Date post: | 07-Mar-2016 |
Category: |
Documents |
Upload: | pablo-makovsky |
View: | 276 times |
Download: | 4 times |
Aju
star
lom
oTapa Retiración ContratapaPolipropileno mate tapa
Añ
o 1
- J
ul.
Se
t. d
e 2
011
Re
vis
ta c
ult
ura
l d
el
Me
rco
sur
- $
28
IS
SN
18
53
-710
3
nº1
León Gieco
Gato Barbieri
San Pugliese
Cuarteto de Nos
Caparrós
Paco Urondo
emeyerUn genio en Rosario
90
00
01
710
00
277
185
3
Editor responsableFundación del Puerto de la Música
Producción generalMaría Julia Reyna
Director Reynaldo Sietecase
Director de arteEsteban Paniagua
Secretario de redacciónOsvaldo Aguirre
RedacciónPablo MakovskyDiego Giordano
FotografíaHéctor Rio
ArmadoNatalia Campos
CorrecciónFernando Avilés
Contacto de cuentasVarinia NanniPaula Pendino
Colaboran en este númeroHermenegildo SábatGastón BozzanoMartín CaparrósJavier CófrecesDiego FischermanLucas GarcíaDamián González BertolinoGustavo NielsenDiego ParueloLara PellegriniIvana RomeroLeo LibermanCarlos AguirreMatías Sarlo
Diego Fischerman (Buenos Aires, 1955) publicó La música del siglo XX (1998), Efecto Beethoven:
complejidad y valor en la música de tradición popular (2004), Escrito sobre música (2005)
y Piazzolla, el mal entendido (con Abel Gilbert, 2009). Se desempeña como crítico
musical y periodista en Página/12 y en Radar. Fue editor de Revista Clásica y colaboró,
entre otras, en las revistas Goldberg (Gran Bretaña-España), Cuadernos de Jazz (España),
Ricordi Oggi (Italia), Revista Teatro Colón (Argentina) y La Tempestad (México).
Fue el editor de Música argentina. La mirada de los críticos, publicado por la Universidad de
Buenos Aires. Coordinó el área de Música en el Centro Cultural Ricardo Rojas, UBA, fue
docente en el Collegium Musicum y el CEAMC (Centro de Estudios Avanzados en Música
Contemporánea) y realizó para Sony-BMG la edición crítica de la obra completa de Astor
Piazzolla grabada en RCA y CBS. En 2007 recibió el premio Konex en su especialidad,
como una de las personalidades de la década. Edita el blog Fischerman´s Tales
(www.cuentosdelpescador.blogspot.com)
Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) se licenció en historia en París, vivió en Madrid y en
Nueva York. Dirigió revistas de libros y revistas de cocina. Escritor, periodista y viajero,
recibió el Premio Planeta Latinoamérica, El Premio Rey de España y la beca Guggenheim.
Publicó unos veinte libros. Entre sus novelas se destacan La Historia, Ansay o los infortunios
de la gloria, La noche anterior, El tercer cuerpo, Un día en la vida de Dios y Valfierno. Entre
sus libros de crónicas hay que mencionar Larga distancia, Dios mío, La Voluntad, La guerra
moderna, Amor y anarquía y El Interior.
Gustavo Nielsen (Buenos Aires, 1962) es arquitecto y escritor. Publicó los libros de cuentos
Playa quemada (1994), Marvin (2002), Adiós, Bob (2006), y La fe ciega (en España, 2010) y
las novelas La flor azteca (1997), El amor enfermo (2000), Auschwitz (2004) y El corazón de
Doli (2010). En 2010 ganó el premio de novela Clarín Alfaguara con La otra playa. Edita los
blogs Milanesa con papas y Mandarina. Como arquitecto ha realizado obras en Buenos
Aires, Córdoba, San Luis y Montevideo. Ganó el Tercer Premio para el Parque Lineal del Sur
(asociado a Max Zolkwer), el Primer Premio para el Oasis Urbano Magaldi Unamuno, Tercer
Premio en el Cenotafio Las Heras y Mención en el Oasis Boedo (asociado a Max Zolkwer y
Ramiro Gallardo), Mención en el MPAC (asociado a Sebastián Marsiglia), Mención en el
Pabellón Frankfurt 2010 (asociado a Max Zolkwer y a Sebastián Marsiglia) y Primer Premio en
el concurso internacional para el Monumento a las Víctimas del Holocausto Judío (asociado
a Sebastián Marsiglia). Escribe notas sobre ciudad y diseño en Radar.
Damián González Bertolino (Punta del Este, 1980) es escritor, periodista y docente. Publicó
los libros de relatos Historia de la agresión (2002) y El increíble Springer (Premio Nacional
de Narrativa, Uruguay, 2008). Escribe sobre literatura, fútbol, música y vida cotidiana en su blog,
www.tartatextual.blogspot.com. Vive en Maldonado, Uruguay.
Esteban Paniagua (Rosario, 1970) es diseñador gráfico, ilustrador y creativo publicitario.
Trabajó, entre otras empresas, para John Deere, Rock and Pop, Monsanto, Berlitz, Dekalb,
Editorial Atlántida, Grupo Editorial Planeta, Grupo Clarín, Tecmaco y Lusida, así como para
el Gobierno de la Provincia de Santa Fe y la Municipalidad de Rosario.
Entre otras distinciones por su labor tanto en publicidad como en diseño, recibió los
premios Fepi (Festival publicitario del interior) y Diente (Círculo de Creativos Argentinos).
Fue jurado en los premios El Tribuno a la publicidad y Lápiz de platino,
Actualmente se desempeña como director general creativo de Bread, agencia de comunica-
ción que fundó en 2007 ( www.americanbread.com.ar).
Fundación Puerto de la Música - Juan Manuel de Rosas 847Rosario (2000) - Santa Fe - ArgentinaTel.: (+54) 341 472 1584 - www.elpuertodelamusica.com.ar
Staff.-
Autores1nº
www.32pies.com.ar - [email protected]
4
5
LA FORMA SENSUALBuscando a Niemeyer
La Catedral de Brasilia, el Museo de Arte Contemporáneo de Niterói y el Puerto de la Música, en Rosario, marcan tres períodos en la trayectoria de un arquitecto cuyos pilares son la creatividad y el optimismo. Una obra que propone una mirada diferente sobre el arte y su entorno.
Por Gustavo Nielsen
NOTACENTRAL
El chiste carioca dice que desde hace unos años a Don Oscar
Niemeyer le gustan las mujeres mucho más jóvenes que él.
Imaginesé: las que son quince años más jóvenes, ya tienen no-
venta. Cualquier vino, a Don Oscar, le sabe a tempranillo, por
añejo que sea. Su sabia voz en el video de Rosario parece la
de un Tom Waits en portugués. Las palabras que dice, suaves
y arrulladas, son todas felices. Es que la arquitectura, la decana
de las artes, sirve para eso, para la felicidad. Y también, como
la literatura o el cine, dota al que la hace bien –Niemeyer es
un ejemplo– del don de la longevidad. Porque son actividades
para ser eternos. Y si no se puede ser eterno, vamos a acercar-
le el bochín al infinito. Por nuestros pagos así lo creen el gran
Clorindo Testa con sus ochenta y pico (que en cada nuevo
proyecto demuestra más imaginación y juventud que cual-
quier nuevo egresado de la Facultad), o Mario Roberto Alvarez
con sus noventa y algo (todos los días diseñando edificios en
su oficina, bien temprano y de saco y corbata).
La arquitectura está en el mundo para que los arquitectos no
se vayan.
Oscar Niemeyer en su juventud
Brasilia es como la Chandigarth de Le Corbusier. La vieja ca-
pital de Punjab, India, es el sitio del mundo que más obras
concentra del maestro suizo. El casco político de Chandigarth
fue levantado a pedido del primer ministro Nehru, después
de la Independencia, para demostrar el espíritu pujante de la
nueva nación. De modernidad estamos hablando: tanto Le
Corbusier como Oscar Niemeyer o Lucio Costa (autor del
plano general de Brasilia) fueron parte del Movimiento Mo-
derno, lo mejor que le ha pasado a la historia de la arquitec-
tura contemporánea.
Los modernos eran unos fundamentalistas a rabiar, unos fa-
náticos panfletarios. Por un lado tenían convicciones sociales
que bajaban la arquitectura a todos los estratos, siendo los
primeros profesionales en ocuparse de la vivienda popular.
Estaban en un marco de posguerra, había que reconstruir
ciudades enteras, sus discursos hablaban de vivienda para
todos. Por otro lado se inventaron lemas que casi nunca fun-
cionaron, y fueron verificados a prueba y error. La casa como
una máquina de habitar era uno. Una casa en la que una se-
Una ciudad hecha por una sola persona
ñora tenía que poder cocinar un huevo frito en un minuto,
sin tiempo que perder. No importaba que la señora quisiera
cocinar por placer, lo fundamental era la eficacia en el espa-
cio mínimo posible.
“Habitar, circular, recrear y trabajar”, otro slogan, esta vez para
el diseño de ciudades. Un poco más nocivo que el anterior,
porque su no verificación podía implicar el fracaso de una me-
trópolis completa. La idea consistía en dividir en tres partes a
las ciudades: una solamente para vivir, otra solamente para ofi-
cinas, la última solamente para comercios. Las partes estaban
unidas por carreteras y autopistas. Nada podía mezclarse. Para
vivir ahí había que tener una gran organización personal: que
se acabaran los puchos en medio de la noche significaba viajar
kilómetros para conseguir un atado.
El joven Lucio Costa gana el concurso del Plan Piloto para la
nueva capital de Brasil, lanzado por el presidente Juscelino
Kubitschek, con el objeto de levantar una ciudad desde cero
en una zona desértica del país. Era un territorio gigante en
el que había solamente cactus rastreros. Costa le dio al pla-
NOTACENTRAL
7
6
8
9
no la apariencia de un pájaro, como símbolo de la libertad,
y llamó a sus cuatro grupos conceptuales Residencial, Gre-
gario, Bucólico y Monumental. Invitó a Niemeyer, su maes-
tro, a diseñar los edificios. A diferencia de Le Corbusier en
Chandigarth, Niemeyer no diseñó solamente los dos o tres
principales: hizo todos. El Congreso Nacional, la Explanada
de los Ministerios, los Palacios de Justicia, de la Alborada, de
Itamaraty y del Planalto; la Catedral, la Universidad, el Teatro
Nacional, el Santuario Don Bosco, el Memorial. Las Igrejinhas
disparadas por ahí, las Supermanzanas, las plazas, las autopis-
tas, los comercios.
Y quedó lo que dije en el título: una ciudad hecha por una
sola persona. Distinta a todas las ciudades que conocemos.
Onírica. Monstruo y diamante.
Yo les digo redondeles, como le dicen los niños. Porque la
obra de Oscar Niemeyer recurre muchas veces al círculo y
como es una arquitectura gestual, absolutamente sin orna-
mento y de líneas claras, parece que la hubiera podido diseñar
un niño. De hecho, los croquis iniciales de casi todos sus edi-
ficios son apenas garabatos en un papel.
La Catedral Metropolitana es una obra de 1958, y es una de
las primeras construcciones de Brasilia. Es una catedral hecha
por un ateo. Como la capilla de peregrinación de Ronchamp
de Le Corbusier o La Sagrada Familia de Gaudí. Los ateos son
los únicos que han captado espacialmente la idea de Dios
después de la arquitectura gótica. Cuando hubo que bajarle la
escala a la cosa para amarretear materiales, los únicos que lo
lograron con diseño fueron los no creyentes.
Acá el redondel está debajo de la tierra. La catedral tiene una
planta circular desde la que se elevan dieciséis costillas de
hormigón armado. Los paneles verticales entre costillas son
unos vitraux inmensos que imitan el cielo. En algún momento
del pasado fueron simplemente vidrios transparentes que de-
jaban ver el cielo real.
En Brasilia, Niemeyer se dio una panzada de experimentos
sonoros. Las construcciones amplifican naturalmente la voz,
crean ecos divertidos o recortes inusitados de sonido. Las for-
mas juegan con nuestras conversaciones: cada edificio tiene
una búsqueda diferente para sorprendernos. En la Catedral, el
anillo de tracción inferior que sostiene las costillas es un tú-
nel de voz. Tiene un asiento para acomodarnos; apoyamos la
cabeza hacia atrás en el túnel, apuntamos hacia la izquierda,
decimos hola, y luego de varios segundos el hola nos vuelve
clarito desde la derecha. La palabra dio toda la vuelta en el
anillo. El delay fue su tiempo de trayecto.
La Catedral no tiene una puerta visible. Hay que entrar de le-
jos, a una especie de manga subterránea. Entonces podemos
siempre observarla en su magnífica magnitud, con la perspec-
tiva adecuada. Eso pasa muchas veces en Brasilia, los edificios
están alejados por piletas, lagos o explanadas imposibles de
transitar. La presencia del agua se debe sobre todo a que es
un lugar de sequía; pero bien que le sirvió a Niemeyer para
tenernos lejos, contemplando sus obras casi con la síntesis
de sus croquicitos. Además, estos modernos fueron grandes
publicistas: entrar desde abajo a una iglesia es un efectazo.
Después de eso, solamente queremos empezar a creer en
Dios. Diga que uno cuando sale se olvida, por suerte.
Recorrer este edificio debe ser lo más parecido a flotar. Y, lo mejor de todo: consigue esas sensaciones con uno o dos conceptos.
Daniel Barenboim
“Conozco esbozos del proyecto del insigne arqui-
tecto Niemeyer. La integración de Auditorio, Plaza
y Escuelas expresa por sí una concepción de la
cultura. Incluir la cultura junto a las demás necesi-
dades que, sin duda, tiene la sociedad, compone el
permanente camino de la construcción democráti-
ca y la grandeza de los pueblos“.
El primer redondel: la Catedral Metropolitana
Si en el ejemplo anterior el círculo estaba enterrado, este se-
gundo redondel flota en el aire. Tiene el aspecto de un plato
volador de cine clase B. Se ve desde cualquier parte del reco-
rrido por la bahía de Guanabara. Como pasa con su hermana
religiosa, el círculo forma la planta del museo.
Entrar al MAC de Niterói es otra experiencia mágica. ¿Qué
más le podemos pedir a un edificio que nos trasporte a una
dimensión diferente, que nos quite de lo cotidiano, de la obra
común? Los diseños de Oscar Niemeyer nos diluyen como lo
hace la buena literatura, nos hacen desaparecer del lugar en
que estamos y salir en otro lado. Nos manipulan a la manera
de Borges, de Bach, de Tarkovsky. Están llenos de sensaciones
por cumplir. Queremos estar ahí adentro para saber qué nos
va a pasar en el viaje.
Segundo redondel: el Museo de Arte Contemporáneo de Niterói
Dib
ujo
s D
anie
l Nie
lse
n
NOTACENTRAL
10
11
Porque el exterior del MAC es extraño y tentador, pero el inte-
rior no tiene igual. Si la Catedral era una sorpresa, el MAC es un
sorpresón. Adentro uno pierde los límites de la caja espacial,
por más arquitecto que sea. En cada centímetro de su recorri-
do se vive el extraviarse pero, al mismo tiempo, la ubicación.
Por empezar, no tiene ángulos: es un edificio blando, suave. Si
uno se acuesta cerca del perímetro, en uno de los asientos, y
se distrae mirando techo y piso, pierde la noción de equilibrio.
No se sabe qué es arriba o abajo, y las dimensiones de los
espacios pueden ser intercambiables. Recorrer este edificio
debe ser lo más parecido a flotar. Y, lo mejor de todo: con-
sigue esas sensaciones con uno o dos conceptos, con unas
ideítas que pueden contenerse apenas en un croquis de tinta
dibujado en un boleto de colectivo. No necesita, como Frank
Ghery, del Guggenheim de Bilbao, o Zaha Hadid, de cientos
de miles de mecanismos: esto es simple, la misma sencillez.
Cuando estuve en Niterói me di cuenta de que no sólo en
Brasilia Niemeyer juega con los sonidos. El teatrito, que se
presenta ni bien uno baja del puente, tiene acústica natural,
con una única curva de hormigón. Y este museo realiza una
comprobación sobre el silencio centrífugo: cuanto más nos
alejamos del centro, más callado está todo.
El MAC es una nave surcando una galaxia nueva. Las únicas
cosas que lo atan a la Tierra son la pasarela de subida y las
obras de arte, a veces.
Una nave espacial
Por Fito Páez
Ni en los sueños más delirantes de mis años de
infancia hubiera imaginado que una nave
espacial iba a aterrizar en mi ciudad. Y menos a
pocas cuadras del lugar donde nací. Y menos
que la iba a construir el arquitecto Oscar
Niemeyer. Y que en un mundo donde todo
se licúa solamente a través de los intereses de unos
cuantos, este tal Oscar nos iba a prodigar
espacios para escuchar y estudiar música.
Lugares para la expresión de muchos y de donde
se emitiría música para el espacio sideral. Allí a
veinte cuadras de Santa Fe y Balcarce en la
ciudad de Rosario. Cuando los saturninos
o neptunianos vieran el lugar desde el cielo, lo
señalarían como si hubieran identificado algún
edificio de su cultura arquitectónica, extrañamente
enclavado a orillas de ese manchón de
agua marrón llamado río Paraná, y se preguntarían
qué hacía ese mastodonte blanco en aquel
exótico lugar.
Algunos malandras del espacio exterior e interior
habrán de querer destruirlo para que la alegría
no se propague por el universo, pero los
muchachos y muchachas de buen corazón de
todo el mundo llegarán hasta arriesgar sus vidas
para expulsar a los enemigos que intenten
impedir la realización y maravillización del
Puerto de la Música. Por supuesto que me
moriría de envidia si alguien cantara antes que
yo por primera vez en esas tablas bajo ese cielo,
pero las cartas en muchos casos las marca el
destino. Sólo espero que en este caso jueguen
a mi favor.
Recurre muchas veces al círculo y como es una arquitectura gestual, absolutamente sin ornamento y de líneas claras, parece que la hubiera podido diseñar un niño.
Rosario es una ciudad con un río. ¿En dónde iba a poner su
último redondel? Ya probó en la tierra, ya probó en el aire. ¡En
el agua, obvio! Por eso es un puerto, y no un simple teatro de
conciertos. Y acá no hace una circunferencia para resolver
solamente la planta: el alzado de este teatro flotante también
está realizado por sectores circulares, como si su corte lon-
gitudinal quisiera también ser redondel. La punta de un ice-
berg rosarino con las salas de teatro más sensuales de toda
Latinoamérica.
Sensuales no solamente son las formas con las que Nieme-
yer trabaja, sino las palabras que elige para describirlas. Dice
“dulce”, dice “bonito”. Se solaza en esta frase política de ac-
tualidad: “América latina se está protegiendo”. Se divierte al
describir su hacer: “Lo que caracteriza a una obra de arte es
la emoción”. Para el Niemeyer centenario los exteriores son
blancos, inmaculados. Pero los interiores son rojos como el
borgoña.
Cuando se pone serio para justificar sus cáscaras extendidas
como la piel de un globo, nos dice que están estrictamente
referidas a la acústica, lugar al que ya no acude para jugar,
sino para ser eficiente. Su Puerto de la Música está formulado
en dos curvas distintas: una es para responder a los sonidos
de la sala, otra para los de la escena.
Último redondel: el Puerto de la Música para Rosario
Por María de los Angeles González*
Hay ciudades de cruce, urbes mediterráneas, ciudades con playas donde
rompe el mar. Hay ciudades que nacieron con destino de puerto, navega-
das por barcos, habladas por el lenguaje de la “carga y descarga”, habitadas
por inmigrantes de otras lenguas y de otras leguas. Son ciudades con ríos
capaces de dar abrigo y de proyectar hasta el infinito la imaginación y la
esperanza…
Rosario es el Paraná atravesado en silencio por los buques y nombrado
en el amor por la cultura y el trabajo. Justo en el extenso borde de esta
ciudad que mira al agua, Rosario ha encontrado una síntesis hecha paisa-
je y memoria, producción y poesía, ciudadanía y arrebato, anticipación y
persistencia.
El puerto guarda huellas de sudor y cantos, baúles de otras banderas, rui-
dos de anclas y oleajes. Es terminal e inicio, y faro de toda la ribera donde
se desgranan parques, juegos, centros culturales, museos contemporá-
neos, galpones jóvenes renacidos, playas y ferias. Parece que lo público, lo
“de todos” se hubiera convertido en camino-río para encontrar el porvenir.
Por eso a Rosario de Santa Fe, al Paraná de Belgrano, se le ensancha esta
manera de entender la vida donde el agua, las islas y el cielo se sueltan de
todos los límites para pensarse en el futuro.
Y así le nace este destino de puerto-producción y trabajo, puerto-cultura
en movimiento, puerto-usina de las nuevas generaciones, puerto de la
sensibilidad y la igualdad.
Como canción de cuna del siglo XXI, como antropología de lo que vendrá,
el Puerto de la Música convoca a renovar la ciudad entera, a volver a tara-
rear sus cimientos, a poner en sonidos la historia del “nosotros”.
Y tenía que llegar de un visionario, un hombre venido del mañana, con una
vida tan extensa y palpitante como su talento y capacidad de volver edificio
y razón de ser la condición humana, el modo de incluir, el vínculo entre
naturaleza y cultura, silencio y experimentación musical. Oscar Niemeyer
viene a Rosario a construir un espacio-ícono, la voz de los que no tienen
voz sonando más allá de los oídos, en la piedra, en el agua, en el arte de
combinarlo todo, en esa forma de comunicación sin fronteras que significa
la música creciendo.
*Ministra de Innovación y Cultura de Santa Fe
Destino de puerto
NOTACENTRAL
12
13
14
15
Se pone más serio aún para referirnos que su obra no está
hecha para los que solamente tienen dinero. También es
para los pobres. Quiere “garantizar que el espectáculo no se
limite sólo a los que están en la platea, sino que también al-
cance a los de afuera, a las veinte o treinta mil personas que
no hayan podido abonar la entrada”. Para eso abrió un por-
tón levadizo detrás del escenario, y dispuso una plaza para
las muchedumbres populares, ávidas de cultura.
La Catedral es un diseño de juventud, el Museo una obra de
la madurez y el Puerto un gesto de su sabia ancianidad. Tres
redondeles que marcan la vida entera de un arquitecto genial
que apoya uno de los pilares de su obra en la creatividad,
pero otro en el optimismo.
Una vez le preguntaron a Keith Richards, el guitarrista de los
Rolling Stones, si sabía de dónde venían sus canciones. Keith
contestó: “Si lo supiera, viviría allí”. Como si la creatividad fue-
se una ciudad, la más hermosa. Da la impresión de que Nie-
meyer vive en ese mundo feliz de donde salen las canciones,
los libros, los proyectos.
La ciudad del deseo.
Cristián Hernández Larguía“Para mí es el sueño del pibe, es un sueño hecho
realidad. El proyecto va a ser un orgullo para
la Argentina. Nunca más oportuno y bienvenido, y creo
que Puerto de la Música es una denominación muy,
muy apropiada“.
¿En dónde iba a poner su último redondel? Ya probó en la tierra, ya probó en el aire. ¡En el agua, obvio! Por eso es un puerto, y no un simple teatro de conciertos.
Al proyectar este teatro para Rosario, en Argentina, mi preocupación fue mantener dos soluciones
arquitectónicas que vengo adoptando cuando se trata de un teatro.
Primero, garantizar que el espectáculo no se limite sólo a los que están en la platea, sino que tam-
bién alcance a los de afuera, veinte o treinta mil, pudiendo participar del mismo. Solución que me
espanta no haber adoptado hace más tiempo, garantizando al teatro otra importancia.
La otra solución, que no me canso de repetir en todos mis proyectos, consiste en llevar al espec-
tador directamente al foyer y a la sala de espectáculos, lo que evita obligarlo a una circulación más
larga e innecesaria.
También me preocupa dar al nuevo teatro una forma diferente, creando sorpresa arquitectónica
con la que busco caracterizar mi arquitectura.
Me acuerdo que al dibujar el corte transversal del proyecto, la curva sobre la platea pedía una so-
lución más favorable a la acústica; al contrario que en el escenario, donde se necesita justamente
mayor altura. El aspecto exterior del proyecto estaba así definido de forma nada arbitraria, sino
ligado al problema estructural que surgía.
El interior del proyecto estaba resuelto y crear dos palcos laterales nos pareció apropiado, recor-
dando cómo son usados y cómo son necesarios en ciertos eventos especiales.
Dejamos el trabajo de lado por dos o tres días, interesados en examinarlo de nuevo por última
vez. Todo nos pareció correcto y es optimista que estemos presentando a ustedes este proyecto.
EXPLICACIÓN NECESARIA
por Oscar Niemeyer
NOTACENTRAL
17
Por Hugo Vitantonio
La idea de Puerto es harto más compleja que el Palau de
valencianos y catalanes, el Domo cordobés, el Luna Park o
los Teatros y Auditorios del modelo siglo XX. Implica tran-
sabilidad, mercado, circulación de bienes culturales, balanza
comercial y, habiendo presencia estatal, desarrollo local. Esta
dimensión, aun por encima de la extraordinaria arquitectura,
es la que otorga relevancia y originalidad al proyecto.
A finales del siglo XVIII, dice Alex Ross en The rest is noise, el
84% del repertorio de la Orquesta de la Gewandhaus de Lei-
pzig estaba integrado por música de compositores vivos. En
1855, ya la cifra había descendido al 38%. Luego, dice Ross,
“la música clásica se ha estereotipado como un arte de los
muertos. Un repertorio que empieza con Bach y termina con
Mahler y Puccini. Algunas personas se muestran a veces sor-
prendidas al enterarse que los compositores siguen compo-
niendo”. Surge entonces la primera pregunta: ¿el Puerto de
la Música será un gigante con arquitectura vanguardista, lujo
y tecnología de última generación con músicas del siglo XIX?
PREGUNTAS Y DESAFÍOS
Tampoco podemos saber cómo se posicionará ante otros
desafíos. Su emplazamiento será sinónimo de transforma-
ción, algo que en tiempos de globalización implica tensiones.
”El tema de la transformación de las músicas locales es polé-
mico –sostiene Ana María Ochoa en su libro Músicas locales
en tiempos de globalización– ya que conjuga muchos de los
cambios de nuestro tiempo: el sentido estético de lo local para
un mundo globalizado; la resignificación de los sonidos en un
mundo digital; las nuevas relaciones entre lugar, sujeto y pro-
ducción simbólica; la relación entre cultura, música y política;
para mencionar sólo algunos”. ¿Tendrá el Puerto de la Música
suficiente soporte de política cultural para abordar semejantes
desafíos? No se puede predecir, pero da la sensación que su
aparición en escena vendrá a acelerar los tiempos.
