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Del bit al bot · ha llevado hasta más allá del Sistema Solar; todavía se comunican, aunque...

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Del bit al bot El discreto encanto del ordenador en ESPAÑOL ! Inicio Acerca de Indice 28.9.2019 medir 13 min 308 «Cálculos de navegantes» (DIGITS , 2006) «Atlas Catalán» (Cresques Abraham, 1375) hojas 3-4 : Finisterre, el Mediterráneo y Europa «Atlas Catalán» (Cresques Abraham, 1375) hojas 5-6 : Delhi (India) y Catay (China) Voyager 1 Trajectory through the Trayectorias de las sondas Voyager 1 y 2 (NASA) La vela solar experimental, impulsada por la presión de los fotones de la luz solar: el viento del Sol (Planetary Society , 2018) Un portulano del Universo: el «fondo de microondas», testimonio de los patrones fríos y calientes del Universo primigenio (APOD , 2018) Los Angeles, November 2019 Publicidad de otro mundo en el que vivir felizmente «Blade runner» (Ridley Scott, 1982) «Earthrise» (Apollo 8, NASA, 1968) La Tierra aparece sobre el limbo lunar OVERVIEW «Overview» : El efecto perspectiva (Planetary Collective, 2013) Artículo anterior Artículo siguiente ¡Tierra a la vista! Con ocasión de su cincuentenario, se ha dicho que la llegada a la Luna de 1969 fue una proeza comparable al (re)descubrimiento del continente americano de 1492, pero eso es exagerado. La primera travesía del Atlántico de Cristóbal Colón, así como la primera vuelta al mundo de Magalhães/Elcano que tuvo lugar poco después, supuso un salto adelante para la navegación marítima mucho más significativo que la llegada a la Luna del Apollo 11 para la navegación espacial. Ciertamente, este fue un paso importante para la humanidad pero, dadas las magnitudes del océano espacial, en realidad fue un paso primitivo. Según el historiador Ramon J. Pujades, a comienzos del siglo XIV, los pilares de la navegación marítima costera ya estaban bien asentados para todo lo que vendría a continuación [el (re)descubrimiento, la primera vuelta alrededor del mundo…]. Pues bien, parafraseando esta afirmación se puede decir que, a comienzos del siglo XXI, los pilares de la navegación espacial costera están bien asentados [lo que vaya a suceder a continuación nadie lo sabe, aunque puede intuirse]. La Luna solo es el primer puerto de la costa espacial fondeado por una nave. náutica medieval Tras decenas de siglos de historia, en la edad media la construcción de barcos era en Europa una tecnología muy desarrollada. La industria naval era experta en combinar maderas, hierros y velas para fabricar barcos capaces de resistir perfectamente en el mar durante meses. Las rutas marítimas cubrían medio mundo, sin embargo, los barcos solo bordeaban las costas, porque adentrarse en el océano era una experiencia de la que nadie regresaba para contarla. La brújula, un instrumento ya habitual en aquel tiempo, aseguraba el rumbo pero, una vez desaparecida la tierra de la vista, no había una buena manera de medir la posición —la latitud y la longitud— del barco, con los peligros consiguientes. La latitud se podía calcular con cierta aproximación. Los barcos más pudientes disponían de instrumentos como sextantes, astrolabios…; los más modestos de bastoncillos, cuadrantes… Servían para mirar al cielo y tomar medidas angulares de determinados astros: el Sol de día y ciertas estrellas de noche, siempre que las nubes no cubrieran la ruta, claro. El gran problema era el cálculo de la longitud. Para ello se debe conocer el tiempo transcurrido dentro del barco, pero con útiles como la quebradiza «botellita» —un reloj de arena al que había de dar la vuelta cada media hora— la precisión del cálculo se perdía en la distancia. En las distancias cortas, la longitud se podía aproximar conociendo la dirección y la velocidad del viento; también contaba mucho la experiencia de los marineros. Pero en las distancias largas, el problema era mucho más difícil; según el escritor Miguel de Cervantes, era «tan difícil de resolver como la cuadratura del círculo». Increíblemente, no se resolvió hasta que, en 1876, el relojero inglés John Harrison construyó un cronómetro capaz de medir el paso del