita con cariño.

—Supongo que contigo probamos lareceta —dijo, alborotándole el pelo conafecto—, y esta vez hemos hecho unpastelito perfecto —comentó con alegríamientras la abuela Dawson le explicabaa Victoria que eso de probar la receta

era lo que se hacía cuando se creaba unnuevo pastel, para comprobar la mezclade ingredientes y la temperatura y eltiempo de horneado. Como, según lamujer, nunca salía bien a la primera, elprimer pastel se desechaba y seintentaba otra vez.

De pronto Victoria sintió un miedoterrible a que, puesto que Grace habíasalido tan perfecta, a ella quisierantirarla a la basura. Sin embargo,mientras su madre, su abuela y su nuevahermanita subían al piso de arriba, nadiedijo nada al respecto. Victoria lassiguió, mirándolas con temor. Se quedóa una distancia prudencial, pero no

perdió detalle de todo lo que hacían.Quería aprender a hacerlo ella sola,porque estaba segura de que su madre ledejaría cuidar a su hermanita en cuantola abuela regresara a su casa. Se lohabía preguntado antes de que naciera, ysu madre le había dicho que sí.

Las mujeres cambiaron a la pequeña,le pusieron un pijama rosa y laenvolvieron en una mantita, y luegoChristine le dio el biberón de lecheinfantil que le habían recomendado en elhospital. Después la ayudó a echar eleructito y la acostó en el moisés, dondeVictoria pudo contemplar por primeravez un buen rato a la recién nacida. Era

la niña más bonita que había visto nuncapero, aunque no lo hubiera sido, aunquehubiera heredado la nariz de subisabuela o se hubiera parecido tambiéna la reina Victoria, ella de todas formasla habría querido. La quería muchísimo.A Victoria no le importaba si era guapao no, eso solo le preocupaba a sufamilia.

Mientras su madre y su abuelahablaban, Victoria metió un dedo concuidado en el moisés, cerca de la manode la niña, que levantó la mirada y cerrólos deditos alrededor de su dedo índice,fue el momento más emocionante de todala vida de Victoria; al instante sintió el

vínculo que las unía y supo que con eltiempo se haría más fuerte y duraría parasiempre jamás. En silencio prometió quecuidaría de ella, que nunca dejaría quenadie le hiciera daño ni la hiciera llorar.Quería que Grace tuviese una vidaperfecta y estaba dispuesta a todo paraasegurarse de que así fuera. EntoncesGrace cerró los ojos y se quedó dormidamientras Victoria la miraba. Estabacontentísima de que el accidente no lehubiera dejado secuelas y de tener porfin a su hermanita con ella.

Recordó entonces eso que habíadicho su padre de que con ella habíanprobado la receta y se preguntó si sería

cierto. A lo mejor solo la habían tenidopara asegurarse de que Grace les salierabien. En tal caso, estaba claro que lohabían conseguido. Era el ser másperfecto que Victoria había visto nunca.También sus padres y su abuela lodecían. Por una brevísima fracción desegundo, Victoria deseó que hubieranprobado con otra persona la receta parahacerla a ella, y que todos sintieran porella lo que era evidente que sentían porGrace. Deseó ser una victoria, y no unareceta fallida o un pastel quemado en elhorno. Pero, sobre todo, fueran cualesfuesen las intenciones de sus padres altenerla a ella primero, solo esperaba

que nunca decidieran tirarla a la basura.Lo único que quería era compartir elresto de su vida con Grace y ser lamejor hermana mayor del mundo. Ytambién se alegraba de que no hubieseheredado la nariz de su bisabuela.

Más tarde, mientras la niña dormíatranquilamente en el piso de arribacuando ya le habían dado el biberón y lahabían cambiado, Victoria bajó a lacocina para comer con sus padres y suabuela. Su madre le había dicho que elbebé dormiría mucho esas primerassemanas. Durante la comida Christinecomentó que quería recuperar la figuralo antes posible. Jim sirvió champán

para los adultos y sonrió a su hija.Siempre había algo ligeramente irónicoen la forma que tenía de mirarla, comosi compartieran un chiste, o como si ellafuera un chiste. Victoria nunca estabamuy segura de cuál de las dos opcionesera la correcta, pero de todas formas legustaba que su padre le sonriera. Yahora, además, estaba contenta de tenera Grace. Era la hermanita que habíasoñado toda la vida, alguien en quienvolcar su amor y que la querría a ellatanto como ella la quería ya.

3

Su madre enseñó a Victoria todo sobrelos cuidados de la niña. Cuando Gracecumplió tres meses, su hermana ya sabíacambiarle el pañal, bañarla, vestirla,jugar con ella durante horas y hastadarle de comer. Las dos eraninseparables, lo cual proporcionaba aChristine un respiro muy necesario losdías que estaba atareada. Como Victoriala ayudaba tanto con la niña, ella teníatiempo de jugar al bridge con susamigas, ir a clases de golf y ver a suentrenador personal cuatro veces por

semana. Ya se había olvidado del grantrabajo que suponía cuidar de un bebé, ya Victoria le encantaba ayudar. Encuanto llegaba a casa del colegio, cogíaa su hermana en brazos y se ocupaba decualquier cosa que necesitase. Fue ellaquien recibió la primera sonrisa deGrace, y era evidente que la pequeña laadoraba y Victoria estaba loca por ella.

Grace siguió siendo una niña deanuncio. Cuando tenía un año, cada vezque Christine se las llevaba a las dos alsupermercado, siempre había alguienque las paraba. Como vivían en LosÁngeles, era frecuente que encontraran acazatalentos del mundo del cine en

cualquier lugar. Querían contratar aGrace para películas, programas detelevisión, anuncios de televisión o deprensa, carteles y todo lo relacionadocon el mundo de la publicidad; tambiéna Jim le habían presentado ofertas, y nopocas, cuando enseñaba una fotografíade su niña. Victoria contemplabafascinada cómo se les acercaba la gentepara intentar convencer a su madre paraque les dejara trabajar con Grace entoda clase de anuncios, programas opelículas, pero Christine siempre decíaque no con mucha gentileza. Jim y ellano tenían ningún deseo de explotar a supequeña, aunque siempre les halagaba

recibir esas ofertas y después se loexplicaban a sus amigos. Mientrasobservaba esos encuentros y oía a suspadres relatarlos más tarde, Victoria sesentía invisible. Cuando los cazatalentosse acercaban a su madre, era como siella no existiera. La única niña a quienveían era a Grace. A ella no leimportaba demasiado, aunque a veces sepreguntaba cómo sería salir por la tele oen una película. Le hacía gracia queGrace fuese tan guapa, y a ella leencantaba vestirla como si se tratara deuna muñeca y ponerle cintas en sus rizososcuros. Era un bebé precioso y seconvirtió en una niña igualmente

encantadora. Victoria estuvo a punto dederretirse la primera vez que suhermanita la llamó por su nombre. Graceestaba tan unida a su hermana mayor quesoltaba risitas de felicidad nada másverla.

Cuando la niña tenía dos años yVictoria nueve, la abuela Dawson muriótras un breve período de enfermedad, locual dejó a Christine sin más ayuda conla pequeña que la que podíaproporcionarle Victoria. La únicapersona que les había hecho de canguroera la madre de Jim, así que, tras elfallecimiento de su suegra, Christinetuvo que buscar a alguien en quien

pudieran confiar cuando salían por lanoche. A partir de ese momento lashermanas presenciaron un desfile deadolescentes que se presentaban en sucasa para hablar por teléfono, ver la teley dejar que fuese Victoria quien seencargara de la niña, lo cual de todasformas era lo que ellas preferían.Victoria era cada vez más responsable amedida que crecía, y Grace, más guapacada año que pasaba. Tenía un caráctermuy alegre, sonreía y reíaconstantemente, sobre todo gracias a suhermana que era la única de la familiaque sabía arrancarle una sonrisa cuandoaún le caían lágrimas, o poner fin a una

de sus pataletas. Christine era muchomenos hábil con ella que su hija mayor,así que estaba encantada de dejar queVictoria se ocupase de Grace. Por aquelentonces su padre todavía la unincordiaba de vez en cuando con subromita de la receta de prueba, yVictoria era muy consciente de lo quequería decir con ello: que Grace eraguapa y ella no, y que a la segunda porfin lo habían conseguido. Una vez se lohabía explicado a una amiguita, que sehabía horrorizado muchísimo más que lapropia Victoria, porque a esas alturasella ya estaba acostumbrada. Su padreno dudaba en repetírselo a menudo.

Christine había protestado un par deveces, pero Jim le aseguraba queVictoria sabía que solo lo decía paraincordiarla. Sin embargo, lo cierto eraque Victoria lo creía. Estaba convencidade que ella había sido el error de suspadres, y Grace, su éxito másesplendoroso. Y esa impresión se veíareforzada por todas las personas queadmiraban a la pequeña Grace. Victoriaacabó por sentirse completamenteinvisible. En cuanto la gente hacía uncomentario sobre lo adorable y lo guapaque era Grace, no sabían qué decirsobre Victoria, así que callaban y no lehacían caso.

Victoria no era fea, pero sí delmontón. Tenía unos rasgos naturales,dulces, claros, una melena rubia y lisaque su madre siempre le recogía entrenzas y que contrastaba con la aureolade tirabuzones oscuros de Grace. Elcabello de Victoria bahía ido perdiendolas ondas con el paso de los años. Teníaunos ojos grandes e inocentes, delmismo azul que el cielo en verano; perolos de Grace y sus padres, oscuros,siempre le habían parecido más exóticosy llamativos. Ellos tres compartían elmismo color de iris y también decabello. Ella era la única diferente. Suspadres y Grace tenían un cuerpo esbelto:

su padre era alto; su madre y la niña,delicadas, menudas y de huesos finos.Grace y sus padres eran como un reflejounos de otros. Victoria era distinta. Todaella resultaba más bien fornida, tenía uncuerpo grandote y los hombrosdemasiado anchos para una niña. Suaspecto era el de alguien saludable, conmejillas sonrosadas y pómulosprominentes. La única característicaextraordinaria que poseía eran suspiernas, largas como las patas de unpotro joven. A ella sus piernas siemprele habían parecido demasiado largas ydelgadas para un cuerpo tanachaparrado, como le había dicho su

abuela una vez. Su torso corto hacía quese vieran todavía más largas. Sinembargo, pese a su cuerpo robusto,Victoria era ágil y tenía mucho garbo. Yade niña siempre había sido muy grandepara su edad, aunque no lo bastante paraque la consideraran gorda, pero nuncahabía tenido ningún rasgo que resultaragrácil. Su padre no dejaba de repetir quepesaba demasiado para cogerla enbrazos, mientras que a Grace la lanzabaal aire como una pluma. Christine,incluso después de haber tenido a lasniñas, solía estar por debajo de su pesoideal y se mantenía en buena formagracias a su entrenador y a sus clases de

gimnasia. Jim era alto y esbelto, y Gracenunca fue una niña demasiado rellenita.

De todos modos, lo más llamativode Victoria era lo distinta que era atodos ellos. Tanto como para que todo elmundo se diera cuenta. Más de una vez,la gente había preguntado a sus padres siera adoptada, y ella estaba lo bastantecerca para oírlo. Se sentía como una deesas fichas ilustradas que se utilizabanen el colegio y en las que se veía unamanzana, una naranja, un plátano y unpar de botas de plástico, y la profesorapreguntaba cuál era el elemento quesobraba. En su familia Victoria siemprehabía sido las botas de plástico. Toda la

vida había tenido esa extraña sensación:la de ser diferente, la de no encajar. Sial menos uno de sus padres se hubieseparecido a ella, entonces habría sentidoque formaba parte de la familia, pero lascosas no eran así. La única que noencajaba allí era ella. Nunca nadie lehabía dicho que era guapa, al contrariode Grace, a quien le recordabanconstantemente que poseía una bellezade película. Victoria era la hermanamayor poco agraciada, la quedesentonaba con el resto de la familia.

Además, por si eso fuera poco,también tenía un apetito muy saludable,lo cual hacía que su cuerpo fuese más

ancho aún de lo que podría haber sido.Se servía grandes raciones en todas lascomidas y siempre rebañaba el plato. Legustaban los pasteles y los dulces, elhelado y el pan, sobre todo recién salidodel horno. A mediodía, en el colegio,tomaba un buen almuerzo. Nunca seresistía a un plato de patatas fritas, ni aun perrito caliente, ni tampoco a unhelado cubierto de chocolate caliente. AJim también le gustaba comer bien, peroera un hombre grande y nuncaengordaba. Christine subsistía sobretodo a base de pescado hervido, verduraal vapor y ensalada: todas las cosas queVictoria detestaba. Ella prefería las

hamburguesas, los espaguetis y lasalbóndigas y, aun siendo muy pequeña, amenudo repetía a pesar de que su padrela miraba frunciendo el ceño, o inclusose reía y se burlaba de ella. En sufamilia parecía que nadie más que ellaengordaba. Y nunca se saltaba unacomida. La saciedad le servía deconsuelo.

—Un día vas a arrepentirte de eseapetito tuyo, jovencita —le advertíasiempre su padre—. No te gustará tenersobrepeso cuando vayas a launiversidad.

Pero todavía faltaba una vida enterapara la universidad, el puré de patatas

estaba justo delante de ella, al ladito dela bandeja de pollo frito. Christine, sinembargo, siempre cuidaba mucho qué ledaba de comer a su hija pequeña.Explicaba que Grace tenía unaconstitución diferente y que estaba hechamás como ella, aunque Victoria lepasaba piruletas y caramelos aescondidas, y a Grace le encantaban.Gritaba con deleite cada vez que veía unchupa-chups saliendo de uno de losbolsillos de su hermana. Aunque tuvierasolo uno, Victoria siempre se lo daba asu hermana pequeña.

Victoria nunca había sido popular enel colegio, y sus padres rara vez dejaban

que invitara a sus amigas a casa, así quesu vida social era bastante limitada. Sumadre decía que con dos niñasrevolviéndolo todo ya tenía suficiente.Además, nunca le gustaban las amigasde Victoria cuando se las presentaba.Por una u otra razón, siempre lesencontraba alguna pega, así que su hijadejó de pedirle permiso para que fuerana jugar. La consecuencia fue que susamigas dejaron de invitarla a elladespués del colegio, puesto que Victorianunca les devolvía la invitación. Detodas formas ella prefería llegar prontoa casa para ayudar con el bebé. Sí quetenía amigas en el colegio, pero su

amistad no se prolongaba fuera de lashoras lectivas.

La primera gran tragedia de susprimeros años de escuela consistió enser la única chica de cuarto a la quenadie le había regalado una tarjeta deSan Valentín. Llegó a casa llorando,pero su madre le dijo que no fuera tonta,que Gracie le haría una tarjeta de SanValentín. Al año siguiente Victoria sedijo que no le importaba y se preparómentalmente para la decepción, peroresultó que esa vez sí recibió una tarjeta,de una niña que era alta, como ella.Todos los niños eran más bajitos queambas. La otra niña era larguirucha y

aún más alta que Victoria, y esta másgrandota que ella.

La siguiente tragedia que hubo desuperar fue que a los once años ya lecrecieron los pechos. Hacía lo quepodía por ocultarlos, se ponía sudaderasholgadas encima de la ropa, y al finalincluso camisas de leñador, todosiempre dos tallas más grande. Sinembargo, para gran dolor de Victoria,sus pechos continuaron creciendo.Cuando iba a séptimo ya tenía cuerpo demujer. A menudo pensaba en la abuelade su padre, en sus anchas caderas y sugruesa cintura, su enorme busto y suoronda constitución. Victoria rezaba por

no llegar nunca a ser tan corpulentacomo lo había sido su bisabuela. Loúnico que las diferenciaba eran suspiernas largas y delgadas, que parecíanno dejar de crecer. Victoria no lo sabíaaún, pero eran su mejor característica.Los amigos de sus padres siemprecomentaban que estaba hecha una«grandullona», y ella nunca estuvo muysegura de a qué parte de ella se referíancon eso, si a sus largas piernas, a susgrandes pechos o al conjunto de sucuerpo que no dejaba de ensancharse.Pero aun antes de que pudiera averiguarqué querían decir, ellos ya volvían lamirada hacia Gracie, que era como un

duendecillo. A su lado Victoria se sentíaigual que un monstruo o que un gigante.Con su altura y un cuerpo tandesarrollado, parecía mucho mayor delo que era. Su profesor de arte de octavole comentó un día que era «rubensiana»,y ella no se atrevió a preguntarle quéquería decir eso, y tampoco le apetecíasaberlo. Estaba convencida de que solosería una forma más artística de llamarla«grandullona», un adjetivo que habíallegado a odiar. Ella no quería sergrande. Quería ser pequeña, como sumadre y su hermana. Victoria medía unmetro setenta cuando dejó de crecer, enoctavo, lo cual no era una barbaridad,

pero sí más que la mayoría de suscompañeras de clase y que todos losniños de su edad. Se sentía como unaatracción de feria.

Ella iba a séptimo cuando Gracieentró en parvulario, y el primer día lallevó a su clase. Su madre las habíadejado a las dos en el colegio y Victoriatuvo el honor de acompañar Grace paraque conociera a su profesora. Se quedóallí, mirando a su hermanita, que entróen el aula con cautela y se volvió paraenviarle un beso por el aire a suhermana mayor. Pasó todo el añoocupándose de ella durante el recreo, ycada tarde se la llevaba a casa después

de las horas de acogida. Lo mismosucedió durante octavo, cuando Gracieiba a primero. No obstante, al otoñosiguiente Victoria empezaría en elinstituto, iría a un centro diferente, en unedificio distinto, y ya no estaría cercapara ayudar a Gracie ni asomarse averla cuando pasaba por delante de suclase durante el día. Iba a echarla demenos. Y Gracie a ella también, porquedependía mucho de su hermana mayor yle encantaba verla aparecer por lapuerta del aula entre clases. Las dosniñas lloraron el último día que Victoriapasó en octavo curso, y Gracie dijo queen otoño no quería volver al colegio sin

ella, pero su hermana la convenció deque no tendría más remedio. Octavomarcaba el final de una era paraVictoria, una etapa en la que habíadisfrutado mucho. Siempre le hacía felizsaber que Gracie andaba por allí cerca.

El verano antes de empezar en elinstituto Victoria se puso a dieta porprimera vez. Había visto un anuncio deunas infusiones de hierbas en lacontraportada de una revista y se habíadecidido a comprarlas con su paga. Elanuncio decía que garantizaban unapérdida de cinco kilos, y ella queríaentrar en el instituto más delgada y másesbelta de lo que había estado en el

colegio. Con la pubertad en marcha yuna figura más bien curvilínea, habíaengordado y pesaba unos cinco kilos demás de lo que debería, según le habíadicho el médico. El efecto de lasinfusiones fue mayor de lo previsto yVictoria estuvo gravemente indispuestadurante varias semanas. Grace le decíaque estaba verde y que se la veía muy,muy enferma, y le preguntaba por qué setomaba un té que olía tan mal. Suspadres no tenían ni idea de qué leocurría porque no les había explicadoque estaba haciendo dieta. Aquelbrebaje maligno le había provocado unagrave disentería, así que tuvo que

quedarse en casa durante semanas,diciendo que debía de ser un virus.Christine aseguró a Jim que eran lostípicos nervios de una adolescente apunto de empezar en el instituto. Alfinal, a base de tenerla tan enferma, lainfusión de hierbas logró que adelgazaracuatro kilos, y Victoria estuvo encantadaal ver el cuerpo que se le habíaquedado.

Los Dawson vivían en los límites deBeverly Hills, en un bonito barrioresidencial. La casa era la misma queposeían desde que había nacidoVictoria. Jim había llegado a ser el jefede la agencia de publicidad y tenía una

carrera profesional muy satisfactoria,mientras que Christine se ocupaba de lasniñas. A ellos les parecía que eran lafamilia perfecta, no querían más hijos.Tenían cuarenta y dos años, llevabanveinte casados y disfrutaban de una vidamuy cómoda. Estaban contentos de nohaber tenido más descendencia y eranfelices con sus dos hijas. A Jim legustaba decir que Grace era la bellezade la casa y que Victoria había heredadoel cerebro. En el mundo había lugar paraambas. Quería que Victoria fuese a unabuena universidad y estudiase unacarrera importante.

—Dependerás de tu inteligencia —

le aseguró, como si no tuviera nada másque ofrecer a la vida.

—Necesitarás más que eso —añadióChristine, a quien a veces le preocupabaque Victoria fuese demasiado inteligente—. A los hombres no siempre les gustanlas chicas listas —dijo, con cara depreocupación—. También tienes que seratractiva.

Llevaba todo ese año insistiendo asu hija que vigilara su peso y estaba muycontenta de que hubiera perdido cuatroquilos, aunque no tenía ni idea de lo quehabía pasado Victoria durante ese últimomes para conseguirlo. Christine noquería que su hija fuese solo inteligente,

sino también delgada.Ambos estaban mucho menos

preocupados por Gracie, quien, con suencanto y su belleza, incluso a los sieteaños parecía capaz de conquistar elmundo. Jim era como un esclavo rendidoa sus pies.

La familia se fue dos semanas aSanta Bárbara al final del verano, antesde que Victoria empezara en el instituto,y todos lo pasaron muy bien. Jim habíaalquilado una casa en Montecito, que eralo que solía hacer antes de tener a lasniñas. Como iban a la playa todos losdías y su padre siempre hacía algún queotro comentario a Victoria sobre su

figura, ella acabó poniéndose unacamiseta encima del bañador y se negó avolver a quitársela. Jim le decía que lehabía crecido mucho el busto, y luego losuavizaba añadiendo que tenía unaspiernas de infarto. Hablaba mucho mássobre el cuerpo de su hija que sobre lasexcelentes notas que sacaba. Eso ya lodaba por hecho; en cambio, siempre seesforzaba por dejar claro cuánto ledecepcionaba su físico, como si dealguna forma le hubiese fallado y esefracaso lo perjudicara también a él.Victoria ya lo había oído antes, muchasveces.

Todos los días sus padres daban

largos paseos por la playa mientras ellaayudaba a Gracie a construir castillos dearena decorados con flores y rocas ypalitos de helado. A su hermana leencantaba jugar con ella en la arena, locual hacía muy feliz a Victoria. Sinembargo, los comentarios de su padreacerca de su cuerpo siempre laentristecían y, además, su madre fingíano oírlos y nunca salía en su defensa,jamás intentaba transmitirle seguridad.Victoria sabía instintivamente quetambién a ella le disgustaba su aspecto.

Ese verano Victoria conoció enMontecito a un chico que vivía en unacasa al otro lado de la calle. Jake le

gustaba, tenía su misma edad y en otoñoiba a entrar en el internado Cate School,en el sur de California. Jake le preguntósi podría escribirle desde la escuela, yella le dijo que sí y le dio su direcciónde Los Ángeles. Todas las nocheshablaban hasta muy tarde sobre lonerviosos que estaban por empezar en elinstituto. Victoria, charlando con él en laoscuridad, admitió que nunca había sidodemasiado popular. Él no entendía porqué. Pensaba que era muy lista, unachica muy divertida. Le gustaba hablarcon ella y opinaba que era muysimpática. Victoria no había bebidocerveza ni había fumado, así que vomitó

nada más llegar a casa la noche que loprobó. Pero nadie se dio cuenta. Suspadres ya estaban acostados, y Gracieprofundamente dormida en la habitaciónde al lado. Jake se marchó al díasiguiente. Su familia quería ir a visitar asus abuelos al lago Tahoe antes de queempezara el curso. Victoria ya no teníaabuelos, cosa que a veces le parecía unasuerte, puesto que de esta forma solo suspadres podían criticar su aspecto. Sumadre opinaba que le hacía falta uncorte de pelo y que debería empezar unprograma de ejercicios en otoño. Queríaapuntarla a gimnasia o a ballet, y no sedaba cuenta de lo mucho que

incomodaba a Victoria la idea de verseen mallas delante de otras chicas.Habría preferido morirse. Creía que eramejor quedarse con la figura que teníaque verse obligada a perderla de esaforma. Había sido mucho más sencilloprovocarse una descomposición conaquella horrible infusión de hierbas.

Montecito se convirtió en un sitioaburrido tras la marcha de Jake, Victoriase preguntaba si tendría noticias de élcuando empezaran las clases. El restodel tiempo que estuvieron allí lo pasójugando con Grace. No le importaba quesu hermana fuese siete años menor,siempre se divertía con ella. Sus padres

solían decir a sus amigos que ladiferencia de siete años entre las dosfuncionaba muy bien. Victoria no habíatenido celos de su hermana pequeña nipor un segundo y, con los catorcecumplidos, era la canguro perfecta.Dejaban a Gracie con su hermana mayorcada vez que salían, lo cual hacían mása menudo a medida que las niñas ibancreciendo.

Durante aquellas vacacionessufrieron un gran susto una tarde queGrace, con la marea baja, se alejómucho de la orilla. Victoria estaba conella, pero regresó un momento a sutoalla para buscar más crema solar y

ponérsela a su hermana. Entonces lamarea empezó a subir y la corrienteaumentó. Una gran ola volcó a Gracie y,un instante después, había desaparecidobajo la superficie. El océano se la habíatragado. Victoria vio cómo sucedía ygritó mientras echaba a correr hacia elagua; se zambulló rápidamente bajo laespuma y emergió resoplando con Gracecogida de un brazo justo cuando otra olagigantesca las alcanzaba. En esemomento sus padres también las vierony Jim corrió hacia el agua, con Christineunos pasos por detrás. Su padre se lanzócontra las olas, agarró a las dos niñascon sus poderosos brazos y las sacó de

allí mientras su madre los contemplabahorrorizada desde la orilla, petrificadaen la arena sin poder decir nada. Jim sevolvió primero hacia Gracie.

—¡No vuelvas a hacer eso! ¡Ni se teocurra jugar en el agua tú sola! —Yluego se dirigió a Victoria con unaexpresión feroz en los ojos—: ¿Cómohas podido abandonarla así?

Victoria, impresionada por lo queacababa de ocurrir, lloraba con lacamiseta mojada y pegada a su cuerpopor encima del bañador.

—Había ido a buscar crema paraella, para que no se quemara —sedefendió entre sollozos.

Christine guardó silencio y tapó conuna toalla a Grace, que tenía los labiosazules. Había estado en el aguademasiado tiempo, incluso antes de quela marea empezara a cambiar.

—¡Casi se ahoga! —gritó su padre,temblando de miedo y rabia. Muy pocasveces se enfadaba con sus hijas, peroestaba muy afectado, igual que todos,por lo cerca que había estado Grace demorir. No dijo ni una palabra sobrecómo había salido corriendo Victoria asalvar a su hermana y cómo la habíasacado de debajo de la ola antes de quellegara él. Se sentía demasiado alteradopor lo que había estado a punto de

ocurrir, y Victoria también.Grace se había refugiado en los

brazos de su madre, que la estrechabacon fuerza mientras la tapaba con latoalla. Tenía los oscuros tirabuzonesmojados y pegados completamente a lacabeza.

—Lo siento, papá —dijo Victoria envoz baja, pero Jim le dio la espalda y sealejó mientras su madre consolaba a suhermana pequeña. Victoria se enjugó laslágrimas de los ojos con el dorso de lamano—. Lo siento, mamá —dijo con unhilo de voz.

Christine asintió con la cabeza y lepasó una toalla para que se secara ella

sola.El mensaje de ese gesto era muy

claro.

El instituto fue más fácil de lo queVictoria había esperado en algunossentidos. Las clases estaban bienorganizadas, le gustaban casi todos susprofesores, y las asignaturas eran muchomás interesantes que las del colegio. Enla vertiente académica, su nuevo centrole encantaba y estaba entusiasmada conel trabajo que hacía allí. En la vertientesocial, se sentía como un pez fuera delagua. El primer día de clase se

sorprendió muchísimo al ver a las otraschicas. Parecían mucho másdesvergonzadas que ninguna de lascompañeras con quienes había ido alcolegio hasta entonces. Algunasllevaban ropa provocativa y parecíanmayores de lo que eran. Todas llevabanmaquillaje, y muchas parecían estardemasiado delgadas. La anorexia y labulimia habían entrado en sus vidas,estaba claro. Ese primer día Victoria sesintió tan fuera de lugar que solo podíadesear ser «guay», como todos losdemás. Observó con atención la ropaque más éxito tenía entre las chicas: aella la mayoría de esas prendas le

quedarían fatal, solo las minifaldas lesentarían de fábula. Victoria se habíadecidido por unos vaqueros y unacamisa holgada que tapaba su figura.Llevaba la melena rubia suelta sobre loshombros, la cara bien lavada, y unaszapatillas de baloncesto que su madre yella habían comprado el día anterior.Una vez más, desentonaba. Se habíaequivocado al elegir su vestuario y se laveía diferente a las demás. Al llegar seencontró con algunas alumnas reunidasen grupitos a la entrada del instituto,pero parecía que estuvieran a punto depresentarse a una especie de concursode moda. Aparentaban dieciocho años, y

era evidente que algunas los tenían, peroincluso las de su edad parecían muchomayores. Lo único que Victoria lograbaver era una manada de niñas delgadas ysexys. Sintió ganas de llorar.

—Buena suerte —le dijo su madrecon una sonrisa al dejarla allí—. Quetengas un primer día fantástico.

Victoria quería quedarse escondidaen el coche. Su mano temblorosaapretaba el horario de clases junto conun plano del instituto. Esperaba poderencontrarlo todo sin tener que preguntar.Sentía un terror despiadado que leencogía el corazón y tuvo miedo deecharse a llorar de repente.

—Todo irá bien —le aseguróChristine mientras ella bajaba del cochea regañadientes.

Intentó no parecer impresionada alsubir corriendo la escalera y al pasarjunto a las otras chicas sin mirarlas a losojos ni detenerse a saludar. Parecían unejército de gente «guay», y «guay» era loúltimo que se sentía ella.

Ese mismo día vio a más de aquellaschicas en la cafetería a la hora de comer,y dio un gran rodeo para evitarlas. Sesirvió una bolsa de patatas fritas, unbocadillo y un yogur, cogió un paquetede galletas con pepitas de chocolatepara más tarde y buscó una mesa donde

pudiera estar sola. Pero otra chica sesentó con ella. Era más alta queVictoria, aunque estaba muy flaca, yparecía capaz de enfrentarse a cualquierchico jugando al baloncesto.

—¿Te importa si me siento aquí? —preguntó, pidiéndole permiso paraocupar su sitio.

—No, tranquila —respondióVictoria mientras abría sus patatas fritas.

La otra chica llevaba en su bandejados bocadillos, pero daba la sensaciónde que nada de lo que comiera se notaríaen su cuerpo. De no ser por su largamelena castaña, casi habría parecido unchico. Tampoco llevaba nada de

maquillaje, y se había puesto vaqueros yunas Converse, igual que Victoria.

—¿Eres nueva, de noveno? —preguntó la chica mientras desenvolvíael primero de sus bocadillos. Victoriaasintió con la cabeza, casi paralizadapor la timidez—. Yo me llamo Connie.Soy la capitana del equipo debaloncesto femenino, como habrásimaginado. Mido un metro ochenta yocho. Voy a undécimo. Bienvenida alinstituto. ¿Qué tal te ha ido de momento?

—Bien —respondió Victoria,intentando que no se le notara laimpresión. No quería decirle que estabamuerta de miedo y que se sentía como

una atracción de feria. Se preguntó siConnie también habría pasado por eso alos catorce años. Se la veía muyrelajada y cómoda con quien era en esemomento; aunque también se habíasentado con una novata, lo cual hizo queVictoria se preguntara si tenía amigas. Y,en ese caso, ¿dónde estaban? Parecíamás alta que casi todos los chicos de lacafetería.

—Llegué a mi tope de altura a losdoce —explicó Connie, tratando deentablar conversación—. Mi hermanomide un metro noventa y ocho y está enUCLA, con una beca para jugadores debaloncesto. ¿Tú juegas a algún deporte?

—Al voleibol, a veces, pero nomucho. —Siempre había sido másacadémica que atlética.

—Aquí hay muy buenos equipos. Alo mejor te apetece probar el debaloncesto. Tenemos a muchas chicas detu altura —comentó.

«Pero no de mi peso», estuvo apunto de añadir Victoria. No hacía másque fijarse en el físico de todo el mundo.Al entrar en la cafetería se había sentidoel doble de grande que ellos. Conaquella chica, que por lo menos noparecía anoréxica ni vestía como siquisiera ligar, se encontraba menos fuerade lugar. Le pareció simpática y

agradable.—Se tarda un poco en pillarle el

truco al instituto —dijo Connie paratranquilizarla—. Yo, el primer día, mesentí bastante rara. Todos los chicos queveía eran la mitad de altos que yo. Y laschicas, mucho más guapas. Pero aquíhay sitio para todo el mundo:musculitos, fashion victims, reinas de labelleza… Hay incluso un club de gays ylesbianas. Al final acabarás adaptándotey harás amigos.

De pronto Victoria se alegró muchode que aquella chica se hubiera sentadocon ella. Era casi como si hubiera hechouna nueva amiga. Connie ya se había

acabado sus dos bocadillos, y a ella ledio vergüenza ver que estaba tannerviosa que solo se había comido laspatatas fritas y las galletas. Decidióseguir con el yogur y guardarse el resto.

—¿Dónde vives? —preguntó Conniecon interés.

—En Los Ángeles.—Yo vengo en coche desde Orange

County todos los días. Vivo allí con mipadre. Mi madre murió el año pasado.

—Lo siento —dijo Victoria, queenseguida se compadeció de ella.

Connie se levantó, y Victoria, al verlo alta que era, se sintió como unaenanita a su lado. Entonces le ofreció un

papel con su número de teléfono, y ellale dio las gracias y se lo guardó en elbolsillo.

—Llámame si necesitas cualquiertipo de ayuda. Los primeros díassiempre son duros, pero después la cosamejora. Y no te olvides de probar suertecon el equipo.

Victoria no se veía jugando albaloncesto, pero estaba agradecida porla amable bienvenida de aquella chica,que se había molestado en hacer que sesintiera cómoda. Ya no creía que sehubiera sentado a su mesa porcasualidad. Mientras charlaban un chicomuy guapo se había acercado sonriendo

a Connie.—¿Qué hay, Connie? —dijo al pasar

a toda velocidad con los libros en lamano—. ¿Buscando ya reclutas para elequipo?

—Y que lo digas. —Ella le devolvióla sonrisa—. Es el capitán del equipo denatación —explicó cuando el chico yase había ido—. A lo mejor también teapetece. Pruébalo.

—Seguro que me ahogaría —dijoVictoria, roja de vergüenza—. No sénadar muy bien.

—Al principio no tienes por qué,pero se aprende. Para eso están losentrenadores. Yo estuve con el equipo

de natación primer año, pero no megusta madrugar. Entrenan a las seis de lamañana, y a veces a las cinco, si tienencompetición.

—Creo que paso —dijo Victoria conuna gran sonrisa, aunque le gustabasaber que tenía opciones. Aquel era unmundo completamente nuevo.

Todos parecían sentirse a gusto yhaber encontrado su propio hueco. Soloesperaba hallar ella también el suyo,fuera cual fuese. Connie le dijo queencontraría papeletas de inscripciónpara todos los clubes en el tablón deanuncios principal, justo a la entrada dela cafetería. Se lo señaló al salir, y

Victoria se detuvo a echar un vistazo. Unclub de ajedrez, un club de póquer, unclub de cine, clubes de idiomasextranjeros, un club gótico, un club depelículas de terror, un club literario, unclub de latín, un club de novelasrománticas, un club de arqueología, unclub de esquí, un club de tenis, un clubde viajes… La lista contenía decenas declubes diferentes. Los dos que más leinteresaron fueron el de cine y el delatín, pero era demasiado tímida paraapuntar su nombre en la lista de ningunode ellos. El año anterior, en el colegio,había tenido clases de latín y le habíagustado. Y le dio la sensación de que el

club de cine tenía que ser divertido.Para ninguno de ellos había que quitarsela ropa ni llevar un uniforme que lahiciera parecer gordísima, motivos porlos que jamás se habría apuntado al clubde natación, aunque en realidad se ledaba bastante bien nadar, más de lo quehabía reconocido delante de Connie.Tampoco le apetecía demasiado la ideade ponerse los pantalones cortos delequipo de baloncesto. Pensó que el clubde esquí podría resultar entretenido.Todos los años iba a esquiar con suspadres. Su padre había sido campeón deesquí en su juventud, y su madre tambiénera bastante buena. Gracie había ido a

clases desde los tres años, igual queVictoria antes que ella.

—Ya nos veremos —se despidióConnie, que se alejó dando tranquilaszancadas con sus piernas de jirafa.

—¡Gracias! —exclamó Victoria, yse fue corriendo a su siguiente clase.

Estaba muy animada cuando sumadre pasó a recogerla a las tres.

—¿Qué tal te ha ido? —le preguntócon dulzura, aliviada al comprobar quese la veía contenta. Era evidente que nohabía sido una experiencia tan terriblecomo había temido.

—Bastante bien —contestó Victoriacon cara de satisfacción—. Me han

gustado las clases. Esto es muchísimomejor que el cole. He tenido biología yquímica por la mañana, luego literaturainglesa y español después de comer. Élprofe de español es un poco especial, note deja hablar en inglés en su clase, perolos demás son bastante simpáticos. Heechado un vistazo a los clubes y a lomejor me apunto a esquí y a cine, ypuede que también a latín.

—Pues yo diría que ha sido unprimer día bastante aceptable —comentó Christine mientras iban con elcoche hacia su viejo colegio, a recoger aGrace después de las horas de acogida.

Al aparcar delante de su antiguo

centro, de pronto Victoria tuvo lasensación de que había madurado milaños desde junio. Se sentía muy mayorpor ir ya al instituto, y eso no estabanada mal. Cuando entró corriendo abuscar a Gracie, se la encontró llorando.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó asu hermana mientras se agachaba paracogerla en brazos. Era tan pequeñita queVictoria podía cargar con ella sindificultad.

—Ha sido un día horrible. David meha tirado una lagartija, Lizzie me harobado el sándwich de mantequilla decacahuete, ¡y Janie me ha pegado! —explicó con cara de indignación—. Me

he pasado todo el día llorando —añadió, por si no había quedado claro.

—Yo habría hecho lo mismo si mehubiese pasado todo eso le aseguró suhermana mientras la acompañaba alcoche.

—Quiero que vuelvas —dijoGracie, haciéndole pucheros—. Aquí nome lo paso bien sin ti.

—Ojalá pudiera —le aseguróVictoria, aunque de pronto no estaba tanconvencida. El instituto le habíagustado, ese primer día había resultadomejor de lo esperado. Era evidente quetenía posibilidades, y ella queríaexplorarlas. Tal vez sí había esperanza

de encontrar por fin dónde encajar—.Yo también te he echado de menos. —Era triste darse cuenta de que nuncavolverían a ir a la misma escuela. Ladiferencia de edad entre ambas erademasiado grande.

Victoria le abrió la puerta de atrás yGrace empezó a relatar los problemasque había tenido a su madre, queenseguida se compadeció de ella.Victoria no pudo evitar fijarse en que,como siempre, su madre nunca era tandulce con ella como con Grace. Ellastenían una relación diferente, y mássencilla para Christine. El hecho de queGracie se pareciera a sus padres hacía

que a ambos les resultara más fáciltratar con ella. Gracie era una de«ellos», mientras que Victoria siemprehabía sido como una extraña en lafamilia. Se preguntó si tal vez seríaporque Christine aún no sabía ser madrecuando nació ella, mientras que conGracie ya había aprendido, o sisencillamente sentía que tenía más encomún con su hija pequeña. Eraimposible saberlo pero, fuera cual fuesela respuesta, su madre siempre habíasido más seca con Victoria, más crítica ydistante, y le había exigido más, igualque su padre. A ojos de él, además,Gracie nunca hacía nada mal. Puede que

solo se hubieran ablandado con la edad,pero el hecho de que Grace fueseclavadita a ambos sin duda había tenidotambién algo que ver. Cuando Victorianació, sus padres tenían veintitantosaños; en ese momento ya pasaban de loscuarenta. Quizá en eso residiera ladiferencia, o quizá, simplemente, ella noles gustaba tanto como su hermana. Alfin y al cabo, a Grace no le habíanpuesto el nombre de una reina espantosa,ni siquiera en broma.

Aquella noche su padre le preguntócómo le había ido el instituto y ella leinformó sobre sus clases y volvió amencionar los clubes. A él le pareció

que todas sus opciones estaban bien,sobre todo el club de latín, aunque creíaque el de esquí podía ser divertido y unabuena forma de conocer a chicos. Sumadre comentó que lo del latín leparecía demasiado intelectual y queharía mejor apuntándose a una actividadmás sociable para hacer amigos. Losdos eran muy conscientes de queVictoria había tenido muy pocas amigasen el colegio, pero en el instituto podríaconocer a gente. Además, cuando fuera aundécimo ya conduciría su propio cochey no los necesitaría a ellos para que lallevaran y la trajeran. Estabanimpacientes porque llegara ese

momento, y también a Victoria legustaba la idea. No quería que su padresoltase más comentarios sarcásticossobre ella delante de sus amigas, cosaque hacía cada vez que las acompañabaa alguna parte. Aunque él creyera quesus bromas eran graciosas, a ella nuncase lo parecían.

Al día siguiente se apuntó a los tresclubes que le interesaban, pero a ningúnequipo de deporte. Decidió que su dosisde ejercicio quedaría cubierta yendoúnicamente a clase de educación física.También podría haberse apuntado aballet, pero eso habría sido como unapesadilla hecha realidad: saltar de un

lado para otro del gimnasio en mallas ytutú. Se estremeció solo con pensarlocuando la profesora de refuerzo deeducación física se lo propuso.

Le costó un poco, pero al finalVictoria hizo amigos. Terminó por dejarel club de cine, porque no le gustabanlas películas que escogían. Se apuntó auna de las salidas que organizó el clubde esquí a Bear Valley, pero los demáschicos eran muy engreídos y ni siquierale dirigieron la palabra, así que decidiócambiarlo por el club de viaje. El clubde latín le encantaba, pero todas eranchicas y ella ya tenía clase de latíndurante todo noveno. Aunque conoció a

gente, tampoco en el instituto era fácilhacer amigos. Muchas chicas parecíanpertenecer a grupitos herméticos dereinas de la belleza, y ese no era suestilo. Las más estudiosas eran tantímidas como ella, así que resultabadifícil llegar a entablar amistad conalguien. Connie acabó siendo una buenaamiga durante dos años, hasta queconsiguió una beca para ir a laUniversidad de Duke, donde se marchódespués de graduarse. Para entonces, sinembargo, Victoria ya se sentía cómodaen el centro. También recibió noticias deJake desde Cate de vez en cuando,aunque nunca volvieron a verse.

Siempre decían que lo harían, pero ni loconsiguieron.

Victoria tuvo su primera cita endécimo, cuando un chico de su clase deespañol la invitó a ir al baile delinstituto, que era todo un acontecimiento.Connie le dijo que era un tipo genial, ylo fue hasta que se emborrachó en elbaño con unos amigos y los expulsaron atodos del baile, tras lo cual Victoriatuvo que llamar a su padre para que lallevara a casa.

Le compraron su primer coche elverano antes de empezar el undécimo y,como ya había ido a la autoescuela elaño anterior, tenía el permiso de

conductora en prácticas y estaba másque preparada. A partir de ese momentoiría ella sola al instituto en su propiocoche. Era un viejo Honda que le habíaregalado su padre, y Victoria estabaemocionadísima.

En undécimo, se volvió aún máscorpulenta de lo que ya era. Jamás se lehabría ocurrido hablarlo con nadie, perodurante el verano había ganado cincokilos. Había conseguido un trabajo detemporada en una heladería, así quecomía helado en todas las pausas. Sumadre estaba muy disgustada y decíaque ese trabajo no le convenía. ParaVictoria era una tentación demasiado

grande, tal como demostraba lo muchoque había engordado.

—Cada día te pareces más a tubisabuela —fue lo único que le dijo supadre, pero transmitió el mensaje conclaridad.

Victoria llevaba a casa tartasheladas con forma de payaso todos losdías para Gracie. A ella le encantaban y,por mucho que comiese, jamásengordaba ni un gramo. Para entonces yatenía nueve años, y Victoria dieciséis.

Con todo, la mayor ventaja de sutrabajo de verano fue que ganósuficiente dinero para irse a Nueva Yorkcon el club de viaje durante las

vacaciones de Navidad, y eso le cambióla vida. Jamás había estado en unaciudad tan emocionante, y le gustómuchísimo más que Los Ángeles. Sealojaron en el hotel Marriott, cerca deTimes Square, y caminaron kilómetros ykilómetros. Fueron al teatro, a la ópera,al ballet, viajaron en metro, subieron alo alto del Empire State, visitaron elMuseo Metropolitano, el Museo de ArteModerno y las Naciones Unidas.Victoria nunca se lo había pasado tanbien. Incluso vivieron la experiencia depresenciar una tormenta de nieve cuandose encontraban allí. Al regresar a LosÁngeles, estaba deslumbrada: Nueva

York era el mejor sitio en el que habíaestado nunca, y quería vivir allí algúndía. Incluso dijo que le gustaría estudiarallí una carrera, si conseguía entrar en laUniversidad de Nueva York o enBarnard, lo cual, a pesar de sus buenasnotas, podía resultar algo complicado.Aun así, Victoria estuvo como en unanube durante meses tras la experiencia.

A mi primer novio de verdad delinstituto lo conoció justo después de Finde Año. Mike también era miembro delclub de viaje y, aunque se había perdidola visita a Nueva York, tenía pensado ira Londres, Atenas y Roma con el clubdurante el verano. A ella sus padres no

querían dejarla ir: decían que erademasiado joven, y eso que estaba apunto de cumplir los diecisiete. Mike yaiba a duodécimo, el último curso, erahijo de padres divorciados y su padre lehabía firmado la autorización. AVictoria le parecía muy maduro, unchico con mucho mundo, y se enamoróperdidamente de él. Mike decía que leencantaba su físico, con lo cual, porprimera vez en su vida, alguien la hacíasentirse guapa. En otoño se iría a laUniversidad Metodista del Sur, así queintentaban pasar juntos todo el tiempoposible aunque los padres de ella noaprobaban la relación. Creían que Mike

no era lo bastante listo para su bija. AVictoria no le importaba. Ella le gustabaa él, y él la hacía feliz a ella. Casisiempre estaban montándoselo en elcoche de Mike, pero Victoria no quisollegar hasta el final. Le daba muchomiedo dar ese último paso, y le dijo queno estaba preparada. En abril él la dejópor una chica que sí estaba dispuesta yllevó a su nueva conquista al baile deúltimo curso. Victoria se quedó en casa,curando las heridas de su corazón roto.Había sido el único chico que le habíapedido para salir en todo el año.

Nunca había tenido demasiadas citasni muchos amigos, y ese verano lo pasó

haciendo la dieta South Beach. Fue muydisciplinada y logró perder más de treskilos, pero en cuanto dejó el régimenvolvió a engordarlos, más otro depropina. Quería estar delgada para suúltimo año en el instituto, y su profesorade educación física le había dicho quetenía un sobrepeso de casi siete kilos.Después de perder dos a principios decurso comiendo raciones más pequeñasy con menos calorías, se prometió queadelgazaría más aún antes de lagraduación. Y lo habría conseguido si ennoviembre no hubiese pillado unamononucleosis que la obligó a quedarseen casa tres semanas enteras, comiendo

helado porque le aliviaba el dolor degarganta. Los hados habían conspiradoen su contra. Fue la única chica de suclase que engordó casi cuatro kilos conla mononucleosis. Por lo visto, eraincapaz de ganar la batalla a su peso.Aun así, estaba decidida a vencer de unavez por todas y decidió ir a nadar todoslos días durante las vacaciones deNavidad y un mes entero después.También salía a correr por la pista todaslas mañanas antes de clase, y su madrese sintió orgullosa de ella porqueconsiguió adelgazar cuatro kilos.

Victoria tenía el firme propósito deperder los tres kilos que le faltaban,

pero una mañana su padre la miró y lepreguntó cuándo iba a empezar a hacerejercicio para adelgazar un poco. Nisiquiera se había dado cuenta de esoscuatro kilos de menos que pesaba ya.Después de eso dejó de nadar y decorrer, y volvió a comer helado ypatatas fritas en la comida, y racionesmás abundantes, que la satisfacían más.¿De qué servía? Nadie notaba elcambio, ningún chico la había invitado asalir. Su padre se ofreció a llevarla a sugimnasio, pero ella le dijo que teníamucho trabajo que hacer para elinstituto, lo cual era cierto.

Se estaba esforzando todo lo posible

por seguir sacando buenas notas. Habíaenviado solicitudes a sieteuniversidades: la de Nueva York,Barnard, la Universidad de Boston, ladel Noroeste, la George Washington —en Washington, D. C.—, la Universidadde New Hampshire, y Trinity. Todasellas estaban en el Medio Oeste o en lacosta Este. No había enviado ni una solasolicitud a universidades de California,y eso había disgustado a sus padres.Victoria no sabía muy bien por qué, peroestaba convencida de que tenía quealejarse de allí. Llevaba demasiadotiempo sintiéndose diferente y, aunquesabía que los echaría de menos, sobre

todo a Gracie, deseaba empezar unanueva vida. Aquella era su oportunidady pensaba aprovecharla al máximo. Yase había cansado de competir y de ir aclase con chicas que parecían estrellasde cine y modelos, y que precisamenteeso esperaban llegar a ser algún día. Supadre habría preferido que solicitaraplaza en la Universidad del Sur deCalifornia y en UCLA, pero ella sehabía negado. Sabía que sería más de lomismo. Quería ir a una facultad congente de verdad, gente que no estuvieraobsesionada con su físico. Quería ir auna facultad con personas a quienes lesimportaran las ideas, como ella.

No consiguió entrar en ninguna desus primeras opciones de Nueva York ytampoco en la Universidad de Boston,que le habría gustado mucho, ni en laGeorge Washington. Al final tuvo queelegir entre la del Noroeste, NewHampshire o Trinity. Trinity tenía muybuena pinta, pero ella prefería unauniversidad más grande, y en NewHampshire había buenas pistas de esquí,pero al final la del Noroeste le parecióla más adecuada. Lo mejor de decidirsepor esa era que, aparte de ser unauniversidad muy buena, quedaba lejosde su casa. Sus padres le dijeron queestaban orgullosos de ella, aunque les

preocupaba que se marchase deCalifornia. No podían entender quequisiera irse. Ni siquiera sospechabanlo fuera de lugar y extraña que la habíanhecho sentirse durante todos aquellosaños. Era como si Gracie fuese su únicahija, y ella se sentía como un perro alque la familia había recogido. Nisiquiera se les parecía en los rasgos, yya no lo soportaba más. Puede queregresara a Los Ángeles cuando acabarala universidad, pero de momento sabíaque tenía que alejarse de allí.

Como Victoria fue una de las tresmejores alumnas de su clase, le pidieronque diera un discurso después de las

palabras de despedida del mejor de lapromoción, y dejó al público asombradocon la profundidad y el gran valor quedemostró con lo que dijo. Habló de lodiferente y lo fuera de lugar que se habíasentido toda la vida, de lo mucho que sehabía esforzado por encajar. Explicóque nunca había sido deportista, ni habíaquerido serlo. No era una chica «guay»,ni tampoco muy popular. Al llegar alinstituto, en noveno, no vestía igual quetodas las demás. No se maquilló hastadécimo, y ni siquiera llegado el últimocurso lo hacía todos los días. Leencantaba la clase de latín, a pesar deque por eso todos pensaran que era una

empollona… Victoria fue repasando lalista de todo aquello que la había hechodiferente sin decir que en su casa eradonde más sentía que sobraba.

Entonces dio las gracias al institutopor ayudarla a ser quien era, a encontrarsu camino. Dijo que, a partir de ese día,saldrían a un mundo en el que todosellos sin excepción serían diferentes, enel que nadie encajaría del todo, en elque tendrían que ser ellos mismos paratriunfar, en el que cada cual deberíaseguir su propia senda. Deseó suerte asus compañeros en el viaje deencontrarse a sí mismos, de descubrirquiénes eran y de convertirse en quienes

deseaban ser, y esperó que volvieran averse algún día.

—Hasta entonces, amigos —dijo,mientras las lágrimas caían por lasmejillas de alumnos y padres—, queDios os acompañe.

Ese discurso hizo que muchos de suscompañeros desearan haberla conocidomejor. La elocuencia de sus palabrastambién impresionó mucho a sus padres,pero además les hizo darse cuenta deque pronto se marcharía de casa, así queambos estuvieron muy cariñosos alfelicitarla por el discurso. Christineacababa de comprender que iba aperderla y que a lo mejor nunca volvería

a vivir con ellos. Su padre, en contra desu costumbre, se mantuvo muy calladocuando se reunieron con ella acabada laceremonia, después de que los chicoslanzaran los birretes al aire y guardaranlas borlas para conservarlas junto a susdiplomas. Jim le dio unas afectuosaspalmadas a Victoria en la espalda.

—Un gran discurso —la felicitó—.Has hecho que todos los memos de tuclase se sientan mejor —añadió conbrutalidad mientras ella lo miraba conlos ojos muy abiertos.

A veces se preguntaba si su padreera tonto, o quizá mala persona. Nuncadejaba pasar la oportunidad de herirla.

Por fin lo veía claro.—Sí, memos como yo, papá —dijo

con calma—. Porque yo soy una deellos. Una mema y una pringada. Lo quehe querido decir es que no pasa nadapor ser diferente, y que a partir de ahoramás nos vale serlo si queremos llegar aalgo en la vida. Eso es lo que heaprendido en el instituto: que serdiferente es bueno.

—Pero no demasiado diferente,espero —comentó él, algo nervioso. JimDawson llevaba toda la vidaamoldándose a las convenciones,siempre le había importado mucho loque los demás pensaran de él y nunca

había tenido ni una sola idea original.Era un hombre de empresa de la

cabeza a los pies. No estaba de acuerdocon la filosofía de su hija, aunqueadmiraba el discurso que había dado ycómo lo había pronunciado. Podía verque Victoria había heredado algo de élpor lo bien que le había quedado. Jimtambién era conocido por sus grandesdotes de orador, pero a él nunca le habíagustado destacar por ser diferente. Lehacía sentirse incómodo. Victoria eramuy consciente de ello porque eraprecisamente eso lo que había hecho quejamás se sintiera a gusto con su familia,y en esos momentos menos que nunca.

Se sentía diferente de sus padres enmuchísimos aspectos, y por eso queríacomenzar la mayor aventura de su vida ymarcharse de casa para emprenderla.Estaba deseando salir del terrenoconocido, si así, por fin, lograbaencontrarse a sí misma, y también unlugar donde sentirse aceptada. Por elmomento solo sabía que ese lugar no eraallí, con su familia. Por mucho que seesforzase, nunca sería igual que ellos.

Victoria también se daba cuenta deque Gracie, al crecer, estabaconvirtiéndose en una auténtica Dawson.Ella sí que encajaba, y a la perfección.Sus padres y ella parecían clones. Aun

así, esperaba que un día su hermanapequeña desplegara las alas y echara avolar. Ella, de todos modos, tenía quehacerlo ya. Estaba muy impaciente y,aunque a ratos también tenía un miedomortal a marcharse de casa, suentusiasmo era aún mayor. La chica quetoda la vida había oído decir que separecía a la reina Victoria estaba apunto de abandonar el nido. Sonrió alsalir del instituto por última vez.

—¡Prepárate, mundo, que allá voy!—susurró para sí.

4

Aquel verano en casa, a la espera deempezar la universidad, fue agridulcepara Victoria en muchos sentidos. Suspadres se mostraron más cariñosos conella de lo que lo habían hecho en años,aunque su padre volvió a presentarla aun socio de la empresa con la broma dela receta de prueba. Sin embargo,también dijo que estaba orgulloso deella (y más de una vez), lo cual lasorprendió, porque jamás habíaimaginado que su padre sintiera eso. Sumadre, aunque no llegó a decírselo

abiertamente, también parecía triste antela idea de su marcha. Victoria se sentíacomo si para todos ellos ya fuerademasiado tarde. Ella dejaba atrás susaños de infancia e instituto, y sepreguntaba por qué habíandesperdiciado sus padres tantísimotiempo, fijándose solo en lo que nodebían: su aspecto, sus amigas o su faltade ellas. Su peso siempre había sido suprincipal preocupación, junto con lomucho que se parecía a su bisabuela —aquien nadie conocía ni le apetecíaconocer—, solo porque tenían la mismanariz. ¿Por qué les importaban tantocosas que eran insignificantes? ¿Por qué

no habían estado más cerca de ella, porqué no habían sido más afectuosos y lahabían apoyado más? Ya no teníantiempo para tender ese puente quedebería haber existido entre ellos peroque nunca los había unido. Eranextraños, y Victoria no lograba imaginarque eso pudiera cambiar algún día. Semarchaba de casa y tal vez nuncavolvería a vivir con su familia.

Todavía quería mudarse a NuevaYork cuando terminara la universidad,ese seguía siendo su sueño. Regresaría acasa por vacaciones, vería a su familiaen Navidad y Acción de Gracias, ycuando ellos fueran a visitarla, si es que

lo hacían. Sin embargo, ya no habíatiempo para acumular a toda prisa elamor que deberían haberle dado desdeun principio. Victoria creía que suspadres la querían, porque al fin y alcabo eran sus padres y había vivido conellos durante dieciocho años. Pero Jimse había reído de ella toda la vida, yChristine siempre se había sentidodecepcionada porque no era guapa, sequejaba de que era demasiado lista y leexplicaba que a los hombres no lesgustaban las mujeres inteligentes. Suinfancia junto a ellos había sido comouna terrible maldición. Y, ahora que semarchaba, le decían que iban a echarla

de menos. Sin embargo, al oír aquellaspalabras, Victoria no podía evitarpreguntarse por qué no le habíanprestado más atención mientras habíavivido allí. Ya era demasiado tarde. ¿Deverdad la querían? Nunca había estadosegura. Sí que querían a Grace, pero ¿ya ella?

De quien más pena le daba separarseera de su hermana, ese pequeño ángelque le había caído del cielo cuando ellatenía siete años y que desde entonces lahabía querido incondicionalmente, igualque Victoria a ella. No soportaba la ideade alejarse de Gracie y no verla cadadía, pero sabía que no había más

remedio. Su hermana ya había cumplidoonce años y había comprendido lodiferente que era Victoria del resto deellos, y también lo cruel que podía ser aveces el padre de ambas. Detestaba quele dijera a Victoria cosas que le hacíantanto daño, o que se riera de ella, o quesiempre estuviera insistiendo en lo pocoque se parecían. A ojos de Gracie,Victoria era guapísima, y no leimportaba si estaba gorda o delgada.Gracie pensaba que era la chica másbonita del mundo y la quería más que anadie.

Victoria no soportaba la idea devivir lejos de ella e intentó disfrutar al

máximo de sus últimos días juntas. Lasacaba a comer por ahí, se la llevaba ala playa y organizaba picnics. Inclusofue con ella a Disneyland. Pasaba con suhermana todo el tiempo que podía. Unatarde, estando las dos tumbadas en laplaya de Malibú la una junto a la otra,tomando el sol, Gracie se volvió haciaella y le hizo una pregunta que Victoriatambién se había planteado muchasveces siendo niña.

—¿Crees que a lo mejor eresadoptada y que nunca te lo han dicho?—Lo dijo con una mirada inocentemientras su hermana mayor sonreía.

Llevaba una camiseta holgada por

encima del bañador, como siempre, paraocultar lo que había debajo.

—Cuando era pequeña pensaba quesí —reconoció Victoria—, porque nome parezco en nada a ellos. Pero no, nocreo que sea adoptada. Supongo que nosoy más que una extraña combinación degenes que ha retrocedido hasta la abuelade papá, o hasta quien sea. Creo que soyhija suya, aunque no tengamos casi nadaen común. —Tampoco se parecía aGracie, pero ellas eran almas gemelas.Lo habían sido durante toda la cortavida de Grace, y ambas lo sabían.

Victoria únicamente había esperadoque Grace, al crecer, no se convirtiera

en una de ellos, aunque no sabía muybien cómo iba a evitarlo, porque teníanmuchísima influencia sobre ella y, encuanto Victoria se hubiese marchado, seaferrarían a su hija pequeña con másfuerza todavía para moldearla a suimagen y semejanza.

—Me alegro de que seas mi hermana—dijo Gracie con voz triste—. Ojalá note marcharas a la universidad, preferiríaque te quedaras aquí.

—Yo también, cuando pienso en quetenemos que separarnos. Pero vendré acasa por Acción de Gracias, y enNavidad, y tú también puedes venir avisitarme.

—No será lo mismo —repusoGracie mientras una única lágrimaresbalaba por su mejilla. Las dos sabíanque tenía razón.

Cuando Victoria hizo al fin lasmaletas para irse a la universidad,parecía que la familia estuviera de luto.La noche antes de marchar, su padre selas llevó a las tres a cenar al hotelBeverly Hills y lo pasaron muy bienjuntos. Esa vez no hubo bromas a costade nadie. Al día siguiente los tres laacompañaron al aeropuerto y, en cuantobajaron del coche, Gracie se echó allorar y se abrazó con fuerza a la cinturade Victoria.

Su padre facturó el equipajemientras las dos niñas seguían llorandoabrazadas en la acera y Christine mirabaa su hija mayor con ojos tristes.

—Ojalá no te fueras —le dijo sumadre en voz baja, quizá porque lehabría gustado intentarlo otra vez, habertenido otra oportunidad. Sentía queVictoria se le escapaba entre los dedospara siempre. Todavía no se habíaparado a pensar lo que representaría esedía para ella, así que el dolor la habíapillado por sorpresa.

—Pronto volveré a estar en casa —dijo Victoria, y la abrazó, llorando aún.Después volvió a abrazar a su hermana

pequeña—. Te llamaré esta noche —leprometió—, en cuanto esté en mihabitación.

Gracie asintió, pero no podía dejarde llorar. Incluso los ojos de su padreestaban húmedos cuando se despidió deella con la voz entrecortada.

—Cuídate mucho. Llama si necesitasalgo. Y si no te gusta aquello, siemprepuedes pedir el traslado de expediente auna universidad de aquí. —Esoesperaba él que hiciera. Era como si elhecho de que su hija prefiriera unauniversidad que no estaba en Californiafuese en realidad un rechazo hacia él.Todos habían deseado que Victoria se

quedara en Los Ángeles, pero no era esolo que ella quería ni necesitaba.

Después de darles otro beso a cadauno de ellos, Victoria pasó por elcontrol de seguridad y les dijo adiós conla mano hasta que dejó de verlos. Ellosno se movieron de allí. Lo último queVictoria vio fue a Gracie, de pie entresus padres. Eran los tres iguales, con sucabello oscuro y sus cuerpos esbeltos.Su madre entonces le dio la mano, yVictoria vio que su hermana seguíallorando.

Embarcó en el vuelo hacia Chicagopensando en todos ellos y cuando elavión despegó, contempló por la

ventanilla la ciudad de la que huía enbusca de las herramientas quenecesitaría para empezar una vida nuevaen otro lugar. Todavía no sabía dóndesería, pero de lo que sí estaba segura erade que no podría ser allí, ni con ellos.

Los años de Victoria en la universidadfueron exactamente como habíaesperado. La facultad resultó aún mejorde lo que había soñado y deseado. Eraun campus grande y espacioso, y lasclases a las que iba y en las quesobresalía eran como un billete hacia lalibertad. Quería adquirir los

conocimientos que necesitaría paraencontrar un trabajo y una vida encualquier hogar que no fuera LosÁngeles. Echaba de menos a Gracie,claro, y a veces incluso a sus padres,pero cuando pensaba en vivir con ellos,hasta el último centímetro de su ser ledecía que jamás podría volver acompartir su hogar. También leencantaba acercarse a Chicago bastantea menudo y descubrir todo lo que podíasobre esa ciudad. Era elegante, conmucha vida, y Victoria la disfrutabaintensamente a pesar del frío glacial quehacía allí.

El primer año volvió a casa por

Acción de Gracias y al instante vio queGrace estaba más alta y más guapa, sieso era posible. Su madre por fin habíacedido y le había dado permiso parasalir en un anuncio de moda de GapKids. La fotografía de Grace de prontoestuvo por todas partes. De hecho,podría haber empezado una carreracomo modelo, pero su padre quería paraella una vida mejor. Jim juró que jamásvolvería a permitir que una hija suyafuese a la universidad tan lejos de casa yle dijo a Grace que tendría que escogerentre UCLA, Pepperdine, Pomona,Scripps, Pitzer o la Universidad del Surde California, porque él no pensaba

dejarla salir de Los Ángeles. A sumanera, añoraba mucho a Victoria.Nunca tenía gran cosa que decirlecuando llamaba, solo que esperaba quevolviera pronto a casa, y enseguida lepasaba el teléfono a su madre, que lepreguntaba qué hacía y si habíaadelgazado algo. Era la pregunta queVictoria más detestaba, porque no habíaperdido ni un gramo. Dos semanas antesde volver a casa se puso a hacer dietadesesperadamente.

Cuando regresó a Los Ángeles porlas vacaciones de Navidad, su madrenotó que había adelgazado un poco.Victoria había estado haciendo ejercicio

en el gimnasio del campus, pero confesóque no había tenido ni una sola cita. Seestaba aplicando tanto en los estudiosque ni siquiera le importaba. Les dijoque había decidido licenciarse enPedagogía, y su padre enseguidacomentó que no le parecía bien. Eso lesdio un nuevo tema para discutir, así quepor lo menos la dejaron tranquila encuanto a su peso y la falta de novios.

—Nunca ganarás dinero de verdadsiendo profesora. Tendrías queespecializarte en Ciencias de laComunicación y trabajar en publicidad orelaciones públicas. Yo podría conseguirte un buen empleo.

Victoria entendía el punto de vistade su padre, pero no era lo que elladeseaba estudiar. Cambió de tema ysiguieron hablando sobre el frío quehacía en el Medio Oeste: ni siquierahabía podido imaginarlo hasta que fue avivir allí. Habían estado varios gradosbajo cero durante toda la semanaanterior a su visita, y Victoria habíadescubierto que le gustaban los partidosde hockey. No era que le encantase sucompañera de habitación, pero estabadecidida a aprovechar la experiencia almáximo y había conocido a variaspersonas en su residencia. Pero, sobretodo, estaba intentando acostumbrarse a

la facultad y a estar tan lejos de casa.Les explicó que echaba de menos lacomida de verdad, y en esa ocasiónnadie hizo ningún comentario cuando sesirvió tres cucharones de estofado.También le alegró poder saltarse algunasesión de gimnasio mientras estuvo encasa. De pronto apreciaba como nuncael clima de Los Ángeles.

Su padre le regaló un ordenador porNavidad, y su madre un chaquetón deplumas. Gracie le había hecho unmontaje con fotografías de todos ellos,empezando desde su propio nacimiento,en un tablero de corcho para que locolgara en su habitación de la

residencia. Después de Navidad, cuandose marchó otra vez a la universidad,Victoria no estaba muy segura de sivolvería a casa durante las vacacionesde primavera.

A ellos les dijo que a lo mejor hacíaun viaje con unos amigos. De hecho, loque quería era ir a Nueva York e intentarconseguir un trabajo para el verano,pero prefirió no decirlo. Su padredecidió que, si ella no iba a casa enmarzo, irían ellos a verla y pasarían unfin de semana juntos en Chicago. AVictoria le resultó aún más difícildespedirse de Gracie esa vez. Las doshermanas se habían echado muchísimo

de menos, también sus padres decíanque la añoraban.

El segundo semestre del primer añosiguió siendo duro para ella. El inviernodel Medio Oeste era frío y deprimente,se sentía sola, no había conocido amucha gente, todavía no tenía amigos deverdad, y en enero pilló una gripebastante fuerte. Al caer enferma perdióotra vez la costumbre de ir al gimnasio yempezó a alimentarse con comidarápida. Al final del semestre habíaengordado los temidos siete kilostípicos de la estudiante de primero, yninguna de las prendas que se habíallevado de casa le valía ya. Tenía la

sensación de estar enorme, y de hecho lesobraban unos doce kilos. No tenía másremedio que empezar a entrenar otravez, así que decidió ir a nadar todos losdías. Consiguió adelgazar casi cincokilos bastante deprisa gracias a unadieta purgante y a unas pastillas que lehabía dado una compañera de laresidencia y que le provocaron unaterrible descomposición, pero al menosconsiguió volver a entrar en su ropa.Después empezó a pensar en apuntarse aun programa de adelgazamiento deWeight Watchers para perder los otrossiete kilos que le faltaban, pero siempreencontraba una excusa para no hacerlo.

Estaba ocupada, hacía frío, o tenía queentregar un trabajo. Libraba una batallaconstante contra su peso. Incluso sin sumadre achuchándola y sin su padreburlándose de ella, seguía descontentacon su talla y no tuvo ni una sola cita entodo el año.

Durante las vacaciones deprimavera, tal como había planeado, sefue a Nueva York y consiguió un trabajode recepcionista en un bufete deabogados para todo el verano. El sueldono estaba mal, y se moría de ganas deempezar. No dijo nada a su familia hastamayo, y entonces Gracie la llamósollozando. Acababa de cumplir los

doce; Victoria tenía diecinueve.—¡Quiero que vengas a casa! No

quiero que vayas a Nueva York.—Iré a veros en agosto, antes de que

empiece otra vez la universidad —prometió, pero Gracie estaba tristeporque no vería a su hermana hasta elfinal del verano.

Grace acababa de posar para otroanuncio, esta vez para una campañanacional. Sus padres estaban guardandoel dinero en un fondo para cuando fueramayor, y a ella le gusta trabajar demodelo porque le parecía divertido. Detodos modos, echaba de menos a suhermana. La vida en su casa no era ni

muchísimo menos igual de divertida sinella.

Jim, Christine y Grace fueron avisitar a Victoria a Chicago, tal comohabían prometido, y pasaron con ella unfin de semana. Aunque estaban en abril,había nevado; por lo visto el invierno noacababa de irse.

A finales de mayo, después definalizar los exámenes, Victoria estabaemocionadísima porque el fin de semanadel día de los Caídos cogería un vuelode Chicago a Nueva York. Empezaba atrabajar el lunes siguiente. Se habíacomprado varias faldas, blusas y algúnvestido de verano, ropa adecuada para

su puesto de recepcionista en el bufete.También había vuelto a controlar supeso a base de no tomar postre, ni pan,ni pasta. Era una dieta baja encarbohidratos y parecía que estabafuncionando. Por lo menos iba en ladirección adecuada, y hacía ya un mesque no comía helado. Su madre habríaestado orgullosa de ella. Entonces se leocurrió pensar que su madre a pesar dequejarse de todo lo que comía, siempretenía generosas existencias de helado enel congelador y le preparaba todasaquellas comidas que tanto engordaban yque a ella le gustaban. Siempre le habíapuesto la tentación delante. Sin ella, se

dijo Victoria, por lo menos no podríaculpar a nadie más que a sí misma de loque comía. Además, estaba intentandoser cuidadosa y sensata, y no hacerningún régimen descabellado ni aceptarpastillas de nadie. Todavía no habíatenido tiempo de ir a Weight Watchers,pero se prometió que en Nueva York iríatodos los días a trabajar a pie. El bufeteestaba en Park Avenue con la Cincuentay tres Este, y ella se hospedaría en unpequeño hotel-residencia que quedabaen Gramercy Park, lo cual suponía untrayecto de treinta manzanas para ir altrabajo. Dos kilómetros y medio. Cinco,contando la ida y la vuelta.

Le gustaba su empleo de verano, y lagente del bufete se mostraba muy amablecon ella. Victoria era competente,responsable y eficiente. Su cometidoconsistía sobre todo en contestar alteléfono, entregar sobres a mensajeros orecogerlos en nombre de los abogados.También indicaba a los clientes cuándopodían pasar a un despacho, cogíarecados y saludaba a la gente desde elmostrador de recepción. Era un trabajofácil pero que la mantenía ocupada, ycasi todos los días acababa quedándosehasta más tarde de su hora. Sin embargo,con aquel calor estival tan abrasador,cuando volvía al hotel estaba demasiado

cansada para caminar, así que casisiempre cogía el metro hasta GramercyPark. Lo que sí consiguió fue ir andandoa trabajar los días que no se le hacíatarde, o por lo menos algunos. Cuandose entretenía más de la cuenta envestirse o en arreglarse el pelo, teníaque coger el metro para llegar a su hora.

Victoria era bastante más joven quela mayoría de las secretarias del bufete,así que no hizo muchas amigas. Allí todoel mundo estaba muy ocupado y no teníatiempo de hacer vida social ni decharlar. A mediodía hablaba con algunoscompañeros en el comedor deempleados, pero todos iban siempre con

prisa y tenían cosas que hacer. Victoriano conocía absolutamente a nadie enNueva York, pero no le importaba. Losfines de semana daba largos paseos porCentral Park, o se tumbaba con unamanta sobre la hierba a escuchar losconciertos que organizaban allí. Visitótodos los museos, se recorrió losClaustros, exploró el SoHo, Chelsea y elVillage, y paseó por el campus de laUniversidad de Nueva York. Aún lehabría gustado trasladarse a estudiarallí, pero pensó que perdería créditos yno sabía si tendría suficiente nota. Habíapensado aguantar en la Universidad delNoroeste durante tres años más, o

terminar antes apuntándose a las clasesde verano, si podía, y luego irse a vivira Nueva York y buscar un empleo.Después de pasar un mes en aquellaciudad, ya sabía que era allí dondequería trabajar, sin lugar a dudas. Aveces, durante la hora de la comidaestudiaba listas de los colegios deNueva York. Estaba decidida a darclases en alguna de las escuelasprivadas y, nada conseguiría desviarlade su plan.

Cuando terminó su trabajo en elbufete de abogados, cogió un vuelo a losÁngeles para pasar allí las últimas tressemanas de sus vacaciones de verano, y

Gracie se lanzó a sus brazos nada másverla entrar por la puerta. Victoria sesorprendió, porque de repente la casa leparecía más pequeña, sus padresmayores y Gracie más adulta que apenascuatro meses antes. Su hermana no era nimucho menos como había sido Victoriaa su edad, con ese cuerpo que se habíadado tanta prisa en madurar, su figurarellenita y sus grandes pechos. Gracieera menuda como su madre, con sumisma constitución ágil y una caraestrecha y en forma de corazón. Sinembargo, a pesar de lo delgada queestaba, era cierto que se la veía másmayor.

