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Vida pública antes y después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Santiago de Cali 1940-1950.

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HISTORIA DE CALI SIGLO XX Tomo II Política Grupo de investigación Nación/Cultura/Memoria Departamento de Historia Universidad del Valle 2012
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HISTORIA DE CALISIGLO XX

Tomo IIPolítica

Grupo de investigación Nación/Cultura/MemoriaDepartamento de Historia

Universidad del Valle2012

HISTORIA DE CALISIGLO XX

Tomo IIPolítica

Coordinador del tomoEsteban Morera Aparicio

EditoresGilberto Loaiza Cano (Director del Proyecto)

Maira BeltránAna María Escobar Restrepo

José Benito Garzón MontenegroAna María Henao Albarracín

Wilson Ferney JiménezEsteban Morera Aparicio

Juan David Murillo Sandoval

Responsable general del proyectoGrupo de investigación Nación/Cultura/Memoria

Departamento de HistoriaUniversidad del Valle

2012

Historia de CaliSiglo XX

Tomo II : PolíticaISBN Volumen 978-958-670-990-3

ISBN Obra Completa 978-958-670-984-2

© Universidad del Valle

FOTO DE PORTADAManifestación política.

Negativo fotográfico 35mm. Alberto Lenis Burchkardt (1905-2001).

Colección Banco de la República.

RECTORIván Enrique Ramos Calderón

DIRECCIÓN GENERAL DEL PROYECTOGilberto Loaiza Cano

Grupo de investigación Nación/Cultura/Memoria

COORDINADOR DEL TOMOEsteban Morera Aparicio

DISEÑO GRÁFICO Y DIAGRAMACIÓN Julieta Ruiz Sinisterra

[email protected]

IMPRESO EN Unidad de Artes Gráficas

Facultad de HumanidadesSantiago de Cali, Colombia

Historia de Cali, siglo XXReservados todos los derechos

© Universidad del Valle, 2012 Calle 13 No. 100-00 Santiago de Cali

Teléfono 321 21 00 www.univalle.edu.co

© Grupo de investigación Nación/Cultura/Memoria2012

Historia de Cali, siglo XX. / Gilberto Loaiza Cano ... [et al.]. -- Santiago de Cali : Programa Editorial Facultad de Humanidades / Universidad del Valle, 2012. 3 v. ; 27 cm. -- (Colección artes y humanidades) Contenido: v. 1 Espacio urbano. 396p -- v.2 Política. 412p -- v. 3 Cultura. 440p 1. Urbanismo - Aspectos sociales - Cali (Colombia) - Siglo XX 2. Política - Cali (Colombia) - Siglo XX 3. Cultura - Cali (Colombia) - Siglo XX 4. Patrimonio cultural - Cali (Colombia) - Siglo XX 5. Cali (Colombia) - Historia I. Loaiza Cano, Gilberto, 1963- II. Serie.986.156 cd 21 ed.A1367051

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

Panorámica de la Avenida Colombia. Fuente: Alberto Lenis Burchkardt (1905-2001). Negativo fotográfico 35 mm. Colección Banco de la República.

Puente Ortiz. Fuente: Alberto Lenis Burchkardt (1905-2001). Negativo fotográfico 35 mm. Colección Banco de la República.

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Panorámica Calle 12. Fuente: Alberto Lenis Burchkardt (1905-2001). Negativo fotográfico 35 mm. Colección Banco de la República.

ResumenLa ciudad de Cali contó con un crecimiento acelerado en la primera mitad

del siglo XX. Este proceso fue fruto de múltiples transformaciones mundiales y nacionales, que impactaron el esquema agroexportador y que le otorgaron a la ciudad una importancia estratégica en la dinámica económica del país. Para entender la vida pública de una ciudad  no solo es necesario entender las transformaciones profundas a la estructura, sino también entender entre otros elementos, la relación cotidiana de los individuos  con el espacio público, y los movimientos sociales y políticos que van otorgando características particulares a esta relación. Este trabajo se centrará en observar la vida pública del Santiago de Cali en el auge del gaitanismo, y establecer ésta, como la conexión que exis-te entre la vida política y el espacio público, una dinámica social enmarcada en el desarrollo económico de la ciudad.

[*]Para mayores consideraciones teóricas al respecto del gaitanismo como un fenómeno urbano y populista, el autor invita a consultar el trabajo “Vida pública en Cali y el impacto del gaitanismo en la ciudad (1945 -1950)”, del cual se deriva el presente ensayo.

[**]Historiador de la Universidad del Valle, miembro del grupo de investigación Nación Cultura Memoria. E-mail: [email protected]

VidA PúblicA Antes y desPués del AsesinAto de Jorge eliécer gAitán

Esteban MORERA APARICIO[**]

Santiago de Cali en la década de 1940Durante las primeras décadas del siglo XX Santiago de Cali se convirtió en

uno de los enclaves importantes de la economía cafetera en nuestro país. La ciudad, que durante la mayor parte de su existencia había sido una aldea de paso, cobró características estratégicas en la nueva conformación del aparato productivo nacional, situación que se vio reflejada en un crecimiento demo-gráfico y urbano acelerado.

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La economía cafetera le sirvió al país para capitalizarse y alcanzar un lugar en el mercado mundial. Sin embargo, los esquemas agroexporta-dores en los cuales estaba inmersa la mayoría de los países latinoamerica-nos, sufrieron un duro golpe con la Gran Depresión (1929) y la II Gue-rra Mundial (1939-1945), fenóme-nos que afectaron principalmente a los mercados compradores (Europa y Estados Unidos), y que dejaron a las economías latinoamericanas con un espacio reducido para la comerciali-zación de sus productos agrícolas. El nuevo escenario económico pondría a los países de América Latina a pensar sobre la necesidad de fortalecer la in-dustria, teniendo en cuenta lo vulne-rables que se mostraron sus aparatos productivos con la desaparición de los mercados externos.

En este periodo los países lati-noamericanos comenzaron proce-sos de industrialización al unísono, que naturalmente fueron disimiles de acuerdo a la posición estratégica de cada uno de ellos. En Colombia, a pesar de que entre 1929 y 1939 se había logrado un avance significativo en abandonar el antiguo modelo de crecimiento basado en las exportacio-nes, y de que la industrialización se presentaba como el camino para lo-grar un crecimiento económico más estable, el peso económico y político del sector agrícola siguió ejerciendo influencia para que las políticas de favorecimiento de las exportaciones no se dejaran de un lado.

Durante la II Guerra Mundial, Latinoamérica perdió casi en su to-talidad el comercio con Alemania, uno de sus principales aliados en la materia, y para 1940 había perdido la mayor parte del mercado europeo. La Guerra, a pesar de contar con presen-cia estadounidense, estaba muy lejos de afectar su espacio geográfico, y la devastación en territorio europeo, acabó con la posibilidad de comerciar con esta zona del mundo. Los espa-cios que iba dejando abandonados el viejo continente iban a ser ocupados por el nuevo líder de la economía mundial, Estados Unidos. Al termi-nar la guerra, Estados Unidos había incrementado su capacidad produc-tiva en un 50% durante los años del conflicto.

La capacidad industrial de Colom-bia también iba a sufrir transforma-ciones. En el periodo que abarca la crisis del 29 y el final de la guerra, el sector manufacturero del país creció en su productividad en casi un 400%. En el periodo siguiente que va des-de 1945 a 1950, el crecimiento fue de 162%. Antioquia (24%), Cundi-namarca (21.8%) y Valle del Cauca (13.1%), controlaban cerca del 60% de la producción industrial nacional, que tenía como sectores principales los alimentos y textiles.

Para la década de 1940, el departa-mento del Valle del Cauca ocupaba el tercer lugar en nivel de industriali-zación en el país, el sector del azúcar determinaba en gran parte la organi-zación industrial y comercial, por esta

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razón muchas empresas se encontra-ban distribuidas a lo largo de todo el departamento, con evidente concen-tración en algunas zonas, como el eje Cali-Yumbo. La pequeña ciudad, cuyas principales unidades económi-cas fueron los terratenientes, mineros y comerciantes (Colmenares, 1997), comenzó a diversificar su sistema productivo, y a convertirse en una zona estratégica de cara a las necesi-dades que requería el avance del país en el capitalismo. Para el año 1934 se fundaron en el Valle del Cauca 64 empresas; para 1942, 57 empresas y para 1944 se establecieron 101. Cali y Yumbo concentraron el 60% del empleo del departamento (Vásquez Benitez, 2001).

En un panorama de transformacio-nes como el que se estaba viviendo, el crecimiento poblacional era cons-tante en el país, tan solo entre 1938 y 1951 (años en los cuales se reali-zaron censos), la población aumentó en casi tres millones (pasó de 8.6 a 11.1 millones). El Valle del Cauca fue una de las regiones con mayor creci-miento para este periodo. Cali para el año 1945 contaba con 190.015 habi-tantes, con una tasa de crecimiento del 7,99% (Vásquez Benitez, 2001), convirtiéndose rápidamente en una de las principales ciudades del país (Zambrano & Bernard, 1993).

El posicionamiento de Cali tiene varios antecedentes adicionales. La victoria política de la ciudad sobre Popayán y Buga, con la creación del departamento del Valle del Cauca,

y la consolidación de esta como la capital en 1910. Al tiempo que se funda el departamento, en la ciu-dad comienza a funcionar el tranvía, que fundamentalmente abastecía a la plaza de mercado (carreras 9ª y 10ª, y las calles 12 y 13), que había desahogado a la Plaza de Caicedo en esta función. Pero, principalmen-te, la inauguración del ferrocarril a Buenaventura en 1915, luego de cuarenta y tres años intentando co-nectar estas dos ciudades, cobró ma-yor importancia con la entrada en funcionamiento del Canal de Pana-má un año atrás, principal obra de la infraestructura mundial y conector de los océanos Pacífico y Atlántico.

Crecimiento urbano y poblacional

El proceso de urbanización en la década del veinte, dejó para la ciudad una serie de iconos arquitectónicos tales como el Teatro Municipal, el Jorge Isaacs que obsequia a la ciudad el comerciante de procedencia ale-mana Hermann Bohmer y el hotel Alférez Real. Para el año 1932 se des-encadena la guerra contra el Perú y la ciudad de Cali se convierte en la base principal para afrontar la invasión del país vecino, se ordena por parte del presidente de la república, Enrique Olaya Herrera, la construcción de un centro de operaciones aéreas en la ha-cienda El Guabito, que se ubicaba en la zona del Troncal. Hacia 1934, con el fin de la guerra, la ciudad quedó dotada de un aeródromo que la intro-dujo en la aviación comercial.

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Para la década de 1940, el creci-miento urbano de Santiago de Cali era uno de los más acelerados del país. La ciudad, históricamente, se concentró en una pequeña zona de lo que hoy es el centro. Esta tendencia se rompió con el desarrollo de cier-tos espacios que se encontraban des-conectados del casco urbano, tales como: los talleres del Ferrocarril en Chipichape, al norte de la ciudad, que además era el camino al eje industrial que se estaba consolidando entre Cali y Yumbo; al oriente el campo de avia-ción El Guabito que se ubicaba en el camino a Juanchito, una de las prin-cipales vías de abastecimiento por el

río Cauca; hacia el sur encontramos el desarrollo del barrio San Fernando y, con él, las instalaciones deportivas, estadio e hipódromo; y al occidente estaba la vía que conducía al mar, uno de los principales elementos para el desarrollo de la ciudad (Planeación Municipal, 1977).

Este crecimiento fue llevando la ciudad a una crisis en su infraestruc-tura. En los periódicos locales rese-ñaban con agrado el movimiento inmobiliario de la ciudad, pero con suma preocupación la desorganiza-ción con que se estaba presentando. Sufría los efectos de la urbanización, y recibía más gente de la que se tenía

[Mapa 01] Crecimiento urbano de Cali en la década de 1940

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capacidad. En el periódico Relator, Carlos Garcés Córdoba realizó un balance del problema urbano de la ciudad, afirmó que “nuestros antepa-sados construyeron estas calles para el tráfico de mulas y caballos de esa época, y no para recibir la avalancha de automóviles, camiones y buses que invaden hoy en día a las ciudades mo-dernas”[158].