tiempo con precisión resistiendo las duras condiciones del mar. Además de unos pocos y rudimentarios útiles de medición, los navegantes medievales disponían de «portulanos», unas cartas náuticas mejoradas en las que aparecía dibujado el perfil de las costas con indicaciones de los puertos (de ahí su nombre) así como una serie de grafismos —la mayoría de marineros no sabía leer— para identificar los sitios a lo lejos. Con el tiempo, los portulanos fueron adquiriendo densidad y fiabilidad hasta hacerse imprescindibles en cualquier travesía, lo que dio lugar a una industria de hacedores de portulanos — de cartógrafos, según el término moderno. En el siglo XIV, el mar Mediterráneo estaba dominado por navegantes catalanes y venecianos. Palma de Mallorca era uno de los puertos más importantes y acogía la escuela de cartógrafos más notable de la época. La máxima expresión de esta escuela es el «Atlas Catalán», realizado en 1375. Se confeccionaron dos ejemplares; uno se conserva en la Biblioteca de París, y el otro se ha perdido. Se sabe que fue una de las fuentes de inspiración de Cristóbal Colón. El Atlas Catalán describe buena parte de lo que se sabía del mundo para uso de navegantes. Además de los detallados e ilustrados perfiles de las costas, muestra un calendario astronómico, información de los lugares, una cosmografía ptolemaica… e incluso una representación más bien fabulada de Catay (la actual China) y el Extremo Oriente. Cresques Abraham, el autor de esta obra extraordinaria, era en realidad pintor —o iluminador, como se decía entonces. Se le conocía como «el brujulero» porque, además de portulanos, pintaba brújulas. Curiosamente, jamás navegó en barco, obtenía la información a través del boca a boca: se paseaba por el puerto escuchando las aventuras de los marineros y les pedía que describieran los paisajes surcados. náutica espacial El gesto de aquellos marineros medievales mirando al cielo para orientarse es el mismo que hace un teléfono actual para, tras un par de clics, conectarse a unos satélites y mostrarnos el mapa náutico o terrestre del sitio en que nos encontramos. ¡Qué diría Cresques Abraham! Estos satélites artificiales, indispensables hoy en día para un sinfín de aplicaciones son, en parte, resultado de la astronáutica, la ciencia/tecnología emparentada con la náutica. La astronáutica comenzó apenas diez años antes de la llegada a la Luna, cuando el cosmonauta soviético Yuri Gagarin dio en 1961 la primera órbita alrededor de la Tierra. Esta brevísima historia contrasta con el formidable bagaje de conocimientos con que cuenta gracias a la astronomía, tan antigua, seguramente, como la propia náutica. Actualmente, los instrumentos para calcular la posición de un objeto en el espacio son muy precisos. El control de una nave tampoco representa un problema: las leyes de la navegación espacial también son bien conocidas. En este sentido, destaca la formidable demostración de billar planetario llevada a cabo por las sondas Voyager, un viaje comenzado en 1977 que las ha llevado hasta más allá del Sistema Solar; todavía se comunican, aunque agónicamente, con la Tierra. Desde el punto de vista teórico, se conoce bien cómo navegar por el espacio, el problema es el carácter terriblemente letal del medio, lo que implica un enorme desafío técnico y económico, en particular, para las misiones tripuladas. A la máxima velocidad alcanzada por los cohetes actuales, se tarda días en llegar a la Luna, meses a Marte y años a otros planetas. Para llegar a Proxima Centauri, la estrella más cercana después del Sol, se tardaría unos 80.000 años. Los destinos de las naves están fatalmente limitados por la escala cósmica del medio y las distancias inhumanas que hay entre las estrellas. Mientras el gran problema de la navegación marítima era calcular la posición del barco, el gran problema de la navegación espacial es la velocidad de la nave. Con la tecnología actual es imposible viajar más allá del Sistema Solar y alcanzar un astro en el intervalo de tiempo de una vida humana. Para algunos teóricos, la única manera de navegar a las estrellas sería a través de los llamados agujeros de gusano y, en términos más