Cuadernos de Filosofía Política II: Ideologías

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CUADERNOS DE FILOSOFÍA

POLÍTICA

II

IDEOLOGÍAS

Fco. Javier Benítez Rubio

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA II

IDEOLOGÍAS

Fco Javier Benítez Rubio

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ÍNDICE GENERAL

Índice general 2

IDEOLOGÍAS

1. PUERTA A o PUERTA B 5

2. CRÍTICA A LA IDEOLOGÍA DE KARL MARX 6

3. LA IDEOLOGÍA POSIDEOLÓGICA 8

4. PREGUNTAS DE DIFÍCIL RESPUESTA 10

5. POSICIONES PREVIAS E IMPLICACIONES 13

LIBERALISMO 17

1. LOS PILARES BÁSICOS 19

2. CONSECUENCIAS 21

3. JANO 28

Epílogo 35

CONSERVADURISMO 37

1. LOS PILARES BÁSICOS 39

2. VISHNU 44

3. CONSECUENCIAS 46

Epílogo 50

SOCIALISMOS 53

1. AVE FÉNIX 55

2. LOS PILARES BÁSICOS 64

3. CONSECUENCIAS 67

Epílogo 69

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NACIONALISMO 72

1. LOS PILARES BÁSICOS 74

2. CONSECUENCIAS 76

3. PROTEO 79

4. LOS CONFLICTOS Y SU REGULACIÓN 82

Epílogo 87

TOTALITARISMO Y AUTORITARISMO 91

1. GOODWIN:DISOLUCIÓN Y DESCARTE DEL TOTALITARISMO 94

2. WILFORD: ASCENDENCIA DEL FASCISMO 97

3. AUTORITARISMO 100

Epílogo 103

A MODO DE CONCLUSIÓN 104

Bibliografía 109

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IDEOLOGÍAS

Relativité

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1. PUERTA A O PUERTA B

En el monumental corpus del pensamiento político, y su praxis, a lo largo y ancho de

la historia, la cuestión de la ideología es una de las más recientes. Desde que el hombre

comenzó a asociarse hace algunos eones, comenzaron sus dificultades de convivencia en

común. A la posteridad han pasado los intentos de aquellos antiguos de arreglarse y ajustar

cuentas en su cotidianidad, por ejemplo en el Código de Hammurabi. Luego comenzaron las

primeras puestas en práctica de las aporías clave del gobierno de la humanidad. Grecia, y su

democracia de las polis, se convirtieron en el primer gran referente; aun siendo una isla en

un enorme mar de Imperios impuestos por entidades autoritarias, ha marcado sin duda toda

la posterior reflexión política, siendo la fuente primigenia de la mayoría de los conceptos

políticos. Tuvieron que pasar un buen puñado de siglos para que Maquiavelo instituyera la

teorización consciente y racional de todo aquello que durante siglos había sido realizado más

o menos, usando una expresión coloquial, al vuelo. Pero tuvieron que pasar todavía unos

siglos más, hasta el XVI – XVII, para que todo ese corpus, y esa praxis, se vieran alineados en

varias facciones o modos de pensarlo y llevarlo a cabo. La ideología no es lo primero,

genéticamente hablando, en política. La ideología acoge, hace suya, la materia prima

elaborada por siglos y siglos de convivencia humana. Lo que ocurre es que ahora parece que

no se puede ver el mundo político sin esos filtros. Por eso la mayoría de los manuales de

teoría política, incluido este, comienzan por describir esos compartimentos estancos de

apropiación de la realidad que llamamos ideologías.

Destutt de Tracy pasa por ser el inventor del vocablo (Bealey, 2003:219; Eccleshall,

2004:31; Molina, 2008:62). Para este filósofo francés, autor de 'Elementos de la Ideología', es la

ciencia o el estudio de las ideas, un saber enciclopédico y socialmente útil, por la vertiente

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educativa que tendría sobre la ciudadanía. Pero no mucho después, Napoleón Bonaparte

denostó a su paisano acusando a la ideología de fervor doctrinario. La ideología era una

perspectiva parcial y desfigurada de la sociedad, lo que era absolutamente incompatible con

el pragmatismo del conquistador. Desde un primer momento quedan patentes las dos

grandes vertientes de la ideología: como marco teórico y como manipulación.

‘Ideología’ puede ser un vocablo lleno de contenido analítico, nuclear, incluso, en la

reflexión y análisis de la política. Una somera aproximación nos dice que son un conjunto de

ideas características y sistemáticas que manejan cierto grupo de personas. Por este

razonamiento toda doctrina política coherente puede ser llamada ‘Ideología’. Si queremos

profundizar algo más podríamos decir incluso que es un conjunto de elementos filosóficos,

teóricos y prácticos, que varían según los autores que los piensan y los políticos que los

ponen en práctica, y que evolucionan a partir de las tradiciones culturales y los procesos

políticos e históricos en los que se insertan (Antón, 2007:104). O ser una “mera etiqueta que se

aplica a las doctrinas que rechazamos” (Goodwin, 1997:26), cargada de un sentido peyorativo

que tiene más que ver con ‘manipulación’, ‘adoctrinamiento’ 'persuasiones y engaños'

'evocación de sentimientos y de miedos' o ‘dogmatismo’.

2. CRÍTICA A LA IDEOLOGÍA DE KARL MARX

El análisis profundo del concepto ideología comienza con Marx. En esto están de

acuerdo la mayoría de los analistas. Marx no se limita a proponer una definición de la misma

sino que la entresaca de todo un estudio de la sociedad y de las relaciones que se establecen

en ella.

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Las causas materiales determinan todos los hechos y los fenómenos del mundo. Todo

lo que puede o podrá albergar la conciencia del hombre, teorías, pensamientos e ideas, están

determinadas por factores materiales y por las circunstancias sociales. Lo económico

determina todas y cada una de las estructuras de la sociedad, de cualquier sociedad. Todo lo

que conlleva lo económico es contrapuesto a la homogeneidad. Es decir, no todos los

miembros de esa sociedad tienen la misma cuota de actividad y participación económica. Así

que todo sistema económico da lugar a la existencia de clases en la sociedad. A esto le sigue

que el conocimiento y las creencias de las personas vienen a determinarse por su particular

posición de clase en la sociedad en la que vive.

La realidad social no es que sea heterogénea, es que es contradictoria: existen dos

clases en conflicto directo, a saber, la burguesía y el proletariado; y lo están porque sus

intereses son opuestos. La raíz de la ideología hay que buscarla en los intereses particulares.

Aquí tendremos dos concepciones de ‘ideología’, una por cada bando de contendientes: una

que preserve el status quo y otra dedicada a criticarlo. Las clases acomodadas querrán

resolver el conflicto en el plano abstracto del pensamiento: apelan a esos intereses comunes

de todas las clases y también a la naturaleza orgánica de la sociedad, esto es, que cada clase

hace lo que le corresponde según el orden natural. Las clases menos desfavorecidas o bien

no son capaces de articular su propia ideología o bien nadie les prestaba una mínima

atención.

Marx indica que aquí la ideología sería un intento de solucionar lo irresoluble: un

instrumento de represión de la clase dominante para engañar a las clases subordinadas con

la finalidad de perpetuar su dominio. La economía no es más que ideología disfrazada de

ciencia (Eccleshall, 2004:32). El trabajador es invadido por dicha ideología lo que lo conduce a

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ser explotado. Y la razón por la que el trabajador quiere mejorar no es otra que convertirse

en un acomodado más, disfrutando así de todos sus privilegios y dejando atrás sus penurias.

El trabajador debe abandonar esa falsa conciencia y desarrollar la suya propia, asumir su

condición de explotado y mostrar sus verdaderos intereses. Constituir una “clase para sí” y

pasar a la acción política.

En definitiva, para Marx, la ideología, es un conjunto de creencias que van asociadas a

un grupo o clase social determinada (Eccleshall, 2004:33). Por tanto, será una deliberada

distorsión de la realidad, el método más delicado y denigrante método de opresión (Goodwin,

1997:30).

3. LA IDEOLOGÍA POSTIDEOLÓGICA

El impacto de la Segunda Guerra Mundial deja heridos de gravedad no sólo a la salud y

al espíritu de la Humanidad, también a la economía: hay que reconstruir naciones enteras; y

a las ideologías: todos fueron testigos de las masacres cometidas por el nazismo y el

estalinismo. En este ambiente posbélico se introduce el análisis keynesiano que ataca al

capitalismo autorregulado. Es un tiempo de penuria y el capitalismo del laissez-faire, además

de insensible ante la situación crítica de medio mundo, era incapaz de mantener el desarrollo

del mismo. La solución pasaba por establecer un modelo mixto entre el capital privado y el

Estado. La gran parte del pastel correría a cargo del Estado: nacionalización de las industrias

esenciales, inversiones, empleo, salud, educación y servicios sociales. Pero esto no

neutralizaba a lo privado que seguía manteniendo una cuota importante de negocio. Esto es

lo que se ha llamado ‘Estado del Bienestar’, una economía capitalista bajo la protección del

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Estado benefactor. Durante algunas décadas todas las fuerzas políticas y los analistas

tomaron por bueno este modelo, o al menos no hubo críticas radicales. Conservadores y

socialdemócratas, cada uno por razones diferentes, en un sui generis pacto de no agresión,

aceptaron esta especie de consenso o convergencia ideológica. Como propagar creencias con

fervor doctrinario era pernicioso para el correcto funcionamiento del mundo, a la teoría

política se le pedía, o se le obligó según quién cuente esta historia, a asumir que la ideología

ha sido superada por el consenso. La teoría ya no tiene que entrar a valorar; su nuevo papel

pasa por analizar los usos y los significados de los términos políticos. Este es el contexto en el

que se instaura ‘el fin de las ideologías’ (Eccleshall, 2004:15)1.

Ahora bien, no todos los autores ven con buenos ojos esto que ha venido a ser

denominado como ‘el fin de las ideologías’. Estos acusan a los que lo proclaman de tomar el

concepto de ideología de manera peyorativa. Y es que con el uso de ciertas palabras,

propagar, fervor y pernicioso, ya están indicando una fuerte animadversión muy ideológica

que contrasta con su supuesta cesación ideológica. Para estos autores que critican el 'fin' lo

realmente pernicioso es la presencia del pensamiento único. El fin de las ideologías ha

supuesto la ausencia de confrontación política, pero bajo esta supuesta calma subyace una

ideología opresora. Explica Eccleshall8 que lo que se había acabado era el conflicto

ideológico, no la ideología. El ‘fin de las ideologías’ supone, realmente, la hegemonía

ideológica dominante y tecnocrática. Una élite, que se beneficia del consumismo, es la

dominadora; que además fomenta la creencia de que no hay necesidad humana que no pueda

ser satisfecha mediante la tecnología.

1 Bealey, por su parte, cita en su Diccionario a R. Aron y a D. Bell como los principales defensores de esta interpretación de la ideología.

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Este panorama de confrontación entre dos interpretaciones antagónicas, es el

contexto en el que se ha movido el análisis político de finales del siglo XX y comienzos del

XXI. Unos acusan a los otros de promover el pensamiento único y monolítico, otros acusan a

los unos de que romper ese consenso es muestra de radicalismo reaccionario. Del consenso

se ha pasado al compromiso a una u otra postura. Haciendo un juego de palabras podemos

decir que se pasado de la ideología postideológica a la postideología ideologizada.

4. PREGUNTAS DE DIFÍCIL RESPUESTA

Dice Eccleshall (2004:13) al comienzo de su libro que “las ideologías comparten dos

características principales: una representación de la sociedad y un programa político”. La

definición que propone Goodwin (1997:40) no difiere mucho: una ideología es una “doctrina

acerca de cuál es el modo correcto o ideal de organizar una sociedad y conducir la política,

basada en consideraciones más amplias sobre la naturaleza de la vida humana y el

conocimiento”. A mi modo de ver el planteamiento de ambos autores británicos respecto a la

ideología se parece mucho al de la medicina, al seguir un triple movimiento. En el mundo de

la medicina se establece la anamnesis, el diagnóstico y finalmente el tratamiento. En el

mundo de la política el primer movimiento de la ideología es capturar el momento real desde

una posición determinada; el segundo, exponer el ideal propio al que se aspira a llegar; y el

tercer y último movimiento es propiciar la convergencia entre la realidad dada y el ideal

propuesto. Y eso ocurre mediante recomendaciones que van desde pequeños retoques hasta

la reconstrucción del orden político. La ideología, según este planteamiento, es de una

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utilidad franca: “proporciona una perspectiva coherente que permite llegar al conocimiento del

mundo social y actuar en consecuencia” (Eccleshall, 2004:14).

Cada una de las ideologías hace su particular triple movimiento. Respecto al primero,

y utilizando un nuevo símil cotidiano, cada ideología fotografía la realidad desde su ángulo

particular, con lo que cada toma será diferente aunque el modelo sea el mismo. Luego, cada

ideología facilita su propio catálogo de principios y fundamentos. Y finalmente, cada

ideología propone las recomendaciones que les parecen convenientes en forma de programa

político. El resultado de esto es evidente e inevitable: conflicto y colisión de unas contra

otras. A partir de aquí se pueden plantear una serie de preguntas de difícil, o incluso

inexistente, respuesta.

¿Hay algún modo racional de determinar la verdad de los contenidos de las

ideologías? ¿Son clasificables las ideologías en una escala de veracidad-falsedad? ¿Es posible

el conocimiento de la sociedad y la actuación sobre ella de forma imparcial y neutral? Estas

cuestiones tienen que ver con el “estatus epistemológico” de las ideologías (Eccleshall, 2004:33).

¿Son los conflictos sociales los que determinan las ideologías o es al contrario? ¿Reflejan las

ideologías en puridad esos conflictos o lo hacen distorsionados? Estas, y otras cuestiones,

tiene que ver con la “dimensión sociológica” de las ideologías (Eccleshall, 2004:34). ¿Qué hay

detrás de las proclamas y soflamas de las ideologías? ¿Son clasificables las ideologías en una

escala de bondad-maldad? ¿Por cuál ideología se decantan las personas, por la que mejor

explica su situación vital, por aquella que le dice lo que quiere oír, por aquella otra a la que

aspira a medrar o por aquella que entiende puede mejorar sus condiciones de vida? ¿Es el

ser humano un mero receptáculo vacío y acrítico en el que las ideologías vuelcan su

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contenido, es así qué los individuos no poseen criterios y voluntad propios? Éstas, y otras

cuestiones, tienen que ver con el “aspecto proselitista” de las ideologías (Eccleshall, 2004:34).

La respuesta a todas estas preguntas, y a esas otras no formuladas que cualquiera

puede plantear, es la clara y patente muestra de que las ideologías existen, y que siguen

participando de la vida político-social del hombre. Pero, a pesar de las diferencias

conflictivas, el fondo de todas ellas sigue siendo común, una especie de lógica interna

comunal: los “conceptos compartidos”, el “terreno lingüístico” donde se mueven y las

“cambiantes circunstancias sociales”. Los conceptos raíces, que veremos más adelante, como

son la nación, el estado, el poder, la justicia, la libertad, etcétera, no son monopolizados por

un solo grupo. Cada una de las ideologías hace una interpretación sui géneris de las mismas,

pero todas lo hacen con un “repertorio lingüístico común”. Además, y para terminar, sólo

hacer mención a lo evidente: las circunstancias sociales cambian. Las ideologías no se

anquilosan en posiciones arcaicas inamovibles, sino que van modificando y rectificando sus

posturas para adecuarse a los tiempos. Podemos intuir un clásico proceso de

retroalimentación: la sociedad influye en la ideología y la ideología influye en la sociedad.

Se pregunta Eccleshall (2004:39), a la vista de que cada ideología nos muestra un

mundo parcial y unas soluciones partidistas a los problemas que surgen en el mismo, si “¿no

deberíamos, pues, dejar de lado la controversia ideológica y perseguir un saber social más

fiable?”. La respuesta que propone, y que suscribe quien escribe, viene a ser que si

eliminamos el debate ideológico de la política, si damos la espalda a la diversidad de

interpretaciones de las ideologías, estaremos negando la propia diversidad intrínseca del ser

humano en la sociedad. Si no pensamos en el hombre en sociedad como una uniformidad

simple, no podemos pensar que no exista la ideología. Una sociedad sin juicios de valor no

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existe, no ha existido nunca, de hecho (Goodwin, 1997:38-39). Por tanto, es imposible concebir la

política sin ideología, libre de valores. La política sin valores no existe, no ha existido nunca,

de hecho, y una vez más. Se hace necesario, pues, reflexionar sobre qué valores defiende cada

ideología y de qué modo lo hace, esto es, a qué argumentos recurre para hacerlo.

5. POSICIONES PREVIAS E IMPLICACIONES

Antes de exponer mi propio análisis quisiera hacer una breve mención de los varios

puntos de partida que he adoptado. Los paso a enumerar:

Molina (2008:62): “Conjunto de coherente de ideas, creencias y prejuicios relacionados

entre sí que, aunque han sido elaborados por un grupo o un individuo aislado, pretenden influir

de manera general sobre la organización y el ejercicio del poder en una sociedad”.

Rodríguez (2008:30): “…tales tensiones existen y continuarán existiendo… a menos que

creamos que ha tocado fin el conflicto entre los modelos ideopolíticos rivales, entre las

diferentes concepciones generales acerca de cómo debemos organizar la vida en común en las

sociedades en que vivimos. Pero tal creencia –como en su momento señaló I. Berlin- es una

noción absurda”.

Caminal (2007:176): Todos los ‘ismos’ “responden a la pregunta sobre cómo se gobierna

o tendría que gobernarse una sociedad en todos sus ámbitos y, por consiguiente, sobre que eso

tendría que ser la relación entre individuo, sociedad y Estado”.

Eccleshall (2004:37): “La sociedad se asemeja a un campo de batalla donde compiten las

ideologías para quedar victoriosas. Pero esta confrontación no supone un eterno combate entre

sistemas de creencias arcanas y terminantes, sino que todas las ideologías se adaptan a las

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cambiantes circunstancias sociales. (…) Los contendientes ideológicos persiguen una ventaja

estratégica sobre los demás mediante una constante redefinición y ajuste de su propia postura”.

Goodwin (1997:40): “Una ideología es una doctrina acerca de cuál es el modo correcto o

ideal de organizar una sociedad y conducir la política, basada en consideraciones más amplias

sobre la naturaleza de la vida humana y el conocimiento”.

Existe un fondo común a todas las ideologías. Si hacemos un análisis de las diferentes

ideologías podemos trazar una estructura básica y común a todas ellas. Luego, el contenido

con que se rellena esa estructura varía según la ideología. La ideología trata de los

pensamientos y las actuaciones de los seres humanos, de personas no vistas como

entelequias, sino insertas en un entramado de relaciones y tratos al que llamamos sociedad;

visto desde ese contexto es normal pensar que todas ellas hablan de las mismas cosas

diciendo cosas distintas. La estructura básica de análisis que trataré de exponer se compone

de dos áreas tenuemente delimitadas: las Posiciones Previas y las Implicaciones.

Toda ideología parte de una serie de presupuestos, de concepciones previas a las que

no pide ningún tipo de demostración o verificación: no sólo los da por supuestos y válidos,

también por buenos y convenientes. Son una serie de principios fundamentales

incuestionables, esto es, aceptados como verdaderos, para la provisión de criterios generales

de actuación. Ya Aristóteles dejó escrito que los primeros principios no pueden ser ni

derivados ni demostrados2. Es el punto de partida, el núcleo y la zona cero de toda ideología,

2 “Aristóteles sabía de seguro que lo que está al comienzo, es decir, los principios, no pueden ser

ni derivados ni demostrados” en Gadamer, Hans-Georg Mito y Razón, Paidós Studio 126 Barcelona

1993 p.77

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el tarro de las esencias. Lo que coloquialmente se expresa como ‘su verdad’, sus profundas

convicciones. En este primer círculo se trata de responder antes que nada a la pregunta

antropológica nuclear: ¿Qué es el hombre, qué caracteriza al ser humano? Toda ideología lo

primero que hace es trazar un esbozo más o menos claro de lo que entiende por ser humano,

apuntando cada una de ellas a una serie de características en su pensamiento y en su

comportamiento. La pregunta subsiguiente a esta irá dirigida a la vertiente social del ser

humano: ¿Cómo se relaciona el ser humano entre sí? Toda ideología marca también, junto a

la antropología, una apuesta sociológica previa de cuáles son los rasgos básicos de

comportamiento del hombre en sociedad. Así que, las posiciones previas responden a la

pregunta de ¿quién soy, qué somos?

Enlazados a estos presupuestos, y emanando necesariamente de los mismos,

encontramos una serie de implicaciones subsiguientes. Este otro anillo concéntrico está

conformado por las repercusiones que tienen esos principios fundamentales. Por un lado,

son la consecuencia de llevar más allá de sí mismos a los principios previos. Por otro, son

estrategias de salvaguarda de las ideas primarias. Estos tampoco necesitan de demostración

ni de verificación objetiva e indudable, ya que les basta con emanar de la fuente primigenia.

Las implicaciones también surgen de la confrontación de los axiomas anteriores con la

realidad histórica y cotidiana, también del roce en la arena pública de unos axiomas contra

los otros axiomas de las otras ideologías: ¿Cómo se va a gobernar al hombre en la sociedad?

En definitiva, toda ideología es un situarse frente al hombre y frente al mundo,

mirándolo de una forma particular y tratando que se conduzcan por la realidad de una

determinada manera. Este conjunto de axiomas o pilares básicos y sus resultados no han

sido siempre inmutables, los acontecimientos históricos por un lado, y los autores

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desarrolladores por otro, han incidido seriamente en ellos. Así cada época histórica y cada

autor han añadido raíces a los axiomata y éstas, a su vez, nuevas especificaciones a las

implicatio, complementando, o perfilando, o puliendo, o matizando, los contenidos que ya

estaban. Con lo que podemos decir que el asunto ideológico no es una vía muerta. Al

contrario, aunque la ideología trata de imponer cierta impronta sobre el hombre y su

realidad, también es permeable a que las vicisitudes puntuales de la vida se introduzcan en

ella modificándola. En el análisis que viene a continuación, la evolución histórica de las

ideologías se encuentra muy resumida: básicamente lo que hago es aportar las génesis y los

padres fundadores de las diferentes ideologías así como las principales transformaciones

que sufrieron hasta llegar a nuestros días. Asumo plenamente lo bueno y lo malo que esto

conlleva. Lo que aquí se expone es la caracterización actual, a caballo de los siglos XX y XXI,

de las tres ideologías más importantes, a saber, liberalismo, conservadurismo, y socialismo. Y

no está de más pararnos, aunque sea brevemente, en otros dos ismos ideológicos de gran

peso en el siglo XX, como son el nacionalismo y el autoritarismo.