La primera noche que Victoria pasóallí, Grace le confesó que estabaenamorada de un chico. Tenía catorceaños y lo había conocido en el club detenis y natación al que su madre lallevaba todos los días. A Victoria le diodemasiada vergüenza reconocer delantede su hermana pequeña y de sus padresque ella no había tenido ni una sola citadesde hacía más de un año. Ellos,pensando que solo estaba siendo tímida,empezaron a presionarla con el tema y alfinal tuvo que inventarse a un chicoimaginario con quien supuestamentehabía salido en la universidad. Lesexplicó que jugaba al hockey y que

estudiaba para ser ingeniero. Su padre leinformó de inmediato que todos losingenieros eran unos aburridos, pero almenos creyeron que había estado conalguien. Victoria dijo que el chico habíapasado el verano con su familia, enMaine. Todos parecieron aliviados aloír que había tenido algo parecido a unnovio, y ella reconoció que en NuevaYork no había salido con nadie más. Sinembargo, tener un novio en launiversidad la hacía parecer más normalque pasarse las noches estudiando solaen la residencia, como había hecho enrealidad.

Su madre se la llevó un momento

aparte y le susurró que creía que habíaengordado un poco en Nueva York, asíque cuando iban al club para que Graciepudiera ver a su «novio», Victoria sedejaba puesta la camiseta y lospantalones cortos en lugar de quedarseen bañador, como hacía siempre quehabía ganado algo de peso. Grace y ellase tomaban un helado casi todos los díasde camino a casa, pero Victoria nisiquiera tocó las existencias de Häagen-Dazs que su madre guardaba en elcongelador. No quería que la vieranhartándose de helado.

Las semanas en California pasaronvolando, y todos se entristecieron de

nuevo cuando llegó la hora dedespedirse de Victoria. Gracie estuvomás serena esta vez, pero se les hacíaduro saber que no la verían hasta alcabo de otros tres meses, por Acción deGracias. Ella, no obstante, estaría muyocupada con el montón de trabajo quetendría en la universidad. Gracie ya ibaa empezar séptimo, y a Victoria lecostaba creer que a su hermanita lefaltasen solo dos años para ir alinstituto.

Su compañera de habitación desegundo era una neoyorquina de aspectonervioso. Estaba espantosamentedelgada y era evidente que padecía un

trastorno alimentario. Tras algunos díasde convivencia, le confesó que habíapasado todo el verano en un hospital, yVictoria la veía adelgazar más cada díaque pasaba. Sus padres la llamaban atodas horas para saber cómo estaba. Lachica le explicó que tenía un novio enNueva York. Parecía muy desdichada enla universidad, y Victoria intentó nodejarse llevar por la atmósfera de estrésque generaba. Era una crisis ambulante apunto de estallar. Solo con mirarla, aVictoria le entraban ganas de comermás.

Cuando se fue a los Ángeles porAcción de Gracias, su compañera ya

había decidido dejar los estudios yregresar a Nueva York. Era un aliviosaber que no estaría allí cuando Victoriavolviera a la residencia. Resultabadifícil vivir en aquella habitación con latensión que transmitía. Fue entre Acciónde Gracias y Navidad cuando Victoriaconoció al primer chico que le interesódesde que iba a la universidad. Estabaen el primer curso de los estudiospreparatorios de Derecho y también ibaa clase de literatura inglesa con ella. Eraalto, guapo, pelirrojo y con pecas, unchico de Louisville, Kentucky, y aVictoria le encantaba oírlo hablar en esepeculiar acento que arrastraba las

palabras. Estaban en el mismo grupo deestudio, y un día él la invitó a un café alsalir. Su padre tenía muchos caballos decarreras y su madre vivía en París. Élhabía pensado ir a visitarla y pasar laNavidad con ella. Hablaba francés consoltura y había vivido en Londres y enHong Kong. Todo él le resultaba muyexótico a Victoria, y además era amabley buena persona.

Los dos hablaron de sus familias, yél le explicó que había tenido una vidaalgo desordenada desde el divorcio. Sumadre no hacía más que trasladarse deuna ciudad a otra por todo el mundo. Sehabía casado con otro hombre después

de su padre, pero ya se había vuelto adivorciar. A él le parecía que la vida deVictoria era mucho más estable que lasuya, y era cierto, pero ella creía que,aun así, no había tenido una infanciafeliz. Siempre se había sentido como unamarginada en su propio hogar, él por suparte, siempre había sido el reciénllegado. Había ido a cinco institutosdiferentes después de octavo. Su padreababa de casarse con una chica deveintitrés años. Él tenía veintiuno y leconfesó a Victoria que su madrastra sele había insinuado, y que casi se habíaacostado con ella. Había sido un día quelos dos estaban muy borrachos, pero

algún milagro había hecho que actuaracon sensatez y logró no caer en latentación. Aun así, le ponía nerviosotener que verla de nuevo. Por eso habíadecidido pasar la Navidad en París consu madre, aunque ella tenía un nuevonovio francés que tampoco le hacíademasiada gracia.

Siempre lo explicaba todo de unaforma muy divertida, pero sus historiasque lo convertían en un chico perdido yatrapado entre unos padres locos eirresponsables desprendían algo casitrágico. Le dijo a Victoria que él era laprueba viviente de que la gente condemasiado dinero fastidiaba la vida de

sus hijos. Iba al psicólogo desde losdoce años. Se llamaba Beau, y a pesarde que habían compartido algúnmomento romántico y un poco de magreola noche antes de que Victoria semarchara, todavía no se habían acostadocuando ella se fue a Los Ángeles porNavidad. Él le prometió que la llamaríadesde París. A Victoria le parecíamaravillosamente romántico y exótico.Estaba fascinada con él. Y esta vez,cuando sus padres le preguntaron conquién salía, pudo contestarles que con unestudiante de primero de especializaciónen Derecho. Su respuesta les parecióbastante respetable, aunque ella estaba

segura de que ni a su padre ni a sumadre les caería bien Era demasiadopoco convencional para su gusto.

Beau la llamó durante lasvacaciones. Había ido a Gstaad con sumadre y su novio, y parecía aburrido yun poco perdido. Gracie quería saber siera guapo, aunque dijo que a ella no legustaban los pelirrojos. Esta vezVictoria sí que cuido su alimentación yse abstuvo de tomar postres, aunque supadre expresara sorpresa al ver que su«grandullona» decía que no a un dulce.Era imposible hacerle olvidar la imagende su hija como alguien que comíasiempre lo que no debía y a quien

siempre le sobraba peso.Victoria adelgazó algo más de dos

kilos durante los diez días que estuvo enLos Ángeles, y ella y Beau regresaron ala universidad el mismo día, con solounas horas de diferencia. No habíahecho más que pensar en él durantetodas las vacaciones, y se preguntabacuánto tardarían en acostarse. Estabacontenta de haberse reservado para él.Beau sería su primer amante, y ya loimaginaba tratándola con cariño ysensualidad. En cuanto Beau se presentóante la puerta de su habitación,empozaron a besarse, a reír y aacariciarse, pero él estaba hecho polvo

por el jet lag y aquella noche no ocurriónada. Tampoco durante varias semanasdespués. Pasaban todo el día juntos,luego iban a estudiar a la biblioteca y,como ella ya no tenía compañera dehabitación, a veces se quedaba a dormiren la otra cama. No hacían más quebesarse y acariciarse, y a él leencantaban sus pechos, pero nuncapasaban de ese punto. Beau le decía quedebería ponerse minifaldas, porque teníalas piernas más increíbles que habíavisto nunca. Parecía estar totalmentecautivado por ella, y por primera vez ensu vida Victoria estaba adelgazando deverdad. Quería estar guapísima para él,

lo cual también la hacía sentirse muybien consigo misma.

Hacían guerras de bolas de nieve ysalían a patinar sobre hielo, veíanpartidos de hockey, iban a restaurantes ya bares. Él le presentó a sus amigos.Iban a todas partes juntos y lo pasabanen grande. Sin embargo, por muy unidosque estuvieran, nunca llegaban a hacer elamor. Ella no sabía muy bien por qué,pero le daba miedo preguntarlo. Temíaque él creyera que estaba demasiadogorda, o tal vez que la respetarademasiado, o a lo mejor que tuvieramiedo, o que la experiencia frustradacon su madrastra lo hubiese

traumatizado, o quizá el divorcio de suspadres. Había algo que lo detenía, yVictoria no tenía ni idea de qué podíaser. Estaba claro que el chico ladeseaba. Cada vez eran másapasionados cuando se enrollaban, peroel hambre que sentían el uno por la otranunca acababa de saciarse, y eso aVictoria la estaba volviendo loca. Unanoche, en su habitación, se habíanquedado en ropa interior, pero entoncesél la abrazó y permaneció quieto y ensilencio un buen rato. Después selevantó de la cama.

—¿Qué pasa? —preguntó Victoriaen voz baja, convencida de que era por

ella, que ella tenía la culpa.Seguramente era por su peso. Todos sussentimientos de inseguridad, de no ser lobastante buena, volvieron a abrumarlade pronto, allí, sentada en el borde de sucama.

—Que me estoy enamorando de ti —dijo él con tristeza, mientras dejaba caerla cabeza en las manos.

—Y yo de ti. ¿Qué tiene eso demalo? —Victoria le sonrió.

—No puedo hacerte esto —contestóél en voz baja, y ella le tocó el mechónpelirrojo que le caía sobre los ojos. Separecía a Huckelberry Finn o a TomSawyer. Solo era un niño.

—Claro que puedes. No pasa nada.—Quería tranquilizarlo, sentados allícomo estaban, en ropa interior.

—No, sí que pasa. No puedo… Nolo entiendes. Es la primera vez que mepasa esto… con una mujer… Soy gay, yno importa lo muy convencido que estéde que te quiero, tarde o tempranoacabaré otra vez con un hombre. Noquiero hacerte eso. Por mucho que ahorate desee, lo nuestro no va a durar.

Durante un buen rato Victoria nosupo qué decir. Aquello superaba conmucho toda su experiencia vital y eramás complicado que cualquier relaciónque hubiera imaginado con Beau. Él

estaba siendo justo. Sabía que tarde otemprano volvería a desear a un hombre,como le había ocurrido siempre.

—Nunca debería haber permitidoque esto empezara, pero me enamoré deti el día en que nos conocimos.

—Entonces ¿por qué no va afuncionar? —preguntó Victoria con unhilo de voz, agradecida por susinceridad, pero herida de todas formas.

—Porque no funcionará. Yo soy así.Esto es una especie de fantasíadescabellada y deliciosa, pero para míno es real. Jamás podría serlo. Meequivoqué al pensar que sí. Te harédaño, y eso lo último que quiero.

Tenemos que dejarlo —dijo, mirándolacon sus grandes ojos verdes—. Por lomenos seamos amigos.

Pero ella no quería ser su amiga.Estaba enamorada de él, y todo sucuerpo gritaba de deseo. Ya hacía unmes que era así. Él parecía sentirsedolorosamente confundido y culpablepor lo que había estado a punto de hacer,por esa farsa que había mantenidodurante un mes entero.

—Pensé que podría funcionar, perono. En cuanto vea a un chico que meatraiga, desapareceré. Esa no es formade tratarte, Victoria. Tú mereces muchomás.

—¿Por qué tiene que ser tancomplicado? Si dices que te estásenamorando de mí, ¿por qué no podríafuncionar? —Estaba a punto de echarsea llorar con lágrimas de frustración yrabia.

—Porque no eres un hombre.Supongo que para mí eres algo así comola fantasía femenina suprema, con tucuerpo voluptuoso y tus grandes pechos.Eres lo que creo que debería desear,pero que en realidad no deseo. Meatraen los hombres.

Estaba siendo todo lo sincero quepodía con ella, y «voluptuoso» era lomás bonito que nadie le había dicho

nunca. Sin embargo, por muy voluptuosoque fuera su cuerpo y muy grandes quefueran sus pechos, él no los deseaba.Era un rechazo empaquetado conexquisitez, pero un rechazo al fin y cabo.

—Será mejor que me marche —dijoBeau mientras se vestía ante la miradaperdida de Victoria, que seguía tumbadaen la cama. Enseguida terminó y sequedó de pie, mirándola. Ella no sehabía movido, no había dicho ni unapalabra más—. Te llamaré mañana —aseguró, y ella se preguntó si de verdadlo haría y, en ese caso, qué le diría.

Ya no había nada más que decir.Victoria no quería ser solo su amiga.

Juntos, para ella, eran más que eso.Durante un tiempo él le había parecidoperdidamente enamorado.

—Supongo que debería habértelodicho desde un principio, pero deseabaque funcionara y no quería espantarte.

Victoria asintió con la cabeza,incapaz de encontrar palabras. Tampocoquería llorar. Habría sido muyhumillante, allí tendida en la cama, enbragas y sujetador. Beau la miró unmomento desde la puerta y luegodesapareció. Victoria se tapó con eledredón y se echó a llorar. Era unaexperiencia humillante y deprimente a lavez, pero también sabía que era lo

correcto. Habría sido aún peor si sehubiera acostado con él y hubiesequerido algo que él no podía darle. Eramejor así, aunque de todas formas sesentía abatida y rechazada.

Estuvo horas despierta, pensando enel tiempo que habían pasado juntos y enlas confidencias que habían compartido,en los interminables ratos que habíanestado enrollándose, una actividad queno había ido a ninguna parte pero que aambos, mientras se encontrabanenredados el uno en brazos de la otra,encendidos, los había excitado. Quéinútil le parecían de pronto esosmomentos. Apagó la luz y por fin si

quedó dormida. Por la mañana no fueBeau sino Gracie quien la llamó. AVictoria le pesaba el corazón como unladrillo dentro del pecho al recordar lanoche anterior.

—¿Qué tal está Beau? —preguntó suhermana con su alegre voz de doce años.

—Hemos roto —explicó Victoria,transmitiendo con su tono lo destrozadaque estaba.

—Ay… Qué pena… Parecía majo.—Lo era. Lo es.—¿Os habéis peleado? A lo mejor

vuelve. —Quería dar esperanzas a suhermana mayor. No soportaba la idea deque Victoria estuviera triste.

—No, no volverá, pero no pasanada. Y a ti ¿qué tal te va todo? —preguntó Victoria, cambiando de tema.

Gracie le hizo un informe completode todos los chicos de séptimo y, cuandopor fin colgaron, Victoria pudo llorar supérdida en paz.

Beau no la llamó aquel día, nitampoco los siguientes, y entonces ellacomprendió que tendría que verlo enclase. Le dada pánico el encuentro, peropor fin logró armarse de valor para ir aliteratura inglesa, donde el profesormencionó como de pasada que Beauhabía dejado la asignatura. Victoriasintió que se le encogía el corazón otra

vez. Apenas lo conocía, pero para ellaera una gran pérdida. Más tarde, cuandosalió del aula, se preguntó si volvería averlo algún día. Quizá no. Entonceslevantó la mirada y se lo encontró alfinal del pasillo, observándola. Beau seacercó lentamente a ella, que estabainmóvil, esperando. Le tocó la cara condulzura y casi pareció que quisierabesarla, pero no lo hizo.

—Lo siento —dijo. Sus palabrasparecían sinceras—. Siento haber sidotan imbécil y egoísta. He pensado quesería mejor para ambos que dejara laasignatura. Si te sirve de consuelo,tampoco a mí me está resultando fácil,

pero es que no quería provocar undesastre aún mayor más adelante.

—No pasa nada —repuso ella envoz baja, y le sonrió—. No pasa nada.Te quiero, aunque no sé si esosignificará algo para ti.

—Mucho —aseguró él, y le acaricióla mejilla con los labios. Después semarchó.

Victoria regresó sola a suresidencia. Estaba nevando, hacía unfrío glacial y ella recorrió las callesheladas pensando en Beau, con laesperanza de que sus caminos volvierana cruzarse algún día. El frío era tal queni siquiera sentía las lágrimas que le

caían por las mejillas. Lo único quepodía hacer por el momento eraquitárselo de la cabeza e intentarsuperar esa sensación de fracaso. Fuerancuales fuesen sus motivos, Beau no ladeseaba, y esa sensación de no serdeseada ni amada le resultabademasiado conocida. Lo de Beau no eramás que la confirmación de algo quehabía temido durante toda la vida.

5

Los últimos dos años de Victoria en launiversidad pasaron volando. Entresegundo y tercero, de nuevo se buscó untrabajo de verano en Nueva York. Estavez hizo de recepcionista en una agenciade modelos, y fue una experiencia tanalocada como sosegado había sido suprimer empleo en el bufete de abogados.Lo pasó en grande. Se hizo amiga dealgunas de las modelos que eran de sumisma edad, y la gente que hacía losbooks también era muy divertida. Todosellos pensaban que estaba loca cuando

les decía que quería ser profesora enuna escuela, y Victoria tenía que admitirque trabajar en una agencia de modelosera mucho más emocionante.

Dos de las chicas le propusieron quecompartiera piso con ellas, así que alfinal dejó la horrorosa habitación delhotel. A pesar de las fiestas a las queiban, los horarios que hacían, la ropaque llevaban y los hombres con quienessalían, a Victoria le impresionó lomucho que se esforzaban en su trabajo.Las modelos tenían que deslomarsetrabajando si querían tener éxito, ysiempre daban el máximo en todos losencargos que recibían. Aunque por la

noche hubiesen hecho locuras, las queeran buenas siempre llegaban puntualesa las sesiones de fotos y trabajaban sindescanso hasta que se daba porterminada la jornada, a veces doce ocatorce horas después. No era tandivertido como parecía.

Lo que no dejaba de sorprenderlaera lo delgadas que estaban. Las doschicas con quienes vivía en Tribeca nocomían casi nunca. Eso hacía que ella sesintiera culpable cada vez que sellevaba algo a la boca, así que intentóseguir su ejemplo, pero se moría dehambre antes de llegar a la cena. Suscompañeras, por el contrario, o no

comían nada o compraban productosagresivamente dietéticos, y en muy pocacantidad. Casi parecían subsistir conaire, y habían probado todas las purgasy lavativas habidas y por haber paraconseguir perder peso. Victoria teníauna constitución diferente a la suya y nopodía sobrevivir con lo poco queconsumían ellas. Sin embargo, empezó aseguir lo mejor que pudo sus consejosdietéticos más razonables: evitaba loshidratos de carbono y se servía racionesmucho más pequeñas. Así que, cuandoregresó a Los Ángeles un mes antes devolver a la universidad, estabaestupenda. Le costó una barbaridad

dejar Nueva York, donde lo habíapasado en grande, y el jefe de la agenciale dijo que, si alguna vez quería trabajarcon ellos, volverían a contratarla sindudarlo. Cuando regresó a casa a visitara su familia, Gracie escuchó embelesadatodas las historias que tenía paraexplicar. Su hermana pequeña iba aempezar octavo aquel año, y Victoria sutercer año de carrera. Ya había llegado ala mitad de sus estudios y seguía con lafirme intención de encontrar un trabajode profesora en Nueva York. Más quenunca, sabía que era allí donde queríavivir. Sus padres habían perdido todaesperanza de conseguir que regresara a

casa, y también Gracie era consciente deello.

Las dos hermanas pasaron unmaravilloso mes juntas hasta queVictoria volvió a la universidad. Eseaño Gracie estaba más guapa que nunca.No tenía ni una pizca de la torpeza de lamayoría de las chicas a su edad. Eraesbelta y grácil, iba a clases de ballet ytenía una piel impecable. Sus padrestodavía le permitían hacer algún trabajode modelo de vez en cuando. Ellaenseguida le explicó a Victoria quedetestaba el instituto, aunque eraevidente que tenía una vida socialenvidiable: una horda de amigas y media

docena de chicos la llamaban a todashoras al móvil que sus padres por fin lehabían comprado. Su día a día no teníani remotamente nada que ver con la vidamonástica de Victoria en la universidad,aunque las cosas mejoraron un poco entercero.

Victoria salió con dos chicosseguidos, aunque con ninguno de ellosfue muy en serio. Al menos, eso sí,consiguió tener planes casi todos losfines de semana, lo cual era un avanceenorme con respecto a los primeros dosaños. Por fin perdió la virginidad conuno de ellos, aunque no lo quería. Jamáshabía vuelto a encontrarse con Beau, y

tampoco estaba segura de que siguieraen la universidad. De vez en cuandoveía a algunos de sus amigos, desdelejos, pero nunca hablaba con ellos. Sehabía tratado de una experiencia extrañay todavía la incomodaba recordarla.Beau había sido como un sueñoprecioso; los chicos con los que saliódespués de él fueron mucho más reales.Uno era jugador de hockey, como elnovio que se había inventado enprimero, y Victoria le gustaba más a élque él a ella. Había crecido en Boston, aveces era un poco bruto y teníatendencia a beber demasiado y aponerse algo agresivo, así que rompió

con él. Su siguiente ligue, con el queterminó acostándose, era un chicoagradable pero algo aburrido. EstudiabaBioquímica y Física Nuclear, y Victoriano tenía mucho de qué hablar con él. Loúnico que les gustaba a los dos del otroera el sexo. Así que ella se concentró ensus estudios y, al final, al cabo de unosmeses, terminó por dejar de salirtambién con él.

A finales de tercero Victoria decidióquedarse en la universidad para ir a laescuela de verano. Quería tener menoscarga de asignaturas el último año parapoder dedicarse a las prácticas dedocencia. Costaba creer lo deprisa que

había pasado el tiempo. Ya solo lequedaba un año para licenciarse, yquería concentrarse en conseguir untrabajo en Nueva York cuando terminarala universidad. Empezó a enviar cartasen otoño. Tenía una lista de escuelasprivadas en las que esperaba poder darclases en cuanto tuviera la licenciatura.Sabía que el sueldo no era tan buenocomo en la enseñanza pública, pero ledaba la sensación de que era lo másadecuado para ella. Llegada la Navidad,ya había escrito a nueve centros. Inclusoestaba dispuesta a hacer sustituciones envarios de ellos a la vez, si tenía queesperar hasta que le saliera un puesto de

jornada completa.Las respuestas empezaron a llegar en

enero, como bolas de chicle salidas deuna máquina a monedas. Ocho escuelasla habían rechazado. Solo una no lehabía contestado aún y, al ver que nosabía nada de ellos en las vacaciones deprimavera, Victoria perdió todaesperanza. Ya estaba pensando en llamara la agencia de modelos para ver siquerían contratarla durante un año, hastaque saliera una plaza en algún colegio.El sueldo, de todos modos, sería mejorque el de maestra, y quizá pudieravolver a compartir piso con algunasmodelos.

Y entonces llegó la carta. Victoria sequedó sentada mirando el sobre igualque había hecho al recibir las respuestasa las solicitudes para entrar en launiversidad antes de abrirlas una a unacon alegría, intentando adivinar sucontenido. Le parecía más queimprobable que le ofrecieran un puestoen aquella escuela, porque era uno delos centros privados más exclusivos detoda Nueva York, y no conseguíaimaginarlos contratando a una profesorarecién salida de la universidad. Fue abuscar una chocolatina que habíaguardado en su escritorio y volvió asentarse para abrir el sobre. Desdobló

la única hoja que contenía y se preparópara recibir un nuevo rechazo.«Estimada señorita Dawson, gracias porsu solicitud, pero lamentamos informarlede que en estos momentos…», formulóVictoria mentalmente, y luego empezó aleer la carta con muy poca fe. No leofrecían ninguna plaza, pero sí lainvitaban a ir a Nueva York para hacerleuna entrevista. Explicaban que una desus maestras de lengua inglesa iba acogerse una baja por maternidadbastante larga el otoño siguiente, asíque, aunque no podían ofrecerle unpuesto fijo, era posible que lacontrataran por un único curso si la

entrevista salía bien. Victoria no dabacrédito a lo que acababa de leer. Soltóun alarido de alegría y se puso a bailarpor la habitación con la chocolatinatodavía en la mano. Le pedían que losavisara en caso de poder viajar a NuevaYork para reunirse con ellos algún díade las dos semanas siguientes.

Victoria corrió a su ordenador yredactó una carta en la que les decía queestaría encantada de ir a verlos. Laimprimió, la firmó y la metió en unsobre. Después se puso el abrigo y saliócorriendo en busca de un buzón. Leshabía dado su número de móvil ytambién su dirección de correo

electrónico. Estaba impaciente por ir aNueva York. Si conseguía ese trabajo, susueño se habría hecho realidad. Erajusto lo que había deseado siempre.Nueva York, no Los Ángeles. Se habíapasado cuatro años en la Universidaddel Noroeste soñando con ir a la GranManzana, así que dio las graciasinteriormente a la profesora que iba acogerse esa baja por maternidad yesperó que la contrataran parasustituirla. El solo hecho de haberrecibido noticias suyas ya era motivo decelebración, por lo que, después de tirarla carta al buzón, fue a comprarse unapizza. Luego se preguntó si no debería

haberlos llamado por teléfono, pero,ahora que ya tenían su número, ellosmismos podían concertar la reunióncuando quisieran, y ella enseguidacogería un vuelo a Nueva York. Se llevóla pizza a su habitación de la residenciay se sentó a comerla sonriéndole a sucarta. La mera oportunidad de aspirar auna plaza de maestra en una escuelaprivada de Nueva York ya hacía quefuese el día más feliz de su vida.

Tres días después la llamaron almóvil y le dieron cita para el lunessiguiente. Ella prometió estar allí ydecidió que iría algo antes para pasartodo el fin de semana en la ciudad.

Entonces se dio cuenta de que la cita queacababa de concertar caía en el día deSan Valentín, una fecha horrenda paraella desde cuarto de primaria. Noobstante, si conseguía el trabajo, suopinión sobre el día de San Valentíncambiaría para siempre. Esperó quefuera una especie de buen presagio.Reservó el vuelo nada más colgar, yluego se tumbó en la cama de suhabitación sin dejar de sonreír,intentando imaginarse qué ropa sepondría para la entrevista. Quizá unafalda con jersey y tacón alto, o unospantalones de sport con jersey y zapatoplano. No sabía si debía presentarse

muy elegante para trabajar en unaescuela privada de Nueva York, y notenía a quién preguntar. Tendría quearriesgarse y adivinarlo ella sola. Loúnico que podía hacer por el momentoera intentar no echar a correr pasilloarriba y pasillo abajo gritando deemoción. En lugar de eso, se quedóechada en la cama sonriendo igual queel gato de Cheshire.

6

La Escuela Madison estaba en la calleSetenta y seis Este, cerca del East River,y era uno de los centros privados másexclusivos de toda Nueva York. En ellase estudiaba desde noveno hastaduodécimo curso: toda la enseñanzasecundaria. Era una escuela cara y conuna reputación excelente, era mixta y susalumnos procedían de la élite de NuevaYork. También había unos cuantos quehabían tenido la suerte de aprobar elexamen de ingreso y recibir una beca.Una vez dentro, los alumnos disfrutaban

de todas las oportunidades académicas yextracurriculares imaginables y, alterminar, entraban en las mejoresuniversidades del país, por lo que laescuela estaba considerada como uno delos mejores institutos de enseñanzaprivada de la ciudad. Contaba consobrados fondos, así que su laboratoriode ciencias y su sala de informáticadisponían de equipos de últimatecnología que competían con los decualquier universidad. El departamentode idiomas era excepcional: además detodas las lenguas europeas, impartíamandarín, ruso y japonés. También eldepartamento de lengua inglesa era

extraordinario. Muchos de susestudiantes habían llegado a serescritores famosos con el tiempo. Y sucuerpo docente era de primera, todoseran licenciados de universidadesimportantes. Eso sí, como era típico enla mayoría de las escuelas privadas, losprofesores tenían un sueldo más bienbajo, pero la sola oportunidad detrabajar allí se consideraba un granhonor. El simple hecho de haberconseguido aquella entrevista ya eratodo un logro para Victoria; y conseguirel trabajo, aunque solo fuese temporal ypor un año, superaba sus sueños másalocados. Si hubiese tenido que elegir

una escuela por la que habría estadodispuesta a todo, habría sido esa.

El viernes cogió un avión despuésde su última clase y llegó a Nueva Yorkaquella misma noche, aunque bastantetarde. Estaba nevando, todos los vuelosllevaban varias horas de retraso y elaeropuerto cerró justo después de queella aterrizara. Victoria dio gracias deque no la hubieran redirigido a ningunaotra ciudad. Frente al aeropuerto lagente se peleaba por conseguir un taxi.Ella había reservado habitación en elmismo hotel de Gramercy Park donde yase había alojado otras veces. Eran lasdos de la madrugada cuando consiguió

llegar, y le habían guardado unahabitación pequeña y fea, pero al menospodía permitirse pagarla. Sin molestarseen deshacer siquiera la maleta, se pusoel camisón y se lavó los dientes, semetió en la cama y durmió hasta elmediodía del sábado.

Al despertar, el sol brillaba radiantesobre medio metro de nieve, que habíacontinuado cayendo durante toda lanoche. La ciudad parecía una postal.Bajo su ventana había varios niños aquienes sus madres arrastraban entrineos, y otros que hacían guerras debolas de nieve y se agachaban buscandorefugio detrás de coches sepultados por

una capa blanca que sus propietariostardarían horas o quizá días en retirar.Los quitanieves intentaban limpiar lascalles y esparcían sal por el suelo. AVictoria le parecía un perfecto día deinvierno en Nueva York, y por suertetenía consigo el par de botas de nieveque llevaba casi a diario en laUniversidad del Noroeste, así queestaba preparada y, a la una en punto,echó a andar hacia la misma estación demetro y la misma línea que había cogidocada día para ir a trabajar las dos vecesque había vivido allí. Bajó en la calleSetenta y siete Este y siguió en direcciónal río. Quería echar un vistazo a la

escuela antes que nada.Era un edificio enorme, con varias

entradas y muy bien conservado. Bienpodría haber sido una embajada oalguna importante residencia. Hacíapoco que lo habían remodelado y estabaimpecable. En la discreta placa debronce que había en la entrada decíasolamente «Escuela Madison». Victoriasabía que no llegaban ni a cuatrocientoslos alumnos matriculados. El jardín dela azotea les proporcionaba un espacioal aire libre para el recreo y la hora decomer, y no hacía mucho que habíanconstruido un gimnasio de últimageneración para toda clase de

actividades deportivas en lo que anteshabía sido el aparcamiento que quedabaal otro lado de la calle. La escuelaofrecía todos los servicios y lasoportunidades imaginables. Aquellatarde soleada y nevada, se alzaba sóliday silenciosa mientras el solitarioconserje abría un camino en la nievedesde la puerta de entrada. Victoria, quese había detenido a contemplar laescuela, le sonrió, y el hombre lecorrespondió con otra sonrisa. Nisiquiera era capaz de imaginarseteniendo la gran suerte de trabajar en suciudad preferida, la que más le gustabaen todo el mundo. Allí de pie, mirando

el edificio con el grueso chaquetón deplumas que le había comprado su madre,se sentía casi como un muñeco de nieve.El chaquetón no era demasiadofavorecedor, pero abrigaba mucho.Cuando lo llevaba, Victoria se sentíacomo el muñeco de Michelin o lamascota de la repostería Pillsbury, perole había resultado muy práctico para lasgélidas temperaturas de su universidad,porque era la prenda de más abrigo quetenía. También llevaba un gorro de lanablanco, calado hasta los ojos y con unmechón de pelo rubio asomando justosobre las cejas.

Victoria estuvo una eternidad

contemplando la escuela y luego sevolvió y se alejó caminando de vuelta almetro para ir a Midtown. Le apetecíacomprarse algo de ropa para ponerse ellunes. No estaba satisfecha con losconjuntos que había llevado consigo,uno de los cuales le quedaba demasiadoestrecho. Quería estar perfecta cuando laentrevistaran para el puesto, aunque eramuy poco probable que contrataran aalguien recién salido de la universidad.Debían de tener muchos otrosaspirantes, pero sus notas y sus cartas derecomendación eran buenas, y ademásposeía todo el ímpetu y el entusiasmo dela juventud para conseguir su primer

puesto como profesora. No les habíadicho a su padres que estaba allí porquesu padre seguía empeñado en quebuscara trabajo en otro campo, con unsalario mejor y más posibilidades deascenso en el futuro. Su sueño delabrarse una carrera en la enseñanza nosatisfacía las aspiraciones de la familia,que deseaba algo de lo que pudieranalardear y que mejorase su imagen. «Mihija es maestra» no significaba nadapara ellos; pero trabajar en la EscuelaMadison de Nueva York suponía elmundo entero para Victoria. Había sidosu primera elección al enviar solicitudesa los mejores centros privados de Nueva

York y, por muy bajo que fuera elsueldo, tenía todas las característicasdel trabajo de sus sueños. Yaconseguiría llegar a fin de mes de algunaforma si le daban la oportunidad.

Victoria regresó al metro caminandosobre la nieve y fue hasta la calleCincuenta y nueve Este, donde subió laescalera mecánica de Bloomingdale’s yempezó a buscar algo que ponerse ellunes. La ropa que le gustaba casi nuncaestaba en su talla. En esos momentosllevaba una 44, aunque le quedaba algoestrecha. A veces, en invierno, seabandonaba más y engordaba sinpretenderlo, y entonces se veía obligada

a ponerse la ropa que tenía de la 46. Enverano, en cambio, la presión de llevarmenos prendas y no poder ocultar nadabajo un abrigo, de mostrar más sucuerpo (con un bañador o unospantalones cortos, por ejemplo), solíahacer que bajara de talla. Ese día deseóhaber sido más disciplinada con su pesoúltimamente. Se había prometido a símisma que antes de la graduaciónperdería algunos kilos, sobre todo siconseguía ese trabajo en Nueva York.No quería estar más rellenita de lacuenta cuando empezara su primertrabajo de profesora.

Después de probarse varias prendas

y de una búsqueda interminable ydesalentadora que la dejó másdeprimida que al principio, encontróunos pantalones grises y un blazer azuloscuro, más bien largo, ideal para llevarsobre una camiseta de cuello alto azulcielo, a juego con sus ojos. También secompró un par de botas de tacón altoque daban un aire más juvenil alconjunto. Estaba digna, respetable, nodemasiado formal pero sí lo bastanteelegante para que vieran que se tomabael trabajo en serio. Era el estilo queimaginaba que llevarían los demásprofesores de la escuela. Al bajar otravez al metro para regresar al hotel con

sus bolsas, se sentía satisfecha con sunuevo conjunto. Las calles seguíanatascadas por quitanieves, cochesenterrados y enormes montones de nievepaleada por todas partes. La ciudadestaba hecha un desastre, pero Victoriase sentía muy animada gracias a suscompras. Había pensado ponerse unospendientes de pequeñas perlas que lehabía regalado su madre. Además, labuena hechura del blazer azul marinoocultaría muchos de sus defectos. Elconjunto le daba un aspecto joven,profesional y estilizado.

La mañana de la entrevista Victoriase despertó con un nudo en el estómago.

Se duchó, se secó el pelo con secador ydespués se lo cepilló para hacerse unacoleta tirante que se ató con una cinta deraso negro. Se vistió con detenimiento,se puso su gran chaquetón de plumas ysalió al sol de febrero. El día era algomás cálido, y la nieve empezaba aderretirse en ríos helados quedesembocaban en las alcantarillas. Decamino al metro tuvo que ir con cuidadopara que los coches no la salpicaran alpasar. Pensó en coger un taxi, pero sabíaque el metro sería más rápido. Llegó ala escuela diez minutos antes de su citade las nueve de la mañana, justo atiempo para ver a cientos de jóvenes

desfilando por las puertas. Casi todosllevaban vaqueros, y algunas chicas sehabían puesto minifalda y botas a pesardel frío. Iban hablando y riendo con loslibros en la mano, cada una con unpeinado y un color de pelo diferente —había una increíble variedad—. Erancomo los niños de cualquier otroinstituto, no parecían los vástagos de laélite. Y los dos profesores queaguardaban en la puerta principalmientras ellos iban entrando vestían elmismo estilo de ropa que los chavales:vaqueros y chaquetas de plumas,zapatillas de deporte o botas. Todosellos en conjunto desprendían una

agradable sensación de informalidadque resultaba muy saludable. Losprofesores eran un hombre y una mujer.Ella llevaba la larga melena recogida enuna trenza; él, la cabeza rasurada.Victoria vio que tenía un pequeño pájarotatuado en la nuca. Charlaban muyanimados y entonces siguieron a losúltimos rezagados hacia el interior deledificio. Victoria entró justo detrás deellos con su conjunto nuevo y laesperanza de causar una buena primeraimpresión. Tenía cita con Eric Walker, eldirector, y le habían dicho que querríanque conociera también al jefe deestudios. Dio su nombre a la

recepcionista y esperó en el vestíbulo,sentada en una silla. Cinco minutosdespués salió a saludarla un hombre decuarenta y tantos, con vaqueros y unjersey negro, chaqueta de tweed y botasde montaña que le sonrió con calidez yla invitó a pasar a su despacho, dondehizo un vago gesto hacia un maltrechosillón de cuero que había frente alescritorio.

—Gracias por venir desde laUniversidad del Noroeste —dijo,mientras ella se quitaba el abultadochaquetón para enseñar su blazer nuevo.Esperaba no dar la impresión de serdemasiado envarada para la escuela,

que había resultado bastante másinformal de lo que había supuesto—.Temía que, con esta tormenta de nieve,no hubiera conseguido llegar —comentóel hombre con voz agradable—. Felizdía de San Valentín, por cierto. Elsábado íbamos a dar un baile, perotuvimos que cancelarlo. Los chicos delas afueras y de Connecticut no podríanhaber asistido. Alrededor de una quintaparte de nuestros alumnos vienen cadadía de fuera de la ciudad. Hemos tenidoque reprogramarlo para el fin de semanaque viene.

Victoria vio que el director tenía sucurrículo sobre la mesa y se sintió

completamente preparada para laentrevista. Vio también que el hombrehabía consultado el expedienteacadémico que les había enviado. Ellaya lo había buscado a él en Google ysabía que había estudiado en Yale y sehabía sacado el máster y el doctorado enHarvard. Era el «doctor» Walker,aunque no había utilizado ese título en lacorrespondencia que habían cruzado.Sus credenciales eran impresionantes y,por si fuera poco, también habíapublicado dos libros sobre enseñanzasecundaria para el gran público y unaguía para padres y alumnos sobre elproceso de solicitud de entrada a la

universidad. Victoria se sentíainsignificante en su presencia, pero elhombre tenía una expresión cálida yafable, y le dedicaba toda su atención.

—Bueno, Victoria —dijoreclinándose en el viejo sillón de cueroque también él tenía al otro lado delhermoso escritorio doble de estiloinglés que había sido de su padre, segúnle comentó. Todo lo que había en aqueldespacho parecía caro aunquedesgastado, hasta el punto de estar casiroto. También había estanteríasabarrotadas de libros—. ¿Qué le hacepensar que quiere ser maestra? ¿Y porqué aquí? ¿No preferiría regresar a Los

Ángeles, donde no tendría que apartar lanieve a paladas para llegar a su escuela?

El hombre sonreía al hablar, yVictoria también. El director le habíacaído bien y quería impresionarlo,aunque no sabía muy bien cómoconseguirlo. Lo único que había llevadoconsigo eran su entusiasmo y la verdad.

—Me encantan los chavales. Cuandome preguntaban qué quería ser de mayor,yo siempre decía que maestra. Sé que esel trabajo perfecto para mí. No meinteresan los negocios, ni ascenderdentro de una empresa, aunque eso es loque mis padres creen que deberíaintentar y lo único que respetan. Sin

embargo a mí me parece que, si consigoinfluir en la vida de un joven, podríalograr algo más significativo que nadade todo eso.

En los ojos del hombre vio que erala respuesta correcta y se quedócontenta. Lo había dicho con totalsinceridad.

—¿Aunque eso implique que tendráun sueldo miserable y ganará menos quetodos sus conocidos?

—Sí, aunque tenga un sueldomiserable. No me importa. No necesitodemasiado para vivir.

El director no le preguntó si suspadres iban a ayudarla. No era problema

suyo.—Ganaría muchísimo más

trabajando en el sistema de escuelaspúblicas —le informó con franqueza,aunque ella ya lo sabía.

—No es lo que quiero. Y tampocoregresar a Los Ángeles. Desde que ibaal instituto he querido vivir en NuevaYork. Habría venido a estudiar aquí sihubiese entrado en la Universidad deNueva York o en Barnard. Sé que es loque debo hacer. Y Madison siempre hasido mi primera opción.

—¿Por qué? No es más fácil enseñara un niño rico que a cualquier otro. Sonlistos, y están expuestos a muchísimos

estímulos. No importa qué notas saquen;aunque también nosotros tenemosestudiantes a quienes les cuesta aprobar,en general son muy espabilados y no seles puede enredar fácilmente. Si unprofesor no sabe enseñar, se dan cuentay le llaman la atención. Son más segurosy atrevidos que los chicos con menosfacilidades en la vida, y eso puede serduro para los docentes. También el tratocon los padres es complicado a veces.Son muy exigentes y quieren lo mejorque podamos ofrecer. Así que estamosfirmemente comprometidos con dar lomejor de nosotros mismos. ¿No leincomoda pensar que tendría solo cuatro

o cinco años más que sus alumnos? Laplaza que tenemos vacante es para darclases a undécimo y a duodécimo, ypuede que le pidamos también que cubraun grupo de décimo curso. Losadolescentes pueden ser de armas tomar,sobre todo en una escuela como esta,donde son bastante maduros para suedad. Estos chavales estánacostumbrados a un estilo de vida muyrefinado, con todo lo que ello supone.¿Cree que estará usted a la altura? —preguntó el director sin rodeos.

Victoria asintió con la cabeza,mirándolo con sus serios y enormes ojosazules.

—Creo que sí, doctor Walker. Creoque sabré manejar la situación. Estoyconvencida de ello, si me dan laoportunidad.

—La profesora a la que sustituirásolo estará fuera un año. No puedoprometerle nada después de ese tiempo,por muy bueno que haya sido su trabajoaquí. Así que no le estoy ofreciendo uncontrato a largo plazo, será solo duranteun año. Después ya veremos qué surge,si algún otro docente pide unaexcedencia, por ejemplo. Por eso, si loque busca es algo más fijo, me temo quedebería acudir a otro centro.

Victoria no podía decirle que todos

los demás ya la habían rechazado.—Estaré encantada de pasar un año

aquí —dijo con franqueza.Ella no lo sabía, pero en Madison ya

habían comprobado las referencias queles había dado (de la agencia demodelos y el bufete de abogados) yhabían quedado impresionados por lobuenas que eran en aspectos comoformalidad, responsabilidad,profesionalidad y honradez. Tambiénhabía terminado todas sus prácticas dedocencia, y los informes que teníansobre ella eran igualmente excelentes.Lo único que a Eric Walker le faltabapor decidir era si Victoria sería la

profesora adecuada para su escuela.Parecía una chica brillante y afectuosa, yle conmovió ver lo mucho que deseabael trabajo.

Después de pasar cuarenta y cincominutos con ella, el director la llevó aver a su secretaria, que la acompañó adar una vuelta por todo el centro. Era unedificio impresionante, con aulas muybien cuidadas y llenas de alumnosatentos, y en todas ellas utilizaban unequipo muy caro y de última tecnología.Cualquier profesor habría dado lo quefuera por trabajar en un ambiente así, ytodos los alumnos parecían inteligentes,despiertos, ponían interés y se les veía

buenos chicos. Entonces conoció al jefede estudios, que le explicó algunascosas sobre su alumnado y el tipo desituaciones a las que se enfrentaban.Eran iguales a los chicos de cualquierotro instituto, solo que con más dinero yoportunidades, y en algunos casos teníansituaciones muy complicadas en casa.Los entornos familiares difíciles no eranexclusivos ni de los ricos ni de lospobres.

Una vez acabada la entrevista con eljefe de estudios, le agradecieron quehubiera ido hasta allí y le dijeron quetodavía tenían que ver a algunoscandidatos más y que ya la llamarían.

Después de darles a ellos las gracias,Victoria se encontró de nuevo en lacalle, alzó la vista hacia la escuela yrezó para conseguir el trabajo. No habíaforma de saber si lo conseguiría o no, ytodo el mundo había sido tan amable quele resultaba difícil decidir sisimplemente la habían tratado coneducación o si de verdad les habíagustado. No tenía ni idea. Echó a andarhacia el oeste hasta llegar a la QuintaAvenida, y luego cinco manzanas alnorte, hasta el Museo Metropolitano,donde vio una nueva ala de laexposición egipcia. Comió sola en lacafetería y después se dio el lujo de

volver al hotel en taxi.Desde el asiento de atrás fue viendo

pasar Nueva York por la ventanilla; lascorrientes de personas que recorrían lascalles parecían hormigas. Ella esperabapoder formar parte de aquel ajetreoalgún día, pero supuso que tardaríavarias semanas en recibir noticias deMadison. Entonces se dio cuenta de que,si no conseguía ese puesto, tendría queempezar a solicitar entrevistas detrabajo en escuelas de Chicago, y puedeque incluso de Los Ángeles. Aunque loúltimo que deseaba era volver a casa desus padres, si no le salía nada máspuede que no tuviera más remedio.

Detestaba la idea de vivir otra vez enLos Ángeles y, peor aún, la perspectivade volver a su casa y enfrentarse a losmismos problemas que siempre laaguardaban allí. Vivir con sus padressería demasiado deprimente.

Hizo la maleta y cogió un taxi para iral aeropuerto. Aún tenía una hora libreantes de que saliera su vuelo, y estabatan nerviosa después de la entrevista,preguntándose si habría causado unabuena impresión o no, que se fue directaal restaurante que quedaba más cerca desu puerta de embarque, pidió unahamburguesa con queso y un helado consirope de caramelo y los devoró. Al

acabar se sintió estúpida. No losnecesitaba, como tampoco las patatasfritas que le habían servido deguarnición, pero estaba ansiosa yhambrienta, y la comida que habíaengullido le ofrecía cierto consuelo yalivio ante el terror que sentía. ¿Y si nole daban el trabajo? Se dijo que, en talcaso, encontraría otra cosa. Pero laEscuela Madison era donde deseabatrabajar. Ojalá le dieran unaoportunidad, aunque sabía que era másque improbable, recién salida de launiversidad como estaba.

Cuando anunciaron por megafonía elembarque del vuelo, se levantó, cogió su

equipaje de mano y se dirigió a lapuerta. Bien mirado, por una vez nohabía sido un día de San Valentín tandesastroso. Y si al final le daban laplaza, acabaría siendo el mejor de suvida. Al subir al avión, a pesar de lahamburguesa y del helado, aún seguíanerviosa por la entrevista. La comida nola había ayudado a sentirse mejor.Mientras se abrochaba el cinturón serecordó que tendría que ponerse otra vezen serio con la dieta y empezar a correr.Solo faltaban tres meses para lagraduación. Sin embargo, cuando leofrecieron una bolsita de cacahuetes yotra de galletitas saladas, no fue capaz

de rechazarlas. Se las comió distraídamientras repasaba mentalmente laentrevista con la esperanza de nohaberla fastidiado de alguna forma. Unavez más, rezó porque le dieran el puesto.

7

El propio Eric Walker, el director de laEscuela Madison, llamó a Victoria laprimera semana de marzo. Le explicóque les había costado mucho decidirseentre ella y varios profesores más, perodijo que le alegraba mucho comunicarleque el trabajo era suyo. Victoria nocabía en sí de alegría. El director lecomentó que ya le habían enviado elcontrato por correo.

Iba a ser la profesora más joven deldepartamento de lengua y daría clases acuatro grupos, de décimo, undécimo y

duodécimo. Tendría que asistir a lasreuniones de profesores a partir del 1 deseptiembre, y el curso empezaría unasemana después. Al cabo de seis mesesexactamente estaría dando clases en laEscuela Madison de Nueva York.Victoria no se lo podía creer e, incapazde guardarse la buena noticia, aquellanoche llamó a sus padres.

—Ya me temía que fueras a haceralgo así —comentó su padre conreproche. En realidad sonaba inclusodecepcionado con ella, como si lahubiesen detenido por desnudarse en unsupermercado y estuviera llamándolodesde la cárcel. Como diciendo: «¿En

qué estabas pensando para hacersemejante tontería?»—. Siendoprofesora nunca vas a ganar ni uncentavo, Victoria. Tienes que buscarteun trabajo de verdad, algo en publicidado relaciones públicas, o en el campo delas comunicaciones. Hay montones decosas que podrías hacer. Podrías entraren el departamento de relacionespúblicas de una gran empresa, o inclusotrabajar en McDonald’s y ganar másdinero del que conseguirás jamás siendomaestra. Es una absoluta pérdida detiempo. Además, ¿por qué en NuevaYork? ¿Por qué no aquí? —Ni siquierale preguntó qué clase de escuela era, y

tampoco la felicitó por haberconseguido su primer empleo en uncentro de primera categoría y con unacompetencia tan fuerte. Lo único quetenía que decirle era que se habíaequivocado de trabajo, que habíaelegido mal la ciudad y que siempresería pobre.

Pero la enseñanza era la carrera quehabía escogido Victoria, y aquellaescuela era uno de los mejores centrosprivados de todo el país.

—Lo siento, papá —dijo,disculpándose como si hubiese hechoalgo malo—. Pero es una escuelabuenísima.

—¿De verdad? ¿Y cuánto van apagarte? —preguntó él sin rodeos.Victoria no quería mentirle, así que ledijo la verdad. Sabía perfectamente quele costaría vivir con aquel sueldo, peropara ella todos esos sacrificiosmerecían la pena y no pensaba ocultarlenada de aquello a su padre—. Es unaridiculez —opinó él, casi indignado, yle pasó el teléfono a su madre.

—¿Qué ha ocurrido, cariño? —preguntó Christine con un deje depreocupación en la voz nada más cogerel auricular.

—Nada, que he conseguido untrabajo estupendo. Daré clase en una

escuela maravillosa de Nueva York. Esque papá cree que no me pagan losuficiente, nada más. Pero solo haberconseguido una plaza allí ya es todo unlogro.

—Qué lástima que te conformes conser una simple maestra —comentó sumadre, haciéndose eco de la opinióngeneral. Así le transmitió a Victoria,igual que toda la vida, hasta qué puntohabía fracasado y lo mucho que loshabía decepcionado. Lo único quehacían era anular la parte buena de todolo que emprendía, como siempre, yborrar toda sensación de éxito de lo quehabía conseguido—. Podrías ganar

mucho más dinero en cualquier otrocampo.

—Me parece que ese trabajo va agustarme de verdad, mamá. Me encantaesa escuela —insistió ella con la voz deuna joven llena de esperanzas,intentando no perder la alegría, elentusiasmo y el orgullo que habíasentido justo antes de llamar.

—Supongo que eso está muy bien,hija, pero no puedes ser profesora parasiempre. En algún momento tendrás quebuscar un trabajo de verdad. —¿Desdecuándo dar clases no era un trabajo «deverdad»? Solo les importaba el dinero yla riqueza que pudiera acumularse—. Tu

hermana acaba de ganar cincuenta mildólares por dos días de sesionesfotográficas para una campaña nacional—explicó su madre.

Eso era más de lo que Victoriaganaría en todo un año, y Grace lo hacíapor diversión y para contribuir con algoal fondo que sus padres le habíanabierto para ir a la universidad. Gracieopinaba que hacer de modelo era comoun juego por el que le pagaban unafortuna y en el que participaba solo devez en cuando. Victoria trabajaría durotodos los días para ganarse el sueldo.Ese contraste y esa gran desigualdad leresultaban abrumadores, pero no era

ningún secreto que dando clases uno nose hacía rico, y ella lo había sabidoperfectamente al escoger la enseñanzacomo carrera. De todas formas, tampocohabría tenido la oportunidad de trabajarde modelo como Gracie. Eso no era unaopción para ella, y dar clases era suvocación, no solo un empleo. Esperabaque se le diera bien.

—¿De qué vas a vivir? —lepreguntó su madre, a quien también esoparecía preocuparle—. ¿Podráspermitirte un apartamento con un sueldode maestra? Nueva York es una ciudadcara.

—Buscaré algo compartido. Volveré

allí en agosto para instalarme antes deempezar el curso.

—¿Cuándo vas a venir a casa?—Justo después de la graduación.

Quiero pasar este verano con vosotros.Ese año no pensaba trabajar. Le

apetecía organizar salidas con Gracie ydisfrutar de algo de tiempo en familiaantes de trasladarse oficialmente aNueva York. Puede que nunca volviera avivir en Los Ángeles o a disponer detanto tiempo para compartir con ellos,aunque, si seguía en la enseñanza,siempre tendría los veranos libres. Peroquizá se vería obligada a buscar otrotrabajo de temporada para

complementar sus ingresos. Así queaquel era el último verano que podríaestar en casa sin trabajar, y a sus padresles pareció muy buena idea.

Victoria no fue a verlos durante lasvacaciones de primavera, sino queestuvo trabajando de camarera en unacafetería que quedaba justo al lado delcampus, para conseguir un pequeñocolchón económico. En Nueva York ibaa necesitar hasta el último penique quepudiera ahorrar. Pero la comida gratisque le daban en la cafetería volvió ahacerle olvidar la dieta una vez más.Aquellas dos semanas se estuvoalimentando a base de pastel de carne y

puré de patatas con salsa, merengue delimón y tarta de manzana. Era muydifícil resistirse, sobre todo a desayunarcrepes de arándanos a las seis de lamañana, cuando empezaba el turno. Susueño de perder peso antes de lagraduación se estaba esfumando sinremedio; además, era deprimente estarsiempre a régimen, depender de unprograma de ejercicios y pasarse la vidaesclavizada para expiar sus pecados.

Después de matarse en el gimnasiodurante todo el mes de abril y controlarestrictamente lo que comía, por finconsiguió adelgazar cuatro kilos ymedio. Victoria estaba orgullosa de sí

misma. El 1 de mayo se fue a alquilar subirrete y su toga, y se encontró una colainterminable en el establecimiento.Cuando por fin le tocó a ella, eldependiente la miró de arriba abajo paraasignarle la talla correcta.

—Eres grandullona, ¿eh? —comentócon una amplia sonrisa, y ella tuvo quecontener las lágrimas.

No respondió, y tampoco abrió laboca cuando el hombre le tendió unatalla extra grande que no necesitaba.Como era lo bastante alta para llevarla,prefirió no protestar. Le iba enorme.Para asistir a la graduación habíapensado ponerse una minifalda roja,

sandalias de tacón alto y una blusablanca. La falta era corta, pero nadie lavería hasta que se quitara la toga. Leencantaba el color, y le hacía unaspiernas impresionantes.

Empaquetó todas sus pertenencias ylas envió a casa cuando faltaban dosdías para la ceremonia, el día antes deque llegaran sus padres. Gracie tambiénlos acompañaba, por supuesto, y, alverla con una camiseta blanca de mangacorta y unos pantalones muy, muy cortos,Victoria se dio cuenta de que estaba másguapa que nunca. Ya tenía quince años y,a pesar de lo bajita que era, aparentabadieciocho. Aun así todavía podía posar

para anuncios de ropa infantil, y amenudo lo hacía. Victoria se sentíacomo un elefante al lado de su madre yde su hermana, pero de todas formasquería muchísimo a Gracie. Las doshermanas casi se dejaron sin aire en lospulmones de la fuerza con que seabrazaron al reencontrarse en laresidencia.

Esa noche salieron todos juntos acenar fuera, a un restaurante muyagradable donde encontraron a variosestudiantes de último curso cenandotambién. Victoria había preguntado a supadre si podían acompañarlos algunosamigos suyos, pero Jim dijo que prefería

estar solo con la familia, y lo mismopensaba sobre la comida de celebracióndel día siguiente. Le explicó que queríantenerla para ellos solos, pero lo que enrealidad quería decir, como siempre, eraque no le interesaba en absoluto conocera los amigos de su hija. Para Victoria noera nada nuevo y, aun así, se alegraba deestar con su familia. Además, Gracie nohacía más que acurrucarse a su lado. Lasdos hermanas siempre eran inseparablescuando estaban juntas. También Graceempezaba a pensar en sus estudiossuperiores. Quería ir a la Universidaddel Sur de California, y sus padresestaban encantados porque así la

tendrían cerca de casa. Jim comentó queera una auténtica chica del sur deCalifornia, lo cual hizo que Victoria sesintiera una traidora por haberse ido aestudiar al Medio Oeste, en lugar defelicitarse por haber preferido lanzarsea la aventura y haber escogido unauniversidad tan exigente como la suya.

La ceremonia de graduación de laFacultad Weinberg de Humanidades yCiencias de la Universidad del Noroestetuvo lugar al día siguiente y estuvocaracterizada por la pompa, el fausto ylas emociones a flor de piel. Christineya estaba llorando en cuanto empezó laprocesión de alumnos, y Jim se mostró

extrañamente orgulloso mientras su hijapasaba junto a ellos con el birrete y latoga, e incluso tenía los ojos húmedos.Gracie sacó una foto a Victoria, quesonreía a la vez que intentaba parecersolemne.

Poco más de mil estudiantesrecibieron aquel día su diploma deWeinberg, por orden alfabético. Victoriaestrechó la mano al decano cuando se loentregó y, dos horas después, gritó tantocomo el que más cuando lanzaron losbirretes hacia el cielo y se abrazaronunos a otros. Aunque había sido unachica más bien solitaria durante granparte del tiempo que había pasado en la

universidad, de todas formas teníaalgunos amigos con los que intercambiódirecciones de correo electrónico ynúmeros de móvil. Todos prometieronmantenerse en contacto, pero no parecíamuy probable que lo consiguieran. Y así,de repente, salieron al mundo:licenciados y dispuestos a hacerse unsitio en las profesiones que habíanelegido.

Victoria cenó otra vez con su familiaen Jilly’s Café, y esa noche la viviócomo una verdadera celebración, sobretodo porque otros licenciados hacían lopropio en las demás mesas. A la mañanasiguiente, su familia y ella cogieron un

vuelo para regresar a Los Ángelesjuntos. Victoria había pasado la nocheen el hotel Orrington con ellos y habíacompartido habitación con Gracie,porque había tenido que dejar libre la dela residencia justo después de lagraduación. Las dos estuvieron casi todala noche charlando, hasta que sequedaron dormidas una junto a otra.Estaban impacientes por compartir lossiguientes tres meses. Victoria no se lohabía dicho a nadie, pero tenía pensadoseguir un estricto programa de controlde peso durante todo el verano paraestar estupenda en septiembre, cuandoempezara a trabajar en Madison. Su

padre, al verla quitarse la toga paradevolverla tras la ceremonia, habíacomentado que la veía más grandullonaque nunca. Lo había dicho con unaenorme sonrisa y luego lo habíasuavizado con un piropo sobre suslargas piernas, como de costumbre, peroel primer comentario fue mucho másimpactante que el segundo. Victorianunca oía el cumplido después de haberrecibido la bofetada del insulto.

En el avión se sentó entre su padre yGrace. Su madre estaba al otro lado delpasillo, leyendo una revista. Las doshermanas habían querido ir juntas. Nisiquiera parecían familia; a medida que

crecía, Gracie era cada vez más la vivaimagen de su madre. Victoria, encambio, no había sido la imagen denadie a ninguna edad.

Gracie y Victoria estaban charlandoen voz baja y tenían pensado ver unapelícula, pero su padre se inclinó parahablar con ella nada más despegar.

—Bueno, cuando estés otra vez enLos Ángeles tendrás tiempo para buscarun trabajo como Dios manda. Siemprepuedes decirle a esa escuela de NuevaYork que has cambiado de opinión.Piénsatelo —comentó en tono decomplicidad.

—Es que me gusta el trabajo de

Nueva York, papá —insistió Victoria—.Es una escuela fantástica y, si me echoatrás ahora, mi nombre quedarámanchado para siempre dentro de lacomunidad educativa. Quiero esetrabajo.

—Pero no querrás ser pobre el restode tu vida, ¿verdad? —preguntó él concara de desdén—. No puedes permitirteser profesora, y yo no pienso mantenertesiempre —añadió con brusquedad.

—Tampoco espero que lo hagas, nisiquiera ahora, al principio, papá. Haymás gente que vive con un sueldo deprofesor. También yo podré.

—Pero ¿por qué conformarte con

eso? Yo podría conseguirte algunasentrevistas para la semana que viene. —Jim seguía despreciando su gran logrode haber conseguido ese puesto enNueva York. Para él aquello ni siquieraera un trabajo. No hacía más que decirlea su hija que se buscara un empleo «deverdad» con un sueldo decente.

—Gracias por el ofrecimiento —repuso ella con educación—, pero demomento prefiero quedarme con lo quetengo. Siempre puedo cambiar deopinión más adelante, si veo que no meda para vivir. También podría buscaralgo en verano y ahorrar lo que gane.

—Eso es una ridiculez. A lo mejor te

parece buena idea a los veintidós años,pero, créeme, no será lo mismo cuandotengas treinta o cuarenta años. Siquieres, puedo concertarte una entrevistacon la agencia de publicidad.

—No quiero trabajar en publicidad—repitió ella con firmeza—. Quiero serprofesora. —Era la enésima vez que selo decía, pero su padre no hizo más queencogerse de hombros y mostrarsemolesto.

Después de eso Gracie y ellaenchufaron los auriculares y vieron lapelícula. Victoria se sintió aliviada al notener que seguir hablando de lo mismo.A sus padres solo les interesaban dos

cosas de ella: su peso y cuánto dineroganaría en su trabajo. Un tercer tema quesacaban de vez en cuando era lainexistencia de su vida amorosa, lo cual,en opinión de ambos, era consecuenciadel primer punto: su peso y su talla. Supadre, cada vez que tenían esaconversación, decía que si perdiera unoskilos seguro que encontraría novio. Ellasabía que no era necesariamente así, yaque muchas chicas con una figuraperfecta y mucho más bajas que ellatampoco tenían pareja. En cambio, habíaotras que, con sobrepeso, estabanfelizmente casadas, prometidas, o teníanun compañero sentimental. Ella sabía

que no existía una relación directa entreel amor y el peso, sino que había unamultitud de factores más en juego. Sufalta de autoestima y el hecho de quesiempre estuvieran metiéndose con ellay criticándola tampoco la ayudaba aresolver el problema. Nunca semostraban orgullosos ni satisfechos conlo que hacía, aunque tanto su padrecomo su madre le habían dicho queestaban entusiasmados al verlagraduarse en la Universidad delNoroeste. Simplemente habríanpreferido que fuese en UCLA o en laUniversidad del Sur de California, y quehubiese encontrado otro trabajo en lugar

del de Nueva York; a poder ser en LosÁngeles y en otro campo. Lo que hacíaVictoria nunca estaba bien ni erasuficiente para ellos, quienes por lovisto no se daban cuenta de lo muchoque le dolían sus constantes críticas, niveían que precisamente por eso noquería volver a vivir en Los Ángeles.Victoria deseaba poner todo un país dedistancia entre sus padres y ella. Asísolo tendría que verlos por Acción deGracias y en Navidad, y puede quellegara el día en que ni siquiera losvisitara en esas fechas. De momento, sinembargo, le apetecía estar con Gracie.En cuanto su hermana se fuese de casa,

Victoria no estaba segura de cuándo iríaverlos, ni de si lo haría muy a menudo.Habían conseguido ahuyentarla, y suspadres ni siquiera eran conscientes deello.

En el trayecto del aeropuerto a casa,Gracie y ella se sentaron en el asientode atrás del coche mientras sus padreshablaban en la parte de delante sobre loque iban a preparar para cenar. Jim seofreció a hacer unos filetes en labarbacoa del jardín trasero, y se volviópara guiñarle un ojo a su hija mayor.

—A ti no tengo que preguntarte, yasé que tendrás hambre. ¿Tú qué dices,Gracie? ¿Te apetece un filete para

cenar? —le preguntó a su hija menor.Victoria se puso a mirar por la

ventanilla con cara de haber recibido unpuñetazo en el estómago. Esa era sureputación allí, la imagen que tenían deella: la chica que siempre estabahambrienta.

—Un filete está bien, papá —contestó Gracie sin entusiasmo—.Aunque también podemos pedir comidachina, si no te apetece encender labarbacoa. O Victoria y yo podríamossalir a cenar fuera, si mamá y tú estáiscansados. —Las dos habrían preferidoesa opción, pero no querían ofender asus padres.

Jim insistió en que estaría encantadode preparar la barbacoa, siempre queVictoria y él no fueran los únicos quecomieran carne. Era el segundo bofetónque le propinaba en cinco minutos. Elverano sería largo si ya empezaba así.Aquello solo le recordaba que nadahabía cambiado. Cuatro años de vidaindependiente en la universidad, más undiploma, y ellos seguían tratándolacomo a la tragona insaciable de casa.

Aquella noche cenaron al aire libre,en el jardín de atrás. Christine decidiósaltarse el filete y limitarse a laensalada. Dijo que había comidodemasiado en el avión, y Grace y

Victoria disfrutaron de la carne quehabía preparado su padre. Grace sesirvió una patata asada, pero Victoriasolo cogió un poco de ensalada comoguarnición.

—¿Te encuentras mal? —preguntóJim con cara de extrañeza—. Nunca tehabía visto rechazar una patata.

—Estoy bien, papá —respondióVictoria en voz baja. No le habíangustado los comentarios que había hechoen el coche y había decidido empezar ladieta nada más llegar a casa.

Aunque le ofrecieron helado depostre, se mantuvo firme. Seguro que supadre también habría soltado otro de sus

comentarios si lo hubiera aceptado.Después de cenar, las dos hermanasfueron a la habitación de Gracie aescuchar música. Aunque Gracie teníaalocados gustos de jovencita, las doscompartían muchas cosas. Victoria sealegraba de estar en casa con ella.

Aquel verano, en cuanto Graceacabó las clases, unas semanas despuésde la graduación de Victoria, estuvieronmucho tiempo juntas. Toda la familia sefue a Santa Bárbara a pasar el fin desemana largo del día de los Caídos y, alvolver, Victoria llevó a Gracie en cochea todas partes. Se convirtió en su chófery en su acompañante personal, así que

las chicas no se separaron durante dosmeses. Victoria vio a algunas de susantiguas amigas del instituto que habíanregresado a Los Ángeles después delicenciarse o que se habían quedado aestudiar allí. No tenía muchas amigasíntimas, pero le resultó agradable vercaras conocidas, sobre todo antes devolver a irse. Dos de ellas iban a seguirlos estudios con un posgrado, y Victoriapensó que a ella también le gustaríahacerlo algún día, pero en laUniversidad de Nueva York o en la deColumbia. También vio a algunos de loschicos a quienes había conocido en elinstituto y que nunca le habían prestado

demasiada atención. Uno de ellos lainvitó a salir a cenar y al cine, peroresultó que no tenían mucho que decirse.Él se había metido en negociosinmobiliarios y estaba obsesionado conel dinero. No le impresionó nada laelección de ella de dedicarse a laenseñanza. La única que parecíaadmirarla por ello era su hermanapequeña, que pensaba que era unaocupación muy noble. Todos los demáscreían que era tonta y no hacían más querecordarle que sería pobre toda la vida.

Para Victoria, estar en casa eseverano fue una oportunidad de crearrecuerdos que atesoraría siempre.

Gracie y ella compartieron sus sueños,su miedos y sus esperanzas, y tambiéntodo lo que les fastidiaba de sus padres.Gracie pensaba que la malcriabandemasiado, y detestaba la forma quetenían de alardear de ella. El mayorpesar de Victoria era que con ella nohacían nada de eso. Sus experiencias enla misma familia eran diametralmenteopuestas. Costaba creer que tuvieran losmismos padres. Y aunque Gracie era laresponsable de que Victoria hubieseacabado siendo invisible e inexistentepara ellos, jamás se lo echó en cara a suhermana. Quería a Grace como la niñaque era y que había sido, aquel bebé que

había llegado como un ángel a susbrazos cuando tenía siete años.

Para Grace, el verano quecompartieron tras la graduación deVictoria fue la última oportunidad desentirse cerca de su hermana mayor.Desayunaban juntas todas las mañanas.Se reían muchísimo. Victoria llevaba aGracie y a sus amigas al club denatación. Jugaba al tenis con ellas, quele ganaban siempre porque corrían más.Ayudaba a Gracie a comprarse ropanueva para el curso siguiente, y entre lasdos decidían lo que era guay y lo que no.Leían revistas de moda juntas ycomentaban los estilos nuevos. Iban a

Malibú y a otras playas, y a veces selimitaban a tumbarse en el jardín deatrás sin decir nada, solo estando juntasy disfrutando de su compañía mutuahasta el último minuto.

Para Christine fue un verano muyplácido, ya que Victoria se ocupaba detodo lo que necesitaba Gracie, lo cual ledejaba a ella el tiempo libre que quería:no para estar con sus hijas, sino parajugar al bridge con sus amigas, queseguía siendo su pasatiempo predilecto.Y a pesar de las protestas de Victoria, supadre le organizó varias entrevistas paraque encontrara un trabajo «mejor» queel de Nueva York. Victoria le dio las

gracias y las canceló todasdiscretamente. No quería hacer perder eltiempo a nadie, y tampoco a sí misma.Su padre se enfadó mucho y volvió adecirle que estaba tomando todas lasdecisiones equivocadas en cuanto a sufuturo y que nunca llegaría a nadatrabajando de profesora. Ella ya estabaacostumbrada a escuchar cosas así de suboca, y no le afectaba. Siempre habíasido la hija de la que no se sentíanorgullosos, a la que no habían hechocaso y de la que se habían reído.

Un día de aquel verano, Victoria leconfesó a Gracie que, si tuvierasuficiente dinero, le encantaría operarse

la nariz, y que a lo mejor algún día seanimaba a hacerlo. Le dijo que legustaba su nariz y que quería una igual,una naricilla «mona». Gracie, que sesintió conmovida al oír eso, le dijo aVictoria que a ella le parecía muy guapade todas formas, incluso con su nariz.No le hacía falta una nueva. ParaGracie, Victoria estaba perfecta talcomo era. Ese era el amor incondicionalque se habían profesado siempre la unaa la otra y que a Victoria le sentaba demaravilla, igual que a Gracie. El amorde sus padres siempre estaba sujeto acondiciones, dependía de su aspecto, desi sus logros eran válidos según sus

estándares particulares y de si con ellosmejoraba también su propio estatus.Gracie llevaba toda la vida recibiendosus halagos porque era como unaccesorio que realzaba su perfección.Victoria, en cambio, como era diferentey desentonaba, había sufrido falta deatención y amor por parte de sus padres,pero no de su hermana. Grace siempre lahabía cubierto de cariño y la habíavenerado de todas las formas posibles.Y Victoria también la adoraba a ella,deseaba proteger a su hermana y noquería que acabara siendo como Jim yChristine. ¡Cómo le habría gustadollevarse a Gracie consigo! A ninguna de

las dos le apetecía que llegara el día enque Victoria se iría a Nueva York.

Grace ayudó a su hermana a escogerun nuevo vestuario para causar unaimpresión adecuada a sus alumnoscuando empezara a dar clases en elinstituto. Esta vez Victoria se habíamantenido firme y había seguido ladieta, así que a finales de veranoconsiguió meterse dentro de una talla 42.Le quedaba algo estrecha, pero entrabaen ella. Había adelgazado bastanteskilos a lo largo de aquellos meses,aunque su padre le preguntaba cadapocos días si no se animaba a perderalgo de peso antes de irse a Nueva York.

No se había dado cuenta de todos esoskilos que había perdido con tantoesfuerzo, como tampoco su madre,siempre tan angustiada por la talla de suhija, fuera cual fuese. La etiqueta que lehabían colgado de pequeña se le habíaquedado tatuada para siempre. Victoriaera la «grandullona» de la casa, que erasu forma de llamarla gorda. Ella sabíaque, aunque pesara cuarenta kilos yestuviese a punto de desaparecer, suspadres seguirían viéndola enorme. Loúnico que le recordaban siempre eransus deficiencias y sus fallos, nunca susvictorias. Las únicas victorias quevaloraban eran las de Grace. Así eran

Jim y Christine.Antes de que Victoria tuviera que

marcharse, los cuatro fueron a disfrutarde una semana en el lago Tahoe. Lopasaron estupendamente. La casa quehabía alquilado su padre era muy bonitay las dos hermanas practicaron esquíacuático en las heladas aguas del lagomientras su padre conducía la lancha. Lomejor de que Victoria fuese a trabajar demaestra, comentaba Grace, era que asípodrían seguir pasando las vacacionesde verano juntas, y su hermana leprometió que conseguiría llevarla aNueva York para que le hiciera unavisita. Incluso podría ver por dentro la

escuela donde daría clases, y a lo mejorasistir a alguna, si se lo permitían. Lasdos esperaban que sí.

Por fin llegó el día en que Victoriatenía que irse. Era una fecha que tantoella como Grace habían temido, porqueno querían decirse adiós. Las dosestuvieron extrañamente calladas en eltrayecto hacia el aeropuerto. La nocheanterior se habían quedado despiertas ytumbadas en la misma cama para poderhablar. Victoria le dijo a Gracie quepodía quedarse con su habitación,porque sabía que le gustaba más, pero suhermana le respondió que no queríaquitársela. Prefería que tuviera su

espacio cada vez que regresara a casa.En el aeropuerto se dieron un larguísimoabrazo mientras las lágrimas les caíanpor las mejillas. A pesar de que duranteel verano se habían asegurado un montónde veces que nada cambiaría, ambassabían que nada volvería a ser igual.Victoria iba a comenzar una vida deadulta en otra ciudad, y las dosestuvieron de acuerdo en que eso era lomejor para ella. Lo único que estabanseguras de que jamás cambiaría era lomucho que se querían. Todo lo demássería diferente a partir de entonces, y asídebía ser. Desde el momento en queVictoria pusiera un pie en el avión, se

convertiría en una adulta. Cuandoregresara a casa, solo sería de visita.Allí ya no le quedaban más querecuerdos dolorosos y su hermanaGrace. Sus padres la habían abandonadoemocionalmente el día en que nació yresultó no ser tal como ellos habíanplaneado y, además, no se les parecía.Para ellos eso era inaceptable, uncrimen por el que nunca la perdonarían yni siquiera estaban dispuestos aintentarlo. En lugar de eso se burlabande ella, la menospreciaban y ladescalificaban. Siempre le habían hechosentir que estaba de más, que no era lobastante buena para ellos.

8

Al llegar a Nueva York, Victoria tardódos semanas en encontrar unapartamento. Al final de la primerasemana ya empezaba a sentir que lainvadía el pánico. No podía quedarsepara siempre en el hotel, aunque elcheque que le había dado su padre laayudaba bastante. Ella tenía algo dedinero ahorrado gracias a sus anteriorestrabajos de verano y el de lasvacaciones de aquella primavera, ypronto tendría también un sueldo con elque mantenerse.

Llamó a la escuela para ver si algúnotro profesor buscaba compañero depiso, pero le dijeron que nadie lonecesitaba. Llamó a la agencia demodelos donde había trabajado el añoanterior, y uno de los agentes le dijo quetenía una amiga que buscaba a alguienpara ocupar una habitación.Afortunadamente, el apartamento resultóestar entre la Ochenta y la Noventa Este,lo cual quedaba bastante cerca de laescuela y a Victoria le iba muy bien. Elhombre le dio el teléfono de su amiga yella llamó al instante. Ya había trespersonas viviendo en el piso, ybuscaban a una cuarta. Dos de ellos eran

hombres, y la tercera, una mujer. Leexplicaron que la habitación que faltabapor ocupar era pequeña, pero el precioquedaba dentro del presupuesto deVictoria, así que concertó una cita parair a ver el apartamento aquella mismatarde, cuando todos hubieran vuelto deltrabajo. Milagrosamente, el edificioquedaba a solo seis manzanas de laescuela, pero no quiso emocionarse enexceso hasta ver su habitación. Sonabademasiado bonito para ser cierto.

