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Los Templos Coloniales Bar 1388 2005 Isbn 1841717096

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    Dedico esta obra a la Dra. María del Rosario Prieto.

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    ÍNDICE GENERAL

    PRÓLOGO 7RESUMEN 9PRESENTACIÓN 11AGRADECIMIENTOS 12

    I INTRODUCCIÓN 13II MENDOZA, LOS JESUITASY LA MUERTE 21III ANTECEDENTES SOBRE ESTUDIOS ARQUEOLÓGICOS EN TEMPLOS HISTÓRICOS Y

    LOS CASOS DE MENDOZA 29

    Marco y enfoque del análisis 37IV ARQUEOLOGÍA DE LAS RUINAS DE SAN FRANCISCO: EXCAVACIONES, CRONOLOGÍA

    Y ESTRUCTURAS45

    V ESTUDIOS BIOANTROPOLÓGICOS 59Análisis bioantropológicos de los entierros de las ruinas de San Francisco 59Huesos desagregados 66

    VI LOS ENTERRATORIOS: LOCALIZACIÓN, CRONOLOGÍA Y MATERIALES INCLUIDOS 69Secuencia de entierros y su situación espacial  69

    Distribución espacial de los esqueletos 75Sector Atrio 76Atrio Norte   79Atrio Sur 81Sector nave central 86Margen norte de la segunda capilla colateral sur (-sector osario-)  86Margen norte de la tercera capilla colateral sur (sector Fu3)  103Sector crucero  109Síntesis de las características bioarqueológicas del sitio arqueológico “Ruinas de SanFrancisco”

    119

    Los entierros en San Francisco: estudios sobre la muestra seleccionada 125Comparación diacrónica entre los entierros del templo de la ciudad colonial 127Entierros de siglo XVII 127Entierros de siglos XVIII-XIX 128Entierros posteriores al terremoto del 2 de marzo de 1861 129Características bioantropológicas de los entierros de San Francisco 130

    VII CONCLUSIONES 141VIII BIBLIOGRAFÍA 147IX INDICE DE FIGURAS 157X INDICE DE TABLAS 159

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    PRÓLOGO

    La gente muere, a todos, absolutamente a todos nos sucede. Y al igual que el nacer,

    la muerte es el otro único acto inevitable de la vida. A partir de esta verdad poco

    discutible siempre han surgido infinidad de problemas, preguntas, decisiones, y por

    supuesto: apropiaciones. Ya se han escrito infinidad de libros sobre la muerte, su

    significado en las culturas, el manejo y control de los muertos, las ceremonias, las

    interpretaciones, la vida junta o separada de la muerte. Sabemos que cada época y

    cultura construyó su propio imaginario, desde a dónde iban los muertos mismos

    hasta sus almas de existir ellas, desde cómo se los debía tratar hasta cómo se los

    debía olvidar o recordar. Es cierto que hay tradiciones más fuertes y extendidas,

    como en Occidente la judeo-cristiana, pero es simplemente porque es la que nos

    toca más de cerca, en el resto del mundo las cosas llegan a ser profundamente

    diferentes: veamos qué opinan los turistas que llegan a las orillas de los ríos en India

    y ven como los deudos trasladan sobre sus hombros los cadáveres de sus familiares

    recién fallecidos, y tras colocarles unos simples leños encima los queman y arrojan

    sus cenizas al agua, sin control alguno, sin papeles, sin nada. Simplemente van y lo

    hacen. Y quienes viajan aun más cerca, a México, no dejan de asombrarse cuando

    el Día de los Muertos, en la noche, el pueblo se instala en el cementerio sobre las

    tumbas de sus seres queridos, comen, bailan, hacen música, conversan con ellos y

    comparten lo que tienen, generalmente muy poco. Nada más normal: los muertos no

    ha dejado de existir, están de otra forma, son sólo otra parte de la vida. Y quienes

    llegamos a ver en Lima, en las catacumbas tan católicas de la colonia, las paredes

    escritas y dibujadas con huesos humanos, los esqueletos vestidos, las montañas de

    huesos en las criptas hechos para la diversión y no el luto, no pudimos entender

    porqué los restauradores de la década de 1990 sacaron todo, limpiaron y noentendieron que los siglos XVII y XVIII fueron precisamente los del manejo lúdico de

    la muerte; si no ¿porqué aquí, en este mismo libro, se ven líneas de huesos largos

    colocados uno tras otro rebordeando entierros? Los pueblos prehispánicos, todos,

    enterraron sus muertos en los pisos de las casas en que seguían viviendo; salvo a

    sus grandes señores que iban a templos y huacas, todos los demás quedaban para

    siempre en la misma casa; eso que hoy podría causarnos horror, o al menos

    estupor, era algo muy diferente: un enorme gesto de amor y de conservar lamemoria.

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    La vida, como la muerte, puede ser vista de muchas maneras. Este libro describe

    varias formas de manejar los muertos y la muerte, de ver y entender la vida –de eso

    se trata en última instancia-, del poder que genera quien controla la muerte, de las

    clases sociales y su capacidad de pagar por diferentes tipos de entierros, de lugares,

    de mobiliario, de vestimenta; se está hablando de una expresión cambiante de la

    cultura a lo largo de tres siglos en un mismo lugar –Mendoza en este caso-, de una

    sociedad que muchos podrían pensar que no cambió pero que precisamente se

    muestra que sí se transformó, así como lo hizo también el edificio mismo de la

    iglesia, el que fue cambiando en forma constante, obra tras obra, ampliación y

    arreglo uno tras otro.

    Los estudios encarados en las Ruinas de San Francisco, desde hace años, han ido

    dando su fruto. Un enorme esfuerzo del Municipio de Mendoza, de los

    investigadores, de quienes hicieron la actividad de gestión para que esto continuara,

    hoy pueden estar orgullosos de tener el proyecto arqueológico más extenso de la

    historia argentina: casi quince años de excavación interrumpida en el Área

    Fundacional, y la friolera de cien meses de trabajos de estudio y excavación en las

    Ruinas de San Francisco. Esto no es poca cosa y el producto de este esfuerzo se ve

    de dos maneras: el conjunto de conocimientos de que se dispone, absolutamente

    abrumador y muy complejo de publicar y el rescate de un patrimonio cultural de

    excepción para la ciudad de Mendoza

    En aras de este esfuerzo es que Horacio Chiavazza presenta este libro, un aporte

    concreto, específico, detallado hasta el máximo, de lo hallado en los entierros

    hechos en la iglesia en sus diferentes etapas de existencia; una muestra del mejor

    nivel científico que se ha logrado en esta experiencia colectiva. Lo presentamos conorgullo, con respeto, para que la comunidad pueda disponer de la información y el

    conocimiento que la arqueología y la preservación patrimonial ha logrado con tanto

    esfuerzo.

    Dr. Daniel Schávelzon.Centro de Arqueología Urbana – Universidad de Buenos Aires.

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    RESUMEN

    Durante la conquista de América la iglesia actuó como institución legitimadora a nivel

    ideológico. Avanzado el proceso de colonización, se transformó en la mediadora de

    las relaciones sociales y certificó los procesos de transformación. En este trabajo se

    pretende conocer que características y alcances tuvieron estos roles de la iglesia,

    pero analizándolos fundamentalmente desde su materialidad. Para ello se consideró

    al templo como unidad de análisis dentro de la escala urbana y a los esqueletos

    enterrados en su espacio interior como informantes de las condiciones materiales de

    existencia de los diferentes estamentos de la sociedad. Tal relación se observó en

    términos diacrónicos, comparando entierros de diferentes períodos (entre siglos XVII

    y XIX) procedentes de la iglesia jesuita de Mendoza (ruinas de San Francisco) y en

    términos sincrónicos, comparando para ello entierros del siglo XVII procedentes de

    la iglesia de la ciudad con los resultados obtenidos por investigaciones en

    cementerios indígenas del mismo lapso y de sectores de frontera sur de la provincia

    de Mendoza. Las características y diferencias emanadas de los estudios de

    esqueletos y su relación con los bienes materiales invertidos en las tumbas son

    correlacionadas dentro de variables espacio-temporales para poder comprender los

    procesos ideológicos que actuaron en la formación de una nueva sociedad

    implantada desde Europa.

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    PRESENTACIÓN

    El proceso de conquista del nuevo mundo implicó la instauración de nuevos órdenes

    sociales, políticos, económicos y de organización territorial. Estos se fundamentaron

    ideológicamente en gran parte a través del avance de la iglesia y la difusión del

    catolicismo como ideología hegemónica. Así, la iglesia actuó como la institución

    legitimadora del esfuerzo conquistador y, en muchos casos, de las inequidades

    sobre la que se construyó ese nuevo mundo americano. En este trabajo proponemos

    indagar este proceso desde su dimensión material. Para ello tomamos al templo

    como unidad de análisis dentro del esquema de la implantación urbana. De este

    modo consideramos que estos edificios constituyen un elemento de gravitación

    simbólica para reproducir los órdenes establecidos según modelos de cuño señorial.

    Pero a la vez, en ese mismo acto y en una dialéctica que jugaba al ritmo de los

    procesos globales (aunque con tempo  más retrazados en América que en Europa),

    generaba las posibilidades para la legitimación de movilidad y asensos en una

    sociedad estamental. Una sociedad que se encontraba en proceso de

    transformación a causa del avance del capitalismo. Esto en un territorio marginal

    como el de Mendoza, al este de la cordillera nevada y de la capitanía de Chile,

    (jurisdicción de la que dependía) cobró matices singulares.

