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05marzo
Domingo I de Cuaresma (Ciclo A) – 2017
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Textos Litúrgicos· Lecturas de la Santa Misa· Guión para la Santa Misa. NOTA LITURGICA
Domingo I de Cuaresma (A)
(Domingo 5 de Marzo de 2017)
LECTURAS
La creación y el pecado de los primeros padres
Lectura del libro del Génesis 2, 7-9; 3, 1-7
El Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de
vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente.
El Señor Dios plantó un jardín en Edén, al oriente, y puso allí al hombre que había
formado. Y el Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles, que eran
atrayentes para la vista y apetitosos para comer; hizo brotar el árbol de la vida en
medio del jardín y el árbol del conocimiento del bien y del mal.
La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios
había hecho, y dijo a la mujer: «¿Así que Dios les ordenó que no comieran de ningún
árbol del jardín?»
La mujer le respondió: «Podemos comer los frutos de todos los árboles del jardín.
Pero respecto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho: "No coman
de él ni lo toquen, porque de lo contrario quedarán sujetos a la muerte."»
La serpiente dijo a la mujer: «No, no morirán. Dios sabe muy bien que cuando
ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses,
conocedores del bien y del mal.»
Cuando la mujer vio que el árbol era apetitoso para comer, agradable a la vista y
deseable para adquirir discernimiento, tomó de su fruto y comió; luego se lo dio a su
marido, que estaba con ella, y él también comió. Entonces se abrieron los ojos de los
dos y descubrieron que estaban desnudos. Por eso se hicieron unos taparrabos,
entretejiendo hojas de higuera.
Palabra de Dios.
SALMO 50, 3-6a. 12-14. 17
R. ¡Piedad, Señor, pecamos contra ti!.
¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado! R.
Porque yo reconozco mis faltas
y mi pecado está siempre ante mí.
Contra ti, contra ti solo pequé
e hice lo que es malo a tus ojos. R.
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,
y renueva la firmeza de mi espíritu.
No me arrojes lejos de tu presencia
ni retires de mí tu santo espíritu. R.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
que tu espíritu generoso me sostenga.
Abre mis labios, Señor,
y mi boca proclamará tu alabanza. R.
Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 5, 12-19
Hermanos:
Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la
muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron.
En efecto, el pecado ya estaba en el mundo, antes de la Ley, pero cuando no hay
Ley, el pecado no se tiene en cuenta. Sin embargo, la muerte reinó desde Adán hasta
Moisés, incluso en aquellos que no habían pecado, cometiendo una transgresión
semejante a la de Adán, que es figura del que debía venir.
Pero no hay proporción entre el don y la falta. Porque si la falta de uno solo provocó
la muerte de todos, la gracia de Dios y el don conferido por la gracia de un solo
hombre, Jesucristo, fueron derramados mucho más abundantemente sobre todos.
Tampoco se puede comparar ese don con las consecuencias del pecado cometido
por un solo hombre, ya que el juicio de condenación vino por una sola falta, mientras
que el don de la gracia lleva a la justificación después de muchas faltas.
En efecto, si por la falta de uno solo reinó la muerte, con mucha más razón, vivirán y
reinarán por medio de un solo hombre, Jesucristo, aquellos que han recibido
abundantemente la gracia y el don de la justicia.
Por consiguiente, así como la falta de uno solo causó la condenación de todos,
también el acto de justicia de uno solo producirá para todos los hombres la
justificación que conduce a la Vida. Y de la misma manera que por la desobediencia
de un solo hombre, todos se convirtieron en pecadores, también por la obediencia de
uno solo, todos se convertirán en justos.
Palabra de Dios.
O bien más breve:
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 5, 12. 17-19
Hermanos:
Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la
muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron.
En efecto, si por la falta de uno solo reinó la muerte, con mucha más razón, vivirán y
reinarán por medio de un solo hombre, Jesucristo, aquellos que han recibido
abundantemente la gracia y el don de la justicia.
Por consiguiente, así como la falta de uno solo causó la condenación de todos,
también el acto de justicia de uno solo producirá para todos los hombres la
justificación que conduce a la Vida. Y de la misma manera que por la desobediencia
de un solo hombre, todos se convirtieron en pecadores, también por la obediencia de
uno solo, todos se convertirán en justos.
Palabra de Dios.
VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO Mt 4, 4b
El hombre no vive solamente de pan,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
EVANGELIO
Jesús ayuna durante cuarenta días y es tentado
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 4, 1-11
Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Después
de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre. Y el tentador,
acercándose, le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan
en panes.»
Jesús le respondió: «Está escrito: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios.»
Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del
Templo, diciéndole: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Dios
dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no
tropiece con ninguna piedra.»
Jesús le respondió: «También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios.»
El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los
reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: «Te daré todo esto, si te postras
para adorarme.»
Jesús le respondió: «Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu
Dios, y a él solo rendirás culto.»
Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.
Palabra del Señor.
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GUION PARA LA MISA
Domingo I de Cuaresma
Ciclo A
Entrada:
Celebramos hoy el primer domingo de Cuaresma. Damos así inicio a un
itinerario de conversión y penitencia para llegar purificados al encuentro con Cristo
glorificado en la Pascua. El Santo Sacrificio de la Misa es el lugar privilegiado para
unirse a Cristo sufriente y así, luego, poder resucitar con Él.
1ºLectura: Génesis 2,7-9; 3,1-7
Escuchemos el relato del primer pecado del mundo, el pecado cometido por Adán y
Eva, por el cual se introdujo la muerte en el mundo y todos los males.
2ºlectura: Romanos 5,12-19 o bien 5, 12.17-19
San Pablo nos explica que, así como por la desobediencia de Adán vinieron todos los
males al mundo, así también por la obediencia de Cristo la humanidad es restaurada.
Evangelio: Mt. 4,1-11
Jesús fue tentado por el demonio en el desierto, pero con señorío y majestad venció
las tentaciones.
Preces:
Oremos humildemente al Señor para que la Iglesia se vea libre de la
servidumbre del pecado y se prepare a renacer con Cristo a una vida nueva.
A cada intención respondemos…..
- Por el Santo Padre y todos los pastores de la Iglesia, que Dios ha elegido como
ministros de su Evangelio, para que sean fieles y celosos dispensadores de sus
misterios. Oremos.
-Para que en este tiempo cuaresmal, los cristianos descubran en su camino la
llamada permanente a la conversión y a la penitencia. Oremos.
-Para que todos los consagrados sigan las huellas del Señor con determinación y
confianza, imitándolo durante su gloriosa Pasión. Oremos.
- Por los cristianos que son víctimas de la guerra y de la violencia, para que,
apoyados por la fuerza que da la contemplación de Cristo crucificado, no desfallezcan
en el esfuerzo de vencer el mal con el bien. Oremos.
-Por todos los que se preparan para recibir el Santo Bautismo en la celebración de la
Pascua, para que fortalecidos con la gracia sean testigos fieles de Cristo. Oremos.
Señor, Tú que recibes al hombre arrepentido con misericordia paternal, escucha
con bondad nuestras súplicas. Por Jesucristo nuestro Señor.
Ofertorio:
- Ofrecemos cirios, junto con nuestra adhesión a la fe en el misterio de la
salvación.
- Ofrecemos pan y vino para perpetuar el holocausto de Cristo, Hostia inmolada
en el Calvario.
Comunión:
Jesús, Buen Pastor, Tú que nos alimentas en este mundo, conviértenos en tus
comensales del cielo, en coherederos junto con todos los ángeles
Salida:
Después de haber celebrado el Santo Sacrificio de la Misa, salgamos al mundo
y a nuestros propios ambientes con la decisión profunda de vivir intensamente esta
Cuaresma a través del ayuno, la limosna y la oración.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _
Argentina)
NOTA SOBRE LAS LECTURAS DE CUARESMA
Ordenación de las lecturas para el Tiempo de Cuaresma
Traemos aquí dos textos magisteriales que pensamos pueden ser de gran ayuda
para la preparación de las homilías de Cuaresma. El primero es un texto de los
Prenotanda del Leccionario para el tiempo de Cuaresma. Dos indicaciones valiosas
de este texto: 1. Los tres últimos domingos del Ciclo A (el actual) tienen un marcado
carácter de preparación o de recuerdo del Bautismo (nº 97). 2. La segunda lectura, la
lectura de San Pablo, está pensada para que haga de nexo entre la lectura del AT
(algún hecho de la historia de salvación) y el evangelio (nº 97). Por lo tanto, la
utilización de la segunda lectura para la preparación de la homilía será siempre
necesaria.
El segundo texto pertenece a la Constitución Sacrosantum Concilium del Concilio
Vaticano II sobre la Sagrada Liturgia, el nº 109, donde da indicaciones acerca de la
renovación de la liturgia de la Cuaresma. En este número se resaltan las dos
características fundamentales de la Cuaresma: 1. Vivencia del catecumenado hacia el
Bautismo o recuerdo del Bautismo. 2. Penitencia por los pecados, que son ofensa a
Dios.
1. Prenotanda del Leccionario, nº 97 y 98
“3. Tiempo de Cuaresma
“a) Domingos
“97. Las lecturas del Evangelio están distribuidas de la siguiente manera: En los
domingos primero y segundo se conservan las narraciones de las tentaciones y de la
transfiguración del Señor, aunque leídas según los tres sinópticos. En los tres
domingos siguientes se han recuperado, para el año A, los evangelios de la
samaritana, del ciego de nacimiento y de la resurrección de Lázaro; estos evangelios,
como son de gran importancia, en relación con la iniciación cristiana, pueden leerse
también en los años B y C, sobre todo cuando hay catecúmenos.
“Sin embargo, en los años B y C hay también otros textos, a saber: en el año B, unos
textos de san Juan sobre la futura glorificación de Cristo por su cruz y resurrección;
en el año C, unos textos de san Lucas sobre la conversión. En el Domingo de Ramos
de la Pasión del Señor, para la procesión se han escogido los textos que se refieren a
la solemne entrada del Señor en Jerusalén, tomados de los tres Evangelios
sinópticos; en la Misa se lee el relato de la pasión del Señor.
“Las lecturas del Antiguo Testamento se refieren a la historia de la salvación, que es
uno de los temas propios de la catequesis cuaresmal. Cada año hay una serie de
textos que presentan los principales elementos de esta historia, desde el principio
hasta la promesa de la nueva alianza. Las lecturas del Apóstol se han escogido de
manera que tengan relación con las lecturas del Evangelio y del Antiguo Testamento
y haya, en lo posible, una adecuada conexión entre las mismas
“b) Ferias
“98. Las lecturas del Evangelio y del Antiguo Testamento se han escogido de manera
que tengan una mutua relación, y tratan diversos temas propios de la catequesis
cuaresmal, acomodados al significado espiritual de este tiempo. Desde el lunes de la
cuarta semana, se ofrece una lectura semi-continua del Evangelio de san Juan, en la
cual tienen cabida aquellos textos de este Evangelio que mejor responden a las
características de la Cuaresma. Como las lecturas de la samaritana, del ciego de
nacimiento y de la resurrección de Lázaro ahora se leen los domingos, pero sólo el
año A (y los otros años sólo a voluntad), se ha previsto que puedan leerse también en
las ferias; por ello, al comienzo de las semanas tercera, cuarta y quinta se han
añadido unas “Misas opcionales” que contienen estos textos; estas Misas pueden
emplearse en cualquier feria de la semana correspondiente, en lugar de las lecturas
del día. Los primeros días de la Semana Santa, las lecturas consideran el misterio de
la pasión. En la Misa crismal, las lecturas ponen de relieve la función mesiánica de
Cristo y su continuación en la Iglesia, por medio de los sacramentos”.
2. Sacrosantum Concilium, nº 109:
“109. Puesto que el tiempo de la Cuaresma prepara a los fieles, entregados más
intensamente a oír la palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio
pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del Bautismo y mediante la
penitencia, se ha de dar un particular relieve, en la liturgia y en una más amplia
catequesis litúrgica, al doble carácter de dicho tiempo. Por consiguiente:
“a) Se empleen, más abundantemente, los elementos bautismales propios de la
liturgia cuaresmal; y, según las circunstancias, se restauren ciertos elementos de
anterior tradición;
“b) Dígase lo mismo de los elementos penitenciales. Y en cuanto a la catequesis, se
inculque a los fieles, junto con las consecuencias sociales del pecado, la naturaleza
propia de la penitencia, que lo detesta por ser ofensa de Dios; no se olvide tampoco la
participación de la Iglesia en la acción penitencial y se intensifique la oración por los
pecadores”.
