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De Riz - La Política en Suspenso

Date post: 07-Sep-2015
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De Riz - La Política en Suspenso
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Transcript
  • .. , ~t:f;1:;::1 ~r:; l? r.~lC{{)!_:._._:'l1/llL

  • en lo~ sucesos que haban enfrentando a los militares en 1962 y 1963, acreditaba a su favor la fama de haber sabido conducir a las Fuerzas Armadas por la senda de la modernizacin y el profesionalismo.

    Los acontecimientos se precipitaron pero no alteraron el libreto previam.ente anunciado por Confirmado. El ejrcito ocup las radios, las televtsoras y las centrales telefnicas, y concedi un plazo peren-torio al presidente Illia para presentar su renuncia. El doctor Illia no renunci y fue expulsado de la Casa Rosada por un destacamento de policas de la Guardia de Infantera. Escoltado por sus funcionarios y amigos, Illia abandon la sede de gobierno. Las ltimas palabras que ~irig~ a la tropa policial sonaron premonitorias: "Yo s que su conc1enc1a le va a reprochar lo que est haciendo. A muchos de us-~edes les dar vergenza cumplir las rdenes que les imparten estos mdignos, que ni siquiera son sus jefes. Algn da tendrn que con-tar a sus hijos estos momentos. Sentirn vergenza ... ". Sin embar-go, pocos podan entonces atribuir a estas palabras el carcter de una profeca. La debilidad de un presidente, sinceramente conven-cido de la legitimidad de su mando pese a haber sido ungido con el 25 ~or cient~ de los votos bajo un rgimen de proscripcin del pe-rorusmo, hacia menos gravoso su derrocamiento. Muchos vean en su cada el fin de una legalidad falaz y no podan imaginar que con ese presidente provinciano y parsimonioso, a quien una caricatura de la poca represent como un anciano en estado de quietud, con una pal~ma de la paz posada en su cabeza, se ira tambin la frgil concordia que haba servido de dique de contencin de las pasiones que dividan a la sociedad argentina.

    El 26 de junio, el escenario estaba montado y el protagonista, pre-parado para a entrar en escena. La opinin pblica haba sido hbil-mente manipulada por una intensa campaa antigubernamental. Un nuevo tipo de revistas cuyo estilo inaugur la aparicin del semana-r~o Primera .Plana, en 1962, se encarg de construir la imagen nega-ttva del gobierno. Con un formato copiado de Time y de Newsweek y sostenidos por la publicidad de las grandes empresas nacionales y ex-tranjeras, estos semanarios acercaban la poltica a la gente, le infor-maban lo ocurrido en los pasillos del poder y difundan entre los ar-gentinos, ansiosos de conocer los entretelones de la poltica, nuevas aspiraciones y pautas de consumo. La modernizacin tcnica y cul-tural iniciada por Frondizi haba modificado la estructura social del

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    1 ! l.

    pas. Una nueva clase gerencial, anunciada con jbilo por Primera Plana, como indicador de la modernizacin en curso, se asegur un lugar en la economa. Institutos de reciente creacin difundan los mtodos de las escuelas norteamericanas de administracin de em-presas y captaban a un sector vido de asegurarse ingresos cada vez ms considerables, que recortaban los de las clases propietarias. Po-co antes del golpe, Primera Plana public un sondeo de opinin se-gn el cual, entre el grupo de los profesionales, el golpe no horrori-zaba tant ni a tantos, como ocurra en otros sectores de la sociedad. Un 40 por ciento eran golpistas contumaces y un 10 por ciento se pronunciaba a favor del golpe a condicin de que hubiese una rpi-da salida electoral. Entre las respuestas que registr el semanario, destacan: "Es preferible que el poder se concentre de una buena vez en una sol mano", "anular las elecciones por diez aos es la medida ms sabia que puede concebirse, junto con la inhabilitacin de los polticos actuales", "debe mantenerse la continuidad del prximo go-bierno mediante plebiscitos, votando por s o por no y no tener que andar optando entre diez listas de candidatos", "el pas est viviendo una gran frustracin". Los ejecutivos jvenes, observa el informe, pa-recen ms inclinados a aceptar el golpe que los dueos de empresa, temerosos de lo imprevisible. En esta nueva capa social, existe la creencia de que el gobierno militar permitir mejorar la eficiencia en la administracin pblica, una posibilidad que los fascina. 1 Estos tes-timonios ms all de la validez de los sondeos de Primera Plana, ilus-

    ' tran bien la nueva sensibilidad de una minora surgida al calor de las transformaciones ocurridas en la sociedad.

    En el revolucionado clima moral de las clases medias, engrosadas por nuevos contingentes, los valores tradicionales de la democracia liberal cedieron paso a la exaltacin de la eficacia. El eco que el diag-nstico de ineficiencia del gobierno, apoyado en una propaganda masiva, logr en la sociedad argentina de entonces, obedeca a la in-satisfaccin generalizada con polticas que suponan habran de pro-longar el impasse econmico y social. Ni la clase trabajadora, identi-ficada con el peronismo, ni los empresarios, nacionales o extranjeros, se reconocan en ellas. Mariano Grandona responda en un reporta-je publicado en Primera Plana que "el problema de fondo es la crea-

    1. Primera Plana, 20 de junio de 1966.

  • cin de un poder poltico lo suficienteme t' fuLe o autoritario pa-ra absorber los primeros impactos de la e 1ta J:onmica que, tanto en el caso argentino como en el brasile o, tieJe que ser muy dura ~orque se manejan situaciones ya muy de r

    1 ora as. Desde el 7 de ju-

    lio de 1963, en lo que estamos en Argenti al es n una etapa de la lu-cha por ver quin va a tener ese poder, q : va a mandar todava en la Argentina. En consecuencia, hasta qu : ... ) lguien no se quede con el poder en forma slida, con reserv ~, ctJ.~ as y estratgicas, no ser posible emprender con xito esa eco o' 'a estructural".2 El po-der del presidente Illia no era "slido", n , or ue fuera escasamen-te representativo de una sociedad en la qu e' peronismo estaba pros-crip_t?, ~ino porque, no obstante ese ori e : , :3Ja representativo del eqmlibno de fuerzas que desde 195 5 ha ' , in entado infructuosa-mente romper los gobiernos militares y l ; r era experiencia civil de gobierno semiconstitucional encabeza a 1 or Frondizi.

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    .nf\i.\\\ L;; 111~~.r}n! .. ... ;r; t_., Cifj) ~

  • ta porque es parte de su femineidad. Esta mujer provinciana, que algunos consideraban mandona, esposa de un mdico que se deca que "como mdico era un fracaso", rechaz que la llamaran "seo-ra presidenta". Contrastada con la imagen de madame Ivonne De Gaulle, primera dama de Francia, la primera dama de los argenti-nos decepcionaba a los frvolos lectores de Primera Plana. Esta comparacin evocaba la que los sindicalistas haban hecho entre Pern y De Gaulle, en ocasin de la frustrada "operacin retorno" del general exiliado durante 1964. Entonces, De Gaulle haba esta-do de visita en Argentina y los jefes sindicales no dudaron en lan-zar la consigna: "De Gaulle, Pern, un solo corazn". Como Pe-rn, De Gaulle habra de retornar triunfante al pas del exilio, pa-ra conducir hacia su destino de "grandeza".

    Arturo Illia, un respetado poltico de provincia, haba sido ungi-do presidente en 1963, tras una victoria electoral que sorprendi a todos y gracias al auxilio del voto de partidos menores en el Cole-gio Electoral. Los radicales del Pueblo haban optado por preservar a su lder histrico, Ricardo Balbn, convencidos de que la alianza Pern-Frondizi saldra victoriosa. Sin embargo, los sucesivos impe-dimentos legales terminaron por quebrar la coalicin armada por Pern y Frondizi, y Arturo Illia obtuvo la mayora relativa de los su-fragios. A este desenlace haba contribuido de manera decisiva la candidatura del general Aramburu. Los llamados de Pern y de Frondizi a votar en blanco tuvieron poco eco entre sus seguidores y fracciones importantes del peronismo prefirieron optar por las al-ternativas que se les ofrecan para cerrar el camino a quien haba si-do presidente de la Revolucin Libertadora y figura emblemtica de la restauracin autoritaria y antipopular. De este modo, la emigra-

    . cin espontnea de votos peronistas termin beneficiando a los ra-dicales de Pueblo y a los radicales Intransigentes que desacataron la consigna de Frondizi.

    Los resultados de los comicios de 1963 fueron el fruto de una op-cin forzada. Sin embargo, el estilo moderado y moderador del doc-tor lllia, en franco contraste con el frontal y fulminante del doctor Frondizi, pareca ajustarse al humor de la sociedad argentina, can-sada de tantas frustraciones. Frondizi no haba sido "la salida inme-diata para la solucin que usted desea", como rezaba la consigna de su campaa electoral en 1958. Desde la llegada del peronismo al po-

    der, en 1946, el Partido Radical haba canalizado el rechazo que el rgimen de Pern despertara en las clases medias y altas. Pero el an-tiperonismo no se limitaba a la reaccin ante la orientacin autori-taria del rgimen de Pern; expresaba, tambin, la resistencia a las transformaciones sociales que el lder de los peronistas haba con-cretado en sus dos gobiernos. Poco a poco, el clima de restauracin social que animara la Revolucin Libertadora de 19 5 5, cedi paso a la idea de que los cambios introducidos por el peronismo eran irre-versibles y que, por lo tanto, se impona atenuar sus consecuencias. El peronismo era una realidad y as lo reconoci Frondizi, primero, y ms tarde, el movimiento de los Azules dentro de las Fuerzas Ar-madas. Illia se comprometi a devolver a la legalidad al movimien-to poltico liderado por Pern y cumpli su promesa: el Partido Jus-ticialista fue legalmente reconocido en 1965 y goz de una libertad hasta entonces desconocida. Esta audaz apertura no estaba exenta de clculo poltico; se esperaba sacar rdito de las contradicciones que atravesaban al movimiento dirigido por Pern desde su exilio en Madrid. El proyecto de un peronismo sin Pern haba ganado adep-tos entre importantes sectores del sindicalismo y lderes de partidos de origen provincial. Poda conjeturarse que la solucin para el im-passe que haba creado la antinomia peronismo-antiperonismo ha-bra de ser la creacin de partidos peronistas "modernos", en condi-ciones de formar parte de un sistema poltico plural, aceptado por el resto de las fuerzas polticas. La audaz apuesta de Illia no era insen-sata. La proscripcin no haba sido un obstculo para la consolida-cin del poder poltico del sindicalismo peronista. Los sucesivos co-micios celebrados durante el gobierno radical, habran de demostrar que la proscripcin no era el nico medio para impedir la peroniza-cin de la sociedad argentina.