Al llegar vio que se trataba de unedificio de antes de la guerra pero enbastante buen estado, aunque eraevidente que había visto tiempos

mejores. Se encontraba en la Ochenta ydos Este, cerca del río. La puertaprincipal estaba cerrada, así que tuvoque llamar al interfono para que leabrieran, y luego subió en el ascensor.El pasillo era oscuro pero estabalimpio, y una mujer joven le abrió lapuerta del piso. Llevaba puesto unchándal porque, según dijo, despuéspensaba ir al gimnasio. Estaba en buenaforma, y Victoria le echó unos treintaaños. La mujer siguió explicando que sellamaba Bunny, diminutivo de Bernice,un nombre que odiaba, y que trabajabaen una galería de arte en la parte nortede la ciudad. Los dos hombres también

se habían quedado en casa paraconocerla. Bill había sido compañero deuniversidad de Bunny en Tulane, y eraanalista de Wall Street. Dijo que hacíapoco se había prometido con su novia yque al año siguiente dejaría suhabitación. También comentó quemuchas veces se quedaba a dormir en elapartamento de ella, sobre todo los finesde semana. El otro, Harían, era gay,hacía poco que había acabado losestudios y trabajaba para el MuseoMetropolitano, en el Instituto delVestido. Los tres parecían personasserias, todos eran agradables y hablabancon educación, y Victoria les explicó

que ella iba a dar clases en la EscuelaMadison. Bill le ofreció una copa devino y, unos minutos después, Bunny sefue al gimnasio. Tenía una figuraincreíble, y los dos hombres eranbastante guapos. Harlan tenía unfinísimo sentido del humor y hablabacon un acento sureño que a Victoria lerecordó a Beau, a quien no había vueltoa ver desde su frustrada historia deamor. Harlan había nacido enMississippi. Ella les explicó que era deLos Ángeles y que necesitabaurgentemente encontrar un lugar dondevivir antes de empezar a trabajar, quesería la semana siguiente.

El apartamento era grande y soleado,con un salón doble, un pequeño estudio,un comedor, una cocina que había vividotiempos mejores y cuatro dormitorios detamaño modesto. Además era un alquilerde renta antigua. El dormitorio que leenseñaron era pequeño, tal como lehabían advertido, pero los otros eranagradables y espaciosos, y le dijeronque no le pondrían ninguna pega siquería recibir visitas, aunque casininguno de ellos lo hacía, y en cambiocomentaron que sí pasaban muchos díasfuera. Ninguno era de Nueva York. Lahabitación que habían pensado ofrecerleno tenía muebles, y Harlan le propuso

que los comprara en Ikea. Eso habíahecho él, que solo llevaba un añoviviendo allí. Como el alquiler delapartamento era barato, Victoria podíapermitirse pagar el precio que le pedíanpor la habitación aun con su modestosalario de maestra. El barrio estaba enuna zona segura, con tiendas yrestaurantes cerca. Era un apartamentoideal para gente joven, y le explicaronque en el edificio todo el mundo era obien muy joven o bien muy mayor,ancianos que llevaban viviendo allí todala vida. Para Victoria era perfecto y,cuando preguntó si podía quedarse lahabitación, a los dos les pareció bien.

Bunny ya les había dado su visto buenoantes de irse al gimnasio. Además, elagente de modelos que la habíarecomendado les había asegurado queera una gran chica y una personaestupenda. Así pues, Victoria estabaaceptada. Sonrió muchísimo alestrecharles la mano a ambos. No lepidieron ningún dinero de fianza y ledijeron que podía trasladarse cuandoquisiera. En cuanto comprara una cama,podría quedarse a dormir. Harlan lehabló de una empresa que, solo condarles un número de tarjeta de crédito,te entregaba un colchón ese mismo día.¡Bienvenida a Nueva York!

Victoria les hizo un cheque por valordel primer mes de alquiler y ellos ledieron un juego de llaves. La cabeza ledaba vueltas cuando regresó al hotel:tenía trabajo, tenía piso y una nuevavida. Lo único que le quedaba por hacerera comprar muebles para su habitacióny ya podría instalarse. Aquella nochellamó a sus padres para contárselo, yGracie se alegró muchísimo por ella. Supadre le hizo preguntas muy concretassobre la ubicación del apartamento y laclase de gente que eran sus compañerosde piso. A su madre no le hizo muchagracia que dos de ellos fueran hombres.Victoria la tranquilizó diciéndole que

uno estaba prometido y que al otro no leinteresaban las mujeres, y que sus tresnuevos compañeros de piso le habíanparecido personas estupendas. Suspadres se mostraron cautos. Habríanpreferido cien veces que viviera solaantes que con desconocidos, pero sabíanque no podía permitírselo, y su padre noestaba dispuesto a pagarle un alquiler enNueva York. Había llegado el momentode que ella misma se abriera camino enla vida.

Al día siguiente Victoria alquiló unafurgoneta y se fue a Ikea. Compró elmobiliario básico que necesitaría parasu dormitorio y se quedó asombrada de

lo barato que resultó. Se hizo con doslámparas, una alfombra, cortinas, dosespejos de pared, ropa de cama, unsilloncito cómodo, dos mesitas denoche, una cajonera muy bonita y unpequeño armario con espejos, ya que lahabitación solo tenía uno tambiénpequeño empotrado. Esperaba que suscosas cupieran ahí. La mala noticia eraque había que montar todos aquellosmuebles, pero Harlan le había dicho queel encargado de mantenimiento deledificio la ayudaría a cambio de unabuena propina.

En Ikea le echaron una mano paracargar todas sus compras en la furgoneta

y, una hora después, ya estaba en elapartamento, descargando los mueblescon la ayuda del portero. Tardaron unahora más en conseguir subirlo todoarriba y, tal como había dicho Harlan, elde mantenimiento se presentó con sucaja de herramientas y empezó a montarlas piezas que lo necesitaban. Victoriallamó a la empresa que servía colchonesy somieres, y le entregaron su camaantes aún de que el de mantenimientoterminara con los muebles. A las seis enpunto, cuando Bunny llegó del trabajo,Victoria ya estaba sentada en su nuevahabitación, admirando lo bien que habíaquedado. Había elegido muebles

blancos y unas cortinas de visillo,blancas también, con una alfombra azuly blanca. Todo el conjunto transmitía unaire muy californiano. Incluso habíacomprado una colcha a rayas azules yblancas con cojines a juego. En unaesquina había colocado el cómodosillón azul, donde podría quedarse a leersi no le apetecía estar en el salón.También había comprado un pequeñotelevisor que podría ver desde la cama.El cheque de su padre había dado muchode sí y la había ayudado con susadquisiciones. Sentada en su nuevacama, Victoria no cabía en sí de alegríay sonrió a Bunny al verla entrar.

—¡Caray! ¡Pero si pareces unaexcursionista feliz! —comentó sucompañera de piso, sonriéndole también—. Me gustan tus cosas.

—Sí, y a mí —contestó Victoria lamar de contenta.

Era su primer apartamento deverdad. Lo único que había tenido hastaentonces habían sido habitaciones deresidencia, y aquel dormitorio erabastante más grande, aunque tampocofuera ni mucho menos enorme. Ellacompartía el cuarto de baño con Bunny,y los dos chicos tenían otro para ellos.Victoria ya se había dado cuenta de queel baño estaba impecable y que Bunny

era meticulosamente ordenada. Lepareció ideal.

—¿Te quedarás ya esta noche? —preguntó su compañera de piso coninterés—. Yo voy a estar en casa, por siquieres que te ayude a deshacer maletas.

Victoria se había pasado toda latarde montando muebles y tenía sábanaspara quedarse a dormir allí, además deun juego de toallas nuevas que queríalavar en la lavadora comunitaria delsótano antes de estrenarlas.

—Solo tengo que ir a buscar miscosas al hotel. —Aquella mañana yahabía dejado la habitación paraahorrarse algo de dinero, y tenía las

maletas en una salita, al cuidado delportero—. Saldré dentro de un rato ydespués volveré aquí.

Justo entonces llegaron los doschicos, que admiraron su nuevahabitación. Tenía un aire fresco, limpioy moderno, y Harlan dijo que parecíauna casa de Malibú. Victoria habíacomprado incluso una fotografíaenmarcada de una larga playa de finaarena y aguas azules que transmitíamucha paz, y la había colgado en unapared. La habitación, que estaba pintadadesde hacía poco, olía también amuebles nuevos. Desde sus ventanas seveía la calle y los tejados de los

edificios vecinos. El suyo quedaba en laacera norte, con la fachada mirando alsur, así que Victoria sabía que sería undormitorio soleado.

Sus nuevos compañeros de piso ledijeron que aquella noche estarían todosen casa y que habían pensado prepararalgo para cenar, si ella quería apuntarse,así que Victoria se marchó poco despuéspara ir a buscar sus cosas al hotel,devolver la furgoneta y llegar a tiempopara la cena.

Los deliciosos aromas de la cocinallenaban el apartamento cuando regresó;por lo visto, los tres eran buenoscocineros. La prometida de Bill, Julie,

también se les había unido, y los cuatroestaban en la cocina, riendo y bebiendovino, cuando Victoria entró con suscuatro maletas. Se había llevado consigotodo su vestuario de invierno por si lonecesitaba antes de volver a casa porAcción de Gracias. Bunny comentó quehabía hecho bien, porque en octubre yaempezaba a refrescar bastante.

Victoria había parado de camino acomprar una botella de vino y la dejó enla mesa de la cocina. Era un vinoespañol, y todos dijeron que lesencantaba y lo descorcharon enseguida.Ya habían vaciado la primera botella, locual no era difícil, puesto que la habían

compartido entre los cuatro. Victoriahabía estado tentada de comprar tambiénalgo de helado, pero al final decidió nohacerlo. Trasladarse era un pocoestresante, pero de momento todo habíasalido bien.

Los cinco se sentaron a cenar a lasdiez de la noche, cuando ya estabanmuertos de hambre. Hasta esa hora nohabían hecho más que entrar y salir de lacocina. Bunny era la que más habíacocinado, porque los dos chicos habíanaprovechado para ir al gimnasio antesde cenar. Todos ellos se tomaban muy enserio lo del ejercicio, y la prometida deBill, Julie, tenía un cuerpo estupendo.

Trabajaba para una empresa decosméticos. A todos ellos les parecíafantástico que Victoria fuese a dar clasesen un instituto. Le dijeron que era muyvaliente, ya que sus alumnos tendríancasi la misma edad que ella.

—A mí los niños me aterrorizan —confesó Bunny—. Cada vez que vienen ala galería, yo corro a esconderme.Siempre rompen algo, y entonces soy yola que tiene problemas. —Explicó quese había licenciado en Bellas Artes yque tenía un novio en Boston queestudiaba Derecho en la universidad deallí. Los fines de semana iba a visitarla,o ella a él.

Todos parecían tener su vida másque encarrilada. En el transcurso de lacena, Harlan comentó que había roto consu compañero hacía seis meses, justoantes de instalarse en el apartamento, yque desde entonces se estaba dando unrespiro con su vida amorosa. Dijo queno salía con nadie, y Victoria confesóque ella tampoco. Les explicó queninguna de sus historias habíafuncionado hasta la fecha, y que a ellano le gustaba la teoría que tenía su padrede que todo era por culpa de su peso ysu físico. Se sentía como si le hubieranechado una maldición. Su padre pensabaque no era lo bastante guapa; y su madre,

que era demasiado lista y que la mayoríade los hombres la rechazarían por ello.O demasiado fea o demasiadointeligente, pero el caso era que nadiehabía perdido la cabeza por ella, y ellatampoco por nadie. Lo único que habíaexperimentado en el pasado era lo queVictoria definía como amoríospasajeros, salvo por el desafortunadointento fallido con Beau y aquel breveromance con el estudiante de Física,además de alguna que otra cita que nohabía llegado a ninguna parte. Esperabaque su suerte mejorara un poco enNueva York, y creía que ya habíaempezado a hacerlo: había encontrado

un apartamento genial y tres magníficoscompañeros de piso. Le caían muy bien.La cena que habían preparado estabadeliciosa. Bunny había hecho una paellacon marisco fresco, un plato queresultaba perfecto para un caluroso díade verano, y había preparado tambiénuna sangría de la que disfrutarondespués de terminarse el vino. Comoentrante, antes del arroz, les sirvió ungazpacho frío, y de postre habíacomprado dos litros de helado decookies y nata, que por desgracia erauno de los preferidos de Victoria. Encuanto lo vio en la mesa, no pudoresistirse a él.

—Esto es como darle heroína a unadrogadicta —se lamentó, pero se sirvióun cuenco entero cuando la tarrina queiban pasándose unos a otros llegó a ella.

Antes de eso habían dejado losplatos bien limpios, porque la paellaestaba estupenda. Igual que el helado.

—A mí también me encanta elhelado —confesó Harlan, aunque no loparecía. Más bien daba la sensación deque hacía diez años que no comía nada,y eso que medía un metro noventa, locual le daba mucho margen.

Hacía siglos que Victoria noprobaba el helado, así que decidió haceruna excepción y darse un homenaje. Al

fin y al cabo, estaban de celebración.Más tarde se felicitó en silencio por nohaber repetido, aunque la primera raciónya había sido bastante generosa. Entrelos cinco se acabaron toda la tarrina.Julie también se había servido unaración sustancial, pero ninguno de ellosparecía tener un problema con lacomida. Eran personas delgadas, muyesbeltas y en buena forma física. Todosdecían tomarse el gimnasio con unaseriedad religiosa, y tanto Bill comoBunny aseguraban que les iba bien paracombatir el estrés. Harlan reconoció quedetestaba el ejercicio pero que sentía laobligación de mantenerse tonificado. Y

Bunny explicó a Victoria que habíanestado pensando en comprar una cinta decorrer entre todos para no tener que saliral gimnasio todos los días. Ella dijo quele parecía una idea estupenda. Con lamáquina en el apartamento, no podríaeludir el ejercicio tan fácilmente. Eranun grupo de personas activas y alegres,llenas de proyectos, planes e ideas.Victoria estaba impaciente por convivircon ellos. Representaba unacircunstancia mucho más feliz que verseviviendo sola en un apartamentominúsculo. Así podría disponer de másespacio y también de compañía siempreque la necesitara. Y si un día no le

apetecía, podía quedarse en suhabitación, que había quedado bonita yrelajante, gracias a Ikea. Estabaencantada con lo que había comprado ycon el resultado de la decoración. Habíasido una gran idea, y dio las gracias aHarlan por habérsela propuesto.

—De nada, ha sido un placer —dijoél, sonriéndole—. Antes hacía algunostrabajos de escaparatismo de vez encuando. Me ocupaba de varias tiendasdel SoHo, incluso de los escaparates deChanel. Siempre quise ser diseñador deinteriores, pero ahora estoy muyajetreado con el trabajo en el Institutodel Vestido. Aun así, sigo teniendo

muchas ideas y proyectos en la cabeza.—Por lo visto era una persona muycreativa, y a Victoria le gustaba su formade vestir.

Mientras disfrutaba de la velada enla cocina, nació en ella la esperanza deque tal vez viviendo con ellos y yendo algimnasio con su misma regularidadpodría mantener su talla bajo control.Sabía que su peso fluctuaba y quesiempre era mayor de lo que debería,pero tenía la sensación de que susnuevos compañeros de piso serían unabuena influencia, siempre queconsiguiera mantenerse alejada de lospostres. Todos ellos eran delgados.

Victoria, una chica grande pornaturaleza, llevaba toda la vidaenvidiando a la gente así. Gracias a laherencia de su bisabuela paterna, suspechos la hacían parecer muy robusta.Quizá su figura de reloj de arena habríacausado furor en otra época, pero ya no,y a menudo se preguntaba si subisabuela había tenido unas piernaslargas y delgadas como las suyas. En lasfotografías no podía verse, porque enaquellos tiempos se llevaban faldas muylargas. Ahora que Victoria habíaadelgazado durante el verano, podíaempezar a ponerse faldas más cortas,pero sabía que nunca llegaría a

conseguirlo si seguía comiendo tantohelado. Ya se sentía culpable por el Ben& Jerry’s de cookies y nata que acababade devorar. Tendría que buscar ungimnasio al día siguiente, o salir acorrer. A lo mejor Bunny podía llevarlaal suyo. De pronto se sintió abrumadacon todo lo que le quedaba por hacer.Además, solo faltaban unos días paraempezar en la escuela, y esta vez comoprofesora, no como alumna. ¡Quéemocionante!

A eso de la una de la madrugada,después de haber compartido largasconversaciones, cada cual se retiró a sudormitorio. Julie pasó la noche con Bill.

Victoria, al acomodarse en su nuevacama grande, se acurrucó bajo lassábanas y se quedó tumbada con unasonrisa en la cara. En aquella habitacióntodo le parecía bonito, todo era tal comoella había deseado. Estaba en su nuevomundo, en un pequeño rincón acogedorde la nueva vida que estabaconstruyéndose. Y aquello no era másque el principio. Pronto empezaría en sunuevo trabajo, tendría nuevos amigos,nuevos alumnos, y puede que algún díaincluso un novio. Le costaba imaginarlo.Encontrar el apartamento había sido unprimer paso: de pronto se habíaconvertido en una neoyorquina.

Aquella noche, al dormirse, echó demenos a Gracie y pensó en llamarla,pero tenía demasiado sueño y ya habíahablado con ella por la mañana,mientras estaba comprando en Ikea.Gracie se había alegrado muchísimo porella, y Victoria le había prometido quele enviaría fotos del apartamento y de suhabitación. Se fue quedando dormidamientras pensaba en su hermana y encuándo podría ir a verla a Nueva York.En el sueño de Victoria iban de comprasjuntas y ella estaba mucho más delgada,casi como si tuviera un cuerpo nuevo ajuego con su nueva vida. La dependientale sacaba un vestido de la talla 44 y

Victoria le decía que ahora llevaba una38; en la tienda, todo el mundo se poníaa aplaudir.

9

Antes del primer día de clase, Victoriatenía dos días de reuniones en los queconoció a los demás profesores e intentórecordar de qué departamento eran, quéasignaturas impartían y en qué cursosenseñaban. También tuvo ocasión deestudiar los libros que utilizaría, todosellos seleccionados por la profesora a laque sustituiría durante aquel curso, quienincluso había esbozado ya el plan deestudios, algo que llevaba varios díasinquietando a Victoria. El trabajo iba aser mucho más sencillo de lo que había

pensado, así que se animó a presentarsey a conversar distendidamente con suscompañeros de trabajo. El departamentode lengua era uno de los más grandes ycontaba con ocho profesores, todos ellosconsiderablemente mayores que ella.Casi todos eran mujeres y solo habíatres hombres. Victoria se fijó en quetodos los profesores varones quetrabajaban en Madison eran gays oestaban casados, pero ella no había idoallí para buscar novio, se reprendió,había ido allí para enseñar.

Por la noche, después de haberasistido a las reuniones, volvió arepasar los libros y el plan de estudio, e

hizo unas cuantas anotaciones sobre lastareas que deberían hacer los alumnos ylas pruebas que quería ponerles. Aunqueantes le apetecía conocerlos y hacerseuna idea de quiénes eran. Daría clasesde inglés a cuatro grupos: uno dedécimo, uno de undécimo y dos deduodécimo. En la universidad, durantesus prácticas de docencia, le habíanadvertido que dar clases a los chicos deúltimo año siempre era complicado.Ardían en ganas de acabar el instituto yseguir adelante con su vida en launiversidad, así que hacia la segundamitad del curso, cuando ya habíanrecibido las cartas de aceptación de sus

respectivas facultades, era casiimposible conseguir que prestaranatención y trabajaran un poco. Aquelaño supondría todo un desafío para ella,pero se moría de ganas de hincarle eldiente. Apenas consiguió pegar ojo lanoche antes de empezar.

El primer día de clase Victoriaestaba en pie a las seis de la mañana. Sepreparó un sano desayuno a base dehuevos, tostada, cereales y zumo denaranja, y puso también una cafeterapara compartirla con sus compañeros depiso. A las siete ya estaba vestida y listapara desayunar, y a las siete y mediahabía vuelto a su habitación para

escribir algunas notas. A las ocho menoscuarto salía por la puerta y echaba aandar hacia la escuela. Llegó puntual, alas ocho de la mañana, aunque losalumnos no entrarían hasta las ocho ymedia.

Se fue directa a su aula, la recorriócon pasos nerviosos y luego se quedóquieta mirando por la ventana. Esperabaa veinticuatro alumnos en su primeraclase. Había pupitres para todos ellos, yalgunos más de sobra, además de ungran escritorio que ocuparía ella alfrente de la sala. Tenía que darles clasesde redacción, y ya había preparado lastareas escritas que les pediría. Sabía

que sería difícil que le prestaranatención después de las vacaciones deverano. Además, los alumnos a quienesdaría clase aquella mañana estaban en larecta final. Eran los de duodécimo, elúltimo curso, y pasarían el otoñovisitando facultades y presentandosolicitudes de entrada a la universidad.Ella tendría que redactarles cartas derecomendación. Eso la convertía en unelemento importante de sus vidas y leotorgaba una influencia directa sobre sufuturo, así que deberían comportarse conseriedad y diligencia en su clase.Victoria ya conocía sus nombres, solo lefaltaba emparejarlos con el rostro que

los acompañaba. Estaba mirando alinfinito por la ventana cuando de prontooyó una voz tras ella.

—¿Lista para el asalto?Se volvió y vio a una mujer de pelo

cano. Llevaba vaqueros, una desgastadacamiseta de manga corta con el nombrede un grupo musical y sandalias. Entresu vestuario y el calor que hacía todavíaen Nueva York, parecía que siguiera devacaciones. Cuando Victoria se volviócon una mirada de asombro, la mujer lesonrió. Ella se había puesto una faldacorta de algodón negro con un topholgado de lino blanco y zapatos planos.El top suelto ocultaba una multitud de

pecados, y la falda, razonablementecorta, dejaba ver sus piernas, aunque nopensaba seducir a sus alumnos, sinodarles clases.

—Hola —dijo Victoria conexpresión de sorpresa. Aunque habíavisto a la mujer en las reuniones deprofesores, no la había conocidopersonalmente y no recordaba en quédepartamento estaba, pero tampoco se loquería preguntar.

—Soy de humanidades. Estoy en elaula de al lado, así que si les da porempezar una guerra de bandas, podréayudarte. Me llamo Helen. —Sonrió yse acercó a Victoria tendiéndole la

mano. Parecía más o menos de la edadde su madre, de unos cuarenta y tantosaños, o casi cincuenta. La madre deVictoria acababa de cumplirlos—.Llevo veintidós años aquí, o sea que, site hace falta una chuleta o una guía,pregúntame lo que quieras. En estecentro hay buena gente, salvo por losniños y sus padres. Algunos, por lomenos. Los hay que son buenos chicos, apesar de las circunstancias privilegiadasen las que viven. —La interrumpió untimbre estridente y, unos segundosdespués, oyeron los pasos que subíancorriendo la escalera. Parecía quellegaban todos a la carrera.

—Gracias —dijo Victoria sin saberaún muy bien cómo reaccionar. Esecomentario sobre los alumnos y suspadres había sido bastante crítico, y unapostura algo extraña para una mujer quetrabajaba en una escuela llena de niñosricos.

—Adoro a mis alumnos, pero aveces cuesta conseguir que pongan lospies en el mundo real. ¿Cuánta realidadpueden conocer si sus padres tienen unbarco, un avión y una casa en losHamptons, y todos los veranos se van alsur de Francia a pasar las vacaciones?Así es la vida de estos chicos. Lasdificultades que afronta el resto de la

gente a ellos les quedan muy lejanas.Nuestra labor consiste en presentarles elmundo tal como es. Y eso a veces no esfácil. Con la mayoría de ellos llegas aconseguirlo tarde o temprano, pero consus padres no sucede a menudo. Sesienten por encima de todo eso, noquieren saber cómo vive el resto delplaneta. Supongo que imaginan que no esproblema suyo, pero los chicos tienenderecho a saber y a tomar susdecisiones.

Victoria no estaba en desacuerdocon ella, pero no había reflexionadomucho sobre el estilo de vida deaquellos niños ni sobre cómo afectaría

eso a su visión del mundo. Helen, sinembargo, parecía algo amargada, eincluso resentida con los chavales.Victoria se preguntó si sentiría celos desus vidas privilegiadas y, justo cuandose hacía esa pregunta, la primera alumnaentró en el aula y Helen regresó a lasuya.

La chica se llamaba Becki y teníauna melena rubia y larga hasta la cintura.Llevaba una camiseta rosa, vaquerosblancos y unas sandalias italianas muycaras. Tenía una cara preciosa y uncuerpo como Victoria no había vistojamás. Se sentó hacia la mitad de laclase, lo cual indicaba que no se moría

de ganas por participar pero quetampoco era de los vagos de la últimafila. Sonrió a Victoria al sentarse. Se laveía muy despreocupada y daba lasensación de que creía que el mundo erasuyo, incluso irradiaba ese engreimientode último curso que ella ya habíapresenciado otras veces. A las dos sololas separaban cuatro años, y Victoriasintió un estremecimiento al percibir laabsoluta seguridad de Becki, pero serecordó que allí ella era la jefa.Además, sus alumnos no sabían cuántosaños tenía exactamente. Comprendió quetendría que ganarse su respeto.

Mientras se hacía esas reflexiones,

cuatro chicos irrumpieron corriendo porla puerta casi al mismo tiempo y sesentaron. Todos ellos miraron a Becki,era evidente que la conocían, y echaronun vistazo a Victoria con ciertacuriosidad. Una bandada de chicas entróentonces en el aula riendo y charlando.Saludaron a Becki, pero a los chicos noles hicieron ni caso, miraron a Victoria yse sentaron todas juntas al fondo. ParaVictoria eso significaba que pensabanseguir hablando y pasándose notitas, oincluso enviándose mensajes de textodurante la clase. No podría perderlas devista. Luego entraron algunas chicasmás, y chicos. Unos cuantos solitarios

rezagados, pero la mayoría en grupos. Ypor fin, después de unos buenos diezminutos, su primera clase estaba a puntode comenzar. Victoria los saludó con unagran sonrisa y les dijo su nombre. Loescribió en la pizarra y luego se volvióhacia ellos.

—Me gustaría que os presentaraispara que yo pueda poner cara a losnombres de la lista. —Señaló a unachica de la primera fila, la que estabasentada más a su izquierda—. Iremospor orden.

Y así lo hicieron. Cada uno dijo sunombre mientras ella comprobaba lalista de clase que tenía sobre el

escritorio.—¿Quién sabe ya en qué universidad

quiere solicitar plaza? —Se levantaronmenos de la mitad de las manos del aula—. ¿Qué os parece si nos lo explicáis?—Señaló a un chico de la última filaque ya parecía estar aburriéndose.

Victoria todavía no lo sabía, perohabía sido el novio de Becki el añoanterior y habían roto justo antes delverano. Los dos estaban sin parejadesde entonces. Becki acababa deregresar de la villa que tenía su padre enel sur de Francia y, al igual que muchosde los alumnos de Madison, era hija depadres divorciados.

El chico al que Victoria habíapreguntado por la universidad a la quequería ir recitó una lista de un tirón.Harvard, Princeton, Yale, Stanford,Duke, Dartmouth y quizá el MIT. Susopciones consistían en las mejoresuniversidades del país, y Victoria sepreguntó si le estaba diciendo la verdado le había tomado el pelo. Todavía noconocía al elenco de personajes, pero yallegaría el momento.

—¿Y qué me dices de la facultad deArtes Circenses de Miami? —lepreguntó con una expresión muy seria, ytodo el mundo se echó a reír—. Podríaser divertido.

—Quiero hacer Ingeniería Químicacon optativas de Física, o a lo mejor alrevés.

—¿Qué tal son tus notas en lengua?—se interesó Victoria. Era el tipo dechico que seguramente pensaba que laclase de redacción era una lata. Pero setrataba de una asignatura obligatoria,incluso para él.

—No demasiado buenas —confesócon timidez, respondiendo a su pregunta—. Se me dan mejor las ciencias.

—¿Y qué me decís vosotros? —preguntó a los demás—. ¿Cómo vais enredacción?

Era una pregunta razonable, y fueron

sinceros con ella. Algunos dijeron quese les daba fatal y otros que eran buenosescribiendo, pero ella no tenía forma desaber la verdad, sobre todo tan pronto.

—Bueno, pues si queréis entrar enesas universidades, y supongo quemuchos de vosotros querréis, vais anecesitar buenas notas en lengua. Asíque este año trabajaremos juntos en ello.Yo estoy aquí para mejorar vuestraredacción. Debería ayudaros con eltexto de solicitud de acceso a launiversidad y estaré encantada de echaruna mano a todo el que quiera. —Era ungiro interesante del objetivo de la clase,y a ellos no les había pasado por alto.

Todos estaban erguidos en sus sillas yescuchaban con gran atención qué mástenía que decirles su profesora.

Victoria les habló del valor quetenía poder escribir de forma clara ycoherente, no con una prosa pomposa,sino redactando una historia interesantecon un principio, un nudo y undesenlace.

—Yo creo que este año tambiéntendríamos que divertirnos un poco.Escribir no tiene por qué ser un tostón.Ya sé que para algunos es difícil. —Miró al chico que quería ir al MIT: eraevidente que la redacción no era lo suyo—. Podéis poner algo de humor a lo que

escribáis, o redactarlo con cierta ironía.Podéis elaborar un comentario socialsobre el estado del mundo o crear unahistoria inventada de principio a fin,pero, escribáis lo que escribáis, que seasimple y claro, y también algo especial,algo que los demás sientan ganas deleer. Así que, siguiendo esa línea, voy apediros que escribáis algo que todosdisfrutemos leyendo.

Mientras lo decía, se volvió hacia lapizarra que ocupaba toda la pared dedetrás de su escritorio y, con una letraclara que todos podrían leer confacilidad, escribió: «Mis vacaciones deverano». Al ver lo que ponía, los chicos

empezaron a refunfuñar, y ella se volvióde nuevo en dirección a la clase.

—Pero vamos a introducir uncambio, una vuelta de tuerca. No quierosaber nada acerca de vuestrasverdaderas vacaciones, que a lo mejorhan sido igual de aburridas que las mías,con mi familia en Los Ángeles. Lo quequiero es que escribáis sobre lasvacaciones de verano que preferiríaishaber tenido. Y cuando terminéis convuestra redacción, me gustaría desearque esas vacaciones hubieran sido lasmías, y quiero que me demostréis porqué. ¿Por qué son esas las vacacionesque querríais haber vivido, que habríais

deseado para vosotros? Podéis escribirla redacción en primera persona oconvertirla en un relato en tercera. Yquiero que me entreguéis algo bueno deverdad. Sé que seréis capaces si lointentáis. —Les ofreció una gran sonrisay entonces dijo algo que no esperaban—: Fin de la clase.

Se la quedaron mirando durante unmomento, algo asombrados, luegosoltaron un alarido de alegría y selevantaron para empezar a salir del aulasin demasiado alboroto. Victoria diounos golpes en su escritorio y les dijoque tenían que entregarle el trabajo en lasiguiente clase, al cabo de tres días. Al

oír eso volvieron a protestar, y entoncesVictoria les dio más detalles.

—Y no tiene por qué ser demasiadolargo —dijo, y los vio sonreír.

—Pues a mí me gustaría haberpasado las vacaciones de verano en unburdel de Marruecos —soltó un chico, ytodo el mundo se echó a reír por suirreverencia.

Burlarse de una profesora era algoque entusiasmaba a los niños de todaslas edades. Victoria no podía imaginar aaquel chico desarrollando esa idea, perono reaccionó mal. A esa edad, todos loschicos querían escandalizar a losadultos, y ella no dio ninguna muestra de

que lo hubiera logrado.—Podría funcionar —repuso con

calma—, siempre que me crea lo queescribas. Si no, se te habrá acabado lasuerte. Ese es el truco. Tienes queconseguir que te crea, que me importe,que me enamore de los personajes o deti. En eso consiste cualquier clase deescritura, en convencer al lector de quelo que has escrito es real. Y, paralograrlo, también tú tienes que creértelo.Que os divirtáis —dijo mientras losdemás alumnos salían del aula.

Victoria tenía una pausa entre clasesy se quedó sentada a su escritorioanotando algunas cosas cuando Helen, la

profesora del aula de al lado, volvió avisitarla. Parecía interesada en todo loque hacía la recién llegada. CarlaBernini, la profesora que estaba de bajapor maternidad, era su mejor amiga, yVictoria se preguntó si estaríadefendiendo el territorio de sucompañera o si solo quería echarle unojo de vez en cuando.

—¿Qué tal ha ido? —preguntómientras se sentaba en una de las sillas.

—Bastante bien, me parece —contestó Victoria con sinceridad—. Nome han lanzado nada a la cabeza ni mehan disparado ningún proyectil casero.Tampoco bombas fétidas. Además, he

hecho una clase corta y eso siempreayuda. —Ya había probado ese truco ensus prácticas de docencia. Ningúnprofesor podía pasarse todo el ratosentado, pontificando sobre cómo seescribe. Los alumnos tenían queexperimentar, por muy difícil yabrumador que resultara—. Les hepuesto una tarea fácil. Así veré quénivel tienen.

—Debe de ser difícil ocupar el lugarde otra persona —dijo Helen como depasada.

Victoria se encogió de hombros.—Intento no pensarlo. Cada cual

tiene su estilo.

—¿Y cuál es el tuyo? —preguntóHelen con interés, como si la estuvieraentrevistando.

—Todavía no lo sé. Hoy es miprimer día. Me licencié en mayo.

—¡Caray! Debes de estar bastantenerviosa. Eres una chica muy valiente.—Su tono le recordó a Victoria a supadre, pero no le importó. Sabía quehabía hecho un buen trabajo, así queHelen podía desafiarla cuanto quisiera ypor los motivos que deseara. Ella eraconsciente de que también tendría quedemostrar su valía delante de los demásprofesores, no solo de los alumnos. Aunasí, le parecía que de momento todo

había ido bien.Su siguiente clase fue una hora

después, y esta vez muchos de losalumnos, que también eran de últimocurso, llegaron con bastante retraso. Latarea que les puso a ellos fue diferente ala primera. En esta ocasión el tema fuequé querían ser de mayores y por qué.

—Quiero que reflexionéis en ellodetenidamente, y quiero respetaros yadmiraros cuando lea vuestrasredacciones. Está bien que me hagáisreír. No os pongáis demasiadoprofundos, a menos que queráis serdirectores de pompas fúnebres oembalsamadores. Salvo en esos dos

casos, me gustaría reírme. —Y entoncestambién su segunda clase salió del aula.

Se había defendido estupendamentecon ambos grupos. Ya había conocido atodos sus alumnos de duodécimo y lehabían parecido buenos chicos. No se lohabían hecho pasar mal, aunque sabíaque eran muy capaces si querían, y ellaera muy joven. Todavía no la tenían enespecial estima, pero sabía que era muypronto. Esperaba ganárselos con eltiempo y era consciente de que el gradode respeto que consiguiera dependeríade ella. Su trabajo consistía en hacerque les importara.

Helen se quedó a hablar con ella

unos minutos más, y luego las dosrecogieron sus cosas y salieron del aula.Victoria comprobó su buzón y estuvo unrato en la sala de profesores, enfrascadaen unos cuantos comunicados que habíarecibido del director y del jefe deestudios, la mayoría sobre cambios depolíticas que afectaban a la escuela. Porla tarde asistió a una reunión deldepartamento de lengua y, tras salir deledificio, tardó solo diez minutos enllegar andando a casa. Le encantabavivir tan cerca. Quería ir al trabajo a pietodos los días.

Cuando llegó a su apartamento,todos le preguntaron qué tal le había ido

el día. Los tres estaban allí.—La verdad es que ha sido genial

—respondió Victoria con alegría.Gracie la llamó y le preguntó lo

mismo una hora más tarde, y ella le diola misma respuesta. Básicamente, todohabía ido muy bien y sus alumnos lehabían gustado. Puede que hubieranviajado por todo el mundo con suspadres y hubieran aprendido todas laslecciones conocidas por el hombre, peroaun así desprendían ese aire inocente ysimpático de la adolescencia. Ellaquería enseñarles a pensar de formainteligente, a usar el sentido común y aconseguir la vida que soñaban para sí,

fuera cual fuese. Su trabajo, en aquellaescuela o en cualquier otra, tal comoVictoria lo entendía, consistía enabrirles la puerta al mundo. Y elladeseaba abrir muchas, muchísimaspuertas. Por fin había empezado.

10

Victoria conoció a sus alumnos dedécimo y undécimo el segundo y tercerdía de clases, y le sorprendió que leresultaran más difíciles de controlar quelos de último año. Los de undécimo yaestaban estresadísimos por toda la cargade trabajo que tendrían ese curso, cuyasnotas contarían más que las de ningúnotro año para sus solicitudes de accesoa la universidad, y tenían miedo de queles pusiera demasiados deberes. Los dedécimo la recibieron con una actitudantipática y casi beligerante, y ningún

grupo le resultó más complicado a lahora de dar clases que las quinceañeras.Era la edad que menos gustaba a todoslos profesores, y Victoria estaba deacuerdo con ellos. Solo se salvaba suhermana Grace, que evidentemente eramás agradable que la mayoría de laschicas de su edad. Le dieron laimpresión de ser unas maleducadas, eincluso oyó a dos de ellas haciendocomentarios sobre su aspecto mientrassalían del aula, y en voz lo bastante altapara que ella pudiera oírlas. Victoriatuvo que recordarse que no eran más queunas mocosas, pero sus críticas seclavaron en ella como puñaladas. Lina

la había llamado gorda; la otra dijo queparecía una cisterna con ese vestido quellevaba. Aquella noche se lo quitó y lopuso en una pila con otras prendas pararegalar. Sabía que no volvería a sentirsecómoda llevándolo. Después fue a lacocina del apartamento y se terminó unatarrina de Ben & Jerry’s que alguienhabía dejado en la nevera, y eso que nisiquiera era de un sabor que le gustara.

—¿Un mal día? —preguntó Harlan,que justo en ese momento entraba en lacocina para prepararse un té y ofrecerleotro a ella.

—Sí, más o menos. Lasquinceañeras pueden ser bastante

desagradables. Hoy he tenido a los dedécimo por primera vez. —Allí sentadaen la cocina, se la veía más quederrotada mientras daba algún que otrosorbo al té y se comía los brownies quehabía comprado de camino a casa.

—Debe de resultar complicado sertan joven y dar clases en un instituto,donde los alumnos casi tienen la mismaedad que tú —comentó Harlan en tonocomprensivo.

—Supongo que sí. Aunque la verdades que los de último curso estuvieronbastante bien. De momento los peoreshan sido los más jóvenes. Han tenidomuy mala baba. Los de undécimo están

muertos de miedo porque empiezan elcurso más importante antes de entrar enla universidad, así que tienen encimamuchísima presión, por nuestra parte ypor la de sus padres.

—No querría estar en tu lugar —dijoHarlan sonriendo con tristeza—. Losniños pueden ser muy crueles. Vermedelante de treinta de ellos acabaríaconmigo.

—Yo no tengo demasiadaexperiencia todavía —admitió Victoria—, pero me parece que al final lodisfrutaré. Mis prácticas docentes fueronmuy divertidas, pero me asignaron a ungrupo de noveno, claro. Esto es bastante

diferente, y además estos chicos son declase alta. Son más sofisticados que losque tuve en las prácticas, en Chicago.Los de aquí van a tenerme todo el cursopendiente de ellos. Yo solo quiero quemis clases les resulten interesantes. Aesa edad los adolescentes pueden serimplacables.

—A mí eso me suena peligroso. —Harlan fingió estremecerse, y Victoriario.

—Tampoco son tan horribles —dijopara defenderlos—. Solo son niños.

Sin embargo, al día siguiente,cuando volvió a tener a los deduodécimo, se sintió tentada de darle la

razón a Harlan. Esperaba que los dosgrupos le entregaran sus redacciones,pero solo las había hecho menos de lamitad de cada clase. Al darse cuenta deello Victoria se sintió decepcionada.

—¿Hay alguna razón para que nohayas hecho la tarea? —preguntó aBecki Adams.

—Es que tenía muchos deberes deotras asignaturas —dijo la chica,encogiéndose de hombros mientras laalumna que se sentaba a su lado soltabauna risilla.

—¿Puedo recordaros que estaasignatura es obligatoria? Vuestra notade lengua de este semestre dependerá de

lo que hagáis aquí.—Sí, lo que tú digas —espetó

Becki, y se volvió hacia su compañerapara cuchichearle algo sin dejar demirar a Victoria, por lo que le dio lasensación de que estaban hablando deella.

Victoria intentó recuperar lacompostura, recogió las redacciones ydio las gracias a los alumnos que síhabían hecho los deberes.

—Los que aún no habéis traído laredacción —dijo con serenidad— tenéishasta el lunes. Y a partir de ahora esperoque me entreguéis los deberes a tiempo.

Con eso se veía obligada a cancelar

la tarea que había pensado pedirles parahacer durante el fin de semana, pero nohabía más remedio si menos de la mitadde la clase había entregado la primeraredacción. Entonces empezó a hablarlesdel poder de la prosa y repartió variospárrafos de ejemplo para explicar cómofuncionaban y señalar los puntos fuertesde cada fragmento. Esta vez nadie entodo el grupo le hizo caso. Había doschicas en la última fila que estabanescuchando música en sus iPods, treschicos se reían de una bromita privada,varias chicas se pasaban notas de unapunta a otra de la clase, y Becki sacó suBlackBerry y se puso a enviar mensajes

de texto. Victoria se sentía como siacabaran de darle un bofetón, no sabíacómo reaccionar. Aquellos chicos teníancinco años menos que ella y se estabancomportando como verdaderosmocosos.

—Veo que tenemos un problema —dijo al fin con voz tranquila—. ¿Pensáisque no tenéis por qué prestar atención enesta clase? ¿Ni tampoco ser educados?¿Es que os importan un comino vuestrasnotas? Ya sé que estáis en último curso,y que es el expediente de undécimo elque se adjuntará a vuestras solicitudespara entrar en la universidad, perosuspender esta asignatura no os va a

dejar en muy buen lugar precisamente, ypuede que no os acepten en la facultadque os gustaría.

—Tú solo eres la sustituta hasta quevuelva la señora Bernini —exclamó unchico desde la última fila.

—La señora Bernini no va a volveren todo el curso. Eso podrían ser malasnoticias tanto para vosotros como paramí. O buenas noticias si decidíscolaborar para sacar adelante laasignatura. De vosotros depende. Sipreferís boicotear la clase, es cosavuestra, pero tendréis que darexplicaciones al jefe de estudios. Y avuestros padres. En realidad es muy

sencillo: si hacéis el trabajo, os pongonota; si no os molestáis en intentarlo yno entregáis las redacciones, suspendéisla asignatura. Estoy segura de que laseñora Bernini también lo vería así —dijo Victoria, que se acercó a Becki y lequitó la BlackBerry.

—¡Eh, no puedes hacer eso! ¡Estabaenviando un mensaje a mi madre! —protestó, con expresión indignada.

—Pues hazlo cuando termine laclase. Si tienes una emergencia, ve a lasoficinas, pero en esta aula no se envíanmensajes. Eso también va por ti —dijo,señalando a una chica de la segunda fila,que en realidad era con quien se estaba

comunicando Becki—. Vamos a dejaruna cosa clara: nada de BlackBerrys, nimóviles, ni iPods en mi clase. Nada deenviar mensajitos. Estamos aquí paratrabajar y mejorar vuestra redacción.

No parecían muy impresionados.Mientras Victoria seguía hablándoles,sonó el timbre y todos se pusieron depie. Nadie esperó a que ella anunciarael fin de la clase.

Cuando el aula quedó vacía, Victoriase sintió muy desanimada y guardó en sumaletín las redacciones que le habíanentregado. Al ver entrar a su segundogrupo de duodécimo y comprobar queestaban igual de alborotados, se sintió

más deprimida todavía. La habíancatalogado como la profesora a la quese podía fastidiar, con quien podían sercrueles y a quien no había que hacer nicaso.

Era como si todos los alumnos deúltimo curso hubiesen recibido unacircular en la que se les pedía que lapusieran a prueba. Victoria estaba apunto de echarse a llorar cuando Helenentró en el aula. Ya no quedaba ningúnalumno, ella estaba recogiendo suscosas y se la veía disgustada.

—¿Un mal día? —preguntó Helencon expresión compasiva. Hasta esemomento Victoria no había sabido si

podía contar con ella como aliada, peroal verla entrar le pareció cordial.

—No muy bueno, la verdad —confesó mientras levantaba su maletíncon un suspiro.

—Tienes que conseguir controlarlosantes de que te venzan ellos a ti. Los deúltimo curso pueden ser muy crueles sise te escapan de las manos. Los deundécimo siempre están que no puedenmás de estrés, y los de décimo son unoscríos. Los de noveno son bebés, y sepasan la primera mitad del cursomuertos de miedo. Son más fáciles dellevar. —Helen se lo sabía a laperfección, y Victoria no pudo evitar

sonreír.—Qué lástima que la señora Bernini

no diera clases a los de noveno.Además, tengo a los de duodécimo porpartida doble: dos grupos.

—Si les dejas, se te comerán paradesayunar —le advirtió Helen—. Tienesque darles caña. No seas demasiadosimpática y no intentes ser su amiga.Sobre todo siendo tan joven como tú.Los chicos de Madison pueden serfantásticos, y la mayoría son muy listos,pero muchos son también unosmanipuladores y creen que el mundo essuyo. Te usarán para limpiar el suelo sino te andas con ojo, y sus padres

también. No dejes que te traten mal.Créeme, tienes que ser más dura. —Hablaba con mucha seriedad.

—Supongo que tienes razón. No mehan entregado los deberes ni la mitad deellos, y se han pasado toda la horaenviándose mensajes de texto,escribiendo notitas y escuchando músicaen el iPod. Han pasado completamentede la clase.

Helen sabía lo complicado queresultaba empezar para una profesoratan joven. Ella también se había visto enesa misma situación.

—Tienes que ser más estricta —insistió mientras salía del aula detrás de

Victoria y regresaba a la suya—.Cárgalos de deberes, desafíalos,suspéndelos si no te entregan una tarea.Expúlsalos si no prestan atención o nohacen el trabajo. Confíscales losaparatos electrónicos. Así, despertarán.—Victoria iba asintiendo con la cabeza.Detestaba tener que llegar a esoslímites, pero sospechaba que Helentenía razón—. El fin de semana olvídatede esos monstruitos. Haz algo que teapetezca —dijo en tono maternal—. Y ellunes a primera hora, vuelve a la carga.Hazme caso, verás cómo se sientanerguidos en su sitio y te prestanatención.

—Gracias —dijo Victoria, y volvióa sonreírle—. Que pases un buen fin desemana. —Estaba realmente agradecidaa Helen por sus consejos, que le habíanlevantado un poco el ánimo.

—¡Igualmente! —exclamó laprofesora, y entró en su aula pararecoger sus cosas.

Victoria regresó a casa caminando.Estaba bastante abatida, sentía que habíafracasado por completo con sus dosclases de duodécimo. Y las de décimo yundécimo tampoco le habían idodemasiado bien. Casi tenía tentacionesde preguntarse por qué había querido serprofesora. Era una idealista y una

ingenua, y con eso no estaba haciendoningún bien a sus alumnos. El final de lasemana se le había torcido. Victoriatemía no lograr controlar a sus grupos,como le había sugerido Helen quehiciera, y que la cosa fuese a peor.Mientras meditaba sobre todo ello sedetuvo a comprar algo para cenar yacabó con tres porciones de pizza, trestarrinas pequeñas de Häagen-Dazs desabores diferentes y un paquete degalletas Oreo. Sabía que esa no era lasolución, pero la comida leproporcionaba consuelo. Al llegar acasa metió la pizza en el horno y abrióel helado de chocolate. Se había comido

ya más de la mitad cuando Bunny llegódel gimnasio. Victoria había pensado ircon ella toda la semana, pero no habíatenido tiempo porque había estadopreparando sus planes de clase y por lanoche estaba demasiado cansada.Aunque Bunny no hizo ningúncomentario al encontrársela comiendohelado, Victoria se sintió culpableinmediatamente. Tapó la tarrina y laguardó en el congelador con las otrasdos.

—¿Qué tal la primera semana? —preguntó Bunny con dulzura. Le parecióque Victoria estaba disgustada.

—Dura. Los chicos son difíciles y

yo soy nueva.—Lo siento. Busca un plan divertido

para este fin de semana. Va a hacer untiempo estupendo. Yo me voy a Boston,Bill estará en casa de Julie, y me pareceque Harlan se va a Fire Island. Tendrástodo el piso para ti.

Eso no era del todo una buenanoticia para Victoria, que se sentía sola,añoraba su casa y estaba deprimida.Echaba de menos a Gracie.

Cuando Bunny se marchó alaeropuerto para coger el avión haciaBoston, Victoria se comió la pizza yllamó a casa para hablar con suhermana. Contestó su madre, que le

preguntó cómo estaba. Ella le dijo quebien, y entonces su padre se puso alteléfono.

—¿Ya estás lista para tirar la toallay volver a casa? —preguntó con unasonora carcajada.

Victoria jamás lo habría reconocidoante él, pero lo cierto era que casi habíaacertado. Se sentía completamente fuerade lugar en el aula, como una auténticafracasada. Sin embargo, las palabras desu padre la habían devuelto a larealidad, y todavía no pensaba tirar latoalla ni mucho menos.

—Aún no, papá —contestó,intentando que su voz sonara más alegre

de lo que estaba.Entonces Gracie se puso al teléfono

y a Victoria le faltó poco para echarse allorar. La añoraba muchísimo y depronto se sintió muy sola en aquelapartamento vacío, en una ciudad nuevay sin amigos.

Estuvieron hablando un buen rato.Gracie le explicó lo que hacía en elinstituto, charlaron sobre sus profesoresy sus clases, y sobre un chico nuevo quele dijo que le gustaba y que iba aundécimo. Siempre había un chico nuevoen la vida de Gracie, y nunca en la de suhermana. Hacía mucho tiempo queVictoria no estaba tan desanimada,

sentía incluso lástima de sí misma, perono explicó nada a Gracie sobre eldesastre que había resultado aquellasemana. Después de colgar, sacó elhelado de vainilla, lo abrió, se fue a suhabitación, encendió la tele y se metióen la cama vestida. Buscó un canal depelículas y se terminó el helado mientrasveía una. Más tarde, al fijarse en latarrina vacía junto a la cama, se sintióculpable. Esa había sido su cena. Estabamás que asqueada consigo misma. Pocodespués se puso el pijama, volvió ameterse en la cama, se tapó con lacolcha hasta la cabeza y no despertóhasta la mañana siguiente.

Para expiar sus pecados de la nocheanterior, el sábado salió a dar un largopaseo por Central Park e incluso hizo unpoco de footing a lo largo del caminoque bordeaba el mayor estanque, elReservoir. Hacía un día magnífico.Victoria vio a numerosas parejaspaseando por allí y eso la entristeció,porque ella no tenía a un hombre en suvida. Al mirar a su alrededor le dio lasensación de que todo el mundo estabaemparejado y que ella era la única queiba sola, como siempre. Regresócorriendo y llorando hasta el borde delparque, y desde allí caminó hasta el pisocon su camiseta, sus pantalones de

deporte y sus zapatillas. Se prometióque no comería más helado aquellanoche. Era una promesa que tenía elfirme propósito de cumplir y, sentadasola en casa, en el apartamento vacío,viendo otra película, consiguió norecurrir al helado. En lugar de eso seacabó el paquete de galletas Oreo.

El domingo lo pasó corrigiendo lasredacciones que le habían entregadoparte de los alumnos de duodécimo. Lesorprendió lo buenas que eran, y muycreativas. Algunos de ellos teníantalento de verdad, y los textos quehabían escrito eran muy elaborados.Estaba impresionada, y así se lo dijo a

ellos el lunes siguiente por la mañana,en clase. Los alumnos se habían dejadocaer repantigados en sus sillas conevidente desinterés. Se veían por lomenos una docena de BlackBerrys sobresus pupitres. Victoria recorrió el aula yfue cogiéndolas una a una para dejarlasluego en su escritorio. Sus propietariosreaccionaron de inmediato, y ella lesdijo que podrían recuperarlas alterminar la clase. Muchas de ellas yaestaban vibrando sobre la mesa por losmensajes que recibían.

Antes de recoger las redaccionesque faltaban, Victoria felicitó por sutrabajo a quienes ya las habían

entregado. Solo dos alumnos seguían sinhaber hecho la tarea. Dos chicos altos yguapos, que se enfrentaron a ella conarrogancia y cinismo al decir que, unavez más, no le habían llevado ningunaredacción.

—¿Ha habido algún problema? ¿Elperro se ha comido vuestros deberes?—preguntó Victoria con calma.

—No —dijo un chico que sellamaba Mike MacDuff—. El sábado fuia los Hamptons con mi familia y mepasé el día jugando al tenis. Luegoestuve en el campo de golf con mi padretodo el domingo. El sábado por lanoche, además, tuve una cita.

—Pues me alegro muchísimo por ti,Mike. Yo nunca he estado en losHamptons, pero tengo entendido que esun sitio precioso. Está muy bien quehayas pasado un fin de semana tanagradable. Tienes un suspenso en laredacción. —Y dicho eso, volvió laatención hacia el resto de la clasemientras repartía copias de un relato quequería que leyesen.

Mike no dejaba de fulminarla con lamirada. El chico que se sentaba a sulado parecía incómodo, seguramenteporque imaginaba que también él habíasuspendido.

Victoria los ayudó a analizar en

detalle el relato y les mostró por quétenía sentido. Era una buena historia ypareció gustarles, porque esta vez leprestaron más atención, y ella se sintióalgo mejor con la clase. Incluso Beckiparticipó con algunos comentarios sobrela lectura.

Como deberes, les pidió queescribieran su propio cuento. Mike sedetuvo frente a su escritorio antes desalir del aula y le preguntó con vozronca si podía recuperar ese suspensoentregándole la redacción que no habíahecho.

—Esta vez no, Mike —repuso ellacon amabilidad, aunque por dentro se

sentía un monstruo.Sin embargo, recordó la advertencia

que Helen le había hecho el viernes deque no los dejara salirse con la suya.Tenía que dar ejemplo castigando a losdos chicos que no se habían molestadoen hacer la redacción.

—¡Menuda mierda! —exclamó Mikelevantando la voz mientras se alejaba azancadas. Dio un portazo al salir.

Victoria ni se inmutó. En lugar deeso se preparó para su segunda clase,que empezaría unos minutos después.

Ese grupo resultó ser máscomplicado que el primero. Había unachica en clase que estaba decidida a

burlarse de ella y a humillarla, e hizovarios comentarios sobre las mujerescon sobrepeso antes de que Victoriaempezara a hablar. Ella fingió no oírnada. La chica se llamaba Sally Fritz,tenía el cabello castaño rojizo, pecas yun tatuaje de una estrella en el dorso dela mano.

—¿A qué universidad fuiste tú? —preguntó a Victoria con muy malaeducación cuando la clase ya habíaempezado. Había interrumpido sincontemplaciones a su profesora.

—A la del Noroeste. ¿Estáspensando en solicitar plaza allí?

—¡Qué va, ni loca! —dijo Sally en

voz bien alta—. Hace un frío que pela.—Cierto, pero a mí me encantó. Es

una buena universidad en cuanto teacostumbras al clima.

—Voy a pedir plaza en California yen Texas.

Victoria asintió con la cabeza.—Yo soy de Los Ángeles. En

California hay varias universidadesestupendas —comentó con simpatía.

—Mi madre fue a Stanford —informó Sally sin que nadie le hubierapreguntado, como si no estuvieran enclase o no le importara lo más mínimo.Era muy presuntuosa.

Victoria retomó entonces la clase y

repartió el mismo relato que habíatrabajado con el grupo anterior deaquella mañana. Estos alumnos parecíanmás participativos y fueron más críticoscon el texto, lo cual propició un debatemás interesante en la clase. Algunosincluso seguían comentándolo mientrassalían del aula, lo cual satisfizo mucho aVictoria. No le importaba que susalumnos la desafiaran, ni siquiera quediscutieran con ella si tenían puntos devista válidos. El objetivo de sus clasesera conseguir que cuestionaran lo quesabían y aquello en lo que pensaban quecreían, y el relato que les habíapresentado había conseguido justamente

eso. Para ella fue toda una victoria y,antes de irse a la sala de profesores acorregir redacciones, pasó a ver aHelen.

—Gracias por el consejo del otrodía —dijo con timidez—. Me ha idomuy bien.

—¿Les has dado caña?Victoria se echó a reír antes de

responder.—No creo que haya hecho eso, no,

pero he suspendido a dos alumnos delprimer grupo por no entregar losdeberes.

Aquella segunda semana del curso leestaba resultando mucho más dura de lo

que había imaginado.—Por algo se empieza. —Helen le

sonrió—. Estoy orgullosa de ti. Con esodespertarás a los demás.

—Creo que así ha sido. Tambiénestoy confiscando todos los iPods y lasBlackBerrys que veo.

—Eso les da mucha rabia —confirmó Helen—. Prefieren cien vecesenviar mensajes de texto a sus amigosque prestarte atención a ti, o a mí, o aquien sea. —Las dos se echaron a reír—. ¿Lo pasaste bien el fin de semana?

—Bastante. El sábado salí al parquey el domingo estuve corrigiendoredacciones. —«Y me comí dos tarrinas

de helado, varios trozos de pizza y unpaquete entero de galletas», pero no lodijo. Sabía que aquello mostraría lodesanimada que estaba.

Siempre comía más cuando se sentíaangustiada, por mucho que se prometierano hacerlo. Ya se veía recuperando demanera inminente la talla 44 o la 46 desu fondo de armario. A Nueva York sehabía llevado ropa de todas las tallas yquería evitar acabar otra vez con una 46,pero tenía muchas probabilidades dealcanzarla, al paso que iba. Sabía quedebía volver a hacer régimen; era comoun tiovivo constante del que, por lovisto, nunca podía bajarse. Sin amigos,

sin novio, sin vida social y con lainseguridad que sentía en su trabajo, elriesgo de acabar engordando en NuevaYork era alto, a pesar de su declaraciónde intenciones. Al fin y al cabo, esasintenciones nunca duraban. A la primeraseñal de crisis se lanzaba de cabeza auna tarrina de helado, un paquete degalletas o una pizza. Y durante el fin desemana había recurrido a esas tres cosasa la vez, lo cual había disparado laalarma mental que le decía que debíaandarse con cuidado o la situación se leiría de las manos.

Helen intuía que Victoria se sentíasola, y le parecía una chica muy joven e

inocente, además de buena persona.—A lo mejor podríamos ir a ver una

película el fin de semana que viene. O aun concierto en el parque —propuso.

—Me gustaría mucho —dijoVictoria, algo más alegre. Se sentíacomo la chica nueva del barrio, y lo era.También era la profesora más joven dela escuela.

Helen le doblaba la edad, peroVictoria le caía bien. Le parecía unajoven brillante, y se daba perfectacuenta de lo mucho que se estabaesforzando y la devoción que sentía porla enseñanza. Era un poco ingenua, peroHelen pensaba que enseguida le cogería

el tranquillo. Los principios siempreeran desafiantes para cualquiera, sobretodo en los grupos de último curso. Losalumnos de instituto eran difíciles, peroVictoria podría con ellos si conseguíatenerlos controlados.

—¿Vienes a la sala de profesores?—preguntó a Helen, esperando unarespuesta afirmativa.

—Tengo otra clase. Te veo luegoallí.

Victoria asintió y echó a andar por elpasillo. La sala de profesores estabadesierta. Todos habían salido a comer, yella intentaba no hacerlo. Aquellamañana había metido una manzana en su

maletín y había prometido portarse bien.Se sentó a mordisquearla mientras leíalas redacciones. Una vez más, lesorprendió lo buenas que eran. Teníaalgunos alumnos muy brillantes. Soloesperaba serlo ella también para poderenseñarles algo y mantener vivo suinterés durante todo el curso. Se sentíamuy insegura. Ahora que se veía anteuna clase llena de alumnos de verdad,las cosas eran mucho más difíciles de loque había supuesto; iba a hacer faltaalgo más que disciplina paramantenerlos a raya. Helen le había dadoalgunos consejos muy útiles, y CarlaBernini le había preparado el plan de

estudios antes de coger la baja pormaternidad, pero Victoria sabía quetendría que imprimir vida y emoción asus clases para conseguir entusiasmar alos chavales. Tenía un miedo horrorosoa que no se le diera bien la enseñanza yacabar fracasando. Quería ser buena eneso más que ninguna otra cosa. No leimportaba lo poco que cobraba; aquellaera su vocación y quería convertirse enuna gran profesora, de esas a las que losalumnos recuerdan durante años. Notenía ni idea de si lo lograría, pero haríatodo lo que estuviera en su mano. Yaquello era solo el principio. El cursono había hecho más que empezar.

Durante las siguientes dos semanasVictoria luchó por mantener despierta laatención de sus alumnos. Confiscóteléfonos móviles y BlackBerrys, lespuso deberes difíciles y, un día que laclase de décimo estaba especialmentealborotada, se llevó a los chicos a daruna vuelta por el barrio y luego les pidióque escribieran sobre ello. Intentaba quese le ocurrieran cuantas más ideascreativas mejor, y conocer a todos ycada uno de los alumnos de sus cuatrogrupos y así, por fin, dos meses después,empezó a tener la sensación de que aalgunos de ellos les caía bien. Los finesde semana se devanaba los sesos en

busca de ideas que proponerles, librosnuevos que leer y proyectos originales.A veces los sorprendía con pruebas otrabajos inesperados. Sus clases erancualquier cosa menos aburridas. Afinales de noviembre empezó a tener laimpresión de que estaba llegando aalguna parte con ellos y se estabaganando su respeto. No a todos susalumnos les gustaba, pero al menos leprestaban atención y respondían bien.Cuando cogió un avión para regresar acasa por Acción de Gracias, estabaconvencida de haber conseguido algo.Hasta que vio a su padre.

Jim la miró con sorpresa al ir a

buscarla al aeropuerto junto a su madrey a Grace, que se lanzó a los brazos deVictoria rebosante de alegría mientras suhermana mayor le daba un beso.

—¡Caray! El helado debe de ser muybueno en Nueva York —espetó su padrecon una amplia sonrisa.

Su madre puso una caraavergonzada, no por el comentario de él,sino por el aspecto de Victoria, que,corrigiendo redacciones y trabajando ensus clases por las noches y los fines desemana, había recuperado los kilos quehabía perdido.

Se había alimentado a base decomida china para llevar y batidos de

chocolate dobles, y el régimen quesiempre tenía intención de empezar nohabía llegado a materializarse. Habíavolcado toda la energía en las clases yen los alumnos, no en sí misma. Ella,mientras tanto, no había hecho más quecomer lo que no debía para darse fuerza,consuelo y valor.

—Supongo que sí, papá —respondiócon vaguedad.

—¿Por qué no te haces pescado yverduras al vapor, cariño? —dijo sumadre.

Victoria no se lo podía creer:después de casi tres meses sin verla, loúnico en lo que se fijaban era en su

peso. Salvo Gracie, que la miraba llenade alegría. A ella no le importaba latalla que llevara Victoria; la quería ypunto. Las dos hermanas se alejaroncogidas del brazo hacia la cinta deequipajes, contentas de volver a estarjuntas.

El día de Acción de Gracias,Victoria ayudó a su madre a cocinar elpavo y disfrutó de la celebración y de lacomida con su familia, milagrosamentesin ningún comentario negativo más porparte de su padre. Hacía un día cálido yapacible, y al terminar salieron adescansar un rato al jardín de atrás,donde su madre le preguntó cómo le iba

en la escuela.—¿Te gusta el trabajo? —Seguía sin

entender que su hija quisiera serprofesora.

—Me encanta. —Dedicó una gransonrisa a su hermana—. Y eso que misalumnos de décimo son horribles. Sonunos monstruitos espantosos, igual quetú. No hago más que confiscarles losiPods para que presten atención.

—¿Por qué no les pides queescriban la letra de una canción? —propuso Gracie mientras su hermanamayor se la quedaba mirando sin salirde su asombro—. Mi profe nos lo pusode deberes y a todos nos gustó un

montón.—¡Qué gran idea! —Se mostró

impaciente por probarlo con susalumnos. Había planeado pedir a los deundécimo y duodécimo que escribieranun poema las semanas antes de Navidad,pero una canción para los de décimo erauna idea estupenda—. Gracias, Gracie.

—Tú pregúntame lo que quieras delos de décimo —dijo ella con orgullo,sintiéndose representante de su curso.

Su padre consiguió evitar el temadel peso de Victoria durante el resto desu visita, y su madre comentódiscretamente que quizá debería ir aComedores Compulsivos Anónimos, lo

cual hirió mucho los sentimientos deVictoria, pero, aparte de eso, fue un finde semana cálido y acogedor, sobre todogracias a su hermana. El domingo todosla acompañaron al aeropuerto. Ellahabía pensado regresar al cabo decuatro semanas a pasar la Navidad conellos, así que en esa ocasión su adiós noestuvo acompañado de lágrimas. Estaríaen casa todas las vacaciones, puesto queen la escuela le daban dos semanaslibres. Ya en el avión de vuelta a NuevaYork, pensó de nuevo en esa idea deGracie de hacer escribir una canción alos de décimo.

El miércoles por la mañana explicó

la tarea en su clase y todos estuvieronencantados. Era algo en lo que lesapetecía estrujarse la cabeza y, por unavez, se los veía casi eufóricos con losdeberes. Aunque a los de undécimo yduodécimo no les entusiasmó tanto elpoema que tenían que escribir, Victoriaempezaba a ayudar ya a alguno de elloscon sus redacciones para la solicitud deentrada a la universidad. Estabacargadísima de trabajo.

Las canciones que compusieron losde décimo fueron estupendas. Un chicollevó incluso una guitarra a clase eintentó poner música a sus palabras. Laidea fue un éxito total y sus alumnos le

preguntaron si podían alargar elproyecto hasta las vacaciones deNavidad. Victoria estuvo de acuerdo.Además, les puso muy buenas notas porsu trabajo. Nunca había repartido tantosexcelentes. Los trabajos de poesíatambién resultaron extraordinarios.Llegadas las vacaciones de Navidad,Victoria sentía que se había ganado suconfianza porque todos se portabanmucho mejor en sus clases. TambiénHelen lo había notado. Los alumnosparecían contentos y entusiasmadoscuando salían del aula.

—¿Qué has hecho con ellos? ¿Loshas drogado?

—He seguido un consejo de mihermana, que tiene quince años. Hepedido a los de décimo que componganuna canción —anunció Victoria conorgullo, y Helen quedó impresionadapor su creatividad.

—Eso es genio en estado puro.Ojalá pudiera hacerlo yo en mi clase.

—He robado la idea a la profesorade mi hermana, pero ha surtido efecto. Ylos mayores están escribiendo poemas.Hay unos cuantos que tienen talento deverdad.

—Igual que tú —dijo Helen con unamirada de admiración—. Eres unaprofesora estupenda, caray. Espero que

lo sepas. Y me alegro de que estésaprendiendo a controlar a la clase. Esmejor para ellos, y para ti también.Incluso a su edad necesitan límites,disciplina y organización.

—He estado trabajando en ello —reconoció Victoria abiertamente—, peroa veces creo que meto la pata hasta elfondo. Ser profesora conllevamuchísima más creatividad de lo que yopensaba al principio.

—Todos metemos la pata alguna vez—comentó Helen con franqueza—. Esono te convierte en una mala maestra. Hayque seguir intentándolo y descubrir quéfunciona, hasta que consigues ganártelos.

Es todo lo que podemos hacer.—Me encanta este trabajo —repuso

ella, feliz—, aunque a veces me saquende quicio. Últimamente ya no están tanimpertinentes. Incluso tengo a un alumnoque quiere ir al Noroeste porquecomenté que a mí me había encantadoesa universidad.

Helen sonreía mientras Victoria leexplicaba todo aquello, veía en sus ojosla pasión que sentía por su profesión, yeso le alegró el corazón.

—Espero que Eric sea lo bastantelisto para ofrecerte un contrato fijocuando vuelva Carla. Estará loco si tedeja marchar —comentó con cariño.

—Me encantaría quedarme aquí,pero ya veremos qué sucede el año queviene. —Era consciente de que en marzoy en abril se ofrecerían los contratospara el curso siguiente, y aún no sabía sihabría una plaza para ella. Esperaba quesí, pero no era nada seguro.

De momento lo que tenía que hacerera trabajar. Por sí misma, por loschicos y por la escuela. A Eric Walker,el director, le habían llegado buenoscomentarios sobre Victoria por parte delos alumnos. También dos de los padresle habían hecho saber que les gustabanlos trabajos que les pedía. Inspirabamucho a los chicos y, cuando hacía falta,

también los presionaba. Se salía de lopreestablecido y no le asustaba probarcosas nuevas. Era justamente la clase deprofesora que querían.

Además, después de Acción deGracias Victoria había dejado de comerde una forma tan voraz. El comentariode su padre y la insinuación de su madresobre Comedores CompulsivosAnónimos habían aplacado un poco suapetito. Todavía no había empezadoningún nuevo régimen infalible, peropensaba hacerlo durante las Navidades.Había sopesado la opción de ir a WeightWatchers, pero se dijo que no teníatiempo. De momento había frenado un

poco el consumo de helado y pizza, y encambio compraba más ensaladas y sehacía pechuga de pollo a la plancha paracenar en la cocina con sus compañerosde piso al volver a casa. También seobligaba a merendar fruta a media tarde.Seguía sin tener demasiada vida social,aparte de salir de vez en cuando conHelen al cine, pero pasaba buenos ratosen el piso. Veía a Harlan más que aningún otro, porque Bill siempre estabacon Julie, y Bunny se marchaba a Bostoncasi todos los fines de semana para vera su novio. Tenía en mente irse a vivircon él. Harlan, sin embargo, pasabamucho tiempo en casa. Casi tanto como

ella. También estaba soltero y sincompromiso, y trabajaba tanto comoVictoria. Por las tardes a menudollegaba a casa exhausto y le encantabadesmoronarse delante de la tele quetenía en su habitación, y luego reunirsecon ella en la cocina para cenar algoligero.

—Bueno, y ¿qué vas a hacer estasNavidades? —le preguntó Victoria unanoche mientras tomaban un té.

—Me han invitado a South Beach,pero no sé si ir. No es que el ambientede Miami sea lo mío. —Él era unhombre serio que trabajaba con grandiligencia en el museo. Victoria sabía

que no estaba muy unido a su familia yque no pensaba regresar a Mississippidurante las vacaciones. Una vez le habíaexplicado que no era bien recibido en sucasa porque a sus padres no les gustabaque fuera gay, lo cual a ella le pareciómuy triste.

—Yo volveré a Los Ángeles a ver amis padres y a mi hermana —explicóVictoria, pensativa, haciéndose lareflexión de que sus padres tampoco lahabían aceptado nunca por completo.

Llevaba toda la vida siendo unainadaptada y una marginada en su propiafamilia. Incluso su talla los molestaba yla hacía parecer diferente. Su madre

habría preferido morir a pesar lo quepesaba ella; jamás lo habría permitido.Y su padre seguía sin poder resistirse asoltar comentarios a su costa, sin darsecuenta de lo mucho que la herían. Aunasí, Victoria nunca había pensado que sucrueldad fuese consciente.

—¿Los echas de menos cuando estásaquí? —preguntó Harlan. Sentíacuriosidad por la familia de ella.

—A veces. Son los míos. Sobre todoa mi hermana. Siempre ha sido mi niñapequeña. —Sonrió.

—Yo tengo un hermano mayor queme odia —dijo Harlan mientras servíados tazas más de té—. Ser gay no era lo

más agradable del mundo en Tupelo,Mississippi, cuando yo era pequeño, ysigue sin serlo ahora. Sus amigos y élme daban palizas cada dos por tres. Nisiquiera supe por qué hasta los quinceaños, cuando empecé a darme cuenta.Hasta entonces solo me sentía diferente.Después lo comprendí. Me marché encuanto cumplí los dieciocho y me vine ala universidad. Creo que se sintieronaliviados al verme marchar. Solo vuelvouna vez cada varios años, cuando se meacaban las excusas.

A Victoria le parecía una vida tristey muy solitaria, pero su vida familiartambién lo habría sido de no ser por

Gracie.—Yo también soy la oveja negra de

la familia —reconoció—. Todos ellosson delgados, tienen los ojos castaños yel pelo oscuro. Soy el monstruo de lafamilia. Mi padre siempre estámetiéndose conmigo por mi peso, y mimadre me deja recortes de periódicosobre nuevas dietas sobre mi escritorio.

—Qué crueles —comentó Harlancon tristeza, aunque se había fijado en loque comía Victoria, y en qué cantidad,cuando estaba cansada o deprimida. Élcreía que tenía una cara muy bonita yunas piernas estupendas, a pesar de sugeneroso busto. Sin embargo, aun así era

una mujer guapa. Le sorprendía que nosaliera con nadie—. Algunos padreshacen mucho daño —añadió, pensativo—. Me alegra saber que nunca tendréhijos. No querría hacer a nadie lo queellos me hicieron a mí. Mi hermano esun auténtico imbécil. Trabaja en unbanco y es más aburrido que unalavadora. Está casado y tiene dos niños.Cree que ser gay es una enfermedad.Siempre está deseándome que merecupere, como si tuviese amnesia y depronto fuese a recordar que soy hetero,lo cual sería mucho menos vergonzosopara él, claro. —Harlan rio mientras loexplicaba. Tenía veintiséis años y estaba

cómodo con su identidad. Esperaballegar a ser comisario del Met algún día,aunque el sueldo no era para tirarcohetes. Aun así, se dedicaba en cuerpoy alma a su trabajo, igual que Victoria ala enseñanza—. ¿Y tú? ¿Te lo pasarásbien en Los Ángeles por Navidad? —lepreguntó con expresión nostálgica.

Victoria asintió. Se lo pasaría bienpor Gracie.

—Me encantaba cuando mi hermanaera pequeña y aún creía en Santa Claus.Todavía le dejamos galletas, yzanahorias y sal a los renos.

Harlan sonrió al oírlo.—¿Tienes algún plan para Fin de

Año? —preguntó con genuino interés,intentando imaginar su vida enCalifornia.

Ella nunca explicaba mucho sobresus padres, solo hablaba de su hermanapequeña.

—La verdad es que no.Normalmente me quedo en casa con mihermana. Uno de estos días ya será lobastante mayor para tener una cita deverdad, y entonces sí que estaréacabada.