Entretanto, poco a poco, los distintos actores locales van
tomando posiciones. Hay en algunos una idea de “salón de
fiestas” que pretende recrear escenarios europeos a pocas
cuadras de casa. Otra idea gira en torno a la explotación co-
mercial del Puerto de la Música. Discretamente, ya se indagan
algunas agendas. Por su parte, funcionarios del Estado y ena-
morados de lo público se imaginan cumpliendo “sus” sueños:
producir aquí, a lo grande, con financiamiento estatal.
No habría grandes inconvenientes para que estas visiones
convivan en un ámbito de las características del Puerto de
la Música, sólo que ninguna concurre a la solución de los
conflictos principales: cómo establecer una relación entre
sonidos locales y globalización que transforme y actualice
profundamente el sensorium de lo musical; y cómo lograr
una balanza comercial equilibrada, si fuera posible superavi-
taria en términos transaccionales, pensando en el producto
“local” como marca constitutiva.
*Presidente de la Fundación MusiMedios
16
18
19
ENTREVISTA
CABEZA DE LEÓN
Gieco entre el folclore y el heavy metal
Después de tres años sin grabar, el músico santafesino anticipa su nuevo disco. Habla de su relación con los grandes músicos popularesy explica la decisión de mezclar, en un mismo espectáculo, los sonidos acústicos con el rock más duro.
Por Reynaldo Sietecase / Fotos: Leo Liberman
20
21
–Si manejo un email y me cuentan que violaron a una madre
en Posadas, soy capaz de tomarme un avión e irme a Misio-
nes a hacer quilombo allá. Eso es un problema porque dejo
de hacer música. Si fuese Charly García, que no le da bola a
nada, no tendría problema. Pero participo mucho, estoy todo
el tiempo haciendo cosas…
La película Mundo Alas es el último ejemplo de su compro-
miso. Por eso prefiere limitar sus contactos con el mundo ex-
terior cuando trabaja. No siempre lo logra. Esta misma tarde
suspendió la sesión para escuchar a un músico que le trajo
un par de temas y la semana anterior tocó en la ESMA.
A su señal abandonamos la mesa de los músicos y la charla
que mezcló política y arte, periodismo y música. Subimos al
primer piso. Una suerte de refugio personal presidido por la
imagen de Osvaldo Pugliese. Hay unos sillones, un equipo
de música, un teclado y una guitarra. Desde una ventana en-
treabierta se cuelan vagos rumores de la ciudad. En la plan-
ta baja quedaron, entre otros, el músico uruguayo Alejandro
Balbis, Osqui Amante, Aníbal Forcada, Luis Gurevich, Sandra
Corizzo, Eva Ceresole y Marcela Passadore.
Se deja caer en una silla de amplio respaldo. Todavía quedan
en su cara las huellas del día de grabación. Imagino que es
como el polvillo rojo que se empecina sobre la ropa del ladri-
llero o el aserrín en el delantal del carpintero. El cansancio no
afecta su entusiasmo. Hacía tres años que no grababa.
–El disco está muy bien. Recién estábamos grabando dos co-
sas bastante uruguayas, con arreglos vocales de chicas. Son
muy interesantes las voces uruguayas. Los arreglos son de
Balbis. También hay un tema que se llama “El argentinito”, que
es como ese fascista que llevamos todos adentro. Me incluyo
porque creo que todos lo tenemos, pero algunos lo tienen
muy desarrollado. Son los tipos que en el Mundial del 78 ta-
paban los gritos de la ESMA festejando los goles del Mundial.
Cuando le señalo lo evidente: que siempre tiene un oído
puesto en la cuestión política, lo acepta pero se apura a men-
cionar sus canciones de amor.
–En el disco hay todo tipo de música –dice–, lo que estába-
mos cantando cuando llegaste se llama “Las cruces de Belén”
y es una canción de amor.
León es curioso. Condición indispensable para todo buen
artista. Después de haber recorrido el país desde Ushuaia a
La Quiaca junto a Gustavo Santaolalla y de grabar una obra
notable en 1985, recopilando ritmos, artistas y músicas de
todo el país, todavía tiene ganas de seguir mirando el mapa.
Haciéndolo se le ocurrió una idea: hacer una canción con
todos los pueblos y ciudades que tienen nombres de milita-
res. Estima que Argentina es el país con más uniformados en
su nomenclatura.
–Estaba pensando en un tema que es como una gira por esos
pueblos y la etapa final, el Woodstock, sería General Roca.
Dice que mientras miraba el mapa por internet, se detuvo en
el mapa de Uruguay y, entonces, apareció otra canción: “Me
di cuenta que la mayoría de los pueblos uruguayos se llaman
como santos. Y entonces, preferí no meterme en el barullo
de los militares e hice un tema que se llama «Las cruces de
Belén» que menciona a todos los pueblos de Uruguay que se
llaman como santos. Es una canción de amor”, remata.
Sobre la mesa donde están los parlantes y nuestras copas
con vino tinto se apilan libros y cajas de discos. El nuevo tra-
bajo saldrá en setiembre.
–Hay otra canción que se llama “La Banda de Calitón”, que
es la imagen de una murga cuando va en el micro. Porque el
micro, que en Uruguay llaman “La bañadera”, es el lugar don-
de la murga está sola. Y es un mambo eso. Mis hijas tocan en
una murga, por eso lo sé. Porque cuando bajan ya hay fami-
liares, público y actúan. Pero cuando están dentro del micro,
es una cosa muy privada de la murga. “La Banda de Calitón”
habla de ese momento. También es un tema de amor.
León se acerca al equipo de música y lo enciende. Suena
un hip hop al estilo de Los Guardianes de Mugica. El rap es
uno de los formatos que Gieco ha explorado con éxito. “Los
Orozco“ son un buen ejemplo. Se llama “Fachos“.
–Lo mejor del rap es que se pueden decir cinco veces más
palabras que en una canción normal y eso permite contar
una historia más larga. Por ejemplo, “Los Orozco“ dura quin-
ce minutos. Son mil y pico de palabras. Yo hice una versión
corta de cinco minutos porque sino nadie la iba a pasar.
El nuevo disco es una caja de sorpresas:
–Con Iván Lins hicimos un tema con letra del Che Guevara
–dice como si nada y me alcanza un libro del revolucionario
nacido en Rosario: América latina: despertar de un continen-
dos llaman León, se le dibuja una sonrisa. Abre los ojos con
el último acorde. Se lo ve satisfecho. Son cerca de las 20 y
el tema que acaban de grabar cierra otro día en la construc-
ción de su nuevo disco (el número 44 de su larga carrera).
Recibo su abrazo y la invitación a compartir las empanadas y
el vino que coronan la jornada.
Costó pautar este encuentro. Gieco no utiliza teléfono mó-
vil y no es afecto al correo electrónico. Intenta que no lo
distraigan de su tarea creativa. En especial cuando está ins-
talado en esta casa antigua y noble convertida en estudio
de grabación. Confiesa que le resulta más difícil evadir su
inefable vocación solidaria.
Está con los ojos cerrados. Viste de negro, como casi siem-
pre. Su remera tiene estampada una leyenda que pregunta
por el paradero de Miguel Bru, el joven estudiante de perio-
dismo desaparecido en La Plata después de que lo detuvo la
policía. Parece en trance. A su alrededor media decena de
músicos escucha en silencio como si estuviesen en misa. Al-
gunos me miran extrañados. El ni siquiera notó mi irrupción
en el estudio de grabación. Mantiene su atención puesta en
la música que emerge potente de los parlantes. Allí man-
da su voz que crece por sobre un colchón de tambores de
murga. Evito cualquier movimiento brusco. La canción es
potente. A Raúl Alberto Antonio Gieco, el hombre al que to-
“Un amigo me presentó diciendo: «Este es el Jorge Cafrune de Cañada Rosquín». Yo me quería meter debajo de la tierra. Pero Cafrune, sin inmutarse, dijo: «Por algo las cosas se dicen, pibe»“.
“Hay gente de sesenta años que nunca fue a un puto baile. Cuando escuchan folclore están tranquilos y aplauden; cuando viene el rock, por una vez en la vida se electrifican y le pasan otras cosas”.
22
23
la casa donde se instalaron los Gieco en Cañada Rosquín tra-
bajaba un relojero que tocaba el bandoneón y el acordeón. Si
bien el chico no tenía permiso para cruzar un día, cautivado
por la música, lo hizo.
–Cuando el tipo me vio, dijo: “Ah, vos sos Raulito, el que vino
del campo, ¿qué te trae por acá?”, y yo le respondí: “Quiero
saber si es usted el que toca el acordeón”, “Sí, toco acordeón,
toco bandoneón, ¿vos querés tocar?”, “Sí”, le digo. Y me hizo
entrar a la relojería, me sentó y me puso el bandoneón y el
acordeón entre las manos. Eso, para mí, fue una especie de
bendición.
León se emociona con la evocación. El relojero del pueblo
no sólo le prestó sus instrumentos. También le ensenó por
primera vez un tocadiscos y le hizo escuchar cómo nacía la
música del contacto con una púa. “Para mí era mágico que
saliera música de un cajón”, recuerda. La canción era “Puen-
tecito del río”, del propio Tormo. Corría el año 1957, Gieco
no era León y ni siquiera podía imaginar que cuarenta años
después invitaría a ese hombre a grabar un disco juntos (20 y
20, editado por Página/12).
–La condición que le puse a Antonio fue que grabáramos
“Puentecito del río”. Fue una manera de cerrar el círculo.
La historia artística de León Gieco está atravesada por los más
importantes músicos populares del continente. Cada nombre
que le suelto, remite a una anécdota. Digo Jorge Cafrune.
–Yo tenía doce años y justo Cafrune había sacado el tema
“Zambita ´pa don Rosendo”. Y ese tema tiene un falsete que
es una innovación total dentro del folclore. Porque yo siem-
pre relacioné el falsete con la música mejicana. Para mí el
tipo era un fenómeno. Resulta que va a tocar a mi pueblo. Y
yo lo espero, parado en la puerta del teatro. Había otros artis-
tas pero yo sólo quería ver a Cafrune. Recuerdo que cuando
lo escuché cantar en vivo me volví loco. Cantaba “Zamba de
mi esperanza” y todo el mundo lloraba.
Esta vez, Raulito no tuvo que cruzar la calle. Ya tenía un grupo
de folclore y también se animaba con algún rock. Un amigo,
que sabía de su fanatismo, lo llevó a conocer al cantor. No lo
sabía pero era otro cruce que marcaría su vida. “Don Jorge,
le presento al Cafrune de Cañada Rosquín”, dijo su amigo.
Cuenta León que el tipo lo miró mientras él se quería meter
debajo de la tierra. Pero Cafrune, sin inmutarse, le acarició la
te –el Che escribió cinco o seis poemas. El escribía muy bien.
Se puede comprobar eso en los diarios de la revolución o
en sus cartas que son maravillosas. Pero, además, escribió
unos poemas que están en este libro. Por supuesto que los
intelectuales lo criticaron, dijeron que no era un poeta. Pero
¿qué es ser poeta? –interroga.
Le cuento que Leopoldo Marechal aseguró que “la poesía es
una manera de vivir, no una mera función de lanzar al mundo
criaturas poéticas”. Coincidimos: Guevara era poeta. El poema
que se transformó en canción habla de los mineros de Bolivia.
Las últimas presentaciones de Gieco tienen como constante
el acompañamiento de la banda de heavy metal D-Mente.
Su público más fiel lo aceptó de inmediato. Pero no fueron
pocos los sorprendidos. ¿Por qué asumió ese riesgo? León se
recuesta en la silla, bebe un sorbo de vino y explica:
–Más arriesgado era el show que presenté y que se llamaba
“Rosquín Folclore, Rosquín Rock”, en referencia a mi pue-
blo Cañada Rosquín. Yo presentaba el show con D-Mente.
Primero, tocaba unos temas solo, por ejemplo, “Hombres
de hierro” con mi propia imagen del BA Rock en una pan-
talla. Después presentaba “Las guitarras del amor”, que son
tres guitarristas que tocan como las guitarras de Zitarrosa, o
como las de Antonio Tormo. Y con ellos hacíamos el Rosquín
Folclore. Cantaba una canción de Zitarrosa y contaba mi rela-
ción con él. Lo mismo con Antonio Tormo.
La relación con el popular intérprete de “El rancho ´e la Cam-
bicha“ tiene una larga historia. Cuando Raulito tenía cinco
años su padre llevó a toda la familia a vivir al pueblo. Frente a
cabeza y le dijo: “Por algo las cosas se dicen, pibe”.
– Fue otra bendición, no me lo olvido más –confiesa.
Por esa razón, en una parte de Rosquín Folclore canta “Cuan-
do llegue el alba”, de Cafrune. Y sigue con “Víctor Jara”, una
canción que le hizo al cantante chileno asesinado en 1973.
Y luego “Casamiento de negros”, de Violeta Parra. Y después
una canción inédita de Atahualpa Yupanqui. “Es fuerte lo que
pasa, la gente llora y aplaude en mitad de los temas, es her-
moso”, cuenta.
El arte es dar el paso hacia el lado que nadie está esperando.
León lo tiene asumido. Cuando termina el set de folclore,
comienza lo que él llama Rosquín Rock. Cuando todavía el
público está paladeando a Yupanqui, aparece D-Mente y des-
ata una locura total en el escenario.
–La gente no tiene otra que electrificarse. Termina todo el
mundo con los pelos parados y se arma un tole tole increíble.
Te cuento esto porque no sólo es jugado tocar con D-Mente,
es jugado hacer el show que hago. Soy el único artista que
toca en Cosquín Folclore y en Cosquín Rock. Soy las dos co-
sas, pero acá van juntas. Y la gente se manifiesta como yo. Se
pone en folclórica cuando toco folclore, y se pone en rock
cuando toco rock. Y eso está bueno porque hay gente gran-
de, de sesenta años, que está como abandonada, que nunca
fue a un puto baile con su pareja y están ahí en el medio de la
gente. Cuando están escuchando folclore están todos tran-
quilos, aplauden; pero cuando viene el rock, empiezan todos
a hacer pogo, se produce un contagio, y la mina de sesenta
años también hace pogo. Por una vez en la vida se electrificó
y le pasan otras cosas.
León habla a borbotones de uno de los temas que más le
interesan: la música y su poder transformador. Sin ánimo be-
ligerante pregunto si este cruce entre rock y folclore no se
puede tomar como un armisticio de aquellas célebres peleas
de los años setenta entre el rock pesado y los acústicos. En
un rincón estaban Pappo y Billy Bond y en el otro Charly Gar-
cía, Nito Mestre y Porchetto.
–Yo me llevaba bien con todos. La pelea surgió en el 70 cuando
nace la canción politizada. El rock empezó con “La balsa”, de
Lito Nebbia. Pero cuando yo llego a Buenos Aires todo el mun-
do está con la vuelta de Perón. Nosotros no militábamos pero
politizamos nuestras canciones. A Charly y a Porchetto les pasó
lo mismo. Entonces, salimos a hacer una canción de protesta,
como se llamó en esa época. ¿Pero qué pasaba? ¿Quiénes eran
los que hacían canciones contestatarias? Georges Brassens,
Bob Dylan, todos acústicos. Entonces, nosotros mezclamos las
dos cosas. No nos dejaban de gustar Led Zeppelin o Los Who,
pero para decir cosas había que agarrar la guitarra acústica.
“El rock pesado medio que nos tiró un poquito de mala onda. Era como diciendo “Che, qué maricones que son”. Nosotros, en realidad, lo que estábamos haciendo era politizando la canción”.
La reacción de los rockeros más pesados no fue amable. Gie-
co recuerda que si bien Pappo los criticaba, él mismo era un
buen guitarrista acústico.
–El rock pesado medio que nos tiró un poquito de mala onda.
Pero no como diciendo “caguen a esos tipos”, sino “che, qué
maricones que son”. Nosotros, en realidad, lo que estábamos
haciendo era politizando la canción, el peso no pasaba por la
guitarra eléctrica fuerte, sino por el estilo de canción. Tal es
así que todos nosotros fuimos prohibidos y ellos no. A mí me
prohibieron canciones, a Charly también. Tuve que exiliarme.
Con el tiempo, León llegó a tocar con Pappo. Fue en el club
Comunicaciones, cuando Riff hacía furor, en una noche de
carnaval. Es difícil encontrar algún músico popular importante
con el que Gieco no haya compartido escenario. Desde Mer-
cedes Sosa a Sandro, sólo por nombrar a dos ilustres artistas
fallecidos recientemente. La lista, en el plano internacional,
va desde las grabaciones con Pete Seeger a su reciente apa-
rición en el concierto de U2, invitado por Bono. Reconoce
que le falta Bob Dylan. Su artista modelo. Hace unos semanas
contó en televisión cómo su primera canción exitosa, “Hom-
bres de hierro”, está calcada de “Blowin´in the Wind”.
Desde Mercedes Sosa a Sandro, desde las grabaciones con Pete Seeger a su reciente aparición en el concierto de U2, invitado por Bono, es difícil encontrar algún músico popular importante con el que Gieco no haya compartido escenario.
24
25
–Me encantaría tocar con Dylan. Estuve con él en el 92,
cuando tocó en Uruguay. Ese día pude curtir un backstage
con él pero sin hablar. Después fuimos a comer, me tocó
estar casi enfrente y le pude alcanzar los cassettes que había
grabado con Seeger. Cuando los vio me felicitó y empezó a
buscar en sus bolsillos, a ver si tenía algo para darme y como
no tenía nada, agarró un papel y me firmó un autógrafo. Y
como se quedó con ganas de darme algo, le pidió a su má-
nager un prendedor que tenía y me lo dio. Es una armónica
que dice “Bob Dylan”. Es un pequeño tesoro. Ese gesto me
ayudó a entender lo que significa para mucha gente que un
artista al que se admira le entregue un recuerdo.
Gieco es como una esponja de capacidad ilimitada. Absorbe
todas las músicas. Pero le asigna al rock una gran cualidad:
la diversidad.
–No importa si es eléctrico, si es acústico, si es rock, si es
heavy, si es punk, si es rap. El rock es la música de ahora, si
querés estar al toque de todo, tenés que escuchar rock.
Cuando le pido precisiones sobre su música preferida, no
duda:
–La música que más me atrae es la que me quedó grabada
hasta los 25 o 26 años. A mí me hacés escuchar a Metallica,
ok; me hacés escuchar a quien vos quieras, está todo ok;
pero me hacés escuchar a Los Beatles, Rolling Stones, James
Taylor, Joni Mitchell, o mañana que vamos a ver a John Fo-
gerty, de los Creedence, y ahí me doy cuenta que mi alma
pasa por esa música.
En la casona sólo queda Osqui, amigo, músico y técnico de
grabación. Nos espera en la planta baja con la única botella
de vino que sobrevivió. Gieco me interroga sobre el Puer-
to de la Música. Está maravillado con el proyecto que Oscar
Niemeyer imaginó para Rosario. También me entrega algu-
nos de los discos que editó recientemente: uno de Gogó
Andreu y dos con Esteban Morgado, donde cantan actores
en beneficio de la Casa del Teatro. Ahora habla con la pasión
de un militante.
Es que Gieco tiene una ética de cronopio. Como Julio Cortá-
zar, distribuye su tiempo entre la creación y las acciones so-
lidarias. La injusticia lo afecta profundamente y siempre está
dispuesto a intervenir cuando sabe que puede hacer algo por
los demás. No se lo digo, pero brindo por eso.
“Antonio Tormo vivía frente a mi casa, erarelojero. A los cinco años me crucé y fui a hablarle. El me puso el acordeón entre las manos. Eso para mí, fue una especie de bendición”.
Fotos para una historia, todas pertenecen al libro Crónica de un Sueño, de León Gieco y Oscar Finkelstein (editorial Planeta). Con el grupo Los Moscos en la puerta de Canal 5 de Rosario. Tocando con Litto Nebbia. Con el violinista santiagueño Sixto Palavecino. Dialogando con su admirado Antonio Tormo y desfilando con Gustavo Santaolalla y una banda de sikuris, parte de la gira De Ushuaia a La Quiaca.
ENTREVISTAS
27
MITOS
Muy católica, salía de su habitación sólo para jugar a la qui-
niela. A veces, además, le daba clases de piano a la sobrina.
Sin embargo, el pianista de la familia era su cuñado. El se
pasaba las mañanas pensando en arreglos para tangos, ejer-
citando los dedos con música clásica y a veces se divertía
con una sonata que la hija llamaba “qué hacé’, cómo te va,
muy bien y vo’qué hacé” que, en verdad, era el Opus 14 Nº2
de Chopin. Al ver a la mujer de rodillas, todos los días, dale
que dale con el rezo, le decía desde el otro lado de la puerta:
“Pedile al Barbudo que me dé laburo y a vos te haga ganar la
quiniela”. Ella se llamaba Adela Florio. El, Osvaldo Pugliese.
SAN PUGLIESE
Por Ivana Romero
El protector de los músicos
Artista extraordinario y comprometido, Osvaldo Pugliese no creía en Dios ni en santos de ningún tipo. Sin embargo, hay estampitas con su imagen y hasta una oración que lo invoca. Cómo surgió la leyenda que tiene cada día más adeptos.
“Nunca me ha fallado”, dice Diego el Cigala / Foto: Diego Paruelo.
26
“Como músico, era extraordinario. Como hombre, tenía un perfil bajo y era respetado. Como militante, era intachable. Y sí, condiciones para convertirse en referente no le faltaban”.
Esta escena era común a fines de los cuarenta en la casa
de Alvarez Thomas 1477, que la familia Pugliese alquiló va-
rios años en Villa Ortúzar. Osvaldo vivía ahí con su primera
mujer, María Concepción Florio, “Choli”, y su hija, Lucía Del-
ma, “Beba”, que por entonces tenía diez años. Adela pasó
un tiempo con ellos. “No digas esas cosas, que Diosito te va
a castigar”, respondía, cuando Osvaldo se tomaba en chiste
su devoción. Osvaldo no creía en Dios. O al menos –según
quienes lo conocieron– con Dios, Osvaldo ni fu ni fa. Lejos
estaba de pensar que alguna vez su nombre estaría asociado
a un mito llamado “San Pugliese”.
Por Internet circula el relato de una prueba de sonido que ve-
nía en picada, antes de un recital de Charly García, hasta que
alguien puso un disco de Pugliese y los equipos empezaron a
sonar como los dioses. Rodolfo García –baterista de Almendra
primero y de Aquelarre, después; uno de los iniciadores del
rock local– no sabe si eso es cierto o no. Pero sí le consta que
desde fines de los setenta, en algún rincón de los escenarios
aparecían fotitos del músico. O su nombre, escrito como un
grafiti un poco clandestino. Con el tiempo, la palabra “Puglie-
se” se convirtió en una especie de rezo de extensión mínima
para alejar la mufa. Actualmente, San Pugliese tiene estampi-
ta, oración, página web propia (www.sanpugliese.com.ar) y
48 mil devotos en Facebook que le dejan pedidos crípticos
como “tirame un centro, hermano”, “mandame la llama viole-
ta” e inclusive “ayudame con la tarea de matemáticas”.
“A mi abuelo todo esto le hubiese causado mucha gracia”,
opina Carla Pugliese. Es pianista como su abuelo, como su
madre Beba, que fue además su profesora junto con Vicente
Scaramuzza. En su estudio hay un piano Steinway & Sons,
que perteneció a Pugliese. Carla evoca la anécdota de la tía
Adela contada por su madre aunque ella, nacida en 1977, no
la conoció. También recuerda al abuelo en pijamas detenido
en el vano de la puerta mientras la nieta tocaba y él sólo
asentía, con orgullo silencioso, y se iba a dormir la siesta.
“Como músico, era extraordinario. Como hombre, tenía un
perfil bajo y era respetado. Como militante, era intachable. Y
sí, condiciones para convertirse en referente no le faltaban”,
dice Oscar del Priore, un estudioso del tango y biógrafo del
maestro (“no, no le gustaba que le dijeran así, lo consideraba
excesivo”, aclara) que además fue presentador de su orques-
ta en salones como El Nuevo Almacén.
Nacido en las calles de tierra de Villa Crespo en 1905, Pu-
gliese hizo de su orquesta una cooperativa creativa y econó-
mica, donde todos los músicos opinaban sobre repertorios
y arreglos, y el dinero se repartía en partes iguales. Su afilia-
ción al Partido Comunista en 1936 garantizaba que la policía
le siguiera los pasos y, cada tanto, lo llevase detenido “por
rojo”. En los cuarenta, además, el boom del tango no esta-
ba acompañado por buenas condiciones de trabajo para los
músicos. Un violinista recién llegado de Europa, que obser-
vaba la crisis y los bajos presupuestos, le dijo a Pugliese: “Acá
hay que hacer lo mismo que se hizo en Francia: los músicos
se declararon en huelga, se metían en los salones y rompían
todo”. A Osvaldo la propuesta le pareció “medio anarca” pero
necesaria, según le contó a Arturo Marcos Lozza en una en-
trevista de 1985. Así comenzó a reunir gente en un salón del
Kevin Johansen tiene su San Pugliese propio: el batero Enrique “Zurdo” Roizner / Foto: Diego Paruelo.
Talismanes. Las estampitas y las oraciones, partes del equipaje de los músicos.
28
29
31
“Una vez apareció una estampita en un ensayo. Osvaldo la miró y se mató de risa. Decía que los mitos populares siempre iban a existir, que había que tomarlo con humor. Eso le dije a los del Partido Comunista que no estaban de acuerdo con San Pugliese”.
MITOS
diario Crítica e impulsó la formación de un sindicato propio:
la Sociedad de Músicos y Artistas Afines.
Amante del boxeo, de Racing, campeón sin medalla en los
partidos de truco. Tenía sus contradicciones, como cualquier
otro. Aun casado había conocido a una adolescente, Lidia,
que lo inquietaba y con la que muchos años después, tras la
muerte de Choli en 1971, se casaría. Padeció la cárcel bajo
todos los gobiernos, incluso los peronistas, pero su hija lo
encontró al lado de la radio, llorando al conocer la noticia
del fallecimiento de Juan Perón. Del Priore enumera estos
detalles y se pregunta: “¿No es un exceso todo este asunto
de invocarlo para que te dé buena suerte?”. El, dice, no cree
en todo el asunto de San Pugliese.