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LIBERALISMO

JANO

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El liberalismo nació reformista. Eso es, al menos, lo que pensaríamos si

situados en el siglo XVII escucháramos decir que todas las personas son iguales

y poseen de forma natural una serie de derechos: a la vida, a la libertad, y a la

búsqueda de la felicidad; y que el gobierno ha de garantizar que se cumplan esos

derechos. En su génesis, tras siglos de feudalismo medieval y absolutismo, el

liberalismo supuso una ruptura progresista de las jerarquías sociales

tradicionales.

Efectivamente, frente aquella sociedad feudal teocéntrica y de rigidez

estamental orientada al mantenimiento del status quo de los grupos

dominantes, frente a una sociedad en la que no tienen vigencia la distinción

entre los ámbitos de la vida: público o privado y lo político o lo económico; frente

a todo esto es como nace el liberalismo, que se entiende a sí mismo como una

“filosofía del progreso y propugna, en su esencia, una liberación total de las

potencialidades de los individuos, coordinando así factores idealistas de óptica

individual con factores sociales materialistas de desarrollo económico” (Antón,

2007:105).

En la misma línea se expresa Vallespín (2009:54): “El liberalismo nace como

una nueva ideología capaz de dar cabida y de racionalizar las necesidades de

una nueva época. Su fuerza responde a su mismo carácter de novedad, de ruptura

con una determinada concepción del mundo; a la plena consciencia del

protagonismo de una nueva clase en expansión que se encuentra a sí misma en

su soledad histórica, renunciando al pasado, a la tradición, creando el mundo a

partir de su propia identidad con la razón como bandera”.

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Luego, la historia que vino a continuación, fue eso mismo, otra historia.

1. LOS PILARES BÁSICOS.

Individualismo. El hombre es un ser autónomo. El individuo es un ser que

tiene una vida independiente. La preservación del individuo autónomo y el logro

de la felicidad individual son objetivos supremos de la teoría liberal. La persona

individual se considera inviolable y toda vida humana es sagrada. La violencia se

prohíbe, salvo en los casos de salvaguarda de la sociedad liberal.

Racionalidad. Otro atributo fundamental del ser humano a los ojos del

liberalismo es su capacidad racional de decisión. El individuo es esencialmente

racional, está capacitado para conducir su conducta, también para determinar

sus necesidades y preferencias. Es el que mejor conoce sus intereses y posee la

capacidad de proporcionárselos racionalmente. Además, la razón es el medio de

eliminar el oscurantismo y actuar de modo útil y eficaz para alcanzar los fines

que se han propuesto.

Libertad. El estado natural del hombre es la libertad. El individuo es

soberano de sí mismo, posee por sí mismo el derecho natural a la libertad y a la

igualdad con todos los otros. El liberalismo siempre ha sido defensor de los

derechos fundamentales. Todos los seres humanos por el hecho de serlo, esto es,

por su humanidad y dignidad, tienen una serie de derechos morales. Estos

derechos son naturales, no son creados u otorgados por el Estado sino sólo

reconocidos y garantizados por éste; y universales, se reconocen a todas y cada

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uno de las personas con independencia de su raza, sexo, lengua o religión

(Vallespín, 2009:54)3.

El instinto de apropiación convierte al individuo en Sujeto Posesivo. La

motivación más importante del ser humano, aquella que incluso lo caracteriza,

es la satisfacción del interés propio mediante el cálculo racional de beneficio o

utilidad. “Cada persona sabe mejor que nadie cuáles son su propios intereses”

nos dice Goodwin (1997:55). Todo individuo ha de proteger sus intereses. El ser

humano tiene todo el derecho a preservar y salvaguardar su propiedad: su vida,

su pensamiento, su libertad, y sus pertenencias privadas. Por tanto, el individuo

es propietario. Acumula posesiones y compite con otros.

Cuando los liberales ponen el énfasis en el derecho de propiedad, no sólo

están instaurando la garantía de la independencia material del individuo, ahora

propietario. La propiedad permite al individuo educarse en la autonomía y la

responsabilidad de su propio destino. Por el desarrollo de sus capacidades

individuales primero, y luego, por la posesión y disfrute de los bienes materiales,

es como llega el ser humano a la felicidad.

Moral común de autodisciplina y respeto mutuo. Podemos decir que es la

culminación del optimismo antropológico del liberalismo. Es el corolario de lo

dicho con anterioridad. El paternalismo protector es inaceptable. Aquellos

individuos autónomos, autoperfeccionables y dotados de razón, que viven en

3 Según Vallespín los derechos fundamentales se compartimentan en dos grandes bloques, los Derechos Humanos y los Derechos Civiles. Los primeros se desarrollan a través del derecho a la libertad y a la igualdad, los segundos a través de los derechos procesales y las garantías institucionales.

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libertad tendrán más posibilidades de adquirir las virtudes de la confianza en

uno mismo, la prudencia, la tolerancia, el esfuerzo por conseguir mejores cosas

en la vida, y también, desde el respeto a sí mismo, respetar a todos los demás.

2. CONSECUENCIAS

El Contrato y la esfera privada. Ya hemos visto que la vida del ser humano

puede ser caracterizada como la búsqueda de la satisfacción del interés propio.

Es el interés propio e individual lo que mueve a los hombres en la sociedad. Pero

como el individuo no deja de vivir junto a otros pueden surgir varias alternativas

que dependen, primero, si la conducta de los ciudadanos es competitiva-agresiva

o competitiva-cooperativa; y segundo, si los recursos limitados pueden o no

satisfacer a todos. Para manejar todas estas situaciones de trato de unos con

otros, de modo racional, el liberalismo aboga por establecer un contrato social

sobre bases cooperativas que produzca beneficios para todos. Así podemos decir

que el hombre vive en sociedad de forma voluntaria y consensuada. Eso sí, es

una concepción débil de sociedad en la que, lo que busca es la armonía o el

equilibrio de los intereses privados. La sociedad es un agregado de individuos y

no una identidad específica. Es un artificio creado por conveniencia, para hacer

posible la vida en común.

Las actividades más importantes que el ser humano realiza tienen lugar

en las esferas económica y social. Y para el liberalismo, la libertad individual, la

racionalidad, la moral autodisciplinada y la satisfacción plena de sus intereses

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pertenecen al ámbito privado, no al público. El ámbito político es el medio en el

que se dirimen los conflictos, por tanto la política es un medio y no un fin.

El constitucionalismo y la ley: el Estado de Derecho. La libertad, connatural

al hombre, es la única fuente de legitimidad de la autoridad política. Se elimina

a la religiosidad como fuente de legitimación política. La razón nos dice que la

legitimidad hay que buscarla en factores pragmáticos: el bien común. La

racionalidad del Bien Común lleva a los hombres al contractualismo primero y al

constitucionalismo después. La Constitución es la ley de leyes, la norma

suprema del ordenamiento jurídico que controla el poder político.

Además, debe existir en todo gobierno una separación de poderes para que

los derechos de los individuos sean salvaguardados y se evite toda tentativa de

tiranía. Las funciones del Estado, que son tres (la función legislativa pertenece al

Parlamento, la ejecutiva al Gobierno y la judicial a los Tribunales de Justicia),

han de estar debidamente separadas y se mantendrá un sistema de corrección y

fiscalización para que cada función realice la actividad que tiene encomendada.

La ley no parte del Estado hacia los individuos, sino de éstos hacia aquel.

El Estado de Derecho significa tanto el sometimiento del estado a la Ley, como al

conjunto de mecanismos procedimentales que garantizan la libertad de los

ciudadanos y su participación en la vida política (Vallespín, 2007:79)4. Ese

entramado de formalismos legales impide que el gobierno transgreda los

acuerdos en detrimento de los individuos. Estos mecanismos son la legalidad de

4 “El Estado de derecho vincula la política a la ley y al derecho, somete todo ejercicio de poder estatal al control judicial y garantiza así la libertad de los ciudadanos”.

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la Administración, la independencia del poder judicial, la constitucionalidad de

las leyes y las garantías procesales e institucionales. En paralelo, la ley impide

que los individuos rompan los acuerdos al actuar unos contra otros. La libertad

debe ser reconducida en aras de salvaguardarla de la propia libertad. Y esto se

puede hacer mediante la ley, una regla jurídica que marque los límites con

exactitud.

El liberalismo es la respuesta al poder arbitrario de monarcas y

aristócratas que dominaron el Occidente durante siglos. Pero lo que nunca

abogará el liberalismo es trasladar al otro extremo, el que ocupa el anarquismo,

la cuestión de la libertad. La ausencia de ley, y de gobierno, son igualmente

lamentables. En opinión de Eccleshall (2004:77), “la solución liberal consistía en

cambiar el poder arbitrario, las reglas de una élite aristocrática, por un marco

impersonal de derechos y libertades formalmente iguales: la norma de la ley”.

La teoría liberal pone el acento en el papel de la ley como reaseguro de la

libertad individual. Una libertad sin ley no es tal, es libertinaje, que es tan

destructiva como no gozar de libertad alguna. No hay realidad humana sin

conflicto, al menos dicen desde el liberalismo, dotémonos de las herramientas

necesarias para su resolución: la ley. El propósito de un sistema liberal es

establecer procedimientos que mejor contribuyan al logro de los objetivos de

felicidad y libertad individuales.

Gobierno mínimo y representativo. En el liberalismo, la fundamentación

filosófica de la autonomía moral de la persona se desarrolla en el tiempo desde

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un pragmatismo primario basado en la paz y la seguridad (Hobbes) hasta otro

pragmatismo mas armado y complejo que tiene en ‘la maximización de la

felicidad’ a su postulado central (Bentham y J.S. Mill). En esta ética teleológica,

“el bien de las personas y, por extensión, de las instituciones públicas se define

como aquello capaz de producir la maximización de sus deseos, placer o felicidad”

(Vallespín, 2009:64). El binomio utilidad-felicidad en el plano individual se combina

con el reconocimiento de que los otros son igualmente dignos de consideración.

Así que, toda reforma social ha de maximizar la utilidad-felicidad al mayor

número posible de individuos. El ineludible paso siguiente es la graduación de

los bienes-placeres superiores e inferiores y luego, afrontar que la imposición de

determinadas políticas puede suponer un quebranto de las tan alabadas

autonomía y libertad individuales. Las preguntas que se hacen aquí los liberales

son: ¿Qué tipo de fuerza y poder puede ejercerse legítimamente sobre la

persona? ¿Se puede mantener la paz y el orden dado el pluralismo y el conflicto

inherente a la libre competencia? ¿Cómo proteger los derechos individuales de

las interferencias? ¿Cómo tomar decisiones políticas cuando hay tantos

intereses individuales en conflicto?

Problemas como estos hacen que el liberalismo necesite, como mal

necesario, la existencia del Gobierno. La idea que tiene el liberalismo de un

gobierno adecuado es minimalista: su función es la salvaguarda de las libertades

civiles del hombre. Proteger la vida, la libertad y las posesiones individuales.

Usando una metáfora actual, diríamos que debe ser el árbitro en el juego

socioeconómico entre individuos. El pueblo es quien legitima, dando su

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consentimiento, al gobierno. Nunca al contrario. El Estado es un instrumento al

servicio de los ciudadanos y no al contrario, el Gobierno es necesario pero no

natural. El Estado desde la esfera pública ha de proteger al máximo a la esfera

privada. Este consentimiento se expresa mediante el libre acto de votar.

Generalmente el gobierno basado en el consentimiento debe ser democrático.

Aunque no lo implique directamente, la democracia es la mejor garantía del

liberalismo, ya que la democracia como forma constitucional que limita los

poderes del gobierno, salvaguarda los derechos del pueblo contra toda tentativa

de tiranía, la que evidentemente coartaría la libertad.

Respecto a la libertad, el gobierno deberá proporcionar las condiciones

para que el hombre pueda gozar del máximo posible de libertad dentro de un

marco de legalidad. Toda aquella disposición social que haga depender unos

seres humanos de otros (bien sea la esclavitud o el trabajo no asalariado) es

condenada. Así que, el gobierno autoritario es contrario a la libertad y ha de ser

rechazado. Es en este punto donde más clara se ve la evolución del pensamiento

liberal, porque ese espíritu primigenio minimalista de gobierno se ha ido

convirtiendo con el paso del tiempo en una concepción más absorbente. El

programa político que tiene que ser implementado tiene en cuenta la promoción

de la igualdad de oportunidades, las reformas educativas, el desarrollo de las

potencialidades de la persona y finalmente, las políticas sociales redistributivas.

Respecto al sujeto racional, para el liberalismo el hombre político

maximiza sus utilidades a través de la participación y la elección juiciosa. Con

este planteamiento, está plenamente justificada la existencia de un gobierno

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participativo y no autoritario. Respecto al sujeto posesivo, el gobierno de espíritu

liberal tendrá la tarea de ayudarlo a satisfacer sus intereses, nunca a lo

contrario. Especialmente en lo que se refiere a lo económico.

Se nota mucho el ejercicio de equilibrismo que los autores liberales han

tenido que hacer para poder mantener una proporcionalidad entre la dicotomía

individuo y sus derechos y el Estado y sus poderes. Para evitar la concentración

de poder en manos de una persona o un monopolio. Para hacerlo la forma más

adecuada es el gobierno representativo, que no tendrá un papel esencial, sino

instrumental; un mecanismo que preserve otros fines que sí son esenciales.

Libertad de elección y de acción. Que la libertad es el valor primario para el

liberalismo, y que se ha de suprimir todo lo que impide o frene la libertad

individual, ya ha sido apuntado. Pero tras esto, los diversos autores liberales

apuntalan la idea de que al ser la libertad la gran necesidad humana es un bien

y un fin en sí misma, y no un medio para lograr un fin. La concepción liberal de

la libertad ha sido identificada con la elección material como norma general y

con el laissez-faire en el vértice económico: mínima regulación y máxima libertad

de acción. El hombre sociopolítico verdaderamente libre, consumidor según sus

posibilidades y votante racional, busca siempre el máximo en el mercado social

en el que habita. Es un sujeto autónomo que quiere y sabe buscarse la vida.

Contrario a subsidios e intervenciones que coartarían esa capacidad resolutiva e

independiente.

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Por esto, el liberalismo, desde muy pronto, unió su suerte a la del

capitalismo. En un sistema de competencia económica autorregulada, el

capitalismo, la independencia económica origina no sólo riqueza y la

consiguiente mejora en las condiciones de vida, también independencia moral.

Así, el ideal de la comunidad es que con independencia de las riquezas y el

patrimonio personal que uno pueda conseguir a lo largo de su vida, por sus

capacidades y méritos, todos los individuos de la sociedad liberal comparten esa

misma moral, apuntada anteriormente. Por tanto, la empresa capitalista es el

elemento clave del autogobierno y el principal instrumento liberal, es piedra

angular de la construcción de la sociedad, a los ojos del liberalismo.

La libre competencia y los méritos. Para el liberalismo todos comenzamos la

vida en las mismas condiciones. Se defiende la igualdad jurídica de todos los

hombres. En su teoría todos los individuos nacen con la misma razón y con los

mismos derechos ante la ley. Esta igualdad no anula la competencia entre

individuos, antes bien, la potencia en un contexto de igualdad de oportunidades

que garantiza un resultado justo: los individuos más valiosos obtienen las

recompensas.

Ahora bien, como el liberalismo ha aparecido asociado siempre al

capitalismo, algunos autores dudan de que alguna vez haya existido esa

igualdad sustancial que luego pueda favorecer realmente la igualdad de

oportunidades. Para Goodwin (1997:54-56) “la teoría liberal iguala formalmente a

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los individuos, aunque los individuos reales tengan diferentes niveles de riqueza,

competencia e inteligencia”5.

En la teoría liberal todo parece encajar como una magnífica maquinaria de

relojería. Tenemos la igualdad y la libertad de elección, tenemos individuos

independientes que saben perfectamente qué quieren y cómo conseguirlo,

tenemos el libre mercado y tenemos la competencia legislada, todo esto produce

una justa distribución de los ingresos y los bienes.

“La teoría liberal y su puesta en práctica social creen haber descubierto la

clave del progreso humano. Se ha creado un sistema de organización social en

donde la búsqueda individual de riquezas produce el bien común. Razón por la

que se deja a las esferas económica y social que se regulen por sí mismas” (Antón,

2007:111).

Lo que queda por encajar es que los individuos ganen recompensas en

directa proporción a su talento y a sus méritos. El input es todo aquello que el

individuo mete de provechoso en la sociedad, el output que extrae es la

recompensa moral y monetaria. En teoría, el sistema liberal quiere provocar que

todos los individuos, sea cual fuere su extracción social y nivel económico meta

en la sociedad lo mejor de sí mismo y saque como recompensa, de este mérito,

5 Abstractas, de ficción y mitológica son los adjetivos con los que Goodwin califica la igualdad de oportunidades.

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algo tangible y cuantificable. Se recompensa mejor a quien lo merece, de modo

que gana más quienes más lo merecen6.

3. JANO.7

Varios han sido los padres y diversas las cunas del liberalismo. Dentro de

la larga historia de la política, podemos aventurarnos a afirmar que inaugura el

campo de las ideologías. Fue la primera ideología que logró estandarizarse, que

escribió su propio corpus de directrices. Tras ella fueron surgiendo las otras,

con su propia idiosincrasia, pero también, y en buena medida, como respuesta

al liberalismo. Ese debut, parece haberle dado una posición hegemónica en el

pensamiento político de la civilización occidental desde la Modernidad8.

6 Una vez más Goodwin objeta con firmeza. Meritocracia o justificación ad hoc de las

diferencias irreconciliables entre ricos y pobres. Goodwin, 1997. Op. cit. pp. 54 y 55.

7 JANO. Deidad peculiar de los romanos que no corresponde a ningún dios helénico. Supone Jano un símbolo de totalización, de anhelo de dominación general. Tenía dos cabezas, por lo que se le ha considerado como el dios de las puertas, el que las abría y cerraba, protegiendo así la entrada y salida de las casas de la ciudad. Román, Mª. Teresa Diccionario de las Religiones Alderabán Madrid 1996 p. 174.

8 Sobre esta hegemonía parece haber consenso entre los autores:

Goodwin, 1997. Op. cit. p. 79. “La corriente principal del liberalismo, perfeccionado de acuerdo a los cambios históricos, continúa siendo la ideología dominante en Occidente”.

Eccleshall, 2004. Op. cit. p. 44. “… el liberalismo es la ideología que está más íntimamente ligada con el resurgimiento y la evolución del mundo capitalista moderno. De suerte que en determinado aspectos… es la ideología hegemónica de la sociedad posfeudal…”.

Roberto Rodríguez, R. La Tradición Liberal en Ciudad y Ciudadanía. Senderos contemporáneos de la Filosofía Política. Edición de Fernando Quesada. Trotta 2008 p. 7. “De hecho, constituye aquella tradición de pensamiento político que ha gozado de amplia hegemonía en la civilización occidental casi desde sus propios orígenes en la modernidad, y quizás por ello mismo, ha sido la corriente ideopolítica contra la cual se han definido y conformado buena parte de las restantes”.

Vallespín, 2009. Op. cit. p. 53. “No hay que olvidar que la misma idea de constitucionalismo moderno, con todos los contenidos que abarca –declaraciones de derechos, separación de poderes, estado de derecho, etc.- es ya una aportación liberal. Su contingencia en tanto que mera ideología política se ve compensada así por el ‘trato de favor’ que en cierto sentido ha recibido por parte de la

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Convirtiéndola en una especie de ideología entre ideologías, el sustrato básico y

natural de todas ellas. Este tema, peliagudo y tormentoso, ha ocupado y ocupa

innumerables páginas de análisis político. Tratando de delimitar claramente las

líneas que se entrecruzan, dejaremos para otro momento las cosas que tienen

que decirse las ideologías unas a otras9. Y nos centraremos en si el liberalismo

ha sufrido el impacto de la historia en sus creencias.

Comenzamos el capítulo tildando al primer liberalismo como reformista.

Es cierto que la génesis del liberalismo se produjo en un entorno revolucionario

(Rodríguez, 2008:9-10). La Revolución científica, la Reforma protestante, la

Revolución económica con la instauración del capitalismo y, finalmente las

Revoluciones políticas (en Inglaterra, Estados Unidos y Francia) son el contexto

donde brota el liberalismo en la pluma y el genio de Locke, Montesquieu, Hume,

Bentham, Constant, Paine y algunos otros. Los autores liberales fueron tomando

elementos e interpretando de la realidad que les tocó vivir hasta dar con un

núcleo ideológico y un novedoso discurso filosófico.

tradición política occidental. Lo queramos o no, el liberalismo es la ideología creadora de las reglas de juego en las democracias modernas”

9 Eccleshall, 2004. Op. cit. p. 51. Para Eccleshall es posible rastrear en las otras dos grandes ideologías, un buen puñado de ideas tomadas prestadas del liberalismo: “Son tantas las ideas que en principio fueron liberales y que posteriormente se han moldeado en el seno de perspectivas sociales alternativas, que la ideología liberal puede aparecer hoy como desmembrada: un revoltijo de creencias que se derraman por doquier. Lo cierto es que los actuales liberales parecen estar sentados, y no muy cómodos por cierto, a caballo entre dos mundos ideológicos existentes: el conservador y el socialista”.