    Optamos por indagar la materialidad de las prácticas fúnebres en una sociedad

    donde la inmaterialidad de tales actos es la nota principal. Por ese motivo la

    disposición espacial de los entierros en relación a las estructuras templarias que se

    sucedieron en el predio excavado, se transformó en una vía para definir las

    procedencias sociales de los difuntos. De ese modo planteamos hipotéticamente los

    orígenes sociales de los esqueletos y desde ello caracterizar las condicionesmateriales de existencia en los diferentes estamentos a través del tiempo, tanto por

    medio del estudio de las inversiones materiales realizadas en las tumbas, como de

    las condiciones sanitarias y características que presentan los esqueletos estudiados.

    La comparación de estos estudios con otros realizados sobre restos recuperados en

    un cementerio indígena de siglo XVII en un sector de frontera, permitieron

    comprender mejor cuáles fueron las condiciones de vida en los primeros tiempos de

    la ciudad de Mendoza y observar luego en contextos más tardíos los procesos decambio experimentados.

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    AGRADECIMIENTOS

    Este trabajo compromete el agradecimiento de muchas personas e instituciones. En

    primer lugar debo agradecer a los becarios del Centro de Investigaciones Ruinas de

    San Francisco: Lorena Puebla, Laura Fiori, Cintia Ortega, Valeria Zorrilla, Vanesa

    García y Marcos Quiroga, por su activa participación en las excavaciones y en la

    realización colectiva de los reportes de trabajos de campo que obran en los archivos

    del CIRSF. También agradezco la participación en las excavaciones de María Inés

    Fregeiro, Omar Contreras, Valeria Cortegoso, Antonio Moreno, Daniel Barboza,

    Alejandra Gasco, Ana Romero, Diego Estrella, Cecilia Caroff, Diego Navarro y

    Azucena Tamiozo. También agradezco las respuestas a las consultas que tan

    insistentemente hice a Daniel Schávelzon, como así también su permanente apoyo

    en el desarrollo del Proyecto. Debo agradecer a Cristina Prieto Olavarría, por sus

    comentarios y consejos. A Ann K. Jäntsch le agradezco los informes de los estudios

    del conjunto bio-antropológico que realizó en el año 2002 para cumplir con su trabajo

    de grado en arqueología (Universidad de Noruega). Pablo Chiavazza colaboró en el

    tratamiento digital del texto. La instituciones comprometidas en el agradecimiento

    son las siguientes: Municipalidad de Mendoza y a los sucesivos directores de

    Cultura: Guillermo Romero, Patricio Pina y Alfredo Lafferriere, quienes bajo las

    gestiones de los intendentes Roberto Iglesias, Raúl Vicchi y Eduardo Cicchitti

    sucesivamente, apoyaron económicamente el mantenimiento del proyecto de

    investigación y financian el funcionamiento del Centro de Investigaciones Ruinas de

    San Francisco, dando continuidad a la política cultural patrimonial iniciada en 1989

    bajo la gestión de Víctor Fayad y Guillermo Romero. También agradezco a la

    Subsecretaría de Cultura de Mendoza, que a través de un subsidio concursado al

    Fondo Provincial de la Cultura, apoyó parte de los trabajos de la “EscuelaArqueológica de Campo” que durante el 2003-2004 codirigimos junto con Pedro

    Canepuccia, a quién agradezco también los trabajos de limpieza y restauración de

    muchos de los elementos que se exponen en este libro.

    Todas las opiniones y conclusiones vertidas en este trabajo son de mi exclusiva

    responsabilidad.

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    I

    INTRODUCCIÓN

    La ciudad de Mendoza fue fundada el 2 de marzo de 1561. Este emplazamiento

    implicó un cambio fundamental del modo de vida humana y las formas de organizar

    el hábitat   respecto de las etapas prehispánicas en las tierras de huarpes 1 

    (denominadas de huentota ). Su impacto cultural y ambiental implicó variaciones

    radicales. En efecto, hasta esa fecha las etnias locales no habían estructurado la

    ocupación de su espacio de modo urbano. Estas se habían organizado en pequeñas

    aldeas, más bien caseríos, que se dispersaban en el territorio atraídas por los cursos

    de agua como vertebradotes. En ese contexto, la conquista y colonización de estas

    tierras, hizo su primer impacto transformando paisajes tanto naturales como

    culturales. El espacio aldeano y disperso indígena se reemplazó por el urbano que,

    aunque fue muy modesto en sus orígen es, se basaba en principios ordenadores

    diferentes a los de etapas prehispánicas, ya que concentraba mayor densidad de

    personas en espacios acotados. Esto supuso la introducción de un modelo

    importado que unificaba los modos de asentarse a nivel regional, generando

    divisiones claras entre lo público y lo privado, y segregando además, los sectores

    domésticos de los productivos, los gubernamentales y los de culto (figura 1).

    La ciudad fue el marco dentro del cual aparecieron lugares con funciones y

    significaciones específicas, los que aseguraban no sólo su carácter de tal, sino quegarantizaban su desenvolvimiento como un sistema integral e integrador. El sector

    central correspondía a una plaza y en las manzanas lindantes a ella se destinaban

    los terrenos para los edificios de gobierno y culto. La división de las manzanas para

    propietarios concretos, el ejido comunal inmediatamente circundante para asegurar

    las pasturas y los terrenos para estancias destinadas a explotaciones ganaderas y/o

    agrícolas, fue el modo a través del cual se organizó la vida. La vida urbana se había

    1 Huarpes  millcayac  es como se denominaban a si mismos los nativos del norte de Mendoza a lallegada de los conquistadores españoles en 1561.

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    planificado entendiéndola como un centro y claramente diferenciada social y

    económicamente de la periferia rural. La inauguración de un modelo de

    asentamiento desconocido en estas tierras, independientemente de su grado de

    efectividad en términos de adaptación a este ambiente, debió esperar muchos años

    para consolidarse. De hecho hacia el siglo XVII la ciudad no era más que un

    pequeño pueblo que se encontraba en un estado de subsistencia precario (Prieto

    2000:139).

    En este contexto, los habitantes de la ciudad debieron buscar no sólo mecanismos

    materiales para sostenerse, sino también formas ideológicas para justificarse. En

    este aspecto, el rol de la iglesia fue de gran importancia. La casa de gobierno, el

    cabildo, señalaba en el espacio la concentración del poder político, mientras que el

    templo representaba la justificación ideológica de la empresa ibérica en América.

    Las iglesias, entonces, se levantaron como la materialización de una ideología que

    hundía sus raíces hasta las mismas cruzadas medievales, la de expandir las bases

    del occidente cristiano a nivel global. En efecto, la fe daba fuerza moral a los

    intereses de una conquista de la cristiandad sobre la calificada como “infidelidad” de

    los nativos de América. La simetría del modelo de “conquista con la espada y con la

    cruz”, se patentizaba en las ciudades, haciéndose visible en la instalación de los

    edificios de gobierno (cabildo) y culto (templo) justo en frente del espacio abierto y

    público por excelencia: la plaza. Esto era pautado en las actas fundacionales y el

    caso de Mendoza no escapó a la regla.

    Sin embargo, así como el emprendimiento político fue multifacético y aún dentro de

    una matriz de origen europeo presentó matices que le dan un perfil sumamente

    diverso, la empresa espiritual tuvo sus variaciones de acuerdo a regiones yprotagonistas (tanto europeos como indígenas). En ese caso, no se puede entender

    la evangelización ni como un impulso absolutamente espiritual ni como parte de un

    proyecto materialista prediseñado de antemano. Este se fue haciendo en función a

    circunstancias y actores. De todos modos, dentro de tal dialéctica, el rol de la iglesia

    en el proceso de consolidación del modo de vida urbano y europeo tuvo una

    gravitación fundamental (Cueto 1991:50-51). Esto es particularmente así en el caso

    de la ciudad de Mendoza. Hacia mediados del siglo XIX, con trescientos años deexistencia y antes del terremoto de 1861, en 182 hectáreas urbanizadas (Ponte

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    1987: 146) y con aproximadamente 11.500 habitantes (Romano 1991:123),

    concentraba 9 edificios religiosos entre templos y capillas. Muchos de estos

    emergían en el paisaje urbano donde predominaban casas de una sola planta, como

    verdaderas montañas de ladrillo   claramente contrastadas contra la arquitectura

    vernácula (en general de tapias y adobes). Escribe G. Burmeister luego de su visita

    a Mendoza en 1858, que ”...se ven casas grandes, bien blanqueadas, aun cuando

    de un solo piso...”   indicando la predominancia, hasta entrado el siglo XIX, de las

    construcciones de tapia, y excepcionalmente de adobes “...las casas...más

    modernas ... son las que por lo menos se edifican con adobes, cuando no con

    ladrillos...”   y este mismo relato acompaña el dibujo de su joven asistente A. Göering

    ya que “...lo que a Mendoza presta principalmente su apariencia de gran ciudad y

    cierta solemne dignidad… ( son ) ...las numerosas iglesias, capillas y conventos que

    allí existen...”  y que contrasta claramente con el edificio del cabildo que “...situado

    del lado oriental de la plaza ; es un edificio muy feo, malo y hasta grotesco...”  

    (Burmeister 1943 en Romano 1991: 109 y 110).

