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¿Ha muerto el consenso en Washington?

Date post: 28-Mar-2016
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Por Deepak Lal. En los años de la post guerra, la mayoría de los países del Tercer Mundo voltearon sus economías hacia adentro en respuesta a lo que ellos pensaron que fueron las desastrosas consecuencias de su integración en el siglo XIX dentro de la economía mundial cuando colapsó la economía global en la Gran Depresión.
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1 ¿ HA MUERTO EL CONSENSO DE WASHINGTON ? Deepak Lal Es James S. Coleman Professor Emeritus de Estudios Internacionales del Desarrollo en UCLA y Profesor Emeritus de Economía Política en el University College de Londres. Traduccion al español autorizada por editor de The Cato Journal En los años de la post guerra, la mayoría de los países del Tercer Mundo voltearon sus economías hacia adentro en respuesta a lo que ellos pensaron que fueron las desastrosas consecuencias de su integración en el siglo XIX dentro de la economía mundial cuando colapsó la economía global en la Gran Depresión. El aparente éxito de la planificación central bajo Stalin también persuadió a los dirigentes de estos nuevos países independientes a cambiar el mercado por el plan. Había un furor en planificar, mediante el Estado intentando controlar las cúspides de la economía. Más aún: muchos teóricos crearon una aparente “nueva economía del desarrollo” sustentando las bases intelectuales para un complejo sistema de controles dirigistas sobre “cualquier cosa que se moviera” (como uno quisiera) en una economía de mercado. En los inicios de los años 80, escribí un pequeño libro La miseria de la economía del desarrollo (Lal, 1983) el cual intentaba resumir los argumentos lógicos y la evidencia empírica en contra de lo que yo he denominado el “dogma dirigista” el cual ha hecho tanto daño a las posibilidades de los pobres en el “Tercer Mundo”. Este libro que tuvo alguna celebridad, si no fama, marcaba la neoclásica insurgencia contra el dogma dirigista en tanto muchos países en desarrollo comenzaron a adoptar (al menos parcialmente) el paquete de políticas liberales clásicas conocido con el nombre de Consenso de Washington 1 . El reverso del dirigismo en los años 1980 y comienzos de los 90, particularmente en China y la India, pero también en muchas otras partes del 1 Un árbitro ha indicado correctamente que este paquete de políticas agrupadas por John Williamson (1989) consisten más que todo en prescripciones macroeconómicas, no todas consistentes con los principios liberales clásicos. Así, por ejemplo, argumenta el manejo de tasas de cambio, y aunque enfatiza en los derechos de propiedad, no dice nada sobre el tamaño del gobierno. De hecho, Williamson se ha distanciado el mismo de los puntos de vista recomendados por Mont Pelerin Society, el cual considera un engaño llamar a su paquete de políticas “liberal clásica” (Williamson, 2002). Sin embargo, es suficientemente congruente el referirse al paquete de políticas liberales clásicas como el Consenso de Washington.
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Page 1: ¿Ha muerto el consenso en Washington?

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¿ HA MUERTO EL CONSENSO DE WASHINGTON ?

Deepak Lal

Es James S. Coleman Professor Emeritus de Estudios Internacionales del Desarrollo en UCLA y

Profesor Emeritus de Economía Política en el University College de Londres.

Traduccion al español autorizada por editor de The Cato Journal

En los años de la post guerra, la mayoría de los países del Tercer Mundo voltearon sus

economías hacia adentro en respuesta a lo que ellos pensaron que fueron las desastrosas

consecuencias de su integración en el siglo XIX dentro de la economía mundial cuando colapsó la

economía global en la Gran Depresión. El aparente éxito de la planificación central bajo Stalin

también persuadió a los dirigentes de estos nuevos países independientes a cambiar el mercado por

el plan. Había un furor en planificar, mediante el Estado intentando controlar las cúspides de la

economía. Más aún: muchos teóricos crearon una aparente “nueva economía del desarrollo”

sustentando las bases intelectuales para un complejo sistema de controles dirigistas sobre

“cualquier cosa que se moviera” (como uno quisiera) en una economía de mercado.

En los inicios de los años 80, escribí un pequeño libro La miseria de la economía del

desarrollo (Lal, 1983) el cual intentaba resumir los argumentos lógicos y la evidencia empírica en

contra de lo que yo he denominado el “dogma dirigista” el cual ha hecho tanto daño a las

posibilidades de los pobres en el “Tercer Mundo”. Este libro que tuvo alguna celebridad, si no

fama, marcaba la neoclásica insurgencia contra el dogma dirigista en tanto muchos países en

desarrollo comenzaron a adoptar (al menos parcialmente) el paquete de políticas liberales clásicas

conocido con el nombre de Consenso de Washington1. El reverso del dirigismo en los años 1980 y

comienzos de los 90, particularmente en China y la India, pero también en muchas otras partes del

1 Un árbitro ha indicado correctamente que este paquete de políticas agrupadas por John Williamson (1989)

consisten más que todo en prescripciones macroeconómicas, no todas consistentes con los principios liberales clásicos. Así, por ejemplo, argumenta el manejo de tasas de cambio, y aunque enfatiza en los derechos de propiedad, no dice nada sobre el tamaño del gobierno. De hecho, Williamson se ha distanciado el mismo de los puntos de vista recomendados por Mont Pelerin Society, el cual considera un engaño llamar a su paquete de políticas “liberal clásica” (Williamson, 2002). Sin embargo, es suficientemente congruente el referirse al paquete de políticas liberales clásicas como el Consenso de Washington.