Patricio Villarejo no había cumplido los 20 cuando don
Osvaldo lo seleccionó para tocar el violonchelo en su
orquesta, en 1987, y allí se quedó hasta que su maestro murió,
en 1995. “Una vez, en los ochenta, apareció una estampita
durante los ensayos. El la miró y se mató de risa. Decía que
los mitos populares siempre iban a existir, que había que
tomarlo con humor. Eso mismo le dije alguna vez a unos
Eva Ayllon, parte de la religión / Foto: Prensa Eva Ayllon.
consiguen. En el reverso llevan la oración escrita por un gran
poeta cuyo nombre se pierde en las sombras: “Ampáranos
de la mufa de los que insisten con la patita de pollo nacional.
Ayúdanos a entrar en armonía e ilumínanos para que no sea la
desgracia la única acción cooperativa. Llévanos con tu miste-
rio hacia una pasión que nos parta los huesos y no nos deje
en silencio mirando un bandoneón sobre una silla”.
Rubén Dri, filósofo y teólogo, explica que “los mitos se cons-
truyen colectivamente porque, en cierto aspecto, proyectan
los valores que una sociedad o un grupo desean para sí mis-
mos”. En el caso de San Pugliese, no hay una liturgia deter-
minada. Es apenas un sentido de pertenencia a una escala
de valores vinculada a la solidaridad, la picardía popular, el
buen arte. Rodolfo Mederos, bandoneonista en la orquesta
de Pugliese entre 1969 y 1974, dice: “En casos como éste,
el espíritu iconoclasta que me caracteriza no desestima el
hecho de que lo del San Pugliese me produzca ternura. Que
El mito atraviesa todas las edades. El armoniquista Franco Luciani, nacido en Rosario en 1981, dice: “Uno lleva la estampita porque es parte de un código compartido, el de los que hacemos música como un trabajo“.
Juan Baglietto: sólo se trata de creer / Foto: Diego Paruelo.
Adrian Abonizio armó su propia estampita con una imagen
que recortó de la revista Viva de Clarín. Juan Carlos Baglietto
recuerda una foto de Pugliese tomada por Antonio Mazza
que vio multiplicada en racks, esos armazones metálicos que
sostienen equipos de sonido. Kevin Johansen dice que su
batero, Enrique “Zurdo” Roizner, que tocó con Piazzolla, es su
San Pugliese y su “hada padrino”.
El productor radial Luis Tarantino, que abrió el grupo San Pu-
gliese en Facebook junto a la bailarina Milena Plebs, dice que
es mejor si te regalan la estampita, aunque Milena colgó en
su blog una versión dibujada por Jorge Muscia que se puede
bajar. Durante el III Festival de Tango, en 2001, un grupo don-
de estaban él y el entonces director del festival, Carlos Villalba,
reimprimió estampitas con la foto del maestro, que aún se
tipos del Partido Comunista que no
estaban muy de acuerdo con San Pu-
gliese”, dice. Músicos de todos los géneros
tienen su forma devocional particular.
30
33
una comunidad lleve a un artista a esa categoría me parece
interesante teniendo en cuenta que la gente, normalmente,
anda atrás de santos fatuos o rinde culto a cualquier cosa que
aparece en televisión”.
De boca en boca, San Pugliese ha cruzado fronteras. El can-
taor flamenco Diego el Cigala recibió como obsequio una
estampita minutos antes de comenzar la grabación en vivo
de su disco Cigala y Tango, en 2010 en el Teatro Gran
Rex de Buenos Aires. “Yo creo mucho en Nazareno
Bendito y pensaba que con esto me estaban to-
mando el pelo, pero la grabación salió redonda.
Así que llevo el San Pugliese en mi pasaporte. Y la
verdad, nunca me ha fallado”. La cantante peruana Eva
Ayllón cuenta que antes de su actuación en Rosario,
hace pocos meses, sentía un dolor muscular fuerte. Uno
de los sonidistas le regaló la estampita y la molestia desapa-
reció: “Yo tengo muchos santos que me cuidan, como el
Señor de los Milagros y la Cruz de Chalpón. Y ahora también
llevo mi San Pugliese”.
El mito atraviesa a artistas de todas las edades. El armoni-
quista Franco Luciani, nacido en Rosario en 1981, dice: “Uno
lleva la estampita porque es parte de un código compartido,
el de los que hacemos música como un trabajo. No sólo los
músicos, sino todos los que de un modo tienen que ver con
esto, desde los sonidistas a los que fabrican instrumentos”.
El violista Charly Pacini, de la orquesta Fernández Fie-
rro –que funciona como una cooperativa, inspirada
en la de Pugliese–, aclara: “Lo de San Pugliese sue-
na demasiado for export. Nosotros rescatamos, por
ejemplo, su espíritu de compromiso político. También,
el legado musical. La orquesta de Pugliese suena con la fuer-
za comparable a una banda de rock”.
Y es que Pugliese sigue partiendo los huesos de quien lo es-
cucha. Ahí radica su primer milagro, el más perdurable.
Adrián Abonizio, con estampa y oración a mano / Foto: Héctor Rio.
32
34
35
EL HOMBRE DEL PIANOAlexander Panizza
Nacido en Canadá y rosarino por adopción, se desmarca de los estereotipos del ambiente académico. El año pasado recorrió a través de ocho conciertos las 32 sonatas para piano de Beethoven y ahora prepara interpretaciones de Liszt. Un pianista de smoking y alpargatas.
Por Diego Giordano / Fotos: Héctor Rio
PERSONAJES
36
37
Entre abril y noviembre de 2010, Rosario fue, al mismo tiem-
po, sede y testigo de un acontecimiento cultural excepcio-
nal. Resulta inapropiado denominar “acontecimiento” a una
serie de ocho conciertos repartidos en siete meses. Puede
decirse, en cambio, que la ciudad fue sede y testigo de una
secuencia artística única, un work in progress inédito que de-
jará de serlo antes de fin de año, cuando la Editorial Munici-
pal de Rosario complete la edición de los seis discos dobles
que documentan los ocho conciertos en los que Alexander
Panizza recorrió, en el Parque de España, las 32 sonatas para
piano de Ludwig van Beethoven, escritas entre 1795 y 1822,
un extraordinario cuerpo musical al que el director de orquesta
alemán Hans von Bülow definió como “el Nuevo Testamento”.
El caso se revela, en principio, inquietante. Nacido en Canadá,
donde vivió y estudió música hasta los 16 años, rosarino por
adopción, Panizza esquiva deliberadamente los estereotipos
del ambiente académico, un ecosistema cultural exclusivo y
exigente, en el que la seriedad de la materia –las altas esferas
de la creación, los grandes nombres de la música universal–
fuerza posturas y enfoques solemnes, sobre todo cuando se
trata de Beethoven. “No me interesa esa instancia de coliseo
romano en la que todos van a ver qué bien toco, lo que im-
porta es la visión del compositor. En todo caso, mi objetivo es
capturar, dentro de mis posibilidades, el espíritu de una obra,
de una idea”, dice Panizza, que habla de Beethoven con la
misma frescura con la que lo interpreta.
No existe en la región un solo antecedente de un proyecto de
estas características, esto es, el registro en vivo de las 32 sona-
tas en las manos de un mismo pianista. Para dar una pista de la
magnitud de la empresa, vale mencionar que la más reciente
edición del ciclo data de 2005. Se trata de cuatro DVDs que re-
gistran los conciertos que Daniel Barenboim grabó entre junio
y julio de 2005 en Berlín. Claro que Barenboim realizó estos
conciertos sin leer una sola nota. Panizza, en cambio, nunca
quitó los ojos de la partitura, decisión que generó opiniones
encontradas en el ambiente de la música clásica.
“Decidí tocar las sonatas con partitura porque me opongo a
la modalidad de tocar de memoria, un procedimiento que
limita la espontaneidad, la flexibilidad. La partitura me regaló
una libertad absoluta, algo que la vanidad no te permite cuan-
do tocás de memoria porque estás pendiente de no equi-
vocarte. La facilidad para recordar todas las notas que hay
que tocar no necesariamente pertenece a la esfera musical.
Quise dejar de lado un poco esa situación de coliseo roma-
no en la que yo vengo para que me admiren y vean cómo
puedo tocar de memoria determinada obra. Quise mantener
una liquidez musical, evitar la fijación, la rigidez, la cristaliza-
ción. No creo que la música se base en la rigidez del hábito”,
dice Panizza en el jardín de su casa, con gesto despreocupa-
do, como si ignorara que semejante definición, además de
granjearle más de un “enemigo”, dinamita gran parte de la
herencia de Liszt, que al eliminar la partitura de la ecuación
ubicó el foco de atención en el desempeño y personalidad
del intérprete.
Para Panizza, que en este sentido se declara seguidor del pia-
nista ucraniano Sviatoslav Richter, tocar de memoria encierra
al músico en una jaula dorada, haciendo del ejercicio de la
repetición el centro de su performance.
Beethoven, o la búsqueda de lo absoluto
Algunos años atrás, Panizza grabó dos discos con las obras
completas para piano de Alberto Ginastera. En 2010 fue el
turno de las 32 sonatas para piano de Beethoven y, según
cuenta, este año interpretará “mucho Liszt porque se cum-
plen 200 años de su nacimiento”. Para 2013, sus planes in-
cluyen “hacer algo grande” por los 140 años del nacimiento
de Sergei Rachmaninoff.
La expresión “algo grande” seguida del apellido del gran com-
positor y pianista ruso paralizaría de temor a cualquier alma
sensible. Da la impresión de que en sus proyectos, a Panizza
lo guía una pulsión por la totalidad. El pianista responde en-
tre risas: “Al principio, uno entra a una obra por determinado
efecto o pasaje, pero después te empieza a interesar cómo
pensaba el compositor. Cuando tocás una obra te das cuenta
de un montón de cosas del imaginario de quien la escribió.
El tema de las sonatas de Beethoven es muy particular por-
que se trata de un ciclo entero que funciona como un todo
y no hay muchos de este tipo. Yo debo confesar que en la
obra integral de Ginastera algunas cosas me gustan más que
otras. Ahí hay una diferencia importante con las sonatas de
Beethoven. Me gustan las grandes visiones, las panorámicas
de la visión de un compositor. La expresión «universo bee-
thoveniano» es realmente apropiada porque al ver y oír este
lienzo completo te das cuenta de que ahí está todo, y eso es
lo que me interesa hacer. No me gusta programar recitales
tipo popurrí de nueve compositores”.
Los críticos musicales más destacados coinciden en la defi-
nición de Panizza respecto de la rotunda unidad cualitativa
que distingue al ciclo integral de sonatas para piano de Bee-
thoven. Claro que el compositor no sabía que iba morir en el
momento que lo hizo, por lo que nunca podrá saberse si la
escala número 32 de su extraordinario viaje pianístico era la
última en su planificación.
Más allá de las hipótesis, Panizza cree que el final del ciclo
cumple con su función de cierre: “El final es muy poético,
genera una síntesis. Y no me canso de señalar que es un ciclo
que no tiene puntos flojos. Incluso aquellas sonatas más chi-
quitas son pequeñas joyas, cosa que no sucede en la mayo-
ría de las integrales. Mozart o Haydn tienen algunas sonatas
más débiles que otras. En Beethoven hay una visión. Yo me
identifico mucho con el talento de Beethoven. Ojo, no me
estoy comparando sino que digo que en las características
del talento de Beethoven encuentro cosas con las que me
identifico. Hay distintas clases de talento. El de Mozart es un
talento casi divino, natural, espontáneo. Las partituras de Mo-
zart no tenían errores ni correcciones. La clase de talento de
Beethoven incluye un componente muy fuerte de voluntad,
de desarrollar las ideas, de búsqueda. El tenía que manejar
y manipular el material, agotarlo, para llegar a su idea final.
Yo me siento muy cercano a eso. Considero que tengo una
buena cantidad de talento, no siento que tenga límites, pue-
do tocar lo que quiera. Pero al mismo tiempo necesito em-
paparme del proceso, aprender del esfuerzo. En Beethoven
se asiste a esa lucha”.
Los últimos años de Beethoven estuvieron marcados por la
sordera y los problemas económicos. Se trata, también, del
período en que compone nada menos que la Novena Sinfo-
nía y en que, según Panizza, su música pulverizó todos los lí-
mites, precisamente como consecuencia de su enfermedad.
“Vengo leyendo y pensando mucho en el proceso composi-
“Me opongo a tocarde memoria, un procedimiento que limita la espontaneidad, la flexibilidad.”
PERSONAJES
tivo de Beethoven –dice–. Me gusta definirlo como un com-
positor atómico, va construyendo su música de un modo
muy metódico, es fascinante comprender ese proceso. Era
un compositor de ideas y a mí me interesan más las ideas
que el proceso en sí de tocar. Me encanta tocar el piano pero
me interesa mucho pensar cómo se va planteando una obra,
la búsqueda que la guía. Beethoven era un gran humanista,
tenía un gran optimismo, a diferencia de Mahler o Chopin.
Y me resulta muy conmovedor pensar su obra a partir de lo
que le pasó. Creo que de no haber sido por la sordera, él no
habría podido desarrollar muchas de sus ideas. Quiero decir,
la sordera lo desligó de las limitaciones tecnológicas de los
instrumentos de la época y pudo hacer una abstracción total.
Todo eso te hace preguntarte qué es la música”.
Y sí, los más grandes artistas obligan no sólo al resto de los
mortales sino también a otros artistas a formularse las más
grandes preguntas. ¿Qué es la música? En principio, se tra-
ta del arte más abstracto; ritmo, armonía y melodía pueden
resolverse a partir de cálculos matemáticos. Pero claro, este
concepto apenas sirve para una respuesta parcial.
La conexión Salgán
Lo concreto es que, con sus manos, Panizza convierte en
física la pura abstracción beethoveniana. Entonces, una vez
más, para que responda el alquimista, ¿qué es la música?:
“Lamentablemente, la transición de la música, que es un fe-
nómeno auditivo, se produce visualmente, por lo menos en
la música clásica: ahí está la partitura. Pero se trata de una
traducción y entonces aparecen desafíos de tipo filosófico:
¿cómo tomás lo que ves?, ¿qué es ser fiel a una partitura?
Yo soy muy poco absolutista. Mis amigos me cargan porque
dicen que nunca puedo dar una respuesta de sí o de no. Una
vez me preguntaron cómo jugaba al tenis y yo empecé con
mis largos rodeos: «y… lo que pasa es que…» (risas). Creo
que esa falta de definición es por esto de lo que hablamos.
Todo se trata de posturas, posiciones que uno toma: podés
tomar A o B y cada uno tiene sus fundamentos. Cuando uno
toca, se pregunta por qué la música te moviliza. Entonces
empezás a entrar en el lenguaje musical y a notar las tensio-
nes armónicas y cómo funcionan, y por qué cuando lo hace
el pianista A suenan tan bien y cuando el pianista B lo hace
no suenan bien. Hay gente que en el escenario provoca eso,
sólo por estar ahí uno les presta atención”.
El árbol genealógico de Panizza abunda en ramas musicales:
su tío abuelo Mario Maurano fue director de la orquesta de
Radio El Mundo y responsable de la banda sonora de muchas
películas de Libertad Lamarque; otro tío abuelo, Jorge Faso-
li, fue primer saxofonista de la orquesta de jazz de Eduardo
Armani y recibió de manos del príncipe de Gales un saxo de
plata en miniatura, luego de un concierto en el paquetísimo
Alvear Palace de Buenos Aires. Otro Fasoli, Lidio, fue pianista
de la orquesta típica de D’Arienzo. Para completar el ADN
musical de Alexander hay que sumar a la lista los nombres
de su abuela paterna Ester y de su hermana Electra, que en
la década del 20 dirigieron en Rosario el conservatorio Fasoli.
Pero la mayor sorpresa se la dio Rubén, su padre, cuando
Alexander cumplió siete años y encontró un piano en el co-
medor de su casa. No solamente porque en ese mueble hecho
de madera y cuerdas estaba la forma de su futuro sino porque
su padre se sentó y comenzó a tocar con la desenvoltura de
un experto, algo que nunca había hecho delante del pequeño.
Protagonista y director de esa epifanía, Rubén trazó con pulso
firme las líneas de la vida en las manos de su hijo.
“Mi papá era muy talentoso, nunca estudió formalmente pero
tocaba tango y jazz. El tenía una visión muy idealizada del
concertista. Eventualmente, me transmitió esa idea y yo nun-
ca dudé de que ese era mi destino. Creo que me benefició
que él haya sido un diletante que veía todo color de rosa. A
mí se me pegó esa visión. El quería enseñarme a tocar y por
eso tuvo una gran pelea con mi mamá, Estela. Afortunada-
mente, primó la cordura de mi mamá y comencé a tomar
clases con una profesora en Toronto. Eso duró dos años, lue-
go ingresé en el conservatorio y terminé mis estudios antes
de venir a la Argentina. Salí con la idea de que me había reci-
bido de concertista (risas). En ese momento, mi papá reforzó la
idea de venir a la Argentina. El no pegaba ni con cola con la vida
canadiense, en la que todo funciona bien, en la que te va muy
bien si sos metódico”, cuenta Panizza.
Para comenzar una carrera de concertista se necesitan, además
de talento y disciplina, buenos contactos. En la Buenos Aires de
fines de los años 80, el padre de Alexander no los tenía. Su so-
lución refleja esa mezcla de talento y amateurismo que su hijo,
en aquel entonces un adolescente, recuerda con una sonrisa:
desde Canadá, llamó por teléfono a su ídolo, el pianista Horacio
Salgán, para comentarle su proyecto de radicarse en Buenos
Aires y hacer de su hijo un gran concertista. “Hoy lo recuerdo
39
y me sigue pareciendo increíble –dice Panizza–, eran las cosas
que hacía mi papá. Salgán nos citó en una confitería cerca de
su casa. Charlamos un rato y luego nos fuimos a su casa, en la
calle Cabello. Salgán fue no sólo mi primer público argentino
sino el primer pianista argentino que me escuchó”.
Del tour de compras a clase
La llegada de la familia Panizza a la Argentina fue traumática.
En 1988, después de dieciséis años en Toronto, Rubén y Este-
la decidieron volver con la idea de invertir el dinero ahorrado
en algunos negocios, y de darle al eximio pianista que ya era
Alexander un contexto cultural más activo para su carrera.
El momento elegido, el preludio de la crisis que vivió el país
en 1989, no fue el mejor. Poco tiempo después, los ahorros
se habían esfumado y a los Panizza sólo les quedaba una vie-
ja casa en el pasaje Rosales, en Rosario. En el centro del úni-
co ambiente se ubicó un piano de cola, por lo que la familia,
a la hora de dormir, se amuchaba en los rincones.
Si bien quedó fascinado con la vida argentina, los problemas
no tardaron en aparecer. “Hay cierta cosa caótica de la Argen-
tina que yo aprecio mucho, acá siempre estás renaciendo,
saliendo adelante. Al principio, por ignorancia, tenía la idea de
que íbamos hacia la periferia de la civilización. Pero al mismo
tiempo, en aquel momento, Buenos Aires era muy superior a
Toronto en cuestiones culturales. Yo nunca sufrí la partida de
Canadá. Por diferentes motivos terminamos instalándonos en
Rosario. En aquel entonces yo tenía nivel para entrar al pro-
fesorado de música pero no había terminado la secundaria.
Pensé también en anotarme en el último año de la escuela
media para no estar un año inactivo, mientras terminaba la
secundaria. Pero no me lo permitieron”, cuenta el pianista.
Si en Canadá la vida cotidiana y los derroteros de la burocracia
La mayor sorpresa se la dio Rubén, su padre, cuando Alexander cumplió siete años y encontró un piano en el comedor de su casa.
40
41
Datos para un CV
Alexander Panizza nació en Toronto, en 1973, donde comenzó
una formación musical que se completaría en Argentina,
Francia, Inglaterra y Suiza. A lo largo de su carrera ha interpretado
obras de Brahms, Rachmaninoff, Tchaikovsky, Chopin,
Beethoven y Schumann. En su paso por el Royal College of Music
de Londres, recibió el Premio Esther Fisher 2000 a
la mejor interpretación de música francesa, el Premio
Frank Heneghan 2001, por su versión de los Estudios de Chopin,
Rachmaninoff y Scriabin, el Premio Cyril Smith 2001, por su
ejecución del Concierto para piano N° 3 de Rachmaninoff,
y la Medalla de Oro Hopkinson y el Premio Shimmin en el
principal concurso para pianistas de esa institución.
Como solista ha actuado, entre otras, con las orquestas
Filarmónica de Buenos Aires y Sinfónica Nacional (Argentina),
Bruckner Akademie (Alemania), Iasi Symphony (Rumania),
Exeter Symphony, KCYO y LSSO (Inglaterra), Orquesta del
Siglo XXI (España), Orquesta Nacional de Chile, Sinfónica
Nacional de Panamá y Filarmónica de Montevideo. Además,
actuó junto a las orquestas de Rosario, Entre Ríos, San Juan,
Santa Fe, Bahía Blanca, La Plata, Universidad Nacional de Cuyo,
Salta, Tucumán y Mar del Plata.
En 2009 recibió el premio Konex en la categoría pianista
de música clásica.
tienen su lógica, Panizza encontró que en la Argentina de la
hiperinflación su ingreso a la vida académica iba a tener visos
insólitos: “Me encontré en una situación ridícula, rindiendo el
examen de ingreso para el primer año del ciclo medio con
una sonatina de Clementi, cuando yo ya tocaba Estudios de
Chopin… Eso me ganó muchos enemigos porque parecía que
me pasaba de vivo”. Ya en Rosario, se instalaron en 3 de Febre-
ro y Oroño, en una casa muy chica. “La planta alta la hizo mi
papá, ladrillo por ladrillo. En 1991 tomé la decisión de volver
a Canadá porque acá estaba muy difícil”, agrega el pianista.
A último momento, cuando uno de sus hermanos regresa-
ba a Toronto con la idea de enviarle un pasaje de avión, el
amor hizo su aparición de varita mágica y el plan de volver a
Canadá se fue alejando del proyecto de Alexander: “Conocí
a Cintia el mismo día que mi hermano volvió a Toronto. Eso
demoró los planes de volver a Canadá y comencé a traba-
jar de profesor particular. Así pude pagarme las clases con
Roberto Caamaño en Buenos Aires, a quien me recomendó
Nora Alvarez. A Caamaño le estoy muy agradecido, yo tenía
muy poca plata y él me decía que le pagara cuando pudiera.
Así que una vez por mes, me subía a una Traffic que iba a
Once a un tour de compras. Estudiaba tres horas con Ca-
amaño y volvía entre las bolsas de ropa de la gente. Después
de la muerte de Caamaño tomé clases con Aldo Antognazzi.
Más adelante viajé a Europa y estudié en Suiza con Alexis Go-
lovine, en París, con Emile Naoumoff y en Londres, con Irina
Zaritzkaya”. De la simetría canadiense al desorden argentino,
de Beethoven a la admiración por los grandes pianistas del
jazz, Panizza parece haber construido su carrera vistiendo
smoking y calzando alpargatas. Una fórmula personal.
“Me subía a una Traffic que iba a Once en un tour de compras. Estudiaba en Buenos Aires y volvía entre las bolsas de ropa de la gente”.
PERSONAJES
42
43
Desde su primera edición en 2004, el Encuentro de Músicos
se instaló en la agenda cultural de Rosario con la contunden-
cia de un proyecto colectivo que no sólo permite la difusión
de nuevas expresiones sino que funciona como laboratorio
de pruebas a la hora de pensar el modo en que la tradición se
mezcla con las nuevas tendencias.
El Encuentro de Músicos presenta dos diferencias de peso
con respecto a los festivales folclóricos tradicionales. En pri-
mer lugar, los organizadores son músicos enrolados en la
OTRAS VOCES, OTRO CANTO
Tradición y nuevas tendencias
corriente estética que se intenta difundir y, por lo tanto, la se-
lección de quienes se presentan en los escenarios y al frente
de los talleres de formación son elegidos según un criterio
artístico y no según los criterios impuestos por el mercado.
La segunda diferencia radica en el intercambio. Además de
los numerosos conciertos, el Encuentro tiene su razón de ser
en los talleres y seminarios que dictan sus protagonistas. De
aquí la idea de encuentro de músicos.
La historia de esta cita anual con la expresión musical nati-
va guarda algunos momentos inolvidables, entre los que se
cuentan las actuaciones de referentes insoslayables como
Mercedes Sosa, el Dúo Salteño, Juan Falú, Suma Paz, Hilda
Herrera, Manolo Juárez, Norberto Minichillo, Chango Farías
Gómez, Oscar Alem, Teresa Parodi, Anacrusa, Peteco Cara-
bajal, Raúl Carnota, Grupo Vocal Argentino, Lucho González,
Ildo Patriarca, Ramón Ayala. A esto hay que sumar el aporte de
las expresiones innovadoras de nuevas generaciones: Lilián
Saba, Aca Seca, Carlos Aguirre, Lito Vitale, Liliana Herrero, Ma-
riana Baraj, Chango Spasiuk, Horacio Castillo, Facundo Ramí-
rez, Silvia Iriondo, Lorena Astudillo, así como los exponentes
locales dentro de esta búsqueda estética como Jorge Fan-
dermole, Myriam Cubelos, Madrigal, Juancho Perone, Martín
Neri, Marcelo Stenta, Damián Verdún, todos artistas compro-
metidos con la organización del evento.
El Encuentro cuenta con el auspicio de la Secretaría de Cultura
de Rosario y del Ministerio de Innovación y Cultura de la pro-
vincia de Santa Fe. En la edición 2010 se sumó la Secretaría de
Cultura de la Nación. Entre los artistas programados figuran el
dúo conformado por la cantante chilena Francesca Ancarola y
el pianista entrerriano Carlos Aguirre, Chacho Echenique, Gato
Encerrado, el pianista Alejandro Manzoni, Luis Baetti y el trío
Sebastian Macci, Fernando Silva y Claudio Bolzani, a los que se
sumarían Víctor Heredia y Puente Celeste, entre otros.
Los espíritus inquietos saben que tienen una cita con lo mejor
del folclore porque, como dicen los organizadores, “en los
márgenes y las orillas de los discursos hegemónicos siempre
quedan lapsus por donde se filtran otras voces, otro canto.
Y así persistieron a los embates del pragmatismo propuestas
estéticas que recogieron lo mejor de aquellos frutos que se
gestaron y maduraron bajo la pluma y las armonías de los más
grandes poetas y músicos que ha dado nuestro cancionero”.
Los organizadores en el cierre del Encuentro 2007.