    La perspectiva de llegar al poder por la va electoral abri un comps de espera en el peronismo. Illia pudo comenzar su gestin en el marco de la relativa indiferencia del sindicalismo. Pronto, sin em-bargo, los jefes sindicales cambiaron de estrategia y optaron por la franca hostilidad hacia el gobierno. En enero de 1964, el secretario general de la CGT declar que "los recursos legales y constituciona-les para encontrar una solucin a la situacin que padecemos por causa de la ley misma se han agotado ... o bien el gobierno hace la re-volucin que el pas necesita, o bien esta revolucin la har el pue-

  • blo".4 Ese mismo mes, la CGT on\mci : PIL de Lucha que por su concepcin y su concrecin se asemej alun~ operacin cuasi-mi-litar, como observa Torre.5 Se fueron oc p' ndt a lo largo de varias semanas la casi totalidad de las empresas ellpa , conforme a un plan que no dejaba mayor iniciativa a los trab j ,dor s. Mientras las ocu-paciones de fbricas se llevaban a cabo d : an

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    ra pacfica, los jefes sindicales insistan ~n su dispos~cin al di ld ~' pero prefere~~em~~te con los adversarios del gobierno. El b ettvb de la movilizac1on sindical era poltico: se propona bloque 1 p+yecto radical de re-cortar el poder de las asociaciones obrera : ediante reformas a la ley sindical y, simultneamente, mostrar a lo , "lit:hres y a los empresa-rios que cualquier arreglo poltico futuro e

    1 a ~enerlos como aliados

    indispensables. La hora de la marginaci , el s1ndicalismo peronista haba terminado y los jefes sindicales esta : diJpuestos a demostrar-lo. Durante 1962 y 1963, el sindicalismo o! slJ haba conservado su poder, sino que haba logrado acrecenta 1 1 a d-avs de la recupera-cin del control de la CGT. Considerad or los militares y por la clase poltica como uno ms de los "fact r: s db poder" en el orden posperonista, el gobierno de lllia les pro y;' el ~arco en el cual des-plegaron su nueva estrategia poltica. e rn lidrs las etapas del plan de lucha, recurrieron a la vieja consigna e~ regreso de Pern. Hacia agosto de 1964, el retorno del lder de 1 s ' er~nistas, una carta ms en el juego de asedio a la administracin a' ca~, pas a ser el centro de atencin de todos. Frustrada la "oper

  • Pese a los logros econmicos de una poltica orientada a atenuar los conflictos, la tregua tcita que acompa a su instalacin en el po-der tuvo una corta vida. El Partido Radical no tena arraigo ni en las organizaciones de los trabajadores ni en las organizaciones empre-sarias. Tampoco pareca preocupado frente a esta debilidad, aunque algunas voces dentro del partido advirtieran sobre los peligros que acarreaba la falta de apoyos sindicales y empresarios. Illia prefiri gobernar solo. Los partidos menores que le haban dado su apoyo en el Colegio Electoral, pronto descubrieron que no obtenan a cambio ninguna recompensa. Esta poltica de aislamiento se exten-di a la relacin con los jefes militares victoriosos tras los enfrenta-mientos armados de 1962 y 1963. Los vencidos, el sector de los Co-lorados, eran los aliados del partido en el gobierno, pero por una vuelta de tuerca de la poltica, el radicalismo haba llegado a la pre-sidencia gracias a la accin de los Azules. Illia se resign a aceptar la orientacin militar dominante, sin intentar modificarla ni probar un acercamiento con las altas jerarquas del Ejrcito Azul.

    El dilema de qu hacer con el peronismo frente al horizonte electoral de 1967, se planteaba en un contexto signado por la creen-cia extendida de que el pas estaba econmicamente estancado. No habra "despegue'', se crea entonces, sin una conduccin centraliza-da y eficiente. Esta visin formaba parte del clima de ideas de la d-cada. Los aos '60 fueron tiempos de una conciencia generalizada del atraso econmico como destino al que slo poda oponrsele una "revolucin", entendida como ruptura con las formas tradicio-nales de gestin de la democracia poltica. Este diagnstico, com-partido por la derecha y por la izquierda del espectro poltico, tuvo un amplio eco en una sociedad que haba visto frustrarse las expec-tativas de la nueva Argentina prometida por el doctor Frondizi a.fi-nes de los aos '50. Poco import que los dos aos completos de la administracin radical (1964 y 1965) hubieran registrado una recu-peracin econmica con pocos antecedentes en todo el siglo, una disminucin del gasto pblico en relacin con el Producto Bruto In-terno y una reduccin del dficit presupuestario. Cuando a media-dos de 1965 la inflacin se acercaba al 30 por ciento anual, las ten-dencias negativas de la economa se acentuaron como resultado de la carencia de respaldo al plan de estabilizacin intentado por el go-bierno. Sin mayora propia en el Congreso tras la derrota electoral

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    en las elecciones de renovacin parcial de la Cmara de Diputados de 1965, el gobierno no cont con el aval de los otros partidos me-nores para sancionar las leyes impositivas destinadas a sanear las fi-nanzas pblicas. En las elecciones de las legislaturas provinciales que precedieron a los comicios legislativos nacionales, los radicales del Pueblo haban logrado vencer en Formosa, La Rioja y Crdoba. El optimismo del gobierno, sin embargo, fue desmentido por los re-sultados de los comicios para elegir diputados nacionales. Los dipu-tados peronistas pasaron de 17 bancas, originalmente ocupadas por polticos neoperonistas, a ocupar 52. De este modo, se convirtieron en la segunda fuerza institucional. El resto de los partidos, incluida la UCRP, perdi bancas. Pocos comentaristas sealaron que el ofi-cialismo haba incrementado sus votos del 25 al 29 por ciento. Tam-poco prestaron atencin al hecho de que en elecciones competitivas, alrededor de dos tercios del electorado se pronunciaba por partidos no peronistas y aproximadamente un tercio del electorado, votaba a pequeos partidos que no representaban ni al gobierno ni al pero-nismo. Mariano Grondona se preocup por sealar que "la opinin pblica extrajo de esos comicios la idea de que la polarizacin es in-suficiente para establecer un equilibrio razonable entre el peronis-mo y el oficialismo".7

    La crtica generalizada a los partidos y a la democracia electoral, acusados de no representar a los factores reales de poder de la socie-dad argentina, las reanudadas presiones de los asalariados del sector pblico y privado, y la resistencia del mundo de las grandes empre-sas que no vacil en acusar al gobierno de "demagogia fiscal" y "di-rigismo econmico", dejaron al gobierno a la espera de un desenla-ce anunciado, cuyo rumbo no poda ya torcer. Mariano Grondona adverta desde su columna de Primera Plana: "Si las elecciones de 1967 se anuncian con rasgos similares a las de 1965, la legalidad co-rre peligro: el pas poltico trabaja sobre la base de este axioma".8

    Cuando a fines de 1965 la actividad econmica comenz a decaer, -reanudando el "ciclo de marchas y contramarchas" que a lo largo de los ltimos quince aos haba trabado el crecimiento econmico de la Argentina- la escalada de huelgas, las tomas de fbricas en nom-

    7. Grondona1 Mariano: "Vaticinios", Primera Plana, 31 de julio de 1965. 8. Ibd.

  • b d d ; / 1/ . 1 re e un programa e expans1on econo . a mas atractJ.vo para os empresarios que para los trabajadores, y a~ prneras apariciones de la guerrilla, configuraron un panorama q e , e ajbstaba bien a las pro-fecas. El respeto a la ley y las elecciones :ridicas parecan enton-ces demasiado poca cos~ para a~uyentar 1 , antsma de la_ re~esin y de la decadencia. Poco importo que a lo a; go He 1965 dismmuyera la frecuencia de los actos de violencia y s . esa~ticularan los grupos guerrilleros. En el libre ejercicio de la ac vi: ad btelectual y la liber-tad sexual, los militares vean la semilla d 1 subversin de los valo-

    res ~ccid~ntales y cristia?os. En nomb~e e.1. la ~co~?ma y de l~ mo-ral, 1mbncadas en un rmsmo razonarmen 01 los rmhtares habnan de encontrar la justificacin de una nueva e e cin.

    La proximidad de las elecciones reviv e esqenario que haba lle-vado al derrocamiento de Frondizi. Los rd ultados de los comicios para elegir gobernador en la provincia de : ndbza haban consagra-do al candidato del Partido Demcrata; s 'm~argo, el candidato de Pern super en votos al de la UCRP. A ll ' haba contribuido la es-trategia del gobierno que, con la espera za deimitar el triunfo del partido apoyado por los jefes sindicales, o 1 us trabas a la campaa orquestada por Pern desde su exilio. P r ; 1 c 'ntrario, le otorg al partido de Cor;aln ~a?-c~ares el ~ere h: . /efdu~i~o, a-utiliza11. el nombre de PartJ.do JustJ.ciahsta y np mte ; .10el!wa1.e quela esposa d~l caudillo_re~liz~ ent~nces c0n:la misi / ," e,~eutralizadainflue:icta de los smd1c~?stas en?abez~d~s' p~t. ~~t~ ~andor .. Dos _'dtas antSi'de:las: elec01ones11Illia fue omasle1os y 1 et1lnitto que las ra:d1bs y

    -fa: 'tele\tisin myndocin' einitieran, po:r i;. erJ .vez, :desde: 1956, un -niensaje ~e Per~n ~onvocando 1aJ ~~s se d ! re_s la votar porsu. ~andi-iQat'@."Esta 1med1da poco 1se conciliaba co ,a 1magen del pr.es1dente prndentey'parsimnioso.que difuri.dfah t pakanda.El.lder de los perbriisi:as secp:en subrayar que ":H . ". ue~egar.duroya la;c-

    .;beza;:d:e-;yandor.Yo no me opongo a que. :;os, cronistas hagan po-ltitmJ::perosi 1tieneffedad ~para ponerse. 1 s 1 an alones largos: es me-

    j'or que noiusen mi:camiseta'119 Con la an e: ciaf1del gobierno radical,

    . ~::~~:=~::~~:~:::::,:;i::':~;.:1:::: :::::~nte . planificadbspor'el.gobernoya que en ellos se p n~ a ph.ieba su estrategia de in-"""" I pomni=o ,n Poron. U= ronv=dn o tit= re=pla' cl filt

  • tura, ninguna medida de Illia hubiera impedido su cada, a lo sumo, la hubiera precipitado. Los rebeldes vieron frustrada la ocasin de actuar, pero la teora del "vaco de poder" fue ganando ms adeptos entre los civiles. Desde su columna en Primera Plana, Mariano Grondona proporcionaba fundamentos a esta teora, al afirmar: "Que un edecn pueda criticar al presidente sin recibir ms que un castigo simblico; que unos obreros ocupen una fbrica y puedan retener contra su voluntad a quienes tienen posiciones de mayor je-rarqua en la empresa; que unos estudiantes no reciban sancin por su atrevimiento al interrumpir un acto al que asisten las ms altas autoridades de la Repblica( ... ) comprometen la base fundamental de nuestro sistema de valores: la idea de que el superior merece res-peto y de que quien se iguala a otro en aquello en que es no-igual, debe sufrir las consecuencias( ... ) A veces se confunde, as, democra-cia con democratismo" .10

    Cmo colmar ese vaco que deja la debilidad de la autoridad? La respuesta se busc en la exaltacin de las virtudes de las Fuerzas Ar-madas, nica institucin que por su organizacin, sentido de unidad nacional y manejo de la fuerza, se crea que estaba a la altura de la nueva misin de sacar al pas del atraso y de la ficcin de legalidad en que vivan los argentinos.

    El significado y los alcances de este golpe contrastan con las in-tervenciones militares precedentes. Ya no se trataba de tomar el po-der para buscar una salida electoral: haba que fundar una nueva Ar-gentina, la empresa fallida del frondizismo. Ante un gobierno debi-litado, sacudido por el Plan de Lucha lanzado por la CGT, el temor de que demasiada libertad desembocara en el temido retorno del pe-ronismo y sirviera de caldo de cultivo para el izquierdismo, los mi-litares se sintieron convocados para transformar la economa y la so-ciedad argentina. Las columnas de Primera Plana prepararon la Re-volucin Argentina matizando las profecas entusiastas de Mariano Grondona con el beneplcito hacia otras revoluciones polticas y culturales de signo muy distinto y lograron captar un pblico fiel entre militares y civiles.