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Tercer Mundo, dirigido a subir los ingresos per cápita y a la más grande reducción en la pobreza

estructural en la historia de la humanidad

El Consenso de Washington

El Consenso de Washington es el patrón de economía clásica liberal , consistente de libre

comercio, finanzas glastonianas, y dinero estable. También exige un buen gobierno que promueva

la “opulencia popular” a través de la promoción de la libertad natural estableciendo leyes de

justicia que garanticen el intercambio libre y la competencia pacífica. El igualitarismo se rechaza

como norma de la cual se derivan principios de políticas públicas , en vista del hecho contingente

de lo que un ingreso “justo” o “correcto” debería ser, a pesar de los esfuerzos de los filósofos

morales para justificar sus prejuicios por ser dictados de la razón. Pero los liberales clásicos,

desde Smith hasta Friedman y Hayek, también han reconocido que el Estado debería aliviar la

pobreza absoluta a través de beneficios dirigidos a los indigentes e incapacitados. A través de varios

bienes primarios (merit goods), salud, educación, y posiblemente viviendas- a través de

transferencias en especie mediante alguna forma de ticket (“voucher”).

Últimamente, en las pasadas dos décadas ha habido un movimiento contra el Consenso de

Washington. Gerald Meier, un partidario de la nueva economía del desarrollo , la cual parte de

modelos con información imperfecta, fallas en coordinación, múltiples equilibrios, y trampas de

pobreza, afirmando que “ con información imperfecta y mercados incompletos, la economía está

restringida en el sentido de ineficiencia paretiana- esto es, un conjunto de impuestos y subsidios

existentes que se pueden mejorar” (Meier 2005:119-20)2. Esto refleja una afirmación similar hecha

por Greenwald y Stiglitz (1986).

Meier (2005:124) encomia a Rodrik (1995) por enfatizar las “fallas de coordinación” y por

demostrar “cómo los gobiernos de Corea del Sur y de Taiwán han intervenido correctamente”. El

establece este punto de vista, y el modelo de Murphy, Shleifer, y Vishny (1989) del “gran

impulso”, valida la vieja economía del desarrollo de Nurkse (1953) y de Rosenstein-Rodan (1943).

El apoya la creencia de Krugman (1993) que su primera formalización no fue persuasiva porque

sus ideas no fueron expuestas de forma matemática. Pero como Stiglitz ( discutiendo a Krugman)

ha notado correctamente: “que podamos elaborar un modelo de un fenómeno no prueba casi nada.

No hace que la idea sea correcta o equivocada, importante o no importante”.

2 Véase Lal (2007) para una revisión de Meier.

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En cuanto a las consideraciones de Rodrik sobre el inteligente dirigismo en Corea y

Taiwán, Litle (1994) convincentemente muestra que las tasas sociales de retorno de la inversión

estaban inversamente correlacionadas con el grado de dirigismo.

En este artículo, examino las bases de estas “nuevas” teorías curiosas que cuestionan el

Consenso de Washington, en tanto son las bases de del consejo ofrecido por los “nuevos dirigistas”

para aliviar la pobreza del Tercer Mundo. También brevemente examino el aserto de que el

“milagro” económico fue creado no por reemplazar el plan por el mercado, sino por varias formas

de dirigismo, el cual ha conducido a un nuevo Consenso de Pekín para reemplazar el difunto

Consenso de Washington.

Las trampas de la pobreza

Tengo un tremendo sentido de “déja vu” leyendo esta “nueva” bibliografía teórica. La

visión de la “trampa de la pobreza”, la cual ahora está circulando ampliamente entre los jóvenes, es

simplemente una resurrección de los argumentos de los años 50 sobre el “círculo vicioso de la

pobreza, excepto que ahora están vestidos de un ropaje sofisticado matemático. La dura crítica de

Peter Bauer ([1987] 2009:173) de esta visión todavía persiste:

De acuerdo a esta noción, el estancamiento y la pobreza necesariamente se autoperpetúan :

los pobres y los países pobres o sociedades en particular están atrapados en su pobreza, y no

pueden generar suficientes ahorros para escapar de la trampa. Esta noción se convierte en

una piedra angular de las principales corrientes de las economías del desarrollo. Esto fue el

tono de los abogados de la ayuda extranjera a través de los años 50… Esto todavía está en

conflicto obvio con la simple realidad. A lo largo de la historia, innumerables individuos,

familias, grupos, sociedades, y países – tanto en occidente como en el Tercer Mundo- han

pasado de la pobreza a la prosperidad sin donaciones externas. Todos los países

desarrollados comenzaron como subdesarrollados. Si la noción del círculo vicioso fuera

válida, la humanidad todavía estaría en la Edad de Piedra como máximo.

Pero validar el círculo vicioso es precisamente lo que los presentadores de la trampa de la

pobreza buscar hacer.

Los teóricos han trabajado con el modelo normal neoclásico de crecimiento desarrollado

por el Premio Nobel Robert Solow (1970). El presenta cómo con una tasa dada per cápita de ahorro

(como una proporción del ingreso per cápita), y tasas dadas de incremento en la fuerza laboral

(directamente del crecimiento de la población e indirectamente a través del trabajo aumentando el

progreso técnico), una pobre economía que arranca con un bajo acervo de capital por cabeza (y de

aquí un bajo ingreso per capita) convergirá a un mayor estado estable de capital per cápita e ingreso

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per cápita. En el estado estable, tanto el ingreso como el acervo de capital crecerán a la “tasa

natural de crecimiento” dada por la suma de la tasa de crecimiento de la población y del trabajo

aumentando el progreso técnico, con un ingreso per cápita constante en el estado estable en su nivel

más elevado. Pero durante la “travesía” hacia este estado estable desde la posición inicial, la tasa de

crecimiento per cápita del ingreso y del capital será más rápida que su tasa natural de crecimiento.

