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The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Date post: 15-Dec-2015
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tercer libro de la trilogia the grisha de ligh bardugo
326
Leigh Bardugo Dark Guardians
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Leigh Bardugo Dark Guardians

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Leigh Bardugo Dark Guardians

The Grisha #3

Leigh Bardugo

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Leigh Bardugo Dark Guardians

La capital ha caído y el Darkling gobierna Ravka desde su trono de sombra.

Ahora el destino de la nación descansa sobre una Invocadora del Sol

destrozada, un rastreador en desgracia y los restos destruidos del gran ejército

que una vez fuera mágico.

En lo profundo de una antigua red de túneles y cavernas, Alina, debilitada,

debe entregarse a la dudosa protección del Apparat y los fanáticos que la

veneran como a una Santa. Sin embargo, sus planes yacen en otra parte, con

la cacería del elusivo pájaro de fuego y la esperanza de que un príncipe

proscrito siga vivo.

Alina deberá forjar nuevas alianzas y dejar de lado viejas rivalidades

mientras ella y Mal se apresuran a encontrar el último de los amplificadores

de Morozova. Pero a medida que comienza a desenmarañar los secretos del

Darkling, revela un pasado que alterará por siempre su comprensión del

vínculo que comparten y el poder que ella esgrime.

El pájaro de fuego es lo único que se interpone entre Ravka y la

destrucción… y cobrarse su vida podría costarle a Alina el futuro por el que

está luchando.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Para mi padre, Harve:

A veces nuestros héroes no llegan hasta el final.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Soldados del Segundo Ejército

Maestros de la Pequeña Ciencia

Corporalki (La Orden de los Vivos y Muertos)

Cardios

Sanadores

Etherealki (La Orden de los Invocadores)

Impulsores

Infernos

Mareomotores

Materialnik (La Orden de los Fabricadores)

Durasts

Alquimios

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Traducido por Pamee

El nombre del monstruo era Izumrud, el gran gusano, y estaban aquellos que

afirmaba que él había hecho los túneles que recorrían Ravka. Hambriento,

devoró cieno y gravilla y excavó cada vez más profundo en la tierra buscando

algo que saciara su apetito, hasta que fue muy lejos y se perdió en la

oscuridad.

Era solo una historia, pero en la Catedral Blanca, la gente tenía cuidado de

no desviarse mucho de los pasajes que circundaban las cavernas principales.

Por los sombríos laberintos de túneles resonaban extraños sonidos, crujidos e

inexplicables estruendos; unos silbidos bajos interrumpían burbujas frías de

silencio, silbidos que podrían ser nada o podrían corresponder al sinuoso

movimiento de un cuerpo largo, serpenteando por un pasadizo cercano en

busca de presas.

En aquellos momentos, era fácil creer que Izumrud seguía con vida en

alguna parte, esperando a despertar a la llamada de los héroes, soñando con

la fina carne que comería si tan solo un niño desafortunado vagara hasta

entrar a su boca. Una bestia como esa descansa, no muere.

El muchacho le contó ese cuento a la muchacha, y también otros. Todas

eran historias nuevas que había podido recolectar en los primeros días,

cuando le permitían estar cerca de ella. Se sentaba junto a su cama, intentando

hacer que comiera, escuchaba el doloroso silbido de sus pulmones al respirar

y le contaba la historia de un río, al que un poderoso Mareomotor domesticó

y entrenó para que se sumergiera entre los estratos de roca en busca de una

moneda mágica. Le susurraba del pobre y maldecido Pelyekin, que trabajó

por miles de años con su pico mágico para dejar cavernas y pasajes a su estela;

una criatura solitaria que solo buscaba distracción, acumulando oro y joyas

que no pretendía gastar.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Luego, una mañana, el muchacho llegó y encontró que hombres armados

le negaban la entrada a la habitación de la muchacha. Y cuando él se negó a

marcharse, lo arrastraron de la puerta de la chica encadenado. El sacerdote le

advirtió al muchacho que la fe le traería paz y que la obediencia le permitiría

seguir respirando.

Encerrada en su celda, sola salvo por el goteo del agua y el lento palpitar

de su corazón, la muchacha supo que las historias de Izumrud eran ciertas,

pues a ella se la habían tragado por completo, la habían devorado.

Y en el vientre resonante de alabastro de la Catedral Blanca, solo la Santa

permaneció.

* * *

La Santa despertaba todos los días con el sonido de su nombre en cánticos,

y cada día su ejército crecía, sus filas se desbordaban de hambrientos y

desesperanzados, de soldados heridos y niños apenas lo bastante grandes

para cargar rifles.

El sacerdote les decía a los fieles que algún día ella sería reina, y ellos le

creían. Pero todos se preguntaban por su corte amoratada y misteriosa: la

Invocadora de cabello negro como el ala de un cuervo y lengua mordaz, la

Arruinada con su chal de plegarias y sus horribles cicatrices, el erudito pálido

que se acurrucaba con sus libros y extraños instrumentos. Estos eran los

lamentables remanentes del Segundo Ejército, compañía inapropiada para

una Santa.

Pocos sabían que ella estaba rota. Cual fuera el poder que la había

bendecido, divino o de otra fuente, ya no estaba… O al menos estaba fuera de

su alcance. Sus seguidores se mantenían a distancia, por lo que no podían ver

que sus ojos eran huecos oscuros, que su respiración salía en temerosos jadeos.

Caminaba con lentitud, insegura, con huesos frágiles como maderas flotantes

en su cuerpo, esta muchacha enfermiza sobre quién sus esperanzas

descansaban.

En la superficie, un nuevo rey gobernaba con su ejército de sombras, y

exigía que su Invocadora del Sol regresara. Ofrecía amenazas y recompensas,

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Leigh Bardugo Dark Guardians

pero la respuesta que recibió llegó en forma de desafío… de un forajido a

quien el pueblo había apodado el Príncipe del Aire.

Atacaba desde la frontera norteña, bombardeaba líneas de suministros y

obligaba al Rey de las Sombras a renovar tratados y a cruzar a través del

Abismo con nada más que suerte y fuego de Infernos para mantener los

monstruos a raya. Algunos decían que este contendiente era un príncipe

Lantsov, algunos decían que era un rebelde fjerdano que se negaba a luchar

del lado de brujos, pero todos concordaban en que debía poseer poderes

propios.

La Santa hizo repiquetear las barras de su jaula bajo tierra. Esta era su

guerra, y exigía libertad para pelearla. El sacerdote se negaba.

Pero él había olvidado que antes de que ella se convirtiera en una Grisha

y en una Santa, había sido un fantasma de Keramzin.

Ella y el muchacho se habían aprovisionado de secretos como Pelyekin se

había aprovisionado de tesoros. Sabían cómo ser ladrones y fantasmas, cómo

ocultar fortaleza, así como travesuras. Al igual que los profesores en la

hacienda del duque, el sacerdote pensó que conocía a la muchacha y que sabía

de lo que era capaz.

Estaba equivocado.

No oyó su lenguaje inventado, no entendió la determinación del

muchacho. No vio el momento en que la muchacha dejó de soportar su

debilidad como una carga, y comenzó a utilizarla de disfraz.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Traducido por Pamee

Me encontraba en un balcón de piedra tallado, con los brazos extendidos y

temblando en mi túnica barata, mientras intentaba hacer un buen espectáculo.

Mi kefta era de retales, cosida con trozos del traje que utilizaba la noche que

huimos del palacio y de cortinas llamativas que, según me dijeron, provenían

de un teatro obsoleto cerca de Sala. Los ribetes estaban formados de cuentas

de las arañas de cristal del vestíbulo, pero el bordado de los puños ya se estaba

deshaciendo. David y Genya habían hecho su mejor esfuerzo, pero teníamos

recursos limitados en el subsuelo.

El truco funcionaba desde la distancia, cuando centelleaba dorada a la luz

que parecía emanar de mis palmas, y lanzaba destellos sobre los rostros

exultantes de mis seguidores que me miraban desde abajo. De cerca, solo eran

hilos descosidos y un brillo falso, igual que yo. La Santa harapienta.

La voz del Apparat resonó a través de la Catedral Blanca, y la multitud se

meció con los ojos cerrados y las manos alzadas, como un campo de amapolas,

sus brazos pálidos eran como tallos que se mecían con un viento que yo no

podía sentir. Seguí una seria de gestos coreografiados, y me moví

deliberadamente para que David, y el Inferno que estaba ayudándolo esta

mañana, pudieran seguir mis movimientos desde su lugar en la cámara

escondida justo bajo el balcón. Le temía a las oraciones matutinas pero, de

acuerdo al sacerdote, estas falsas demostraciones eran una necesidad.

―Es un regalo que le das a tu gente, Sankta Alina ―me dijo―. Es

esperanza.

En realidad era una ilusión, una pálida sugerencia de la luz que una vez

había dominado. El halo dorado en verdad era fuego de Inferno, reflejado en

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un platillo de espejo algo golpeado que David había fabricado de unos

cristales que había rescatado. Eran como los platillos que habíamos utilizado

en nuestro fallido intento de mantener a raya a la horda del Darkling durante

la batalla en Os Alta. Nos tomaron por sorpresa y mi poder, nuestros planes,

toda la inventiva de David y el ingenio de Nikolai no habían bastado para

detener la masacre. Desde entonces, había sido incapaz de invocar algo más

grande que un rayito de sol. Pero la mayoría del rebaño del Apparat nunca

había visto lo que su Santa de verdad podía hacer, y por ahora, este engaño

era suficiente.

El Apparat terminó su sermón, la señal para el final. El Inferno dejó que la

luz resplandeciera a mí alrededor; la luz saltó y tembló de forma errática hasta

que por fin se desvaneció cuando bajé los brazos. Bueno, ahora sabía quién

estaba de turno con David. Alcé la vista hacia la cueva con el ceño fruncido.

Harshaw. Siempre se dejaba llevar. Tres Inferno habían logrado salir con vida

de la batalla en el Pequeño Palacio, pero una murió días después por sus

heridas. De los dos que quedaban, Harshaw era el más poderoso y el más

impredecible.

Me bajé de la plataforma, ansiosa por alejarme de la presencia del Apparat,

pero pisé mal y me tropecé. El sacerdote me sujetó del brazo para

estabilizarme.

―Sea cuidadosa, Alina Starkov. No sea incauta con su seguridad.

―Gracias ―le dije. Quería alejarme de él, del hedor a tierra removida e

incienso que llevaba con él a todas partes.

―Hoy se siente mal.

―Solo algo torpe. ―Ambos sabíamos que era una mentira. Estaba más

fuerte que cuando llegué a la Catedral Blanca (mis huesos se habían sanado y

ya era capaz de comer), pero seguía siendo frágil, y tenía el cuerpo plagado

de dolores y una fatiga constante.

―Entonces quizá debería descansar todo un día.

Apreté los dientes. Otro día confinada en mi recámara. Me tragué la

frustración y sonreí débilmente. Sabía lo que él quería ver.

―Tengo tanto frío ―le dije―. Un tiempo en la Caldera me haría bien.

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Era verdad, estrictamente hablando.

Las cocinas eran el único lugar en la Catedral Blanca donde se podía

mantener a raya la humedad. A esta hora, al menos uno de los hornos para el

desayuno estaría encendido. La enorme caverna redonda estaría inundada de

los aromas a pan horneándose y a las gachas dulces que los cocineros hacían

a partir de provisiones de frijoles secos y leche en polvo, aportes de los aliados

en la superficie y reservas de los peregrinos.

Fingí un escalofrío como medida de precaución, pero la única respuesta

del sacerdote fue un evasivo “Hmm”.

Un movimiento en la base de la cueva me llamó la atención: peregrinos,

recién llegados. No pude evitar mirarlos desde un punto de vista estratégico.

Algunos llevaban uniformes que los marcaban como desertores del Primer

Ejército. Todos eran jóvenes y capaces.

―¿No vienen veteranos? ―pregunte―. ¿Ni viudas?

―Es un viaje difícil para llegar aquí ―replicó el Apparat―. Muchos son

demasiado ancianos o débiles para moverse. Prefieren quedarse en la

comodidad de sus hogares.

Improbable. Los peregrinos llegaban con muletas y bastones, sin importar

lo acianos o enfermos que fueran. Incluso los agonizantes querían ver en sus

últimos días a la Santa del Sol. Lancé una mirada recelosa por sobre un

hombro. Pude vislumbrar a los Guardias Sacerdotales, barbudos y

fuertemente armados, de pie como centinelas en el pasaje abovedado. Eran

monjes, sacerdotes eruditos como el Apparat, y en el subsuelo eran las únicas

personas autorizadas para cargar armas. En la superficie, eran los porteros,

los que sacaban a la luz a espías y no creyentes, y le otorgaban santuario a los

que ellos consideraban dignos. Últimamente, la cantidad de peregrinos

habían estado menguando, y aquellos que se unían a nuestras filas parecían

más robustos que devotos. El Apparat quería soldados potenciales, no que

solo fueran bocas que alimentar.

―Podría ir a los enfermos y ancianos ―sugerí. Sabía que discutir era en

vano, pero lo hice de todas formas; casi era de esperarse―. Una Santa debería

caminar entre su gente, no esconderse como una rata en una madriguera.

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El Apparat sonrió con esa sonrisa benevolente e indulgente que los

peregrinos adoraban y a mí me provocaba ganas de gritar.

―En tiempos de problemas, muchos animales se refugian bajo tierra. De

esa forma sobreviven ―contestó―. Después de que los tontos luchan sus

batallas, son las ratas las que dominan los campos y pueblos.

«Y se dan un festín con los muertos» pensé con un escalofrío. Como si

pudiera leerme el pensamiento, me puso una mano en el hombro. Sus dedos

eran largos y blancos, y los extendió sobre mi brazo como una araña cerosa.

Si con ese gesto pretendía consolarme, falló.

―Paciencia, Alina Starkov. Nos alzaremos cuando el momento sea el

correcto, no antes.

Paciencia. Esa era siempre su prescripción. Resistí la urgencia de tocarme

la muñeca desnuda, el lugar vacío donde los huesos del pájaro de fuego

estaban destinados a residir. Había reclamado las escamas de la sierpe de mar

y las astas del ciervo, pero aún faltaba la pieza final del puzle de Morozova.

Podríamos haber tenido el tercer amplificador a estas alturas si el Apparat

hubiera prestado su apoyo para la cacería o si simplemente nos hubiera

permitido regresar a la superficie. Pero ese permiso venía con un precio.

―Tengo frío ―repetí, ocultando me irritación―. Quiero ir a la Caldera.

Él frunció el ceño.

―No me gusta que se vaya a juntar con esa muchacha…

A nuestra espalda, los guardias farfullaron inquietos, y una palabra flotó

hasta mí. Razrusha’ya. Aparté de un golpe la mano del Apparat y entré al

pasaje. Los Guardias Sacerdotales se enderezaron. Como todos sus hermanos,

estaban vestidos de marrón y llevaban el rayo de sol dorado, el mismo

símbolo que marcaba las sotanas del Apparat. Mi símbolo. Pero ellos nunca

me miraban a la cara, nunca me dirigían la palabra o a los otros refugiados

Grisha. En cambio, permanecían de pie en los extremos de las habitaciones y

me seguían a todas partes como espectros barbudos y armados con rifles.

―Ese nombre está prohibido ―espeté. Ellos siguieron mirando al frente,

como si yo fuera invisible―. Su nombre es Genya Safin, y yo seguiría siendo

la prisionera del Darkling si no fuera por ella.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

No dieron reacción, pero vi que se tensaban al sonido de su nombre.

Hombres adultos y armados, asustados de una muchacha con cicatrices.

Idiotas supersticiosos.

―Paz, Sankta Alina ―dijo el Apparat, sujetándome de un codo para

guiarme por el pasaje hasta su cámara de audiencias. La piedra con venas

plateadas del techo estaba tallada en forma de rosa, y las paredes estaban

pintadas con Santos y sus halos dorados. Debía haber sido obra de un

Fabricador, porque ningún pigmento común podía resistir el frío y la

humedad de la Catedral Blanca. El sacerdote se sentó en una silla baja de

madera y me hizo un gesto para que me sentara en otra. Intenté ocultar mi

alivio al sentare. Incluso estar de pie por mucho tiempo me dejaba jadeando

por aire.

Me examinó, abarcando mi piel cetrina y las manchas oscuras bajo mis

ojos.

―De seguro Genya puede hacer más por usted.

Habían pasado casi dos meses desde mi batalla con el Darkling, y no me

había recuperado por completo. Los pómulos parecían cortarme la cara, y mi

cabello blanco era tan frágil que parecía flotar como telarañas. Por fin había

convencido al Apparat de que permitiera que Genya me atendiera en las

cocinas, con la promesa de que utilizaría su habilidad para ponerme más

presentable. Era el único contacto verdadero que había tenido con los otros

Grisha en semanas. Había saboreado cada momento, cada trocito de

novedades.

―Está haciendo su mejor esfuerzo ―repliqué.

El sacerdote suspiró.

―Supongo que todos debemos ser pacientes. Se curará con el tiempo, por

medio de la fe y las plegarias.

Una oleada de furia se apoderó de mí. Él sabía condenadamente bien que

lo único que me curaría sería usar mi poder, pero para hacerlo debía regresar

a la superficie.

―Si solo me dejara aventurarme a la superficie…

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―Es demasiado preciosa para nosotros, Sankta Alina, y el riesgo es

demasiado grande. ―Se encogió de hombros como disculpándose―. Se niega

a tomarse en serio su seguridad, así que yo lo haré.