—A lo mejor podríamos hacer algo,si los dos hemos vuelto ya a Nueva York—dijo Harlan, y a ella le gustó la idea—. Podríamos ir a Times Square a ver

cómo cae la bola, con todos los turistasy las fulanas. —Se echaron a reír solocon imaginarlo.

—Puede que vuelva de Los Ángelesa tiempo para eso —dijo Victoria,pensándolo mejor—. Las clasesempiezan unos días después. Así verécómo es la Nochevieja aquí.

—Envíame un mensaje de textocuando decidas qué vas a hacer —repuso Harlan.

Ella asintió y luego metieron lastazas en el lavavajillas.

Victoria dejó un regalito a cada unode sus compañeros de piso encima de lacama antes de irse a California, y

también llevaba regalos para Gracie ypara sus padres en la maleta. Estabacontenta de volver a casa para estar consu familia, sobre todo con su hermana.Cuando llegaron del aeropuertodecoraron el árbol todos juntos ybebieron un delicioso ponche de ron.Estaba fuerte y quemaba un poco en lalengua, pero a Victoria le gustó. Lacabeza le daba vueltas cuando se fue ala cama. Le sentaba bien estar en casa.Gracie se coló en su cama y se tumbó asu lado, y las dos estuvieron riendo ycharlando hasta que se quedarondormidas. También sus padres parecíande muy buen humor. Su padre le dijo que

había conseguido un cliente nuevo muyimportante para la agencia, y su madreacababa de ganar un torneo de bridge.Gracie estaba entusiasmada porque teníavacaciones y podría estar con Victoriaen casa todos esos días. Se alegraba detenerla allí.

Todo fue como la seda el día deNavidad. A sus padres y a Gracie lesgustaron sus regalos. Su padre le regalóa ella una cadena de oro larga porque,según le dijo, así no tenía quepreocuparse de si era de su talla. Y sumadre le regaló un jersey de cachemir ydos libros, uno sobre ejercicios y otrosobre una nueva dieta. Ninguno se había

dado cuenta de que había adelgazadodesde Acción de Gracias. Solo suhermana le dirigió varios cumplidos,pero sus amables palabras nunca lecalaban tan hondo como los insultos desus padres.

Dos días después de Navidad aGracie la invitaron a una fiesta deNochevieja en casa de una amiga deBeverly Hills, pero Victoria no teníanada que hacer. La gente a la queconocía estaba trabajando en otrasciudades, y dos amigas que seguíanviviendo en Los Ángeles se habían ido aesquiar. Lo único que hizo durante todaslas vacaciones fue estar con Grace, que

se ofreció a quedarse con ella la nochede Fin de Año.

—No seas tonta… tienes que salircon tus amigas. Yo, de todas formas,había pensado volver a Nueva York.

—¿Tienes una cita? —Gracie lamiró con interés. Era la primera noticiaque tenía.

—No, solo es uno de miscompañeros de piso. No sé si estará allí,pero habíamos hablado de hacer algojuntos por Nochevieja.

—¿Le gustas? —quiso saber Graciecon una miradita maliciosa, y Victoria seechó a reír al oír la pregunta.

—No de esa forma, pero es un buen

amigo y lo pasamos muy bien juntos.Trabaja en el Museo Metropolitano.

—Menudo rollo —comentó Gracie,poniendo los ojos en blanco. Estabadecepcionada porque no parecía unahistoria demasiado prometedora. Sedaba cuenta de que su hermana no loveía como una opción real de aventuraamorosa.

Al final Victoria se marchó de LosÁngeles el día de Fin de Año por lamañana. Gracie iría a la fiesta de casade su amiga, y a sus padres los habíaninvitado a una cena. Ella se habríaquedado sola en casa, así que decidióregresar a Nueva York. Además, tenía

que prepararse para las clases. Envió unmensaje de texto a Harlan esperando quetambién él hubiese regresado a NuevaYork. Su padre la acompañó alaeropuerto mientras su madre y suhermana estaban en la peluquería.Victoria y Gracie ya se habíandespedido esa mañana.

—¿Crees que volverás a casadespués de este año en Nueva York? —le preguntó su padre durante el trayecto.

—Todavía no lo sé, papá. —Noquería decirle que seguramente no,porque allí se sentía feliz. Aún no teníaun gran círculo de amistades, pero legustaban sus compañeros de piso, el

apartamento y su trabajo. Era uncomienzo.

—Te iría muchísimo mejor en otrocampo —le repitió por enésima vez.

—Me gusta dar clases —repuso ellacon calma.

Jim se echó a reír y la mirófijamente.

—Al menos sabemos que nunca temorirás de hambre.

Victoria seguía sin poder creer quesu padre no desperdiciara ni unaoportunidad para clavarle una puñaladao meterse con ella. Esa era una de lasprincipales razones por las que estabaen Nueva York. No contestó nada y se

quedó callada en su asiento el resto deltrayecto hasta el aeropuertointernacional de Los Ángeles. Comohacía siempre, su padre la ayudó con lasmaletas y le dio una propina al porterode su parte. Después volvió a abrazarlacomo si no hubiese hecho semejantecomentario en el coche. Nunca se dabacuenta.

—Gracias por todo, papá.—Cuídate mucho —dijo él con voz

sincera.—Tú también. —Victoria le dio un

abrazo y se alejó hacia el control deseguridad.

Subió al avión y, justo entonces, vio

que tenía un mensaje de texto de Harlan.«Llegaré a Nueva York a las seis de latarde», le había escrito. Ella aterrizaríaa las nueve, hora local.

«Yo estaré en el piso a las diez»,contestó.

«¿Times Square?», fue el siguientemensaje.

«Ok».«Tenemos una cita». Victoria sonrió

y apagó el móvil. Al menos eraagradable saber que tendría algo quehacer en Nochevieja, y alguien conquien pasarla. Comió algo en el avión,vio una película y durmió las últimasdos horas de vuelo. Cuando aterrizaron

en Nueva York estaba nevando; lassuaves ráfagas de copos de nieveconvertían el paisaje en una felicitaciónde Navidad mientras se dirigía en taxi asu casa. Aunque siempre le entristecíasepararse de Gracie, estabaentusiasmada por haber vuelto. Habíaprometido a su hermana que podría ir averla a la Gran Manzana en lasvacaciones de primavera. Sus padresdijeron que la acompañarían. Victoriahabría preferido que no lo hiciesen.

En el piso la esperaba Harlan:recién llegado de Miami y bronceado.Le explicó que no le había gustado elambiente gay de allí, que era demasiado

glamuroso y superficial, y que también aél le alegraba estar de vuelta.

—¿Qué tal por Los Ángeles? —lepreguntó mientras ella entraba en casa.

—Bien. Me he divertido mucho conmi hermana. —Victoria le sonrió, y éldescorchó una botella de champán y lealargó una copa.

—¿Se han portado bien tus padres?—Ni mejor ni peor que de

costumbre. Lo he pasado bien con mihermana, pero me alegro de estar otravez aquí.

—Y yo. —Harlan sonrió y bebió unsorbo de champán—. Será mejor que tepongas las botas de nieve para ir a

Times Square.—Pero ¿de verdad vamos a ir? —

Fuera estaba nevando, pero eran unoscopos suaves que flotaban en el aireantes de caer en el suelo.

—Joder, ya lo creo. No me loperdería por nada del mundo. Tenemosque ver cómo cae la gran bola. Yavolveremos después a casa para entraren calor.

Victoria rio y apuró su copa dechampán.

Salieron del apartamento y cogieronun taxi a las once y media, con lo quellegaron a Times Square diez minutosantes de la medianoche. Había una

muchedumbre enorme contemplando lagran bola de espejos, y Victoria sonrió aHarlan mientras la nieve se les posabaen el cabello y las pestañas. Parecía laforma perfecta de pasar aquella noche.Después, al tocar las doce, la bola deespejos cayó y todo el mundo se puso agritar de alegría. Ellos se quedaron depie, riendo y abrazándose, y se dieron unbeso en la mejilla.

—Feliz año nuevo, Victoria —dijoHarlan, muy alegre. Le encantaba estarcon ella.

—Feliz año nuevo —contestóVictoria mientras lo abrazaba.

Los dos levantaron la mirada hacia

el cielo como dos niños para ver caer lanieve. Parecía un decorado. Ambossintieron la perfección de aquelmomento: eran jóvenes y estabandisfrutando de la Nochevieja en NuevaYork. De momento, al menos, no podíapedirse más. Estaban más que contentosde tener a un amigo cerca aquella noche,así que se quedaron allí hasta quetuvieron el cabello y el abrigo cubiertosde nieve, y después se alejaron unascuantas manzanas de Times Square,rodeados de luces brillantes y gente, ypararon un taxi para volver a casa.Había sido una velada perfecta.

11

De vuelta en la escuela, en enero, losalumnos de undécimo de Victoriaestaban tensos. Tenían hasta dossemanas después de las vacaciones paraacabar sus solicitudes a la universidad,y muchos de ellos no las habíanterminado y necesitaban ayuda. Ella sequedó todos los días al terminar lasclases para darles consejos sobre susredacciones, y los chicos leagradecieron su excelente guía y susconsejos. Eso la unió más a los alumnoscon quienes trabajaba, y algunos le

hablaron de sus planes y sus esperanzas,de su familia, de su vida en casa y desus sueños. Incluso Becki Adams lepidió ayuda, igual que muchos chicos.Unos cuantos reconocieron quenecesitaban becas, pero la mayoría delos alumnos de Madison no teníanproblemas económicos, y todos ellos sesintieron aliviados cuando terminaronsus solicitudes y las enviaron porcorreo. No sabrían nada hasta marzo oabril, y ya solo tenían que acabar elcurso sin suspender ni meterse en ningúnlío.

Los dos últimos días de eneroVictoria asistió a un congreso educativo

en el Javits Center con algunosprofesores más de la escuela. Habíavarias mesas redondas a las que podíaninscribirse, discusiones en grupo yconferencias de pedagogos famosos. Lepareció muy interesante y agradeció a laescuela la oportunidad de participar enalgo así. Acababa de salir de unaconferencia sobre la identificación deseñales de alerta del suicidioadolescente que impartía un psiquiatrainfantil, cuando se topó con un joven queno miraba por dónde iba y casi la hizocaer al suelo. Él se disculpóprofusamente y la ayudó a recoger losfolletos y los impresos que le había

hecho caer. Al verlo erguirse, Victoriase quedó sin palabras de lo atractivoque era.

—Lo siento, no era mi intencióntirarte al suelo —le dijo él con una vozagradable y una sonrisa deslumbrante.Era difícil no quedárselo mirandoembobada, y Victoria se fijó en quehabía varias mujeres cerca que tambiénlo observaban—. Una conferenciaestupenda, ¿verdad? —añadió él,todavía con esa sonrisa tan afable.

La charla había despertado enVictoria toda una nueva línea depensamiento. Nunca se le había ocurridopensar que uno de sus alumnos pudiera

tener ideas suicidas o que ocultasegraves problemas, pero comprendía quese trataba de una inquietud muy real.

—Sí, sí que lo ha sido.—Yo doy clases a chicos de

undécimo y duodécimo, y por lo queparece son los que se encuentran enmayor riesgo.

—También yo —dijo ella mientrasechaba a andar en la misma direcciónque él, hacia el bufet que tenían para laspausas. De momento el congreso estabaresultando fascinante.

—¿Dónde das clases? —Se le veíaperfectamente cómodo hablando con ellay parecía tener ganas de seguir cuando

ambos se detuvieron frente al bufet.—En la Escuela Madison —dijo

Victoria con orgullo, sonriéndole.—He oído hablar de ella. Niños

pijos, ¿eh? Yo estoy en un centropúblico. Es un mundo diferente.

Siguieron charlando unos minutos,tras los cuales él le presentó a unaconocida suya, Ardith Lucas, y luegoinvitó a Victoria a sentarse a una mesacon ellos. Todo el mundo competía porconseguir una silla antes de queempezara el siguiente debate o lapróxima conferencia. Por toda la salahabía muchas mesas dispuestas conpublicaciones gratuitas y también libros

que podían comprarse. El profesor conel que había tropezado Victoria llevabauna bolsa llena, y ella ya habíarecopilado los folletos que más leinteresaban (los que se le habían caído yél le había ayudado a recoger). Él ledijo que se llamaba John Kelly, yparecía algunos años mayor que ella.Ardith era bastante mayor que ambos, ycomentó que no veía la hora dejubilarse. Tras cuarenta años dedicada ala enseñanza, había cumplido su cupo ydeseaba ser libre. Victoria y John aúnestaban empezando.

Los tres conversaron durante lacomida. John era guapísimo, muy

agradable y una persona brillante.Después de comer le apuntó su númerode teléfono y su dirección de correoelectrónico y le dijo que le encantaríaque quedaran algún día. Victoria no tuvola impresión de que le estuvierapidiendo una cita, sino que más bienquería ser su amigo. De hecho, le dio lasensación de que era gay. Ella tambiénle pasó sus datos de contacto. No sabíasi volvería a saber algo de él, así que loolvidó y, una semana después, sesorprendió de que la llamara y lainvitara a comer un sábado.

Había una nueva exposición depintores impresionistas en el Museo

Metropolitano, y los dos querían verla.Se encontraron en el vestíbulo y luegorecorrieron la exposición. Trasdisfrutarla juntos, fueron a la cafetería acomer algo. Victoria lo estaba pasandoestupendamente con él, y entoncesmencionó que uno de sus compañeros depiso trabajaba en el Instituto del Vestidoy que estaba preparando una exposiciónnueva aquel día, así que después decomer decidieron pasar a hacer unavisita a Harlan. Él se sorprendió de vera Victoria y quedó impresionado por sunuevo amigo. Era imposible no fijarseen lo apuesto y rubio que era John y ensu cuerpo absolutamente atlético, y,

cuando Victoria los vio a ambosmirándose, confirmó su primeraimpresión sobre John. Aquellos doshombres se atraían el uno al otro comodos imanes. Harlan les ofreció una visitaguiada por el Instituto del Vestido y,cuando llegó la hora de despedirse,parecía que a John le costara separarsede él. Mientras bajaban la escalera de laentrada del museo, le comentó a Victoriaque Harlan le había parecido un tipofantástico, y ella le aseguró que lo era.De pronto se sentía como Cupido, leencantaba la idea de haberlospresentado. Sin pensarlo mucho, invitó aJohn a cenar en el apartamento el

domingo por la noche. Él parecióencantado de aceptar, y luego cogió unautobús para ir al centro, donde vivía,mientras Victoria regresaba a casa a pie.

Harlan no llegó hasta las diez de lanoche porque tenía que acabar depreparar la exposición, pero se asomó ala habitación de Victoria, que estabatumbada en la cama viendo la tele.

—¿Quién era esa bella apariciónque me has traído hoy al Instituto? Casime desmayo cuando os he visto entrar.¿De qué lo conoces?

Vitoria se echó a reír al verle lacara.

—Nos conocimos la semana pasada

en un congreso de profesores. Estuvo apunto de tirarme al suelo, literalmente.

—Qué suerte tienes. Parece un tipoestupendo.

—Sí, yo también lo creo —dijo,sonriente—, y me parece que juega en tuequipo.

—Entonces ¿por qué te ha invitado asalir? —Harlan no parecía tenerlo tanclaro, creía que a lo mejor John erahetero.

—Porque le caigo bien como amiga.Hazme caso, a mí no me mira como te hamirado a ti. —Los hombres nunca lohacían, por lo menos que ella supiera—.Y, por cierto, lo he invitado a cenar aquí

mañana por la noche. —Soltó unacarcajada al ver la expresión de Harlan.Parecía que acabara de decirle que lehabía tocado la lotería.

—¿Va a venir aquí?—Sí. Y será mejor que prepares

algo para cenar. Si cocino yo, nosenvenenaré a todos. A menos quepidamos una pizza.

—Cocinaré encantado —repusoHarlan, contento, y se fue a su habitacióncomo si estuviera flotando en una nube.Nunca había visto a nadie tan guapocomo John.

Harlan también era un jovenatractivo, y Victoria creía que hacían

muy buena pareja. Se preguntó si habíasido una especie de premonición o puroinstinto lo que la había impulsado apresentarlos. Se le había ocurrido sobrela marcha, pero de pronto le parecía unainspiración divina, igual que a Harlan.

Después de comprar una pierna decordero, patatas, judías verdes y unatarta de chocolate en una pastelería quetenían cerca de casa, Harlan, como elexperto cocinero que era, se pasó todoel día siguiente en la cocina. A la horade la cena, los aromas que salían de allídentro eran deliciosos. John Kelly fuepuntual y se presentó con un pequeñoramo de flores y una botella de vino

tinto. Dio las flores a Victoria y el vinoa Harlan, que lo abrió y sirvió una copapara cada uno antes de que pasarantodos a la sala de estar. Entre los doshombres hubo una conexión inmediata:no pararon de hablar hasta que sesentaron a cenar, una hora después.Harlan había preparado una mesa muybonita en el comedor, con mantelesindividuales y servilletas de lino,además de velas. Se había empleado afondo. Hacia el final de la cena Victoriase sentía como una intrusa en una cita,así que los dejó solos. Dijo que teníaque evaluar unos trabajos antes de laclase del día siguiente y, tras asegurar a

Harlan que lo ayudaría a fregar losplatos más tarde, cerró la puerta consuavidad. En su cuarto encendió eltelevisor y se echó en la cama. Estabamedio dormida cuando John llamó a supuerta para despedirse y darle lasgracias por todo. Cuando Victoria oyó lapuerta de entrada, fue a la cocina paraayudar a Harlan con los platos.

—Bueno, ¿qué tal ha ido? —lepreguntó, sonriendo.

—¡Madre mía! —exclamó Harlancon una sonrisa de oreja a oreja—. Es elhombre más extraordinario que heconocido jamás.

A sus veintiocho años, John parecía

tener las cosas muy claras; era serio,responsable y también muy divertidocuando se conversaba con él. Harlandijo que lo había pasado en grande.

—Le gustas —comentó Victoriamientras aclaraba los platos que lepasaba su compañero.

—¿Cómo lo sabes?—Cualquiera se daría cuenta —le

aseguró ella—. Se le iluminaba la caracada vez que os mirabais.

—Podría haberme pasado la nocheentera hablando con él —añadió Harlanen tono soñador.

—¿Te ha invitado a salir? —quisosaber Victoria, divirtiéndose ya con el

romance que empezaba a desplegarseante ella. Le encantaba la idea dehaberlos presentado.

—Todavía no. Me ha dicho quellamará mañana. Espero que lo haga.

—Seguro que sí.—Cumplimos años el mismo día —

dijo Harlan, y Victoria se echó a reír.—Eso tiene que ser una señal. Vale,

pues me debes una bien grande. Siacabáis juntos, quiero que pongan minombre a una calle o algo así.

—Si acabamos juntos, puedesquedarte con todos los cromos debéisbol autografiados de cuando erapequeño, y con la plata de mi abuela.

—Yo solo quiero que seáis felices—dijo ella con cariño.

—Gracias, Victoria. Parece un tipoencantador.

—Igual que tú.—Yo nunca me siento así. Siempre

tengo la sensación de que los demás sonmejores que yo, más listos, mássimpáticos, más guapos, más enrollados.—Parecía nervioso mientras decíaaquello.

—Yo también —repuso ella contristeza. Conocía esa sensación y sabíamuy bien por qué. Procedía de todosesos años en los que sus padres lahabían convencido de que no valía para

nada, todas las veces que su padre lehabía hecho saber que era gorda y fea.Habían minado su seguridad y suautoestima desde el día en que nació, ytodavía era una cruz con la que tenía quecargar. En el fondo Victoria siemprehabía creído que su padre tenía razón.

—Supongo que se lo tenemos queagradecer a nuestros padres —dijoHarlan en voz baja—. Aunque creo queJohn tampoco lo ha pasado bien. Sumadre se suicidó cuando él era pequeño,y su padre no quiere saber nada de élporque es gay. Pero parece una personabastante cuerda y normal, a pesar detodo. Acaba de salir de una relación de

cinco años. Su compañero lo engañó conotro, así que cortaron.

Victoria se alegró por Harlan ydeseó a ambos que saliera algo bueno detodo ello. Él se deshizo otra vez enagradecimientos y luego apagaron lasluces y cada uno se fue a su habitación.Habían disfrutado de una cena deliciosay de una velada encantadora. Victoria lohabía pasado muy bien conversando conellos, aunque no tanto como ellos doshabían disfrutado hablando el uno con elotro.

Por la mañana salió temprano y novio a Harlan en todo el día, ni alsiguiente. Era ya miércoles cuando se lo

encontró en la cocina, al llegar los dosdel trabajo. A ella le daba miedopreguntar si había tenido noticias deJohn por si aún no sabía nada de él, peroHarlan le informó de todo antes de quetuviera tiempo de preguntar.

—Anoche cenamos juntos —dijo,resplandeciente.

—¿Y qué tal fue?—Espectacular. Ya sé que es muy

pronto para decir esto, pero me heenamorado.

—No tengas prisa y ya irás viendocómo va.

Harlan asintió, pero no parecíacapaz de seguir su consejo.

Victoria volvió a encontrarse a Johnen la cocina del apartamento aquel finde semana. Harlan y él estabanpreparando la cena. John había llevadosu propio wok y había propuesto dejarloallí. La invitaron a cenar, pero ella dijoque tenía otros planes y salió sola a veruna película para dejarles intimidad. Alvolver del cine no estaban en casa.Victoria no sabía adónde habían ido ytampoco hacía falta. Aquella era lahistoria de ellos dos, su vida. Ella soloesperaba que acabase siendo unarelación afectuosa para ambos, y demomento parecía que así era. Elcomienzo estaba siendo muy

prometedor. Sonrió para sí al pensarlo yse fue a su habitación. Normalmente nohabía nadie en casa el fin de semana, yeso le recordó que ella no había tenidoni una sola cita desde que vivía enNueva York. Nadie la había invitado asalir desde el verano anterior, en LosÁngeles, hacía por lo menos seis meses.

Nunca iba a ningún sitio dondepudiera conocer a hombres, salvo aquelcongreso de profesores en el que sehabía tropezado con John. Aparte deeso, no iba a ningún gimnasio ni estabaapuntada a ningún club. No salía abares. En su escuela no había profesoressolteros, heterosexuales y de la edad

adecuada. Nadie le había presentado aningún amigo, y todavía no habíaconocido a nadie por su cuenta. Pensóentonces que habría estado bien quesucediera, pero lo único que tenía parallenar su vida, de momento, era eltrabajo. Esta vez, por lo visto, era elturno de Harlan, y también de John. Sealegraba por ellos y sabía que tarde otemprano ella conocería a alguien. Conveintidós años, no era probable quefuese a pasar sola el resto de su vida,por mucho sobrepeso que su padrecreyera que tenía. Victoria recordóentonces un viejo dicho de su abuela: nohay olla tan fea que no tenga su

cobertera. Esperaba que Harlan hubieseencontrado la suya. Y, con algo desuerte, quizá también ella la encontraríaalgún día.

12

En marzo, durante las vacaciones deprimavera de su hermana pequeña, suspadres y Gracie fueron a verla a NuevaYork. Se quedaron una semana, y las doshermanas lo pasaron de fábula juntasmientras sus padres hacían visitas aamigos o andaban de un lado a otro ellossolos por la ciudad. Salieron variasveces a cenar. Victoria eligiórestaurantes de una guía que le habíadejado alguien, y a todos les gustaronmucho. A Gracie le encantaba estar enNueva York con ella y se quedó a

dormir en su apartamento, mientras quesus padres se hospedaron en el Carlyle,un hotel que quedaba justo enfrente deltrabajo de Victoria. La Escuela Madisontambién estaba cerrada por vacacionesde primavera, así que disponía demuchísimo tiempo libre para estar consu familia. Sus padres fueron variasveces a su apartamento y conocieron asus compañeros de piso. A su padre lecayó bien Bill, y Bunny le pareció muyguapa, pero ni Jim ni Christine semostraron muy entusiasmados conHarlan. Más tarde, durante la cena, supadre hizo varios comentarioshomófobos y Victoria salió en defensa

de su compañero.Antes de regresar a Los Ángeles,

Gracie ya estaba convencida de que ellatambién quería vivir en Nueva York, eincluso ir allí a la universidad, silograba entrar en alguna. Sus notas noeran tan buenas como las de su hermanamayor, y Victoria dudaba de queconsiguiera plaza en la Universidad deNueva York o en Barnard. Aun así,había otras buenas facultades en laciudad. Victoria se entristeció al verlamarchar al final de unos días en los queambas habían disfrutado muchísimo.

Dos semanas después de la visita desu familia, Eric Walker la llamó a su

despacho y Victoria se sintió como unaniña que había hecho algo malo. Sepreguntó si alguien se habría quejado deella, algún padre, quizá. Sabía quemuchos de los padres pensaban queponía demasiados deberes a sus hijos, eincluso habían llamado para negociarcon ella. Pero sus deberes eraninnegociables. Los alumnos tenían quehacer todas las tareas que les mandaba.Helen le había enseñado bien la lección,y Victoria había hecho suyo el lema de«Sé dura». No lo era tanto como Helen,pero en aquellos últimos seis meseshabía conseguido que sus alumnosacataran la disciplina y la respetaran. Ya

no tenía problemas con ninguno de ellosen clase, y todo gracias al buen consejode su compañera.

—¿Cómo crees que van tus clases,Victoria? —le preguntó el director conexpresión afable.

No parecía enfadado ni molesto, yella seguía sin imaginar qué podía habermotivado su presencia allí. A lo mejorsolo quería sondearla. El curso estaballegando a su fin, y su estancia enMadison terminaría en junio.

—Me parece que van bien —respondió ella. Sinceramente creía queasí era, y esperaba no estar equivocada.No le habría gustado terminar su paso

por la escuela con una mala noticia.Sabía que, si no la contrataban para elaño siguiente, pronto tendría queempezar a buscar otro centro, pero leentristecería mucho dejar su trabajo allí.Madison era una escuela perfecta paraella, le encantaba lo brillantes que eransus alumnos y los echaría de menos atodos.

—Como ya sabes, Carla Bernini sereincorpora a la escuela en otoño —siguió diciendo el director—. Nosalegraremos mucho de tenerla de nuevoentre nosotros, pero tú has hecho untrabajo estupendo, Victoria. Todos losalumnos te adoran, no hacen más que

hablar de tus clases. —También lospadres le habían hecho llegarcomentarios positivos sobre ella, apesar de sus miedos por el exceso dedeberes—. Lo cierto es que te he hechovenir hoy porque ha habido un cambiode planes. Fred Forsatch va a cogerse unaño sabático el curso que viene. Quiereasistir a unas clases en Oxford y pasaralgunos meses en Europa. Normalmentetendríamos que buscarle un sustituto. —Era el profesor de español—. Pero MegPhillips tiene doble especialidad, eninglés y español, y está dispuesta aocuparse de sus clases durante elpróximo curso, lo cual nos deja con otra

vacante que llenar en el departamento delengua inglesa. Como sabes, ella solodaba clases a los chicos de duodécimo,y he oído decir por ahí que tú tienes undon especial con ellos. Me preguntaba siquerrías ocupar su lugar el próximocurso, hasta que regrese Fred. Esosignifica que podrías quedarte un añomás con nosotros, y después yaveríamos. ¿Qué te parece la idea?

Victoria había puesto unos ojoscomo platos mientras lo escuchaba: erala mejor noticia que le habían dadodesde que le ofrecieron ese puesto elaño anterior. Estaba emocionada.

—Madre mía, ¿me toma el pelo?

¡Me encantaría! ¿De verdad? —Parecíauna de sus propios alumnos, y eldirector se echó a reír.

—No, no te tomo el pelo. Sí, deverdad. Y sí, te estoy ofreciendo untrabajo para el año que viene. —Estabaencantado de verla tan entusiasmada.Era justamente lo que había esperadooír.

Estuvieron charlando un rato más, ydespués Victoria regresó a la sala deprofesores para decírselo a todo elmundo.

Más tarde, en cuanto vio al profesorde español, le dio las graciasprofusamente y el hombre se echó a reír

al ver lo contenta que estaba, porquetambién él estaba encantado con laperspectiva de pasar un año en Europa.Era algo que llevaba mucho tiempoqueriendo hacer.

Victoria regresó a casa sintiéndosecomo en una nube y comunicó la noticiaa sus compañeros de piso cuandollegaron. Todos lo celebraron. Cuandollamó a sus padres aquella noche paracompartirlo también con ellos, sureacción fue más o menos la que habíaesperado, pero de todas formas queríaque lo supieran. A pesar de supredecible decepción, aún se sentíaobligada a tenerlos informados sobre su

vida, y esa vez no fue diferente.—Solo estás postergando el

momento de buscar un trabajo deverdad, Victoria. No puedes vivir conese sueldo para siempre —dijo supadre, aunque en realidad ya semantenía ella sola.

No le había pedido ayuda ni una vezdesde que se había marchado de casa.Tenía cuidado con lo que gastaba eincluso había conseguido conservar algode sus ahorros. Lo poco que pagaba dealquiler le había permitido mantener supresupuesto en buena forma casi todoslos meses.

—Esto ya es un trabajo de verdad,

papá —insistió ella, a pesar de saberque de nada servía intentar convencerlo—. Me encanta lo que hago, los niños yla escuela.

—Podrías estar ganando tres ocuatro veces más de lo que te pagan encualquier agencia de por aquí, y seguroque muchas empresas estaríandispuestas a contratarte. —Su tono erade reproche. No le había impresionadoen absoluto que en la mejor escuelaprivada de Nueva York le hubiesenofrecido contratarla por segundo añoconsecutivo y estuviesen tan contentoscon su trabajo.

—Es que no se trata de dinero —

dijo Victoria con decepción en la voz—.Soy buena en lo mío.

—Todo el mundo puede dar clases,hija. Lo único que haces es sentarte avigilar a esos niños ricos. —En una solafrase había tirado por los suelos toda sucapacidad y su carrera profesional.

Además, lo que decía no era cierto yVictoria lo sabía. No todo el mundopodía dar clases. Era una habilidad muyespecífica, y ella tenía talento. Lo quehacía ella no sabía hacerlo cualquiera,pero eso no significaba nada para suspadres. No pudo hablar con su madreporque había salido a jugar al bridge,pero Victoria sabía que tampoco a ella

la habría impresionado. Nunca loconseguía. Su madre siempre repetía lasopiniones de su marido y se hacía ecode todo lo que él decía sobre cualquiertema.

—Me gustaría que lo pensaras unpoco más y con seriedad antes de firmarel contrato —le pidió su padre.

Victoria suspiró.—Ya he firmado. Esto es lo que

quiero, aquí es donde quiero estar.—Tu hermana se disgustará mucho si

no vuelves a casa —dijo él, jugando labaza del chantaje emocional.

Pero durante las vacaciones deprimavera Victoria ya había advertido a

Grace de que a lo mejor se quedaba otroaño, si le daban la oportunidad, y Gracielo había entendido. Además, sabía deprimera mano por qué Victoria no erafeliz en su casa. Sus padres no perdíanocasión de despreciarla, y su hermanasiempre se sentía culpable de que fuerantan agradables con ella y, en cambio,nunca lo hubieran sido con su hijamayor. Lo había visto durante toda suvida. No era de extrañar que, de niña,hubiera pensado incluso que Victoria eraadoptada. Costaba creer que fuesen tancríticos y poco benévolos con su propiahija, pero así era. Nada de lo que hacíalos impresionaba ni era nunca lo

bastante bueno, y esta vez no eradiferente. Su padre estaba disgustado, enlugar de orgulloso de ella. Y, como decostumbre, solo Gracie se alegró por suhermana y le dio la enhorabuena cuandola llamó para contarle lo del trabajo.

Harlan y John también seemocionaron con la noticia y le dieronun abrazo enorme para felicitarla. Desdehacía dos meses ya, John era un visitantehabitual del apartamento. La relaciónentre ambos empezaba a ser sólida, y aBill y a Bunny también les caía bien.

Victoria cenó con John y con Harlanaquella noche y les explicó la reacciónde su padre. Les dijo que no era nada

nuevo, que era muy típico de él.—Deberías ir a un psicólogo para

sacar lo que tienes dentro —opinó Johncon calma, pero Victoria se sorprendió.

No tenía problemas mentales, nosufría de depresión y siempre habíagestionado sus penas ella sola.

—No creo que lo necesite —dijo.Se la veía horrorizada y algo herida—.Estoy perfectamente.

—Claro que sí —repuso John sinespecial énfasis, y la creía—, pero esaclase de gente es muy tóxica en la vidade cualquiera, sobre todo si son tuspadres. Llevan diciéndote cosas así todala vida, y tú mereces poder deshacerte

de esos mensajes que te han dejado en elcerebro y en el corazón. A largo plazospodrían coartarte y hacerte mucho daño.

Harlan, a quien Victoria habíaexplicado que le habían puesto sunombre por la reina Victoria y por qué,estuvo de acuerdo con John.

—Podría hacerte mucho bien. —Losdos estaban convencidos de que suproblema con el peso estaba causadopor los constantes desprecios de supadre, sumados a la actitud de su madre,que no parecía mucho mejor, por lo queVictoria les había contado de ella. Aellos les parecía evidente. Haríandetestaba lo que Victoria explicaba de

sus padres y de su infancia, todo elmaltrato emocional que había soportadodurante años. No la habían agredido conlas manos, sino con palabras.

—Lo pensaré —dijo ella en vozbaja, y se lo quitó de la cabeza en cuantopudo.

La sola idea de ir a un terapeuta lainquietaba, y a ninguno de sus amigos lesorprendió que, sin darse cuenta, sesirviera un cuenco de helado después decenar, aunque nadie más tomara postre.Aquella noche no insistieron con lo delpsicólogo, y Harlan prefirió nomencionarlo más.

Antes de que llegara el verano

Victoria buscó un trabajo para junio yjulio, porque así no tendría que ir a LosÁngeles. Aceptó un empleo muy malpagado supervisando a niñosdesfavorecidos en un centro de menores,donde vivían a la espera de encontrar unhogar de acogida. A Harlan le parecióuna ocupación muy deprimente, peroella estaba entusiasmada. Empezaría undía después de que Madison cerrarahasta el curso siguiente.

Gracie también había encontrado untrabajo de verano aquel año. Teníadieciséis años y era su primer empleo:en la recepción del club de tenis ynatación al que iban todos. Ella estaba

emocionada, y sus padres parecíansatisfechos. En cambio, pensaban que eltrabajo de Victoria era desagradable. Sumadre le dijo que se lavara a menudolas manos para que esos niños quecuidaba no le contagiaran nada. Ella ledio las gracias por el consejo, pero nole había sentado nada bien que no lesimpresionara en absoluto el trabajo queiba a hacer, como tampoco lesimpresionaba su labor como docente;que Gracie trabajara en la recepción deun club de tenis, por el contrario, eramotivo de celebración y deinterminables elogios. No estaba enfadacon Gracie, sino con sus padres.

Antes de empezar en la recepción,Gracie iría a Nueva York a visitar aVictoria.

Esta vez fue sola, sin sus padres, yjuntas se lo pasaron mejor aún que elmarzo anterior. Durante el día Grace seentretenía visitando galerías y museos, oyendo de compras, y luego Victoria se lallevaba al cine o a cenar a algúnrestaurante. Incluso fueron a ver unaobra de Broadway.

Como de costumbre, Victoria teníapensado volver a Los Ángeles en agosto,que ya se había convertido en la visitamás larga que hacía a su familia en todoel año. Esta vez, sin embargo, solo

estaría con ellos dos semanas, que ya leparecían mucho más que suficiente. Unavez allí, como siempre, su padre no dejóde criticar su trabajo, y su madre laincordió constantemente con la cuestióndel peso porque, tras un pequeñoparéntesis de adelgazamiento enprimavera, Victoria había vuelto aengordar otra vez. Antes de marcharsede Nueva York había empezado unadieta a base de col que la ayudó aperder algún kilo, pero, aunquefuncionaba, era un régimen espantoso, ypoco después volvió a engordar todo loque había perdido. Era una batalla que,por lo visto, no ganaría nunca. Resultaba

desalentador.Cuando regresó a Nueva York estaba

muy baja de ánimo por todo lo que lehabían dicho sus padres y por los kilosque había ganado, así que recordóaquella sugerencia de Harlan de quefuese a ver a un terapeuta. Un día antesde que empezarán las clases, y debastante mal humor, llamó a un teléfonoque le había dado su compañero de piso.Era una doctora a la que él conocíaporque un amigo suyo se había tratadocon ella y le había gustado mucho. Antesde poder cambiar de opinión, Victoriallamó y concertó una cita para la semanasiguiente. Nada más hacerlo empezó a

dar vueltas a la cabeza y a arrepentirse.Le parecía una locura y estuvo pensandoen cancelarlo, pero ni siquiera teníafuerzas para eso. Estaba atascada. Lanoche antes de la visita se comió mediopastel de queso ella sola en la cocina.¿Y si esa mujer descubría que estabaloca, o que sus padres tenían razón y eraun completo desastre como ser humano?Lo único que evitó que cancelara la citaera la esperanza de que estuvieranequivocados.

Cuando Victoria acudió a la consultade la psiquiatra, estaba temblandoliteralmente. Llevaba todo el día condolor de estómago, no lograba recordar

por qué había pedido cita y deseaba nohaberlo hecho. Allí sentada, tenía laboca tan seca que le daba la sensaciónde que la lengua se le había pegado alpaladar.

La doctora Watson parecía unapersona sensata y afable. Tenía cuarentay tantos años e iba vestida con un trajede chaqueta azul marino que parecíahecho a medida. Llevaba un buen cortede pelo, maquillaje y, en general, eramás elegante de lo que había esperadoVictoria. Además, tenía una sonrisa muyagradable que nacía de su mirada. Lepreguntó unos cuantos detalles sobredónde había crecido, a qué colegio y a

qué universidad había ido, cuántoshermanos tenía y si sus padres seguíancasados o se habían divorciado. Todasellas eran preguntas sencillas deresponder, sobre todo la de Gracie. AVictoria se le iluminó la cara al decirque tenía una hermana, describió sucarácter y habló de lo guapa que era.Entonces le explicó a la psiquiatra queella era muy diferente a toda su familia;tanto, que de niña incluso había creídoque era adoptada. También su hermanalo había sospechado.

—¿Qué te hizo pensar algo así? —preguntó la doctora sin otorgarledemasiada importancia. Estaba frente a

Victoria, sentadas ambas en unossillones muy cómodos. No había divánen su consulta, solo una caja depañuelos de papel, lo cual a Victoria lepareció terrible y le hizo preguntarse sila gente lloraba mucho cuando estabaallí.

—Es que siempre he sido tandistinta… —explicó—. No nosparecemos en ningún sentido. Todosellos tienen el pelo oscuro. Yo soyrubia. Mis padres y mi hermana tienenlos ojos castaños. Los míos son azules.Yo soy una persona grande, ellos tresson delgados. No solo engordo confacilidad, también recurro a la comida

cuando estoy disgustada. Siempre hetenido un problema con… con mi peso.Hasta tenemos diferente la nariz. Yo meparezco a mi bisabuela. —Y entonces sele escapó algo que no esperaba decir—:Toda mi vida me he sentido como unaextraña entre ellos. Mi padre me puso elnombre por la reina Victoria, porquecreía que me parecía a ella. Yo siemprehabía creído que, siendo reina, seríamuy guapa, pero a los seis años vi unafotografía suya y me di cuenta de lo quequería decir mi padre. Quería decir queyo era gorda y fea, como esa mujer.

—¿Qué hiciste entonces, cuando losupiste? —preguntó la doctora con

serenidad y una expresión comprensiva.—Lloré. Se me partió el corazón.

Siempre había creído que mi padre meveía guapa, hasta entonces. Y a partir deese momento fui consciente de laverdad. Él siempre se reía de mí y, alnacer mi hermana, cuando yo tenía sieteaños, empezó a decir que conmigohabían probado la receta, por si les salíamal, y que a la segunda habíanconseguido un pastelito perfecto. Graciesiempre fue una niña de postal, y separece mucho a ellos. No como yo. Yosolo serví para que probaran la receta,con todos sus fallos. Ella fue su éxito.

—¿Y cómo te hizo sentir eso? —Su

mirada serena seguía fija en el rostro deVictoria, que ni siquiera se había dadocuenta de que le caían lágrimas por lasmejillas.

—Me hizo sentir fatal conmigomisma, pero quería tanto a mi hermanitaque no me importó. Siempre he sabidolo que pensaban de mí. Nunca hago nadalo bastante bien, no importa cuánto meesfuerce. Y a lo mejor tienen razón. Nosé, solo hay que verme, estoy gorda.Cada vez que adelgazo, enseguidavuelvo a ganar todos los kilos que heperdido. Mi madre se disgusta muchocuando me ve, siempre está diciéndomeque debería hacer dieta o ir al gimnasio.

Mi padre me pasa el puré de patatas yluego se burla de mí porque me lo como.—Lo que estaba diciendo habríahorrorizado a cualquiera, pero el rostrode la psiquiatra no mostraba ningunaemoción. Se limitaba a escuchar concomprensión y dejaba escapar algúnmurmullo de asentimiento de vez encuando.

—¿Por qué crees que lo hacen?¿Crees que se trata de ti, o de ellos? ¿Nodice eso más de ellos como personas?¿Harías tú algo así a un hijo tuyo?

—Jamás. A lo mejor es solo que lesgustaría que fuese mejor de lo que soy.Lo único que les parece bonito de mí

son mis piernas. Mi padre dice quetengo unas piernas de infarto.

—¿Y el interior? ¿Y la persona queeres? A mí me parece que eres unabuena persona.

—Creo que lo soy, sí… Eso espero.Me esfuerzo mucho por hacer locorrecto. Salvo con la comida. Pero, conlos demás, siempre. Siempre me heocupado muy bien de mi hermana. —Victoria habló con tristeza al decirlo.

—Te creo, y creo que haces siemprelo correcto —repuso la doctora Watson,por primera vez con una expresióncálida—. ¿Y qué me dices de tuspadres? ¿Crees que ellos hacen lo

correcto? ¿Contigo, por ejemplo?—La verdad es que no… Bueno, a

veces… Me pagaron los estudios. Ynunca han reparado en gastos. Solo quemi padre dice cosas que me hacen daño.Detesta mi aspecto y cree que mi trabajono es lo bastante bueno.

—¿Y qué hace tu madre entonces?—Siempre está de su parte. Yo creo

que, para ella, su marido siempre hasido más importante que mi hermana yque yo. Él lo es todo en su vida.Además, mi hermana fue un accidente.Yo no supe lo que quería decir eso hastaque tuve unos quince años. Les oídecirlo antes de que naciera, y pensé

que iba a venir al mundo todamagullada. Pero no, claro. Fue el bebémás hermoso que he visto jamás. Hasalido en varios anuncios y haparticipado en campañas de moda.

El retrato que pintaba Victoria de sufamilia iba quedando más que claro, yno solo para la psiquiatra, sino tambiénpara ella misma a medida que se oíahablar. Era el retrato de un narcisista demanual y de su complaciente esposa, quehabían sido inconcebiblemente cruelescon su hija mayor, a quien habíanrechazado y ridiculizado durante toda suvida por no ser un complementoaceptable para su imagen. Su hija

pequeña, en cambio, sí que reunía todaslas condiciones que habían esperado. Laúnica sorpresa era que Victoria nuncahubiera odiado a su hermana, sino que laquisiera tanto como lo hacía. Esodemostraba lo cariñosa que era y cuángeneroso era su corazón. Disfrutabaviendo lo guapa que era Grace, y habíaaceptado las monstruosidades que supadres decían de ella como si fueran lapura verdad. Llevaba toda la vidacoartada por su insensibilidad. Victoriase avergonzaba de algunas de las cosasque había explicado, pero todas eranciertas. También a la psiquiatra debieronde parecérselo, porque no las puso en

duda ni por un segundo.Entonces miró el reloj que quedaba

justo por encima del hombro de Victoriay le preguntó si querría volver otra vezla semana siguiente. Antes de poderimpedirlo, Victoria asintió con la cabezay luego dijo que tendría que ser por latarde, después de clase, porque eraprofesora. La psiquiatra le aseguró quepor la tarde le iba bien, le dio cita y leentregó una tarjeta con su nombre.

—Me parece que hoy hemos hechoun muy buen trabajo, Victoria —le dijo,sonriendo—. Espero que tú también locreas.

—¿De verdad? —Parecía

asombrada.Había sido totalmente abierta y

sincera con ella, y de pronto sentía quehabía traicionado a sus padres por todolo que había explicado. Pero no habíadicho nada que no fuera verdad. Así lahabían tratado durante todos aquellosaños. Puede que no pretendieran ser tancrueles como había parecido, pero ¿y siera así? ¿Qué decía eso de ella, o de suspadres? De repente lo veía como unmisterio para cuya resolución tendríaque esperar una semana más, hasta quevolviera a la consulta de la psiquiatra.Pero al salir no se sentía una loca, talcomo había temido. Se sentía más

cuerda de lo que había estado jamás, ydolorosamente lúcida respecto a suspadres.

La doctora Watson la acompañó a lasalida y, cuando Victoria salió a la luzdel sol, se quedó un instante aturdida ycegada por la brillante luz. La doctoracerró tras ella sin hacer ruido, y Victoriaechó a caminar despacio. Tenía lasensación de haber abierto una puertaaquella tarde y, con ello, haber dejadoentrar la luz hasta los rincones másoscuros de su corazón. Sucediera lo quesucediese a partir de ese momento, sabíaque ya no podría volver a cerrar esapuerta y, al pensarlo, lloró de alivio

mientras regresaba a casa.

13

Aquel curso, al ser el segundo año deVictoria en la Escuela Madison, leconcedieron un respetable aumento desueldo. Seguía sin ser una cantidad queimpresionara a su padre, pero a ella ledaba algo más de margen para vivir.Además, solo tendría grupos deduodécimo, que era su curso preferido.Los chavales de undécimo estabanmucho más revolucionados y tambiénestresados, y los de décimo eran muyinmaduros y bastante complicados dellevar. Seguían siendo niños en muchos

sentidos: siempre estaban poniendo aprueba los límites y se comportaban conmuy mala educación. Los de duodécimo,en cambio, ya estaban en la recta final yhabían empezado a posicionarse ante lavida y a desarrollar el sentido delhumor. También disfrutaban del últimoaño en que serían los niños de su casa.Eso hacía que fuese mucho másdivertido trabajar con ellos. La nostalgiaempezaba a invadirlos durante susúltimos meses en el instituto, y aVictoria le gustaba ser partícipe de elloy compartir aquel último curso con susalumnos. Ya casi estaban listos paraabandonar el nido.

Carla Bernini se reincorporó a laescuela después de un año de baja pormaternidad y quedó impresionada portodo lo que Victoria había conseguidocon sus alumnos. Sintió un gran respetopor ella, a pesar de su juventud, y sehicieron buenas amigas. De vez encuando llevaba a su hijo a la escuelapara que lo vieran, y a Victoria leparecía una monada. Era un niño feliz yalegre que le recordaba a Gracie a suedad.

Ella siguió acudiendo a la consultade la doctora Watson una vez a lasemana. Creía que estaba consiguiendocambios sutiles en su forma de ver la

vida, de mirarse a sí misma y deconsiderar la relación que había tenidodurante todos aquellos años con suspadres. Jim y Christine habían sido dospersonas tóxicas y perjudiciales paraella, y por fin empezaba a enfrentarse aese hecho. Victoria había dado muchospasos positivos desde el inicio de suterapia. Volvía a cuidar su dieta y sehabía apuntado a un gimnasio. A veces,en las sesiones en que recordaba todo loque le habían hecho y dicho sus padres,sus emociones quedaban tan a flor depiel que no podía evitar volver a casa yatiborrarse de comida en busca deconsuelo. El helado siempre era su

droga preferida y, a veces, su mejoramigo. Sin embargo, al día siguientecomía poquísimo y alargaba la hora degimnasio para compensar sus excesos.La doctora Watson le habíarecomendado a una nutricionista que lehabía aconsejado muy bien sobre cómoplanificar sus comidas. Victoria habíaprobado incluso con terapia de hipnosis,pero no le había gustado y, además, nohabía tenido ningún efecto en ella.

Con lo que más disfrutaba era con sutrabajo, con los chicos a quienes dabaclases. Victoria estaba aprendiendomuchísimo sobre docencia y sobre lavida. Desde que había empezado a ver a

su psiquiatra cada vez tenía másconfianza en sí misma y, aunque todavíano había vencido las dificultades que leproporcionaba la comida, esperabaconseguirlo algún día. De todas formas,era muy consciente de que jamás tendríaun físico como el de Gracie o su madre,pero, desde que trabajaba con lapsiquiatra, estaba más satisfechaconsigo misma.

Al empezar el curso se encontrabaen un buen momento. Aquel año llegó unprofesor de química nuevo para sustituiral anterior, que se había jubilado.Parecía buena persona, y físicamente noestaba nada mal. No era que pareciera

un actor de cine, pero tenía un aireagradable y afectuoso, y era muysimpático, tanto con los demásprofesores como con los niños. Desde elprincipio se esforzó mucho porconocerlos a todos, y a todo el mundo lecayó bien.

Un día Victoria estaba en la sala deprofesores comiendo una ensalada quehabía comprado en una tienda del barriomientras intentaba corregir la últimaredacción que le quedaba, porque queríadevolver a sus alumnos una tarea que leshabía mandado. Aún tenía algo detiempo libre antes de su siguiente clase,y entonces vio cómo él se sentaba a su

mesa, frente a ella, y desenvolvía subocadillo. Victoria no pudo evitarfijarse en que olía de maravilla y,mientras se comía su ensalada, se sintiócomo un conejo. Había aliñado las hojasde lechuga con un poco de limón enlugar de echarle la generosa dosis desalsa preparada que habría preferido.Intentaba portarse bien y tenía una citacon su psiquiatra al día siguiente.

—Hola, me parece que no habíamoscoincidido todavía. Soy Jack Bailey —se presentó él entre mordisco ymordisco de bocadillo.

Tenía el cabello entrecano aunque nodebía de pasar de los treinta años, y

llevaba barba, lo cual le daba unaspecto muy maduro ante los chicos. Erafácil tomárselo en serio, y Victoria lesonrió y se presentó mientras masticabasu lechuga.

—Ya sé quién eres —le dijo él conuna sonrisa—. Todos los alumnos deduodécimo te adoran. Es bastante durointentar estar a tu altura cuando vienen ami clase después de haberte tenido a ti.No sé cómo se te ocurren esas ideas.Aquí eres una verdadera estrella.

Fue muy amable por su parte decirleeso, Victoria estaba encantada.

—No siempre están tan locos por mí—le aseguró—. Y menos cuando les

pongo exámenes sorpresa.—De adolescente no sabía si quería

ser físico o poeta. Me parece que túelegiste mejor.

—Tampoco soy poetisa —repusoella con sencillez—, solo profesora.¿Qué te parece la escuela?

—Me encanta. El año pasado diclases en una pequeña escuela rural deOklahoma. Los niños de aquí son muchomás refinados. —Victoria sabía quetambién él lo era: había oído decir quese había licenciado en el MIT—. Y loestoy pasando en grande descubriendoNueva York. Yo soy de Texas. Viví unpar de años en Boston después de

licenciarme, y luego emigré a Oklahoma.Me encanta esta ciudad —comentó convoz cálida, y se terminó el bocadillo.

—A mí también. Yo soy de LosÁngeles. Llevo aquí un año y todavíahay un montón de cosas que me gustaríahacer y ver.

—Quizá podríamos ir juntos a verlas—propuso él, mirándola conexpectación.

Por un instante Victoria sintiópalpitar su corazón. No sabía muy biensi lo había insinuado en serio o si sololo decía por ser amable. A ella le habríaencantado salir con alguien como él.Había tenido alguna que otra cita los

meses anteriores, entre ellas una conaquel antiguo compañero de instituto deLos Ángeles, y todas habían resultadoser un desastre. Su vida amorosa seguíasiendo inexistente, y Jack era el únicobuen partido de la escuela. Desde sullegada las profesoras no hacían másque hablar de él, e incluso lo habíanbautizado como «el tío bueno». Victoriaera muy consciente de todo ello mientrascharlaban en la sala de profesores.

—Estaría bien —repuso sin darleimportancia por si no se lo habíapropuesto en serio.

—¿Te gusta el teatro? —le preguntóJack cuando ya se levantaban. Era

bastante más alto que ella, pasaba delmetro ochenta.

—Mucho, pero no puedopermitírmelo —confesó Victoria consinceridad—. Aun así voy alguna queotra vez, solo por darme un lujo.

—Hacen una obra en un teatroindependiente que tenía intención de ir aver. Es algo oscura, pero me han dichoque está genial. Conozco al autor. Quizápodríamos ir juntos este fin de semana,si estás libre.

Victoria no quería decirle queestaría libre el resto de su vida, sobretodo para él. Se sintió halagada por suinterés.

—Me parece un plan fantástico —dijo, y sonrió con simpatía, convencidade que él no seguiría adelante con lainvitación. Estaba acostumbrada a quelos hombres fuesen amables con ella yluego no volvieran a llamarla.

Victoria tenía muy pocasoportunidades de conocer a hombressolteros. Vivía y trabajaba entremujeres, niños y hombres casados ogays. Un buen partido soltero era unarareza en su universo. Su psiquiatra lahabía animado a salir y a conocer a másgente, no solo a hombres, porque sumundo se limitaba a la escuela y estabadefinido por ella.

—Te enviaré un correo electrónico—le prometió Jack mientras los dossalían ya de la sala de profesores paravolver al trabajo.

Tenían clase en el mismo horario,así que se él despidió con la mano ydesapareció por el pasillo en direccióncontraria, hacia donde estaban loslaboratorios de ciencias, y ella pasó pordelante del aula de Helen de camino a lasuya. Helen estaba hablando con CarlaBernini, y ambas levantaron la mirada ysonrieron al verla pasar. Victoria sedetuvo un momento en la puerta.

—Hola, chicas. —Le encantaba lacamaradería que compartían. Las dos

eran mayores que ella, pero trabajar enuna escuela muchas veces era comoformar parte de una familia, con muchoshermanos mayores, que eran suscompañeros, y muchos hermanospequeños, que eran los alumnos. Todosestaban juntos en el mismo barco.

—Corre el rumor de que has comidocon el tío bueno en la sala de profesores—dijo Carla con una sonrisa de oreja aoreja.

Victoria sonrió también, algoavergonzada.

—¿Te burlas de mí? Estábamossentados a la misma mesa. Deja al pobrechico en paz, media escuela va detrás de

él. Solo ha sido amable. ¿Vosotras dostenéis un radar, o es que habéis puestomicrófonos en la sala de profesores?

Las tres se echaron a reír. Sabíanperfectamente que todas las escuelaseran nidos de cotilleo donde losprofesores chismorreaban acerca de suscompañeros, de los alumnos y decualquier cosa que sucediera en susvidas. Todo el mundo estaba al tanto detodo.

—Es muy mono —dejó caer Carla, yHelen le dio la razón mientras Victoriaponía los ojos en blanco.

—No va detrás de mí, creedme.Estoy segura de que hay mejores peces

en el mar. —Además, de todos erasabido que la nueva profesora defrancés, una parisina guapísima, le habíaechado el ojo. ¿Qué posibilidades teníaella?

—Pues tendría suerte de acabarcontigo —dijo Carla con dulzura. Habíacogido cariño a su joven compañera ysentía un gran respeto por Victoria comoprofesora. Aunque todavía le quedabamucho por aprender, sin duda habíahecho un estupendo trabajo el primeraño.

—Gracias por el voto de confianza—repuso Victoria, y siguió camino haciasu aula.

Siempre le sorprendía lo deprisaque corrían los rumores en el instituto.Casi superaban la velocidad del sonido.Se preguntó si Jack de verdad leenviaría ese correo electrónico. Lodudaba; aunque había sido bonitocharlar con él durante la comida, noesperaba que saliera nada de ello, y asíse lo dijo a su psiquiatra al díasiguiente.

—¿Y por qué no? —le preguntó ladoctora—. ¿Por qué crees que no va acumplir lo que te ha dicho?

—Porque no fue nada en firme, soloun comentario sin importancia durante lacomida. Seguramente no lo decía en

serio.—¿Y si te equivocas? ¿Qué

significaría eso?—Pues… que le gusto, o que se

siente solo.—O sea, que crees que únicamente

vales como premio de consolación paratipos solitarios. ¿Y si de verdad legustas?

—Yo creo que solo quería seramable —dijo Victoria con firmeza. Loshombres ya la habían decepcionadootras veces. Ella había creído que lesinteresaba, pero no la habían vuelto allamar.

—¿Qué te hace pensar eso? —

preguntó la psicóloga con tranquilointerés—. ¿No crees que mereces salircon un hombre agradable?

Se produjo un largo silenciomientras Victoria meditaba la respuesta.

—No lo sé. Tengo sobrepeso. Nosoy tan guapa como mi hermana. Odiomi nariz, y mi madre dice que a loshombres no les gustan las mujeresinteligentes.

La psiquiatra sonrió al oír surespuesta, y Victoria soltó una risitanerviosa por lo que ella misma acababade decir.

—Bueno, estamos de acuerdo en queeres inteligente. Eso es un buen

comienzo. Pero yo no coincido con tumadre. A los hombres inteligentes lesgustan las mujeres inteligentes. Puedeque a los superficiales no, porque sesienten amenazados por ellas, pero tútampoco querrías unirte a un tipo así. Amí tu nariz me parece normal, y el pesono es un fallo de tu carácter, es algo quepuedes cambiar. Al hombre a quien legustes y le importes de verdad no lepreocupará tu peso, ni por exceso ni pordefecto. Eres una mujer muy atractiva,Victoria, y cualquier hombre tendríamucha suerte de estar contigo.

Era agradable oír eso, pero Victoriano acababa de creer sus palabras. Había

tenido pruebas de que era todo locontrario de una forma demasiadocontundente y durante demasiadotiempo: los insultos de su padre, elconstante desdén de sus dosprogenitores y su propia sensación defracaso.

—Vamos a esperar, a ver si te llama—propuso la psiquiatra—. Aunque si nolo hace, eso solo querrá decir que tieneotros intereses, y no que ningún hombrevaya a quererte jamás.

Victoria tenía veintitrés años y, demomento, ningún chico que hubieraconocido se había enamorado de verdadde ella. Todos habían pasado de largo

sin hacerle caso durante años, exceptoalgún amigo. Se sentía como un objetosin forma, sin sexualidad y que no eradeseable. Así que haría falta muchoempeño y trabajo duro para darle lavuelta a la situación. Por eso estaba allí,para cambiar la imagen que sus padreshabían hecho que se formara de símisma. Ella decía que estaba dispuesta alo que hiciera falta aunque el procesoresultara doloroso. Vivir con aquellasensación de derrota era aún peor. Eseera el legado que le habían dejado Jim yChristine: conseguir que se sintieraincapaz de ser amada porque ellos no lahabían querido. Todo había empezado el

día en que nació. Después de sufrirveintitrés años de comentarios negativossobre su persona, había llegado elmomento de borrarlos, uno a uno. Por finestaba dispuesta a enfrentarse a ello.

Victoria se sintió un pocodesanimada después de la sesión. Eramuy duro escarbar en el pasado, sacar ala luz todos esos feos recuerdos ycontemplarlos largo rato y con ojocrítico. Todavía se sentía algo abatidacuando llegó a casa. Detestaba recordartodas aquellas cosas, todas lasocasiones en que su padre había heridosus sentimientos mientras su madre hacíaoídos sordos y cerraba los ojos sin salir

en su defensa. Su propia madre. Laúnica que la había querido siempre eraGracie.

¿Qué decía eso de Victoria, que supropia madre no la quisiera? Y su padretampoco. Para ella la única fuente deamor había sido una niña que no sabíanada de la vida. Eso le había transmitidola idea de que ningún adulto inteligentepodía quererla, ni siquiera sus padres.Tendría que aprender a recordarse queera un fallo de la personalidad de ellos,no de la suya.

Al llegar a casa encendió elordenador y abrió el correo electrónico.Tenía un mensaje de Gracie, que le

explicaba cómo le iba en el instituto y lehablaba de un drama con un nuevo chicodel que se había enamorado. Condieciséis años, tenía más chicospululando a su alrededor de los queVictoria había tenido en toda su vida,aunque no fueran más que unos críos.Cuando acabó de leer el mensaje deGrace con una sonrisa, la voz de suordenador le informó de que tenía uncorreo nuevo, así que cambió de ventanapara ver de quién era. Al principio noreconoció la dirección, pero al releerlaenseguida supo quién era: Jack Bailey.El nuevo profesor de química con quienhabía comido en la sala de profesores.

Abrió a toda prisa el mensaje,intentando no ponerse nerviosa. Podíatratarse de algo de la escuela, o dealguno de los estudiantes quecompartían. Después de leerlo se quedóallí sentada mirando la pantalla.

Hola. Fue muy agradablecomer contigo ayer y tenertiempo de charlar. Heconseguido dos entradas paraesa obra de la que te hablé.¿Hay alguna posibilidad de quete animes a venir conmigo elsábado? ¿Cenamos antes odespués? Algo rápido en una

cafetería que hay cerca, porcortesía de un hambrientoprofesor de química. Ya medirás si estás libre y si teinteresa. Nos vemos por laescuela.

JACK

Victoria estuvo una eternidadmirando el mensaje y preguntándose quéimplicaba. ¿Amistad? ¿Una cita?¿Alguien que no tenía amigos en NuevaYork y que simplemente se sentía solo?¿De verdad le gustaba ella? Se sentíacomo Gracie con sus romances deinstituto, intentando leer entre líneas. Se

había puesto muy nerviosa, pero quizá elplan no era más que lo que parecía: unacena y una obra de teatro el sábado porla noche, propuesta por un tiposimpático. El resto podrían irdecidiéndolo más adelante, si lesapetecía volver a salir juntos. Esperaríapara contárselo a Harlan cuando llegaraa casa.

—Eso es lo que la gente llama unacita, Victoria. Un tipo te invita a salir. Teofrece comida y probablemente tambiénalgo de entretenimiento, en este caso unaobra de teatro. Y si los dos os divertís,pues lo repetís otro día. ¿Qué le hascontestado? —preguntó con interés. Se

alegraba por ella, que parecíaemocionada.

—Nada. Es que no sé muy bien quédecirle. ¿Cómo sabes que es una cita?

—Por la hora. El ofrecimiento decomida. El entretenimiento propuesto.Un sábado por la noche. Vuestrorespectivo sexo, vuestra edad, laprofesión en común. Los dos estáissolteros. Yo diría que es bastante segurosuponer que es una cita. —Estabariéndose de ella, que cada vez estabamás nerviosa.

—A lo mejor solo quiere queseamos amigos.

—A lo mejor, pero muchas historias

de amor empiezan con una amistad. Yaque los dos trabajáis en una escuela decategoría, no creo que sea un asesino enserie. No parece tener ninguna adiccióngrave, ni problemas con el abuso desustancias tóxicas. Seguramente tampocolo ha detenido la policía en los últimostiempos. No creo que me equivoque si tedigo que puedes salir a cenar y al teatrosin correr ningún peligro. Y, en caso deduda, siempre puedes llevarte a tu amigoel spray de pimienta.

Victoria sonrió al oír su propuesta.—Además, aquí no solo importa lo

que piense él, ¿sabes? Puede que seas túquien opine que no te gusta. —Quería

que supiera que también ella tenía poderde decisión.

—¿Por qué iba a hacer algo así? Eslisto, es guapo. Estudió en el MIT. Tienemuchos más puntos positivos que yo.Podría salir con quien quisiera.

—Sí, igual que tú. Además, es élquien te lo ha pedido. Vamos a dejarclaras las reglas del juego. Tú tienestanta libertad de elección como él. Noes como si fuera un señor feudal conderecho de pernada.

Era un buen consejo y Victoria losabía. Le sirvió para ver las cosasclaras. Era muy consciente de que casisiempre se sentía tan fuera de lugar y tan

poco digna de ser amada que se leolvidaba que también ella tenía voz enese asunto. La decisión no le concerníasolo a él.

—Y no te olvides del factor «chuletade cordero» —añadió Harlan congravedad, mientras preparaba dos tazasde té.

—¿Y eso qué es? —preguntóVictoria, completamente desconcertada.

—Conoces a un tipo tan estupendoque te caes de culo al suelo y te cuestarespirar solo con verlo. Es brillante,encantador y divertido, además delhombre más guapo que has visto en lavida. Puede que incluso conduzca un

Ferrari. Pero entonces lo ves devorandouna chuleta de cordero igual que sihubiera nacido en un establo y comieracomo un cerdo en la piara, y ya no teapetece volver a verlo. Nunca más.

Victoria se echó a reír a carcajadascon la explicación.

—¿No se le pueden enseñarmodales? —preguntó en tono inocente.

Harlan sacudió la cabeza condecisión.

—Jamás. Es demasiado bochornoso.Imagina que presentas a un tipo así a tusamigos y tienen que verlo en la mesa,babeando encima de su chuleta decordero, sorbiendo la sopa y

chupeteándose los dedos. Olvídate decualquier tío que coma como en unaporqueriza. En esa cafetería podrás verqué tal se defiende —dijo Harlan, muyserio, mientras Victoria sonreía.

—Vale. Pediré costillas de corderoy le ofreceré una.

—Confía en mí. Es la pruebadefinitiva. Con prácticamente todo lodemás se puede convivir. —A esasalturas ya estaban riéndose los dos.

Harían siguió incordiándola unpoco, aunque lo que decía no dejaba detener su parte de verdad. Al conocer aalguien era difícil predecir qué tederretiría el corazón y qué te repelería

de esa persona. A Victoria, los hombresque dejaban poca o ninguna propina yeran maleducados o toscos con loscamareros siempre le habían parecidomalas personas, pero hasta entoncesnunca había pensado en las costillas decordero.

—Bueno, ¿y qué vas a hacer ahora?—le preguntó Harlan—. Te sugiero queaceptes la invitación. No recuerdo laúltima vez que tuviste una cita, yseguramente tú tampoco.

—Sí que lo recuerdo —dijo Victoriaa la defensiva—. Tuve una cita en LosÁngeles el verano pasado. Era unantiguo compañero de clase de octavo

con el que me encontré por casualidaden el club de natación.

—¿Y qué? Hasta ahora no me habíashablado de él.

—Es que fue aburridísimo. Trabajapara su madre vendiendo propiedadesinmobiliarias y se pasó toda la cenahablando de lo mucho que le dolían laslumbares, de sus migrañas y de susjuanetes heredados. Fue una citabastante sosa.

—¡Madre de Dios, a saber cómoconseguirá un tipo así echar un polvo devez en cuando! Dudo que tenga muchassegundas citas. —Los dos reían denuevo después de la descripción que

acababa de hacer Victoria—. Esperoque no te acostaras con él.

—No —dijo, remilgada—. Le dolíala cabeza. Y a mí también, llegados a lospostres. Me terminé la cena y me fui. Mellamó un par de veces, pero mentí y ledije que ya había vuelto a Nueva York.Por suerte no volví a encontrármelo enninguna parte.

—Después de esa experiencia, meparece que deberías salir con elprofesor de química. Si no tieneprogramada ninguna operación dejuanetes y no sufre de migraña durante lacena, habrás progresado una barbaridad.

—Me parece que tienes razón —

repuso Victoria, y se fue a responder almensaje de Jack Bailey.

Le dijo que estaba encantada deaceptar y que le parecía un plan muyentretenido. Se ofreció a pagar su partede la cena, ya que ambos eran humildesprofesores castigados por la pobreza,pero él contestó que no era necesario,siempre que no le importara cenar enaquella cafetería, y le dijo que el sábadopasaría a buscarla. Ya estaba hecho. Loúnico que quedaba por decidir, comocomprendió Victoria mientras se loexplicaba a Harlan, era qué se pondría.

—Una falda muy, muy, pero que muycorta —propuso él sin dudarlo—. Con

esas piernas que tienes no deberíasllevar nada que no fuesen minifaldas.Ojalá tuviera yo unas piernas así —dijomedio en broma, aunque no faltaba a laverdad.

Victoria tenía unas piernas largas,bonitas y esbeltas que llamaban laatención y restaban protagonismo a sutorso, más grueso. Harlan también creíaque tenía una cara preciosa, de un estilosaludable y rubio, típicamenteestadounidense. Era una mujer bastanteatractiva, muy agradable, con unintelecto brillante, divertido y agudo, ymuchísimo sentido del humor. ¿Qué máspodía querer cualquier hombre? Harlan

esperaba que la cita le fuese bien. Sobretodo porque él llevaba ocho meses defelicidad con John Kelly gracias a ella.Juntos formaban una combinaciónperfecta, y su relación se habíaconvertido en algo serio. Empezaban ahablar de irse a vivir juntos y lesencantaba llevar a Victoria a cenar conellos. Harlan se había convertido en sumejor amigo en Nueva York y en suúnico confidente de verdad, aparte de suhermana. Siempre le daba magníficosconsejos.

Cuando Jack, puntual, se presentó enel apartamento a las siete, Victoriaestaba sola. Todos los demás habían

salido aquella tarde, así que él pudorecorrer el piso y admirar lo agradable yespacioso que era.

—Caramba, comparado contigo,vivo en una caja de zapatos —dijo conalgo de envidia.

—Es un alquiler de renta antigua.Tuve suerte, y vivo aquí con trespersonas más. Lo encontré nada másllegar a Nueva York.

—Tuviste una suerte increíble.Victoria le ofreció una copa de vino

y, unos minutos después, salieron acenar. Cogieron el metro para ir aaquella cafetería del Village. Jack dijoque la obra empezaba a las nueve, así

que tenían el tiempo justo para cenarantes de entrar.

Victoria había seguido el consejo deHarlan, que le había pasado revistaantes de salir a encontrarse con John. Sehabía puesto una minifalda negra, unacamiseta blanca y una cazadora vaquera,además de unas sandalias de tacón altoque le realzaban las piernas. Estaba muyguapa. Se maquilló un poco y se soltó lamelena rubia. Harlan dijo que era elatuendo perfecto para una primera cita.Sexy, juvenil, sencillo, sin que parecieraque se había esforzado demasiado.También le había anunciado consolemnidad que los escotes estaban

prohibidos en las primeras citas, pormucho que ella tuviera uno estupendo.Le aconsejó que lo reservara para másadelante, pero de todas formas Victoriatampoco había tenido ninguna intenciónde presumir de escote aquel día. Estabacontenta con su camiseta holgada. Jack yella no dejaron de hablar animadamentede camino al centro. Era un tipo muyentretenido y con un gran sentido delhumor. La hizo reír describiéndole lasescuelas en las que había estado, y eramás que evidente que trabajar con niñosle gustaba de verdad. Como también loera que le gustaba Victoria.

Ya en la cafetería, ella consultó el

menú arrugando la frente. Siempre habíasentido debilidad por el pastel de carnecon puré de patatas, que le recordaba ala cocina de su abuela (el mejorrecuerdo que tenía de ella), pero noquería pasarse y comer demasiado. Elpollo frito también parecía apetecible.Al final se decidió por la pechuga depavo, y pidió unas judías verdes comoguarnición. La comida estaba muy rica.Casi se echó a reír al oír que Jack pedíacostillas de cordero y una patata asada.Se las comió con cuchillo y tenedor. Nirastro de la porqueriza. Podría decirle aHarlan que había pasado la prueba. Ellatambién esperaba haberla superado. De

postre, compartieron un trozo de tarta demanzana casera:

—Me gustan las mujeres que tienenun buen apetito —comentó él cuandoterminaron de cenar, y le explicó que laúltima chica con quien había salido eraanoréxica, y que a él eso le sacaba dequicio. Nunca comía nada, y por lo vistotambién era muy neurótica en muchosotros aspectos. Jack no parecíaencontrar nada negativo al hecho de queVictoria disfrutara con la comida.

A ambos les agradó la obra yestuvieron hablando de ella durante todoel trayecto de vuelta a casa de Victoriaen metro.

Tenía un argumento algo deprimente,pero estaba muy bien escrita y losactores habían hecho un gran trabajo.

Victoria había pasado una veladagenial con él y, cuando se detuvieron enel cálido aire nocturno ante la puerta desu edificio, le dio las gracias. No loinvitó a subir al apartamento; erademasiado pronto, pero sin duda aquellohabía sido una cita. Jack, que tambiénparecía muy contento, le dijo que legustaría volver a verla. Victoria le diolas gracias, él la abrazó y ella entró enel apartamento vacío dando pequeñossaltitos y con una enorme sonrisa. Por unmomento lamentó no haberlo invitado a

subir a tomar una copa, pero decidió queera mejor así.

Para gran sorpresa suya, Jack lallamó al día siguiente.

Le dijo que había una exposición dearte a la que pensaba ir, y quería sabersi a ella le apetecería acompañarlo.Victoria enseguida dijo que sí. Seencontraron en el centro de la ciudad,donde acabaron cenando juntos otra vez.Cuando volvió a la escuela el lunes porla mañana, Victoria había disfrutado dedos citas y estaba impaciente porcontárselo a su psiquiatra. Lo sentíacomo una auténtica victoria, un halagogigantesco hacia su persona. Por lo visto

Jack y ella eran compatibles en muchossentidos. A la hora de comer seencontraron en la sala de profesores yella agradeció que fuese discreto y nomencionara que se habían visto duranteel fin de semana. No le apetecía quetoda la escuela supiese que habíansalido y habían hecho algo juntos fueradel ámbito escolar, sobre todo porquehabían sido dos citas en toda regla. Élestuvo relajado y simpático, pero nadamás, y aquella misma noche la llamópara invitarla a cenar el viernessiguiente y a ver luego una película.Victoria estaba entusiasmada cuando selo contó a sus compañeros de piso

mientras cenaban en la cocina.—Parece que tenemos a un tipo con

muchos puntos —dijo Harlan,sonriéndole—. Y además ha pasado laprueba de la costilla de cordero. ¡Caray,Victoria, te has puesto en marcha!

Ella se echó a reír y se sintió algotonta. A punto estuvo de servirse otrarebanada de pan de ajo para celebrarlo.John cocinaba de maravilla, peroVictoria logró controlarse. Queríaperder peso de verdad, y por fin teníauna buena razón para hacerlo. ¡Una cita!

El viernes por la noche lo pasaronmuchísimo mejor que las anteriores dosocasiones, y repitieron el domingo para

ir a dar un paseo por el parque. Jack lecogió de la mano mientras caminaban.Compraron unos helados en un puestoambulante, pero ella se obligó a tirarlo ala basura antes de acabárselo. Aquellasemana había perdido casi un kilo yhabía estado haciendo abdominalestodas las noches delante del televisor.Incluso su psiquiatra estabaentusiasmada con ese romance enciernes, aunque Victoria todavía no sehabía acostado con él. Jack no lo habíaintentado, y ella no quería hacerlo tanpronto. Quería estar segura de cuáleseran sus sentimientos por él antes delanzarse, necesitaba saber que había

algo auténtico entre ambos. No queríasolo sexo. Deseaba una relación, y Jack,después de cuatro citas, empezaba aparecer el candidato perfecto. Aqueldomingo por la tarde regresaron a suapartamento y Victoria le presentó aBunny y a Harlan. Jack fue encantadorcon ambos y les cayó muy bien.