Agregamos un comentario que pensamos que puede ser útil al predicador. En el Ciclo
A, concentrado todo él en el camino de iniciación cristiana en función del Bautismo, se
leen los evangelios de la samaritana (Jn 4), del ciego de nacimiento (Jn 9) y de la
resurrección de Lázaro (Jn 11). De esta manera, en el Ciclo A, estos tres domingos
pueden recibir un título: el domingo III es el Domingo del Agua; el domingo IV es el
Domingo de la Luz; el domingo V es el Domingo de la Vida.
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Exégesis · W. Trilling
Tentación en el desierto
(Mt 4,1-11)
1 Entonces fue llevado Jesús por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo.
2 y después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, al fin tuvo hambre. 3 El
tentador se le acercó y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan
en panes. 4 Pero él le contestó: Escrito está: No de solo pan vivirá el hombre, sino de
toda palabra que sale de la boca de Dios.
En seguida se muestra cómo obra en él la gran fuerza del Espíritu, que lo llena: Fue
llevado por el Espíritu al desierto. Juan ya vivía allí, ahora también Jesús es llevado al
desierto. Lo que ahora sigue, también fue querido por Dios. Lo que parece determinar
de modo característico, como una ley, los caminos de Dios es que la salvación viene
del desierto. Es el lugar de la pura adoración de Dios, en la peregrinación del pueblo
por el desierto, en el regreso de la cautividad, en Juan, en Jesús... Aquí el desierto se
ha convertido en la zona de la decisión: en favor o en contra de Dios. Una decisión
que no se toma para poner en claro la misión personal, sino en favor de la salvación
de todos los hombres y del mundo o contra ella. La primera frase va orientada a
nombrar el objetivo de esta estancia en el desierto: para ser tentado por el diablo.
Otro poder aparece en escena: junto al hombre de Dios (Juan), al Mesías, al Espíritu
Santo y a la voz del Padre ahora se presenta el gran antagonista. La Sagrada
Escritura le llama el «diablo», es decir el antagonista que desune y enemista al
hombre y a Dios. La historia de Israel a través de todo su transcurso muestra que
hubo poderosas fuerzas, que constantemente se oponían al establecimiento del reino
de Dios, fuerzas que se exteriorizaban en una brutal violencia o en un refinamiento
enmascarado, y se servían de los recursos externos del poder de los grandes
Estados o de la debilidad de ciertas personas. Las formas son muy variadas, pero el
objetivo siempre permanece el mismo: Dios no puede ser Señor, su voluntad no
puede tener validez, su plan no puede realizarse. En los últimos siglos antes de Cristo
en Israel se tiene una vista más perspicaz, y se reconoce un poder personal tras
todas estas diferentes formas. Hay algo así como un antidiós, un ser maligno, que
quiere servirse de todos los recursos para combatir contra Dios. En el Nuevo
Testamento y especialmente aquí, en este pasaje, todo esto se ilumina con el fulgor
del relámpago. En el primer instante en que debe hacerse la obra de Dios, allí
también está el antagonista. En cuanto se levanta el telón de un escenario, aparecen
en él frente a frente Dios y Satán sin fingimiento y con dureza. Se nota cuánto pesa la
palabra «tentar». No es una de nuestras cotidianas tentaciones, de las que se habla
en el confesonario, sino que es una tentación grande y única: desde Dios a Satán. Es
la tentación a la caída, a la muerte, a la nada...
Jesús ha ayunado en el desierto cuarenta días y cuarenta noches, como hicieron
antes de él Moisés en el Sinaí (Exo_34:28) y Elías (1Re_19:8). Cuando Jesús se
encontraba en un estado de hambre acuciadora y de enervamiento corporal, se le
dirige el tentador invitándole a convertir estas piedras en panes. Para el Hijo de Dios
evidentemente es cosa fácil y, al mismo tiempo, es conveniente. ¿Es una tentación
cándida de corto alcance? Jesús la rechaza con una frase de la Escritura, que está
tomada del Deuteronomio. En un discurso Moisés recuerda al pueblo lo que, a pesar
de la penuria y del hambre, Dios ha logrado en el desierto de una manera prodigiosa:
«Te afligió con hambre, y te dio el maná, manjar que no conocías tú ni tus padres,
para mostrarte que el hombre no vive de solo pan, sino de cualquier cosa que Dios
dispusiere» (Deu_8:3). Esta fue una experiencia importante para los padres cn el
desierto: Dios les ha conservado la vida de manera prodigiosa, incluso cuando la
necesidad apremiaba, su vitalizante palabra ha preparado una nueva nutrición: el
maná y las codornices. Pero los padres tenían que dar crédito a Moisés, y confiar en
que Dios los conservaría. Ellos han hecho las dos cosas creyendo en la palabra de
Dios y alimentándose del manjar para el cuerpo. ¿No tiene también que suceder así
en el Mesías, a saber que él no pueda confiar en su propio poder, sino solamente en
Dios? Si Dios le ha conducido al desierto, ¿no le conservará la vida? También en esto
Jesús cumple «toda justicia», para servir de modelo intachable a todos los que le
seguirán: Dios cuida de los suyos, si éstos le miran primero a él. Es verdad que su
palabra omnipotente podría convertir estas piedras en panes. Pero todavía con
mucha mayor solicitud Dios recompensa la confianza: los ángeles se acercan para
servirle (Deu_4:11). Así también la confianza ha salido airosa en nuestra vida de
distintas maneras, y este éxito se confirmará incesantemente.
5 Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone sobre el alero del templo 6 y le
dice: Si eres Hijo de Dios, tírate abajo; pues escrito está: Mandará en tu favor a sus
ángeles, y te tomarán en sus manos, no sea que tropiece tu pie con una piedra. 7
Jesús le respondió: También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios.
La segunda tentación le conduce a la ciudad santa, es decir, Jerusalén, que sólo san
Mateo nombra respetuosamente con este título. Los dos están en el alero del tejado
del templo. El diablo le invita a tirarse abajo confiando en las palabras del salmo,
según las cuales Dios mandará a sus ángeles para que nada dañe a su devoto
(Sal_90:11 s). ¡Cuánto más valdrá esta promesa para el Hijo de Dios! En la primera
tentación ha salido airosa con brillantez la confianza de Jesús en Dios. Con todo es
fácil poner a prueba una vez más esta confianza que se acaba de manifestar.
Demuestra con una acción valerosa lo que acaba de declarar. Si esta confianza es
tan incondicional y vigorosa, entonces mi proposición no puede ser considerada como
temeraria. Jesús también contesta al seductor versado en la Escritura, con un texto
bíblico que rasga la tela esmeradamente urdida por el diablo: No tentarás al Señor, tu
Dios (Deu_6:16). Si yo hiciera lo que tú esperas, así habla Jesús, mi conducta no
sería una prueba de mi confianza, sino lo contrario: peirasmos, la gran tentación de la
discordia y la apostasía. Dios nunca se deja forzar. Sigue siendo el Señor que
gobierna sin restricción. No tolera que le manden ayudar ni que los hombres lo tomen
a su servicio. Su intervención siempre es una gracia libremente otorgada. El Mesías
también está esperando ante Dios de una manera tan incondicional, que Dios se lo
entrega todo. Ciertamente su confianza es ilimitada, pero también es ilimitada en el
sentido de que él «nada puede hacer por sí mismo, como no lo vea hacer al Padre»
(Jua_5:19). Dios tiene que ser Señor por completo y en todo...
8 De nuevo lo lleva el diablo a un monte elevadísimo, le muestra todos los reinos de
la tierra y su esplendor, 9 y le dice: Todo esto te daré, si postrándote me adoras. 10
Entonces le responde Jesús: Retírate, Satán; porque escrito está: Al Señor tu Dios
adorarás y a él solo darás culto. 11 Entonces lo deja el diablo, y unos ángeles se
acercaron para servirle.
El diablo se atreve a una tercera tentativa. Conduce a Jesús a un monte elevadísimo
y le muestra todos los reinos de la tierra y su esplendor. Le ofrece la posesión de
todos ellos al precio del homenaje de la adoración. Aquí por primera vez el espíritu
maligno habla con franqueza. Ahora aparece clarísimo lo que antes permanecía
velado: se trata del poder o de la impotencia, del reino o de la esclavitud, de ser o de
no ser. No hemos de cavilar averiguando cómo el diablo puede haber producido la
ilusión y cómo podemos imaginarnos esta escena con sus pormenores. Lo que
interesa es el sentido de los sucesos. Satán se siente señor del mundo, «príncipe de
este mundo», como dice san Juan en su evangelio (Jua_12:31). Incluso cree que está
en condiciones de transferir este dominio. Pero también ha de manifestar que es
subido el precio de esta transferencia. Solamente puede ser señor del mundo el que
se doblega ante Satán y le reconoce como señor. ¡Qué contradicción tan grotesca!
Eso sería un dominio aparente, que en realidad es una esclavitud, y Satán, a pesar de
todo, seguiría siendo el señor del mundo. En esta última agravación Jesús también
contesta con una frase de la Escritura, pero antes da una orden: Retírate, Satán. Aquí
ya se muestra que él tiene un poder superior y que puede mandar al que se cree en
posesión del mundo. Basta una orden sencilla y clara para vencer a Satán. Jesús
aparentemente esto lo hace en nombre propio, con la plenitud del propio poder, y sin
hacer pausa dice: Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto. Jesús tiene el
poder, pero no es su propio poder. Hace marchar de allí al tentador, pero no en su
nombre. También aquí sólo se trata de Dios. él es el único que puede exigir homenaje
y servicio. Y unos ángeles se acercaron para servirle. ¡Qué cambio tan notable de la
escena!
Jesús acaba de rechazar cualquier afán de dominio y acaba de patentizar su
confianza en Dios, se acaba de someter por completo a la providencia del Padre,
entonces recibe el servicio complaciente de seres celestiales. Aquí sucede de una
forma semejante a lo que antes ocurrió en el relato del bautismo. Jesús primeramente
se enajena diciendo cumplir dócilmente toda justicia, entonces Dios muestra su
predilección por él como su «Hijo amado». Aquí Jesús reconoce sin reservas el
señorío de Dios, entonces Dios le envía los mensajeros celestes para que le sirvan.
Una frase hace penetrar todavía más profundamente en la inteligencia de este
fragmento singular. Satán promete todos los reinos de la tierra y su esplendor. En la
predicación de Jesús encontraremos constantemente la expresión reino de Dios o,
como se dice siempre en san Mateo, reino de los cielos. Siempre se alude a la
introducción y establecimiento del señorío de Dios, de su reino. Es la finalidad más
profunda de Jesús y de su misión. En labios del antagonista esto ya se indica de
antemano: por lo visto sabe que no solamente se trata de Jesús como persona, de su
misión mesiánica y de su filiación divina (Jua_4:3.6), sino de algo todavía mayor: del
reino de Dios. Jesús procura convencer con la misma idea del reino, y procura
ponerla a su servicio. Se ha rechazado el gran ataque, la tentaci6n de la apostasía.
Desde esta hora en adelante el verdadero reino toma el curso de su victoria, sin que
sea posible detenerlo. Ahora ya no puede cambiar nada Satán, que tuvo que
abandonar vencido el campo. Jesús lanzará demonios, vencerá el mal y con su propia
muerte sellará la derrota de Satán. En todas partes, cuando -unidos con Jesús-
confiamos sólo y radicalmente en Dios, sucede lo mismo: se despedaza el poder de
Satán y se establece el verdadero reino.
(Trilling, W., El Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su mensaje,
Herder, Barcelona, 1969)
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Comentario Teológico· San Juan Pablo II
El Espíritu Santo en la experiencia del desierto
1. Al “comienzo” de la misión mesiánica de Jesús vemos otro hecho interesante y
sugestivo, narrado por los evangelistas, que lo hacen depender de la acción del
Espíritu Santo: se trata de la experiencia del desierto. Leemos en el evangelio según
san Marcos: “A continuación (del bautismo), el Espíritu le empuja al desierto” (Mc 1,
12). Además, Mateo (4, 1) y Lucas (4, 1) afirman que Jesús “fue conducido por el
Espíritu al desierto”. Estos textos ofrecen puntos de reflexión que nos llevan a una
ulterior investigación sobre el misterio de la íntima unión de Jesús-Mesías con el
Espíritu Santo, ya desde el inicio de la obra de la redención.
En primer lugar, una observación de carácter lingüístico: los verbos usados por los
evangelistas (“fue conducido” por Mateo y Lucas; “le empuja”, por Marcos) expresan
una iniciativa especialmente enérgica por parte del Espíritu Santo, iniciativa que se
inserta en la lógica de la vida espiritual y en la misma psicología de Jesús: acaba de
recibir de Juan un “bautismo de penitencia”, y por ello siente la necesidad de un
período de reflexión y de austeridad (aunque personalmente no tenía necesidad de
penitencia, dado que estaba “lleno de gracia” y era “santo” desde el momento de su
concepción: (cf. Jn 1, 14; Lc 1, 35): como preparación para su ministerio mesiánico.