    El sindicalismo vio en el golpe militar un camino abierto hacia el poder. Tras la cada de Pern, en 1955, haban convivido en el sin-

    10. Primera Plana, 3 de noviembre de 1965, pg. 7.

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    m?E::~:E5E~},~~Ji~t!:!~~=.'~~~:~;~;'.~!1;;{:~~1~";t:' ' "P/ax", humor en Primera Plana.

    dicalismo fuerzas muy heterogneas. En las provincias ms atrasa-das, el peronismo haba logrado conservar su base policlasista, con-ducido por dirigentes de tradicin conservadora. Los jefes polticos locales mantuvieron la retrica peronista pero se sometieron al or-den posperonista, tomando distancia de las cambiantes directivas de Pern. En las zonas ms modernas y urbanas del pas, el peronismo slo conserv el apoyo de la clase obrera y su fuerza provino de ser la nica organizacin sobreviviente al derrumbe poltico de 1955. Entre 1956 y 1959, dbil y marginado, el sindicalismo opt por una estrategia de estmulo a la accin de las masas obreras. A partir de entonces, cambi su rumbo y privilegi los paros generales en los que lo que contaba era la eficacia de la organizacin. Los dirigentes sindicales comprendieron que slo podan reforzar su posicin en estrecha asociacin con los centros de poder. Este curso de accin los llev a desor las directivas de Pern, para quien el objetivo prin-cipal era desestabilizar cualquier frmula de gobierno elaborada por sus adversarios. De este modo, prefirieron adoptar la lgica de gol-pear primero, para negociar despus: una estrategia paralela a la de buscar aliados entre los descontentos del gobierno. Augusto Vandor,

  • jefe del sindicato metalrgico, fue quien e

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    car'. mejor el n_u~o es-tilo adoptado. Interlocutor de empresa o

    1, jhtares y polticos, se

    consagr como lder de las 62 Organiza i 1 es Como lo ha mostra-do Daniel James, esta adaptacin a un ~ ica smo de negociacin ms qu~ de protesta, adems de ensanc a: el margen de accin ~e los dirigentes respecto de sus bases, les r ;me 'a un lugar reconoci-do por todos como legtimo en el siste a i o tico argentino.11

    Al cabo de una dcada, numerosos s , calittas llegaron a la con-clusin de que era el momento de eman i~ rse de la tutela de Pern, principal obstculo para el logro de su in o or cin al sistema de po-der vigente. sta fue la estrategia de Au s: o :lndor, quien busc in-sertar al sindicalismo a travs del proces ;lectpral. Sin embargo, los resultados de los comicios para elegir g b mal:lor en la provincia de Mendoza mostraron que la competencia :lti~a no era un terreno en el que pudieran liberarse de esa tutela. L ~ anb radical-conservado-ra se impuso en las elecciones'. pero .el ~a 1 da~ de Pern aventaj al respaldado por Vandor y los 1efes smdi ; s rdbeldes. Este resultado dej en claro que el liderazgo poltico de P: rd, "cansado de tanta fe-lona poltica", segua en pie y que el p rq r.1 o, unido detrs de su lder, era invencible. La conclusin a la 1 al os arribaron fue que slo suprimiendo las elecciones peridi as?? fa ase~arse. la ~on~nuidad del orden posperonista. El golp ; litar, al abnr al smd1cahs-mo un horizonte de accin en el que ha

    1 aptendido a desenvolver-

    se con comodidad, hizo realidad esa ap s 1 1 Los caudillos provinciales neopero \as lcieron otra hiptesis

    de futuro: una salida electoral negociad 'on os militares, de la que se excluyera a Pern, era la alternativ ; ratonsolidar un partido peronista capaz de conducir los destin s . el ' as.

    Para los integrantes del Movimien , ev lucionario Peronista, el golpe significaba el abandono de la s : aciJn de semilegalidad en la que se encontraban y el encauzamie t; del peronismo por la va de la lucha armada; un camino que cr ; n ~bbra de conferirles la conduccin de esa fuerza justicialista. . 1

    Las esperanzas en un gobierno mili a : se r eron alentadas por el entusiasmo que despen en algunos se t

    1

    res de la izquierda el rgi-

    11. James, Daniel: Resistencia e Integracin. l 'eromsmo y la clase obrera, Buenos Aires, Sudamericana, 1990.

    )

    men nasserista. Una dictadura militar progresista apoyada en las or-ganizaciones sindicales podra ser la solucin al atraso y la injusticia social. Poco import que en Argentina no hubiera sectores poltica-mente vrgenes como aquellos que el nasserismo supo movilizar en pos de la modernizacin. Las Fuerzas Armadas aparecan como el agente del cambio para los nacionalistas de izquierda y de derecha. Ambos polos del espectro nacionalista compartan lo que fue el ras-go distintivo de las distintas vertientes del nacionalismo arge~tino desde sus orgenes en la dcada del '20: la imposibilidad de plasmar sus ideas en la realidad poltica. Un caudillo militar vendra a con-cretar sus propuestas.12 Mientras la izquierda se nutra del ejemplo nasserista, la derecha acoga la doctrina de la Seguridad Nacional encarnada por los militares brasileos.

    Intelectuales que haban estado vinculados al sector de los Azu-les, polticos a los que los avatares del pas haban dejado sin susten-to popular como el ex presidente Arturo Frondizi y el ex goberna-dor Osear Alende, y dirigentes polticos y gremiales peronistas, pro-movieron el golpe y le dieron la bienvenida a Ongana. Pern, des-de su exilio en Madrid, envi la consigna "Hay que desensillar has-ta que aclare" y esboz la estrategia de esa tregua en una carta al Co-mando Superior Peronista en la que deca: "El gobierno militar, surgido del golpe de Estado del 28 de junio, ha expresado propsi-tos muy acordes con los que nosotros venimos propugnando desde hace ms de 20 aos. Si estos propsitos se cumplen tenemos la obligacin de apoyarlos( ... ) Nosotros queremos que se trabaje para el bien del pas, en primer trmino; que se haga justicia al movi-miento peronista, en segundo; y que sus hombres sean tratados en la medida en que lo merecen, en tercero". En contraste con la inter-pretacin del lder exiliado, J ohn William Cooke, un talentoso po-ltico a quien Pern haba designado como su delegado en 1956, manifest sus ideas en una comunicacin que, bajo el ttulo "El pe-ronismo y el golpe de Estado", dirigi a las bases del movimiento peronista. En ella afirmaba: "No es verdad que las Fuerzas Armadas intervinieron en ltima instancia, ante una situacin anrquica. Ellas eran el factor principal de esa anarqua, pues no solamente

    12. Vase Pieiro, Elena: La tradicin nacionalista ante el peronismo. Itinerario de una esperanza a una desilusin, Buenos Aires, A-Z Editora, 1997.

  • constituan una amenaza permanente para el gobierno, sino que to-da la poltica estaba condicionada por esa circunstancia. Los parti-dos y los grupos opositores predicaban el golpe y actuaban en una forma que trataba de aumentar las apariencias caticas de la situa-cin nacional porque saban, como todo el mundo, que se podra ju-gar esa carta con muchas probabilidades de acertar". 13 Al igual que su posicin poltica, sta era una visin minoritaria.

    2. Un general a medida

    El golpe fue acogido por los ms variados sectores sociales como una esperanza de renovacin y fortalecimiento de una Argentina su-puestamente estancada y demasiado gris para los parmetros de una dcada afiebrada. El general Ongana se perfilaba como el caudillo que muchos crean que la Nacin necesitaba. "En las jornadas de se-tiembre de 1962 surgi algo ms que un programa, una situacin mi-litar o una intencin poltica: surgi un caudillo", deca Mariano Grondona en su columna de Primera Plana del da 30 junio. Era On-gana el "dspota ilustrado" que poda conducir a la Argentina a su destino de grandeza? No pocos habrn dudado de la capacidad de es-te general sin experiencia poltica ni slida formacin intelectual. Sin embargo, la parquedad -un rasgo de su carcter recurrentemente des-tacado- fue exaltada como una virtud en quien ocupara la jefatura del Estado. Acaso ignorar los pensamientos de quien conduce los desti-nos de la Nacin hizo posible mantener la cuota de misterio necesa-ria para alimentar ilusiones de variada ndole? Muchos habrn confia-do en su probada capacidad de mandar a las tropas en la esperanza de disciplinar un conflicto poltico cuya clave era la capacidad del pero-nismo de sobrevivir a la proscripcin y la imposibilidad de integrarlo en el sistema poltico, en trminos aceptables para las dems fuerzas polticas, como lo recuerda Tulio Halperin. 14 El general Ongana era

    13. Citado en Selser, Gregorio: El Onganiato, Buenos Aires, Carlos Samonta Editor, 1973, pg. 5. Cooke fue el principal exponente de la posicin que intent identificar al peronismo con el castrismo.

    14. Halperin Donghi, Tulio: Argentina. La democracia de masas, Buenos Aires, Paids, 1972.

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    un tropero, duro y autoritario. Comandante del sector del Ejrcito bautizado como "los Azules" tras los enfrentamientos que culminaron en hechos de guerra, en setiembre de 1962, Ongana se haba trans-formado en el abanderado de la legalidad. A esta visin contribuy el gobierno de Guido, quien al declarar rebeldes al sector de "los Colo-rados", legitim la accin de los Azules -bsicamente oficiales de ca-ballera y artillera-, otorgndoles el ttulo de guardianes de la Cons-titucin.15 A partir de entonces, los azules fueron percibidos como la fuerza que el pas necesitaba para dar orientacin a un movimiento poltico que se resista a desaparecer y conducir unas Fuerzas Arma-das que, gracias a la purga que haba pasado a retiro a un gran nme-ro de oficiales Colorados, se presentaba como un ejrcito profesional del que la poltica sera definitivamente desterrada. El clivaje entre "legalistas", partidarios del profesionalismo prescindente de las Fuer-zas Armadas, y "gorilas", partidarios de la proscripcin perpetua del peronismo, reflejaba las diferentes estrategias hacia el peronismo en el seno de la corporacin castrense. Los Azules o "legalistas" eran tambin antiperonistas, pero consideraban al peronismo como una fuerza nacional y cristiana que haba hecho posible salvar a la clase obrera del peligro comunista. Los Colorados o "gorilas", en cambio; vean al peronismo como un movimiento clasista, sectario y violento, que inevitablemente abrira las puertas al comunismo.

    El intento de estructurar un frente poltico que incluyera a sin-dicalistas, empresarios y militares, impulsado por Rodolfo Mart-nez desde el gobierno con el visto bueno de polticos provenientes de la democracia cristiana, del nacionalismo y del desarrollismo, fracas. El reconocimiento oficial de la Unin Popular, un partido que se haba creado en 1955 y ahora se reclamaba representativo del justicialismo, antes que de Pern, era una pieza clave en la es-trategia de construccin del Frente Nacional y Popular. La UCR denunci la maniobra frentista "de polticos sin votos" y la oferta

    15. Jos Mara Guido haba llegado a la presidencia tras el derrocamiento de Frondizi conforme a lo previsto por la Ley de Acefala. Rodolfo Martnez, ex mi-nistro de Defensa de Frondizi, pas a ocupar la cartera de Interior y desde all des-pleg un plan destinado a la progresiva incorporacin de los peronistas a la vida po-ltica, retomal}do la lnea iniciada por Frondizi. El triunfo de los Azules reanim el hasta entonces frustrado plan de Martnez.