Octubre fue el mes más emocionantey prometedor que había vivido en añosporque Jack y ella siguieron saliendotodos los fines de semana y, al tercero,él la besó. Lo hablaron, y ambosestuvieron de acuerdo en que preferíanesperar un poco antes de llevar larelación a otro nivel. Querían ser

cautelosos y maduros, llegar aconocerse mejor antes de dar el granpaso. Victoria se sentía segura y cómodacon él, nada la presionaba. Jack erarespetuoso, y cada vez que se veían lopasaban estupendamente y se sentíanmás unidos. La doctora Watson veía larelación con buenos ojos.

Victoria había hablado a Jack sobresus padres, pero sin entrar endemasiados detalles. No le habíaexplicado lo de que con ella solo habíanprobado la receta, ni que le habíanpuesto el nombre por la reina Victoria,pero sí le contó que nunca la habíanelogiado y que siempre habían criticado

su elección de carrera.—Eso es algo que tenemos en común

—repuso Jack—. Mi madre siemprequiso que fuera médico, porque su padrelo fue, y mi padre todavía quiere que mehaga abogado como él. A mí me encantala enseñanza, pero no dejan deadvertirme constantemente que jamástendré un sueldo decente ni seré capazde mantener a una mujer y a hijos. Sinembargo, hay más gente que lo hace, y esa lo que yo quiero dedicarme. Cuandofui al MIT, mi padre creyó que comomínimo sería ingeniero.

—Mi padre me dice lo mismo a mí,salvo por lo de mantener a mujer y a

hijos. Supongo que nadie cree que unprofesor merezca ser felicitado. A mí, encambio, me parece un trabajoimportante. Tenemos mucha influenciaen los niños.

—Lo sé. Se pagan cinco millones dedólares por batear una pelota de béisboly sacarla del campo, pero educar a losjóvenes no merece el menor respeto anadie, salvo a nosotros. Algo va muymal. —Los dos estaban de acuerdo eneso.

Estaban de acuerdo en casi todo. Aprincipios de noviembre la temperaturade la relación empezó a subir. Llevabanpoco más de un mes saliendo, se veían

una o dos veces cada fin de semana, yVictoria presentía que pronto seacostarían juntos. El momento se estabaacercando. Ella se sentía muy a gustocon él, se estaba enamorando. Era untipo estupendo, claro, sincero,inteligente, cariñoso y divertido. Eratodo lo que había soñado encontrar enun hombre y, como habría dicho Gracie,también le parecía muy mono. A suhermana pequeña se lo había explicadotodo, y ella estaba emocionada, aunqueVictoria no había contado nada a suspadres y había pedido a Gracie quetampoco ella lo hiciera. No queríaenfrentarse a sus comentarios negativos

ni a sus malos augurios. Para ellosseguía siendo inconcebible que unhombre pudiera enamorarse de su hija.Sin embargo, ella notaba que Jack laencontraba guapa, y la calidez de surelación la hizo florecer como un jardínen primavera. Se la veía relajada, mássegura de sí misma y siempre alegre.

La doctora Watson estabapreocupada: no le gustaba que suautoestima procediera de un hombre,quería conseguir que irradiara de suinterior. Pero lo cierto era que Jackestaba ayudándola a sentirse bienconsigo misma. Victoria había perdidocasi cinco kilos solo con controlar las

raciones y los alimentos que elegía.Recordaba la advertencia de sunutricionista de que no se saltaracomidas y eligiera siempre platossaludables. Esta vez no hubo dietasmilagrosas, infusiones de hierbas nipurgas. Simplemente estaba feliz, y todolo demás llegó solo. Victoria y Jackcomentaron sus planes de visitar a susfamilias por Acción de Gracias y seplantearon regresar a Nueva Yorkdurante el fin de semana para poderpasar juntos parte de la festividad.

Ella estaba pensando justamente eneso una noche cuando entró en la cocinay vio a John y a Harlan muy pensativos,

teniendo una conversación muy seria.Los dos parecían tristes, y ellaenseguida encontró una excusa paradejarlos solos. No queríainterrumpirlos, debían de tener algúnproblema, pero Harlan la detuvo justoantes de que volviera a su habitacióncon una taza de té.

—¿Tienes un minuto? —le preguntó,y la vio dudar.

Victoria se daba cuenta de que Johnestaba disgustado. Se preguntó siestarían en plena discusión y esperó queno fuera nada grave. Su relación habíaido muy bien hasta entonces y yallevaban casi un año juntos. A ella le

habría dado mucha pena que rompieran,y seguro que a Harlan lo destrozaría.

—Claro —dijo. Aunque no sabíaqué podía hacer por ellos, estabadispuesta a intentar ayudarlos. Harlan leindicó con la mano que se sentara conellos a la mesa de la cocina, y John soltóun suspiro—. Parece que tenéis algúnproblema, chicos —añadió Victoria entono comprensivo mientras su corazónse abría para echar una mano a susamigos.

—Sí, más o menos —admitió John—. Es más bien un dilema moral.

—¿Entre vosotros dos? —Parecíasorprendida. No era capaz de imaginar

que ninguno de los dos estuvieraengañando al otro. Estaba segura de queHarlan era fiel, y suponía lo mismo deJohn. Ambos eran esa clase de personas,con valores, moralidad y una granintegridad; además, se querían.

—No, es sobre una amiga —explicóHarlan—. Nunca me ha gustadoentrometerme en los asuntos de losdemás. Sin embargo, siempre me hepreguntado qué haría en el caso de quedescubriese algo que pudiera hacer dañoa un ser querido pero, al mismo tiempo,creyera que esa persona debía saberlo.Es una situación en la que nunca hequerido encontrarme.

—¿Y ahora estás ahí? —preguntóVictoria con ingenuidad.

Ambos asintieron a la vez. Johnvolvió a suspirar, y esta vez fue él quienhabló. Sabía que a Harlan le resultabademasiado difícil y, además, era élquien disponía de la información deprimera mano. Llevaban dos semanasdebatiéndolo con la esperanza de quetodo se solucionara por sí solo. Pero nohabía sido así. Había ido a peor, y aninguno de ellos le apetecía ver aVictoria estrellándose contra una pared.La querían demasiado, casi como a unahermana.

—No conozco todos los detalles,

pero es sobre Jack. Tu Jack. La vida esalgo extraña a veces, pero el otro díaestuve hablando con una profesora quetrabaja en mi centro. Nunca me ha caídobien porque es una arpía. Está pagada desí misma y siempre anda detrás de algúntipo. Últimamente no hace más quehablar de un profesor con el que tieneuna aventura. Trabaja en otra escuela. Seven todos los fines de semana, pero porlo visto solo una noche, y ella empieza aestar mosqueada. Siempre quedan unanoche y una tarde, y ella cree que estáengañándola con otra, aunque él loniega. Aparte de eso, le parece un tipoestupendo y asegura que está loco por

ella. Han pensado pasar Acción deGracias juntos en lugar de ir a ver cadauno a su familia, pero él le ha dicho queel sábado siguiente volvería a casa paraver a sus padres el fin de semana. Yentonces, no sé, se me encendió unabombillita. Le pregunté cómo seapellidaba ese tipo y en qué escueladaba clases. No me había preocupadode preguntarle nada antes porque enrealidad me traía sin cuidado. Me dijoque se llama Jack Bailey y que enseñaquímica en Madison. —John se volviócon ojos tristes hacia Victoria, queparecía a punto de desmayarse o deecharse a llorar—. Según parece, tu

chico está jugando a dos bandas, o lointenta. Yo quería decirte algo antes deque llegarais más lejos. Por lo visto haestado repartiéndose los fines de semanaentre vosotras dos, y ahora tambiénAcción de Gracias. Eso es portarsecomo un cerdo, a menos que te lo hayacontado y tú hayas accedido a ello.Además, sinceramente, ella es unaauténtica arpía. No es una personadecente. No sé qué está haciendo conella cuando te tiene a ti. —Tanto Johncomo Harlan estaban asqueados porella.

También Victoria pareció sentirseasí de pronto. Se puso a llorar, sentada

con ellos en la cocina, y Harlan le pasóun pañuelo de papel. Se sentían fatal porhabérselo contado, pero creían que teníaque saber a qué y a quién se enfrentaba.

—¿Qué voy a hacer? —preguntóentre lágrimas.

—Yo creo que debes hablar con él—opinó John—. Tienes derecho a saberqué está haciendo. Sale mucho contigo,pero parece que con ella también. Todoslos fines de semana. Ella dice que seacuestan desde hace dos meses. —Parano echar sal en las heridas, prefirió nodecirle a Victoria que la otra afirmabaque era un fiera en la cama. Nonecesitaba oírlo, sobre todo porque ella

todavía no se había acostado con él,aunque todos sabían que pronto iba ahacerlo.

Victoria había dado por hecho queacabaría sucediendo el fin de semana dedespués de Acción de Gracias, cuandoambos regresaran de ver a sus familias,con todos sus compañeros de piso fuerade escena. Aunque ahora sabía que laintención de él había sido pasar esosdías con la otra mujer, y mentirle a ellatambién sobre dónde iba a pasar el finde semana. Jack tenía suerte de queNueva York fuese una ciudad tan grandey no se hubiera encontrado con ningunade ellas estando con la otra, pero el

mundo era pequeño, a fin de cuentas, ypor pura casualidad estaba saliendo conuna profesora que trabajaba con uno delos mejores amigos de Victoria. Laprobabilidad de que sucediera algo asíera escasa, pero había sucedido. Laprovidencia lo había querido así.

—¿Qué voy a decirle? ¿Crees quecuenta la verdad? —Victoria esperabaque no, pero John fue sincero con ella denuevo, aunque resultara doloroso.

—Sí, lo creo. Es una bruja, pero nohay motivo para creer que mienta o se lohaya inventado. Creo que es él quien noestá siendo franco. Y es asqueroso quete haga algo así, aunque no os hayáis

acostado todavía. Llevas saliendo con élcasi tanto como ella. A mí me pareceque está jugando con las dos.

Victoria empezó a encontrarse malmientras lo escuchaba. Seguía sentadaen la silla, inmóvil, y de pronto sintiómuchísimo frío. Los chicos la vierontemblar.

—¿Creéis que querrá decirme laverdad? —preguntó con voz lastimera.

—Seguro que sí. Lo hemos pilladoprácticamente con las manos en la masa.Me gustaría oír qué tiene que decir ycómo lo explica. Le resultarácomplicado justificarse o intentar lavarsu reputación.

—Nunca le he preguntado si estabasaliendo con alguien más —dijoVictoria con franqueza—. No pensé quehiciera falta. Di por hecho que no.

—Es una buena pregunta —añadióHarlan, abatido—. Hay gente que nodice nada a menos que le pregunten.Pero a estas alturas, si estáis viéndoostodos los fines de semana yconstruyendo una relación, tendría quehabértelo explicado aunque no se lohubieras preguntado directamente.

Ella asintió y dio las gracias a Johnpor la información, aunque detestabasaber lo que sabía, y él parecíadeshecho por ser quien se lo había

explicado.Sin embargo, todos comprendían que

era lo correcto. Victoria debía saberlo.Se quedó en la cocina con ellos un buenrato más, dándole vueltas, repasando losdetalles. Estaba desconcertada, herida ytambién enfadada. Al día siguiente, en laescuela, consiguió evitar a Jack. Aún nose sentía preparada para enfrentarse aél.

Aquella noche Jack la llamó porteléfono.

—¿Dónde te has metido todo el día?Te he buscado por todas partes y no tehe encontrado —dijo, cariñoso comosiempre.

Ya era jueves, y se suponía que ibana cenar juntos al día siguiente. Ellaintentó que no se le notara nada alhablar, pero era difícil. No quería quesospechara lo que sabía de él hasta quepudieran verse cara a cara. No era unaconversación que quisiera mantener porteléfono. Llevaba todo el díaencontrándose mal, y la noche anteriorno había dormido. Costaba creer quealguien que le importaba tanto y conquien había sido tan abierta, alguien enquien confiaba tanto, hubiese actuadocon tan poca honestidad. Esa revelaciónle había partido el corazón. Todos susmiedos a no ser lo bastante buena para

merecer amor habían regresado.Esperaba que Jack tuviera algunaexplicación razonable, pero no lograbaimaginar ninguna. Estaba dispuesta a oírlo que tuviera que decirle, queríaescucharlo, pero las pruebas que lehabía presentado John eran bastantecondenatorias.

Le dijo a Jack que había estado muyocupada todo el día reuniéndose conalumnos y con sus padres para hablardel proceso de solicitudes para launiversidad, y lo invitó a que, la nochesiguiente, subiera a tomar algo a suapartamento antes de salir a cenar. Él,tan encantador como siempre, respondió

que le parecía una idea estupenda.Victoria nunca lo había presionado paraque pasaran juntos las dos noches del finde semana para no resultar avasalladora,pero esta vez decidió intentarlo y vercuál era su reacción.

—Podríamos hacer algo también elsábado por la noche. Dan unas películasmuy buenas en el cine —dijo en tonoinocente.

—Quizá mejor dejarlo para la tardedel domingo —repuso él como si lolamentara—. El sábado tengo quepasarme el día corrigiendo exámenes,incluso por la noche. Voy muy retrasado.

Ahí tenía su respuesta. Victoria

podía tenerlo la noche del viernes y latarde del domingo, pero no el sábado, niel sábado por la noche.

Así pues, con el corazón destrozadoy un nudo gigantesco en el estómago,supo que lo que John le había contadoera cierto. No era que dudara de supalabra, pero tenía la esperanza de que,de alguna forma, estuviera equivocado.Por lo visto no era así.

El viernes pasó todo el día distraíday nerviosa en la escuela. Vio a Jack unmomento en la sala de profesores a lahora de comer, pero prefirió salircorriendo por la puerta y decirle quellegaba tarde a una reunión con un

alumno. Por la noche él se presentópuntual en el piso. Parecía tan agradabley relajado como siempre. Irradiaba algoque lo hacía parecer honrado y sincero.Transmitía integridad y tenía el aspectode ser alguien en quien se podía confiar.Y Victoria lo había hecho de todocorazón. Pero, por lo visto, Jack no eraexactamente lo que aparentaba ser, y esohabía supuesto un trago amargo paraella. Estaban solos en el apartamento.Los demás habían salido porque eraviernes por la noche. Harlan y John,además, sabían lo que Victoria teníapensado hacer, así que se habían ido acasa de John para dejarle el terreno

libre, pero le habían dicho que estaríandisponibles si los necesitaba.

Victoria, que estaba sirviendo doscopas de vino, no tenía ni idea de cómoempezar la conversación. Se habíapuesto unos pantalones de sport y unjersey viejo. De pronto no se sentía tanguapa como solía cuando estaba con él.Se sentía fea, no querida. Y traicionadatambién. Era una sensación espantosa.No se había molestado en lavarse elpelo ni en ponerse maquillaje. La ideade competir con aquella otra mujer leresultaba ajena. Su ánimo y la seguridaden sí misma se habían venido abajocomo un castillo de naipes. Jack estaba

demostrándole que su padre tenía razón,que no era merecedora de su amor,mientras que otra mujer sí.

Jack la miró atentamente con su copade vino en la mano. Se daba cuenta deque estaba molesta, pero no tenía ni ideade por qué.

—¿Pasa algo? —preguntó en tonoinocente.

A Victoria le temblaban las manos ydejó su copa. Sintió que se le encogía elestómago.

—Puede —dijo en voz baja, ylevantó la mirada hacia él—. Dímelo tú.No te lo había comentado, pero resultaque el novio de Harlan trabaja en la

escuela Aguillera del Bronx. Por lovisto, una amiga tuya también. Supongoque tú sabrás quién es mejor que yo.Dice que hace dos meses que tiene unaaventura contigo y que os veis todos losfines de semana. Imagino que eso medeja a mí como una idiota y a ti como uncabrón, o algo así. Así que, dime, Jack,¿qué está pasando? —Lo miró fijamentea los ojos.

Él se quedó de piedra un buen rato,luego dejó la copa y cruzó la sala paraacercarse a la ventana. Después sevolvió de nuevo hacia ella. Victoria sedio cuenta de que estaba furioso. Lohabía pillado.

—No tienes ningún derecho afisgonear en mi vida —empezó a decir ala defensiva, aunque eso no lo llevara aninguna parte.

Victoria no mordió el anzuelo.—No lo he hecho. La información

me ha caído en las manos, y supongo quetengo suerte de que John me lo contara.Esa mujer va presumiendo de ti y elmundo es muy pequeño, Jack, incluso enuna ciudad del tamaño de Nueva York.¿Durante cuánto tiempo más pensabasseguir jugando a dos bandas? ¿Por quéno me lo explicaste?

—No me lo preguntaste. Nunca te hementido —contestó él, enfadado—.

Nunca dijimos que no pudiéramos salircon nadie más. Si querías saberlo,tendrías que habérmelo preguntado.

—¿No crees que, a estas alturas,podrías habérmelo contado tú solo?Hace dos meses que nos vemos todoslos fines de semana. El mismo tiempo,parece ser, que llevas liado con ella.¿Qué cree ella que tenéis?

—A ella tampoco le he dicho que nohubiera nadie más —soltó Jack con ira—. Y, de todas formas, no es asuntotuyo. No me he acostado contigo,Victoria. No te debo nada, solodisfrutamos de una agradable compañíacuando salimos y de una bonita velada.

—¿Así es como funciona? Porqueesas no son las reglas con las que yojuego. Si yo hubiese estado saliendo conotra persona, con sexo o sin sexo, te lohabría contado. Habría creído que te lodebía solo para que no te sintierasdesconcertado o herido. Yo teníaderecho a saberlo, Jack. Como serhumano, como persona quesupuestamente te importaba. Me lomerecía. No se trataba solo de salir acenar. Estábamos intentando construiruna relación, pero supongo que haces lomismo con ella. ¿Y quién más hay?¿Tienes huecos libres también entresemana? Me parece que has estado muy

ocupado y que no has sido muy sincero.Te has portado como un cerdo, Jack, y losabes. —Tenía lágrimas en los ojos.

—Sí, lo que tú digas —repuso él.Por primera vez estaba siendodesagradable con ella y le hablaba confrialdad. No le gustaba que le echaran labronca ni tener que rendir cuentas anadie de su conducta. Quería hacer loque le viniera en gana sin preocuparsede si alguien salía herido, siempre queese alguien no fuera él. Las costillas decordero no habían sido un problema,pero sí su integridad. Carecía de ella. Elhecho de que Victoria no le hubierapreguntado no era excusa para que él le

tomara el pelo—. No te debo ningunaexplicación —dijo, erguido, mirándolacon crueldad desde su altura—. Salircon gente conlleva esto, ni más nimenos. Si no te gusta quemarte, nojuegues con fuego. Me voy. Gracias porel vino —terminó.

Caminó hasta la puerta y cerró de unportazo. Ya estaba. Dos meses con unhombre que le gustaba y en quien habíacreído… Y él la había engañado y lehabía mentido, y no tenía ninguna clasede remordimientos. Victoria no leimportaba en absoluto, eso estaba claro.Después de que Jack se marchara, ellase sentó en una silla, temblando pero

orgullosa de sí misma por haberseenfrentado a él. Había sidodesagradable y doloroso y, aunque serepitió que había sido mejor enterarsecuanto antes, sentía una pena como si unser querido hubiese muerto. Se encerróen su habitación, se tumbó en la cama ysollozó sobre la almohada. Odiaba queJack le hubiera hecho aquello, pero aúnpeor era lo mal que se sentía consigomisma. Lo único en lo que podía pensaral recordar la mirada de sus ojos justoantes de marcharse era que, si ellahubiese merecido la pena, Jack la habríaamado. Y no la amaba.

14

Victoria todavía seguía destrozada porel desengaño que había sufrido con JackBailey cuando voló a Los Ángeles porAcción de Gracias. Le alegró ver aGrace y compartir la festividad con sufamilia, pero se sentía fatal consigomisma. Gracie se dio cuenta y eso laentristeció. Veía lo disgustada queestaba su hermana por lo mucho quecomía. Sus padres, en cambio, lo únicoque notaron fue que, una vez más, habíaengordado, así que Victoria regresó aNueva York el sábado. No aguantó más.

Al lunes siguiente llamó a la doctoraWatson y fue a verla. Habían habladomucho de Jack las semanas anteriores.No importaba las vueltas que le diera,Victoria todavía sentía que, de algúnmodo, ella había tenido la culpa. Creíaque si de verdad fuese merecedora delamor de alguien, Jack la habría tratadode otra forma.

—Esto no tiene que ver con quiéneres tú —le repitió su psiquiatra conserenidad—, tiene que ver con quién esél. Con su falta de integridad, con sudeslealtad. No ha sido culpa tuya, hasido culpa de él.

Victoria pensaba que era razonable,

pero emocionalmente era incapaz deasimilarlo. Para ella todo se reducía a siera digna de ser amada o no. Y si suspadres no la habían querido, ¿quién ibaa hacerlo? Lo mismo sucedía con sussentimientos por Jim y Christine: suincapacidad de quererla tal como era nodecía nada bueno de los dos, peroVictoria seguía sintiendo que laresponsable era ella. Cuando regresó aLos Ángeles por Navidad intentó llenarsu vacío con litros y litros de helado.Seguía deprimida y no lograbasobreponerse.

Sus padres no sabían nada de surelación con Jack. Victoria no había

compartido nada con ellos y suponíaque, de haberlo hecho, sin duda habríanencontrado la forma de echarle la culpadel fracaso. ¿Cómo iba a amarla Jack siestaba gorda? Seguro que la otra mujerestaba delgada. Victoria no había tenidoel valor de preguntar a John cómo era laotra profesora. Creía a ciencia cierta enlos mensajes que le habían transmitidosus padres por activa y por pasiva: quea los hombres solo les gustaban laschicas que eran como Gracie, ningunoquería a una mujer inteligente. Ella no separecía en nada a su hermana y, además,era una chica brillante. Así que ¿quiéniba a amarla? Todavía seguía con una

grave depresión cuando regresó a NuevaYork por Fin de Año. Pasó laNochevieja en el avión y, cuando elcapitán deseó a los pasajeros un felizAño Nuevo, Victoria se tapó la cabezacon su manta y se echó a llorar.

Ver a Jack en la escuela entreAcción de Gracias y Navidad había sidouna auténtica tortura. Victoria ya nuncacomía en la sala de profesores; sequedaba en su aula o salía afuera apasear por el East River. Eso le serviríapara recordar por qué no era buena idealiarse con alguien del trabajo. Recogerlos pedazos después eracomplicadísimo. Además, tanto entre los

profesores como entre los alumnoscorrió el rumor de que habían salidojuntos y que él había roto con ella. Eramás humillante de lo que nadie podíaimaginar. Victoria hacía todo lo posiblepor desaparecer, aunque era Jack quientenía de qué avergonzarse. Justo antes deNavidad oyó comentar que salía con laprofesora de francés que lo había estadopersiguiendo desde el primer día decurso. Victoria lo sintió por ella, ya quesuponía que él seguía viéndose con laprofesora del colegio de John y que nosería más sincero con su nuevaconquista de lo que había sido con ella.O a lo mejor la francesa era más lista y

sabía qué preguntas hacer, como:«¿Podemos salir con más gente?».Aunque era probable que de todasformas él le hubiera mentido. Encualquier caso, ya no era asunto deVictoria. Jack Bailey no formaba partede su vida. Era un sueño que habíaestado a punto de cumplirse, pero que alfinal se había hecho añicos. Laconsecuencia para Victoria fue, sobretodo, que perdió la esperanza. Helen yCarla intentaron consolarla cuantopudieron, pero también a ellas lasevitaba. No quería hablar con nadie, nien la escuela ni fuera. Ni siquiera conJohn y Harlan, de momento. Quería

dejarlo atrás. Ellos, sin embargo, veíanlo mucho que seguía afectándola.

En enero, Victoria se alegró de tenerpor fin una distracción porque pasó unfin de semana largo acompañando aGracie a visitar las diferentes facultadesque le interesaban. Fueron a ver tresuniversidades de la costa Este, pero suhermana estaba decidida a quedarse enla costa Oeste. Era una chica deCalifornia. Aun así las dos disfrutaronmucho del viaje. Era una oportunidadfantástica para estar juntas. Gracie,además, no decía nada si Victoria secomía un bistec enorme y una patataasada con salsa de nata, seguidos de un

helado con chocolate caliente de postrecuando salían a cenar. Sabía lo triste queestaba por lo de Jack. La propia Victoriaera muy consciente de que hasta suspantalones más holgados habíanacabado quedándole justos desdeAcción de Gracias. Sabía que tenía quehacer algo al respecto, pero todavía noera el momento. No se sentía preparadapara dejar lo que su psiquiatra llamaba«la botella de debajo de la cama», queen su caso era todo aquello queengordase. A la larga, la consecuenciade comer todos aquellos alimentos solosería que se sentiría peor aún, como unalcohólico, pero de momento le ofrecían

un consuelo inmediato.Uno de los puntos álgidos de la

visita de Gracie a Nueva York fue pasarun día con Victoria en su escuela. Estuvoincluso en una de sus clases, y sedivirtió muchísimo hablando con losdemás alumnos. Ellos, al conocer a suhermana pequeña, pudieron comprendermejor a su profesora. Gracie representótodo un éxito en las aulas. Hablaba sintapujos y enseguida fue el blanco de lasmiradas de todos los chicos, que lepidieron su correo electrónico yquisieron saber si estaba en Facebook.Sí que estaba. Repartió su direccióncomo si fueran caramelos, y los chicos

no los dejaron escapar. Victoria sealegró de que Gracie se marchara antesde que le revolucionara todos losgrupos. A sus casi dieciocho años estabamás guapa que nunca, y Victoria depronto se sintió mayor, además deenorme. Se deprimía solo con pensarque cumpliría veinticinco al cabo deunos meses. Un cuarto de siglo. ¿Y quétenía para dar fe de aquellos años? Loúnico en lo que se fijaba era en que nohabía ningún hombre en su vida y queseguía batallando con su peso. Tenía untrabajo que le encantaba y una hermana ala que quería, y nada más. No teníanovio, nunca había tenido ninguno en

serio, y su vida social se reducía aHarlan y a John. No parecía suficiente, asu edad.

En su siguiente sesión con la doctoraWatson, la psiquiatra decidió pasar alataque cuando Victoria le habló de laruta por diferentes universidades quehabía hecho con Gracie y lo mucho quese habían divertido.

—Quisiera plantearte una preguntapara que la medites —dijo su terapeutacon calma. Ese último año y medio,Victoria había llegado a apoyarse muchoen ella y a valorar todo lo que decía—.¿Crees posible que te niegues a perderpeso para no tener que competir con tu

preciosa hermana pequeña? Te expulsastú sola de la carrera escondiéndotedetrás de tu cuerpo. A lo mejor tienesmiedo de perder peso y, aun así, nopoder competir con ella, o no quererhacerlo.

Victoria desechó esa idea yenseguida le quitó importancia.

—No tengo por qué competir conuna chica de diecisiete años, ni deberíahacerlo. Es una niña. Yo soy adulta.

—Ambas sois mujeres, en unafamilia en la que vuestros padres osenfrentaban la una a la otra y a ti tedecían que no eras lo bastante buena,pero que ella sí, desde el día en que

nació. Es una carga muy pesada paraambas, y más aún para ti. Así que teretiras de la competición.

Era un punto de vista interesante,pero a Victoria no le apetecía oírlo.

—Yo ya era grandullona antes deque ella naciera —insistió.

—Grande comparada con tuhermana. Pero no nos desviemos deltema, el sobrepeso es otra cuestión.

La psiquiatra insinuaba que Victoriase había puesto encima una capaprotectora, un traje de camuflaje queimpedía a los demás verla como mujer.Ella era una chica muy guapa, pero notanto como Gracie, así que evitaba

competir con ella y desaparecía dentrode un cuerpo que la hacía invisible parala mayoría de los hombres, salvo para elque sería el adecuado para ella. Suterapeuta, sin embargo, esperaba que sedeshiciera de esa carga antes,simplemente porque la hacíadesgraciada.

—¿Estás diciendo que no quiero ami hermana? —preguntó Victoria,enfadada por un momento.

—No —repuso la doctora conserenidad—, estoy diciendo que no tequieres a ti misma.

Victoria se quedó callada un buenrato sin poder contener las lágrimas que

le caían por las mejillas. Ya hacíatiempo que había aprendido para qué erala caja de pañuelos de papel y por quéla utilizaba la gente tan a menudo.

En la primavera del segundo año deVictoria en Madison, el director leofreció un puesto fijo en el departamentode lengua. A ella le alegró saber que elcontrato de Jack Bailey no iba arenovarse. Se rumoreaba que le habíandicho que no era «lo que estabanbuscando». Su tórrida aventura con laprofesora de francés había acabado mal,y todos habían presenciado peleas por

los pasillos. La apasionada francesaincluso le había dado un bofetón estandoen la escuela. Después de eso Jack sehabía liado con la madre de un alumno,lo cual todos sabían que en Madisonestaba terminantemente prohibido.Victoria se sintió aliviada al saber quese marcharía. Le resultaba muy dolorosocruzárselo por el pasillo, le recordabaque de algún modo había fracasado, queno había sido lo bastante buena para quela amara, y que Jack había resultado serdeshonesto y, en definitiva, un cerdo.

Ella estaba entusiasmada con laseguridad que le daba ese puesto fijo ysaber que no tendría que preocuparse de

su futuro cada año. Madison ya era suhogar y podía establecerse allí con lacerteza de tener el trabajo asegurado.Helen y Carla se habían emocionado alenterarse y la habían invitado a comer.Por la noche Victoria también celebró lanoticia con Harlan y John. Por aquelentonces Bill ya se había ido del piso yestaba viviendo con Julie, así que Johnhabía ocupado su antiguo cuarto parainstalar su despacho, porque compartíahabitación con Harlan. John habíaresultado ser una buena incorporación algrupo, y a Bunny también le caía muybien. Ella pasaba cada vez más tiempoen Boston con su novio, y Victoria

sospechaba que pronto se mudaría allí,donde seguramente se casarían. Comoeran solteros, su vida en común estabasujeta a cambios constantes; pero ella,John y Harlan no tenían intención de irsea ningún lado. Victoria ni siquiera semolestó en llamar a sus padres paracontarles lo del trabajo, aunque sí se lodijo a Gracie, que estaba a dos meses desu graduación y no cabía en sí de alegríaporque la habían aceptado en laUniversidad del Sur de California.Había pensado trasladarse a unaresidencia, así que sus padres por fintendrían el nido vacío. No era queestuvieran muy contentos, pero Gracie

se había mostrado inflexible y, comosiempre, ellos habían accedido a susdeseos. A Victoria le sorprendió que elhecho de que Gracie se fuera a vivir auna residencia los inquietara más que supropio traslado a casi cinco milkilómetros de distancia. Sucediera loque sucediese, Gracie siempre sería laniña de los ojos de su padre, supreferida, y Victoria, nada más que laprimera prueba de la receta. No lahabían tirado a la basura, pero era casilo mismo: su falta de afecto y apoyo lehabían hecho prácticamente el mismodaño. Para Victoria, esa era la realidadde la relación con sus padres.

15

La graduación de Gracie supuso unacelebración por todo lo alto. Mientrasque la de Victoria, incluso cuando selicenció en la universidad, habíaconsistido en una tranquila veladafamiliar, sus padres dejaron que Gracieinvitara a un centenar de amigos a unabarbacoa que organizaron en el jardín deatrás. Su padre ocupó el lugar de jefe deparrilla y estuvo todo el tiempo asandopollo, filetes, hamburguesas y perritoscalientes. Incluso contrataron a varioscamareros vestidos con camiseta y

tejanos. Los chicos organizaron un baile.Victoria había cogido un avión para

asistir a la fiesta y, al día siguiente, a lagraduación en sí. Gracie estaba adorablecon su toga y su birrete, y su padre sepuso a llorar cuando la vio recibiendo eldiploma. Victoria no recordaba quehubiese llorado nunca de emoción porella; probablemente porque nunca lohabía hecho. Su madre estaba hecha unmar de lágrimas porque para ella habíasido un acto muy emotivo. También lasdos hermanas se abrazaron después y seecharon a llorar.

—¡No lo soporto! —exclamóVictoria, riendo a la vez que lloraba y

estrechaba a Gracie—. ¡Mi hermanita yase ha hecho mayor! ¡Cómo te atreves a ira la universidad! ¡Te odio!

A ella le habría gustado que Graciese hubiese esforzado un poco más paraentrar en alguna facultad de Nueva Yorken lugar de quedarse en Los Ángeles. Lehabría encantado tenerla más cercaporque así habría tenido familia enNueva York, pero también se habríaalegrado de ver que su hermana pequeñase alejaba de la sofocante influencia desus padres. Estaban siempre pendientesde ella. Su padre era una fuerza muypoderosa en su vida e intentabacontrolar todas sus opiniones. Victoria

había logrado mantenerlo a raya, peroGracie había acabado asimilando engran parte su estilo de vida, su forma dever el mundo, sus inclinaciones políticasy su filosofía. Había mucho con lo queestaba de acuerdo e incluso queadmiraba de ellos. Pero, claro, Graciehabía crecido con unos padres muydiferentes a los de Victoria. Los padresde Gracie la adoraban y la veneraban,apoyaban todos sus pasos y susdecisiones. Eso era muy alentador. Notenía ningún motivo para rebelarsecontra ellos o alejarse de su hogar.Hacía todo lo que su padre creía quedebía hacer. Él era su ídolo. Victoria, en

cambio, había tenido unos padres que nole hacían caso, que la ridiculizaban yque nunca la apoyaban en ninguno de suspropósitos. Victoria sí había tenido muybuenas razones para irse de allí. Gracietenía todos los motivos del mundo paraquedarse cerca de ellos. Era increíble lodiferentes que llegaban a ser susexperiencias y sus vidas, auncompartiendo a los mismos padres. Eracomo la noche y el día, una imagen enpositivo y en negativo. A veces Victoriase obligaba a recordarse que Graciehabía tenido una vida mucho más fácil, yque ellos habían sido mucho máscariñosos con su hermana que con ella,

para explicarse por qué Gracie noquería salir corriendo. Su hermanapequeña creía que había tomado unagran decisión al irse a vivir a laresidencia en lugar de quedarse en casa.Aunque a Victoria le pareciera unanadería, para ella había sido un pasogigantesco. Pero con eso no bastaba.Victoria seguía creyendo que sus padreseran unas personas tóxicas, y su padreun narcisista, y le habría encantado verque su hermana ponía algo más dedistancia entre ellos para respirar.Gracie, sin embargo, no lo deseaba. Dehecho, habría peleado por seguir cercade casa.

Victoria decidió hacerle a suhermana un gran regalo por sugraduación. Era muy cuidadosa con eldinero y ahorraba todo lo que podía.Aunque vivía en Nueva York, nuncaderrochaba, así que se ofreció a llevar aGracie a Europa para celebrar suingreso en la universidad. Ya habíanestado allí con sus padres cuando lasdos eran más pequeñas, pero a elloshacía años que no les interesaba viajar.Victoria se llevaría a Grace a conocerParís, Londres y Venecia en junio, ytambién Roma, si tenían tiempo. Suhermana no cabía en sí de la emoción, aligual que Victoria. Pensaban estar fuera

tres semanas en total y pasar cuatro ocinco días en cada ciudad. Con su nuevocontrato en Madison, Victoria habíarecibido un aumento de sueldo que lepermitiría no tener que trabajar aquelverano. Después de ir a Europa conGrace en junio, pensaba hacer un viajepor Maine con Harlan y John en agosto.

Gracie tenía un millón de planespropios antes de empezar la universidada finales de agosto, y Victoria se dabacuenta, igual que su hermana, de que lascosas iban a cambiar mucho para todos.Gracie había crecido y Victoria vivíalejos. Sus padres tenían la oportunidadde vivir de forma más independiente y

de realizar actividades ellos solos. Lafamilia se reuniría en vacaciones, pero alo largo del año cada cual tendría supropia vida. Salvo Victoria, que tenía untrabajo pero no una vida, aunque seguíaintentando labrarse una. Con veinticincoaños, todavía sentía que tenía un largocamino por recorrer. A veces sepreguntaba si algún día llegaría a algunaparte y empezaba a hablar de sí misma,en broma, como de la «hermanasolterona» de Gracie. Algunos días teníala sensación de que eso era lo que ledeparaba el futuro.

Gracie, por otro lado, tenía a unadecena de chicos que le iban detrás

continuamente; algunos le gustaban,otros no tanto, y siempre había un parpor los que estaba coladita y no eracapaz de decidirse por uno ellos.Conocer a chicos nunca había sido unproblema para su hermana. Victoria, encambio, no hacía más que confirmar quesus padres tenían razón acerca de ella:no era lo bastante guapa para encontrarnovio y estaba demasiado gorda paraatraer a los hombres, según su padre;según su madre, era demasiadointeligente para conservarlos. De unaforma o de otra, el caso era que no teníaa nadie.

Salieron hacia París el día después

de que la escuela de Victoria cerrara suspuertas. Gracie ya había volado hastaNueva York con dos maletas llenas deropa de verano, y las chicas sepresentaron en el aeropuerto a primerahora del día siguiente. Victoria solollevaba una maleta, pero fue ella la quefacturó el equipaje de ambas mientrasGracie hablaba con sus amigos por elmóvil. Se sintió un poco como lamonitora de un viaje escolar, aunque enrealidad estaba impaciente porcompartir aquella aventura con suhermana. Subieron al avión muyanimadas, y Gracie seguía enviandomensajes de texto como loca cuando la

azafata le pidió que apagara el teléfono.Era Victoria quien llevaba lospasaportes. A veces se sentía más comola madre que como la hermana de Grace.

Durante las seis horas que duró elvuelo hasta París charlaron, comieron,durmieron y vieron dos películas. Se leshizo muy corto, y de pronto ya eran lasdiez de la noche y estaban aterrizando enel aeropuerto Charles de Gaulle. Paraellas, sin embargo, eran las cuatro de latarde y, como además habían dormido enel avión, no estaban nada cansadas.Mientras iban en el taxi de camino a laciudad, lo único que les apetecía era daruna vuelta por ahí. Victoria había

invertido buena parte de sus ahorrospara pagar el viaje, y su padre les habíaenviado un generoso cheque paracontribuir también, lo cual ella le habíaagradecido mucho.

A petición de Victoria en su torpefrancés, el taxista las llevó por la plazaVendôme, pasó por delante del hotelRitz, recorrió el esplendor y el bulliciode la plaza de la Concordia, con todaslas fuentes encendidas, y luego subió porlos Campos Elíseos en dirección alArco de Triunfo. Allí giraron paraenfilar la gran avenida justo cuando laTorre Eiffel estallaba en una explosiónde luces destellantes, cosa que hacía

cada hora durante diez minutos. Graciemiraba sobrecogida a su alrededor; lasdos hermanas estaban sobrecogidas antetanta belleza. Bajo el Arco de Triunfo,una enorme bandera francesa ondeaba enla suave brisa nocturna.

—¡Ay, mi madre! —exclamó Graciemirando a su hermana—. No piensovolver nunca a casa.

Victoria sonrió y las dos se dieron lamano mientras el taxista daba la vueltaal Arco de Triunfo entre aquel tráficocaótico y volvía a bajar por los CamposElíseos en dirección al Sena.Disfrutaron de las vistas de losInválidos, donde se encontraba la tumba

de Napoleón, y cruzaron a todavelocidad el puente Alejandro III haciala orilla izquierda. Se hospedaban en unminúsculo hotel de la rue Jacob quehabían recomendado a Victoria. Teníanpensado viajar de la forma más barataposible, dormir en hoteles pequeños,comer en cafeterías y visitar galerías ymuseos. Su presupuesto era bastanteajustado para un viaje que ambas sabíanque recordarían durante toda la vida.Victoria había hecho un regalo increíblea su hermana.

Aquella noche cenaron sopa decebolla en una cafetería que quedabamuy cerca del hotel, a la vuelta de la

esquina. Después de cenar pasearon porla orilla izquierda del Sena y luegoregresaron a su habitación y estuvieronhablando hasta quedarse dormidas.Gracie no había parado de recibirmensajes de texto de sus amigos desdeque había encendido el móvil en elaeropuerto, y siguieron llegándoledurante toda la noche.

A la mañana siguiente las doshermanas desayunaron cruasanes y caféau lait en el vestíbulo del hotel, ydespués salieron a pie para ir al museoRodin, en la rue de Varenne, y desde allíal boulevard Saint-Germain, que bullíade actividad. Se tomaron un café en el

antiguo y célebre restaurante de artistas,el Les Deux Magots, y después fueron alLouvre y pasaron la tarde viendo tesorosfamosos.

Gracie quería ir también al museoPicasso, pero lo dejaron para el díasiguiente. Cenaron en la plaza de losVosgos, que era uno de los rincones másantiguos de la ciudad, en el barrio deMarais, y luego se montaron en unbateau mouche con todas las lucesencendidas para recorrer el Sena.

Visitaron una exposición en el GrandPalais, pasearon por el Bois deBoulogne, entraron en el vestíbulo delhotel Ritz y caminaron por la rue de la

Paix. Ambas tenían la sensación dehaber recorrido París entero en loscinco días que estuvieron allí. Habíanvisto todo lo que querían cuandopartieron hacia Londres, donde nobajaron el ritmo. Los dos primeros díasestuvieron en la Tate Gallery, en elVictoria and Albert Museum y en elmuseo de cera de Madame Tussaud.Vieron las joyas de la corona en la Torrede Londres, el cambio de la guardia enel palacio de Buckingham (dondevisitaron también los establos), fueron ala abadía de Westminster y tuvieronincluso tiempo de recorrer la exclusivaNew Bond Street, fijándose en los

escaparates de todas aquellas tiendas tancaras donde no podían permitirsecomprar nada. Victoria se había dado ellujo de regalarse un bolso bastante carode Printemps, en París, y Gracie perdióla cabeza por las alocadas camisetas ylos divertidos pantalones vaqueros de King’s Road, en Londres, pero las dosse habían portado muy bien y habíangastado el dinero con mucha sensatez.Por las noches cenaban en pequeñosrestaurantes, y durante el día paraban acomer algo en puestos ambulantes.Consiguieron ver y hacer todo lo quequerían. Sus padres iban siguiendo susperipecias día a día, sobre todo, y

Victoria lo sabía, porque Gracie estabacon ella y la echaban muchísimo demenos.

Llevaban casi dos semanas de viajecuando volaron de Londres a Venecia y,una vez allí, aminoraron el pasoradicalmente. Su llegada al Gran Canalfue sobrecogedora, y Victoria contratóuna góndola para que las llevara al hotelmientras Gracie se tumbaba la mar defeliz en la barca, con pose de princesa.Desde que habían llegado a Italia, todoslos hombres de la calle la miraban, yVictoria se fijó más de una vez, mientraspaseaban por Venecia, en que lasseguían para poder contemplar a su

hermana pequeña.Fueron a la plaza de San Marcos y

se compraron un helado, entraron en labasílica y luego estuvieron horaspaseando sin rumbo por las estrechas ysinuosas callejuelas, entrando y saliendode iglesias. Cuando por fin sedetuvieron para comer, Victoria pidió unenorme plato de pasta y se lo terminóentero. Gracie picó algo del suyo y dijoque, aunque estaba delicioso, ella sesentía demasiado emocionada paracomer nada, y además hacía demasiadocalor. No habían parado ni un minuto, ylas dos coincidieron después en queVenecia era su ciudad preferida.

Continuaron pues caminando,comiendo y relajándose. Avanzaban a unritmo más tranquilo y pasaban horasenteras en las terrazas de los cafésobservando a la gente. Gracie insistió encomprar un pequeño broche de camafeopara su madre, algo que a Victoria no sele habría ocurrido, pero tenía queadmitir que era muy bonito, y un gestomuy dulce. A su padre le compraron unacorbata en Prada, y para ellasescogieron alguna tontería comorecuerdo. Victoria se enamoró de unapulsera de oro en una tienda cerca de laplaza de San Marcos, pero decidió queno podía permitírsela, y Gracie se

compró una cajita de música con formade góndola que tocaba una canciónitaliana que ninguna de las dos conocía.

Sus días y sus noches en Veneciafueron absolutamente perfectos.Visitaron el Palacio Ducal y todas lasiglesias importantes que aparecían en laguía. Cogieron una góndola para pasarpor debajo del Puente de los Suspiros yse abrazaron mientras lo cruzabandeslizándose sobre el agua, lo cual,según decían, significaba que estaríanjuntas para siempre. Aunque en realidadera una promesa pensada para amantes,Gracie insistió en que para ellas dostambién valía. La noche que decidieron

vestirse de forma elegante fueron al Harry’s Bar, donde disfrutaron de unacena opípara. La comida en Venecia erafantástica. Victoria probaba risottos yplatos de pasta con salsas deliciosascada vez que paraban a comer, ysiempre pedía tiramisú de postre. No lohacía en busca de consuelo, sinoúnicamente porque la cocina italiana eraexquisita, pero el efecto en su cuerpo fueel mismo.

A las dos les dio muchísima penatener que volar hacia Roma paradisfrutar de la última etapa de suaventura. Allí caminaron más,compraron más regalos y visitaron

iglesias y monumentos. Vieron laCapilla Sixtina, hicieron el tour de lascatacumbas y se pasearon por elColiseo. Las dos estaban exhaustas yfelices cuando terminaron el viaje.Había sido tan inolvidable comoVictoria había esperado; un recuerdo yun momento de sus vidas que ambassabían que atesorarían para siempre.

Acababan de buscar sitio en laterraza de un café de via Veneto despuésde lanzar una moneda a la Fontana diTrevi cuando su padre las llamó. Estabaimpaciente porque regresaran a casa, yGracie también parecía tener muchasganas de verlo. De vuelta habían

planeado volar de Roma a Nueva York,donde Gracie pasaría dos días con suhermana antes de regresar a Los Ángelesella sola. Victoria había prometido queiría a ayudarla a instalarse en laresidencia en agosto, pero aquel año notenía pensado quedarse ningún día enLos Ángeles. Su vida estaba en NuevaYork, y sabía que Gracie querría pasartiempo con sus amigos antes de quetodos separaran sus caminos para ir afacultades diferentes. Era un alivio notener que quedarse dos o tres semanasen casa de sus padres. Prefería tenertiempo para relajarse en su propia casa.

Durante el vuelo de Roma a Nueva

York, las dos hermanas comentaron todolo que habían hecho y visto, y Victoriase alegró al comprobar que no habíansufrido ni un solo percance en todo elviaje. Gracie había sido una compañeraencantadora y, aunque sus opinionessobre sus padres eran muy distintas,Victoria siempre se cuidaba de nohablar mucho de ellos. Tenían otrostemas de conversación. Gracie nodejaba de darle las gracias por laincreíble experiencia y, cuando yaestaban a medio camino de EstadosUnidos, le entregó un paquetito envueltoen papel de regalo italiano y atado conuna cinta verde. Se mostró muy

misteriosa y emocionada al dárselo aVictoria, y volvió a agradecerle una vezmás aquel fabuloso viaje. Le dijo quehabía sido el mejor regalo degraduación del mundo.

Victoria abrió el paquetito concuidado y notó que dentro había algoque pesaba. Era una bolsita deterciopelo negro y, al abrirla, vio lapreciosa pulsera de oro de la que sehabía enamorado en Venecia y que habíadecidido no comprarse.

—¡Ay, Dios mío! ¡Gracie, esto esuna locura! —La generosidad del regalola dejó sin habla.

Gracie se la puso en la muñeca.

—La he comprado con mi paga y eldinero que me dio papá para el viaje —anunció con orgullo su hermanapequeña.

—No me la pienso quitar nunca —leaseguró Victoria mientras se inclinabapara darle un beso.

—Nunca me lo había pasado tanbien —dijo Gracie, feliz—, yseguramente nunca volveré a vivir algoasí. Me entristece que se hayaterminado.

—A mí también —reconocióVictoria—. A lo mejor podemosrepetirlo algún día, cuando te gradúes enla universidad. —Sonrió con expresión

soñadora.Parecía que faltaba una vida para

aquel momento, pero Victoria sabía quelos años pasarían muy deprisa a partirde entonces. Aún le daba la sensaciónde que hacía apenas unos días que ellamisma se había graduado en el instituto,y de pronto había cumplido losveinticinco y ya hacía tres años que sehabía licenciado en la universidad.Sabía que a su hermana pequeña lesucedería lo mismo.

Estuvieron hablando muchísimodurante aquel vuelo, pero al final sequedaron dormidas. Las dos despertaronjusto cuando aterrizaban en Nueva York.

Les daba lástima pensar que el viajehabía terminado. El tiempo que habíanpasado juntas había sido mágico, yambas se miraron a los ojos y sonrieroncon nostalgia mientras el avión tomabatierra. Cómo les habría gustado empezarotra vez…

Tardaron una hora en recuperar lasmaletas y pasar por la aduana, y otra enllegar a la ciudad en taxi. Cuando elcoche se detuvo frente al edificio deVictoria, Roma, Venecia, Londres yParís parecían quedar a una vida dedistancia.

—¡No quiero volver! —se lamentóGracie mientras su hermana abría la

puerta del apartamento. Era fin desemana y todo el mundo estaba fuera, asíque tenían el piso para ellas solas.

—Yo tampoco —dijo Victoria, queestaba leyendo ya una nota en la queHarlan le daba la bienvenida a casa.

También le había dejado algo decomida en la nevera, para que asípudiera prepararle algo de desayuno aGracie. Victoria dejó las maletas en suhabitación. Se sentía extraña en el piso.

Aquella noche, después de llamar asus padres para decirles que habíanllegado bien, se acostaron temprano. AGracie siempre le parecía bienavisarlos, no quería que se preocuparan.

Nunca había atravesado ninguna faserebelde, cosa que a Victoria le habríagustado, porque habría sido más sanoque estar tan unida a sus padres.Esperaba que, en la universidad, suhermana encontrara por fin ciertaindependencia, pero le daba lasensación de que sus padres querríanque fuera a casa a visitarlosconstantemente. Aunque sus padres yella nunca habían tenido una relación tanestrecha, Victoria se alegraba de haberestudiado en la Universidad delNoroeste. Gracie, en cambio, era su niñamimada.

A la mañana siguiente Victoria

preparó un desayuno europeo a base detorrijas, luego cogieron el metro para iral SoHo y pasearon entre losvendedores ambulantes, las tiendas y losturistas. Las calles estaban muyconcurridas, y las dos hermanascomieron en una pequeña cafetería conterraza. Pero no era comparable aEuropa, y las dos coincidieron en queojalá estuvieran aún en Venecia. Habíasido el punto culminante del viaje, yVictoria seguía llevando con orgullo lapreciosa pulsera de oro que le habíaregalado Gracie.

El domingo fueron a ver un conciertoen Central Park, y cenaron después de

que Gracie hiciera las maletas. Victoriaya había recogido todas sus cosas, y lasdos se quedaron charlando en la cocinahasta altas horas de la noche. Los demásvolverían el lunes. El fin de semanasiguiente era el del Cuatro de Julio yGracie tenía un millón de planes en LosÁngeles; Victoria, ni uno solo en NuevaYork. Harlan y John pensaban ir a FireIsland, y Bunny se marcharía a CapeCod.

Victoria acompañó a su hermana alaeropuerto a la mañana siguiente, y lasdos lloraron al despedirse. Era el finalde un viaje precioso, de unos momentosmaravillosos que habían compartido, y

Victoria, al ver marchar a Grace, sesentía como si le hubieran arrancado elcorazón. Cuando estaba en el autobús apunto de regresar a la ciudad, vio queGracie le había enviado un mensaje detexto aun antes de que el avióndespegara. «Las mejores vacaciones demi vida, y tú la mejor hermana delmundo. Siempre te querré. G.» Se lesaltaron las lágrimas al leerlo y, nadamás regresar al piso, llamó a la doctoraWatson. Le alegró saber que lapsiquiatra tenía un hueco aquella mismatarde.

Victoria estaba contenta de verla y leexplicó muchas cosas del viaje. Le

comentó lo fácil que había sido todo conGracie, lo mucho que se habíandivertido, le enseñó la pulsera quellevaba en la muñeca y se rio cuando lehabló de los hombres que habíanseguido a su hermana por las calles deItalia.

—¿Y qué me dices de ti? —preguntóla psiquiatra con calma—. ¿A ti no tesiguió nadie?

—¿Me tomas el pelo? Pudiendoelegir entre Gracie y yo, ¿a quién creesque seguían?

—Tú también eres una mujer guapa—afirmó la doctora Watson. Se dabacuenta de lo mucho que Victoria había

ayudado a su hermana pequeña yesperaba que, a cambio, ella tambiénhubiese hecho acopio de sustentoemocional.

—Gracie es estupenda, pero mepreocupa lo unida que está a nuestrospadres —le confesó Victoria a laterapeuta—. No creo que sea sano. Conella son más agradables de lo que fueronnunca conmigo, pero la asfixian, latratan como si fuera de su propiedad. Mipadre le llena la cabeza con todas susideas. Necesita formarse las suyaspropias.

—Es joven. Ya llegará a eso —dijola psiquiatra con aire filosófico—. O tal

vez no. Puede que se parezca más aellos de lo que tú crees. Quizá le resultacómodo.

—Espero que no —dijo Victoria.La doctora Watson estaba de

acuerdo con ella, pero también sabíaque no siempre era así y que no todo elmundo era tan valiente como Victoria,que había roto sus ataduras y se habíaido a vivir a Nueva York.

—Háblame de ti. ¿Adónde te dirigestú ahora, Victoria? ¿Cuáles son tusobjetivos?

Ella se rio al oír la pregunta. Amenudo se reía cuando en realidad teníaganas de llorar. Así la situación daba

menos miedo.—Quedarme hecha un palillo y

conseguir una vida. Conocer a unhombre que me quiera y a quien yoquiera también. —En el viaje habíaengordado y su plan era perder pesodurante el resto del verano.

—¿Y qué estás haciendo paraconseguirlo? —preguntó la psiquiatra,refiriéndose a ese hombre al queVictoria quería conocer.

—De momento, nada. Acabo dellegar este fin de semana. No es tan fácilconocer a gente. Todos mis amigos estáncasados, tienen pareja o son gays.

—Quizá necesites diversificar un

poco tus actividades y probar algonuevo. ¿En qué punto te encuentras ahoramismo con tu peso? —Normalmente, oestaba a dieta o en la más absolutadesesperación.

—Comí mucha pasta en Italia, ycruasanes en París. Supongo que ahoratengo que cumplir penitencia. —Sehabía comprado el libro de la últimadieta famosa antes de salir de viaje,pero todavía no lo había abierto—. Esuna lucha constante.

Algo le impedía perder ese peso delque quería deshacerse y, aun así,siempre estaba segura de que al final delarco iris de su peso ideal encontraría al

hombre de sus sueños.—Verás, puede que uno de estos

días conozcas a alguien que te ame talcomo eres. No tienes por qué seguir unrégimen milagroso para encontrar a tumedia naranja. Mantenerse en forma esbueno para la salud, pero tu vidaamorosa no tiene por qué depender deello.

—Nadie va a quererme si estoygorda —dijo ella con el ánimo sombrío.Era el mensaje que su padre le habíatransmitido durante todos aquellos años,casi en forma de maldición.

—Eso no es cierto —repuso lapsiquiatra con serenidad—. El hombre

que te quiera, te querrá estando gorda,delgada o de cualquier otra forma.

Victoria no dijo nada, pero eraevidente que no creía en la opinión de ladoctora Watson. Sabía lo que se decía:no había hombres haciendo cola a supuerta, nadie la paraba por la calle parasuplicarle su número de teléfono nipedirle una cita.

—Siempre puedes volver a lanutricionista. La otra vez te dio bastantebuen resultado.

También habían comentado muchasveces los programas de WeightWatchers, pero Victoria nunca habíallegado a ir. Siempre decía que estaba

demasiado ocupada.—Sí, supongo que la llamaré dentro

de unas semanas.Primero quería terminar de

instalarse, aunque también pretendíaperder peso antes de que el cursovolviera a empezar. Tras el viaje, otravez llevaba su ropa de la talla 46.

Entonces Victoria siguió hablandodel viaje y la hora terminó.

Al salir a la calle, una vez más teníala sensación de haberse quedadoestancada. Su vida no iba a ningunaparte. De camino a casa se compró uncucurucho de helado. ¿Qué más daba?Ya empezaría a hacer dieta en serio al

día siguiente.Harlan y John estaban en el piso

cuando llegó, y Bunny también. Sealegraron mucho de verla y aquellanoche, cuando Bunny volvió delgimnasio, cenaron todos juntos. Johnhabía preparado un bol enorme de pastay ensalada de langosta, ambasirresistibles. Harlan se dio cuenta deque Victoria había vuelto a engordar,pero no dijo nada. Estaban muycontentos de tenerla otra vez allí, yBunny les contó que se había prometidocon su novio y les enseñó el anillo. Ibana casarse en primavera. La noticia nopilló a nadie por sorpresa, y Victoria se

alegró mucho por su compañera de piso.Algo antes, por la tarde, Gracie le

había enviado un mensaje de texto paradecirle que ya había llegado a casa, ypor la noche llamó a Victoria antes deacostarse. Le contó que sus padres lahabían sacado a cenar y que al díasiguiente pensaba ir a Malibú con unosamigos. Tenía un verano lleno de planespor delante. Victoria se fue a dormirsoñando con Venecia: estaba sentada enuna góndola junto a Gracie, bajo elPuente de los Suspiros. Después soñócon el risotto a la milanesa que habíacomido en el Harry’s Bar.

El resto del verano transcurrió volando.Victoria pasó el fin de semana delCuatro de Julio en los Hamptons,hospedada en un bed and breakfast conHelen y un grupo de profesoras deMadison. En agosto fue a Maine conHarlan y John. En Nueva York tuvo quesoportar varios días sofocantes durantelos que no hizo nada más que estartumbada por casa. Hacía demasiadocalor para salir a correr, así que algunavez fue al gimnasio. Más que nada eraun esfuerzo para acallar su conciencia,pero en realidad no le apetecía hacerdeporte. Lo había pasado tan bien con suhermana que se había quedado muy triste

viendo marchar a Gracie después de suviaje juntas. Victoria la echaba muchode menos y se sentía muy sola sin ella.Fue a una reunión de ComedoresCompulsivos Anónimos, pero no volviómás.

Tal como había prometido, voló aCalifornia un fin de semana para ayudara su hermana a instalarse en suresidencia de la Universidad del Sur deCalifornia. Fue un día lleno de caos,recuerdos agridulces y lágrimas desaludo y despedida. Victoria la ayudó adeshacer las maletas mientras su padrele instalaba el equipo de música y elordenador, y su madre le doblaba bien

toda la ropa interior antes de guardarlaen los cajones.

Gracie compartía la diminutahabitación con otras dos compañeras,así que fue toda una hazaña conseguirmeter todas las cosas de cada una en sustaquillas, un único armario y trescajoneras. Entre eso y los tresescritorios con tres ordenadores queacaparaban el espacio de la habitación,además de los tres pares de padres queintentaban ayudar a sus hijas y Victoria,apenas se cabía. A media tarde yahabían hecho todo lo que podía hacerse,y Gracie los acompañó afuera. Parecía apunto de sufrir un ataque de pánico. Su

padre estaba al borde de las lágrimas, yVictoria tenía el corazón en un puño.Gracie ya era adulta: tenían que abrir lapuertecilla de la jaula para dejarlavolar. A sus padres les costaba muchomás que a ella, aunque tampoco paraVictoria era fácil.

Estaban frente a la puerta de laresidencia, hablando, cuando un chicoalto y guapo pasó junto a ellos con unaraqueta de tenis en la mano. En cuantovio a Grace se detuvo como si lohubiera alcanzado un rayo y no pudieradar un paso más. Victoria sonrió al verlela cara; ya había visto a otros reaccionarasí ante su hermana.

—¿De primero? —preguntó elchico, aunque podía deducirlo por elpabellón en el que se encontraban.

Gracie dijo que sí con la cabeza. Susojos tenían la misma expresión que losde él, y Victoria estuvo a punto deecharse a reír. Sería demasiado fácil queGracie conociera al hombre de su vidanada más llegar a la residencia. ¿Deverdad era tan sencillo?

—¿Y tú, de tercero? ¿Cuarto? —lepreguntó ella con una mirada llena deesperanza.

El chico sonrió.—Máster en Administración de

Empresas —contestó con una sonrisa de

oreja a oreja, lo cual quería decir quetenía por lo menos cuatro años más queella, aunque seguramente más bien cincoo seis—. Hola —dijo entonces, mirandoa los demás—. Me llamo Harry Wilkes.

Todos habían oído hablar delPabellón Wilkes y se preguntaron si elchico sería de la misma familia quehabía donado los fondos paraconstruirlo. Estrechó la mano a suspadres y a Victoria, y luego le sonrióembobado a Gracie y le preguntó si legustaría jugar un partido de tenis a lasseis. A ella se le iluminó la cara yaceptó. Harry prometió volver más tardea buscarla y entonces se fue corriendo.

—Caray, qué facilidad —comentóVictoria cuando el chico se fue—. ¿Aalguien le apetece un poco de tenis? Deverdad que no sabes la suerte que tienes.

—Sí que lo sé —repuso Grace conuna mirada soñadora—. Es monísimo.—Y entonces, como si un alienígena delespacio exterior se hubiese apoderadode su cuerpo, le dijo a Victoria por lobajo—: Algún día me casaré con él.

—¿Por qué no esperas antes a verqué tal se le da el tenis?

Victoria sabía muy bien la cantidadde chicos que habían entrado y salido dela vida de su hermana durante los añosde instituto. Aquello no era más que el

principio de cuatro años de universidad.Solo esperaba que Gracie no siguieralos pasos de su madre y se pasara esoscuatro años buscando marido en lugar dedivertirse. A su edad no había motivospara pensar siquiera en el matrimonio.

—No. Lo digo en serio. Me casarécon él. Lo he sentido en cuanto me hadicho hola —insistió Gracie.

La seriedad de su mirada hizo queVictoria quisiera echarle un vaso deagua por la cabeza para despertarla.

—A ver. Esto es la universidad.Cuatro años de diversión, de cosas poraprender y de tíos fantásticos. No hayque casarse el primer día.

—Tú deja que tu hermana pille alchico más rico del campus —anunció supadre con orgullo, dando ya por hechoque Harry era uno de los Wilkes delPabellón Wilkes—. Parece que se haquedado prendado de ella.

—Igual que la mitad de Italia, enjunio. No perdamos la cabeza —insistióVictoria, que intentaba ser la voz de larazón, aunque nadie estabaescuchándola.

A su padre le había gustado elnombre del muchacho. A Gracie, sufísico. Y su madre había dado su vistobueno en cuanto había oído hablar dematrimonio. El pobre Harry Wilkes

estaba perdido, se dijo Victoria, siaquellos tres le echaban el guante.

—Oye, escúchame bien —dijo a suhermana pequeña—, intenta noprometerte antes de que yo vuelva porAcción de Gracias. —Entonces le dio unfuerte abrazo y, mientras se estrechaban,las dos desearon poder congelar aquelmomento para siempre—. Te quiero —le susurró Victoria, hablando a su oscuramelena rizada.

En brazos de su hermana, Gracieparecía una niña. Entonces levantó lacabeza y la miró con lágrimas en laspestañas.

—Yo también te quiero. Y lo de

antes lo he dicho muy en serio. Hetenido un extraño presentimiento con él.

—Ay, cállate ya —dijo Victoria,riendo, y le dio un empujón en broma—.Pásatelo bien jugando al tenis. Yllámame luego para explicarme qué tal.—Victoria se iba a Nueva York a lamañana siguiente. Sin Gracie en casa nohabía nada que la retuviera allí. Hacíaaños que era así.

Sus padres y ella regresaron alenorme aparcamiento y buscaron elcoche. Victoria se sentó en la parte deatrás, y nadie dijo nada durante eltrayecto hasta su casa. Cada uno estabaabsorto en sus cosas, pensando en lo

deprisa que transcurría el tiempo.Victoria recordaba a Gracie de pequeña,un bebé que daba sus primeros pasos atoda velocidad por el salón. Seacordaba de haberla llevado a la clasede párvulos y haberse despedido de ellacon un beso. De repente se habíaconvertido en una adolescente y, pocodespués, ya estaba yendo a launiversidad. Todos tenían la tristecertidumbre de que los siguientes cuatroaños pasarían volando, tan deprisa comolos anteriores.

16

El miedo de todos de que los añosuniversitarios de Gracie pasaran en unsuspiro se hizo realidad. Transcurrieronen un abrir y cerrar de ojos, y de repentela pequeña Grace ya estaba graduándoseen la Universidad del Sur de Californiacon su toga y su birrete. Sus padres y suhermana mayor vieron cómo lo lanzabacon fuerza hacia el cielo. Se habíaterminado. Cuatro años de universidad.Grace tenía una licenciatura en FilologíaInglesa y Ciencias de la Comunicación,y todavía no había pensado de qué forma

la aprovecharía. Quería trabajar en unarevista o un periódico, pero aún nohabía hecho ninguna entrevista. Pensabatomarse el verano libre y empezar abuscar trabajo en septiembre, y contabacon la bendición de su padre. En julio seiría a Europa con unos amigos, a Españae Italia, y su novio también losacompañaría. Después, ellos dos sereunirían con los padres de él en el surde Francia. La predicción que habíahecho Grace su primer día en el campuscasi se había cumplido. No estabancasados, pero Harry Wilkes había sidosu novio durante aquellos cuatro años, yel padre de Grace aprobaba su relación

sin reservas. Al final resultó que sí erade la misma familia que había donadolos fondos para la construcción delpabellón que llevaba su nombre. Harryhabía obtenido su título enAdministración de Empresas un añoantes, y trabajaba para su padre en unacompañía de banca de inversión. Erafirme como una roca, como le gustabadecir a Jim, y muy buen partido.Después de la graduación de Gracieestuvo comiendo con todos ellos en lacelebración familiar, igual que mediadocena de amigos de ella, y Victoria sedio cuenta de que su hermana y él nohacían más que hablar en tono

conspirador al otro extremo de la mesa.En cierto momento Harry le dio un besoy ella sonrió.

A Victoria no le desagradaba Harry,aunque le parecía quizá demasiadocontrolador y habría preferido que suhermana pequeña fuese más aventureradurante sus años universitarios. Graceno se había separado de Harry en ningúnmomento. En tercero había dejado laresidencia para irse a vivir con él a unapartamento fuera del campus, y allí eradonde vivían todavía. Victoria pensabaque su hermana era demasiado jovenpara sentar cabeza tan pronto y limitarsea un solo chico. Además, Harry le

recordaba un poco a su padre, lo cualtambién la inquietaba. El chico tenía unaopinión sobre todo, y Gracie las admitíatodas sin hacer distinción de las suyaspropias. Victoria no quería que acabaraconvirtiéndose en su madre: una sombrade su marido, venida a este mundo solopara ensalzarlo y hacer que se sintierabien consigo mismo. ¿Y ella comopersona?

Sin embargo, no podía negarse queGracie era feliz con Harry, y a Victoriale había sorprendido ver que sus padresno ponían ninguna pega a que los dosvivieran juntos. Estaba segura de que nohabrían reaccionado igual con ella. En

una ocasión en que se lo comentó a supadre, él le dijo que no fuese tanneurótica y anticuada, pero en parte eraporque la familia de Harry teníamuchísimo dinero. Victoria estabaconvencida de que no habrían sido tanpermisivos si Harry Wilkes fuese pobre.Lo había hablado incluso con Helen, yse lo decía a Harlan y a John cada vezque salía el tema. Estaba preocupadapor Gracie. Siempre había temido quesus padres le lavaran el cerebro paraconseguir que persiguiera unos idealesequivocados.

La comida de celebración empezótarde, después de la ceremonia, y se

alargó hasta pasadas las cuatro. Cuandopor fin se levantaron de la mesa, Graciefue a devolver la toga y el birrete, queeran de alquiler. Dejó el diploma aVictoria para que lo guardara a buenrecaudo y dijo que Harry laacompañaría más tarde a casa. Aquellanoche iban a salir con unos amigos.Harry conducía el Ferrari que suspadres le habían regalado al licenciarseen la escuela de negocios. Victoria losvio besarse en cuanto se alejaron;parecía que fuera el día anterior cuandose habían conocido a la puerta de laresidencia, él con su raqueta de tenis enla mano, el día en que Grace se trasladó

allí para empezar la carrera.—Debo de estar haciéndome mayor

—dijo a su padre mientras se subían alcoche. Estaba a punto de cumplirveintinueve años—. Hace unos cincominutos Grace tenía cinco años. ¿Cómohemos llegado hasta aquí?

—Te confieso que no lo sé. Mesiento exactamente igual que tú. —Incluso consiguió sonar sentimental aldecirlo, lo cual sorprendió a Victoria.

Durante los cuatro años deuniversidad de Gracie, Victoria habíasalido con algunos hombres que habíaconocido aquí y allá: un abogado, unprofesor, un agente de bolsa y un

periodista. Ninguno de ellos le habíaimportado demasiado, y las relacionesno habían durado más que unas semanaso un par de meses. Victoria se habíaconvertido en la jefa del departamentode lengua inglesa de Madison y seguíaviviendo en el mismo piso, que ya solocompartía con Harlan y John. Cada unode ellos utilizaba un segundo dormitoriocomo estudio. Bunny se había casadohacía tres años y tenía dos niños.Acababa de irse a vivir a Washington,D. C., con su marido y los pequeños. Éltrabajaba para el Departamento deEstado, aunque en realidad todossospechaban que era de la CIA, y ella

había decidido quedarse en casa paraser madre a tiempo completo. Harlanseguía trabajando en el Instituto delVestido, y John daba clases en el mismocolegio del Bronx. Hacía dos años queVictoria había dejado de ir a la consultade la doctora Watson. No tenía nada másque contarle. Habían repasado el mismoterreno varias veces y ambas acordaronque su trabajo había concluido. Noquedaban misterios ocultos pordescubrir. Los padres de Victoria lahabían tratado injustamente y habíancolmado de amor a su hermana pequeñasin dejar nada para ella, antes incluso deque naciera Gracie. Le habían fastidiado

la vida, hablando en plata. Pero, aun así,Victoria quería a su hermana, y suspadres apenas le provocabansentimientos, ni de rabia ni de afecto.Eran egoístas, unos ególatras que jamásdeberían haber tenido hijos, o por lomenos no a ella. Gracie sí encajaba ensu familia. Victoria no, pero habíaconseguido salir adelante a pesar deello. Sentía que la doctora Watson lahabía ayudado mucho. Seguía teniendo alos mismos padres y un problema con supeso, pero ambas cosas las gestionabamejor que antes.

Todavía no había conocido alhombre de sus sueños, y puede que

nunca lo conociera, pero le encantaba sutrabajo y seguía dando clases a loschicos de último curso. Su pesofluctuaba arriba y abajo, como siempre,porque sus hábitos alimentariosdependían del tiempo, del trabajo, delestado en que se encontraba su vidaamorosa, o la falta de ella, y también desu ánimo. En aquellos momentos pesabamás de lo que le gustaría. Llevaba algoasí como un año sin tener una cita, perosiempre insistía en que su peso noafectaba para nada a su vida amorosa yque ambas cosas no guardaban relación.Harlan tenía una opinión contraria yapuntaba que Victoria engordaba y

comía más cuando se sentía sola y triste.En el salón habían instalado una cinta decorrer y una máquina de remo, y Victoriahabía contribuido con algo de dineropara comprarlas, pero no las utilizabanunca. Siempre estaban en ellas Harlany John.

Victoria no regresaría a Nueva Yorkhasta la mañana siguiente a lagraduación de Grace, así que aquellanoche cenó en casa con sus padres. Eraun sacrificio que hacía por lo menos unavez en cada una de sus visitas. Su padreya hablaba de jubilarse anticipadamentedentro de unos años, y su madre seguíasiendo una fanática jugadora de bridge.

Victoria tenía menos que decirles cadaaño. Los chistes de su padre sobre supeso no le hacían gracia, y desde hacíaun tiempo había empezado a añadirtambién comentarios sobre el hecho deque no estaba casada, no tenía novio yseguramente nunca tendría hijos. Todoello lo achacaba a su peso, pero ella yano se molestaba en discutírselo ni enintentar defenderse o explicarse. Dejabapasar las pullas y las bromitas sincontestarlas. Su padre no cambiaríanunca, y seguía creyendo que su trabajoera una completa pérdida de tiempo.

En la cena habló de conseguirempleo para Grace como redactora

publicitaria en su agencia cuandovolviera de Europa. Victoria estabaayudando a su madre a cargar ellavavajillas después de cenar cuandoGracie se presentó de improviso. Desdeque vivía con Harry no los visitaba muya menudo, así que todos sesorprendieron de verla allí y sealegraron mucho. Tenía las mejillassonrosadas y un brillo especial en losojos cuando entró en la cocina y se losquedó mirando. Victoria sintió unrepentino aleteo en el estómago, yentonces Gracie soltó las palabras queella más temía:

—¡Estoy prometida!

Se produjo una fracción de segundode silencio, luego su padre soltó unalarido, abrazó a su hija y le dio unavuelta en el aire como cuando erapequeña.

—¡Bravo! ¡Así se hace! ¿Dónde estáHarry? ¡Quiero felicitarlo a él también!

—Me ha traído en coche y ha ido acontárselo a sus padres —respondióella, pletórica.

Victoria siguió cargando ellavavajillas sin decir ni una palabramientras su madre cloqueaba de alegría,agitaba las manos y abrazaba a su hija.Una vez hecho el anuncio, Gracieextendió su delicada mano y todos

vieron el anillo con un enorme diamantecircular que llevaba en el dedo. Estabasucediendo de verdad. Era real.

—¡Lo mismo que tu padre y yo! —exclamó su madre, emocionada—. Nosprometimos la noche de nuestragraduación y nos casamos por Navidad.—Todos lo sabían—. ¿Cuándo será laboda? —preguntó, como si quisieraempezar a planearla allí mismo.

Ni por un segundo se cuestionaron siestaba haciendo lo correcto o si erademasiado joven, por razones evidentesque tenían que ver con Harry. Que suhija pequeña se casara con un Wilkes lesparecía una idea estupenda, un golpe de

gracia magistral. Todo giraba en torno asus egos, y no a lo que pudiera ser mejorpara Gracie.

Victoria por fin se volvió hacia suhermana y la miró con ojos depreocupación.

—¿No crees que eres demasiadojoven? —preguntó con sinceridad.Gracie tenía solo veintidós años, yHarry veintisiete, lo cual seguía siendomuy pronto en opinión de Victoria.

—Llevamos cuatro años juntos —dijo su hermana, como si eso loarreglase todo.