ENCUENTRO DE MÚSICOS
CURSOS Y TALLERES
El dictado de talleres tendrá como sedes al Parque de España,
el Centro de Expresiones Contemporáneas, la Casa del Tango
y el Museo de la Ciudad. Además de ofrecer un concierto
junto a Carlos Aguirre, Francesca Ancarola dará un taller
de canto, mientras que la destacada pianista Lilián Saba hará
lo propio sobre ensamble instrumental. Marcelo Moguilevsky
–de Puente Celeste, compositor y multiinstrumentista–
brindará un seminario sobre vientos. Realizarán talleres
el pianista Pablo Fraguela, el guitarrista Néstor Gómez, el
charanguista Rolando Goldman y Jorge Fandermole. También
participarán Fernando Silva, Fernando Carmona, Tiky Cantero
y Diego Petrelli. Más información:
www.encuentrodemusicos.com.
Entre el 16 y el 21 de agosto se desarrollará la octava edición de una singular convocatoria. Artistas de todo el país brindarán talleres, seminarios y conciertos en los teatros Lavardén y La Comedia.
44
45
RISAS, RIMASY ROCK AND ROLL
Cuarteto de Nos
Con más de 30 años de carrera, el éxito internacional del grupo uruguayo es más o menos reciente. ¿Qué hay en esta banda que atrae a padres e hijos y convoca, como pocas en Sudamérica, a un espíritu de rebeldía que celebra el humor?
Por Pablo Makovsky
¿Qué canciones en español tienen rimas con términos como
Schindler, Google o hipotenusa? Sí, las del Cuarteto de Nos.
Y no es que los malabarismos con las rimas vengan con un
certificado de calidad, pero en esa extranjería delirante se
juega mucho de lo que esta banda de rock uruguaya viene a
decir o, mejor, a no decir.
Las rimas de Roberto Musso —guitarrista y compositor: “Que
no vio luz al final del túnel, que no encontró paz ni buscán-
dola en gúguel”, canta en “Miguel gritar”— parecen parodias,
pero nunca sabemos bien qué es lo que parodian, no encon-
tramos el original de esa parodia.
Las canciones que el Cuarteto de Nos ha perfeccionado en
sus dos últimos discos, Raro (2007) y Bipolar (2010), como
“Yendo a la casa de Damián”, “Ya no sé qué hacer conmigo”,
Foto: Matilde Campodónico.
BANDA INVITADA
46
47Foto: Juampi Bonino.
“Breve descripción de mi persona”, “Mi lista negra”, entre otros,
tienen de particular que el rasgo de humor que tenían sus
temas anteriores —más de 30 años de carrera: empezaron
en Montevideo a los 18 años, en 1980, nos cuenta Santiago
Tavella, bajista y compositor— se corrió de la historia, de las
situaciones de absurdo que solían desplegar en composicio-
nes como “El día que Artigas se emborrachó”, o “Zitarrosa
en el cielo”. Así, el humor es un efecto del lenguaje, de la
rima, del hallazgo de unos términos a veces estrafalarios que
estallan en el mecanismo de la canción: nos reímos, bien no
sabemos de qué; la risa por la risa misma.
Pero es que el Cuarteto de Nos no es un grupo cómico, sino
un grupo de rock. Y entonces reír con sus canciones es parte
de algo que, para decirlo con la cita de Leonard Cohen, “está
ahí pero no es del todo real, o es real, pero no está exacta-
mente allí”.
Ese corrimiento es tal vez el meollo del asunto en la historia
del Cuarteto. Le pregunto a Tavella cómo era la escena del
under montevideano en los 80, cuando arrancaba el grupo.
Dice: “Mirá, te diría que previo al 85 todo giraba en torno a
esa cuestión de autor; el canto popular y lo que podía tener
que ver con el rock no estaba muy aceptado, se tenía la idea
de que el rock tenía que ver con el imperialismo, esas cosas.
Y dentro de ese contexto no pegábamos mucho. No sé si era
porque hacíamos algo rockero, pero el tema del desenfado
era visto como una cosa medio frívola. Entonces, después
del 85 comenzó a gestarse una movida de rock más o menos
importante, pero de la que también estuvimos medio al mar-
gen. Tocamos en festivales y todo eso, pero siempre estaba
ese estigma: los cantopopu (se refiere a los que hacían canto
popular) nos decían que lo nuestro no era comprometido,
y los rockeros nos decían «eso no es rock and roll». Y así se
dio, no tanto con los músicos, con los que siempre hubo
muy buena onda, sino a nivel de organizadores y de público.
Como que querían las cosas claras y nosotros no encajába-
mos mucho. Eso es lo que nos pasó toda la vida: qué es lo
que hacen estos muchachos en este mundo. Y creo que es
lo que nos llevó a tardar mucho más en encontrar un lugar,
porque lo tuvimos que fabricar”.
En su respuesta, en la cafetería de un hotel de Rosario,
mientras se toma un café con leche que acompaña con un
sándwich tostado, Tavella también pronuncia una especie de
excusa: “Aunque tampoco somos la recontra vanguardia ni
nada por el estilo”, dice.
Y en esa excusa hay como un tanteo. Como si él y sus compa-
ñeros de grupo hubiesen tanteado de qué se trataba toda esa
cruza de cosas: hacer rock, pop, humor, ser uruguayos.
Cierto, los temas tienen su regularidad, su convencionalidad
—de otro modo hubiese sido imposible el éxito internacional,
el haber estado postulados a un Grammy en 2010 por Bipo-
lar—, pero también hay algo de cierta canción de rock que se
desvía, sobre todo en las composiciones de Raro, de Bipolar:
temas que, escritos en una primera persona por lo general
enfadada, declaran algo, escupen su verdad como los temas
generacionales cantados por la primera madurez del rock
inglés a fines de los 60, pero lo hacen con un desenfado
rioplatense. Temas al modo en que los Who declaraban sus
principios en “My Generation”, acá declaran otras cosas en
las que los conceptos y la ideología son esquivos: “Ya me reí
y me importó un bledo de cosas y gente que ahora me dan
miedo./ Ayuné por causas al pedo, ya me empaché con pollo
al spiedo./ Ya fui al psicólogo, fui al teólogo, fui al astrólogo,
fui al enólogo./ Ya fui alcohólico y fui lambeta, ya fui anónimo
y ya hice dieta./ Ya lancé piedras y escupitajos, al lugar donde
ahora trabajo/ y mi legajo cuenta a destajo, que me porté
bien y que armé relajo” (“Ya no sé qué hacer conmigo”).
Al fin y al cabo, hay una especie de ontología en sus cancio-
nes: “No somos latinos”, “No quiero ser normal”, o la milonga-
pop “Breve descripción de mi persona”, que Roberto Musso
interpreta en vivo sentado ante una vieja máquina de escribir
(dice unas líneas, por el medio: “No profeso ningún credo, ni
me creo ningún macho, alcohólico no soy pero a veces me
emborracho”), postulan unas máximas en torno al ser que,
si bien pertenecen a esos principios del rock setentista, aquí
desfilan por una cornisa: como si esos principios estuviesen
allí para erigir algo y, también, para demolerlo.
En la Rolling Stone, en una entrevista que le hizo Julieta Ve-
negas al Cuarteto, en el 2008, cuando salió Raro: “Cuando
escuché el disco —dice la Venegas— me dieron ganas de re-
belarme”. Raro y Bipolar, los discos de la era Juan Campodó-
nico (productor, Dj, ex Peyote Asesino), los dos con su cosa
medio oscura, son una rara mezcla de desencanto y rebeldía
—y esto le digo a Tavella—, traen una suerte de “juventud ex-
tendida” (una extended version de la juventud) en esa trama
de letra y música estridente, aunque prolija. ¿De ahí esa inspi-
ración a la rebeldía de la que habla Venegas? ¿Se trata de una
rebeldía porque acá aparecen, al modo ambiguo, “bipolar”,
de la modernidad tardía, las polvorientas consignas desarticu-
ladas del rock, como un viejo sueño al que saludamos y con
el que recordamos quiénes íbamos a ser?
Por correo electrónico, antes de vernos, Tavella escribe:
“Creo que la única aclaración a hacer es que la rebeldía que
puede verse en las canciones nuestras no es programática o
ideológica, creo que es más bien una crónica subjetiva de la
relación de uno con el entorno social”.
Justo. En el libro Después del rock, Simon Reynolds dice que
“Nos decían «Eso no es rock and roll». Eso es lo que nos pasó toda la vida: «Qué es lo que hacen estos muchachos en este mundo». Y creo que es lo que nos llevó a tardar mucho más en encontrar un lugar, porque lo tuvimosque fabricar”.
48
49
la historia del rock está llena de “revoluciones intermitentes”.
Fuimos una noche a ver el Cuarteto de Nos con mi familia
a Willie Dixon en Rosario —mi esposa, mi hija de 14 años— y
nos encontramos con mucha gente de mi edad, cuarentones
avanzados que también llevaban a sus hijos, además de mu-
cha gente joven, claro. “Es como ir a un recital de Luis Pescetti
—le digo a una amiga que vigila dónde quedó su niña, allá en-
tre la barra de tragos y el escenario—, pero con pogo”. Las can-
ciones del Cuarteto —para volver sobre lo de la intermitencia
de Reynolds— revisitan esa relación titilante en la que padres e
hijos se encuentran en el rock. De hecho, cuenta Tavella, entre
gira y gira todos llevan una vida bastante normal, todos son
padres, salvo Roberto Musso, que está a punto de serlo.
Uruguayos
Cuánto de uruguayo hay en la música del Cuarteto es algo
que está por verse y no cabría su análisis en estas líneas. Sin
embargo, hay una uruguayeidad que se palpa en la dimen-
sión de las historias de las canciones, en algunos términos
a los que no escapan: me acuerdo de “yesquero” (encende-
dor), “soutien” (corpiño), etcétera. Incluso hay un video del
último disco, del tema “Miguel gritar” que es, tal vez en su
sarcasmo, uno de los paisajes más uruguayos que puedan
verse en YouTube: el demorado aire de pueblo, con niños a
los que se les caen los helados y chicas que juegan al pool
y mascan chicle en un club que deviene boliche. Si hay algo
sobre lo que el Cuarteto ironiza es la uruguayeidad (la can-
ción de Artigas borracho, la de la ficticia guerra entre Argen-
tina y Uruguay por la nacionalidad de Gardel).
“Lo que decís de esa cuestión de la identidad uruguaya —dice
Tavella—: siempre veo que hay una especie de identidad (de
Uruguay o de cualquier lugar), que es una identidad mains-
tream, que es cómo se supone que son los uruguayos, o los
argentinos, una suerte de estereotipos. Como en una feria de
artesanías, que es lo que pasa en la música, en la literatura, el
cine, en todo. A mí me interesa cuando empiezan a pasar otro
tipo de cosas que no siguen ese patrón pero te das cuenta
de que son muy propias de ese lugar. Nosotros, por ejemplo,
musicalmente no jugamos con ninguna de las cosas que se
entienden como típicamente uruguayas, sin embargo, creo
que en las cosas que tienen más que ver con el lenguaje es
donde más se nota esta relación con Uruguay. Para mí ésas
son las cosas que más tienen que ver con una identidad, que
es un proceso dinámico, no una cosa cerrada”.
Y dice también Tavella: “El rock tiene un perfil bastante indivi-
dualista, te diría que cuando el rock se hace muy social deja
de ser un poco lo que es realmente. Por otra parte, en Uru-
guay no existen esos rockeros, esa gente que encuentra en el
rock un estilo de vida. Todos hacemos otras cosas. Tenemos
otros trabajos. La norma es un poco esa. Pienso que mi hijo
posiblemente viva de la música si toca en varios lugares, si
produce y graba discos, pero en Uruguay no es viable, ni lo
que sucede en Argentina”.
Sin embargo, el disco Otra Navidad en las trincheras, de
1994, puso al Cuarteto de Nos segundo en ventas después
de Mediocampo (1984), de Jaime Roos, el disco más vendido
en la discografía oriental (y hay que aclarar, 20.000 discos
vendidos en un país de 3 millones de habitantes es una suma
grossa). “Pegamos mucho con ese disco, pero éramos el úni-
co grupo de rock con éxito comercial, los demás eran muy
under. Entonces no había una infraestructura como para salir
a hacer eso, que fue lo que procuramos hacer en el 2000,
cuando pensamos en salir a trabajar a otro nivel, más allá
de Uruguay. En 2004, entonces, hicimos una recopilación de
nuestros temas más conocidos, tocados como los estába-
mos tocando en ese momento. Ahí nos dimos cuenta de que
nos estábamos convirtiendo en algo así como un clásico en
el imaginario uruguayo. A partir de ese disco, previo a Raro,
nos vieron más en serio”.
En Raro fue decisivo el papel de Juan Campodónico en la
producción del disco. “Los discos que se producían en Uru-
guay en esos años —dice Tavella— eran muy caseros. Sobre
fines de los 90 está toda esa movida de la que participa El
Peyote Asesino, la banda de Campodónico, como que ahí
se aprenden muchas cosas y la generación que las toma es
la de bandas como No Te Va Gustar y La Vela Puerca, que
se pusieron unos objetivos de calidad mejores que los que
BANDAINVITADA
Si hay algo sobre lo que el Cuarteto de Nos ironiza es la uruguayeidad: la canción de Artigas borracho, la de la ficticia guerra entre Argentina y Uruguay por la nacionalidad de Carlos Gardel.
había y lograron un producto que se podía pasar en radio en
cualquier lugar del mundo, y nosotros, que éramos mucho
mayores, dijimos: ‘Vamos a hacer lo que están haciendo es-
tos pibes’. Porque la idea de lo que éramos estaba. Con las
diferencias: los discos de los 80 son como más surrealistas,
de humor negro. Lo de los 90 era más procaz, medio ado-
lescente, aunque ya no lo éramos. Y lo que estamos hacien-
do ahora creo que son canciones que tienen un vínculo un
poco más claro con la realidad. Y ahí es como que se da un
fenómeno de identificación de la gente, la gente escucha las
canciones y se ve en ellas. No sé si tiene que ver con cierto
realismo, pero la gente lo toma como que tienen que ver
con lo que les pasa en la vida. Oímos muchas veces: ‘Esta
canción es para mí’, nos dicen mucho eso”.
Primera persona
Pregunta: al escuchar los hits se nota que antes estaba más
presente un humor que se desprendía de la historia. Aho-
ra lo que hay en juego son algo así como declaraciones de
principios. Dice Tavella: “Sí, una de las cosas que veíamos en
Raro y Bipolar es que cuando las canciones no son en prime-
ra persona es como si lo fueran. Por ejemplo, en los discos
nuestros de los 80 había mucha canción de inventar un per-
sonaje, con nombres muy traídos de los pelos, y de alguna
manera eso pone una distancia, por ejemplo “Soy una vieja”
era una canción en primera persona y sonaba muy extraño
que cuatro tipos en un escenario cantaran que eran una vie-
ja. Por más que escribir en primera persona no significa que
uno sea el narrador y piense todo eso. Es el caso de Bret
Easton Ellis cuando escribió American psycho en primera
persona. Hay entonces una aproximación a cierta cuestión
más individual que curiosamente la gente toma”.
En esa opción por lo individual, por la primera persona, hay
como una radiación política. Y dice Tavella: “Siempre es una
cosa vista desde una subjetividad y no afiliada a ningún pro-
grama político. Pero sí, porque uno es más o menos progre.
Pero las resoluciones de lo que uno es políticamente resultan
mucho más pobres que lo que uno puede hacer en una can-
ción, que creo que te abre a muchas interpretaciones, antes
que las canciones que declaran algo”.
La cita de Easton Ellis hace pensar en los cruces de lecturas
en un grupo de cuatro que llevan treinta años juntos. Ha-
blamos de las bandas de rock de los 90, que recuperaron
la estética de las vanguardias de los años 20 y en las que se
percibe hasta cierta predilección por el cine y el teatro surre-
alistas. Menciono que si bien en Uruguay no es muy prolífica
la literatura de humor, están Felisberto Hernández o Mario
Levrero, que abundan en el absurdo.
50
51
“Mirá —dice Tavella—, Levrero es de las cosas que leímos
cuando éramos jóvenes. Entre los 15 y los 18 años íbamos
mucho al teatro. Sobre todo al Teatro del Absurdo, que como
era medio hermético podía hacer cosas durante la dictadu-
ra. Alberto Restuccia y Luis Cerminara, que introdujeron el
teatro del absurdo, fueron dos tipos muy importantes den-
tro de nuestra cabeza. También los libros de Woody Allen,
como Sin Plumas, Cómo acabar de una vez por todas con
la cultura, los sabíamos de memoria; o Julio Cortázar. En esa
época (mediados de los 80) había leído toda la literatura la-
tinoamericana y Cortázar era el que más me interesaba. La
cuestión Beatle también está presente en cómo manejamos
las canciones, pero hay otras influencias a nivel conceptual
que vienen de cosas que no tienen que ver específicamente
con la música. Nosotros nunca fuimos de un palo y siempre
fuimos muy permeables a otras cosas, nunca nos considera-
mos como rockeros. Los 80 en Uruguay tuvieron una noto-
ria influencia del rock argentino, pero yo creo que nosotros
teníamos una fuerte voluntad de diferenciarnos. Y en rock
siempre preferimos escuchar los originales anglosajones que
escuchar en el Río de la Plata a un grupo que hacía ‘onda
Hendrix’ o cosas así”.
No es novedad que el Uruguay ha hecho —por razones his-
tóricas— cierto culto a la pérdida. Y es que en esa pérdida
hay como la renuncia a la grandeza, lo que vuelve lejano y
más grande lo perdido: un sueño inconcluso, pero también
un horizonte. Las canciones del Cuarteto —sobre todo las
últimas—, tienen como protagonista muchas veces a un per-
dedor, de alguna forma un “perdedor provinciano”, alguien
que hace un breve trayecto, ya sea a “a casa de Damián”, o el
del ómnibus en “Invierno del 92”, o el que muestra el video
de “Miguel gritar”; entonces ese perdedor provinciano, decía,
que no ostenta ninguna grandeza, viene a espetarnos con
desenfado su pequeña historia. Y es esa pequeñez y ese des-
enfado lo que hace titilar un horizonte enorme.
El Cuarteto no es un grupo cómico, sino ungrupo de rock. Y entonces reír con sus canciones es parte de algo que, para decirlo con la cita de Leonard Cohen, “está ahí pero no es del todo real, o es real, pero no está exactamente allí”.Foto: Juampi Bonino.
“Paso revista y veo al patrón clasista que me echó porque le
surgió en su terapia conductista/ y por oportunista están él y
su analista/ en mi lista hay gente que se pasó de lista/ Además
están esos que no estuvieron cuando yo esperaba que
estuvieran ahí/ y los que de mí se rieron cuando caí, esos
también están aquí/ mi lista es amarga y es más larga que
el número pi/ Mi lista es mi tratamiento en épocas de
abatimiento/ es mi escondite y mi aliento frente al
padecimiento/ Es mi primer y único mandamiento, es un
documento/ y en ella están los nombres causantes de mi
sufrimiento/ no miento, mi lista es mi instrumento y no sabe
de miramientos así que lo siento,/ que la muestre o que la
preste/ va a ser más difícil que verle la sombra al viento”
(De “Mi lista negra“).
“Para funcionar (tengo que estar sedado)/ si quiero agradar
(tengo que estar tomado)/ para no enloquecer (tengo que
estar dopado)/ para sentir placer (tengo que estar boleado)/
a mi cumpleaños (tengo que ir sedado)/ cualquier decisión
(la tomo dopado)/ a pagar impuestos (tengo que ir dopado)/
si tengo un velorio (tengo que ir boleado)” (De “Natural“).
“Mis hijos sólo quieren/ adelantar mi entierro/ por la casa
y el dinero/ y yo no digo nada/ para que estén conmigo/
almorzando los domingos.// Tengo que obedecer/ porque
soy una vieja/ me tengo que joder/ porque soy una vieja/
ya ni puedo tejer/ porque soy una vieja./ Los guachos de la
cuadra/ si salgo maquillada/ me escupen y me tiran piedras/
se ríen de mi aspecto/ no tienen respeto/ y yo no les digo
nada” (De “Soy una vieja).
www.cuartetodenos.com.uy
JIRONES DE LETRAS
52
53
UN DÍA UN GATO
Leandro Barbieri, el artista detrás de la leyenda
Estudió clarinete durante su infancia en Rosario y lo cambió primero por el saxo alto y después por el tenor. Sigiloso, inapresable y nocturno, desde fines de los 60 recorre los grandes escenarios del jazz. Una historia recuperada por el sitio La música de Santa Fe.
El jazz es, por naturaleza, nocturno. Sucede de noche, pero,
además, el solo tiene algo del acecho de los cazadores que
andan a esa hora, del arranque veloz y del freno repentino,
del engaño, de lo que parece que irá en una dirección y, no
obstante, dispara en otra. Es posible que sea por eso que a
Leandro Barbieri lo llamaron “gato”. O por su andar en las
oscuridades de las calles porteñas a fines de los cincuenta y
comienzos de la década siguiente, con el saxo colgado de
un hombro. “No era el centro del mundo sino una ciudad
inmensa y oscura. Y al final de la calle, detrás de esos edifi-
cios negros, flotaban unos resplandores. Buenos Aires bajo la
noche era un vivac. Más allá empezaba el campo de batalla”,
escribía David Viñas en el final de Dar la cara, una novela pu-
blicada en 1963 y ambientada en 1958, que daba cuenta, con
una inocultable mirada bélica, de una ciudad donde había,
también, otras guerras.
Eran los años de la autodenominada Revolución Libertado-
ra, de azules y colorados pero, también, de enfrentamien-
tos más secretos, menos notorios. El Bop Club albergaba a
Por Diego Fischerman
los modernos; el Hot Club a los otros, a los que pensaban
que con Dizzy Gillespie y Charlie Parker se había acabado
el jazz. Unos tildaban a sus adversarios de ser tan primitivos
como las músicas que reivindicaban y aquellos combatían
a los primeros por intelectuales y fríos. En los “tradicionales”
no había complejidad ni elaboración y, a veces, ni siquiera
la técnica adecuada para tocar sus instrumentos, decían los
modernos que, a su vez, eran anatemizados por “tocar sin
alegría”. Leandro “Gato” Barbieri, llegado de Rosario, donde
había nacido el 28 de noviembre de 1934 y donde había es-
tudiado clarinete de chico, tocaba, siendo un adolescente,
con la orquesta de Lalo Schifrin, que después se iría con el
grupo de Gillespie y, más tarde, ganaría fortunas con el tema
musical de la serie televisiva Misión imposible. Era uno de
los modernos. El clarinete había cedido su lugar al saxo alto
cuando en 1946, a los 12 años, escuchó a Charlie Parker en
Now’s the time. Y el saxo alto fue reemplazado por el tenor
cuando escuchó a Coltrane. En ese entonces, iba a Uruguay
a conseguir discos. En Buenos Aires, contaba, no había ni
discos ni instrumentos: apenas imaginaban. El Gato se movía
de noche y construía el sonido de una ciudad cosmopolita y
moderna que se superponía a otras ciudades anteriores, sin
reemplazarlas. Buenos Aires aparecía en ese nuevo jazz, que
se filtraba en las músicas en vivo de los canales de televisión,
y en el nuevo cine que tenía a Manuel Antín, Leonardo Favio
y Leopoldo Torre Nilsson como figuras destacadas. Y el saxo
de Barbieri, tocando la música que había compuesto su her-
mano, el trompetista Rubén, era el sonido de El perseguidor,
la película que el también compositor Osías Wilenski dirigió
en 1962 a partir del cuento de Cortázar y con Sergio Renán
como protagonista. Buenos Aires era el octeto que Piazzolla
había fundado en 1955 y el quinteto que creó en 1960 –y que
interesó, sobre todo, al público y a los músicos de jazz– era
la profunda revisión del arte y la historia provocada por el gru-
po Contorno, era la literatura que asomaba con los cuentos
de Cortázar, pero, también, era las revistas musicales de la
calle Corrientes, las “comedias nacionales” donde el cine no
se cansaba de mostrar a las familias argentinas siempre con
un sacerdote, algún estanciero y un militar entre sus miem-
bros; era la orquesta de De Angelis o la de D’Arienzo, con su
brulote “Che, existencialista”, un tango que ridiculizaba, pre-
cisamente, a los nuevos aires que sacudían la ciudad. El Gato
se movía de noche y, tal vez sin saberlo, su nombre ya prefi-
guraba otros destinos. A lo largo de una carrera tan extensa
como imprevisible (gatuna, es claro) nadie tendría, como él,
tantas vidas y tan distintas.
“Los músicos de jazz no me consideran un músico de jazz
y los músicos latinos no me consideran un músico latino”,
dice Barbieri en Nueva York, donde vive desde hace cuatro
décadas. “Si tengo que tocar un tango, puedo; si tengo que
tocar música brasileña, puedo. Y si quiero tocar como Col-
trane también puedo. Pero lo hago siempre con mi firma”.
Quien le habló primero de lo latino, y lo incluyó en ese cam-
po conminándolo a que su música lo reflejara, fue el cineasta
brasileño Glauber Rocha. Antes de eso, el Gato ya andaba
por su segunda vida. En 1962 se había ido a Roma con su mu-
jer, la italiana Michelle. En París conoció al trompetista Don
Gen
tileza
Dia
rio
La
Cap
ital
VIDA Y OBRA
54
55
“Cuando toco el saxo tocola vida, toco el amor, toco la furia, la confusión; yo toco cuando la gente grita”.
Cherry, que había sido miembro del grupo de Ornette Cole-
man en 1959. El antiguo bopper era entonces miembro de la
vanguardia y, junto a Cherry, el Gato grabó dos discos para el
sello Blue Note: Complete Communion (1965) y Symphony
for Improvisers (1966). También tocó con la Jazz Composer’s
Orchestra de Michael Mantler –con la que grabó para el se-
llo ECM la obra Escalator over the Hill, de Carla Bley, donde
también participaban Jack Bruce, el bajista y cantante del trío
Cream (con Eric Clapton y Ginger Baker), Linda Ronstadt,
Enrico Rava y Dewey Redman, entre otros– y, en 1969, fue
parte de otro disco legendario, Liberation Music Orchestra,
del contrabajista Charlie Haden y con arreglos de Carla Bley,
publicado por Impulse. “Me di cuenta de que el free jazz no
era para mí”, dice Barbieri que dijo entonces, y ése fue el co-
mienzo de su tercera vida, en un tercer mundo tan fructífero
como imaginario y con un disco llamado The Third World.