Su misión le exige también vivir en medio de los hombres-pecadores, a quienes ha
sido enviado a evangelizar y salvar (cf. santo Tomás, Summa Theol., III, q. 40, a. 1),
en lucha contra el poder del demonio. De aquí la conveniencia de esta pausa en el
desierto “para ser tentado por el diablo”. Por lo tanto, Jesús sigue el impulso interior y
se dirige adonde le sugiere el Espíritu Santo.
2. El desierto, además de ser lugar de encuentro con Dios, es también lugar de
tentación y de lucha espiritual. Durante la peregrinación a través del desierto, que se
prolongó durante cuarenta años, el pueblo de Israel había sufrido muchas tentaciones
y había cedido (cf. Ex 32, 1-6; Nm 14, 1-4; 21, 4-5; 25, 1-3; Sal 78, 17; 1 Co 10, 7-10).
Jesús va al desierto, casi remitiéndose a la experiencia histórica de su pueblo. Pero, a
diferencia del comportamiento de Israel, en el momento de inaugurar su actividad
mesiánica, es sobre todo dócil a la acción del Espíritu Santo, que le pide desde el
interior aquella definitiva preparación para el cumplimiento de su misión. Es un
período de soledad y de prueba espiritual, que supera con la ayuda de la palabra de
Dios y con la oración.
En el espíritu de la tradición bíblica, y en la línea con la psicología israelita, aquel
número de “cuarenta días” podía relacionarse fácilmente con otros acontecimientos
históricos, llenos de significado para la historia de la salvación: los cuarenta días del
diluvio (cf. Gn 7, 4. 17); los cuarenta días de permanencia de Moisés en el monte (cf.
Ex 24, 18); los cuarenta días de camino de Elías, alimentado con el pan prodigioso
que le había dado nueva fuerza (cf. 1 R 19, 8). Según los evangelistas, Jesús, bajo la
moción del Espíritu Santo, se acomoda, en lo que se refiere a la permanencia en el
desierto, a este número tradicional y casi sagrado (cf. Mt 4, 1; Lc 4, 1). Lo mismo hará
también en el período de las apariciones a los Apóstoles tras la resurrección y la
ascensión al cielo (cf. Hch 1, 3).
3. Jesús, por tanto, es conducido al desierto con el fin de afrontar las tentaciones de
Satanás y para que pueda tener, a la vez, un contacto más libre e íntimo con el
Padre. Aquí conviene tener presente que los evangelistas suelen presentarnos el
desierto como el lugar donde reside Satanás: baste recordar el pasaje de Lucas sobre
el “espíritu inmundo” que “cuando sale del hombre, anda vagando por lugares áridos,
en busca de reposo...” (Lc 11, 24); y en el pasaje que nos narra el episodio del
endemoniado de Gerasa que “era empujado por el demonio al desierto” (Lc 8, 29).
En el caso de las tentaciones de Jesús, el ir al desierto es obra del Espíritu Santo, y
ante todo significa el inicio de una demostración ―se podría decir, incluso, de una
nueva toma de conciencia― de la lucha que deberá mantener hasta el final de su vida
contra Satanás, artífice del pecado. Venciendo sus tentaciones, manifiesta su propio
poder salvífico sobre el pecado y la llegada del reino de Dios, como dirá un día: “Si
por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el reino
de Dios” (Mt 12, 28).
También en este poder de Cristo sobre el mal y sobre Satanás, también en esta
“llegada del reino de Dios” por obra de Cristo, se da la revelación del Espíritu Santo.
4. Si observamos bien, en las tentaciones sufridas y vencidas por Jesús durante la
“experiencia del desierto” se nota la oposición de Satanás contra la llegada del reino
de Dios al mundo humano, directa o indirectamente expresada en los textos de los
evangelistas. Las respuestas que da Jesús al tentador desenmascaran las
intenciones esenciales del “padre de la mentira” (Jn 8, 44), que trata de servirse, de
modo perverso, de las palabras de la Escritura para alcanzar sus objetivos. Pero
Jesús lo refuta apoyándose en la misma palabra de Dios, aplicada correctamente. La
narración de los evangelistas incluye, tal vez, alguna reminiscencia y establece un
paralelismo tanto con las análogas tentaciones del pueblo de Israel en los cuarenta
años de peregrinación por el desierto (la búsqueda de alimento: cf. Dt 8, 3; Ex 16; la
pretensión de la protección divina para satisfacerse a sí mismos: cf. Dt 6, 16; Ex 17,
1-7; la idolatría: cf. Dt 6, 13; Ex 32, 1-6), como con diversos momentos de la vida de
Moisés. Pero se podría decir que el episodio entra específicamente en la historia de
Jesús por su lógica biográfica y teológica. Aún estando libre de pecado, Jesús pudo
conocer las seducciones externas del mal (cf. Mt 16, 23): y era conveniente que fuese
tentado para llegar a ser el Nuevo Adán, nuestro guía, nuestro redentor clemente (cf.
Mt 26, 36-46; Hb 2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 2. 7-9).
En el fondo de todas las tentaciones estaba la perspectiva de un mesianismo político
y glorioso, como se había difundido y había penetrado en el alma del pueblo de Israel.
El diablo trata de inducir a Jesús a acoger esta falsa perspectiva, porque es el
enemigo del plan de Dios, de su ley, de su economía de salvación, y por tanto de
Cristo, como aparece claro por el evangelio y los demás escritos del Nuevo
Testamento (cf. Mt 13, 39; Jn 8, 44; 13, 2; Hch 10, 38; Ef 6, 11; 1 Jn 3, 8, etc.). Si
también Cristo cayese, el imperio de Satanás, que se gloría de ser el amo del mundo
(Lc 4, 5-6), obtendría la victoria definitiva en la historia. Aquel momento de la lucha en
el desierto es, por consiguiente, decisivo.
5. Jesús es consciente de ser enviado por el Padre para hacer presente el reino de
Dios entre los hombres. Con ese fin acepta la tentación, tomando su lugar entre los
pecadores, como había hecho ya en el Jordán, para servirles a todos de ejemplo (cf.
San Agustín, De Trinitate, 4, 13). Pero, por otra parte, en virtud de la “unción” del
Espíritu Santo, llega a las mismas raíces del pecado y derrota al “padre de la mentira”
(Jn 8, 44). Por eso, va voluntariamente al encuentro de la tentación desde el comienzo
de su ministerio, siguiendo el impulso del Espíritu Santo (cf. San Agustín, De Trinitate,
13, 13).
Un día, dando cumplimiento a su obra, podrá proclamar: “Ahora es el juicio de este
mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera” (Jn 12, 31). Y la víspera
de su pasión repetirá una vez más: “Llega el príncipe de este mundo. En mí no tiene
ningún poder” (Jn 14, 30); es más, “el príncipe de este mundo está (ya) juzgado” (Jn
16, 11); “¡Ánimo!, yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33). La lucha contra el “padre de la
mentira”, que es el “principe de este mundo”, iniciada en el desierto, alcanzará su
culmen en el Gólgota: la victoria se alcanzará por medio de la cruz del Redentor.
6. Estamos, por tanto, llamados a reconocer el valor integral del desierto como lugar
de una particular experiencia de Dios, como sucedió con Moisés (cf. Ex 24, 18), con
Elías (1 R 19, 8), y sobre todo con Jesús que, “conducido” por el Espíritu Santo,
acepta realizar la misma experiencia: el contacto con Dios Padre (cf. Os 2, 16) en
lucha contra las potencias opuestas a Dios. Su experiencia es ejemplar, y nos puede
servir también como lección sobre la necesidad de la penitencia, no para Jesús que
estaba libre de pecado, sino para todos nosotros. Jesús mismo un día alertará a sus
discípulos sobre la necesidad de la oración y del ayuno para echar a los “espíritus
inmundos” (cf. Mc 9, 29) y, en la tensión de la solitaria oración de Getsemaní,
recomendará a los Apóstoles presentes: “Velad y orad, para que no caigáis en
tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mc 14, 38). Seamos
conscientes de que, amoldándonos a Cristo victorioso en la experiencia del desierto,
también nosotros tendremos un divino confortador: el Espíritu Santo Paráclito, pues el
mismo Cristo ha prometido que “recibirá de lo suyo” y nos lo dará (cf. Jn 16, 14): Él,
que condujo al Mesías al desierto no sólo “para ser tentado” sino también para que
diera la primera demostración de su poderosa victoria sobre el diablo y sobre su reino,
tomará de la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre Satanás, su primer artífice,
para hacer partícipe de ella a todo el que sea tentado.
(S. Juan Pablo II, El Espíritu Santo en la experiencia del desierto, Audiencia General
del día miércoles 21 de julio de 1990)
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Santos Padres· San Gregorio Magno
Las tentaciones y el ayuno en el desierto
1. Suelen algunos dudar sobre qué espíritu fue el que llevó a Jesús al desierto,
a causa de que luego se añade: Le transportó el diablo a la ciudad santa, y después:
Le subió el diablo a un monte muy encumbrado; pero en realidad, y sin cuestión
alguna, comúnmente se conviene en creer que fue llevado al desierto por el Espíritu
Santo; de manera que su Espíritu le llevaría allí donde le hallaría el espíritu maligno
para tentarle.
Mas he aquí que la mente se resiste a creer y los oídos humanos se asombran
cuando oyen decir que Dios Hombre fue transportado por el diablo, ora a un monte
muy encumbrado, ora a la ciudad santa. Cosas, no obstante, que conocemos no ser
increíbles si reflexionamos sobre ello y sobre otros sucesos.
Es cierto que el diablo es cabeza de todos los inicuos y que todos los inicuos son
miembros de tal cabeza. Pues qué, ¿no fue miembro del diablo Pilatos? ¿No fueron
miembros del diablo los judíos que persiguieron a Cristo y los soldados que lo
crucificaron? ¿Qué extraño es, por tanto, que permitiera ser transportado al monte por
aquel a cuyos miembros permitió también que le crucificaran?
No es, pues, indigno de nuestro Redentor, que había venido a que le dieran
muerte, el querer ser tentado; antes bien, justo era que, como había venido a vencer
nuestra muerte con la suya, así venciera con sus tentaciones las nuestras.
Debemos, pues, saber que la tentación se produce de tres maneras: por
sugestión, por delectación y por consentimiento. Nosotros, cuando somos tentados,
comúnmente nos deslizamos en la delectación y también hasta el consentimiento,
porque, engendrados en el pecado, llevamos además con nosotros el campo donde
soportar los combates. Pero Dios, que, hecho carne en el seno de la Virgen, había
venido al mundo sin pecado, nada contrario soportaba en sí mismo. Pudo, por tanto,
ser tentado por sugestión, pero la delectación del pecado ni rozó siquiera su alma; y
así, toda aquella tentación diabólica fue exterior, no de dentro.
2. Ahora bien, mirando atentos al orden en que procede en El la tentación,
debemos ponderar lo grande que es el salir nosotros ilesos de la tentación.
El antiguo enemigo se dirigió altivo contra el primer hombre, nuestro padre, con
tres tentaciones; pues le tentó con la gula, con la vanagloria y con la avaricia;, y
tentándole le venció, porque él se sometió con el consentimiento. En efecto, le tentó
con la gula cuando le mostró el fruto del árbol prohibido y le aconsejó comerle. Le
tentó con la vanagloria cuando dijo: Seréis como dioses. Y le tentó con la avaricia
cuando dijo: Sabedores del bien y del mal; pues hay avaricia no sólo de dinero, sino
también de grandeza; porque propiamente se llama avaricia cuando se apetece una
excesiva grandeza; pues, si no perteneciera a la avaricia la usurpación del honor, no
diría San Pablo refiriéndose al Hijo unigénito de Dios (Flp 2, 6): No tuvo por
usurpación el ser igual a Dios. Y con esto fue con lo que el diablo sedujo a nuestro
padre a la soberbia, con estimularle a la avaricia de grandezas.
3. Pero por los mismos modos por los que derrocó al primer hombre, por esos
mismos modos quedó el tentador vencido por el segundo hombre. En efecto, le tienta
por la gula, diciendo: Di que esas piedras se conviertan en pan; le tentó por la
vanagloria cuando dijo: Si eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo; y le tentó por la
avaricia de la grandeza cuando, mostrándole todos los reinos del mundo, le dijo:
Todas estas cosas te daré si, postrándote delante de mí, me adorares. Mas, por los
mismos modos por los que se gloriaba de haber vencido al primer hombre, es él
vencido por el segundo hombre, para que, por la misma puerta por la que se introdujo
para dominarnos, por esa misma puerta saliera de nosotros aprisionado.