Todos los días se reseñaba en la prensa local una gran cantidad de ac-cidentes de tránsito, Cali era una ciu-dad a la que el crecimiento tomó des-prevenida, sin andenes amplios, sin calles señalizadas ni propicias para el trasporte automotor y, además, con una densidad poblacional que cada vez era más alta, con gentes que se encontraban poco preparadas para la nueva dinámica de la ciudad. Al mis-mo tiempo se incrementaron los pro-blemas de seguridad, los periódicos locales mostraban con preocupación cómo diariamente se presentaba por lo menos un robo en la caótica urbe.

El crecimiento demográfico im-plicaba mayor diversidad de la po-blación, La Violencia en las zonas rurales estaba desplazando grupos de familias humildes a la ciudad, que llegaban con la necesidad de resolver el problema de la vivienda. Es preci-samente en 1945 que se comenzaron a establecer los primeros indicios de colonización urbana popular masiva, con el nacimiento de Terrón Colora-do, Junín y Siloé que se ubicaba en la mina artesanal de carbón y a la cual llegaron desplazados del antiguo

Caldas (Aprile-Gniset, 1992). Esto, articulado con diferentes acciones políticas, encabezadas por los aban-derados de la lucha por la vivienda popular urbana, como fueron el con-cejal comunista Julio Rincón y el li-beral Alfonso Barberena.

Vida cotidianaLa llegada de la radio había trans-

formado las prácticas culturales de las sociedades de la época. La expansión de la radiodifusión fue un proceso especialmente ligado a la “República Liberal” (1930-1946), al comenzar la década de los cuarenta el país conta-ba con 70 emisoras. La radio además de llevar a los hogares radionovelas, radioperiódicos, música y cultura, era un espacio de difusión política, era por este medio que los políticos de la épo-ca llegaban directamente a los hoga-res, fue por este canal que los “Viernes Culturales” de Jorge Eliécer Gaitán llegaron a todo el país, dándole un carácter más incluyente a la política, mostrando como el camino hacia una política de masas era irreversible.

En términos generales, la Radiodi-fusora Nacional, emisora estatal, era la más importante. En Cali la primera emisora fue la Voz del Valle, fundada en 1932. En esta emisora tuvieron ca-bida diferentes programas donde se difundieron ideas conservadoras y li-berales. Sin embargo al pasar el tiem-po, se convirtió principalmente en un espacio para la difusión de las ideas conservadoras. Los liberales contaron con otras emisoras tales como Radio Córdoba, Radio Pacífico y Radio Cali.

[158] Relator, marzo 21 de 1947: 4.

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Además de escuchar tangos, bole-ros y guarachas en la radio, los cale-ños tenían otras entretenciones. Una de las actividades más comunes era el acudir a las salas de cine. Este era el principal divertimento de la época, por la cantidad de teatros que había en la ciudad, y porque el costo termi-naba siendo asequible para la mayoría de la población. Encontramos el Tea-tro Bolívar, el Isaacs, el Colón, Su-cre, San Nicolás y El Colombia, que hacía parte del circuito de Cine Co-lombia junto con el Rívoli, Alame-da, Roma y Rialto. En estos cines se presentaban principalmente películas norteamericanas, y en menor medida películas argentinas y mexicanas, que contaban con una mayor aceptación de las clases populares. En las salas de cine no solo se proyectaban pelí-culas, también se podían presenciar espectáculos en vivo de humoristas y agrupaciones musicales locales. En algunas se podían ver noticieros in-ternacionales.

En la mayoría de salas las condi-ciones no eran las mejores, en ciertos casos no había extractores de aire y el calor se convertía en un factor de incomodidad para los espectadores. En ocasiones, tampoco se conta-ba con el total de la silletería. Eran constantes las quejas al respecto de las condiciones en las salas y la cali-dad de las películas[159]. A pesar de la inconformidad, el público para estos espectáculos era masivo, y los cines se llenaban desde las tres de la tarde con los caleños, que “no teniendo otro sistema de diversiones honesto”[160],

terminaban pagando el peso veinte, el peso ó los ochenta centavos que costaba cada entrada.

Uno de los espacios que se estaba consolidando a pasos agigantados era el fútbol, que siendo el deporte de masas por excelencia, fue colman-do diversos espacios de la sociedad, la población caleña encontró en este deporte un refugio para las frustra-ciones de la realidad. En cada enfren-tamiento, el estadio de San Fernando lograba vender todas las entradas dis-ponibles. Este era sin lugar a dudas, el más masivo de los espectáculos que se realizaban en el país, que ante la ausencia de una liga de fútbol nacio-nal, disfrutaba viendo los diferentes equipos extranjeros que visitaban la ciudad a enfrentarse con los equipos locales, América, Deportivo Cali y Boca Juniors.

Los futbolistas eran recibidos en manifestaciones públicas que cobra-ban la magnitud de un acto políti-co. Los jugadores eran llevados a la Plaza de Caicedo, donde una mul-titud los esperaba, posteriormente acudían a cenas y actos organizados en su honor[161]. Los futbolistas eran los héroes triunfantes de la mitología popular, quienes sin contar con po-siciones de prestigio en la sociedad, eran queridos, respetados y venerados por la población.

Las tertulias en los parques y las plazas de la ciudad, los diferentes fes-tivales barriales (que se desarrollaban principalmente en los barrios popu-lares: El Obrero, Saavedra Galindo,

[159] El Crisol, abril 20 de 1947: 4.

[160] El Crisol, mayo 29 de 1947: 5.

[161] Relator, mayo 20 de 1947: 1, 2.

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General Santander, Popular, San An-tonio, entre otros), en los cuales se desarrollaban coros, recitales, cantos españoles, teatro y un sin número de manifestaciones artísticas, mostraban cómo la relación con el espacio públi-co de las clases media y baja se incre-mentaba o consolidaba.

Otro espacio de tertulia muy co-mún eran los cafés. Sitios en los que se reunían los diferentes grupos de personas, donde se discutían fun-damentalmente aspectos de la vida cultural y política de la ciudad. Los más importantes se ubicaban en la Plaza de Caicedo y sus zonas aleda-ñas, principalmente los cafés de la ca-lle 12 que eran los más concurridos por la población. En las manzanas adyacentes a la Plaza, encontramos: Café Colombia (carrera 4 con calle 10), Café Polo Norte (Calle 12 con carrera 4), Café Águila Roja (carrera 4 con calle 11), Café Cali (calle 12 con carrera 6), Café Arabia (carrera 3 con 11). Los cafés a los que acudían principalmente elementos liberales eran café El Globo (Calle 12 entre calles 4 y 3), y el Café del Comercio (calle 13 con carrera 4). Mientras que los conservadores se reunían en La Cigarra, un café que funcionaba en la casa del ex gobernador Pablo Borre-ro Ayerbe, que se ubicaba frente a la plaza de San Francisco (calle 10 con carrera 7).

La élite caleña por su lado conta-ba con espacios de asociación priva-dos, donde se seguirá desarrollando la vida social de las élites, los clubes.

Comenzamos el siglo XX con una se-rie de clubes como el Club Belalcázar (1900), el Gran Club (1906), el Club Cauca (1920), el Club Colombia (1930), el Club Campestre (1930), el Club San Fernando (1938). Las páginas “sociales” de los periódicos cubrían ampliamente las actividades que realizaban en estos espacios, que se habían convertido en los principa-les espacios de asociación de la élite.

Había ciertos espectáculos a los cuales acudían primordialmente las capas medias y altas, como lo eran las artes escénicas. Estas contaban con un elevado costo. Mientras entrar a cine costaba en promedio 80 centa-vos, entrar a teatro podía costar 3 o 4 pesos. Los espacios donde se daba lu-gar a este tipo de espectáculo eran los teatros Municipal y Jorge Isaacs, aquí se presentaban compañías argenti-nas, francesas y españolas. Asimismo, la ciudad abría ciertos espacios para grupos más reducidos, tales como los recitales de música en la Sala Beetho-ven, que se hacían con cierta regula-ridad y que contaban con un público constante[162], exposiciones de artistas nacionales[163], exposiciones de foto-grafías norteamericanas, exposiciones de diferentes artistas extranjeros que ofrecían los consulados en la ciudad, la Alianza Colombo francesa y el Colegio Americano.

Medios de expresión escritaLa industria editorial caleña era un

negocio poco rentable, y no era ne-cesariamente propiedad de los gru-pos económicos dominantes, esto no

[162] Relator, abril 11 de 1947: 6.

[163] El 3 de diciembre de 1947 Clara Zawadzki, invitaba a visitar los diferentes pabellones de la Sala Beethoven, en uno se encontraba una exposición de miniaturas “preciosistas” y en otro la exposición de las “agudas” caricaturas de Omar Rayo un joven artista que presentaba su obra. (Relator, diciembre 3 de 1947: 6)

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implica que sus intereses no se vieran reflejados en ella. Lo que si está claro es que, dentro de ella, el componente político estaba fuertemente expuesto, muchos diarios de la región antes que ser espacios de información, eran ór-ganos partidistas. Los tres periódicos con mayor fortaleza para la década del cuarenta fueron El Crisol, Relator y Diario del Pacífico.

El Crisol era un diario liberal de tendencia lopista, su dueño Rafael Isidro Rodríguez (conocido en el mundo periodístico como Plácido Soler), trabajó como redactor en El Espectador y posteriormente su rela-ción con Saavedra Galindo lo traería a la ciudad de Cali, donde trabajó en el Correo del Cauca y Relator, unos años después de reunir unos cuan-tos ahorros logró fundar El Crisol en 1932. Durante la década de los cuarenta fue un diario abiertamente lopista, condición reafirmada por la relación personal entre López Pu-marejo y “Plácido Soler”, que llevó a este último a heredar parte de la in-fraestructura de El Liberal de Bogotá. Este diario logra permanecer durante casi cuarenta años (Collins, 1981).

En la misma orilla ideológica, pero con unas características muy particu-lares, se encuentra Relator, un diario que profesa ser liberal, pero que se inscribe dentro de la corriente san-tista. Era propiedad de la Familia Zawadsky. Sin embargo, existe una fuerte contradicción al respecto de quién era el propietario inicial del pe-riódico, al parecer su propietario era

Daniel Gil Lemos, quien inició el pe-riódico junto con Hernando Zawads-ky en 1915, y quien reclamó ser su dueño original . Al parecer, en una ausencia de Gil Lemos, los Zawads-ky aprovecharon para cambiarle el nombre a El Relator por Relator, qui-tándole el artículo al nombre del pe-riódico y registrándolo como si fuera de su propiedad[164]. Los Zawadsky venían de fuertes fracasos en el sector comercial a principios del siglo XX, y contaban con una estrechez econó-mica que los llevó a embargar su úni-ca propiedad, la casa familiar. Siendo una de las familias más reconocidas de la región, los Zawadsky lograron salir de la crisis gracias a la influencia política que aún conservaban, logran-do algunos cargos públicos y la con-donación de algunas de sus deudas (Collins, 1981). Sin embargo no con-taban con una solidez económica que los respaldara, y Relator se convirtió en la principal fuente de ingresos y sobre todo de sustento de su capital social.

Relator era un diario que contaba con diversas críticas sobre su postu-ra, debido a que el liberalismo que profesaban era de una tendencia muy conservadora. En la década de los cuarenta, con la irrupción de Jorge Eliécer Gaitán en el liberalismo y en la vida política nacional, el diario ma-nifiesta en múltiples ocasiones su res-peto por el líder liberal, pero a la vez marca su distancia en materia ideo-lógica. Una relación de “respeto” que tenía sus antecedentes en la defensa que Gaitán haría de Jorge Zawads-

[164] “yo fundé aquí El Relator, nombre que fue del periódico radical de Felipe Pérez, como usted lo sabe. Pero yo estaba como ahora, muy pobre, y lleno de urgencias de familia, por lo cual me vi en el caso de aceptar un puesto de juez. Desde luego, no podía dirigir un periódico político. Por entonces estaba muy bien conmigo el polaco Jorge, y lo hice director. Pero todo convencional, es decir, solo por llenar el requisito legal. ¿Y sabe usted cómo procedió este atracador? Pues le quitó el artículo El al periódico, y lo registró como cosa nueva, de su propiedad, con el nombre mutilado; de Relator”. Daniel Gil Lemos (Torres Giraldo, 2004: 50).