  • ' ~ de la candidatura presidencial a Onga aj El racaso de esta estra-tegia no slo obedeci a la desconfian a;mu a de sus eventuales integrantes, y a la oposicin del radica s ; o del Pueblo y de vastos sectores del peronismo. Fue decisiva n ese~desenlace la falta de consenso entre los militares azules haci 1 : ca, dida~a presidenc~al de Ongana. Acaso esta resistencia o e , ec1 a la smcera conVIc-cin de los Azules de que el ~jrcito d~ 1 prJsci.ndir de ~a poltica, como sostiene Roth? 16 Que ese haya s1 ol 1 ckmmo elegido por los Azules se explica mejor a la luz del di j 1 q~~ divida a los milita-res y que pronto habra de estallar con a ub vacin de la Marina. Los jefes del Ejrcito Azul decidieron d ol er a los civiles el go-bierno para replegarse a la misin espe ; ca , e mejorar el nivel de prof~sional~d.ad y restablecer la autori a ertsionada por las disi-dencias polticas. 1

    El movimiento Azul haba hecho ex ' ;ito ~u objetivo poltico de luchar por la normalizacin constitucio al proclamada en el co~unicado 150 de su comando. Ese comu c' o, !redactado por Maria-no Grondon~ y el coronel Aguirre, exi , a, a crnvocatoria a eleccio: nes libres, sostena que las Fuerzas Ar q s ~ deben gobernar y si someters~, al pode: civil, ~arantizar este p :.cto constituci?n~l y la in-corporacion a la Vida nacional de todos lo se tores autenticamente argentinos. 17 Este texto era una noveda ; a q e, hasta ent~nces, los conflictos militares haban invocado ra o: es e orden estrictamen-te castrense. "Aquel comunicado 150 c q un~ ilusin musical entre el infernal estallido de los proyectiles d p rados por los caones, el estallido de las bombas arrojadas por la a ~ ac~~n naval y el siniestro chirrido de las cremalleras de los tanq s' de agdalena. En medio del fragor entre azules y colorados, l : om cado precisaba una posicin que sugera la sntesis ideol i q e desde haca mu~h.o tiempo esperaba el pueblo argentino ( .. )no fueron pocos los dm-

    . 1 . L' gentes sindicales que se dieron a la tare , e c0murncarse con opez

    l I 1, . . b Aufranc, el jefe de los blindados ( ... ) 1s mas optirmstas traza an

    una semejanza entre l y el legendario z; rrd del desierto>> alemn,

    . 16. Roth, Roberto: Los aos de Ongana, Bu 1980, pg. 23.

    17. Grondona Mariano: "Por qu escrib e de 1969.

    d Aires, Ediciones La Campana,

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    mlcado 150", Extra, octubre 1

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    mariscal Rommel", afirma Gazzera. 18 Sin embargo, esta preocupa-cin de los legalistas por la bsqueda de una salida democrtica ha-bra de tener corta vida. Los nuevos enfrentamientos de abril de 1963, esta vez, entre la Marina y el Ejrcito, terminaron por con-vencer a los Azules de que la empresa democrtica estaba plagada de amenazas y se pronunciaron a favor de la proscripcin del peronis-mo. La frmula Matera-Sueldo fue proscripta a ltimo momento y la candidatura de Vicente Solano Lima, un dirigente -conservador que haba abandonado su partido para acercarse al peronismo, ter-min en la dispersin del voto de peronistas y frondizistas hacia las dos ramas del radicalismo.

    Cuatro aos despus, Ongana habra de ser el titular indiscutido del nuevo gobierno instalado por las Fuerzas Armadas, "favorecido por su parquedad, probada decisin y alto prestigio entre los Azu-les" .19 La imagen de Ongana, hombre fuerte de un ejrcito profe-sional, defensor de la legalidad y comprometido con la forma de go-bierno constitucional, haba ganado popularidad. La "doctrina de Westpoint", que el general Ongana haba expuesto en 1965, en oportunidad del discurso que pronunci como invitado en la Acade-mia Militar de Westpoint, contribuye a explicar las nuevas ideas de la seguridad nacional que cobraron fuerza en la corporacin castren-se. En la formulacin de la "doctrina de Westpoint" se advierte la presencia del escenario internacional modificado por la Revolucin Cubana. Estados Unidos ya no cuestionaba las soluciones autorita-rias, por el contrario, estaba dispuesto a apoyarlas para combatir al peligro comunista en Amrica Latina. De acuerdo con la doctrina de la Seguridad Nacional abrazada por Ongana, las Fuerzas Armadas argentinas deberan defender la legalidad hasta un cierto lmite: ese lmite estaba fijado en el momento en el que el libre juego de las ins-tituciones constitucionales amenazara las instituciones fundamenta-les de la Nacin y su estilo de vida occidental y cristiano.20 Desde es-

    18. Gazzera, Miguel, en Andrew Graham-Yooll: Tiempo de tragedia. Cronologa de la Revolucin Argentina, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1972, pg. 9.

    19. Gazzera, Miguel, ob. cit., pg. 9. 20. Las relaciones de los militares argentinos con el sistema militar americano

    no eran particularmente calurosas, sobre todo si se toma como punto de compara-cin las relaciones que Brasil mantuvo con ese sistema. Los militares argentinos no slo no haban participado junto a Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial,

  • ta perspectiva, los militares legalistas tendran derecho a intervenir cuando entendieran que la situacin les reclamaba defender a la Constitucin. Cuando ste fuera el caso, ellos habran de ser los ar-tfices del nuevo orden. Esta doctrina, que desdibujaba los mbitos de competencia militar y civil, vena a servir al propsito que haba inspirado a la tradicin nacionalista y catlica de las Fuerzas Arma-das, de crear la sociedad ordenada, jerrquica y corporativa, que el lenguaje eclesistico denomina integrismo. La misin de "brazo ar-mado de la Constitucin" presentada por Ongana en Westpoint, era tambin una empresa religiosa. Los Cursos de la Cristiandad a lo lar-go de los ltimos quince aos haban enriquecido esta concepcin, cuyas races ideolgicas se hunden en el pensamiento conservador del siglo XIX de filsofos como de Maistre y de Bonald. Los milita-res "cursillistas" se sentan convocados para una cruzada en defensa del orden cristiano amenazado por el comunismo, aunque el pero-nismo haba sido decididamente anticomunista. Coherente con este objetivo, buscaron constantemente entre sus cuadros al caudillo.re-volucionario que pudiera plasmar una suerte de paternalismo autori-tario capaz de conducir a las masas trabajadoras, pero sin darles nin-guna participacin en el poder. Para ellos, la -democracia era un pe-ligro, un fenmeno de igualdad social y mandato mayoritario que de-sembocaba necesariamenti: en la demagogia. La experiencia peronis-ta les haba dado pruebas de que no se equivocaban. Una dictadura benvola, en cambio, habra de hacer realidad sus aspiraciones de disciplinar a las masas trabajadoras mucho mejor que un gobierno sometido a los avatares de las elecciones.

    sino que hicieron manifiesta su simpata por la Alemania nazi y la Italia fascista. Acogieron con frialdad la victoria de los aliados. Recin en 1949, Pern decidi unirse al campo de los vencedores y ratificar los tratados de Ro (1942, fundacin del TIAR) y de Bogot (1948, creacin de la OEA). Argentina fue el ltimo pas la-tinoamericano en firmar un acuerdo bilateral con Estados Unidos para ingresar en el programa de ayuda militar (1964) y por lo tanto, el ltimo en recibir una misin militar americana. Tambin fue el primero en independizarse de ese programa pa-ra comprar armamentos en Europa en el marco del "Plan Europa" de 1967, duran-te el gobierno de Ongana. La influencia militar europea tena larga data. Las Fuer-zas Armadas argentinas mantuvieron un estrecho y permanente contacto con las Fuerzas Armadas francesas, que les aportaron la estrategia de la guerra contrarre-volucionaria ensayada en Argelia.

    Circularon rumores, no probados, de que Ongana era cursillis-ta. Fuera esto cierto, o no, las ideas del cursillismo, bajo la influen-cia ejercida por el padre Grasset, propiciaron una mstica mesinica que ti la gestin de Ongana. La teora de las fronteras ideolgi-cas, a la que Ongana adhiri en un discurso pronunciado en Brasil, poco despus de su estada en Westpoint, otorgaba un nuevo signi-ficado al nacionalismo: la nacin no es slo un territorio a defender contra las fuerzas armadas extranjeras, es un conjunto de valores, creencias, instituciones y una religin. La misin de los militares se inscriba as en una poltica continental que era,.a la vez, una cruza-da religiosa en defensa de los valores occidentales y cristianos. Mientras el contexto internacional contribua a dar dramaticidad a la lectura que de la realidad hacan los militares, la realidad local se encargaba de estimular esos temores. Un primer foco guerrillero en la provincia de Salta, en 1963, pareci confirmar la idea de que el fantasma de otra Cuba se cerna sobre el pas.

    La imagen de Ongana creci en popularidad apoyada en una propaganda eficaz. El golpe militar en ciernes revesta un carcter benigno, capaz de atenuar las consecuencias de cambios percibidos como peligrosos. Su misin tambin habra de ser novedosa respec-to de la tradicin de golpes militares: tena que terminar con lo que se denominaba una "legalidad falaz", restaurar la unidad nacional perdida por el imperio de las pasiones que dividan a la sociedad ar-gentina y modernizar el pas; requisitos indispensables para el logro del bienestar general y de lo que los militares denominaron una "au-tntica democracia representativa". Esta empresa no tena plazos, slo objetivos. Desalojar a Illia del poder no era solamente desacti-var un riesgo grave de izquierdismo o de populismo, encarnado en el peronismo y en una nueva izquierda formada en la revalorizacin del peronismo y el impacto de la Revolucin Cubana . .Era, adems, el camino para poner en marcha un nuevo proyecto que reemplaza-ra al caduco puesto en marcha a fines del siglo XIX . El "Mensaje de la Junta Revolucionaria al Pueblo Argentino" lo deca expresamen-te: "Hoy, como en otras etapas decisivas de nuestra historia, las Fuerzas Armadas, interpretando el ms alto inters comn, asumen la responsabilidad irrenunciable de asegurar la unin nacional y po-sibilitar el bienestar general, incorporando al pas los modernos ele-mentos de la cultura, la ciencia y la tcnica, que al operar una trans-

  • furmacin substancial, lo siten dond \ clesponde por la inteli-gencia y el valor humano de sus habi a

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    test la riqueza que la pro-videncia deposit en su territorio". 1

    El general Osiris Vtllegas, uno de 1 s efe militares del golpe, que poco ~espus hab.ra de ocupar la Seer ta ~a ; el ~o~sej~ Naciona~ ~e Segundad, orgarusmo clave en el nue ; sefo mst1.tuc1onal, escnb1a entonces: "Estamos viviendo la finaliz ci'n qel perodo de transicin del pas agrcola-ganadero, de estruc ; arrhnica dependiente, ha-cia el pas industrializado". Y agregab : :'N9 puede trazarse una po-ltica fundada en el inters nacional si 1 se reconoce la situacin ar-gentina de pas en vas de desarrollo. 's: e e~ un concepto econini-co que hace al tipo de estructura de p o

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    ucln que tiene el pas. La

    poltica fundada en el inters nacional supone el esfuerzo acelerado para transformar esa estructura de produccin en una siinilar a la de las sociedades industriales. Exige la construccin de la industria bsi-ca, la promocin de las actividades de la nueva revolucin industrial, de la energa nuclear, la electrnica o la ciberntica. Reclama la revo-lucin tcnica del campo. Supone, simultneamente, un gran esfuer-zo tecnolgico que coordine los esfuerzos de la universidad, las em-presas y el Estado en la tarea de la modernizacin". 21 La empresa del cambfo habra de compaginarse con la entrada de capitales extranje-ros en esta nueva versin del nacionalismo, decidida a combatir el atraso para defender, corno lo haban hecho las intervenciones mili-tares anteriores, los valores occidentales y cristianos. Osiris Villegas desarroll la que habra de ser la versin ms completa de la doctri-na de la Seguridad Nacional, cuyos aspectos principales fueron incor-porados al Acta de la Revolucin Argentina y al Mensaje de la Junta Revolucionaria al pueblo argentino del 28 de junio de 1966.22 En Po-lticas y estrategias para el desarrollo y la seguridad nacional se encuentran todos los ternas clsicos de las dos ramas de esa doctrina, el desarro-llo econinico y la seguridad. En la versin de este idelogo, aparece una singularidad respecto de otras experiencias latinoamericanas, co-rno la de Brasil y la de Chile. La seguridad se concibe subordinada al desarrollo econinico. Esto explica que el nexo entre la doctrina de la Seguridad Nacional y la estrategia del gobierno inilitar haya sido ms dbil que en Brasil y da cuenta de gran parte de los conflictos que habra de enfrentar Ongana dentro de su gobierno. La seguridad, desde esta perspectiva era un proyecto a alcanzar, "un estado espiri-tual", como habra de definir Ongana a la revolucin. El pueblo nunca aparece del todo distanciado del horizonte de los militares y es, por el contrario, un elemento de referencia obligado en sus ambicio-nes polticas.