Pero en esta tentación del Señor hay, hermanos carísimos, una cosa que
nosotros debemos considerar, y es que el Señor, tentado por el diablo, responde
alegando los preceptos de la divina palabra, y El, que con esa misma Palabra, que
era El, el Verbo divino, podía sumergir al tentador en los abismos, no ostenta la
fuerza de su poder, sino que sólo profirió los preceptos de la Divina Escritura para
ofrecernos por delante el ejemplo de su paciencia, a fin de que, cuantas veces
sufrimos algo de parte de los hombres malos, más bien que a la venganza, nos
estimulemos a practicar la doctrina.
Ponderad, os ruego, cuán grande es la paciencia de Dios y cuán grande es
nuestra impaciencia. Nosotros, cuando somos provocados con injurias o con algún
daño, excitados por el furor, o nos vengamos cuanto podemos, o amenazamos lo que
no podemos. Ved cómo el Señor soportó la contrariedad del diablo y nada le
respondió sino palabras de mansedumbre: soporta lo que podía castigar, para que
redundase en mayor alabanza suya el que vencía a su enemigo, sufriéndole por
entonces y no aniquilándole.
4. Es de notar lo que sigue: que, habiéndose retirado el diablo, los ángeles le
servían (a Jesús). ¿Qué otra cosa se declara aquí sino las dos naturalezas de una
sola persona, puesto que simultáneamente es hombre, a quien el diablo tienta, y el
mismo es Dios, a quien los ángeles sirven? Reconozcamos, pues, en El nuestra
naturaleza, puesto que, si el diablo no hubiera visto en El al hombre, no le tentara; y
adoremos en El su divinidad, porque, si ante todo no fuera Dios, tampoco los ángeles
en modo alguno le servirían.
5. Ahora bien, como la lección coincide en estos días en que hemos oído
referir el ayuno de nuestro Redentor por espacio de cuarenta días, ya que también
nosotros incoamos el tiempo de Cuaresma, debemos examinar por qué esta
abstinencia se guarda durante cuarenta días. Y hallamos que Moisés, para recibir la
Ley la segunda vez, ayunó cuarenta días; Elías ayunó en el desierto cuarenta días; el
mismo Creador de los hombres, cuando vino a los hombres, durante cuarenta días no
tomó en absoluto alimento alguno. Procuremos también nosotros, en cuanto nos sea
posible, mortificar nuestra carne por la abstinencia durante el tiempo cuaresmal de
cada año.
¿Por qué también se observa el número cuarenta sino porque la virtud del
Decálogo se completa por los cuatro libros del santo Evangelio? Pues como el
número diez, multiplicado por cuatro, suma cuarenta, así, cuando observamos los
cuatro evangelios, entonces cumplimos perfectamente los preceptos del Decálogo.
También esto puede entenderse en otro sentido: este cuerpo mortal está
compuesto de cuatro elementos, y por las concupiscencias de este mismo cuerpo nos
oponemos a los preceptos del Señor, y los preceptos del Señor están consignados en
el Decálogo; luego, ya que por las concupiscencias de la carne hemos despreciando
los preceptos del Decálogo, justo es que mortifiquemos esa misma carne cuatro
veces diez veces.
Aunque también esto del tiempo cuaresmal puede entenderse de otro modo.
Desde el día de hoy hasta la solemnidad pascual pasan seis semanas, que son
cuarenta y dos días, de los cuales, como se substraen a la abstinencia los seis días
del Señor, no quedan para la abstinencia más que treinta y seis días; ahora bien,
como, de los trescientos sesenta y cinco días que tiene el año, nosotros nos
castigamos durante treinta y seis días, resulta como que damos al Señor las décimas
de nuestro año; de manera que nosotros, que vivimos para nosotros mismos el año
recibido, en las décimas de él nos mortificamos con la abstinencia en obsequio de
nuestro Creador. Por tanto, hermanos carísimos, así como en la Ley se manda
ofrecer los diezmos de las cosas, esforzaos de igual modo en ofrecerle también los
diezmos de los días.
Cada cual, conforme sus fuerzas lo consientan, atormente su carne y mortifique
los apetitos de ella y dé muerte a las concupiscencias torpes para hacerse, como dice
San Pablo, hostia viva. Porque la hostia se ofrece y está viva cuando el hombre ha
renunciado a las cosas de esta vida y, no obstante, se siente importunado por los
deseos carnales. La carne nos llevó a la culpa; tornémosla, pues, afligida, al perdón.
El autor de nuestra muerte, comiendo el fruto del árbol prohibido, traspasó los
preceptos de la vida; por consiguiente, los que por la comida perdimos los gozos del
paraíso, levantémonos a ellos, en cuanto nos es posible, por la abstinencia.
6. Mas nadie crea que puede bastarle la sola abstinencia, puesto que el Señor
dice por el profeta (Is 58, 6): ¿Acaso el ayuno que yo estimo no consiste más bien en
esto? ; y agrega (v.7): Que partas tu pan con el hambriento; y que a los pobres y a
los que no tienen hogar los acojas en tu casa, y vistas al que veas desnudo, y no
desprecies a tu propia carne. Luego el ayuno que Dios aprueba es el que le ofrece
una mano limosnera, el que se hace por amor del prójimo, el que está condimentado
con la piedad. Da, pues, al prójimo aquello de que tú te privas, de modo que, de
donde tu carne se mortifica, se alivie la carne del prójimo necesitado; que por eso dice
el Señor por el profeta (Za 7, 5): Cuando ayunabais y plañíais..., ¿acaso ayunasteis
por respeto mío? Y cuando comíais y bebíais, ¿acaso no lo hacíais mirando por
vosotros mismos? Come, pues, y bebe para sí quien toma para sí, sin atender a los
indigentes, los alimentos corporales, que son dones comunes del Creador; y cada
cual ayuna para sí cuando lo de que por algún tiempo se priva no lo da a los pobres,
sino que lo reserva para ofrecerlo después a su cuerpo. De ahí lo que se dice por
Joel: Santificad el ayuno; porque santificar el ayuno es ofrecer a Dios una digna
abstinencia de la carne junto con otras obras buenas. Cese la ira; apláquense las
disensiones, pues en vano se atormenta la carne si el alma no se reprime en sus
malos deseos, puesto que el Señor dice por el profeta (Is. 58,3-5): Es porque en el
día de vuestro ayuno hacéis todo cuanto se os antoja, y ayunáis para seguir los
pleitos y contiendas y herir con puñadas a otro sin piedad, y apremiáis a todos
vuestros deudores.
Cierto que quien reclama de su deudor lo que le dio, nada injusto hace; pero
digno es que quien se mortifica con la penitencia se prive también de lo que
justamente le corresponde. Así, así es como a nosotros, afligidos y penitentes,
perdona Dios lo que injustamente hemos hecho, si, por amor a Él, perdonamos lo que
justamente nos corresponde.
SAN GREGORIO MAGNO, Homilías sobre el Evangelio, Homilía XVI, 1-6, BAC
Madrid 1958, p. 596-600
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Aplicación· P. Joé A. Marcone, I.V.E.
· San Juan Pablo II· S.S. Francisco p.p.· P. Gustavo Pascual, I.V.E.. S.S. Benedicto XVI. P. Jorge Loring, S.J.
P. José A. Marcone, I.V.E.
Las tentaciones de Cristo
(Mt 4,1-11)
Introducción
La institución de la Cuaresma cristiana tiene tres fuentes principales: en primer
lugar, el deseo de ayunar para poder buscar y encontrar a Dios; en segundo lugar, el
catecumenado cristiano en cuanto camino al Bautismo; en tercer lugar, la penitencia
pública que debían hacer los cristianos adultos que habían pecado después del
Bautismo.
Las dos últimas razones desaparecieron con el tiempo. La institución del
catecumenado desapareció a causa de la costumbre de bautizar a los niños recién
nacidos. Y la penitencia pública desapareció a causa de la nueva praxis de la Iglesia
al impartir la penitencia dentro del sacramento de la Reconciliación.
Sin embargo, el Concilio Vaticano II, en su intención de volver siempre a las
fuentes del cristianismo, quiso que se restauraran esas dos últimas fuentes que
dieron origen a la Cuaresma: el sentido bautismal y el sentido de penitencia pública.
Esto lo hizo en el nº 109 de la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la Divina
Liturgia.
Respecto al aspecto social del pecado y la necesidad de reparación pública dice: “Se
inculque a los fieles, junto con las consecuencias sociales del pecado, la naturaleza
propia de la penitencia, que lo detesta por ser ofensa de Dios; no se olvide tampoco la
participación de la Iglesia en la acción penitencial y se intensifique la oración por los
pecadores”.
Respecto a la Cuaresma como preparación al Bautismo dice: “El tiempo de Cuaresma
prepara a los fieles para que celebren el misterio pascual mediante el recuerdo o la
preparación del Bautismo”. Y por eso pide que “se empleen, más abundantemente,
los elementos bautismales propios de la liturgia cuaresmal; y, según las
circunstancias, se restauren ciertos elementos de anterior tradición”. Si bien el
Bautismo se administra a niños pequeños, sin embargo, siempre la Cuaresma debe
tener para todo cristiano con uso de razón un sentido de recuerdo del propio
Bautismo.
Por esta razón es que restituyó para el Ciclo A de lecturas los evangelios de la
Samaritana (Jn 4), del ciego de nacimiento (Jn 9) y de la resurrección de Lázaro (Jn
11) para los tres últimos domingos de cuaresma, que, en la ordenación actual,
pueden leerse en los tres ciclos. Estos tres evangelios, según los Santos Padres,
tienen un profundo sentido bautismal e integraban la liturgia del último paso del
catecumenado, el así llamado “Tiempo de Purificación e Iluminación”, reservado para
las tres últimas semanas de cuaresma. Este tiempo es llamado también ‘segundo
grado de la iniciación cristiana’. El ‘primer grado’ era el catecumenado en sí mismo.
Por lo tanto, la Cuaresma tal como se presenta hoy está estructurada en dos
conjuntos*1: primero, los dos primeros domingos de Cuaresma, orientados a expresar
la necesidad de la penitencia para encontrarse con Dios; segundo, los tres últimos
domingos de Cuaresma, orientados a preparar al catecúmeno para el Bautismo o
para que el ya bautizado recuerde su Bautismo.
El evangelio de hoy, las tentaciones de Cristo en el desierto, está ordenado,
entonces, a que comprendamos la necesidad de purificación de nuestras
concupiscencias y la necesidad de la lucha contra el maligno, para salir al encuentro
de Cristo glorificado en la Pascua, al cual debemos unirnos. Esto lo hacemos
siguiendo la doctrina (Mt 6,16-18; Mt 6,1-6) y las huellas del mismo Maestro, como
así también el ejemplo de toda la tradición del AT.
1. La razón principal del ayuno y las tentaciones de Cristo
La ida de Jesús al desierto de Judea para ayunar, para hacer oración y ser tentado
por el diablo durante cuarenta días tiene un origen teológico, es decir, tiene su origen
en la misma voluntad del Padre. Lo dice claramente el evangelio de hoy: “Jesús fue
conducido por el Espíritu (hypò toû Pneúmatos) hacia el desierto” (Mt 4,1a). Jesús va
al desierto no por voluntad propia sino por voluntad de Dios*2. Pero además San
Mateo expresa la finalidad por la cual es conducido al desierto: “Para ser tentado por
el diablo” (Mt 4,1b).
En esta segunda parte del versículo de Mt 4,1 se encuentra la finalidad teológica por
la cual el Espíritu empuja a Jesucristo al desierto: “para ser tentado por el diablo”.
Esta pequeña frase encierra en sí la razón principal por la cual Dios quiso que Jesús
fuera al desierto, ayunara, orara y fuera tentado por el diablo. Esa razón principal es
que Jesús quiere recapitular en sí toda la historia del ser humano y redimirla desde su
misma raíz. Jesús quiere recalcar que Él representa un nuevo inicio de la humanidad
y por eso quiere empezar como empezaron Adán y Eva: combatiendo con el diablo.
Pero con la gran diferencia que el Nuevo Adán vence al diablo, mientras que el viejo
Adán había sucumbido a la tentación de querer ser como Dios. Dice el Catecismo de
la Iglesia Católica refiriéndose a las tentaciones de Jesús en el desierto: “Jesús
rechaza estos ataques de satanás que recapitulan las tentaciones de Adán en el
Paraíso (…). Los evangelistas indican el sentido salvífico de este acontecimiento
misterioso. Jesús es el nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero
sucumbió a la tentación” (CEC, 538. 539).
El evangelio de San Marcos trae una clara referencia textual que nos remite al
paraíso: “Estaba entre las fieras salvajes y los ángeles le servían” (Mc 1,13).