Permanecí en silencio. Este era el juego que jugábamos, que habíamos

estado jugando desde que me trajeron aquí. El Apparat había hecho mucho

por mí; él era el único motivo por el que mis Grisha hubieran salido con vida

de la batalla con los monstruos del Darkling, y además nos había dado asilo

bajo tierra. Pero cada día la Catedral Blanca parecía más una prisión que un

refugio.

Juntó las yemas de los dedos.

―Los meses pasan, y usted sigue sin confiar en mí.

―Sí confío en usted ―mentí―. Por supuesto que confío.

―Y aun así se niega a dejarme ayudarla. Con el pájaro de fuego en nuestra

posesión, todo esto podría cambiar.

―David está revisando los diarios de Morozova. Estoy segura de que la

respuesta está ahí.

La mirada imperturbable del Apparat me atravesó, pues sospechaba que

yo conocía la ubicación del pájaro de fuego, el tercer amplificador de

Morozova y la clave para liberar el único poder que podría derrotar al

Darkling y destruir el Abismo. Y tenía razón, o al menos, esperaba tenerla.

La única pista que teníamos de la ubicación estaba enterrada en los escasos

recuerdos de mi niñez y en la esperanza de que las ruinas polvorientas de Dva

Stolba fueran más de lo que parecían. Pero estuviera en lo correcto o no, la

posible ubicación del pájaro de fuego era un secreto que pretendía mantener.

Estaba aislada en el subsuelo, casi indefensa, bajo vigilancia de los Guardias

Sacerdotales. No pensaba entregar la poca ventaja que tenía.

―Solo quiero lo mejor para usted, Alina Starkov. Para usted y sus amigos.

Quedan tan pocos, si algo les pasara…

―Déjalos en paz ―le dije con un gruñido, olvidando ser dulce y gentil.

La mirada que me dio el Apparat fue demasiado entusiasta para mi gusto.

―Solo quería decir que los accidentes pasan aquí bajo tierra. Sé que usted

sentiría profundamente cada pérdida, y además está tan débil. ―Al decir la

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última palabra, retrajo los labios para mostrar las encías, que eran negras

como las de un lobo.

Nuevamente, la furia me atravesó. Desde el primer día en la Catedral

Blanca, las amenazas colgaban claras en el aire, y me sofocaban con la

continua presión del miedo. El Apparat nunca perdía la oportunidad de

recordarme lo vulnerable que era. Casi sin pensarlo, curvé los dedos dentro

de las mangas, y las sombras saltaron de las paredes de la cámara.

El Apparat se echó hacia atrás en su silla. Lo miré frunciendo el ceño,

fungiendo confusión.

―¿Qué sucede? ―le pregunté.

Él se aclaró la garganta, y miró alrededor.

―Es… Nada, no pasa nada ―tartamudeó.

Dejé que cayeran las sombras. Su reacción hizo que valiera la pena el mareo

que me asaltaba cuando usaba este truco, pues solo era eso, un truco. Podía

hacer que las sombras saltaran y bailaran, nada más. Era un triste eco del

poder del Darkling, un remanente de la confrontación que casi nos mató a

ambos. Lo había descubierto en mis intentos por invocar luz, y había luchado

por perfeccionarlo en algo más grande, algo con lo que pudiera luchar. No

había tenido éxito. Las sombras parecían un castigo, fantasma del gran poder

que solo servía para mofarse de mí, la Santa de las farsas y los espejos.

El Apparat se puso de pie para intentar recobrar la compostura.

―Irá a los archivos ―dijo con decisión―. Un tiempo en estudio y

contemplación la ayudarán a calmar la mente.

Contuve un gruñido. De verdad era un castigo: pasar horas leyendo

detenidamente antiguos textos religiosos en busca de información de

Morozova, sin resultado. Sin mencionar que los archivos eran húmedos,

miserables e infestados con Guardias Sacerdotales.

―Yo la acompañaré ―añadió.

Aún mejor.

―¿Y la Caldera? ―pregunté, intentando ocultar la desesperación en mi

voz.

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―Después. Razru... Genya esperará ―contestó, mientras lo seguía por un

pasaje―. ¿Sabe? No tiene que escaparse a la Caldera. Podría encontrarse con

ella aquí, en privado.

Miré a los guardias, que nos seguían de cerca. Privacidad. Era risible, pero

la idea de que me alejaran de las cocinas no lo era. Quizá hoy la chimenea

principal se abriría por más de unos segundos. Era una pequeña esperanza,

pero era toda la esperanza que tenía.

―Prefiero la Caldera ―le dije―. Allí es cálido. ―Le dirigí mi sonrisa más

dócil, hice que el labio me temblara un poco y añadí―: Me recuerda a casa.

Eso le encantaba, la imagen de una muchacha humilde, apiñada junto a un

horno, con el dobladillo arrastrando por la ceniza. Otra ilusión, otro capítulo

en su libro de Santos.

―Muy bien ―dijo por fin.

Nos tomó bastante descender del balcón. La Catedral Blanca tomaba su

nombre de las paredes de alabastro y la enorme caverna principal donde se

realizaban servicios todas las mañanas y las tardes. Pero era mucho más que

eso, era una red en crecimiento de túneles y cuevas, una ciudad bajo tierra.

Odiaba cada centímetro de ella. La humedad que se filtraba por las paredes,

goteaba del techo y se amontonaba como abalorios en mi piel. El frío que no

se podía disipar. Los hongos venenosos y las flores nocturnas que brotan en

grietas y fisuras. Odiaba la forma en que marcábamos la hora: servicios

matutinos, plegarias vespertinas, servicios en la tarde; días de Santos, días

para ayunar y para medio ayunar. Pero lo que más odiaba, era la sensación

de que de verdad era como una rata, pálida y de ojos rojos, que escarbaba las

paredes de mi laberinto con débiles garras teñidas de rosa.

El Apparat me llevó por las cuevas al norte de la cuenca principal, donde

entrenaban los Soldat Sol.

La gente retrocedía contra la roca o estiraban las manos para tocarme las

mangas doradas a medida que pasábamos. Avanzábamos a paso lento y

solemne… algo necesario. No podía moverme más rápido, pues me quedaría

sin aliento. El rebaño del Apparat sabía que estaba enferma y oraba por mi

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salud, pero él temía que entraran en pánico si descubrían lo frágil que estaba,

cuán humana era.

Los Soldat Sol ya habían comenzado su entrenamiento para cuando

llegamos. Eran los soldados benditos del Apparat, soldados del sol que

llevaban mi símbolo tatuado en brazos y rostros. La mayoría eran desertores

del Primer Ejército, aunque otros simplemente eran jóvenes fieros dispuestos

a morir. Habían ayudado a rescatarme del Pequeño Palacio, y las bajas habían

sido brutales. Benditos o no, no estaban a la altura de los nichevo’ya del

Darkling. Aun así, el Darkling también tenía soldados humanos y Grisha a su

servicio, así que los Soldat Sol entrenaban.

Pero ahora lo hacían sin armas, con espadas sin filo y rifles cargados con

perdigones de cera. Los Soldat Sol eran un tipo diferente de peregrinos,

atraídos al culto de la Santa del Sol por la promesa de cambio; muchos de ellos

eran jóvenes y tenían sentimientos encontrados sobre el Apparat y las

costumbres anticuadas de la iglesia. Desde mi llegada bajo tierra, el Apparat

los había mantenido controlados. Los necesitaba, pero no confiaba

completamente en ellos. Conocía la sensación.

Los Guardias Sacerdotales se encontraban en fila contra las paredes,

vigilando los ejercicios. Sus balas eran reales; también lo eran los filos de sus

sables.

Cuando entramos al área de entrenamiento, vi que un grupo se había

reunido para observar a Mal entrenando con Stigg, uno de los dos Inferno

sobrevivientes. Era de cuello grueso, rubio y sin una pizca de sentido del

humor… fjerdano hasta el fondo.

Mal esquivó un arco de fuego, pero la segunda llamarada le dio en la

camisa. Los observadores jadearon. Pensé que iba a retroceder, pero en

cambio, atacó. Rodó por el suelo para extinguir las llamas y le dio un golpe a

Stigg que lo hizo caer. En un parpadeo, tenía al Inferno de cara contra el suelo,

sujetándole las muñecas para evitar otro ataque.

Los soldados del sol que observaban aplaudieron y silbaron apreciativos.

Zoya se lanzó el brillante cabello negro por sobre un hombro.

―Bien hecho, Stigg. Estás atado y listo para lanzarte al horno.

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Mal la silenció con una mirada.

―Distraer, desamar, inhabilitar ―enunció―. El truco es no entrar en

pánico. ―Se puso de pie y ayudó a Stigg a hacer lo mismo―. ¿Estás bien?

Stigg frunció el ceño, molesto, pero asintió y avanzó para entrenar con una

joven soldado muy bonita.

―Vamos, Stigg ―dijo la chica con una amplia sonrisa―. No seré tan

brusca contigo.

El rostro de la chica me resultó familiar, pero me tomó un momento

ubicarla: Ruby. Mal y yo habíamos entrenado con ella en Poliznaya; había

estado en nuestro regimiento. La recordaba como una muchacha risueña,

alegre, el tipo de chica feliz y coqueta que me hacía sentir incómoda e inútil

en mi propia piel. Seguía teniendo esa sonrisa fácil, y la misma trenza rubia y

larga, pero incluso desde esta distancia, noté ese estado alerta y la

desconfianza que daba la guerra. Tenía un sol negro tatuado en el lado

derecho del rostro. Qué extraño pensar que una chica que una vez se había

sentado frente a mí en el comedor, ahora me creía un ser divino.

Era poco común que el Apparat o sus guardias me llevaran por este camino

hacia los archivos. ¿Qué hacía de este un día diferente? ¿Acaso me había

traído para mostrarme los jirones de mi ejército y recordarme el precio de mis

errores? ¿Para mostrarme los pocos aliados que me quedaban?

Observé a Mal mientras emparejaba a soldados del sol con Grisha. Estaban

los Impulsores, Zoya, Nadia, y su hermano Adrik, que junto a Stigg y

Harshaw constituían a los últimos de mis Etherealki. Pero Harshaw no se veía

por ningún lado; probablemente había vuelto a la cama después de invocarme

llamas durante las plegarias matutinas.

En cuanto a los Corporalki, los únicos Cardios en el patio de entrenamiento

eran Tamar y su gemelo gigante, Tolya. Les debía mi vida, pero la deuda no

me dejaba tranquila puesto que eran cercanos con el Apparat, estaban a cargo

del adiestramiento de los Soldat Sol, y me habían mentido durante meses en

el Pequeño Palacio. No estaba muy segura de qué pensar de ellos. La

confianza no era un lujo que pudiera permitirme.

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Los soldados restantes tendrían que esperar por un turno para luchar;

simplemente había muy pocos Grisha. Genya y David se mantenían alejados

y, de todas formas, no servían mucho para el combate. Maxim era un Sanador

y prefería practicar su oficio en la enfermería, aunque pocos del rebaño del

Apparat confiaban lo bastante en un Grisha para tomar ventaja de sus

servicios. Sergei era un Cardio poderoso, pero me habían dicho que era

demasiado inestable para considerarlo seguro alrededor de los estudiantes.

Sergei había estado en el centro de la batalla con los monstruos del Darkling.

Habíamos perdido al otro Cardio ante los nichevo’ya en algún lugar entre el

Pequeño Palacio y la capilla.

«Por tu culpa ―dijo una voz en mi cabeza―. Porque tú les fallaste».

Me vi arrastrada de mis sombríos pensamientos por la voz del Apparat.

―El muchacho se pasa de la raya.

Seguí su mirada hacia donde Mal se movía entre los soldados, hablándole

a uno o corrigiendo a otro.

―Los está ayudando a entrenar ―le dije.

―Está dando órdenes. Oretsev ―lo llamó el sacerdote, y le hizo un gesto

para que se acercara. Me tensé mientras veía a Mal aproximándose. Apenas

lo había visto desde que le habían prohibido acercarse a mi recámara. Aparte

de mis interacciones cuidadosamente racionadas con Genya, el Apparat me

había mantenido aislada de aliados potenciales.

Mal lucía diferente. Llevaba las ropas de campesino que le habían servido

de uniforme en el Pequeño Palacio, pero estaba más esbelto y más pálido por

el tiempo pasado bajo tierra: la delgada cicatriz de su mandíbula sobresalía

en contraste.

Se detuvo frente a nosotros e hizo una reverencia. Era lo más cerca que

habíamos estado el uno del otro en meses.

―Tú no eres el capitán aquí ―le dijo el Apparat―. Tolya y Tamar tienen

un rango mayor al tuyo.

Mal asintió.

―Así es.

―Entonces, ¿por qué lideras tú los entrenamientos?

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―No estaba liderando nada ―contestó―. Tengo algo que enseñar y ellos

tienen algo que aprender.

«Bastante cierto» pensé con amargura. Mal se había vuelto muy bueno

luchando con Grisha. Lo recordé amoratado y sangrando, de pie sobre un

Impulsor en los establos del Pequeño Palacio, con una mirada de desafío y

desprecio en los ojos. Otro recuerdo sin el que podría vivir.

―¿Por qué esos reclutas no han sido marcados? ―preguntó el Apparat,

gesticulando hacia un grupo que entrenaba con espadas de madera cerca de

una pared. Ninguno de ellos podría haber tenido más de doce años.

―Porque son niños ―replicó Mal con hielo en la voz.

―Es su elección, ¿les negarías la oportunidad de demostrar fidelidad hacia

nuestra causa?

―Les negaría el arrepentimiento.

―Nadie tiene ese poder.

Un músculo palpitó en la mandíbula de Mal.

―Si perdemos, esos tatuajes los marcarán como soldados del sol. Bien

podrían firmar ahora mismo para enfrentar al pelotón de fusilamiento.

―¿Es por eso que tus propias facciones no llevan marca? ¿Porque tienes

tan poca fe en nuestra victoria?

Mal me miró y luego regresó la vista al Apparat.

―Reservo mi fe para los Santos ―replicó sin entonación―. No para

hombres que envían a niños a luchar.

El sacerdote entrecerró los ojos.

―Mal tiene razón ―intercedí―. Deje que continúen sin marcar.

El Apparat me escudriñó con esa oscura mirada plana.

―Por favor ―le pedí con suavidad―. Como amabilidad hacia mí.

Sabía lo mucho que le gustaba esa voz suave, cálida y arrulladora.

―Qué corazón tan sensible ―dijo, chasqueando la lengua, pero sabía que

estaba complacido. Aunque había hablado en contra de sus deseos, esta era la

Santa que quería que fuera, una madre amorosa, un consuelo para su gente.

Me clavé las uñas en la palma de la mano.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Esa es Ruby, ¿verdad? ―pregunté, ansiosa por cambiar de tema y

desviar la atención del Apparat.

―Llegó aquí hace unas semanas ―contestó Mal―. Es buena; venía de la

infantería.

A pesar de no quererlo, sentí una pizca de envidia.

―Stigg no parece feliz ―comenté, señalando con la cabeza hacia donde el

Inferno parecía estarse desquitando con Ruby. La chica hacía su mejor

esfuerzo para defenderse, pero claramente estaba en desventaja.

―No le gusta que le den una paliza.

―No creo que hayas sudado una gota siquiera.

―No ―contestó―. Es un problema.

―¿Por qué? ―preguntó el Apparat.

Los ojos de Mal se desviaron hacia mí por un breve segundo.

―Aprendes más al perder. ―Se encogió de hombros―. Al menos Tolya

está cerca para patearme el trasero.

―Cuida ese lenguaje ―espetó el Apparat.

Mal lo ignoró. Abruptamente, se llevó dos dedos a los labios y dio un

agudo silbido.

―¡Ruby, le estás dando una apertura!

Demasiado tarde: su trenza se prendió fuego. Otro soldado joven corrió

hacia ella con un cubo de agua y se lo volcó sobre la cabeza.

Hice un gesto de dolor.

―Intenta que no los dejen demasiado tostados.

Mal hizo una reverencia, y dijo: ―Moi soverenyi. ―Luego trotó de vuelta a

las tropas.

Ese título. Lo dijo sin el rencor que parecía cargar en Os Alta, pero aun así

me golpeó como un puñetazo en el estómago.

―No debería dirigirse a usted de esa forma ―se quejó el Apparat.

―¿Por qué no?

―Era el título del Darkling y es impropio para una Santa.

―Entonces, ¿cómo debería llamarme?

―No debería dirigirse directamente a usted.

Page 23: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Suspiré.

―La próxima vez que tenga algo que decir, haré que me escriba una carta.

El Apparat frunció los labios.

―Hoy está inquieta. Creo que una hora extra en la soledad de los archivos

le hará bien.

Me lo dijo con tono de reprimenda, como si yo fuera una niña de mal

humor que no obedeció la hora de dormir. Pensé en la promesa de la Caldera

y me obligué a sonreír.

―Estoy segura de que tiene razón.

«Distraer, desamar, inhabilitar».

Cuando giramos en el pasaje que nos llevaría a los archivos, miré por sobre

mi hombro.

Zoya había lanzado a un soldado de espalda y lo estaba girando como a

una tortuga, mientras hacía círculos lentos con una mano en el aire. Ruby

estaba hablando con Mal con una amplia sonrisa en el rostro y una expresión

ávida, pero Mal me estaba observando a mí. En la luz fantasmal de la cueva,

sus ojos eran de un azul profundo y estable, el color al centro de una llama.