    21 Villegas, Osiris: Polticas y estrategias para el desarrollo y la seguridad nacional, Buenos Aires, Pleamar, 1969, pg. 136.

    22 El Acta de la Revolucin Argentina describe un estado de desintegracin to-tal de la Nacin en trminos que evocan "el borde del abismo": "Todo ello ha crea-do condiciones propicias para una sutil y agresiva penetracin marxista en todos los campos de la vida nacional, y suscitado un clima que es favorable a los desbordes extremistas y que pone a la Nacin en peligro de caer ante el avance del totalitaris-mo colectivista".

  • En la nueva funcin de las Fuerzas Armadas, ahora definida como "reserva para el cambio'', no haba lugar para los partidos polticos. Pareca, en cambio, posible construir las bases de un nuevo modelo poltico a travs de la incorporacin de los nuevos actores surgidos del proceso de modernizacin del capitalismo iniciado en 1959, cuyos impactos entendan que era necesario atenuar. Esta integracin deba ser decidida por una conduccin autoritaria y centralizada para garan-tizar la eficacia de la operacin. Este punto de partida se asemejaba al emprendido por los militares brasileos tras el derrocamiento de Goulart, en 1964, y ms claramente aun, bajo el gobierno de Garras-tazu Medici.

    Las cualidades de eficacia y profesionalidad, anunciadas como dis-tintivas de la elite militar, la convertan en el actor privilegiado para llevar a cabo los cambios que el pas reclamaba. La intensidad de la campaa psicolgica mostr su xito en la construccin del mito de la eficacia que moviliz a una opinin pblica carente de fe en la de-mocracia. La imagen de Ongana, conductor del anhelado cambio de estructuras, se confeccion a la medida de los diagnsticos que se hi-cieron de la crisis previa al golpe y de las estrategias diseadas por sus asesores civiles para solucionarla. Difundida por medios tan eficaces como el semanario Primera Plana~ esa imagen contrastaba con la del presidente Illia, smbolo de la inoperancia y de la decadencia. Illia deba dejar el paso a un hombre de accin, una vez ms, a un hom-bre de armas, capaz de torcer el rumbo de la historia y conducir a la Argentina a lo que consideraban "su seguro destino de grandeza". Que ste era el destino del pas quedaba asegurado por la solidez con que dos mitos originarios resistieron el paso del tiempo. El mito de un \?as superdotado en riq_uezas, de un pas excepciona\, hi1o dilecto O.e \a \?roviG.encia, natura\ o G.ivina, y e\ mito, menos virtuoso, O.e un pas "decidible" en el plano poltico, infinitamente dispuesto a ser reorganizado desde arriba por un poder que tuviera la voluntad y la audacia necesarias para hacerlo. Tulio Halperin Donghi, con su ha-bitual agudeza, describi la genealoga decimonnica de este mito

    l. . . 23 estata ista y sus vanantes, en un importante ensayo.

    23. Halperin Donghi, Tulio: "Una nacin para el desierto argentino", en Tulio Halperin Donghi (comp.), Proyecto y construccn de una Nacin, Caracas, Editorial Ayacucho, 1980.

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    Qu imagen del general Ongana evocan los testimonios de quienes fueron funcionarios de su gobierno? Ongana aparece como un presidente para el que la tarea principal de su mandato era la fis-calizacin de los actos de gobierno; un hombre que "digera infor-macin un poco como una computadora que est siendo programa-da" -en las palabras de Roberto Roth-, a quien todos llamaban se-or.24 Ongana restaba importancia a la extraccin social o las ideas; era austero por hbito -su nico vicio conocido era el consumo de cigarrill~s- y parco en el decir, "impenetrable poco capaz de pene-trar a los dems", segn lo describi el doctor Dardo Prez Gui-lhou.25 Estos rasgos poco acercan su imagen a la del caudillo anun-ciado por Mariano Grandona en Primera Plana. Inseguro, tenso -"era un cuerpo que estaba en guardia( ... ) un cuerpo en tensin" es-cribe Roth-,26 desconfiado, mantena siempre distancia. Nunca tu-teaba a los funcionarios, ni siquiera a los generales amigos. Antes bien, la imagen que devuelve este catlico militante, clebre por sus silencios, es la de alguien al que las circunstancias le atribuyeron un papel que estuvo lejos de poder desempear con xito: un dspota frustrado? Pern, desde el exilio, pareci...,90mprenderlo as cuando se preocup en anunciar que "un conducfor poltico es una cosa y un conductor militar es otra( ... ) tengo la impresin de que (Ongana) es un buen soldado". Se dice que Ongana nunca nombr a Pern. Dar-do Prez Guilhou record que, siendo ministro de Educacin, el ge-neral Franco le pidi que le comunicase al presidente Ongana una felicitacin y un consej9. Felicitacin por nunca nombrar al general Pern; consejo: no hacerlo, porque si lo nombraba, Pern habra de volver. Curiosa profeca destinada a realizarse.27

    _Lder mesinico, como lo definieron no pocos analistas'?, _rbi-tro entre corrientes encontradas, como lo presenta Roth'? Ninguna de las dos imgenes parece ajustarse bien al hombre que fue Onga-

    24. Roth, Roberto, Los aos de Ongana, ob. cit., cap. 6. Roberto Roth se desem-pe corno secretario legal y tcnico de la Presidencia.

    2 5. Entrevista al doctor Dardo Prez Guilhou, sostenida en julio de 1998. Dar-do Prez Guilhou fue ministro de Educacin, reemplazante del doctor Astigueta en el gabinete que se form despus del Cordobazo, en junio de 1969.

    26. Roth, Roberto, ob. cit. 27. Entrevista de julio de 1998 (vase nota 25).

  • 1

    na. Ni lder mesinico, ni poltic eg~ciador. Tal vez, la imagen que mejor lo refleja es la de su Ueg d: e~ carroza a la feria anual de la Sociedad Rural: un monarca qu s; muestra ante sus sbditos pa-ra que sepan de su real existencia 1 : obtdezcan por el imperio de su sola presencia? 1

    La idea de la poltica como sin i o ' e discordia, de amenaza a una unidad nacional que deba que a i al ibrigo de la penetracin de ideas forneas, no estaba confinada al1 mpito del imaginario militar de la poca. Acaso Espaa no hab a : oguado vencer al comunismo mediante la aplicacin de un rgim n] no ~emocrtico? Desterrar la poltica del gobierno y unificar el 1 o en un presidente, al que ci-viles y militares debieran obedienc a, ap+eca como el mejor ant-doto para detener un proceso que su~a, ante todo, como freno a la modernizacin del pas y, por es, ra~n, dejaba indefensa a la nacin ante el peligro del comuni : o. El general Ongana era el hombre que vino a cumplir una n' irl que muchos queran ver realizada y en aras de esa meta esta a ' disbuestos a disimular su sor-prendente carencia de ideas sobre 1 1 ;: o que debera darse a un pas que suponan a la deriva. El p o ect a realizar era ms dificil de definir que los rasgos del caudill :nea gado de conducirlo. Nin-

    , , , 1 gun mteres concreto, nmguna vmc cioljl precisa con sectores eco-nmicos, slo una proclamada voc cn para conducir a la Nacin hacia su "destino de grandeza", e a'. lod atributos que situaban a Ongana en el papel de conductor, d : tadb de una aparente libertad absoluta para elegir a sus colaborad r; s ehtre los mejores tcnicos y decidir sobre las polticas pblicas in otrb lmite que el que l mis-mo se autoimpusiera. No obstante c 1 md lo recuerda Adolfo Cani-trot, "el presidente nos confes q e: o poda tocar los privilegios previsionales de las Fuerzas Arm : ".2j Esta imagen se concilia mejor con la de un hombre sin ex r en

  • cipacin, Ongana se aventur a imaginar la Revolucin como "un estado espiritual". No obstante, fue el "estado espiritual" de la d-cada el que hizo del general Ongana el hombre a la medida de las aspiraciones de cambio, antes que las virtudes que este hombre pu-diera exhibir.

    Las ansiedades del momento, exacerbadas por la nueva sensibili-dad hacia el cambio y las promesas que ste encerraba, estimularon en sectores de la izquierda y de la derecha del arco poltico una vi-sin de Ongana como alguien capaz de ser continente de atributos asociados a empresas muy dismiles, por necesidad o por vocacin. A ello se agregaba el hecho de que el gobierno del presidente Illia se acercaba a un desenlace que nadie imaginaba distinto al del gobier-no de Frondizi, y no haba otro lder militar suficientemente respe-tado dentro y fuera de las Fuerzas Armadas, sea para bloquear el se-guro ascenso del peronismo, o bien encabezar una dictadura progre-sista, como lo imaginaron los sectores nacionalistas de la izquierda.

    3. La Revolucin Argentina

    La denominada "Revolucin Argentina" fue diferente de todas las experiencias golpistas que la precedieron. El poder del Estado se convirti en un objetivo militar, era el instrumento para salir del atraso e insertar al pas en el mundo. Las Fuerzas Armadas, a travs de sus comandantes en jefe, asumieron la representacin del pueblo y se dotaron de un estatuto que reserv a la Junta Revolucionaria el derecho de designar al presidente y depositar en l todos los pode-res polticos del Estado. La Corte Suprema de Justicia fue removi-da y los nuevos miembros juraron con la frmula revolucionaria. El presidente reuni las funciones legislativas y ejecutivas en sus ma-nos. La centralizacin del poder, conforme a la lgica revoluciona-ria, disolvi la estructura federal del Estado. Los poderes polticos provinciales pasaron a ser una prolongacin natural de la funcin presidencial.

    Cun poderoso result ser el presidente investido de estos po-deres? En su discurso del 6 de julio de 1966, dirigido a las Fuerzas Armadas, Ongana se preocup por dejar en claro que la autoridad presidencial no poda ser compartida y por lo tanto, la suma del po-

    Juan Carlos Ongana en la tapa de Primera Plana.