    En este trabajo se parte de que durante la colonia, el manejo de la muerte por parte

    de la iglesia católica en general y del clero reglar y secular en particular, constituyó

    una de las fuentes a partir de las cuales la emergente sociedad americana se

    referenciaba. Justamente el estudio en el caso de Mendoza, sería uno particular que

    no escapó a tal tendencia. Tal referencia se basó sobre todo en la posibilidad que

    otorgaba la iglesia a sus fieles para reproducir el orden social, manteniendo la escala

    del status y jerarquías a partir del entierro en los templos, ya fuera dentro o en el

    exterior de los mismos. Es decir, así como los templos materializaban la justificación

    ideológica de la labor espiritual; la administración de la muerte y la disposición de los

    muertos, cristalizaban el rol de la iglesia y concretamente de las órdenes religiosas,en la justificación de la estructura estamental de la sociedad. Esto, incluso, en plena

    contradicción con los ideales de pobreza e igualdad ante la muerte que sostienen los

    evangelios y que era base de su actuación entre las poblaciones nativas

    (evangelización). Una cualidad en la que se basaba esta diferenciación social era la

    de ser “buen cristiano”. Como afirma María R Prieto, la pobreza en Cuyo impedía la

    exteriorización de la hidalguía por medio de la demostración de la riqueza y el boato.

    Por lo tanto, la misma se canalizó a través de comportamientos ligados a lareligiosidad (Prieto 2000:120). Los datos aportados para demostrarlo pueden

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    extraerse de los testamentos. Este es el caso de testamentos de Hernán Arias de

    Saavedra y Juan de Villegas de 1591, quienes como hidalgos aclaran que debían

    ser enterrados en sitios preeminentes dentro de la iglesia (Prieto 2000: 121) y

    pagaron por ello.

    En ese sentido, los testamentos ofrecen buenos datos acerca de actos que

    conducen a tal fin. Estas acciones son tanto de tipo inmaterial:

    “... mando que el día que yo falleciera...se diga por mi ánima una misa

    cantada con su vigilia...mando que se hagan por mi ánima veinte misas

    rezadas con sus respectivos responsos sobre... (mi) sepultura...”;

    Como de tipo material:

    “... e mi cuerpo sea sepultado en la Iglesia Mayor... junto a la pila de agua

    bendita...” 2 .

    El caso del capitán Antonio Moyano Cornejo Sienfuente también sirve de ejemplo

    cuando en 1658 testa que:

    “… si Dios fuese servido llevarme de esta presente vida… sea sepultado en

    el Convento de Santo Domingo junto a la pila de agua bendita…”  3(Protocolos

    1658)

    Las implicancias arqueológicas de estos comportamientos sólo son perceptibles en

    los casos en que se dan referencias espaciales.

    A este ejemplo, tomado para el caso de vecinos poderosos de una Mendoza con

    apenas treinta años de existencia, se le pueden sumar abundantes trabajos

    historiográficos que demuestran como, las personas testaban por los actos y lugares

    de sepultura que esperaban que sus albaceas y herederos gestionaran, pagando

    2 Transcripciones documentales del Testamento de Hernán Arias de Saavedra y Juan de Villegas, de

    1591. Tomado de Prieto (2000: 121)3  Protocolo 1658, Nº 17, Folios 70 a 82. Fecha.21 de diciembre AHM El Capitán Don AntonioMoyano Cornejo natural de la Ciudad de Mendoza. Testamento. 

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    antes a la iglesia para que cumplieran sus mandas  4 de entierro según la reglas de la

    “buena muerte”. A partir de estas prácticas funerarias eran en realidad las familias,

    las que se referenciaban dentro de un cuadro ideológico en el cual las diferencias

    sociales eran profundas. Debe tenerse en cuenta que esta sociedad poseía una

    rígida estructura social, basada en la pertenencia de los individuos y familias a

    distintos estamentos. En este orden de cosas la inmovilidad no era tan rígida como

    en una sociedad de castas, pero no existía la movilidad propia de una sociedad

    clasista.

    De esta manera, se entiende que al enterrarse a los individuos en determinados

    espacios (materialidad de las prácticas funerarias) y de formas específicas

    (inmaterialidad), los difuntos y por extensión sus familias se legitimaban socialmente,

    ya que ocupaban en el espacio mortuorio el equivalente al de la escala social en

    vida. Esta referencia en la muerte daba a los templos un verdadero carácter de

    monumentos funerarios . La grandeza de los edificios de la iglesia otorgaba un

    singular perfil a las ciudades, destacándose como símbolos de la presencia

    constante de la iglesia en la vida cotidiana, buscando de ese modo actuar sobre las

    conciencias como verdaderos bastiones contra las acciones pecaminosas,

    neutralizando las fuerzas del mal y procurando controlar de ese modo las conductas

    cotidianas de los ciudadanos. Esto, obviamente, no asegurara el cumplimiento

    efectivo de las leyes evangélicas del buen cristiano.

    En este contexto la iglesia favorecía el consenso establecido en relación al estatus

    de los miembros de la sociedad, favoreciendo incluso ciertos ascensos. Pero en ello,

    la iglesia no era neutral, dado que se transformaba en árbitro de lo que significaba,

    en términos de la época, una “buena muerte” . En tal arbitraje, su fortalecimiento eracongruente al de los miembros de la sociedad que se enterraban en el interior de los

    templos. En definitiva, al sepultarse dentro de los edificios de la iglesia, las familias

    vigorizaban su imagen ante el resto de la sociedad, pero por otro lado, los dueños de

    los templos también se fortalecían como guardianes de los buenos muertos . Esto

    implicó para la iglesia, no sólo un beneficio ideológico, reforzado en este caso,

    desde su imagen, sino que supuso excelentes ingresos, ya que los devotos eran

    4  Las mandas   son instrucciones de los pasos a seguir luego de la muerte que se incluyen en eltestamento para que las cumplan familiares y/o albaceas.

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    verdaderos consumidores cautivos  producto de la presión ideológica y moral que ella

    misma adoctrinaba.

    En este trabajo se busca reconocer como se estableció la relación entre la iglesia, la

    sociedad y la muerte en el caso de los jesuitas y de Mendoza en particular durante la

    colonia. Se estudiaron los restos arqueológicos del lapso que se remonta a inicios

    del siglo XVII. Era cuando a la vez que hacía su ingreso en Mendoza, la Compañía

    de Jesús se organizaba bajo la flamante jurisdicción paraguaya (esto hasta 1625

    cuando es sujeta nuevamente al Perú a través de la viceprovincia de Chile).

    El enriquecimiento en el caso particular de los jesuitas de Mendoza es evidente en la

    cantidad de donaciones post-mortem  recibidas de muchos de los fieles que testaron

    para que fueran enterrados bajo cuidados espirituales de la Compañía de Jesús.

    De este modo entonces, el estudio arqueológico de los esqueletos humanos y sus

    contextos de entierro, excavados en templos coloniales enriquecerá el conocimiento

    de aspectos vinculados con las formas de vida en la colonia y que no siempre son

    congruentes con lo registrado en la documentación escrita. La excavación

    arqueológica del predio jesuita de la ciudad de Mendoza que sucesivamente fue

    ocupado por templos, un espacio que durante 253 años tuvo un carácter sacro,

    ofrece buenas oportunidades para conocer aspectos vinculados al ritual, las

    creencias y valores de la sociedad colonial mendocina, sobre todo del lapso en el

    cual estaba experimentando su particular proceso de formación. En efecto, los

    conquistadores habían iniciado su construcción colonial hacía tan sólo 47 años,

    apenas la vida de una generación por esos tiempos, cuando los jesuitas recibieron el

    predio en donación. La transformación radical de paisajes y sociedades quedóexpresada en la implantación de una ciudad donde antes existían pueblos y la

    interacción biológica y cultural donde antes habitaban tan solo amerindios. Esto

    quedó expresado en los registros materiales (arqueológicos). Por medio de las

    excavaciones arqueológicas realizadas en la manzana jesuita se ha obtenido

    abundante información referida a estos tópicos y que enriquecen la imagen histórica

    de la ciudad, que ha sido generalmente reconstruida mediante el uso exclusivo de

    fuentes escritas.

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    La estratégica manzana obtenida por la Compañía de Jesús, ubicada en el corazón

    mismo de la ciudad, le fue donada el 21 de octubre de 1608 por el matrimonio de

    Doña Inés de Caravajal y de uno de los principales vecinos del siglo XVI, el

    encomendero y capitán Lope de Peña. Con sus nuevos dueños este emplazamiento

    adquirió un alto valor simbólico por diversas razones. La principal es justamente que

    allí se emplazó el templo de los jesuitas. Sin embargo otras actividades

    desarrolladas en el predio tendieron a fortalecer la presencia de la orden en el

    contexto urbano. Por ejemplo, allí se concentró parte de la vida intelectual de los

    mendocinos, ya que se estableció también una residencia con la escuela dedicada a

    la enseñanza de las primeras letras y más tarde elevada a la categoría de colegio en

    1616 (“Colegio de La Inmaculada Concepción”). Este predio, antes ocupado por los

    indígenas (aproximadamente desde el año 0 al 1561), luego por los colonos (1561 a

    1608), los jesuitas (1608 a 1767) y la orden franciscana (1798 a 1861), ofrece

    contextos arqueológicos que fueron sellados finalmente por el terremoto que

    destruyó totalmente la ciudad el 20 de marzo de 1861.

    Este trabajo enfatizará entonces, el resultado de las excavaciones y el estudio de las

    tumbas, su cronología, lugar de entierro, tipos de ajuares y preparación incluidos en

    las prácticas funerarias desde 1608 hasta 1861. De este modo, los restos brindarán

    indicios materiales que resultaron de las prácticas fúnebres en diferentes coyunturas

    históricas, esto en clara dependencia de las creencias e ideologías imperantes que

    se sucedieron en Mendoza antes del terremoto de 1861.