Rodríguez, 2008. Op. cit. p. 29. “Este acercamiento… quizá tenga su origen en la condición fronteriza entre el conservadurismo y el socialismo; condición que ha facilitado la absorción de buen parte de su ideario por aquellas tradiciones, en especial a causa de la respectiva proximidad a ellas de cada uno de sus rostros”.

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En el siglo XVIII a la teoría política se añade la teoría económica y el

liberalismo adquiere ya una extraordinaria cota de influencia. Estamos en

tiempos de Adam Smith y del nacimiento del liberalismo económico o economía

política clásica. La economía se rige por una serie de leyes naturales con sus

propios mecanismos de autorregulación. Efectivamente, existe una clara

analogía entre el individuo y la economía. El ser humano se rige por una serie de

leyes naturales como son la individualidad, su instinto de apropiación, el afán de

lucro y la racionalidad. Si se le deja en libertad y sin trabas puede

autorregularse y llegar a ser feliz, conviviendo razonablemente bien con los otros

individuos. Del mismo modo existe una mano invisible que autorregula el

mercado, la división del trabajo, la ley de la oferta y la demanda y la libre

competencia. El mercado, según A. Smith, es el “punto de encuentro de los

distintos intereses y voluntades individuales” (Vallespín, 2009:70). El mercado es

una especie de mecanismo automático capaz de captar, si no tiene

constricciones, lo esencial de las distintas necesidades e intereses. Actúa como

una fuerza subliminal totipotente que surge de la conciencia colectiva de los

propietarios que lo conforman, y de ese modo es el único que puede convertir el

egoísmo del propio interés y de la ganancia propia en bienestar general.

Pero luego de la génesis encontramos los requiebros del liberalismo. Para

algunos es un pensamiento compacto y sin transformaciones, por lo tanto

universalizable a todas las épocas y sociedades. Por contra, entiende Eccleshall

(2004:50) que el liberalismo no es “un conjunto de creencias estáticas e

intemporales que se mantiene al margen de la historia”; y Rodríguez (2008:7) que

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“la tradición liberal dista mucho de constituir un cuerpo homogéneo o cerrado de

ideas”. Y sigue argumentando Eccleshall (2004:71) que se equivocan los que

piensan que no se ha mostrado permeable a los avatares de la historia:”El primer

liberalismo, o liberalismo clásico, como ya vimos, se asociaba a la idea de un

estado minimalista, es decir, la creencia de que únicamente la economía de libre

mercado, sin interferencias políticas, podía salvaguardar los derechos y las

libertades individuales. El liberalismo moderno, o posclásico, por el contrario,

defiende ciertas medidas para la supervisión estatal de la economía y también

para liberar a las personas de las intolerables condiciones sociales”.

El espíritu de la época tiene mucho que ver en todo esto10. El ajetreado

siglo XIX supone un serio aldabonazo al optimismo, antropológico y político, del

liberalismo. Lo que comenzó como reformismo del Antiguo Régimen se ha

terminado por transformar en otro monolito omnicomprensivo. El tiempo de los

últimos es otro, puede, quizás quién sabe, si esa percepción positiva, por

hiperracionalista, de los seres humanos esté algo desencajada, ¡son tantas cosas

las que han pasado! El mundo es otro también, entre otras razones porque ese

primer liberalismo ayudó a modificarlo. Y sobre todo, porque ha entrado en

diálogo y confrontación con otras formas ideológicas de ver y tratar al mundo del

hombre. Este último liberalismo puede desdoblarse en dos tradiciones

10 La cita es larga, pero explica perfectamente esto de que el mundo es, desde luego, otro mundo. Rodríguez, 2008. Op. cit. p. 15 “…las sociedades a que da lugar el capitalismo industrial imperante hacia mediados del siglo XIX son ya muy diferentes de aquellas en las que nación el liberalismo hacia mediados del siglo XVII. El enorme desarrollo de la industria, el fin del capitalismo individual y la creación de gigantescas; la creciente importancia de las instituciones bancarias; la aparición de grandes sociedades anónimas; los nuevos métodos de organización del trabajo; a la emergencia de nuevos problemas económicos, sanitarios, educativos y laborales; la creación de diversos sistemas asistenciales y de seguridad social; el desarrollo del capital monopolista, la progresiva ampliación de los sujetos de derechos políticos y el consiguiente acceso de la ciudadanía a la política; el nacimiento de los partidos y los sindicatos de masas; la creciente racionalización, burocratización y oligarquización de la vida económica y política, o, en fin, el aumento de la intensidad y conflictividad de la lucha por el poder y la influencia política, …”.

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distinguibles: el liberalismo social y el neoliberalismo conservador. Diferentes

programas de desarrollo, un mismo ideal. Se mantienen las praevia positio, se

reinterpretan las implicatio.

Estos distintos movimientos tratarán de apuntalar, unos, y reformar,

otros, ese liberalismo omnipresente al que ya acosan otras ideologías. Nos

encontramos con el Liberalismo Democrático defendido por Toqueville o John S.

Mill por ejemplo, de corte ilustrado, que “propugnaban la libertad de

pensamiento, de expresión y de asociación, la seguridad jurídica y política de

propiedad y el control de las instituciones políticas mediante una opinión pública

informada. Todo ello debería alcanzarse mediante gobiernos constitucionales

basados en el concepto clave de la soberanía popular” (Antón, 2007:116). Frente a

estos el Liberalismo Doctrinario en De Maistre o Guizot, por ejemplo, que se

enrocan en lo más clásico de lo clásico, mirando hacia el conservadurismo.

La llegada del siglo XX, ahora sí, cambia por completo la fisionomía del

liberalismo. El mundo es ya un lugar muy grande y son varias las ideologías que

se ocupan de su funcionamiento y que pugnan por habitar en los pensamientos

de los ciudadanos. Las relaciones entre los países se vuelven cada más compleja,

hasta el punto de que aparecerán terribles totalitarismo de diverso cuño. En los

países democráticos se reordena el ámbito de la representatividad política y la

redistribución de la riqueza es intervenida, en mayor o menor medida, por el

Estado. Con el crack del 29 muchos reconocieron que el liberalismo económico

clásico dejado a su libre albedrío era catastrófico. El Estado era llamado

irremediablemente a intervenir económicamente y corregir la deriva del

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capitalismo. F. D. Roosevelt y su New Deal, en la Norteamérica de entreguerras,

es el ejemplo más conocido de esto.

Tras la Segunda Guerra Mundial se llega a una especie de entente tácito

para remar en la misma dirección: es el tiempo de gloria de J. Maynard Keynes y

el Estado del Bienestar. Pero como en todo armisticio que es inestable, la paz

política se truncó con la Crisis del petróleo de la década de los setenta. El

neoliberalismo que surgirá de esta época retoma en cierta medida el mismo

doble camino del s. XIX, que había sido semiabandonado en gran parte del s.

XX.

Frente a la misma realidad sociopolítica, los liberales hacen una

valoración crítica diametralmente opuesta. Para algunos teóricos, Hobhouse,

Hobson, Dewey, Keynes, Rawls, Bobbio o Dworkin entre otros, habría que dar

una respuesta al endurecimiento de las condiciones vitales y laborales. No se

podía seguir manteniendo impasiblemente esas posturas clásicas que lo que

realmente hacían eran dar cobertura al enriquecimiento de una minoría frente al

empobrecimiento de la mayoría. Pero otros teóricos, Spencer, Croce, von Mises,

Hayek, Sartori o Nozik entre otros, lo que veían era una proliferación del

intervencionismo, un reformismo social desembocante en el Estado del

Bienestar, y el fomento de la pasividad del individuo que se ha convertido en

adicto dependiente de las subvenciones del Estado. En tiempos del eje

transoceánico Reagan-Thatcher, estos últimos son los claros vencedores y los

que marcan los destinos de la geopolítica mundial: desregulación del mercado

laboral, privatización del sector público, autorregulación del mercado y

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militarismo imperialista. Responder a todo los nuevos sucesos con las

consideradas seguras recetas de siempre, parece ser el espíritu del

neoliberalismo conservador hegemónico, más aún tras la catástrofe del 11S.

El liberalismo no ha intervenido en la realidad previa a su primera

conformación, se amoldó a lo que en ella iba surgiendo, la fue interpretando

para luego ir conformándose. Pero sí que ha intervenido, y mucho, en la realidad

que desembocó en las segundas de sus definiciones. Ambas posiciones liberales

han ido desgranado sus enmiendas al modelo clásico a lo largo del siglo XIX y

XX. Y todavía ahora, en el incipiente siglo XXI ambas líneas siguen progresando

y separándose. Y es que son tan diametralmente opuestas que cuesta creer que

tengan ancestros intelectuales comunes; y que la conclusión de Eccleshall

(2004:74) de que “los primeros y los últimos liberales han defendido programas

distintos para lograr el ideal de una comunidad uniclasista de ciudadanos que se

gobiernan a sí mismos”; sea difícil de entender. Aunque como veremos en el

siguiente capítulo, el neoliberalismo clásico, puede ser perfectamente enclavado

en la ideología conservadora.

Epílogo

Deliberadamente he dejado para el final de esta disertación sobre el

liberalismo el asunto del talante liberal. Aquella actitud mental de una persona

civilizada y tolerante, de ‘mente abierta’, defensor acérrimo de la libertad,

contrario enérgico contra todo aquello que signifique prohibir y clausurar, que se

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siente y ejerce como sujeto racional, libre de todo prejuicio, incluso defensor de

causas en las que los derechos de las minorías se ven menoscabados. Ese

prohombre que está en contra de todo tipo de autoritarismo, que se opone con

firmeza a aquellas prácticas que descalifican a determinados grupos sociales

como postergados.

Creo importante distinguir esta hexis11 liberal del liberalismo como

conjunto de creencias o credo político. Cierto es que en sus orígenes, sus

primeros partidarios quisieron cultivar esa imagen de sujetos magnánimos que

preferirían el diálogo racional a la imposición abstrusa o al extremismo

ideológico. Pero este talante no ha sido siempre, ni es ahora actualmente, una

propiedad exclusiva de los adeptos al liberalismo. Seguro que un buen puñado

de socialistas estarán de acuerdo con este temperamento o, incluso, dirán de él

que es el modo de ser del auténtico progresista. Entonces llegará la

confrontación por los derechos de apropiación y legitimidad sobre ese talante.

Ese es, a mi entender, otro debate.

11 Aranguren, J.L.L. Ética. Alianza Editorial AUT/19. Páginas 22 y 23. El filósofo español distingue en su caracterización etimológica de la ética entre el êthos y la hexis. La hexis, como talante, modo de vivir anímico, temperamento o constitución, es el sentido previo y natural del êthos. Éste es mucho más profundo que el anterior y tiene que ver con el modo de ser del individuo, de situarse en la vida; es el carácter del hombre forjado a través de su vida por los actos.

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CONSERVADURISMO

Vishnu

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El comienzo de la reflexión sobre el conservadurismo comienza con la

determinación de si es o no es una ideología propiamente dicha12, si es un cuerpo

estructurado de ideas y directrices o son un conjunto, más o menos coherente, de

intuiciones o disposiciones. No parece éste, desde luego, un tema menor habida cuenta

de las opiniones encontradas al respecto. Algunos autores no ven impedimentos para

situarlo en la lista de las ideologías y otros dan el visto bueno para poder encajonarlo en

su sitio pero con matices. Si seguimos los parámetros de los que entienden que el

conservadurismo es más un hábito mental que una doctrina política, y que prefiere

ceñirse a lo concreto en vez de teorizar; entonces, dice Eccleshall (2004:84) que, encajaría en

los parámetros de una preferencia subjetiva hacia una forma de vida establecida. Pero este

autor no está de acuerdo con este aserto. A primera vista sí que puede parecer simple,

pero al revisar los conceptos evitando el maleado uso diario que se hace de la etiqueta

‘conservador’ aparecerá otra cosa. Estamos otra vez en nuestra escalera de Escher al

encontrarnos con que cada ideología habla favorablemente de sí misma y en forma

contraria de las demás, desde sus también posturas ideológicas. No parecen quedar

instancias prístinas de argumentación y crítica objetiva. Volvamos a nuestro asunto, para

12 Goodwin, B. El uso de las ideas políticas. Península Barcelona 1997; y también Lleixá, J. El Conservadurismo en Manual de Ciencia Política. Miquel Caminal Badia (Editor) Tecnos 3ª Edición Madrid 2007. Goodwin, apoyándose en Mannheim, afirma (p. 181), que el conservadurismo no es una ideología explícita o constructiva. Más adelante, (p. 206), lo denomina como una especie de camaleón entre las ideologías, diciendo además que es una ideología esencialmente incompleta e insatisfactoria. Lleixá también aporta la conceptuación de Mannheim (p. 124 y p. 126) en ‘El pensamiento conservador’ (1929), que afirma que es un estilo de pensamiento, que a continuación adoptará una u otra coloración, uno u otro contenido ideológico concreto a lo largo de la historia. Bealey en la entrada ‘conservadurismo’ de su Diccionario, en la página 90 para ser exactos, va mucho más lejos y determina que es la negación de la ideología.

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Eccleshall (2004:85) sí es con pleno derecho, una ideología, por ser un conjunto de creencias

que determinados grupos sociales empezaron a articular en un momento histórico concreto.

Goodwin (1997:182) argumenta sobre este asunto de forma hipotética: Si el conservadurismo

puede ser presentado como una ideología, esto se debe a que se deriva de un pequeño número de

creencias e intuiciones que forman una concepción del mundo coherente.

El conservadurismo tiene un punto de origen en la historia: el tiempo posterior a

las revoluciones, el pensamiento ilustrado y todo el entramado ideológico que surgió a

raíz de las mismas. La ideología política conservadora surge como un impulso reactivo

frente a estas revoluciones (Lleixá, 2007:125). Una reacción que abarca lo social, lo político,

lo intelectual y lo moral. Los conservadores entienden que la Revolución rompió el orden

natural de las cosas. Las rupturas revolucionarias desencajan las estructuras del gran

organismo que es la sociedad. La época de las Luces, su racionalismo, la defensa de los

derechos naturales del hombre, truncaban el funcionamiento ordenado de la sociedad.

¿Cuáles son, entonces, estas creencias, de las que hablan los expertos?

1. LOS PILARES BÁSICOS.

La imperfección humana. Los conservadores suponen que la naturaleza humana es

débil, egoísta e irracional. La debilidad del ser humano, su fragilidad y tendencia al

egoísmo y al juicio erróneo, es algo que no podemos dejar de tener en cuenta. Eccleshall

(2004:101) rastrea estas ideas hasta el siglo XVI y R. Hooker con su teoría del pecado

original como razón del pesimismo humanista. El hombre es incapaz de autogobernarse

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o incluso llevar una conducta sociable y moral, cuando falta un elemento coercitivo. En

este contexto es celebérrima la sentencia de Thomas Hobbes: homo hominis lupi, el hombre

es un lobo para el hombre.

La desigualdad es ineludible. La igualdad es antinatural e imposible. Existen tres

niveles de desigualdad:

Los hechos inmutables de la biología humana en cuanto a la corporeidad,

las habilidades y destrezas y las energías.

La diversidad individual en el carácter, el talento, el pensamiento y las

ambiciones.

Las diferencias económicas en cuanto al acaparamiento de recursos,

propiedades, dinero y, por tanto, de poder.

El hombre no posee derechos naturales. El hombre pre-social (Lleixá, 2007:126-127) y su

libertad no existen, no existieron nunca; el contrato acordado in illo tempore, por tanto,

tampoco ocurrió. Por consiguiente, los derechos naturales del hombre, y la libertad

abstracta, son una falacia del racionalismo iluminista. Lo que existe son los derechos y las

libertades concretas recibidas en herencia de nuestros antepasados.

Contra el cambio. Respecto a este punto existe una importante divergencia entre los

autores expertos. La propia etiqueta de la ideología adelanta el concepto clave sobre el

que pivotará gran parte de la reflexión conservadora: preservar el orden. Por eso la

ideología conservadora se siente interpelada a criticar y a enfrentarse de manera

sistemática con las otras ideologías, tratando de impedir que éstas alteren lo que

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA II

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consideran el rumbo natural de las cosas. Es importante, y antes que nada, reafirmar las

instituciones naturales existentes (Molina, 2008:27-28), incluso defenderlas de todos aquellos

que quieran modificarlas.

¿Es posible que la sociedad pueda algún día eliminar sus imperfecciones mediante

el progreso? Los conservadores creen que no y para apuntalar su creencia argumentan

con la experiencia histórica. La Historia es una gran maestra que ofrece importantes

lecciones a quien quiera oírla. Los conservadores la prefieren a un hipotético futuro de

progreso. Pero a decir de Eccleshall (2004:87), el oponerse al cambio está lejos de ser una

instancia inamovible, y por supuesto, que no se trata del ingrediente crucial del

conservadurismo.

Goodwin argumenta que el estar en contra del cambio sí es una posición nuclear

del conservadurismo. Rastreando a lo largo de la historia de la filosofía y la política

respecto a las creencias e intuiciones de corte conservador, podemos llegar a concluir que

los conservadores no gustan del cambio. Es más, cuanto mayor sea el cambio, peor el

mal. Y es que piensan que todo cambio equivale a la decadencia o presagia la disolución

el caos. Visto desde otro ángulo: están convencidos de que la estabilidad, la paz y el

orden son los ideales que hay que promover y defender, los que conformarán la mejor de

las sociedades. La estabilidad en el orden natural de las cosas es el objetivo a perseguir. A

lo sumo, se permiten los ajustes, ya que no se pueden predecir las implicaciones que

traerán los cambios. Goodwin (1997:183-184) ofrece los que supone son argumentos

conservadores contra el cambio. Estos pueden resumirse como sigue:

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Imprevisibilidad. Nada ni nadie puede asegurar a ciencia cierta que los cambios

producirán mejoras en la sociedad. Todo cambio es arriesgado, puesto que el

efecto de la reforma no puede predecirse con precisión, y por consiguiente no

puede determinarse por anticipado si es deseable o no. No se puede prever los

resultados que tendrá una innovación social.

Hay que respetar a la tradición. Las formas políticas y sociales existentes, si

están basadas en la solemne y sagrada tradición, deberían conservarse sin

alteraciones. Es la tradición la que crea la continuidad social, y ésta su vez,

fomenta la tranquilidad y la seguridad, que es lo que en el fondo desean los

seres humanos. El tiempo es el mejor de los jueces. Entonces, lo que se preserva

en el tiempo será, por supuesto, el mejor los sistemas posibles. Por lo que no

deben realizarse cambios porque lo que existe es bueno

¿A qué se debe este tesón tan contrario al cambio, hasta el punto de pensar que

cambiar es degenerar? Los conservadores están convencidos de que la realidad posee una

esencia inmutable y de valor (Goodwin, 1997:185), esencia que hay que proteger y preservar de

los cambios. Existen, ciertamente, una serie de verdades inmutables que han de ser las

guías para la moral y la política para todas las épocas. Este asunto no queda zanjado aquí,

como se verá a continuación sigue estando presente.

Dios e Historia. El pensamiento conservador tiene profundas raíces en la historia de

la humanidad. Y aunque en su moderna constitución optara por anatemizar la ideología

política por ser ponzoñosa y manipuladora del orden correcto que ha de estar justamente

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA II

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establecido, nunca jamás, en su historia, parece haberse desprendido de la impronta que

la ideología religiosa impregna en todas sus creencias, véase si no el indeleble sello que

Hooker ha dejado en las almas de los conservadores. Efectivamente, el conservadurismo

y la religión cristiana son corrientes paralelas que, incluso vistas de cierto punto de vista

cenital, pueden ser una y la misma. Sabemos que comparten la misma concepción

pecaminosa del ser humano: la humanidad está fundamentalmente podrida y débil (Goodwin,

1997:196). Junto a esto encontraremos, eso lo veremos a continuación, la proverbial

necesidad de un mesías político que guía a los descarriados al orden justo.

Si de Hooker incorporaron, a la ordenación del mundo, los principios morales

establecidos por Dios; de Burke incorporan, algo que no es abstracto, la experiencia de la

historia, la herencia adquirida. Si la individualidad es imperfecta, en la tradición y el

acumulo corporativo de costumbres está la sabiduría. Por eso la tradición es el reservorio

de sabiduría13, un depósito de la inteligencia colectiva y de los valores auténticos,

acumulada durante siglos que hay que conservar y reverenciar. Porque además, las leyes

y las instituciones son su magno resultado. En la historia están los ejemplos que lo

corroboran. Así que, para los conservadores la sociedad debe evolucionar dentro de un

orden moral trascendente. En la retórica conservadora los conceptos ‘evolución’ o

‘ajustes’, quizás ‘reforma’ son plenamente admisibles. Sin embargo, ‘progreso’ y ‘cambio’

tiene una carga de radicalismo inaceptable. Desechar la sabiduría práctica de las

13 Eccleshall. Op. Cit. Págs. 102 y 104. También en Lleixá. Op. Cit. Pág. 127. Finalmente, del orbe anglosajón salta este pensamiento hasta el orbe germano del romanticismo. Savigny afirma que el origen del derecho radica en la ‘consciencia común del pueblo, y la costumbre crea históricamente su propio régimen (Lleixá. Op. Cit. Pág. 128).

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generaciones (Eccleshall, 2004:104) a favor de quimeras sin contrastar históricamente es

intolerable para el conservadurismo de todos los tiempos y lugares.

2. VISHNU.14

No solamente el conservadurismo es una ideología, sino que, para Eccleshall

(2004:102-104)15, en lo referente al modelo de Estado y Sociedad, tiene dos articulaciones

clásicas: la variante libertaria y la variante orgánica. El conservadurismo libertario adopta

ideas que han sido promovidas por el liberalismo: aboga porque el Estado no intervenga

en la economía, defiende el mercado libre y la propiedad privada. ¿Por qué ocurre esto?:

la economía libre fomenta la autodisciplina y vigoriza la fibra moral de los individuos (Eccleshall,

2005:90). El conservadurismo orgánico no comparte este modelo social. Abogan por una

sociedad interconectada jerárquicamente que se vincula mediante un entramado de

derechos y obligaciones. En su cúspide nos encontramos a los ricos y pudientes, que

además de tener el poder tienen la responsabilidad del bienestar y protección del resto de

la pirámide. Este modelo de origen claramente medieval y se fundamenta en la ‘nobleza

obliga’ y en el paternalismo benefactor aristocrático.