Me di la vuelta y seguí al Apparat, apresurando los pasos e intentando

mitigar el silbido de mis pulmones. Pensé en la sonrisa de Ruby y en su trenza

chamuscada. Una chica agradable, una chica normal; eso era lo que Mal

necesitaba. Si ya no había comenzado algo con alguien nueva, tarde o

temprano lo haría. Y, algún día, yo sería una persona lo bastante buena para

desearle lo mejor. Simplemente no hoy día.

* * *

Encontramos a David de camino a los archivos. Como siempre, era un

desastre, tenía el cabello despeinado y las mangas manchadas de tinta.

Llevaba un vaso de té caliente en una mano y una tostada guardada en el

bolsillo. Posó la mirada en el Apparat y en los Guardias Sacerdotales.

―¿Más bálsamo? ―preguntó.

El Apparat crispó un poco los labios. El bálsamo era el brebaje que David

le preparaba a Genya. Junto a los propios esfuerzos de Genya, el ungüento le

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había ayudado a desvanecer lo peor de las cicatrices, pero las heridas de los

nichevo’ya nunca sanaban por completo.

―Sankta Alina ha venido a pesar la mañana en estudio ―declaró el

Apparat con gran solemnidad.

David hizo un movimiento algo parecido a un encogimiento de hombros

cuando atravesó la puerta.

―¿Pero vas a la Caldera más tarde?

―Enviaré guardias para que la escolten en dos horas ―dijo el Apparat―.

Genya Safin la estará esperando. ―Sus ojos estudiaron mi rostro

demacrado―. Que le preste mayor atención a su trabajo.

Hizo una profunda reverencia y desapareció por el túnel. Miré alrededor

de la habitación y dejé salir un suspiro largo y alicaído. Los archivos debería

haber sido el tipo de lugar que amaba, lleno del aroma de la tinta en el papel

y el suave crujir de las plumas. Pero esta era la guarida de los Guardias

Sacerdotales, un laberinto de arcos y columnas talladas de roca blanca apenas

iluminado. Lo más cerca de enfadado que había visto a David, fue la primera

vez que posó la vista en esos pequeños nichos abovedados, algunos

derrumbados, todos llenos con libros antiguos y manuscritos de páginas

negras por los hongos, y los lomos hinchados por la humedad. Las cuevas

eran tan húmedas que se habían filtrado charcos por el suelo.

―No pueden… no pueden dejar los diarios de Morozova aquí

―prácticamente había gritado―. Es un pantano.

Ahora David pasaba sus días y la mayoría de sus noches en los archivos,

estudiando los escritos de Morozova, garabateando teorías y bocetos en un

cuaderno. Al igual que la mayoría de los Grisha, él creía que los diarios de

Morozova habían sido destruidos después de la creación del Abismo. Pero el

Darkling nunca hubiera permitido que ese conocimiento fuera destruido.

Había ocultado los diarios, y aunque yo nunca había podido obtener una

respuesta concreta del Apparat, sospechaba que de alguna forma el sacerdote

los había descubierto en el Pequeño Palacio y luego los había robado cuando

el Darkling se había visto obligado a huir de Ravka.

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Me dejé caer en un taburete frente a David, quien había arrastrado una

mesa y una silla a la cueva más seca, y había llenado uno de los estantes con

aceite extra para sus linternas, y hierbas y ungüentos que utilizaba para el

bálsamo de Genya. Por lo general, se encorvaba concentrado sobre una

fórmula o algún arreglo y no alzaba la vista por horas, pero hoy no parecía

estarse tranquilo, jugueteaba con las tintas y con el reloj de bolsillo que tenía

apoyado en la mesa.

Yo ojeaba con desgana uno de los diarios de Morozova. Había comenzado

a odiar el verlos siquiera; eran inútiles, confusos y, lo más importante, estaban

incompletos. Morozova describía sus hipótesis en cuanto a los amplificadores,

el rastreo del ciervo, su viaje de dos años en un ballenero para buscar a la

sierpe de mar, sus teorías del pájaro de fuego y, luego… nada. O bien faltaban

diarios o Morozova había dejado su trabajo sin terminar.

El prospecto de encontrar y usar al pájaro de fuego era lo bastante

abrumador, pero la idea de que pudiera no existir, de que tuviera que

enfrentar al Darkling nuevamente sin ese amplificador era demasiado

aterrorizante para contemplarla, así que simplemente la hacía a un lado. Me

obligué a dar vuelta las páginas. La única forma de llevar un registro del

tiempo era el reloj de David. No sabía dónde lo había encontrado, cómo había

hecho que funcionara, o si la hora que había configurado tenía correlación con

la hora en superficie, pero lo miré fijamente intentando que el minutero

avanzara más rápido con pura voluntad.

Los Guardias Sacerdotales iban y venían, siempre observando o inclinados

sobre sus textos. Se suponía que debían clarificar manuscritos, estudiar las

palabras sagradas, pero dudaba que ese fuera el peso de su trabajo. La red de

espías del Apparat atravesaba Ravka, y estos hombres consideraban su

vocación mantenerla, descifrar mensajes, recoger información y construir el

culto de una nueva Santa. Era difícil no compararlos a mis Soldat Sol, la

mayoría de ellos jóvenes analfabetos, encerrados en viejos monasterios que

estos hombres guardaban.

Cuando ya no pude soportar más divagaciones de Morozova, me giré en

el asiento para aliviar un calambre en la espalda. Luego saqué una vieja

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colección de mayoritariamente debates en oración, que también contenía una

versión del martirio de Sankt Ilya. En este, Ilya era albañil, y el niño del vecino

era aplastado por un caballo; esto era nuevo. Normalmente, al niño lo cortaba

una hoja de arado, pero esta historia terminaba como todos los cuentos: Ilya

trajo al niño de vuelta del umbral de la muerte, y por su trabajo, los aldeanos

lo lanzaron a un río, amarrado con cadenas de hierro.

Algunas historias afirmaban que él nunca se hundió, sino que flotó hasta

el mar. Otras juraban que su cuerpo emergió días después en un banco de

arena a kilómetros de distancia, perfectamente conservado y con aroma a

rosas. Las conocía todas, y ninguna de ellas mencionaba una palabra del

pájaro de fuego o indicaba que Dva Stolba fuera el lugar correcto donde

empezar a buscarlo.

Toda nuestra esperanza por encontrar al pájaro de fuego residía en una

vieja ilustración: Sankt Ilya encadenado, rodeado por el ciervo, la sierpe de

mar y el pájaro de fuego. A su espalda se podían avistar montañas, junto a un

camino y un arco. Ese arco hacía mucho tiempo había caído, pero yo creía que

las ruinas se podían encontrar en Dva Stolba, no muy lejos de los

asentamientos donde Mal y yo habíamos nacido. Al menos, eso era lo que

creía en mis días buenos. Hoy me sentía menos segura de que Ilya Morozova

y Sankt Ilya fueran el mismo hombre. Ya no podía mirar las copias del Istorii

Sankt’ya, que yacían en una pila mohosa en un rincón olvidado, con apariencia

de libros pasados de moda para niños, en vez de parecer portadores del

presagio para un gran destino.

David levantó su reloj, lo bajó, volvió a tomarlo y volcó un frasco de tinta,

y luego lo enderezó con dedos inquietos.

―¿Qué te pasa hoy día? ―le pregunté.

―Nada ―respondió cortante.

Lo miré y parpadeé.

―Tu labio está sangrando.

Se pasó una mano por la boca y la sangre le cubrió el labio otra vez. Debía

haberse mordido. Muy fuerte.

―David…

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Golpeteó con los nudillos el escritorio y yo casi salté. Aparecieron dos

guardias a mi espalda; puntuales y espeluznantes como siempre.

―Toma ―me dijo David, pasándome una lata pequeña. Antes de que

pudiera tomarla, un guardia se la quitó.

―¿Qué estás haciendo? ―le pregunté furiosa, pero ya sabía. Nada pasaba

entre los otros Grisha y yo sin que fuera concienzudamente inspeccionado.

Por mi seguridad, por supuesto. El Guardia Sacerdotal me ignoró, pasó los

dedos por encima y por debajo de la lata, la abrió, olfateó los contenidos,

investigó la tapa, luego la cerró y me la devolvió sin una palabra. Se la

arranqué de la mano.

―Gracias ―dije con amargura―. Y gracias, David.

Él había vuelto a inclinarse sobre su cuaderno, en apariencia perdido en lo

que fuera que estuviera leyendo, pero sostenía su lápiz con tanta fuerza que

pensé que podría partirlo.

* * *

Genya me estaba esperando en la Caldera, la cueva vasta y casi

perfectamente redondeada que proveía de comida a todos en la Catedral

Blanca. Sus paredes curvas estaban tachonadas con hogares de piedra,

recordatorios del pasado antiguo de Ravka del que personal de la cocina le

gustaba quejarse porque no eran tan convenientes como los fogones y los

hornos de baldosas de la superficie. Los enormes asadores se habían hecho

para trozos grandes de carne, pero los cocineros rara vez tenían acceso a carne

fresca. Así que en cambio servían cerdo salado, guisos de raíces de vegetales,

y un extraño pan hecho de harina gris basta que sabía vagamente a cerezas.

Los cocineros casi se habían acostumbrado a Genya, o al menos ya no se

encogían y comenzaban a rezar cuando la veían. La encontré calentándose

junto a horno en la pared más alejada de la Caldera, en el que se había

convertido nuestro lugar; los cocineros nos dejaban una ollita de gachas o

sopa todos los días. Mientras me aproximaba con mi escolta armada, Genya

dejó caer su chal y los guardias que me flanqueaban se detuvieron en seco.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Genya puso en blanco el ojo que le quedaba y soltó un siseo como de gato.

Ellos se quedaron atrás, merodeando cerca de la entrada.

―¿Demasiado? ―preguntó.

―Lo justo ―contesté, maravillada ante los cambios en ella. Si podía reírse

por como esos zoquetes reaccionaban ante ella, entonces era una buena señal.

Aunque el bálsamo que David había creado para sus cicatrices había

ayudado, estaba segura de que gran parte del crédito pertenecía a Tamar.

Durante semanas luego de haber llegado a la Catedral Blanca, Genya se

había negado a dejar su recámara. Simplemente permanecía allí, en la

oscuridad, reticente a moverse. Bajo la supervisión de los guardias, yo había

hablado con ella, la había engatusado, y había intentado hacerla reír. Nada

había funcionado. Al final, había sido Tamar la que la traído al «aire libre»,

exigiéndole que al menos aprendiera a defenderse.

―¿Por qué te importa? ―le había murmullado Genya, tapándose con las

mantas.

―No me importa, pero si no puedes luchar, eres una carga.

―No me importa si salgo herida.

―A mí sí ―protesté.

―Alina tiene que cuidarse las espaldas ―dijo Tamar―. No puede estarte

cuidando.

―Nunca le pedí que lo hiciera.

―¿No sería agradable si solo obtuviéramos lo que pedimos? ―preguntó

Tamar. Luego la había pinchado, picado y en general la había acosado, hasta

que Genya había salido de la cama y había accedido a una sola clase de

combate (en privado, lejos de los demás, solo con Guardias Sacerdotales como

audiencia).

―Voy a aplastarla ―me dijo Genya refunfuñando. Mi escepticismo debe

haber sido evidente, porque se había quitado de un soplido un rizo rojo de su

frente cicatrizada y me había dicho―: Bien, entonces esperaré a que se quede

dormida y le haré una nariz de cerdo.

Pero fue a esa clase y a la siguiente, y por lo que yo sabía, Tamar no había

despertado con una nariz de cerdo ni con los párpados sellados.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Genya siguió cubriéndose el rostro y pasando la mayor parte del tiempo

en su recámara, pero ya no se encorvaba ni se alejaba de las personas en los

túneles. Se había hecho un parche para el ojo de seda negra del forro de un

abrigo antiguo, y su cabello lucía distintivamente más rojo. Si Genya estaba

utilizando su poder para alterar su color de cabello, entonces puede que algo

de su vanidad hubiera regresado, y eso solo podía significar más progreso.

―Comencemos ―me dijo.

Genya se ubicó de espaldas a la habitación, de cara al fuego, y luego se

puso el chal sobre la cabeza, con los bordes de flecos bien abiertos para crear

una pantalla que ocultara de miradas entrometidas. La primera vez que lo

intentamos, los guardias se nos habían acercado en segundos, pero tan pronto

me habían visto aplicando el bálsamo en las cicatrices de Genya nos habían

dado distancia. Consideraban como algún tipo de juicio divino las heridas que

los nichevo’ya del Darkling le habían infringido. Juicio por qué, no estaba

segura. Si el crimen de Genya era haberse aliado con el Darkling, entonces la

mayoría habíamos sido culpable por ello en algún momento. Y, ¿qué dirían

por las marcas de mordidas en mi hombro? ¿O de la forma en que podía

manipular las sombras?

Me saqué la lata del bolsillo y comencé a aplicarle el bálsamo en las

heridas; tenía una esencia verde muy fuerte que me hacía llorar los ojos.

―Nunca me di cuenta del dolor de sentarme inmóvil tanto tiempo ―se

quejó.

―No estás inmóvil, te estás retorciendo.

―Me pica.

―¿Y si te pincho con un chinche? ¿Te distraería de la picazón?

―Solo dime cuando hayas terminado, muchacha terrible. ―Me observaba

las manos con atención―. ¿No hubo suerte hoy día? ―susurró.

―No hasta el momento. Solo hay dos hogares funcionando, y las llamas

están bajas. ―Me limpié una mano en un paño de cocina sucio―. Listo ―le

dije―. Terminé.

―Tu turno ―me dijo―. Te ves…

―Terrible, lo sé.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Es un término relativo. ―La tristeza en su voz era inconfundible. Podría

haberme pateado. Le toqué una mejilla con la mano; la piel entre sus cicatrices

era suave y blanca como las paredes de alabastro.

―Soy una idiota.

Una comisura de sus labios se alzó torcida, casi una sonrisa.

―En ocasiones ―contestó―, pero soy yo la que lo trajo a colación. Ahora,

silencio y déjame trabajar.

―Solo lo suficiente para que el Apparat nos deje seguir volviendo aquí.

No quiero darle una Santita linda para que alardee.

Ella suspiró melodramáticamente.

―Esta es una violación a mis principales creencias, y me lo compensarás

más tarde.

―¿Cómo?

Inclinó la cabeza hacia un lado.

―Creo que deberías dejar que te haga pelirroja.

Puse los ojos en blanco.

―No en esta vida, Genya.

Mientras ella comenzaba el lento proceso de alterar mi rostro, yo

jugueteaba con la lata en mis dedos. Intenté volver a cerrar la tapa, pero una

parte se había soltado de la lata. La levanté con la punta de los dedos, y vi que

era un disco de papel ceroso y delgado. Genya lo vio al mismo tiempo que yo.

Escrito en la parte de atrás, en la letra casi ininteligible de David, había una

sola palabra: «Hoy».

Genya me lo arrancó de los dedos.

―Oh, Santos. Alina…

Fue entonces que oímos las pisadas de botas pesadas y una riña afuera de

la Caldera. Una olla dio contra el suelo con un ruidoso clang, y una de las

cocineras gritó cuando la habitación se llenó de Guardias Sacerdotales con los

rifles preparados, y los ojos resplandecientes con lo que parecía fuego

sagrado.

El Apparat entró detrás de ellos en un revoloteo de sotanas marrones.

―Despejen la habitación ―vociferó.

Page 31: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Genya y yo nos pusimos de pie de un salto cuando los Guardias

Sacerdotales comenzaron a sacar bruscamente a los cocineros de la cocina, en

medio de exclamaciones asustadas, protestas y confusión.

―¿De qué se trata esto? ―exigí saber.

―Alina Starkov ―dijo el Apparat―, usted está en peligro.

El corazón me golpeteaba con fuerza, pero mantuve la voz en calma.

―¿Peligro de qué? ―pregunté, mirando las ollas hirviendo en los

fuegos―. ¿Del almuerzo?

―Conspiración ―anunció él, apuntando a Genya―. Esos que afirman ser

sus amigos buscan destruirla.

Más seguidores barbudos del Apparat marcharon por la puerta a su

espalda. Cuando se separaron, vi a David con los ojos muy abiertos y

asustados. Genya jadeó y le puse una mano en un brazo para evitar que se

lanzara hacia ellos. Nadia y Zoya venían a continuación, ambas con las

muñecas amarradas para evitar que invocaran. Un hilillo de sangre corría de

una comisura de la boca de Nadia, y bajo las pecas, se le veía la piel muy

blanca. Mal estaba con ellas, con el rostro muy ensangrentado. Se sujetaba un

costado como si acunara una costilla rota, y tenía los hombros encorvados por

el dolor. Pero lo peor fue ver a los guardias que lo flanqueaban: Tolya y

Tamar. Tamar volvía a portar sus hachas. De hecho, ambos estaban tan

armados como los Guardias Sacerdotales, y se negaban a mirarme a los ojos.

―Aseguren las puertas ―ordenó el Apparat―. Resolveremos este triste

problema en privado.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Traducido por Pamee

Las puertas enormes de la Caldera se cerraron de golpe, y oí cuando giraron

el seguro. Intenté ignorar el retorcijón enfermizo que sentí en el estómago para

comprender lo que estaba viendo: Nadia y Zoya, dos Impulsoras, Mal y

David, un Fabricador inofensivo. «Hoy» decía la nota. ¿Qué significaba?