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    Figura 1: plano de Mendoza a mediados del siglo XIX confeccionado por G.Burmeister (original depositado en el Museo del Área Fundacional de Mendoza). Elnúmero 9 señala el templo Jesuita, que en este lapso correspondía a la iglesia deSan Francisco.

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    II

    MENDOZA, LOS JESUITAS Y LA MUERTE

    Cuando Francisco de Villagra en su paso a Chile, exploró el territorio de Mendoza en

    1551, percibió el potencial de recursos naturales y fundamentalmente el potencial

    humano de fuerza de trabajo que diez años más tarde se integraría al dominio

    español mediante la conquista y consolidación colonial. Fue en base a tal

    reconocimiento que en 1561 Pedro del Castillo, procedente desde Santiago de Chile,

    concretó la fundación de Mendoza. Con esta acción se inició el proceso decolonización que se consolidaría lentamente durante el siglo XVII y daría lugar a una

    nueva configuración humana al territorio del Cuyo habitado por los  huarpes . La

    ciudad fue el núcleo desde el cuál se emprendieron los avances sobre el resto del

    espacio, ya fuera en las llanuras del este o en las montañas del oeste.

    Desde tiempos tempranos, esos caseríos dispersos empezaron a recibir nuevos

    vecinos lo que supuso un creciente avance del dominio colonial y el orden

    Occidental sobre el territorio y las poblaciones nativas. En los primeros tiempos este

    avance fue sumamente lento, sin embargo desde tiempos tempranos se observa

    claramente el interés de las diferentes ordenes religiosas por desarrollar su labor

    evangelizadora para lo cual se concentraron en obtener predios en la ciudad,

    campos en la periferia y beneficios económicos que posibilitaran su sostenimiento.

    En este escenario los jesuitas se presentan tempranamente. A principios del siglo

    XVII, a cuarenta y siete años de la fundación, se instalaron en la ciudad (figura 2) y

    con ello dieron comienzo a una intensa labor que los llevaría paralelamente, a

    explorar nuevos territorios e incorporar en su patrimonio un importante número de

    propiedades de gran valor productivo. Esto ya fuera por el potencial ganadero de los

    territorios ricos en pasturas, en recursos mineros o con sistemas de riego favorables

    para la producción agrícola. De hecho, desde su instalación en Mendoza y durante

    los primeros cien años, la Compañía incorporó tierras de manera constante (Cueto

    1999, Troisi Melian 1997).

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    Desde 1608, cuando los jesuitas recibieron la donación de Doña Inés de Caravajal,

    la viuda del Capitán Lope de Peña, se instalan en la manzana lindante al noroeste

    de la plaza principal de la ciudad de Mendoza, lugar que se transformará en el

    centro de operaciones de su empresa misional, cultural y económica hasta que

    fueron expulsados en marzo de 1767. En este lugar ocuparon unas casas donadas

    por la viuda, sobre las que luego realizaron obras que no se ha determinado con

    precisión si fueron de acondicionamiento o de construcción para un templo

    (Schávelzon 1998). Finalmente, al ser destruida esa obra por aluviones, entre 1716 y

    1731, realizaron la construcción de otro templo que fue abatido por el terremoto de

    1861 y actualmente se conserva en ruinas.

    Estos casi ciento sesenta años bastaron para transformar a la Compañía de Jesús

    en uno de los principales motores de la economía y las finanzas de la región. Con

    dominio sobre recursos estratégicos, no tardaron en transformarse en los actores

    más dinámicos de la economía y sumar así, a su proyecto cultural y misional un

    importante capital, quizá en términos proporcionales, el más poderoso que haya

    existido en la historia de Mendoza.

    Sin embargo, pese a tal poderío, examinando documentalmente sus propiedades y

    medios de producción, no se percibe el nivel de consumo acorde, que sería

    esperable al menos, en el sector nuclear de su dominio. El registro de bienes

    materiales exhibido por la orden a la hora de listar sus “temporalidades” cuando son

    expulsados, muestra un contraste dado por escasos bienes materiales de consumo

    (trascripto en Micale 1998). Es sorprendente que el eficiente manejo de esta

    verdadera empresa  haya requerido tan poca inversión administrativa, limitada a un

    puñado de sucesivos curas que pasaron como administradores en el convento yhabrían subsistido en condiciones, sino precarias, más bien básicas.

    Arqueológicamente esta austeridad es corroborada al observar los remanentes del

    consumo, inmediato o diferido, de bienes materiales. Los contextos recuperados en

    las excavaciones arqueológicas realizadas en la manzana jesuítica no reflejan

    inicialmente el auge económico de la orden. Sin embargo, puestos a evaluar este

    aspecto, conviene hacerlo en términos comparativos. En ese caso, al comparar lasinversiones inmobiliarias y las características constructivas de los emplazamientos

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    de los jesuitas, la riqueza de la orden empieza a asomar y se hace más patente.

    Está claro que el mensaje de austeridad quedaba marcado en las acciones

    cotidianas, más no en las representaciones y señales de la presencia de la

    Compañía de Jesús en el conjunto urbano. Su templo del siglo XVIII, hoy en ruinas

    (figuras 3 A y 3B), es un ejemplo en este sentido. Ese edificio de dimensión

    monumental, magnificada al contraponerse a las características de la ciudad de la

    primera mitad del siglo XVIII, es una explícita manifestación de poder. Emerge

    materialmente como un opuesto que marca predominancia respecto al poder laico,

    la corona, representada en las construcciones de organismos públicos como el

    cabildo (cuya pobreza de diseño impresionó tan poco dentro del conjunto urbano,

    que ni siquiera mereció una mención descriptiva de detalle y mucho menos un dibujo

    o siquiera un boceto).

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    Figura 2: dibujo histórico del templo Jesuita del siglo XVII según Ovalle (1889) A, ymolduras que adornaban aquel templo recuperadas en las excavacionesarqueológicas. En la imagen de arriba figura del templo con ornamentos publicadopor Ovalle y hallazgos arqueológicos de molduras del templo del siglo XVII (B y Cdebajo).

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    Figura 3 A y 3 B: dibujo de la fachada del templo antes del terremoto (A) y fotodespués del mismo (B) corresponden a 1858 y 1890 respectivamente.

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    Se considera que los templos son edificios que funcionan en cierto sentido como un

    marcador ideológico, mostrándose a la sociedad en una dimensión claramente

    simbólica. En arqueología las corrientes críticas estudian este sentido de la

    arquitectura entendiéndola como el modo a través del cual se esconden

    desigualdades y contradicciones sociales, pero apelando a expresiones que son

    aceptadas culturalmente (Orser 1996 y 2000). En el edificio del templo se reflejaba el

    poder del clero y desde su vinculación con él, se identificaban los diferentes sectores

    de la sociedad durante la colonia. En una organización estamental, con fuertes

    reminiscencias medievales y dentro de un proceso de implantación de un nuevo

    orden social en tierras americanas esto es relevante. Entre otros aspectos de la vida

    colonial, la iglesia tenía potestad sobre la muerte y dicho en términos simples, los

    trámites para acceder a la vida eterna pasaban por dar señales en este mundo. Esas

    señales, entre otras, incluían rituales y actitudes realizadas en torno al difunto, a

    partir de las cuales se reproducía el orden social “mostrando” la situación de la

    familia frente a la sociedad desde su modo “religioso” de actuación. Mayor cantidad

    de acciones en torno al muerto se correspondían con mejor visualización del poder

    de la familia del difunto frente a su estamento y a los otros. En ese fortalecimiento de

    la posición social, los templos oficiaban de marca material legitimadora del

    ordenamiento estamental: como lugar sacro y según nuestra óptica, como verdadero

    monumento mortuorio. Es importante remarcar que en este lapso las personas se

    enterraban en las iglesias, dentro o fuera de los templos, pero siempre bajo la acción

    tutelar de la institución católica, que poseía el monopolio en el manejo de la muerte.

    En este sentido, la iglesia en general y las órdenes religiosas en particular, obtenían

    a cambio dos tipos de beneficios que a su vez estaban interrelacionados. Uno era

    ideológico, ya que se consagraba como institución consensuada para regir y ordenar

    “como se debía morir”, que en realidad era arbitrar “como se debía vivir”. El otrobeneficio era material y se lograba por medio de los cobros que hacía por sus actos

    de legitimación , es decir, en este punto existían beneficios económicos. Esta

    dialéctica posicionaba institucionalmente a la iglesia, ya que le confería el poder

    espiritual para hacerse con estos beneficios. Esta situación caló hondo y fue una

    parte constitutiva de la consolidación ideológica del régimen colonial, (aunque en el

    caso de los jesuitas trajo consecuencias negativas para la orden5). Incluso debieron

    5  Esto sumado a la creciente influencia en sectores de poder político, terminó produciendo laexpulsión de la orden de la Compañía de Jesús.

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    transcurrir cinco años después de declarada la independencia para que se

    estableciera la reglamentación republicana de cementerios públicos, evidentemente

    en otro marco ideológico y en un proceso de retracción del rol de la iglesia frente a la

    sociedad civil.

    De todos modos, transcurridos cuarenta años de existencia de esta ley, cuando se

    produce el devastador terremoto del 2 de marzo de 1861, la tradición de 250 años

    de monopolio en el manejo de la muerte volvió a pesar y los atrios de las iglesias

    derrumbadas se poblaron de cruces de caña, señalando entierros y una actitud de

    retorno a viejas prácticas, fuertemente afianzadas en el sustrato inconsciente de los

    mendocinos. Sin embargo esta actitud era reeditada ante una situación de crisis total

    y fuera ya del vínculo directo de manejo institucional de la iglesia.