Pero Victoria no pensaba igual. Alcontrario, aquello, lo agravaba más aún.

Nunca se había dado una oportunidadpara crecer como persona, paradesarrollar sus propias opiniones otener al menos una cita con algún otrochico en la universidad.

—En mi instituto también tengo aalumnos que salen con la misma personadesde hace cuatro años, y eso no quieredecir que sean lo bastante maduros paracasarse. Estoy preocupada por ti —insistió, hablando con franqueza—.Tienes veintidós años. Necesitas untrabajo de verdad, una carreraprofesional, algo de independencia,tener una vida propia antes de sentar lacabeza para casarte. ¿Por qué tanta

prisa?Por un instante le horrorizó pensar

que Gracie pudiera estar embarazada,pero no lo creía. Su hermana habíaanunciado que pensaba casarse conHarry nada más conocerlo, y eso era loque estaba sucediendo. Harry era susueño hecho realidad. Era lo que Graciedeseaba, y miró a Victoria con enfadopor todas esas preguntas que le hacía yla evidente falta de entusiasmo quedemostraba.

—¿No puedes alegrarte por mí? —preguntó, molesta—. ¿Es que todo tieneque ser como tú crees que debería ser?Soy feliz. Quiero a Harry. No me

importa no tener una carrera profesional.No tengo una vocación como tú. ¡Soloquiero ser la mujer de Harry!

A Victoria no le parecía suficiente,pero tal vez Gracie tuviera razón.¿Quién era ella para decidir nada?

—Lo siento —dijo, triste. Hacíaaños que no discutían. La última vezhabía sido por sus padres, porqueGracie los había defendido convehemencia frente a su hermana, yVictoria había querido hacerle ver loequivocada que estaba. Al final se habíadado por vencida, porque su hermanaera demasiado joven paracomprenderlo, y de todas formas era una

de ellos. Esta vez se sentía igual.Victoria volvía a ser la única quedisentía, la que no se alegraba por ella yse atrevía a decirlo, la que no encajaba—. Yo solo quiero que seas feliz ytengas la mejor vida posible. Y meparece que eres muy joven.

—Pues a mí me parece que va atener una vida estupenda —dijo su padreseñalando el anillo.

Al verlo hacer eso, Victoria se sintiómareada. Sabía que no eran celos. Teneruna hija que iba a casarse con un hombrerico era el complemento perfecto para lavanidad de Jim. Con ese anillo en eldedo, Gracie se había convertido en un

trofeo y en la prueba del éxito de supadre, que había criado a una hija capazde pescar a un millonario. Victoriadetestaba todo lo que significaba eso,pero Gracie no se daba cuenta. Estabademasiado arropada en su propia vida ytenía demasiado miedo de salir almundo exterior, buscar un trabajo,conocer gente nueva y hacer algo por sísola. Así que, en lugar de eso, se casabacon Harry.

Justo cuando Victoria se hacía esasreflexiones, el futuro novio entró en lacocina con una sonrisa resplandeciente yGracie corrió a sus brazos. Era fácil verlo feliz que era, ¿quién querría negarle

eso? Su padre dio unas palmadas aHarry en la espalda, y su madre fue apor una botella de champán que Jimdescorchó de inmediato. Mientras servíauna copa para cada uno, Victoria losmiraba y sonreía con nostalgia. Los añospasaban cada vez más deprisa. Lagraduación del instituto, launiversidad… y de pronto ya estabaprometida. Era demasiado para digerirde golpe. Sin embargo, olvidándose desus objeciones, cruzó la cocina y abrazóa Harry para hacer feliz a su hermana,que la miró con alivio. Gracie no queríaque nadie se interpusiera en sus planes,que intentara detenerla o cuestionarla.

Aquel era su sueño.—Bueno, y ¿cuándo será el gran

día? ¿Habéis elegido ya una fecha? —preguntó su padre después de brindarpor la feliz pareja y que todo el mundobebiera un poco de champán.

Harry y Gracie estaban radiantes defelicidad. Se miraron otra vez, y Harryrespondió por ella, lo cual era una delas cosas que menos le gustaban aVictoria. Gracie también tenía voz, yquería que la usara. Esperaba que laboda no fuese enseguida.

—En junio del año que viene —dijoHarry sonriendo a su delicada novia—.Tenemos mucho que organizar para ese

día. Gracie estará ocupadísimaplanificando la boda. —Harry miró asus futuros suegros como si esperara quelo dejaran todo y se pusieran a trabajartambién en la celebración—. Habíamospensado en cuatrocientos o quinientosinvitados —dijo alegremente, sinconsultar a los padres de ella si lesparecía bien.

Tampoco les había pedido su mano.Le había propuesto matrimoniodirectamente, pero siendo muyconsciente de que Jim Dawson le daríasu bendición. La madre de Gracepareció a punto de desmayarse al oír lacantidad de invitados a la boda, pero

Jim estaba tan contento que descorchóotra botella de champán para servir otraronda.

—Ya os ocuparéis las chicas de todoeso —dijo, sonriendo primero a Harry yluego a su mujer y a sus hijas—. Yo solotengo que pagar las facturas.

Victoria miró a su padre pensandoque aquello era casi una operación decompraventa. Pero era la clase dematrimonio que Jim quería para su hija,así que no estaba dispuesto apreguntarse si era demasiado joven o siestaba cometiendo un error. Victoriasabía que, si decía algo, la acusarían deser la hija obesa que, como no tenía

novio y no lograba encontrar marido,estaba celosa de su preciosa hermanapequeña y quería interponerse en sucamino.

Cuando se terminaron la segundabotella, todos volvieron a abrazar a lajoven pareja. Harry dijo que sus padresquerrían cenar con ellos algún día muypronto. Y Victoria tuvo ocasión deabrazar a su hermana otra vez.

—Te quiero. Siento habertedisgustado.

—No pasa nada —susurró Gracie—. Solo me gustaría que te alegraraspor mí.

Victoria asintió con la cabeza. No

sabía qué decir. Entonces la pareja derecién prometidos se despidió de ellos.Habían quedado con unos amigos para ira una fiesta, y Gracie quería lucir suanillo de compromiso. Victoria oyó quesu BlackBerry volvía a la vida cuandoacababan de irse y fue a ver quién era.Era un mensaje de su hermana. «Tequiero. Alégrate por mí». Victoriacontestó igual de deprisa y con la únicarespuesta que podía darle. Su mensajedecía: «Yo también te quiero».

—Bueno, tienes un año paraplanificar la boda —le dijo Jim aChristine en cuanto Grace y Harry sehubieron marchado—. Así estarás

ocupada. Puede que incluso tengas quecogerte algún día libre en el club debridge.

Mientras su padre hacía esecomentario, Victoria recibió otromensaje. Otra vez de Gracie.

«¿Dama de honor principal?», decía,y Victoria sonrió. De una forma o deotra iban a obligarla a claudicar pero,aun así, jamás se le habría ocurridonegar a su hermana ese capricho, ni a símisma, si de verdad pensaba seguiradelante con la boda.

«Sí. Gracias. ¡Claro que sí!», lerespondió también por mensaje. Así quesu hermanita se casaba y ella sería la

dama de honor principal. ¡Menudo día!

17

Dos días después de la graduación deGrace, cuando Victoria ya estaba enNueva York, llamó a la doctora Watson.La consulta de su psiquiatra seguía en elmismo lugar de siempre y con el mismonúmero de teléfono, y la terapeuta ledevolvió la llamada a su móvil por lanoche. Le preguntó qué tal estaba, y ellacontestó que bien, pero que necesitabauna sesión, así que la doctora Watsonlogró hacerle un hueco para el díasiguiente. En cuanto Victoria entró por lapuerta, se dio cuenta de que, aunque

parecía algo más madura, básicamenteestaba igual. No había cambiado.Llevaba puestos unos vaqueros negros,camiseta blanca y sandalias. Era veranoy hacía mucho calor en Nueva York. Encuanto a su peso, Victoria estaba más omenos igual que la última vez que sehabían visto. Ni mejor ni peor.

—¿Va todo bien? —preguntó ladoctora Watson con preocupación en lavoz—. Ayer me pareció que era urgente.

—Creo que lo es. Me temo que estoysufriendo una especie de llamada deatención, o una crisis de identidad oalgo así. —Llevaba inquieta desde eldía de la graduación. Ya le había

resultado bastante difícil ver a Graciegraduándose, para tener que sumarle aeso que se hubiese prometido con Harryel mismo día—. Mi hermana acaba deprometerse con su novio. Tieneveintidós años. Fue el mismo día en quese graduó en la universidad, igual quemis padres. A ellos les parece perfectoporque el chico con quien se casa, oquiere casarse, está forrado. Y yo creoque están todos locos. Solo tieneveintidós años. No buscará trabajo, élno quiere. A mi hermana le habríagustado ser periodista, pero ahora ya nole importa. Terminará igual que mimadre, siendo solo el atrezo de su

marido y secundando todas susopiniones, de las cuales su prometidotiene para todo, igual que mi padre. Va aperderse a sí misma si se casa con esetipo, y solo con pensarlo me pongofuriosa. Ahora lo único que quiere escasarse, pero yo creo que es demasiadojoven. Aunque a lo mejor solo estoycelosa porque yo no tengo vida. Todo loque tengo es un trabajo que me encanta yya está. Así que, si se me ocurrecomentarles, a ella o a mis padres, quecreo que no debería casarse aún, creeránque es por pura envidia. —Laexplicación brotó de su interior deforma espontánea, ante de que tuviera

tiempo de pensarla.—¿Y es por envidia? —preguntó la

psiquiatra sin rodeos.—No lo sé. —Victoria siempre

había sido sincera con ella.—¿Qué quieres tú, Victoria? —la

presionó la doctora. Sabía que habíallegado el momento de hacerlo. Victoriaestaba preparada—. No para ella. Parati.

—No lo sé —repitió, pero ladoctora sospechaba que no era cierto.

—Sí que lo sabes. Deja depreocuparte por tu hermana. Piensa en ti.¿Por qué has vuelto aquí? ¿Qué es lo quequieres tú?

Los ojos de Victoria se llenaron delágrimas al oír esa pregunta. Sí que losabía, solo que le daba miedo decirlo envoz alta, e incluso reconocerlo ante símisma.

—Quiero una vida —dijo en vozbaja—. Quiero a un hombre en mi vida.Quiero lo que tiene mi hermana. Ladiferencia es que yo sí soy lo bastantemayor para tenerlo, pero nunca loconseguiré. —Su voz sonó más fuerte depronto, y ella se sintió más valiente alseguir hablando—: Quiero una vida, unhombre, y quiero perder doce kilos antesdel próximo junio, o por lo menos diez.—Eso lo tenía muy claro.

—¿Qué sucede en junio? —seextrañó la psiquiatra.

—La boda. Seré la dama de honorprincipal. No quiero que todo el mundome tenga lástima porque soy un desastrede persona. La hermana solterona ygorda. No es ese el papel que quierohacer en su boda.

—De acuerdo. Me parece justo.Tenemos un año para trabajar en ello.Yo creo que es un plazo muy razonable—comentó la doctora Watson,sonriéndole—. Nos enfrentamos a tresproyectos. «Una vida», has dicho, ytienes que definir qué significa eso parati. Un hombre. Y tu peso. Hay que

ponerse manos a la obra.—De acuerdo —dijo Victoria con un

temblor en la voz. Para ella era unmomento muy emotivo. Había visto laluz: estaba harta de no tener lo quedeseaba, de no reconocerlo siquiera antesí misma porque pensaba que no lomerecía, porque eso era lo que le habíandicho siempre sus padres—. Estoypreparada.

—Yo también lo creo —dijo lapsiquiatra con cara de satisfacción,mientras miraba el reloj que colgaba dela pared por encima del hombro deVictoria—. ¿Nos vemos la semana queviene?

Victoria asintió, de prontoconsciente de la gran labor que tenía pordelante. Aquello era más grande que unaboda. Tenía que empezar un programaserio de pérdida de peso y, esta vez,hacer lo que hiciera falta para seguirlo arajatabla. Tenía que dar el gigantescopaso de salir al mundo a conocer ahombres, y vestirse para ello. Tambiénabrir su vida a otras oportunidades,gente, lugares, actividades, todo lo quesiempre había anhelado pero nuncahabía tenido el valor de realizar. Todoaquello le daba más miedo que cuandose había trasladado a Nueva York, y eramás difícil de organizar que cualquier

boda, pero sabía que tenía que hacerlo.Cuando Gracie se casara Victoriatendría treinta años. Para entoncesquería que también su sueño, y no soloel de su hermana, se hubiese hechorealidad.

Se alejó de la consulta de lapsiquiatra sintiéndose llena de energía.Llegó a su apartamento y se fue directa ahacer limpieza en la nevera. Empezó porel congelador y tiró a la basura todas laspizzas congeladas y las ocho tarrinasgrandes de helado. Mientras estaba enello, Harlan y John entraron en lacocina. Ese verano John estabatrabajando con Harlan en el museo

durante las vacaciones escolares.—¡Mierda, parece que esto va en

serio! —exclamó Harlan, mirándola sindar crédito. Los bombones de chocolateque Victoria se había llevado a casa deuna fiesta de la escuela fue lo siguienteen desaparecer, y también un pastel dequeso que había dejado en la nevera amedio terminar—. ¿Tenemos queinterpretar esto como un mensaje, osimplemente estás haciendo limpiezageneral?

—Voy a perder doce kilos de aquí ajunio, y esta vez no pienso volver aengordarlos.

—¿Alguna razón especial para

semejante decisión? —preguntó suamigo con cautela, mientras Johnalargaba una mano para sacar doscervezas del frigorífico. Las abrió, lepasó una a Harlan y dio un buen trago dela suya. Estaba buena, pero Victoria notenía debilidad por la cerveza. Preferíael vino, que también engordaba—. ¿Unnuevo ligue, tal vez? —preguntó Harlancon los ojos llenos de esperanza.

—Eso también. Solo que aún no lohe conocido. —Se volvió hacia ellosmientras cerraba la puerta delcongelador—. Gracie va a casarse enjunio, y yo no pienso ser una dama dehonor con doce kilos de sobrepeso y una

vida de solterona. He vuelto a lapsiquiatra.

—Casi oigo llegar al Séptimo deCaballería —dijo Harlan, que sealegraba por ella. Era exactamente loque Victoria necesitaba desde hacíaaños. Él había perdido toda esperanzadesde hacía un tiempo, porque sushábitos alimentarios eran tan maloscomo siempre y, al final, su peso nuncacambiaba—. ¡Ánimo, chica! Si hay algoque podamos hacer, tú dínoslo.

—Nada de helado en casa. Nipizzas. Correré en la cinta. Iré algimnasio. Puede que también acuda aWeight Watchers. Y a la nutricionista. Y

a terapia de hipnosis. A lo que hagafalta. Lo conseguiré.

—¿Con quién se casa Gracie, porcierto? ¿No es un poco joven? Si segraduó la semana pasada…

—Es una niña, y la idea es unaauténtica estupidez. Mi padre estáencantado con el novio porque es rico.Es el mismo tipo con el que llevasaliendo desde hace cuatro años.

—Qué lástima, pero nunca se sabe.A lo mejor les funciona.

—Eso espero, por ella. Va arenunciar a toda su identidad paracasarse con él. Pero es lo que quiere, oeso cree al menos.

—Aún queda mucho para junio.Podrían pasar muchas cosas de aquí aentonces.

—Exacto —dijo Victoria, y en susojos se encendió un brillo feroz queHarlan no había visto desde hacía años,o puede que nunca. Victoria tenía unamisión importante—. Cuento con ello. Ytengo un año para poner mi cuerpo y mivida en forma.

—Tú puedes —dijo Harlan conconvicción.

—Sí, lo sé —repuso ella.Por fin lo creía de verdad, y se

preguntó qué la había frenado todo esetiempo. Durante veintinueve años había

creído a sus padres cuando le decíanque era fea, gorda y que estaba abocadaal fracaso porque nadie podría amarlanunca. De pronto se daba cuenta de queel mero hecho de que ellos lo dijeran, olo creyeran, no implicaba que esa fuesela realidad. Por fin estaba decidida yresuelta a librarse de las cadenas que lahabían retenido. Lo único que deseabaera ser libre.

Al día siguiente se apuntó a WeightWatchers y volvió a casa coninstrucciones y una balanza para pesaralimentos. Un día después también seinscribió en un nuevo gimnasio. Teníanunas máquinas espectaculares, sala de

pesas, estudio de baile, sauna y piscina.Victoria empezó a ir a diario. Todas lasmañanas salía a correr por el Reservoirde Central Park. Seguía la dietaestrictamente e iba a pesarse una vez ala semana. Con Gracie hablaba casicada día sobre la boda, y con su madremás de lo que le habría gustado. Nopensaban en otra cosa. Victoria lollamaba la «fiebre nupcial». Cuandollegó el primer día de clases ya habíaconseguido adelgazar cuatro kilos y sesentía muy bien. Estaba en forma,aunque todavía le quedaba muchocamino por recorrer. Se había estancadoen esos cuatro kilos, pero estaba

decidida a no perder el ánimo. Ya lohabía experimentado antes. Muchasveces. En esta ocasión, sin embargo, nopensaba rendirse, y seguía viendo a lapsiquiatra con regularidad. Hablaban desus padres, de lo que esperaba para suhermana, y por fin empezaron a hablartambién de lo que Victoria quería para símisma. Algo que, hasta entonces, nuncahabía hecho.

Sus alumnos también notaron ladiferencia. Se la veía más fuerte y mássegura de sí misma. Helen y Carla ledijeron que se sentían orgullosas de ella.

A Victoria le inquietaba que suhermana no se hubiese puesto a trabajar

desde la graduación. Ni siquiera habíaempezado a buscar empleo porqueestaba prometida, y eso a Victoria no leparecía bueno ni para ella ni para suautoestima. Gracie decía que no teníatiempo, pero Victoria sabía que en lavida había más cosas aparte deorganizar una boda y casarse con unhombre rico. Su psiquiatra le repetía queno era problema suyo y que seconcentrara en sí misma, y eso hacía,pero de todas formas seguía preocupadapor su hermana.

En septiembre apenas adelgazó unkilo, pero ya llevaba cinco en total, asíque estaba casi a medio camino de su

objetivo y, además, se la veía muy enforma cuando, en octubre, Gracieanunció que iría a verla un fin de semanapara buscar vestidos de novia y escogerlos de las damas de honor. Quería laayuda de Victoria. Ella no estaba segurade sentirse preparada para eso, peroGracie era su adorada hermana pequeñay no podía negarle nada, así que accedióa pesar de la pila de trabajos que teníapor corregir aquel fin de semana. Ladoctora Watson le preguntó por qué nohabía pedido a Gracie que fuera enalgún otro momento, si la boda no secelebraría hasta junio.

—No puedo hacer eso —repuso

Victoria con sinceridad.—¿Por qué no?—No se me da bien decirle que no a

Gracie. Nunca lo he hecho.—¿Por qué no quieres que venga

este fin de semana?Estaban hablando con total

franqueza.—Porque tengo que trabajar —dijo

Victoria sin demasiado entusiasmo, y ladoctora la miró fijamente y le llamó laatención.

—¿De verdad es por eso?—No. Es que todavía no he

adelgazado bastante, y me da miedo queescoja un vestido de dama de honor que

me quede horroroso. Todas sus amigastienen la misma talla que ella. Todasllevan la 34 o la 36. Nunca han oídohablar de la 46.

—Tú eres tú. Y no llevarás una 46en junio —dijo la doctora Watson paratranquilizarla. La determinación deVictoria no había flaqueado.

—Pero ¿y si la llevo? —dijo conuna mirada de pánico. Su sueño erallegar a una 40, pero incluso una 42sería todo un logro si lograbamantenerse en ese peso.

—¿Qué te hace pensar que no vas aconseguirlo?

—Es que tengo miedo de que mi

padre esté en lo cierto y yo sea unadesgracia humana. Gracie ha vuelto adarle la razón. Tiene veintidós años y vaa casarse con el hombre perfecto. Yotendré treinta en su boda. Y sigo soltera.Ni siquiera tengo novio, ni ninguna cita.Y, además, soy maestra de escuela.

—Y muy buena —le recordó lapsiquiatra—. Eres la jefa deldepartamento de lengua inglesa en lamejor escuela privada de Nueva York.Eso no es moco de pavo. —Victoriasonrió al oír esa expresión—. Además,eres la dama de honor principal. Si tuhermana elige algo que no te queda bien,puedes llevar una variación del vestido,

o incluso algo completamente diferente alas demás. Te está dando la ocasión deelegir.

—No —la corrigió Victoria.Conocía a su hermana pequeña. Puedeque estuviese dispuesta a que Harryllevara la voz cantante, pero ella teníasus propias ideas sobre algunas cosas—. Me está dando la ocasión de vercómo elige ella.

—Pues es la oportunidad paracambiar algunas cosas en la relación contu hermana —propuso la terapeuta.

—Lo intentaré. —Pero no sonó muyconvencida.

Gracie llegó el viernes por la

mañana, mientras Victoria estabatodavía en la escuela, así que al salircorrió a su apartamento para reunirsecon ella lo antes posible. Había dejadola llave debajo del felpudo de la puertay Gracie ya estaba esperándola allí,caminando a paso enérgico en la cintade correr.

—Este aparato está muy bien —comentó, sonriéndole a su hermana. Enaquella máquina tan grande parecía unelfo, o una niña pequeña.

—Más vale —repuso Victoria—,porque nos costó un dineral.

—Tendrías que probarlo de vez encuando —dijo Gracie mientras bajaba.

—Ya lo hago —le aseguró Victoria,orgullosa del peso que había perdido,aunque algo decepcionada al ver queGracie no lo había notado.

Su hermana no pensaba en nada queno fuera la boda, ni siquiera mientrasdaba un abrazo a Victoria. Gracie queríasalir hacia el centro en ese mismoinstante y empezar a mirar escaparates.Tenía una lista de tiendas a las quedeseaba ir. Victoria, que llevaba todo eldía en la escuela, se sentía hecha undesastre. Había empezado tempranopara asistir a una reunión deldepartamento, pero se arregló en cincominutos para acompañar a su hermana al

centro. Era difícil no distraerse con elgigantesco pedrusco que Gracie llevabaen el dedo.

—¿No te da miedo que te den ungolpe en la cabeza llevando esa cosa?—Seguía preocupada por ella. Siempresería su hermana pequeña, igual quecuando la había llevado a su clase deparvulario.

—Nadie se cree que sea auténtico—dijo Gracie quitándole importanciamientras bajaban del taxi delante deBergdorf.

Subieron la escalera hasta eldepartamento de novias y se pusieron amirar vestidos. Había una docena

colgados de percheros y expuestos portoda la tienda, y Gracie iba mirandoaquí y allá y sacudía la cabeza. Ningunole parecía el adecuado, aunque Victorialos veía todos espectaculares. EntoncesGracie cambió de idea y decidió buscarvestidos para las damas de honor. Teníauna lista de diseñadores y colores a losque quería echar un vistazo, y le sacarontodo lo que había en la tienda. Iba a seruna boda formal de tarde. Harry llevaríacorbata blanca, y el séquito del noviocorbata negra. De momento Gracieestaba barajando el melocotón, el azulceleste o el champán para sus damas dehonor; colores, todos ellos, que

favorecían a Victoria. Era tan rubia ytenía una piel tan clara que habíaalgunos colores que sencillamente no lequedaban bien, como el rojo, porejemplo, pero Gracie le aseguró quejamás elegiría un vestido rojo para susdamas de honor. Parecía un pequeñogeneral organizando a sus tropasmientras la dependienta iba sacandogénero. Controlaba la situación porcompleto, como si estuvieraplanificando un acontecimiento deinterés nacional, un concierto de rock,una exposición internacional o unacampaña presidencial. Aquel era sumomento de gloria, y Gracie pensaba ser

la estrella de la función. Victoria nopodía evitar preguntarse cómo estaríallevándolo su madre. Al presenciarlo decerca resultaba un poco abrumador. Y supadre no pensaba reparar en gastos,quería impresionar a los Wilkes y que suhija preferida se sintiera orgullosa.

Absorta y concentrada en lo quetenía entre manos, Gracie todavía no sehabía dado cuenta de lo mucho quehabía adelgazado Victoria, lo cual habíaherido sus sentimientos, pero no queríaser infantil, así que prestó atención a losvestidos que iba seleccionando suhermana. Cuando se fueron de allí teníatres posibles candidatos en mente. En

total serían diez damas de honor.Cuando Gracie se lo dijo, a Victoria sele ocurrió pensar que, si fuese ella laque se casaba, ni siquiera tendría diezamigas a quienes llamar. Habríaescogido a Gracie como única dama, ypunto. Su hermana, sin embargo, quesiempre había sido la niña mimada detodos, era de pronto la protagonistaabsoluta; estaba disfrutándolo almáximo. Al crecer había acabadopareciéndose a sus padres más de lo queVictoria quería reconocer. Gracepertenecía a una familia de estrellas, yella se sentía como un meteorito que, alcaer en la Tierra, se había convertido en

un montón de cenizas.Después de Bergdorf fueron a

Barneys y al final acabaron en Saks. Aldía siguiente Gracie había pedido citacon Vera Wang en persona. Tambiénquería ver a Oscar de la Renta, pero nohabía tenido tiempo de prepararlo.Victoria empezaba a darse cuenta de lograndioso que sería el acontecimiento. Ylos Wilkes habían organizado una cenade etiqueta a modo de ensayo que iba aser más espléndida y más ostentosa quela mayoría de las bodas. De manera quehabría partido de ida y de vuelta, con laconsiguiente duplicación de vestuario.Gracie le dijo que su madre había

decidido ir de beige a la boda y llevarun verde esmeralda a la cena de ensayola noche anterior. Ya lo tenía todo listo.Había ido a Neiman Marcus, y elpersonal shopper le había encontradodos vestidos perfectos para ambasocasiones. Así Gracie podríaconcentrarse en sí misma.

Tampoco en Saks le gustó ninguno delos vestidos de novia, y dejó claro queestaba buscando algo fuera de lo común.Gracie, su hermanita, se habíaconvertido en una mujer de armas tomar.De repente nada era lo bastante especialpara su boda. Victoria estaba algoasombrada ante la seguridad que

exhibía. Tampoco los vestidos para lasdamas de honor la habían entusiasmadodemasiado, pero entonces, al ver unomás, soltó un grito ahogado.

—¡Ay, Dios mío! —exclamó conexpresión de asombro, como si acabarade encontrar el santo grial—. ¡Es este!¡Jamás se me habría ocurrido pensar enese color!

No cabía duda de que era un vestidoespectacular, aunque Victoria no se loimaginaba en una boda, y mucho menosmultiplicado por diez. El marrón era elcolor de aquella temporada, queavanzaba hacia el otoño. Era más suaveque un negro, según les explicó la

dependienta, y muy «cálido». El vestidoque había llamado la atención de Gracieera una creación en satén grueso, sintirantes y con unos pequeños plieguesque lo ceñían al cuerpo justo hasta pordebajo de la línea de las caderas, desdedonde se ensanchaba para crear un vuelode falda de fiesta con forma acampanadaque llegaba hasta el suelo. El trabajo desastrería era exquisito, y el tono marrónchocolate resultaba muy intenso. Elúnico problema que tenía, desde laperspectiva de Victoria, era que solouna mujer minúscula, espectral y sinpecho podría llevarlo. Esa forma quetenía de ensancharse por debajo de las

caderas conseguiría que el trasero deVictoria pareciera un transatlántico. Eraun vestido que solo una chica de lasproporciones de Gracie podría llevarcon elegancia, y la mayoría de susamigas eran iguales a ella. La muestraque estaba examinando su hermana lehabría quedado demasiado grande, y esoque era una talla 36. Victoria no queríani imaginarse cómo le sentaría a ella,aunque perdiera muchísimo peso.

—¡A todas les va a encantar! —exclamó Gracie con expresión de deleite—. Después se lo podrán poner para ir acualquier ceremonia de gala.

El vestido era caro, pero eso no era

un problema para la mayoría de susdamas de honor. Además, su padre habíaprometido poner el dinero que faltase siencontraban un vestido que alguna deellas no pudiera permitirse. ParaVictoria, lo problemático no era elprecio, ya que se lo compraría su padre;eran sus pechos y sus caderas,demasiado grandes para esa hechura. Y,por si fuera poco, era del mismo colorque el chocolate amargo, un tono quequedaba fatal con la pálida piel deVictoria, sus ojos azules y su cabellorubio.

—Yo no puedo ponerme este vestido—le dijo con mucha sensatez a su

hermana—. Pareceré una montaña demousse de chocolate. Aunque adelgaceveinticinco kilos. O incluso cien. Tengodemasiado pecho, y ese color no es paramí.

Su hermana la miraba con ojosimplorantes.

—Pero es justo lo que yo quería,solo que no lo sabía. Es un vestidodivino.

—Sí que lo es —coincidió con ellaVictoria—, pero para alguien de tu talla.Si tú te pusieras eso y yo llevara elvestido de novia, sería perfecto. Puestoen mí, dará miedo. Seguro que nisiquiera lo hacen de mi talla.

—Puede pedirse en todas las tallas—informó oportunamente ladependienta. Era un vestido caro, y lacomisión no sería nada desdeñable.

—¿Podríamos tener diez preparadospara junio? —preguntó Gracie conpánico en la mirada, sin hacer el menorcaso de las súplicas de compasión de suhermana.

—Seguro que sí. Es probable quelos tengamos listos en diciembre, si medicen todas las tallas.

Gracie parecía aliviada, peroVictoria estaba a punto de echarse allorar.

—Gracie, no puedes hacerme esto.

Voy a estar espantosa con ese vestido.—Que no, ya verás. Decías que de

todas formas querías adelgazar un poco.—Aun así no podría ponérmelo.

Llevo una doble D de copa de sujetador.Hay que tener unas proporciones comolas tuyas para ponerse algo así.

Gracie levantó la mirada conlágrimas en los ojos y la mismaexpresión que había derretido el corazónde su hermana mayor desde que teníacinco años.

—Solo voy a casarme una vez —dijo, suplicándole—. Quiero que todoesté perfecto para Harry. Quiero que seala boda que siempre he soñado. Todo el

mundo elige rosa y azul y colores pastelpara las damas de honor. A nadie se leocurriría pensar en un marrón. Será laboda más elegante que se haya vistonunca en Los Ángeles.

—Con una dama de honor queparecerá un elefante.

—De aquí a entonces ya habrásadelgazado, lo sé. Siempre lo consiguescuando lo intentas en serio.

—No se trata de eso. Tendría queoperarme para meterme ahí dentro. —Ylos diminutos pliegues de tela queconstituían el esbelto corpiño no haríanmás que empeorarlo todo.

Gracie ya estaba pensando en hacer

que las damas de honor llevaranorquídeas marrones a juego con elvestido. Nada iba a conseguir quecambiara de opinión. Realizó el pedidomientras Victoria seguía callada a sulado, con ganas de llorar. Su queridahermana acababa de asegurarse de quefuera el monstruo de la boda al lado desus minúsculas amigas anoréxicas, queestarían elegantísimas con sus vestidosmarrones palabra de honor. No podíanegarse que era un vestido precioso,pero no para Victoria. Aun así, dejó deintentar disuadir a su hermana y se sentóen silencio mientras Gracie daba a ladependienta la talla de los diferentes

vestidos. Casi todos serían de la 36,salvo dos 34 y alguna otra que quedópendiente de confirmar para másadelante. La futura novia salió de latienda con una expresión de purafelicidad. Casi bailaba de loemocionada que estaba. Victoria, encambio, estuvo callada todo el trayectoen taxi hasta su casa. Antes de subir alapartamento pararon en una tienda dealimentación y, sin pensarlo, puso trestarrinas de Häagen-Dazs en elmostrador. Gracie ni se dio cuenta.Estaba acostumbrada a que Victoriacomprara helado y no sospechabasiquiera que hacía cuatro meses que no

lo probaba. Era como una alcohólica enrehabilitación que, en plena recaída, searrastraba hasta un bar y pedía un vodkacon hielo.

Volvieron al apartamento y Graciellamó a su madre mientras Victoriaguardaba la comida, y justo entoncesllegó Harlan. Solo tuvo que ver elhelado para señalarlo como si estuvieraardiendo en llamas y fulminar a Victoriacon una mirada de incredulidad.

—¿Y eso qué es?—Ha escogido para las damas de

honor un vestido marrón sin tirantes queme quedará fatal.

—Pues dile que no vas a ponértelo y

que escoja otro para ti —repuso él,quitándole a Victoria el helado de lasmanos y tirándolo a la basura—. A lomejor el vestido no es tan horrible comocrees.

—Es precioso, pero no para mí. Nopuedo llevar ese color, y mucho menosese corte.

—Díselo —insistió él con firmeza,en un tono igual al de la doctora Watson.

—Ya lo he hecho. No me hace caso.Es la boda que siempre ha soñado. Solopiensa casarse una vez y tiene que serperfecto, para todo el mundo menos paramí.

—Es una buena niña, intenta

explicárselo.—Es una novia y tiene una misión.

Debe de haber visto un centenar devestidos hoy. Va a ser el acontecimientodel siglo.

—Pues mandar la dieta al infiernotampoco te servirá de nada —dijoHarlan, intentando infundirle valor. Sehabía disgustado al verla con el heladoen la mano. Hasta ese momento habíasido muy disciplinada, y Harlan noquería que lo estropease todo de pronto,solo por un estúpido vestido.

Gracie, mientras tanto, habíaempezado a llamar a sus amigas paraexplicarles lo fabuloso que era el

vestido que había encargado para todasellas mientras Victoria, derrotada,decidía retirarse a la cocina. Volvía asentirse invisible. Gracie no le hacíacaso, en esos momentos todo giraba entorno a ella. Era difícil convivir coneso, y además estaba deprimida por lodel vestido. No sabía qué hacer. Eraevidente que su hermana no pensabaescucharla de ninguna manera.

Aquella noche cenaron con John yHarlan en la cocina, y Gracie lesexplicó todos los detalles de la boda. Alllegar a los postres, Victoria tenía ganasde vomitar.

—A lo mejor es que estoy celosa —

le dijo a Harlan en un susurro cuandoGracie se fue a la habitación para llamara Harry antes de acostarse.

—No lo creo. Esto es unaexageración, está como una niñadescontrolada. Tu padre ha creado unmonstruo con eso de dejarle hacer todolo que quiera para la boda.

—Cree que le hace parecerimportante a él —dijo Victoria, todavíacon cara de deprimida. Era la primeravez en la vida que no había disfrutadode la compañía de Gracie. De momentoel fin de semana estaba siendo undesastre.

El día siguiente no fue mucho mejor.

Victoria la acompañó a su cita con VeraWang, donde estuvieron contemplandouna docena de posibles vestidos denovia. Al final la diseñadora se ofrecióa enviar a Gracie unos bocetos basadosen lo que pedía. Gracie estabaentusiasmada.

Ya era mediodía, así que fueron alSerendipity a comer algo. Gracie pidióuna ensalada y Victoria unos raviolis dequeso y un granizado de mocaccino connata montada. Se lo acabó todo. Suhermana no vio nada extraño en lo quehabía pedido porque estabaacostumbrada a que comiera esa clasede cosas. Sin embargo, saltarse la dieta

deprimió aún más a Victoria. Cuandoregresaron al apartamento estabaagotada, abatida, y se sentía a punto deexplotar. Hacía meses que no comía así,y Harlan le vio la culpabilidad en lacara.

—¿Qué has hecho hoy?—He conocido a Vera Wang —

repuso ella con vaguedad.—No me refiero a eso, y lo sabes.

¿Qué has comido?—No quieras saberlo. Ele mandado

el régimen al cuerno —confesó conremordimientos.

—No merece la pena, Victoria —lerecordó él—. Te has esforzado

demasiado estos últimos cuatro meses.No lo fastidies ahora.

—Es que la boda me pone muynerviosa, el vestido que tengo que llevarme ha destrozado el ánimo, y mihermana se está convirtiendo en unapersona que no reconozco. Ni siquieradebería casarse con ese tipo. Ni connadie, a su edad. Va a dirigirle la vida,igual que hace mi padre. Está casándosecon nuestro padre —dijo, deshecha.

—Déjala, si es lo que quiere. Ya esmayor para tomar sus propiasdecisiones, aunque cometa un error, perotú no puedes mandar tu vida al garete,encima. Así no vas a conseguir más que

hacerte desgraciada. Olvídate de laboda. Ponte lo que tengas que ponerte,emborráchate y vuelve a casa.

Victoria rio al oír su consejo.—Puede que tengas razón. Además,

todavía faltan ocho meses. Aunque esevestido me quede como un tiro, de todasformas puedo adelgazar de aquí aentonces y estar guapa.

—No si te saltas la dieta.—No lo haré. Esta noche nos

quedamos en casa, así que me portarébien. Y mañana Gracie se vuelve a LosÁngeles. En cuanto se haya ido mepondré otra vez en marcha.

—No, ahora mismo —le recordó

Harlan antes de irse a su habitación.Así que Victoria se subió a la cinta

de correr para contrarrestar sus excesos.Gracie encontró la tarjeta de unrestaurante colgada en la nevera y pidióuna pizza. Llegó media hora después, yVictoria no fue capaz de resistirse. Suhermana solo se comió un trozo, y ellase acabó el resto. Quería comerseincluso la caja para que nadie la viera,pero Harlan la pilló y la miró como sihubiese matado a alguien. Y eso habíahecho. A sí misma. Victoria se consumíade culpabilidad.

Al día siguiente salieron a comerfuera antes de que Gracie se marchara.

Para agradecerle su ayuda, su hermanapequeña la llevó al Carlyle a tomar unbrunch. Victoria pidió unos huevosBenedict y, al ver que Gracie se decidíapor un chocolate deshecho congalletitas, ella también se apuntó.

Antes de irse al aeropuerto Gracie ledio las gracias a su hermana mil veces yla abrazó con fuerza. Le dijo que lohabía pasado en grande y que lamantendría informada sobre los diseñosde Vera Wang y todo lo demás. Victoriase quedó en la acera, despidiéndose deella con la mano mientras el taxi sealejaba, y en cuanto lo perdió de vista seechó a llorar. Desde su perspectiva, el

fin de semana había sido un completodesastre, sentía que había fracasadoabsolutamente en todo. Y, para colmo,iba a estar espantosa en la boda. Entróen su edificio, subió al apartamento y semetió en la cama deseando estar muerta.

18

Victoria se sintió aliviada al volver a laescuela el lunes por la mañana. Por lomenos ese era un mundo que comprendíay donde tenía cierto dominio sobre lascosas. Le daba la sensación de que suhermana había perdido absolutamente elnorte con la boda, y el mero hecho deestar cerca de ella aquellos días le habíaresultado deprimente. El efecto sobreVictoria había sido desastroso. Habíaperdido por completo el control de todolo que comía. Aquella tarde, después declase, tenía una cita con la doctora

Watson, a quien le contó todo y lereconoció lo desanimada que estaba.

—Me he sentido como si estuvieraloca —confesó—, comiendo todo lo quetenía a mi alcance. Hacía años que noestaba igual. O meses, por lo menos.Esta mañana me he pesado, y heengordado casi un kilo y medio.

—Volverás a perderlo —latranquilizó la terapeuta—. ¿Por quécrees que ha sucedido? —No parecíahorrorizada, sino interesada.

—He vuelto a sentirme invisible,como si nada de lo que yo dijeraimportase. Está convirtiéndose en una deellos.

—Tal vez siempre lo ha sido.—No, ella no era así. Es ese tipo

con el que va a casarse, que es clavadoa mi padre. Ahora me superan ennúmero. Y el vestido que quiere que meponga en la boda me va a quedar fatal.

—¿Por qué no le has dicho nada?—Lo he intentado, pero no me

escucha. Lo ha encargado de todasformas. En estos momentos se portacomo una niña malcriada.

—Con las novias suele pasar. Noparece que haya sido muy razonable.

—Para nada. Quiere la boda con laque siempre ha soñado, cuando enrealidad no debería casarse con ese

tipo. Acabará igual que mi madre, y esalgo que no me gustaría.

—Eso no puedes cambiarlo —lerecordó la doctora—. La única personaa quien puedes controlar es a ti misma.

Victoria empezaba a comprenderlo,pero era doloroso ver que Grace seestaba convirtiendo en alguien igual asus padres.

Al salir de la consulta de lapsiquiatra se sentía algo mejor. Llegó acasa y se pasó una hora en la cinta decorrer. Después fue al gimnasio.Regresó a eso de las ocho, y estaba tanagotada que se acostó directamente.Gracie le había enviado dos mensajes

de texto ese día, dándole otra vez lasgracias. Victoria se sentía culpable porhaberse disgustado tanto durante el finde semana. Aunque a su hermana lehubiera parecido fabuloso, para ella nohabía sido nada divertido. Se moría deganas de que la boda hubiese pasadopara poder volver a disfrutar de Graciecomo antes. Los próximos ocho mesesse le iban a hacer larguísimos.

Al día siguiente pasó por WeightWatchers antes de ir a trabajar. Confesósus excesos a uno de los consejeros y sesometió a la báscula. Ya había perdidocasi un kilo de lo que había engordadodurante el fin de semana, lo cual era

todo un alivio. Volvía a sentirse enmarcha.

Dio tres clases seguidas antes decomer, y estaba saliendo de su aula parair al despacho cuando vio a una alumnasuya llorando en el pasillo. La chicatenía una expresión desesperada y saliódisparada hacia el baño al ver queVictoria se acercaba, lo cual lapreocupó más aún. La siguió y laencontró sola en los servicios.

—¿Estás bien? —preguntó Victoriacon cautela.

La chica se llamaba Amy Green, erauna buena estudiante y a Victoria lehabía llegado el rumor de que sus

padres se estaban divorciando.—Sí, estoy bien —dijo Amy, pero

enseguida se deshizo otra vez enlágrimas.

Victoria le pasó varios pañuelos depapel, y ella se sonó la nariz con cara devergüenza.

—¿Puedo hacer algo? —La chicanegó con la cabeza. La desesperación nola dejaba hablar—. ¿Quieres venir a midespacho un rato, o que vayamos a daruna vuelta?

Amy dudó, pero entonces dijo quesí. Victoria siempre había sido muybuena con ella, y Amy pensaba que era«guay».

Su despacho estaba en ese mismopasillo, solo unas puertas más allá. Lachica la siguió y Victoria cerró la puertaen cuanto entraron. Le indicó una sillacon la mano a su alumna, sirvió un pocode agua en un vaso y se lo ofreciómientras Amy volvía a sollozarincontroladamente. Aquello no teníabuen aspecto. Victoria se sentó concalma, esperando a que la chica setranquilizase y entonces, por fin, Amy lamiró con una expresión de completohorror.

—Estoy embarazada —confesóllorando—. Ni siquiera lo sabía, meenteré justo ayer.

Era fácil adivinar quién era el padre.Llevaba dos años saliendo con su novio,que era un buen chico. Los dos segraduaban en junio. De pronto Victoriase olvidó de la boda de su hermana.

—¿Se lo has dicho ya a tu madre? —preguntó con voz serena, y le ofreciómás pañuelos.

—No puedo. Me matará. Está muymal con lo del divorcio. —Su padre lahabía dejado por otra mujer, según habíaoído decir Victoria—. Y ahora esto. Nosé qué hacer.

—¿Lo sabe Justin?Amy asintió con la cabeza.—Fuimos juntos al médico. Usamos

preservativo, pero se rompió. Y yohabía dejado de tomar la píldora porqueno me sentaba bien.

—Mierda —dijo Victoria, y Amy riosin dejar de llorar.

—Sí, y que lo digas.—Vale, pues mierda. —Esta vez se

echaron a reír las dos, aunque no erapara tomárselo precisamente a risa—.¿Sabes qué quieres hacer? —Era unadecisión que tendría que tomar con suspadres, pero Victoria quería escucharla.

—No, aún no lo sé. Soy demasiadojoven para tener un hijo, pero no quieroabortar. ¿Me echarán de la escuela? —Parecía horrorizada, de pronto se

arrepentía de haberlo explicado.—No lo sé —respondió Victoria con

sinceridad. En sus siete años en elcentro nunca se había encontrado con uncaso así.

Sabía que otras alumnas se habíanquedado embarazadas porque lo habíaoído comentar, pero ella nunca se habíaencontrado en primera línea,enterándose antes que nadie. Esosasuntos solían llevarlos lospsicopedagogos, el jefe de estudios oincluso el director. Ella no era más queuna profesora de lengua inglesa, pormucho que fuera la jefa deldepartamento. Pero también era mujer y,

aunque nunca le había ocurrido nadasimilar, podía comprender a la chica.Además, no soportaba pensar que Amyno fuera a graduarse. Tenía auténticasposibilidades de entrar en Yale o enHarvard, y también en todas las buenasuniversidades a las que había enviadosolicitud.

—Algo se nos ocurrirá. —Sabía quenunca habían dejado que una alumnaembarazada siguiera yendo a clase—.Me parece que lo primero que debeshacer es hablar con tu madre.

—La mataré del disgusto.—No, ya lo verás. Estas cosas

pasan, le ocurre a mucha gente. Solo

tienes que encontrar la soluciónadecuada, sea cual sea. Eso depende deti y de tu madre. ¿Quieres que vayacontigo a hablar con ella?

—No. Me parece que se enfadará sisabe que te lo he contado a ti primero —dijo Amy, y soltó un suspiro antes debeber un trago de agua. Se habíacalmado, pero aún tenía que tomardecisiones muy duras. Era una chica dediecisiete años con un futuro brillantepor delante, sin bebé. Siendo madre, leresultaría mucho más complicado—.Justin me ha dicho que vendrá conmigo ahablar con ella. Él quiere tenerlo, y a lomejor un día podríamos casarnos. —

Amy lo dijo con tristeza. No se sentíapreparada para tener un hijo, tampocopara casarse, pero la alternativa leparecía aún peor.

Victoria le anotó su número de móvilen un papelito y se lo dio.

—Llámame cuando quieras, acualquier hora. Haré lo que pueda paraayudarte. Si decides hablar con el señorWalker, quizá pueda echarte una mano.

No quería que la expulsaran, nisiquiera temporalmente. Quería queterminara el curso, y ese era también eldeseo de Amy. Salieron juntas deldespacho unos minutos después, yVictoria la abrazó antes de que se fuera

a buscar a Justin a la cafetería. Despuésde comer, los vio marcharse juntos de laescuela. Esperó que fueran a casa deella, a hablar con su madre.

Al día siguiente Amy no fue a suclase, pero la llamó y le explicó queiban a reunirse con el señor Walkeraquella tarde, después de las clases, ypidió a Victoria que estuviera presente.Ella accedió, y ya estaba esperando anteel despacho del director cuando Amyllegó con su madre. Parecía que la chicahabía llorado, y su madre tenía cara deestar destrozada. Amy sonrió nada másver a Victoria, y su madre le dio lasgracias por acudir.

El director las estaba esperando y sepuso en pie en cuanto entraron en sudespacho. Le sorprendió ver a Victoria ylas invitó a todas ellas a sentarse.Parecía preocupado. No tenía constanciade que Amy estuviese pasando pordificultades en la escuela, y no tenía niidea de por qué habían ido a verlo.Suponía que debía de ser algorelacionado con el divorcio, y esperabaque Amy no fuese a cambiar de centro.Era una alumna excelente, lamentaríanmucho perderla. Se quedó de piedracuando la señora Green anunció queAmy estaba embarazada. Al instante senotó lo mucho que el director lo sentía

por ella. No era la primera vez quesucedía algo así, pero siempre era unasituación muy dura para la alumna encuestión y para la escuela. La señoraGreen dijo que el bebé nacería en mayo,y luego sorprendió a Victoria y al señorWalker diciendo que Amy habíadecidido tenerlo. Su madre cuidaría delniño cuando ella fuera a la universidad,en otoño. Había enviado solicitudes aBarnard y a la Universidad de NuevaYork, así que podría quedarse en casacon el pequeño. Su madre la apoyabacompletamente, y Amy parecía menosdisgustada que el día anterior.

—Lo que necesitamos saber —dijo

la señora Green con toda la calma quepudo— es si Amy podrá seguir viniendoa clase, o si tenemos que sacarla de laescuela. —Era uno de sus mayoresmiedos en ese momento, porque sin dudaafectaría mucho a su entrada en launiversidad que su último año deinstituto se viera truncado de algúnmodo.

—Amy, ¿cómo te sentirías sicontinuaras aquí? —le preguntó eldirector a la chica—. ¿Se te haría difícilver que todo el mundo conoce tusituación y hace comentarios?

—No. Porque de todas formasquiero tener al bebé y quedármelo. —

Sonrió a su madre con gratitud, yVictoria comprendió que no había sidouna decisión fácil, pero creyó quehabían tomado la más acertada. Leparecía que tener al niño y darlo enadopción habría sido un gran error, ymucho más traumático para Amy que lospequeños ajustes que tendría querealizar a partir de aquel momento.Además, con su madre dispuesta aayudarla, podría seguir adelante con suvida—. Prefiero quedarme aquí —contestó Amy con sinceridad, y eldirector asintió con la cabeza.

Nunca había permitido que unaalumna embarazada se quedara en la

escuela, pero tampoco quería destrozarsu expediente académico. Tenía unaresponsabilidad hacia ella, así comohacia el resto de alumnos. El señorWalker intentaba calcular cuántotardaría en notársele.

—Podríamos ponerte en unprograma de estudio independiente, peroquizá eso no le guste a la universidadque te acepte. ¿Para cuándo has dichoque lo esperas?

—Para principios de mayo —dijoAmy.

—En abril están las vacaciones deprimavera, que son bastante largas —dijo él, pensando en voz alta—. Con eso

nos ponemos a finales de abril. ¿Y sivienes hasta las vacaciones deprimavera, y luego te quedas en casahasta que tengas al niño? Después, afinales de mayo, podrías volver a clasepara hacer los exámenes y graduarte contu promoción en junio. Eso no te causarádemasiado perjuicio académicamente, ycreo que podremos hacer que funcione.He tenido alumnos con mononucleosisque han pasado más tiempo sin venir ala escuela. No quiero que eches tododuodécimo por la borda. Va a ser laprimera vez para nosotros, peropodremos vivir con ello si tú tambiénpuedes —dijo el director mirando a

madre e hija.Amy asintió y se echó a llorar otra

vez. Estaba muy aliviada. Victoria nohabía dicho ni una palabra, pero supresencia había sido un gran apoyo paraella. La madre de Amy le dio las graciasprofusamente al director, y las tressalieron del despacho poco después.Justin las estaba esperando fuera, concara de preocupación. Amy le sonriónada más salir, y él la abrazó ante laatenta mirada de Victoria y de su madre.Era muy cariñoso con ella y muyprotector, y Victoria esperó por el biende ambos que todo tuviera un buen final.Quizá, con la ayuda de su madre,

conseguirían salir adelante.—Dejan que me quede —explicó

Amy a Justin, radiante de felicidad—. Elseñor Walker ha sido muy amable.Vendré a clase hasta las vacaciones deprimavera y luego volveré después deque nazca el niño para hacer losexámenes finales y graduarme.

También Justin reaccionó como si lehubieran quitado un gran peso deencima. Los dos eran muy buenoschicos, y todo el mundo estaba decididoa ayudarlos.

—Gracias —dijo Justin a Victoria ya la madre de Amy.

—Yo no he hecho nada —aclaró

Victoria de inmediato.—Sí, sí que has hecho —intervino la

chica—. Ayer me escuchaste cuando máslo necesitaba, y me ayudaste a encontrarel valor para contárselo a mi madre.Fuimos a verla justo después de estarcontigo.

—Pues me alegro —dijo Victoria envoz baja—. Me parece que habéistomado muy buenas decisiones, yalgunas no han sido precisamentefáciles, seguro. —No había una soluciónideal, pero entre todos habíanencontrado la mejor opción.

—Gracias por su apoyo —le dijo lamadre de Amy con la voz entrecortada.

Poco después los tres salían ya de laescuela para irse a casa.

Victoria pensó entonces en suhermana. Se alegraba de que nunca lehubiera sucedido algo así. Sabía quepodía pasarle a cualquiera. La señoraGreen había sido muy comprensiva.

Amy y Justin también losobrellevaban bien, estaban siendo muyvalientes. Victoria siguió pensando enellos aquella noche, ya en casa. Al díasiguiente Amy fue a la clase de Victoriapara darle otra vez las gracias. Justin nose despegaba de ella, igual que en losúltimos dos años, y Amy tenía muchomejor aspecto. Iba a ser un curso

interesante, con una embarazada enclase. Tal como había dicho el director,sería su primera vez. Victoria no pudoevitar pensar que, trabajando conchicos, nunca había ocasión deaburrirse.

19

Como cada año, Victoria voló a LosÁngeles por Acción de Gracias, peroesta vez sería diferente porque Harryhabía accedido a pasar con ellos lafestividad. Era un preludio de lo quesería la vida cuando Gracie y élestuvieran casados. Cuando Victoriallegó a casa de sus padres el miércolespor la noche, su madre estaba como locaponiendo ya la mesa con su mejormantelería. De Gracie no había ni rastro.Ella y Harry habían ido a cenar con lahermana de él, que iba a comer en casa

de sus suegros al día siguiente. Suspadres habían salido de viaje, así queHarry pasaría Acción de Gracias conlos Dawson, y los padres de Victoriaactuaban como si tuvieran a un jefe deEstado invitado a comer. Iban a usar lomejor de todo lo que tenían, cosa que aVictoria le parecía una exageración,pero de todas formas ayudó a poner lamesa nada más llegar. Habían sacado lamantelería y la cristalería de la abuela, yla vajilla de la boda de la propiaChristine.

—Por Dios, mamá, ¿de verdadtenemos que tomarnos tantas molestiaspor él? No recuerdo que hayamos usado

nunca estos platos.—Hacía veinte años que no los

sacaba —reconoció su madre contimidez—. Me lo ha pedido tu padre.Cree que Harry está acostumbrado soloa lo más exquisito y no quiere quepiense que no tenemos cosas bonitas.

Victoria sintió la repentinanecesidad de convertir Acción deGracias en una barbacoa de patiotrasero con platos de papel. Le parecíaexageradamente pretencioso tomarsetantísimas molestias por un muchacho deveintisiete años que, al fin y al cabo,estaba a punto de ser de la familia. Perosus padres querían alardear. Seguro que

a Harry le habrían parecido igual debien los platos de diario, los que yahabía visto otras veces y que estaban enperfectas condiciones. Aquello, encambio, convertía la festividad en unacelebración mucho más pomposa de loque solía ser.

Gracie llegó a casa a medianoche yno paró de hablar sobre lo adorable queera la hermana de Harry y lo bien que lohabía pasado con ellos, aunque no lahabía conocido hasta ese día. Claro quepronto serían cuñadas. La hermana deHarry, por lo visto, tenía un maridoestupendo y dos niños. Victoria echabade menos aquellos días en que Gracie

hablaba sobre cualquier cosa que nofueran los Wilkes o la boda.Últimamente era imposible hacerlaaterrizar y que pensara en algo distinto.

—Yo creo que deberías buscartrabajo —dijo Victoria, sensata comosiempre—. Así tendrías algo más en quepensar hasta que sea la boda.

—No creo que a Harry le parezcabien —comentó Gracie con timidez.

—Tu hermana no tiene tiempo —terció su madre—. Hay demasiadascosas que hacer para la boda. Todavíatiene que encargar las invitaciones yescoger todas las cosas de su lista entres tiendas diferentes. Harry quiere

encontrar un apartamento, y ella deberíaayudarlo. Además, seguimos esperandolos diseños de Vera Wang, y Oscar de laRenta también va a hacer algunosbocetos de vestidos de novia quecombinen con los de las damas de honor.Gracie aún no ha elegido el pastel. Hayque reunirse con el servicio de cateringy con la florista. Necesitamos un grupomusical. No estamos seguros sobre laiglesia en la que se celebrará laceremonia. Más adelante, además,tendrá que hacerse las pruebas delvestido y sacarse fotos con él, y seguroque en la iglesia les darán un cursoprematrimonial. No tiene tiempo para

trabajar. Estará ocupadísima todos losdías de aquí a que sea la boda.

Victoria se había agotado solo conoír la lista, y su madre también parecíaexhausta. Aquella ceremonia se habíaconvertido en una ocupación a tiempocompleto para ambas, cosa que aVictoria le resultaba ridícula. Otraspersonas conseguían trabajar y prepararuna boda a la vez, pero Gracie no.

—Debe de estar costando un dineral—comentó a su padre a la mañanasiguiente, mientras su madre, vestida conun traje blanco de lana de Chanel y undelantal, salseaba el pavo para que nose secara en el horno.

Se habían puesto muy elegantes.Victoria, en cambio, llevaba unosholgados pantalones de lana y un jerseyblanco que a ella le parecía suficientepara su habitual celebración de Acciónde Gracias. Normalmente no searreglaban ni se esforzaban tanto, perouna nueva era había nacido el día queGracie se prometió con Harry. Victoriapensaba que era absurdo y nadaapropiado, y no le apetecía participar.

—Ya lo creo que está costando undineral —confirmó su padre—, pero sonuna familia muy importante. No quieroque Gracie se avergüence de nosotros.No esperes nada por el estilo si algún

día te toca a ti —le advirtió—. Siencuentras a algún hombre dispuesto acasarse, será mejor que os fuguéis juntosy punto. No podríamos volver a hacertodo esto.

Victoria se sintió como si le hubieradado una bofetada. Como de costumbre,su padre le informaba de que Graciemerecía una boda digna de una princesa,pero que si ella alguna vez llegaba alaltar, cosa que él creía improbable,sería mejor que planificara una fugaporque ellos no pensaban pagar nada denada. Qué bonito. Y qué claro.Bienvenida a la ciudadanía de segunda,una vez más. Su familia viajaba en

primera mientras ella tenía queesconderse en la bodega del barco.Siempre le estaban recordando que eradiferente, que era «menos» que losdemás, una fracasada. Se preguntó porqué no habrían colgado un cartel en lapuerta de su habitación: «No tequeremos». Sus padres se lo decían detodas las formas posibles. Por uninstante lamentó haber ido a visitarlos.Podría haber pasado Acción de Graciascon Harlan y John, en el apartamento.Habían invitado a unos amigos a comeraquel día, y ella estaba segura de queallí se sentiría mucho más aceptada queen su propia casa. Después de lo que

acababa de decirle su padre, en ningúnlugar podría sentirse menos bienveniday menos querida. No volvió a hablar dela boda. Para ella se estaba convirtiendoen tabú, por mucho que fuera lo único enlo que pensaba su hermana. A mediodía,cuando Harry llegó, la cosa empeorótodavía más.

Todos se pusieron nerviosos yempezaron a correr de aquí para allá. Supadre sirvió champán en lugar de vino.Su madre estaba inquieta por el pavo.Victoria la ayudaba en la cocina, peroHarry y Gracie salieron afuera asusurrarse cosas y a compartir risitasmientras sus padres hacían el ridículo.

Cuando por fin se sentaron a la mesa,Jim y Harry hablaron de política. Harryles explicó qué males aquejaban al paísy lo que había que hacer para arreglarlotodo, y su padre le dio la razón. Cadavez que Gracie iba a decir algo Harry lainterrumpía o terminaba la frase porella. Ella no tenía voz ni opiniones, y nose le permitía decidir en nada que nofuera la boda. No era de extrañar quecontinuamente hablara de lo mismo,porque era lo único sobre lo que Harryla dejaba opinar. A Victoria eso la habíamolestado desde que empezaron a salir,pero a esas alturas se había convertidoen algo insufrible y de lo más pedante.

Entre Harry y su padre, lo único queVictoria quería hacer era gritar. Graciese hacía la tonta todo el rato solo paracontentar a su prometido, y su madreestaba continuamente corriendo a buscaralgo de la cocina. Después de comerVictoria por fin salió al jardín para quele diera algo de aire. Le horrorizaba verdónde se estaba metiendo Gracie y,cuando su hermana pequeña salió abuscarla, ella la miró con una expresióndesesperada.

—Cariño, te creía más lista. ¿Quéestás haciendo? Harry ni siquiera te dejadecir nada. ¿Cómo puedes ser feliz así?Hay vida más allá de la boda, Gracie.

No puedes estar con un hombre que temanipula todo el tiempo y te dice lo quetienes que pensar.

—Él no hace eso —protestó suhermana. Parecía molesta por lo queacababa de decir—. Es maravillosoconmigo.

—Seguro que sí, pero te trata comoa una muñeca sin cerebro.

A Gracie le sorprendió oír eso y seechó a llorar mientras Victoria intentabaabrazarla, aunque ella no se dejaba.

—¿Cómo puedes decir algo así?—Porque te quiero, y no deseo que

te destroces la vida. —Fue todo lodirecta y sincera que pudo, sentía que

alguien tenía que decírselo.—No voy a destrozar mi vida. Le

quiero, y él me quiere. Me hace feliz.—Es como papá. Él tampoco

escucha nunca a mamá. Ni a ninguna denosotras. Solo le hacemos caso a él. Poreso ella se va a jugar al bridge. ¿Es eneso en lo que quieres convertirte de aquía unos años? Deberías tener un trabajo yalgo interesante que hacer. Eres unachica inteligente, Gracie. Ya sé que esoes un pecado en esta familia, pero en elmundo real es algo bueno.

—Solo estás celosa —contestóGracie con furia—. Y estás enfadadapor lo del vestido marrón. —Hablaba

igual que una niña caprichosa.—No estoy enfadada. Me ha

decepcionado que me hagas llevar algoque me queda fatal, pero me lo pondré sipara ti es importante, aunque desearíaque hubieses elegido algo que también amí me quedara bien, y no solo a tusamigas. Es tu boda, tú tienes la últimapalabra. Pero no me gusta ver que vas aentregar tu cerebro a cambio de unanillo en el altar. Me parece muy malnegocio.

—¡Pues yo creo que te estásportando como una bruja! —exclamóGracie, y volvió adentro dando zancadasmientras Victoria, plantada allí fuera, se

preguntaba cuándo podría ir alaeropuerto a coger el siguiente vuelo aNueva York. El primer avión no saldríalo bastante pronto para ella.

En su familia estaban todos tanocupados luciéndose ante Harry eintentando impresionarlo que a Victoriale habían destrozado la festividad. Entróen la casa a tomar el café con los demás,pero ya no dijo nada. Gracie estabasentada en el sofá junto a Harry y, unosminutos después, Victoria fue a la cocinaa ayudar a su madre con los platos. Erantan delicados que había que fregarlos amano. Su padre se quedó en la sala paracharlar con su futuro yerno. Había sido

un día duro para Victoria. Su familia lehabía parecido, más que nunca, lafamilia de otra persona. Allí todostenían un lugar y un papel menos ella. Supapel era el de inadaptada y marginada,y no resultaba nada agradable.

—El pavo estaba muy bueno, mamá—dijo mientras secaba los platos.

—A mí me ha parecido un pocoseco. Me he puesto nerviosa y lo hetenido demasiado tiempo en el horno.Quería que todo estuviera perfecto paraHarry. —Victoria quería preguntarle porqué. ¿Qué importaba, si al fin y al cabopronto sería de la familia? Ni que fueraun rey, o el Papa. Su madre nunca había

organizado tanto alboroto por ningunavisita—. Harry está acostumbrado atodo lo mejor —añadió su madre conuna sonrisa—. Gracie tendrá una vidamaravillosa con él.

Victoria no estaba tan segura. Dehecho, estaba convencida de todo locontrario si él no le dejaba terminar unasola frase ni decir palabra. Era unhombre guapo e inteligente, de familiarica, pero Victoria habría preferidoquedarse sola para siempre a casarsecon él. Pensaba que su hermana estabacometiendo un error terrible. Harry erainsensible, dogmático, dominante,pagado de sí mismo y parecía no sentir

ningún respeto por Gracie comopersona, solo como decoración o comojuguete. Gracie estaba casándose con supadre, o puede que incluso con alguienpeor.

Victoria no dijo una palabra más alrespecto en toda la tarde ni la noche, yal día siguiente intentó hacer las pacescon su hermana. Quedaron para ir acomer juntas a Fred Segal, que siemprehabía sido uno de sus restaurantespreferidos, pero Gracie todavía parecíaenfadada por lo que le había dicho eldía anterior. Aun así, durante la comidase suavizó un poco. Victoria estaba tandisgustada que se comió un plato entero

de pasta al pesto y toda la cestita de pan.Se daba cuenta de que estar con sufamilia era lo que le hacía ingerir unacantidad tan desproporcionada dealimentos, pero no podía evitarlo.

—¿Cuándo te vuelves a ir? —preguntó Gracie mientras Victoriapagaba la cuenta.

Al final de la comida parecía que lahabía perdonado, lo cual era un alivio.No quería marcharse mientras siguieranenfadadas.

—Creo que mañana —respondióella con calma—. Tengo mucho trabajo.

Gracie no intentó hacerla cambiar deopinión. Sabía que últimamente no

sintonizaban demasiado. Su hermanacreía que era solo por la presión de laboda, pero Victoria sabía que había algomás profundo que eso, y la entristecía.Sentía que estaba perdiendo a suhermana pequeña por culpa de «ellos».Aquello era algo nuevo y sucedía solodesde que Harry había sumado suinfluencia, puesto que también era de lossuyos. Victoria se sentía más huérfanaque nunca, y era el sentimiento mássolitario del mundo. Por una vez, nisiquiera la comida aliviaba su dolor.Aquel día de Acción de Gracias nohabía tomado postre, y eso quenormalmente le encantaba la tarta de

calabaza con nata montada. Jim no sedio cuenta de su abstinencia, desdeluego, pero si hubiese comido tartaseguro que habría soltado alguno de suscomentarios sobre el tamaño de su trozo.Con ellos no había forma de estartranquila. Era inútil.

Reservó un billete para el sábadopor la mañana y cenó con sus padres elviernes por la noche. Grace estaba encasa de Harry, así que su hermana lallamó antes de irse. Todos sedespidieron de ella hasta Navidad, peroVictoria había tomado una decisión.Aquellas Navidades no volvería a LosÁngeles. No lo dijo, pero sabía que no

tenía sentido. No había nada que laempujara a visitarlos. Volvería para lagran boda, pero no antes. AquellasNavidades pensaba pasarlas con Harlany John. Aquel sí que era su hogar. Paraella significaba un gran cambio, sentíaque casi había perdido a su hermanapequeña: la que durante todos aquellosaños había sido su única aliada, ya no loera.

Su padre la llevó al aeropuerto yVictoria se despidió de él con un besoen la mejilla y se sintió vacía al mirarlo.Él le dijo que se cuidara, y ella sabíaque probablemente lo decía de corazón,así que le dio las gracias. Después

caminó hacia el control de seguridad sinmirar atrás. En su vida se había sentidotan aliviada como cuando el avióndespegó y se alejó de Los Ángeles.Volaba directo a Nueva York, dondeVictoria sabía que la esperaba su hogar.

20

Los días desde Acción de Gracias hastaNavidad siempre eran un caos en laescuela, pero Victoria se aseguró deacudir a su cita con Weight Watcherscada semana, por muy ajetreada queestuviera. A nadie le apetecía trabajar.Los chicos estaban impacientes por irsede vacaciones y, en cuanto acabaron losexámenes, solo se oía hablar de lo queharía cada cual esos días. Había viajes alas Bahamas, visitas a abuelas en PalmBeach o a otros parientes en otrasciudades. También salidas a esquiar a

Aspen, Vail, Stowe, e incluso unoscuantos alumnos que viajaban a Europapara lanzarse por las pistas de Gstaad,Val d’Isère y Courchevel. Sin duda eranvacaciones de niños ricos, en lugares delujo y por todo el mundo.

Victoria se quedó de piedra al oír auna de sus alumnas hablando de susplanes para las vacaciones. Estabacontándoselo a otras dos chicas mientrasrecogían sus cosas al acabar la clase, yno pudo evitar oírla. La chica sellamaba Marjorie Whitewater y anunciócon alegría que iba a hacerse unareducción de pecho en Navidad. Era unregalo de su padre, y sus dos amigas

estaban preguntándole por ello. Una seechó a reír y comentó que iba a hacersela operación contraria. Su madre lehabía prometido implantes de pechocomo regalo de graduación, el próximoverano. Las tres parecían tomarse losprocedimientos quirúrgicos como algoabsolutamente natural, y Victoria levantóla vista sobresaltada.

—Pero ¿eso no es muy doloroso? —no pudo resistirse a preguntar sobre lareducción de pecho. A ella le parecíauna operación de mucha envergadura, ysabía que no tendría valor para hacersealgo así. Además, ¿y si no le gustaba elresultado? Llevaba toda la vida

quejándose del tamaño de sus pechos,pero librarse de ellos, aunque fuera soloen parte, le parecía un paso demasiadodefinitivo. Lo había pensado alguna vez,pero nunca lo bastante en serio paraplanteárselo de verdad.

—No es para tanto —respondióMarjorie—. Mi prima se lo hizo el añopasado y está estupenda.

—Yo me hice la nariz a los dieciséis—dijo otra de las chicas. Las ventajasde la cirugía plástica en adolescentesera un tema de debate médico muy serio,y Victoria estaba asombrada por ladespreocupación y el dominio del temacon que hablaban las chicas de las

diferentes operaciones—. Y me dolió —reconoció, recordando el procedimientoquirúrgico—, pero ahora me encanta lanariz que tengo. A veces se me olvidaque no nací con ella. Detestaba la deantes.

Las otras dos se echaron a reír.—Yo también detesto mi nariz —

confesó Victoria con timidez ante sustres alumnas. Era una conversaciónfascinante. Se había visto envuelta enella por casualidad, pero ya estabametida—. Desde siempre.

—Pues tendrías que cambiártela porotra nueva —comentó como si nada unade las chicas—. Tampoco es tan

complicado. Mi operación no fue difícil,y mi madre se hizo un lifting el añopasado.

Las otras dos quedaronimpresionadas, y Victoria seguíamaravillada por todo lo que explicaban.Nunca se le había ocurrido cambiarse lanariz. Lo había dicho en broma algunavez, pero nunca lo había consideradouna opción real. Quería saber cuántocostaría, pero no le apetecíapreguntárselo a sus alumnas.

Aquella noche se lo comentó aHarlan.

—¿Conoces a algún cirujanoplástico? —preguntó como de pasada

mientras estaban cocinando juntosverdura con pescado al vapor para lacena.

Victoria estaba siguiendo la dieta arajatabla y ya había empezado a librarsedel peso que hacía tanto que deseabaperder.

—La verdad es que no. ¿Por qué?—Estoy pensando en comprarme una

nariz nueva. —Lo dijo como si hablarade un sombrero o de un par de zapatos, yHarlan se echó a reír.

—¿Cuándo ha pasado eso? Nunca lohabías mencionado.

—Hoy he oído hablar de ello a unasalumnas después de clase. Son toda una

enciclopedia sobre cirugía estética. Auna le operaron la nariz hace dos años.Otra se reducirá los pechos estas fiestas,nada menos que como regalo deNavidad. Y la otra se pondrá implantesen verano, para la graduación. Me hesentido como si fuera la única en toda laescuela que conserva las piezasoriginales. Y eso que son solo niñas —comentó con asombro.

—Niñas «ricas» —puntualizó John—. Ninguna de mis alumnas se haoperado la nariz ni se pondrá implantespor Navidad.

—El caso es que no sé cuántocuesta, pero estaba pensando en

regalarme una nariz nueva estasNavidades. No voy a ir a casa, así quetendré tiempo.

—¿De verdad te quedas? —exclamóHarlan, sorprendido de oír que sequedaba en Nueva York—. ¿Cuándo lohas decidido?

—En Acción de Gracias.Últimamente mi familia ha perdido lacabeza con todo lo de la boda y, además,ahora el prometido de mi hermana esuno de «ellos». Me superan en número.Son demasiados, y yo sigo siendo unasola. No tengo intención de volver allíhasta la boda.

—¿Se lo has dicho ya?

—Aún no. Pensaba decírselo cuandofalte menos para Navidad. He pensadoen informarme sobre lo de la operación.No quería preguntar a las chicas de laescuela.

Harlan no dijo nada, pero al díasiguiente le dio tres nombres decirujanos plásticos. Los habíaconseguido a través de conocidos suyosque decían sentirse muy contentos con sutrabajo. Victoria estaba encantada y undía después llamó a dos de ellos. Elprimero se iba de vacaciones durante lasfiestas, y el otro, una mujer, le dio citapara finales de semana. La operaciónrecibía el nombre técnico de rinoplastia,

y Victoria le dijo a Harlan que se sentíacomo un rinoceronte que quería librarsede su colmillo. Él se echó a reír.

Victoria fue a ver a la doctoraCarolyn Schwartz el viernes por latarde. Tenía un despacho muy alegre yluminoso en Park Avenue, no muy lejosde la escuela, así que Victoria pudo irandando al acabar su última clase.Hacía un día soleado y frío, y el paseole fue bien para despejarse después depasar todo el día encerrada en laescuela. La doctora Schwartz era unamujer agradable y joven. Le explicó elprocedimiento y le dijo cuánto costaría.Victoria quedó impresionada por lo

razonable del precio. Podíapermitírselo, y la doctora le dijo queestaría bastante magullada durante unasemana, pero que después las marcasempezarían a desaparecer. Podríacubrirlas con maquillaje cuando tuvieraque volver a la escuela. Tenía un huecoen su calendario de operaciones el díadespués de Navidad, y Victoria se laquedó mirando un buen rato y luegosonrió.

—Resérvemelo. Voy a hacerlo.Quiero una nariz nueva. —Hacía añosque no se sentía tan emocionada poralgo.

Después de hacerle una fotografía de

cara y de perfil, la doctora le enseñósimulaciones de ordenador con posiblesnarices. Tras mirarlas todas, Victoriadijo que quería una variación de la narizde su hermana, para parecer de lafamilia, y la doctora le aseguró quepodrían hacer alguna modificación paraque encajara bien con su rostro. Victoriadijo que la semana siguiente le llevaríauna fotografía de Gracie, después derevisar algunas que tenía en casa.Siempre había pensado que su hermanatenía una nariz fantástica, no como ella,que parecía una Muñeca Repollo, dijo.La doctora se echó a reír y le aseguróque tenía una nariz bonita, pero que

podían mejorarla. Con la ayuda delordenador le enseñó algunasposibilidades más. A Victoria legustaron todas; cualquier cosa era mejorque lo que tenía.

Salió de la consulta sintiéndosecomo si flotara. La nariz que habíaodiado toda su vida y de la que tanto sehabía burlado su padre estaba a punto dedesaparecer. Adiós, narizón.

En cuanto llegó a casa se lo contó aHarlan y a John, que se quedaronestupefactos al ver que ya había tomadola decisión y tenía cita para operarse. Elúnico problema, les explicó, era quenecesitaba que alguien fuera a buscarla

al hospital después de la intervención.Se los quedó mirando a ambos, y John,que tenía vacaciones, le aseguró queestaría allí.