  • der pblico habra de estar en sus ma o ,. L 1 funcin que la "Revo-lucin Argentina" asignaba a los milit e: eJ la de garantes del nue-vo rgimen; una empresa que les exig a : arltenerse apartados de la funcin pblica: "La cohesin de nu s ' as bstituciones, que hizo posible este acto histrico trascend : 1 debe constituir nuestra preocupacin permanente, porque es ; xlma garanta del esfuer-zo que inicia la Repblica. Protegere o: es1 unidad, substrayndo-la del desgaste que supone el ejercici d: la !funcin pblica".

    En nombre de la "doctrina de Wes :int'j, Ongana reivindic su libertad de formar un gobierno con

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    ioqarios civiles, sustrados del control de las jerarquas militar s. i sin] embargo, fuera de su prestigio personal, su nica base de u: tentacin eran las Fuerzas Armadas. Crea Ongana que podra i ' ipf ar a los generales, co-mo lo haba hecho con las tropas baj s 1 m ndo, y privarlos de to-da injerencia en el gobierno, sin des e tar un peligroso malestar? Haba ganado la lucha por la preside ci

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    , Ptro una vez en ella, co-menzaba otra, para la cual pronto mo tJ.i' ql!ie no estaba preparado.

    Suprimidos los partidos, el reclu a , et,o de los funcionarios combin criterios tcnicos e ideolgi o': la ayora eran catlicos, todos anticomunistas, se defuan "ap ': cos.' y se abrevaban en ver-tientes que cubran el nacionalismo c n :erv~dor y el ms progresis-ta en temas sociales; haba entre ellos ~ ori~arios y ms moderados en el plano poltico. 29 Como lo adver 'a: las editoriales de la revis-ta Crite~io,, e~ declarado ~~a~tidismo e ;10~ !miembros del gabinete no era smommo de apolit1c1smo y las t nsubnes a la hora de tomar decisiones habran de salir a la luz. 30

    29. Integraron el gobierno varios de los de El Ateneo de la Repbli-ca, asociacin creada en setiembre de 1962 p r . un grupo de ciudadanos preocu-pados por la suerte de la Repblica" para con ib. r }solucin de la crisis argen-tina mediante la difusin de toda palabra aut i~ da obre los urgentes problemas nacionales del presente. La heterognea comp s~ in de El Ateneo se reflej en el gobierno de Ongana. Nacionalistas tradicio li tas orno Mximo Etchecopar y desarrollistas como Mario Amadeo y Ral Pui b: , iluptran las diferentes vertientes del nacionalismo catlico. Para un anlisis de la.com,osicin de esta asociacin y de los miembros que formaron parte del gob" r 1 o d Ongana, vase Selser, Gre-gorio: El Onganiato, ob. cit., pgs. 18-39.

    30. Botana, Natalio; Braun Rafael y Flo a, 1Carlos: El rgi11ten 11tilitar, 1966-1972, Buenos Aires, Ediciones La Bastilla, l 3: pgl 20.

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    Pronto se advirti que el gobierno no tena una idea clara de c-mo llevar a cabo un proyecto tan ambicioso como el que anunciaba. El presidente reclamaba que se le concediera tiempo para ofrecer realizaciones tangibles. El nombramiento del ministro de Economa fue una seal clara de la estrategia de Ongana. El doctor Nstor Sa-limei, un joven y exitoso empresario en el comercio de oleaginosas, ocup el cargo. Catlico practicante, se apresur a declarar que ejercera su funcin "sin entrar en poltica". La lealtad hacia el pre-sidente era su carta de presentacin, y la garanta para Ongana de que el poder no escapara de su control. Pero esta circunstancia de-terminaba su debilidad; no tena otro apoyo que el que pudiera ga-narse a travs de una gestin exitosa. El ingeniero Alsogaray, nom-brado embajador en Estados Unidos, vio as frustrarse su anhelo de ocupar nuevamente ese ministerio. Era un hombre demasiado influ-yente para desempearse en la conduccin econmica -hermano del general Julio Alsogaray, jefe del Primer Cuerpo del Ejrcito, hombre con actuacin poltica destacada y aguerrido defensor del li-beralismo econmico- y estos antecedentes, sin duda, pesaron en la decisin de Ongana, quien comprendi que nombrarlo en ese car-

    Ongana lee su primer mensaje: "Conciliacin y reconstruccin".

  • go era quedar a su merced en un rea estratgica de gobierno. Sali-mei era un recin llegado a la poltica con el nico mrito conocido de ser un self made man. El ministro "exudaba confianza", afirma Roth, y prefiri colaboradores extrados de sus empresas en cuya lealtad poda confiar. 31 Los empresarios pretendan que el nuevo ministro fuera un vocero confiable de sus intereses y orientaciones, pero la consigna de "crear trabajo'', levantada por Salimei, y las su-puestas buenas relaciones que mantena con el sector del sindicalis-mo proclive a negociar con el gobierno, slo podan acrecentar la incertidumbre que despertaba un presidente para quien el proyecto de su gobierno era "un estado espiritual".

    Salimei eligi a sus colaboradores entre tcnicos jvenes, la ma-yora de los cuales se haba formado en el exterior a comienzos de la dcada, pero no tenan un programa en comn, a lo sumo intencio-nes compartidas. Seleccionados por su perfil profesional, sin expe-riencia de gobierno, "no eran monetaristas ni provenan de la Es-cuela de Chicago", sostiene Eduardo Zalduendo.32 El nombramien-to de Felipe Tami en la presidencia del Banco Central, decidido par-tidario de una concepcin estructuralista de la inflacin, despert inquietud entre los defensores del monetarismo y extendida alarma entre los grandes empresarios. Tami propugnaba un combate gra-dual a la inflacin mediante un pacto social entre empresarios y tra-bajadores, la reduccin progresiva del dficit fiscal y ajustes peridi-cos en el tipo de cambio. Coherente con una visin estructuralista, desde el Consejo Nacional de Desarrollo se intent establecer los li-neamientos para la planificacin del desarrollo econmico. Las dis-putas entre Tami y Salimei reflejaron las presiones a las que el mi-nistro estaba sometido y el rumbo incierto que impriman a su ges-tin. Tras el consenso sobre los objetivos revolucionarios subyacan desacuerdos sobre la orientacin de la poltica econmica. Los de-fensores de una estrategia desarrollista identificada con el naciona-lismo econmico y partidarios de un enfoque gradualista de la infla-cin, y los liberales, decididos a eliminar la inflacin en forma drs-

    31. Roth, Roberto, ob. cit., pg 50. 32. Entrevista sostenida con el doctor Eduardo Zalduendo en setiembre de

    1998. Vanse tambin las declaraciones de Zalduendo a la revista I11dito, Buenos Ares, 23 de noviembre de 1966, ao I, n 7, pgs. 13-14.

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    Dr. Nstor Salimei, primer mi11istro de eco11oma de Ongana.

    tica y reducir la presencia del Estado en la economa, pugnaban por imponer su estrategia. La confusin creca ya que las revistas repre-sentativas del nacionalismo de derecha en lo poltico se hacan eco de las posturas estructuralistas defendidas por el presidente del Ban-co Central. Pronto se puso de manifiesto que Salimei no lograba imprimir un rumbo a la economa y mantenerlo.

    Se planteaba as una de las cuestiones crticas para afirmar la au-toridad de Ongana, la referida a su relacin con los grupos econ-micos poderosos. La otra cuestin, no menos decisiva, habra de ser la autonoma del presidente de la Nacin respecto de las Fuerzas Armadas. Ongana no se cansara de proclamar en cuanta ocasin se le presentaba que "las Fuerzas Armadas no gobiernan ni cogobier-nan"; sin embargo, en la medida en que fueron creciendo las inquie-tudes de 'la jerarqua militar sobre la marcha de la Revolucin, la

  • sorda lucha interna fue viendo la !u . : J una aspiracin de Onga-na que fruto de una voluntad pres i

    1 de1te por parte de los altos

    mandos militares, inicialmente en n :comps de espera, el crdito otorgado pronto fue retaceado. 1 I '

    La sancin de una ley que oblig b a lbs trabajadores y ala pa-tronal a someterse al arbitraje oblig t

    1 rio\del Poder Ejecutivo Na-

    cional en todo conflicto laboral en l ' ue no hubiese acuerdo entre las parte~, fue vista como promisori : ~ 91 empresariado. Empero, otras acc10nes desalentaban las exp c~ tlvfs del sector. El esfuerzo del gobierno por promover la firm d 1 nuevos convenios salariales en condiciones satisfactorias para lo 0

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    1 re~rs de las industrias meta-

    lrgicas y textiles, que habra de cu nar con la homologacin de los convenios de la Unin Obrer et lrgica y la Asociacin Obrera Textil, corrobor la ambig d' d *la gestin. Los empre-sarios pretendan que se fijaran top s 1 ala iales, o bien que se con-gelaran los salarios incluso al precio d 1 la tervencin o la disolu-cin de los sindicatos en los casos q e e~n necesarios. Las medi-das fueron consideradas como un re ef d la debilidad presidencial frente al sindicalismo y alimentaron o pe, has sobre cul habra de ser el papel que Ongana esperab '. torkar a las organizaciones obreras en el nuevo rgimen. En to o 1 enbral poderoso, no dejaba de rondar el fantasma de Pern, qu a: arJ si surgiera un nuevo Pe-rn era la pregunta que desvelaba a reJarios y jefes militares. El subsecretario de Tr~bajo, Jos~ ,Tan_i t1 n~~. conti:"ibu~a .alimentar ese malestar con su mtervenc1on d1r c~ erl las puJas smd1cales.

    Sin embargo, el mundo sindical o : srtjvo en el centro de la es-cena durante esta primera etapa. Lo i: ge4ios azucareros de Tucu-mn, provi~c~a cuyo panoram: econ

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    ic~ ~ poltico ~ra consi~e~ado emblematico de lo que hab1a que r .ad11ar en el pa1s, la admm1s-tracin pblica y las universidades n ci: ndes fueron los principales objetivos del gobierno. En los tres c s s sel busc afirmar la autori-dad presidencial a rajatablas, pero l q e e logr fue erosionar el prestigio inicial del presidente.

    En un contexto signado por la b jaj pr ductividad del principal producto de la economa tucumana, l : z ar, y de reduccin de los subsidios con que el Estado naciona h ba protegido a la industria azucarera, la crisis de sobreproducci ni de 1965 haba desatado los conflictos sociales latentes. El paisaj s cial de Tucumn contrasta-

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    ba por la intensidad de los enfrentamientos-con el resto del pas. EJ 1965, el gobierno de Illia haba optado por no subvencionar una produccin que superase en un 50 por ciento el promedio del quin-quenio 1960-1964. Los conflictos entre industriales y agricultores caeros, caeros y trabajadores del surco, industriales y obreros, y de todos contra el Estado nacional, se multiplicaron a partir de en-tonces. A la suspensin de pago de los jornales y de la caa entrega-da a los ingenios, se sum la crisis de la administracin provincial. Los pagos de los salarios a los empleados pblicos se atrasaron y se sucedieron los paros, las tomas de ingenios, las manifestaciones en las calles y el corte de las rutas.