    En este breve resumen se ha expuesto un ensayo acerca del rol que tenía la iglesia

    en su manejo de la muerte y como operaba dentro del ordenamiento colonial de la

    sociedad. Dentro de este marco se organizó el trabajo arqueológico histórico en el

    predio jesuita de Mendoza. Se presentará a continuación la información de contextos

    funerarios, su cronología relativa y situación espacial, para contribuir a organizar el

    registro bioantropológico del lapso comprendido entre los siglos XVII y XIX y

    proponer así, la procedencia social de los difuntos. A pesar de existir abundantes

    publicaciones referidas a la arqueología y estudios de materiales de las ruinas de

    San Francisco, a la fecha no se ha presentado de modo organizado el resultado de

    las excavaciones de entierros. De este modo, en este análisis se observaron las

    correlaciones entre: 1.entierros, 2.lugar de inhumación en relación a templos (fuera

    o dentro de los edificios de siglo XVII o XVIII) y 3.objetos depositados. De este

    modo se otorgó sentido social a las inhumaciones y se posicionaron de acuerdo a suprocedencia de cara al análisis de indicadores que señalen que características

    tuvieron las vidas de esas personas. Desde tal organización se otorgará sentido

    social a los resultados de estudios bioantropológicos.

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    III

    ANTECEDENTES SOBRE ESTUDIOS ARQUEOLÓGICOS EN TEMPLOS

    HISTÓRICOS Y EL ENFOQUE EN EL CASO DE MENDOZA

    Los trabajos de arqueología ocupados de indagar acerca de lapsos en que existían

    documentos escritos es un campo que remonta sus inicios a los orígenes   de la

    disciplina. La arqueología histórica, como campo de investigación delimitado, en el

    caso de América, puede remontarse a diferentes fechas de acuerdo al país del que

    se trate. Aunque en este caso debe considerarse que no existía ni existe una sola

    definición. Si bien hay antecedentes para la primera mitad del siglo XX, la mayoría

    de los arqueólogos coinciden en que al menos, en la América anglosajona, este

    campo se organizó en 1960 con la Conference on Site Archaeology  (Orser 2000). No

    es objetivo aquí hacer una minuciosa lectura de antecedentes de la disciplina sin

    embargo se dará un breve esbozo de su desarrollo. La historia del pensamiento que

    guió este tipo de estudios dependió de problemáticas concretas de trabajo tanto

    como de los enfoques teóricos que fueron imponiéndose en el campo general de la

    arqueología. Si bien en un inicio se observó la necesidad de auxiliar estudios de tipo

    histórico y documental por medio de la evidencia arqueológica, al pasar los años y

    aumentar la complejidad teórica y empírica de las investigaciones arqueológicas de

    sitios ocupados en lapsos posteriores al avance europeo sobre América, la definición

    de la arqueología histórica como campo específico de estudio empezó a clarificarse

    dando lugar a debates que se incluyeron en los generales de la arqueología. Son

    significativos dos grandes pulsos en el camino hacia la autonomía de esta disciplinay ambos se relacionan con el mundo anglosajón. Los trabajos de S. South en los

    años 1970 y luego los de Charles E. Orser en los 1990 supusieron aportes que

    tuvieron alto impacto a nivel mundial. Esto no significa que el debate y la riqueza de

    enfoques deban reducirse a estos autores, ya que por ejemplo, los aportes teóricos

    de Pedro Funari en Latinoamérica han sido también relevantes en la construcción de

    la identidad teórica de la disciplina (ver un detallado estudio del desarrollo de la

    disciplina en Funari 1999). Sin embargo se considera que estos sintetizan losaportes y conceptos más destacados y populares, que favorecieron el desarrollo de

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    la arqueología histórica como un campo de estudio con identidad propia.

    Básicamente se realizó un largo recorrido, que fue desde la aplicación de los

    estudios arqueológicos para la conservación de monumentos y el estudio de objetos

    no indígenas, pasando por la evaluación de la variabilidad de la cultura material

    ingresada por los europeos, hasta la descripción de los procesos de integración de

    regiones y continentes enteros a nuevos ordenes políticos, sociales, ideológicos y

    económicos, sobre todo de América y desde el siglo XV. Justamente en este

    aspecto es que los estudios arqueológicos históricos han adquirido su mayor

    identidad, poniendo énfasis en la comprensión y explicación de cuáles han sido los

    fenómenos culturales que emergieron de las interacciones entre expresiones

    culturales de todos los continentes y que elementos gravitaron en esa trama de

    interacciones.

    En el caso de Europa los estudios arqueológicos post-medievales presentan un

    importante desarrollo justamente en el caso de análisis de templos católicos

    antiguos. Incluso en España se registra un importante desarrollo en los estudios

    arquitectónicos que detectan procesos de re-funcionalización de edificios islámicos

    (por ejemplo mezquitas) para el uso como templos cristianos. Un interés y énfasis

    similar se dio en el caso americano para el caso de estudio de los templos católicos

    de la etapa colonial, dado que los mismos fueron los edificios más relevantes que se

    levantaron en poblados y ciudades. En Europa occidental han sido particularmente

    abundantes los estudios de este tipo en el mundo anglosajón. Sin embargo el caso

    español es el más relevante para Latinoamérica, ya que la influencia y el dominio

    colonial procedían de la monarquía de esa nación. En España existe uno de los

    primeros antecedentes referidos al tratamiento arqueológico de predios religiosos en

    el trabajo de Aragón Fernández (1935).

    En investigaciones recientes se destaca el caso de Sevilla, allí este tipo de

    estudio cuenta con un completo trabajo realizado en el convento de San Clemente

    (Tabales 1991, y Tabales et al  1997). Algo similar ocurre en el norte de España, en

    el caso de las tareas permanentes que se realizan en la catedral de Santiago de

    Compostela en Galicia. En los casos citados se observa un importante desarrollo en

    lo referido a la interacción de trabajos de investigación arqueológica histórica y derestauración de los edificios religiosos. Esto es importante ya que de hecho las

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    labores realizadas en las ruinas de San Francisco de Mendoza constituyen un caso

    que se sumaría a esta tendencia (ver Schávelzon 1995 y 1998).

    En los estudios desarrollados en América, entre un importante volumen de

    antecedentes, podemos observar los estudios arqueológicos históricos de templos y

    espacios sacros de México. Allí un trabajo pionero lo constituye el de Carlos

    Navarrete en Chiapas, quien durante una intervención de salvataje arqueológico en

    el qué desoyó las indicaciones del INAH se abocó al estudio de restos coloniales,

    obtuvo valiosos resultados para el desarrollo de la disciplina en su país (Navarrete

    1998). Más tarde se emprendieron trabajos de largo alcance como el del convento

    de San Jerónimo (Juárez Cossio 1989, Salas Díaz y Santaella 1998).

    Recientemente se han publicado una serie de estudios en esta temática: en la

    capilla del Rosario de la ciudad de México (González Leiva 1998), en el sector de la

    ciudad ocupado por los Betlemitas (Hernández Pons et al  1998), en el convento de

    Santo Domingo (Fernández Dávila y Gómez Serafín 1998). Incluso existen

    importantes proyectos en las zonas de Tabasco y Chiapas con la ejecución de

    investigaciones en conventos (Ledesma Gallegos 1998) e iglesias (Navarrete 1998)

    respectivamente. En Ecuador se destacan estudios muy completos como los de los

    conventos de San Francisco y Santo Domingo de Quito (Gutierrez Usillos e Iglesias

    Aliaga 1996). En Chile, si bien los estudios arqueológicos históricos presentan un

    notable retardo en la generalización de su aplicación respecto a otros países, existe

    un antecedente interesante en el estudio desarrollado a principios de los años 1980

    en la ciudad de Santiago (Medina y Pinto 1980), y más tarde en un cementerio

    histórico de Iquique (Sanhueza Tapia 1991). En ese país, el desarrollo de una

    arqueología de salvataje basada en una exitosa política patrimonial, ha permitido la

    realización de importantes trabajos que favorecieron un desarrollo explosivo de laarqueología histórica. Dentro de la temática podemos mencionar el reciente trabajo

    en la Iglesia de San Francisco de Rancagua (Henríquez Urzúa y Prado Berlién

    2001).

    En Argentina las intervenciones en predios religiosos han sido abundantes y tienen

    larga data. Los trabajos que realizó Agustín Zapata Gollán (1956) durante los años

    de 1950 en la iglesia de San Francisco de Santa Fe La Vieja constituyen uno de losprimeros antecedentes de este tipo. Justamente son estudios recientes sobre estos

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    registros de Santa Fe La Vieja los que están ofreciendo visiones alternativas acerca

    del comportamiento mortuorio en la colonia (De La Penna 1998 y 1999). Otro de los

    antecedentes más antiguos es precisamente el trabajo de rescate que realizó

    Rusconi en el predio Agustino de Mendoza (Rusconi 1955). De los años 1980 data

    el trabajo realizado en Córdoba por Daniel Schávelzon, en la capilla de Tanti donde

    pudo establecer entre otros aspectos, su cronología y las técnicas constructivas

    implementadas (Schávelzon 1987).