14 VISHNU ‘El Conservador’ es la más importante deidad hindú, que junto con Brahma

(‘El Creador’) y Shiva (‘El Destructor’) forman la Trimurti. Se nos aparece como el gran protector del universo, cada vez que se tambalea el orden, él se encarna para restablecerlo. [Román, Mª. Teresa Diccionario de las Religiones Alderabán Madrid 1996 Pág. 312] Se le representa en forma humana, como un hermoso joven sonriente de piel azul intenso, cuatro brazos y tiara en la cabeza; cabalga sobre el águila celeste Garuda y reposa sobre la serpiente de mil cabezas, símbolo de lo infinito. [Román, Mª. Teresa

Sabidurías orientales de la antigüedad Alianza Ensayo 235 Madrid 2004 Pág. 252]

15 En la página 97, Eccleshall, también aduce que rara vez se manifiestan en estado puro.

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¿No hay, entonces, un choque entre ambas posturas? Eccleshall (2004:93) soluciona

este problema negándole a la ideología conservadora una identidad-eje central sobre la

que pivote todo el entramado ideológico. Así el auténtico pensamiento conservador se

presenta como un híbrido entre ambas tendencias. Goodwin lo llama, simple y

llanamente, pragmatismo. Hay que preservar el orden a cualquier precio y evitar las

reformas radicales. Ese fin justifica los medios. El pragmatismo es el único método

político válido. Los conservadores pueden abogar por políticas diferentes, incluso

contradictorias en épocas distintas, en pos de un objetivo: preservar lo bueno de la

sociedad, la cohesión y el status quo. Este pragmatismo es el vínculo que existe entre el

conservadurismo y el neoliberalismo clásico (Goodwin, 1997:197,202-206)16.

Si contamos con la concepción negativa del hombre, la posición central de la

autoridad, y el papel de la religión en la sociedad y el gobierno de los hombres, Hobbes

es, desde luego, un conservador al pié de la letra. Edmund Burke, en el siglo XVIII, es

considerado como el más importante de los teóricos políticos conservadores, más si cabe

si tenemos en cuenta su papel fundamental, no directa pero sí ‘espiritual’, en la Carta

fundacional de los Estados Unidos de América. También John Adams en Estados Unidos

y Joseph de Maistre en Francia son afamados conservadores de su época dorada. Ya en el

s. XX, se considera al neoliberal conservador Frederik von Hayek como el más importante

representante de esta ideología; pero para ilustrar hasta qué punto puede ser difícil

16 A Goodwin le parece que el conservadurismo no tiene suficiente empaque para dar forma a un corpus original, así que ha de tomar de las otras fábricas de ideas lo que ella no tiene, especialmente en lo que a la economía se refiere. Este es lo que ha difuminado la frontera entre el conservadurismo y los liberales.

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etiquetar como conservadores a determinados autores y a determinadas obras, el inglés

Michael Oakeshott, conservador de corte más clásico, critica duramente al anterior por

introducir la racionalización en las entrañas del conservadurismo.

3. CONSECUENCIAS

Sociedad de estructura dominante. La sociedad es un organismo históricamente

regulado que se vertebra de forma natural por una jerarquía (Lleixá, 2007:137).

Efectivamente, los conservadores abogan por una sociedad clasista o jerárquica, en donde

la autoridad de la élite ha de derramarse hasta el fondo de la pirámide, el pueblo.

Algunos hombres son innatamente “superiores” a otros, así que no sólo es lógico que

gobiernen, sino que es lo natural. La élite del gobierno y la sociedad jerárquica no

igualitaria dividida en clases son consecuencias necesarias de la naturaleza humana. Las

diferencias de clases no tienen que dar forzosamente lugar a conflictos sociales o

desórdenes puesto que todos pertenecerán a clases a las que por naturaleza les

corresponde pertenecer, y la armonía orgánica reinará entre las clases. Cada clase ejerce

su función y ocupa su sitio correspondiente en el orden social. Es el modo en el que éste

funcionará correctamente y en armonía: es la analogía orgánica en palabras de Goodwin

(1997:190). El conservadurismo no se contempla a sí mismo como una forma excluyente de

plantear la sociedad. Todos tienen sitio en la sociedad conservadora, pero cada uno debe

estar en el lugar que la naturaleza y la tradición dispongan. Por tanto, la nivelación social

es imposible y si se intenta de llevar a cabo el resultado será la tiranía. Por tanto, también

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la nivelación económica es impracticable y si se intenta de llevar a cabo el resultado será

el estancamiento socioeconómico. Así que no hay nada loable en una sociedad igualitaria.

Ha de existir un orden social donde cada cual ha de jugar el papel que le corresponde.

Sociedad de estructura meritocrática. El debate entre el conservadurismo y la

democracia ha ido adquiriendo, a lo largo de la historia, tintes de ferocidad dramática

que sobrepasan con mucho las pretensiones de este trabajo. Sí podemos apuntar que si la

democracia es aquella forma de gobierno que trata de imponer el igualitarismo de masas,

que es una igualdad antinatural para los conservadores, y encierra además un principio

nivelador que trata de sustituir la virtud del esfuerzo y la búsqueda de méritos por la

mediocridad y el plebeyismo (Lleixá, 2007:137), entonces, los conservadores no estarán

nunca a favor de ese modelo de democracia. Si el pueblo no se esfuerza, no trata de

mejorar y medrar aceptando el lugar que le corresponde, esperando además, que alguien

le solucione la vida, no merece tener la posibilidad de llevar las riendas del gobierno de la

sociedad.

Por tanto, los conservadores sí que quieren potenciar las minorías emprendedoras,

a través de su éxito económico (Eccleshall, 2004:96), ya que así habrán probado su valía en la

sociedad, como ya hicieron la burguesía y los comerciantes. Y no se puede obviar la

existencia de los inadaptados más radicales, de la ignorancia y la indolencia de unos

pocos que no saben o no quieren hacer méritos y aprovechar las oportunidades dentro de

este sistema jerárquico, y que es posible que actúen de modo reprensible e irresponsable.

Ante los potenciales peligros de esto es necesario ese Estado fuerte.

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Contra una sociedad de siervos. No hay ideología que campe a sus anchas en el

mundo sin interaccionar con otras. Por eso, en primer lugar, se comportan como agentes

erosivos las unas con las otras. Y en segundo lugar, surgen modificaciones, o mejor dicho,

se producen renacimientos de entre sus cenizas como respuestas a esas interpelaciones. El

conservadurismo no iba a ser menos a lo largo y ancho del intenso siglo XX. El

individualismo ha sido eliminado por el colectivismo. El incentivo individual ha sido

suprimido por las tasas y los impuestos. Las empresas debilitadas llegan incluso a pedir

el amparo de los aparatos estatales. Habitamos en un Estado-nodriza que entumece la

elección individual y asfixia la iniciativa (Eccleshall, 2004:112). Este es el tremendo análisis

que, contrario al llamado Estado del Bienestar, Hayek y Milton Friedman realizan de la

situación subsiguiente a la 2ª Guerra Mundial. Para atajar lo que ellos creen una

catástrofe hay que volver a fortalecer la competencia y la competitividad. La única

función económica que ha de cumplir un gobierno es la de mantener estable el sistema

monetario (Eccleshall, 2004:111). Se debe reducir el gasto público y bajar los impuestos. La

empresa privada ha de retomar su lugar de acción predominante. Estas contrarreformas

socioeconómicas llevaran a una reforma moral: liberados del colectivismo que produce

inválidos y gorrones17 se producirá una vuelta a los valores morales civilizados. No será

solamente una cuestión de la clase política, llegan a vaticinar, será el propio descontento

popular el que pedirá hacer frente a la elevación de los índices de criminalidad, de la

17 Eccleshall. Op. Cit. Pág. 114. También, y sin que sirva de precedente (sic), en Goodwin. Op. Cit. Pág. 71.

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permisividad moral, el incremento de la inmigración, que son propios de esta

servidumbre. Habrá que volver a la recia disciplina de la ley y la tradición.

Sea como fuere, los conservadores apuestan por una Sociedad-Estado fuerte, de

disciplina social y recio orden legal. Con los matices añadidos por cada una de las

articulaciones. El gobierno es la autoridad que se debe respetar, es un mero dispositivo

para mantener el orden.

El deber patriótico. Bien porque sea la unidad-orden natural; o bien porque sea el

producto de una tradición; la nación es un indestructible conglomerado de tierra,

costumbres e instituciones que debe ser defendida hasta las últimas consecuencias: la

nación es sacrosanta (Goodwin, 1997:195). Este espíritu patriótico representa el legítimo amor

a los orígenes: el lugar de nacimiento tanto físico como espiritual, la patria y la familia. Se

pretende de modo activo que sus valores, su cultura y su tradición se transmitan de

generación en generación.

Filantropía y Caridad. Para el conservadurismo llamado orgánico, cada individuo ha

de cuidar de sí mismo, cada cual ha de satisfacer sus propias necesidades, siendo

recompensados adecuadamente, aquí el que habla es el conservadurismo libertario, por

cumplir con su deber allí donde la sociedad los ha situado. Respecto a la pobreza y la

desigualdad, los ricos y pudientes deben de ayudar y proteger a los pobres y

desprotegidos. Como ya hemos visto, un Estado de Bienestar es una creación artificial

que destruye las relaciones naturales, que además, impide el noble y aristocrático deber

de la caridad.

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Epílogo

Deliberadamente he dejado para el final de esta disertación sobre el

conservadurismo el asunto del instinto de conservación natural. Es un hecho biológico y

psicológico constatado que el ser humano trata de preservar su vida de todo daño. Las

reacciones instintivas de protección son un dato difícilmente rebatible. Incluso los

reformistas de izquierdas más sesudos e ideológicamente estructurados no pueden evitar

tener una psique con pulsiones inconscientes que le ordenan defenderse y conservan su

resuello vital. Cuando algunos tratan de trasladar estos primarios instintos de

conservación a situaciones prácticas de la cotidianidad política el análisis resulta

dificultoso, por no decir otra cosa. Es conocido por todos los analistas y estrategas de los

partidos políticos la tendencia a votar a partidos conservadores cuando hay períodos de

crisis y la ciudadanía ve amenazada su nivel de vida: bien económica, en épocas de gran

recesión; o bien social, en épocas en que la inmigración no encauzada o los altos índices

de criminalidad, por ejemplo, se convierte en un problema. Del mismo modo, cuando la

situación es más boyante y los recursos abundan, los votantes vuelven a mirar a partidos

considerados progresistas o de izquierdas y sus grandes reformas engalanadas con

grandes y hermosos discursos repletos de optimismo e invulnerabilidad.

Sería pertinente aportar aquí, también, la distinción que Mannheim18 realiza entre

tradicionalismo y conservadurismo. Siendo el primero de ellos un impulso psicológico

18 Lleixá. Op. Cit. Pág. 124. Esto nos llevar al entrecruzamiento ideológico que ocurre en

los tiempos actuales y cómo, en una regiones geopolíticas más que en otras, la ideología conservadora y los políticos que la defienden se ven severamente criticados, si no claramente agraviados, especialmente por sus posiciones previas, tildadas como negativas y pesimistas por

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humano de apego a las tradiciones más clásicas y el segundo que es el concepto político y

sociológico históricamente determinado. Una vez más vemos aquí como se retuerce el

debate entre lo anímico y lo político, entre las actitudes mentales de eso que,

comúnmente, se llama talante tradicional con los conceptos ideológicos.

¿Hasta qué punto la gente tiene derecho o no a sentirse en peligro o defender lo

que cree suyo y actuar en consecuencia, protegiéndose con supuestas promesas

conservadoras? Este fatalismo que se traslada desde la conducta individual hacia la

práctica política puede ser entendido como algo natural o como algo artificial. Unos

entienden que hacen una labor descriptiva de las condiciones dadas y los otros que detrás

de esa negatividad hay un funesto intento de manipulación. Los conservadores defienden

la primera opción y casi todas las demás ideologías defienden la segunda, un

presupuesto de manipulación ideológica que sólo puede ser contrarrestado por otro

sus antagonistas políticos. También por defender su alto estatus económico en la pirámide social, frente a la pobreza y la carestía de muchos. El conservadurismo es, si se me permite usar una expresión coloquial del campo cinematográfico moderno, el ‘malo de la película’ en política. Es desposeído primeramente de toda dignidad teórica, y segundo, se le acusa de poseer todos y cada uno de los defectos achacables a una formación política. A pesar de ello, siguen existiendo en las grandes sociedades actuales los partidos conservadores. Y no sólo eso, mantienen grandes bolsas de fieles votantes y defensores intelectuales. El conservadurismo se encuentra con que sólo los suyos lo defienden y lo ven como una ideología aceptable para ser llevada a la vida real.

El moderno conservadurismo consciente de que la imagen que proyectan con su ideología puede generales animadversión en las sociedades actuales, han intentado limar alguna de sus más afiladas aristas. Frente a los que les acusan de reaccionarios, insolidarios y elitistas, intentan aparecer frente a la opinión pública como personas pragmáticas, a la vez que equilibradas; gente, en definitiva, previsible y digna de confianza, personas que están interesadas, antes que en prototipos de ingeniería social, en el orden basado en la sabiduría heredada, gente que proporciona tranquilidad y estabilidad, también dureza frente a los que actúan mal contra ese orden establecido. Si consiguen o no quitarse de encima los prejuicios, o si es cierto o no lo de su talante reaccionario, es algo que, como siempre, ha de dirimirse en la arena pública de los días de votación democrática.

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supuesto igualmente ideológico. Como siempre subimos y bajamos escaleras sin rumbo.

En mi opinión no hay una manera clara y objetiva, o sea no ideológica, de solucionar esta

aporía sin que quede un ápice de oscuridad en ella; más aun con todo el tráfago de

ataques ideológicos que se lanzan actualmente los partidos políticos. En mi opinión,

frente al fatalismo de los instintos programados nada mejor que la profunda educación

de la ciudadanía. Solo fortaleciendo la phronesis19 del ciudadano-individuo se puede

aspirar a mejorar el nivel moral individual y colectivo.

19 Aristóteles desliga la trabazón que unía a la virtud y al conocimiento en la moral

socrático-platónica. Se separan el saber moral de la phronesis del saber teórico de la episteme. Y junto a ellos nos llama la atención de que existe un tercer saber, el saber técnico o tekne, que hace las veces de bisagra para que puedan articularse correctamente los dos primeros. La phronesis es, en palabras de Gadamer, racionalidad responsable, y en virtud de ella sabemos utilizar los medios adecuados para determinados fines.

Aristóteles diseñó la filosofía práctica, que abarca la política, en un debate explícito con el ideal de la teoría y de la filosofía teórica. Así elevó la praxis humana a una esfera autónoma del saber. «Praxis» designa el conjunto de las cosas prácticas y por tanto toda conducta y toda autoorganización humana en este mundo, e incluye también la política y dentro de ella la legislación. Esta, la política, es más bien el quehacer principal, cuya solución regula y ordena los asuntos humanos; ella es autorregulación a través de la «constitución» en el sentido más amplio de vida de una vida social y estatal ordenada.

[…] Entre los extremos del saber y del hacer está la praxis, que es el objeto de la filosofía práctica. Su

verdadero fundamento es el puesto central y el distintivo esencial del ser humano en virtud del cual éste no desarrolla su vida siguiendo la pulsión de los instintos, sino guiándose por la razón. Por eso la virtud básica en consonancia con la esencia del hombre es la racionalidad que preside su praxis. El griego lo expresa con la palabra phronesis.

Problemas de la razón práctica (1980) [HANS-GEORG GADAMER VERDAD Y MÉTODO II

SEPTIMA EDICIÓN EDICIONES SIGUEME SALAMANCA 2006 Tradujeron Manuel Olasagasti del original alemán Warheit und Methode. Ergänzungen – Register]

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SOCIALISMOS

Ave Fénix

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Si encontramos controversia a la hora de llenar los cajones de las distintas ideologías, con la

que ahora nos ocupa, el problema surge en el mismo momento que queremos ponerle la etiqueta al

dichoso cajón. Expongamos un breve muestrario:

De Francisco (2007:162): “Que la noción de socialismo es equívoca lo muestra la sempiterna necesidad de

adjetivarla. Según el adjetivo, así los diferentes tipos de socialismo: socialismo utópico, científico, ético, humanista o de

rostro humano, socialismo ricardiano, de mercado, factible, realmente existente….”.

Goodwin (1997:120): “Socialismo, marxismo y comunismo no son sinónimos. Tratarlos como tales equivale a

ignorar sus diferencias teóricas y las disputas que se dan en el marco de la ‘izquierda’. El socialismo es en realidad el

género teórico a partir del cual surgen como especies el marxismo por una parte y el anarquismo por otra…”.

Molina (2008:121): “Corriente de pensamiento dotada de una infinidad de expresiones ideológicas concretas

que vienen a coincidir…”.

Guiu (2007:141): “Sin embargo más que un ideario claramente definido, socialismo, en el sentido amplio de la

palabra, que incluye contenidos posteriormente identificados son los términos ‘socialismo’, ‘comunismo’ y ‘anarquismo’

designaba –y suele designar- un conjunto de ideas, más o menos relacionadas entre sí, que trataban de superar la

contradicción desarrollada por el capitalismo…”.

Sería necesario un volumen completo para resolver tal problemática. Pero como no tengo

tanto espacio, me limitaré a hilvanar los puntos esenciales, el incentro20 en el que todas esas familias

socialistas parecen coincidir de modo coherente. En busca de este punto, el ángulo de visión que

ofrece Taibo (2009:82) parece muy acertado: “De manera general, por socialismo entenderemos una visión que

reclama, con respecto al capitalismo y a otros regímenes económicos, cambios encaminados a establecer una nueva

organización social”.

20 Incentro se denomina al centro de la circunferencia inscrita en un triángulo, y equidista de sus tres lados. Es el punto donde se cortan las bisectrices de los ángulos interiores de dicho triángulo.

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En el amplio abanico de posibilidades que tenemos para definir al socialismo, este ángulo es el

que más se acerca, que no clausura, una explicación del socialismo como aquella ideología que no

construye la realidad política; sino, lo que trata es de reaccionar contra ella, para reformarla, criticando

la realidad capitalista existente. En la entrada ‘Socialismo’ de su Diccionario, F. Bealey (2003:414) se

expresa de este modo: “El socialismo, sistema de pensamiento y movimiento, encuentra su mejor interpretación como

reacción contra la revolución industrial y sus consecuencias”.

Y aunque los detractores de la misma se quedan aquí parados, es rigurosamente necesario

seguir apuntando que en el espíritu socialista no se encuentran las oscuras pretensiones de un

Thanatos caprichoso, esto es, una clausura del orden político sin más. Al contrario, si algo nos enseña

la historia del socialismo es, en primer lugar, su capacidad de reordenar el mundo con los ladrillos que

otros construyeron y luego desparramaron: ‘otro mundo es posible’ es el típico perfil cuasiutópico que

siempre defenderán los socialistas. Y segundo, una inagotable capacidad de reinventarse. Y a eso

vamos.

1. AVE FÉNIX 21

Vincent Geoghegan realiza un breve sondeo histórico por la Gran Bretaña decimonónica y

victoriana, la auténtica ‘zona 0’ del socialismo. De entre los hitos que describe, los dos que

históricamente han sido más celebrados fueron protagonizados por el alemán Karl Marx (afincado

durante más de 30 años en Londres pero que también pasó por París en donde forjó parte de su

ideario político). Me refiero al año 1948, en el que se publica el ‘Manifiesto del Partido Comunista’22 en

21 FÉNIX. Ave fabulosa cuya vida era eterna, porque, según la leyenda, de tiempo en tiempo, ella

misma se consume en llamas y renace de sus propias cenizas. Venerada en Heliópolis, es el símbolo de la resurrección y de la eternidad. [Román, Mª. Teresa Diccionario de las Religiones Alderabán Madrid 1996 Pág. 134]

22 Sobre la historia ver Geoghegan, V. Socialismo en Ideologías Políticas Eccleshall, R., Geoghegan, V., Jay, R., Wilford, R. Tecnos 2004 Págs131-140. Sobre la vida y obra de Karl Marx se ha escrito una ingente

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asociación con Friedrich Engels, y a 1864, en el que tiene lugar la fundación en Londres de la Primera

Internacional.

El punto de partida de Marx es una sociedad polarizada y asimétrica con una minoría formada

por una aristocracia ociosa y una burguesía capitalista enfrentada a una mayoría proletaria alienada

incapaz de desarrollarse, de autorrealizarse. Esta dicotomía no puede ser mantenida a perpetuidad ya

que la clase obrera terminará por entender su situación y reaccionará modificando ese status quo del

que es prisionera. El punto de llegada pretendido por Marx es “una nueva realidad sin diferencias de clase

social” (Molina, 2008:74). Las características más rechazables del capitalismo industrial son la falta de

humanidad y el aumento de la ignorancia en el proletariado debido a las carencias educativas y el

superávit de prácticas religiosas. El socialismo pretende una sociedad nueva, que haya superado la

represión económica y política, pero también la emocional y la sexual. Por eso, se defiende que el

papel de la mujer sea idéntico en igualdad al del hombre, que goce del mismo reconocimiento y que

tenga igualdad de desarrollo en su educación, trabajo y posición social.

Marx concede escaso relieve a la política y al Estado. Lo que de verdad le interesan son las

relaciones económicas y de producción. El Estado en una ‘superestructura’ que surge de la sociedad.