―Le preguntaré otra vez, sacerdote. ¿De qué se trata esto? ¿Por qué tiene

a mis amigos en custodia y por qué están sangrando?

―Estos no son sus amigos. A nuestros oídos llegó un complot para

derribar la Catedral Blanca.

―¿De qué está hablando?

―Usted misma vio la insolencia del muchacho hoy día…

―¿Ese es el problema? ¿Que él no tiembla como se debe en su presencia?

―¡El problema es de traición! ―Se sacó una bolsita de lona de entre la

sotana y la extendió, colgando de los dedos. Fruncí el ceño, pues había visto

bolsas como esa en los talleres de los Fabricadores. Los usaban para…

―Pólvora ―dijo el Apparat―. Los hizo este Fabricador gracias a los

materiales que recolectaron sus supuestos amigos.

―Entonces David hizo pólvora; podría haber miles de razones para eso.

―Las armas están prohibidas en la Catedral Blanca.

Miré con las cejas alzadas los rifles que actualmente apuntaban a Mal y a

mis Grisha.

―¿Y qué son esos? ¿Cucharones? Si va a hacer acusaciones…

―Alguien oyó sus planes. Un paso al frente, Tamar Kir-Bataar; cuenta la

verdad de lo que has descubierto.

Tamar hizo una profunda reverencia.

―Los Grisha y el rastreador planeaban drogarla y llevarla a la superficie.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Quiero regresar a la superficie.

―La pólvora la habrían utilizado para asegurarse de que nadie los siguiera

―continuó ella―, para derribar las cavernas sobre el Apparat y sus fieles.

―¿Cientos de personas inocentes? Mal nunca haría eso. Ninguno de ellos

lo haría. ―Ni siquiera Zoya, esa desgraciada―. Y no tiene ningún sentido.

¿Cómo se suponía que iban a drogarme?

Tamar asintió hacia Genya y al té que se encontraba entre nosotras.

―Yo misma bebo de ese té ―espetó Genya―. No está mezclado con nada.

―Es una envenenadora y una mentirosa consagrada ―replicó Tamar con

frialdad―. Y ya la ha traicionado con el Darkling.

Genya sujetó con fuerza el chal. Ambas sabíamos que la acusación tenía

algo de verdad. Sentí un desagradable cosquilleo de sospecha.

―Confía en ella ―dijo Tamar. Había algo extraño en su voz; sonaba como

si estuviera dando una orden en vez de estar haciendo una acusación.

―Solo estaban esperando acumular suficiente pólvora ―dijo el

Apparat―. Luego planeaban dar el golpe, llevarla a la superficie y entregarla

al Darkling.

Sacudí la cabeza.

―¿De verdad espera que crea que Mal me habría entregado al Darkling?

―Lo engañaron ―dijo Tolya con suavidad―. Estaba tan desesperado por

liberarla que se convirtió en su peón.

Miré a Mal y no pude leer su expresión. Sentí la primera punzada de duda.

Nunca había confiado en Zoya, y ¿qué tan bien conocía a Nadia? Genya…

Genya había sufrido mucho en las manos del Darkling, pero sus lazos eran

fuertes. Sentí que un sudor frío me perlaba el cuello, y que el pánico

comenzaba a apoderarse de mí y a raer mis pensamientos.

―Conspiraciones dentro de conspiraciones ―siseó el Apparat―. Tiene un

corazón suave, y la ha traicionado.

―No ―repliqué―. Nada de esto tiene sentido.

―¡Son espías y embusteros!

Me toqué las sienes con los dedos.

―¿Dónde están mis otros Grisha?

Page 34: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―Los retendremos hasta que hayan sido cuestionados.

―Dígame que no están heridos.

―¿Ven la preocupación por aquellos que le harían daño? ―le preguntó a

los Guardias Sacerdotales.

«Lo está disfrutando ―comprendí―. Lo ha estado esperando».

―Esto es lo que distingue su amabilidad, su generosidad. ―Me miró a los

ojos―. Tienen algunas heridas, pero los traidores tendrán el mejor de los

cuidados. Solo tiene que decirlo.

La advertencia era clara, y por fin entendí. Sin importar si el complot de

los Grisha era real o solo un subterfugio inventado por el sacerdote, este era

el momento que él había estado esperando, la oportunidad para dejarme

completamente aislada. Ya no habría más visitas a la Caldera con Genya, ya

no tendría conversaciones robadas con David. El sacerdote utilizaría esta

oportunidad para separarme de todos aquellos cuyas lealtades estuvieran

ligadas a mí en vez de a su causa. Y yo estaba demasiado débil para detenerlo.

Pero, ¿decía Tamar la verdad? ¿Y si estos aliados eran en realidad mis

enemigos? Nadia tenía la cabeza gacha, mientras que Zoya mantenía el

mentón en alto y sus ojos azules brillaban desafiantes. Era fácil creer que

cualquiera o ambas podrían volverse contra mí, que podrían buscar al

Darkling y ofrecerme como regalo con la esperanza de que él les mostrara

clemencia. Y David había ayudado a ponerme el collar alrededor del cuello.

¿De verdad podrían haber engañado a Mal para que los ayudara a

traicionarme? Él no parecía asustado ni preocupado, lucía como cuando

estaba a punto de hacer algo que nos metería a ambos en problemas en

Keramzin. Tenía el rostro amoratado, pero noté que estaba más recto. Y

entonces levantó la vista, casi como si estuviera mirando al cielo, como si

estuviera rezando. Pero yo lo conocía bien; Mal nunca había sido del tipo

religioso. Estaba mirando al cañón de la chimenea principal.

«Conspiraciones dentro de conspiraciones». El nerviosismo de David, las

palabras de Tamar: «Confía en ella».

―Libérelos ―ordené.

El Apparat sacudió la cabeza con una expresión llena de tristeza.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―A nuestra Santa la están ablandando aquellos que dicen adorarla. Vean

lo frágil que es, lo enfermiza. Es la influencia de ellos la que la corrompe.

―Unos cuantos de los Guardias Sacerdotales asintieron, y vi esa extraña luz

del fanatismo en sus ojos―. Ella es una Santa, pero también es una jovencita

gobernada por la emoción. No comprende las fuerzas en funcionamiento.

―Comprendo que ha perdido el camino, sacerdote.

El Apparat me dio una sonrisa indulgente y compasiva.

―Está enferma, Sankta Alina, no está en todos sus sentidos. No puede

distinguir amigo de enemigo.

«Va con el territorio» pensé sombríamente. Tomé aliento, este era el

momento para elegir. Tenía que creer en alguien, y no podía creer en el

Apparat, un hombre que había traicionado a su Rey, luego había traicionado

al Darkling, y que yo sabía orquestaría mi martirio alegremente si eso le

ayudaba a su propósito.

―Libérelos ―repetí―. No se lo advertiré otra vez.

Una sonrisa pasó brevemente por sus labios. Detrás de la compasión, había

arrogancia, pues él era perfectamente consciente de lo débil que yo estaba.

Tenía que tener esperanza en que los otros supieran lo que estaban haciendo.

―Será escoltada a su recámara para que así pase el día en soledad ―me

dijo―. Pensará en lo que ha sucedido, y entonces regresará el buen sentido.

Esta noche oraremos juntos por guía.

¿Por qué sospechaba que esa «guía» se refería a la ubicación del pájaro de

fuego y cualquier posible información que tuviera de Nikolai Lantsov?

―¿Y si me niego? ―pregunté, estudiando a los Guardias Sacerdotales―.

¿Acaso sus soldados se alzarán en armas en contra de su Santa?

―Nadie la tocará y seguirá siendo protegida, Sankta Alina ―contestó el

Apparat―. No puedo extender la misma cortesía a aquellos que usted

llamaría amigos.

Más amenazas. Miré los rostros de los guardias, sus ojos fervientes.

Matarían a Mal, matarían a Genya, me encerrarían en mi recámara y se

sentirían justos con el acto.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Di un pequeño paso atrás; sabía que el Apparat lo leería como una señal

de debilidad.

―¿Sabe por qué vengo aquí, sacerdote?

Él hizo un gesto despectivo, haciendo notar su impaciencia.

―Le recuerda a casa.

Mis ojos se encontraron con los de Mal brevemente.

―Ya debería saber a estas alturas ―le dije―, que una huérfana no tiene

hogar.

Retorcí los dedos dentro de las mangas, y las sombras se alzaron por los

muros de la Caldera. No era una gran distracción, pero fue suficiente. Los

Guardias Sacerdotales se sorprendieron y apuntaron con los rifles a diestra y

siniestra, mientras sus cautivos Grisha retrocedían en shock. Mal no vaciló.

―¡Ahora! ―gritó. Se lanzó hacia adelante y le arrancó de las manos la

pólvora al Apparat. Tolya extendió los puños y dos de los Guardias

Sacerdotales se desmoronaron, sujetándose el pecho. Nadia y Zoya alzaron

las manos, y Tamar giró para cortarle con sus hachas las ataduras. Ambas

Impulsoras levantaron los brazos y el viento se precipitó en la habitación,

levantando serrín del suelo.

―¡Sujétenlos! ―gritó el Apparat, y los guardias se lanzaron a la acción.

Mal lanzó la bolsita de pólvora al aire, y Nadia y Zoya la lanzaron más alto,

hasta el cañón principal.

Mal se lanzó contra uno de los guardias. La costilla rota debía haber sido

una actuación, porque ya no había nada tentativo en sus movimientos: un

puñetazo aquí, un codazo allá, y el Guardia Sacerdotal cayó derribado. Mal

tomó su pistola y apuntó hacia arriba, hacia la oscuridad del cañón.

¿Este era el plan? Nadie podía acertarle a eso.

Otro guardia se lanzó contra Mal, pero él pivoteó para alejarse de su agarre

y disparó.

Por un momento hubo silencio como si el tiempo se hubiera suspendido,

pero entonces muy por encima de nosotros, lo oí: una explosión ahogada.

Entonces un sonido estruendoso se precipitó hacia nosotros, y una nube de

hollín y escombros cayó desde lo alto del cañón.

Page 37: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―¡Nadia! ―exclamó Zoya, que estaba luchando con un guardia.

Nadia formó un arco con los brazos, la nube quedó flotando y se

arremolinó hasta formar una columna que giró y luego colapsó en el suelo

con un repiqueteo inofensivo de guijarros y tierra.

Asimilé todo esto de forma borrosa: la lucha, los gritos de rabia del

Apparat, el aceite que se había incendiado en la pared más lejana.

Genya y yo habíamos venido a las cocinas por una sola razón: las

chimeneas. No era por el calor ni por una sensación de comodidad, sino

porque cada una de esas antiguas chimeneas llevaba al cañón principal, y ese

cañón era el único lugar en la Catedral Blanca con acceso directo a la

superficie. Acceso directo al sol.

―¡Mátenlos! ―les gritó el Apparat a sus Guardias Sacerdotales―.

¡Intentan asesinar a nuestra Santa! ¡Intentan matarnos a todos!

Había venido aquí todos los días con la esperanza de que los cocineros

fueran a utilizar más que unos pocos fuegos, para que abrieran

completamente el cañón. Había intentado invocar, escondida de los Guardias

Sacerdotales gracias al chal de Genya y su temor supersticioso hacia ella. Lo

había tratado y había fallado. Ahora Mal había volado en pedazos el cañón y

estaba completamente abierto. Solo podía llamar y rezar por que la luz

respondiera. La sentí, a kilómetros por encima de mí, tan vacilante, apenas un

suspiro. El pánico se apoderó de mí; la distancia era demasiado grande. Había

sido una tonta por tener la esperanza.

Luego fue como si algo en mi interior se levantara y estirara, como una

criatura que había yacido descansando demasiado tiempo, cuyos músculos se

habían vuelto débiles por el desuso; pero seguía ahí, a la espera. Llamé y la

luz respondió con la fuerza de las astas en mi garganta y las escamas en mi

muñeca. Vino hacia mí atropelladamente, triunfante y ansiosa.

Le sonreí ampliamente al Apparat y dejé que el júbilo me llenara.

―Un hombre tan obsesionado con el fuego sagrado debería prestarle más

atención al humo.

La luz salió de golpe de mí y explotó en la habitación en una cascada

enceguecedora que iluminó la expresión casi cómica en el rostro del Apparat.

Page 38: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Los Guardias Sacerdotales alzaron las manos y cerraron los ojos con fuerza

ante el brillo.

Con la luz llegó el alivio, una sensación de estar sana y completa por

primera vez en meses. Una parte de mí de verdad había temido que nunca me

recobraría por completo, que al haber utilizado merzost en mi lucha con el

Darkling, que al haberme atrevido a crear soldados de sombra e inmiscuirme

con la creación en el corazón del mundo, de alguna forma había renunciado a

este don. Pero ahora era como si pudiera sentir mi cuerpo volviendo a la vida,

a mis células reviviendo. El poder surcaba en mis venas y reverberaba en mis

huesos.

El Apparat se recuperó rápidamente.

―¡Sálvenla! ―bramó―. ¡Sálvenla de los traidores!

Algunos guardias parecían confundidos, otros asustados, pero dos

avanzaron para cumplir sus órdenes, con los sables alzados para atacar a

Nadia y a Zoya.

Centré mi poder en una guadaña resplandeciente y sentí la fuerza del

Corte en mis manos. Luego Mal se lanzó frente a mí y apenas tuve tiempo de

replegarlo. La sacudida del poder sin utilizar reculó en mi interior e hizo que

el corazón me palpitara de forma irregular.

Mal se había apoderado de una espada, y su filo centelleó cuando atravesó

a un guardia y luego al otro; los derribó como árboles.

Dos más avanzaron, pero Tolya y Tamar estaban ahí para detenerlos.

David corrió junto a Genya. Nadia y Zoya lanzaron a otro guardia en el aire.

Por el rabillo del ojo vi a Guardias Sacerdotales alzando sus rifles para abrir

fuego, y la furia me atravesó, pero luché por controlarla.

«Ya no más ―me dije―. No más muertes por hoy».

Lancé el Corte en un arco feroz; se estrelló contra una mesa larga y partió

la tierra delante de los Guardias Sacerdotales. En el suelo de la cocina quedó

una zanja oscura y amplia, no había forma de saber lo profunda que era.

En la cara del Apparat estaba registrado el terror, terror y lo que podría

haber sido asombro. Los guardias cayeron de rodillas y, un momento

después, el sacerdote los siguió. Algunos lloraban y pronunciaban plegarias.

Page 39: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Escuché puños golpeando contra las puertas de la cocina, y voces que

gemían:

―¡Sankta! ¡Sankta!

Me alegraba que estuviera llamando por mí en vez del Apparat. Bajé las

manos y dejé que la luz se desvaneciera. No quería dejarla ir.

Miré los cuerpos de los guardias caídos. Uno de ellos tenía serrín en la

barba. Casi había sido la persona en acabar con su vida.

Atraje un poco de luz y la mantuve brillando como un halo cálido a mí

alrededor. Debía ser cautelosa. Este poder me estaba alimentando, pero había

estado demasiado tiempo sin él. A mi cuerpo debilitado le estaba costando

mantener el ritmo, y no estaba segura de mis límites. Aun así, había estado

bajo el control del Apparat durante meses, y no volvería a tener una

oportunidad como esta otra vez.

A mis pies yacían hombres muertos y desangrándose, y una multitud

estaba esperando a las puertas de la Caldera. Pude oír la voz de Nikolai en mi

cabeza: «A la gente le gusta el espectáculo». Bueno, el espectáculo aún no

había terminado.

Caminé hacia delante, rodeando con cuidado la zanja que había abierto, y

me detuve frente a unos de los guardias arrodillados. Era más joven que los

otros, la barba recién le estaba saliendo. Tenía la mirada pegada en el suelo

mientras murmuraba plegarias. No solo capté mi nombre, sino también los

nombres de Santos reales, unidos como si fueran una sola palabra. Le toqué

un hombro con la mano y cerró los ojos mientras las lágrimas le rodaban por

las mejillas.

―Perdóneme ―me dijo―. Perdóneme.

―Mírame ―le dije con suavidad.

Se obligó a levantar la mirada. Le ahuequé el rostro en mi mano con

suavidad, como una madre, aunque apenas era mayor que yo.

―¿Cuál es tu nombre?

―Vladim… Vladim Ozwal.

―Es bueno dudar de los Santos, Vladim, y también de los hombres.

Él asintió tembloroso y derramó otra lágrima.

Page 40: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―Mis soldados llevan mi marca ―le dije, refiriéndome a los tatuajes de los

Soldat Sol―. Hasta hoy te has alejado de ellos, te has enterrado en libros y

plegarias en vez de escuchar a la gente. ¿Llevarás mi marca ahora?

―Sí ―contestó ferviente.

―¿Me jurarás lealtad a mí y solo a mí?

―¡Con mucho gusto! ―exclamó―. ¡Sol Koroleva!

Reina Sol. El estómago me dio un vuelco. Parte de mí odiaba lo que estaba

a punto de hacer. «¿No puedo simplemente hacerlo firmar algo? ¿Que haga

un juramento de sangre? ¿Qué me haga una promesa muy firme?», pero debía

ser más fuerte que eso.

Este muchacho y sus compañeros se habían alzado en armas contra mí, no

podía permitir que sucediera otra vez, y este era el lenguaje de los Santos y el

sufrimiento, el lenguaje que ellos comprendían.

―Ábrete la camisa ―le ordené. Ahora no era una madre amorosa, sino un

tipo diferente de Santa, una guerrera blandiendo fuego santo.