    Se destacan las tareas recientemente desarrolladas en el sector de las misiones,

    que constituyen un caso importante por la magnitud del recurso patrimonial

    implicado (sobre todo en el caso de las jesuíticas). De la década del 1990 existen

    trabajos en la provincia de Santa Fe (Rochietti y De Grandis 1995) y de Misiones

    (Pujade 1995). En el Primer Congreso Nacional de Arqueología Histórica Argentina

    realizado en Mendoza en el año 2000, se llevó a cabo un simposio referido

    específicamente a los “Sistemas Reduccionales en Argentina”, el que incluyó

    comunicaciones de diferentes regiones6  (Poujade 2002a y b, De Grandis 2003,

    Nobile et al  2003, Bonofiglio y Carrara 2003). LOS  trabajos en esta temática llevan

    una importante trayectoria y cuentan con abundantes antecedentes en Brasil (entre

    otros ver, Arno Kern 2002 quien presenta una síntesis de los enfoques teóricos y la

    práxis  en este aspecto, también Kern 1997).

    En Argentina, los estudios en arqueología histórica han centrado gran parte de sus

    esfuerzos en trabajar sobre templos y espacios religiosos. Los antecedentes

    referidos a la investigación arqueológica de templos coloniales del área fundacional

    de Mendoza no son abundantes si se considera el potencial existente7, sin embargo

    recientemente son los espacios que han concentrado mayor atención. El primerantecedente se refiere a la intervención de urgencia que realizó Carlos Rusconi en

    1953, cuando luego de haberse desafectado por decreto a las ruinas de San Agustín

    como Monumento Histórico Nacional, se procedió a su demolición para la

    construcción de la escuela Mariano Moreno (Rusconi 1955, Chiavazza et al   1997,

    Schávelzon et al   2002). Allí Rusconi realizó un trabajo de rescate expeditivo, que

    6

     Simposio que fue reeditado en el XV Congreso Nacional de Arqueología Argentina de Río IV (2005)7 prácticamente todos los predios ocupados por los templos durante la colonia se encuentran baldíos,total o parcialmente y en propiedad de las ordenes o de instituciones públicas.

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    permitió salvaguardar algunos objetos y esqueletos humanos, además de ofrecer un

    registro de la planta del antiguo templo a partir de los restos preservados hasta ese

    momento de las ruinas (Rusconi 1955). Luego de esta intervención, sin ser parte de

    un programa de investigación urbana, se produjo un prolongado período de

    aproximadamente cuarenta años sin que se registraran trabajos en sectores de

    templos coloniales del área fundacional de Mendoza. La única excepción registrada

    en este tipo de estudios se refiere al trabajo que se hiciera en una capilla del

    conurbano, en Guaymallén (Abal 1993) aunque fuera del ámbito de la ciudad de

    Mendoza. En ese sentido, la autora emprendió luego otro trabajo pero en una capilla

    de Lavalle (Abal 1994 y 2002).

    En 1995 se registró el primer antecedente que supone un trabajo programático y de

    largo plazo sobre los únicos restos emergentes de estructuras coloniales en la

    ciudad: las ruinas de San Francisco8. Este trabajo se realizó9 dentro de un programa

    interdisciplinario de investigación que favoreció el conocimiento y el desarrollo de

    propuestas de conservación y puesta en valor del monumento histórico nacional

    (Schávelzon 1995 y Schávelzon et al  1998). Estas labores estaban a tono con los

    desarrollados en el predio del cabildo y la plaza fundacional (Bárcena y Schávelzon

    1991) y su objetivo fue integrar el monumento histórico nacional al casco histórico

    urbano (figura 4).

    8  Cuando se iniciaban los trabajos en las ruinas de San Francisco, se publicaron dos notas en eldiario Los Andes (Bárcena 1995), en donde se interpretaba que esqueletos extraídos en el contextode obras en el predio eran restos de “víctimas del terremoto”, postulado que se mantuvo por lo menoshasta 1997 (Bárcena 1997:24, 291). Mediante excavaciones hemos comprobado que esto no es así.Es más, nuestras investigaciones demuestran que se trataba de entierros realizados en época

    colonial.9 primero junto a Clara Abal hasta que fuera designada Directora del Museo Cornelio Moyano (1995-1997) y luego junto a Horacio Chiavazza (desde 1997 al presente)

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    Figura 4: localización de las ruinas de San Francisco y otros puntos arqueológicosintervenidos en la ciudad

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    El trabajo emprendido en las ruinas de San Francisco (figura 5) constituye el primero

    realizado de modo sistemático y con excavaciones sostenidas en las ruinas de un

    templo católico colonial de la ciudad de Mendoza. Sirvió de este modo, de idea

    inicial y favoreció la noción de proyecto arqueológico urbano, dado que se iniciaron

    trabajos en predios de diferentes templos coloniales. Los resultados fueron

    ampliamente tratados en estudios arqueológicos particulares: Abal 1998 sobre la

    primera temporada de excavaciones, Cortegoso y Chiavazza 1998 sobre

    excavaciones de enterratorios, Chiavazza y Cortegoso 1999 sobre pisos de los

    templos, Chiavazza y Chiavazza 2002 sobre reconstrucciones virtuales, Chiavazza y

    Prieto 2001 sobre excavaciones, García y Quiroga 2002 sobre vidrios, Prieto y

    Chiavazza 2001 sobre cerámicas indígenas, Prieto y Ortega 2002 sobre cerámicas

    indígenas, Puebla y Zorrilla 2002 sobre estudios de cerámicas históricas, Romero et

    al   2002 sobre estudios arqueofaunísticos, Schávelzon 1998 sobre historia de la

    instalación jesuita. En otros sectores de la ciudad de Mendoza se realizaron trabajos

    en la manzana de los dominicos (Bárcena 1997) y en el predio que ocupara el

    templo de San Agustín (Chiavazza et al   1997, Chiavazza y Cortegoso 1997,

    Chiavazza 2000, Schávelzon et al  2002). La excavación más reciente10 se realizó en

    el predio de la orden mercedaria (Chiavazza 2003). Allí se descubrió una secuencia

    de ocupación desde la instalación mercedaria en el siglo XVI hasta el siglo XIX.

    10 Actualmente están en curso las tareas de relevamiento documental y prospección de los prediosque ocupara la Capilla del Buen Viaje (de los jesuitas) y la iglesia de La Caridad (de los franciscanos).

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    Figura 5 Vista general de la ruinas de San Francisco, desde el sector de colegiohacia la pared norte del templo (2004)

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    En el año 2002 se realizaron excavaciones en el predio mercedario de la ciudad de

    Mendoza. Ellas dieron lugar a una muestra museográfica de sus resultados

    (Chiavazza 2003b). En dicho trabajo se descubrió una sucesión de pisos, cimientos

    y restos de muros que indicaban la existencia de la instalación mercedaria inicial en

    la ciudad. Se destacaban los restos correspondientes al templo de siglo XVIII e

    incluso se localizaron los empedrados del sector conventual. Por encima de estos

    niveles se descubrieron pisos y paredes correspondientes a las estructuras de siglo

    XX y que estuvieron en pie hasta el terremoto de 1985. Los restos recuperados

    dieron lugar a un trabajo colectivo de estudio (Chiavazza 2004).

    Estos trabajos que se acaban de listar, constituyen el cuerpo de antecedentes que

    registran los estudios arqueológicos realizados sobre templos y espacios eclesiales

    del área fundacional de Mendoza y de la provincia en general. Esta situación

    condujo a que en el año 2001 se elaborara un proyecto para realizar la “arqueología

    de los espacios eclesiales” que está actualmente en curso (Chiavazza 2003c). 

    Los antecedentes más detallados respecto a las excavaciones realizadas en las

    ruinas de San Francisco pueden consultarse en el capítulo elaborado por Clara Abal

    en el libro “Las Ruinas de San Francisco” (Abal 1998). Sin embargo debe aclararse

    que en el presente trabajo se revisaron y calibraron muchas de las interpretaciones

    propuestas por la autora. Esto se debe a que aquel informe corresponde a una

    síntesis preliminar luego de un año de excavación, por lo que la continuidad e

    intensificación de los trabajos sirvió para apoyar muchas de sus conclusiones pero

    también para revisar algunos aspectos del registro que en ciertos casos van en otra

    dirección interpretativa.

    Marco y enfoques del análisis

    De acuerdo al enfoque seguido en este trabajo, las hipótesis construidas en el

    campo arqueológico histórico se basan en la dialéctica generada por la contrastación

    entre lo que se escribió o narró y lo que se hizo realmente en el pasado. Muchos

    autores han enfatizado la idea de que en sociedades en las cuales sólo algunos de

    sus miembros manejaban códigos escritos, la información documental debe serenriquecida por los resultados que se obtengan en estudios arqueológicos sobre

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    evidencias materiales (South 1977, Orser 1998). En esta dialéctica surgen

    necesariamente, comprobaciones y refutaciones a los conocimientos alcanzados por

    los estudios históricos. De este modo suelen abrirse nuevas líneas de trabajo, sobre

    la base de la resolución a un problema de conocimiento surgen en y desde sus

    propios resultados nuevos interrogantes, cuyas respuestas muchas veces tienden a

    contradecir las resultados previos que los generaron. Esto permite pensar que

    cualquier investigación histórica será incompleta y sesgada si no incluye el estudio

    arqueológico de los contextos materiales producidos por las entidades sociales bajo

    análisis.