Más que el Estado en sí mismo, lo que le preocupa es que éste ha de estar supeditado a la sociedad, y

no al contrario como ocurre en realidad, convertido en un instrumento al servicio de la clase

dominante (Taibo, 2009:85)23. Lo que pretende Marx era impugnar el Capitalismo tanto en el plano

cantidad de obras. Haría falta mucho tiempo y espacio para resumir todo el pensamiento marxiano. El Manifiesto Comunista de Karl Marx y Friedrich Engels fue publicado en 1848. Previo al ‘socialismo científico’ de Marx y Engels encontramos el llamado ‘socialismo utópico’ (Bealey, 2003 Op. Cit. Págs. 414-415). Goodwin cita a los socialistas utópicos Fourier y Sant-Simon; Taibo cita también a Fourier y Sant-Simon y añade a R. Owen. Fue aquel, un movimiento ilustrado e intelectual más que obrero, con poco apego a la acción política, que “creía en la reforma de la sociedad a partir del progresivo establecimiento de comunidades ejemplares”. (Guiu, 2007. Op. Cit. Pág.145). 23 Guiu también defiende esta tesis. Afirma: “la obra de Marx y Engels se podría interpretar globalmente como una crítica a la inautenticidad de la política y a sus manifestaciones, en primer lugar del Estado. En ella la política se nos muestra como la expresión fenoménica de algo más real: las relaciones que mantienen los hombres entre sí para satisfacer sus necesidades”;

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económico -por la ineficacia del Mercado y la supuesta ‘mano invisible’- como en el ético y normativo

-por la alienación y explotación de los obreros (Guiu, 2007:163-164).

Marx, que murió en 1883, no llegó a ver los rumbos que tomaron los ideales socialistas que

había dejado plasmados en su larga y prolija obra manuscrita. Ni el camino que los llevó a la

democracia, ni el camino que los llevó a la revolución y a la insurrección en un clima de soterrada

violencia difícilmente igualable. El primer camino, el del Revisionismo, es llamado por los analistas

‘Socialdemocracia’, y tiene su punto de partida en la Alemania del cambio de siglo, del XIX al XX.

Eduard Bernstein y Karl Kautsky, también Ferdinand Lasalle fueron sus legítimos progenitores al

amparo de la Segunda Internacional en 188924.

El segundo camino fue obra y gracia de V. I. Lenin en la Tercera Internacional cuya

inauguración tuvo lugar en Petrogrado en 1919. La eclosión en la realidad de muchas de las ideas y

proyectos marxianos tuvo lugar en un país cuyas condiciones de vida no parecían las mismas que la

dupla Karl Marx-Friedrich Engels había teorizado. Sea como fuere, en la patria de los zares ni oprimía

el capitalismo, ni alienaba la industrialización, ni existía una manipuladora burguesía. La Rusia

latifundista y agrícola, de boyardos y largas barbas, subdesarrollada e inculta no era precisamente el

ogro capitalista y burgués contra el que Marx montó todo su entramado ideológico. Lo cierto, ahí está

la Historia, es que ocurrió de tal modo, y aun hoy, en pleno siglo XXI seguimos asistiendo a sesudos

debates, desde dentro y desde fuera de la familia socialista, sobre cómo pasó lo que pasó, y también

porqué se pasó de la dictadura del proletariado a la dictadura sobre el proletariado y el exterminio

humano masivo en los Gulag.

más adelante puntualiza que “el Estado surge y es expresión de las contradicciones sociales, el estado es el instrumento de dominación de una clase sobre otra”. Guiu, 2007. Op. Cit. Págs. 146-147 24 Antes, en 1875 en Gotha se celebró un Congreso de las fuerzas obreras alemanas, lideradas por W. Liebknecht, A. Babel y F. Lassalle. Guiu, 2007. Op. Cit. Pág. 149

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A partir de aquí se desdobla el camino, y seguiremos nuestras reflexiones por la senda de la

tradición socialdemócrata, el socialismo democrático (Santesmases, 2008:35); no porque fuera la primera

que traspasó la frontera de la virtualidad a la realidad cotidiana; sino porque este socialismo, que unirá

para siempre sus destinos al de la democracia, es el único que seguirá rodando y evolucionando en

busca de nuevos parámetros políticos. Las reformas sociales eran necesarias, sí, pero el socialismo

podía avanzar a través de las instituciones democráticas representativas y el Estado de Derecho, y

cambiar la sociedad mediante el sufragio universal. Frank Bealey (2003:413) apunta en su Diccionario

que “cuando los partidos socialistas de trabajadores descubrieron que podían servirse de medios parlamentarios para

conseguir muchas de las reformas defendidas por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista asumieron los métodos

democráticos”.

Efectivamente, la revolución no tenía que ser forzosa si existiera una posibilidad, una vía

pacífica de modificar la realidad. Estamos ante la representación de un proceso gradual de cambio

frente al golpe de efecto violento, de la moderación frente a la insurrección. El socialismo puede ser

instaurado sin revolución ni violencia, es más, en la democracia los trabajadores pueden apoderarse

pacíficamente de los medios de producción (Taibo, 2009:88). Era posible acceder a los gobiernos

aceptando las reglas de juego electorales y la legalidad vigente, y ‘desde dentro’ ir corrigiendo

paulatinamente todas las desigualdades. La aspiración de abolir el Capitalismo deja de ser una

‘obsesión ideológica’: “la pervivencia de la propiedad privada sobre los medios de producción no se consideraba ya un

obstáculo para el socialismo; las desigualdades y las injusticias sociales que todavía existían podía erradicarse dentro del

contexto de una economía mixta y una democracia parlamentaria, conciliando, por supuesto, la equidad con la libertad y

la eficacia” (Geoghegan, 2003:145). Un triunfo comenzaba a entreverse: ‘lo público’. El surgir de esta

incipiente categoría ya es una victoria en sí misma. La existencia de algo mayor en rango y

trascendencia a lo individual y a lo privado, algo que sea igualitario y común, que englobe a toda la

ciudadanía sin excepción. Finalmente, el propio socialismo va aceptando la idea de tener que

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interactuar con otras ideologías, con esas otras formas de entender al hombre y a la sociedad. Tiene

que aceptar que no puede eliminarlas, aun menos por el camino de la violencia, sino que tiene que

competir electoralmente con ellas. Pero además, la socialdemocracia llega a un punto clave en la

comprensión de las sociedades burguesas del siglo XX. Y este conocimiento lo obtendrá al prestar

atención al modus operandi de sus adversarios capitalistas y liberales: la cohesión de la sociedad no se

obtiene por la coerción sino por la hegemonía mediante “la manipulación de la sociedad civil”25 e inocular

de este modo las ideas y los valores propios a la población. Esta herramienta estaba allí, sólo había que

copiársela a los otros. El socialismo empieza a prestar mucha atención a los procesos de socialización,

a la educación y los sistemas educativos, a los medios de comunicación de masas, a la cultura en

general y a la literatura en particular como vehículo de transmisión de ideas y conductas.

Cuando el socialismo empieza a tomarse en serio a sí mismo, y los adversarios políticos

empezaban a ver en ellos a contrincantes a tener en cuenta, porque no trataban de distorsionar el

status quo a través de la violencia sino del debate, la intelectualidad racional y la ilustración; la clase

obrera se encuentra ante el dilema de, o bien seguir un camino de introspección autista y ocuparse,

sola y exclusivamente, de los asuntos proletarios, o por el contrario, salir al mundo exterior para

debatir y afrontar los grandes temas de la política. Definir qué es el Estado y cuál ha de ser la mejor de

sus constituciones, cuál es la mejor de las vertebraciones internas posibles en una nación, o cuál ha de

ser el papel que ha de tener el Estado ante asuntos tan importantes como las relaciones

internacionales, el desarrollo bélico, etc. Si algo queda bien claro tras la Gran Guerra es que el mundo

ya no está formado por compartimentos estancos. El Socialismo tiene que enfrentarse a un proceso de

apertura del mundo, que comienza a conocerse y a comunicarse cada vez con más celeridad.

Los datos descriptivos y analíticos marxianos sobre la situación de su tiempo fueron, por lo

general, certeros e incisivos. Puso el dedo en muchas llagas, demasiadas seguramente, a la vista de la

25 Antonio Gramsci dixit. Guiu, 2007. Op. Cit. Pág. 156 y Molina, 2008. Op. Cit. Pág. 74

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larga lista de enemigos confesos que se llevó a la tumba. Pero en sus predicciones sobre el futuro

político y social no dio mucho de sí26. La propia fractura conminuta del movimiento ideológico y

político que felizmente lanzó al mundo en la Primera Internacional por ejemplo. El auge imparable de

los totalitarismos (me refiero al nazismo y al fascismo); la polarización social cuasi apocalíptica que

leemos en sus obras sirvió de poco acicate al escaso o nulo espíritu colectivo y aguerrido de las clases

obreras que terminaron siendo seducidas y aborregadas por el capitalismo consumista hasta

convertirse en ‘clase media’; la evolución del capitalismo decimonónico a un feroz imperialismo

consumista: no fueron los proletarios del mundo los que terminaron uniéndose: Fuero otros, los

capitalistas del mundo, los que sí se aliaron; y ya no digamos la conversión de la ideología en

‘partidología’, y cómo estos partidos trascienden las clases convirtiendo a la masa social, incluida el

venerable y vetusto proletariado, en electorado indistinto; eran asuntos que difícilmente podrían haber

sido previstos o analizados por Marx.

Como digo, cuando esta joven socialdemocracia trata de definir su ámbito de actuación y

pensamiento se encuentra con la mayor devastación que había sufrido Europa en su larga historia: la

Segunda Guerra Mundial. Y tras ésta un mundo partido en dos por un Muro, con dos poderes

hegemónicos y antagónicos luchando entre sí en la Guerra Fría. La socialdemocracia tuvo que

aprender a vivir con unos vecinos que habiendo salido del mismo tronco, el Estalinismo, los

despreciaba acusándoles de tibieza; y con otros vecinos, la Norteamérica liberal y capitalista, a la vez

que expansiva y conservadora, que criticaba sus principios y sus acciones. Fue en esta época en la que

la socialdemocracia europea ganó para siempre su merecida fama de expertos funambulistas,

dominando como pocos el difícil arte del equilibrismo sobre el alambre. Estamos en la época de

26 En esto, como en casi todo lo que tiene que ver con Marx, hay una gran controversia y disparidad de opiniones. Para unos el pensamiento de Marx es un marco teórico y conceptual en toda regla, mientras que para otros, el último tramo de la obra de Marx es pura profetología especulativa. Lo mejor, como siempre, es ir a beber directamente de la fuente y, por tanto, si se tiene tiempo y recursos de sobra, aconsejo leerse con detenimiento ‘El Capital’ y que cada cual saque sus propias conclusiones.

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François Mitterrand, Olof Palme y de Willy Brandt. El Socialismo deja de ser solamente una fuerza

contraria al poder dominante y se convierte en una fuerza capacitada para detentar el poder, para

realizar, al fin, esos ansiados cambios. Convertirse en una ideología creadora de realidades. Es tiempo

del Estado del Bienestar, del desarrollo de la educación y la sanidad públicas, es momento para que las

poblaciones adquieran conciencia política. Se produce una apertura al humanismo ilustrado y a otras

ideologías favorables a la justicia social. Se pueden hacer compatibles la eficacia económica con la

cohesión social, la iniciativa empresarial y el Mercado con la planificación estatal. El socialismo es un

partido “capaz de enviar mensajes políticos a todo el mundo” (Santesmases, 2008:40). El viento sopla a favor,

todos son parabienes y éxitos.

Que no hay época de vacas gordas eternamente es una lección que tuvo que aprender el

Socialismo de primera mano. Mientras el bloque socialista del Este seguía encerrada en su subyugante

totalitarismo, la socialdemocracia despertó de su sueño bruscamente en un buen día del ‘Mayo francés

del 68’ y en la ‘Primavera de Praga’ del mismo año. Aquello fue una llamada de atención atronadora

ante lo que se venía encima. Las comodidades se acabaron con la Guerra del Vietnam, el tramo final

de la Guerra Fría, la crisis de los combustibles fósiles, la imparable escalada bélica mundial, el

incipiente impacto de la Industrialización sobre la ecología terrestre, y el todavía caliente rescoldo que

dejó el Colonialismo: el Tercer Mundo con sus tremendas hambrunas y el resurgir insondable, por

aquel entonces, del Islam. La burocratizada, y bien pagada de sí misma, socialdemocracia veía como el

mundo golpeaba a su puerta. Tras tres décadas de autocomplacencia conformista, la socialdemocracia

se enfrentaba a sus propios fantasmas, los cuales ya no le abandonarían nunca, siendo la sombra que

acarrean en su caminar. ¿Hasta qué punto la utopía puede hacerse realidad? ¿Cuál es la verdadera

dimensión de la utopía, la de una ilusión escapista ante un factum ineludible o la de un estímulo de

cambio? ¿Bastaban las buenas palabras y los razonamientos impecables para epatar al mundo y que

éste se aviniera a razones? ¿Hasta qué punto el socialismo es una alternativa válida, y democrática, al

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capitalismo? ¿Cuántos de los valores del socialismo pueden entrar en el capitalismo para humanizarlo

sin que éste termine por vaporizar los ideales socialistas, llenando los bolsillos de su clase política? Un

nuevo modelo de socialismo comenzó a gestarse: el reformismo revolucionario (Santesmases, 2008:41). El

Socialismo de la década de los setenta se redescubrió a sí mismo, y pudo darse cuenta de los errores

que se cometen cuando se vive en la cresta de la ola y el sentido crítico se adormece por las mayoría

absolutas; y tuvo que volver a recordar la impronta crítica de su fundación.

Es bien andado este trecho cuando el socialismo español se una a la ya dilatada travesía

socialdemócrata europea, después de la larga e interminable Dictadura de Franco. A la especial

idiosincrasia del pueblo hispano hay que unir las cuatro largas décadas de separación de toda cultura

política saludable y democrática. El socialismo español se integra en el gran río de la socialdemocracia

sin haber pasado por esas otras fases y vivencias que sí pasaron los socialistas europeos. Además, su

reentrada en el panorama político patrio ocurre en la particularísima realidad de la Transición, hasta

que en la década de los 80 alcanzan el poder, acometiendo la tan necesaria modernización del país

(Santesmases, 2008:46)27.

El estruendo que ocasionó la Caída del Muro de Berlín en 1989 supuso un auténtico terremoto

en el mundo político, en todos sus planos, tanto en el práctico-institucional, como en el ideológico, y

dentro de éste, en todos sus niveles y espectros. Muchos entendieron que se había producido la

derrota completa y sin paliativos del Comunismo, y con él, había caído también todo un ideario, una

forma de vida y de pensamiento, el constructo utópico y evanescente del Socialismo. La Globalización

por un lado, y Jano, el híbrido conservador-liberal, se ha implantado con firmeza en un mundo cada

27 La política española de todo el final de siglo XX y comienzos del XXI está caracterizada por un

enconamiento entre las dos grandes fuerzas políticas e ideológicas con poco visos de llegar a un entente común entre otras cuestiones por ésta sobre la que argumenta Santesmases: “En el caso español todas las fuerzas parlamentarias aceptan los valores liberal-democráticos pero no coinciden en la interpretación de la historia pasada. Para la derecha conservadora el antecedente de la actual democracia remite a la época de la Restauración y para la izquierda a la Segunda República”.

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vez más fragmentado, en el que el consumo se ha convertido en el eje central y único cemento de

unión. Es el tiempo de ajustar cuentas pendientes al enemigo con el fin de los tiempos, de la historia y

de las ideologías.

El Socialismo, como buen púgil encajador, ve como tiene que reinventarse de nuevo. Volver a

escribir un relato que le insufle nuevas fuerzas y que pueda defenderlos de los afilados dardos de los

teóricos neoliberales y neoconservadores. Es hora de recuperar, una vez más, el pretérito espíritu

crítico, volver a resurgir de entre sus cenizas. Volver a la fuente: el punto fuerte del socialismo no es

ser una ideología creadora de realidades sino reactiva frente a las mismas. A las dificultades de

siempre, se añade que los problemas ecológicos siguen estando ahí pero reagudizados y que la

diversidad cultural creaba cada vez más roces en las sociedades del primer mundo. Estos y otros

problemas esperaban una respuesta que no llegaba ni del supuesto Mercado autorregulado ni del

liberalismo. Mientras, el Socialismo que se abría a estas nuevas realidades multilaterales, dejaba en un

segundo plano, cuando no ninguneaba, las clásicas preocupaciones de la clase obrera (convertida ya en

clase media trabajadora) y su alienación. ¿Ha tirado la toalla el socialismo en lo que respecta al orden

laboral? Esto es lo que apunta García Santesmases (2008:45) al respecto: “Se trata de garantizar los derechos

laborales, las conquistas sociales, los servicios públicos, las políticas redistributivas, las pensiones, las vacaciones. Es como

si se asumiera que, ya que no es posible acabar con el sistema capitalista, intentemos al menos garantizar las reformas

que han permitido ir dulcificándolo, humanizándolo”. Las dentelladas de la realpolitik dejan grandes cicatrices,

como puede verse.

La globalización es como una gigantesca lezna que orada sin misericordia a todo el tejido

humano mundial. Junto a las grandes ventajas, encontramos unos, no menos, grandes inconvenientes

junto a severos conflictos de una tremenda violencia antropológica. Esto es ineludible, alguien tiene

que responsabilizarse de los daños causados y alguien tiene que intentar remediar, en lo posible, tanta

desigualdad. El espíritu internacionalista y multicultural del socialismo no yace impasible ante todo

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esto, otra cosa es que sus políticas nacionales, allí donde gobiernan, puedan cambiar el rumbo de lo

acontecido; con lo que son los intelectuales ‘de izquierda’ los que han de tomar la voz crítica. El perfil

del socialismo que salió de su etapa utópica era ilustrado e intelectual, de ahí pasó a la mina, la zanja y

la fábrica; y de nuevo desanda el tránsito, sale de las calles y las industrias y se marcha a vivir en los

ámbitos intelectuales y culturales.

Y en esta cuestión estaba metido el Socialismo europeo, tratando de digerir el nuevo mundo

creado por la destrucción del WTC y las Torres Gemelas, el posterior Imperialismo militar

norteamericano y el gobierno en la sombra de las Multinacionales, el Mercado global y el Crecimiento

económico, cuando a finales de la primera década del siglo XXI estalla una crisis financiera mundial,

que se lleva por delante la economía de millones de personas.

2. PILARES BÁSICOS

Igualitarismo. Redistribución de la riqueza para superar las desigualdades. Si se entiende que el

socialismo encuentra su origen contra el capitalismo y propone una concepción de la sociedad y del

hombre alternativa a éste, entonces, lo que pone en marcha a esta ideología es, sin duda, la pobreza

económica y social de una gran parte de la sociedad. Entiende que la única manera de solucionar esto

es promoviendo la igualdad. Es más, la noción de igualdad se ha de extender de los ámbitos legal y

político al económico y social. Siendo concisos, el socialismo considera al capitalismo como una

sociedad desequilibrada28, donde el reparto de la riqueza no se hace en igualdad. Ésta solo se da en el

nivel formal de las Constituciones.

28 Cuando digo desequilibrio entiendo que algunos puedan, o quieran, entender que estoy emitiendo juicios de valor peyorativos. Quiero evitar el manejo de los conceptos ‘clase’ y ‘lucha de clases’ que no están en los mandamientos básicos de todas las familias socialistas; es aceptada plenamente por Marx y algunos de los movimientos posteriores pero la socialdemocracia hace tiempo que los apartó de su discurso y retórica,

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A lo largo de la historia y de su ramificación familiar, el igualitarismo, como forma de remediar

la pobreza y el posterior reparto equitativo de la riqueza, ha ido evolucionando en diversas formas.

Pero el núcleo central no es imponer una uniformidad sino la igualdad de tratamiento con igualdad de

oportunidades. Así, el igualitarismo se convierte en justicia social, de la que Goodwin (1997:124) afirma

que es una cuestión de distribución y redistribución.

La idea de igualdad es la fuerza determinante sobre la que se apoyan todos los demás ideales

del socialismo. Es la piedra clave o angular sobre la que construyen su edificación ideológica.

Cooperación solidaria. Producción cooperativa para vencer la rivalidad antisocial. Los socialistas, una vez

más, quieren modificar lo que consideran parte fundamental del capitalismo, la riqueza privada. Este

asunto, que además suele despacharse con verbos de sentido agresivo del tipo arremeter o abolir o

destruir, le ha procurado al socialismo no poco enemigos y grandes animadversiones. Mucha

responsabilidad es propia desde luego, al no ser capaces de hacer ver de que hacen referencia a los

bienes productivos y no a las posesiones individuales. Cuando se habla de eliminación de la propiedad

privada se quiere decir que se crea la propiedad colectiva de los medios de producción. Según afirma

Ignacio Molina (2008:121), la propiedad privada es sustituida por la comunidad solidaria y la colectivización de

los medios de producción. Y es que, para el socialismo, la propiedad común es el mejor medio posible para

obtener la igualdad. Creen que la instauración del sistema público es el que garantiza la igualdad y la

forma de eliminar la competencia antisocial.

Optimismo Antropológico. Toda una batería de rasgos positivos definen el concepto que el

socialismo maneja del ser humano y que trata de rebatir al conservador lobo hobbesiano y al egoísta

posesivo del liberalismo clásico. Brevemente, los rasgos más importantes son:

centrando su objetivo en el concepto ‘electorado’. Como trato de buscar el incentro creo que estos conceptos ya no están en ese punto.

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El individuo es parte de un todo. Los seres humanos son criaturas formadas por el medio

social, esto es, el conjunto de nuestros semejantes. La interdependencia física, cultural

y espiritual es ineludible.

Sociabilidad. El hombre es sociable y formado para vivir en sociedad. Es el capitalismo

el que tiende a crear personalidades aisladas y egoístas, despreocupadas por los

intereses de los demás.

Fraternidad. Se da por supuesta la buena voluntad entre los hombres que se expresa

mediante la solidaridad.

Creatividad. Los seres humanos son creativos y encuentran placer y satisfacción en el

trabajo, que tiene rasgos positivos, no es un castigo ni una alienación. En el corpus

socialista tienen cabida tanto la felicidad como el goce como la alegría como el ocio y el

tiempo libre.