A la doctora también le habíapreguntado sobre una liposucción, que aVictoria a veces le había parecido unaopción más sencilla que hacer tantadieta. Un arreglo rápido. Pero cuando ladoctora Schwartz le describió elprocedimiento, le pareció más horriblede lo que había esperado. Decidió nohacérselo y limitarse a su plan inicial dela rinoplastia.

Los últimos días de colegioestuvieron llenos de las tensiones y la

emoción habituales antes de vacaciones.Victoria tuvo que presionar a susalumnos para que terminaran variastareas y las entregaran a tiempo. Losanimó a que trabajaran en susredacciones para las solicitudes deentrada a la universidad durante los díasde fiesta. Sabía que algunos lo harían,pero que la mayoría no, y que en enerotodo serían prisas y apuros porconseguir terminarlas antes de la fechalímite que imponían las facultades.

Durante la última semana de clasesse produjo un grave incidente en laescuela porque descubrieron a unalumno de undécimo drogándose en el

centro. Estaba esnifando una raya decoca en el baño, y otro alumno losorprendió al entrar. Hubo que llamar asus padres, y fue expulsado. El directorse ocupó del asunto, y los padresaccedieron a llevar a su hijo arehabilitación durante un mes. Victoriase alegró de que no fuera uno de susalumnos porque así no tuvo queimplicarse. Le parecía un asunto muyturbio, y ella ya tenía bastante conpreocuparse de sus chicos. No lequitaba ojo de encima a Amy Green, queestaba haciendo un trabajo estupendo.Todavía no se le notaba el embarazo.Seguramente tardaría bastante en vérsele

la barriga, y todo le iba muy bien.La semana antes de Navidad

Victoria por fin comunicó a sus padresque aquellas fiestas no iría a verlos. Jimy Christine dijeron que estaban tristes,pero ella no notó nada en sus voces.Estaban muy ocupados con Gracie yHarry, y también preparaban una cenacon los Wilkes antes de que semarcharan a pasar las vacaciones aAspen.

Al poco tiempo la llamó Grace, quesí sonaba sinceramente disgustada porno ver a su hermana mayor. Parajustificarse, Victoria le confesó que ibaa operarse la nariz. Gracie se quedó de

piedra, pero le hizo gracia.—¿De verdad? ¿Por qué? Qué

tontería. A mí me encanta tu nariz.—Bueno, pues a mí no. Llevo toda

la vida soportando la nariz de la abuelade papá, y ahora pienso cambiarla poruna nueva.

—¿Y qué nariz vas a ponerte? —lepreguntó Gracie, que seguía sincreérselo y estaba triste por no verla encasa aquella Navidad, aunque ya loentendía más.

Su hermana no le dijo que, aunqueno se hubiera hecho la rinoplastia,tampoco habría ido. No era necesariohacerle daño.

—La mía, una especie de versiónindividualizada de la tuya y la de mamá—dijo Victoria, y Gracie se rio—. Lahemos diseñado por ordenador, y a micara le queda muchísimo mejor que laque tengo ahora.

—¿Te dolerá mucho? —Gracieparecía preocupada por ella, lo cualconmovió a Victoria. Su hermana era laúnica a quien le importaba, pasara loque pasase.

—No lo sé —dijo Victoria consinceridad—. Estaré dormida.

—Me refiero a después.—Me darán analgésicos para tomar

en casa. La doctora me ha dicho que

estaré bastante magullada unas semanasy algo hinchada durante varios meses,aunque la mayoría de la gente no lonotará. Pero, como de todas formas notengo nada planeado, es un buenmomento. Me lo harán el día después deNavidad.

—Pues despídete de la Nochevieja—dijo Gracie con compasión, y Victoriase rio.

—De todas formas no tengo conquién pasarla. Me quedaré en casa. Creoque Harlan y John se van a esquiar aVermont. Puedes venir a hacermecompañía si quieres.

—Harry y yo nos vamos a México a

pasar el Fin de Año —explicó suhermana, como disculpándose.

—Pues entonces me alegro dequedarme aquí.

—Envíame una foto de tu nuevanariz. Cuando ya no esté azul.

Pasaron unos minutos más hablandode ello, y después Victoria, que estabade buen humor, decidió ir al gimnasio.

Fuera hacía un frío espantoso, perono quería perder su rutina. Estaba siendomuy disciplinada y también usaba lacinta de correr que tenían en casa.

La doctora le había dicho que nopodría hacer ejercicio los primeros díasdespués de la operación, así que quería

hacer todo el que pudiese antes. No leapetecía perder la forma mientras estabaconvaleciente, cuidando de su nariz.

Empezaba a nevar cuando llegó algimnasio. La Navidad estaba ya por todala ciudad. La gente había colocado susárboles, y ella pensaba comprar uno conHarlan y John ese mismo fin de semana.Iban a invitar a unos amigos para que losayudaran a decorarlo. Victoria estabapensando en eso mientras pedaleaba enuna de las bicicletas estáticas, yentonces se fijó en el hombre que hacíaejercicio a su lado: era guapísimo,estaba muy en forma y hablaba con unachica muy mona que pedaleaba en la

bicicleta que había a su lado. Victoria selos quedó mirando varios minutos, casihipnotizada. Eran una pareja muyatractiva, parecía que se llevaban muybien y no hacían más que reírse. Por unsolitario momento, Victoria no pudoevitar envidiar la relación queevidentemente compartían. Ella llevabapuestos los auriculares del iPod, así queno podía oír lo que decían, pero semiraban el uno a la otra con expresióncálida y cariñosa, y solo con verlos sele partió el corazón. Ni siquiera eracapaz de imaginar que un hombrepudiera contemplarla así a ella.

Aquel tenía unos ojos azules de

mirada penetrante y el cabello oscuro, lamandíbula angulosa y un mentón con unprofundo hoyuelo. Hombros anchos,piernas largas. Victoria se fijó tambiénen sus bonitas manos. Le dio vergüenzacuando el hombre se volvió y le sonrió.Había notado que estaba mirándolo, asíque apartó la vista. Pero Victoria se diocuenta de que él volvía a mirarla y queadmiraba sus piernas cuando se bajó dela bicicleta. Llevaba leggings y unasudadera, y él camiseta y pantalón corto.Victoria pensó que la relación deaquella pareja debía de ser muy sólidapara que la mujer no se disgustara si élmiraba a otras de esa manera. No

parecía molesta en absoluto. Victoria lesonrió y luego fue a cambiarse. Estabaimpaciente porque empezaran lasvacaciones y tener ya su nueva nariz. Ledaba mucha rabia perder días degimnasio, pero se había prometidotrabajar el doble en su programa deejercicios en cuanto pudiera retomarlo.Con un cuerpo más delgado y trabajado,y una nariz mejorada, estaba impacientepor empezar su nueva vida. Sonrió parasí pensando en ello y aquella nochesalió del gimnasio muy animada.

21

Victoria pasó unas Navidades muytranquilas con Harlan y John en elapartamento y, aunque echó de menos aGracie, se alegró de no tener que viajardurante las vacaciones ni vérselas con lahisteria familiar que habría a causa de laboda. Todavía faltaban seis meses, peroya estaban todos como locos, sobre todosus padres. Era la primera vez que noiba a casa en aquellas fechas, y se sentíaextraña pero serena.

Harlan, John y ella se dieron susregalos en Nochebuena, igual que

Victoria solía hacer con su familia, ydespués fueron a misa del gallo. Lastradiciones no habían cambiado, solo laspersonas y los lugares. La misa del galloen la catedral de San Patricio fuepreciosa y, aunque ninguno de ellos eraespecialmente religioso, les parecióconmovedora. Al regresar a casa,tomaron un té en la cocina antes deacostarse. Al día siguiente Victoriahabló varias veces con Gracie. Suhermana no hacía más que ir de una casaa otra, de la de sus padres a la de losWilkes. Y Harry le había regalado unospendientes de diamantes que, según ledijo a Victoria, eran fabulosos.

La noche del día de Navidad,Victoria estaba nerviosísima por lo queiba a ocurrir al día siguiente. Le habíandado las instrucciones delpreoperatorio, y no podía comer nibeber nada después de medianoche, nitomar aspirina. Como nunca se habíaoperado de nada, no sabía qué esperar,aparte de una nariz que le encantaría alfinal de todo el proceso. O, al menos,una que no detestaría tanto como la quehabía soportado toda la vida. Estabaimpaciente por ver el cambio. Sabía quela operación no la transformaría paraconvertirla de repente en una mujerhermosa, pero sí le daría un aire

diferente, y una parte de su cuerpo quellevaba años avergonzándola habríadesaparecido. No hacía más que mirarseen el espejo; estaba impaciente porrealizar el cambio. Ya se sentía distinta.Estaba desprendiéndose de cosas que lahacían infeliz, o eso intentaba, y sesentía orgullosa de sí misma por nohaber vuelto a casa en Navidad, comohacía todos los años. En Acción deGracias lo había pasado fatal, pero porlo menos las Navidades que vivió enNueva York con sus compañeros de pisofueron agradables y acogedoras.

Era triste, pero no podía soportar asus padres. Tanto los mensajes abiertos

como los ocultos y subliminales que letransmitían decían siempre lo mismo:«No te queremos». Victoria llevabaaños intentando darle la vuelta a eso, yno había podido. De pronto ya no leapetecía seguir intentándolo. Era suprimer paso hacia la recuperación. Y larinoplastia era otro. Para ella tenía unprofundo significado psicológico. Noestaba condenada a ser fea y a verseridiculizada por ellos para siempre.Empezaba a hacerse con el control de suvida.

Victoria se levantó temprano yrecorrió nerviosa todo el apartamentoantes de salir. El árbol estaba en un

rincón, y se preguntó cómo se sentiría alregresar. Esperaba que no demasiadomal. No le apetecía sufrir muchosdolores ni estar muy mareada. Cuandocogió el taxi para ir al hospital a las seisde la mañana, estaba muerta de miedo.De haberse tratado de cualquier otracosa, quizá habría dado media vuelta ylo habría cancelado todo. Entróaterrorizada por la puerta doble de launidad de cirugía ambulatoria, y a partirde ahí fue como sentirse absorbida poruna máquina bien engrasada. Lasaludaron, le pidieron que firmara lospapeles y le pusieron una pulseraidentificativa de plástico en la muñeca.

Le sacaron sangre, le tomaron la tensióny le auscultaron el corazón. Elanestesista fue a hablar con ella y leaseguró que no sentiría nada, que estaríacompletamente dormida. Querían sabersi tenía alguna alergia importante, perono tenía ninguna. La pesaron, le dieronuna bata de quirófano y le pidieron quese pusiera unas medias elásticas paraevitar trombos, lo cual le parecióextraño, ya que iban a operarle la nariz,no las rodillas ni los pies. Se sentía raracon esas medias que le cubrían desde lapunta de los pies hasta la parte superiorde los muslos. Le dio rabia que lapesaran, porque en aquella báscula

pesaba más de un kilo de diferencia conla suya, aunque había insistido enquitarse los zapatos. La guerra contra supeso todavía no estaba ganada.

Enfermeras y auxiliares iban yvenían, alguien le puso una vía en elbrazo y, antes de que se diera cuenta delo que estaba sucediendo, se encontró enla mesa de operaciones mientras sucirujana le sonreía y le daba unosgolpecitos en la mano. El anestesista ledijo algo, pero unos segundos despuésya se había quedado dormida. Despuésde eso no fue consciente de nada máshasta que despertó completamenteembotada mientras alguien, muy, muy

lejos, no dejaba de repetir su nombreuna y otra vez.

—Victoria… Victoria… ¿Victoria?… Victoria…

Ella quería que se callaran y ladejaran dormir.

—Hmmm… ¿Qué…?Seguían intentando despertarla y ella

continuaba tratando de dormir.—La operación ha terminado,

Victoria —dijo la voz.Pero volvió a quedarse dormida.

Más adelante le pusieron una pajita enlos labios y le ofrecieron algo de beber.Ella aspiró y, despacio, empezó adespertar. Notaba el esparadrapo en la

cara. Era una sensación extraña, pero nole dolía. Cuando por fin despertó deltodo, le dieron unos analgésicos orales.Pasó todo el día despertando yvolviendo a dormirse mientras allí seaseguraban de que no pasara frío. Alfinal le dijeron que tenía que despejarsesi quería volver a casa. Incorporaron lacama e hicieron que Victoria se sentaramientras ella volvía a quedarsetraspuesta. Entonces le dieron unagelatina, y ella levantó la mirada y vio aHarlan junto a su cama. John estabaresfriado, así que no había podido ir.

—Hola… ¿Qué haces aquí? —Lomiró sorprendida, se sentía borracha—.

Ah, sí… Vale. Me voy a casa… Estoy unpoco grogui —dijo a modo de disculpa,y Harlan sonrió.

—Yo diría que bastante. No sé quées lo que te han dado, pero quiero unpoco.

Victoria se rio y sintió una intensapunzada en la cara. Harlan no le dijoque los vendajes que llevaba parecíanuna máscara de hockey. Llevaban todo eldía poniéndole hielo encima, y unaenfermera fue a ayudarla a vestirsemientras su amigo esperaba fuera.Cuando volvió a verla, la encontrósentada en una silla de ruedas, todavíamedio adormilada.

—¿Qué tal estoy? ¿Tengo una narizbonita? —le preguntó, un poco atontada.

—Estás guapísima —dijo Harlan,intercambiando una sonrisa con laenfermera, que estaba acostumbrada alos pacientes medio inconscientes.

Victoria llevaba un chándal con unasudadera que se abría por delante, comole habían pedido, para no tener quevestirse por la cabeza. La enfermera lehabía puesto los calcetines y laszapatillas después de quitarle lasmedias. Llevaba el pelo alborotado perorecogido con una goma elástica.También le habían dado unas pastillaspara que se llevara a casa, por si le

dolía una vez allí. Harlan la dejó en elvestíbulo con la enfermera mientras éliba a buscar un taxi y regresó menos deun minuto después. Victoria se extrañóal ver lo oscuro que estaba fuera. Eranlas seis de la tarde, así que había pasadoallí dentro doce horas. La enfermeraempujó la silla de ruedas hasta el taxi, yHarlan ayudó a Victoria a subir, lacolocó en su asiento y le dio las graciasa la enfermera. Esperaba que Victoria nola hubiera oído advertirle que, como eraalgo grandullona, mejor no intentaracogerla en brazos. Harlan sabía lomucho que detestaba ella esa expresión.Era uno de los dolorosos mantras de su

infancia. No quería ser una«grandullona», sino solo una niña,entonces, y una mujer, ahora.

—¿Qué te ha dicho? —Victoriaarrugó la frente y lo miró.

—Que parece que lleves encima unaborrachera de quince días, y que ojalátuviera tus piernas.

—Sí. —Victoria asintió congravedad—. Eso dice todo el mundo…que quieren mis piernas… unas piernasestupendas… pero un culo muy gordo.

El taxista sonrió por el espejoretrovisor al oírla, y Harlan le dio sudirección. El trayecto era corto, aunqueVictoria se quedó dormida con la

barbilla sobre su pecho, e incluso soltóun ronquido. No era una visión muyromántica, pero Harlan la quería. Sehabía convertido en su mejor amiga. Alllegar a casa la despertó.

—Vamos, bella durmiente. Volvemosa estar en el castillo. Saca ese culoestupendo del taxi.

Por un momento deseó tener tambiénuna silla de ruedas en casa, peroVictoria no la necesitó. Estaba un pocodesorientada y atontada, pero Harlan lametió en el ascensor y consiguió hacerlaentrar en el apartamento en pocosminutos. La llevó al sofá para quepudiera sentarse mientras él se quitaba

el abrigo y le quitaba a ella también elsuyo. John salió de su habitación en batay sonrió al verla. Parecía unextraterrestre, con todo ese vendaje quele cubría gran parte de la cara y quetenía dos agujeros para los ojos y unatablilla para proteger la nariz. Era todoun espectáculo, pero John no le hizoningún comentario, solo esperó que nose mirara en el espejo. Había llevadoalgodones en la nariz todo el día pero,como casi no había sangrado, laenfermera se los quitó antes de salir.

—¿Dónde prefieres estar? —lepreguntó Harlan con delicadeza—. ¿Enel sofá o en la cama?

Victoria lo pensó un buen rato.—La cama… Sueño…—¿Tienes hambre?—No, sed… —masculló, y se pasó

la lengua por los labios. La enfermera lehabía dado vaselina para que se lapusiera—. Y frío —añadió. En elhospital la habían tenido todo el día conmantas muy calientes, y deseó podertaparse con una.

Harlan le llevó un vaso de zumo demanzana con una pajita, tal como lehabían indicado. Victoria tenía variaspáginas de instrucciones para los díasdel postoperatorio. Algo después Harlanla acompañó a su habitación, la ayudó a

desvestirse y a ponerse el pijama, ycinco minutos más tarde ya estabaprofundamente dormida y tumbada en lacama sobre unos almohadones que lelevantaban la cabeza. Harlan volvió a lasala con John.

—Caray, parece que la hayaatropellado un tren —le susurró este.

—Le han dicho que le saldránmuchos hematomas y se le hinchará.Mañana tendrá los dos ojos morados.Pero es feliz, o lo será. Quería una nariznueva y ya la tiene. Puede que a nosotrosno nos parezca nada tan importante, peroyo creo que para ella significa muchopsicológicamente, así que ¿por qué no?

John estaba de acuerdo con él.Pasaron una tarde tranquila en el sofá,viendo dos películas. Harlan seasomaba de vez en cuando a ver cómose encontraba Victoria, que dormíacomo un tronco y hasta roncaba unpoquito. En algún lugar, debajo de todasesas vendas, estaba la nariz que tantodeseaba. Era un regalo que Victoriallevaba toda la vida deseando, y SantaClaus se la había entregado el díadespués de Navidad.

Al día siguiente se levantó como sihubiese pasado un año entero en unrodeo. Le dolía todo, estaba cansada ytenía la sensación de que la habían

drogado. En la nariz sentía un dolorsordo. Decidió no desayunar y tomarseun analgésico, pero quería comer algoantes para que no le produjera arcadas.Abrió el congelador por pura costumbrey estaba mirando fijamente el heladocuando Harlan entró en la cocina.

—Ni hablar —dijo la voz de suconciencia, justo detrás de ella, cuandovio lo que tenía delante—. Tienes unanueva nariz fabulosa. No nos volvamoslocos con el helado, ¿de acuerdo? —Cerró la puerta del congelador, abrió lanevera y le pasó el zumo de manzana—.¿Cómo te encuentras?

—Así, así. Pero no demasiado mal.

Un poco atontada. Y me duele bastante.Voy a pasar el día durmiendo y metomaré las pastillas para el dolor. —Quería estar pendiente para que no se leagudizara demasiado. La hinchazónhabía empeorado, lo cual ya le habíanadvertido que sucedería durante losprimeros días.

—Buena idea —dijo Harlan, quepreparó una tostada integral, la cubriócon sucedáneo de queso para untar bajoen grasa y se la pasó a Victoria—.¿Quieres huevos?

Ella negó con la cabeza. No queríasaltarse la dieta durante los próximosdías, sobre todo porque no podía hacer

ejercicio.—Gracias por cuidarme ayer —dijo,

intentando sonreír aunque teníaesparadrapo en la cara y se sentía rara.

Era como el hombre de la máscarade hierro, y estaba impaciente porquitarse los vendajes, pero aún faltabauna semana. Eran muy molestos.También le daba miedo mirarse alespejo. Había evitado hacerlo en suhabitación, o cuando había ido al baño.No quería asustarse y sabía que podíaocurrir. Además, de todas formas no severía la nariz. La llevaba completamentecubierta por las vendas y la tablilla.

Victoria se pasó los siguientes dos

días durmiendo y rondando por la casa.Fueron unos días muy tranquilos, sinplanes; había decidido operarse envacaciones precisamente para podertomarse la recuperación con calma.Harlan le llevaba películas y ella veíamucho la tele, aunque al principio ledaba dolor de cabeza. Habló variasveces con Helen, pero no quiso ver anadie que no fuesen Harlan y John. Nose sentía preparada, le daba miedo estarhorrible. En Nochevieja ya seencontraba bastante mejor y no necesitólos analgésicos. Harían y John se habíanido a esquiar a Vermont, así que pasó lanoche sola, viendo la tele y encantada

con la idea de tener una nueva nariz,aunque todavía no la hubiese visto.Gracie la llamó aquella noche desdeMéxico. Estaba en el hotel Palmilla, enLos Cabos, con Harry y algunos amigosde él, y le dijo que aquello era fabuloso.Como prometida y futura esposa deHarry, disfrutaba de una vida deensueño. Pero Victoria no la envidiaba,no habría querido estar allí con él.Gracie, en cambio, parecía extasiada.

—Bueno, ¿qué tal tu nueva nariz? —le preguntó su hermana pequeña.

La había llamado varias vecesaquella semana y le había enviadoflores, un gesto muy tierno que había

conmovido a Victoria. Sus padres nosabían nada de la operación, y ella noquería que se enterasen. Estabaconvencida de que no les parecería bieny harían comentarios groseros alrespecto. Gracie había accedido aguardarle el secreto.

—Todavía no la he visto —reconoció Victoria—. No me quitan lasvendas hasta la semana que viene. Sesupone que, salvo por los moratones yun poco de hinchazón, tendría que estarya bastante bien. Me dijeron quevolvería a la normalidad, relativamente,al cabo de una o dos semanas, aunqueseguiría algo cansada. Pero que podría

tapar los hematomas con maquillaje. —También le habían dicho que después deeso ya solo llevaría una tirita en la nariz,pero que los vendajes y los puntos se losretirarían después de esa primerasemana o diez días—. ¿Te lo estáspasando bien? —De pronto echabamuchísimo de menos a su hermanapequeña.

—Esto es fantástico. Tenemos unasuite increíble —dijo Gracie, queparecía feliz.

—Con eso de ser la señora Wilkesvas a convertirte en una niña consentida.—Victoria lo decía solo paraincordiarla, no se lo estaba echando en

cara.A ella le gustaba más su vida en

muchos aspectos, y su trabajo. Por lomenos no tenía a nadie que le dijera quépensar, hacer y decir. No lo habríasoportado. A Gracie no parecíaimportarle, siempre que tuviera a Harrycon ella. Era el mismo pacto con eldiablo que había hecho su madre, yVictoria lo lamentaba por ambas.

—Ya lo sé —contestó Gracie conuna risita al oír el comentario de que erauna niña mimada—. Me encanta; Bueno,avísame cuando sepas qué tal te haquedado la nariz.

—Te llamaré en cuanto la vea.

—La de antes estaba bien —volvióa decirle. No era espantosa, soloredonda.

—¡La nueva será mejor! —exclamóVictoria, contenta otra vez solo conpensarlo—. Pásatelo bien en Los Cabos.Te quiero… ¡Y feliz Año Nuevo!

—Igualmente. Espero que tambiénpara ti sea un buen año, Victoria.

Sabía que su hermana lo decía decorazón, y le deseó lo mismo a ella.Colgaron, y Victoria se sentó otra vez enel sofá para ver otra película. Amedianoche estaba profundamentedormida. Había pasado una Nocheviejamuy tranquila y no le importaba en

absoluto.

22

La doctora Schwartz le quitó losvendajes ocho días después y, al ver elresultado, dijo que estaba muysatisfecha. Las heridas cicatrizabanbien. Por entonces Victoria ya habíaencontrado el valor para mirarse en elespejo y ver la máscara de vendas quellevaba en la cara. Era bastantemacabra, pero por una buena razón. Nose arrepintió de la operación ni por unsegundo y, cuando vio su nariz sinvendas, le encantó a pesar de loshematomas y la ligera inflamación. La

doctora le señaló dónde estaba máshinchada y dónde podía esperar unamejora, pero en general tenía muy buenaspecto. Victoria soltó un gritito dealegría. La cirujana había hecho untrabajo magnífico y la paciente estabapletórica. Dijo que casi se sentía comouna persona nueva.

Lo único sorprendente, aunque aVictoria no le extrañó porque ya lahabían avisado, era la cantidad dehematomas que tenía, que eranmuchísimos. Tenía los dos ojoscompletamente morados, y unacoloración azulada que le cubría casitoda la cara. Pero la doctora le dijo que

pronto desaparecería, que era normal yque podría empezar a taparlo conmaquillaje al cabo de unos días. Leaseguró que el día que tenía que volvera la escuela, una semana después,estaría bastante presentable. A partir deahí seguiría mejorando a medida que lahinchazón bajara y las magulladurasdesaparecieran. Y mejoraría más aúncon el paso de unos meses. Le puso unatirita en el puente de la nariz y la envió acasa con la advertencia de que podíavolver a hacer vida normal, dentro deunos límites razonables. Nada depracticar puenting, waterpolo ni rugby,añadió medio en broma. Ningún deporte

de contacto. Le dijo que tuviera sentidocomún y no hiciera nada con lo quepudiera golpearse la nariz y, cuandoVictoria le preguntó, contestó que sípodía ir al gimnasio, pero, de nuevo,que fuera sensata y no se extralimitara.Nada de footing ni de actividadesextenuantes, nada de piscina niprogramas de ejercicios intensos, cosasque Victoria de todas formas no pensabahacer, porque aquella semana habíahecho un frío de muerte. «Y nada desexo», terminó la doctora, lo cual, pordesgracia, en ese momento no iba a serningún problema.

Victoria estaba tan contenta con el

resultado que se compró una ensaladacesar de camino a casa y la abrió en lacocina. Había perdido algo más de unkilo a base de no comer nada mientraspasaba los días del postoperatoriodurmiendo. Los analgésicos le habíanquitado el apetito. Ni siquiera habíacomido helado, aunque solo paraasegurarse Harlan había tirado todo elque guardaba en el congelador. Harlanlo llamaba su «alijo». En el juego demesa del adelgazamiento, el helado laenviaba directa a la casilla de salidacada vez que lo probaba.

Cuando se terminó la ensalada, sepuso la ropa del gimnasio y caminó las

manzanas que tenía de trayecto enleggings, pantalón corto, una viejasudadera de la Universidad delNoroeste, una parca y un par dezapatillas de correr muy desgastadas.Harlan y John seguían esquiando enVermont, y en Nueva York el día eraluminoso y despejado a pesar de laspredicciones de nieve.

Victoria entró en el gimnasio ydecidió subirse a la bicicleta estática yponerla en el nivel más sencillo, ya quehacía una semana que no se ejercitaba yquería empezar poco a poco. Encendióel iPod y se puso a escuchar música conlos ojos cerrados mientras pedaleaba

siguiendo el ritmo. No los abrió hastaque llevaba diez minutos en la bicicleta,y se sorprendió al ver al mismo hombreatractivo de la última vez, antes deNavidad, sentado a su lado. En estaocasión estaba solo, sin la mujer guapa ala que había visto con él, y estabamirando a Victoria cuando esta abrió losojos. A ella se le había olvidado quetenía la cara llena de moratones a causade la operación y se preguntó por qué lamiraría tan fijamente. Entonces cayó enla cuenta y le dio vergüenza. La mirabacon compasión, como sintiéndolo porella, y de repente le dijo algo. Victoriase quitó los auriculares de los oídos. Él

tenía el rostro algo bronceado, como sihubiese estado esquiando, y Victoriavolvió a sentirse abrumada por lo guapoque era.

—¿Cómo has dejado al otro? —lepreguntó, medio en broma.

Al sonreír, Victoria fuedolorosamente consciente de loshematomas que tenía en la cara y de susdos ojos medio morados. Se preguntó siél habría adivinado de qué eran. Parecíamás serio ahora que estaba hablando conella.

—Lo siento, no pretendía burlarme.Tiene que doler. Debe de haber sido unaccidente bastante grave. ¿De coche o

esquiando? —preguntó con gravedad.Victoria puso cara de confusión y

dudó. No sabía qué decirle. A ella, «Mehe operado la nariz» le sonaba muchopeor, y se habría sentido ridículaconfesándoselo a un desconocido.

—De coche —dijo, sucinta, mientrasambos seguían pedaleando.

—Lo suponía. ¿Llevabas puesto elcinturón, o fue con el airbag? La genteno se da cuenta de lo fácil que esromperse la nariz con un airbag.Conozco a varias personas a quienes lesha pasado. —Ella asintió para darle larazón y se sintió algo tonta—. Esperoque hayas puesto una buena denuncia al

que te golpeara —dijo él, todavía convoz comprensiva y dando por hecho quela culpa había sido del otro, no deVictoria—. Lo siento, es que soyabogado y a la mínima me sale la venapleiteadora. Durante las vacaciones haytanta gente que conduce borracha, ymucho, que es un milagro que no hayamás muertes. Has tenido suerte.

—Sí, es verdad. —«Mucha suerte;tengo una nariz nueva», pensó Victoria,pero no lo dijo.

—Yo acabo de volver de esquiar enVermont con mi hermana, la chica queestaba conmigo la última vez que nosvimos. La pobre iba pensando en sus

cosas cuando un tipo que hacíasnowboard perdió el control y se lallevó por delante. Se ha roto el hombro.Había venido desde el Medio Oeste apasar las vacaciones conmigo, y ahorase vuelve con el hombro roto. Le duelemucho, pero se lo ha tomado bastantebien.

Victoria no hacía más que mirarlosin dejar de pensar en que la belleza quelo había acompañado la otra vez era suhermana. Entonces ¿dónde estaba sumujer? Lo comprobó y vio que nollevaba alianza, pero muchos hombresno se la ponían, así que eso tampocoquería decir nada. Además, aunque no

estuviera casado o no tuviera novia, nopodía imaginarlo deseándola a ella, nisiquiera con su nueva nariz. Seguíasiendo una «grandullona», por muchoque tuviera una nariz más pequeña ymejorada.

Entonces él señaló su sudadera.—¿De la Universidad del Noroeste?

Mi hermana estudió allí.—Yo también —dijo Victoria con un

graznido ronco que no tenía nada quever con la operación. Estaba demasiadointimidada por él para hablar.

—Una universidad estupenda.Aunque el clima es un asco. Yo, despuésde crecer allí, lo único que quería era

escapar del Medio Oeste, así que me fuia estudiar a Duke. —Estaba en Carolinadel Norte y era una de las mejoresuniversidades del país, como Victoriasabía. Ella cada año intentaba ayudar asus alumnos a entrar allí—. Mi hermanofue a Harvard. Mis padres todavíaalardean de ello, pero yo no conseguíentrar —dijo con una sonrisa modesta—. Luego vine a la Universidad deNueva York a especializarme enDerecho, y así es como acabé aquí. ¿Ytú? ¿Neoyorquina de nacimiento ovenida de otra parte? —No dejaba decharlar mientras ambos seguíanpedaleando.

A Victoria le parecía una situaciónmuy surrealista, verse haciendoejercicio junto a aquel hombreestupendo, que le hablaba de su familia,de sus estudios, de dónde era, y queademás se interesaba por ella. Actuabacomo si su cara fuese normal y noestuviese negra y azul, como si notuviera los ojos morados. La mirabacomo si fuera guapa, y Victoria sepreguntó si estaría ciego.

—Soy de Los Ángeles —dijo,respondiendo a su pregunta—. Metrasladé aquí al acabar la universidad.Doy clases en una escuela privada.

—Debe de ser interesante —repuso

él, agradable—. ¿A niños pequeños o amás mayores?

—De instituto, duodécimo curso.Lengua inglesa. Están hechos unasbuenas piezas, pero los quiero. —Sonriócon la esperanza de no tener cara dedemonio, pero por lo visto él no locreía, no parecía importarle en absoluto.

—Es una edad muy difícil, a juzgarpor mí experiencia, por lo menos. Yo selo puse bastante complicado a mispadres en el instituto. Cogí el coche demi padre sin permiso y lo dejé ensiniestro total dos veces. Es fácilconseguirlo con las carreteras heladasde Illinois. Tuve suerte de no matarme.

Después de eso le explicó que habíacrecido en un barrio residencial deChicago, y ella dedujo que debía de serde familia acomodada. A pesar de laropa de hacer ejercicio, parecía tenerdinero. Llevaba un buen corte de pelo,hablaba bien, era refinado, educado, ytenía un reloj de oro muy caro. Victoriaestaba hecha un asco, como siempre queiba al gimnasio, y llevaba más de unasemana sin hacerse la manicura. Era elúnico lujo que se permitía, pero nohabía ido desde la operación. No queríaasustar a nadie ni tener que darexplicaciones por sus vendajes; además,de todas formas no pensaba salir a

ninguna parte. Y de pronto, allí estaba,junto al hombre más estupendo quehabía visto jamás, y ni se había peinadoni se había pintado un poco las uñas.

Sus bicicletas se detuvieron casi a lavez y ambos bajaron. Él dijo que se ibaun rato al baño de vapor y, con unacálida sonrisa, le ofreció la mano.

—Soy Collin White, por cierto.—Victoria Dawson.Se dieron las manos y, tras unas

cuantas frases algo tontas, ella recogiósus cosas y se marchó. Él se fue hacia elbaño de vapor y de camino se detuvo ahablar con un conocido. Victoria seguíapensando en él mientras volvía a casa a

pie. Se sentía bien después de haberhecho algo de ejercicio en el gimnasio, yhabía sido agradable charlar con Collin.Esperaba volver a verlo.

La cirujana tenía razón. Cuando regresóa la escuela, ya podía tapar casi todoslos hematomas que le quedaban conmaquillaje. Aún se le veía una tenuesombra alrededor de los ojos, peroestaba bastante presentable, y lahinchazón de la nariz había bajadomucho. No del todo, pero casi. AVictoria le encantaba su nueva nariz. Sesentía como si tuviera una cara

completamente distinta. Estabaimpaciente por ver a sus padres en junioy observar su reacción, si se dabancuenta. A ella, la diferencia le parecíaenorme.

Acababa de dar la última clase deldía y de ayudar a media docena dealumnos que no habían terminado sussolicitudes para la universidad y estabanen estado de pánico, cuando vio que treschicas se habían quedado a charlar unpoco en el aula. Una de ellas era laalumna que se había hecho la reducciónde pecho durante las Navidades, yentonces se dio cuenta de que eran elmismo trío con el que había hablado de

operaciones antes de las vacaciones.Eran muy buenas amigas y siempre ibanjuntas a todas partes.

—¿Qué tal ha ido? —preguntóVictoria con precaución. No queríaparecerles una entrometida—. Esperoque no te doliera mucho.

—¡Ha ido genial! —dijo la chica.Como no había chicos en clase en esemomento, se levantó la camiseta y lesenseñó el sujetador—. ¡Me encantan misnuevas tetas! ¡Ojalá lo hubiera hechoantes! —Y entonces miró a Victoria muyfijamente, como si la viera por primeravez. En cierta forma eso estabahaciendo, al menos una parte de ella—.

¡Ay, madre mía! ¡Tú también te lo hashecho! —La miraba justo al centro de lacara, y entonces las otras dos chicastambién se fijaron—. ¡Me encanta tunueva nariz! —Lo dijo con muchosentimiento, y Victoria se puso coloradade la cabeza a los pies.

—¿Se nota mucho?—Sí… No… No sé, no es que antes

parecieras Rudolf, el reno de la narizroja. Pero sí que se ve una sutildiferencia. Así es como debe ser. Lagente no tiene que soltar un grito aldarse cuenta de que te lo has hecho. Sesupone que tienes que estar más guapasin que nadie sepa muy bien por qué. ¡Tu

nariz está genial! Pero ten cuidado, queesto es adictivo. Mi madre siempre seestá haciéndose algún arreglo. Implantesde mentón, bótox, tetas nuevas, unalipo… Ahora le ha dado por reducirselos muslos y los gemelos. Yo estoycontenta con mis tetas —dijo la chica,muy satisfecha.

—Y a mí me encanta mi nariz. —AVictoria no le importó reconocerlo, yaque sus alumnas eran mucho másrefinadas que ella y estaban másfamiliarizadas con esos procedimientos—. La verdad es que me decidí ahacerlo después de hablar con vosotras.Me infundisteis valor. Antes nunca me

habría atrevido.—Pues te ha quedado genial —la

felicitó la chica, y levantó una manopara chocar los cinco con Victoria.

Las cuatro salieron juntas del aula ypasaron junto a Amy Green y Justin, queestaban en el pasillo. Ella le sonriómucho a Victoria. Todavía no habíahablado abiertamente de su embarazo enla escuela y aún no se le notaba, aunquepronto lo haría. Era joven, tenía losmúsculos firmes y además se vestía concuidado para ocultarlo. Justin estabasiempre a su lado, protegiéndola comosi fuera un guardia de seguridadcustodiando el diamante Hope.

Inspiraban mucha ternura.—La sigue a todas partes como un

perrito… —comentó una de las chicas,poniendo los ojos en blanco mientraspasaban por delante.

Victoria volvió a darles las graciaspor sus buenos consejos y fue a sudespacho a recoger algunos informesque quería llevarse a casa. Estabaemocionada por los elogios que habíarecibido su nueva nariz. A ella tambiénle encantaba. Por un momento sepreguntó si no debería hacerse tambiénuna reducción de pecho, y entoncesrecordó lo que había dicho una de laschicas, que la cirugía plástica era

adictiva y había mujeres que no sabíancuándo parar. Ella pensaba plantarseahí, en su nariz. El resto tendría quetrabajárselo con esfuerzo. Ya estaba enel buen camino y aún faltaban cincomeses para la boda.

Volvió a encontrarse con CollinWhite aquella noche en el gimnasio, y denuevo estuvieron charlandoagradablemente mientras montaban enlas bicicletas. Él le explicó en québufete de Wall Street trabajaba y le dijoque era abogado litigante. Era un bufeteimportante, y a Victoria le pareció untrabajo de gran responsabilidad. Ella ledijo dónde daba clases. Él había oído

hablar de la escuela. Estuvieronconversando sobre esto y aquello y,cuando bajaron de las bicis, él lasorprendió preguntándole si le apetecíair a tomar algo a un bar que había frenteal gimnasio. Victoria iba hecha unoszorros, como siempre, así que no podíacreerse que la hubiera invitado a salir aningún sitio donde pudieran verlo conella. Collin se lo preguntó de nuevo,como si lo dijera muy en serio, y ellaasintió, se puso el abrigo y cruzó lacalle con él sin entender por qué querríatomar algo con ella.

Los dos pidieron vino, y Victoria lepreguntó cómo tenía su hermana el

hombro después del accidente desnowboard.

—Le duele, creo. Esas cosasrequieren su tiempo; con un hombro nose puede hacer mucho más que dejarpasar los días. Tuvo suerte de nonecesitar ninguna operación cuandosucedió.

Él le preguntó algo más sobre laescuela donde trabajaba y por qué sehabía dedicado a la enseñanza. Tambiénse interesó por su familia. Victoria leexplicó que tenía una hermana siete añosmás joven que ella que acababa degraduarse en la Universidad del Sur deCalifornia el junio anterior y que iba a

casarse al cabo de cinco meses.—Pues es bastante joven —comentó

Collin, sorprendido—. Sobre todo porlo que se lleva hoy en día.

Él le había dicho que tenía treinta yseis años, y Victoria repuso que ellaveintinueve.

—Yo también lo creo. Nuestrospadres se casaron a esa edad, justo alterminar la carrera, pero en aquellaépoca era más habitual. En la actualidadnadie se casa a los veintitrés, que es laedad que tendrá en junio. Yo tenía laesperanza de que se lo tomara con máscalma, pero no quiere. Ahora todo tieneque ver con la boda. La familia entera

sufre una especie de locura transitoria—dijo con una sonrisa compungida—.Por lo menos espero que solo seatransitoria. Si no me volverán loca a mítambién.

—¿Te gusta el chico con quien secasa? —preguntó él, mirándoladetenidamente.

Victoria dudó un buen rato, pero alfinal decidió ser sincera.

—Sí. Puede. Bastante. Pero no parami hermana. Es muy dominante y muydogmático para ser tan joven. No le dejaabrir la boca y siempre piensa por ella.Detesto verla renunciar a supersonalidad y a su independencia solo

por ser su mujer.No dijo que el chico tenía un montón

de dinero, no le pareció adecuado. Esano era la cuestión. Harry no le habríagustado más para Gracie si hubiera sidopobre. No era el dinero lo que lo hacíapresuntuoso. Su personalidad loconvertía en un hombre controlador, yera eso lo que no le gustaba a Victoria.Ella quería algo mejor para Gracie.

—Mi hermana estuvo a punto decasarse con un tipo así. Salió con él tresaños y a todos nos caía bien, pero nonos gustaba para ella. Se prometieron elaño pasado, cuando ella tenía treinta ycuatro. Estaba como loca por casarse y

tener hijos, porque le daba un miedoespantoso perder el tren. Al final se diocuenta de dónde se estaba metiendo ycortó con él dos semanas antes de laboda. Fue un desastre. Quedó muyafectada, pero mis padres se portaronmuy bien con ella. Yo creo que hizo locorrecto. Para las mujeres es duro —dijo con comprensión—, a cierta edad elreloj biológico se pone en marcha, comosi fuera una bomba. Estoy convencido deque muchas mujeres toman malasdecisiones por eso. Me sentí muyorgulloso de mi hermana por escapar deello. Ya la viste. Tiene treinta y cincoaños y encontrará al hombre adecuado.

Con suerte, a tiempo de tener hijos. Peroestá mucho mejor sola que con el tipoequivocado. No es fácil conocer abuenas personas —reflexionó. AVictoria le costaba mucho creer que unamujer con el físico de su hermana notuviera a diez hombres corriendo detrásde ella con anillos de boda, o quequisieran invitarla a salir, por lo menos—. No ha conocido a nadie desde querompieron —añadió Collin—, pero yalo ha superado, y dice que no piensavolver con él. Gracias a Dios que abriólos ojos.

—Ojalá mi hermana lo hiciera —dijo Victoria con un suspiro—. Pero es

una niña. Tiene veintidós años y estáemocionadísima con el vestido, la boday el anillo. Ha perdido de vista lo que esimportante, y yo creo que es muy jovenpara comprenderlo. Para cuando lohaga, ya será demasiado tarde, estarácasada con él y lo lamentará más quenada en el mundo.

—¿Le has dicho todo esto? —Lamiró esperando la respuesta con interés.

—Sí. No quiere ni oírlo y sedisgusta mucho. Cree que estoy celosa.Y no es eso, de verdad. —Collin lacreyó—. Mis padres tampoco resultande mucha ayuda. Son grandes fans delnovio y están impresionados por quién

es él. —Entonces puso una expresiónpensativa—. Se parece muchísimo a mipadre. Es difícil luchar contra eso.

—O sea que nadas contra corriente—comentó él con sensatez—. Lo únicoque puedes hacer es decir lo que piensasy punto. Quizá en algún momento coneso le baste a tu hermana. Nunca se sabe—añadió filosóficamente—. La gentequiere cosas diferentes, y no siempre loque nosotros creemos que deberían tenero lo que queremos para ellos.

—Espero que baste, pero lo dudo —comentó Victoria, triste por Gracie.

—¿Sois las dos muy distintas?Aparte de la diferencia de edad. —Le

daba la sensación de que así era.Victoria parecía ser una mujerinteligente y sensata, con los pies en latierra y la cabeza bien puesta sobre loshombros. Collin se daba cuenta con soloescucharla. Su hermana menor le habíaparecido una joven frívola y malcriada,y puede que también testaruda eimpulsiva. No se equivocaba.

—Ella se parece más a mis padres—respondió Victoria con franqueza—.Yo siempre he sido la rara de la familia.No me parezco físicamente a ellos, nopienso como ellos ni actúo como ellos.No quiero las mismas cosas. A vecesparece que mi hermana y yo ni siquiera

tengamos los mismos padres. Enrealidad no los tuvimos, porque a lasdos siempre nos han tratado de formamuy diferente, y sus experiencias vitalesy su infancia fueron completamentedistintas de las mías.

Collin asintió como si lacomprendiera, y ella tuvo la sensaciónde que lo que estaba diciendo no leresultaba ajeno.

Entonces él miró el reloj y pidió lacuenta.

—Me ha gustado mucho hablarcontigo —le dijo a Victoria mientraspagaba—. ¿Te apetece que salgamos acenar algún día? —preguntó con ojos

esperanzados mientras ella lo miraba sinsalir de su asombro. ¿Se había vueltoloco? ¿Por qué querría salir con ella? Leparecía demasiado bueno para ser cierto—. ¿Qué tal la semana que viene? —concretó Collin—. Aunque sea algoinformal, si lo prefieres. —No queríaapabullarla con un restaurante de lujo.

Victoria era una persona agradable ycon quien era fácil conversar, y Collinquería pasar con ella una velada deverdad, conocerla mejor. No pensabaalardear de su cartera para intentarimpresionarla. Quería saber más cosassobre quién era ella en realidad. Hastael momento le había gustado lo que

había oído. Y también le gustabafísicamente, incluso con la caramagullada.

—Sí, desde luego, me encantaría —soltó ella al ver que Collin esperaba unarespuesta.

No añadió «¿Por qué?». Lo únicoque podía suponer era que buscaba unaamiga, y también a ella le gustaba tenera alguien con quien hablar. Estaba claroque aquello no era una cita.

—¿Qué te parece el martes? El lunespor la noche tenemos reunión de socios.

—Desde luego… sí… claro. —Sesentía como una idiota, balbuceando enlugar de contestar.

—¿Podrías darme tu número deteléfono o tu dirección de correoelectrónico? —pidió él con educación, yella los garabateó en un papel y se lospasó. Collin los introdujo directamenteen su móvil y volvió a guardarlo en subolsillo junto con el papelito antes dedarle las gracias—. Me ha gustadomucho conocerte, Victoria —dijo conuna voz muy agradable mientras ellaintentaba no fijarse demasiado en loguapo que era. La ponía nerviosa.

—A mí también a ti —dijo con unhilo de voz.

Aquello era muy raro. A Victoria legustaba, pero creía que un hombre como

él ni siquiera debería estar hablando conella. Tendría que quedar con un bellezóndespampanante, como la hermana de él,que en cambio no salía con nadie. Quiénlo habría dicho. El mundo era muyextraño.

Se despidieron delante del gimnasioy Victoria volvió andando a casa,pensando en Collin e intentandoaveriguar por qué la habría invitado acenar. Al llegar se lo contó todo aHarlan y le explicó que en realidad noera una cita, que solo le interesaba comoamiga.

—¿Y cómo sabes tú eso? —seextrañó Harlan—. ¿Te lo ha dicho él?

—Claro que no, es demasiadoeducado. Pero es evidente. Tendrías queverlo. Parece una estrella de cine, o untiburón empresarial, o un anuncio de larevista GQ. Y mírame a mí. —Señaló suropa de gimnasio—. Dime, ¿saldría élcon una mujer como yo?

—¿Acaso llevaba él pajarita en elgimnasio?

—Muy gracioso. No. Pero los tíoscomo él no salen con mujeres como yo.Esto es un plan de amigos, no una cita.Créeme. Lo sé. Yo estaba ahí.

—A veces las historias de amorempiezan así. No lo descartes. Además,no me fío de tu interpretación. De estas

cosas no entiendes ni papa. Lo único quesabes es que tus padres te decían que nomerecías nada, que no eras digna deamor y que nunca te querría nadie.Créeme, esa clase de mensajes suenan atal volumen que no te dejan oír nadamás. Aunque esté claro que no sonverdad. Tú hazme caso: si ese tipo tienealgo de cerebro y ojos en la cara, sabeque eres lista, divertida, buena persona,brillante hasta hartar, guapa, ha visto quetienes unas piernas increíbles y hacomprendido que sería el hombre másafortunado del mundo si te consiguiera.Así que a lo mejor no tiene un pelo detonto.

—Que no es una cita —insistió ella.—Te apuesto cinco pavos a que sí

—dijo Harlan con seguridad.—¿Cómo sabré si lo es? —Victoria

parecía confundida mientras su amigoconsideraba la cuestión.

—Buen punto, porque tu radar estáfuera de juego y no tienes ni idea dedescodificar señales. Si te besa, estáclaro que es una cita, pero no te besaráen una primera cita, si tiene modales. Amí me parece más listo. Lo sabrás ypunto. Si vuelve a invitarte a salir. Siparece interesado. Si hace pequeñosgestos agradables, como tocarte lamano, si parece que lo pasa bien

contigo. Joder, Victoria, llévame contigoy ya está, y yo te diré si es una cita o no.

—Ya lo descubriré yo sólita —dijoella, remilgada—. Pero no lo es.

—Tú recuerda que, si lo es segúnalguno de los criterios anteriores, medebes cinco pavos. Y no vale hacertrampas. Necesito el dinero.

—Pues empieza a ahorrar, porquevas a deberme cinco pavos tu a mí. Noes una cita. —Estaba convencida.

—No te olvides de tu nueva nariz —dijo él para incordiarla—. Eso podríadecantar el voto.

—No lo había pensado —repusoella, riendo—. La segunda vez que me

vio tenía toda la cara magullada, los dosojos morados y no llevaba maquillaje.

—Ay, Dios mío —dijo Harlan,poniendo los ojos en blanco—. Tienesrazón. No es una cita. Es amorverdadero. Doblo la apuesta. Que seandiez dólares.

—Lo veo. Empieza a ahorrar.Harlan le dio un pequeño empujón

fraternal mientras ambos salían de lacocina para volver a sus habitaciones.Victoria tenía una pila de trabajos porcorregir, y el misterio de si Collin Whitele había pedido una cita o no pronto seresolvería. Cenarían al cabo de cincodías. No la había invitado a salir durante

el fin de semana, lo que le hizopreguntarse si tendría novia. Ya habíapasado por eso con Jack Bailey yesperaba no encontrarse en otrasituación similar. Pero aquello no erauna cita. Estaba segura. Solo una cenade amigos. De todas formas, así le dabamenos miedo.

23

Cinco días después, el martes que enprincipio Victoria tenía que salir a cenarcon Collin White, se enfrentó a una deesas dolorosas obligaciones con las quea veces se encontraba en su trabajo. Elpadre de un alumno suyo había fallecidorepentinamente de un ataque al corazónmientras bajaba por una pista de esquíen New Hampshire, y Victoria tuvo queasistir al funeral junto con el director yvarios profesores más. La familia estabadestrozada. El hijo más pequeño era unode los alumnos de duodécimo de

Victoria. Eran cuatro hermanos, todosellos habían ido a Madison y eran muyqueridos. Victoria asistió al funeral conun grupo de profesores y con EricWalker. Fue muy triste, y los panegíricosemocionaron a los asistentes cuando loshijos, uno a uno, subieron a hablar.Todos lloraron. Victoria lo sentíamuchísimo por su alumno. Al terminar laceremonia, cuando todos regresaron alpiso de la familia en la Quinta Avenida,lo abrazó y lo estrechó con fuerza. Enlos siete años que llevaba en la escuela,también había dado clase a su hermanomayor y a una de sus hermanas, y todosle habían parecido unos chicos

estupendos. La hermana mayor había idoa Madison antes de que Victoria llegara,y ya estaba casada y tenía dos hijos. Supadre había sido un hombrerelativamente joven que estaba en buenaforma, y su muerte repentina había sidoun golpe terrible para todos, pero enespecial para sus hijos.

Fue una de esas experiencias quehacían pensar. Victoria pasó el resto deldía procurando calmase, e intentó nopensar en ello cuando Collin fue abuscarla a las siete. Pero al final se locontó de todas formas, y él le explicóque tenía un tío que había muertotambién de forma inesperada. Para la

familia había sido terrible, aunque en elfondo era una forma buena dedespedirse: con salud y sin dolor.Simplemente desaparecer tras una granvida. Fue una buena reflexión.

Victoria había bajado al portal,donde él estaba esperándola, y juntoscogieron un taxi para ir a un restaurantedel Village que había propuesto Collin:el Waverly Inn. Ella había oído hablardel local y sabía que era difícilconseguir mesa. Era un restauranteanimado y con buena comida, casi todaestadounidense. Había una atmósferasana y alegre. Los dos pidieron filete, yVictoria tuvo que controlarse para no

escoger una guarnición de macarronescon queso cuando Collin comentó queestaban deliciosos.

—He estado a régimen desde quenací —confesó ella tras pedir, encambio, unas espinacas al vapor—. Mispadres y mi hermana son delgados ypueden comer todo lo que quieran. Yo,por lo visto, he heredado los genes demi bisabuela. Era una mujer«grandullona», como suele decirse.Llevo toda la vida luchando esa batalla.

Le resultaba sorprendentemente fácilser sincera con él porque lo veía solocomo un amigo. Además, su ropa ahorale quedaba algo holgada, así que podía

hablar de ello sin su habitualculpabilidad y vergüenza por lo quehabía comido. Llevaba mesesportándose bien, y se notaba. Estabadecidida a bajar hasta una talla 42 antesde la boda, y ya se encontraba cerca.Después de eso, tendría que mantenerse,lo cual era como trazar círculos en elespacio aéreo con un 747.

—La gente se obsesiona demasiadocon eso hoy en día. Mientras estés sana,¿qué importan unos kilos de más o demenos? Las dietas son una locura. Niñasde trece años en las portadas de lasrevistas que acaban en el hospitalporque están anoréxicas. Las mujeres de

verdad no son así. Además, ¿quiénquiere eso? Nadie quiere una mujer conaspecto enfermo, con un cuerpo como siacabaran de liberarla de un campo derefugiados. A lo largo de la historia, lasmujeres siempre han aspirado a sercomo tú. —Collin lo dijo con muchasencillez, y parecía que hablaba enserio, no que intentara congraciarse conella.

Victoria lo miró sin dar crédito. Talvez estuviera loco. O quizá le gustabanlas mujeres rellenitas. No le encontrabaningún sentido.

Mantuvieron una interesanteconversación sobre arte, política,

historia, arquitectura y los últimos librosque habían leído, la música que lesgustaba y la comida que no soportaban.Coles de Bruselas, los dos; y el repollo.Victoria explicó que una vez habíaprobado una dieta a base de sopa derepollo con unos resultadosespectaculares que enseguida serevirtieron. Entonces hablaron de susfamilias, y Victoria le contó más de loque tenía intención de desvelar. Leexplicó que le habían puesto su nombrepor la reina Victoria, porque su padrepensaba que era fea y le hizo gracia, y lehabló también del comentario de quecon ella habían probado la receta, y que

Gracie había sido su pastelito perfecto.Collin la miró horrorizado al oírlo.

—Es sorprendente que no la odies—dijo, comprensivo.

—No es culpa suya. Son ellos.Como mi hermana se les parece tanto,creen que es perfecta. Y es una belleza,tengo que reconocerlo. Se parece unpoco a tu hermana, en una versión másmenuda. —Era un estándar de bellezaque Victoria nunca había alcanzado ynunca alcanzaría.

—Sí, y mi hermana no ha tenido unasola cita desde hace un año, así que esotampoco es ninguna garantía de felicidad—le recordó él. A Victoria le seguía

costando creerlo—. La gente que le dicecosas así a sus hijos no debería tenerlos—añadió Collin con gravedad.

—Cierto. Pero de todas formas lostienen. Cualquiera puede tener hijos,estén o no preparados para ello, y haymucha gente que no lo está. A mi padrele parece divertido hacer bromas a micosta. Fui a terapia durante un par deaños, hace algún tiempo, y luego lo dejéuna temporada. El verano pasado volvía retomarla. Me hace mucho bien. Sirazonas, al menos, comprendes que sonellos los que tienen un problema, no tú.Por dentro, en cambio, recuerdas todasesas cosas que te decían cuando tenías

cinco, seis, trece años, y creo que lasoyes dentro de la cabeza toda la vida.Yo he intentado ahogar esas vocescomiendo helado —confesó—. Nofunciona. —Jamás había sido tan sinceracon nadie, y él parecía escucharla sinjuzgarla lo más mínimo.

A Victoria le gustaba mucho yesperaba que estuviera siendo francocon ella aunque, tras las experienciasque había tenido con hombresdeshonestos, como Jack Bailey yalgunos otros, desconfiaba de todo elmundo. Su vida amorosa no había sidomuy feliz hasta la fecha.

—Yo también tengo una relación

extraña con mis padres —reconoció él—. Tenía un hermano mayor que era elhijo perfecto. El atleta perfecto. Elestudiante perfecto. El todo perfecto.Entró en Flarvard, donde fue el capitándel equipo de fútbol americano, y luegoen la escuela de Derecho de Yale. Elmejor de su clase. Fue un niño fantásticoy un tipo extraordinario, un hermanomaravilloso. Pero un conductorborracho lo atropelló en Long Island elfin de semana del Cuatro de Julio, justodespués de saber que había aprobado elexamen del Colegio de Abogados, a laprimera, claro, y sin dificultad. A mí mecostó tres intentos. Y siempre estuve

entre los del montón de la clase. Duke yla Universidad de Nueva York noimpresionaron en absoluto a mis padresen comparación con Harvard y Yale. Nosoy deportista, nunca lo he sido. Memantengo en forma y juego un poco altenis y al squash, pero ya está. Blake erael chico de oro. Todos lo adoraban, y elmundo se detuvo para mis padrescuando murió. Nunca se han recuperado,ninguno de los dos. Mi padre se jubiló ymi madre empezó a marchitarse. Paraellos nadie ha vuelto a dar nunca la tallaen nada. Yo desde luego que no. Mihermana consiguió librarse más o menosporque es una chica, pero yo les parezco

un mal sustituto de Blake. Él queríameterse en política algún día, yseguramente le habría ido muy bien. Eraun estilo Kennedy, con mucho carisma yun montón de encanto. Yo soy un tiponormal. Hace unos años viví con unapersona pero no salió bien, así queahora se preguntan qué me pasa que noestoy casado. Por lo que a ellosrespecta, he sido un mediocre y unsegundón toda la vida, o no estoy a laaltura y punto, comparado con mihermano. Se hace duro estar con ellos ysentir que nunca darás la talla. Él teníacinco años más que yo, y murió hacecatorce. Yo acababa de licenciarme, y

desde entonces he sido una grandecepción para mis padres. —No habíatenido la misma infancia dura que ella,pero llevaba catorce años avanzandopor una carretera tortuosa y Victoria vioen su mirada esa terrible sensación deno ser lo bastante bueno para recibir elamor de la gente a quien tú más quieresy, en última instancia, de nadie. Ella laconocía bien—. Yo no tengo tanto valorcomo tú. Nunca he ido a terapia y quizádebería. Simplemente acepté laresponsabilidad que mi hermano dejótras de sí. Durante una temporada intentéser él, pero no pude. No soy él. Soy yo.Y eso nunca es bastante para ellos. Son

unas personas tristes.Pero él no lo era, lo cual era una

buena noticia. Sin embargo, habíavivido con los mismos mensajes tóxicosque ella, aunque por razones diferentes.Según había leído en algunos libros deautoayuda, Victoria pensaba que podíasufrir una especie de síndrome delsuperviviente.

—Yo a veces pienso que mis padresdeberían llevar siempre un cartelcolgado que pusiera: «No te queremos».Sería más sincero. —Le sonrió, y él seechó a reír.

La imagen era perfecta, y encajabaexactamente con lo que sentía él por sus

padres. Era sorprendente lo mucho quese parecían sus experiencias vitales,encajaban muy bien. Tenían mucho encomún, dada la complicada relación quemantenían con su familia y que amboshabían intentado superar sin dejar de serpersonas cuerdas. Los dos sentían quehabían realizado importantesdescubrimientos sobre el otro cuandoterminó la velada. Él la rodeó con unbrazo durante el trayecto de vuelta entaxi, pero no intentó besarla, lo cual lehizo ganar puntos. Victoria detestabaverse manoseada por desconocidos quecreían que se lo debía solo porque lehabían pagado la cena. Collin no lo hizo,

y ella lo respetó por ello. Antes dellegar a su casa le preguntó si le gustaríavolver a cenar con él otro día y le dijoque esperaba que sí, aunque se disculpópor haber sacado temas tan serios en unaprimera cita. Pero era la vida real deambos, y resultaba muy gratificantecompartirlo con alguien que lo entendía.

—Me encantará volver a cenarcontigo otro día —respondió ellasinceramente, y él le propuso el sábadopor la noche, lo cual en teoría disipabala sospecha de si tenía una novia paralos fines de semana, a menos que laviera los viernes, se recordó Victoria.Jack había hecho eso. Pero Collin no era

Jack. Era estupendo.Le dio un beso en la mejilla y la

acompañó hasta el ascensor, donde ledijo que la llamaría al día siguiente.Ella estaba radiante al entrar en el piso,y Harlan sonrió de oreja a oreja alverla. John se había acostado ya.

—Te debo diez pavos —le dijoVictoria, adelantándose a él.

—¿Cómo lo sabes? —Harlan estabaintrigado.

—Una conversación fantástica, unavelada encantadora, un tipo estupendo.Me ha rodeado con el brazo en el taxi decamino a casa. Me ha tocado dos vecesla mano en la cena. No le importa si

estoy gorda o no, le gustan las mujeres«de verdad», y me ha invitado a cenar elsábado por la noche. —Resplandecía dealegría, y él se acercó y la abrazó.

Harlan siempre estaba abrazándola ydándole besos. John era algo másreservado con ella; era su carácter, no sesentía tan cómodo con las mujeres.Había tenido una madre horrible quesiempre le pegaba y consiguió que noquisiera saber nada de las mujeres. Todoel mundo tenía sus cicatrices.

—Mierda —dijo Harlan después deabrazarla—, me debes cincuenta. Puedeque cien. Eso ha sido mejor que una cita.Es un hombre de verdad. Suena

maravilloso. ¿Cuándo puedo conocerlo?Antes de la boda. La tuya, quiero decir.A la de Gracie que le den.

Los dos se echaron a reír, y Victoriasacó un billete de diez dólares de lacartera y se lo entregó a su compañero.¡Había tenido una cita! ¡Con un hombrefantástico! Merecía la pena haberesperado durante casi treinta años,aunque era demasiado pronto para saberqué sucedería. Puede que aquello nofuera a ninguna parte, y aunque lohiciera, quizá al final se separaran. Asíera la vida real.

Collin la llamó aquella mismanoche, justo antes de que Victoria se

acostara, y le dijo que lo había pasadomuy bien y que estaba impaciente porvolver a verla. Ella sentía exactamentelo mismo por él.

—Dulces sueños —le dijo Collinantes de colgar.

Y ella sonrió, tumbada en la camacon el teléfono aún en la mano. Dulcessueños. Sí, señor.

24

La segunda cita de Victoria con Collinresultó mejor aún que la primera. Fuerona un restaurante de pescado de Brooklyny comieron langosta fresca con unosenormes baberos de papel. El sitio erabullicioso y divertido, y lo pasaron muybien juntos. Sus conversaciones fuerontan sustanciosas como la última vez, losdos se sentían muy cómodos hablandode sí mismos y de quiénes eran enrealidad, abriéndose el uno a la otra.Empezaron a quedar en el gimnasio porlas tardes y a explicarse qué tal les

había ido el día mientras hacíanbicicleta. Se sentían completamente agusto. Él siempre la abrazaba o le dabaun beso en la mejilla, pero no habíapasado de ahí, cosa que a Victoria leparecía bien. Le gustaba así.

En su tercera cita Collin la llevó alballet porque Victoria había comentadoque le gustaba. Fueron a una exposicióndel Met un domingo, y a tomar unbrunch después. Collin la invitó alestreno de una obra de Broadway. Ellase divertía a más no poder con él, queera muy creativo con los lugares a dondela llevaba. Siempre eran planes muybien meditados, cosas que creía que le

gustarían.Y después de aquella noche en el

teatro, por primera vez Collin parecióincómodo al preguntarle si querría cenarcon él. Le advirtió que sería una veladaque quizá no le apetecería, y sin duda notan emocionante como otras, pero detodas formas quería proponérselo.

—Mis padres vienen a la ciudad.Me gustaría presentártelos, aunque noson muy divertidos. Sencillamente noson personas felices y se pasarán toda lanoche hablando de mi hermano, perosignificaría mucho para mí que losconocieras. ¿Qué te parece?

—Me parece que serán mucho

mejores que los míos, seguro —contestóella con cariño. La conmovió y la halagóque quisiera presentárselos.

Cuando llegó el momento, resultaronser todo lo que Collin le habíaexplicado, o peor. Eran unas personasapuestas y aristocráticas, y muyinteligentes. Pero su madre parecíadeprimida, y su padre era un hombreabatido por la vida y la pérdida de suhijo. Tenían los hombros encorvados, ytanto sus rostros como su día a díacarecían de color. Era como si nisiquiera vieran a Collin, solo alfantasma de su hermano. Todos lostemas remitían siempre a él, y toda

mención de lo que hacía Collin conducíaa una desfavorable comparación con suhermano. No tenía forma de ganar. A sumanera, sus padres eran tan horriblescomo los de ella, e igual dedeprimentes. Cuando los dejaron en elhotel Victoria sintió ganas de abrazar aCollin y de quitarle el dolor a besos,pero fue él quien la besó a ella. Era laprimera vez que lo hacía, y todo lo queVictoria sentía por él salió a borbotonesde su interior, toda la compasión, lacomprensión y el amor. Quería curar lasviejas heridas que había sufrido y lasoledad que le había generado elrechazo de sus padres. Después

estuvieron hablando un buen rato sobrelo doloroso que había resultado para ély lo agradecido que estaba por el apoyode Victoria.

Harlan y John ya se habían acostadocuando Victoria y Collin volvieron alapartamento de ella y estuvieronhablando y besándose varias horas. Lospadres de él le habían parecido casi tanhorribles como los suyos, aunque los deél tenían una excusa y los de ella no. Losde ella simplemente no la querían. Losde él lloraban la muerte de suprimogénito. Sin embargo, por una u otrarazón no habían tratado con afecto ycariño a sus otros hijos, los habían

rechazado hasta el punto de mostrarsecrueles, y en ambos casos los habíanconvencido de que no merecían seramados. Tanto Collin como Victoriallevarían esas cicatrices de por vida,igual que mucha otra gente. A ella leparecía uno de los peores crímenes quepodían perpetrar unos padres: convencera sus propios hijos, no solo de que nolos querían, sino de que no eran dignosde amor y que nadie los querría jamás.Esa había sido la maldición de su vida,y también de la de Collin.

Aquella noche consiguieron darsetodo el amor, el consuelo y laaprobación que merecían y que

necesitaban desde hacía tanto tiempo.Para ambos había sido un momento conmucho significado. Muchísimo. Victoriaya no explicaba a Harlan todo lo quesucedía en sus citas. Había empezado asentir una especie de lealtad haciaCollin, lo cual le parecía correcto. Y élsentía lo mismo por ella; cuando lollamaba su hermana, solo le contabaciertas cosas. También quería proteger aVictoria y la incipiente relación quecompartían. Ambos eran respetuosos ydiscretos.

La siguiente cena tras la visita de lospadres de él fue muy importante paraambos. Era una tontería y un horror, y a

Victoria le daba vergüenza quesignificara tanto para ella, pero así era,y Collin supo entenderlo. Era el día deSan Valentín, y él la llevó a cenar a unrestaurante francés, pequeño, románticoy con una comida deliciosa, aunqueVictoria pidió con sensatez. La cena fuemaravillosa, y después volvieron alapartamento de él, no al de ella. Collinhabía preparado champán para recibirla,y una pulserita de oro con un pequeñocorazón de diamante que le puso en lamuñeca. Luego la besó. Para los dos erael lugar y el momento perfecto. Ella sederritió en sus brazos y, un momentodespués, estaban juntos en la cama. Su

ropa había desaparecido, igual quetodos los años de soledad que habíanvivido hasta entonces, el uno sin la otra.Lo único que ambos sabían, al terminaraquella noche, era lo mucho que seamaban. Se sentían dignos de ello,merecedores por fin del amor.

A partir de entonces su vida juntosadquirió un tinte de vida cotidiana.Salían a cenar, se quedaban en casa,hacían la colada juntos, iban algimnasio, pasaban las noches en elapartamento de él o el de ella, iban alcine y conseguían unir dos vidas realesen una sola. Todo funcionaba mejor delo que ninguno de los dos podría haber

soñado.Fue idea de Collin cogerse una

semana libre para ir a algún sitio conVictoria durante las vacaciones deprimavera. Gracie había suplicado a suhermana que fuese a Los Ángeles, peroVictoria no quería. Sabía que su familiales estropearía el viaje y, si seguíanjuntos, de todas formas Collin tendríaque conocerlos pronto. Ella temía elmomento de presentárselo a sus padres ylo había hablado varias veces con supsiquiatra, que se alegraba por su nuevasituación.

—¿Por qué te da tanto miedopresentárselo? —preguntó la doctora

Watson, desconcertada ante suresistencia. La relación iba muy bien.Mejor de lo que Victoria había soñadojamás.

—¿Y si mis padres lo convencen deque no valgo la pena y no merezco suamor, y él decide que tienen razón? —Soltó las palabras presa del pánico.

—¿De verdad crees que eso va asuceder? —preguntó la terapeuta,mirándola a los ojos.

—No. —Victoria negó con la cabeza—. Pero ¿y si sucede? Son muyconvincentes.

—No, no lo son. La única a la quehan convencido siempre es a ti. Nadie

más que su propia hija los creería, y poreso es tan cruel lo que hacen. Nadie selo creería ni se lo ha creído nunca. Y amí Collin me parece demasiado listopara caer en algo así.

—Lo es. Pero me preocupa lo quepuedan decirle, y que me humillendelante de él.

—Puede que lo intenten, pero en talcaso te garantizo que a él no le haráninguna gracia, y tendrá peor opiniónaún de ellos. Por cierto, ¿lo has invitadoya a la boda de tu hermana? —Victoriano lo había mencionado.

—Todavía no, pero pienso hacerlo.Aunque no quiero que me vea con ese

vestido marrón que me queda tan mal.Me da vergüenza.

—Aún puedes convencer a Graciede que te deje llevar algo diferente. Noes demasiado tarde —le recordó laterapeuta.

—Lo he intentado, y no quiere.Tengo que aguantarme y ponerme esevestido. Pero detesto que Collin tengaque verme tan horrorosa.

—A mí me parece que él te querrá tevistas como te vistas. El vestido marrónno le importará. —La doctora lamentabaque Victoria no lograra enfrentarse a suhermana en ese punto.

Su vida sexual también era fantástica,aunque al principio Victoria se habíasentido cohibida por su peso. A pesar dehaber adelgazado, seguía siendo másgrandota de lo que le gustaría, y teníaalgunos michelines y carnes flojas aquí yallá. Como no quería que él los viera,siempre apagaba la luz. Se tapaba ycorría al baño a oscuras, o con una batapor encima. Hasta un día en que él porfin la convenció de que le encantaba sucuerpo exactamente como era, que lodisfrutaba, que lo veneraba, que amabahasta el último centímetro de sus formasfemeninas, y ella por fin lo creyó. Collinla miraba como a una diosa cada vez

que la veía desnuda. La hacía sentirsecomo la reina del sexo y la altasacerdotisa del amor. Victoria nuncahabía vivido nada tan excitante, y encuanto empezó a comprender lo que élsentía por ella, y lo creyó, casi no salíande la cama. No se había divertido tantoen toda su vida, y la desesperacióndesapareció de su dieta. Comía consensatez y se mantenía alejada delhelado y de los alimentos que másengordaban, además de seguir acudiendosin falta a su cita con Weight Watchers.Sin embargo, lo que más le apetecía porencima de todas las cosas era proclamara los cuatro vientos que Collin la quería.

Al final resultaba que sí era digna de seramada. Nunca había sido tan feliz, yCollin se sentía igual que ella. Sedeleitaba en la calidez del amor deVictoria, en su aprobación y suadmiración, y gracias a ello se sintióflorecer. Aquello era lo que habíafaltado en la vida de ambos durantetantos años. Su convivencia era unjardín bien regado donde todo crecíacon exuberancia. El amor quecompartían era algo hermoso para losdos.

Justo antes de las vacaciones deprimavera, Victoria fue a la fiestaprenatal del bebé de Amy Creen. Iba a

ponerse de parto cualquier día y ya novolvería a clase hasta después de quenaciera el niño. Había sido muy emotivoverle la barriga tan voluminosa, y a sumadre pendiente de ella. Amy estabafeliz, y el acuerdo con la escuela habíafuncionado muy bien. Volvería cuandoya fuera madre, al cabo de unassemanas, para hacer los exámenesfinales. La habían aceptado en Harvardy en la Universidad de Nueva York. Ellahabía decidido quedarse en la ciudadpara poder estar con su hijo y su madre,que iba a ayudarla. Justin también iría ala Universidad de Nueva York. Leshabía salido a la perfección. El chico se

había ido a vivir con Amy y con sumadre durante los últimos meses delembarazo, con la aprobación de suspadres, aunque al principio no se habíanmostrado demasiado contentos. Lafamilia de Amy, en cambio, había sidomuy razonable, y era conmovedor ver aunos chicos tan jóvenes esforzándosetanto por hacer lo correcto. Los dosacababan de cumplir dieciocho años.Victoria había hablado de ellos a Collin.Le encantaba compartir aspectos de suvida con él, que hacía lo mismo con sutrabajo y estaba impaciente porpresentarle a sus amigos. Juntos eranmás de lo que eran por separado. No se

restaban el uno al otro, sino quesumaban lo que eran.

Collin la sorprendió alquilando unapreciosa granja antigua reformada enConnecticut para pasar juntos lasvacaciones de primavera. Era un lugarapartado e idílico, absolutamenteacogedor. Para los dos fue como jugar alas casitas. La propiedad quedaba cercade un pueblo pintoresco. Dieron largospaseos, montaron a caballo por elcampo, cocinaron juntos por las nochese hicieron el amor sin parar. Cuando seles acabaron los días, a ninguno de losdos le apetecía irse de la casa. Habíasido perfecto.

Todo iba como la seda en la vida deambos. Hasta una semana después deregresar de las vacaciones deprimavera, cuando Victoria, que estabaen casa de Collin, recibió una llamadaen su móvil. Era Gracie, y lloraba tantoque Victoria ni siquiera entendía lo quedecía. Por lo que oía de la conversacióny las preguntas que hacía Victoria,Collin se dio cuenta de que habíasucedido algo malo, pero ninguno deellos sabía de qué se trataba. Victoriapensó incluso que podía haber muertoalguno de sus padres, o Harry. Grace nodecía nada coherente, y ella empezó aasustarse de verdad.

—¡Gracie, cálmate! —le gritó, perolos sollozos continuaron.

Su hermana por fin logró contar lahistoria balbuceando.

—Me ha… eng… engañado —dijo,y entonces volvió a derrumbarse y adeshacerse en lágrimas.

—¿Cómo lo sabes? —preguntóVictoria con brusquedad, pensando quequizá fuera una bendición, si eso evitabaque se casara con el hombreequivocado.

Quizá estaba escrito que tenía quesuceder y no era algo tan malo, por muydestrozada que estuviera Gracie en esemomento.

—Lo he visto salir de un edificiocon una mujer. Yo iba en coche a casa deHeather para enseñarle los diseños demi vestido, y entonces lo he visto. Salíade ese edificio con ella, le ha dado unbeso y luego se ha subido a su coche yse ha ido. A mí me había dicho que teníaque reunirse con su padre por algo denegocios. Me ha mentido. —De nuevo lainvadieron los sollozos—. Y anoche novolvió a casa. Lo llamé y no contestó alteléfono.