“Pensaba que les robaba a los negros todo lo que hacía, que
el jazz era de ellos”, dijo ese año, cuando llegó a Buenos Ai-
res en 1971 para actuar en el teatro Regina, a la revista Siete
Días. “Y Glauber Rocha me hizo entender que yo, como sub-
desarrollado, tenía los mismos problemas, que yo también
tenía mis raíces musicales”. En ese mismo reportaje el Gato
Barbieri hablaba de un “sonido duro”. En todo caso, si algo,
como la mirada de los gatos, atravesó todas sus vidas como
músico es, justamente, su sonido: potente, lírico aun en los
momentos más explosivos, cálido hasta el extremo de la me-
táfora. “Se trata de la melodía –explica el saxofonista–. Eso es
lo más importante y es lo que más amo y lo que ha estado
siempre en todas las músicas que he hecho. Cuando toco el
saxo toco la vida, toco el amor, toco la furia, la confusión; yo
toco cuando la gente grita”. La mención a la furia y al grito
de la gente, en todo caso, habla del sonido, entendido, tam-
bién, como un hecho político. The Third World, el disco que
Barbieri grabó en 1969, no era un título inocente. Tampoco
lo era el de la Liberation Orchestra, que recorría un reperto-
rio conformado por canciones de la Guerra Civil Española,
temas compuestos por Carla Bley, una obra de Ornette Cole-
man (War Orphans) y dos de Haden, Circus ’68 ’69, inspirado
por “el circo de” la Convención Nacional del Partido Demó-
crata a fines de 1968, y Song for Che, dedicada al Che Gueva-
ra. Eran los años de la guerra de Vietnam, del Mayo Francés,
y no había casi nada que no se tiñera de lecturas políticas. “La
música de este álbum está dedicada a crear un mundo me-
jor; un mundo sin guerra ni asesinato, sin pobreza ni explota-
ción; un mundo donde los hombres de todos los gobiernos
entiendan la importancia trascendental de la vida y luchen
por defenderla en lugar de destruirla. Deseamos ver una nue-
va sociedad de iluminación y esperanza donde la creatividad
se convierta en la fuerza dominante para la vida de todas las
personas”, escribía Charlie Haden en el interior del disco. En
The Third World, Haden era también una de las piezas fun-
VIDA Y OBRA
damentales y junto a él estaban Beaver Harris en batería, Ri-
chard Landrum en percusión, Roswell Rudd en trombón y
Lonnie Liston Smith en piano. El disco abría con una versión
de “La canción del llanero”, entremezclada con una especie
de tango, e incluía un tema llamado “Antonio das mortes” (el
personaje de los films Dios y el diablo en la tierra del sol y
Un dragón de maldad contra el santo guerrero, de Rocha)
y una interpretación de Bachianas brasileiras No 5 de Heitor
Villa-Lobos. Después llegarían Fénix y El pampero, grabados
respectivamente en abril y junio de 1971 –el segundo en vivo,
en el Festival de Montreux–, Bolivia, de 1973, y Under Fire, de
ese mismo año pero con grabaciones realizadas en 1971. Esa
saga de cuatro discos editados por el sello Flying Dutchman
(actualmente reeditados por Sony Music) establece, en todo
caso, una idea de jazz latino que nada tuvo que ver con el
adocenado “jazz latino” de la industria y que no se pareció
a nada anterior ni a nada sucedido después. El estilo, donde
mucho tiene que ver el sustrato dejado por el free jazz. Ese
camino de la atonalidad y la polirritmia que había comen-
zado unos diez años antes de la mano de John Coltrane,
Ornette Coleman, Eric Dolphy y Paul Bley, en las fronteras de
los setenta había desarrollado una analogía casi obvia entre
radicalidad estética y política. Un arte comprometido con las
luchas del pueblo no podía ser complaciente con los dicta-
dos del mercado burgués y el entretenimiento. La idea no
era ajena al rock y a la explosión del timbre propiciada por
Jimi Hendrix, por ejemplo. Ni, tampoco, a la electrificación y
la multiculturalidad iniciada por Miles Davis en In a Silent Way
y Bitches Brew y continuada, entre otros, por la Mahavishnu
Orchestra, de John McLaughlin. Barbieri, en ese tumultuo-
so comienzo de década produjo una suerte de caldo genial
–“ensalada de frutas” lo llama él– que se cristalizó a partir de
Fenix, donde la percusión del brasileño Naná Vasconcelos,
el bajo de Ron Carter, la guitarra de Joe Beck –más adelante
estaría John Abercrombie–, el piano de Lonnie Liston Smith y
la batería de Lennie White –también integrante de Return to
Forever, junto a Chick Corea–, se sobreimprimían a su sonido
tenso, rugoso, y a esas frases espiraladas, ascendentes, en
permanente ebullición, del rosarino.
Pero hubo –y hay– otras vidas. Algunas casi simultáneamen-
te, como el éxito con la música para Ultimo Tango en París
(1972), el famoso y en su momento controvertido film de
Bernardo Bertolucci con Maria Schneider y Marlon Brando.
Incidentalmente, esa banda de sonido fue causante de un
malentendido también célebre, cuando Piazzolla aseguró
haber sido traicionado ya que, según su versión, la música le
había sido encargada a él. Piazzolla llegó a grabar un disco
con dos temas bautizados como los personajes de la pelícu-
la, como para demostrar que había compuesto esa música,
pero la verdad fue otra. Bertolucci había pedido la música a
Barbieri y el nombre de Piazzolla surgió cuando se comen-Foto
: H
écto
r R
io
Si algo atravesó toda su vida como músico es, justamente, su sonido: potente, lírico aun en los
momentos más explosivos.
56
57
zó a pensar en quién podría orquestarla, lo que ocasionó
la ofensa del bandoneonista. El capítulo (sud) americano y
político tuvo, por su parte, una continuación con una serie
de discos para el sello Impulse llamados, justamente, capítu-
los: Chapter One: Latin America (1973), Chapter Two: Hasta
Siempre (1973), Chapter Three: Viva Emiliano Zapata (1974) y
Chapter Four: Alive in New York (1975). Y luego, una vida más,
la que comenzó con Caliente (1976) y Ruby Ruby (1978), dis-
cos producidos por Herb Alpert donde estaba, como siem-
pre, el “sonido Barbieri”, pero faltaba el desafío. “Creo que
Caliente es mi disco preferido”, dice ahora. “Herb Alpert fue el
mejor productor que tuve. Y Caliente es un disco muy bello.
También Tercer Mundo. Y Fenix. Pero mi memoria ya no es
buena. Tuve problemas con la droga y el alcohol. Estuve mu-
cho tiempo sin tocar. Después Michelle estuvo muy enferma.
Y yo la amaba. Y ella murió y creo que recién me di cuenta
cuando llegó un dolor que no podía soportar. Estaba muerto.
Lo único que hace que viva –dice el Gato, que sigue vivien-
do– es seguir tocando”.
“Si tengo que tocar un tango, puedo; si tengo que tocar música brasileña, puedo. Y si quiero tocar como Coltrane también puedo. Pero lo hago siempre con mi firma”.
Gen
tileza
Dia
rio
La
Cap
ital
UNA CONSTRUCCIÓN COLECTIVA
El sitio web La música de Santa Fe contiene una información
profusa y, a la vez, un deseo y una quimera: condensar la
historia de la música producida u originada en esta región,
la música que fue y la que acontece, la que dejó una huella
indeleble y la que no, la blindada contra el tiempo y el olvido
y la que todavía no ha terminado de escribirse. Hacer entonces
una página web con pretensiones de una enciclopedia de
la música de la provincia de Santa Fe es un proyecto eterno
por naturaleza, inacabado, que intenta llegar, por un lado,
hacia atrás, hasta allí donde se apaga la memoria, y, por otro,
hasta los escritorios de trabajo más contemporáneos, donde
los músicos de hoy aún sueñan su producción.
Compositores, intérpretes, letristas, grupos, solistas, organismos
orquestales, coros y otras asociaciones aparecen así
registrados en un fichaje organizado alfabéticamente, que
tiene también un apartado con la mención de la discografía
básica de cada uno de ellos.
Encomendado por el Ministerio de Innovación y Cultura a
comienzos de 2010, un entusiasta equipo de profesionales
emprendió la tarea, por cierto esquiva al encuadramiento
en una sola disciplina. Ese equipo interdisciplinario, acaso
un poco a tientas en sus primeros días de labor, salió a
buscar una información diseminada, desclasificada, para
trabajar en ese metafórico y desafiante grado de entropía.
Allí estuvo entonces el maravilloso desafío. Periodistas,
coleccionistas, historiadores, musicólogos, bibliotecarios y
melómanos de toda la provincia dieron su aporte, y siguen
haciéndolo, para que el sitio web esté hoy visible.
Abierta al registro de la producción en todos los géneros
musicales, este sitio web es muchas cosas a la vez: una
enciclopedia que puede ser consultada por cualquier
persona interesada en saber de tal o cual músico; un
material que escribe a su modo una historia de la música
de la provincia de Santa Fe y la pone al alcance de todos
los establecimientos educativos interesados en esa
construcción; una herramienta que, para mostrar y difundir
su trabajo, tienen los músicos radicados en la provincia u
originarios de la misma; un registro de lo más destacado de
la discografía de esos músicos; un registro fotográfico de
los músicos de Santa Fe y otro que reproduce las portadas
de sus discos más destacados; un sitio de comunicación
contemporáneo. Y acaso la página web sea muchísimas
cosas más, funciones y valores que sus propios usuarios,
en definitiva, irán encontrando.
www.lamusicadesantafe.com.ar
por Gastón Bozzano
58
59
DJ
Carlo Seminara
Echu Mingua me deslumbró
desde la primera escucha, cosa
que no me pasa muy a menudo
(como a cualquiera, supongo).
Llegué a él por mi admiración
hacia Miguel “Angá” Díaz, per-
cusionista cubano que formó
parte de legendarias agrupacio-
nes como Irakere, Afro Cuban
All Stars y Buena Vista Social
Club, como parte del proceso
de investigación-estudio que uno
hace de sus referentes. Es un dis-
co tremendamente musical, por
lo que no se deduce de antema-
no que sea de un percusionista,
ya que no cae en el lugar común
de desplegar una gran cantidad
de solos mostrando el enorme
virtuosismo del autor. Es un cla-
ro ejemplo de cómo ubicar a
los instrumentistas y a las com-
posiciones en pos de la música.
Personalmente, me marcó un
camino (junto a los dos de Ra-
miro Musotto, a quien descubrí
después) en el desarrollo de mi
carrera personal y para hacer mi
proyecto y primer disco solista.
Carlo Seminara es percusionista.
EL FRANCOTIRADOR
Martín Liut
-La aparición de Internet modi-
ficó los modos de consumo y
creación musical. ¿Cómo cam-
biaron sus hábitos de escucha? -La escucha hogareña se trasladó
del equipo de audio a la compu-
tadora. Mejoró enormemente el
acceso a una diversidad enorme
de músicas, muchas de las cua-
les antes eran míticas y ahora son
reales. La calidad de audio gene-
ral empeoró, culpa de las com-
presiones del audio para circular
en la red.
-¿Qué opinión le merece la ley
Sinde, sancionada en España,
que castiga duramente el inter-
cambio de música a través de
Internet?
-No conozco en detalle la ley ni
el contexto español como para
opinar. Por lo que sé, lo más obje-
table es otorgarle al Poder Ejecu-
tivo funciones que son propias del
Poder Judicial. Parece otra movida
más de la industria del entreteni-
miento por mantener su porcenta-
je de ganancias (históricamente ex-
cesivo) en el campo de la cultura.
-¿Cuál fue la última revolución
musical?
-Desde afuera de la música hacia
adentro: la computadora per-
sonal e Internet. La PC permitió
democratizar la creación elec-
troacústica. Internet a hacerla
circular. Desde la música misma:
la ampliación del concepto Mú-
sica incorporando como materia
para la composición a todo el
universo de sonidos existentes.
Anunciada por los futuristas hace
un siglo, el territorio que se abrió
apenas ha sido explorado aún.
-¿Quiénes son los músicos más
creativos en la actualidad?
-Me atrevo a mencionar a músicos
que a mí me interesan, desde mi
propio lugar de compositor. En el
campo de la música contempo-
ránea argentina, varios que están
afuera: Horacio Vaggione, Martín
Matalón, Fabián Panisello. De los
que están acá, todo lo que pasa
en la UNQ me interesa natural-
mente, de hecho “migré” desde
La Plata a Quilmes por afinidad
estética. El Ensamble Nacional
del Sur, de Oscar Edelstein, por
ejemplo, es una referencia por la
música y el modo de producción.
Factor Burzaco, de Abel Gilbert, es
una puerta que abre claramente
el encuentro franco entre tradi-
ciones musicales diversas. Otros
compositores de los que escuché
músicas que me gustaron: Marcos
Franciosi, Miguel Galperín. Por In-
ternet escuché una obra de Pablo
Cecere tocada por el grupo Suo-
no Mobile que me gustó mucho.
En el campo de la música popular
me gusta mucho Puente Celeste.
Martín Liut es compositor y docente
de la Universidad Nacional de Quilmes.
BLOGS
Un Buen Sapucay
No sólo de rock, música clásica
o tango: la web ofrece también
interesantes blogs de chamamé.
Nostalgias de mi Litoral se ofrece
“para que los que se encuentran le-
jos de su querido Litoral, no olviden
jamás sus paisajes, sus costumbres,
su música y su gente” (http://pablo-
diariodepablo.blogspot.com). En la
misma sintonía parece desplegarse
otro blog, desde el “exilio” de Gre-
gorio de Laferrere (http://quevi-
vaelchamame.blogspot.com). En
La Hora del Chamamé, Pedro
Larroque postea contenidos de
su programa de radio (http://laho-
radelchamame.blogspot.com).
“Entre Ríos, Santa Fe, Chaco, Mi-
siones, Formosa junto a Corrientes
la hermosa, la cuna del chamamé,
seis provincias de leyenda en un
solo corazón”, dice.
BUSCADOR
60
61
La Orquestade Barrio Ludueña
MÚSICA DEL ALMAEs un proyecto pedagógico, artístico y social extraordinario. Nació en 2006 como iniciativa de Derna Isla, su directora musical y fundadora. Financiada por la Secretaría de Cultura y Educación de Rosario y con el apoyo de docentes y vecinos, volcó a la música a cientos de chicos de entre 3 y 18 años.
Fotos: Matías Sarlo
FOTOREPORTAJE
62
63
Yo dónde estar ía s i la orquesta no hubiese estado en este barr io. No creo que en algún lado muy l indo.Brenchu (Brenda Gómez)
FOTOREPORTAJE
64
65
Soy Esteban. Yo por la orquesta s iento que es como una famil ia y cuando empecé me gustaba i r a conocer lugares que no había conocidoy no tengo más para decir, esto es lo único.
FOTOREPORTAJE
66
67
Hola, mi nombre es I r ina. Tengo 11 años y hace tres años y medio que aprendo a tocar el v iolonchelo en la Escuela Orquesta de Barr io Ludueña.Me pidieron que contara lo que s iento al tocar y lo que puedo decir es que no t iene palabras . Es una mezcla de emociones. A veces me canso de tanto ensayar, pero cuando vamos a un concierto es a lgo increíble escuchar los aplausos de la gente.Me div ierto mucho y disfruto de tocar el v iolonchelo y de part ic ipar en la orquesta y le doy gracias a mis profes por aguantarme y enseñarme.
FOTOREPORTAJE
68
69
Para llegar al barrio Ludueña, desde el centro de Rosario, hay
que atravesar vías de ferrocarril donde la calle Carriego —que
zigzaguea una plaza triangular al toparse con Urquiza— tiene
doble mano; hay que ubicarse en una trama de arterias que
se pierden de la cuadrícula en la que está montada la parte
principal de la ciudad. Ludueña no es un barrio, son muchos,
variados, y dan cuenta del proceso de población de la zona,
en el noroeste de la ciudad.
Allí, en la calle Humberto Primero al 2400, contra las vías,
está la Escuela Nº 1027 Luisa Mora de Olguín, donde fun-
ciona desde 2006 la Escuela Orquesta de Barrio Ludueña,
un proyecto pedagógico, artístico y social que cuenta con el
financiamiento de la Secretaría de Cultura y Educación de la
Municipalidad de Rosario, a través del Presupuesto Participa-
tivo y la gestión del Area de Cultura del Centro Municipal de
Distrito Noroeste, el acompañamiento de la Institución Sale-
siana y la Fundación Allegro Argentina. Tiene catorce talleres
gratuitos y 140 destinatarios directos de 3 a 15 años, que es-
tudian en contraturno escolar violín, viola, violoncello, con-
trabajo, percusión, clarinete, flauta traversa, corno; música de
cámara, audioperceptiva y práctica orquestal.
La Orquesta se ha presentado en diversas salas de Rosario,
como el Auditorio de la Facultad de Odontología de la UNR,
el Aula Magna de la Facultad de Bioquímica, el Auditorio del
Distrito Noroeste, el Auditorio de la Escuela Municipal de Mú-
sica, la Biblioteca Argentina, la Bolsa de Comercio de Rosario,
FOTOREPORTAJE
70
71
el Teatro Príncipe de Asturias y la Sala Mateo Booz, entre otras.
“Nosotros, padres y familiares –dice uno de los testimonios
recogidos en una de las presentaciones de la orquesta–, que-
remos expresar nuestra gratitud por ver a nuestros hijos inclui-
dos en este promisorio proyecto. Valoramos profundamente
el hecho de que ellos sean partícipes del mismo, ya que de
otra manera sería imposible que accedieran a tal aprendizaje”.
Asimismo, la Escuela Orquesta —con dirección general de
Gloria Machado y musical de su fundadora, Derna Isla— reci-
bió visitas de personalidades del ambiente de la música que
compartieron con los chicos su experiencia y sus expecta-
tivas, entre ellos: Esteban Raspo, concertino de la Orquesta
Sinfónica de Córdoba; Aníbal Borzone, timbal solista de la
Orquesta Sinfónica de Córdoba; Lucía Zicos, directora de or-
questa y docente de la Universidad Católica de Buenos Aires;
Andrés Tolcachir, director de la Orquesta Sinfónica de Neu-
quén; Alejandro Sandler, trompetista y director de orquesta
rosarino radicado en Francia.
En 2008, el maestro Nicolas Rauss, nacido en Ginebra y ac-
tual director de la Sinfónica Provincial de Rosario, se refería
así a la experiencia de la Escuela Orquesta, a la que empa-
rentaba con otras de América: “La lección de vida que es
el arte sinfónico explica su crecimiento: la dedicación y la
perseverancia en años de estudio, la concentración, la dis-
ciplina, la constante atención a lo que genera el vecino, la
sublimación de todo esto por los logros finales, son todas
cualidades que inculca la práctica sinfónica. A la vez son pre-
cisamente los distintivos de una sociedad sabia, respetuosa,
no violenta, sensible a la belleza, abierta a la meditación, a la
reflexión, idealista de un mundo mejor”.
FOTOREPORTAJE
72
73
SEGUNDOS AFUERALa historia y la leyenda de Amílcar Brusa son el tema de El hombre de los guantes, un notable documental del santafesino Patricio Agusti.
Entrenó a catorce campeones mundiales. Se enfrentó con
los que manejaban el negocio del boxeo en la Argentina; por
eso tuvo que irse del país y, al volver, comenzar de nuevo.
Fue elegido para el Salón de la Fama, en Los Angeles, el re-
conocimiento más importante en su deporte. A los 87 años
todavía está en su puesto, el gimnasio, aunque ahora tenga
que ayudarse con un bastón para caminar y deba estar senta-
do para dar las indicaciones. El hombre de los guantes, el lar-
gometraje documental que Patricio Agusti estrenó en mayo,
hace foco en ese personaje: Amílcar Brusa, una leyenda que
se forjó a través de muchos combates, de triunfos y de derro-
tas, de reconocimientos y de olvidos.
Nacido en Santa Fe en 1981, Agusti tiene ya varias películas en
su haber, en forma individual y como parte de un grupo de jó-
venes realizadores que está produciendo un nuevo cine en la
provincia. En 2008 ganó el primer premio en la categoría Lar-
gometraje Argumental del Programa Estímulo a la Producción
Audiovisual, impulsado por el Ministerio de Innovación y Cultura
de la provincia. Ese fue el punto de partida de la película, cuyo
rodaje incluyó un largo seguimiento de Brusa, en el gimnasio de
4 de Enero y Suipacha, en Santa Fe, en estadios de boxeo, en
CINE
su casa, y en Estados Unidos, y al mismo una investigación de
archivo cuyos resultados están en la película, con las imágenes
de peleas memorables, como las de Carlos Monzón, el pupilo
predilecto del entrenador, y otras menos conocidas.
“El documental se ubica en el presente de Brusa. En cómo él,
después de haber vivido más de 25 años en el exterior, volvió
a la Argentina y a Santa Fe a seguir entrenando a las nuevas
generaciones de boxeadores”, cuenta Agusti. La cámara sigue
al entrenador y se mete con él en la intimidad del boxeo, en
aquello que está detrás del negocio: las peleas tramposas, las
exigencias de la televisión, el desprecio de los empresarios
hacia los boxeadores, “usados como trapo de piso”, según el
propio Brusa. Y retrocede en el pasado hasta llegar al origen de
la historia, el campo santafesino, donde el entrenador se crió
La leyenda tiene también sus momentos de dolor y de impo-
tencia. El conflicto con Juan Carlos Lectoure, el dueño del
Luna Park, que le costó el exilio, la enfermedad de su compa-
ñera y el trágico final de Monzón son tan determinantes en
la historia de Brusa como la enumeración de sus logros, y así
aparece en la película. “Quería desarrollar el perfil completo
del personaje —dice Agusti—. La dicotomía entre su vida per-
sonal y su vida profesional. Para ser una leyenda del boxeo
tuvo que sacrificar muchas cosas, y entre ellas tuvo que sa-
crificar mucho tiempo a su familia”.
“Los boxeadores son gente necesitada –suele decir Brusa–.
Llegan al gimnasio con las zapatillas rotas, y quieren ser cam-
peones del mundo”. Más allá de que el sueño se cumpla o
no, lo importante es el camino compartido, el de una for-
mación. “Tratamos de destacar el acento que él pone en la
función social del boxeo —dice Agusti—. Muchas veces Brusa
genera peleas donde no le importa tanto el rédito económi-
co sino la carrera del boxeador. Es un mánager que piensa
como entrenador, desde lo deportivo y desde la función so-
cial del deporte. Esa preocupación atraviesa su vida: sacar al
boxeador de la pobreza”.
Un personaje, un ídolo, un viejo maestro que hoy debe ayu-
darse con un bastón, pero que de todas maneras avanza ha-
cia el ring, hacia la esquina de su pupilo. El hombre de los
guantes redescubre una historia que creíamos conocer, pero
que no había sido contada.
74
75
CUENTO Durante un mes ocurrió lo mismo: el sol igual, sin nubes en el horizonte, sin promesas de lluvia. Seguía el buen tiempo y ya había cam-biado la luna. Ahora había que esperar que se agotara esa luna gorda y agraviante.“No, no”, pensó El Catalán, después de haber recorrido infructuosamente el espinel: no había pescado; como si la luna los volviera locos, los pusiera ariscos y astutos. Y no llovía por nada. Y para colmo la bajante. El Colastiné, siempre vigoroso, estaba flaco, con su costa barrosa labrada por las pezuñas de los anima-les sedientes que se le arrimaban para beber: no llovía. El Catalán, al bajar de su canoa –de doble proa, frágil, “sensible”– tuvo que ente-rrarse hasta media pierna para poder clavar la amarra con facilidad en la costa blanda y sometida.Más allá estaba su rancho, medio derrumba-do, vulnerable siempre a las crecientes. Allí también estaban su mujer y no sabía cuántos hijos. Si llegaba a prestarles atención, ya estaba enceguecido. Entonces pegaba, oyendo como si estuviera muy lejos, como si la criatura que gritaba lo hiciera a una enorme distancia de sus manos. Vivía esta apariencia hasta que era poseído por un sosiego lento que lo obligaba
a abandonar al chico, sin mirarle la cara, y olvidarse de todo y dormir, sin remordimien-tos. Sin motivos pegaba, sin querer. Como si cumpliera con una función natural: caminar o dormir. Hasta con cierta resignación. Pegaba a un pescado para rematarlo, con la misma naturalidad con que lo hubiese comido; a veces pateaba a un perro muerto, o azota-ba un árbol; o alguna cosa, cualquiera, más gratuita y absurda. Pegaba a su mujer, como si fuese lo mismo que hacerle el amor; como si diera lo mismo trincarla, con un alambre o un tiento, que tomarle las manos y acariciarle el pelo sucio.Saciado su rencor, poseído por esa especie de pereza o agotamiento, se alejaba, bamboleán-dose sobre sus piernas asqueadas y cortas. Después de caminar durante un rato, sin ningún rumbo, bebía o se tiraba en cualquier parte, abandonándose al destino, al aire, al olvido.Más tarde, como si nada, volvía a su catre y se quedaba dormido, repleto de alcohol, fuera de esa aparente voluntad ajena, que lo sometía. Era como una venganza de alguien desco-nocido, un desquite que drenaba la calma, desataba la furia, cobrándose alguna grieta del corazón, alguna matadura del alma, que nadie recordaba, abandonando a ese pobre hombre, olvidado como estaba en el tiempo, extraviado en los recuerdos, sin redención.Su mujer, sin conjeturas, lo creía loco. Ella era del pueblo de Los Amores, al norte de la pro-vincia, cerca del Chaco. Cuando la trajo de allí, no se acostumbraba a tanta agua en movi-miento, habituada a la quietud de su niñez y al hilito del arroyo La Muñeca, inofensivo y casi siempre playo, como la cañada del palmar. Esa cañada que en primavera se ponía rosa, como el color del aire.