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ky, en el juicio que se realizó en 1933 después de que asesinara al médico Arturo Mejía Marulanda, amante de Clara Inés Suárez, su esposa (Gaitan, 1958), crimen del cual fue absuelto.

Tanto El Crisol como Relator eran diarios que no contaban con un res-paldo económico fuerte, caso muy diferente al del rotativo conservador Diario del Pacífico, que contó entre sus fundadores con importantes re-presentantes de la elite industrial y comercial caleña. Entre otros en-contramos a: Ignacio Guerrero de la empresa comercial Guerrero y Cía., la Trilladora Santa Rosa y la Compa-ñía Constructora Colombiana; Jorge Garcés Borrero quien participó en el comerció de drogas con la droguería Jorge Garcés Borrero (posteriormen-te JGB) también incursionó en el sistema financiero y fue accionista de diferentes empresas; Miguel Calero Salinas, uno de los más importantes comerciantes de la ciudad (Arroyo Reina, 2006); la familia Eder, quienes fueron los fundadores del Ingenio Manuelita, Cía. del Tranvía, la Cía. de navegación del Cauca, entre otros; y Pablo Borrero Ayerbe un reconoci-do político vallecaucano, sobre quien recayó la responsabilidad de ser el primer gobernador del departamento en 1910, y quien en 1929 era dueño del 13% de las acciones del diario. Hacia el año 1949 la familia Borrero era la dueña del 94% de las acciones de la empresa, además de Pablo, los principales accionistas eran sus hijos, Nicolás y Guillermo Borrero Olano, dos de los más representativos diri-

gentes conservadores de la región (Collins, 1981).

Esta empresa encarnaba, y motiva-damente, al partido conservador. El espíritu conservador se expresaba en cada una de sus notas, en sus colum-nas, en su personal, en sus accionistas. Por esta razón, se presentaron a lo largo de los años varias pedreas frente a sus instalaciones. Marchas liberales, incluso, atacaron en ocasiones la sede del diario en reacción a sus efusivas posturas.

Expresiones políticas en los espacios públicos

Los sectores políticos de la ciudad se manifestaban constantemente en los espacios públicos, las manifes-taciones políticas de todas las capas poblacionales se constituían en una de las herramientas más usadas para visibilizar las reivindicaciones de los diferentes actores.

Otro tipo de acciones políticas, como las huelgas, se articulaban con las marchas como elementos de difu-sión de estas acciones. Conectaban el accionar político de un determinado grupo con el grueso de la opinión pú-blica. Estas marchas, que eran muy frecuentes en la ciudad, eran puntos de convergencia de diversos sectores que demandaban las soluciones de problemáticas generales, pero que a su vez aprovechaban la convocatoria para apoyar a grupos más pequeños en sus luchas. En ocasiones se ha-cían marchas para protestar por el alto costo de vida en la ciudad, pero simultáneamente se apoyaban los

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pliegos de peticiones ferroviarios, los paros de transportadores, las huelgas de sectores de la industria y las dife-rentes luchas de otros grupos.

Los liberalesLa campaña de 1946 se presenta

con el telón de fondo de la división del liberalismo, esto además de la probable marginación del poder para esta colectividad, nos permite ver, de una manera más definida, todo el contorno de esta agrupación fraccio-nada entre gaitanistas y turbayistas.

Los turbayistas, contaban con la po-sibilidad de difundir sus ideas de ma-nera más efectiva, teniendo en cuenta que los diarios liberales de la ciudad, Relator y El Crisol, se alinearon con el oficialismo del partido y apoyaron al candidato Turbay. Adicionalmente, contaron con programas radiales tales como el radioperiódico “Controver-sia”, que se trasmitía todas las noches por la emisora La voz de Valle con-ducido por Jaime Zafra Ortiz[165]. Las organizaciones partidistas se daban desde los barrios de la ciudad, en cada uno existían comités de apoyo para las diferentes campañas[166]. Ante las visitas de cada uno de los candidatos, se articulaba desde estos organismos la actividad política de los ciudadanos del común, siempre bajo la batuta de los órganos de difusión masiva que se encargaban de la convocatoria.

Los gaitanistas por otro lado, en-contraron en la estrategia conserva-dora para la fragmentación del par-tido liberal un medio de difusión. La prensa conservadora, como una

directriz del partido, se dedicó a di-fundir las ideas de Gaitán y a hacer campaña favorable en torno del “cau-dillo”. Los periódicos conservadores hicieron un gran despliegue de las ideas del disidente liberal, mientras que la prensa que se denominaba liberal trataba de ligarlo al partido conservador. El Diario del Pacífico fue uno de los abanderados de este apo-yo. Dedicó notas extensas, portadas, publicación de discursos completos. En contraposición, la prensa liberal exclamaba que sólo debía hacerse la política a propósito del candidato único del partido. Quedaba entonces un panorama en el cual Gaitán era el principal reflejo de las fracturas del sistema bipartidista, con Turbay per-sonificando el sistema y con Ospina Pérez aprovechando la coyuntura.

Los principales lugares de concen-tración fueron las plazas, especial-mente la plaza de Caicedo por ser ícono central de la ciudad. La que otrora se conociera como Plaza de la Constitución tuvo prevalencia como lugar de concentración aunque sus usos se transformaron con el tiempo: fue plaza de mercado, espacio de ri-tuales religiosos, tomó valores políti-cos con la celebración del Centenario y la instauración de un ícono local de la Independencia. En la década de los cuarenta, la Plaza era el eje de la transformación urbana, un reflejo diáfano de la capacidad de transfor-mación con la que contaba Cali.

Para las elecciones de 1946, el pe-riodo de comicios estuvo marcado

[165] El Tiempo, febrero 2 de 1946: 6.

[166] Relator, marzo 3 de 1946: 1.

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por diversos enfrentamientos entre los grupos políticos en contienda, una movilización gaitanista en la Plaza de Caicedo fue disuelta con la propa-gación por parte de sus adversarios políticos de yodoformo[167], un polvo amarillento que en su contacto con las personas puede causar irritación en piel, ojos, nariz y garganta. Una semana después, en el mismo espa-cio, acaeció la movilización turbayis-ta, que fue disuelta, pero esta vez con un enfrentamiento a piedra de donde salió herido el candidato presidencial.

Dichos eventos sirvieron para in-cluir físicamente el rango y fila en el movimiento político, para expresar un apoyo que trascendía lo espiritual y adquiría un vigor corpóreo concen-trado en los valores de la colectividad. Las manifestaciones culminaban con discursos de los dirigentes, quienes, buscando animar a sus seguidores, usaban un lenguaje pletórico en re-ferencias a los sacrificios del pasado, evocando en repetidas ocasiones la sangre de los mártires. Los desfiles servían para mostrar a la oposición la fuerza física con la que el partido o movimiento contaba, haciendo ex-plícito el poderío y la beligerancia de la masa, la cual defendería, sin lugar a dudas, sus convicciones en caso de tener que hacerlo en plazas y calles (Williford, 2010).

Los gaitanistas, que recogían gran parte de la tradición liberal, usaron las manifestaciones como uno de los elementos centrales de su accionar político, un accionar que tenía un

carácter fundamentalmente exhibi-cionista. El punto de reunión inicial de los gaitanistas en la ciudad era en la carrera octava con calle veinticinco, en un sitio denominado “El Cruce-ro”, una zona donde convergían los barrios Obrero, San Nicolás y Ben-jamín Herrera, punto de expansión de la ciudad, y donde se asentaban trabajadores de industria, artesanos y ferroviarios. A este lugar llegaban las agrupaciones que ya habían sido en muchos casos organizadas desde los diferentes barrios. Las nutridas mar-chas caminaban por la carrera 8va hasta la calle 20, donde cruzaban para llegar al parque San Nicolás y se en-contraban con agrupaciones obreras que se les unían teniendo como ho-rizonte común a la Plaza de Caicedo.

A medida que el movimiento gaita-nista crecía, los puntos de concentra-ción se multiplicaban. Ya no solo era El Crucero y San Nicolás, también se crearon puntos de reunión en San-ta Rosa y la estación del ferrocarril, espacios que facilitaban la llegada de los marchistas rumbo a la Plaza[168].

Los conservadoresLos conservadores, de su lado,

trabajaron en anteriores elecciones (entre 1934 y 1939) con la premisa fundamental de la abstención, aun-que participaron de la contienda ape-lando a discursos que buscaban esti-mular esta práctica como medio para la fragmentación del partido liberal, al mismo tiempo deslegitimaban las elecciones denunciando fraude, casos de doble cedulación, de cedulación a

[167] El Tiempo, marzo 10 de 1946: 11.

[168] El Crisol, febrero 8 de 1948: 1, 5.

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menores, de no cedulación a los opo-sitores, entre otros.

Como es apenas natural, durante los gobiernos liberales, eran los con-servadores los llamados a hacer este tipo de denuncias. Sus líderes cal-deaban los ánimos con declaraciones fuertes y en algunos casos exageradas, como cuando denunciaron en 1947 que los liberales contaban con un millón ochocientas mil cédulas fal-sas, tras haber perdido las elecciones al concejo por doscientos mil votos. El fraude electoral, vale aclarar, se había extendido a lo largo y ancho del sistema político. La legislación podía reducir el fraude, el control de las autoridades obraba también en el mismo sentido, pero existían niveles y aspectos que resultaban virtualmente incontrolables por las autoridades centrales (Medina, 1996).

Otro elemento determinante de la política que se elaboraba en los parti-dos tradicionales era la retórica anti-comunista. Para el conservatismo la idea era criticar el comunismo hasta vincularlo con el liberalismo. El libe-ralismo, para esa época, contó con el apoyo de amplios sectores sindicales y obreros y con el surgimiento de Jor-ge Eliécer Gaitán, hecho que derivó en que el partido comunista se viera fuertemente afectado electoralmente.

Mientras los liberales llevaban más de año y medio en campaña, tiempo que dejaba muy expuestas sus heridas internas y divisiones, los conservado-res proclamaron su candidato a sólo 45 días de los comicios. Su oposición

hizo énfasis en la figura del candida-to oficialista Gabriel Turbay, quien como lo hemos mostrado era el aban-derado del sistema en crisis. Por otro lado, mostraron cierta simpatía con el disidente liberal Jorge Eliecer Gai-tán. Laureano Gómez no se presentó a la candidatura entendiendo que su postulación generaría una inmediata cohesión del liberalismo y el candida-to presidencial de los conservadores fue Mariano Ospina Pérez, un diri-gente político moderado que en un momento de fragmentación del país prometió un gobierno de “unión na-cional”.

Con tan poco tiempo para desarro-llar la campaña, los conservadores se dedicaron a explotar los medios ma-sivos de comunicación, tanto la radio como la prensa fueron los puntos de-finitorios de esta campaña presiden-cial, esta vez como nunca antes y en esta campaña como en ninguna otra, el uso de la radio reemplazó en cier-ta medida la manifestación pública con un nivel de efectividad alto. La posibilidad de hablar a los coparti-darios en su hogar fue un arma que ningún candidato se negó a utilizar, pero algunos, como los conservado-res, la usaron con mayor intensidad y efectividad.

A partir de 1946, ya estando el par-tido conservador en el poder, la forta-leza del gaitanismo era clara, por eso el conservatismo continuó organizán-dose políticamente y siguió prepa-rándose para la futura contienda. El conservatismo tenía que considerar el

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peso de un partido liberal “unificado” y de un líder político como Jorge Eliecer Gaitán, con un amplio poder de con-vocatoria, poder que fue explicitado por los liberales con sus manifestacio-nes públicas, y con los resultados de las elecciones municipales de 1947.