generales, mediante la contracción del espacio-tiempo. Hoy por hoy es pura ciencia ficción pero, acaso como dijo el escritor inglés Arthur C. Clarke, «Lo que hoy ha empezado como novela de ciencia ficción, mañana terminará como reportaje». En cualquier caso, la navegación espacial tiene un horizonte máximo. Se cree que, aún viajando con las naves más veloces que puedan inventarse, debido a la expansión del Universo y a que los astros se alejan unos de otros, el espacio navegable no va más allá del Grupo Local de galaxias del que forma parte la nuestra, la Vía Láctea. En el supuesto de llegar hasta allí, cualquier otro destino se habrá alejado hasta el punto de ser inalcanzable. una astronáutica medieval Pese a la espectacularidad de la llegada a la Luna, la Estación Espacial Internacional, las sondas robóticas y los telescopios espaciales, la astronáutica es, en términos relativos, tan primitiva como la náutica medieval. Hay una serie de paralelismos, por ejemplo, los cartógrafos del espacio —los astrónomos— hacen su labor sin moverse de casa, como Cresques Abraham. En lugar de la audición mediante la cual este se informaba, los astrónomos dibujan los mapas mediante la mirada, una mirada extraordinariamente magnificada hoy en día gracias a los avances de la óptica digitalizada, pero forzosamente limitada por la escala cósmica del objetivo. Las imágenes de las galaxias son impresionantes, pero son inevitablemente borrosas. Gracias a los telescopios y róvers se dispone de mapas de los astros próximos, pero son mapas imprecisos a efectos del aterrizaje de una nave; son, pues, como portulanos del espacio. La realidad física última del astro no puede conocerse, lo que puede dar lugar a sorpresas. Así por ejemplo, el módulo de la misión Rosetta de la ESA, una de los últimas proezas de la exploración espacial, aterrizó en 2014 sobre un cometa con la mala fortuna de acabar en el interior de un agujero al que no llegaba la luz solar, de manera que la energía de la sonda se agotó al poco tiempo y la misión, que prometía retornar material del cometa a la Tierra, fracasó. El mapa disponible del cometa no era suficientemente detallado para asegurar el puerto en el que fondear. El mundo conocido descrito en el Atlas Catalán se correspondería con el Sistema Solar Interior, con la Luna y Marte como principales puertos estudiados y relativamente accesibles. En cuanto a Catay y al lejano oriente más imaginado que conocido, se correspondería con los exoplanetas, el descubrimiento de los cuales estimula buena parte de la exploración espacial actual. negocios espaciales La navegación marítima responde al afán humano de conocimiento, de intercambio y, a veces, de conquista; la navegación espacial responde también a los mismos estímulos. Hasta ahora, se ha visto impulsada por la curiosidad y el conocimiento, pero ya se apuntan objetivos comerciales y de conquista. En su corta historia, la exploración espacial ha sido una actividad exclusiva de agencias públicas pero, poco a poco, también lo es de empresas privadas, decididas a obtener rentabilidad de la fabricación de cohetes y naves. Ya operan, por ejemplo, diversas compañías de «turismo espacial» que proyectan yates para navegar por el cielo para goce de (mega)ricos caprichosos. También puede suceder que en algún planeta o satélite próximo se descubra un mineral valioso, lo que daría lugar a las correspondientes misiones de conquista. No es una especulación: ya existen abogados espaciales que promueven una legislación sobre los derechos de propiedad en la Luna y en el espacio en general. La posible colonización de un planeta se basa en la idea de la «terraformación», es decir, la reproducción de las condiciones materiales de la vida en la Tierra y el establecimiento de asentamientos humanos que, con el tiempo, se irían ampliando y replicando. El elemento primordial para terraformar es el agua; a partir de ella y con la energía solar —limpia y abundante en el caso de la Luna— puede fabricarse hidrógeno como combustible y oxígeno con el que respirar y otros usos industriales. Se sabe que hay agua congelada en los polos de la Luna y de Marte, por eso ambos son buenos