    En ese caso, si bien el límite de la información documental está dado por el recorte

    de la realidad debido a que se basa en las percepciones, intereses y conocimientos

    de quienes escriben, la misma tiende a ofertar un amplio repertorio de datos,

    referidos a hechos, actitudes y pensamientos, que no tienen otro soporte empírico

    que el registro escrito. Sin embargo la historia como disciplina científica posee

    ciertos límites de calibración (aún cuando existan precisas catalogaciones de las

    fuentes según sean estas primarias o secundarias11). Esos documentos,

    considerados otro soporte material desde el punto de vista arqueológico, se valoran

    en la medida que puede notificar acerca del comportamiento de su productor (como

    en otros casos una vasija anoticia del alfarero). Pero se valoriza además en la

    medida que registra experiencias (conscientes e inconscientes) que desde las

    evidencias arqueológicas no se pueden obtener. Sin embargo, al contar con restos

    materiales producidos en el mismo contexto social que generó esos escritos, se

    puede acceder a otros actores, los que no escribían y que, en la óptica del

    historiador emergen por referencia del que escribe. De este modo, la arqueología

    histórica, trabajando en esa dialéctica, fortalece la interpretación crítica de losprocesos representados por medio de la historia, pero además genera hipótesis

    desde la evidencia material que busca confirmarse, ampliarse o desecharse con la

    información documental. No se piensa en “auxilios” de una hacia la otra, sino en una

    interacción y mutuo aporte.

    11Conviene recordar que la arqueología ha puesto a prueba datos y discutido interpretaciones

    obtenidas incluso por rigurosos métodos estadísticos de la sociología, siendo un caso paradigmáticoel desarrollado por W. Rathje en su proyecto referido a los niveles de consumo de alcohol por lasociedad actual de Tucson, Arizona E.U. .

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    En este caso se presenta el resultado de excavaciones realizadas dentro del

    contexto urbano. Corresponde a la ocupación de un lugar específico por parte de un

    sector del estamento privilegiado de una sociedad sumamente diferenciada y

    estratificada en términos sociales y económicos, como lo era la colonial. Los

    resultados que se expondrán en este trabajo se basan específicamente en el análisis

    de los contextos funerarios descubiertos en el predio jesuita de la ciudad de

    Mendoza.

    Como marco histórico, debe considerarse, que el sector excavado correspondía al

    de máxima representación simbólica que mostraba el estamento privilegiado y

    clerical al resto de la sociedad. Esta orden, la Compañía de Jesús, en el siglo XVIII

    había construido el poder económico más grande que haya existido en la región

    (esto entendido dentro del contexto de la época). La manzana Jesuita, localizada al

    noroeste de la plaza fundacional y principal de Mendoza, creció hasta transformarse

    en el núcleo de operaciones de este poderoso grupo y esto se confirma al estudiar

    las características de su edificio. El templo, con su fachada orientada al este, se

    enfrentaba a la plaza, mostrándose a la sociedad que allí transitaba, como una

    monumental evidencia de oposición exitosa y ciertamente poderosa, al esquema de

    dominación colonial que impulsaba la corona y representada en el cabildo. El cabildo

    y sus cárceles, ubicado en el otro extremo de la plaza principal parecían no poder

    competir con la imagen producida por la presencia de la iglesia de los Jesuitas en el

    paisaje urbano. No existen representaciones gráficas que registren al cabildo y por

    contraste, el templo jesuita aparece siempre destacado en los dibujos de diferentes

    épocas. Esto se remarca a tal punto que incluso expulsados los jesuitas y estando la

    manzana y templo en poder de los Franciscanos, la imagen de 1858 de la Mendoza

    colonial que fue destruida por el terremoto reforzó la idea de templos emergiendodominantes en un conjunto urbano “chato”, compitiendo incluso con el contraste

    montañoso al fondo (la más significativa es la repetidamente publicada imagen de

    1858 que fue realizada por Göering). La persistencia de esta representación y de la

    profundidad con la que caló, puede seguirse en la historia y el destino de sus ruinas.

    Destruida la ciudad, las ruinas que se mencionan, dibujan y fotografían son las del

    templo que 130 años habían levantado los jesuitas12. La misma declaratoria como

    12  La historia de las ruinas vista desde las fotografías es interesante en este sentido, las mismassirvieron de “telón de fondo” en antiguos estudios de fotografía, se imprimieron decenas de postales

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    monumento histórico nacional habla en si misma acerca de la permanencia en la

    significación del edificio.

    Como se mencionó antes, si el edificio era la materialización que simbolizaba el

    poder construido por los jesuitas, pertenecer al poder dentro de ese ordenamiento,

    implicaba ser referenciado desde el mismo: ser enterrado en su interior implicaba

    necesariamente reproducir el orden social, ya que muerto y sepultado, el templo

    envolvía y legitimaba el poder del difunto fortaleciendo el poder de su familia. A su

    vez, los miembros poderosos de la sociedad inhumados dentro del templo,

    otorgaban al mismo un verdadero carácter de monumento mortuorio usado por los

    privilegiados dentro de ese esquema social. En este sentido, tal representación no

    implicaba exclusiones. Todos los miembros de la sociedad eran acogidos por la

    iglesia para la administración de su muerte. Aunque las que si se marcaban y

    reproducían eran las diferencias sociales por medio de una estrategia de

    diferenciación de los espacios. En clave espacial se codificaba la lectura de la

    desigualdad. En consecuencia, la iglesia propietaria del espacio, era la que se

    apropiaba del manejo de estos códigos, otorgándole un sentido y favoreciéndose

    desde la lectura que inculcaba a la sociedad acerca del mismo. Este tipo de

    identificación de los individuos se dio dentro de una sociedad en la cual las familias

    buscaban su posicionamiento concreto dentro de un marco global y colectivo, que es

    el de la sociedad “blanca mendocina”. En las modalidades reglamentadas de lo que

    se consideraba “la buena muerte”   se reflejaba el vínculo entre la religiosidad y la

    preocupación por el destino del alma. Los templos edificados dentro de las ciudades

    eran una materialización de este sentir. Este tipo de enfoques orientó también los

    trabajos sobre prácticas mortuorias que se realizaban en Santa Fe La Vieja (De La

    Penna 1999). De hecho en ese caso, a partir de una entrada al problema desde laevaluación documental y la diferenciación precisa de quienes eran los difuntos. se

    concluyó en que eran la duración y extensión de los rituales funerarios y la inversión

    de energía en aspectos inmateriales los que permiten visualizar el rango social del

    con su imagen (Schávelzon 2004). Se construyó un “paseo” entre ellas, aún considerando el caráctermarginal que revestía la ciudad vieja o barrio de las ruinas. Incluso su declaratoria como monumento

    histórico nacional (aunque explicable en otro contexto político cultural), contribuyen y refuerzan laidea: el edificio que construyeron los jesuitas poseía un claro mensaje, para la sociedad y a través deltiempo: reflejan la fuerza y la perdurabilidad de su poder.

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    difunto (De La Penna 1998). Con este enfoque también se habían emprendido los

    trabajos de excavación en las ruinas de San Francisco (Chiavazza et al  1997-2001).

    En este sentido, al excavar y estudiar las formas de inhumación de la época

    colonial, se buscó hacer una contribución para conocer aspectos reales de la

    organización en vida de esa sociedad, independientemente de lo que la información

    escrita consignaba. El estudio de las prácticas funerarias contribuye tanto al

    conocimiento de cuestiones rituales o religiosas como así también a reconocer

    cuestiones sociales y económicas. En este sentido, los aspectos documentados en

    testamentos, libros parroquiales, Cofradías de Caridad, literatura doctrinal y Sínodos

    se enriquecen con datos aportados por la arqueología. El estudio de la posición de

    los cuerpos, su ubicación en el espacio, la existencia o no de ajuares y cajones y

    fundamentalmente de los rasgos bioantropológicos de los esqueletos, ofrecen datos

    no disponibles en las fuentes escritas (Zabala Aguirre 2000:204).

    Por otro lado, en el caso particular de Mendoza, la información escrita, presentaría

    algunos huecos, dado que como se confirma documentalmente, en 1699 el obispo

    de Santiago de Chile, Don Francisco de Puebla y González, objetó faltas en los

    libros de asiento de defunciones e incluso recomendó ampliarlas porque eran muy

    breves. Exigió que se asentaran todas las defunciones, que se aclare si hubo

    testamento y ante quien, si existieron albaceas y herederos. También indica que al

    margen de cada partida se aclare el monto abonado por la sepultura además de

    otros datos. Incluso se señala que el no cumplimiento de tales recomendaciones:

    “… se multe con $ 20 (veinte pesos) y se ponga bajo pena de excomunión…”

    (Reboredo 1970: 349).

    De este modo, el principio que orienta esta investigación se basa en el hecho de que

    los esqueletos humanos y los contextos funerarios asociados procedentes de

    excavaciones arqueológicas realizadas en templos coloniales aportan datos extras,

    que no se encuentren en la documentación. Ellos contribuyen a relacionar la

    procedencia social del difunto de acuerdo a su lugar de entierro. Esta información se

    cruza con los estudios antropológicos de los esqueletos obteniendo así una

    semblanza de las condiciones de vida de los diferentes estamentos en diferentesetapas. De este modo, el enfoque de la “arqueología de la muerte” aparece como el

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    más apropiado ya que en general permite el análisis de la variabilidad del registro

    arqueológico derivado de las prácticas funerarias, tanto en sus componentes

    biológicos como culturales (ver por ejemplo Binford 1971, O`Shea 1984, Saxe 1970).