Mientras más pobre el país, más rápida será tasa de crecimiento del ingreso per cápita en cuanto

alcance el estado estable de del ingreso per cápita y del capital de los líderes en la economía

mundial.

Esta convergencia en los ingresos per cápita, sin embargo, está condicionada en los países

relevantes que tengan una estructura legal e institucional para la actividad económica, tal como

Barro y Sala-i-Martin (1991,1992) lo han presentado. Las regiones dentro de grandes unidades

económicas como Estados Unidos, Japón, y la Unión Europea cumplirían esta condición, y ahí hay

evidencia en las tasas de crecimiento de sus regiones de esta “convergencia condicional”.

Claramente, con esta estructura teórica no hay trampas de la pobreza.

Ahora entran los nuevos teóricos. Estos encuentran que muchos países, particularmente en

África, aunque pobre, no parece estar creciendo más rápido que los ricos, como predicen las

principales teorías. Entonces, argumentan que la respuesta está en que existen “múltiples

equilibrios” en donde algunos países están atascados en un estado estable con un bajo ingreso per

cápita y un bajo ingreso acervo de capital per cápita, en vez de avanzar suavemente hacia el estado

estable del alto ingreso per cápita de la estructura de Solow.

Gráfico 1

La trampa de la pobreza

ingreso per cápita

Yh Y =f(k)

YL nk

sy

0 KL K*

Kh capital per cápita

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¿ Entonces cómo generan teóricamente estos múltiples equilibrios ? Simple, asumen que en

lugar de la tasa de ahorros per cápita que representa un proporción fija con el ingreso per cápita,

tiene una baja proporción en bajos niveles de ingreso per cápita- y de repente salta a un mayor

proporción del ingreso. Los ahorros per cápita como una función del ingreso per cápita se convierte

abruptamente en una forma de S con respecto al acervo de capital por trabajador. Los ahorros son

bajos en bajos niveles de capital por trabajador, se incrementan sustancialmente en un nivel

intermedio, y entonces suben.

El gráfico 1 es una simple explicación diagramática del modelo normal de crecimiento de

Solow y los múltiples equilibrios que se derivan del mismo por los presentadores de una “trampa de

la pobreza”3. La función normal de producción neoclásica (Oy) muestra el producto (ingreso real)

per cápita (y= Y/L) como una función del capital per cápita(k=K/L). La línea nk muestra las

inversiones requeridas para mantener cualquier relación capital-trabajo constante, cuando la suma

de la tasa del crecimiento de la población (p) y el aumento del progreso técnico en el trabajo (t) es

igual a n(n= p.t). La función de ahorros (sy) es una constante a una tasa baja hasta que el capital es

kL , y luego salta a una mayor tasa constante cuando el capital per cápita es k*. Entonces habrán,

dos relaciones de capital trabajo en estados estables. Si el país arranca con capital por debajo de kL ,

alcanzará una baja relación de capital-trabajo correspondiente a un estado estable y se quedará allí.

Esta es una trampa de la pobreza en tanto el ingreso per cápita no puede crecer. Si, sin embargo, la

economía comienza con un capital per cápita mayor que k*, terminará con un estado estable mayor

de ingreso per cápita YH. Para un país atascado en la trampa de la pobreza en kL un gran donativo

de capital proveniente de la ayuda externa lo empujaría a una relación mayor capital-trabajo kH y al

mayor estado estable de ingreso YH . Si el umbral de la relación capital-trabajo k* a la cual la

función salta a la izquierda de kL, inclusive si el país arranca con un acervo bajo de capital per

cápita convergirá al elevado estado estable de relación capital-trabajo kH, e ingreso per cápita de YH.

¿ Por lo tanto, cuál es la evidencia en la forma de la función de ahorro para los países

pobres africanos y de ahí la probabilidad de que estén capturados en el bajo ingreso per cápita y

“trampa de la pobreza” en un bajo acervo de capital per cápita? Aart Kray y Claudio Raddatz

(2007:316) han examinado la evidencia y encontrado que “la verdadera relación de datos

transversales en los países entre tasas de ahorro y capital per cápita observados en los datos, está de

3 Siento decir que mucho de este alto no sentido ha sido perpetrado por mis colegas economistas

matemáticos en UCLA. Véase por ejemplo la génesis de este género en Azariadis (1996) y Azariadis y Drazen (1990).

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cumplir estas condiciones. Si algo, como las tasas de ahorro aparentaran estar incrementándose en

bajos niveles de capital por trabajador, planas en un nivel intermedio e incrementándose

nuevamente en altos niveles”4. Una vez más, tenemos una curiosidad teórica. Pero, como en el

pasado, está siendo utilizada por los académicos urgiendo lo “grande y lo bueno” para que

Occidente apoye una masiva oleada de ayuda para salvar a África 5.

El Gran Impulso, “nueva” teoría del comercio, y política industrial

En los años cincuenta la economía del desarrollo había diseñado muchos conceptos tales

como el “Gran Impulso” y “eslabonamientos hacia atrás y hacia adelante” los cuales se apoyaban en

la importancia de rendimientos crecientes y economías externas pecuniarias. Estos conceptos fueron

formalizados y constituyen la base de una nueva dirigista bibliografía que revive el caso para la

política industrial (PI). Están todos vinculados al envejecido debate sobre libre comercio y

proteccionismo. La moderna teoría del comercio y el bienestar ha provisto un respuesta teórica a

estos acertijos6.