Se desabotonó con torpeza, pero no dudó. Separó la tela y desnudó la piel

del pecho. Estaba cansada, seguía débil; debía concentrarme. Quería enfatizar

un punto, no matarlo.

Sentí la luz en mi mano. Presioné la palma contra la piel suave sobre su

corazón y dejé que el poder pulsara. Vladim se encogió de dolor cuando lo

tocó y le quemó la piel, pero no gritó. Tenía los ojos muy abiertos y sin

parpadear, y una expresión extasiada. Cuando quité la mano, la huella de mi

palma permaneció, la marca palpitaba de un rojo furioso en su pecho.

«No está mal para ser la primera vez que mutilas a un hombre», pensé

sombría.

Dejé que el poder se desvaneciera, agradecida de haber terminado.

―Ya está hecho.

Vladim se miró el pecho, y en su rostro se formó una sonrisa beatífica.

«Tiene hoyuelos ―noté con un sobresalto―. Hoyuelos y una cicatriz

horrorosa que llevará por el resto de su vida.

―Gracias, Sol Koroleva.

―Levántate ―le ordené.

Page 41: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Él se puso de pie, sonriéndome ampliamente y con lágrimas aún

corriéndole por las mejillas.

El Apparat se movió como si fuera a ponerse de pie.

―Quédese donde está ―le espeté y mi furia regresó. Él era la razón de que

hubiera tenido que marcar a este joven. Él era la razón de que dos hombres

yacieran muertos con su sangre amontonándose sobre cáscaras de cebollas y

zanahorias.

Lo miré. Sentía la tentación de arrebatarle la vida, de librarme de él para

siempre. Sería profundamente estúpido; había impresionado a unos cuantos

soldados, pero si asesinaba al Apparat, ¿quién sabía el caos que podría causar?

«Pero quieres hacerlo», dijo una voz en mi cabeza. Por los meses bajo tierra,

por el miedo y la intimidación, por cada día sacrificado bajo la superficie

cuando podría haber estado cazando al pájaro de fuego y buscando venganza

contra el Darkling. Debió habérmelo leído en los ojos.

―Sankta Alina, solo quería que estuviera a salvo, que nuevamente

estuviera sana y completa ―dijo tembloroso.

―Entonces considere como contestadas sus plegarias. ―Era una mentira

enorme. Las últimas palabras que hubiera elegido para describirme hubieran

sido «sana» o «completa».

―Sacerdote ―le dije―. Le ofrecerá santuario a todos aquellos que lo

busquen, no solo a aquellos que veneran a la Santa del Sol.

Él sacudió la cabeza.

―La seguridad de la Catedral Blanca…

―Si no es aquí, entonces en otro lugar. Arrégleselas.

Tomó aliento.

―Por supuesto.

―Y no habrá más niños soldados.

―Si los fieles quieren luchar…

―Está de rodillas ―le indiqué―. Esta no es una negociación.

Apretó los labios, pero después de un momento, bajó la barbilla para

asentir.

Miré alrededor.

Page 42: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―Todos ustedes son testigos de estos decretos. ―Luego me giré hacia uno

de los guardias―. Dame tu arma.

Me la entregó sin detenerse a pensarlo. Con algo de satisfacción, vi que el

Apparat abría mucho los ojos con consternación, pero simplemente le pasé el

arma a Genya, luego exigí un sable para David, aunque sabía que no sería

muy bueno con él. Zoya y Nadia estaban listas para invocar, y Mal y los

gemelos ya estaban armados.

―Arriba ―le dije al Apparat―. Que haya paz. Hemos presenciado

milagros este día.

Se puso de pie y cuando lo abracé, le susurré al oído.

―Le dará su bendición a nuestra misión, y seguirá las órdenes que le he

dado. O lo cortaré a la mitad y lanzaré los trozos al Abismo, ¿entendido?

Él tragó saliva y asintió.

Necesitaba tiempo para pensar, pero no contaba con tiempo. Teníamos que

abrir esas puertas y ofrecerle a la gente una explicación por los guardias

caídos y la explosión.

―Atiendan a sus muertos ―le dije a uno de los Guardias Sacerdotales―.

Los cargaremos entre nosotros. ¿Tienen… tienen familia?

―Nosotros somos su familia ―contestó Vladim.

Me dirigí a los otros.

―Reúnan a los fieles de la Catedral Blanca y llévenlos a la cueva principal.

Les hablaré en una hora. Vladim, una vez que salgamos de la Caldera, libera

a los otros Grisha y llévalos a mi recámara.

Él se tocó la marca del pecho como en una especie de saludo.

―Sankta Alina.

Miré el rostro amoratado de Mal.

―Genya, límpialo. Nadia…

―Estoy en eso ―dijo Tamar, ya limpiándole la sangre del labio a Nadia

con una toalla que había hundido en una olla llena de agua caliente―. Lo

siento por esto ―la oí decir.

Nadia sonrió.

―Tenía que parecer real. Además, te la devolveré.

Page 43: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―Ya veremos ―replicó Tamar.

Miré a los otros Grisha vestidos con sus keftas desaliñadas. No hacíamos

un desfile muy impresionante.

―Tolya, Tamar, Mal: ustedes caminarán junto a mí y el Apparat. ―Bajé la

voz―. Intenten parecer confiados y… majestuosos.

―Tengo una pregunta… ―comenzó a decir Zoya.

―Yo tengo cientos, pero tienen que esperar. No quiero que la multitud se

convierta en una muchedumbre violenta. ―Miré al Apparat. Sentí el deseo

oscuro de degradarlo, de hacerlo arrastrase en frente de mí por esas largas

semanas de subyugación bajo tierra. Pensamientos feos y ridículos. Podía

darme una satisfacción mezquina, pero ¿qué costaría?

Tomé aliento y dije:

―Quiero que todos se entremezclen con los Guardias Sacerdotales. Esta es

una demostración de alianza.

Nos organizamos frente a las puertas. El Apparat y yo tomamos la

delantera, los Guardias Sacerdotales y los Grisha nos seguían, y los cuerpos

de los caídos los cargaban en alto sus hermanos.

―Vladim ―le dije―. Abre las puertas.

Cuando Vladim avanzó para quitar los seguros, Mal tomó su lugar junto

mí.

―¿Cómo supiste que podría invocar? ―le pregunté en voz baja.

Él me miró y una débil sonrisa le tocó los labios.

―Fe.

Page 44: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

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Traducido por metal_master_g3

Cuando las puertas se abrieron de golpe, extendí las manos para que la luz se

derramara por el pasillo. Las personas alineadas en el túnel gritaron, los que

aún no estaban arrodillados lo hicieron, y oí un cántico de oraciones en torno

a mí.

―Hable ―le murmuré al Apparat mientras bañaba a los suplicantes en

radiante luz solar―. Y hágalo bien.

―Nos hemos enfrentado a una gran prueba el día de hoy ―declaró

apresuradamente―, y nuestra Santa ha emergido más fuerte que antes. La

oscuridad llegó a este lugar sagrado…

―¡Yo la vi! ―gritó uno de los Guardias Sacerdotales―. Unas sombras

escalaron la pared…

―En cuanto a eso… ―murmuró Mal.

―Luego.

―Pero fue vencida ―continuó el Apparat―, como siempre será vencida:

¡por la fe!

Di un paso al frente.

―Y por el poder.

Una vez más, dejé que la luz cruzara el pasillo en una cascada cegadora.

La mayoría de estas personas nunca había visto la verdadera magnitud de mi

poder. Alguien lloraba, y oí mi nombre enterrado en los gritos de «¡Sankta!

¡Sankta!»

Mientras dirigía al Apparat y a los Guardias Sacerdotes por la Catedral

Blanca, mi mente estaba ocupada buscando opciones. Vladim iba delante de

nosotros, cumpliendo mis órdenes.

Page 45: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Por fin teníamos la oportunidad de liberarnos de este lugar pero, ¿qué

significaría dejar la Catedral Blanca atrás? Estaría abandonando un ejército y

dejándolo al cuidado del Apparat. Sin embargo, no teníamos muchas

opciones. Necesitaba estar en la superficie. Necesitaba el pájaro de fuego.

Mal envió a Tamar a reunir al resto de los Soldat Sol y a buscar más armas

de fuego en funcionamiento. Mi control de los Guardias Sacerdotales era

tenue como mucho, por lo que en caso de problemas, queríamos armas listas;

esperaba poder confiar en que los Soldat Sol me fueran fieles.

Acompañé al Apparat a sus aposentos, con Mal y Tolya a la siga. En su

puerta, le dije:

―En una hora, vamos a realizar juntos el oficio. Esta noche, me iré con mis

Grisha y les anunciará nuestra partida.

―Sol Koroleva ―susurró el Apparat―. Le ruego no regresen a la

superficie tan pronto. La posición de Darkling no es muy fuerte. El muchacho

Lantsov tiene pocos aliados…

―Yo soy su aliada.

―La abandonó en el Pequeño Palacio.

―Sobrevivió, sacerdote. Me imagino que eso es algo que debe entender.

Nikolai tenía la intención de llevar a un lugar seguro a su familia y Baghra,

y entonces volver a la lucha. Ahora simplemente podía tener la esperanza de

que lo hubiera logrado, y que los rumores que decían que estaba causando

estragos en la frontera norte fueran ciertos.

―Deje que se debiliten, observe en qué dirección sopla el viento…

―Le debo Nikolai Lantsov más que eso.

―¿La mueve la lealtad? ¿O la codicia? ―presionó el Apparat―. Los

amplificadores han esperado incontables años para estar juntos, ¿y usted no

puede esperar unos meses más?

Apreté la mandíbula ante la idea. No estaba segura de lo que me movía, si

era mi necesidad de venganza o algo superior, si eran las ansias por el pájaro

de fuego o mi amistad con Nikolai, pero no importaba mucho.

―Esta es mi guerra también ―repliqué―. No me voy a ocultar como una

lagartija bajo una roca.

Page 46: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―Le ruego que preste atención a mis palabras. Lo único que he hecho es

servirle fielmente.

―¿Igual que sirvió al Rey? ¿Igual que sirvió al Darkling?

―Yo soy la voz del pueblo. Ellos no eligieron a los reyes Lantsov o al

Darkling. Ellos la eligieron como su Santa, y la amarán como su Reina.

Incluso el sonido de esas palabras me agotó.

Miré por encima del hombro hacia donde Mal y Tolya esperaban a una

distancia respetuosa.

―¿Usted lo cree? ―le pregunté al sacerdote. La pregunta me había

atormentado desde que había oído por primera vez que estaba formando este

culto―. ¿De verdad crees que soy una Santa?

―Lo que creo no importa ―respondió―. Eso es lo que nunca ha

entendido. ¿Sabe que han comenzado a construir altares en honor a usted en

Fjerda? En Fjerda, donde queman Grisha en la hoguera. Hay una línea muy

fina entre el temor y la veneración, Alina Starkov; puedo mover esa línea, ese

es el premio que le ofrezco.

―No lo quiero.

―Pero lo tendrá. Los hombres luchan por Ravka porque el rey lo manda,

porque su sueldo mantiene a sus familias y evita que mueran de hambre,

porque no tienen otra opción. Pero luchan por usted porque para ellos es la

salvación. Morirían de hambre por usted, darían sus vidas y las vidas de sus

hijos por usted. Pelearían sin miedo y morirían felices. No hay mayor poder

que la fe, y no habrá un ejército más grande que el guiado por la fe.

―La fe no protegió a sus soldados de los nichevo'ya. No importa lo

fanáticos que sean, no los protegerá.

―Usted solo ve la guerra, yo veo la paz que vendrá. La fe no conoce

fronteras, ni nacionalidad. El amor por usted se ha arraigado en Fjerda,

seguirán los shu y luego los kerch. Nuestra gente avanzará y hará correr la

voz, no solo a través de Ravka, sino a través del mundo. Este es el camino a la

paz, Sankta Alina, por medio de usted.

―El costo es demasiado alto.

―La guerra es el precio del cambio.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Y la gente común lo paga, los campesinos como yo. Nunca los hombres

como usted.

―Nosotros…

Lo silencié con una mano. Pensé en el Darkling asolando a todo un pueblo;

en Vasily, el hermano de Nikolai, exigiendo que se bajara la edad de

reclutamiento. El Apparat afirmaba hablar en nombre del pueblo, pero no era

diferente al resto.

―Manténgalos a salvo, sacerdote, a este rebaño, este ejército.

Manténganlos alimentados, sin cicatrices en los rostros, con los rifles alejados

de las manos de los niños. Déjeme el resto a mí.

―Sankta Alina…

Abrí la puerta de su recámara.

―Pronto rezaremos juntos ―le dije―. Pero creo que le haría bien empezar

ahora.

* * *

Mal yo dejamos al Apparat seguro en su recámara, custodiado por Tolya

con órdenes estrictas de que la puerta permaneciera cerrada y que nadie

perturba las oraciones del sacerdote.

Sospechaba que el Apparat pronto tendría a los Guardias Sacerdotales, tal

vez incluso a Vladim, de nuevo bajo su control, pero lo único que

necesitábamos eran unas horas de ventaja. Tuvo suerte de que no lo lanzara a

un rincón húmedo de los archivos.

Cuando por fin llegamos a mi recámara, me encontré con mis Grisha en la

estrecha habitación blanca y Vladim esperando en la puerta. Mi dormitorio

era de los más grandes de la Catedral Blanca, pero aun así era un reto

acomodar a un grupo de doce personas. Nadie parecía muy malherido: Nadia

tenía el labio hinchado, y Maxim estaba atendiendo un corte sobre el ojo de

Stigg. Era la primera vez que nos habían permitido reunirnos bajo tierra, y

había algo reconfortante en ver Grisha amontonados y despatarrados sobre

los escasos muebles.

Mal parecía no estar de acuerdo.

Page 48: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―Bien podríamos viajar con una banda de música ―se quejó en voz baja.

―¿Qué demonios está pasando? ―preguntó Sergei tan pronto me despedí

de Vladim―. En un minuto estoy en la enfermería con Maxim, al siguiente

estoy en una celda. ―Se paseaba de arriba abajo con un brillo sudoroso en la

piel; además de ojeras bajo los ojos.

―Cálmate ―le dijo Tamar―. No estás en la cárcel ahora.

―Bien podría estarlo, todos estamos atrapados aquí abajo. Y ese bastardo

solo está buscando una oportunidad de deshacerse de nosotros.

―Si quieres salir de las cuevas, entonces esta es tu oportunidad ―le dije―.

Nos vamos. Esta noche.

―¿Cómo? ―preguntó Stigg.

A modo de respuesta, dejé que la luz del sol flameara en la palma de mi

mano durante un momento breve y radiante, prueba de que mi poder se había

vuelto a encender en mi interior, aunque ese pequeño gesto me costó más

esfuerzo del que debería.

La sala estalló en silbidos y aplausos.

―Sí, sí ―exclamó Zoya―. La Invocadora del Sol puede invocar, y solo nos

costó unas pocas muertes y una pequeña explosión.

―¿Volaron algo? ―preguntó Harshaw lastimeramente―. ¿Sin mí?

Estaba arrimado contra la pared junto a Stigg. Nuestros dos Infernos no

podían ser más diferentes. Stigg era bajo y fornido con el pelo rubio casi

blanco, y tenía el aspecto robusto de una vela religiosa. Harshaw era alto y

esbelto, con el pelo más rojo que Genya, casi del color de la sangre. Una gata

atigrada y escuálida de pelaje anaranjado de algún modo había bajado hasta

las entrañas de la Catedral Blanca y se había encariñado con él; lo seguía a

todas partes, escabulléndose entre sus piernas o aferrada a su hombro.

―¿De dónde salió esa pólvora? ―pregunté, posándome junto a Nadia y

su hermano en el borde de mi cama.

―Los hice cuando se suponía que debía estar haciendo ungüento

―respondió David―. Tal como ordenó el Apparat.

―¿Bajo las narices de los Guardias Sacerdotales?

―No es como si supieran algo de la Pequeña Ciencia.

Page 49: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―Bueno, alguien debe hacerlo; te atraparon.

―No exactamente ―dijo Mal. Se había ubicado en la puerta junto a Tamar

para vigilar el pasillo.

―David sabía que nos encontraríamos en la Caldera ―explicó Genya―, y

adivinó sobre la chimenea.

David frunció el ceño.

―Yo no adivino.

―Pero no había manera de sacar la pólvora de los archivos, no cuando los

guardias lo revisaban todo.

Tamar sonrió.

―Así que tuvimos que entregárselos al Apparat.

Lo miré con incredulidad.

―¿Querían que los arrestaran?

―Resulta que la manera más fácil de tener una reunión es que te arresten

―dijo Zoya.

―¿Saben lo arriesgado que fue?

―Culpa a Oretsev ―respondió Zoya con un resoplido―. Fue su idea de

plan brillante.

―Funcionó ―replicó Genya.

Mal se encogió de hombros.

―Como dijo Sergei, el Apparat estaba esperando una oportunidad para

sacarnos de la acción, así que pensé en una manera de dársela.

―Pero no estábamos seguros de cuando estarías en la Caldera ―dijo

Nadia―. Cuando hoy te fuiste de los archivos, David dijo que había olvidado

algo en su habitación y vino a las salas de entrenamiento para darnos una

señal. Sabíamos que el Apparat sería más propenso a confiar en Tolya y

Tamar, así que nos golpearon un poco…

―Mucho ―interrumpió Mal.