    Al poco tiempo de entrar en funciones, el Dr. Salimei limit la produccin de caa de azcar en un 70 por ciento respecto de 1965, intervino ingenios y descarg el peso del ajuste en los pequeos pro-ductores minifundistas y en los obreros de los ingenios ms inefi-cientes. La resistencia social ces. Los sindicalistas de la FOTIA, el gremio de los trabajadores azucareros ms radicalizado antes del golpe militar, colaboraron con el gobierno en la solucin del pro-blema de los trabajadores cesantes. Haban dado una prueba de con-fianza a Ongana al declarar que "no se oponan a cambios funda-mentales siempre que se hicieran gradualmente".33 Mientras el go-bierno se ufanaba del xito del "Operativo Tucumn", la corrupcin que acompa al proceso de cierre y venta de ingenios en la que el propio Salimei qued involucrado, erosion la credibilidad del mi-nistro. La Ley 17 .163 que fijaba los cupos de la produccin azuca-rera no se respetaba bajo el pretexto de proteger las fuentes de tra-bajo. La fabricacin y comercializacin "en negro" del azcar favo-reci a empresas econmicamente no viables e hizo posible el enri-quecimiento de sociedades de comercializacin colaterales.34 Mal poda afirmarse Ongana como el hombre de autoridad que la cam-paa psicolgica haba perfilado, si no era capaz de asegurar el cum-plimiento de las leyes ni desterrar el patrn perverso de aprovecha-miento del Estado para fines particulares. El mundo de los negocios se colaba en el gobierno y esta primera muestra pona de manifies-

    33. La Gaceta, 2 de agosto de 1966. 34. Murmis, Miguel; Sigal, Silvia y Waisman, Carlos: "Tucumn arde", Cuader-

    nos de Marcha, Montevideo, n 27, julio de 1969, pgs. 43-49.

  • to que la decisin de suspender el sistema poltico para poner al Es-tado al abrigo de las presiones sectoriales, era ilusoria. La denomi-nada ley de "rehabilitacin de empresas", conocida tambin como la ley "Siam Di Tella", ejemplifica el sesgo de las polticas. Esta em-presa se haba sobreexpandido y contrado una deuda sideral. Sa\i.-mei proyect la ley que consolidaba la deuda de sta y de otras dos-cientas de capital nacional, y Ongana la sancion. El conflicto sur-gi a propsito de la reglamentacin de la ley. El problema consis-ta en determinar criterios objetivos y parejos para todas las empre-sas que se encontraran en esa situacin y un sistema automtico de acogimiento que acordase a todas las mismas facilidades, con los mismos plazos. Sin embargo, Salimei opt por un sistema donde el caso de cada empresa iba a ser considerado por separado, con crite-rios flexibles, lo que dejaba un am,plio margen para la discrecionali-dad. El conflicto no pudo resolverse bajo la gestin de Salimei, pe-ro se impuso su criterio bajo la gestin de su sucesor, Krieger Vase-na. De este modo, el Estado aportaba al sostenimiento selectivo de la empresa privada. La denominada con irona ley ALPI - remedan-do la sigla de la asociacin de ayuda para las personas incapacitadas-con el argumento de la preservacin de las fuentes de trabajo, favo-reci selectivamente a los empresarios.

    Kreger Vsena, ministro de Economa que ya baha fonnado parte del gabinete de Aramburu.

    A un mes de la instalacin del gobierno, las universidades nacio-nales fueron intervenidas. El 29 de julio se suprimi la autonoma de las universidades pblicas y stas pasaron a depender del Minis-terio del Interior, rea que junto a Educacin, Justicia y Comuni-caciones, haba quedado a cargo del doctor Enrique Martnez Paz. El gobierno adujo que haba que poner fin a la infiltracin marxis-ta y a la agitacin estudiantil. En 1946, un mes despus de la victo-ria electoral de Pern, la misma medida haba recado sobre las uni-versidades argentinas. Como entonces, un nmero considerable de profesores renunciaron para evitar ser vctimas de la purga que se descargara nuevamente sobre las universidades. Muchos de ellos optaron por el exilio y la fuga de cerebros encamin a los cientfi-cos "indeseables" hacia los centros de estudios de Europa, Estados Unidos y Amrica Latina.

    El activismo estudiantil protagonizado por alas juveniles del Par-tido Comunista y sus diversas escisiones y por agrupaciones de iz-quierda de variados orgenes, que comprendan facciones despren-didas del viejo Partido Socialista, el trotskismo y el socialismo na-cional, era un elemento particularmente irritante para el nuevo or-den que Ongana quera implantar. Sin embargo, a pesar de las de-

    "La nqcbe de los bastones largos". Desalojo de la Universidad de Buenos Aires. Fue el comienzo de ta dispora acadmica argentina.

  • nonnaciones de las agrupaciones es di' les, slo reclutaban uni-versitarios y profesionales. La resoluc ' ; del Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires conden n o ei golpe fue el detonante que apresur la reaccin. La universi a: , c~ntro de modernizacin cientfica y cultural durante los prime o: an~s posperonistas, era ju-risdiccin de los intelectuales y mbit : e que tomaron la palabra en nombre propio. Hasta entonces no h b tenido proyeccin po-ltica fuera de ese mbito acadmico, o\ o lb muestra Silvia Sigal.35

    El gobierno radical haba respetado 'uto~oma universitaria im-puesta desde 195 5 y tolerado manife ta: io~es estudiantiles y tomas de facultades. Esta concepcin, ajena lal tradicin del peronismo, no se compadeca con la voluntad de ord n

    1 Ji pas indisciplinado que inspiraba a Ongana. La violencia de p~ gada contra los universita-rios habra de radicalizar los compor :, erltos de la generacin de jvenes y favorecer la sus~tucin de 1 a c~n~epcin de la a~tonoma, hasta entonces entendida como c

    1 pr9rmso personal y libertad

    cultural, por otra, para la cual todo es p : ltiCJ:a y se borran los lmites entre la universidad y la sociedad. La t:. rvtcin y abolicin del es-tatuto reformista culminaron en la pr

    1 ra epresin policial masiva

    1 . L I "L 1 . del gobierno: "La Noche de os Basto e, argos . os go pes propi-nados a los ocupantes de la Facultad d: Ci~~cias Exactas tenan un propsito ejemplificador y cumplier : u objetivo de aislar la resis-tencia estudiantil. En agosto, el s :eri del Interior disolvi la asociaciones estudiantiles. Un mes d p: s, la represin de una ma-nifestacin estudiantil en Crdoba c ~, la primera vctima. Santia-go Pampilln, estudiante universitari , ; e batido por la polica en una manifestacin callejera. La op ' : p lica, que haba recibido con indiferencia las medidas aplicada e, la !universidad, fue conmo-vida por la ferocidad de la violencia r r; sivt Por primera vez se ma-taba a un estudiante y este hecho se a 1 Pf eludio de la efervesc~ncia que ms tarde sacudira la vida v ;rsitaria del pas ante la mrra-da incrdula del secretario de Educ ci' n Jt Cultura, Mariano Asti-gueta, un nacionalista con inclinaci ! acil el cambio radical, deci-dido a introducir la religin en la en e

    1 an+ y convencido d,e que el

    nuevo estatuto universitario asegur a! 1 o den en las casas de altos

    3 5. Siga\, Silvia: Intelectuales y poder en la Sur,l99l,~g.24~.

    el sesenta, Buenos Aires, Punto

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    estudios. A l se atribuye la afirmacin de que "Argentina es el ni-co pas del mundo que no tiene problemas estudiantiles".36

    El desempeo del nuevo inspector, comisario Luis Margaride, guardin moral de la ciudad de Buenos Aires, no dej dudas acerca de las fobias en materia de sexo que dominaban al gobierno. Se per-sigui a las parejas en las plazas, se multiplicaron las razias a los ho-teles alojamiento, se clausuraron locales nocturnos y se prohibi el uso de minifaldas y pantalones a las mujeres en las escuelas y ofici-nas pblicas. Con la clausura de la revista de humor Ta Vicenta, por entonces suplemento semanal del diario El Mundo, se inici un ciclo de cierre de peridicos y revistas. Ta Vicenta haba dibujado en su tapa una morsa con el epgrafe: "La era de la morsa ha comenzado", una sutil analoga con los bigotes que usaba el presidente realizada por el humorista Landr, sobre el cual no pocos fantasearon que es-condan un labio leporino. Extraa imagen la de este presidente que ocultaba deformaciones a la mirada de la gente.

    Ongana no dict una ley que regulara la prensa, se limit a afir-mar en cuanta ocasin le pareci oportuna, que la prensa deba ser responsable. La autocensura fue la respuesta de quienes se acomo-daron al nuevo diseo del poder. Por otra parte, la reglamentacin del habeas corpus y del recurso de amparo, orientada a restringir drsticamente las libertades pblicas, provey el instrumento legal con el que acallar toda disidencia. La Ley de Defensa Nacional, dic-tada pocos meses despus, complet el panorama de un Estado dis-puesto a reprimir cuando lo considerara necesario.

    Los servicios pblicos se convirtieron en otro de los blancos ele-gido por el gobierno. El puerto de Buenos Aires, adujo el gobierno, deba ser puesto en condiciones competitivas con el resto del mun-do. En octubre se estableci un rgimen de trabajo que aboli las prerrogativas de las que disfrutaba el sindicato. La huelga portuaria fue sofocada con la presencia militar y el SUPA (Sindicato nico de Portuarios Argentinos), intervenido. En diciembre, le lleg el turno a los ferrocarriles. El gobierno dise un plan para reestructurarlos, basado en el diagnstico de que el exceso de personal era el factor responsable de la baja rentabilidad. La Unin Ferroviaria y La Fra-

    36. Potash, Robert: El Ejrcito y la poltica en Argentina: 1962-1973, Buenos Ai-res, Sudamericana, 1994, pg. 77.

  • nominaciones de las agrupaciones estudiantiles, slo reclutaban uni-versitarios y profesionales. La resolucin del Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires condenando el golpe fue el detonante que apresur la reaccin. La universidad, centro de modernizacin cientfica y cultural durante los primeros aos posperonistas, era ju-risdiccin de los intelectuales y mbito en el que tomaron la palabra en nombre propio. Hasta entonces no haban tenido proyeccin po-ltica fuera de ese mbito acadmico, como lo muestra Silvia Sigal.35

    El gobierno radical haba respetado la autonorra universitaria im-puesta desde 195 5 y tolerado manifestaciones estudiantiles y tomas de facultades. Esta concepcin, ajena a la tradicin del peronismo, no se compadeca con la voluntad de ordenar un pas indisciplinado que inspiraba a Ongana. La violencia desplegada contra los universita-rios habra de radicalizar los comportamientos de la generacin de jvenes y favorecer la sustitucin de una concepcin de la autono-rra, hasta entonces entendida como compromiso personal y libertad cultural, por otra, para la cual todo es poltica y se borran los lmites entre la universidad y la sociedad. La intervencin y abolicin del es-tatuto reformista culminaron en la primera represin policial masiva del gobierno: "La Noche de los Bastones Largos". Los golpes propi-nados a los ocupantes de la Facultad de Ciencias Exactas tenan un propsito ejemplificador y cumplieron su objetivo de aislar la resis-tencia estudiantil. En agosto, el Ministerio del Interior disolvi la asociaciones estudiantiles. Un mes despus, la represin de una ma-nifestacin estudiantil en Crdoba cobr la primera vctima. Santia-go Pampilln, estudiante universitario, fue abatido por la polica en una manifestacin callejera. La opinin pblica, que haba recibido con indiferencia las medidas aplicadas en la universidad, fue conmo-vida por la ferocidad de la violencia represiva. Por primera vez se ma-taba a un estudiante y este hecho sera el preludio de la efervescen-cia que ms tarde sacudira la vida universitaria del pas ante la mira-da incrdula del secretario de Educacin y Cultura, Mariano Asti-gueta, un nacionalista con inclinacin hacia el cambio radical, deci-dido a introducir la religin en la enseanza y convencido de que el nuevo estatuto universitario asegurara el orden en las casas de altos

    35. Sigal, Silvia: Intelectuales y poder en la dcada del sesenta, Buenos Aires, Punto Sur, 1991, pg. 248.

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    \" estudios. A l se atribuye la afirmacin de que "Argentina es el ni-co pas del mundo que no tiene problemas estudiantiles". 36

    El desempeo del nuevo inspector, comisario Luis Margaride, guardin moral de la ciudad de Buenos Aires, no dej dudas acerca de las fobias en materia de sexo que dominaban al gobierno. Se per-sigui a las parejas en las plazas, se multiplicaron las razias a los ho-teles alojamiento, se clausuraron locales nocturnos y se prohibi el uso de minifaldas y pantalones a las mujeres en las escuelas y ofici-nas pblicas. Con la clausura de la revista de humor Ta Vicenta, por entonces suplemento semanal del diario El Mundo, se inici un ciclo de cierre de peridicos y revistas. Ta Vicenta haba dibujado en su tapa una morsa con el epgrafe: "La era de la morsa ha comenzado", una sutil analoga con los bigotes que usaba el presidente realizada por el humorista Landr, sobre el cual no pocos fantasearon que es-condan un labio leporino. Extraa imagen la de este presidente que ocultaba deformaciones a la mirada de la gente.