La mayor parte de estos argumentos a favor del proteccionismo, tienen su origen en los de

Hamilton y List en el siglo XIX, están apoyados en algunas distorsiones en el funcionamiento del

mecanismo de los precios internos, de tal modo que los precios de mercado no reflejan los

verdaderos costos de oportunidad (verbi gratia valores sociales) y un arancel podría emplearse para

proveer un resultado que mejore el bienestar. Este argumento ha conducido a un dogma dirigista

que tanto el “libre comercio” como el “laissez faire” son dañinos. Esta teoría del comercio y del

bienestar desarrollada en los años cincuenta y sesenta se desentendían del caso del comercio libre

por el “laissez faire”. Mostraban que la mejor forma de tratar con una distorsión en el mecanismo

de los precios internos era tratarla en su origen, por algún impuesto interno conveniente y algún

instrumento de subsidio (de aquí se sale del laissez faire). Pero el libre comercio debía ser

mantenido. Los aranceles y las restricciones cuantitativas eran comúnmente los peores

instrumentos posibles para tratar con estas distorsiones internas y podían llevar a una pérdida de

bienestar (véase Corden 1997).

4 Kraay y Raddatz (2007) también han presentado cómo otras fuentes de propuestas teorías sobre trampas

de la pobreza (verbi gratia, bajos niveles de tecnología en bajos niveles de desarrollo o en un bajo nivel de consumo de subsistencia) no tienen apoyo empírico. 5 Véase Sachs (2005) y el informe cuya autoría es de Nicholas Stern de la Comisión para África (2005).

Easterly ha argumentado por ayuda para romper la trampa de la pobreza en África, pero claramente cambio su opinión en Easterly (2009). 6 Esta bibliografía fue recopilada y ampliada para los lectores en general en Lal (2006).

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El único argumento favorable a la intervención en el comercio que sobrevive en esta

moderna teoría es el del arancel óptimo de John Stuart Mill. Si un país tiene un poder de monopolio

o monopsonio en su comercio exterior, puede conseguir una ganancia de bienestar imponiendo un

arancel óptimo si tiene poder de monopsonio en sus importaciones, o un impuesto a las

exportaciones si tiene poder de monopolio en sus exportaciones. La razón porqué la intervención

comercial es requerida es debido a que la distorsión se encuentra en el comercio externo. Pero,

dado el peligro de retaliación, este argumento no tiene mucha relevancia práctica excepto en el caso

de los países productores de petróleo en el cartel de la OPEP.

Más aún, una vez que se toma en cuenta el proceso político y el fenómeno ubicuo de

buscadores de rentas, incluso la recomendación de emplear impuestos y subsidios para corregir una

distorsión interna colapsa (véase Krueger 1974). Si los productores saben que el gobierno está en el

negocio de los subsidios, lo más probable es que hagan “lobby” pidiendo un subsidio para

compensar una distorsión interna en el funcionamiento del mecanismo de precios donde de hecho

ninguna existe. Si tienen éxito, se quedan para obtener rentas de productores. Estarán deseosos de

gastar recursos (hasta el límite de estas rentas) buscando subsidios, lo cual representa una pérdida

neta de bienestar para la economía.

En la práctica es virtualmente imposible determinar si una distorsión interna existe. La

incertidumbre sobre el tamaño de la distorsión y el subsidio requerido estimula la búsqueda de

rentas. Esto implica que la solución impuestos y subsidios para tratar con las distorsiones internas

no conducirá a un mejora del bienestar. De aquí, que la mejor política puede ser dejarse solo, esto

es, seguir un enfoque laissez faire. Incluso dentro de la estructura de la teoría de las distorsiones

internas en el funcionamiento del mecanismo de los precios internos, debido a estas consideraciones

sobre la búsqueda de rentas, la rueda aparentemente ha dado la vuelta total, libre comercio y laissez

faire, como los liberales del siglo XIX lo vieron tan claro, manejarlos juntos (Lal 2003).

Mientras aparentemente existe una aceptación general de este punto de vista en lo que

concierne a las intervenciones directas en el comercio exterior en la forma de aranceles y

restricciones cuantitativas, existe una banda creciente de “nuevos economistas del desarrollo”

alabados por Meier (2005), quienes están argumentando a favor de la intervención gubernamental

en la forma de política industrial para tener en cuenta varias externalidades. La exitosa

industrialización de Japón, Corea del Sur, y Taiwan se le atribuye al empleo de política industrial

que internalizó externalidades marshalianas. Los fundamentos para esta “nuevo” programa dirigista

se suponen que están en la “nueva” teoría del comercio la cual ha emergido incorporando varios

aspectos de la teoría de la organización industrial, tales como competencia imperfecta y política

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estratégica comercial. Baldwin (1992) ha presentado que mucha de esta “nueva” teoría es

simplemente una variante del viejo argumento de los términos de intercambio, el cual es válido si

no hay retaliación. Si hay una guerra comercial, el país iniciador puede ser el perdedor. De ahí,

aunque teóricamente es correcta no tiene mucha relevancia práctica.