Y no pudo acostumbrarse a ese río, a tanta crueldad en movimiento. Porque allá, en Los Amores, todo estaba quieto. Los guarananíes, los guacayanes. El monte, el aire rasgado, de tanto en tanto, por el vuelo de algún tuyango, o el trote airado del ñandú; el color detenido del cuervo, o el rápido del tordo. El silencio quieto, violado a veces por el caracolero o el biguá; o por una bandada de cotorras, estri-dentes y frescas como la flor del caraguatay, donde abrevan las víboras.Cuando lo conoció, pudo enterarse de un nuevo silencio, distinto al conocido del monte; un silencio sin el precedente de un sonido que lo hiciera provechoso. Vagando por el monte, tratando de encontrar, entre la pichonada de ese principio de verano, un tordo lindo como le había pedido don Isidro para quedar bien a su vez con un amigo de la ciudad, se arrimó atraída por los golpes de un hacha. De distraída que venía, tuvo la inten-ción de escapar cuando se vio de golpe frente a un hombre que no hablaba, que sólo emitía un bufido después de descargar su herramien-ta contra el tronco. Tenía el torso desnudo y sudaba.Era una siesta de mucho calor en pleno noviembre, y quiso salir corriendo, pero el hombre la miraba y ya había dejado el hacha olvidada contra un árbol. Ella no pudo precisar más tarde –reconstruyendo lo ocurrido– si lo que brillaba era el filo o simplemente todo el acero, o los ojos, o el torso, o el sol. Esa noche, sola en su catre, juró no volver: la habían lastimado; pero al día siguiente llegó el sol y el ensueño de la siesta, pudo acostumbrarse al dolor y la sangre; la fueron amansando.Cuando los sufrimientos desaparecieron, también volvió; se convirtió en una costumbre inofensiva y sin precio, volver por las siestas. Una fatalidad. Nunca le pidió que volviese a la tarde siguiente, pero ella no faltaba. Sin saber cómo aparecía en ese lugar y esperaba que él abandonara el trabajo y se acercara y la vol-teara sin decirle nada, dejándola después ahí tendida, sin una caricia, sin un reconocimiento
de ternura, sin una evidencia, al menos, de satisfacción.Sin decirle nada, sin consultarla, un día se la llevó al pueblo. Solamente por un gruñido o un grito, ella conocía su voz. De esta forma la mandaba a hacer algo, o reaccionaba.Jamás, en los diez años que vivieron juntos, le dijo una palabra. Ella creía que era mudo, hasta que una mañana le oyó cantar; lo miró con alegría, a lo mejor pudo sonreírle, pero él la interrumpió, echándola con un gesto: nun-ca más lo oyó cantar. Recién entonces tuvo miedo de ese hombre.Y cuando fueron a vivir a la costa, tuvo miedo del río, y también cuando compró una canoa y cuando se dio cuenta que iba a tener un hijo. Y cuando nació tuvo mucho miedo y después más todavía, hasta que el miedo le había detenido las lágrimas en el estómago, mezclándole las ideas. Dominada por el terror no quiso averiguar nada. Sólo a veces, cuando él salía, lograba serenarse y ver un poco más claro alrededor suyo y convencerse de que él estaba loco.Era el atardecer invariable de muchos días de miedo acumulados junto a ese hombre. El lle-gaba a esa hora de la tarde. Ya había amarrado su canoa, en la que traía un lenguado y dos moncholos que brillaron a la luz de la luna. Con fuerza tiró del alambre y arrimó el cajón hasta la costa. Con rabia guardó en el cajón la exigua pesca, y lo volvió a hundir en el agua para que se conservara.
Francisco Urondo (Santa Fe, 1930 – Mendoza, 1976) escribió poesía, narrativa, teatro, en-sayo, artículos periodísticos y guiones para cine y televisión. Parte de esa obra ha vuelto a circular en los últimos años, a través de la reedición de su no-vela Los pasos previos (1999) y de las ediciones de Obra
poética (2006), Veinte años de
poesía argentina y otros ensa-
yos (2009) y La patria fusilada (2011). “Luna llena” pertenece a la compilación Todos los
cuentos, cuya salida anuncia Adriana Hidalgo Editora para el mes de julio.
FUERA DE GÉNERO
POR FRANCISCO URONDOIlustración: Carlos Aguirre
76
77
CURADURÍA AL PASO
Daniel García
La pintura que recomiendo es el
retrato Mi hermana, pintado en
1927 por Augusto Schiavoni (1893-
1942) y exhibido en el Museo Cas-
tagnino de Rosario. Representa a
una joven posando rodeada de
una tupida vegetación y, extraña-
mente en ese contexto, engalana-
da con una estola de visón o de
zorro, que parece un animal vivo.
Lo que me atrae del cuadro no
es sólo la luminosa belleza de sus
colores, la delicadeza de la pince-
lada, la poderosa estructura formal
(asentada en el óvalo conformado
por los brazos y la estola) y su hu-
mor juguetón, casi onírico, sino la
intensa expresividad característica
de las pinturas de este artista, que
les confiere a sus cuadros una
enigmática fuerza. Me gusta tam-
bién, y ése es otro rasgo común
a todas sus pinturas, el uso de un
espacio comprimido, aplanado,
que en lugar de abrirse como una
ventana hacia atrás del cuadro se
proyecta inversamente sobre el es-
pectador, invadiendo el espacio de
la sala y confiriéndole a la obra una
perturbadora presencia.
Desde que la vi por primera vez,
esta obra siempre trae a mi men-
te otra maravilla de la historia del
retrato que también representa a
una joven y un animal: La dama
del armiño, de Leonardo da Vin-
ci, cuyo recuerdo sin duda me
es evocado por características
que comparten, la delicadeza, el
enigma, la intensidad de las mi-
radas y por el hecho de que la
estola del cuadro de Schiavoni
parezca estar tan viva como el
animal (un hurón, en realidad) de
la pintura de Leonardo.
Daniel García es artista plástico.
CINE
Veinte años después
Hasta hace unos meses todos los
diarios de Europa hablaban de Es-
sential Killing, la película que rodó
el polaco Jerzy Skolimowski des-
pués de 20 años de “silencio” (re-
cordemos, Skolimowski nos for-
mó en los 80 con El grito y Proa
al infierno). El Festival de Venecia
la premió y elogió la actuación de
Vincent Gallo, que no dice una
palabra en todo el film. Gallo in-
terpreta a un soldado talibán que
cae prisionero luego de destrozar
con una bazuca una patrulla nor-
teamericana en el desierto. Un co-
hetazo lo dejó sordo. Lo torturan,
lo trasladan a un paisaje helado,
que puede ser Polonia, donde el
vehículo que lo transporta se ac-
cidenta y huye. Mata todo lo que
se le cruza, porque está asustado,
porque ese bosque nevado es el
infierno. Gallo es un animal sin jau-
ría, perseguido por otra jauría, en
un medio hostil. No construye un
camino, no busca entender otra
cosa que abrirse paso como una
alimaña, y en ese desplazamiento
tiene unas alucinaciones que por
momentos contagian el punto
de vista, vuelven al espectador un
incómodo testigo de algo que es
mucho más que una huida. Gallo
es una suerte de Caperucita en el
bosque de la historia, también un
zombie en esa Europa Central
sonámbula y cubierta de nieve, y
lo político proviene, precisamen-
te, de esa desnudez helada del
relato. Quién sabe cuándo la dan
en Argentina, pero puede verse
en sdd-fanatico.org.
SERIES EN LA WEB
Fringe
La Olivia de acá perdió su ma-
dre de joven y tiene una herma-
na, una sobrina; la de allá, tiene
aún a su madre, pero no a su
hermana. La de acá es eficiente
como agente del FBI, pero reca-
tada, distante. La de allá es más
guarra, desinhibida, no sólo lleva
el pelo suelto y pintado de rojo,
sino que mira distinto, en el bri-
llo de sus ojos hay tanto líbido
como adrenalina. Las dos Olivias
son la espléndida Anna Torv en
la serie Fringe, cuya tercera tem-
porada llegó a su fin el viernes 6
de mayo último. Y –lo sabemos
hace poco– así será durante una
cuarta temporada. El acá y el allá
son las dos caras de un universo,
o universos paralelos cuya brecha
se produjo hace algunos años, en
la década del 80, cuando Walter
Bishop cruzó hacia ese mundo
alternativo –en el que el Zeppelin
nunca estalló en llamas, Martin
Luther King fue presidente y las
Torres Gemelas siguen en pie–
para traer la versión sobrevivida
de su hijo Peter a este universo,
donde había muerto. Esa falta,
provocada por la desesperación,
hizo que el universo alternativo
comenzara a desmoronarse. Am-
bos mundos comenzaron una
guerra. Pero no sólo de esto tra-
ta Fringe (que significa marginal,
pero también fleco), heredera a
su vez de Lost (comparte crea-
dor: J.J. Abrams, junto con Alex
Kurtzman y Roberto Orci). Fringe
podría ser una versión de la Di-
vina Comedia que se ajusta a la
máxima kantiana: “Un hombre y
una mujer son ya la humanidad”,
cosa que agrada a muchos de sus
seguidores.
Cierto que la mayoría es gente
que se narcotiza con megabytes.
Y es que Fringe está completa en
la web –online o por descarga–,
que es donde primero se cono-
ció su piloto. Pero (y muchos pe-
ros más) Fringe viene a cumplir y
exacerbar la misión de la ciencia
ficción actual, devolviéndonos a
los 70 y los 80 como momentos
últimos, abisales. Y es que hoy,
disuelta ya la utopía en las aguas
turbias de la biopolítica –¿no es la
ejecución de Bin Laden un epi-
sodio de un thriller político que
vimos antes en tevé?–, la ciencia
ficción parece ser un buen lugar
para preguntarnos, como lo hizo
el ruso en 1902, ¿qué hacer?
BUSCADOR
78
79
LA OSCURIDAD QUE ILUMINAGrupo Laboratorio El Rayo Misterioso
Con casi veinte años de trabajo incesante se han ganado un lugar en la vanguardia del teatro argentino. A los prejuicios que despiertan sus métodos actorales responden con trece espectáculos, premios, giras internacionales, el reconocimiento del público y el respeto de sus colegas.
“…y un rayo misterioso hará nido en tu pelo”. El verso de Al-
fredo Le Pera resuena en la voz de Carlos Gardel desde 1935.
Desde entonces “El día que me quieras“ comenzó a insta-
larse en la memoria colectiva de manera indeleble. Hace 17
años, el actor, autor y director Aldo El-Jatib bautizó como
“El Rayo Misterioso” al grupo de teatro que sacudiría con su
impronta osada y novedosa la escena teatral de la ciudad y
del país. Un título puede funcionar como una señal, como
un pliego de intenciones. “El nombre tiene que ver con mi
regreso a Argentina y más precisamente a Rosario, después
de haber estado seis años en Europa y diez en Buenos Aires.
Pero además las palabras están cargadas de significantes. El
rayo como fenómeno energético y la palabra misterio que
remite a los misterios dionisíacos, es una mezcla de energía
y de los orígenes del teatro”, explica El-Jatib.
Con El Rayo no hay término medio. Provoca amor o re-
chazo a primera puesta en escena. Nadie queda indiferente
ante sus propuestas estéticas. En su búsqueda de nuevos
lenguajes los actores asumen el riesgo como metodología
creativa. Los sonidos guturales de Muz o los diálogos en
italiano de Macchina Napoli son apenas dos ejemplos. “Nos
alejamos de lo que la mayoría de la gente conoce como
teatro, que está más bien signado por lo que se observa en
televisión. El Rayo trabaja con líneas éticas y estéticas de
gente como Artaud o Grotowski. Profundizamos sobre el
trabajo del actor y en la búsqueda de la verdad, tanto en un
espectáculo como en la vida misma –cuenta el director–
Dionisos Aut (2009): Ada Cottu,Federico Cuello, Catalina Balbi, Hani El-Jatib y María de los Angeles Oliver.
Dionisos Aut (2009): Hani El-Jatib y Federico Cuello.
“La permanencia y el crecimiento que tuvimos en estos años provocaron que cada vez más gente nos respete, defienda y celebre la existencia del grupo. Ante la mentira, el trabajo prevalece y vence”.
TEATRO
Fotos: Gentileza El Rayo Misterioso.
80
81
ya que el instrumento del teatro es el actor, por ende uno
mismo, con toda su individualidad. El resultado son trabajos
con una carga de compromiso, tanto actoral como ético,
que no se ven habitualmente”.
El antecedente inmediato de El Rayo Misterioso fue la crea-
ción del TAIET, el Taller de Investigación y Experimentación
Teatral, que El-Jatib fundó y dirigió en Buenos Aires durante
diez años. A esta altura vale la pena aclarar que el direc-
tor no eligió un seudónimo con gracia: “Aldo es mi nom-
bre y El-Jatib mi verdadero apellido, el de mi abuelo”. De
esa manera firmó su primer éxito: Litófagas, Premio Nacio-
nal de Teatro en 1993. Por entonces ya había incorporado,
como un catecismo laico, la autogestión como modo de
organización y la investigación permanente como forma de
crecimiento artístico. Esas premisas se traducen todavía en
una dinámica que incluye encuentros internacionales, pu-
blicaciones de libros y revistas, la búsqueda de sala propia y
sobre todo el espacio de investigación.
La idea de grupo que consolidó El Rayo fue motivo de po-
lémicas en el ambiente cultural rosarino. “Son una secta”,
“Una comunidad cerrada”, lanzaban con una mezcla de
envidia y prejuicio. “En la actualidad aún existe esa nece-
sidad de descalificar el trabajo del Grupo con habladurías
que carecen de sentido y fundadas en la ignorancia, no
sólo de lo que hacemos nosotros sino, y sobre todo, des-
de el desconocimiento del camino que transitaron muchos
maestros. Y cuando se lanzan ciertas campañas de des-
prestigio, luego es difícil erradicarlas, como decía Einstein:
«Es más fácil destruir un átomo que un prejuicio». Podría
decirse que es algo con lo que siempre tendremos que li-
diar”, se resigna El-Jatib y agrega: “La permanencia y el cre-
cimiento que tuvimos en estos años provocaron que cada
vez más gente nos respete, defienda y celebre la existencia
de un grupo con nuestras características. Ante la mentira,
el trabajo prevalece y vence”.
Y si de trabajo se trata, El Rayo Misterioso tiene mucho para
mostrar. Desde 1994 produjo trece espectáculos, con más
de 500 funciones en el país y el exterior. Tres de ellos: Muz,
Ram, La Consagración de las Furias se presentaron durante
cinco giras internacionales en distintas ciudades de Europa
y Latinoamérica cosechando elogios del público y la crítica,
“por su lenguaje innovador y comprometido”. En marzo pa-
sado Dionisos Aut, estrenada en 2009, fue seleccionada para
participar en la Fiesta Nacional del Teatro. Además el grupo
construyó tres salas teatrales. En junio de 1996 se instala-
ron en Buenos Aires 990. En agosto de 2006 se mudaron a
San Martín 473, un edificio más amplio que funcionó como
centro cultural. Allí habilitaron tres espacios teatrales cuyos
nombres eran referencia y homenaje: sala Jerzy Grotowski,
sala Antonin Artaud y sala Julian Beck. También crearon una
galería de arte y una biblioteca. En marzo de 2007, con el
apoyo del Instituto Nacional del Teatro y la Secretaría de
Cultura de Santa Fe compraron el inmueble de Salta 2991.
El Rayo desarrolla allí todas sus actividades desde el 20 de
junio de 2009.
Algo queda claro, no cualquier actor puede formar parte
de este colectivo-laboratorio teatral. Cada puesta revela
el alto nivel de entrenamiento físico y mental que deben
adquirir los actores para pisar el escenario de la calle Salta.
En El Rayo trabajan con una técnica propia, abordando la
investigación y la experimentación con un método cien-
tífico dirigido “con un profundo espíritu de laboratorio”.
Para actuar en una obra de El Rayo hay que ser un actor
entrenado con la técnica del grupo. Su director lo define
así: “Dedicación, esfuerzo, honestidad, integración y com-
promiso. Propendiendo a que el artista obtenga todas las
condiciones y garantías sociales y materiales que le permi-
tan desarrollar libre y ampliamente su labor de investiga-
ción, estudio, creación y difusión de la obra, permitiendo
el rescate de los valores humanos fundamentales para pro-
yectarlos en su función principal: la creación”.
Cuando se interroga a El-Jatib sobre cuál es su teatro pre-
ferido sostiene: “Tadeusz Kantor decía: «El teatro soy yo».
Estoy de acuerdo. Creo que para alcanzar niveles mayores
de comunicación hay que tener una férrea convicción de
que uno va hacia el punto máximo. Me conmueven los es-
pectáculos de Kantor y Grotowski, y respeto la lucha y la
búsqueda de maestros como Casali o Barba. Pero yo creo
sólo en mi teatro, en El Rayo Misterioso”.
La Sociedad General de Autores de la Argentina le otorgó
al grupo el Premio Argentores 2002 al Valioso Ejemplo de
las Nuevas Tendencias Teatrales. Este fue uno de los tantos
reconocimientos a una labor tan rigurosa como inquietan-
te. Hubo otros galardones y habrá más. Se puede decir que
El Rayo Misterioso es un grupo en ebullición. Una suerte
de volcán creativo no apto para mentes estructuradas en la
lógica televisiva. Una apuesta al arte y a la verdad. Sólo hay
que dejar que un rayo misterioso haga nido en tu cabeza.
Muz (1997): Natalia Miguel, Ada Cottu, Viviana Aroca, Virginia Dragone, Ariel Gauna, Aracelli Yacuzzi y José Pierini.
La Consagración de las Furias (2004): Aldo El-Jatib y Ada Cottu.
“Nos alejamos de lo que la mayoría de la gente conoce como teatro, que está más bien signado por lo que se observa en televisión. El Rayo trabaja con líneas éticas y estéticas de gente como Artaud o Grotowski”.
TEATRO
82
83
TERRITORIOS
EL BARRIO POBRE DE PUNTA DEL ESTE El barrio Kennedy aloja a los obreros que en cinco décadas construyeron el famoso centro turístico. Sus habitantes sufren el prejuicio y la discriminación. También es un semillero de caddies del club de golf que se erige al lado, hoy zona de conflicto entre clases sociales enfrentadas. Una crónica imperdible de un sitio oculto a los ojos de los veraneantes.
La contracara del balneario más exclusivo de Sudamérica
Liya –más conocido por “Liya” que por su verdadero nombre, José Enrique– apoya el pie
derecho sobre el muro bajo y comido por los años que separa su casa de la de uno de
sus hermanos. Cuando se le pregunta qué es lo que va a hacer con el dinero, su mirada
traspasa el patio de su hermano y llega hasta el de su otro hermano. Por varios segundos,
nada de lo que lo rodea lo distrae. Los sobrinos corren del otro lado, sobre la tierra. Algu-
nos perros atropellan en silencio hacia la calle y se detienen ante un perro negro que se
presta a una suerte de inspección con la cola remetida entre las patas. “No sabría decir
qué voy a hacer con todo ese dinero”, dice Liya. Sacude la cabeza, la vista fija en unos
ligustros que separan el terreno de sus hermanos de otro predio, el de un viejo negro que
Por Damián González Bertolino / Fotos: Servando Valero
también llegó a esas tierras, como ellos, medio siglo atrás. “Es
mucho dinero para que uno pueda pensar tranquilo. Primero
hay que ver si la cosa se da”. Entonces los perros se enros-
can sobre el perro negro y se forma una débil nube de polvo
de pedregullo. Los ladridos sacan a Liya de sus pensamientos.
“Una casa. Eso sí. Una casa seguro que sí. El resto no sé”.
Es una fría tarde de comienzos de abril en el barrio Kennedy, en
Punta del Este. El sol desapareció hace poco más de una hora
tras los montes de eucaliptos y una tenue penumbra se asienta
sobre todas las cosas. Incluso sobre el cercano campo de golf
del Cantegril Country Club, al que Liya y otros como él recla-
man una indemnización de varios miles de dólares. En el inte-
rior del Kennedy no existe nada que se parezca al alumbrado
público. Por la noche, los vecinos caminan de memoria entre
las calles. Saben cuáles son las de tierra y cuáles las de pedre-
gullo, dónde están los pozos y dónde los vertidos de las casas.
La piedra fundamental
Kennedy, el apellido irlandés que evoca una época por la
que muchos todavía suspiran, es el nombre de la oveja negra
de la familia puntaesteña. Fundado en 1961, con el telón de
fondo de los ajustes que se hicieron ese año en Punta del
Este para la Alianza por el Progreso, el barrio Kennedy os-
tenta el raro privilegio de ser un homenaje en vida. No había
ni asomo de preocupación por la integridad de John Fitzge-
rald Kennedy cuando el presidente del Consejo Nacional de
Gobierno uruguayo, Eduardo Víctor Haedo, perteneciente al
Partido Nacional, se presentó en medio de aquellos bosques
para dar fe de que esos terrenos municipales pasaban a ser
donados a los vecinos obreros que estuvieran necesitados
de un poco de tierra. No existían los niños en el barrio Ken-
nedy, así que un jeep de la comitiva tuvo que dirigirse hasta
la misma península de Punta del Este, un kilómetro al sur, y
84
85
regresar con algunos. Porque tenía que haber un niño, por
ejemplo, para alcanzarle un vaso de agua en el momento
justo al presidente, antes, durante o después de la alocución.
Entre esos detalles nació el barrio Pueblo Obrero Kennedy,
como casi nadie lo conoce hoy en día. Ahora es “el Kennedy”,
a secas, y la palabra causa cierto temor entre los habitantes
de las zonas aledañas.
Los viejos vecinos recuerdan que junto a la colocación de
la piedra inaugural, de la que nadie conoce su paradero, se
realizó una donación de un jeep y un generador de energía
eléctrica. Algunos de esos vecinos rumian de vez en cuando
un insulto insuficiente y advierten que al jeep se lo quedó
la Intendencia, mientras que al generador lo trasladaron a
muchos kilómetros de allí. Habría que caminar unas siete u
ocho cuadras en dirección al mar para ver lo que fue de él.
Su energía pasó a abastecer al faro de la Isla de Lobos. La luz
que barre a intervalos la playa Brava cada noche saluda a los
pescadores que bajan del Kennedy. Pero ésas son cosas que
cuentan los viejos habitantes del Kennedy, de los que tal vez
queden menos de veinte. A lo largo de medio siglo el lugar se
ensanchó y su población de multiplicó. Tiraron algunos eu-
caliptos y las casas de chapa, de madera, de cartón afloraron
con sus pequeños rectángulos de tierra pelada alrededor. De
Lavalleja, de Treinta y Tres y hasta de Rivera llegaba la gente
tras el boom puntaesteño del turismo y la creciente deman-
da de mano de obra para la construcción. Los requisitos de
adjudicación de la tierra que la Intendencia había vigilado se
volvieron laxos o se salieron de control, y la voz de que cual-
quiera podía llegar y ocupar su tierra corrió entre los depar-
tamentos del resto del país. En los años 70, con la llegada
de la dictadura, hubo intentos de controlar la población. Fue
cuando se crearon unas viviendas en la afueras de Maldona-
do para realojar a los habitantes de Kennedy. También mu-
chos recuerdan que en esos años más de uno fue obligado
a abandonar su casa ante el peligro de que fuera arrastrada
por una máquina de pala antes de que sus habitantes tuvieran
tiempo de huir. Los militares no avisaban dos veces.
En los 80, por ejemplo, podía verse ciertas mañanas de vera-
no a Astor Piazzolla caminando por la calle Franciso Salazar,
que bordea el barrio. Piazzolla salía de su casa en Rincón
del Indio, pasaba por un bar del Kennedy donde jugaba a la
quiniela y seguía su caminata. En los 90, el Kennedy conoció
la ola definitiva de la inmigración. Los bosques se ralearon y,
aunque muchos árboles permitían desde las alturas de los
accesos al barrio suponer que se trataba de un espacio verde,
un viento feroz en el año 2000 arrasó decenas de eucaliptos
que quedaban en pie y puso en riesgo de caída a tantos otros.
De una punta a otra, contaban el caso de alguien que murió
o se salvó en medio del temporal, cuando un árbol atravesó
su casa como si fuera de papel. Una semana después, por
acuerdo entre la Intendencia y el cuerpo de bomberos, fue-
ron echados a tierra todos aquellos árboles cuya inclinación
se juzgó peligrosa. A partir de entonces, si se llegaba desde el
norte, del lado de Maldonado, se descubría la forma de herra-
dura dentro de la que había quedado contenido el Kennedy.
En el medio de todo, mientras se bajaba por la calle Salazar,
podía contemplarse la desnudez de las casas grises, de blo-
ques a la vista. A los pocos años, prosperó un proyecto para la
construcción de viviendas también en la periferia de la ciudad
de Maldonado. Más vecinos le dijeron adiós al Kennedy. Ha-
bía una condición extra: apenas se mudaran, los beneficiarios
debían tirar abajo su antiguo hogar. Ahora, cuando se camina
por cualquiera de las calles del Kennedy, la visión de un ino-
doro partido, un cuaderno escolar semienterrado, un zapato
de mujer, hacen pensar antes en un desastre que en la actual
felicidad de los que se fueron.
La llegada
“El Kennedy no es lo que era”, dicen los que nunca se fueron.
Saben que ahora se carga con la acusación de tener todos
los males con los que se insiste en los medios: hurtos, asesi-
natos, tráfico de drogas. Muchos vecinos optaron por sonreír
irónicamente ante esas acusaciones. Piensan que lo que le
sobra al barrio es una mala fama exagerada. Pero sin duda,
el barrio Kennedy tiene algo que lo distingue entre todos los
otros barrios del Uruguay que también pueden ser considera-
dos como asentamientos ilegales: la adyacencia del campo
de golf del Cantegril Country Club.
Fundada en 1947, la cancha de golf halló en la creación del
barrio Kennedy, una década y media más tarde, un provee-
dor natural de caddies para sus fairways. Los hombres del
Kennedy pasaban entre los árboles, remontaban un breve re-
A menudo, luego de finalizados los dieciocho hoyos, el patrón del momento invitaba a Cocoa a subir al automóvil y lo conducía hasta el chalet que la familia poseía en San Rafael, a una cuadra de la playa Brava. Allí almorzaba, merendaba o cenaba.
hasta la costa fue tan fuerte, que poco le importó que aquella
mañana se hubiera decretado un paro en el transporte inter-
departamental. El hombre, la mujer y sus hijos cargaron todo
lo que pudieron y abandonaron Melo caminando. Una sema-
na les llevó cubrir la distancia que los separaba de la ciudad
de Maldonado. Atravesaron las sierras en los camiones que
los levantaban y en Treinta y Tres el hermano de Liya decidió
quedarse en casa de unos parientes lejanos. Los Sanes vivie-
ron provisoriamente unas semanas en Maldonado hasta que
una tarde un hombre pasó a buscarlos en un camión. Media
Ningún caddie debía jamás tutear a su patrón: el patrón siempre es “señor”. Y todo eso sin contar varios destratos. Cuando aparecieron los chalecos distintivos, muchos empezaron a quejarse por el calor que sentían.
pecho y allá arriba, sobre otra elevación, recortada contra el
cielo, observaban al fin la oscura e imponente construcción
del club-house, donde los señores los aguardaban para que
cargaran con sus bolsas de palos a lo largo de los diecio-
cho hoyos. Esa enorme casa, que ningún viento podía hacer
temblar, fue una de las primeras cosas que vio José Enrique
Sanes en 1966, cuando tenía 7 años y llegó al Kennedy con
su familia, antes de que fuera conocido como “el Liya”. La
historia, sin embargo, tiene su principio algún tiempo atrás,
a casi 350 kilómetros al norte, en Melo, capital del departa-
mento de Cerro Largo, en la frontera con Brasil.