candidatos para ser ocupados. La idea es apoyada entusiásticamente por magnates surgidos de la digitalización como Elon Musk, que dedica parte de sus enormes ganancias en proyectos para enviar personas a Marte y más allá. También suscriben la idea otras personalidades como el físico Stephen Hawking, aunque, en estos casos, sin un propósito mercantil sino para salvar a la humanidad ante el previsible agotamiento del planeta. En cualquier caso, el objetivo de la colonización de otros mundos parece, como dice el astrofísico inglés Martin Rees, «la versión tecnocrática de una promesa de felicidad eterna para abandonar este valle de lágrimas.» La pregunta que planea sobre la exploración espacial tiene que ver, precisamente, con la degradación de la Tierra. En lugar de colonizar otros planetas, ¿no se debería antes arreglar el nuestro? la Tierra, a la vista En 1968, mientras orbitaban la Luna por cuarta vez, los astronautas de la misión Apollo 8 vieron, inesperadamente, la Tierra medio iluminada a lo lejos. Uno de ellos tomó la cámara fotográfica y disparó varias veces; una de las instantáneas es la célebre «Earthrise» (Salida de la Tierra). Más adelante confesaría haberlas hecho con cierto remordimiento, ya que en el estricto plan de vuelo no estaba prevista la visión de la Tierra: los carretes eran para fotografiar la Luna. La imagen está mal encuadrada y enfocada, pero ese defecto es una cualidad que evoca el apresuramiento de la toma y el dramatismo del momento. Allí está nuestro planeta, frágil y en medio de la nada. Parece estático, pero en realidad navega a centenares de miles de quilómetros por hora. Parece vacío, pero está lleno de vida y, en particular, poblado por miles de millones de personas: allí están retratadas. Esta imagen, junto a la de la explosión de una arma nuclear, constituye una buena representación del devenir de la ciencia y la técnica del siglo XX. Por su profunda significación, ambas deberían figurar en los manuales de filosofía contemporánea. Al contemplar la Tierra a lo lejos, algunos astronautas dicen haber experimentado una sensación de fascinación e insignificancia, una emoción casi religiosa a la que se ha llamado «el efecto perspectiva». Ciertamente, en un tiempo en el que los dioses han dejado de existir, la Tierra es el único mito que merece la pena reverenciar. La imagen también es una llamada a la conciencia sobre las consecuencias negativas de la actividad humana sobre la Tierra y, acaso, sobre los astros. La ambición de pisar otro mundo y colonizarlo, además de costosísima e incierta, podría resultar incluso peligrosa para el nuestro, ya que, a buen seguro, en él acabarían reflejándose las disputas territoriales. Es mucho mejor que sean los robots, desprovistos del instinto reptiliano de la propiedad, quienes hagan el trabajo, un trabajo cuyo único objetivo debería ser la adquisición de conocimientos para toda la humanidad. No parece probable que haya vida en un planeta costero, pero las técnicas de detección de exoplanetas multiplican día a día la probabilidad de encontrarla en alguno. Basándose en simulaciones digitales, los investigadores estiman que los planetas de tamaño y período orbital similares a la Tierra ocurren aproximadamente en una de cada cuatro estrellas, por eso se cree que el descubrimiento podría producirse en las próximas décadas. La repercusión de este acontecimiento será comparable, esta sí, a la que tuvo el (re)descubrimiento del continente americano. Superada la edad media, entonces comenzará la edad moderna de la navegación espacial. Y la soberbia antropocéntrica recibirá una nueva lección de humildad de consecuencias imprevisibles pero, a la vez, esperanzadoras: crecerá la conciencia individual y colectiva de vivir en la Tierra, del privilegio que ello supone, y de la ineludible necesidad de preservarla. $ % El grito con el que los marineros anunciaban la proximidad de tierra firme adquiere actualmente un nuevo significado. by X. B. (2019) 00:00 05:00 La Tierra, fotografiada desde los anillos de Saturno por la sonda Cassini (NASA, 2013)
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Del bit al botEl discreto encanto del ordenador