En Cali, el Partido Conservador contaba con una estructura bastante organizada. Así como los demás par-tidos, los conservadores se organiza-ban desde los barrios, pero también lo hacían desde las diferentes agru-paciones de trabajadores donde se formaban comités para articular sus diferentes reivindicaciones ante el directorio. Orgánicamente este era el partido mejor constituido, coadyuva-do por el alto poder económico de sus principales dirigentes, que proveían de insumos, instalaciones y demás. La casa principal del conservatismo se ubicaba en la carrera 5ta entre carre-ras 13 y 14, pero además hubo dife-rentes lugares de reunión, entre ellos el “Salón Azul” del Diario del Pacífico.

Este grupo político también usó la radio como canal de difusión. Durante ciertos periodos de tiempo, los conser-vadores tenían un espacio radiofónico diario en La Voz del Valle para “dictar cátedra conservadora”, tarea que era asignada a las cabezas más visibles y letradas del movimiento[169]. También se retransmitían los principales dis-cursos de las convenciones, o reunio-nes que tuviesen relevancia.

Para el momento de mayor apogeo del gaitanismo, los conservadores or-ganizaban sus reuniones en recintos

cerrados, no por esto no eran masivas, sin embargo, se abstenían de acom-pañarlas de las marchas multitudina-rias que generalmente caracterizaban las actividades de los liberales. Los conservadores se agrupaban en el Teatro Municipal, el más grande de la ciudad, donde realizaban sus con-venciones departamentales. Los libe-rales afirmaban que la razón de estas reuniones cerradas era ocultar una división conservadora tan grande, que incluso se dirimía con violencia física[170]. Por otro lado los conserva-dores se encargaban de desestimar la participación masiva de los diferen-tes sectores del liberalismo, como por ejemplo las manifestaciones de Darío Echandía, que el Diario del Pacífico calificaba abiertamente como “mar-chas portátiles”, que eran alimentadas por empleados públicos y en las que se denunciaba la participación abierta de funcionarios. A las nutridas mani-festaciones gaitanistas no se les des-conocía su amplio poder de convoca-toria pero se advertía de lo violentas que podían ser.

Las juventudes conservadoras eran grupos muy activos. Llamaban la atención de la población por sus po-siciones radicales y por algunas pos-turas abiertamente franquistas. En la convención de juventudes que organi-zaron el primero de febrero de 1948, en la cual se organizó una conferen-cia de Augusto Ramírez Moreno, un grupo de jóvenes llegó marchando y con una insignia (azul con una cruz blanca) en la manga del brazo dere-cho. Ante la inquietud que despertó

[169] Entre los conferencistas encontramos a: Mario Fernández de Soto, Antonio José Olano Barona, Luis Castellanos Arboleda, Diego Garcés Giraldo, Nicolás Borrero Olano, Miguel Dueñas Tello, Policarpo Arce Rojas, Luis Alfonso Delgado, Carlos Arturo Gil, Rafael Navia Varón, Carlos Luna Tello, Cesar Tulio Delgado, Guillermo Borrero Olano, Jaime Lozano Henao y Hernando Navia Varón. Además se solicitaba a los diferentes comités municipales que sintonizaran la emisora para ayudar con la difusión. (Diario del Pacífico, febrero 21 de 1947: 1).

[170] El Crisol, febrero 8 de 1947: 1.

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en la población este grupo, esencial-mente en los sectores liberales de la ciudad, corrieron rumores en los que se afirmaba que eran más de seiscien-tos jóvenes, que estaban comandados por un militar retirado, y que su cen-tro de operaciones era el barrio San Antonio. Posteriormente se pudo es-tablecer que este era un grupo creado con los objetivos de apoyar logística-mente en la organización de desfiles y marchas, y en la “contención de la amenaza comunista”[171].

Las organizaciones obreras y el partido comunista

En 1947, Gaitán, como jefe supre-mo del partido liberal, participó en el Noveno Congreso Sindical que se realizó en Cali[172], congreso que se inauguró en el Teatro Municipal, con la participación de trabajadores de la CTC, CTAL, FMT (organismos sindicales de Colombia, América Latina y el mundo consecutivamen-te), entre otros, y que reunía una gran fuerza política que ahora encontraba en Gaitán un punto de canalización de la lucha por sus reivindicaciones. Este congreso tuvo como principal acto público, una marcha que se rea-lizó entre las plazas de San Nicolás y de Caicedo, una marea humana que cubría la carrera quinta y que colmó lo que se conoció como Plaza de la Constitución, para abrirle paso a los discursos de los líderes obre-ros[173]. La presencia de Gaitán que fue aplaudida por unos y reprochada por otros, dio al congreso una enorme visibilidad, que significó la adhesión de muchos sectores a su movimien-

to, como síntoma de una lucha que se estaba presentando en otros ámbitos del país.

Esta unión entre el gaitanismo y los sectores políticos obreros, no re-flejan sin embargo lo que fue esta relación a lo largo de tiempo. El 17 de abril de 1946 la CTC adhirió a la campaña de Gabriel Turbay. En esta decisión logró imponerse una alian-za entre liberales y el PSD (Partido Social Democrático, nombre que te-nía el PC en ese momento). Podría decirse que esta decisión marcó un punto en el cual tanto la CTC como los comunistas se alejaron de la po-sibilidad de consolidar sus mayorías en la creciente masa urbana (Medina, 1980). Lo cierto es que el respaldo de estos grupos fue total al proyecto tur-bayista, al punto que el presidente del PSD, Gilberto Vieira, dictó una con-ferencia como parte de la campaña electoral de Turbay, en la cual expresó que era imposible una unión con el candidato que “ha venido predicando los sistemas de Benito Mussolini”[174].

Las décadas de los años treinta y cuarenta fueron muy agitadas, el es-cenario de la política estaba cambian-do gracias al desarrollo industrial y el fuerte crecimiento poblacional en las ciudades. Las huelgas eran constantes y Cali, particularmente, contaba con una participación muy fuerte en la organización obrera. En este aspecto, la ciudad era una de las zonas líderes del país.

Uno de los principales actores de las protestas obreras en esta ciudad,

[171] El Crisol, febrero 19 de 1948: 1, 2.

[172] El Tiempo, diciembre 7 de 1947: 1, 7.

[173] El Crisol, diciembre 7 de 1947: 1.

[174] El Tiempo, abril 17 de 1946: 17.

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Ignacio Torres Giraldo, comenta como Cali era “base de primera en todo movimiento de masas en el país, pueblo libérrimo con dirigentes que surgen de su propia entraña y por consiguiente plaza de las izquierdas colombianas” (Torres Giraldo, 2004). Las razones son múltiples: la diversi-dad poblacional, el fuerte crecimiento urbano, la posibilidad de acceso a los medios masivos de comunicación que brindan las urbes en su momento y la posición estratégica que había ad-quirido la ciudad (entre otras), habían cambiado tanto su morfología como la de los habitantes, creando nuevos sujetos políticos, con nuevas formas de expresarse políticamente.

La calle como espacio de manifes-tación de las ideas, espacio de difusión y de exhibicionismo político, alcanzó su cénit con el gaitanismo, cohesio-nando gran parte de estas luchas. Como expresión política obrera, las huelgas jugaron un papel preponde-rante dentro de la dinámica de estos movimientos, vemos entonces como, desde los años veinte, se organizaron las agrupaciones obreras para realizar este tipo de actos.

Los primeros sindicatos de la ciu-dad fueron el de los ferroviarios y uno de obreros de la construcción: “Ala-rifes y Similares” (Torres Giraldo, 2004), esto como muestra de la inci-piente actividad económica de Cali. Mientras el aparato productivo se fue diversificando, en forma paralela fueron creciendo las agrupaciones de obreros. Los ferroviarios, desde en-

tonces, fueron la agrupación sindical más fuerte de la ciudad, y en el ámbito nacional Ferrovías fue la federación de la CTC (fundada en 1935 con el nombre Confederación Sindical de Colombia, CSC) con mayor fortale-za al lado de Fedenal y la Federación del Petróleo. Podemos observar como desde 1920 hasta 1945, los ferrovia-rios organizaron en la ciudad ocho huelgas (1920, 1921, 1925, 1926, 1933, 1934, 1936 y 1941), los secto-res de la construcción cuatro (1921, 1925, 1936 y 1937), los choferes dos (1933 y 1938), los trabajadores orga-nizados por oficios (zapateros, pana-deros, lavanderas, etc.) cinco (1924, 1926, 1934, 1943 y 1944), y los traba-jadores de la industria privada cinco (1920, 1924, 1935, 1936, 1937 con un día de apoyo con paro general en la ciudad y 1943) (Archila Neira, 1991).

Así pues, las agitaciones en la ciu-dad eran una constante dentro de la dinámica de los sectores sociales. Des-de las décadas previas vemos como los sectores obreros lograron unirse para apoyar un grupo específico, en un am-biente de suma solidaridad.

Aparecieron en la ciudad líderes po-líticos que contribuyeron a consolidar esta atmósfera. Tal es el caso de Ig-nacio Torres Giraldo y Julio Rincón, quienes se encargaban de organizar los diferentes grupos. Una de las más vi-sibles apariciones aconteció en el mes de mayo de 1924. Torres organizó a un grupo de trescientas lavanderas que se localizaban a orillas del río Cali, desde el barrio El Peñón hasta la calle veinte.

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Las mujeres iban a ser reubicadas hasta más abajo de esta calle, en un espacio donde el río no contaba con las condi-ciones propicias para su labor. Este mo-vimiento marcó un punto de referencia de las luchas populares en la ciudad, por la solidaridad que despertó y por constituirse en un hito de las luchas rei-vindicativas de las mujeres organizadas.

Por su parte, Rincón, líder comu-nista y quien fue el abanderado de la lucha por la vivienda popular urbana, fue el concejal que para 1944 organi-

zó el Paro Cívico de Cali por la na-cionalización de los servicios públi-cos, específicamente por la empresa de energía eléctrica municipal que en esos momentos se encontraba en ma-nos estadounidenses. Las cuatro se-manas previas al paro hubo un boicot al pago de las altas tarifas del servicio eléctrico, con un éxito rotundo, este paro consiguió que el Concejo Mu-nicipal acordara sustituir esta compa-ñía por una nueva compañía pública (Medina, 1980).

[Foto 01] Manifestación política en la plaza de Caicedo para Alfonso López Pumarejo. Fuente: Alberto Lenis Burchkardt (1905-2001). Negativo fotográfico 35 mm. Colección Banco de la República.

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Para los años 46 y 47 el crecimiento del movimiento sindical era significa-tivo. El ambiente de huelga era cons-tante y la posibilidad de presionar por este medio era una de las herramien-tas más efectivas con la que contaban los sectores obreros. Cali constituía uno de los mejores ejemplos de co-hesión de las agrupaciones sindicales, ya que mientras en el país la mayoría de sindicatos de industria privada no pertenecían a la CTC, en esta ciudad diez de los doce sindicatos de la in-dustria privada estaban afiliados a la central (Pécaut, 2001).

Se presentaron paros y huelgas de toda índole. Entre 1946 y 1947, los paros de transportadores fueron los más agitados que vivió la ciudad. El 20 de julio de 1946, mientras el go-bernador y el alcalde celebraban la fiesta nacional con un solemne acto en el paseo Bolívar, frente al batallón Pichincha, los transportadores entra-ron en huelga[175]. El paro que parecía fortalecerse con los días, fracasó por ser un movimiento impulsado por los principales transportadores, pero que no contaba con el apoyo de los cho-feres[176].

A inicios de septiembre, en una campaña contra la especulación y los altos precios de la canasta fami-liar, se presentaron fuertes protestas y durante todo el mes se efectuaron debates al respecto. Mientras Fenalco defendía el alto precio de algunos productos de primera necesidad culpando al Instituto Nacional de Abastecimiento (INA) de comprar y

sacar los productos del mercado lo-cal creando escasez, el gobierno na-cional enviaba delegados a solucionar la situación. El acuerdo llega con el compromiso del alcalde de tomar las medidas necesarias para que el costo de vida disminuya[177], sin embargo el debate continuó presentándose.