―Entonces dijeron haber descubierto un complot retorcido que implicaba

a unos Grisha malvados y a un rastreador muy crédulo.

Mal hizo un saludo militar burlón.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Tenía miedo de que insistieran en ponerlos a todos en las celdas ―dijo

Tamar―. Por eso le dijimos que estabas en peligro inminente y que teníamos

que llegar a la Caldera de inmediato.

Nadia sonrió.

―Y entonces simplemente esperamos que la cocina entera no cayera sobre

nosotros.

El ceño de David se profundizó.

―Fue una explosión controlada. Las probabilidades de que la estructura

de la cueva se sostuviera estaban muy por encima del promedio.

―Ah, por encima del promedio ―exclamó Genya―. ¿Por qué no lo dijiste

antes?

―Lo acabo de hacer.

―¿Qué pasa con esas sombras en la pared? ―preguntó Zoya―. ¿Quién

hizo eso?

Me tensé, sin saber qué decir.

―Yo ―contestó Mal―. Las amañamos como distracción.

Sergei paseaba arriba y abajo, haciendo crujir los nudillos.

―Deberían habernos dicho sobre el plan, nos merecíamos una

advertencia.

―Deberían haberme dejado volar algo al menos ―agregó Harshaw.

Zoya se encogió de hombros de forma exagerada.

―Siento tanto que se sintieran excluidos. No importa que nos vigilaran tan

de cerca y que fuera un milagro que no nos descubrieran. Definitivamente

deberíamos haber puesto en peligro toda la operación para no herir sus

sentimientos.

Me aclaré la garganta.

―En menos de una hora lideraré el servicio con el Apparat. Nos iremos

inmediatamente después, y necesito saber quién me acompañará.

―¿Hay alguna oportunidad de que nos digas dónde está el tercer

amplificador? ―preguntó Zoya. Hasta ahora, solo los gemelos, Mal y yo

sabíamos dónde esperábamos encontrar el pájaro de fuego. «Y Nikolai», me

recordé. Nikolai sabía demasiado… si continuaba con vida.

Page 51: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Mal movió la cabeza.

―Cuanto menos sepan, más seguros estaremos.

―Entonces, ¿no nos dirán adónde vamos? ―preguntó Sergei

malhumorado.

―No exactamente. Vamos a tratar de contactarnos con Nikolai Lantsov.

―Creo que deberíamos intentar buscarlo en Ryevost ―dijo Tamar.

―¿Ir a las ciudades de los ríos? ―pregunté―. ¿Por qué?

―Sturmhond tiene líneas de contrabando a lo largo de Ravka. Es posible

que Nikolai los esté utilizando para introducir armas al país. ―Tamar lo

sabría, pues ella y Tolya habían sido miembros de confianza de la tripulación

de Sturmhond―. Si los rumores son ciertos y su base está en al norte, entonces

hay una buena probabilidad de que el punto de entrega cercano a Ryevost

aún este activo.

―Eso es un montón de suposiciones y nada más ―observó Harshaw.

Mal asintió.

―Es cierto, pero es nuestra mejor pista.

―¿Y si es un callejón sin salida? ―preguntó Sergei.

―Nos separaremos ―dijo Mal―. Encontraremos una casa segura donde

puedan pasar desapercibidos, y yo me llevo a un equipo para encontrar al

pájaro de fuego.

―Son bienvenidos a quedarse ―les dije a los demás―. Sé que los

peregrinos no son amigables con los Grisha, y después de esta noche, no estoy

segura de cómo cambiará ese sentimiento. Pero si nos capturan en la

superficie…

―El Darkling no trata amablemente a los traidores ―finalizó Genya en

voz baja.

Todo el mundo se movió incómodo, pero me forcé a mirarla a los ojos.

―No, no lo hace.

―Ya tuvo su oportunidad conmigo ―dijo―. Yo voy.

Zoya se alisó el puño de su abrigo.

―Avanzaremos más rápido sin ti.

―Mantendré el paso ―aseguró Genya.

Page 52: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―Que así sea ―le pidió Mal―. Vamos a entrar a una zona plagada de

milicias, sin mencionar a los oprichniki del Darkling. Eres reconocible ―le dijo

a Genya―. También Tolya, ya que estamos.

A Tamar le temblaron los labios.

―¿Te gustaría ser el que le diga que no puede venir?

Mal lo consideró.

―Tal vez podamos disfrazarlo como un árbol muy grande.

Adrik se puso de pie tan rápido, que casi me caí de la cama.

―Nos vemos en una hora ―nos dijo, como desafiándonos a discutir.

Nadia se encogió de hombros cuando salió de la habitación. Adrik no era

mucho más joven que el resto de nosotros, pero tal vez porque era el hermano

menor de Nadia, parecía estar siempre probándose a sí mismo.

―Bueno, me voy ―anunció Zoya―. La humedad aquí le hace mal a mi

cabello.

Harshaw se apartó de la pared.

―Yo preferiría quedarme ―dijo con un bostezo―. Pero Oncat dice que

vayamos. ―Levantó la gata sobre su hombro con una mano.

―¿Le vas a poner nombre a esa cosa alguna vez? ―preguntó Zoya.

―Ya tiene nombre.

―Oncat no es un nombre, significa gato en kaelish.

―Le queda bien, ¿verdad?

Zoya rodó los ojos y se dirigió a la puerta, seguida por Harshaw y luego

Stigg, que hizo una reverencia cortés y dijo―: Estaré listo.

Los demás salieron tras ellos. Sospechaba que David habría preferido

permanecer en la Catedral Blanca, encerrado con los diarios de Morozova,

pero era nuestro único Fabricador, y suponiendo que encontráramos al pájaro

de fuego, lo necesitaríamos para forjar el segundo grillete. Nadia parecía feliz

de ir con su hermano, aunque fue a Tamar a quién le sonrió al salir. Había

supuesto que Maxim elegiría permanecer aquí en la enfermería, y acerté. Tal

vez podría conseguir que Vladim y los otros Guardias Sacerdotales sentaran

ejemplo a los peregrinos y aprovecharan las habilidades de Maxim como

Sanador.

Page 53: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

La única sorpresa fue Sergei. Aunque la Catedral Blanca era miserable,

húmeda y aburrida, también era relativamente segura. Y con lo ansioso que

parecía Sergei por querer escapar las garras del Apparat, no había estado

segura de que quisiera arriesgarse a salir con nosotros a la superficie. Pero

asintió lacónicamente y simplemente dijo:

―Allí estaré.

Tal vez todos estábamos desesperados por el cielo azul y la oportunidad

de sentirnos libres nuevamente, sin importar el riesgo.

Cuando se fueron, Mal suspiró y dijo:

―Bueno, valió la pena intentarlo.

―Todo lo que dijiste sobre las milicias era para intentar asustarlos ―le

dije, luego de darme cuenta.

―Doce es demasiado. Un grupo tan grande que nos retrasará en los

túneles, y una vez que estemos en la superficie, nos pondrá en un gran riesgo.

Tan pronto tengamos una oportunidad, tendremos que separarnos. De

ninguna manera llevaré a una docena de Grisha a las montañas del sur.

―Bien ―le dije―. Asumiendo que podemos encontrar un lugar seguro

para ellos.

―No es una tarea fácil, pero lo conseguiremos. ―Se acercó a la puerta―.

Regresaré en media hora para llevarte a la caverna principal.

―Mal ―lo llamé―, ¿por qué te interpusiste entre los Guardias

Sacerdotales y yo?

Él se encogió de hombros.

―No son los primeros hombres que he matado, ni serán los últimos.

―Evitaste que usara el Corte.

No me miró cuando dijo:

―Tú serás la reina algún día, Alina. Mientras menos manchadas de sangre

estén tus manos, mejor.

Dijo la palabra «reina» con tanta facilidad.

―Pareces seguro de que encontraremos a Nikolai.

―Estoy seguro de que encontraremos el pájaro de fuego.

Page 54: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―Necesito un ejército, el pájaro de fuego puede que no sea suficiente.

―Me froté los ojos con la mano―. Puede que Nikolai ni siquiera se encuentre

en Ravka.

―Los informes que salen del norte…

―Podrían ser mentiras difundidas por el Darkling. «El Príncipe del Aire»

podría ser un mito creado para sacarnos de nuestro escondite. Puede que

Nikolai no haya logrado salir del Gran Palacio. ―Me dolía decirlo, pero me

forcé a decir las palabras―. Podría estar muerto.

―¿Lo crees?

―No lo sé.

―Si alguien podía escapar de allí, es Nikolai.

El zorro demasiado astuto. Incluso después de que abandonó su disfraz

como Sturmhond, eso es lo que Nikolai ha sido para mí: siempre analizando,

siempre calculador. Pero no había previsto la traición de su hermano, no había

previsto el ataque del Darkling.

―Está bien ―dije, avergonzada por el temblor en mi voz―. No me has

preguntado por las sombras.

―¿Debería?

No me pude resistir, quizá quería ver cómo reaccionaría. Doblé los dedos,

y las sombras se alzaron desde las esquinas.

Mal siguió su progreso con los ojos. ¿Qué esperaba ver en él? ¿Miedo? ¿Ira?

―¿Puedes hacer más con eso? ―preguntó.

―No, solo es una especie de remanente de lo que hice en la capilla.

―¿Te refieres a cuando nos salvaste la vida?

Dejé que las sombras cayeran y me apreté el puente de la nariz con los

dedos, luchando contra el mareo.

―Me refiero a cuando usé merzost. Esto no es un poder real, es solo un

truco de carnaval.

―Es algo que tomaste de él ―dijo. No creo haberme imaginado la

satisfacción en su voz―. No voy a decir ni una palabra, pero no deberías

esconderte de los demás.

Podía preocuparme por eso luego.

Page 55: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―¿Qué pasaría si los hombres de Nikolai no están en Ryevost?

―¿Crees que puedo localizar a un mítico pájaro gigante, pero no puedo

encontrar a un príncipe bocazas?

―Un príncipe que ha logrado evadir al Darkling durante meses.

Mal me estudió.

―Alina, ¿sabes cómo hice ese tiro? ¿Allá en la Caldera?

―Si dices que es porque eres así de bueno, te golpearé con mi zapato.

―Bien, soy muy bueno ―dijo con una leve sonrisa―. Pero hice que David

metiera un escarabajo en la bolsa.

―¿Por qué?

―Para acertar más fácil; todo lo que tenía que hacer era rastrearlo.

Alcé las cejas.

―Vaya, ese es un truco impresionante.

Él se encogió de hombros.

―Es el único que conozco. Si Nikolai está vivo, lo encontraremos. ―Hizo

una pausa, y luego añadió―: No te fallaré nuevamente. ―Se giró para

marcharse, pero antes de cerrar la puerta, dijo―: Intenta descansar. Estaré

afuera si me necesitas.

Me quedé allí por largo rato. Quería decirle que no me había fallado, pero

eso no era del todo cierto. Le había mentido sobre las visiones que me

atormentaban, y él me había alejado cuando más lo había necesitado. Tal vez

ambos nos habíamos pedido renunciar a demasiado. Fuera o justo o no, sentía

como si Mal me hubiera dado la espalda, y una parte de mí lo resentía por

ello.

Eché un vistazo a la habitación vacía. Había sido desconcertante ver a

tantas personas hacinadas aquí. ¿Qué tan bien los conocía? Harshaw y Stigg,

unos años mayores que los otros, eran Grisha que se habían dirigido al

Pequeño Palacio después de oír que la Invocadora del Sol había regresado;

eran prácticamente unos extraños. Los gemelos creían que estaba bendecida

por un poder divino, Zoya me seguía a regañadientes, Sergei se estaba

desmoronando y sabía que probablemente me culpaba por la muerte de

Page 56: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Marie. Puede que Nadia también; la lloraba en silencio, pero habían sido

mejores amigas.

Y Mal. Suponía que ya habíamos hecho la paz, pero no fue fácil. O tal vez

simplemente habíamos aceptado en qué me convertiría, que nuestros caminos

inevitablemente se separarían. «Vas a ser una reina algún día, Alina».

Sabía que debería intentar dormir durante unos minutos al menos, pero

mi mente no paraba. Mi cuerpo vibraba con el poder que había usado, ansioso

por más.

Eché un vistazo a la puerta, deseando que tuviera cerradura, pues quería

probar algo. Lo había intentado un par de veces y nunca había conseguido

nada más que un dolor de cabeza. Era peligroso, probablemente estúpido,

pero ahora que mi poder había regresado, quería intentarlo de nuevo.

Me quité las botas y me tumbé en la cama estrecha. Cerré los ojos, sentí el

collar en el cuello, las escamas en la muñeca, la presencia de mi poder en mi

interior como el latido de mi corazón. Sentí la herida en mi hombro, el nudo

oscuro de las cicatrices hechas por el nichevo'ya del Darkling que había

fortalecido el vínculo entre nosotros, dándole acceso a mi mente como el collar

le había dado acceso a mi poder. En la capilla, utilicé esa conexión en su contra

y casi nos destruyó a los dos en el proceso. Era una tonta por intentarlo ahora.

Sin embargo, era tentador. Si el Darkling tenía acceso a ese poder, ¿por qué

no yo? Era la oportunidad para reunir información, para entender cómo

funcionaba el vínculo entre nosotros.

«No va a funcionar ―me tranquilicé―. Lo intentarás, fallarás, y dormirás

una siestecita».

Reduje mi respiración y dejé que el poder fluyera a través de mí. Pensé en

el Darkling, en las sombras que podía manipular con mis dedos, en el collar

que él me había puesto alrededor del cuello, el grillete en mi muñeca que me

había separado de manera irrevocable de cualquier otro Grisha y que de

verdad me puso en este camino.

No ocurrió nada, estaba tendida de espaldas en una cama en la Catedral

Blanca; no había ido a ninguna parte, estaba sola en una habitación vacía.

Parpadeé hacia el techo húmedo, era mejor así. En el Pequeño Palacio, mi

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Leigh Bardugo Dark Guardians

aislamiento estuvo cerca de destruirme, pero eso fue porque había ansiado

algo más, por el sentido de pertenencia que había buscado durante toda mi

vida. Había enterrado esa necesidad en las ruinas de una capilla. Ahora me

gustaría pensar en términos de alianza en lugar de afecto, de quién y qué me

harían lo bastante fuerte para esta lucha.

Hoy había contemplado matar al Apparat, y había quemado mi marca en

la piel de Vladim. Me dije que tenía que hacerlo, pero la muchacha que había

sido nunca habría considerado tales cosas. Odiaba al Darkling por lo que le

había hecho a Baghra y a Genya, pero ¿era yo diferente? Y cuando el tercer

amplificador se encontrara alrededor de mi muñeca, ¿sería diferente?

«Tal vez no» concedí, y con esa admisión sentí un ligero temblor, una

vibración en la conexión entre nosotros, un eco en respuesta al otro extremo

de una atadura invisible.

Me llamaba a través del collar en mi cuello y la herida en mi hombro,

amplificado por el grillete en la muñeca, un vínculo forjado por merzost y el

veneno oscuro en mi sangre. «Me llamaste, y yo contesté». Sentí que salía

flotando de mi cuerpo y me dirigía a toda velocidad hacia él. Tal vez esto era

lo que Mal sentía al rastrear, el llamado distante del otro, una presencia que

exigía atención, aunque no se pudiera ver ni tocar.

Un momento estaba flotando en la oscuridad de mis ojos cerrados, y al

siguiente estaba de pie en una habitación bien iluminada. Todo a mí alrededor

era borroso, pero reconocí el lugar: estaba en la sala del trono en el Gran

Palacio. Escuchaba gente hablando, pero era como si estuvieran bajo el agua;

oía el ruido, pero no las palabras.

Supe el momento en el que el Darkling me vio. Aunque la habitación a su

alrededor no era más que una mancha turbia, a él lo veía con una aguda

claridad.

Su autocontrol era tan grande que nadie cerca de él habría notado la fugaz

expresión de conmoción que pasó por sus rasgos perfectos. Pero vi que sus

ojos grises se abrían desmesuradamente, y que se pecho se detenía cuando

contuvo la respiración. Apretó con los dedos los brazos de la silla, no, del

Page 58: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

trono, pero luego se relajó, y asintió con la cabeza a lo que estaba diciendo la

persona frente a él.

Esperé, observando. Él había luchado por ese trono, soportado cientos de

años de batalla y servidumbre para poder reclamarlo. Tuve que admitir que

le sentaba bien. Una pequeña parte de mí esperaba encontrarlo débil, con su

pelo negro ahora de color blanco como el mío. Pero cualquiera fuera el daño

que le había infligido aquella noche en la capilla, se había recuperado mejor

que yo.

Cuando el murmullo de voces suplicantes se apagó, el Darkling se levantó.

El trono se desvaneció a un segundo plano, y me di cuenta de que las cosas

más cercanas a él parecían más claras, como si él fuera el lente a través del

cual yo veía el mundo.

―Lo voy a considerar ―dijo, con voz fría como el cristal, tan familiar―.

Ahora déjenme. ―Hizo un gesto brusco―. Todos ustedes.

¿Acaso sus lacayos intercambiaron miradas sorprendidas o simplemente

hicieron una reverencia y se fueron? No sabría decirlo. Él ya estaba bajando

las escaleras, con la mirada fija sobre mí. Sentía el corazón en un puño, y una

sola palabra clara resonó en mi mente: «Corre». Había sido una locura intentar

esto, buscarlo, pero no me moví, no deshice el vínculo.