en ESPAÑOL

!Inicio Acerca de Indice

28.9.2019 medir 13 min 308

«Cálculos de navegantes» (DIGITS, 2006)

«Atlas Catalán» (Cresques Abraham, 1375)hojas 3-4 : Finisterre, el Mediterráneo y Europa

«Atlas Catalán» (Cresques Abraham, 1375)hojas 5-6 : Delhi (India) y Catay (China)

Voyager 1 Trajectory through the…

Trayectorias de las sondas Voyager 1 y 2(NASA)

La vela solar experimental, impulsada por la presión delos fotones de la luz solar: el viento del Sol

(Planetary Society, 2018)

Un portulano del Universo: el «fondo de microondas»,testimonio de los patrones fríos y calientes del Universo

primigenio (APOD, 2018)

Los Angeles, November 2019

Publicidad de otro mundo en el que vivir felizmente«Blade runner» (Ridley Scott, 1982)

«Earthrise» (Apollo 8, NASA, 1968)La Tierra aparece sobre el limbo lunar

OVERVIEW

«Overview» : El efecto perspectiva(Planetary Collective, 2013)

∠ Artículo anterior ∠Artículo siguiente

¡Tierra a la vista!

Con ocasión de su cincuentenario, se ha dicho que la llegada a la Luna de 1969 fue una proeza comparable al(re)descubrimiento del continente americano de 1492, pero eso es exagerado.

La primera travesía del Atlántico de Cristóbal Colón, así como la primera vuelta al mundo de Magalhães/Elcano quetuvo lugar poco después, supuso un salto adelante para la navegación marítima mucho más significativo que lallegada a la Luna del Apollo 11 para la navegación espacial. Ciertamente, este fue un paso importante para lahumanidad pero, dadas las magnitudes del océano espacial, en realidad fue un paso primitivo.

Según el historiador Ramon J. Pujades, a comienzos del siglo XIV, los pilares de la navegación marítima costera yaestaban bien asentados para todo lo que vendría a continuación [el (re)descubrimiento, la primera vuelta alrededordel mundo…]. Pues bien, parafraseando esta afirmación se puede decir que, a comienzos del siglo XXI, los pilaresde la navegación espacial costera están bien asentados [lo que vaya a suceder a continuación nadie lo sabe, aunquepuede intuirse].

La Luna solo es el primer puerto de la costa espacial fondeado por una nave.

náutica medieval

Tras decenas de siglos de historia, en la edad media laconstrucción de barcos era en Europa una tecnología muydesarrollada. La industria naval era experta en combinarmaderas, hierros y velas para fabricar barcos capaces deresistir perfectamente en el mar durante meses.

Las rutas marítimas cubrían medio mundo, sin embargo, losbarcos solo bordeaban las costas, porque adentrarse en elocéano era una experiencia de la que nadie regresaba paracontarla. La brújula, un instrumento ya habitual en aqueltiempo, aseguraba el rumbo pero, una vez desaparecida latierra de la vista, no había una buena manera de medir laposición —la latitud y la longitud— del barco, con los peligrosconsiguientes.

La latitud se podía calcular con cierta aproximación. Los barcosmás pudientes disponían de instrumentos como sextantes,astrolabios…; los más modestos de bastoncillos, cuadrantes…Servían para mirar al cielo y tomar medidas angulares de determinados astros: el Sol de día y ciertas estrellas denoche, siempre que las nubes no cubrieran la ruta, claro.

El gran problema era el cálculo de la longitud. Para ello se debe conocer el tiempo transcurrido dentro del barco,pero con útiles como la quebradiza «botellita» —un reloj de arena al que había de dar la vuelta cada media hora—la precisión del cálculo se perdía en la distancia.

En las distancias cortas, la longitud se podía aproximar conociendo la dirección y la velocidad del viento; tambiéncontaba mucho la experiencia de los marineros. Pero en las distancias largas, el problema era mucho más difícil;según el escritor Miguel de Cervantes, era «tan difícil de resolver como la cuadratura del círculo». Increíblemente,no se resolvió hasta que, en 1876, el relojero inglés John Harrison construyó un cronómetro capaz de medir el pasodel tiempo con precisión resistiendo las duras condiciones del mar.