El 18 de octubre de 1946, el dia-rio El Tiempo de Bogotá registró con alarma que en el Valle del Cauca exis-tían 150 pliegos de peticiones. Los trabajadores vallecaucanos adopta-ron la costumbre de quejarse por sus condiciones laborales y el lunes 4 de noviembre estalló la huelga de chofe-res en la ciudad[178]. Esta vez conta-ron con un apoyo generalizado. Los apoyaron los ferroviarios, que entra-ron en huelga el 8 de noviembre. La magnitud de este movimiento se lo-gra entender en virtud de la reacción presidencial, cuya determinación fue declarar el estado de sitio en el depar-tamento y nombrar un gobernador militar para que supere la situación. Estas medidas extremas contribuye-ron a terminar el paro, pero las medi-das excepcionales continuaron hasta el día 16 de ese mes. El gobernador militar Francisco Tamayo entregó un parte de tranquilidad al presidente al mismo tiempo que su dimisión con el argumento de que restablecido el orden, un elemento civil debía con-tinuar la tarea. El gobierno nacional, preocupado por la situación en la que se encuentran la ciudad y el departa-mento decide dejar de manera tem-poral a Tamayo, quien toma posesión el 20 de noviembre.

[175] El Tiempo, julio 21 de 1946: 6.

[176] “El movimiento de la huelga no ha tenido respaldo en todos los asociados al gremio de choferes. Es más, muchos de ellos han protestado contra el absurdo paro que estimulan algunos extranjeros y varios nacionales movidos por una implacable codicia”. (Diario del pacífico, julio 22 de 1946)

[177] Relator, septiembre 12 de 1946: 1.

[178] Relator, noviembre 5 de 1946: 1.

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A pesar del ambiente favorable para la protesta social, la CTC había en-trado en una profunda crisis después de la campaña electoral de 1946, el apoyo a Turbay por parte de estos y el PSD, creó fracturas profundas dentro de esta organización y en la unión de estos dos (Pécaut, 2001).

Se presentó una desconexión en las masas. Mientras el grueso de la po-blación encontraba mayor simpatía con el proyecto político gaitanista, las directivas sindicales y comunistas se habían unido al bipartidismo tradi-cional y habían imposibilitado la vic-toria de un movimiento de popular. Esto le costó electoralmente al PSD, y frustró lo que parecía una carrera en ascenso del comunismo que en 1945 había logrado 27.600 votos en las elecciones legislativas y en 1947 alcanzó solo 11.500.

Mientras esto sucedía, Gaitán se iba convirtiendo en el jefe único del libe-ralismo, que parecía preparado para aglomerar en torno suyo a la masa urbana trabajadora que se encontra-ba descontenta con la inoperancia y las malas decisiones de la CTC y los comunistas.

El 13 de mayo de 1947 la CTC lan-za la huelga general. A pesar de con-tar con la participación de innumera-bles colectividades obreras, la huelga fue declarada ilegal y 1.500 sindica-listas fueron detenidos ese mismo día. No hay mejores palabras que las de Pécaut (2001) como sinopsis de lo acontecido en esta jornada: “Un capítulo se había terminado el 13 de mayo. De 1945 a 1947 los sindicatos habían hecho parte de un triángulo de fuerzas cuyos dos extremos esta-ban constituidos por la burguesía y

[Mapa 02] Espacios de activiadad política en Cali en la década de 1940

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el gaitanismo; habían introducido en ese marco claros intereses de clase, a menudo a pesar de sí mismos. Once meses antes del Bogotazo los sindica-tos habían ya perdido su capacidad de acción y su posibilidad de hacer valer una identidad política propia; de esta manera habían dejado a la burguesía y al gaitanismo frente a frente”, es decir, a los sectores sindicales no les

había quedado otra alternativa que inscribirse en la reconfiguración de campo social que había realizado el gaitanismo, y entrar en esta dicoto-mización, cuya fusión simbólica se concretó en el noveno congreso sin-dical que tuvo lugar en Cali, y donde Gaitán mostró su fortaleza política. En ese momento, Gaitán era el líder político más poderoso de Colombia.

El 9 de abril de 1948, mientras se di-rigía a almorzar, Jorge Eliécer Gaitán es impactado por cuatro tiros. Rápida-mente la multitud trastornada reaccio-na, llevando al agonizante líder a la Clí-nica Central y ajusticiando al presunto asesino en el mismo lugar del crimen, las calles de la ciudad de Bogotá. Unos minutos después, muere el líder políti-co más importante del país.

Gaitán era un hombre al que le gustaba caminar por las calles y estar cerca de la gente (Braun, 2008). Su asesinato tuvo la calle como escenario, como acontecimiento popular, como la llama que enarbolaría la multitud. Las voces de la calle fueron las vías de comunicación que precedieron al significado del “9 de Abril”. En Cali, la impactante noticia hizo que los pri-meros grupos de liberales se expandie-ran en conjunto por las calles y lugares importantes de la ciudad. Una fuerte lluvia se presentó en algunas zonas de la ciudad, conteniendo algunos de los impulsos iniciales[179].

Otro grupo de personas se reunió en la plaza de Caicedo, a las afueras del diario Relator, esperando tener noticias de la suerte de las revueltas en la capital bogotana, pero sobreto-do esperando la llegada de un líder que guiara las acciones de la multi-tud. Esta última condición nunca se iba a presentar, situación que explica lo dispersas y diversas de las acciones populares durante este día.

Los que pasaban entre las calles 11 y 13, ccompuesta en gran parte por ferreterías, detenían su marcha sola-mente para entrar a dichos locales, saquearlos y abastecerse de cualquier clase de herramientas que les sirvie-ran para su furioso cometido (Charry, 2006). Los fuertes desórdenes públi-cos impulsaron a muchas personas a efectuar saqueos excusándose en la ira general, correspondiendo a necesi-dades insatisfechas. Eso, por supues-to, contribuyó al caos y transfiguró el significado real y natural de la inicial cólera gaitanista. La turba irascible, [179] El Crisol, abril 15

de 1948.

El 9 de abril en Cali

Historia de Cali, siglo XX // Política

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aprovisionada de todo tipo de objetos contundentes, se dirigió a los órganos políticos para emprender sus acciones, especialmente a las instalaciones del gobernador Colmenares, quien, pre-viendo la situación dramática, ya había salido de sus oficinas junto con su gru-po de trabajo hacia la base de la Terce-ra Brigada, comandada entonces por el coronel Gustavo Rojas Pinilla[180].

De esta forma, al llegar y encon-trarse con unas solitarias instalacio-nes, la masa populosa emprendió su camino hacia otros referentes de im-portancia: emisoras de radio, prensa y las centrales telefónicas, entre otros. En el Ferrocarril del Pacífico diferen-tes empleados contribuyeron el vol-camiento de locomotoras, así como a la destrucción de varios tramos de la vía férrea.

La Radiodifusora Nacional en Bo-gotá fue tomada, y desde ese medio se especulaba sobre lo que estaba suce-diendo en el poder central. Por todo el país se difundió una versión de la realidad que motivó a los diferentes sectores a salir a la calle. Desde estos micrófonos se decía:

Por motivos de la irreparable desapa-rición del más ilustre hombre de Co-lombia, doctor Jorge Eliécer Gaitán, debe desencadenarse una revolución sin par en la historia del país. Aquí nos apoderamos de La Radiodifusora Nacional y de los principales sectores del gobierno, un enorme pelotón de la policía y el ejército nos custodian, apodérense del gobierno sin temor, para derrocar este infame gobierno, apodérense del poder. Viva el partido liberal, ¡a la carga![181].

Sin lugar a dudas fue a través de la radio que se estimularon en ma-yor medida los acontecimientos de esa tarde. Los gaitanistas de todo el país se tomaron las estaciones de radio, y con voz de indignación, tris-teza y resentimiento daban la noticia de la muerte del caudillo del pueblo. La Voz del Valle fue tomada por los gaitanistas, convirtiéndose en uno de los principales medios de agitación, al igual que una serie de emisoras clan-destinas que solo pudieron ser neu-tralizadas en los días siguientes.

Los principales disturbios de ese día se presentaron en los alrededores del Diario del Pacífico[182], el matutino de talante conservador sufrió el inten-so ataque por parte de las fracciones liberales hasta las primeras horas del sábado. Estos choques tuvieron un lamentable desenlace al ser repelidos por los escuadrones del ejército y la policía, apostados en las instalaciones del periódico. La fuerza del ataque a las instalaciones del diario se explica en que este era el espacio conserva-dor por excelencia, que personificaba el conservatismo de la región.

Ya a las cinco de la tarde, el lugar se encontraba totalmente acordona-do por agentes de la fuerza pública, y a su vez rodeado de miles de ma-nifestantes, que se reunieron a atacar a quienes consideraban “asesinos de su líder”. En este lugar se presenta-ron varias escaramuzas, en las que los manifestantes enardecidos in-tentaron llegar a las instalaciones del diario rompiendo las barreras del

[180] Relator, abril 12 de 1948: 1.

[181] RADIO NACIONAL DE COLOMBIA. Radio nacional de Colombia 70 años. Archivo de audio disponible en: http://www.radionacionaldecolombia.gov.co/index.php/radio-nacional-de-colombia-70-anos.html.

[182] El Crisol, abril de 1948: 1, 8.

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ejército. Armados con machetes, pei-nillas, achuelas y algunas armas de fuego, alcanzaron a lanzar bombas incendiarias en los techos de las casas aledañas, además de provocar una ex-plosión con dinamita que se presentó en las instalaciones de una modiste-ría ubicada contigua a las instalacio-nes del diario. Este encuentro entre los manifestantes y las fuerzas de la autoridad dejó cifras macabras: 11 muertos y más de 100 heridos; estos últimos a bala quienes posteriormen-te serían atendidos en su mayoría en el Hospital San Juan de Dios[183]. De esta manera, las tropas al mando del coronel Rojas Pinilla restablecieron la “normalidad oficial”.

La lucha en el poderHoras antes de lo sucedido en La

Voz del Valle, una pequeña fracción del liberalismo, compuesta por segui-dores del caudillo, llegaron al inmue-ble de la Gobernación para destituir al actual representante, Oscar Col-menares, y también para designar un nuevo gobernador, de rasgos gaita-nistas. Esta iniciativa fue calcada en los diferentes municipios del Valle por las colectividades liberales más sanguíneas, fundadoras de las llama-das Juntas Revolucionarias[184].

La “Junta Revolucionaria” de Cali se conformó en horas de la noche, previa a la toma de la gobernación. Se dispuso como alcalde de Cali al gaitanista Humberto Jordán Ma-zuera, quien se dirigió por radio a la población[185]. No obstante, la even-tual toma en San Francisco sólo se

extendió por unas horas y se disolvió cuando el ejército tomó posesión del inmueble. Humberto Jordán, fue de-tenido y recluido en el cuartel de la Plaza de Armas de la avenida Bolí-var[186]. Tres días después, junto con los principales líderes de la revuelta, sería trasladado a la ciudad de Pasto.

En Bogotá, mientras tanto, se se-llaba el acuerdo entre las líneas libe-rales y conservadoras para revivir el gobierno de Unidad Nacional, una estrategia que buscaba darle estabili-dad al régimen de Mariano Ospina Pérez. El principal representante del liberalismo en ese gobierno biparti-dista sería Darío Echandía. Sin em-bargo, muchos fueron los que no se integraron a ese pacto bilateral, prin-cipalmente los miembros de las alas más radicales de cada partido: la de-recha conservadora y la facción gai-tanista incrustada en el bando liberal. Ese desacuerdo provocó el alejamien-to para unos, y para otros significó la constitución de una lucha que se de-sarrolló en los años posteriores.