Alguien se acercó a él, y cuando estaba a escasos centímetros del Darkling,

se enfocó claramente: túnicas rojas de Grisha, una cara que no reconocí.

Incluso pude distinguir sus palabras:

―…el asunto de firmas para… ―Entonces el Darkling lo interrumpió.

―Luego ―espetó con brusquedad, y el Corporalnik se fue.

La habitación se vació de sonido y movimiento, y todo el tiempo, el

Darkling mantuvo su mirada fija en mí. Cruzó el suelo de parqué y con cada

paso, la madera pulida se enfocaba bajo su bota, y luego se desvanecía

nuevamente.

Tuve la extraña sensación de estar tumbada en mi cama en la Catedral

Blanca y de estar aquí, en la sala del trono, de pie en un cálido cuadrado de

luz solar.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Se detuvo frente a mí y estudió mi rostro. ¿Qué vio? En mis visiones lo veía

sin cicatrices. ¿Me veía sana y completa, con el cabello castaño y los ojos

brillantes? ¿O acaso veía a una niñita pálida y gris como un hongo, maltrecha

por nuestra lucha en la capilla, debilitada por la vida subterránea?

―Si tan solo hubiera sabido que demostrarías ser una alumna tan diestra.

―Su voz sonaba genuinamente admirada, casi sorprendida. Para mi horror,

me di cuenta que la patética huérfana en mí sentía placer con su alabanza―.

¿Por qué vienes a mí ahora? ―preguntó―. ¿Te ha tomado todo este tiempo

recuperarte de nuestra escaramuza?

Si eso fue una mera escaramuza, entonces de verdad estábamos perdidos.

«No» me dije. Él había elegido esa palabra deliberadamente, para

intimidarme.

No hice caso a su pregunta y le dije:

―No me esperaba elogios.

―¿No?

―Te dejé enterrado bajo un montón de escombros.

―¿Y si te dijera que yo respeto tu brutalidad?

―Me parece que no te creo.

Una sonrisa se dibujó en sus labios.

―Una alumna diestra ―repitió―. ¿Por qué gastar mi ira en ustedes

cuando la culpa es mía? Debería haber anticipado otra traición tuya, otro

intento descabezado por algún tipo de ideal infantil. Pero me parece que he

sido víctima de mis propios deseos en lo que a ti se refiere. ―Su expresión se

endureció―. ¿Por qué has venido, Alina?

Le respondí con honestidad.

―Quería verte.

Por un momento vi sorpresa en su rostro, pero luego desapareció.

―Hay dos tronos en ese estrado. Puedes verme cuando lo desees.

―¿Me estás ofreciendo una corona? ¿Después de que intenté matarte?

Él se encogió de hombros otra vez.

―Podría haber hecho lo mismo.

―Lo dudo.

Page 60: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―No para defender ese colorido abanico de traidores y fanáticos, no. Pero

comprendo el deseo de permanecer libre.

―Y aun así intentas hacerme tu esclava.

―Busqué los amplificadores de Morozova para ti, Alina, para que

pudiéramos gobernar como iguales.

―Intentaste apoderarte de mi poder.

―Luego que huiste de mí. Después de que elegiste… ―Se detuvo y se

encogió de hombros―. En un tiempo, hubiéramos gobernado como iguales.

Sentí esa atracción, el anhelo de una niña asustada. Incluso ahora, después

de todo lo que había hecho, quería creer en el Darkling, encontrar una forma

de perdonarlo. Quería creer que Nikolai seguía vivo, quería confiar en los

otros Grisha, quería creer en cualquier cosa para no tener que afrontar el

futuro sola. «El problema con los deseos es que nos hace débiles». Me reí antes

de poder contenerme.

―Seríamos iguales hasta el día en que me atreviera a estar en desacuerdo

contigo, hasta el momento en que cuestionara tus decisiones y desobedeciera.

Entonces te encargarías de mí como lo hiciste con Genya y tu madre, como

trataste de encargarte de Mal.

Se apoyó en la ventana y pude ver claramente el marco dorado.

―¿Crees que sería diferente con tu rastreador a tu lado? ¿Con ese cachorro

Lantsov?

―Sí ―contesté simplemente.

―¿Porque serías la fuerte?

―Porque son mejores hombres que tú.

―Podrías hacerme un hombre mejor.

―Y tú podrías hacerme un monstruo.

―Nunca he entendido ese gusto por los otkazat'sya. ¿Es porque pensaste

que eras uno de ellos durante tanto tiempo?

―Una vez tú también me gustaste. ―Alzó la cabeza de golpe; no lo había

esperado. Santos, fue satisfactorio―. ¿Por qué no me has visitado?

―pregunté―. ¿En todos estos largos meses?

Guardó silencio.

Page 61: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―Apenas hubo un día en el Palacio Pequeño que no viniste a verme

―continué―, en que no te veía en una esquina oscura. Pensé que estaba

enloqueciendo

―Bien.

―Creo que tienes miedo.

―Eso debe ser muy reconfortante para ti.

―Creo temes a esta cosa que nos une. ―A mí no me asustaba. Ya no. Di

un lento paso hacia adelante y él se puso tenso, pero no se alejó.

―Soy ancestral, Alina. Sé cosas sobre el poder que apenas puedes

adivinar.

―Pero no es solo el poder, ¿no? ―pregunté en voz baja, al recordar cómo

había jugado conmigo cuando llegué al palacio. Incluso desde antes, desde el

primer momento en que nos conocimos. Yo había sido una chica solitaria,

desesperada por atención. Debí haberle entretenido tan poco.

Di otro paso. Él se quedó quieto. Nuestros cuerpos casi se tocaban. Extendí

la mano y le toqué la mejilla. Esta vez el destello de confusión en su rostro fue

evidente. Se mantenía inmóvil, su único movimiento era la subida y bajada

constante de su pecho. Entonces, como si cediera, dejó que sus ojos se cerraran

y una línea apareció entre sus cejas.

―Es cierto ―le dije en voz baja―. Eres más fuerte, más sabio, infinito en

experiencia. ―Me incliné hacia delante y le susurré, con los labios rozando su

oreja―. Pero yo soy una alumna diestra.

Abrió los ojos de golpe. Capté un vistazo fugaz de furia en su mirada gris

antes de que yo cortara la conexión.

Me dispersé y me precipité de nuevo a la Catedral Blanca, dejándolo sin

nada más que el recuerdo de la luz.

Page 62: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Traducido por Azhreik

Me senté con un jadeo, succionando el aire húmedo de la cámara de alabastro.

Miré alrededor con culpabilidad; no debí haberlo hecho. ¿Qué había

aprendido? ¿Que él estaba en el Gran Palacio y repugnantemente saludable?

Información irrisoria.

Pero no lo lamentaba. Ahora sabía lo que él veía cuando me visitaba, qué

información podía o no sacrificar por el contacto. Ahora tenía práctica en otro

poder que solo le había pertenecido a él. Y lo había disfrutado. En el Pequeño

Palacio había temido esas visiones, pensado que podía estar perdiendo la

razón, y peor, me había preguntado qué decía eso de mí. Ya no más, ya estaba

harta de estar avergonzada. Ahora le tocaba a él sentir lo que era sentirse

acosado.

Me empezó un dolor de cabeza en la sien derecha. «Busqué los

amplificadores Morozova para ti, Alina». Mentiras disfrazadas de verdades.

Los había buscado para hacerme más poderosa, pero solo porque creía que

podía controlarme; aún lo creía, y eso me asustaba. El Darkling no tenía forma

de saber que Mal y yo sabíamos dónde empezar a buscar el tercer

amplificador, pero no parecía preocupado. Ni siquiera había mencionado al

pájaro de fuego. Lucía confiado, fuerte, como si perteneciera a ese palacio y a

ese trono. «Sé cosas sobre el poder que apenas puedes adivinar». Me di una

sacudida; podría no ser una amenaza, pero podía convertirme en una. No le

permitiría que me venciera antes de tener la oportunidad de darle la pelea que

se merecía.

Page 63: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Se oyó un golpe rápido en la puerta. Era tiempo. Volví a meter los pies en

las botas y me ajusté la rasposa kefta dorada. Después de esto, tal vez me

permitiría el capricho y metería la cosa en un crisol.

Los servicios fueron un completo espectáculo. Aún era un desafío invocar

desde tan bajo tierra, pero lancé luz centelleante sobre las paredes de la

Catedral Blanca, utilizando cada reserva para maravillar a la multitud que

gemía y se balanceaba. Vladim estaba de pie a mi izquierda, con la camisa

abierta para mostrar la marca de mi palma en su pecho. A mi derecha, el

Apparat hablaba y hablaba, y ya fuera por temor o creencia real, hacía un

trabajo muy convincente. Su voz resonaba por la caverna principal mientras

clamaba que nuestra misión era guiada por la divina providencia y que yo

emergería de mis experiencias más poderosa que nunca antes.

Lo estudié mientras hablaba. Lucía más pálido de lo normal, un poco

sudado, pero no particularmente escarmentado. Me pregunté si fue un error

dejarlo vivo, pero sin la descarga de furia y poder que guiara mis acciones, la

ejecución no era un paso que estuviera preparada a considerar seriamente.

El silencio había caído, por lo que miré los rostros ansiosos de la gente

debajo. Había algo nuevo en su júbilo, tal vez porque habían presenciado un

destello de mi poder verdadero, o tal vez porque el Apparat había hecho su

trabajo muy bien. Esperaban que yo dijera algo. Había tenido sueños como

este: era una actriz en una obra, pero no me había aprendido mis líneas.

―Yo… ―La voz se me quebró, me aclaré la garganta y volví a intentarlo―.

Regresaré más poderosa que antes ―dije con mi mejor voz de Santa―.

Ustedes son mis ojos ―Necesitaba que lo fueran, para vigilar al Apparat, para

que se protegieran los unos a los otros―, ustedes son mis puños y mis

espadas.

La multitud vitoreó. Como uno, me respondieron en coro: ¡Sankta Alina!

¡Sankta Alina! ¡Sankta Alina!

―No está mal ―me felicitó Mal cuando bajé del balcón.

―He estado escuchando al Apparat durante casi tres meses. Algo se me

tenía que pegar.

Page 64: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

A mis órdenes, el Apparat anunció que pasaría tres días en aislamiento,

ayunando y orando para el éxito de nuestra misión. Los Guardias

Sacerdotales harían lo mismo, estarían confinados a los archivos, custodiados

por los Soldat Sol.

―Manténganlos fuertes en su fe ―le dije a Ruby y a los otros soldados.

Esperaba que esos tres días nos dieran bastante tiempo para alejarnos mucho

de la Catedral Blanca; pero conociendo al Apparat, probablemente los

convencería de que lo dejaran salir antes de la cena.

―La conocía ―dijo Ruby, apretándome los dedos cuando me giré para

irme―. Estaba en su regimiento, ¿lo recuerda?

Tenía los ojos húmedos, y el tatuaje en su mejilla era tan negro que parecía

flotar sobre su piel.

―Por supuesto que sí ―contesté con amabilidad. No habíamos sido

amigas, porque en ese entonces Ruby estaba más interesada en Mal que en la

religión; yo había sido prácticamente invisible para ella.

Ahora dejó salir un sollozo y me besó los nudillos.

―Sankta ―susurró con fervor. Cuando pensaba que mi vida no podía

ponerse más extraña, me equivocaba.

Una vez que me desembaracé de Ruby, me tomé un momento final para

hablar con el Apparat en privado.

―Sabe lo que iré a buscar, sacerdote, y sabe el poder que empuñaré

cuando regrese. Nada le sucede a los Soldat Sol o a Maxim.

No me gustaba dejar al Sanador aquí, por su cuenta, pero no le ordenaría

que se nos uniera, pues sabía los peligros que podríamos enfrentar en la

superficie.

―No somos enemigos, Sankta Alina ―dijo el Apparat suavemente―.

Debe saber que todo lo que deseaba era verla en el trono de Ravka.

Casi sonreí ante eso.

―Lo sé, sacerdote. En el trono y en su puño.

Ladeó la cabeza para contemplarme. El brillo fanático se había

desvanecido de sus ojos; simplemente lucía calculador.

―No es lo que esperaba ―admitió.

Page 65: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―¿No soy la Santa por la que negoció precisamente?

―Menos Santa ―dijo―, pero tal vez una reina mejor. Rezaré por usted,

Alina Starkov.

Lo extraño es que le creía.

* * *

Mal y yo nos reunimos con los otros en el pozo de Chetya, una fuente

natural en la encrucijada de los cuatro túneles más grandes. Si el Apparat

decidía mandar un destacamento tras nosotros, seríamos más difíciles de

rastrear desde allí. Al menos esa era la idea, pero no habíamos contado con

que muchos de los peregrinos acudieran para vernos partir. Habían seguido

a los Grisha desde sus alojamientos y reunido alrededor de la fuente.

Todos traíamos puesta ropas de viaje ordinarias, con las keftas guardadas

en los bolsos. Había cambiado mi túnica dorada por un abrigo pesado, un

sombrero de piel y el confortable peso de un cinturón para pistola en la

cadera. Si no fuera por mi cabello blanco, dudaba que alguno de los

peregrinos me hubiera reconocido, quienes ahora se estiraban para tocarme

la manga o la mano.

Algunos nos daban regalitos, las únicas ofrendas que tenían: reservas de

pan duro como roca, piedras pulidas, trozos de encaje, y un manojo de lirios

salados, mientras murmuraban plegarias por nuestra salud con lágrimas en

los ojos.

Vi la sorpresa de Genya cuando una mujer le puso un chal de oración verde

oscuro sobre los hombros.

―Negro no ―dijo―, para ti, negro no.

Un dolor me empezó en la garganta. No había sido solo el Apparat el que

me había mantenido aislada de esta gente, yo misma me había distanciado de

ellos. Desconfiaba de su fe, pero mayormente temía su esperanza. El amor y

cuidado en esos mínimos gestos era una carga que no deseaba.

Besé mejillas, sacudí manos, hice promesas que no estaba segura de poder

cumplir, y entonces nos pusimos en camino. Había entrado a la Catedral

Blanca cargada en una camilla, al menos me marchaba en pie.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Mal tomó la delantera, mientras que Tolya y Tamar se pusieron a la

retaguardia para asegurarse de que nadie nos seguía.

Gracias al acceso de David a los archivos y al innato sentido de dirección

de Mal, se las habían arreglado para crear un mapa basto de la red de túneles.

Habían empezado a planear una ruta a Ryevost, pero su información tenía

lagunas. Sin importar lo precisos que hubieran sido, no podíamos estar

seguros de con qué podríamos toparnos.

Después de mi escape de Os Alta, los hombres del Darkling habían

intentado penetrar la red de túneles bajo las iglesias y los lugares sagrados de

Ravka. Cuando sus búsquedas resultaron infructuosas, habían comenzado a

bombardear y cerraron rutas de salida en un intento por conducir hasta la

superficie a cualquiera que buscara refugio. Los Alquimios del Darkling

habían creado nuevos explosivos que colapsaban edificios y llevaban gases

combustibles bajo tierra. Todo lo que requería era la chispa de un Inferno y

secciones enteras de la antigua red de túneles colapsaba. Era una de las

razones por las que el Apparat había insistido que permaneciera en la

Catedral Blanca.

Había rumores de derrumbes al oeste de nosotros, así que Mal nos condujo

al norte. No era la ruta más directa, pero esperábamos que fuera estable.

Era un alivio atravesar los túneles y por fin hacer algo después de tantas

semanas de confinamiento. Mi cuerpo aún estaba débil, pero me sentía más

fuerte que en meses, y me forcé a avanzar sin quejas.

Intenté no pensar demasiado en lo que significaría si la estación de

contrabando en Ryevost no estaba activa. ¿Cómo se suponía que

encontráramos a un príncipe que no quería que lo encontraran, y hacerlo

mientras nos manteníamos ocultos? Si Nikolai estaba vivo, podría estar

buscándome, o podría estar buscando alianzas en cualquier otro lugar. Para

lo que él sabía, yo había muerto en la batalla del Pequeño Palacio.

Los túneles se hicieron más oscuros conforme nos alejábamos más de la

Catedral Blanca y su extraño brillo de alabastro. Pronto nuestro camino

estuvo iluminado solamente por la luz parpadeante de nuestros faroles. En

algunas partes, las cavernas eran tan estrechas que teníamos que quitarnos los

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Leigh Bardugo Dark Guardians

morrales y retorcernos entre la presión de los muros. Entonces, sin

advertencia, nos encontrábamos en una caverna gigantesca, lo bastante ancha

para que pastaran unos caballos.

Mal había tenido razón: tanta gente viajando junta era ruidosa y difícil de

manejar. Hacíamos un progreso frustrantemente lento. Marchábamos en una

larga columna con Zoya, Nadia y Adrik distribuidos a lo largo de la línea; en

caso de derrumbe, el aire que nuestros Impulsores pudieran convocar

proveería un valioso tiempo de respiración para cualquiera que quedara

atrapado.

David y Genya seguían quedándose atrás, pero él parecía ser el

responsable del rezago. Finalmente, Tolya le quitó el morral gigantesco a

David de sus hombros estrechos.

Gruñó y preguntó:

―¿Qué tienes en esta cosa?

―Tres pares de calcetines, un par de calzoncillos, una camisa extra; una

cantimplora; una taza y plato de estaño; una regla cilíndrica de cálculo, una

balanza de grano, un frasco de savia de picea, mi colección de

anticorrosivos…

―Se suponía que solo debías empacar lo necesario.

David asintió enfático.

―Exactamente.