Liya, su hermano mayor y su madre salieron de Melo una ma-
ñana de comienzos de primavera junto a su padrastro, quien
había conocido a la madre de Liya en uno de los viajes que
había hecho como soldado de un cuartel en Maldonado. Y su
determinación de llevarse consigo a esa mujer y sus dos hijos
86
87
Caddies
Como Liya, también sus hermanos, Chino (José Carlos) y
Cocoa (José Eduardo), dejaron de buscar pelotas perdidas
en los alrededores de la cancha para revenderlas y se trans-
formaron en caddies. Chino entró al club en 1980 y trabajó
como caddie en cada uno de los veranos desde aquel año.
En invierno, cuando los jugadores ya no transitaban la can-
cha, buscaba un puesto en la construcción o como peón en
el mismo club, donde preparaba el césped para el verano si-
guiente, siempre con la intención de largar ese empleo y cal-
zarse la bolsa al hombro a partir de diciembre. Al revés de lo
que ocurrió con sus dos hermanos, a Chino nunca le intere-
só jugar al golf. Sin embargo, la tranquilidad con la que habla
adopta un tono de vehemencia si tiene que expresar lo que
representa el club de golf para él: “Cumpliendo la función de
caddie estás conociendo gente, aprendiendo cosas nuevas”.
Chino nunca pudo terminar de cursar la escuela, pero reco-
noce una por una las letras que conforman su nombre. Hoy
tiene 43 años y vive solo con sus dos pequeños hijos. Cuan-
do llega el momento de hablar del dinero, Chino duda, igual
que Liya, pero el suspenso dura menos: “Me iría del barrio,
pero no por la gente, sino por mis hijos”. No sabe de cuánto
dinero se trata, y hace la tentativa de redondear una cifra en
base a todas las cosas que oyó. “Compro una casa”, remata.
Cocoa ingresó como caddie en 1982 y hoy tiene 41 años.
Aún recuerda la tarde en que Fernando Cancela, un caddie
hora más tarde descargaban sus pertenencias en el barrio
Kennedy. Se hacía de noche, y el hombre del camión iba de
un lado a otro contando en voz alta sus pasos. Así fue como
les marcó el terreno donde podían levantar la casa. Esa era
la manera en que los primeros habitantes del Kennedy acce-
dían a su propio terreno.
Por los años en que sus hermanos pequeños, José Carlos y
José Eduardo, se criaban, Liya solía recorrer la playa vendien-
do helados. Una tarde del verano de 1971 en que la venta ha-
bía sido bastante mala, Liya subía desde el mar por la avenida
San Pablo cuando pasó por el frente del club-house. Sobre
las escaleras de acceso estaba sentado el caddie master. El
hombre lo llamó. Le dijo que en el club faltaban caddies y que
sería mejor que estuviera al tanto de lo que pudiera suceder si
quería trabajar de otra cosa. Al cabo de algunos días, Liya y su
madre empujaban un carro de pértigo repleto de leña contra
la subida de la calle que divide los hoyos 15 y 16. Desde la al-
tura donde se ubica el green del 15, otro hombre diferente le
pidió que se acercase. Liya dejó un instante a su madre junto
al carro y subió por un empinado talud. Debía presentarse al
día siguiente para recoger las pelotas de los jugadores. Al poco
tiempo aprendió las cosas básicas del golf y pudo salir a la can-
cha como caddie. Liya todavía recuerda la dureza del trabajo
al rayo del sol cargando con su pequeño cuerpo las bolsas de
palos que llevaban caños por dentro y cuya fina correa dejaba
de inmediato una marca profunda y roja sobre el hombro.
Cuando vi aquella cosa que era de tres pisos casi me caigo
de espaldas. Subimos y salimos mar adentro. Entonces ellos
me pidieron que preparara un mate. Cuando lo voy a ha-
cer me fijo en la yerba y era puro palo, una yerba argentina
asquerosa. Agarré la bolsa y la tiré al mar, así nomás. ¿Qué
hacés?, me dijeron. Yo esa yerba inmunda no tomo, dije. ¿Y
qué tomás?, me preguntaron. Yo tomo tal yerba. Y como se
ve que les recomendé bien la yerba torcieron el curso del
barco y salimos para Punta del Este. Bajamos, compramos y
salimos de nuevo para adentro del mar”. La anécdota hace
que Cocoa largue la carcajada y también el humo del cigarro
que acaba de armar. Su hija adolescente, que pela un bo-
niato del otro lado de la mesa, se sobresalta y lo observa un
poco sorprendida. A un paso, un par de conejos miran hacia
los costados tratando de captar el origen del bullicio y se
acomodan contra la estufa, aunque la estufa está apagada.
Pero el gesto de Cocoa cambia de golpe. Mira hacia su hija y
comenta: “Con decirte que una vez ella estaba enferma en el
hospital y yo precisé ayuda. Estaba mal la cosa. Llamé al telé-
fono de ellos y expliqué lo que le pasaba a mi hija. Al instante,
pero al instante tuve todo, todo lo que necesitaba. Así, de
una”. Para Cocoa, sin embargo, eso es parte de una época de
oro que ya no volverá. “Se perdió ese tipo de relación entre
ellos y nosotros. Ya no se da más. Y el club tiene la culpa”. Lo
mismo que sus hermanos, cuando se va a hablar del dine-
ro, sus palabras adquieren una gravedad mayor: “¿Qué es lo
“Se perdió ese tipo de relación entre ellos y nosotros. Ya no se da más. Y el club tiene la culpa”. Lo mismo que sus hermanos, cuando se va a hablar del dinero, sus palabras adquieren una gravedad mayor: “¿Qué es lo que quiero? Salir un poco del barro”.
del Kennedy que era entonces una promesa del golf, lo fue a
buscar para que le recogiera las pelotas mientras practicaba.
Cancela no es un apellido cualquiera. Entre los caddies na-
cidos o criados en el Kennedy se percibe otro tono de voz
cuando lo pronuncian. Fernando Cancela no tardó en con-
vertirse en un golfista profesional y pasar a representar al club
en el resto del país y en el exterior. Cocoa, por su parte, llegó
a ser 12 de handicap, y el golf es una parte grande de su vida.
“El trabajo de caddie es un trabajo cómodo. Trabajás todo el
día limpio. Socializás, conocés gente”. Su casa está entre la
de Chino y la de Liya, y allí vive con sus cinco hijos, una nuera
adolescente y un nieto de tres meses. (Cocoa está siempre
pendiente de sus hijos y por eso ha tenido inconvenientes
cuando su teléfono celular suena en el instante en que un
jugador está en medio de un swing. Los caddies tienen pro-
hibido el uso de los celulares mientras cargan los palos. Pero
eso a Cocoa no le importa: “Cuando yo salgo a trabajar a la
cancha dejo a mis hijos solos en casa. Si a alguno de ellos
les pasa algo, yo dejo la bolsa con los palos y me vengo con
ellos”.) Cuando Cocoa tenía más o menos la edad del hijo
que le dio un nieto, comenzó a llevarle los palos a una familia
de golfistas porteños. Primero cargó la bolsa del benjamín de
la familia, y más tarde pasaba a ser el caddie de todos según
la disponibilidad. A menudo, luego de finalizados los diecio-
cho hoyos, el patrón del momento invitaba a Cocoa a subir al
automóvil y lo conducía hasta el chalet que la familia poseía
en San Rafael, a una cuadra de la playa Brava. Allí almorza-
ba, merendaba o cenaba, según fuera la hora. Durante trece
veranos Cocoa fue uno de los caddies de aquellos padres y
aquellos hijos. Pero tuvo más patrones. Recuerda especial-
mente a otro matrimonio con hijos que lo invitaba a pescar
después de jugar. “Eran italianos. Una vez me dijeron que íba-
mos a salir a pescar en una lancha que se habían comprado.
Para mí una lancha era un bote con un motor fuera de borda.
88
89
que quiero? Salir un poco del barro”. Tampoco él conoce la
cifra, pero asume que será suficiente para comprar una casa
y guardar el resto. “¿Sabés cómo fue que empezó todo esto?
Empezó por veinte pesos. Veinte pesos”.
Fue el fin.
Veinte pesos
Liya pide unos minutos. Su mujer anda por el patio sacando la
ropa seca de la cuerda. Los dos hijos están dentro de la casa. El
hijo mayor de Cocoa se sube a su camioneta, una camioneta
cuyo modelo y color son difíciles de determinar, y sintoniza
una emisora de FM de Maldonado en la que hay un programa
de cumbia. Su cabeza apenas se recorta a través del vidrio tra-
sero. Están pasando una tanda, y el muchacho parece mirar
a través del parabrisas hacia nada en particular. Liya regresa
con una bolsa. “Estos eran los chalecos que nos empezaron
a dar para identificarnos”. Son unos chalecos que los caddies
debieron colocarse según su categoría (primera, segunda o
tercera). Los tres hermanos Sanes son caddies de primera. Las
normas de comportamiento o de presencia han sido siempre
muy estrictas. Un caddie mal afeitado o con un poco de pelo
largo normalmente se quedaba suspendido hasta que volvie-
ra en otras condiciones. Ningún caddie debía jamás tutear a
su patrón: el patrón siempre es “señor”. Y todo eso sin contar
varios destratos. Cuando aparecieron los chalecos distintivos,
muchos empezaron a quejarse por el calor que sentían. Fue
entonces cuando por primera vez en la historia les permitie-
ron usar pantalones cortos. La concesión no fue suficiente.
Había un malestar acumulado que se reveló un día en que
los caddies de tercera reclamaron un aumento de veinte pe-
sos (un dólar) en su tarifa por cargar la bolsa dieciocho hoyos.
La negativa por parte de la directiva del club desencadenó un
nuevo orden de cosas. Los caddies formaron un gremio y la
ley —una ley que tenía sin cuidado a esa parte del país—, ingre-
só en un mundo donde no había calado jamás. Desde la altura
del club-house, empezaron a leerse pancartas que anuncia-
ban el conflicto: Caddies del C.C.C. en negro. No nos conside-
ran trabajadores. Según Damián Corvalán, el abogado de los
caddies (también él un caddie con varios años de actividad),
el reclamo consiste en que se consideren los años de trabajo
de cada caddie y se abonen los aguinaldos y los salarios vaca-
cionales supuestamente adeudados, más una indemnización
acorde. El litigio ya lleva unos cinco años, y como las partes
no llegaron a ningún acuerdo, ahora la decisión final está en
manos de un juez. Corvalán asegura que cada caddie podría
percibir, en promedio, unos cien mil dólares. Al día de hoy, son
entre 70 y 80 caddies los que formularon la demanda, de los
que unos 25 son vecinos del Kennedy. Sin embargo, ciertos
caddies se abstuvieron. Mario, un caddie de primera de unos
35 años, residente en Maldonado, pero con una fuerte vincula-
ción con el Kennedy, sostiene que el asunto “no tiene sentido”.
Dice: “Se está quitando la posibilidad de que ese trabajo pue-
da seguir existiendo. Después van a meter carritos eléctricos y
olvidate de que vas a ver un caddie si el club pierde el juicio”.
El presidente de la comisión directiva del club de golf lamenta
profundamente que no se haya llegado a un acuerdo: “Somos
vecinos. Además, si el club llega a perder el juicio, desconozco
de dónde se podrá sacar el dinero para pagar lo que se exi-
ge. Habría que vender todo y cerrar”. El tema de los carritos,
como se les conoce a los coches eléctricos con los que los
jugadores pueden prescindir de los caddies, ha sido otro de
los puntos donde se ha centrado la lucha. Según Corvalán, los
caddies están buscando un entendimiento para que su fuente
laboral sea protegida y asegurada por el club, frenando el uso
de los carritos. Las asperezas continuaron. Hace unos pocos
veranos, los greens, esa vagamente circular porción de césped
delicado donde se ubica el hoyo con su bandera, amanecie-
ron dañados. El club apuntó las sospechas hacia los caddies,
temiendo una represalia gremial. “Eso no fue así”, sostiene
Cocoa: “Nosotros, los mismos caddies, empezamos a hacer
guardias, turnándonos todas las noches para cuidar los greens,
porque de eso dependía nuestro trabajo. Al final se supo que
eran unos de acá del barrio que no tenían nada que ver. Cru-
zaban y rompían para hacer daño. Pero no fuimos los caddies”.
Tres hermanos. Quizás trescientos mil dólares. O tres casas.
Liya mira hacia el fondo del terreno, donde al final de un pa-
sillo está la pieza que ocupaban su madre y su padrastro, el
padre de Chino y Cocoa. Hace poco más de un año que los
dos viejos dejaron de existir. Ahora los tres hermanos se re-
parten el espacio, comparten los patios y dejan que sus hijos
y sus perros corran por ahí. Es imposible saber si el invierno
que se acerca será el último que los encuentre reunidos en el
Kennedy. En invierno llueve más y en esas calles se forma un
barro que ingresa con facilidad a las casas. Es un barro que
está allí adherido, que no sirve para moldear nada.
90
91
Yo la escuchaba y miraba la tabla. En su choza no había mu-
cho más: un tapiz de cáñamo teñido, las paredes de barro,
fogón al fondo, dos ollas renegridas. Ella hablaba y hablaba;
yo le hacía de vez en cuando una pregunta, con esa caden-
cia lánguida de las entrevistas con intérprete: mucho tiempo
para no entender nada, para esperar la traducción, para ha-
cer fotos, para pensar en cosas. Yo pensaba, sobre todo, en
esa tabla y Saratou contaba, en su lengua, su segundo parto.
La habían casado poco antes de cumplir los doce, su primer
hijo había nacido muerto; un año después llegó el segundo:
–Cuando sentí que estaba ahí me encerré en un cuartito,
me puse en cuclillas, me agarré a la pata de una cama, recé,
LA ALLUHA DE SARATOU Y EL CHIVO MARTÍNImagen que se traduce en palabras. Uno de los mejores cronistas de habla hispana retrata la historia de vida de una mujer de Níger de la que recibió algo más que un regalo.
Texto y foto: Martín Caparrós
LA FOTO
92
93
rezaba mucho, y al final el bebé cayó sobre una esterilla que
había puesto en el suelo.
Saratou, después, había tenido otros once hijos y, por fin,
una fístula obstétrica, una de las enfermedades más terri-
bles, más clasistas en un continente donde mucho es clasis-
ta y terrible. Estábamos en Dakwari, aldea de Níger: casas de
adobe, ni luz ni agua corriente, hambre habitual, vidas que
no han cambiado nada en los últimos siglos. Níger es uno
de los países más pobres del mundo; es, también, un país
orgulloso. Yo entrevistaba a Saratou para una publicación de
Naciones Unidas sobre fístula; su historia era conmovedora
y yo no podía dejar de mirar esa tabla. Me sentía, por mo-
mentos, un canalla.
–Entonces llegó la partera, que cortó el cordón y puso la ca-
becita del bebé sobre una escoba para que no se ensuciara
en la arena, y después me senté mirando hacia La Meca y la
partera me dio al chiquito envuelto en un paño…
La tabla era lo que los musulmanes llaman alluha, una ma-
dera donde los alumnos de la madrassa escriben con un
cálamo los suras del Corán para memorizarlos. Después la
lavan, escriben otro sura: una libreta con una sola hoja. Y yo
me preguntaba qué era lo que me fascinaba en ella: si su
olor de un tiempo muy pasado, si ese dibujo de las letras, si
la madera como papel antiguo.
Hablamos –yo la escuchaba, hacía preguntas– dos, tres ho-
ras. En algún momento, Saratou notó que yo miraba su tabla
demasiado, y me preguntó –a través de la intérprete– por
qué. Se sonreía: hacerme una pregunta era invertir los ro-
les, un gesto de audacia que la puso nerviosa. Yo intenté ser
amable: le dije que me parecía tan bella, que la felicitaba. Ahí
estuvo mi error: después me explicaron que un elogio así, en
su cultura, es un pedido que no se puede rechazar.
–Se la quiero regalar. Por favor, llévesela.
Me dijo Saratou, por interpósita persona, y yo por interpósita
le dije que no, que muchas gracias, y ella que sí, que por fa-
vor, y yo que no, le agradezco muchísimo, y ella, la cara cada
vez más seria, que si no la llevaba la ofendía. La intérprete me
explicó que mi rechazo resultaba violento: como decirle que
su tabla no estaba a mi altura, que ella no estaba a mi altura,
que las despreciaba como sólo los blancos saben despre-
ciar. Estaba en un problema –y sonreí.
Sonreír, cuando no se puede hablar, te compra tiempo. Nos
sonreímos, con Saratou, un momento, y mientras fui pen-
sando mi propuesta. Ella me había contado que cuando se
enfermó no pudo cuidar su rebaño y sólo le habían quedado
dos cabritas que, sin macho, no se podían reproducir. Enton-
ces yo le dije que le quería regalar un chivo, y que me sentiría
muy mal si me lo rechazaba.
Mientras la intérprete interpretaba, Saratou sonreía de otra
manera: con una especie de alegría. No era fácil conseguir el
chivo: había que comprarlo en un pueblo a diez kilómetros
que tenía un mercado de los jueves –y era martes. Convini-
mos en que yo le daría la plata y ella lo compraría; fue enton-
ces cuando se me ocurrió la tontería. Le daría, además, di-
nero para alimentar al chivo por un año con una condición:
que lo llamara Martín. Saratou soltó la carcajada. Después
me dijo que ese chivo le iba a cambiar la vida y que me re-
cordaría para siempre.
No fue fácil pasar con mi alluha por los aeropuertos: sobre-
salía del bolso y era visiblemente árabe. Por unos días fui un
terrorista descarado, uno que no se resignaba a la clandes-
tinidad. Llegué, por fin, a París una mañana muy temprano;
antes de subir a casa de mi primo Sebastian compré unos
croissants en la panadería. Mientras desayunábamos les
conté la historia de mi alluha y el chivo Martín; nos reímos y
Laurence, su mujer, me preguntó cuánto costaba el animal.
Recién entonces hice la cuenta y descubrí, con horror, que
igual que esos croissants.
“Saratou notó que yo miraba su tabla demasiado, y me preguntó –a través de la intérprete– por qué. Se sonreía: hacerme una pregunta era invertir los roles, un gesto de audacia que la puso nerviosa”.
LA FOTO
94
95
Parada sobre los escalones del panteón de la familia Rouillón,
tiene el pelo rizado y a medias cubierto por un gorro. Mira hacia
el suelo, pálida, con expresión de tristeza. En la mano izquier-
da sostiene un puñado de flores que parecen a punto de caer.
Lleva una especie de túnica, algún tipo de vestido que hace mu-
cho tiempo dejó de usarse. Sus alas están rebatidas en señal de
duelo. Tallada en mármol de carrara por Luis Fontana en 1891,
es la más antigua de sus esculturas en el cementerio El Salvador.
El tiempo transcurrido apenas se nota. La escultura está intacta;
sólo tiene tierra adosada en la parte trasera de las alas, como
si al aterrizar algún desperfecto hubiera hecho revolcar a ese
ángel en el barro. Cada detalle se distingue a la perfección; las
plumas de paloma desparramadas en los escalones parecen ha-
ber caído de las alas de aquella mujer apesadumbrada.
Proveniente de Italia, como miles de connacionales que lle-
gaban a hacerse la América, el arquitecto Luis Fontana desem-
barcó en una Rosario que tenía 50 mil habitantes y crecía
a ritmo frenético. De su estudio de escultura, el primero de
la ciudad, salieron muchas de las estatuas y panteones que
todavía persisten tras los muros del cementerio El Salvador.
Una burguesía sostenida en el modelo agroexportador, que
buscaba diferenciarse tanto en la vida como en la muerte y
ostentar su carácter acomodado, encontró en él su artista
funerario predilecto.
La calle principal del cementerio está repleta de panteones
majestuosos. “Es como el Paseo del Siglo. Antes, los rosarinos,
LA HORA DE LOS ÁNGELES
Luis Fontana
Por Lucas García / Fotos: Héctor Rio
ARTE EN ELCEMENTERIO
Testimonios del pasado y del modo en que una clase se vio a sí misma, las esculturas de Luis Fontana se despliegan en el cementerio El Salvador como en un museo a cielo abierto.
Juan M. Ortiz / L. Fontana, 1893.
cuando tenían plata, se querían hacer la casa en la calle Córdo-
ba”, dice Mariana Rodríguez Hertz, presidenta de la Asociación
Amigos del Cementerio El Salvador. Mientras las familias promi-
nentes comenzaban a construir sus mansiones sobre el bule-
var Santafesino (hoy Oroño), como un reflejo fúnebre, hacían
lo propio con sus residencias post mórtem; y el contraste
que generaban con los austeros nichos de la gran mayoría
también lo producían al comparar los metros cuadrados de
sus panteones con las hacinadas habitaciones de conventillo
en que vivían los obreros de la época.
“La gente se entierra como vive –explica Rodríguez Hertz–, y
Fontana era un señor de moda. De Génova venían catálogos
con los modelos, vos elegías y te mandaban las estatuas hechas.
O si tenías más plata se la encargabas directamente a Fontana”.
Museo fúnebre
El sol se escabulle entre los panteones y las cúpulas y, por mo-
mentos, encandila sin piedad. Los ángeles siguen petrificados
y con sus alas quietas; de pronto una paloma vuela hasta el
arrasado panteón de Camilo Aldao. En las paredes exteriores
crecen algunos yuyos; adentro parece como si Van Helsing
hubiese acribillado al conde Drácula: el piso está cubierto de
partes de revoque, vidrios y maderas rotas, las tapas de los ni-
chos yacen hechas pedazos en el suelo y hasta los ataúdes
están abiertos y destrozados; lo único sano es un vitral con la
imagen de Jesús. Atrás, en las catacumbas del sótano los
96
97
Un legado artístico cargado de expresión y sentimiento situado en un lugar
poco habitual, resignificado por el aura de misterio.
Familia Luis Pinasco / L. Fontana, 1902.
féretros están apilados como cadáveres en una fosa común.
Distinta es la suerte de las otras obras de Fontana. Reflejada en
los vidrios de la puerta de Aldao, la cripta de la familia Carreras
muestra en uno de sus tapiales una mujer asustada, tallada en
bronce. Aferrada al marco de la puerta, la figura no entiende
las razones de un ángel que la toma y le señala el cielo, como
si quisiera llevarla en su vuelo. El polvo, el viento y la lluvia han
dibujado lágrimas en sus mejillas. Muy cerca, sobre el techo de
los Pinasco, un ángel de alas rebatidas y espada apuntando ha-
cia el suelo –señal de que ha terminado la batalla– protege un
Lucio Fontana escultor
El apellido Fontana aparece en diversas firmas de obras
en el Cementerio El Salvador: Luis Fontana,
L. Fontana, Fontana y Scarabelli, L. Fontana y Scarabelli,
y Fontana y Cia. Más reconocido que Luis Fontana
fue su hijo Lucio, nacido en Rosario en 1899 y radicado
más tarde en Italia, donde se consagró como artista.
También escultor, Lucio Fontana trabajó con su
padre en arte funerario. Sin embargo, es difícil acreditar
que haya realizado alguna de las esculturas del
cementerio. La única obra atribuible fuera de duda
a Lucio Fontana es la escultura en bronce negro
con la que el pueblo de Rosario homenajeó a la
educadora de los humildes, Juana Blanco, en 1927.
Lo dice la firma: “Lucio Fontana Escultor”. Su obra
emblemática está fuera del cementerio: El sembrador,
el bajorrelieve gigante que mira al río Paraná desde
las barrancas del parque Urquiza, tapando lo que
antiguamente era un túnel ferroportuario.
Juana Blanco, de Lucio Fontana.
Familia Gueglio / Fontana y Scarabelli.
sarcófago de piedra. Debajo suyo una inscripción en latín pide
por el descanso eterno del difunto; también aparecen la cruz,
el alfa (principio) y el omega (fin), y el crismón (un monograma
que refiere a Cristo en base a las letras griegas X y P).
Las obras de Fontana se codean con las de otros artistas ilus-
tres, como Guido, Scarabelli, Barnes o Vanzo. Un legado artís-
tico cargado de expresión y sentimiento situado en un lugar
poco habitual, resignificado por el aura de misterio, supersti-
ción y trascendencia inherente a la necrópolis. Testigos de una
época en que la muerte era una ceremonia que iba más allá
del velatorio, cuando los vivos iban al encuentro de los muertos
en el cementerio. El arte como representación de la tragedia.
“Una de nuestras misiones, con las visitas guiadas, es que la
gente empiece a ver al cementerio con otros ojos –cuenta
Mariana Rodríguez Hertz–. Aquí hay más obras de arte que en
ningún otro lugar de la ciudad. A lo lejos un guardia grita para
avisar que están por cerrar. Es la hora: el sol se retira y las som-
bras de las estatuas comienzan a extenderse por los corredo-
res, como si adquirieran vida con la oscuridad que avanza.
98
99
EL MOLINO
“La palabra dice «molino», de mo-
ler, pulverizar en partes, hacer li-
viano lo pesado, destrozar el todo
y alcanzar la sutileza. Homenaje al
mundo del trabajo. Organización
de cooperativas de diseño. Punto
de cruce ciudadano a través de la
construcción de bienes culturales”.
Con esta definición se presenta El
Molino Fábrica Cultural, el espacio
intervenido en la manzana com-
prendida por las calles Castellanos,
República de Siria, bulevar Gálvez y
Pedro Víttori, de la ciudad de San-
ta Fe, para poner a punto lo que
promete ser una gran empresa
cultural. El viejo molino Franchino
se convirtió en un lugar dedicado
al desarrollo de actividades didác-
ticas y expositivas vinculadas al
diseño, especialmente industrial,
una “usina” destinada al funciona-
miento de una escuela de artes y
oficios, y a la exhibición tanto del
producto terminado como de sus
procesos de fabricación y diseño.
Inaugurado en diciembre de 2010,
El Molino Fábrica Cultural presenta
en su primera etapa los espacios
“Apto para todo ser”, “Apto para
todo encuentro”, “Apto para todo
hacer” y “Apto para todo juego/
fuego”, planteados por la división
de soportes materiales y no por
disciplinas o ejes temáticos, a fin
de desarrollar una idea de proce-
so, para contribuir al fomento de
los vínculos afectivos y sociales,
y a la relación de cultura y tra-
bajo. La obra fue realizada por la
Unidad de Proyectos Especiales
del Ministerio de Obras Públicas
y Vivienda de Santa Fe, a cargo
de Luis Lleonart, Silvana Codina y
Francisco Quijano, con planifica-
ción conceptual del espacio por
parte del Ministerio de Innova-
ción y Cultura.