Las bases para las políticas industriales dirigistas son variantes del argumento de la

industria infantil basado en la presumible existencia de lo que se ha denominado externalidades

pecuniarias. Estas deben diferenciarse de las denominadas externalidades tecnológicas empleadas

por los ambientalistas para exigir la intervención gubernamental. La segunda, es como el humo que

sale de una fábrica que afecta a una lavandería vecina. La acción gubernamental puede hacer que la

fábrica internalice estos costos externos impuestos a la lavandería. Estas externalidades existen y

sus beneficios y costos relevantes no se derivan del mecanismo de precios. En contraste, las

externalidades pecuniarias reflejan la interdependencia a través del mecanismo de precios. Por

ejemplo, si un productor nuevo de whisky abre una destilería, incrementando la oferta de whisky y

reduciendo su precio, los beneficios de las destilerías de whisky declinan pero el bienestar de los

bebedores de whisky se incrementa. Este resultado es supuestamente una deseconomía pecuniaria

para los productores de whisky. Pero como Buchannan y Stubblebine (1962) lo presentaron, estas

externalidades no son relevantes en el sentido de Pareto, y no debería intentarse su anulación. La

pérdida de los productores es menor o igual que la ganancia de los consumidores. Similarmente, si

hay una innovación que reduzca los costos por un productor que reduce el precio e incrementa la

producción a la expensa de otros productores, se demuestra rápidamente que las ganancias de los

consumidores (en términos del excedente del consumidor) anula cualquier pérdida de renta de los

ahora ineficientes productores. Estos cambios en una economía dinámica se efectúan a través del

mecanismo de precios y mejoran la asignación de recursos: no se requiere ninguna acción

gubernamental para esto.

¿Entonces, cuáles serían las externalidades pecuniarias propuestas por la política industrial

la cual dice que requieren de una acción gubernamental? El mayor es el que presenta el argumento

del Gran Impulso desarrollado por Rosenstein-Rodan. Supongamos que se instala una fábrica de

zapatos en un país en desarrollo. No mucho de la demanda que resulta de los gastos en hacer los

zapatos serán gastados en zapatos, haciendo que la fábrica no sea rentable. Si, sin embargo, un gran

número de fábricas que hacen varios bienes de consumo se instalan al mismo tiempo, entonces,

funcionará la Ley de Say – la oferta crea su propia demanda- operará, y el complejo industrial

resultante será viable. Esta idea puede ser llamada de “demanda complementaria”. Pero como

Little (1982:38) correctamente ha señalado: “ el argumento de la demanda complementaria

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aparentemente exige una economía cerrada”. Para una economía abierta, el productor de zapatos

puede puede siempre exportar sus zapatos si hubiese insuficiente demanda interna, y ganar en tanto

la fábrica sea viable a precios mundiales.

Murphy, Shleifer, y Vishny (1989) reconocen esto, y en su modelo de dos bienes, la fuente

de presuntas fallas del mercado se basa en un bien moderno el cual es producido con rendimientos

crecientes (economías de escala) y alta productividad en un ambiente de competencia imperfecta,

es comparado con un producto elaborado mediante rendimientos tradicionales constantes a escala

de baja productividad bajo la competencia7 perfecta. Esto conduce a dos equilibrios en la economía

abierta: uno bueno, donde como resultado de la intervención gubernamental la economía se

especializa completamente en producir el bien moderno; y uno malo, donde (sin la intervención) la

economía se especializa completamente en producir el bien tradicional. Este modelo de

externalidades pecuniarias es más correctamente llamado el de rendimientos crecientes y protección

de la industria infantil. Ha sido empleado para justificar intervención gubernamental selectiva en la

política industrial (ver Pack y Westphal 1986).

En lo concerniente al argumento de la industria infantil, Baldwin (1969) demostró que es

preferible una intervención impuesto subsidio a intervenir en el comercio exterior. Para que

cualquier intervención se justifique, una condición necesaria es que los insumos por unidad de

producto decrecen más rápidamente tanto relacionadas con los competidores externos como otras

industrias externas. Pero inclusive, esta condición no es suficiente. En adición, es necesario que la

tasa de descuento del valor neto presente de las pérdidas incurridas durante la fase de altos costos se

recuperen durante la fase de la post infancia, para que ganen al menos la tasa social de rendimiento

de la inversión en la economía.

¿Entonces, cuál es la evidencia de la política industrial que se basa en el argumento de la

industria infantil ? Ann Harrinson y Andres Rodriguez-Clare (2009: de ahora en adelante HRC)

han revisado numerosos estudios empíricos que analizan esta cuestión.

En primer lugar, son pocos los estudios de industrias que han logrado una respuesta

empírica correctamente planteada. Estos encuentran que “ la protección podría conducir a un

7 Pero continúan el enredo creado por la definición de Scitovsy’s (1954) de externalidades pecuniarias, las

cuales no fueron las definidas por Buchanan y Stubblebine (1962) y Viner (1931), pero si concernían rendimientos crecientes e imperfección de mercados (particularmente los de futuros). Así Murphy, Shleifer, y Vishny (1989:1004) escribió: “ En todos los modelos descritos en este trabajo, la fuente de multiplicidad de equilibrios son las externalidades pecuniarias generadas por la competencia imperfecta con grandes costos fijos”.

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mayor crecimiento pero resultaría en pérdidas netas de bienestar…Estos casos estudiados sugieren

que el diseño de políticas que incrementen el bienestar es muy difícil” (HRC 2009:32).

En segundo lugar, tenemos los estudios transversales. Desde estos, HRC (2009:34)

concluye:

No hay evidencia que sugiera que la intervención por las razones de PI (Política Industrial)

en el comercio exista. Si la intervención fuera motivada por razones de PI, podríamos

esperar un patrón de intervención sesgado hacia las actividades en donde existan

externalidades positivas o grandes fallas de mercado. Más que todo, la evidencia sugiere

que la protección es motivada por consideraciones de aranceles óptimos, por la generación

de ingresos, o para proteger intereses especiales.

Sobre la evidencia de externalidades marshalianas (verbi gratia: los beneficios de la

concentración geográfica) encuentran que “la aglomeración puede ser necesaria por no suficiente

para incrementar la productividad… Para ponerlo crudamente, subsidiar el sector de la

programación (“software”) puede no generar un Valle de Silicio en un país en desarrollo (HRC

2009:35-36).