Respecto a esto dice Benedicto XVI: “En su breve relato de las tentaciones, Marcos
(cf. 1,13) pone de relieve un paralelismo con Adán, con la aceptación sufrida del
drama humano como tal: Jesús ‘vivía entre fieras salvajes, y los ángeles le servían’.
El desierto –imagen opuesta al Edén- se convierte en lugar de la reconciliación y de la
salvación; las fieras salvajes, que representan la imagen más concreta de la amenaza
que comporta para los hombres la rebelión de la creación y el poder de la muerte, se
convierten en amigas como en el Paraíso. Se restablece la paz que Isaías anuncia
para los tiempos del Mesías: ‘Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará
con el cabrito…’ (Is 11,6)”*3.
Esta es la razón por la cual la Iglesia ha querido poner en la segunda lectura de hoy
el trozo de Rm 5,12-19. En ese trozo de San Pablo se hace el paralelismo perfecto y
detallado entre el viejo Adán y el Nuevo Adán. El viejo Adán es la primera cabeza que
pecó y fue causa de corrupción para todo el género humano. El Nuevo Adán es
Jesucristo, la verdadera Cabeza del género humano que vence al diablo y es causa
de restauración de todo el género humano.
Precisamente en esto consiste el culmen de la teología de San Pablo: Jesucristo, por
ser verdadero Dios y verdadero hombre, por unir en su Persona Divina a la naturaleza
humana, de alguna manera absorbe a todos los hombres, resume a toda la
humanidad. En Cristo (expresión favorita de San Pablo) estamos todos, tanto cuando
Él realiza la redención en la cruz como cuando resucita de entre los muertos. Esta es
la razón última y más profunda de la posibilidad de nuestra justificación. El Concilio
Vaticano II lo ha expresado de una manera maravillosa: “El Hijo de Dios con su
encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (Gaudium et Spes, nº 22).
El derecho que satanás había adquirido por su triunfo sobre la cabeza del género
humano (el primer Adán), lo perderá ahora por su derrota ante Aquel que es la
Cabeza por excelencia de todo el género humano, el Nuevo Adán, Jesucristo, Dios y
hombre verdadero.
Es esta la razón principal del ayuno y de las tentaciones de Cristo. Así como en la
cruz todos hemos muerto con Cristo, así como en la resurrección todos hemos
resucitado con Cristo, así también en las tentaciones todos hemos vencido con Cristo.
Comienza una nueva humanidad.
Junto a esta razón principal Jesucristo agrega otra razón muy importante: su rol de
Mesías y de redentor no tiene nada que ver con el que le asignaban los corruptos
fariseos y todos aquellos que tenían y tienen un concepto humano y mundano del
Mesías. El Mesías Salvador salvará al mundo a través de los sufrimientos, no a través
de un éxito espectacular en los órdenes humanos. El Salvador sufrirá mansamente
los embates del diablo y los vencerá con la Palabra de Dios. Enfrentando y venciendo
las tentaciones del maligno Jesús se presenta como el Siervo Sufriente de Isaías, y
no como el super-hombre que vence a todos a través de la fuerza, como lo presenta,
por ejemplo, Nietzche, poniéndose decididamente en la línea de los fariseos. Por eso
dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “La tentación de Jesús manifiesta la manera
que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a
la que los hombres (cf Mt 16, 21-23) le quieren atribuir”. Es por eso por lo que Cristo
venció al Tentador a favor nuestro: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no
pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros,
excepto en el pecado" (Heb 4,15) (CEC, 540). El texto de Mt 16,21-23 que cita el
Catecismo se refiere a la reprensión que le hace Pedro cuando Jesús anuncia sus
sufrimientos y su muerte, y la consiguiente contra-reprensión de Jesús: “¡Apártate de
mí, satanás!”.
Por consiguiente, Jesucristo se está poniendo como modelo para todo cristiano que
quiere salir al encuentro de Dios. Y por eso es el modelo que la Iglesia presenta para
esta cuaresma, en camino hacia la Pascua, hacia la resurrección de Cristo.
El pueblo de Israel estuvo cuarenta años en el desierto buscando la tierra prometida.
Allí sufrió la prueba de la tentación, sucumbiendo muchas veces a ella. Pero también
sintió la protección de Dios en la nube durante el día, y en la columna de fuego
durante la noche. Y finalmente entró en la tierra prometida. “Jesús cumplió
perfectamente la vocación de Israel: al contrario de los que anteriormente provocaron
a Dios durante cuarenta años por el desierto (cf. Sal 95, 10), Cristo se revela como el
Siervo de Dios totalmente obediente a la voluntad divina. En esto Jesús es vencedor
del diablo; él ha "atado al hombre fuerte" para despojarle de lo que se había
apropiado (Mc 3, 27). La victoria de Jesús en el desierto sobre el Tentador es un
anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre”
(CEC, 539).
Moisés ayunó cuarenta días y cuarenta noches para entrar en contacto con Dios en el
Monte Sinaí y recibir las tablas de la Ley (Éx 24,18). Elías caminó cuarenta días y
cuarenta noches con un solo alimento al inicio para poder ver a Yahveh en la brisa
suave (1Re 19,8). Jesucristo va a recoger esta tradición bíblica y Él mismo ayunará
cuarenta días y cuarenta noches en el desierto antes de revelar al mundo que Él es el
Mesías Rey, ungido con Espíritu Santo.
Ante el acontecimiento pascual de la resurrección de Cristo, ante el encuentro con
Cristo glorificado, la Iglesia obedece e imita a su Maestro y se prepara
convenientemente a ese suceso. Este es el sentido de la Cuaresma.
2. Las tentaciones en sí mismas
Lo dicho en el punto anterior se refleja incluso en el modo en que el Maligno tienta a
Cristo en el desierto. Lo hace siguiendo el modo en que había tentado al viejo Adán.
Santo Tomás de Aquino establece un paralelo perfecto entre las tentaciones hechas a
Adán y Eva y las hechas a Cristo*4.
Hay tres presupuestos importantes que hay que saber para entender las tentaciones
que el diablo hace a Cristo. En primer lugar, el diablo no sabía con certeza que Cristo
era Dios*5.
En segundo lugar, Cristo se deja tentar como hombre y vence las tentaciones como
hombre, no con la autoridad potestativa que tiene en cuanto Dios*6.
En tercer lugar, el diablo tienta a Cristo como a varón espiritual, y no como a hombre
ordinario. Lo hace por la envidia que el diablo siente ante la perfección que él debiera
haber alcanzado. Por eso, ninguna de las tentaciones está orientada a faltas graves o
gruesas o groseras, sino a cosas finísimas y que apuntan a los defectos espirituales
de los hombres espirituales*7. De esto concluimos que las tres tentaciones son
tentaciones que miran a objetos espirituales. Este punto es muy importante. Por eso
dice Castelllani: “El diablo sabía que Cristo era un varón religioso –lo había visto
prepararse para su misión religiosa con el ayuno de Moisés, lo había visto arder como
una gran fogata en oración continua–; y lo tentó como a un hombre religioso: en el
plano religioso, no en el plano carnal. Una nota del Evangelio traducido por
Straubinger dice: ‘la primera fue una tentación de sensualidad...’ Es un error. Las tres
fueron tentaciones de soberbia. El diablo tienta de soberbia, no de sensualidad, a los
que hacen Cuaresmas tan rigurosas como Cristo”*8.
En Cristo, la primera tentación parte del hambre de Cristo, pero la tentación
propiamente dicha es la de hacer un milagro innecesario para adquirir el alimento*9.
Es la tentación de hacer por vanidad, sin causa, un milagro*10. Concluyendo,
podemos decir con Castellani: “La primera tentación es ésta: por medio de lo religioso
procurarse cosas materiales –como si dijéramos cambiar milagros por pan– la cual
puede llegar a un extremo que se llama simonía, o venta de lo sagrado”*11. Es por
eso que, esta primera tentación, consiste fundamentalmente en algo espiritual que es
usar de los poderes espirituales y religiosos para procurarse un bien material en el
propio interés.
La segunda tentación parte de aquello que también es natural a todo hombre, que es
el honor y la buena fama debidos. Pero el diablo busca sacarlo de su quicio,
desordenarlos. Por eso trata de seducir a Cristo de que se arroje de lo más alto del
Templo, delante de una multitud, exigiendo a Dios que haga un milagro espectacular
para salvarlo, logrando así un éxito que le dará mucha fama. Es el gravísimo pecado
de tentar a Dios para adquirir el propio prestigio*12. Por eso podemos decir que “la
segunda tentación es por medio de la religión procurarse prestigio, poder,
pomposidades y ‘la gloria que dan los hombres’”*13.
La tercera tentación parte de algo que está ínsito en la naturaleza del hombre:
transformar y dominar el mundo. Dios dijo al hombre cuando lo creó: “Dominad la
tierra” (Gén 1,28). Pero el pecado que el diablo induce es el máximo pecado: el
rechazo de Dios y la adoración de satanás. Dice Santo Tomás: “Apetecer las riquezas
y los honores es pecado cuando se los desea desordenadamente. Esto es evidente
sobre todo cuando el hombre comete algo deshonesto para conseguirlos. Y por esto
el diablo no se contentó con invitarle a la codicia de las riquezas y los honores, sino
que trató de inducir a Cristo a que, por el logro de esos bienes, le adorase, lo que es
mayor crimen y va contra Dios”*14. “La tercera tentación es desembozadamente
satánica; postrarse ante el diablo a fin de dominar al mundo”*15.
3. Las tentaciones de Cristo y el cristiano bautizado
El simple cristiano bautizado no es el Mesías o el Ungido con mayúsculas. Sin
embargo, el bautizado también ha sido ungido y participa realmente de la triple unción
de Cristo. También el simple cristiano bautizado es sacerdote, profeta y rey. Tanto en
el Bautismo como en la Confirmación fuimos ungidos con el óleo santo.
Por lo tanto, su misión en el mundo se parece a la de Cristo y, por lo tanto, debe
llevarse a cabo al modo de Cristo. La misión del cristiano en el mundo está
íntimamente relacionada con la lucha en contra del demonio, tanto con las armas
defensivas para resistir los ataques como con las armas ofensivas que derrocan al
demonio, es decir, lo abaten de la roca alta en la que él cree estar*16. La misión del
ungido con minúsculas debe estar estrechamente unida a los sufrimientos y a la cruz
como lo estuvo la del Ungido con mayúsculas. Y precisamente éste es el sentido de
la Cuaresma que hoy iniciamos.
En el Padre Nuestro rezamos: “Líbranos del mal”. La palabra griega ponerós puede
traducirse como un sustantivo abstracto y significar ‘el mal’ en general. Pero este uso
en el NT no es frecuente. La gran mayoría de las veces ponerós es un adjetivo que se
refiere a una persona que es malvada, maligna, perversa. Y todos los mejores
traductores, tanto los antiguos (San Jerónimo, por ejemplo) como los modernos
(Tuggy y Swanson, por ejemplo) entienden que ponerós en Mt 6,13, es decir, en el
Padre Nuestro, se refiere al diablo. Por eso, la mejor traducción sería: “Líbranos del
Malo” o “Líbranos del Maligno”.
El Catecismo de la Iglesia Católica no deja dudas respecto a este particular. Dice
textualmente respecto a la última petición del Padre Nuestro: “La última petición a
nuestro Padre está también contenida en la oración de Jesús: ‘No te pido que los
retires del mundo, sino que los guardes del Maligno’ (Jn 17,15) (…) En esta petición,
el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el
ángel que se opone a Dios. El ‘diablo’ [‘dia-bolos’] es aquél que ‘se atraviesa’ en el
designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo” (CEC, 2850. 2851).
La Cuaresma es el tiempo en el que el cristiano lucha contra su principal enemigo, el
diablo, que busca seducirlo para que desobedezca a Dios.
Pero el diablo no es el único enemigo del cristiano contra el cual debe luchar en la
Cuaresma a través del ayuno y de la oración. El mismo cristiano guarda en sí, como
reliquias del pecado original, una fuerza que lo inclina hacia el mal. Es lo que San
Juan llama las concupiscencias: “Todo lo que hay en el mundo - la concupiscencia de
la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida- no viene del Padre,
sino del mundo” (1Jn 2,16). El ayuno, la oración y la limosna durante la Cuaresma
son un medio para purificarse del mal y poder buscar y encontrar a Jesucristo
glorificado en la Pascua. Precisamente, cada una de esas tres obras de penitencia
apuntan a una de las concupiscencias. El ayuno combate la concupiscencia de la
carne; la limosna combate la concupiscencia de los ojos, que es la concupiscencia del
poseer; y la oración, que es la sumisión a Dios, combate la soberbia.