Racionalismo. El socialismo cree en la racionalidad del ser humano. El bien puede ser

discernido claramente del mal, y la realidad, por muy compleja que sea, puede ser

aprehendida racionalmente. Por eso el socialismo está convencido de que el pueblo no

puede ser tratado como un rebaño de borregos, porque puede reconocer que la

situación en la que vive es insatisfactoria, y que otra alternativa racional es posible. La

superstición, la ignorancia y la manipulación pueden, y deben, ser combatidas. En este

sentido el socialismo es pleno deudor del optimismo ilustrado.

Libertad como posibilidad del desarrollo pleno de la persona. Dice Goodwin (1997:130), que en el

socialismo decir libertad es apelar a “la libertad de desplegar el potencial de cada uno, especialmente a través del

trabajo no alienado”. Si la libertad del liberalismo tenía el foco puesto sobre la elección, en el socialismo

lo encontramos sobre el desarrollo. Una persona libre es una persona formada y desarrollada, plena.

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Internacionalismo. Toda la humanidad es una única raza. Las fronteras geográficas no deben

limitar los derechos humanos universales de igualdad, libertad, paz, etc. Incluso antes del famoso

¡Proletarios del mundo, uníos!, el espíritu internacionalista socialista era una de sus principales señas de

identidad. Ese impulso primigenio se vio abocado al fracaso durante gran parte del siglo XX, ya que

las dos Guerras Mundiales y los Socialismos totalitarios del Este de Europa y China eran poco

ejemplarizantes. El cambio de milenio y esta nueva etapa de la historia que unos llaman

Posmodernidad y otros Globalización, resitúa este alto ideal del socialismo en la búsqueda de la paz, la

igualdad y la lucha contra la pobreza y el hambre en el Tercer Mundo29.

3. CONSECUENCIAS

Economía mixta. Intervención pública en la economía. El modelo económico clásico de la

socialdemocracia es la conjunción de la propiedad pública con el libre mercado. No se elimina la

competencia pero trata de colocar unos límites y unas reglas que procure la igualdad a los

competidores. Es un intervencionismo estatal, como redistribución social, pero sin abolir el mercado

ni la propiedad privada. La socialdemocracia da por hecho que el capitalismo y el mercado no puede

ser eliminado ni clausurado. Ha de convivir con él, por tanto su intención es la de utilizar como

herramienta de igualdad. De algún modo hay que civilizar al capitalismo (Taibo, 2009:89), así que, el

intervencionismo socialista es una especie de domesticación política de la ‘bestia’: un dirigismo público

que elimine las disfuncionalidades del mercado y las desigualdades.

Nacionalización de los servicios públicos. Este es otro de los pilares de la economía de la

socialdemocracia clásica: la transferencia de empresas clave para el Estado (energía,

telecomunicaciones, servicios postales, etc.) del sector privado al público. Esta consecuencia se ha

29 http://www.internacionalsocialista.org/index.cfm?&LanguageID=3

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visto profundamente modificada en las agendas políticas de las socialdemocracias europeas a

comienzos de la década de los 80 y 90. De la nacionalización se ha pasado a la desregulación (Molina,

2008:40), que supone la reducción, que no eliminación, del intervencionismo sobre la economía estatal.

Se ceden funciones del sector público al privado, incluso se llega a transferir activos de empresas

estatales a entidades particulares. Esta liberalización de sectores económicos monopolizados por el

Estado es justificado por las nuevas generaciones de socialdemócratas por el llamado interés general.

Estado de Bienestar. El Estado asume la responsabilidad de procurar la asistencia económica

(prestaciones sociales) a la sociedad, prestando una atención especial a determinados grupos

desfavorecidos bien por su edad, bien por motivos de salud o bien por estar desempleados (subsidios

por desempleo). El Estado reconoce como derechos determinados servicios sociales como son la

educación, la sanidad, las pensiones, el acceso a la vivienda, el pleno empleo, etc. La cuestión que se

plantea con esto es la siguiente: ¿de dónde es obtienen los ingresos para poder pagar todo este gasto

público? La economía del socialismo clásico entiende que la manera de financiar todo esto es, primero

mediante políticas de pleno empleo generado por un robusto sector público; segundo, por la

imposición progresiva directa (Bealey, 2003:159-160) y la deuda del Estado; y la aceptación de los déficits

presupuestarios manejables.

Del mismo modo que anteriormente, cuando hablábamos de la desregulación, la

socialdemocracia ha visto modificada su modo de actuación económica. Para empezar, la demografía

es un mal enemigo para el Estado del Bienestar que él mismo genera. El aumento del número de

nacimientos y el aumento de la esperanza de vida aumenta el número de subsidios por nacimiento y

por jubilación. Este aumento de la población aumenta el gasto en sanidad y en educación. Así que por

un lado tenemos que el gasto público se dispara por el ingente aumento de subsidios de todo tipo. Por

otro lado encontramos unos sectores públicos gigantescos y deficitarios, generalmente por falta de

mecanismos de control del gasto y de la gestión interna. La inflación desbocada agota las posibilidades

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de generar empleo, con lo que así aumenta el paro, disminuyen la recaudación de los impuestos y

aumentan los subsidios de desempleo. A estas alturas, el déficit dista con mucho de ser manejable. A

este proceso se une en esta última epocalidad que vivimos, la globalización de la economía mundial y

la internacionalización de la competencia que lleva a las Multinacionales a llevarse sus fábricas a países

del Tercer Mundo, buscando grandes beneficios, y dejando enormes bolsas de parados en los lugares

donde se marcharon. Y en estas estamos, y seguiremos estando una larga temporada. La salida de este

entuerto, que la socialdemocracia está dando en los lugares en los que tiene encargadas las tareas de

gobierno, es una cuestión de imposible abordaje en esta obra.

Apertura a valores postmaterialistas. La socialdemocracia en estos tiempos de globalización que

vivimos ha adoptado un movimiento expansivo para acoger en su seno a otros movimientos

ideológicos como pueden ser el feminismo y el ecologismo, el Multiculturalismo y la integración de

minorías culturales.

Epílogo

Deliberadamente he dejado para el final de esta disertación sobre el socialismo el asunto del

presente y el futuro de esta ideología. Nos quedamos anteriormente en la crisis financiera de

comienzos del siglo XXI, en la que sale a la palestra un asunto que parecía caduco y superado. El

análisis que hacen los socialistas comienza con una pregunta parecida a ésta: ¿hasta qué punto el

Estado puede, y debe, intervenir para que las ciudadanías no se vean machacadas por un Mercado

insolidario que ha dado muestras evidentes que no es autorregulado?

El socialismo puede y sabe retorcerse en busca de respuestas a estas nuevas problemáticas,

como ya ha demostrado a lo largo de su historia. Pero se encuentra atenazado primero por sus

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muchos y bien ganados detractores y enemigos (como las otras ideologías); y también por los que

quieren seguir dominando el Mercado a pesar de sus fallos y se resiste a toda intervención estatal.

Aunque realmente, el peor enemigo del socialismo ha sido siempre él mismo, su propia multivalencia,

ya que si mira hacia lo aprendido del pasado surgen las dudas: ¿de qué modelo de socialismo sacará las

enseñanzas que lo habilite para afrontar estos momentos de zozobra?

Porque para dar respuesta a esta pregunta se abre un debate interno muy candente: ¿hasta qué

consecuencias llevarán los socialistas sus principios? ¿Se centrarán en el modelo clásico y serán capaces

de llevar sus ideas hasta sus últimas consecuencias o se pondrán en manos del pragmatismo? La

historia los está colocando ante un nuevo ejercicio de funambulismo. Tanto en aquellos lugares en los

que tiene acceso al gobierno, como en los que sí se les tiene asignada la tarea gobernante, el principal

problema ha sido creado por ellos mismos en el pasado: el populismo electoral. En los segundos (caso

de España y el Reino Unido)30 le atenaza el temor a perder el poder, ya que tiene que adoptar medidas

de franca animadversión popular que los puede colocar fuera de los mandatos. Así el liderazgo

personalista tan típico del socialismo (Santesmases, 2008:40) lo arroja al más ramplón de los pragmatismos

no reconocidos, y éste termina guiando, y nublando, la brújula socialista. Y en los primeros (caso de

Francia y Alemania), la cosa es más complicada si cabe, ya que se abren dos peligrosas vías de agua.

Primero, tienen el mismo problema comentado anteriormente del liderazgo, que se agrava en las

situaciones de pérdida de votantes y privilegios de Gobierno, y esto es así por las luchas intestinas que

aparecen en todos los partidos políticos perdedores y que le hacen perder credibilidad ante la opinión

pública. Segundo, sumamos que la voluntad desaforada de obtener el poder y de derrotar al enemigo

político les puede llevar a un mensaje distorsionado, o bien apocalíptico, o bien utópico, que termine

30 En el año 2010 el Partido Laborista inglés de Gordon Brown pierde las elecciones al Parlamento. La victoria fue para David Cameron del partido conservador que gobierna junto a los liberaldemócratas de Nicholas Clegg. En el año 2011 el Partido Socialista Obrero Español pierde las Elecciones Generales. La victoria, con una amplísima mayoría, fue para el Partido Popular.

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por hastiar a un electorado que termina decantándose por fórmulas clásicas y conservadoras, de esas

que parecen funcionar siempre, antes que la evanescencia de las posibilidades hipotéticas.

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NACIONALISMOS

Proteo

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Durante gran parte de la Historia de la política el tema del nacionalismo se ocultó en un

silente segundo plano, alejado de los grandes titulares de la política y de las disputas

ideológicas. Pero en la política moderna ha encontrado un lugar en la primera plana trayendo

bajo el brazo a los conflictos, en muchas ocasiones, de severísima acrimonia. En la historia

evolutiva del Estado moderno, el nacionalismo ha sido, y sigue siendo, uno de sus fenómenos

fundamentales. Es un acicate para que los individuos se adhieran al Estado o en su contra, en

busca de otra autodeterminación nacional. Efectivamente, los conflictos de carácter

nacionalista dentro de los Estados o entre los Estados ha sido la tónica general de la Historia

política y social del siglo XIX y XX, y no parece que en el siglo XXI decaiga su vigencia.

Una primera aproximación al nacionalismo, la clásica, nos lo muestra vinculado con la

formación y evolución de la nación moderna. La otra aproximación, la contemporánea, nos

muestra al nacionalismo como ideología. Los primeros teóricos del Estado, el poder y la

legitimidad política, Maquiavelo o Hobbes, entendieron que el Estado soberano está antes que

la nación y que ésta es consecuencia de aquel, no al contrario. Los pensadores posteriores a

estos fueron dotando a la teoría del Estado de un armazón conceptual en el que la nación no

aparecía. Se preocuparon por ir eliminado el carácter plenipotenciario de los monarcas

medievales, convirtiendo al Estado en el poder soberano (Locke), propugnaron la soberanía de

los individuos (Rousseau); o defendieron, finalmente, la creación del estado de Derecho (Kant).

El punto en común fue procurar la compatibilidad entre el individuo, en el seno de una

sociedad, y el gobierno de su comunidad (Caminal, 2007:178). El Estado no solo detenta el poder

político sino que también homogeneíza al territorio y a la cultura (Maíz, 2009:427). Este es muy

grosso modo el papel del Estado que surge durante la Modernidad.

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Son diversas las causas de que este modelo de Estado haya perdido pujanza. Sería

demasiado largo contar esta historia que, claro está, desborda la economía de esta obra. Así que

nos quedaremos con la idea de que el Estado ya no es un factótum omnicomprensivo. Se

empiezan a encontrar brechas en su armazón por donde pensadores, sociólogos y politólogos

pueden ir metiendo distintas cuñas. Una de estas tiene a la nación como protagonista principal

de todo un extenso entramado ideológico. Así que, realmente, ‘la nación’ tiene su nacimiento

en el teorizar de estos prohombres, de esta minoría aventajada. El cúmulo de líderes y

movimientos políticos junto a las emergente élites intelectuales propias, llegan a ser tan

potentes que son estos los que terminan creando todo este imaginario político nacionalista. La

nación no da lugar al nacionalismo sino que es el nacionalismo el que da origen a la nación

(Caminal, 2007:183; Maíz, 2009:478). El nacionalismo moderno no es ni un estado de ánimo (Jay,

2004:187), ni mucho menos la evidencia de una naturalidad ocultada o escamoteada por otros a

los habitantes de esa nación; es, sin embargo, una manufactura ideológica, al igual que las

otras ideologías. Queda claro por tanto, para el desarrollo posterior, que ‘nacionalismo’ es la

Praevia Positio y ‘la nación’ es la Implicatio.

1. PILARES BÁSICOS.

¿Qué hace falta para que aparezca el nacionalismo? ¿Cuáles son las condiciones necesarias

para su cristalización? Primero son necesarias una serie de precondiciones estructurales que

tienen que ver con lo étnico y con motivos sociales y económicos. Estas condiciones son, en la

mayoría de los casos, difícilmente rebatibles. Otra cosa es que haya poderosos intereses para

que esas precondiciones sean ascendidas a la clave de bóveda del edificio nacional. Luego es

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necesario que se den un cúmulo de voluntades políticas encauzadas tanto a la formulación de

un discurso propio como al esfuerzo organizativo. Esto significa que el nacionalismo es un

movimiento que tiene su propio laboratorio de ideas que consume, al igual que las otras

ideologías, los conceptos y directrices que él mismo ha elaborado. El nacionalismo es un

movimiento organizado que utiliza los mismos componentes tácticos y estratégicos que las

otras ideologías, y que trata de llegar a una población diana para que entienda como evidencia

indiscutible a su nación. Es la misión civilizadora del nacionalismo, que cumple un

determinado servicio para con los seres humanos que conforman ‘la nación’: llevar la luz hasta

los oscuros rincones del espíritu de aquellos que han estado sometidos durante mucho tiempo y

a los que se les ha impedido el desarrollo natural de sus esencias.

Afirma Molina (2008:82) que “el éxito del nacionalismo se debe a la fuerza del vínculo que

une a los individuos en grupos que participan de los mismo rasgos culturales, religiosos, lingüísticos

o raciales”. El nacionalismo trata de legitimar la construcción del propio Estado sobre la

creencia de un legado cultural previo al territorio sobre el que se proyecta. El espíritu del

pueblo va antes que el ámbito geofísico, para luego apropiarse del mismo de forma excluyente.

Supone la politización del vínculo o ligazón entre territorio y grupo. Su gran éxito viene, en

parte, porque es más fácil, y más tangible, lograr la adhesión a un territorio físico concreto (de

montes y valles, ríos y costas), a una cultura, y a unos símbolos perfectamente materiales (un

escudo, una bandera, un himno, un héroe nacional, un acontecimiento puntual trascendente

bien sea una batalla ganada o perdida, etc.); que a una ideología y sus parámetros abstractos.

Estos generalmente fluctúan por un limbo etéreo que difícilmente se sustancia y cae siempre en

las interpretaciones ad infinitum. Aquello es algo palpable, tocable, esto es, el himno se puede

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cantar, la bandera puede ondear en la plaza de los pueblos, se puede visitar tal o cual

monumento que conmemora una gesta, se pueden llorar a los muertos y llevarles flores, etc. El

símbolo está antes y tiene más categoría jerárquica que las personas y sus relaciones. Para el

nacionalismo, la preservación de los símbolos nacionales está por encima de todo y de todos, a

riesgo incluso de destruir la realidad de la sociedad. En definitiva, la cultura está por encima de

la política, la identidad por encima de la voluntad y la pertenencia, la conciencia natural, por

encima de los intereses.

Recapitulando, el nacionalismo es un movimiento ideológico cuyo eje gira en torno al

concepto de nación. Su principio rector es la ‘autodeterminación nacional’ y su forma de

organización política es la nación-Estado. Así lo afirma Caminal (2007:186):

“El nacionalismo, pues, convierte al Estado en nación en la medida que consigue crear una

conciencia nacional. Al mismo tiempo, el nacionalismo es la ‘ideología’ que sostiene el proyecto

político de una nación para constituirse en Estado”.

2. CONSECUENCIAS.

El nacionalismo universal no existe, tampoco hay fundadores generales, ni libros

genéticos donde se explique la ortodoxia nacionalista (Caminal 2008:52 y 64). Por eso, antes de

entrar en profundidades, hemos de advertir que el concepto de nación es muy esquivo, de

rasgos variables, y no suele llevarse bien con un modelo rígido y exacto de definición, sino que

encaja mejor con una definición descriptiva, no definitiva, de sus rasgos más importantes.

Además, los nacionalistas entienden que la definición que ellos hagan desde ‘dentro’ de ‘la

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nación’ será más correcta y veraz que la que cualquier agente externo pueda hacer. Con todas

estas precauciones, veamos algunas de las definiciones de nación que manejan los expertos:

Bealey (2003:283): “Conjunto de personas que poseen la conciencia de una identidad común,

que los distingue de otros pueblos”.

Jay (2004:191): “Un pueblo autoconsciente de su identidad y unidad comunes, que se

manifiesta en una acción política colectiva o una cultura nacional distinta”.

Estas dos definiciones de nación nos la muestran como aquel pueblo que comparte una

serie de claves que pueden englobarse en un mismo concepto: el sentimiento identitario (Caminal

2008:53). La identidad es algo común y compartido que los une, y es, a la vez, algo singular que

los distingue y separa de otros. Eso que es lo común, hacia ‘adentro’, y eso que es lo exclusivo,

hacia ‘afuera’, es un fondo compartido de experiencias históricas comunes, cercanía geográfica,

cultura compartida (lengua y literatura, religión y mitología), de los mismos orígenes étnicos o

raciales y de ámbitos económicos colectivos. Este es el material con el que trabaja el

nacionalismo. Las naciones son, para Jay (2004:188) “unidades ‘naturales’ de la humanidad”.

Caminal (2007:183): “El nacionalismo implica la creación de una conciencia nacional –la

nación política- con la finalidad de constituir una nación jurídica por medio de la

autodeterminación, o de defender la nación jurídica constituida –el Estado-, que quiere consolidarse

mediante el establecimiento de unos mayores niveles de cohesión política y cultural. El nacionalismo

actúa, pues, en dos direcciones: por un lado, todo Estado-nación jurídica quiere llegar a ser, si no lo

es ya, nación política y cultural; por otro, toda nación cultural que toma conciencia política de su

identidad quiere legar a ser Estado-nación jurídica”.

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Si hacemos caso a Caminal, una correcta sustanciación del concepto nación quedará

establecida si analizamos la tricotomía resultante de la interacción entre los perfiles jurídico,

político y cultural.

La Nación Política. “La voluntad política es la base constitucional de la nación política y

legitimadora del Estado” (Caminal, 2007:179). El fundamento radica en la voluntad de los

individuos que la integran. Es por tanto una opción subjetiva basada en esa voluntad de las

colectividades humanas. La nación política es una categoría histórica fruto de la legitimidad

que otorga la voluntad de las personas que libremente deciden agruparse. Desde la óptica de la

nación política, el Estado ha de ser homogéneo y tiene que estar por encima de las diferencias

que sí caracterizan a la sociedad civil: “Un Estado dividido no es concebible, porque no es un

Estado” (Caminal, 2008:57).

La Nación Cultural: “Cada pueblo tiene su propia naturaleza derivada del conjunto de

elementos que la diferencian de otros pueblos” (Caminal, 2007:182). El fundamento radica en la

naturaleza identitaria del pueblo. La identidad es un compendio de rasgos y relaciones

diferenciales: costumbres, simpatías, religión, historia, cultura, y, especialmente, el lenguaje.

Es una opción objetiva ya que toda persona desde que nace forma parte de una comunidad

cultural y lingüística específica. Desde la óptica de la nación cultural, la Nación, como

representación de todo ese cúmulo de cosas de la que ya hemos hablado, es sumamente

importante, innegable e irrenunciable, y tiene que estar por encima de la uniformidad que trata

de imponer el Estado.

La Nación Jurídica: “Es la reunión de personas que están vinculadas por derecho a un

Estado” (Caminal, 2007:182). Es el Derecho lo que garantiza al individuo la pertenencia al Estado.

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Es también una opción objetiva, ya que todo ciudadano desde que nace está adscrito a una

‘nacionalidad’ y está sujeto a un ordenamiento jurídico concreto. Su objetivo es el de

homogeneizar y estabilizar la voluntad política y de cohesionar la cultura.

Cuando las tres coinciden nos encontramos con Estados que son también Nación y no

encontramos confrontación en su interior. Sus ciudadanos se sienten miembros plenos tanto del

uno como de la otra, hasta el punto en que se difuminan, incluso, las diferencias. Ejemplos de

este modelo son Portugal y alguno de los países nórdicos (Islandia, Noruega y Dinamarca)

3. PROTEO.31

El nacionalismo es la evidencia más palpable de hasta qué punto el ámbito ideológico es

un galimatías laberíntico, lleno de ambigüedades y contradicciones. Un ámbito donde una

misma cuestión, un mismo concepto o idea, pueden ser entendida e interpretada de una forma

y la contraria. Y no es que esté criticando la heterogeneidad y el pluralismo, la diversidad de

seres y estares frente al hombre y al mundo, que son completamente lícitas. Hago referencia a

cómo durante la construcción de esta ideología, aquellos que critican un argumento, por

ideológico (entiendo aquí este adjetivo como manipulación interesada en su contra), no tienen

reparos en utilizarlos luego a su favor cuando conviene en la construcción de su ideología. El

ejemplo más claro de esto que digo es que el nacionalismo critica con dureza que el Estado-

31 PROTEO. Divinidad marina griega llamada, como Nereo, ‘el anciano del mar’. En la Odisea es

el guardián de los rebaños de focas de Poseidón. Tenía su morada en la isla de Faros, en la desembocadura

del Nilo. Comparte con Nereo el poder de adoptar diversas formas, simbolizando así la fluidez del agua,

propiedad de la que participa. […] Proteo simboliza el poder del cambio voluntario. Simboliza la materia

original que sirvió para crear el mundo. René Martin (Director) Mitología griega y romana Espasa Madrid

Undécima edición 2008 p. 340.