ESCRITO EN LA CALLE
Grafiti, calle Sarmiento al 300, Rosario.
FUERA DE AGENDA
Rosario cuenta entre su valioso
legado arquitectónico con una
de las expresiones más puras del
Art Nouveau de todo Latinoamé-
rica. La majestuosa casona de fa-
chada floral y curvada se erige en
pleno centro de la ciudad –Presi-
dente Roca al 400- y si bien no
está abierta al público puede ser
disfrutada desde la calle. Flores,
tallos y hojas, curvas femeninas,
trazos sutiles y formas orgánicas
son algunos de los recursos esté-
ticos que caracterizan al género.
Fotógrafos rosarinos es una co-
munidad virtual que nuclea afi-
cionados y profesionales de la
fotografía de la ciudad de Rosario
y sus alrededores a fin de generar
un espacio de encuentro e inter-
cambio. Muestras, charlas, con-
vocatorias, concursos, noticias,
compra-venta de equipamiento,
información sobre escuelas de
fotografía, son algunos de los
datos que se difunden. Sus in-
tegrantes comparten su propio
trabajo fotográfico y organizan
concursos internos online.
QUIERO RETWITTER:
Javier Malosetti
El mate amargo y los scons q
hizo Andrea recién combinan c el
día como Lennon y Mc.Cartney
desde mi ventana veo la copa de
un árbol con 3 nidos de hornero.
todo un barrio. nice.
Liniers
¿Por qué cada vez que en los
noticieros dan la noticia de que
hace frío muestran gente cruzan-
do alguna avenida?
Se casaron William y Kate, beatifi-
caron al Papa, mataron a Bin La-
den…Mucha gente en las calles,
avisen al pibe de GH que no es
por él.
Che cuenten quien gana el Gran
Hermano…Me interesa mucho…
También: cuál es el producto
bruto de Nueva Zelanda.
Dante Spinetta
Hoy me voy a desarmar en el espacio pero cuando me vuelva
a unir voy a contar con nuevas
partículas planetarias en mi ge-
nerika…u feel me?
Mataron a Bin Laden… ¿y a Geor-
ge Bush no?
BUSCADOR
100
101
MEMORIA DEL MIEDOJuan Gabriel Vásquez
Nacido en Bogotá en 1973 y residente en Barcelona, ganó el Premio Alfaguara de Novela por El ruido de las cosas al caer. El pasado reciente de Colombia, la droga y la violencia, en un
cruce impecable de historia y ficción.
Entrevista de Osvaldo Aguirre
LAS POSIBILIDADES DE LA NOVELA
Una apretadísima biografía de Juan Gabriel Vásquez de-
bería contener estos datos: que nació en Bogotá en 1973;
que estudió literatura hispanoamericana en París y en 1999
se instaló en Barcelona, donde vive; que publicó un libro de
relatos, dos novelas, una recopilación de artículos críticos y
una biografía de Joseph Conrad; que ganó varios premios,
entre ellos el de Periodismo Simón Bolívar por “El arte de la
distorsión”, un ensayo que contiene su clave poética; que tra-
baja como traductor y a su vez ha sido traducido a catorce
lenguas. Y que es el ganador del Premio Alfaguara de Novela
2011, uno de los más importantes en lengua española, por El
ruido de las cosas al caer.
Las relaciones de historia y ficción atraviesan la reflexión y la
escritura de Vásquez. En “El arte de la distorsión” sostiene pre-
cisamente que la idea de que toda historia es ficción, que su-
mió en debates a los historiadores, “ha tenido el efecto curioso
de liberar por fin las posibilidades de la novela”, y en concreto
“ha permitido a la ficción ganar una libertad inédita: la libertad
de distorsionar la historia”. Pero el novelista no se desentiende
del alcance de los hechos: “Transpuesta en un contexto distin-
to del que les propio, rodeada de ciertas ficciones bien escogi-
das por el narrador, la historia nos revela sus secretos con más
generosidad que la historiografía más exhaustiva”.
En la novela Los informantes (2004) Vásquez abordó un tema
lateral del pasado de su país: el alineamiento de Colombia
con los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y
la equívoca persecución de ciudadanos alemanes por parte
del gobierno del presidente Eduardo Santos. En Historia se-
creta de Costaguana (2007) comenzó donde terminaba una
invención de Conrad, el país sudamericano y ficticio que hizo
de escenario a la novela Nostromo, y compuso una historia
en base a la posibilidad de que el escritor polaco haya estado
en Colombia y que su ficción estuviera inspirada en la historia
política del país.
El ruido de las cosas al caer comienza con un curioso suceso
histórico: la fuga y persecución de un hipopótamo, una de
las criaturas que Pablo Escobar, legendario narcotraficante
de Medellín, tenía en su zoológico privado. Ese episodio es
el punto de partida de la memoria del narrador, Antonio Ya-
mmara, y de sus diálogos con Ricardo Laverde, un piloto que
acaba de pasar veinte años en prisión. Memoria quiere decir
aquí imaginación, reinvención de la historia, ficción. Pero una
ficción que retorna sobre la historia que la alumbró, y la re-
descubre en nuevas lecturas.
PRIMERAPERSONA
A mediados de 2009, tal como el narrador de mi novela, des-
cubrí la foto del hipopótamo muerto en las páginas de la revis-
ta colombiana Semana. Hasta entonces apenas si había tenido
noción de que esos animales seguían existiendo: como llevo
varios años fuera de Colombia, he perdido contacto con al-
gunas cosas, y una de ellas es la nueva vida del zoológico de
Pablo Escobar. Yo llevaba ya un año trabajando en esta novela
pero fracasando estrepitosamente: había logrado saber algo
acerca de Ricardo Laverde, pero poco más. La imagen del hi-
popótamo muerto me provocó una sensación impredecible:
fue como si sólo ahora, en 2009, se cerraran para mí los años
80 y primeros 90, esa época en que los bogotanos crecimos
con las bombas, los asesinatos políticos y en general la guerra
de Escobar contra el Estado colombiano. En ese momento
supe qué novela quería escribir, cuáles eran los temas.
Si el acto de recordar está muy presente en el libro, así como
lo estaba en Los informantes, es porque para mí, como decía
Sebald, la memoria es el espinazo moral de la literatura. Re-
cordar es un acto moral, ¿no? Pero eso no quiere decir que
sea fácil. Muchas veces recordamos con esfuerzo, a pesar de
nuestro impulso natural, que sería el olvido. Muchas veces el
olvido es lo que nos pide el cuerpo y sin embargo recorda-
mos, recordamos para que algo no muera, para encontrar-
le sentido al pasado. La comprensión va en detrimento del
bienestar, digamos. A esa tensión, que está en todos noso-
tros, se refiere el narrador. Pero ya decía Francisco Ayala que
la literatura es memoria perfeccionada.
El novelista tiene total libertad, pero eso no quiere decir que
siempre pueda usarla. Creo que cada novela tiene que “me-
recer” el derecho de distorsionar la verdad conocida, y hay
que cuidarse mucho de los novelistas descuidados, perezo-
sos o carentes de rigor que se escudan en su libertad para
cometer imperdonables errores históricos. Lo que yo defien-
do es el derecho del novelista de faltar a la verdad histórica
cuando hacerlo sirve para traer a la luz verdades poéticas o
metafóricas. Si no es para eso, si la distorsión es gratuita, no
le veo yo mucha razón de ser.
Yo he sido un entrevistador obsesivo y un poco imprudente
para mis novelas, pero en ésta no lo fui, y eso por una razón
sencilla: es la novela más personal que he escrito, y quería
que uno de los temas fuera la memoria que el narrador tiene
del miedo, como la comparte con los que lo rodean, más
que la precisión de la verdad sobre Escobar. Los colombia-
nos crecimos con versiones distintas de esas leyendas sobre
Escobar; yo quería que en la conciencia de mis protagonistas
estuvieran esas leyendas con las que crecí yo, en lugar de
regalarles el beneficio de una verdad depurada y obtenida
cómodamente desde el futuro.
Esta novela como tragedia. Sí, hay algo de eso, el narcotrá-
fico como la falla metafísica que tiene cualquier Hamlet o
cualquier Otelo, algo que nos condena desde dentro. Yo
no soy muy amigo del verbo revelar aplicado a una novela,
pero sí del verbo explorar; y lo que he querido explorar son
103
Los billares de la calle catorce
El día de su muerte, a comienzos de 1996, Ricardo Laverde
había pasado la mañana caminando por las aceras estrechas
de La Candelaria, en el centro de Bogotá, entre casas viejas
con tejas de barro cocido y placas de mármol que reseñan
para nadie momentos históricos, y a eso de la una llegó a los
billares de la calle catorce, dispuesto a jugar un par de chicos
con los clientes habituales. No parecía nervioso ni perturba-
do cuando empezó a jugar: usó el mismo taco y la misma
mesa de siempre, la que había más cerca de la pared del
fondo, debajo del televisor encendido pero mudo. Comple-
tó tres chicos, aunque no recuerdo cuántos ganó y cuántos
perdió, porque esa tarde no jugué con él, sino en la mesa de
al lado. Pero recuerdo bien, en cambio, el momento en que
Laverde pagó las apuestas, se despidió de los billaristas y se
dirigió a la puerta esquinera. Iba pasando entre las primeras
mesas, que suelen estar vacías porque el neón hace sombras
raras sobre el marfil de las bolas en ese punto del local, cuan-
do trastabilló como si hubiera tropezado con algo. Se dio
la vuelta y volvió adonde estábamos nosotros; esperó con
paciencia a que yo terminara la serie de seis o siete caram-
bolas que había comenzado, e incluso aplaudió brevemente
una a tres bandas; y después, mientras me veía marcar en
el tablero los tantos que había conseguido, se me acercó y
me preguntó si no sabía dónde le podían prestar un aparato
de algún tipo para oír una grabación que acababa de recibir.
Muchas veces me he preguntado después qué habría pasado
si Ricardo Laverde no se hubiera dirigido a mí, sino a otro de
los billaristas. Pero es una pregunta sin sentido, como tantas
que nos hacemos sobre el pasado. Laverde tenía buenas ra-
zones para preferirme a mí. Nada puede cambiar ese hecho,
así como nada cambia lo que sucedió después.
(De El ruido de las cosas al caer)
Yo no soy muy amigo del verbo revelar aplicado a una novela, pero sí del verbo explorar; y lo que he querido explorar son ciertas preguntas. ¿Qué implicó para toda una generación ser contemporánea del narcotráfico?.
ciertas preguntas. ¿Qué implicó para toda una generación
ser contemporánea del narcotráfico? ¿Cómo nos marcó esa
presencia a quienes vivimos al margen de ella, que fuimos los
más? Y sobre todo: ¿cómo nos marcó el miedo que sentimos
en una época, cómo marcó ese miedo nuestra conciencia,
nuestras relaciones íntimas?
El novelista es quizás la única persona que escribe mejor cuan-
do está lejos, ya sea en el espacio o también en el tiempo (a
veces se necesitan décadas para que un tema pueda ser tra-
tado en la ficción literaria). Tal vez sea una cuestión de tempe-
ramento, pero la distancia es lo que yo necesito. Quizás sea
porque estar lejos da libertad o incluso impunidad.
Buena parte del boom latinoamericano ejerció una influencia
decisiva en mi vocación. La lectura de Borges cambió mi vida
y la sigue cambiando todos los días: su fantasma está pre-
sente en Los informantes, aunque no se vea. Con Cien años
de soledad comencé a pensar que quería ser escritor. Vargas
Llosa ha marcado de una manera muy intensa mis ideas so-
bre la disciplina, la terquedad, la ética del novelista, y tengo
con sus libros una deuda impagable. Lo mismo, aunque de
manera distinta, sucede con Cortázar, a quien sigo releyendo
con cariño y del cual me interesa hasta lo malo. Una novela
como Terra Nostra, de Carlos Fuentes, susurra en las esqui-
nas de Historia secreta de Costaguana. Y en cuanto a El ruido
de las cosas al caer, cualquier buen lector de Onetti sentirá
allí su presencia vigilante.
104
105
Jorge Leonidas Escudero es el artista más valioso y querido
de San Juan. Hay que remontarse a Domingo Faustino Sar-
miento para encontrar a un sanjuanino tan reconocido en su
provincia. Un verdadero símbolo de creatividad y pertenen-
cia. Sus textos, además de deslumbrar en excelentes libros,
también integran el cancionero popular cuyano, a través de
cuecas y zambas que el poeta compuso y que se cantan en
peñas y reuniones, que se difunden por la radio y suenan por
las calles de San Juan y Mendoza. A sus 90 años, el hombre
es profeta en su tierra.
Sin embargo, salvo por el entusiasmo de lectores y entendi-
dos, Escudero todavía es un desconocido para el gran pú-
blico. La reciente aparición de Poesía Completa (Ediciones
en Danza), un volumen que compila los veinte títulos que
publicó entre 1970 y 2010, es un aporte esencial para instalar
una poética profunda y singular en la consideración popular.
Por Javier Cófreces / Fotos: Marisa Negri
Escritor autodidacta, minero, jugador empedernido. Celebrado en su San Juan natal perodesconocido por el gran público. La edición de su Poesía Completa es un aporte decisivo para que su obra alcance el merecido reconocimiento nacional.
EL BUSCADORDE PALABRAS PRECIOSAS
Escudero goza del aprecio de los cuyanos. A pesar de la sen-
cillez que trasunta, su carisma personal genera un inmenso
fervor entre sus seguidores, ya sean intelectuales o no, ya
sean lectores o no. “Desde siempre ando buscando lo que
llamo «la palabra única». Pretendo que esa palabra encierre
el sentimiento de lo que quiero decir. En eso estuve en la
consecución de los años. Lo haré hasta que el impulso se
acabe y me diga que ya no tiene vuelta. Entonces me callo
para todo el viaje.”, dice el poeta.
Escudero nació en San Juan en 1920. Terminó la escuela y
cursó estudios de agronomía en Mendoza, carrera que aban-
donó para emprender la tarea que marcaría su vida para siem-
pre. Se fue a la montaña a buscar oro y piedras preciosas. Lo
hizo durante muchos años, de la forma más rudimentaria y
artesanal. Montado en una mula y provisto de herramientas
rústicas y primitivas. Los resultados de esa búsqueda fueron
dimiento aurífero la perdió en una apuesta con otro minero.
Lo explica: “El juego para mí tiene una importancia absoluta,
en cuanto el juego es la posibilidad de que yo pueda experi-
mentar lo más sustancioso e importante que pueda haber en
mis personalidades humanas… descubrir lo desconocido, lo
que está un poco más allá”.
Su poesía además de hablar de las montañas y del juego,
habla de todo aquello que Escudero encontró y perdió en su
magros. Nunca encontró lo que buscaba. Lo más preciado
que rescató fue una colección de piedras que instaló en una
vitrina de su casa, que todavía conserva y exhibe con orgullo.
A los 50 años se animó a publicar su primer libro de poemas,
La raíz en la roca, cuyo título resultó ser una verdadera ale-
goría de su vida. La fuente de inspiración para instalarse en
la lírica surgió de un primo suyo, Carlos Guido Escudero, un
poeta que se quitó la vida a los veinticinco años y por quien
el buscador de oro sentía una profunda admiración.
“Ese primo mío me dio el empuje, porque yo lo veía a él que
escribía con tanta fe en la poesía, entonces yo me propuse,
pero no había entonces poemas mayormente. Hice un acrós-
tico a una mujer de la que me enamoré allá por Jachal alguna
vez. Tiempo después apareció mi primer libro”, cuenta.
Desde joven lo entusiasmó el juego, el azar, los naipes, la ru-
leta. Se cuenta que la única mina que descubrió con alto ren-
LIBROS
Nunca encontró lo que buscaba. Lo más preciado que rescató fue una colecciónde piedras que instaló en la vitrina de su casa, que todavía conserva y exhibe con orgullo. A los 50 años se animó a publicar su primer libro de poemas.
Jorge Leonidas Escudero, el poeta minero
106
107
vida, esperanzas, recuerdos, amigos y amores. En cuarenta
años escribió 20 libros de poemas. Sin embargo, recién en
los últimos tiempos su obra es valorada en todo el país.
Dueño de una poética personalísima, basada en el hablar
cotidiano de la zona. Matizada con versos y construcciones
lingüísticas muy particulares, en las cuales pueden faltar o
sobrar letras. Pueden aparecer expresiones desconocidas,
modismos desusados y términos sorprendentes. Inventó
una sintaxis poética a su gusto. En definitiva, Escudero cons-
truyó una lírica inimitable que le permitió conquistar fervo-
rosos lectores que disfrutan de su originalidad creativa y
conmovedora. “Yo no trato de experimentar absolutamente
nada –señala–. Yo trato de darle expresión a algo que quie-
ro decir y que no hallo cómo decirlo, entonces tengo que
intentar caminos para decirlo; entre esos caminos está que
yo a veces cuando escribo saco unas letras del texto y no las
pongo. El oído mío me dice que esa letra no puede entrar
ahí, porque está de más”.
La edición de Poesía Completa, por una editorial de Buenos
Aires con alcance nacional, ratifica que Escudero ya no puede
ser considerado sólo como un poeta regional apreciado sólo
en su comarca. “Por prepotencia de trabajo”, por sus versos
sencillos y luminosos, debe ser considerado como uno de los
grandes escritores argentinos, a pesar de que en su provincia
lo sigan llamando Chiquito. “Justifico la existencia de la poe-
sía porque creo que uno dice con toda buena fe para tratar
de investigarse a sí mismo –explica–, y que eso que le pasa
también le ocurre a otra persona que no lo puede expresar.
La poesía permite tender una mano y sentirse comprendido”.
Ya no puede ser considerado sólo como unpoeta regional apreciado sólo en su comarca. “Por prepotencia de trabajo”, por sus versos sencillos y luminosos, debe ser considerado como uno de los grandes escritores argentinos, a pesar de que en su provincia, lo sigan llamando Chiquito.
Dos poemas
Lágrimas ocultas de tu viaje
Te vas, pero quedándote.Me quedo, pero voy con vos.Volamoscomo dos mariposas unidas por un hilo,uno en el otro, y el susurrode nuestros nombres impregna el aire.
De modo que te vas pero quedándotey yo al permanecer aquí te sigo.
Los árboles del otoño y esoque dicen desde siempre en los caminos, esono nos importa hoy porque estamos alegres,porque estás de viaje.
Que me llevas a una ciudad lejana dicesy yo te sostengoen mi pueblo de siempre y te acaricio.
La palabra única
Sigo aquí en el camino de otras veces, escarbo,m’encaramo en las palabras, mirocielos a ver si la palabra únicame resume todo lo a decir.
Sigo esto y escribo como que soy mandadoA encontrar arduamente lo que aún no asomapero lo atisbo.Una esperanza bruta me asiste.
Y voy a lo invisible sin saber quéni cuando ni sipodré poner pie nel umbral deo me consumiré andando el camino.
¿Estoy quizá hablando de la nadao del todo que es lo mismo?¿Será eso elsilencio total ah? Me asusto:¿buscar la palabra única seráinstinto de muerte?
LIBROS
108
109
Recuerdos e imágenes de Santa Fe en el siglo XVIII
Hacia allá y para acá el libro del
sacerdote jesuita Florian Paucke
(1719-1780) que publica la Se-
cretaría de Producciones e In-
dustrias Culturales de Santa Fe
(primero de la serie Signo San-
tafesino que conmemora el
Bicentenario) es un trabajo deli-
cadísimo y enorme, para el que
los editores Pedro Cantini y Nora
Avaro se contactaron con el con-
vento austríaco de Zwettl, donde
se conserva el original de Paucke,
para lograr unas reproducciones
impresionantes de esas acuarelas
e ilustraciones con las que el cura
describió el día a día de su vida
en la colonia San Javier. Las más
de 150 ilustraciones, a todo color
(170 páginas), están acompaña-
das por fragmentos de las me-
morias de Paucke, que comple-
tan enteras el libro en un cedé,
en formato digital. Las imágenes
son el primer paisaje retratado de
Santa Fe y también unas de las
primeras del territorio argentino
en gestación. Paucke estuvo 20
años en este territorio (de 1748
a 1768) y comenzó a escribir su
libro en 1773, cuando ya había re-
gresado a Europa.
El sentido de lo inclasificable
“En cuanto sentido –dice Elvio E.
Gandolfo– no es en absoluto lo
mismo decir «El libro de los escri-
tores» que «The Book of Writers».
El primero trae asociaciones de
libros para fin de año, recetarios
de cocina o álbumes o libros para
regalos. El segundo, en cambio,
me hace recordar muchos «The
Book of…»: sails, cats, stones, in-
cluso Saturday. Libros de veleros,
gatos, piedras preciosas o del día
sábado (un conjunto misceláni-
co para entretenerse ese día de
la semana, que solía hojear en la
biblioteca del Instituto Anglo de
Montevideo), libros que tendía a
explorar en detalle“. De ahí el título
para The Book of Writers (Caballo
negro, Córdoba), un inclasificable
libro de narrativa que asocia la fic-
ción, el ensayo y la autobiografía
para construir, en clave, cifrados
por el oficio mismo de narrar, un
conjunto de retratos de escritores
argentinos contemporáneos.
Una fábrica, un barrio, una historia
Surgido en el marco del Presu-
puesto Participativo, el proyecto
Historia, Identidad y Perspectiva,
que coordina el Centro Municipal
de Distrito Sudoeste y la Secreta-
ría de Cultura y Educación de la
Municipalidad de Rosario, recu-
pera en El libro de Barrio Acindar
(Editorial Municipal Rosario) una
compleja historia fabril y barrial
a partir del aporte de sus propios
protagonistas, los ex trabajadores
de la planta siderúrgica y los an-
tiguos y nuevos vecinos del ba-
rrio, uniendo sus diferentes voces
e imágenes como las líneas de
un mapa susceptible de nuevas
exploraciones en la memoria y
el presente. Una historia con un
punto de partida preciso: “Acá ha-
bía una zona de quintas, de pas-
toreo, tenían vacas. Todavía que-
dan pinos de antes del barrio. No
había ni pavimento ni medios de
transporte, no había nada –cuen-
ta un ex trabajador metalúrgico y
antiguo vecino del barrio–, hasta
que en 1942 empezaron a cons-
truir la fábrica.”
Poeta de la vida posible y plausible
Ediciones De Aquí a la Vuelta y
Ediciones del Centro Cultural de
la Cooperación se unieron en la
edición de la Poesía completa del
gran poeta paraguayo Elvio Rome-
ro (1926-2004). Publicado con el
auspicio del Fondo Nacional de la
Cultura de Paraguay, el libro reúne
los poemas que Romero comenzó
a publicar en 1947. “Elvio Romero
es un poeta de la vida, simboliza-
da por el fuego en sus composi-
ciones. Pero de la vida posible y
plausible, donde reine la justicia y
el amor, y sobre todo en su país, el
Paraguay, maltratado por la tiranía
y la existencia de dos naciones: la
del interior y la del exilio”, dice José
Vicente Peiró Barco en el prólogo.
BUSCADOR
110
111
112
113
1nº
32 pies es una medida que indica profundidad y navegabilidad. Un dato indis-
pensable para quienes se aventuran por el río Paraná. Una referencia esencial
para quienes saben que cultura implica fluidez y libertad.
32 pies nace en relación directa a una obra que sintetiza verdad y belleza.
Uno de los más destacados arquitectos del mundo, Oscar Niemeyer, diseñó
un gran teatro para Rosario. Un Puerto de la Música enclavado en un puerto
de trabajo.
Un teatro como no existe ningún otro en el mundo. Un teatro que será escuela
de artistas y museo. Un teatro pensado para estar al alcance de todos. Un
enorme y novedoso espacio público. La primera obra del genial constructor
de Brasilia en Argentina. El Puerto de la Música aparece como un desafío y una
esperanza. Un faro sobre el río. Como lo anunció su creador: una señal de
unidad para los pueblos de Sudamérica. La cultura es nuestra casa común.
Esta publicación pretende acompañar el avance de esta idea que nació de un
dibujo hecho con plumín por un genio centenario. Se propone registrar,
haciendo eje en la región litoral, las manifestaciones artísticas de los países que
integran el Mercosur. Sus personajes, sus historias, las nuevas tendencias, lo
clásico y lo moderno, lo popular. Las crónicas, entrevistas, investigaciones,
informes especiales y foto reportajes, tienen una premisa fundacional: estar a la
altura de una obra tan osada como formidable.
Editada por la Fundación Puerto de la Música, una organización sin fines de
lucro conformada por representantes de entidades públicas y privadas de Santa
Fe, y realizada por un calificado grupo de periodistas, escritores, fotógrafos y
diseñadores, 32 pies está pensada como una publicación coleccionable
y de periodicidad trimestral que contará con la participación de prestigiosos
colaboradores.
32 pies es una medida que indica profundidad y navegabilidad.
32 pies es la medida de un sueño.
Reynaldo SietecaseDirector
Derecho de autorNro. en trámite. Los artículos firmados noexpresan necesariamente la opiniónde la revista. Ningún contenido de estapublicación puede reproducirse sin previaautorización de la Fundación Puertode la Música.
La medida de un sueño
DistribuciónEn Capital y Gran Buenos Aires.: Vaccaro Sánchez
Agradecimientos
Al Maestro Hermenegildo Sábat
Luis OvsejevichClaudio IppolitiSergio CeroiRicardo SilbersteinSilvana CodinaKadu NiemeyerHeloisa AlvesGustavo D’ElíaGraciela Arreguez
Fundación Puerto de la Música
Presidente: Ricardo Silberstein. Vicepresidente: Marcelo Romeu. Secretaria: María Julia Reyna. Tesorero: Javier Ganem.
Titulares Consejo de Administración: Jaime Abut, Graciela Alabarce, Jorge Alice, Inés Bertero, Sergio Ceroi, Carlos Cerrutti,
Silvana Codina, Oscar Defante, Susana Dezorzi, León Epsztein, Miguel Felicevich, Daniel Gallo, Osvaldo García Conde, Roberto
Gazze, Esteban Hernández, Claudio Ippoliti, Miguel Mancino, Guido Martínez Carbonell, Francisco Quijano, Federico Rojkín,
Lidia Sartoris de Angeli, Carlos María Zampettini. Suplentes: Carlos Bartolomé, Hermes Binner, Pablo Feldman, Julián García,
Enrique Gatti, Lázaro Gidekel, Alberto Grimaldi, Daniel Indorado, Alberto Kozenitzky, Miguel Lifschitz, José Mattievich, Eduardo
Sangermano, Daniel Peppe, Fernando Riccomi. Comité de Honor (en formación): Presidente Luis Ovsejevich.
ImpresiónBorsellino Impresos S.R.L.