Conclusión
Las tentaciones de Cristo en el desierto de Judea guardan una finalidad teológica muy
precisa: recapitular todo en Él en cuanto Verbo Encarnado, Cabeza de la nueva
creación. Pero, al mismo tiempo, son modelo para el cristiano de cómo afrontar la
búsqueda de Dios: a través de la negación de sí mismo. Esta negación de sí mismo
se expresa en esas tres obras de penitencia exterior: el ayuno, la limosna y la oración.
Son obras de penitencia exterior que en sí mismas no tendrían ningún sentido si no
logran su objetivo. Ese objetivo es la penitencia interior, es decir, el arrepentimiento y
la confesión de los pecados. De ese modo el cristiano llega adecuadamente
preparado para resucitar con Cristo la noche pascual.
*1- Cf. Regan, P., Dall’ Avvento alla Pentecoste, Edizioni Dehoniane Bologna,
Bologna, 2013, p. 110.
*2- San Lucas resalta todavía más la función del Espíritu: “Jesús, lleno del Espíritu
Santo (pléres Pneúmatos Hagíou), se volvió del Jordán, y fue conducido por el
Espíritu (en tô Pneúmati) hacia el desierto” (Lc 4,1). Es el Espíritu el que empuja y es
la docilidad de Cristo la que se deja empujar y secunda la acción del Espíritu. No es
por voluntad propia.
*3- Joseph Ratzinger - Benedicto XVI, Jesús de Nazareth (I), Editorial Planeta,
Santiago de Chile, 2007, p. 51.
*4- Cf. S. Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, q. 41, a.4 c.
*5- Cf. S. Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, q. 41, a. 1, ad 1. Cf. también
Castellani, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977, p.
164.
*6- Cf. S. Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, q. 41, a. 1, ad 2.
*7- Cf. S. Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, q. 41, a. 2 c; III, q. 41, a. 4 c.
*8- Castellani, L., El Evangelio…, p. 166.
*9- Cf. S. Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, q. 41, a. 4 ad 1.
*10- Cf. S. Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, q. 41, a. 4 ad 3.
*11- Castellani, L., El Evangelio…, p. 168.
*12- Cf. S. Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, q. 41, a. 4 ad 3.
*13- Castellani, L., El Evangelio…, p. 168.
*14- S. Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, q. 41, a. 4 ad 3.
*15- Castellani, L., El Evangelio…, p. 168. Cf. CEC, 2119.
*16- Cf. San Ignacio de Loyola, Libro de los Ejercicios Espirituales, nº 13.
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San Juan Pablo II
1. "Misericordia, Señor: hemos pecado". La invocación del Salmo responsorial, que
acaba de resonar en nuestra asamblea, expresa de manera significativa el sentimiento
que nos anima en este primer domingo de Cuaresma. Estamos al comienzo de un
singular itinerario de penitencia y conversión. Nos damos cuenta de que se trata de
una ocasión favorable para reconocer el pecado, que ofusca nuestra relación con
Dios y con los hermanos: "Yo reconozco mi culpa - proclama el salmista-, tengo
siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que
aborreces" (Sal 50, 5-6).
La página del libro del Génesis, que acabamos de escuchar (cf. Gn 3, 1-7), indica
bien qué es el pecado y las consecuencias que produce en la vida del hombre.
Nuestros antepasados cedieron a las lisonjas del tentador, interrumpiendo
bruscamente el diálogo de confianza y de amor que tenían con Dios. El mal, el
sufrimiento y la muerte entran así en el mundo, y habrá que esperar al Salvador
prometido para restablecer, de modo incluso más admirable, el plan originario del
Creador (cf. Gn 3, 8-24).
2. A la acción insidiosa del Maligno tampoco escapa el Mesías, como narra san
Mateo en la página evangélica de hoy: "Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu
para ser tentado por el diablo" (Mt 4, 1). En el desierto es sometido a una triple
tentación por parte de Satanás, a la que resiste con decisión. Jesús reitera con
firmeza que no es lícito poner a prueba a Dios; no está permitido rendir culto a otro
dios; nadie puede decidir por sí mismo su propio destino. La referencia última de todo
creyente es la Palabra que sale de la boca del Señor.
En estas pocas líneas se bosqueja el programa de nuestro camino cuaresmal.
También nosotros estamos llamados a atravesar el desierto de la cotidianidad,
afrontando la tentación recurrente de alejarnos de Dios. Estamos invitados a imitar la
actitud del Señor, que obedece con decisión la palabra del Padre celestial y, de este
modo, restablece la jerarquía de los valores según el proyecto divino originario.
5. "Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la
obediencia de uno todos se convertirán en justos" (Rm 5, 19). Estas consoladoras
palabras del apóstol san Pablo a los Romanos nos confortan en nuestro camino
espiritual. En el mundo, dominado a menudo por el mal y el pecado, resplandece
victoriosa la luz de Cristo. Él, con su pasión y resurrección, ha derrotado el pecado y
la muerte, abriendo a los creyentes las puertas de la salvación eterna. Este es el
mensaje alentador que nos transmite la liturgia de hoy.
Sin embargo, para participar plenamente en la victoria de Cristo es preciso
comprometerse a cambiar el propio modo de pensar y de actuar, a la luz de la palabra
de Dios.
"Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme" (Sal
50, 12). Hagamos nuestra esta invocación del salmista. Es una súplica muy oportuna
en el tiempo de Cuaresma.
Señor, ¡crea en nosotros un corazón nuevo! Renuévanos en tu amor. Obtennos tú,
Virgen María, un corazón nuevo y un espíritu firme. Así llegaremos a celebrar la
Pascua, renovados y reconciliados con Dios y con los hermanos.
(Homilía en la Parroquia Romana de San Enrique, domingo 17 de febrero de 2002)
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S.S. Francisco, p.p.
El Evangelio del primer domingo de Cuaresma presenta cada año el episodio de las
tentaciones de Jesús, cuando el Espíritu Santo, que descendió sobre Él después del
bautismo en el Jordán, lo llevó a afrontar abiertamente a Satanás en el desierto,
durante cuarenta días, antes de iniciar su misión pública.
El tentador busca apartar a Jesús del proyecto del Padre, o sea, de la senda del
sacrificio, del amor que se ofrece a sí mismo en expiación, para hacerle seguir un
camino fácil, de éxito y de poder. El duelo entre Jesús y Satanás tiene lugar a golpes
de citas de la Sagrada Escritura. El diablo, en efecto, para apartar a Jesús del camino
de la cruz, le hace presente las falsas esperanzas mesiánicas: el bienestar
económico, indicado por la posibilidad de convertir las piedras en pan; el estilo
espectacular y milagrero, con la idea de tirarse desde el punto más alto del templo de
Jerusalén y hacer que los ángeles le salven; y, por último, el atajo del poder y del
dominio, a cambio de un acto de adoración a Satanás. Son los tres grupos de
tentaciones: también nosotros los conocemos bien.
Jesús rechaza decididamente todas estas tentaciones y ratifica la firme voluntad de
seguir la senda establecida por el Padre, sin compromiso alguno con el pecado y con
la lógica del mundo. Mirad bien cómo responde Jesús. Él no dialoga con Satanás,
como había hecho Eva en el paraíso terrenal. Jesús sabe bien que con Satanás no se
puede dialogar, porque es muy astuto. Por ello, Jesús, en lugar de dialogar como
había hecho Eva, elige refugiarse en la Palabra de Dios y responde con la fuerza de
esta Palabra. Acordémonos de esto: en el momento de la tentación, de nuestras
tentaciones, nada de diálogo con Satanás, sino siempre defendidos por la Palabra de
Dios. Y esto nos salvará. En sus respuestas a Satanás, el Señor, usando la Palabra
de Dios, nos recuerda, ante todo, que «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4, 4; cf. Dt 8, 3); y esto nos da fuerza, nos
sostiene en la lucha contra la mentalidad mundana que abaja al hombre al nivel de las
necesidades primarias, haciéndole perder el hambre de lo que es verdadero, bueno y
bello, el hambre de Dios y de su amor. Recuerda, además, que «está escrito también:
“No tentarás al Señor, tu Dios”» (v. 7), porque el camino de la fe pasa también a
través de la oscuridad, la duda, y se alimenta de paciencia y de espera perseverante.
Jesús recuerda, por último, que «está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo
darás culto”» (v. 10); o sea, debemos deshacernos de los ídolos, de las cosas vanas,
y construir nuestra vida sobre lo esencial.
Estas palabras de Jesús encontrarán luego confirmación concreta en sus acciones.
Su fidelidad absoluta al designio de amor del Padre lo conducirá, después de casi tres
años, a la rendición final de cuentas con el «príncipe de este mundo» (Jn 16, 11), en
la hora de la pasión y de la cruz, y allí Jesús reconducirá su victoria definitiva, la
victoria del amor.
Queridos hermanos, el tiempo de Cuaresma es ocasión propicia para todos nosotros
de realizar un camino de conversión, confrontándonos sinceramente con esta página
del Evangelio. Renovemos las promesas de nuestro Bautismo: renunciemos a
Satanás y a todas su obras y seducciones —porque él es un seductor—, para
caminar por las sendas de Dios y llegar a la Pascua en la alegría del Espíritu
(cf. Oración colecta del IV Domingo de Cuaresma, Año A).
(Basílica Vaticana, domingo 9 de marzo de 2014)
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P. Gustavo Pascual, I.V.E.
Las tentaciones de Cristo
(Mt 4,1-11)
El libro del Deuteronomio presenta los cuarenta años que estuvo el pueblo de
Israel en el desierto como una gran tentación*1. Jesús también es llevado por el
Espíritu al desierto y después de cuarenta días de ayuno es tentado por el diablo.
A la luz de la interpretación tradicional judía las tentaciones de Israel en el
desierto son tentaciones contra el amor de Dios que preceptuaba la Ley:
“Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu
fuerza”*2.
+ No amar a Dios “con todo el corazón”, esto es, no someter a Dios tus deseos
interiores, revelarse contra el alimento divino el maná.
+ No amar a Dios “con toda tu alma”, esto es, con tu vida, con tu cuerpo físico, hasta
el extremo del martirio si es preciso.
+ No amar a Dios “con todas tus fuerzas”, esto es, con tus riquezas, lo que se posee,
los bienes exteriores.
Al final, Jesús se muestra como uno que ama a Dios perfectamente*3.
Cristo vence las tres tentaciones con el arma de las Escrituras. Las respuestas a las
tentaciones son del Deuteronomio 6-8
+ A la primera tentación Jesús responde: “No sólo de pan vive el hombre, sino de
toda palabra que sale de la boca de Dios” y es tomada de Deuteronomio 8, 3 *4: “Te
humilló, te hizo pasar hambre, te dio a comer el maná que ni tú ni tus padres habíais
conocido, para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive
de todo lo que sale de la boca de Yahveh”.
+ A la segunda tentación Jesús responde: “No tentarás al Señor tu Dios” y es tomada
de Deuteronomio 6, 16: “No tentaréis a Yahveh vuestro Dios, como le habéis tentado
en Massá”.
+ A la tercera tentación Jesús responde: “Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás
culto” y es tomada de Deuteronomio 6, 13: “A Yahveh tu Dios temerás, a él le
servirás, por su nombre jurarás”.
Las tentaciones del diablo son bajo especie de bien, tomada alguna también de las
Sagradas Escrituras, porque hay que saber que el demonio es muy astuto y tienta
como ángel de luz*5.
Le propone a Jesús cosas aparentemente buenas. El diablo aparece con gran poder
cuando tienta a Cristo, así lo muestra el Evangelio, pero es un poder vano porque se
puede vencer de palabra, con la palabra de Dios. Las tentaciones del diablo son la
mayoría de las veces con falsas razones*6.
+ La primera: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”
+ La segunda: “Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: A sus ángeles
te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra
alguna” y es tomada del Salmo 90, 11-12: “Que él dará orden sobre ti a sus ángeles
de guardarte en todos tus caminos. Te llevarán ellos en sus manos, para que en
piedra no tropiece tu pie”.
+ La tercera: Después de mostrarle todos los reinos del mundo y su gloria le dice:
“Todo esto te daré si postrándote me adoras”.
Las respuestas de Cristo son tajantes. No dan pie al diálogo.
Notamos en el procedimiento de Satanás lo siguiente: quiere arrebatar alguna parte
de nuestro ser para que no amemos a Dios completamente.
O el corazón, es decir la vida interior, cuando nuestros pensamientos son contra el
amor a Dios. Acaso el Amor no nos dará todo lo que necesitamos ¿Por qué
pensamos mal?
O el alma, es decir las obras, testimonio externo de nuestro amor a Dios. “Glorificad,
por tanto, a Dios en vuestro cuerpo”*7. No tentar a Dios, pero si Dios pide el sacrificio
de nuestro cuerpo, estar dispuesto a darlo.