En tercer lugar, a partir de los estudios de datos transversales de países HRC (2009:38)

encuentra que “a finales del siglo XX, en contraste con el último siglo cuando los países industriales

protegían las industrias emergentes, parece que las barreras comerciales frecuentemente se emplean

para proteger industrias en declive en lugar de animar a las industrias nacientes.

Finalmente, sobre la voluminosa bibliografía, principalmente econométrica, sobre la

relación entre apertura comercial y crecimiento HRC (2009:3) concluyen que “ no hay ninguna

relación significativa de la segunda mitad del siglo XX los niveles de protección y el crecimiento” .

Sin embargo, había “una asociación positiva entre volumen y crecimiento”. Esto sugiere que

“cualquier estrategia exitosa de PI debe terminantemente incrementar la participación del comercio

internacional en el PIB”. Finalmente, “el hecho de que tantos países no han tenido éxito en

contrarrestar el sesgo anti-comercio de sus intervenciones puede explicar porqué tantos han fallado

en ser exitosos en la PI”.

Murphy, Shleifer y Vishny (1989:1005) destacan que su modelo que sirve de apoyo al Gran

Impulso también está a favor de “ inversiones coordinadas a lo largo de sectores líderes en la

expansión del mercado para todos los productos industriales e incluso que ninguna empresa esté en

el punto de equilibrio cuando invierta ella misma”. Esto es lo que se denomina coordinación de los

planes de inversiones -que por supuesto no significa nada sino el síndrome de la planificación- que

es la búsqueda de una planificación centralizada de las inversiones que tome en cuenta no

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solamente los cambios en el presente sino también todos los futuros cambios de la oferta y la

demanda de una miríada de bienes. También es sabido que ninguna economía de mercado puede

alcanzar el inter-temporal nirvana prometido por la construcción utópica teórica de Arrow-Debreu.

Pero tampoco los planificadores, como han señalado Hayek y Mises en el debate inter-guerras

acerca de la eficiencia de la planificación central tipo soviética (Lal 1983). El colapso de este

sistema es una confirmación empírica concluyente de la validez de la visión austríaca, que en el

mundo real los mercados imperfectos son superiores a la planificación imperfecta.

¿Entonces, cuál de los éxitos reportados de la política industrial en el Este asiática, pueden ser

acreditados por la rápida industrialización de Japón, Corea y Taiwan? Noland y Pack (2003) han

examinado los numerosos estudios que han tratado de responder esta cuestión. Sus conclusiones

son particularmente valiosas debido a que comienzan con el supuesto de que funciona la PI.

Sobre Japón, el pionero de la política industrial, Noland y Pack (2003: 36-37) encuentran

que “ los estimados empíricos…no revelan evidencia robusta que las intervenciones selectivas

hayan mejorado el bienestar o el crecimiento en el período de la reconstrucción de post guerra”.

Este desempeño “puede ser debido a la inhabilidad de los decisores de política en identificar fallas

de mercado y diseñar apropiadas intervenciones”. Sin embargo, la más plausible conclusión es que

“las consideraciones políticas pueden haber sido centrales en este resultado” debido a que “la mayor

parte de los recursos fueron en demasía, a sectores atrasados influyentes en la política”. Esta

conclusión está conforme con la tradicional teoría del comercio y del bienestar, que incorpora

consideraciones de “economía política” (Lal 2003).

La política industrial de Corea a mediados de los años setenta fue empleada a favor de la

industria pesada y de la química (IPQ), dirigida a impulsar la producción industrial en los sectores

intensivos en capital y tecnología. Los resultados fueron decepcionantes. Así, los estudios de Kim y

Yoo encuentran que la política no fue exitosa. Kim (1990:42) encuentra que la IPQ “tenía como

resultado predecible de generar capacidad en exceso en sectores favorecidos mientras sectores no

favorecidos estaban necesitados de recursos, como también contribuyó a más inflación y aumento

de la deuda externa”. Yoo (1990:43) encuentra “que en términos macroeconómicos la economía

coreana podría haber estado mejor sin la política de la IPQ.” Su análisis de tasas de rendimiento

para la IPQ, industria ligera, y toda la manufactura a través del espejo de Little (1994) encuentran

que las tasas sociales de rendimiento en Corea estaban inversamente correlacionadas con el grado

de dirigismo.

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Sobre el papel de la política industrial promoviendo la productividad de todos los factores,

tal como la exige el argumento de la industria infantil, Lee (1996) encuentra que para el período

1963-83, las medidas proteccionistas disminuyeron las tasas de crecimiento de la productividad del

trabajo, y la productividad de todos los factores, y las políticas de subsidios e impuestos no

tuvieron ningún impacto en el crecimiento de la productividad sectorial. El concluye que los datos

coreanos revelan la evidencia que la menor intervención en el comercio está vinculada a un mayor

crecimiento de la productividad (Lee 1996:392).

Sobre el argumento de los enlaces inter-industriales y el potencial bienestar mejorando la

coordinación de las inversiones por el gobierno Noland y Pack (2003:46) destacan que “mientras

que la intervención intergubernamental pudiera haber reducido algunos costos de transacción

intergubernamentales, muchas de las potenciales externalidades fueron presumiblemente tratadas

con acuerdos coasianos entre las [Chaebol] firmas”.

Finalmente, Noland y Pack (2003:7-8) no encuentran evidencia alguna que apoye el aserto

de Rodrik (1995) que la política industrial coreana fue exitosa no por impulsar una auge exportador

sino un auge de inversiones.