    Ongana no dict una ley que regulara la prensa, se limit a afir-mar en cuanta ocasin le pareci oportuna, que la prensa deba ser responsable. La autocensura fue la respuesta de quienes se acomo-daron al nuevo diseo del poder. Por otra parte, la reglamentacin del habeas corpus y del recurso de amparo, orientada a restringir drsticamente las libertades pblicas, provey el instrumento legal con el que acallar toda disidencia. La Ley de Defensa Nacional, dic-tada pocos meses despus, complet el panorama de un Estado dis-puesto a reprimir cuando lo considerara necesario.

    Los servicios pblicos se convirtieron en otro de los blancos ele-gido por el gobierno. El puerto de Buenos Aires, adujo el gobierno, deba ser puesto en condiciones competitivas con el resto del mun-do. En octubre se estableci un rgimen de trabajo que aboli las prerrogativas de las que disfrutaba el sindicato. La huelga portuaria fue sofocada con la presencia militar y el SUPA (Sindicato nico de Portuarios Argentinos), intervenido. En diciembre, le lleg el turno a los ferrocarriles. El gobierno dise un plan para reestructurarlos, basado en el diagnstico de que el exceso de personal era el factor responsable de la baja rentabilidad. La Unin Ferroviaria y La Fra-

    36. Potash, Robert: El Ejrcito y la poltica en Argentina: 1962-1973, Buenos Ai-res, Sudamericana, 1994, pg. 77.

  • rternidad aparecieron con su propio pla , 1ori ntado a preservar los

    Lpuestos de trabajo. La respuesta fue si ~ rala dada a los portua-rios. Ongana decidi la intervencin m li, ar el gremio dispuesto a encarar la racionalizacin de los ferro a~ ileJ con mano firme. El conflicto en los ferrocarriles dio impul : ud plan de lucha, lanza-do el 1 de diciembr.e por la CGT, qu d; b~culminar en un paro nacional. Con esta medida, Augusto Va d; r, gura dominante en el movimiento sindical desde los aos d

    1 on izi, esperaba benefi-

    ciarse como jefe indiscutido del mov e, to ~aboral e interlocutor privilegiado del gobierno.37 1 1

    El reordenamiento de la administr i' n ~'blica fue motivo de continuo desvelo para el presidente. Sin .1 bar o, los esfuerzos se re-dujeron a forzar a cada reparticin a que d'; e ra su organigrama. La proliferacin de oficinas de Organizaci M 'todos, tanto en la ad-ministracin central como en las empre s:p

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    cas, no produjo cam-bios significativos en los comportamien s1 A ello contribuy la con-cepcin burocrtica que de su rol ten l~ FJerzas Armadas, encar-nada en el coronel Vidueiro, encargad . e irhpulsar la racionaliza-cin. ~o se llevaron a cabo los t~~~os e

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    ~i~s masivos d.e emplea-dos. Solo el aumento de la pres1on nn s; ttd y de las tarifas de los servicios pblicos inaugur una tenden ia qud habra de permitir un mayor margen de maniobra estatal en 1 e: on 'ma a partir de 1967.

    La ley de Ministerios, preparada po . nri ue Martnez Paz y su equipo, redistribuy las materias atrib i~ s a los ministros y secre-tarios de Estado y cre un quinto mini td io, Bienestar SoCial, cuya funcin sera encarar .. la accin com it

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    ria, la seguridad social, la proteccin de la salud y las mayores fac , acles en materia de vivien-da". Roberto Petracca, un industrial xiJ os1, fue designado en el nuevo ministerio. Muy pronto, el "qu t, hofbre" se enfrent con las polticas de Salimei. Sin origen par d: ro comn que cimentara lealtades, cada ministro reclamaba pa a i 1 definicin de lo que consideraba la mejor poltica. La pro la' ada intencin del presi-dente de salvaguardar sus polticas de la' erlgencias de los grupos

    37. A P""' dcl "'"'' poltioo ufrido ~ Ja. I

  • La sucesin de medidas adoptadas pareci agotar el repertorio del gobierno. Transcurrido un semestre, el esperado plan de accin se haba reducido a la declaracin de objetivos sin que se pudiera de-ducir cul era el programa econmico y en qu consistan las inno-vaciones con las que se pretenda cambiar al pas. El ejercicio de una autoridad sin restricciones, pero sin rumbo definido, era el saldo del balance. El malestar castrense, el descrdito entre las grandes em-presas nacionales y extranjeras y la creciente disconformidad de la opinin pblica, colocaron a la defensiva a la Revolucin Argentina. Las crnicas de los corresponsables del New York Times y del Wsh-ington Post, todas ellas atribuyendo antecedentes o inclinaciones an-tisemitas a los altos funcionarios del gobierno, deterioraron la ima-gen en el exterior.

    Ongana haba perdido el crdito inicial y sop,ortaba la presin de los mandos militares. Salimei no haba logrado poner fin a las pol-ticas inflacionarias, nacionalistas y expansivas del pasado inmediato. "El primer equipo del presidente Ongana poco ha innovado en ma-teria econmica respecto de las lneas adoptadas por la administra-cin radical", consigna Anlisis en su editorial del 3 de octubre de 1966. El ao 1966 termin con una tasa de inflacin del 30 por cien-to anual que no pudo ser doblegada, un crecimiento nulo del pro-ducto, descenso en el nivel de inversin y una ajustada balanza de pagos. La tregua con que la CGT haba recibido a Ongana se ha-ba roto con el anuncio de medidas de fuerza, el mismo mes en que el general Julio Alsogaray fue designado comandante en jefe del Ejrcito, en reemplazo del general Pistarini, uno de los artfices de la llegada de Ongana al poder. El sector nacionalista catlico, y los socialcristianos que integraban su gobierno, perdan posiciones. Haba llegado el momento de definir el rumbo.

    Ongana se vio obligado a cambiar su gabinete. Adalbert Krieger Vasena fue nombrado en el Ministerio de Economa y Guillermo Borda en el Ministerio del Interior -las dos carteras ms cuestiona-das-. El Dr. Borda, un jurista con actuacin en el peronismo, repre-sentaba ufra continuidad con su antecesor ya que comparta la pre-tensin de sustituir el pluralismo poltico por la participacin de la comunidad organizada n un Estado fuerte, pero Krieger Vasena es-taba lejos de ser el candidato de Ongana. Ministro durante la pre-sidencia de Aramburu, asesor y miembro del directorio de grandes

    empresas nacionales y extranjeras, hombre de fluidos contactos con los organismos financieros internacionales, Krieger Vasena era re-putado como prestigioso economista de orientacin liberal y prag-mtica. La designacin de Borda irrit a los sectores liberales de la derecha. No estaban dispuestos a restaurar el proceso electoral y ha-ban avalado con satisfaccin el reemplazo de la poltica por la ad-ministracin, pero desconfiaban de las intenciones corporativistas de Ongana. El presidente se apresur a anunciar las tres etapas que tendra la Revolucin Argentina. El tiempo econmico, ahora a car-go de Krieger Vasena y su equipo de economistas liberales, quienes llevaran a cabo la tarea de lograr la estabilidad y la modernizacin del pas; el tiempo social destinado a distribuir las riquezas alcanza-das durante la etapa inicial y, finalmente, el tiempo poltico, en el que se llevara a cabo la transferencia del poder a organizaciones verdaderamente representativas de la sociedad. Con este planteo, inspirado en las Bases de Alberdi, Ongana dejaba en claro cul era el papel que asignaba al nuevo ministro de Economa. Krieger Va-sena sera el responsable de la creacin de las condiciones necesarias para iniciar el tiempo social. Crtico de los partidos, lo era tambin del capitalismo al que consideraba causa del egosmo social y prin-cipal obstculo para el logro de la integracin espiritual de la Na-cin. Catlico militante, las tesis de la encclica Populurum Progres-sio eran un marco de referencia obligado para su gestin. No poda imaginar las consecuencias que las transformaciones impulsadas en la economa por su nuevo ministro habran de tener sobre el com-portamiento del sindicalismo, al que esperaba situar en el lugar de uno de los pilares de la Revolucin. La ltima carta de Pern que circulaba entonces auguraba una realidad muy distinta a la imagina-da por Ongana: "La administracin de Ongana es una simple con-tinuacin de la accin que ha venido azotando al pas en los ltimos 11 aos. Lo que inicialmente pudo ser una esperanza se ha transfor-mado en una desilusin que ha ido aumentando con el deterioro del gobierno".

  • 4. La "gran transformacin" 1

    La etapa que se inici con el nombr rr:i en o de Krieger Vasena, en diciembre de 1966, inaugur un per d 1 qlfe habra de extenderse hasta mayo de 1969' caracterizado po l : ausencia de una oposicin civil bien organizada y unificada. La :vic4in de que el continuo progreso econmico facilitara la llega a : el 'jtiempo social" y con s-te, el apoyo obrero a la Revolucin qu h

    1

    bra de culminar en la crea-cin de un consejo econmico social

    1 calb nacional, aliment un

    clima de relativa calma. Sin embargo, e;ciiJa obedeci ms a la du-reza con que el nuevo ministro repri ! a r~sistencia sindical, que a la confianza otor?ad.a por los jefes sin i.:alaJO, Rubens San Sebas-tin, de que las supresiones de las per o; errs gremiales podran ser revisadas y el dilogo reanudado. Es a ;priJ;era experiencia de en-frentamiento con un gobierno que cr ~ 3s sensible a sus deman-das, haba arrojado una amarga lecci n a l s jefes sindicales: su ac-ceso a los mecanismos de decisin d : d de decisiones polticas. Los gobiernos semiconstitucionales,

    1

    baJ requerido de su apoyo o de su neutralidad, sometidos com l: eaban al dictamen de las urnas. El gobierno de Ongana, con e, qu compartan el resenti-miento hacia la clase poltica, les ha a: m

    1strado que el poder que

    crean tener era ms vulnerable de lo e haban imaginado. Augus-to Vandor pag el precio del fracaso, a sa~o de falta de conviccin por los sectores duros del sindicalism in bmbargo, el grupo de los "participacionistas" liderado por Van vib una nueva oportunidad

    1

    para consolidar su poder, alentado como lo estuvo por los funciona-rios del Ministerio de Trabajo y las vagas promesas del doctor Bor-da de un eventual papel asesor para los sindicatos en el marco de un consejo econmi


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