Los disturbios en la ciudad de Cali concluyeron sin el saldo tan desola-dor que se presentó en Bogotá, en términos de pérdidas humanas y de destrucción urbana. Cali, siendo uno de los principales fortines gaitanis-tas, no vivió un enfrentamiento de las magnitudes del capitalino. Esto puede explicarse por dos factores: la lluvia, que sirvió para contener la furia de los manifestantes y la poste-rior reacción oficial, desplegada por el comandante de la Tercera Brigada,

[183] El Crisol, abril 15 de 1948: 8.

[184] Editorial del día 13 de abril de Relator. Relator, abril 13 de 1948: 4.

[185] Relator, abril 12 de 1948: 6.

[186] El Crisol, abril 15 de 1948: 8.

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Gustavo Rojas Pinilla. Esta reacción, fue destacada por el presidente Ospi-na Pérez (Galvis & Donadio, 1988), y sirvió para impulsar su carrera del militar, pues luego de su labor en Cali fue nombrado comandante del Ejér-cito Nacional en 1949.

El principal blanco de la reac-ción oficial fueron los comunistas. Estos encabezaron gran parte de las manifestaciones que se realiza-ron ese día y los días posteriores, fue el grupo que apoyó la revuelta de manera más abierta. El 11 de abril, la dirección local del Partido Comunista organizó en Cali una actividad en la cual se hacía un lla-mamiento a la población, pidien-do la “acción entusiasta del pueblo, una violencia organizada de masas, para acabar de romper y aplastar este régimen de ignominia”[187]. Los medios liberales y conservadores aprovecharon este decidido apoyo

para “demostrar” como los sucesos del 9 de abril habían sido ejecu-tados por los comunistas. Años más tarde, tras la ruptura defini-tiva con los liberales, el presidente Mariano Ospina confesaría que culpó a los comunistas, como una manera de eximir de responsabili-dad a los liberales[188], y así poder conformar un gobierno de coali-ción bipartidista.

Síntomas de la desarticulación del gaitanismo

La reacción de los liberales en contra de los conservadores fue la principal muestra de que el gaitanismo había quedado desarticulado con la muer-te de su líder. El liberalismo atacaba al conservatismo, como una reacción primaria que responde a una forma-ción política, que durante décadas se inyectó en el imaginario colectivo, y que ahora estaba siendo estimulada por la creciente oleada de violencia.

[187] Relator, abril 12 de 1948: 6.

[188] “frente a la magnitud de tales hechos, que por sus mismas proporciones excedía a cuanto era dable suponer en nuestro medio, y contrariaba en gran manera la índole y las costumbres nacionales, imputé al comunismo internacional las causas de aquellas escenas deplorables. Trataba como colombiano vindicar al liberalismo de toda responsabilidad en la ejecución de esos sucesos. No me resignaba fácilmente a creer que uno de nuestros más grandes y gloriosos partidos históricos estuviera vinculado, siquiera un instante, a ese capítulo de desolación y vergüenza”, Mariano Ospina Perez. (Ospina Pérez, 1950: 36,37) [Foto 02] Calle 12, una de las zonas con mayor actividad comercial de la ciudad. Fuente: Archivo histórico

Daguer, José Luis Zorrilla e hijos.

VIDA PÚBLICA ANTES Y DESPUÉS DEL ASESINATO DE JORGE ELIÉCER GAITÁN

212

No se puede decir que el 9 de abril de 1948, representó para la dinámica del país la génesis del fenómeno de La Violencia, el propio Jorge Elié-cer Gaitán alcanzó a liderar las más emotivas manifestaciones en contra de este. Pero a partir de la muerte del líder político, el país entró en una ló-gica que pareciera tener como único final posible, el desencadenamiento de la más devastadora barbarie.

La insurrección del pueblo no ha-bía sido oída por los principales líde-res liberales, quizás por el temor de asumir el costo de lo que implicaría subir al poder en manos de una re-volución popular[189]. El pacto con el gobierno conservador de Ospina Pé-rez, terminó siendo de una exclusiva naturaleza burocrática, y las cabezas del liberalismo terminaron siendo parte del gobierno que lideró la arre-metida violenta contra el pueblo libe-ral, en los días de mayor inanición de ese movimiento.

El 9 de abril se convirtió en el prin-cipal referente para el discurso de la prensa nacional. La prensa conser-vadora, herida y temerosa, comenzó a estimular rechazo en contra del liberalismo, ya que había sido esta una de las principales receptoras de los ataques. La prensa liberal, por su parte, denunciaba la incesante ma-tanza de liberales en las diferentes poblaciones del país., tácitamente, o en algunas ocasiones de manera ex-plícita, culpando a los conservadores de los diferentes hechos de violencia. El estado se sitio que decretó el go-bierno de Ospina Pérez se extendería hasta el 17 de diciembre de 1948. Las principales medidas que implantó el gobernador Colmenares con las atri-buciones que le entregaba el gobierno central, se centraron en contener las aglomeraciones públicas y en contro-lar lo que se dijese en la prensa[190].

El decreto de la gobernación pro-hibió en todos los municipios del departamento las reuniones de más

[189] Afirmación hecha por el jefe del partido comunista de ese momento, Gilberto Vieira.(Medina, 1980).

[190] El Crisol, abril 15 de 1948: 1.

La ciudad después del 9 de abril

Esta decimonónica cultura política encontró una pausa con la irrupción del gaitanismo como fenómeno popu-lista. Con la muerte de Gaitán, la tra-dición bipartidista vuelve a imponerse.

La muerte de Gaitán tuvo como consecuencia inmediata, la ausencia de un líder político que dirigiera la insurrección, y expresó de forma clara como el gaitanismo, y su proceso de formación popular, carecían de líde-

res alternativos capaces de ocupar el lugar del caudillo asesinado. La for-taleza de Gaitán era la capacidad de aglutinar los más diversos sectores en torno de su figura, esto lo convertía en la esencia de su movimiento. Así como el auge de este líder trajo cam-bios sustanciales en la vida política nacional, este deceso va representar otro punto de inflexión para la recon-figuración del campo político.

Historia de Cali, siglo XX // Política

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de tres personas, así como cualquier tipo de manifestación popular; ocupó todas las radiodifusoras del departa-mento, y designó censores a cada uno de los medios de prensa escrita.

Esta censura duró muy pocos días, el 22 de abril el departamento tuvo un nuevo gobernador. Una vez con-trolada la situación, el gobierno de coalición nombró como mandatario de los vallecaucanos a Francisco Ela-dio Ramírez, un reconocido liberal de la ciudad, situación que apaciguaría los ánimos políticos. El prolongado estado de sitio alteraría en gran me-dida las costumbres de los caleños, que venían de acentuar durante los últimos años su vida cotidiana y polí-tica en la calle.

La vida pública de los caleños se centró fundamentalmente en los ac-tos religiosos y deportivos. Los espa-cios de expresión popular en las ca-lles, quedaban reducidos a los rituales que las iglesias realizaban, procesio-nes en los barrios, fiestas religiosas y misas. Algunos de estos actos fueron de gran trascendencia para los habi-tantes de la ciudad, como lo fue por ejemplo la inauguración de las Tres Cruces el domingo 16 de mayo de 1948, un monumento que se consti-tuiría en uno de los iconos más im-portantes de la ciudad.

La noche del sábado 15 de mayo, las militarizadas calles de la ciudad de Cali interrumpían por un momento su tensión para presenciar un espec-táculo de juegos pirotécnicos que se realizaba en el cerro. “Ya no son cru-

ces de guadua las que cuidan nuestra ciudad”, decía José Gers en su habi-tual columna de Relator[191], eran tres cruces de concreto a las que los ca-leños se dirigieron el domingo para presenciar su inauguración, este acto de inspiración religiosa, se convirtió en un espacio lúdico al cual asistieron innumerables personas[192]. El ob-jetivo principal de la curia era crear un espacio de peregrinación religio-sa para la ciudad[193], sin embargo, teniendo en cuenta las condiciones del cerro, este lugar fue mucho más propicio para la actividad deportiva y lúdica.

En enero de 1949 la ciudad reali-zaría el principal evento religioso del año en el país, El Congreso Eucarís-tico Bolivariano. Este evento, además de dejar en la ciudad un importante referente arquitectónico (El Tem-plete), sirvió para el desarrolló de la avenida Roosevelt desde la carrera 15 (hoy calle 5) hasta las inmediaciones del hipódromo (hoy canchas pana-mericanas), lugar donde se construyó el Templete. El Congreso Eucarístico se desarrolló durante cinco días (en-tre el 26 y el 30 de enero), y contó entre sus más emotivas actividades con la realización de una marcha de antorchas a través de la nueva avenida Roosevelt[194], que congregó a la ma-yoría de los caleños.

Uno de los hechos que agrega un nuevo ritual dentro de la cotidiani-dad de los caleños es el nacimiento del campeonato nacional de futbol en agosto 15 de 1948. El fútbol, princi-

[191] Relator, mayo 15 de 1948: 5.

[192] Relator, mayo 17 de 1948: 1, 7.

[193] Relator, mayo 12 de 1948: 6.

[194] El Tiempo, enero 30 de 1949: 1.

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pal deporte de masas, había logrado consolidar un espacio regular en la vida de los colombianos. Desde este momento comienzan a nacer en los diarios locales las secciones de depor-tes, que se empiezan a consolidar con la existencia una práctica deportiva oficial. El deporte se convertía así en el principal refugio de la prensa cuan-do llegaba la censura.

El nacimiento del campeonato na-cional de fútbol estuvo impulsado por la huelga de futbolistas que se esta-ba desarrollando en Argentina. Con muy poco tiempo de creación la liga colombiana se convirtió en la princi-pal receptora de los mejores jugado-res del hemisferio sur, algunos de es-tos se encontraban para ese momento entre los mejores del mundo. Esta si-tuación despertó un fuerte interés de los fanáticos, que esperaban la llegada del domingo para abarrotar el estadio sanfernandino. Estos eventos públi-cos a pesar de contar con una gran concurrencia, acumulaban una gran carga de tensión.

Por otra parte, las actividades de-sarrolladas en espacios cerrados con-taron con un incremento conside-rable, en los diarios locales los actos realizados en clubes son reseñados con mayor frecuencia. Asimismo, se observa un considerable incremento en la oferta audiovisual de la ciudad, muchos teatros ampliaron sus jorna-das, y se crean nuevas salas de cine, como son el caso del teatro Ayacu-cho, que se ubicó en uno de los sec-tores más densamente poblados de la

ciudad[195], calle 16 entre carreras 10 y 11, y el teatro Aristi, el más lujo-so y completo de Cali construido por Adolfo Aristizábal, uno de los co-merciantes más exitosos de la ciudad.

También se presentó un notorio incremento en la actividad desarro-llada en los cafés, esto se percibe en la cantidad de incidentes que se co-menzaron a reportar en estos espa-cios. No siendo ajenos a la dinámica política, éstos fueron receptores de la incursión de la violencia en la ciudad. Vemos como en los principales cafés de la ciudad, incursionaban grupos de pistoleros que descargaban ráfagas sobre las personas que se encontraran en esos espacios[196]. Estos hechos se presentaron principalmente en los cafés de la calle 12, los más concurri-dos de la ciudad.

Crecimiento urbano y la lucha por la vivienda popular

Como hemos visto, este periodo de tiempo (1945-1950) se ve inscrito en un amplio proceso de crecimien-to poblacional y urbano. Después de 1948, muchos de los problemas que se originaron con este proceso de urbanización acelerado, siguieron incrementándose, son continuas las quejas por los accidentes de tránsi-to y la inseguridad en la ciudad. En la seguridad se vivió un proceso de agudización de la delincuencia. La ciudadanía veía como se presentaban una gran y diversa cantidad de situa-ciones de inseguridad, en el centro, en la plaza de mercado y en los diferen-tes barrios[197].

[195] El Crisol, abril 17 de 1949: 4.

[196] Relator, octubre 20 de 1949: 1.

[197] El Crisol, junio 16 de 1949: 1.