O las fuerzas, las cosas externas que muchas veces las amamos más que a Dios.
“No podéis servir a Dios y al Dinero”*8. No podemos tener dos señores. El diablo
tienta por la codicia de riquezas a la mayoría de los hombres.
Cristo se presenta como ejemplo de amor a Dios. Lo ama con todo su ser. Todo lo
suyo pertenece a Dios.
Este debe ser el propósito de la Cuaresma, tratar de entregar a Dios lo que nos falta
entregar.
*1- Dt 8, 2.4; Nm 14, 34
*2- Dt 6, 5
*3- Jsalén. a Mt 4.
*4- También ver Sb 16, 26
*5- Cf. San Ignacio de Loyola, Libro de los Ejercicios Espirituales nº 332. En adelante
E.E.
*6- E.E. nº 315. Cf. E.E. nº 325-327.
*7- 1 Co 6, 20
*8- Mt 6, 24
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Benedicto XVI
Hoy es el primer domingo de Cuaresma, el tiempo litúrgico de cuarenta días que
constituye en la Iglesia un camino espiritual de preparación para la Pascua. Se trata,
en definitiva, de seguir a Jesús, que se dirige decididamente hacia la cruz, culmen de
su misión de salvación. Si nos preguntamos: ¿por qué la Cuaresma? ¿Por qué la
cruz? La respuesta, en términos radicales, es esta: porque existe el mal, más aún, el
pecado, que según las Escrituras es la causa profunda de todo mal. Pero esta
afirmación no es algo que se puede dar por descontado, y muchos rechazan la misma
palabra «pecado», pues supone una visión religiosa del mundo y del hombre. Y es
verdad: si se elimina a Dios del horizonte del mundo, no se puede hablar de pecado.
Al igual que cuando se oculta el sol desaparecen las sombras —la sombra sólo
aparece cuando hay sol—, del mismo modo el eclipse de Dios conlleva
necesariamente el eclipse del pecado. Por eso, el sentido del pecado —que no es lo
mismo que el «sentido de culpa», como lo entiende la psicología—, se alcanza
redescubriendo el sentido de Dios. Lo expresa el Salmo Miserere, atribuido al rey
David con ocasión de su doble pecado de adulterio y homicidio: «Contra ti —dice
David, dirigiéndose a Dios—, contra ti sólo pequé» (Sal 51, 6).
Ante el mal moral, la actitud de Dios es la de oponerse al pecado y salvar al pecador.
Dios no tolera el mal, porque es amor, justicia, fidelidad; y precisamente por esto no
quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Para salvar a la
humanidad, Dios interviene: lo vemos en toda la historia del pueblo judío, desde la
liberación de Egipto. Dios está decidido a liberar a sus hijos de la esclavitud para
conducirlos a la libertad. Y la esclavitud más grave y profunda es precisamente la del
pecado. Por esto, Dios envió a su Hijo al mundo: para liberar a los hombres del
dominio de Satanás, «origen y causa de todo pecado». Lo envió a nuestra carne
mortal para que se convirtiera en víctima de expiación, muriendo por nosotros en la
cruz. Contra este plan de salvación definitivo y universal, el Diablo se ha opuesto con
todas sus fuerzas, como lo demuestra en particular el Evangelio de las tentaciones de
Jesús en el desierto, que se proclama cada año en el primer domingo de Cuaresma.
De hecho, entrar en este tiempo litúrgico significa ponerse cada vez del lado de Cristo
contra el pecado, afrontar —sea como individuos sea como Iglesia— el combate
espiritual contra el espíritu del mal (Miércoles de Ceniza, oración colecta).
Por eso, invocamos la ayuda maternal de María santísima para el camino cuaresmal
que acaba de comenzar, a fin de que abunde en frutos de conversión.
(Ángelus, Plaza de San Pedro, domingo 13 de marzo de 2011)
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P. Jorge Loring, S.J.
Hoy es el primer domingo de Cuaresma, el tiempo litúrgico de cuarenta días que
constituye en la Iglesia un camino espiritual de preparación para la Pascua. Se trata,
en definitiva, de seguir a Jesús, que se dirige decididamente hacia la cruz, culmen de
su misión de salvación. Si nos preguntamos: ¿por qué la Cuaresma? ¿Por qué la
cruz? La respuesta, en términos radicales, es esta: porque existe el mal, más aún, el
pecado, que según las Escrituras es la causa profunda de todo mal. Pero esta
afirmación no es algo que se puede dar por descontado, y muchos rechazan la misma
palabra «pecado», pues supone una visión religiosa del mundo y del hombre. Y es
verdad: si se elimina a Dios del horizonte del mundo, no se puede hablar de pecado.
Al igual que cuando se oculta el sol desaparecen las sombras —la sombra sólo
aparece cuando hay sol—, del mismo modo el eclipse de Dios conlleva
necesariamente el eclipse del pecado. Por eso, el sentido del pecado —que no es lo
mismo que el «sentido de culpa», como lo entiende la psicología—, se alcanza
redescubriendo el sentido de Dios. Lo expresa el Salmo Miserere, atribuido al rey
David con ocasión de su doble pecado de adulterio y homicidio: «Contra ti —dice
David, dirigiéndose a Dios—, contra ti sólo pequé» (Sal 51, 6).
Ante el mal moral, la actitud de Dios es la de oponerse al pecado y salvar al pecador.
Dios no tolera el mal, porque es amor, justicia, fidelidad; y precisamente por esto no
quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Para salvar a la
humanidad, Dios interviene: lo vemos en toda la historia del pueblo judío, desde la
liberación de Egipto. Dios está decidido a liberar a sus hijos de la esclavitud para
conducirlos a la libertad. Y la esclavitud más grave y profunda es precisamente la del
pecado. Por esto, Dios envió a su Hijo al mundo: para liberar a los hombres del
dominio de Satanás, «origen y causa de todo pecado». Lo envió a nuestra carne
mortal para que se convirtiera en víctima de expiación, muriendo por nosotros en la
cruz. Contra este plan de salvación definitivo y universal, el Diablo se ha opuesto con
todas sus fuerzas, como lo demuestra en particular el Evangelio de las tentaciones de
Jesús en el desierto, que se proclama cada año en el primer domingo de Cuaresma.
De hecho, entrar en este tiempo litúrgico significa ponerse cada vez del lado de Cristo
contra el pecado, afrontar —sea como individuos sea como Iglesia— el combate
espiritual contra el espíritu del mal (Miércoles de Ceniza, oración colecta).
Por eso, invocamos la ayuda maternal de María santísima para el camino cuaresmal
que acaba de comenzar, a fin de que abunde en frutos de conversión.
(Ángelus, Plaza de San Pedro, domingo 13 de marzo de 2011)
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Directorio Homilético
Primer domingo de Cuaresma
CEC 394, 538-540, 2119: la tentación de Jesús
CEC 2846-2949: “No nos dejes caer en la tentación”
CEC 385-390, 396-400: la Caída
CEC 359, 402-411, 615: Adán, el Pecado Original; Cristo el nuevo Adán
394 La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama
"homicida desde el principio" (Jn 8,44) y que incluso intentó apartarlo de la misión
recibida del Padre (cf. Mt 4,1-11). "El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las
obras del diablo" (1 Jn 3,8). La más grave en consecuencias de estas obras ha sido la
seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios.
Las Tentaciones de Jesús
538 Los Evangelios hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el desierto
inmediatamente después de su bautismo por Juan: "Impulsado por el Espíritu" al
desierto, Jesús permanece allí sin comer durante cuarenta días; vive entre los
animales y los ángeles le servían (cf. Mc 1, 12-13). Al final de este tiempo, Satanás le
tienta tres veces tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza
estos ataques que recapitulan las tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en
el desierto, y el diablo se aleja de él "hasta el tiempo determinado" (Lc 4, 13).
539 Los evangelistas indican el sentido salvífico de este acontecimiento misterioso.
Jesús es el nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero sucumbió a la
tentación. Jesús cumplió perfectamente la vocación de Israel: al contrario de los que
anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta años por el desierto (cf. Sal 95,
10), Cristo se revela como el Siervo de Dios totalmente obediente a la voluntad divina.
En esto Jesús es vencedor del diablo; él ha "atado al hombre fuerte" para despojarle
de lo que se había apropiado (Mc 3, 27). La victoria de Jesús en el desierto sobre el
Tentador es un anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor
filial al Padre.
540 La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de
Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los hombres (cf Mt 16, 21-
23) le quieren atribuir. Es por eso por lo que Cristo venció al Tentador a favor nuestro:
"Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras
flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado" (Hb 4, 15).
La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al Misterio
de Jesús en el desierto.
2119 La acción de tentar a Dios consiste en poner a prueba de palabra o de obra, su
bondad y su omnipotencia. Así es como Satán quería conseguir de Jesús que se
arrojara del templo y obligase a Dios, mediante este gesto, a actuar (cf Lc 4,9). Jesús
le opone las palabras de Dios: "No tentarás al Señor tu Dios" (Dt 6,16). El reto que
contiene este tentar a Dios lesiona el respeto y la confianza que debemos a nuestro
Criador y Señor. Incluye siempre una duda respecto a su amor, su providencia y su
poder (cf 1 Co 10.9; Ex 17,2-7; Sal 95,9).
VI NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACION
2846 Esta petición llega a la raíz de la anterior, porque nuestros pecados son los
frutos del consentimiento a la tentación. Pedimos a nuestro Padre que no nos "deje
caer" en ella. Traducir en una sola palabra el texto griego es difícil: significa "no
permitas entrar en" (cf Mt 26, 41), "no nos dejes sucumbir a la tentación". "Dios ni es
tentado por el mal ni tienta a nadie" (St 1, 13), al contrario, quiere librarnos del mal. Le
pedimos que no nos deje tomar el camino que conduce al pecado, pues estamos
empeñados en el combate "entre la carne y el Espíritu". Esta petición implora el
Espíritu de discernimiento y de fuerza.
2847 El Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el
crecimiento del hombre interior (cf Lc 8, 13-15; Hch 14, 22; 2 Tm 3, 12) en orden a
una "virtud probada" (Rm 5, 3-5), y la tentación que conduce al pecado y a la muerte
(cf St 1, 14-15). También debemos distinguir entre "ser tentado" y "consentir" en la
tentación. Por último, el discernimiento desenmascara la mentira de la tentación:
aparentemente su objeto es "bueno, seductor a la vista, deseable" (Gn 3, 6), mientras
que, en realidad, su fruto es la muerte.
Dios no quiere imponer el bien, quiere seres libres ... En algo la tentación es
buena. Todos, menos Dios, ignoran lo que nuestra alma ha recibido de Dios, incluso
nosotros. Pero la tentación lo manifiesta para enseñarnos a conocernos, y así,
descubrirnos nuestra miseria, y obligarnos a dar gracias por los bienes que la
tentación nos ha manifestado (Orígenes, or. 29).
2848 "No entrar en la tentación" implica una decisión del corazón: "Porque donde
esté tu tesoro, allí también estará tu corazón ... Nadie puede servir a dos señores" (Mt
6, 21-24). "Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu" (Ga 5,
25). El Padre nos da la fuerza para este "dejarnos conducir" por el Espíritu Santo. "No
habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá
que seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo
de poderla resistir con éxito" (1 Co 10, 13).
2849 Pues bien, este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por
medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio (cf Mt 4, 11)
y en el último combate de su agonía (cf Mt 26, 36-44). En esta petición a nuestro
Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La vigilancia del corazón es
recordada con insistencia en comunión con la suya (cf Mc 13, 9. 23. 33-37; 14, 38; Lc
12, 35-40). La vigilancia es "guarda del corazón", y Jesús pide al Padre que "nos
guarde en su Nombre" (Jn 17, 11). El Espíritu Santo trata de despertarnos
continuamente a esta vigilancia (cf 1 Co 16, 13; Col 4, 2; 1 Ts 5, 6; 1 P 5, 8). Esta
petición adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro
combate en la tierra; pide la perseverancia final. "Mira que vengo como ladrón.
Dichoso el que esté en vela" (Ap 16, 15).
LA CAIDA
385 Dios es infinitamente bueno y todas sus obras son buenas. Sin embargo, nadie
escapa a la experiencia del sufrimiento, de los males en la naturaleza -que aparecen
como ligados a los límites propios de las criaturas-, y sobre todo a la cuestión del mal
moral. ¿De dónde viene el mal? "Quaerebam unde malum et non erat exitus"
("Buscaba el origen del mal y no encontraba solución") dice S. Agustín (conf. 7,7.11),
y su propia búsqueda dolorosa sólo encontrará salida en su conversión al Dios vivo.