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nación se comporte de modo centralizador en lo económico y lo político y de modo

homogeneizador en lo cultural. Cuando él mismo se comporta del mismo modo: la nación tiene

una función política centralizadora, cuyo objetivo de acción política es promover la libertad, la

unidad y los intereses nacionales (Jay, 2004:188). Niegan en el centro lo que luego legitiman en la

periferia. Condenan esta actuación cuando entienden que se les hace a ellos pero no tienen

reparos en hacer lo mismo en su Nación-Estado.

Otro ejemplo de estas contradicciones internas, brevemente, tiene que ver con la

pretendida naturalidad del nacionalismo, o la suposición de que la identidad nacional es algo

innato (Jay, 2004:198). Es la naturalidad del nacionalismo frente al constructivismo de las otras

ideologías. Los nacionalistas creen firmemente poder demostrar que sus valores (lengua, etnia,

prosapia, geografía, símbolos, etc.) son hechos objetivos y naturales, esenciales frente a las

ideas manufacturadas por las otras grandes ideologías.

Si intentáramos representar gráficamente algunas de las contradicciones internas del

nacionalismo veríamos dos tipos de comportamiento político. En el primer caso tenemos dos

vectores que se encuentran chocando sobre un mismo punto y en antagonismo ideológico y

físico. En el segundo caso tenemos dos vectores que se separan en direcciones opuestas y

excluyente, o bien se da uno o bien se da el otro. Veámoslo.

En el eje A, el del poder del Estado, encontramos un vector que al entenderse como

sometido, está en contra de la metrópoli y del poder central y dominante. Frente a éste, choca

otro que trata de estabilizar y/o aumentar la nación y/o mantener al Estado unido. En el eje D,

el del nacimiento de la nación, encontramos un vector opositor, soberanista y popular

(nacionalismo periférico) que reclama el aumento de los derechos políticos efectivos. Frente a

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este, choca otro que trata de salvaguardar al Estado frente a demandas populares de

autogobierno (nacionalismo de Estado). Estos vectores antagónicos y convergentes son la

expresión del conflicto Estado-nación vs Nación-estado. Por cosas como éstas se la conoce

como una ideología de doble dirección (Caminal, 2008:51)32.

Del centro del eje B, el de la identidad cultural, parte un vector que se expresa de forma

emancipatoria: los que se separan porque entienden que hay diferencias de unos respecto a

otros. Y además, parte otro vector que se expresa de forma homogeneizadora: los que se unen

porque entienden que hay algo que los une. Del centro del eje C, el del mantenimiento del

status quo del ámbito cultural, parte un vector que se expresa en forma de modernización: a

través de las innovaciones la cultura se revitaliza y otorga una pujanza y superioridad a la

nación. Y además, parte otro vector que se expresa en forma de conservación de las

tradiciones: hay que mantener la cultura a salvo del deterioro a la que es sometida por agentes

externos. Estos vectores excluyentes y divergentes son la expresión de la inasibilidad de la

cultura.

32 Ambos nacionalismos tienen el mismo fin pero son incompatibles cuando se disputan un

mismo territorio. El resultado final de esta confrontación es que el Nacionalismo de Estado logra

conseguir sus aspiraciones. Pero cuando los papeles se intercambian y es el Nacionalismo periférico el

que consigue hacerse con el poder, volvemos a empezar porque se convierte en Nacionalismo de Estado

que tendrá enfrente a un nacionalismo periférico.

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4. LOS CONFLICTOS Y SU REGULACIÓN.

Cada nación tiene su particular visión de su entorno, de su historia, y de la prospección

de su futuro. Cada nacionalismo tiene su propio motivo de queja, y sobre todo, tiene su propio

Goliat contra el que luchar. Porque como afirma Caminal (2007:174), “el conflicto nacionalista

nace allí donde dos o más de dos compitan por el dominio de un mismo territorio o de un área

territorial determinadas”. Y es que el concepto ‘límite territorial natural’ como criterio de

nacionalidad lejos de resolver el problema lo que hace es añadir un ingrediente más de

dificultad.

Vimos anteriormente la articulación de la nación a través de tres ámbitos. Ahora nos

centraremos en las fricciones que existen entre ellos, porque el choque entre las tres

modalidades de nación tiene su transposición a la realidad política contemporánea.

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Cuando existe coincidencia entre la nación jurídica y la nación política pero no

con la nación cultural. En estos casos, “la nación jurídica abarca un territorio

donde se produce una situación de multiculturalismo” y donde “no siempre la

identidad política primaria de todos los ciudadanos se corresponde necesariamente

con el Estado–nación” (Caminal, 2007:187). En estos casos el nacionalismo de

Estado tiene un marco democrático y funciona como una fuerza

homogeneizadora y canalizadora de la conflictividad a través de los cauces del

Estado de Derecho. Ejemplos de esta situación son Suiza, Canadá, España, y

Gran Bretaña.

Cuando existe coincidencia entre la nación jurídica y la nación cultural pero no

con la nación política ya que el ámbito territorial de la nación cultural rebasa al

del Estado. En este caso estamos ante un nacionalismo supraestatal que o bien se

formula como pannacionalismo, más o menos inestable, o bien con divisiones de

una nación en dos Estados por la deriva de la geopolítica internacional.

Ejemplos de esta situación son el panislamismo y la división de las dos Coreas.

Cuando en Estados plurinacionales la nación jurídica ni coincide con la política

ni con la cultural, el conflicto entre el nacionalismo de Estado y los

nacionalismos sin Estado es tan fuerte que la tendencia es que se termine

fracturando la nación jurídica. Ejemplos de esta situación la encontramos en

Estados del Tercer Mundo (Ruanda o Sudán) plagados de conflictos interétnicos

de una violencia brutal.

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La regulación política del nacionalismo se traduce en un gradiente que va desde las

formas más democráticas y consensuadas hasta otras que no son solamente antidemocráticas,

sino profundamente execrables.

Políticas de Acomodación. Las nacionalidades sin Estado demandan autogobierno y

autonomía política. Son varias formas, dentro del más estricto espíritu democrático, en las que

esto puede darse.

La distribución territorial del poder se descentraliza y se crean instancias de decisión

propia en esas unidades descentralizadas. El Federalismo, que es “la forma de descentralización

por excelencia” (Maíz, 2009:496), puede ser semántico o real y simétrico o asimétrico. La primera

dicotomía hace referencia a la cantidad real de descentralización y competencias delegadas, que

a veces son un mero formalismo. La segunda de ellas tiene que ver con la coincidencia o no de

las unidades federales con la localización territorial de los grupos nacionales. Un ejemplo de

federalismo simétrico lo encontramos en Alemania y de federalismo asimétrico en España. Es

la forma más flexible, cooperativa y democrática que existe para regular el nacionalismo ya

que tiene en la multinacionalidad en convivencia pacífica a su principal virtud. Para Caminal

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(2008:66) el federalismo “puede ser la ideología llamada a suceder al nacionalismo en las sociedades

democráticas y plurinacionales” 24.

El Consociacionismo se da en situaciones de múltiple plurinacionalidad, en una sociedad

con varios segmentos culturales divididos sin que ninguno de ellos tenga hegemonía numérica

y/o social. Este modelo, también el federalismo, requiere unos condicionantes previos que

tienen que ser respetados por todas las partes implicadas; tienen que ver con la moderación, el

antiradicalismo y la ausencia de demandas unilaterales excluyentes. Existe un gobierno de

gran coalición que funciona con mayorías recurrentes respetando un alto grado de autonomía

para cada grupo en las decisiones que afectan a los asuntos internos de cada segmento. Existen

varios ejemplos de este modo de regulación: Irlanda del Norte, Austria o Bélgica en Europa y

Malasia y Fiji en Asia.

La Secesión es una “acción colectiva por la que un grupo intenta independizarse del Estado

en el que se encuentra integrado” (Maíz, 2009:501). La secesión es una medida política que se

plantea de forma pacífica, por procedimientos democráticos y que es conseguida mediante la

negociación. Ejemplos de este modo de regulación lo encontramos en Noruega que se separó de

Suecia, Islandia de Dinamarca y Eslovaquia que se escindió pacíficamente de Checoslovaquia.

Es cierto que este tipo de procesos son excepcionales y que se dan en situaciones donde el área

geográfica no representa un problema ‘insalvable’. En el resto de las ocasiones nos moveremos

entre indeterminaciones difícilmente solucionables: ¿quién tiene el derecho a separarse? o ¿cuál

es la mayoría legítima exigible para que pueda haber escisión? Pero claro, una nacionalista

puede responder a estas preguntas con otras: ¿cómo puede negar una Nación la

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autodeterminación de otra?, ¿quién está siendo contradictorio ahora si la una se otorga el

derecho a la autodeterminación negando lo mismo a la otra?

Políticas de Supresión. Este tipo de estrategias intentan eliminar el problema de la

diferencia con el objetivo de unificar un territorio estableciendo, la mayoría de las veces, un

Estado nacionalizador, esto es, “un estado al servicio de y para una específica nación” (Maíz,

2009:483). Esta lógica de nacionalización supone un deterior progresivo de la lógica de la

democratización ya que se establece una escisión entre los ciudadanos auténticos y los de

segunda clase que deben ser sometidos a una serie de degradaciones que van desde la

normalización lingüístico-cultural hasta otras formas mucho más agresivas, y por tanto,

inaceptables. Por esto, encontramos un abanico de formas posibles.

El Integracionismo es una medida de baja intensidad con varias formulaciones (Maíz,

2009:491): creación de una identidad común basada en el patriotismo cívico no étnico, el

federalismo atenuado de corte administrativo y la autonomía cultural de base étnica en

minorías que no se concentran territorialmente. Aunque no haya un reconocimiento de

derechos sustantivos sí se dan otros condicionantes: primero ponen en marcha medidas de

redistribución para reducir las diferencias políticas y económicas entre las distintas

comunidades y segundo, se muestra contraria a la segregación en los ámbitos urbanísticos y

laborales. Si la diferencia en el nivel de vida entre las minorías y las mayorías no son

insalvables se garantiza, en cierto modo, la estabilidad política.

El Asimilacionismo es una medida de intensidad alta que pretende la “eliminación

progresiva o la desactivación política de las diferencias nacionales interiores” (Maíz, 2009:491).

Trata de imponer una identidad colectiva étnico-cultural global y exclusiva, imponer una

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lengua oficial en los principales ámbitos del Estado: la educación, la administración, los medios

de comunicación, etc., y finalmente, otorga privilegio y preferencia a la nación dominante en lo

político, lo jurídico y lo económico.

La Limpieza étnica es la “expulsión o migración de minorías nacionales, con abandono

forzoso del territorio de su residencia actual” (Maíz, 2009:491). Toda vez que se ha roto la lógica de

la democracia en estos Estados, este tipo de políticas de discriminación, ostracismo, expulsión,

etc., son congruentes con el objetivo final de conseguir un Estado-nación a toda costa.

El Genocidio puede ser o el asesinato de miembros de un grupo, o la causación directa y

deliberada de daños físicos y emocionales a miembros de un grupo en busca su destrucción

(Maíz, 2009:491). En todo genocidio de Estado se vienen a juntar una serie variada de prejuicios y

resentimientos que fueron alimentados durante generaciones; con dosis muy elevadas de

fanatismo, violencia y manipulación psicológica masiva; y finalmente, con una serie de

estrategias narrativas entre las que destacan poderosamente los mitos conspiratorios y la

superioridad racial. El genocidio nunca será capaz de resolver un conflicto étnico o

nacionalista, al contrario, lo que hace es eternizarlo, ya que las víctimas de ayer serán los

verdugos del mañana y viceversa.

Epílogo

Deliberadamente he dejado para el final de esta disertación sobre el nacionalismo el

asunto de la manipulación ideológica. Todas las ideologías son ideológicas. Todas y cada una de

ellas tratan de arrimar el ascua a su sardina, si se me permite tan pintoresca metáfora. Todas

creen que son ciertos su principios y conclusiones y por eso atacan a las otras. Todas ellas,

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además, se acusan mutuamente de manipuladoras, de sesgadas, de contradictorias, de

radicales, de reaccionarias. Ninguna de ellas escatima para con las otras un largo etcétera de

acusaciones. Utilizan todo tipo de argumentos más o menos acertados. También abundan los

argumentos peregrinos e incluso la falta de respeto y el insulto. De todo hay, por desgracia, en

el mundo político.

Pero la cuestión que resalta respecto al nacionalismo es que las otras tres grandes

ideologías suelen coincidir en que sus argumentos son racionales y objetivos. ¿Cómo se

organiza-gobierna la sociedad? Buscan parámetros, directrices, estructuras y paradigmas,

conceptos todos que tienen un proceso de digestión racional. Por eso apelan al entendimiento

humano, tratan de convencer a la razón de que hay razones de peso para que apoyen a una

determinada ideología y no a otra. Las tres juegan en este tablero político en base a esta norma

no escrita de cumplimiento tácito. Pero el nacionalismo para poder entrar en ese tablero de

juego, para poder obtener cierto poder de movimiento en el mismo, de hacerse fuerte frente a

las otras ideologías ya aposentadas necesita de subvertir este normativismo implícito. Y lo hace

introduciendo en el debate político una serie de variables que no son ni objetivas ni racionales,

según esos parámetros de juego implícitos. ¿Quién forma parte de la nación? Se interpela

directa y personalmente a las entrañas de los individuos. Un sujeto que no está idealizado sino

inserto en un contexto cultural del que no puede evadirse. Los nacionalistas apelan a este

acervo racial y étnico, cultural e histórico. Hacen un llamamiento a una serie de pasiones y

sentimientos inveterados; toca lo que coloquialmente se llama ‘fibra sensible’. No apelan a la

razón sino al sentimiento identitario. Tratan de hacer ver a su nación de que alguien desde

fuera quiere hacerles daño, quiere hacerles menoscabo y que eso no se puede consentir. Por esto

CUADERNOS DE FILOSOFÍA POLÍTICA II

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la capacidad de movilización del nacionalismo es superior a la de cualquier otra ideología. Y las

grandes ideologías que vislumbran la potencia que tienen sobre la población humana

determinadas ideas básicas y pasionales, entienden que la población diana es más proclive a

entender ese mensaje directo a la caverna emocional, que a la argumentación racional política.

Especialmente en los tiempos que corren, vivimos en un mundo que se expande y

globaliza, con mejor o menor fortuna claro está. Donde muchos se embarcan en luchas

pacíficas y dialogadas por establecer puentes entre los que están separados. Donde todo está

interconectado, y la información está alcance de todo el que quiera cogerla: por eso quedan

descartadas las acusaciones de opresión. Por ejemplo, en los casos de nacionalismo en Europa,

salta a la vista el desarrollo creciente de las regiones con nacionalismo reivindicadores.

Aquí está realmente la gran asignatura pendiente de los nacionalismos, especialmente

los que se dan en países desarrollados y modernos. Si lo que está en boga es un

Internacionalismo como cosmopolitismo que enfatiza lo común entre los pueblos, que resalta lo

que nos une, como modo racional y honesto de que se acaben los enfrentamientos y la violencia

¿Realmente quiere el Nacionalismo jugar el papel de localismo que pone el énfasis en las

diferencias entre los pueblos?

El mismo razonamiento globalizador y aperturista que es válido para el nacionalismo

periférico, también lo ha de ser para el nacionalismo estatal que traba en más ocasiones de las

que debería el libre desarrollo de los individuos y los pueblos. Llevando más allá de lo aceptable

la homogeneización, negando el autogobierno, la plurinacionalidad y el multiculturalismo, y

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mostrando a veces que no es más que un monolito cerril y rancio. ¿Es tan mala opción el

federalismo pluralista que ni siquiera pueda ser tomada en consideración?33

33 Caminal 2008. Op. cit. pp.66-67 “El pacto federal supone la unión libre y recíproca de dos o más

de dos, una unión que es compatible con la permanencia y el autogobierno de las partes que firman el pacto

federal y se vinculan mediante la constitución escrita. Esta federación, que se funda en la unión en la

diversidad, es el marco adecuado para dar salida a la plurinacionalidad y construir el demos, como la

comunidad política plurinacional y multicultural de ciudadanos libres e iguales”.

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TOTALITARISMOS Y AUTORITARISMO

Tártaro

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Realizar un análisis sistemático para determinar si esta familia conceptual es una

ideología o no es una tarea difícil, aunque algunos elementos básicos de la misma nos

salten a la vista rápidamente con sólo decir sus nombres. La principal dificultad que existe

para abordar este asunto está en la línea que separa lo teórico de lo fenoménico. Durante el

s. XX hemos asistido horrorizados a la mayor de las violencias antropológicas perpetradas

sin compasión por este conjunto de elementos. Si en las otras ideologías se parte de un

conjunto más o menos grande de ideas legítimas que pueden ser llevadas a la práctica real,

en el caso que ahora nos ocupa, la Humanidad entera ha sido testigo de sus terribles

consecuencias, millones de muertos así lo atestiguan. Se trata de ir entresacando de esa

maldita praxis los componentes previos, si es que los hubiere. Porque resulta que los pilares

básicos que sustentan las Implicatio son cuantitativamente escasos, pero cualitativamente

brutales. Y esto supone un problema, porque puede parecer, si no se hace con cuidado, que

se está legitimando tanta barbarie, o se está utilizando esa argumentación para otros fines

poco honrados. Con tan escaso y paupérrimo bagaje es posible que sea mucho premio

otorgarles la etiqueta de ‘ideología’.

Comenzaré con el totalitarismo que ha tenido una vigencia espacio-temporal

concreta, la Europa de la primera parte del s. XX. Pero antes de entrar a profundizar, parece

apropiado facilitar un punto de partida.

Según apunta Molina (2008:125-126), el totalitarismo es aquel “régimen político en el

que un partido único de masas, dirigido por un líder normalmente carismático, aspira al

control y la dirección total de la vida en un Estado. (…) pretende la politización de la

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cotidianidad y la abolición definitiva de la sociedad civil, lo que elimina el menor atisbo de

pluralismo. (…) El Estado es el supremo rector de todos los ámbitos y los aspectos vitales, y

no puede existir, por tanto, ningún otro poder ni principio superior que lo legitime y

condicione”.

Parece, por tanto, que más que el desarrollo de una serie de ideas que hagan de la

sociedad un lugar mejor donde habitar o que se busque la más correcta articulación del

gobierno, lo que interesa al totalitarismo es el poder. Para hacerse con él o para

mantenerlo, no duda en usar la manipulación ideológica y la vigilancia de la población,

llegando a la extrema violencia para reprimir la desobediencia. Para Bealey (2003:437), lo que

garantiza la sumisión es el terror, que es una “política utilizada conscientemente por los

gobiernos para mantenerse en el poder a base de imponer la obediencia de sus temibles

órdenes”. Todas las actividades humanas (políticas, económicas, sociales, culturales e

intelectuales) están bajo el control estatal y se dirigen a cumplir los dictados del Estado. Si

no hay ideas, ¿puede llamarse ‘ideología’ al totalitarismo?

De modo general, se entiende que el totalitarismo tiene dos variantes o

manifestaciones: el fascista y el comunista. Dentro de la variante fascista34 nos

encontramos con la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler. Mussolini declaraba estar

en contra de todo tipo de dogma, que lo primero y principal era la disciplina y el Estado

(Molina, 2008:53). Y Hitler realizó una mezcla dramática de pureza de sangre, mitología

34 El término fascismo proviene del vocablo latino fasces, que era un haz de varillas atadas en el que se inserta un hacha y que era portado por los magistrados del Imperio Romano como símbolo de su autoridad pública.

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racial, con una revitalización del espíritu nacional mediante el expansionismo. ¿Puede,

realmente, este simplismo repleto de irracionalidades y de crueles perspectivas aportar algo

digno a la ideología? Dentro de la variante comunista destaca el Estalinismo en Rusia. Por

estalinismo se conoce la enmienda totalitaria y nacionalista que Stalin realizó al

comunismo bolchevique instaurado por Lenin; que a su vez era una enmienda que Lenin

realizó al marxismo ortodoxo original (Bealey, 2003:50-51 y 63-69). ¿Contribuyeron Lenin y

Stalin al desarrollo de las ideologías en general y del socialismo en particular, o lo que

realmente le preocupaban era establecer un régimen que afianzara y organizara el poder, su

poder personal? La respuesta parece clara.

Cuando comprobamos estos sistemas dictatoriales de tan diversos orígenes, ¿puede

explicar un mismo concepto tan distintas expresiones políticas y por tanto agruparlas como

si fuera un mismo concepto?

1. GOODWIN: DISOLUCIÓN Y DESCARTE DEL TOTALITARISMO.

B. Goodwin describe, en primer lugar, una serie de enfoques del totalitarismo; para

luego, por distintas razones, ir rechazándolos uno a uno. Cada uno de ellos estudia este

fenómeno político de una manera particular35 y aunque cada uno de ellos registra hallazgos

reseñables, ninguno es capaz de analizarlo satisfactoriamente.

35 Descripción somera de los distintos enfoque rechazados por B. Goodwin respecto al

totalitarismo. Goodwin, B. El uso de las ideas políticas. Península 1997 pp. 208 a 224. A. Elementos del enfoque descriptivo-fenomenológico:

- Ideología oficial omnipresente que impide el pluralismo y la heterodoxia. - Partido único jerárquico conducido por un líder carismático. - Monopolio de la economía, las comunicaciones y la fuerza.

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Desestima los enfoques descriptivo-fenomenológico y socio-histórico porque lo que

hacen es explicar varios casos particulares, en situaciones puntuales, como si fueran

universales; y no son capaces de dar cuenta ni de la naturaleza, ni de la motivación, ni de

los objetivos que hay detrás de todo movimiento totalitario. El enfoque esencialista, que sí

maneja elementos teóricos, se hace eco de estas cuestiones de fondo. En contra de los

Este modelo fue defendido en su ‘síndrome de los seis puntos’ por Friedrich y Brzezinski y

trata de caracterizar con las mismas notas a sistemas totalitarios tan dispares como el nazismo y el fascismo italiano, el comunismo de Rusia, los países del Este, Caribe y Asia.