Historia de Cali, siglo XX // Política

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Los procesos de transformación urbana y poblacional, obedecen a ló-gicas de mutación de las estructuras económicas, de diversificación del sistema productivo, que se acelera con la agudización de la violencia. Sin embargo, subyacían procesos po-líticos en la ciudad por la lucha de la tierra, una lucha que había sido li-derada por el reconocido comunista Julio Rincón, y por el liberal Alfonso Barberena, reconocidos además por la exitosa campaña de municipaliza-ción de la empresa de energía.

Estos políticos lideraron actos de invasión en terrenos ejidales. Hasta el momento, las zonas para la urbaniza-ción popular representaban las peores tierras, las laderas, las zonas inundables. Esto se presentaba por la difícil situa-ción jurídica de muchas de las zonas de la ciudad. En 1948, este proceso dio un giro significativo con la aprobación de la Ley 41, también conocida como la “Ley Barberena”[198], la cual autorizaba la entrega de predios ejidales a las per-sonas más pobres de la ciudad, facili-tándoles jurídicamente su adquisición. Esta ley va a convertir a la ciudad en un lugar propicio para la recepción de quienes huían de La Violencia en las diferentes zonas rurales del Valle del Cauca y los departamentos aledaños. La invasión de terrenos era una activi-dad recurrente y previa a la Ley Bar-berena, sin embargo, la acción policial impedía en muchos lugares que estos barrios irregulares prosperaran[199].

Una vez aprobada la Ley, estos ac-tos se convirtieron en una situación

recurrente[200], así como la adjudica-ción de tierras por parte del perso-nero municipal, que se facilitó por las disposiciones de esta ordenan-za[201]. Nacen así barrios de invasión en terrenos ejidos, tales como: Igna-cio Rengifo (1948), Olaya Herrera (1948), Popular (1948), Guillermo Valencia (1949) y Bolivariano (1949) (Vásquez Benitez, 2001).

Esta situación derivó en un des-ordenado crecimiento de la ciudad, debido a la acelerada proliferación de este tipo de barrios, además de la poca planificación que tenían las autorida-des locales al respecto de los barrios populares, la adjudicación de tierras surgía de la desordenada acción po-pular, o de los intereses clientelistas de los políticos locales. Pero eran una muestra de que la movilización po-lítica en la ciudad, a pesar de las cir-cunstancias, continúo ejerciéndose.

La movilización políticaLa división de la sociedad entre li-

berales y conservadores es perceptible desde la primer reacción popular tras la muerte de Gaitán, y es más clara aún, cuando el día de su entierro, el 20 de abril, Carlos Lleras Restrepo uno de sus más duros contradictores dentro del partido liberal, asume las banderas gaitanistas en su nombre, y se convierte en el director nacional del partido siendo aclamado por la multitud liberal. Desde este momen-to, las prácticas políticas van a tomar características muy diferentes a las que habían tenido durante el mo-mento de mayor auge de Gaitán.

[198] El texto completo de esta ley, aparece publicado en 1949 en el diario El Crisol. El Crisol, junio 9 de 1949: 6.

[199] Uno de los intentos frustrados, fue el de unas doscientas personas que intentaron formar un barrio irregular en una propiedad del municipio, ubicada en el corregimiento de Meléndez, a inmediaciones del Club Campestre. Rápidamente estas casas fueron levantadas por la policía. Relator, junio 23 de 1946: 7.

[200] “Son varias las invasiones las que se han llevado a cabo en terrenos ejidos del municipio de Cali. El pueblo necesitado de vivienda a penetrado a distintas zonas.[…] En esta semana varias agrupaciones asociadas a grupos pro-vivienda, efectuaron una invasión a terrenos que poseen los señores Joaquín Caldas Luna, Fabio Yanguas, Hernando Caicedo y otros terratenientes”. El Crisol, junio 17 de 1949: 1.

[201] El Crisol, julio 10 de 1949: 1.

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Gaitán fue el principal mediador entre la ideología política y las mul-titudes, los gaitanistas se constituye-ron como un sujeto político, que co-hesionó y potenció la mayoría de las luchas sociales que se presentaban en el país. Entre 1946 y 1948, la CTC, el Partido Comunista y los gaitanis-tas, lograron convertirse en una fuer-za poderosa, que causaba constante inquietud fundamentalmente en el Valle del Cauca, donde la reacción oficial siempre fue contundente.

La movilización sindical que había sido el principal protagonista popular en años previos, todavía estaba inscri-ta en el esquema liberal de relación con el Estado. Una relación que ini-ció con el gobierno de López Puma-rejo, que fortaleció el sindicalismo de la CTC. Esta relación de mutua co-laboración, le permitió al Estado im-pulsar proyectos modernizadores y a las agrupaciones sindicales conseguir un marco jurídico que sirviera en su formación y funcionamiento (Archila Neira, 1991). El gobierno de Lleras Camargo, en su tramo final, contri-buyó sorpresivamente a la unificación sindical, prohibiendo el paralelismo. Sin embargo, los sindicatos tenían que luchar internamente por la uni-ficación, más allá de las medidas esta-tales, como lo demostró el fracaso de los paros generales de mayo de 1947 y de abril de 1948.

En septiembre de 1949 el gobierno daría un duro golpe a la unidad sin-dical, derogando varios artículos del decreto que prohibía el paralelismo

sindical. Esto significó el reconoci-miento jurídico de la UTC, un sindi-cato promovido desde el gobierno y los sectores industriales. Por su parte la CTC, terminaría mucho más liga-da al partido liberal, el viraje de las masas a la izquierda, y su tendencia a la movilización, fueron contenidos por la represión oficial desatada.

El ambiente en Cali contaba con mucha tensión debido al crecimien-to acelerado de los asesinatos con motivaciones políticas, además de la continua presencia del ejército en las calles de la ciudad. Constantemente los ciudadanos se quejaban por la cre-ciente zozobra[202], que estaba obli-gándolos a refugiarse en sus hogares una vez entrada la noche.

Cabe anotar que las huelgas dis-minuyeron considerablemente, en la medida que iba avanzando el gobier-no conservador. Dentro de las movi-lizaciones en la ciudad se destacó la huelga de La Garantía en febrero de 1949. En esta huelga, podemos ob-servar cómo el radicalismo de las rei-vindicaciones es preeminente al nú-mero de movilizaciones. En este caso la huelga es rápidamente declarada ilegal por el gobierno[203], sin embar-go días después los diarios reseñan como el conflicto se ha resuelto favo-rablemente a los trabajadores, con el aumento salarial que solicitaban[204].

La mayor cantidad de manifesta-ciones urbanas lograban ser conte-nidas por las medidas oficiales. Las manifestaciones del día del trabajo eran frustradas por la expedición de

[202] Relator, octubre 20 de 1949: 1.

[203] El Tiempo, febrero 18 de 1949: 6.

[204] El Tiempo, febrero 18 de 1949: 6.

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decretos en los días previos[205]. No obstante, había un momento simbó-lico en el cual el pueblo se congregaba a pesar de cualquier circunstancia, el 9 de abril y las conmemoraciones de la muerte de Gaitán.

La conmemoración del primer año en la ciudad fue la expresión de la frustración acumulada un año des-pués de la muerte del caudillo. Desde horas de la tarde la ciudad entraba en un ambiente especial, las banderas li-berales se colgaban en las residencias de los militantes, y las congregaciones se realizaban, como era costumbre en momentos en los cuales Gaitán es-taba vivo, en el tradicional sitio El Crucero[206]. El evento en la Plaza de Caicedo se enfocó en una manifesta-ción por la paz del país, con oraciones y actos simbólicos en este sentido[207]. El discurso liberal había vuelto a los caminos en los cuales se construía identidad a través de la conmemora-ción del pasado, del recuerdo de las viejas glorias, pero ahora con un nue-vo mártir, que iba ser durante mucho tiempo el principal referente. Esta fue la manifestación más nutrida del país, al punto que la edición nacional de El Tiempo, tuvo en su portada una foto de la imponente movilización en Cali. La manifestación se disol-vió luego de que se desencadenara un poderoso aguacero.

A pesar las difíciles condiciones para expresarse, los sectores popula-res no dejaron de hacer presencia pú-blica. Durante este tiempo hubo una disminución considerable en la pro-

testa social (Archila Neira, 1995), sin embargo esta no desapareció, tenien-do en cuenta la fuerza que habían acumulado sectores como las centra-les obreras durante los últimos años.

La ciudad de Cali, y el departa-mento del Valle del Cauca, se desta-caban en el país por la constancia y radicalidad de la protesta social. He-mos visto como esto despertó siem-pre una vehemente reacción oficial. El 1 de septiembre de 1949 se convo-có a los grupos obreros y sindicales de la ciudad para una manifestación[208], esta se desarrollaría desde los parques Eloy Alfaro (barrio Obrero) y San Nicolás[209], para dirigirse a la gober-nación, lugar donde se culminaría el acto con sendos discursos políticos, a favor de un proyecto de ley que bus-caba fortalecer los grupos sindicales, además de hacer una petición por la paz. Sin embargo, esta manifestación fue disuelta por el ejército.

La situación no disminuyó el im-pulso. Una semana después, el 7 de septiembre, en el recinto de la Cáma-ra de Representantes, es asesinado a bala Gustavo Jiménez representante liberal[210]. Se convocó a la comuni-dad para una manifestación a “favor de la paz”, para el sábado 10 de sep-tiembre[211]. En el ya acostumbrado El Crucero se esperaría la llegada de los políticos liberales Carlos H. Pa-reja, Diego Montaño, Pedro Nel Ji-ménez, el ex capitán José Phillips[212], y el principal abanderado del gaita-nismo en la ciudad, el representante a la cámara Hernán Isaías Ibarra. Pero

[205] “El gobierno nacional, con el objetivo de garantizar el orden público en el país, expidió ayer el decreto número 1219, por medio del cual quedan prohibidas todas las manifestaciones públicas en el territorio del país a partir del 30 de abril hasta el 2 de mayo”. El Tiempo, abril 29 de 1949: 1.

[206] El Crisol, abril 10 de 1949: 1.

[207] El Tiempo, abril 10 de 1949: 1.

[208] El Crisol, agosto 30 de 1949: 1.

[209] El Crisol, septiembre 1 de 1949: 1.

[210] El Tiempo, septiembre 8 de 1949: 1, 17.

[211] El Crisol, septiembre 8 de 1949: 1.

[212] Uno de los pocos casos de sublevación dentro del ejército de Colombia a lo largo de su historia fue el caso del capitán José Phillips, quien manifestó simpatías con la insurrección del 9 de abril. (Pizarro Leongómez, 1987)

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esta vez fueron grupos conservadores quienes atacaron[213].

En medio de este ambiente de reorganización liberal, el 8 de octubre de 1949 fue nombrado gobernador el conservador Nicolás Borrero Olano, gerente del Diario del Pacífico. Para la comunidad caleña, eran ya conocidas las posturas radicales de la familia Borrero Olano, las cuales se habían exacerbado con los sucesos del 9 de abril en la ciudad.

A pesar de que el ambiente contaba con cierto grado de perturbación, pa-recía que la movilización liberal estu-viese tomando un nuevo impulso, el telón de fondo eran los innumerables asesinatos con tintes políticos que se estaban presentando en la ciudad y las poblaciones aledañas. El 20 de octubre los diarios reseñaban las in-cursiones violentas de un grupo de hombres armados, que entraron dis-parando a diferentes cafés de la ciu-dad al medio día[214].

Para el 22 de octubre se citó a todos los liberales de la ciudad a una confe-rencia, en la cual iba a participar el re-presentante Hernán Isaías Ibarra. La cita se iba a llevar a cabo en la casa liberal gaitanista, que se encontraba ubicada en la calle 15 entre carreras 3 y 4. Desde horas de la tarde fue anunciada la reunión, y a las siete de la noche se dio inicio a los discursos, con una cantidad de público muy in-ferior a la habitual, minutos después tanto los asistentes como la ciudad, vivirían la contundente expresión del fenómeno de La Violencia.