Sobre Taiwan, Noland y Pack (2003:56) concluyen (citando los análisis de la evidencia de

Smith 2000) que los estudios empíricos “fallan en encontrar vínculos entre las intervenciones

(política industrial) crecimiento de la productividad sectorial de los factores o desempeño en el

comercio en los años 80”. Los diseñadores de políticas aparentemente han estado más motivados

“por consideraciones de economía política, como empleo sectorial, la presencia de grandes firmas, o

el grado de concentración sectorial, más que por las ventajas dinámicas comparativas”.8

Rosenstain-Rodan (1961) también ha añadido una segunda cuerda a su violín,

argumentando por un Gran Impulso, el cual fue después tomado por Murphy, Shleifer, y Vishny

(1989). Su argumento estaba referido a las indivisibilidades en la provisión de bienes no transables

sociales como energía eléctrica y transporte necesitados por todos los productores industriales. Por

supuesto esta fue la política recomendada a África en los años sesenta. Muchas donaciones

financiaron en el sector público varios proyectos de infraestructura en anticipación a la posible

demanda, con poca previsión en su mantenimiento eficiente. África está llena de escombros de los

restos oxidados de muchos de estos grandiosos monumentos del último Gran Impulso ahí, del cual

el ferrocarril Tan-Zam permanece como un emblema, particularmente ahora que los chinos

aparentemente están donando grandes sumas de dinero y experticia para desarrollar la

8 Una conclusión también apoyado por Little (1994) y Thorbecke y Wan (1999).

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infraestructura de África como parte de su endulcoramiento para adquirir minas naturales y pozos.

Queda por verse si éstos sufrirán el mismo destino del ferrocarril Tan-Zam.

Existe una evidencia empírica más detallada sobre los países que han intentado un Gran

Impulso en el pasado. Cuatro fueron incluidos en el estudio de Lal-Mynt (1996) -Ghana,

Madagascar, Brasil, y México. Los resultados fueron invariablemente decepcionantes si no

desastrosos (como en Ghana y Madagascar). Para promover la consecución de tales malas políticas

justo porque algunos teóricos ahora han sido capaces de vestir la curiosa antigua y desacreditada

economía del desarrollo con algún álgebra, no es pueril sino malvado -dado el elevado costo y

sufrimiento que los pobres pueblos han experimentado.

Por lo tanto, mucha de la eficiencia de la política industrial que ha sido promovida por la

“nueva” economía del desarrollo, se apoya en una curiosidad teórica. Si los gobiernos del Tercer

Mundo escogen seguir este camino avalado por los teóricos encabezados por Meier, será tan

desastroso para el futuro de los pobres como lo fueron las economías del desarrollo de sus colegas

más antiguos.

¿ Un Consenso de Beijing ?

Joshua Cooper Ramo, un analista del Centro de Política Exterior de Londres, ha acuñado el

término “Consenso de Beijing” opuesto al de Washington al que busca enterrar (Ramo 2004). El

correctamente sostiene que la explosión de crecimiento ha estado basada en una mezcla ecléctica

de formas institucionales. El mantiene que el capitalismo de Estado ha sido la forma dominante y

ofrece una alternativa atractiva para los países en desarrollo en comparación con el modelo clásico

liberal.

Yasheng Huang un economista del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusets), ha

rechazado la noción de que el Crecimiento de China ha sido uniforme - primero en un libro

Capitalismo con características chinas (Capitalism with Chinese Characteristics) (2008) y más

recientemente en un ensayo (“paper”) “Repensando el Consenso de Beijing” (“Rethinking the

Beijing Consensus”) (2011). Así distingue entre dos períodos de crecimiento en China: el más

liberal empresarial modelo capitalista seguido en los años 80 y el más estatista desde los 90. Huang

(2011:18) argumenta que muchos estudiosos occidentales de China han sido desorientados al no

distinguir estos dos períodos, como han tomado el primer período en el cual el crecimiento estuvo

apoyado en las empresas de los pueblos y ciudades (EPC) como siendo dirigidos por estas empresas

colectivas. De esta forma muestra persuasivamente, que es debido a un mal entendimiento

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estadístico. El término empleado por los estadísticos del gobierno incluye “tanto las EPC

controladas por los pueblos y ciudades como las EPC controladas por empresarios privados”.

Desagregando estos datos por clase de propiedad, Huang encuentra que las “EPC privadas dominan

absolutamente el conjunto total de EPC”.

Este malentendido estadístico ha conducido a que muchos economistas occidentales han

descrito el milagro del crecimiento chino como apoyado en una singular forma de empresa

colectiva, la cual abiertamente no estaba (al menos en el período inicial de la reforma). Como

Huang (2011:16) remarca, los nuevos dirigistas proveen modelos formales que persiguen

“explicar el desempeño de las EPC como un sustituto eficiente dentro de un ambiente débil

(institucional)” . Desde su perspectiva, el auge de las EPC desafían cualquier aserto de economía

normal que “ los derechos de propiedad motivan a los empresarios a invertir y tomar riesgos” una

curiosidad teórica apoyada en arenas empíricas.

La segunda contribución de Huang al debate de los dos Consensos rivales está en distinguir

entre el crecimiento del PIB per cápita y el ingreso personal(el ingreso que va a las familias). Había

una fuerte divergencia entre los dos en los años noventa: el ingreso real per cápita (producción)

creció al 8,1% entre 1989 y 2002, mientras el ingreso personal per cápita creció solamente 5,4% en

un año. Dada la represión financiera existente, la diferencia entre los dos fue apropiada por el

Estado. A pesar de las tasas similares de crecimiento del PIB en los dos períodos, Huang (2011:5)

observa que “ el ingreso personal chino creció más rápidamente durante los años 80 y entonces

disminuyó su crecimiento durante los años 90, mientras que el crecimiento del PIB no se vió

afectado”. El enfatiza que aquellas “tendencias están correlacionadas fuertemente con las diferentes

políticas”. China ha seguido las más orientadas hacia el desarrollo del mercado en el primer

período y siguió las más estatistas en el segundo.