—¿Estás segura de que era él? —preguntó Victoria con sensatez.

—Del todo. Él no me ha visto, peroyo iba con la ventanilla del coche

bajada y estaba tan cerca que incluso lohe oído reírse. Ella parecía una fulana,pero ya la conocía de antes. Creo que esuna de las secretarias de su padre. —Gracie lloraba como una niña.

—¿Y le has dicho que lo has visto?—Sí. Me ha dicho que no era asunto

mío, que todavía no estamos casados yque él sigue siendo un hombre libre. Yque si me pongo muy pesada cancelarála boda. Me ha dicho que por eso mianillo es tan grande, para que tenga laboca cerrada y no esté todo el díaencima de él.

Decir algo así era horrible, yVictoria se quedó de piedra. Le había

confirmado que Harry era quien ellacreía, o incluso peor.

—No puedes casarte con él, Gracie.No puedes casarte con un hombre que tetrata así. Volverá a engañarte.

Collin ya veía por dónde iba elasunto y se sentó en el sofá junto aVictoria con cara de preocupación.Todavía no conocía a su hermanapequeña, pero ya lo sentía por ella. Noera más que una niña.

—No sé qué hacer —dijo Graciecon voz de chiquilla perdida.

—Cancela la boda. No tienes otraopción. No puedes casarte con un tipoque ya está engañándote ahora, que va

acostándose con otras por ahí y te diceque tengas la boca cerrada porque te haregalado un anillo enorme. No terespeta. —Ni a sí mismo, por lo visto.

Collin también asentía, de acuerdocon lo que la oía decir. Aquel tipo eraun desgraciado y tampoco él habríaquerido que su hermana se casara conalguien así.

—Pero es que yo no quiero cancelarla boda —dijo Gracie entre sollozos—.Le quiero.

—No puedes dejar que te trate así.Mira, ¿por qué no vienes unos días aNueva York? Aquí hablaremos. ¿Se lohas dicho a papá?

—Sí. Dice que los hombres a veceshacen esas cosas, y que no significanada.

—Menuda chorrada. Algunoshombres sí, pero los hombres decentesno le hacen eso a la mujer que quieren.Supongo que puede suceder, pero no así,con una barbie cualquiera y dos mesesantes de su boda. No es buena señal.

—Ya lo sé. —Gracie parecíadestrozada y perdida.

—Te compraré un billete. Quieroque vengas mañana mismo. —Erademasiado tarde para que volara aquellanoche.

—De acuerdo. —Su hermana

hablaba con docilidad y la vozentrecortada. Aún seguía llorandocuando colgó.

Inmediatamente después, Victoriallamó a la compañía aérea, reservó unbillete y envió a Gracie la informaciónen un mensaje de texto. Estaba dispuestaa pedir unos días libres en la escuela sihacía falta para pasar algo de tiempocon su hermana. Aquello era importante,y Collin estuvo de acuerdo con ellacuando le explicó lo sucedido.

—Esto solo es el principio. Si ya laestá engañando ahora, no parará. Seguroque lo ha hecho siempre, solo que ellano lo sabía —opinó Collin, y Victoria

coincidió con él.Había tenido muchísimas

oportunidades de hacerlo, estando consu familia, en sus viajes a Europa, o ensus fines de semana de despedidas desoltero. Collin tenía razón; si Harry erade los que engañaban, Gracie seríadesgraciada toda la vida. Todavíahablaban de ello cuando se fueron a lacama.

Al día siguiente Victoria esperó aque fuera una hora razonable para llamara su hermana entre clase y clase. Gracieacababa de levantarse después de pasarcasi toda la noche llorando. Le dijo queHarry no la había llamado y que, la

última vez que había hablado con él,había vuelto a amenazarla con cancelarla boda, como si Gracie hubiese hechoalgo malo por llamarle la atención sobresu comportamiento y decirle lo quehabía visto.

—Déjale que lo haga —dijoVictoria con crudeza. Esperaba que suhermana le hiciera caso.

—Pero no quiero que la cancele —dijo Gracie, llorando otra vez.

Victoria sintió pánico. No podíacasarse con ese hombre. Ni siquiera sehabía disculpado por lo que habíahecho, no estaba arrepentido, y eso eranseñales terribles. Era un niño rico y

malcriado que hacía lo que le venía engana y estaba amenazando a su futuraesposa en lugar de postrarse a sus piespara implorarle perdón, lo cual podríahaber sido un comienzo, y puede que aunasí no habría bastado. Para Victoriaseguro que no.

—Tú súbete a ese avión.Hablaremos cuando llegues aquí. Dilesa mamá y a papá que quieres venir ahacerme una visita. Además, quiero queconozcas a Collin. —Había explicado asu hermana todo acerca de él, aunque noparecía el mejor momento parapresentarlos.

—¿Y si se enfada más conmigo

porque me he ido a Nueva York? —Lavoz de Gracie destilaba miedo.

—Gracie, ¿te has vuelto loca?¿Cómo que si se enfada él? Te haengañado. Eres tú la que debería estarfuriosa, no él.

—Me ha dicho que he estadometiendo las narices, espiándolo.

—¿Y es verdad?—No, iba a ver a Heather para

enseñarle los nuevos bocetos delvestido —volvió a explicar su hermana.

—Exacto, así que no dice más quetonterías. Y te ha engañado. Ven a NuevaYork.

Le recordó a qué hora salía el vuelo.

Gracie tenía tiempo de sobra paracogerlo.

—De acuerdo. Iré. Nos vemos mástarde —dijo algo nerviosa, pero almenos ya no lloraba.

Victoria le había buscado un vueloque salía de Los Ángeles a mediodía yllegaría al aeropuerto JFK a las ocho dela tarde, hora de Nueva York. Ella habíapensado ir al aeropuerto a buscarla.Cogería el autobús de las siete, quetambién había reservado ya, pero elmóvil le sonó a las seis de la tarde,cuando estaba en su piso organizándosepara la visita de Gracie y cambiando lassábanas. Era su hermana la que llamaba.

—¿Dónde estás? —se extrañóVictoria—. ¿Me llamas desde el avión,o es que habéis aterrizado antes?

—Estoy en Los Ángeles. —Sonabapreocupada y culpable—. Harry acabade irse. Dice que me perdonará y que nocancelaremos la boda si me olvido detodo esto y no vuelvo a hacerlo. —Suvoz era como la de un robot.

Victoria estaba hecha una furia.—¿Si no vuelves a hacer qué?

¿Dejarte engañar? ¿De qué estáhablando? ¿Qué es lo que se supone queno puedes volver a hacer? —Letemblaba la voz de rabia y preocupaciónpor su hermana. Harry estaba dando la

vuelta a lo sucedido para culpar aGracie, cuando estaba clarísimo quequien tenía la culpa era él, no ella.

—Espiarlo, acusarle de cosas. —Gracie lloraba, pero Victoria no podíaoírlo—. Dice que no sé de qué estoyhablando, que lo único que hizo fuebesarla y que más vale que meta lasnarices en mis cosas y punto.

—¿Y quieres casarte con alguienasí? —gritó Victoria. Estaba sola en elpiso y a punto de perder los estribos.

—Sí —respondió Gracie contristeza, y a continuación empezó agimotear—. Quiero casarme con él. Noquiero perderlo. Le quiero.

—Lo único que vas a tener será sunombre, si ya está engañándote ahora.Con eso no basta. Está haciéndotechantaje para comprar tu silencio,Grace. Está diciéndote que si le echasen cara sus jugarretas, aunque él se hayaportado mal, te abandonará. ¡Es uncabrón!

Gracie solo lloró con más fuerza.—No me importa. ¡Le quiero! —De

pronto estaba enfadada con su hermana,en lugar de con su futuro marido, porobligarla a enfrentarse a una verdad quele resultaba demasiado terrible paraaceptarla—. Dice que no me engañarácuando estemos casados.

—¿Y te lo crees?—¡Sí! No me mentiría.—Pues ya lo ha hecho —señaló

Victoria, completamente desesperada—.¿Olvidas que hace dos noches estuvocon otra mujer? Tú misma lo viste. Y,además, no fue a casa. Me lo explicastetú. ¿Es esa la vida que quieres?

—No, él nunca haría eso. Me lo hadicho. Solo ha sido por los nervios de laboda.

—Los nervios de la boda no hacenque engañes a la persona que quieres. Ono deberían. Y en ese caso no tendríaque haber boda.

—No me importa lo que digas —

repuso Gracie con crueldad. Victoria laestaba arrastrando a la luz de la verdad,y ella hacía todo lo posible por escapary protegerse en las mentiras de Harry—.Nos queremos y vamos a casarnos. Y nome engaña.

—No, claro, es un tipo estupendo —dijo Victoria con sarcasmo—. Esto esasqueroso, y eres tú la que va a pagar elprecio.

—No, no es verdad —dijo Gracie—. Todo irá bien.

Victoria sabía que no, pero suhermana no quería oírlo.

—¿Vas a venir a Nueva York? —preguntó Victoria de forma mecánica.

—No. Harry no quiere que vaya.Dice que tengo mucho que hacer aquí, yque me echaría demasiado de menos.

Y no quería que su ingenua futuraesposa se viera influida por su sabiahermana mayor, que no estabaobnubilada con él. Victoria se dio cuentaenseguida.

—Seguro que sí. Lo que no quiere esque hables conmigo. Haz lo que te dé lagana, Gracie. Pero acuérdate de que metienes aquí para lo que haga falta. —Sabía que tarde o temprano su hermanapequeña la necesitaría.

Se le partía el corazón. Al colgar, nopudo evitar preguntarse si a su madre

también le habría sucedido algo así. Alo mejor su padre la había engañadotambién en algún momento, y por eso semostraba tan dispuesto a exculpar aHarry. De no ser así, jamás deberíahaberlo hecho, por el bien de su hija,independientemente del dinero que sufuturo yerno tuviera. El dinero no iba adarle la felicidad si Harry no hacía másque engañarla o era una mala persona.Pero a Jim le importaba más el prestigioque esa alianza le daba a él.

Victoria pensó en llamar a su padre,pero le pareció que no serviría de nada.Tampoco él le haría caso. Estabademasiado empeñado en que se

celebrara el matrimonio de Gracie,aunque por motivos equivocados. Todosestaban confabulados para conseguir quese casara con Harry Wilkes contraviento y marea, aunque a Victoria leparecía una tempestad mortal. Llamó aCollin para explicarle lo sucedido y élse preocupó por ella. Sabía lo unida quese sentía a su hermana y le parecía unasituación muy grave.

—Es una lástima que tus padres noestén siendo un poco más inteligentes.

—Son idiotas y les gusta el apellidode ese tipo. Y ella es una niña tonta.Cree que, si lo pierde, nunca encontraráa nadie más como él. Un día será muy

desgraciada si sigue adelante.Collin no intentó convencerla de lo

contrario.Victoria pasó aquella noche muy

deprimida y envió a Gracie un mensajediciéndole que la quería, pero no lallamó. No podía decirle más que laverdad.

La doctora Watson no le fue de granayuda al día siguiente. Le repitió lomismo de siempre, incluso ahora queHarry había engañado a Grace, o por lomenos lo parecía.

—La decisión es de ella —lerecordó a Victoria—, es su vida. Yoestoy completamente de acuerdo con lo

que dices. La está chantajeando, es uncontrolador y puede que una personadeshonesta. Pero la única que puedehacer frente a eso es ella, y o biencambiarlo o alejarse de él. Tú no tienesni voz ni voto. —Fue muy clara alrespecto, pero solo logró que Victoria,que se sentía impotente, se enfadaratambién con ella.

—O sea ¿que tengo que sentarme amirar? —Tenía lágrimas de rabia yfrustración en los ojos.

—No, debes conducir tu propiavida. Concéntrate en tu relación conCollin, y me alegro de que te esté yendobien. No hay nada que puedas ni debas

hacer por la vida de tu hermana o sumatrimonio. Esa es una elección deltodo suya, ya sea buena o mala. Noimporta lo que tú pienses.

—¿Aunque tenga veintidós años y nosepa lo que hace y necesite un poco deguía? —Victoria se estremecía ante loque le decía la doctora Watson, sobretodo porque era cierto.

—Así es. No está pidiéndote que laguíes. Te está diciendo que te apartes.

Victoria sabía que tenía razón, locual solo conseguía que luchara con másfuerza.

—¿Para que pueda tragarse todassus mentiras? —Estaba indignada.

—Sí, si eso es lo que quiere, y porlo visto lo es. A mí tampoco me gusta, yoír que pasan esas cosas me inquietamucho, pero tienes las manos atadas.

—Odio esta situación.Estaba terriblemente disgustada

porque Gracie fuera a casarse con él,pero no quería perder la relación con suhermana, y sabía que podía ocurrir.Harry la había chantajeado paracomprar su silencio, ayudado ysecundado por la juventud y ladesesperación de ella, además delnarcisismo y la codicia de su padre. Jimquería que su hija se casara con unWilkes, a cualquier precio, para poder

alardear. Y Gracie tenía miedo deperder a Harry. Victoria temía que suhermana estuviera a punto de perderse así misma, lo cual era aún peor.

Después de eso el siguiente golpefue una llamada de Grace una semanamás tarde. Como dama de honorprincipal, quería que su hermana leorganizara un «fin de semana dedespedida de soltera» en Las Vegas, conlas diez damas de honor, Victoriaincluida. A ella le horrorizó la idea.Cuando le preguntó, Gracie le dijo que aHarry le parecía estupendo y cambió detema. El chantaje había conseguido elsilencio deseado, incluso ante su

hermana. Si Gracie estaba preocupadano lo reconocería. Lo único que queríaera que Victoria le organizara un fin desemana que a ella le parecía un espanto.En realidad no quería ni prepararlo niasistir, no deseaba hacer nada quefacilitara el matrimonio de su hermanacon ese cabrón, pero tampoco teníaagallas para negarse.

—¿Ahora la gente no salesimplemente a cenar en las despedidasde soltero? ¿Quién tiene tiempo para unasalida de fin de semana? —Soloaquellos que estaban forrados y notrabajaban, que no era su caso.

—No, se organizan viajes. Harry

celebró la suya en Saint Bart la semanapasada. Estuvieron cinco días —dijoGracie.

Victoria no quería ni imaginar a quése había dedicado todo ese tiempo.Suspiró en voz alta, descontenta con elplan.

—Envíame una lista de lo quequieres y veré qué puedo hacer. ¿No haynadie más dispuesto a ayudar? Yotrabajo, Gracie, y además tengo elproblema de la diferencia horaria. Todasvosotras estáis en la costa Oeste, yninguna trabaja. —Todas sus damas dehonor eran niñas ricas y mimadas quevivían de sus padres o todavía estaban

estudiando.—Tú eres la dama de honor

principal, se supone que es cosa tuya —insistió su hermana con cabezonería, yVictoria se sintió culpable.

La relación entre ellas era muy tensaaquellos días por culpa de la boda.

—¿Cuándo quieres ir? —preguntócon voz desanimada.

—En mayo —contestó Gracie,alegre, sin hacer caso de la incomodidadde Victoria.

—De acuerdo. Me encargaré deello. Te quiero —dijo ella con tristeza, ycolgó.

Gracie había prometido enviarle los

nombres y los datos de todas, y le dijoque su padre lo pagaría todo. Jim estabatirando la casa por la ventana para sellaraquella alianza. Por Victoria jamáshabría hecho nada así, y ella lo sabía.Incluso lo había reconocido: ya le habíaadvertido que se fugara con su novio, sialgún día encontraba a alguien dispuestoa casarse con ella.

Por suerte, a pesar de todo el estrésgenerado por la boda, las cosas ibanbien con Collin. Aun así, Victoria norecibió con alegría la llamada de sumadre, que le dijo que su padre teníaque ver a un cliente en Nueva York y quepasarían dos días en la ciudad. Era lo

último que le apetecía a Victoria;además, como sabían de la existencia deCollin, seguro que querrían conocerlo.Ella ya había conocido a los padres deél, pero no soportaba pensar en lascosas que su padre explicaría de ella.Aquella noche se lo dijo a Collin.

—¿Querrás cenar con ellos yconmigo? —le preguntó con una miradade angustia, y él sonrió y la besó.

—Por supuesto.—Y ya que hemos sacado el tema,

hay algo que quiero pedirte.—La respuesta es sí —dijo él,

medio en broma—. ¿Cuál es lapregunta? —Sabía lo inquieta y nerviosa

que estaba últimamente, y lo sentíamuchísimo. Victoria estaba preocupadapor su hermana, y con razón, por todo loque había oído él.

—¿Querrás acompañarme a la bodade mi hermana? —preguntó, y él lesonrió de nuevo.

—Pensaba que no ibas a pedírmelonunca.

—Todas las damas de honor estaránpreciosas con ese vestido, y yo pareceréun adefesio. Prepárate. No estarásorgulloso de mí —dijo con lágrimas enlos ojos.

—Claro que estaré orgulloso de ti, yde estar contigo. No podrías parecer un

adefesio ni aunque te esforzaras.¿Cuándo vienen tus padres, por cierto?

—Dentro de dos días. —Lo dijocomo si fuera el fin del mundo, y paraella lo era.

Su padre la ridiculizaría delante delhombre al que amaba para demostrar loindigna que era de su amor. ¿Y si Collinle hacía caso? No se le ocurrió que aquien dejaba eso en mal lugar era a supadre, no a ella. Collin sabíaperfectamente lo mucho que merecía suamor.

Al día siguiente hizo varias llamadaspara el fin de semana en Las Vegas,aunque la doctora Watson le recordó que

podía negarse si quería. Ella, sinembargo, no pensaba decepcionar aGracie. Nunca lo había hecho.

Sus padres llegaron a Nueva York undía después. Se hospedaban en elCarlyle, e invitaron a Victoria y a Collina tomar una copa en el Bemelmans Bar.Resultó que sus padres tenían que cenarcon el cliente, así que no disponían demucho tiempo para estar con ellos, locual fue una suerte. Con la copabastaría. Ella sabía que Jim podíadestruirla en cinco minutos: nonecesitaba una velada entera paraconseguirlo.

Al instante vio lo impresionado que

se quedaba su padre con Collin y losorprendido que parecía, como si nopudiese creer que saliera con alguiencomo ella. También a Victoria le costabacreerlo, pero él la quería y lo habíademostrado sobradamente durante losúltimos cuatro meses.

Todo el mundo se portó conmuchísima educación y, cuando llevabanuna hora charlando, su padre comentóque esperaba que Victoria tuvieracuidado con lo que comía para caberdentro del vestido de dama de honor quele había encargado su hermana. Ella sepuso tensa en cuanto lo oyó.

—He adelgazado, papá —dijo en

voz baja—, y vamos al gimnasio todoslos días.

—Seguro que tú eres una buenainfluencia para ella —dijo Jim,sonriendo abiertamente a Collin, queparecía contenido, esperando a ver quécomentaría a continuación—. Perocuidado con el helado —remató Jim conesa risa que Victoria tanto detestaba.

Ni su madre ni él habían notado lomucho que había adelgazado, comotampoco el cambio de su nariz, del cualCollin no sabía nada. Nunca se lo habíadicho y no creía que hiciera falta. Jim sevolvió hacia Collin y le explicó lomaravilloso que era Harry y lo

satisfechos que estaban con elmatrimonio.

Victoria tomó entonces la palabracon seguridad.

—No, no es tan maravilloso, papá.La ha engañado, y tú lo sabes.

Su padre la miró un momento,asombrado porque le hubiera llamado laatención. Fijó la mirada en Victoria.

—No han sido más que unos nerviosinofensivos —dijo como si nada—.Todos los chicos hacen cosas así antesde casarse. Es para rebajar la presión.—Guiñó un ojo a Collin, como siesperase que fuera a darle la razón, peroCollin no le devolvió el gesto.

—¿Cómo podéis dejar que se casecon alguien que ya la está engañandoantes de la boda? —preguntó Victoria,disgustada, mientras su madre fingía nohaberla oído y daba un sorbo a su copacon la mirada perdida. Se había retiradode la conversación.

—No ha sido más que una pelea deenamorados, un malentendido, seguro —insistió su padre, sonriendo aún.

Victoria quería estallar, pero secontuvo. Sabía que no serviría de nadadiscutir con él. No pensaba darle larazón y estaba totalmente a favor de esematrimonio, por mucho que hubierahecho Harry. Collin permanecía

impertérrito ante la escena. Se lo veíaseguro y fuerte, y toda su conductatransmitía que estaba del lado deVictoria y de nadie más. Jim comprendióque su hija contaba con un aliado y quecualquiera que la atacara o lamenospreciara tendría que vérselastambién con él. El mensaje llegó alto yclaro, aun sin palabras. Sus padres semarcharon poco después y dijeron aCollin que había sido un placerconocerlo.

—Normalmente son más horribles—comentó Victoria cuando salieron delCarlyle y fueron andando hasta el barriode ella.

Hacía una noche agradable ycaminaban cogidos de la mano. Sumadoa todo lo que estaba ocurriendo aquellosdías y que escapaba a su control, el solohecho de ver a sus padres la habíaestresado mucho.

—A mí no me han engañado —dijoCollin con tranquilidad—. He oído loque ha dicho tu padre del vestido, delpeso, del helado, y eso de que leimporta un comino si Harry engaña a tuhermana. Quiere casarla con un chicorico. Cree que eso lo dejará a él en buenlugar. Es igual que mis padres: pensabanque lo que conseguía mi hermano leshacía quedar bien a ellos, que podían

alardear de hijo, y en cambio lo que yohago nunca está a la altura. Séexactamente qué clase de personas son—dijo, y miró a Victoria concomprensión.

Se daba cuenta de lo que habíasoportado ella toda la vida, y el precioque había pagado por ello. Eradesgraciada y se sentía incómoda con sucuerpo. Cuando Collin la besó decamino a su casa, estaba tensa yencerrada en sí misma. Era como siquisiera apartarse también de él. Collinlo vio en sus ojos, se detuvo y la miró.

—Yo no soy el enemigo, ellos loson. Los he oído: no eres lo bastante

buena, así que nadie podría amartejamás. Ven aquí —dijo, tirando deVictoria hacia sus brazos y perdiéndoseen sus enormes ojos azules, que eran delmismo color que los de él—. Te quiero.Claro que mereces amor. Tus padres sonunos idiotas. Te quiero y me gusta todode ti, me gustas tal como eres. Este es mimensaje. No el de ellos. El mío. Eres lamujer que más merece ser amada detodas las que he conocido en mi vida. —Nada más decirlo, le dio un beso, y unaslágrimas de alivio cayeron por lasmejillas de Victoria, que sollozaba ensus brazos.

Acababa de decirle lo que había

esperado oír durante toda la vida y,hasta entonces, nadie le había dicho.

25

Al día siguiente, cuando Victoria llegó ala escuela, se encontró con una enormenube de globos azules en el vestíbuloque había llevado una alumna. En eltablón de anuncios había un gran cartel.Amy Green había tenido a su niño.Había pesado 2 kilos 900 gramos, medía48 centímetros y se llamaba StephenWilliam. Victoria se alegró por ella, yesperaba que el parto hubiera ido bien.Estaba convencida de que se enteraríade todo por algunas de las chicas. Todala escuela estaba entusiasmada con la

noticia.Después, en una de sus clases, oyó

que Justin había estado en la sala departos con Amy y con su madre. Nohabían querido saber el sexo del bebécon antelación, así que para ellos fueuna sorpresa, y la madre y el niñoestaban estupendamente y podrían irse acasa al cabo de un día. Amy esperabavolver a la escuela dos semanasdespués, tres como mucho. En Madisonhabían logrado que funcionara y queAmy salvara el curso. Victoria quería ira hacerle una visita cuando estuvieraalgo más recuperada. Las chicas quehablaron con ella le dijeron que se

encontraba muy bien, y que el parto nohabía sido demasiado horrible. Victoriase alegró. Eran chicos de instituto, peroal menos ya iban a duodécimo, y no anoveno. Aunque pareciera una locura,Amy y Justin tenían una oportunidad deque las cosas les salieran bien, sobretodo con la ayuda y el apoyo de lamadre de ella.

Durante uno de los recreos, Victoriaaprovechó e hizo algunas llamadas parael viaje de Las Vegas, y también llamó asu hermana aquel fin de semana parahablarlo. Gracie estaba más calmadaque cuando descubrió que Harry laengañaba, y todos lo habían olvidado

como si no hubiera ocurrido, porexpreso deseo de Harry. Todo el mundoponía de su parte, sobre todo la novia ysus padres. A Victoria no le parecía queesa fuera forma de afrontarlo, perointentaba mantenerse al margen. Collin yella iban al gimnasio todas las mañanas,no porque a él le preocupara el peso deVictoria, sino porque decía que laayudaría con el estrés, y parecía que asíera. Volvía a sentirse menos nerviosa, ydio a Gracie los detalles del fin desemana de despedida de soltera que lehabía preparado en Las Vegas, aunqueseguía pareciéndole una mala idea, opor lo menos a ella no le gustaba.

Habría preferido muchísimo más un finde semana tranquilo en Santa Bárbaracon Gracie y sus amigas, en el Biltmoreo el San Ysidro Ranch, pero ellas eranjóvenes y les apetecía jugar.

Había reservado habitaciones paratodas en el Bellaggio, dos chicas porhabitación, y todas ellas tenían que dar aGracie el número de su tarjeta decrédito. Victoria reservó también lascenas y compró entradas para el Cirquedu Soleil. Ella volaría desde NuevaYork, las demás desde Los Ángeles,llegarían el viernes por la noche y semarcharían el domingo por la mañana,después de dejar las habitaciones libres.

Había hecho su trabajo como dama dehonor principal, y su hermana estabacontentísima con el plan y se disculpópor haberla presionado tanto.

—No pasa nada. Es tu gran momento—dijo Victoria, intentando sercomprensiva, como siempre. En estecaso por partida doble, ya que nosoportaba a Harry y estaba muypreocupada por su hermana. Se sentíacomo si la estuviera empujando hacia supropia ejecución, pero era lo que Graciequería. Además, la doctora Watson teníarazón: era su vida.

—Algún día lo haré yo por ti —ledijo Gracie, esta vez con unas palabras

más propias de ella.Victoria sabía que estaba sometida a

mucha presión, no solo por la boda sinotambién por parte de Harry, que tenía laúltima palabra en todo, y cada vez enmayor medida. Incluso habían cambiadovarios detalles para complacerlo.Después del gran día se la llevaría alsur de Francia de luna de miel. Primeroal Hôtel du Cap, en el cabo de Antibes,y luego a Saint Tropez, donde queríacoincidir con sus amigos… en su luna demiel con Grace.

—Espero que no me organices nadaen Las Vegas —dijo Victoria riendo,algo más relajada.

—¿Qué tal está Collin? —Gracietenía muchas ganas de conocerlo. Nopodía creer que no hubiera visto a suhermana desde Acción de Gracias. Erala vez que más tiempo habían pasado sinverse, y habían cambiado muchas cosasen la vida de ambas.

—Genial.—A papá le cayó bien —comentó

Gracie, lo cual sorprendió a Victoria, yaque Collin se había quedado allísentado, protegiéndola como unguardaespaldas y transmitiendo a supadre un inequívoco mensaje mudo. A lomejor no lo había captado, o eso fingía—. Le sorprendió que alguien así esté

contigo. Dijo que parece un tipo deéxito, y que él habría esperado quequisiera salir con otra abogada, y no conuna maestra. Pero le cayó bien.

El desprecio de su padre eraevidente. Ella no era lo bastante buenapara Collin. Ahora los mensajes lellegaban a través de Gracie. No solo erala marioneta de Harry, también lo era deJim.

—A lo mejor es que le gusto —dijoVictoria en voz baja. Se sentíacompletamente segura de su amor porella, y era una sensación extraordinaria.

—Mamá dice que es muy guapo.—Sí, lo es. Seguro que eso también

sorprendió a papá. Seguro que esperabaque saliera con alguien a quien élconsideraría un fracasado, igual que yo.

—No es tan malo, no seas tan duracon él.

Gracie defendía a su padre yVictoria no quería entrar en aquellaconversación. Sabía que sería inútil. Jimle estaba regalando una gran boda y todolo que quería, así que ella aceptaba laversión oficial sobre todas las cosas,tanto la de su padre como la de su futuromarido. Además, Jim era el padre quesiempre había sido agradable con ella yla adoraba. Y, si estaba dispuesta a serla devota esclava de Harry, también

sería la de su padre. Su madre y ellatenían ese rasgo en común, y Victoriaestaba justo en el extremo contrario.Ella era una luchadora por la libertadque defendía todas aquellas verdadesque nadie quería escuchar. Ya no tenía aGracie de aliada, pero había ganado aCollin. Los días de alianza entre lashermanas se habían terminado, y nuncaregresarían si se casaba con Harry,como todo parecía indicar. Victoriaechaba de menos la relación que habíacompartido con Gracie, pero se sentíamás agradecida que nunca de tener aCollin en su vida.

Ultimó con su hermana los detalles

del viaje a Las Vegas y luego pasó un finde semana tranquilo con Collin. Ladespedida sería el fin de semanasiguiente y a Victoria no le apetecíademasiado. No era la idea que tenía ellade un viaje de placer.

Antes de ir a Las Vegas fue a visitara Amy Green y a su bebé. El pequeñoera adorable y Amy estaba feliz. Ledaba el pecho y pensaba sacarse lechecuando empezara a ir otra vez a clase.Solo serían unas semanas, hasta lasvacaciones de verano. Justin tambiénestaba allí, y tenía aspecto de padreorgulloso mientras sostenía al niño paraque Amy charlara con Victoria, que les

había llevado un jerseycito azul y unasbotitas. Amy se las puso al niño como sifuera un muñeco. Era extraño ver aaquellos dos chicos tan jóvenes siendopadres. Bebés que tenían bebés. Peroambos parecían muy maduros yresponsables con su hijo, y la madre deella estaba constantemente cerca por sihacía falta. Era una situación ideal paraAmy y Justin, y a su madre le había dadouna nueva vida después del divorcio.Parecía una bendición para todos ellos.

Al día siguiente, Victoria cogió unavión a Las Vegas después de clase.Había prometido llamar a Collin, quesabía lo poco que le apetecía el viaje.

Victoria estaba convencida de que lasamigas de Gracie beberían unabarbaridad, jugarían, apostarían, sevolverían locas y se irían de ligoteo, yaque ninguna estaba casada. Se sentíacomo una monitora en una excursión dealumnos de duodécimo. Las otras damasde honor eran una jauría de chicas deveintiuno a veintitrés años dispuestas aperder la cabeza, y ella, a punto decumplir los treinta, se sentía como lamadre del grupo.

Lo único agradable del viaje era queVictoria vería a su hermana, y Gracie selanzó a sus brazos nada más llegar. Echóun vistazo a su nueva nariz y le dijo que

le gustaba.Las chicas habían empezado a beber

antes de que ella llegara, y algunas yahabían jugado a las tragaperras y habíanganado algún dinero. Entonces fuerontodas a cenar y, después, estuvierondando una vuelta por el casino, que eraun mundo de luz extraña y artificial,lleno de brillos, sin ventanas, con genteexcitada, dinero que cambiaba de manosy chicas con vestidos sexys que ofrecíanbebidas gratis. Gran parte de todo ellono tenía ningún atractivo para el grupo,pero les gustaba la atmósfera que serespiraba y ya habían descubierto que entodos los hoteles podían hacerse grandes

compras, sobre todo en el que sehospedaban ellas, y que había un montónde solteros paseándose por el casino yel hotel.

Victoria tenía la sensación de queestaba obligada a quedase con ellas todala noche, pero ya estaba cansada yaburrida. La mayoría eran bastantebobas y habían bebido demasiado, asíque coqueteaban con todos los hombresque veían. Menos Gracie, que se portóbien. Harry estuvo llamándola toda lanoche para controlarla. Eran las dos dela madrugada cuando Victoria por finsubió a su habitación. Ella era la únicaque no la compartía con nadie, y

tampoco quería. Gracie dormía con sumejor amiga. Victoria no pudo llamar aCollin cuando se retiró porque en NuevaYork ya era demasiado tarde, aunque lehabía enviado varios mensajes de textoy él le había contestado con otros tantos,dándole ánimos. Fue un fin de semanamaratoniano, pero Victoria sentía queera su deber como dama de honorprincipal, y era evidente que Graciedisfrutaba de cada minuto. Más que unanovia era como una niña enDisneylandia.

El día siguiente fue ajetreadísimo:compras, comida, juegos de azar,masajes, manicuras, pedicuras, unos

largos en la piscina, cena en Le Cirque,el Cirque du Soleil (que era unespectáculo increíble) y por fin devuelta al casino hasta las tres de lamadrugada. Allí dentro era fácil perderla noción de las horas, porque no habíarelojes y parecía que el tiempo sedetuviera, que era lo que los casinosquerían. Algunas de las chicasestuvieron en pie toda la noche ybebieron como cubas, pero Gracie no.Victoria se retiró a las tres y subió a suhabitación a dormir.

Al día siguiente se reunieron paratomar un brunch, no muy pronto, y luegoVictoria se despidió del grupo para

volver a Nueva York. El vuelo de lasdemás salía más tarde. Ella dio un besoa su hermana antes de salir. Algunas desus amigas tenían una resaca infernal,pero todas dijeron que lo habían pasadoen grande.

—Has hecho muy buen trabajo —dijo Gracie para agradecérselo—.Supongo que no nos veremos hasta laboda —añadió con voz nostálgica—. Teecho mucho de menos.

—Iré unos días antes para ayudarte—le aseguró Victoria.

Se abrazaron otra vez y Victoria semarchó, contenta de regresar a NuevaYork. Había sido un fin de semana muy

largo. No era que hubiera sido horrible,y no se habían producido incidentes,pero tampoco se había divertido. Ir aLas Vegas no era su idea de pasárselobien. Collin le había dicho muchasveces lo contento que estaba de no habertenido que acompañarla. Estuvocharlando con él por teléfono mientrasesperaba en el aeropuerto a que salierasu vuelo. Iban a encontrarse en elapartamento de él, que le habíaprometido que se acostarían pronto.Victoria lo necesitaba. Además, al díasiguiente tenía un gran proyecto enMadison, porque era el día de la funciónescolar de aquel curso. Iban a

representar Annie. Era una producciónimportante, y ella había prometidoayudar entre bambalinas con eldecorado y el vestuario, igual que habíahecho cuando iba al instituto. Aunque sehabía perdido todos los ensayos devestuario de aquel fin de semana, estabasegura de que alguien la habríasustituido. Por lo que había visto demomento, iba a quedarles genial, y ellunes por la mañana tenían el últimoensayo general. El gran estreno parapadres e invitados era el lunes por latarde, y una de sus alumnas, que teníauna voz digna de oírse en Broadway, erala estrella de la función. Collin había

dicho que intentaría ir.Victoria nunca había estado tan

contenta de ver a alguien como cuandolo vio aquella noche. Se fundió en susbrazos con alivio. Había pasado todo elfin de semana muy tensa, como siestuviera de servicio, intentando quetodo transcurriese sin contratiempospara su hermana. Algunas de las chicasno se lo habían puesto fácil. Eran unasjóvenes mimadas, acostumbradas a quetodo fuera como ellas querían, pero apesar de eso todo había salido bien.Collin se metió en la cama con elladespués de compartir una ducha.Hicieron el amor y cinco minutos

después Victoria ya estaba dormida. Élla arropó sonriendo con cariño. La habíaechado de menos.

Los dos salieron temprano a lamañana siguiente. Victoria tenía cosasque hacer en su despacho antes de ir alauditorio para empezar a ayudar con laobra. Estuvo allí hasta el mediodíamientras lo preparaban todo, repasandouna vez más todos los númerosmusicales. Ella movió decorados conlos alumnos, y en cierto momento seapartó para dejar pasar otra pieza deatrezo hacia el escenario. Dio un pasoatrás para evitar que le dieran un golpey, antes de darse cuenta, se cayó a la

platea y quedó tirada boca arriba en elsuelo. Todos lo vieron y se oyó un gritoahogado general. Victoria estuvo unminuto inconsciente. Al volver en síaseguró a todo el mundo que seencontraba bien, pero no lo parecía.Estaba cadavérica y, cuando intentóponerse en pie, comprobó que no podía.Sentía un dolor terrible en la pierna, quehabía quedado doblada en un ánguloextraño. Ella insistió en que seencontraba bien, pero Helen fue a buscaral señor Walker y a la enfermera de laescuela, y llamaron a emergencias.Victoria se moría de vergüenza cuandolos de la ambulancia entraron y la

tumbaron en una camilla. Intentólevantarse de nuevo, pero no pudo.Además, al caer se había dado un golpemuy feo en la cabeza. En la ambulanciale dijeron que parecía que se había rotola pierna, y ella les contestó que eso eraimposible, que no se había caído desdetan arriba, pero Helen, que iba en laambulancia con ella, explicó que elgolpe había sido fuerte, y el de la cabezatambién. Querían hacerle unasradiografías y un TAC.

—Esto es una tontería —dijo ella,intentando hacerse la valiente, aunquesentía náuseas y tenía la tensión muybaja.

Llamó a Collin para explicarle losucedido y él prometió ir enseguida alhospital, aunque Victoria le aseguró queno hacía falta.

—Ya sé que crees que no te lomereces, boba. Pero te quiero y piensoir. Te buscaré en cuanto llegue.

Ella se echó a llorar al oírle decireso. Tenía miedo y era un alivio saberque Collin estaría con ella, pero jamásse lo habría pedido.

La encontró en urgencias nada másllegar. Por rayos X ya habían visto quetenía la pierna rota, aunque era unafractura simple que no necesitaríacirugía, solo una escayola, para gran

alivio de Victoria. También tenía unaligera conmoción, pero todo lo querequería eso era descanso.

—Vaya, pues sí que has hecho unbuen trabajo esta mañana —declaróCollin, compungido. Estaba preocupadopor ella, pero aliviado porque nohubiera sido nada peor.

Victoria no lo dijo, pero estabaencantada de que no le hubiera pasadonada a su nueva nariz. Después de que lerecolocaran la pierna y le pusieran laescayola, Collin se la llevó a casa y laacomodó en el sofá con varios cojines.Le preparó una crema de champiñones ycebada y le hizo un sándwich de atún. Le

habían dado unas muletas y le dijeronque le quitarían la escayola al cabo decuatro semanas, diez días antes de laboda de Grace.

Collin tenía que volver a sudespacho para asistir a una reunión depreparación de un juicio que no podíaposponer, pero prometió regresar encuanto le fuera posible. Ella le dio lasgracias, él la besó y salió corriendo porla puerta. Victoria llamó a Harlan altrabajo y le explicó lo sucedido.

—Pero qué patosa eres… —dijopara incordiarla, y ella se echó a reír,aunque le dolía.

Le habían dicho que el dolor duraría

unos días. También llamó a Gracie, yella y Harry le enviaron flores. Harlanle llevó a casa una pila de revistas y,una hora después, Collin entró con unpollo asado y unas verduras a la parrillade Citarella, para todos, y dio un beso asu paciente.

—Lo siento. He venido en cuanto hepodido. Estábamos intentando llegar aun acuerdo en el caso.

Victoria se sentía como una reinarodeada de su corte, que no hacía másque estar pendiente de ella. Collin sequedó con ella aquella noche. Le dolíamucho todo el cuerpo, y él le diocalmantes y le frotó la espalda en la

cama.—Eres muy buen enfermero —dijo

ella, dándole las gracias—. Lo siento.Esto es una tontería.

—Sí, supongo que lo has hechoadrede. —Sonrió.

Victoria estaba muy decepcionada,había sentido mucho perderse la obra,pero la pierna le dolía demasiado parair. También le fastidiaba tener quecaminar con muletas. Al menos iban aquitarle la escayola antes de la boda, sila fractura soldaba bien. Era unquebradero de cabeza que no necesitaba.Su madre llamó también aquella noche yle dejó un mensaje en el buzón de voz

diciendo que sentía mucho lo de sucaída.

Al día siguiente entró en la escuelacojeando, y todos los alumnos laayudaron a moverse de un lado a otro.Helen y Carla se acercaron a su aula aver cómo estaba, y Eric Walker pasó asaludar. Todo el mundo se alegraba deverla otra vez allí, y le explicaron queAnnie había salido de fábula. Al finaldel día Victoria estaba tan cansada quevolvió a casa en taxi. De camino se diocuenta de que no podría hacer ejerciciodurante todo aquel mes, y le aterrorizópensar que sin duda engordaría. Encuanto llegó a casa se lo dijo a Harlan.

La promesa que se había hecho a símisma consistía en perder doce kilosantes de junio, conseguir una vida yencontrar a un hombre que le importara.Ya tenía una vida, con Collin, y nuncahabía sido más feliz. Había perdido másde ocho kilos y estaba estupenda, peroquería perder los cuatro que le faltabanantes de la boda, y eso resultaría difícildando saltitos de un lado a otro con susmuletas, incapaz de hacer ejercicio ytumbada todo el día en el sofá.

—Solo tienes que ir con cuidado yno comer como una loca —le advirtióHarlan—. Nada de helado. Ni galletas.Ni pizza. Ni bollitos. Ni queso para

untar. Sobre todo porque no puedesmoverte.

—No comeré nada de eso, loprometo —dijo ella, aunque aquellanoche, cuando la pierna empezó adolerle, sintió la necesidad dereconfortarse con un poco de helado.

Pero no lo pidió, y ni siquiera seacercó al congelador. Aunque habíacenado dos raciones de pasta, porqueestaba buenísima, se prometió nohacerlo otra vez. Nada de buscarconsuelo en la comida durante todoaquel mes, o en la boda parecería unzepelín y demostraría que su padre teníarazón y ella no tenía remedio.

Compartió su preocupación conCollin, y él le dijo que todo lo queengordara mientras fuera con muletas loperdería en cuanto pudiera volver ahacer ejercicio, y que, si no, tampocopasaba nada.

—No tienes que preocuparte poreso. Eres una mujer preciosa, y una tallano es tan importante, ni arriba ni abajo.

—Para mí sí lo es —repuso ella contristeza—. No quiero parecer una vacamarrón con ese vestido.

—Ese vestido no es algo que tú tepondrías, no importa la talla. No te veovestida de marrón —dijo él con cautela,aunque la moda femenina no era su

especialidad.—Pues pronto me verás —dijo

Victoria con desánimo, sin dejar depensar en su peso.

Quería visualizarse delgada paraconseguirlo. Se había comprado unvestido de chiffon azul cielo para lacena de ensayo, y lo llevaría con unbolero plateado y sandalias plateadas detacón alto. Era muy favorecedor y lequedaba muy bien. Estaba contenta, peroel vestido de la boda seguíaincomodándola. Para ella era unabsoluto desastre.

—Podemos hacer una piraceremonial con él después de la boda —

dijo Collin con una sonrisa compasiva—. Yo te querría hasta con un saco dearpillera, así que no te preocupes.

Victoria le sonrió y se besaron. Sequedaron en el piso de ella varios días,hasta que se encontró algo mejor, yentonces volvieron al de Collin, que a élle resultaba más práctico porquequedaba más cerca de su bufete.

Collin sacó un tema interesantehablando con ella un domingo por latarde en su casa, dos semanas despuésde que se rompiera la pierna.

—¿Qué te parecería si un día deestos buscamos un piso para los dos?Podríamos empezar a ver algo este

verano. —Siempre iban y venían de unpiso a otro. Llevaban cinco mesessaliendo y su relación era tan sólida queambos se sentían preparados para dar elpaso y ver qué sucedía a partir de ahí—.¿Cómo lo ves?

Hasta entonces, cuando él tenía quepreparar un juicio y trabajaba hastatarde, se quedaba en su piso. El restodel tiempo estaban en casa de elladurante la semana, y luego setrasladaban a la de él durante el fin desemana.

—Lo veo bien —repuso ella concalma, y se inclinó para besarlo. Collinle había firmado la escayola seis veces,

Harlan dos, y John había añadido sunombre en rojo. Todos los chicos de laescuela se la habían firmado tambiénpor lo menos una vez. Helen decía queera la escayola más decorada de todaNueva York y que parecía una obra dearte o un ejemplo de graffiti—. Megusta mucho la idea —dijo Victoriasobre lo de vivir juntos.

—A mí también. ¿Se molestaránHarlan y John? —preguntó él con carade preocupado.

—No. Creo que a los dos les va bienen el trabajo y pueden permitirse seguiren el apartamento sin mí. A lo mejorincluso les apetece tener más espacio.

Collin asintió con la cabeza.Además, no tenían prisa por encontrarese piso. Él quería empezar a buscar afinales de junio o principios de julio.

Se lo dijeron a Harlan y a John unosdías después, cuando volvieron a suapartamento. Harlan dijo que no lesorprendía, que ya se esperaba algo asío el anuncio de que estabancomprometidos, añadió mirando conmalicia a Collin, que simplemente se rioy miró a Victoria con cariño. Todavía nohabían hablado de ello, pero a él se lehabía pasado por la cabeza. Su hermana,que quería conocer a Victoria aquelverano, le había comentado lo mismo.

Pero ya tendrían tiempo. No habíanecesidad de hacer nada con prisas.Disfrutaban de su relación. Los dosllevaban toda la vida esperando algo asíy preferían saborear todos losmomentos. La hermana de Collintambién acababa de conocer a alguien. Aél no se lo había presentado aún, peroparecía perfecto para ella. Era unmédico que se había quedado viudo ytenía dos hijos pequeños, y su hermanadecía que eran una monada. Tenían cincoy siete años. La vida siempre encontrabala forma de seguir adelante. La teoría deque toda olla tenía su cobertera parecíafuncionar si uno esperaba lo bastante y

tenía paciencia. Victoria había llegado acreer mucho en ella. Acordaron empezara buscar apartamento juntos después dela boda de su hermana, cuando ella yano tuviera la escayola ni caminara conmuletas y pudiera moverse mejor. Éltenía unas semanas libres entre juicios, yella ya habría terminado las clases.Victoria estaba impaciente.

Le quitaron la escayola tres díasdespués de que se acabara el curso yempezaran las vacaciones de verano.Victoria notaba la pierna algo débil ytemblorosa, pero tenía que hacerejercicio y fisioterapia, y le dijeron quecon eso reforzaría la musculatura.

Mientras tanto tendría que ponerse apunto para la boda. Podía estar de piecargando el peso sobre la pierna, perono se sentía fuerte y todavía no podíaforzarse mucho en el gimnasio. Antesestaba la fisioterapia.

No le dijo nada a nadie, pero el díaque le quitaron la escayola entró en elbaño y se pesó, y en cuanto lo hizo sesentó en el borde de la bañera y se echóa llorar. Había ido con cuidado, pero nodel todo. Algunas noches malas, cuandola pierna le dolía y necesitaba consuelo,había recurrido a la pasta, un par depizzas, helado de vez en cuando, quesocon galletitas saladas, y también un poco

de puré de patata y un delicioso pastelde carne que había comprado Harlan enla charcutería del barrio. Todo había idosumando y el resultado había sido que,inmovilizada y sin poder ir al gimnasio,había ganado tres kilos de los ocho quehabía perdido. Así que, en lugar deadelgazar doce kilos para la boda,solamente había perdido cinco. Sabíaque solo sería capaz de deshacerse deotro kilo y medio o dos si se lo proponíay seguía una dieta especial de infusionesantes de la ceremonia, de modo que,además de llevar un vestido que lequedaba fatal y que ni siquiera sería desu talla, estaría gorda. Se quedó allí

sentada, llorando, y justo entoncesCollin entró en el baño.

—¿Qué ha pasado? —dijo,preocupado—. ¿Te duele la pierna?

—No, me duele el culo —contestóVictoria, enfadada consigo misma—. Heengordado tres kilos por culpa de lapierna de las narices. —Le dabavergüenza reconocerlo delante de él,pero ya la había visto llorar, así que selo dijo.

—Ya los perderás. Además, ¿a quiénle importa? —repuso Collin, y entoncesse le ocurrió una idea—. Voy a tirar esabáscula a la basura. No quiero que todatu vida gire en torno a los dictados del

peso. Estás fantástica, te quiero, y ¿aquién puñetas le importa si engordas doskilos o pierdes cuatro? A mí no, desdeluego.

—Pero a mí sí —repuso ella, triste,y se sonó la nariz con un pañuelo depapel, sentada aún en el borde de labañera.

—Eso es otra cosa —dijo Collin—.Hazlo por ti, si quieres, pero no lo hagaspor mí. A mí no me importa. Te quierotal y como eres, y con cualquier tallaque lleves.

Victoria lo miró con una sonrisa.—¿Cómo he tenido tanta suerte de

conocerte? Eres lo mejor que me ha

pasado en el gimnasio —dijo.—Nos hemos ganado el uno al otro

en pago por haber sido desgraciadosdurante tanto tiempo. Nos merecemosser felices —dijo Collin, y se inclinópara besarla.

—Y ser amados —añadió ella.Él volvió a besarla y Victoria se

levantó para dejarse estrechar entre susbrazos.

—¿Cuándo te vas a Los Ángeles, porcierto? —Sabía que no tardaría mucho,ahora que ya le habían quitado laescayola. Era lo que había estadoesperando, además del visto bueno porparte de su médico, y también lo tenía

ya.—Dentro de dos días. Me da mucha

rabia ir antes que tú —dijo Victoria conun suspiro—, pero Gracie dice que menecesita.

—Ten cuidado con tus padres, quemuerden —le advirtió Collin, y ella seechó a reír. Tenía razón—. Será algo asícomo nadar entre tiburones, y yo no iréhasta el jueves antes de la boda. Hetratado de coger algún día libre más,pero no puedo. Tengo que intentar cerrarel acuerdo de este caso, si puedo, antesde ir hacia allá.

—Estaré bien —repuso ella convalentía, y Collin la besó de nuevo.

Al final Victoria pasó el fin desemana con él en Nueva York y el lunessalió hacia Los Ángeles. Collin nollegaría hasta tres días después. Ella leaseguró con toda confianza que podíaenfrentarse sola a su familia esos tresdías; había convivido con ellos durantecasi treinta años.

Gracie fue a buscarla al aeropuerto yla llevó a casa en su coche. Le dijo quetodas las damas de honor estaban ya enla ciudad y se habían probado losvestidos. Les habían hecho los últimosretoques y les quedaban perfectos. Elcatering estaba organizado. La floristaestaba a punto. Ya habían elegido la

música para la iglesia y para larecepción, y habían contratado a ungrupo. A ella le encantaba su vestido,que al final era de Vera Wang. Fuerepasando la lista de cosas pendientespara comprobar que todo estuvieracontrolado, y entonces recordó que suhermana todavía no se había probado suvestido.

—Deberías ponértelo en cuantollegues a casa —dijo Gracie con cara depreocupación—. ¿Crees que tendrán queretocarlo? —preguntó a la vez que lamiraba de reojo, sentada a su lado en elcoche. A ella le parecía que estaba máso menos igual, pero nunca se sabía.

—No, no estoy mucho más delgadaque antes —contestó Victoria, algodesanimada.

—Me refería a si habías engordado—dijo Gracie, algo insegura, y Victorianegó con la cabeza.

Eso era lo que todos pensaban deella, que era una montaña que nuncadisminuía, que lo único que hacía eracrecer. Había perdido medio kilo desdeque le habían quitado la escayola, perono más. No había podido hacersuficiente ejercicio para que se notara,aun sin comer carbohidratos.

Cuando llegaron a casa, encontrarona su madre repasando la lista de regalos.

Había tanta plata y tanto cristalenvueltos en preciosos paquetes que elcomedor se había convertido en unalmacén. Su padre estaba en la oficina, yVictoria no lo vio hasta la noche.Llegado el momento, Jim la abrazó ycomentó que la veía bien. Viniendo deél, «saludable» y «bien» siempre eransinónimos de «grande» y «gorda». Suhija le dio las gracias, le dijo que ellatambién lo veía bien a él y se fue a otrahabitación. No se habían visto desde queles había presentado a Collin, en NuevaYork. Al recordar el comentario deCollin sobre los tiburones, prefirióalejarse de su padre.

Victoria consiguió mantenerse a flotedurante aquellos tres días, hasta queCollin llegó por fin. Esa noche habíanorganizado una cena en la que sereunieron ambas familias y que resultóbastante inofensiva. La cena de ensayosería al día siguiente, en el club decampo de los Wilkes. El banquete de laboda se celebraría en el club de tenis ynatación de los Dawson, en un jardíninmenso y bajo una enorme carpa «decristal» que había costado un dineral.Quinientos cuarenta invitados habíanconfirmado su asistencia.

La mañana que llegaba Collin,Victoria consiguió estar unos minutos a

solas con su hermana y le preguntó deuna vez por todas si de verdad queríaseguir adelante con aquello y si estabasegura de Harry. En caso afirmativo, leprometió dejarla en paz para siempre.Gracie la miró con solemnidad y le dijoque estaba segura.

—¿Eres feliz? —preguntó Victoria,porque no lo parecía. Estaba muyestresada y, cada vez que Harry iba porallí, hacía cabriolas con tal decomplacerlo. Si se casaba con él, asísería la vida de Gracie a partir deentonces. Era lo que él creía quemerecía, y Victoria lo sentía muchísimopor su hermana.

—Sí, soy feliz —contestó Gracie.Victoria suspiró entonces y asintió

con la cabeza.—De acuerdo, pues cuenta conmigo.

Eso es lo único que quiero para ti. Y yapuedes decirle de mi parte que, si algunavez te hace desgraciada, yopersonalmente me encargaré de darleuna buena paliza —dijo Victoria.

Gracie soltó una risa nerviosa. Teníamiedo de que su hermana lo dijese enserio.

—No lo hará —dijo con gravedad—. ¡Sé que no lo hará! —Daba lasensación de que intentaba convencersea sí misma.

—Espero que tengas razón.Victoria ya no volvió a sacar el

tema, y se sintió aliviada cuando llegóCollin. Harry se tomó muchas molestiaspara impresionarlo y cautivarlo, yCollin se mantuvo educado y le siguió lacorriente, pero Victoria se daba cuentade que Harry no le había caído bien. Aella tampoco, pero había entrado en lafamilia. Para bien o para mal.

La cena de ensayo fue unacontecimiento monumental preparadopor la empresa de catering más lujosa detodo Los Ángeles. Acudió la flor y natade la ciudad. Los Wilkes estuvieron muycorteses y se esforzaron por conseguir

que todos los Dawson se sintieran agusto. No hacían más que hablarmaravillas sobre Gracie. Era joven,desde luego, pero creían que sería laesposa perfecta para su hijo. Y JimDawson no dejaba de repetir y repetirhasta la saciedad lo mucho queapreciaba a Harry. Durante la cena hubodiscursos interminables, algunosinteligentes, la mayoría muy aburridos.Victoria también tendría que decir unaspalabras, pero lo haría en la boda, comohermana mayor y dama de honorprincipal.

Estaba muy guapa con el vestido dechiffon azul cielo que se había

comprado para la ocasión, y Collin ledirigió muchos cumplidos durante lavelada. Su padre había bebido variascopas cuando se les acercó, después deque la cena de ensayo terminara y losinvitados empezaran a reunirse engrupitos. Se dirigió a ellos dos con suvoz de hombretón fuerte, lo cual Victoriasabía que solía ser mala señal, porqueera muy probable que acabaralanzándole alguna pulla. Al veracercarse a su padre quiso advertir aCollin, pero no tuvo tiempo. Antes depoder decir ni una palabra, ya tenían aJim encima.

—Bueno, bueno… —dijo, mirando a

Collin como si tuviera catorce años yacabara de presentarse en casa de losDawson para ir a buscar a Victoria porprimera vez—. Parece que has elegidomuy bien, Victoria es el cerebro de lafamilia. Gracie es la belleza. Siempre esinteresante tener cerca a una mujer lista.

Era el primer ataque de tiburón de lanoche. Victoria no lo había visto hablarcon Collin hasta ese momento, y yahabía sangre en el agua. La de ella,como de costumbre.

Collin miró a su padre concordialidad y pasó un brazo a Victoriaalrededor de los hombros para acercarlahacia sí. Ella notó cómo la estrechaba

con fuerza, sintió su protección. Y, poruna vez en su vida, se sintió segura. Yamada. Así se sentía cuando estaba conél.

—Me temo que no estoy de acuerdocon usted, señor —dijo Collin, muycortés.

—¿Sobre las mujeres listas? —Jimparecía sorprendido. Normalmentenadie ponía en duda sus opiniones, pormuy indignantes, imprecisas oinsultantes que fueran. Nadie semolestaba.

—No, sobre quién es el cerebro yquién la belleza de la familia. Yo diríaque Victoria es ambas cosas, cerebro y

belleza. La subestima usted, ¿no leparece?

Su padre balbuceó unos instantes yluego asintió; no estaba seguro de cómoreaccionar. Victoria casi se echó a reír,y apretó la mano de Collin paratransmitirle un silencioso «gracias». Sinembargo, Jim no pensaba dejarlo ahí.No le gustaba que le llevaran lacontraria ni que lo interrumpierancuando menospreciaba a su hija.

Soltó una risotada hueca, lo cual eraotra mala señal bien conocida porVictoria.

—Es sorprendente cómo los genesse saltan a veces generaciones, ¿verdad?

Victoria es igualita a mi abuela. Siemprelo ha sido, no se parece en nada anosotros. Tiene la constitución de miabuela, el mismo color de pelo, la nariz.—Esperaba dejarla en evidencia,porque sabía lo mucho que Victoriahabía detestado su nariz toda la vida.

Collin, inocentemente, se inclinópara acercarse a examinar la nariz deVictoria y se volvió hacia su padre condesconcierto.

—Pues yo creo que se parece muchoa la de su madre y su hermana —dijocon total sinceridad.

Desde luego que se parecía, graciasa la doctora Schwartz, pero eso Collin

no lo sabía. Victoria se ruborizó. Supadre, extrañado, la miró entonces conmás atención y tuvo que reconocer, parasí al menos (porque ante Collin noestaba dispuesto a hacerlo), que sí separecía a la nariz de Gracie y de sumadre.

—Qué raro, antes me recordaba a lade mi abuela —masculló—. Pero es muygrandullona, igual que ella —dijo con unbrillo malévolo en la mirada. Era ladescripción que Victoria más habíaodiado desde niña.

—¿Se refiere usted a que es alta? —preguntó Collin con una sonrisa.

—Sí… Desde luego.

Su padre se había retractado porprimera vez en la historia, y entonces,sin un solo comentario más, desaparecióentre la multitud. Sus dardos habían sidoafilados como siempre, pero esta vez nohabían dado en el blanco. Jimcomprendió con claridad que a Victoriano le importaban sus insultos, porqueCollin la amaba. Victoria suspiró al vercómo buscaba a su madre y le decía queya era hora de irse a casa.

—Gracias —le dijo Victoria aCollin en voz baja. Le habría gustadohacer frente a su padre ella misma, perotodavía le daba miedo. Habían sidodemasiados años de intimidación. Quizá

algún día, pero todavía no.Collin la rodeó con un brazo

mientras caminaban hacia dondeesperaban los aparcacoches, junto alimusinas y demás vehículos.

—No puedo creerme lasbarbaridades que dice de ti —comentóél, molesto—. ¿Qué le pasa a tu nariz?—preguntó, completamentedesconcertado, y ella se echó a reírmientras esperaban el coche con chóferque Collin había alquilado para aquellanoche.

—Me operé la nariz durante lasvacaciones de Navidad. Ese era elaccidente de tráfico que había tenido

cuando nos conocimos —reconoció,algo avergonzada por habérseloocultado hasta entonces por puravanidad. De todas formas, ya no deseabatener ningún secreto con él, ni en elpasado ni a partir de aquel momento, asíque se quitó ese peso de encima y sesintió muy aliviada—. Detestaba minariz. Mi padre siempre hacía chistes alrespecto, así que me la arreglé. A ellosno les dije nada, solo a Gracie. Ni él nimi madre se dieron cuenta cuando nosvimos en Nueva York, y tampoco ahora.

Collin no pudo evitar sonreír al oírsu confesión.

—O sea que, cuando nos conocimos,

¿te habías operado la nariz? —No salíade su asombro—. Y yo que creía quehabías sufrido un terrible accidente…

—Pues no, era mi nueva nariz —dijoella, orgullosa y tímida a la vez.

Collin la observó un minuto con unaextraña sonrisa. A esas alturas tambiénhabía bebido bastante. De no ser así, nohabría contestado a su padre. No solíahacerlo. Sin embargo, los desprecios deJim hacia Victoria lo habían enfurecidocomo nunca.

—Es una naricita preciosa —lapiropeó—. Me encanta.

—Creo que estás borracho —dijoella, riendo. Había disfrutado viendo

cómo desarmaba sutilmente a su padre.—Estoy borracho, es verdad, pero

no soy peligroso. —Se detuvo parabesarla, y entonces apareció el chófercon su coche y ellos subieron.

Collin dormía con ella en la casa dela familia, así que seguramente seencontrarían otra vez con su padre, peroal volver se metieron enseguida en lahabitación de ella. Collin estaba tancansado que se quedó dormido al cabode cinco minutos. Victoria estuvo un ratodespierta, tumbada junto a él, y luego fuea ver a Gracie a su habitación.

Asomó la cabeza por la puerta y vioa su hermana sentada en la cama y con

una expresión algo perdida. Victoriaentró y se sentó a su lado, igual quehacía cuando las dos eran pequeñas.

—¿Estás bien?—Sí. Nerviosa por lo de mañana.

Siento como si fuera a entrar en sufamilia y a perder la nuestra —dijo, algoangustiada.

Victoria no lo habría consideradouna pérdida, salvo por Gracie, perosabía que su hermana sí. Ella quería asus padres, y sus padres la querían aella.

—A mí no me perderás —le aseguró—. No me perderás nunca.

Gracie la abrazó sin decir una

palabra. Parecía a punto de echarse allorar, pero contuvo las lágrimas.Victoria no podía evitar preguntarse siestaría dudando en cuanto a Harry. Haríabien, pero en todo caso no lo reconoció.

—La boda irá como la seda, yaverás —dijo Victoria paratranquilizarla. Tristemente, sumatrimonio sería otra historia, o por lomenos eso creía ella.

—Collin me cae muy bien —dijoGracie para cambiar de tema—. Es muymajo y me parece que te quiere unmontón. —Era fácil verlo, porque estabasiempre pendiente de ella y la mirabacon adoración, como si fuera el hombre

más afortunado del mundo.—Yo también le quiero —repuso

ella con alegría.—¿Crees que os casaréis? —A

Gracie le parecía que sí, y Victoriasonrió.

—No lo sé. No me lo ha pedido. Esdemasiado pronto. Somos felices así, demomento. Este verano buscaremos unapartamento para irnos a vivir juntos.

Avanzaban despacio, mientras queGracie iba a convertirse en una mujercasada al cabo de pocas horas. AVictoria le parecía que su hermana erademasiado joven para dar un paso tangrande, sobre todo casándose con Harry,

que iba a controlar hasta el últimoaspecto de su pensamiento y su vida.Eso la entristecía, pero era lo queGracie deseaba, y el precio que estabadispuesta a pagar por estar con él.

—Siento lo del vestido marrón —dijo su hermana de pronto, con cara deculpabilidad—. Tendría que haberelegido algo que te quedara mejor. Megustaba ese vestido, pero tendría quehaber pensado en ti.

A Victoria le conmovió que Graciese diera cuenta, y se lo dijo mientras ledaba un abrazo de perdón.

—No pasa nada. Ya me vengarécuando me case yo. Escogeré algo que te

quede como un tiro.Las dos se echaron a reír.Estuvieron charlando un rato más y

después Victoria la abrazó y regresó asu cuarto. Sentía lástima por su hermanapequeña. Tenía la sensación de que nodisfrutaría de una vida fácil.Acomodada, desde luego, pero nonecesariamente una buena vida. Loúnico que podía hacer por el momentoera desearle lo mejor. Cada una eraresponsable de su propia vida.

Victoria se metió en la cama junto aCollin, le sonrió y se acurrucó contra élantes de quedarse dormida. Por primeravez en su vida se sentía segura en casa

de sus padres.

26

La mañana de la boda la casa empezó abullir de actividad y emoción en cuantotodos se levantaron. El desayuno estabapreparado en la mesa de la cocina paraque cada cual pudiera servirse. Collin yVictoria salieron con el suyo al jardínpara no estorbar a nadie. A Gracie leestaban haciendo la manicura y lapedicura en su habitación. La peluquerallegó para peinar a todas las mujeres dela casa. Victoria solo quería un sencillomoño italiano, así que sería la primera.

La boda no se celebraba hasta las

siete de la tarde, pero durante todo eldía hubo gente que pasaba por la casa.Desde que llegaron las damas de honor,a la hora de comer, Victoria no pudo niacercarse a su hermana, así que las dejósolas y decidió ayudar a su madre en loque pudiera. Sin embargo, todo parecíaestar asombrosamente controlado. Elvestido de novia de Gracie estabaextendido en la cama de su madre. Supadre había quedado relegado a lahabitación de invitados para vestirse, ytodo el mundo parecía tener algo quehacer. Recibieron un millón de llamadasy entregas de paquetes, y Collin seprestó voluntario para contestar al

teléfono y abrir la puerta. El padre deVictoria desapareció un buen rato yluego regresó, pero no dirigió la palabraa Victoria en todo el día, y tampoco aCollin. La noche anterior se habíatragado una dosis de su propia medicina,y Victoria se alegraba por ello. Ya ibasiendo hora. Collin lo había hecho muybien, con estilo y delicadeza. Bajo suprotección su padre se lo pensaría dosveces antes de volver a atacarla.

A eso de las cinco de la tardeempezó la cuenta atrás. La peluquera learregló el pelo a Grace. Todas lasdamas de honor ya estaban listas, y a lasseis en punto se pusieron sus vestidos.

Victoria respiró hondo y también sevistió. Una de las damas de honor lesubió la cremallera mientras otra tirabade la tela y ella escondía barriga. No semiró al espejo. Ya sabía cómo lequedaba el vestido. Aun con el peso quehabía perdido, apenas podía respirar,sus pechos habían quedadocompletamente comprimidos ysobresalían por el borde del escotepalabra de honor. Le iba realmenteestrecho y la cremallera casi no cerraba.Victoria era muy consciente de quedebía de quedarle fatal, pero no leimportaba. Collin la quería y, aunque nofuera el mejor vestido para ella, ¿qué

importaba? Había encontrado unoszapatos de satén marrón de tacón altoque iban a juego y se los puso.

De pronto parecía una mujeraltísima. Pero una mujer guapa. Sentíaque en el último año había encontrado suverdadera identidad, no solo a causa deCollin, sino también gracias al esfuerzoque había hecho por liberarse delpasado y del daño que había sufrido. Lode Collin había sucedido porque ellaestaba preparada. Había sido ella quienhabía provocado cambios, y él habíallegado después. Esos cambios nohabían sido obra de él. De pronto sesentía segura de sí misma, incluso con

ese vestido que le quedaba tan mal.Estaba guapa e irradiaba un brillointerior. Se puso un poco más decolorete, y el tono de la tela ya nodeslució tanto la palidez de su piel.

Fue a ver a su hermana, y seencontró a su madre pasándole por lacabeza el complicado vestido de encaje.Christine llevaba un vestido de tafetánbeige oscuro con una chaqueta, y estabaelegante y recatada. Todavía era unamujer guapa, aunque a veces a Victoriase le olvidaba. Y en cuanto el enormevestido blanco de encaje cayó sobre eldelicado cuerpo de Gracie, su hermanapareció una princesa. Llevaba también

su anillo de pedida, que parecía el farode un coche, y los pendientes dediamantes que le había regalado Harry.Su madre le había entregado un collar deperlas con cierre de diamante comoregalo de boda. Gracie parecíademasiado joven para llevar todasaquellas joyas encima, y Victoria seacordó de cuando, siendo niñas, jugabana disfrazarse. Aun así estaba preciosa.Era la novia perfecta. Unos minutosdespués su padre entró y se le saltaronlas lágrimas. Estaba sobrecogido por lavisión de su niña vestida de novia.Siempre había sido su pequeña. Ysiempre lo sería. Como también era la

niña de Victoria. Gracie miró a sualrededor, a toda su familia. Estaba apunto de echarse a llorar, pero su madrele advirtió que no estropeara elmaquillaje. Para Gracie, era como siestuviera a punto de abandonarlosdefinitivamente e iniciar su andadurapor un mundo que era un mar de aguasdesconocidas. Algo así inspiraba miedo,sobre todo para una chica tan joven, queparecía vulnerable, frágil e infantil conese vestido mientras su madre no dejabade arreglarle el largo velo sobre lacabeza.

Victoria y Christine la ayudaron abajar la escalera sosteniéndole la cola

en alto. Después Gracie subió al cochecon su padre para ir a la iglesia dondese casaría con Harry. Jim se emocionómientras el coche se alejaba, y supequeña se inclinó para darle un beso.Ella tenía un padre al que Victoria nuncahabía conocido pero que le habríaencantado tener. En cambio, tenía aCollin en su vida.

Victoria y su madre se subieronentonces a la limusina que estabaesperando para llevarlas a la iglesia.Collin había salido algo antes, y seencontrarían allí.

Cuando llegaron a la iglesia, todosucedió siguiendo el orden establecido.

Harry esperaba en el altar. Las damas dehonor precedieron a Gracie con suselegantes vestidos marrones, y Victoriacaminó por el pasillo justo delante de suhermana. Su mirada se encontró con lade Collin al pasar junto a él, que lesonrió y la miró con orgullo. Su padreacompañó a Gracie por el pasillo de laiglesia dando pasos solemnes ycontenidos.

Los novios pronunciaron los votos,Harry puso una alianza de diamantes enel dedo de Gracie, y luego losdeclararon marido y mujer. Victorialloró cuando se besaron. Los reciéncasados recorrieron el pasillo hacia la

salida radiantes de felicidad. Habíasucedido, todo había pasado. La bodaque los había vuelto locos durante unaño entero había terminado. Larecepción fue tan espectacular comoquerían sus padres y como Gracie habíasoñado. Cuando empezó el banquete,después de las fotografías y laspresentaciones de respetos, la novia seacercó a dar un beso a Victoria. Queríadisfrutar de un minuto con su hermanamayor.

—Solo quiero decirte que te quiero.Gracias por todo lo que has hecho pormí toda la vida. Siempre te haspreocupado de mí, incluso cuando me

porto como una niña mimada o como unatonta… Gracias… Te quiero… Eres lamejor hermana del mundo.

—Tú también, y siempre estarécontigo cuando me necesites. Te quiero,cariño… Espero que seas feliz.

—Yo también —dijo Gracie en vozbaja, aunque no sonó tan segura como lehabría gustado a Victoria.

Pero si el matrimonio no funcionaba,se enfrentarían a ello y encontrarían lasolución. A veces las cosas no podíanpreverse con antelación, por mucho queuno se esforzara.

Collin estaba sentado junto aVictoria a una mesa larga, con todas las

damas de honor y el séquito del novio.Victoria pronunció su discurso y todo elmundo aplaudió. Collin y ella bailarontoda la noche. Harry y Gracie cortaronel pastel. Victoria incluso bailó una vezcon su padre. Jim estaba muy digno yapuesto con su esmoquin y su pajaritanegra, y por una vez no le hizo ningúncomentario desagradable: solo bailaronmientras él la hacía dar vueltas por lapista, y luego se la entregó otra vez aCollin. Fue una boda exquisita, y Gracieuna novia preciosa. Para gran alivio deVictoria, aquella noche al menos, ypuede que siempre si tenían suerte,Gracie y Harry parecían felices. No

había forma de saber si duraría, ni paraellos ni para nadie. Lo único que podíanhacer era esforzarse al máximo.

Estaba bailando con Collin cuandoanunciaron que Gracie iba a lanzar elramo y pidieron a todas las mujeressolteras que se reunieran en la pista debaile. Gracie se había subido a una sillay estaba esperando a que todas lassolteras se acercaran. La madre deVictoria pasó junto a ella cuando estabaa punto de unirse a las demás y le lanzóuna mirada recriminatoria.

—Déjalas que se lo queden ellas,cariño, son más jóvenes que tú. Todas secasarán algún día. Tú ni siquiera sabes

si lo harás.En una sola frase había descartado a

Collin como posibilidad real, y no solole había dicho que seguramente acabaríasiendo una solterona, sino que ademásno se merecía ese ramo. Una vez más sumadre creía que era indigna y noencontraría el amor, solo porque ellosno la habían querido. Victoria empezó aretroceder de nuevo hacia los invitadosmientras Gracie le hacía señales paraque se acercara. Sin embargo, elmensaje de su madre había sido muyconvincente. Collin había visto queChristine le decía algo, y la cara deVictoria después, pero estaba demasiado

lejos para oír nada. Fuera lo que fuese,se dio cuenta de que había dejado aVictoria destrozada y vio cómo seencerraba en sí misma, allí de pie, conlos brazos inertes a los lados, mientrasla novia se preparaba para lanzar elramo. Gracie, sin dejar de mirar a suhermana, apuntó bien y movió el brazocomo un lanzador de béisbol para que elramo volara por encima de la gentecomo un misil que iba directo a Victoria.Aun así, el ataque de su madre habíasido devastador. Victoria estabaparalizada y no podía levantar el brazo.

Collin no dejaba de mirarla, igualque Gracie, deseando que levantara la

mano y alcanzara el ramo. Lo único quetenía que hacer era estirar un brazo paraatraparlo, solo debía creer que lomerecía. Collin sintió un dolor punzanteal comprender la agonía que estabaviviendo Victoria, y en voz bien altaexclamó las palabras que él estabarepitiéndose en silencio.

—¡Te mereces todo, mi amor! —legritó a Victoria, aunque estabademasiado lejos.

Y entonces, como si ella en efecto lohubiera oído, en el rostro de Victoria seformó una sonrisa. En una fracción desegundo levantó el brazo, atrapó el ramoy lo alzó en alto para recibir los vítores

de todos. De Collin del que más.Victoria lo buscó entonces con lamirada, y él levantó los pulgares deambas manos para felicitarla, justocuando Harry cogía en brazos a su mujerpara bajarla de la silla y subir acambiarse de ropa. Aquella mismanoche salían hacia París con el aviónprivado de su padre.

Collin se abrió camino entre losinvitados para reunirse con Victoria, quesonreía de felicidad cuando llegó junto aella. Todavía no sabía qué le habíadicho su madre, solo que le habíadolido, pero esa vez no quería preguntar.Lo único que deseaba hacer era

protegerla de esas heridas para siempre.Victoria seguía abrazada al ramo.

—Un día de estos le daremos buenuso —dijo él mientras se lo quitaba delas manos con cariño y lo dejaba en unamesa.

Entonces se la llevó a la pista debaile y la abrazó mientras empezaban abailar sin parar. Era una mujer hermosa.Siempre lo había sido, solo que antes nolo sabía y ahora sí. Cuando levantó lamirada hacia él, Victoria supo lo muchoque la quería Collin.


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