B. Elementos del enfoque socio-histórico: - Comunidad tradicional que se derrumba. - Masa social ignorante, sin cultura política, que ha perdido su tradición, que es

manipulada por un líder omnipotente. - Establecimiento de una ‘solidaridad negativa’ como respuesta al aislamiento y la

pérdida de valores tradicionales. - Intelectuales que ponen sus capacidades al servicio de la legitimación del status quo

represor. - Existencia de chivos expiatorios en masa para que la población pueda atacarla.

Este modelo tiene en H. Arendt a su principal promotora, pero se apoya casi exclusivamente en el caso de la Alemania nazi.

C. Elementos del enfoque psicológico: Se juntan e interactúan en un mismo espacio-tiempo dos tipologías de personalidades aberrantes pero complementarias: la autoritaria y la obediente. La dialéctica que se da entre una y otra puede explicar la agresividad, los odios racistas y los abusos de unos, la pasividad, la dejadez y laxitud moral de otros. Se basan en varios estudios psicológicos experimentales desarrollados entre la posguerra y la década de los setenta por Adorno, Milgram o Fromm, entre otros.

D. Elementos del enfoque esencialista:

Los principales desarrolladores de esta explicación serían J.L. Talmon y K. Popper. Para

estos, el totalitarismo es una enmienda a la totalidad del liberalismo.

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enfoques anteriores, que ve al totalitarismo como un fenómeno exclusivo del s. XX, el

enfoque esencialista lo entiende como una condición que puede darse en cualquier época y

lugar. Pero para Goodwin, este enfoque no es objetivo, aunque trate de aparentarlo, ya que

enmascara la posición del liberalismo individualista de corte popperiano. También trae a

colación un enfoque psicológico, que si bien no es una teorización política como las otras,

sí que arroja una serie de hipótesis que pueden ser validadas y suministra algunas pruebas

circunstanciales que apoyarían al enfoque esencial. Tampoco es resolutivo. Ninguno de los

enfoques ha podido demostrar que el totalitarismo sea un fenómeno político homogéneo.

Su conclusión es que el totalitarismo se desarrolló en un momento histórico

determinado, pero que ahora (finales del s. XX) es un concepto que no tiene vigencia, se ha

disuelto y reducido a un “valor que podría ser adoptado por ideologías diferentes, e incluso

ser realizado por descuido o por un crecimiento desmesurado del Estado” (Goodwin, 1997:237).

El totalitarismo no es una ideología, ya que no se basa en un ideal político; son un conjunto

de métodos y prácticas. La teoría política tendría que descartarlo como concepto y manejar

otros conceptos tales como el ‘totalismo’ o el ‘autoritarismo’ (Goodwin, 1997:225).

Otro argumento de rechazo tiene que ver con que es una ideología vacía de capital

humano. Efectivamente, el totalitarismo es una ideología extraña desde el mismo momento

en el que hay que alinearse. Nadie se muestra orgulloso de ser totalitario, como sí lo están

de ser de derechas o de izquierdas, de ser liberales o nacionalistas. Es una ideología que,

salvo raras y peligrosas excepciones, no se reconoce sino que se imputa. En ese sentido es

una anti-ideología.

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Otra razón que aduce Goodwin es que al eliminar este concepto se elimina también

la degradación a la que fue sometido. El concepto ‘totalitarismo’ ha sido tan manoseado

que se encuentra degradado a mero adjetivo peyorativo lanzado a diestro y siniestro por

todo el espectro político contra todos aquellos que no se alineaban en su parcela. Esta

trivialización en la argumentación política cotidiana, su uso peyorativo, impreciso y a

discreción ha terminado por desactivar y de vaciar de contenido teórico al concepto. Toda

vez que se inhabilite el concepto, será posible que al utilizarlo nuevamente, se haga para

exponer algo con veracidad y concreción, que todo el mundo pueda creerlo, que haya algo

sólido dentro del cajón etiquetado, y que sea tomado como lo que es, una amenaza a la

forma de vida democrática y plural.

2. WILFORD: ASCENDENCIA DEL FASCISMO.

R. Wilford (2004:219-249) se centra en identificar la ascendencia de las ideas que

nutren al fascismo, en vez de centrarse en las prácticas concretas del mismo. Respecto al

‘totalitarismo’, duda de la utilidad de tal concepto. Primero, por el uso excesivo que se ha

hecho de este concepto, y que ha terminado por despojarlo de todo valor analítico.

También, desecha el ‘síndrome de los seis puntos’ de Friedrich/Brzezinski36 aplicable tanto

a los regímenes de Mussolini y Hitler como a todos los sistemas comunistas del Este de

Europa, especialmente a la Rusia de Stalin. No parece posible que un mismo paquete de

36 C.J. Friedrich & Z. Brzezinski, ‘Dictadura totalitaria y autocracia’, 1965 Harvard U.P.

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elementos pueda dar cuenta de tan dispares y antagónicos regímenes, que aun siendo

dictatoriales abundan en matices cualitativamente distintivos.

Que el fascismo tiene mucho de desviación patológica es algo que muchos

afirmaríamos sin problemas. Pero, ¿tiene el fascismo algún tipo de prehistoria intelectual

identificable y, por tanto, analizable? Si bien es cierto que el fascismo es una doctrina

propia de la Europa del s. XX, su gestación, esta prehistoria de la que hablamos, acaeció

durante gran parte del siglo XIX y comienzos del XX. El siglo XIX vivió una fertilidad

impresionante en muchos campos del conocimiento y el pensamiento humanos. Pero las

ideas, toda vez que son lanzadas por sus creadores al mundo vivo, pueden ser

malinterpretadas o manipuladas, incluso estranguladas hasta el paroxismo sin que quede

en ellas un ápice del contenido primario que le imprimió su autor. En este tiempo una serie

de estos elementos ideológicos desencajados pululaban por las mentes de muchos

intelectuales y políticos, que intentaron que éstas influyeran en la acción política cotidiana.

Brevemente podemos decir que fueron:

- Darwinismo social: Contra la doctrina liberal del individualismo racionalista y la

doctrina socialista del igualitarismo, comienza a gestarse y crecer, un movimiento

reaccionario que apostaba por un modelo orgánico de la comunidad y una concepción

bestial del ser humano. Es una tergiversación simplista de la teoría de la selección natural y

la lucha instintiva por la vida de Darwin. Si en la naturaleza es el más fuerte el que puede

seguir adelante con la evolución, en la sociedad será también el más fuerte el que tenga el

poder y el que esté encargado del gobierno de los seres humanos que necesitan una férrea

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disciplina ya que no dejan de ser criaturas irracionales y amorales que se rigen por sus

instintos.

- Naturalismo nacional: El pueblo o el alma del pueblo, el Volk de Fichte y Herder, es

único, inmutable y natural, lo más importante y sagrado. El individuo estará supeditado a

este espíritu nacional que además otorga una superioridad frente a otros pueblos. Este

sentimiento de pertenencia, otorga un orgullo especial a sus componentes, una

superioridad racial que tiene que quedar patente en las expresiones culturales. Por tanto, se

ha de buscar la grandeza nacional. La superioridad biológica y espiritual otorga al Volk el

derecho a ejercer su poder sobre otros.

- Elitismo: La superioridad natural de los fuertes ha de imponerse sobre los pueblos

decadentes. La fuerza y el poder han de conducir a los más débiles. La minoría de personas

bien dotadas debe gobernar sobre la minoría de mediocres. Es la extrema y completa

desvirtuación de la filosofía del superhombre y de la ética heroica e individualista de

Friedrich Nietzsche.

- Estatismo: El Estado se funde, más bien, fagocita a la sociedad. Esta manipulación,

trata de llevar hasta el extremo el concepto de Estado de Hegel. El individuo está completa

y absolutamente subordinado al Estado.

- Corporativismo: Frente al internacionalismo socialista y el libre comercio del

liberalismo se opone una mezcla de autarquía agresiva y expansión imperialista que la haga

posible. El objetivo era la autosuficiencia económica. Esta comunidad nacional autárquica

que, por ejemplo, protegía el mercado nacional frente a los extranjeros, exige al individuo la

lealtad, el servicio y la obediencia plenas.

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Comparten la concepción orgánica de la sociedad, pero dependiendo del énfasis que

se adjudique a cada elemento, así variará la tonalidad del fascismo. El fascismo italiano de

Mussolini y su ideólogo de cabecera, G. Gentile, ponen el énfasis en el estatismo y el

corporativismo. El fascismo alemán de Hitler y los nazis ponen el acento en la supremacía

racial, que no es sino la suma de los tres primeros elementos descritos.

3. AUTORITARISMO

Seguiremos el consejo analítico de B. Goodwin y centraremos el estudio en el

autoritarismo. F. Bealey (2003:38) define el autoritarismo como “toda forma de organización

o actitud que proclama el derecho a imponer sus valores y decisiones a quienes no tiene la

libertad o los medios para responder o reaccionar”. Desde este punto de vista, es el

antagonista de la democracia ya que reprime aquello que es tan importante para ésta: el

consenso y las libertades de expresión, reunión, asociación y oposición legítima al

gobierno.

Centrándonos en lo fenoménico, Colomer (2007:589) indica que “el autoritarismo

presenta históricamente modalidades e intensidades muy diversas: tribalismo dominado por

las castas guerreras, esclavismo, división estamental o por castas, satrapías, absolutismo,

etc., hasta las diversas formas de la dictadura. Sistemas, todos ellos, basados en la primacía

de la coerción y la inexistencia de niveles significativos de consenso”.

Bien, ya tenemos elementos suficientes para hacer nuestra particular aproximación

metodológica.

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Pilares básicos. El autoritarismo es el ejercicio del poder sin atender a la aprobación

de la ciudadanía. El elemento definitorio fundamental es la coerción (Colomer, 2007:590). Este

es todo el bagaje previo del autoritarismo, mantener un orden arbitrario mediante la

represión a los gobernados. Desde este punto de vista, es el antagonista de los sistemas

políticos de consenso ya que reprime por la fuerza aquello que es tan importante para

estos: el consentimiento, el principio representativo, el sufragio general, las elecciones

competitivas y la garantía de derechos (Colomer, 2007:588).

Consecuencias. Por ser contrario a la participación popular y ciudadana los sistemas

autoritarios reducen el número de actores que participan en el ejercicio del poder.

Conviene no caer en el error de confundir este elemento con el pluralismo restringido. Esta

simplificación en la parte superior de la pirámide es complementaria a una movilización de

masas, más o menos permanente, que es utilizada como “instrumento de apoyo, de

adoctrinamiento o fuente de legitimidad” (Colomer, 2007:593). A estos elementos sumaremos

un tercero, la recreación semántica de forma de gobierno: la pseudoinstitucionalización.

En épocas pretéritas no hacía falta, pero en los tiempos actuales, todos los regímenes

autoritarios necesitan algún tipo de homologación internacional que los haga respetables.

Por eso tienen que dar una patina de legitimidad a sus atropellos y tropelías. Hay aquí un

enmascaramiento, una pantomima ridícula pero efectiva, toda una tramoya institucional

(Colomer, 2007:595) que proyecta una imagen al exterior que nada tiene que ver con lo que

ocurre en el interior.

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El Tártaro37. Inspeccionaremos brevemente las modalidades de autoritarismos

existentes en la aldea global actual, proponiendo algunos ejemplos básicos las formas de

gobierno autoritario (Colomer, 2007:589).

Formas hereditarias. Arabia Saudí y los Emiratos del Golfo Pérsico

- Tradicionales

Formas Pseudoparlamentarias. Jordania y Marruecos

Militar. Sudán y Paquistán

- Fundamentalistas Teocrático. Irán de Jomeini en 1979

Exacerbación nacional. India (con matices)

Personalistas. España en la primera parte de la Dictadura de Franco, Chile en la

- Militares Dictadura de Pinochet

Corporativos. Juntas militares de Argentina en los setenta

- Coalición dominante cívico-militar o ‘democracia vigilada’. Argelia, Indonesia de Suharto,

Malasia. Turquía y Egipto (con matices)

Partido-Estado. Alemania nazi y Corea del Norte

- Partidista Partido-Control de masas. China y Cuba

Partido-Fachada. Argentina y el Peronismo, España y el Franquismo

- Étnicos. Nigeria, Congo, Liberia, Somalia, Ruanda, Burundi

37 TÁRTARO. “Región de los Infiernos donde sufrían tormentos eternos las almas de quienes, por sus crímenes, habían merecido ser castigados después de su muerte. Según la tradición más difundida, que se remonta a Homero, el Tártaro estaba situado en las más remotas profundidades del Universo, mucho más abajo que los propios Infiernos”. René Martin (Director) Mitología griega y romana Espasa Madrid Undécima edición 2008. Pág. 369.

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Epílogo

Tal y como indica Colomer (2007:595), la diferencia que existe entre autoritarismo y

totalitarismo es una diferencia cualitativa y no cuantitativa: “el totalitarismo no es un simple

fenómeno de coerción en grado máximo”. El autoritarismo somete a la sociedad, el

totalitarismo conforma su sociedad. El autoritarismo termina por estabilizar la acción

coercitiva, el totalitarismo trata de conformar un sistema de valores y comportamientos a

los que hay que adherirse por la violencia antropológica. El autoritarismo se detiene toda

vez que el sistema político se ha estabilizado, el totalitarismo no parará hasta que consiga

hacer realidad su proyecto de ingeniería social, sea estatal o racial.

Sea como fuere, sean ideología o no, es innegable que a lo largo de la Historia este

tipo de concepciones y formas de gobierno han producido una violencia que ha costado la

vida de muchas personas, y el sufrimiento de muchas más. Especialmente horroroso ha

sido el siglo XX, donde asistimos a la existencia de un lugar llamado Auschwitz donde se

acabó sistemáticamente con la vida de cientos de miles de seres humanos. El mundo en el

que vivimos es ya otro desde entonces. Porque no fueron ideas abstractas plasmadas en

libros polvorientos los que perpetraron semejante crimen.

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A MODO DE CONCLUSIÓN

Entre el dogmatismo y la realpolitik: ideología como punto de partida o como punto de

llegada. El político parece moverse siempre entre lo que se propone hacer y lo que puede o

tiene la oportunidad de hacer. Lo primero es la ideología o el programa y lo segundo el

pragmatismo o el casuismo. Si la ideología, el proyecto o el programa, no logra hacerse

realidad no sirve para nada, es una pieza de museo, bonita pero inservible. La cuestión

estriba aquí en cómo se manejan en la práctica diaria esos ideales y esos puntos de vista. Hay

dos formas de ver la cuestión. Realmente hay tres como veremos a continuación.

Están los que toman los ideales como punto de llegada, como si tuvieran entre manos

una especie de catecismo secular que hay que llevar a la práctica sí o sí, cueste lo que cueste,

rompiendo lo que haya que romper. Y los que toman los ideales como puntos de partida a

partir de los cuales todo puede ser cambiado-modificado-negociado sin límite. Pero, cuando

un político abandona los puntos esenciales de su ideología originaria, los partidarios más

duros le acusarán de traición o blandura. Y cuando otro se empeñe en llevar a cabo el

programa a rajatabla, los realistas le acusarán de ser inflexible y testarudo, de fanático

incluso.

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Ambas posturas extremas son igualmente imposibles, una por dogmática y otra por

utilitarista. ¿Cuál es la salida a este choque de vectores? Ferrater Mora38 afirma que el

programa y la realidad son dos términos límites entre los cuales tiene que moverse el político.

Hacer una política realista, al día, pero proyectada hacia el futuro, y hacer política con un

programa sin dejar escapar el presente. Efectivamente, una política buena, perfectible, y

sobre todo, preferible, tendría que moverse entre ambos extremismos. Y esta es la tercera de

las formas, la que un buen político profesional tendría que ejercer. Estaríamos hablando de

un perfil político que recupere algunas de las esencias antiguas, especialmente la cercanía a

la gente y sus necesidades, y las mezcle con otras más actuales como una buena preparación

académica. Pero el asunto del perfil rebasa mis pretensiones actuales. Solo una última

cuestión, que es la de la sabiduría práctica, la phronesis de Aristóteles: la racionalidad

responsable, y en virtud de ella saber utilizar los medios adecuados para determinados fines.

Y ahí radica el problema: los políticos han dado la espalda a la ética. Lo importante no es ni la

ideología, ni la utilidad, ni la izquierda ni la derecha, lo importante es el Bien Común y tener

cintura suficiente como para, sin dejar de hacer lo correcto, ni traicionar los ideales ni

dejarse llevar por las atrocidades pragmáticas, hacer en cada momento lo que corresponde.

Es la antiquísima regla del término medio, tan denostada por muchos por eso mismo: por ser

solamente antigua. No se trata de que la política vuelva a la antigüedad de estar subordinada

a la ética. Sino que la política vuelva a reencontrarse en la ética. La política tiene un trabajo

ingente, no sólo gobernar y sacar adelante a la sociedad (en ocasiones acuciada por crisis de

distinto cuño), sino la de ser capaces de crear espacios intermedios y sin extremismos. Esto

38 Ferrater Mora, José Ventanas al Mundo Anthropos Ámbitos Literarios/Ensayo 14 1986

Barcelona p.257

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es la dificultad tan tremenda de la política, tener el tino suficiente para acertar en el término

medio.

Zhanguo: la guerra sin cuartel39. Hay un último tema a tratar antes de terminar, que

deja la puerta abierta a una segunda parte en la res ideológica. La política, desde el análisis

de la ideología, es un mundo en lucha, de conflicto sin cuartel, confrontación por cada palmo

de terreno, pretensión de hegemonía sobre todas las demás. Esto por un lado, y por otro, está

el manifiesto relativismo en el que nos deja la ideología.

Toda ideología es, a la vez, insuperable y criticable. Toda ideología marca lo que

considera la fiel descripción del cosmos humano y social; y desde la convicción, todas

pretenden hacerlo de un modo que quede clausurado y explicado. Toda ideología entiende

que está diciendo la verdad y que está defendiendo la postura más acertada. Y toda ideología

entiende que la razón está de su parte y no con las otras. Pero a todas las ideologías se le

pueden impugnar sus presupuestos más básicos y las implicaciones que parten de ellos. A

esto le sumamos una pregunta que genera más tensión que respuestas claras y concluyentes:

¿cuánta diferencia hay entre el modelo ideal de cualquier ideología y la puesta en práctica del

mismo? ¿Cuánto camino hay entre lo abstracto hasta lo concreto? Para los que apoyan una

39 “La historiografía china conoce el período que va desde -453 a -222 como el período de los

estados en guerra (Zhánguó). Los tres estados surgidos de la desmembración Jin, el viejo y rico

principado de Qi, y los estados de Yan, Qin y Chu constituían siete potencias que, después de haber

absorbido todas las unidades políticas menores, se harían una guerra implacable y sin cuartel, de la

que finalmente uno de ellos, Qin, saldría victorioso y unificaría China bajo su férula en el siglo –III”.

Mosterín, J. Historia de la Filosofía 2. La filosofía oriental antigua Alianza Editorial 1º Edición 2ª

reimpresión Madrid 1997 p. 105.

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determinada ideología la diferencia es escasa y siempre se está trabajado duramente para

acercar ambas orillas. Para los que no apoyan la ideología de la que se trate la diferencia es

un oscuro precipicio, difícilmente insalvable. En esto hay algo que llama poderosamente la

atención. Es seguramente una de las pocas cosas en la que todos los analistas, sean del bando

que sean, coinciden: arrogarse a sí mismos y a sus análisis la categoría de descriptiva y a los

otros las de normativa y justificativa; pero a su vez reciben las mismas críticas y aquellos que

las lanzan se autoimponen el mismo mérito.

Al ser visiones en conflicto lo normal es que sus líneas entrechoquen de forma más o

menos virulenta, y que los desencuentros se muestren en un amplísimo rango de

posibilidades que van desde la más educada crítica constructiva al vituperio más agrio. Cada

uno de los partidarios de las ideologías está plenamente convencido de la verdad de sus

principios, con lo que nadie convence a nadie, las posturas suelen ser inamovibles y son

escasas las ocasiones en las que puede convencerse a otro de que cambie de ideas o

principios. Ninguna de las ideologías quiere abandonar sus posiciones y dogmas para

encontrarse en un horizonte común que englobe varias posturas.

A mi entender la crítica a las ideologías es también, y plenamente, ideológica. No

puede salir del universo circular y concéntrico en el que está inscrita. No hay críticas desde el

afuera ideológico. Si lo ideológico es siempre subjetivo y todo está teñido de ideología no se

pueden arrogar, de buenas a primeras, la objetividad y la limpieza ideológica para salir a

criticar al contrario y luego volver al redil de la subjetividad ideológica. Esa pretensión de

querer salir afuera para mirar lo de dentro es muy frecuente, pero completamente

infructuosa porque una vez que se asume el ropaje normativo-prescriptivo no puede

abandonarse a capricho o a conveniencia para criticar lo normativo y luego volver a

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ponérselo. No hay objetividad para criticar la ideología contraria, es cierto que sí que afirman

que son objetivos cuando critican pero, Schleiermacher dixit, se puede comprender lo dicho

mejor que aquel que lo dijo y descubrir lo que hay detrás. Los que quieran participar del

juego de la confrontación ideológica han de entrar en su universo y en sus reglas de juego

con todas las consecuencias. Seguramente la principal de todas ellas sea que absolutamente

todo esta barnizado de ideología. La composición del aire que respira y que hace posible toda

la vida dentro de ese gran conjunto de círculos concéntricos es ideología pura y dura, nadie

sale de él para hablar de él desde fuera. En cierto modo la política y la ideología están presos

de sí mismas como si transitaran por uno de los cuadros de M.C. Escher.

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Bibliografía:

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Roberto Rodríguez. La Tradición Liberal.

Antonio García Santesmases. Los Socialismos.

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Paseo de la Castellana Madrid.

- Proteo Infernal de Erasmus Francisci 1695

- El Jardín de las delicias – El Infierno. (Panel derecho) El Bosco Museo del Prado Madrid

En Algeciras, 14 de diciembre de 2010

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