Porque "el misterio de la iniquidad" (2 Ts 2,7) sólo se esclarece a la luz del "Misterio
de la piedad" (1 Tm 3,16). La revelación del amor divino en Cristo ha manifestado a la
vez la extensión del mal y la sobreabundancia de la gracia (cf. Rm 5,20). Debemos,
por tanto, examinar la cuestión del origen del mal fijando la mirada de nuestra fe en el
que es su único Vencedor (cf. Lc 11,21-22; Jn 16,11; 1 Jn 3,8).
I DONDE ABUNDO EL PECADO, SOBREABUNDO
LA GRACIA
La realidad del pecado
386 El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo
o dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el
pecado, es preciso en primer lugar reconocer el vínculo profundo del hombre con
Dios, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su
verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la
vida del hombre y sobre la historia.
387 La realidad del pecado, y más particularmente del pecado de los orígenes, sólo
se esclarece a la luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da de
Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de
explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad sicológica,
un error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada, etc. Sólo en
el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es
un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle
y amarse mutuamente.
El pecado original - una verdad esencial de la fe
388 Con el desarrollo de la Revelación se va iluminando también la realidad del
pecado. Aunque el Pueblo de Dios del Antiguo Testamento conoció de alguna manera
la condición humana a la luz de la historia de la caída narrada en el Génesis, no podía
alcanzar el significado último de esta historia que sólo se manifiesta a la luz de la
Muerte y de la Resurrección de Jesucristo (cf. Rm 5,12-21). Es preciso conocer a
Cristo como fuente de la gracia para conocer a Adán como fuente del pecado. El
Espíritu-Paráclito, enviado por Cristo resucitado, es quien vino "a convencer al mundo
en lo referente al pecado" (Jn 16,8) revelando al que es su Redentor.
389 La doctrina del pecado original es, por así decirlo, "el reverso" de la Buena
Nueva de que Jesús es el Salvador de todos los hombres, que todos necesitan
salvación y que la salvación es ofrecida a todos gracias a Cristo. La Iglesia, que tiene
el sentido de Cristo (cf. 1 Cor 2,16) sabe bien que no se puede lesionar la revelación
del pecado original sin atentar contra el Misterio de Cristo.
Para leer el relato de la caída
390 El relato de la caída (Gn 3) utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero afirma
un acontecimiento primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo de la historia del
hombre (cf. GS 13,1). La Revelación nos da la certeza de fe de que toda la historia
humana está marcada por el pecado original libremente cometido por nuestros
primeros padres (cf. Cc. de Trento: DS 1513; Pío XII: DS 3897; Pablo VI, discurso 11
Julio 1966).
III EL PECADO ORIGINAL
La prueba de la libertad
396 Dios creó al hombre a su imagen y lo estableció en su amistad. Criatura
espiritual, el hombre no puede vivir esta amistad más que en la forma de libre
sumisión a Dios. Esto es lo que expresa la prohibición hecha al hombre de comer del
árbol del conocimiento del bien y del mal, "porque el día que comieres de él, morirás"
(Gn 2,17). "El árbol del conocimiento del bien y del mal" evoca simbólicamente el
límite infranqueable que el hombre en cuanto criatura debe reconocer libremente y
respetar con confianza. El hombre depende del Creador, está sometido a las leyes de
la Creación y a las normas morales que regulan el uso de la libertad.
El primer pecado del hombre
397 El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su
creador (cf. Gn 3,1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de
Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (cf. Rm 5,19). En adelante, todo
pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad.
398 En este pecado, el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios, y por ello
despreció a Dios: hizo elección de sí mismo contra Dios, contra las exigencias de su
estado de criatura y, por tanto, contra su propio bien. El hombre, constituido en un
estado de santidad, estaba destinado a ser plenamente "divinizado" por Dios en la
gloria. Por la seducción del diablo quiso "ser como Dios" (cf. Gn 3,5), pero "sin Dios,
antes que Dios y no según Dios" (S. Máximo Confesor, ambig.).
399 La Escritura muestra las consecuencias dramáticas de esta primera
desobediencia. Adán y Eva pierden inmediatamente la gracia de la santidad original
(cf. Rm 3,23). Tienen miedo del Dios (cf. Gn 3,9-10) de quien han concebido una falsa
imagen, la de un Dios celoso de sus prerrogativas (cf. Gn 3,5).
400 La armonía en la que se encontraban, establecida gracias a la justicia original,
queda destruida; el dominio de las facultades espirituales del alma sobre el cuerpo se
quiebra (cf. Gn 3,7); la unión entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones (cf.
Gn 3,11-13); sus relaciones estarán marcadas por el deseo y el dominio (cf. Gn 3,16).
La armonía con la creación se rompe; la creación visible se hace para el hombre
extraña y hostil (cf. Gn 3,17.19). A causa del hombre, la creación es sometida "a la
servidumbre de la corrupción" (Rm 8,21). Por fin, la consecuencia explícitamente
anunciada para el caso de desobediencia (cf. Gn 2,17), se realizará: el hombre
"volverá al polvo del que fue formado" (Gn 3,19). La muerte hace su entrada en la
historia de la humanidad (cf. Rm 5,12).
401 Desde este primer pecado, una verdadera invasión de pec ado inunda el
mundo: el fratricidio cometido por Caín en Abel (cf. Gn 4,3-15); la corrupción
universal, a raíz del pecado (cf. Gn 6,5.12; Rm 1,18-32); en la historia de Israel, el
pecado se manifiesta frecuentemente, sobre todo como una infidelidad al Dios de la
Alianza y como transgresión de la Ley de Moisés; e incluso tras la Redención de
Cristo, entre los cristianos, el pecado se manifiesta, entre los cristianos, de múltiples
maneras (cf. 1 Co 1-6; Ap 2-3). La Escritura y la Tradición de la Iglesia no cesan de
recordar la presencia y la universalidad del pecado en la historia del hombre:
Lo que la revelación divina nos enseña coincide con la misma experiencia.
Pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e
inmerso en muchos males que no pueden proceder de su Creador, que es bueno.
Negándose con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompió además el
orden debido con respecto a su fin último y, al mismo tiempo, toda su ordenación en
relación consigo mismo, con todos los otros hombres y con todas las cosas creadas
(GS 13,1).
Consecuencias del pecado de Adán para la humanidad
402 Todos los hombres están implicados en el pecado de Adán. S. Pablo lo afirma:
"Por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores" (Rm
5,19): "Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la
muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron..." (Rm
5,12). A la universalidad del pecado y de la muerte, el Apóstol opone la universalidad
de la salvación en Cristo: "Como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres
la condenación, así también la obra de justicia de uno solo (la de Cristo) procura a
todos una justificación que da la vida" (Rm 5,18).
403 Siguiendo a S. Pablo, la Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa miseria
que oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles
sin su conexión con el pecado de Adán y con el hecho de que nos ha transmitido un
pecado con que todos nacemos afectados y que es "muerte del alma" (Cc. de Trento:
DS 1512). Por esta certeza de fe, la Iglesia concede el Bautismo para la remisión de
los pecados incluso a los niños que no han cometido pecado personal (Cc. de Trento:
DS 1514).
404 ¿Cómo el pecado de Adán vino a ser el pecado de todos sus descendientes?
Todo el género humano es en Adán "sicut unum corpus unius hominis" ("Como el
cuerpo único de un único hombre") (S. Tomás de A., mal. 4,1). Por esta "unidad del
género humano", todos los hombres están implicados en el pecado de Adán, como
todos están implicados en la justicia de Cristo. Sin embargo, la transmisión del pecado
original es un misterio que no podemos comprender plenamente. Pero sabemos por la
Revelación que Adán había recibido la santidad y la justicia originales no para él solo
sino para toda la naturaleza humana: cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un
pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana, que transmitirán
en un estado caído (cf. Cc. de Trento: DS 1511-12). Es un pecado que será
transmitido por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una
naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales. Por eso, el
pecado original es llamado "pecado" de manera análoga: es un pecado "contraído",
"no cometido", un estado y no un acto.
405 Aunque propio de cada uno (cf. Cc. de Trento: DS 1513), el pecado original no
tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación
de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente
corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al
sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es
llamada "concupiscencia"). El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el
pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias para la
naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al
combate espiritual.
406 La doctrina de la Iglesia sobre la transmisión del pecado original fue precisada
sobre todo en el siglo V, en particular bajo el impulso de la reflexión de S. Agustín
contra el pelagianismo, y en el siglo XVI, en oposición a la Reforma protestante.
Pelagio sostenía que el hombre podía, por la fuerza natural de su voluntad libre, sin la
ayuda necesaria de la gracia de Dios, llevar una vida moralmente buena: así reducía
la influencia de la falta de Adán a la de un mal ejemplo. Los primeros reformadores
protestantes, por el contrario, enseñaban que el hombre estaba radicalmente
pervertido y su libertad anulada por el pecado de los orígenes; identificaban el pecado
heredado por cada hombre con la tendencia al mal ("concupiscentia"), que sería
insuperable. La Iglesia se pronunció especialmente sobre el sentido del dato revelado
respecto al pecado original en el II Concilio de Orange en el año 529 (cf. DS 371-72)
y en el Concilio de Trento, en el año 1546 (cf. DS 1510-1516).
Un duro combate...
407 La doctrina sobre el pecado original -vinculada a la de la Redención de Cristo-
proporciona una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del hombre y de
su obrar en el mundo. Por el pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un
cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre. El pecado original
entraña "la servidumbre bajo el poder del que poseía el imperio de la muerte, es decir,
del diablo" (Cc. de Trento: DS 1511, cf. Hb 2,14). Ignorar que el hombre posee una
naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la
educación, de la política, de la acción social (cf. CA 25) y de las costumbres.
408 Las consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales de
los hombres confieren al mundo en su conjunto una condición pecadora, que puede
ser designada con la expresión de S. Juan: "el pecado del mundo" (Jn 1,29).
Mediante esta expresión se significa también la influencia negativa que ejercen sobre
las personas las situaciones comunitarias y las estructuras sociales que son fruto de
los pecados de los hombres (cf. RP 16).
409 Esta situación dramática del mundo que "todo entero yace en poder del
maligno" (1 Jn 5,19; cf. 1 P 5,8), hace de la vida del hombre un combate:
A través de toda la historia del hombre se extiend e una dura batalla contra los
poderes de las tinieblas que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el
último día según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir
continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda de la
gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo (GS 37,2).
IV “NO LO ABANDONASTE AL PODER DE LA MUERTE”
410 Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama
(cf. Gn 3,9) y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento
de su caída (cf. Gn 3,15). Este pasaje del Génesis ha sido llamado "Protoevangelio",
por ser el primer anuncio del Mesías redentor, anuncio de un combate entre la
serpiente y la Mujer, y de la victoria final de un descendiente de ésta.
411 La tradición cristiana ve en este pasaje un anuncio del "nuevo Adán" (cf. 1 Co
15,21-22.45) que, por su "obediencia hasta la muerte en la Cruz" (Flp 2,8) repara con
sobreabundancia la descendencia de Adán (cf. Rm 5,19-20). Por otra parte,
numerosos Padres y doctores de la Iglesia ven en la mujer anunciada en el
"protoevangelio" la madre de Cristo, María, como "nueva Eva". Ella ha sido la que, la
primera y de una manera única, se benefició de la victoria sobre el pecado alcanzada
por Cristo: fue preservada de toda mancha de pecado original (cf. Pío IX: DS 2803) y,
durante toda su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió ninguna
clase de pecado (cf. Cc. de Trento: DS 1573).
359 "Realmente, el el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado" (GS 22,1):
San Pablo nos dice que dos hombres dieron origen al género humano, a saber,
Adán y Cristo...El primer hombre, Adán, fue un ser animado; el último Adán, un
espíritu que da vida. Aquel primer Adán fue creado por el segundo, de quien recibió el
alma con la cual empezó a vivir... El segundo Adán es aquel que, cuando creó al
primero, colocó en él su divina imagen. De aquí que recibiera su naturaleza y
adoptara su mismo nombre, para que aquel a quien había formado a su misma
imagen no pereciera. El primer Adán es, en realidad, el nuevo Adán; aquel primer
Adán tuvo principio, pero este último Adán no tiene fin. Por lo cual, este último es,
realmente, el primero, como él mismo afirma: "Yo soy el primero y yo soy el último".
(S. Pedro Crisólogo, serm. 117).
Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su obediencia
615 "Como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos
pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos"
(Rm 5, 19). Por su obediencia hasta la muerte, Jesús llevó a cabo la sustitución del
Siervo doliente que "se dio a sí mismo en expiación", "cuando llevó el pecado de
muchos", a quienes "justificará y cuyas culpas soportará" (Is 53, 10-12). Jesús repara
por nuestras faltas y satisface al Padre por nuestros pecados (cf. Cc de Trento: DS
1529).
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