Además de unos pocos y rudimentarios útiles de medición, losnavegantes medievales disponían de «portulanos», unas cartasnáuticas mejoradas en las que aparecía dibujado el perfil de lascostas con indicaciones de los puertos (de ahí su nombre) asícomo una serie de grafismos —la mayoría de marineros nosabía leer— para identificar los sitios a lo lejos.

Con el tiempo, los portulanos fueron adquiriendo densidad yfiabilidad hasta hacerse imprescindibles en cualquier travesía,lo que dio lugar a una industria de hacedores de portulanos —de cartógrafos, según el término moderno.

En el siglo XIV, el mar Mediterráneo estaba dominado pornavegantes catalanes y venecianos. Palma de Mallorca era unode los puertos más importantes y acogía la escuela decartógrafos más notable de la época.

La máxima expresión de esta escuela es el «Atlas Catalán», realizado en 1375. Se confeccionaron dos ejemplares;uno se conserva en la Biblioteca de París, y el otro se ha perdido. Se sabe que fue una de las fuentes de inspiraciónde Cristóbal Colón.

El Atlas Catalán describe buena parte de lo que se sabía delmundo para uso de navegantes. Además de los detallados eilustrados perfiles de las costas, muestra un calendarioastronómico, información de los lugares, una cosmografíaptolemaica… e incluso una representación más bien fabuladade Catay (la actual China) y el Extremo Oriente.

Cresques Abraham, el autor de esta obra extraordinaria, era enrealidad pintor —o iluminador, como se decía entonces. Se leconocía como «el brujulero» porque, además de portulanos,pintaba brújulas.

Curiosamente, jamás navegó en barco, obtenía la informacióna través del boca a boca: se paseaba por el puerto escuchandolas aventuras de los marineros y les pedía que describieran lospaisajes surcados.

náutica espacial

El gesto de aquellos marineros medievales mirando al cielo para orientarse es el mismo que hace un teléfono actualpara, tras un par de clics, conectarse a unos satélites y mostrarnos el mapa náutico o terrestre del sitio en que nosencontramos. ¡Qué diría Cresques Abraham!

Estos satélites artificiales, indispensables hoy en día para un sinfín de aplicaciones son, en parte, resultado de laastronáutica, la ciencia/tecnología emparentada con la náutica.

La astronáutica comenzó apenas diez años antes de la llegada a la Luna, cuando el cosmonauta soviético YuriGagarin dio en 1961 la primera órbita alrededor de la Tierra. Esta brevísima historia contrasta con el formidablebagaje de conocimientos con que cuenta gracias a la astronomía, tan antigua, seguramente, como la propianáutica.

Actualmente, los instrumentos para calcular la posición de unobjeto en el espacio son muy precisos. El control de una navetampoco representa un problema: las leyes de la navegaciónespacial también son bien conocidas. En este sentido, destacala formidable demostración de billar planetario llevada a cabopor las sondas Voyager, un viaje comenzado en 1977 que lasha llevado hasta más allá del Sistema Solar; todavía secomunican, aunque agónicamente, con la Tierra.

Desde el punto de vista teórico, se conoce bien cómo navegarpor el espacio, el problema es el carácter terriblemente letaldel medio, lo que implica un enorme desafío técnico yeconómico, en particular, para las misiones tripuladas.

A la máxima velocidad alcanzada por los cohetes actuales, setarda días en llegar a la Luna, meses a Marte y años a otrosplanetas. Para llegar a Proxima Centauri, la estrella máscercana después del Sol, se tardaría unos 80.000 años. Losdestinos de las naves están fatalmente limitados por la escala cósmica del medio y las distancias inhumanas quehay entre las estrellas.

Mientras el gran problema de la navegación marítima eracalcular la posición del barco, el gran problema de lanavegación espacial es la velocidad de la nave. Con latecnología actual es imposible viajar más allá del Sistema Solary alcanzar un astro en el intervalo de tiempo de una vidahumana. Para algunos teóricos, la única manera de navegar alas estrellas sería a través de los llamados agujeros de gusanoy, en términos más generales, mediante la contracción delespacio-tiempo. Hoy por hoy es pura ciencia ficción pero, acasocomo dijo el escritor inglés Arthur C. Clarke, «Lo que hoy haempezado como novela de ciencia ficción, mañana terminarácomo reportaje».