    En este caso se apunta a comprender la variabilidad espacial y temporal del registro

    mortuorio, aún cuando es conocido que en el caso de la funebria católica

    predominan factores inmateriales sobre los materiales y los mismos están

    fuertemente pautados por ideologías y creencias. Se considera entonces, que la

    estructura envolvente que suponen los templos a la funebria en la colonia es en si

    misma una evidencia que señala el tipo de actitudes hacia la muerte y las relaciones

    que establecen entre los miembros de una sociedad a partir de su diferenciación

    contextual. En definitiva, la arqueología de la muerte se vincula aquí con un estudio

    arqueológico de la arquitectura posibilitando indagar el rol de los significados de los

    elementos materiales en la configuración de la sociedad americana de acuerdo a

    parámetros impuestos por la modernidad europeo céntrica en lo económico, pero

    con fuerte connotación señorial medieval en lo ideológico. De este modo es posible

    establecer en qué medida los discursos materiales crean y mantienen formas

    dominantes de significado en contextos sociales particulares (Andrade Lima y

    Senatore 2004) manifestando una tensión dialéctica entre el mantenimiento de

    pautas ideológicas medievales dentro de un creciente desarrollo de sistemas de

    economía propios de la modernidad. En este caso se definen los modos de

    imposición de la iglesia de acuerdo con un orden concreto que contribuye a su

    reproducción de acuerdo con pautas que confieren a los individuos y grupos una

    forma de percepción de sí mismos y una forma de acción en la sociedad.

    Esos templos poseen múltiples connotaciones y posibles lecturas, pero aquí son

    considerados en la dimensión de monumentos funerarios, por lo que en primer lugarsu ubicación dentro del espacio del contexto urbano y en segundo lugar la inversión

    puesta en su construcción ratifican de algún modo, la posición del difunto y su familia

    en la sociedad. Las prácticas funerarias actúan así, como un mecanismo de

    fortalecimiento del lugar ocupado e incluso ascenso social de la familia en la escala

    social. En este caso se aprecia la tensión dialéctica entre la utilización de fórmulas

    religiosas que ratifican el status quo   de cuño señorial, pero que en realidad

    constituyen un vehículo de base inmaterial para justificar el ascenso social propio delas sociedades de la modernidad.

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    De este modo, los edificios destinados a templos son tomados como indicadores

    materiales de las condiciones económicas y sociales tanto del sector del clero

    (secular o regular) que lo edificó como de los pobladores que fueron enterrados en

    el, ya fuera en su interior como en el sector exterior adyacente al mismo o “campo

    santo” (Chiavazza 2002).

    En este sentido, dentro de una sociedad colonial orgánicamente estamental, esta

    situación en el manejo de la muerte y los muertos fortalecía nociones vinculadas con

    la escasa movilidad social y un mensaje claro para los rigurosos roles, obligaciones

    y beneficios que debían darse entre los miembros de la sociedad. Sin embargo en

    ciertos casos, ese mensaje viene a legitimar una situación de cambio o de ascenso

    postulado por esta vía, por determinados miembros de la sociedad (familias).

    En términos documentales entonces, los contextos mortuorios resultantes de

    prácticas funerarias católicas dejan dos tipos de información: escrita y material. La

    información escrita corresponde a las actas de defunción, en ellas puede conocerse

    el nombre del muerto y “mandas” para su entierro, lo que en si, y gracias a otro tipo

    de documentación, como los testamentos, permite reconocer la posición social del

    difunto. Su situación económica puede inferirse al buscar en la documentación

    testamentaria el detalle de los bienes que heredaba. En este caso es interesante

    cruzar datos emanados de la riqueza de la herencia del difunto con la inversión que

    hizo (su familia) en el financiamiento de su muerte (pago de cruces altas o bajas,

    oraciones, sector de entierro, etc.) e integrar estos datos en el esquema económico

    de valores para la época.

    Sin embargo y pese a la posibilidad de establecer ciertos niveles de detalle en elanálisis, con la información disponible no se pueden reconstruir nexos entre los

    datos de defunción y los esqueletos excavados arqueológicamente. La falta de

    referencia espacial detallada (salvo en algunos casos la mención a entierros dentro y

    fuera del templo) y los procesos post-depositacionales involucrados en la

    destrucción de los dos templos levantados por los jesuitas en el mismo predio,

    suponen una imposibilidad para definir qué entierros corresponden a cuáles de los

    documentados. Por otro lado, los objetos depositados y amortizados en las tumbas,para el caso de las prácticas católicas tienen un valor interpretativo relativo. Estas

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    ofrendas, siempre muy discretas, que acompañan al difunto pueden ser una

    referencia ambigua para inferir el nivel socioeconómico del enterrado. Incluso, otros

    elementos invertidos en el entierro pueden resultar más significativos, como por

    ejemplo la clavazón usada en los ataúdes, sobre todo de lapsos tempranos de la

    colonia cuando estos elementos eran de producción limitada y relativamente

    valiosos debido a la energía y materia prima incluida en su manufactura. Los clavos

    eran forjados y la madera escasa en la provincia de acuerdo a los datos

    documentales, por lo tanto puede ser estimada como una inversión de valor13,

    sumándose al espacio elegido para la sepultura sobre todo durante el siglo XVII.

    La localización de los entierros en consecuencia, será una de las claves para inferir

    el origen  social de los difuntos. La tradición católica de enterrar en las iglesias data

    del medioevo, es decir que es una práctica trasladada a América con varios siglos

    de tradición. Este proceso por medio del cual la muerte fue “invadiendo las

    iglesias…tendrá su culminación en la época barroca…”  (Martínez 1993: 424). Si bien

    en las constituciones sinodales de Valladolid de 1607 y de Cuenca de 1626 se

    legisla que había que reservar “… quarenta pasos en circuyto de las catedrales, y

    Colegiales, y treynta de las Parroquiales, que es lugar sagrado, y religioso bendito

    por Obispo”   y que debía otorgarse este terreno para enterramiento cristiano

    (Martínez Gil 1993: 446). , la permisividad de la Iglesia de enterrar muertos dentro de

    edificios parroquiales y conventos se justificaba por los beneficios económicos que

    obtenía (Zabala Aguirre 2000: 195). A estos beneficios se suman otros de orden

    simbólico y que forman parte de la construcción de poder que fue tejiendo la Iglesia

    en el nuevo mundo. El sentido espiritual del enterramiento en los templos fortalece

    esta afirmación, ya que las iglesias remarcaban materialmente la idea de que cada

    fiel debía pensar en su propia muerte, sirviendo de ese modo como un ”freno alpecado” , inspirando a rezar por los parientes allí enterrados y alejando así al

    demonio, de los restos depositados en lugar sagrado (Zabala Aguirre 2000: 195).

    Este es un claro mensaje que cumple con el objetivo de controlar indirectamente la

    ideología de la población, y con ello justificar prácticas y legitimar órdenes de tipo

    social, político y económico.

    13 Esto si se considera que existía la posibilidad de enterrar sin cajones y sólo con mortajas (Martínez1996)

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    CAPITULO IV

    ARQUEOLOGÍA DE LAS RUINAS DE SAN FRANCISCO: EXCAVACIONES,CRONOLOGÍA Y ESTRUCTURAS

    Las ideas expuestas anteriormente fueron puestas a prueba en las excavaciones

    desarrolladas dentro del Proyecto Arqueológico Ruinas de San Francisco.

    Las ruinas de San Francisco son tan sólo una parte del conjunto arquitectónicocorrespondiente al sector nuclear de la orden Jesuita en la ciudad de Mendoza. Esta

    manzana limita al noroeste de la plaza principal, actualmente denominada Pedro del

    Castillo. Este sector fue puesto en valor a partir de las excavaciones arqueológicas y

    la instalación de un museo de sitio en donde se ubicaban el cabildo y la fuente de la

    plaza. El espacio comprendido por unas 25 manzanas circundantes se conoce

    actualmente como Área Fundacional de Mendoza. La misma forma parte del

    proyecto urbano de recuperación histórica del Municipio de Mendoza, en el que el

    Centro de Investigaciones Ruinas de San Francisco cumple un rol fundamental

    (Chiavazza 2003).

    Las ruinas fueron declaradas monumento histórico nacional el 6 de diciembre de

    1941 (Decreto Nacional 107412). Desde ese momento comenzaron tareas de

    conservación sobre los restos emergentes de muros y pilares14. Muchas de esas

    intervenciones no fueron adecuadas y por ese motivo la integridad de las ruinas

    estaba comprometida cuando en 1995 se decidió encarar un proyecto integral de

    investigación, conservación y puesta en valor (Schávelzon 1998). Los trabajos se

    centraron entre 1995 y el 2000 en excavaciones arqueológicas en área abierta.

    Hasta 1997 fueron dirigidas por Clara Abal (Abal 1998) y a partir de 1997 fueron

    dirigidas por Horacio Chiavazza. En esta segunda etapa se proyectó y concretó la

    14 Conviene aclarar que el conjunto arquitectónico registra evidencias de intervenciones (para

    mantenimiento y/o reparación) que corresponden a etapas en que el edificio estaba en uso (ver eldocumento elaborado por Comte en 1789, Archivo General de la Nación) además de las ejecutadaspara su restauración luego del terremoto de 1861.

  • 8/20/2019 Los Templos Coloniales Bar 1388 2005 Isbn 1841717096

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    Horacio Chiavazza

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    creación del CIRSF, que actualmente es la entidad encargada de intervenir

    arqueológicamente la ciudad desde la municipalidad de Mendoza (Chiavazza

    2003b).

    La localización del predio entonces, forma parte de un sitio arqueológico de mayores

    dimensiones: la ciudad de Mendoza. El predio no se corresponde con la totalidad del

    dominio original de la Compañía de Jesús. Se limita a un lote correspondiente al

    ángulo sureste de la manzana, esto es, parte del templo y colegio. El nivel

    correspondiente a su dominio, además, se encuentra estratificado entre los 80 y los

    110 cm. de profundidad promedio (tabla 1y figura 6). Se considera el

    emplazamiento jesuítico como unidad espacial de análisis, por lo que al calcular las

    superficies excavadas en cada sector, se puede observar que el muestreo es

    representativo (gráfico de la figura 7).

    Cronolo


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