La diferencia entre el crecimiento del PIB y los ingresos personales ha provisto el

financiamiento de un incremento de las inversiones públicas – no solo en infraestructura como el

estímulo durante la reciente crisis económica global- como también en la construcción masiva de

reservas internacionales. Yao Yang (2010) de la Universidad de Peking recientemente ha argüido

que esta inversión tiene una baja tasa de rendimiento. China ha acumulado reservas internacionales

por más de $ 3 trillones, colocadas en su mayor parte en Estados Unidos e instrumentos de deuda

pública de la Eurozona, están comenzando a parecerse más a los no rentables superávit de Japón en

su sector privado en los años 80. Estos fondos fueron empleados en una juerga de compras desde

estudios de Hollywood hasta pinturas impresionistas, las cuales tuvieron que venderse con pérdidas

con las subsecuentes caídas de las burbujas bursátil e inmobiliaria. Hoy por hoy, la crisis de la

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deuda soberana, hace que estos títulos se parezcan a los de las hipotecas subprima que mantenían

los bancos norteamericanos antes de la Gran Depresión, con las espantosas consecuencias para el

uso de los ahorros del pueblo chino por parte del Estado.

Finalmente, la gran expansión monetaria en China durante la crisis financiera global ha

conducido a una burbuja en el mercado de propiedades, otra vez anunciando el preludio del

estallido de la burbuja como ocurrió en Japón. ¿ Entonces, es este el último adherente al modelo

“asiático” con probabilidades de padecer el mismo destino de sus padres ? No lo creo. China

todavía está en la etapa de crecimiento económico, y con tasas de ahorro que siguen elevadas hasta

que termine el “dividendo demográfico”9 en el 2025, con una oferta laboral flexible en relativos

mercados libres de trabajo, y abundantes oportunidades de industrialización para la expansión más

allá de las costas, China debería ser capaz de mantener elevadas tasas de crecimiento en las próxima

década.

Los peligros se encuentran en el largo plazo, una vez la fase de crecimiento termine. Huang

(2008,2011) ha argumentado que el modelo capitalista dirigido por el Estado que China ha seguido

desde los años 1990 es inferior al modelo indio (el cual se acerca más al Consenso de Washington).

Esta inferioridad se debe al tamaño reducido del sector privado indígena chino y a la continua

dependencia en la represión financiera. El más alarmante descubrimiento de Huang es que hay un

marcado descenso en la productividad total de los factores en China desde los años 90. En India él

argumenta, ha progresado en la liberalización financiera, y su modelo de mercado privado de

desarrollo desde 1991 ha impulsado a un empresariado indígena mientras que China está todavía

dominada por monopolios gubernamentales altamente rentables. Esto significa que la India ha

generado tasas de crecimiento cercanas a la de China en los años 2000 con menores inversiones. En

la supuesta falla del Estado indio en proveer infraestructura para estar a la par de China, Huang

destaca que, en 1980 China empezó con menos infraestructura que la India, e incluso tuvo

espectaculares tasas. Como la India, hoy en día, la inversión extranjera directa y la inversión en

infraestructura tuvieron un papel menor en el despegue económico inicial de China (Huang

2008:268). Estos han seguido más que dirigido el crecimiento. Su conclusión es que la India tiene

una mejor probabilidad de mantener elevadas, y sostenibles tasas de crecimiento que China. En

tanto el Consenso de Beijing siga reemplazando al Consenso de Washington.

9 Nota del traductor: “dividendo demográfico” es una situación en la población de un país donde crece más

la parte de la población económicamente activa (laboral) que la dependiente (niños y ancianos) por lo tanto es favorable al crecimiento económico.

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Conclusión

Mis conclusiones serán breves. La economía “nueva” del desarrollo, la cual se alega ha

derribado al paquete clásico liberal identificado como el “Consenso de Washington, es

precisamente la “antigua” economía del desarrollo, restaurada con bombos y platillos

matemáticos. Sus “trampas de pobreza” son exactamente los “viejos” círculos viciosos de la

pobreza. Los variados argumentos a favor de la política industrial son exactamente los viejos

argumentos a favor de la protección basados en el “Gran Impulso” dependiendo de la irrelevancia

de las externalidades pecuniarias o las externalidades marshalianas de la aglomeración y los

incrementos de los rendimientos. Como pasa con la “antigua” economía del desarrollo la evidencia

empírica particularmente para Japón, Corea y Taiwan no apoya estas curiosidades teóricas.

Similarmente, el aparente éxito del Consenso de Beijing en generar el crecimiento de

China post-liberación está basado en un mal entendimiento de las estadísticas chinas. Las empresas

de pueblos y ciudades en el primer período eran privadas no empresas del Estado. De ahí que tal

período estuvo caracterizado por políticas cercanas al Consenso de Washington. En los años 90 un

modelo más estatista fue seguido, con las empresas del Estado financiadas por la represión

financiera y una gran sequía del consumo interno, implicando menores incrementos en el bienestar

comparado con los años 80. El descenso de la productividad de las oleadas de inversiones desde los

años 90 ha conducido a un marcada reducción en la productividad total de los factores desde

finales de los 90. Por contraste, la India después de la liberalización a partir de 1991 basada

sustancialmente en el Consenso de Washington ha generado tasas parecidas a las del crecimiento

del consumo interno, en costos menores en términos de ahorro e inversión, y tiene mejores

perspectivas de mantener elevadas tasas de crecimiento que el actual modelo chino estatista.

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