En cualquier caso, la navegación espacial tiene un horizontemáximo. Se cree que, aún viajando con las naves más velocesque puedan inventarse, debido a la expansión del Universo y aque los astros se alejan unos de otros, el espacio navegable nova más allá del Grupo Local de galaxias del que forma parte la nuestra, la Vía Láctea. En el supuesto de llegar hastaallí, cualquier otro destino se habrá alejado hasta el punto de ser inalcanzable.

una astronáutica medieval

Pese a la espectacularidad de la llegada a la Luna, la Estación Espacial Internacional, las sondas robóticas y lostelescopios espaciales, la astronáutica es, en términos relativos, tan primitiva como la náutica medieval.

Hay una serie de paralelismos, por ejemplo, los cartógrafos del espacio —los astrónomos— hacen su labor sinmoverse de casa, como Cresques Abraham. En lugar de la audición mediante la cual este se informaba, losastrónomos dibujan los mapas mediante la mirada, una mirada extraordinariamente magnificada hoy en día graciasa los avances de la óptica digitalizada, pero forzosamente limitada por la escala cósmica del objetivo. Las imágenesde las galaxias son impresionantes, pero son inevitablemente borrosas.

Gracias a los telescopios y róvers se dispone de mapas de losastros próximos, pero son mapas imprecisos a efectos delaterrizaje de una nave; son, pues, como portulanos delespacio.

La realidad física última del astro no puede conocerse, lo quepuede dar lugar a sorpresas. Así por ejemplo, el módulo de lamisión Rosetta de la ESA, una de los últimas proezas de laexploración espacial, aterrizó en 2014 sobre un cometa con lamala fortuna de acabar en el interior de un agujero al que nollegaba la luz solar, de manera que la energía de la sonda seagotó al poco tiempo y la misión, que prometía retornarmaterial del cometa a la Tierra, fracasó. El mapa disponible delcometa no era suficientemente detallado para asegurar elpuerto en el que fondear.

El mundo conocido descrito en el Atlas Catalán se correspondería con el Sistema Solar Interior, con la Luna y Martecomo principales puertos estudiados y relativamente accesibles. En cuanto a Catay y al lejano oriente másimaginado que conocido, se correspondería con los exoplanetas, el descubrimiento de los cuales estimula buenaparte de la exploración espacial actual.

negocios espaciales

La navegación marítima responde al afán humano de conocimiento, de intercambio y, a veces, de conquista; lanavegación espacial responde también a los mismos estímulos. Hasta ahora, se ha visto impulsada por la curiosidady el conocimiento, pero ya se apuntan objetivos comerciales y de conquista.

En su corta historia, la exploración espacial ha sido una actividad exclusiva de agencias públicas pero, poco a poco,también lo es de empresas privadas, decididas a obtener rentabilidad de la fabricación de cohetes y naves. Yaoperan, por ejemplo, diversas compañías de «turismo espacial» que proyectan yates para navegar por el cielo paragoce de (mega)ricos caprichosos.

También puede suceder que en algún planeta o satélite próximo se descubra un mineral valioso, lo que daría lugar alas correspondientes misiones de conquista. No es una especulación: ya existen abogados espaciales quepromueven una legislación sobre los derechos de propiedad en la Luna y en el espacio en general.

La posible colonización de un planeta se basa en la idea de la«terraformación», es decir, la reproducción de las condicionesmateriales de la vida en la Tierra y el establecimiento deasentamientos humanos que, con el tiempo, se irían ampliandoy replicando. El elemento primordial para terraformar es elagua; a partir de ella y con la energía solar —limpia yabundante en el caso de la Luna— puede fabricarse hidrógenocomo combustible y oxígeno con el que respirar y otros usosindustriales. Se sabe que hay agua congelada en los polos dela Luna y de Marte, por eso ambos son buenos candidatos paraser ocupados.