La masacre de la Casa Liberal

En comparación con la policía, el ejército era una institución que con-taba con mayor credibilidad en la po-blación. Esto obedece a la naturaleza orgánica de estas entidades, situación que advierte el mismo general Rojas Pinilla: “en ese entonces, la Policía no dependía del ministro de Guerra (como si lo hacía el ejército); la po-licía recibía órdenes del ministro de Gobierno, y en los departamentos, de los gobernadores, y en los municipios, de los alcaldes. De ahí que se hubiera formado la policía política: La ‘po-pol’, los ‘chulavitas’” (Pizarro Leon-gómez, 1987).

El funcionamiento de la policía se había curtido de clientelismo. Así como vimos una activa participación de la entidad en mención en la in-surrección del 9 de abril, posterior a esto, sufrió un proceso de conservati-zación evidente, sumando en sus filas los elementos conservadores más sec-tarios, que además servían en el adoc-trinamiento forzado de la sociedad, a merced de los gamonales regionales. Este funcionamiento tiene su génesis en el esquema clientelista utilizado para incorporar a los miembros de la policía y ante todo su alta politiza-ción partidista durante la República Liberal. Años después, con la llegada del partido conservador al poder, este contó con una herramienta para di-solver la mayoría electoral liberal en su momento de mayor movilización.

La participación de la policía en la masacre fue uno de los aspectos en los

[213] El Crisol, septiembre 13 de 1949: 1, 5.

[214] Relator, octubre 20 de 1949: 1.

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cuales coincidieron todos los sobre-vivientes. La vinculación también se puede intuir por la actitud de los con-servadores, particularmente del gober-nador del departamento, quien justifi-có el acto por una supuesta agresión a los cuarteles del detectivismo.

Una vez iniciados los discursos, a las siete de la noche, el acto se detuvo en constantes ocasiones por el soni-do de algunas descargas de bala que se escuchaban en las cercanías de la casa[215]. El discurso de Hernán Isaías Ibarra, era el tercero y último de la programación (precedido por Jorge Medina y Alfredo Jaramillo Uribe) y se inició con una advertencia por parte de Ibarra de que iba a ser breve en su intervención, para que los asis-tentes pudieran regresar a sus hogares con tranquilidad, teniendo en cuen-ta el ambiente que se estaba vivien-do en la capital vallecaucana. Como otro elemento dramático, uno de los asistentes al evento aseguró tener in-formaciones confiables de que la po-licía quería atentar contra la vida de Ibarra, y que probablemente lo harían esa noche[216].

Después de un rato de liviana tranquilidad, otro montón de dis-paros se escuchó frente a la casa. En esos momentos se consideró sus-pender la reunión, por lo que el se-ñor Luis F. Roy salió a observar de donde provenían las ráfagas. Roy se constituyó en la primera víctima, al ser recibido por una descarga de ba-las[217]. Inmediatamente el pánico se tomó a quienes se hallaban dentro

de la casa. En su esfuerzo de salir por la única puerta con la que con-taba el lugar, no tuvieron en cuen-ta que los ejecutores de la masacre estaban preparados para recibirlos. Sin más opciones para escabullirse, muchos de los asistentes saltaban por el tejado hacia la calle, donde fueron baleados por otros tirado-res que se encontraban estratégica-mente d i spues tos . La tota l i -dad de las víctimas se encontraban en la reunión liberal, y la mayoría de los cuerpos quedaron dentro de la casa y sobre la calle 15. El saldo de estos hechos fue de 22 muertos y unos 90 heridos[218].

El diario El Tiempo editorializaba el lunes:

No a habido en la vida política de Colombia un asesinato colectivo de características más bárbaras del que se ha cumplido en Cali. Es verdad que en Manizales y Pereira se ensa-yaron trágicamente estos métodos y que en Boyacá y en Santander y en Bolívar y en otros departamentos, las armas oficiales han disparado sobre el pueblo con su lúgubre consecuen-cia de muerte. Pero lo de Cali supera todo lo realizado[219].

Por su parte, el Diario del Pacífico titularía el lunes 24 de octubre en su primera página: “Hubo un combate entre grupos subversivos y la autori-dad”. Dedicándose a hacer un listado de situaciones que justificarían el hecho perpetrado por parte de la “autoridad”. Adicionalmente, el diario entregó una versión de los hechos en la que se afir-maba que las agresiones se presentaron en contra del cuartel de detectivismo,

[215] “15 minutos antes de la masacre, habían numerosos ciudadanos recogidos como de costumbre en el café ‘El Globo’, situado en la calle 12 entre carreras tercera y cuarta”. Relator, octubre 24 de 1949: 6.

[216] Relator, octubre 24 de 1949: 6.

[217] Relator, octubre 24 de 1949: 1.

[218] El Tiempo, octubre 24 de 1949: 1.

[219] El Tiempo, octubre 24 de 1949: 4.

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desde el cual, según ellos, las fuerzas del orden reaccionaron, “dejando el lamen-table saldo de víctimas”.

Ante esta versión de los hechos, Relator expuso lo siguiente: “todos los impactos de bala, aparecen sobre las paredes de las casas adyacentes a la casa liberal,[…] la ciudadanía puede constatar objetivamente, que no exis-te un solo impacto en las paredes de las casas vecinas al local del detecti-vismo”[220]. Adicional a esto el perió-dico presentó la lista oficial del lugar donde quedaron ubicados los cuer-pos, mostrando como la mayoría de estos se encontraron dentro de la casa y los restantes en la calle sobre la cual se ubicaba el local del liberalismo, así como los testimonios de cada uno de los heridos.

Este capítulo de la historia de la ciudad, se constituye como uno de los más sangrientos, además de ser la principal muestra del sectarismo polí-tico que vivía la sociedad colombiana por esos días. La Violencia, en todas sus expresiones, polarizó con mayor nitidez la cultura política del país, en-frentando la población en torno de los dos proyectos políticos tradicionales.

La prensa local y la dinámica de la violencia

Las posturas de la prensa no siem-pre fueron las mismas. Inmediata-mente después de la muerte de Gaitán Relator, El Crisol y Diario del Pacífico, alinearon sus posiciones para manifes-tar su rechazo a la insurrección. Cla-ra Inés Suárez de Zawadsky titulaba su columna del 12 de abril de 1948,

“La patria por encima de los partidos”, para justificar el vehemente respaldo de Relator al gobierno conservador. El liberalismo oficialista que anhelaba “volver al verdadero liberalismo”[221], y que veía como la aparición de Gai-tán en el liberalismo desencadenó “la peor página de nuestra historia”, esta-ba aparentemente muy cómodo con la restauración de la “unión nacional”, y la repartición de los dos partidos tra-dicionales de la burocracia en el país. Decía Relator en su editorial en mayo 4 de 1948, “El 9 de abril es la culmina-ción de esa política nefasta de los sec-tores engangrenados de derechas e iz-quierdas, divorciados de las ideas”[222].

No obstante, en medio de esa con-tundente reacción, no faltaban voces como la de Darío Samper, quien de una manera muy discreta hacía un homenaje a la insurrección fallida con su poema “9 de abril, a los muertos de mi pueblo”, publicado en el perió-dico El Crisol, cuando ya la censura del gobierno había terminado. Dice Samper: “los muertos del pueblo[…] los que murieron combatiendo por la justicia, esa que pedimos para la tum-ba de Gaitán y para el pueblo”[223].

El 9 de abril y “la amenaza comunista”, se convirtieron en los ejes centrales de las opiniones editoriales durante el gobierno de coalición. Sin embargo, el desmorona-miento de este, y el recrudecimiento de la violencia, darían a estas posturas un giro sustancial. En octubre de 1949, el diario El Tiempo planteó que la amenaza co-munista era ya un peligro remoto para el país. Ante eso, los conservadores de Cali

[220] Relator, octubre 24 de 1949: 8.

[221] Relator, abril 13 de 1948: 4.

[222] Relator, mayo 4 de 1948: 4.

[223] El Crisol, abril 29 de 1948: 4.

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respondían que “El peligro comunista existe en Colombia hoy con mayor gra-do de gravedad que antes. Y existe por el compromiso que, con ese partido, tiene celebrado el liberalismo”[224].

Para este momento La Violencia era el tema central de las informaciones en los periódicos liberales. Después de la masacre, el discurso oficial se dedicó a desmentir lo que denunciaba la prensa liberal. Esta pugna se vivió de manera abierta en los diarios locales, particular-mente Relator y Diario del Pacífico, vivie-ron una aguda discusión en este sentido. El miércoles 2 de noviembre, días des-pués de la masacre, Relator manifestaba:

Pretende el diario conservador por razones que nos explicamos, pero que no puede aceptar la ciudadanía, que en este departamento no pasa nada, que la vida transcurre en una Arcadia, que los campos tienen una abundante prome-sa de cosechas, que el café no está per-diéndose, que los hacendados no han abandonado sus propiedades, que los campesinos están en sus labranzas[225].

A pesar de las respuestas conserva-doras, los diarios liberales siguieron de-nunciando lo que estaba ocurriendo en las diferentes poblaciones del Valle del Cauca. En ese momento ya existía una pugna entre las versiones que defendían los diarios liberales y la versión oficial. El gobernador Borrero Olano envío una carta al diario Relator para “exigir que se respetara la verdad”. Relator por su lado siguió publicando los hechos de violencia que ocurrían en Ceylán, Bu-galagrande, San Rafael, Tuluá, Riofrío, al tiempo que publicó la carta del man-datario departamental[226].

El 9 de noviembre de 1949, el titular de la página principal de Relator indicaba: “Mas de doscientos impactos de bala localizados en la casa liberal”, según las investigaciones que estaban avanzando. Ese mismo día, el gobierno nacional decidió decretar el estado de sitio, que implicaba la censura a la pren-sa, a partir del día siguiente, los diarios de la ciudad volvieron a publicarse bajo la estricta vigilancia de los censores que había delega-do el gobierno departamental.

A partir de este momento los diarios liberales dejaron de dedicar sus páginas a noticias políticas y de orden público, la realidad nacional fue sustraída de sus páginas, y las noticias deportivas e internacionales se convirtieron en el eje de sus desarrollos informativos. Un grupo extenso de los más notables libe-rales del país envió una carta al presi-dente Mariano Ospina Pérez el 28 de noviembre, en ella manifestaban que:

En estos días no es permitido siquiera publicar informaciones sobre delitos políticos perpetrados con desenfrenada audacia[…] Ningún periódico liberal, ni escrito ni hablado, tiene la libertad para expresar su pensamiento sobre cuestión alguna, así se trate de temas políticos o temas administrativos. La más severa y minuciosa censura, ejerci-da en muchos casos por intransigentes políticos conservadores, impide a los periodistas no solo opinar sino infor-mar, nada que los censores, dentro de sus exclusivos puntos de vista, no con-sideren oportuno o conveniente[227].

Como hemos visto, gracias a La Vio-lencia y la fuerte represión oficial, la cultura política de nuestro país retornó a la habitual división del bipartidismo decimonónico. En esos momentos, ade-más de lo que impactó en la sociedad la

[224] Diario del Pacífico, octubre 25 de 1949: 4.

[225] Relator, noviembre 2 de 1949: 1.

[226] Relator, noviembre 2 de 1949: 3.

[227] La carta completa en: Ospina Pérez, 1950: 10.

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disparar de los rifles oficiales todas las noches, la actitud hostil de las autorida-des”[228], no solo contuvo el desarrollo de nuevas expresiones de organización po-pular, sino que llevó a los actores a una lucha por lo fundamental, a una lucha por los primordiales derechos ciudada-nos, a una lucha por la vida.

muerte de Gaitán (como ausencia de líder cohesionador del pueblo), se vis-lumbraba una dinámica que llevó a los individuos a luchar por los más elemen-tales derechos ciudadanos. La nueva situación del país, en la que “Alcaldes y policías atrabiliarios mantienen[…] las poblaciones y los campos en estado de zozobra,[…] las constantes asonadas, el [228] Ibíd.: 8.

[Foto 03] Calle 12 entre carreras 3 y 4. Fuente: Archivo fílmico y fotográfico del Valle del Cauca.

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Fuente: Alberto Lenis Burchkardt (1905-2001). Negativo fotográfico 35 mm. Colección Banco de la República.


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