La idea es apoyada entusiásticamente por magnates surgidosde la digitalización como Elon Musk, que dedica parte de susenormes ganancias en proyectos para enviar personas a Martey más allá. También suscriben la idea otras personalidadescomo el físico Stephen Hawking, aunque, en estos casos, sinun propósito mercantil sino para salvar a la humanidad ante elprevisible agotamiento del planeta. En cualquier caso, el objetivo de la colonización de otros mundos parece, comodice el astrofísico inglés Martin Rees, «la versión tecnocrática de una promesa de felicidad eterna para abandonareste valle de lágrimas.»

La pregunta que planea sobre la exploración espacial tiene que ver, precisamente, con la degradación de la Tierra.En lugar de colonizar otros planetas, ¿no se debería antes arreglar el nuestro?

la Tierra, a la vista

En 1968, mientras orbitaban la Luna por cuarta vez, losastronautas de la misión Apollo 8 vieron, inesperadamente, laTierra medio iluminada a lo lejos. Uno de ellos tomó la cámarafotográfica y disparó varias veces; una de las instantáneas esla célebre «Earthrise» (Salida de la Tierra). Más adelanteconfesaría haberlas hecho con cierto remordimiento, ya que enel estricto plan de vuelo no estaba prevista la visión de laTierra: los carretes eran para fotografiar la Luna. La imagenestá mal encuadrada y enfocada, pero ese defecto es unacualidad que evoca el apresuramiento de la toma y eldramatismo del momento.

Allí está nuestro planeta, frágil y en medio de la nada. Pareceestático, pero en realidad navega a centenares de miles dequilómetros por hora. Parece vacío, pero está lleno de vida y,en particular, poblado por miles de millones de personas: allíestán retratadas.

Esta imagen, junto a la de la explosión de una arma nuclear,constituye una buena representación del devenir de la ciencia yla técnica del siglo XX. Por su profunda significación, ambas deberían figurar en los manuales de filosofíacontemporánea.

Al contemplar la Tierra a lo lejos, algunos astronautas dicenhaber experimentado una sensación de fascinación einsignificancia, una emoción casi religiosa a la que se hallamado «el efecto perspectiva». Ciertamente, en un tiempo enel que los dioses han dejado de existir, la Tierra es el únicomito que merece la pena reverenciar.

La imagen también es una llamada a la conciencia sobre lasconsecuencias negativas de la actividad humana sobre la Tierray, acaso, sobre los astros. La ambición de pisar otro mundo ycolonizarlo, además de costosísima e incierta, podría resultarincluso peligrosa para el nuestro, ya que, a buen seguro, en élacabarían reflejándose las disputas territoriales. Es muchomejor que sean los robots, desprovistos del instinto reptilianode la propiedad, quienes hagan el trabajo, un trabajo cuyoúnico objetivo debería ser la adquisición de conocimientos paratoda la humanidad.

No parece probable que haya vida en un planeta costero, pero las técnicas de detección de exoplanetas multiplicandía a día la probabilidad de encontrarla en alguno. Basándose en simulaciones digitales, los investigadores estimanque los planetas de tamaño y período orbital similares a la Tierra ocurren aproximadamente en una de cada cuatroestrellas, por eso se cree que el descubrimiento podría producirse en las próximas décadas.

La repercusión de este acontecimiento será comparable, esta sí, a la que tuvo el (re)descubrimiento del continenteamericano. Superada la edad media, entonces comenzará la edad moderna de la navegación espacial. Y la soberbiaantropocéntrica recibirá una nueva lección de humildad de consecuencias imprevisibles pero, a la vez,esperanzadoras: crecerá la conciencia individual y colectiva de vivir en la Tierra, del privilegio que ello supone, y dela ineludible necesidad de preservarla.

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El grito con el que los marineros anunciaban la proximidad de tierra firme adquiere actualmente un nuevo significado.

by X. B. (2019)

00:00 05:00

La Tierra, fotografiada desde los anillos de Saturno por la sonda Cassini (NASA, 2013)

¡Tierra a la vista!
Xavier Berenguer
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