―Por favor, dime que no trajiste todos los diarios de Morozova ―le dije.

―Por supuesto que sí.

Rodé los ojos. Tenía que haber por lo menos quince libros encuadernados

en cuero.

―Tal vez serán buena yesca.

―¿Está bromeando? ―preguntó David, preocupado―. Nunca puedo

distinguir si está bromeando.

Bromeaba, en gran parte. Había esperado que los diarios me dieran

entendimiento sobre el pájaro de fuego y, tal vez, incluso sobre cómo podrían

ayudarme los amplificadores a destruir el Abismo. Pero habían sido un

callejón sin salida, y si era honesta, también me asustaban un poco. Baghra

Page 68: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

me había advertido de la locura de Morozova, y aun así, de alguna forma

había esperado encontrar sabiduría en su trabajo. En vez de eso, sus diarios

me habían provisto de un estudio en obsesión, todo documentado en

garabatos casi indescifrables. Aparentemente, los genios no requerían buena

caligrafía.

Sus primeros diarios eran una crónica de sus experimentos: la fórmula

esbozada del fuego líquido, una forma de prevenir la corrupción orgánica, las

pruebas que había dirigido para la creación del acero Grisha, un método para

restaurar el oxígeno a la sangre, el año interminable que había pasado en

busca de una manera de crear cristal irrompible. Sus habilidades se extendían

más allá de las de un Fabricador ordinario, y él era muy consciente de ello.

Uno de los dogmas de la teoría Grisha era «los semejantes se atraen», pero

Morozova parecía creer que si el mundo pudiera romperse en las mismas

partes pequeñas, cada Grisha debería poder manipularlas. «¿No somos todos

cosas?» exigió saber, y subrayó las palabras para darle énfasis. Era arrogante,

audaz… pero todavía cuerdo.

Entonces había comenzado su trabajo sobre los amplificadores, e incluso

yo pude notar el cambio. El texto se volvía más denso, embrollado; los

márgenes estaban llenos de diagramas y flechas dementes que remitían a

pasajes anteriores. Lo peor eran las descripciones de experimentos que llevó

a cabo en animales, las ilustraciones de sus disecciones; me revolvieron el

estómago y me hicieron pensar que Morozova se había merecido el martirio

a temprana edad que había recibido. Había matado animales y luego los había

devuelto a la vida, a veces repetidamente, ahondando a mayor profundidad

en merzost, la creación, el poder de la vida sobre la muerte, intentando

encontrar una forma de crear amplificadores que pudieran usarse juntos. Era

un poder prohibido, pero yo conocía su tentación, y me estremecía pensar que

perseguirlo podría haberlo vuelto loco.

Si lo motivaba algún propósito noble, no lo veía en sus páginas, pero

presentía algo más en sus escritos febriles, en su insistencia de que era posible

obtener poder de todos lados. Había vivido mucho antes de la creación del

Segundo Ejército, era el Grisha más poderoso que el mundo hubiera conocido

Page 69: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

jamás, y ese poder lo aislaba. Recordé las palabras del Darkling: «No hay otros

como nosotros, Alina. Y nunca los habrá». Tal vez Morozova deseaba creer

que si no había otros como él, podría haberlos, que él podría crear Grisha de

gran poder. O tal vez solo estaba imaginando cosas, y veía mi propia soledad

y codicia en las páginas de Morozova. El desastre de lo que sabía y lo que

quería, mi deseo por el pájaro de fuego, mi propio sentido de diferencia se

había vuelto demasiado duro de desentrañar.

Me apartó de mis pensamientos el sonido de agua corriente: nos

aproximábamos a un río subterráneo. Mal nos hizo reducir el paso y me hizo

caminar tras él mientras iluminaba el camino. Fue algo bueno, porque el

descenso vino rápido, tan empinado y repentino que me estampé contra su

espalda y casi lo derribo por el borde hacia el agua de abajo. Aquí, el rugido

era ensordecedor, el río pasaba a toda velocidad a una profundidad incierta,

y unas nubecillas de niebla se elevaban de los rápidos.

Atamos una cuerda alrededor de la cintura de Tolya, y vadeó el río, luego

la aseguró del otro lado para que pudiéramos seguirlo de uno en uno,

aferrados a la cuerda. El agua estaba congelada y me cubrió hasta el pecho, su

fuerza casi me tiró mientras me sujetaba a la soga. Harshaw fue el último en

cruzar. Tuve un momento de terror cuando se resbaló y la soga que lo sujetaba

casi se soltó. De inmediato se puso de pie, jadeando por aire y con Oncat

completamente empapada y furiosa. Para cuando Harshaw nos alcanzó, su

rostro y cuello estaban llenos de rasguños.

Después de eso, todos estábamos ansiosos por hacer un alto, pero Mal

insistió en que siguiéramos.

―Estoy empapada ―se quejó Zoya―. ¿Por qué no podemos detenernos

en esta cueva húmeda en lugar de en la siguiente cueva húmeda?

Mal no dejo de caminar, pero señaló con el pulgar hacia el río.

―Debido a eso ―gritó sobre el persistente sonido del agua corriente―. Si

nos están siguiendo, será demasiado fácil que nos sorprendan con ese ruido

como cubierta.

Zoya hizo una mueca, pero seguimos andando, hasta que finalmente nos

distanciamos del clamor del río. Pasamos la noche en una depresión de

Page 70: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

piedras mohosas empapadas, donde solo se podían oír nuestros dientes

castañeando mientras temblábamos en nuestras ropas mojadas.

* * *

Durante dos días seguimos de esa forma; atravesábamos los túneles, y

ocasionalmente regresábamos cuando una ruta demostraba ser

infranqueable. Había perdido todo sentido de la dirección a la que nos

dirigíamos, pero cuando Mal anunció que girábamos al oeste, noté que los

pasajes se inclinaban hacia arriba, lo que nos conducía a la superficie.

Mal impuso un ritmo imperdonable. Para mantener el contacto, él y los

gemelos se silbaban de un extremo al otro de la columna, y así asegurarse de

que nadie se quedaba demasiado atrás. Ocasionalmente, él se quedaba atrás

para revisar que estuviéramos bien.

―Sé lo que haces ―le dije en una ocasión cuando regresó a la cabeza de la

fila.

―¿Sobre qué?

―Te apareces allá atrás cuando alguien se está retrasando y empiezas una

conversación. Le preguntas a David sobre las propiedades del fósforo o a

Nadia sobre sus pecas…

―Nunca le he preguntado a Nadia sobre sus pecas.

―O algo, luego gradualmente aceleras el paso para que ellos caminen más

rápido.

―Parece funcionar mejor que picarlos con un palo ―dijo.

―Menos divertido.

―Mi brazo de picar está cansado.

Entonces se encaminó al frente. Era lo máximo que habíamos hablado

desde que dejamos la Catedral Blanca.

Nadie más parecía tener problemas en hablar. Tamar había empezado a

intentar enseñarle a Nadia algunas baladas shu; desafortunadamente, su

memoria era terrible, pero la de su hermano era casi perfecta y se mostró

ansioso por relevarla. Tolya, normalmente taciturno, podía recitar ciclos

enteros de poesía épica en ravkano y shu… incluso si nadie quería oírlo.

Page 71: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Aunque Mal había ordenado que permaneciéramos en estricta formación,

Genya frecuentemente se escapaba al frente de la columna para quejarse

conmigo.

―Cada poema es sobre un héroe valiente llamado Kregi ―me dijo―. Cada

uno. Siempre tiene una montura y tenemos que escuchar sobre la montura y

las tres diferentes clases de espadas que carga y el color de la bufanda que trae

atada a la muñeca y los pobres monstruos que mata y que es un hombre gentil

y sincero. Para ser un mercenario, Tolya es perturbadoramente sensiblero.

Me reí y eché un vistazo atrás, aunque no pude ver mucho.

―¿Qué tal lo lleva David?

―David no se da cuenta. Ha estado balbuceando sobre componentes

minerales durante la última hora.

―Tal vez él y Tolya se adormecerán el uno al otro ―gruñó Zoya.

No tenía por qué quejarse. Aunque todos eran Etherealki, lo único que

tenían en común los Impulsores y los Infernos era lo mucho que adoraban

discutir. Stigg no quería que Harshaw se le acercara porque no soportaba a

los gatos, y Harshaw frecuentemente se ofendía en nombre de Oncat. Se

suponía que Adrik debía quedarse cerca del centro del grupo, pero quería

estar cerca de Zoya, mientras Zoya seguía apartándose del frente de la

columna para intentar alejarse de Adrik. Empezaba a desear haber cortado la

soga para que todos se ahogaran en el río.

Y Harshaw no solo me molestaba; me ponía nerviosa. Le gustaba frotar su

pedernal por las paredes de la cueva para generar chispitas, y constantemente

se sacaba trocitos de queso duro del bolsillo para alimentar a Oncat, luego se

reía entre dientes como si la gata atigrada hubiera dicho algo particularmente

gracioso. Una mañana al despertar descubrimos que se había afeitado los

lados de la cabeza, de tal forma que su cabello escarlata consistía en una sola

franja ancha por el centro de la cabeza.

―¿Qué hiciste? ―chilló Zoya―. ¡Luces como un gallo demente!

Harshaw solo se encogió de hombros.

―Oncat insistió.

Page 72: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Aun así, los túneles ocasionalmente nos sorprendían con maravillas que

dejaban sin palabras incluso a los Etherealki. Pasamos horas sin ver nada más

que roca gris y lodo recubierto de moho, y entonces emergimos en una cueva

azul pálido tan perfectamente redonda y lisa que era como estar dentro de un

huevo de esmalte. Entramos en una serie de cuevas pequeñas que

resplandecían con lo que bien podrían ser rubíes reales. Genya las llamó el

Joyero, y después de eso, empezamos a ponerles nombre a todas para pasar

el rato. Estaba el Huerto, una caverna llena de estalactitas y estalagmitas que

se habían fusionado en columnas delgadas. Menos de un día después

cruzamos el Salón de Baile, una cueva grande de cuarzo rosa con un piso tan

resbaloso que tuvimos que gatear por él, y ocasionalmente nos deslizamos de

estómago. Luego vimos una verja levadiza de acero fantasmal y parcialmente

sumergida a la que llamamos la Puerta del Ángel, pues estaba flanqueada por

dos figuras aladas de piedra con las cabezas inclinadas y las manos sobre

sables de mármol. El cabestrante funcionaba y lo atravesamos sin incidentes,

pero ¿por qué lo habían puesto allí? Y ¿quién?

El cuarto día, nos topamos con una caverna con un estanque perfectamente

inmóvil que daba la ilusión de una noche nocturna, puesto que sus

profundidades fulguraban con diminutos peces luminiscentes.

Mal y yo estábamos ligeramente adelantados de los otros. Él sumergió la

mano, luego aulló y retrocedió.

―Muerden.

―Lo tienes merecido ―dije―. Oh, mira, un lago oscuro lleno de algo

brillante; déjame meter la mano.

―No puedo evitar ser delicioso ―replicó, y su familiar sonrisa petulante

cruzó su rostro como luz sobre el agua. Entonces pareció cerrarse, se cargó el

morral al hombro y supe que estaba a punto de alejarse de mí.

No estaba segura de dónde vinieron las palabras.

―No me fallaste, Mal.

Se limpió la mano mojada en el muslo.

―Ambos sabemos la verdad.

Page 73: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―Vamos a estar viajando juntos por quién sabe cuánto tiempo. Tarde o

temprano tendrás que hablar conmigo.

―Estoy hablando contigo ahora mismo.

―¿Ves? ¿Es tan terrible?

―No lo sería ―contestó, mirándome fijamente―, si todo lo que quisiera

fuera hablar.

Las mejillas se me calentaron. «No quieres esto», me dije a mi misma, pero

sentí que mis bordes se curvaban como un pedazo de papel demasiado cerca

del fuego.

―Mal…

―Necesito mantenerte a salvo, Alina, seguir enfocado en lo que importa.

No puedo hacerlo si… ―Dejó salir una larga exhalación―. Estabas destinada

a algo más que yo, y moriré luchando por dártelo. Pero por favor, no me pidas

que finja que es fácil.

Se alejó apresurado a la siguiente cueva.

Bajé la vista hacia el estanque reluciente; los remolinos de luz en el agua

aún permanecían después del breve toque de Mal. Podía escuchar a los otros

atravesando la caverna ruidosamente.

―Oncat me rasguña todo el tiempo ―dijo Harshaw al pasar sin prisa a mi

lado.

―¿Sí? ―exclamé con una risa falsa.

―Lo gracioso es que le gusta quedarse cerca.

―¿Estás siendo profundo, Harshaw?

―De hecho, me estaba preguntando, si me como suficientes de esos peces,

¿empezaré a brillar?

Sacudí la cabeza. Por supuesto que uno de los últimos Inferno vivos

tendría que estar loco. Me puse al nivel de los otros y me encaminé al siguiente

túnel.

―Vamos, Harshaw ―grité por sobre el hombro.

Entonces sobrevino la primera explosión.

Page 74: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Traducido por Beneath Mist

La caverna al completo se sacudió, y sobre nosotros cayeron repiqueteando

pequeños regueros de guijarros.

Mal estuvo a mi lado en un instante. Me apartó de un tirón de una roca

que caía, mientras Zoya me escoltaba desde el otro lado.

―¡Apaguen las luces! ―gritó Mal―. ¡Morrales fuera!

Empujamos nuestros morrales contra las paredes a modo de contrafuerte,

y entonces apagamos las linternas por si las chispas provocaban otra

explosión.

Bum. ¿Por encima de nosotros? ¿Delante de nosotros? Era difícil de

concretar.

Pasaron largos segundos. Bum. Ese fue más cercano, más fuerte. Las rocas

y la tierra llovieron sobre nuestras cabezas inclinadas.

―Nos encontró ―gimió Sergei, con la voz entrecortada por el miedo.

―No puede ser ―protestó Zoya―. Ni siquiera el Apparat sabía hacia

dónde nos dirigíamos.

Mal se movió ligeramente y escuché que caían algunos guijarros.

―Es un ataque al azar ―dijo.

La voz de Genya tembló cuando susurró:

―Esa gata da mala suerte.

Bum. Fue tan alto que hizo que la mandíbula me rechinara.

―Metan yez ―musitó David. Gas de los pantanos.

Lo olí un segundo después, turboso y nauseabundo. Si hubiera Infernos

por encima de nosotros, una chispa podría hacernos volar en pedazos.

Alguien comenzó a llorar.

―Impulsores ―ordenó Mal―, envíenlo al este.

Page 75: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

¿Cómo podía sonar tan calmado?

Sentí el movimiento de Zoya, y después, la corriente de aire mientras ella

y los otros alejaban el gas de nosotros.

Bum. Me costaba respirar, el espacio parecía demasiado reducido.

―Oh, Santos ―balbuceó Sergei.

―¡Veo llamas! ―gritó Tolya.

―Envíenlo al este ―repitió Mal, con voz firme. Lo siguió el silbido del

viento de los Impulsores. El cuerpo de Mal estaba apretado junto al mío.

Busqué su mano y nuestros dedos se entrelazaron. Escuché un pequeño

sollozo a mi otro lado y tomé la mano libre de Zoya.

BUM. Esta vez el túnel rugió con el sonido de la roca al caer. Escuché que

la gente gritaba en la oscuridad, y el polvo inundó mis pulmones.

Cuando el sonido se detuvo, Mal dijo:

―Sin faroles. Alina, necesitamos luz.

Fue un desafío, pero encontré una hebra de luz solar y dejé que floreciera

a través del túnel. Estábamos todos cubiertos de polvo, con los ojos muy

abiertos y asustados. Hice un recuento rápido: Mal, Genya, David, Zoya,

Nadia y Harshaw… con Oncat metida en su camisa.

―¿Tolya? ―gritó Mal.

Nada. Pero entonces…

―Estamos todos bien.

La voz de Tolya venía de detrás de un muro de rocas caídas que bloqueaba

el túnel, pero era fuerte y clara. Apoyé la cabeza contra las rodillas, aliviada.

―¿Dónde está mi hermano? ―chilló Nadia.

―Está con Tamar y conmigo ―respondió Tolya.

―¿Y Sergei y Stigg? ―pregunté.

―No lo sé.

«Santos».

Esperamos otra explosión, que el resto del túnel se derrumbara sobre

nosotros, pero cuando no ocurrió nada, comenzamos a escarbar hacia la voz

de Tolya, mientras Tamar y él cavaban desde el otro lado. En cuestión de

segundos, vimos sus manos, y después sus caras sucias. Se apresuraron a

Page 76: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

pasar a nuestra sección del túnel. Tan pronto Adrik bajó las manos, el techo

bajo el que él y los gemelos habían estado se derrumbó en una nube de polvo

y roca. Temblaba violentamente.

―¿Estabas manteniendo la cueva? ―preguntó Zoya.

Tolya asintió.

―Hizo una burbuja cuando escuchamos la última explosión.

―Vaya ―le dijo Zoya a Adrik―. Estoy impresionada.

Al ver el entusiasmo que apareció en su rostro, ella soltó un quejido.

―No importa. Lo rebajo a una aprobación a regañadientes.

―¿Sergei? ―llamé―. ¿Stigg?

Silencio, el movimiento de la grava.

―Déjame intentar una cosa ―pidió Zoya. Alzó las manos, escuché un

chasquido en los oídos y el aire pareció volverse húmedo.

―¿Sergei? ―lo llamó; su voz sonaba extrañamente lejana.

Entonces escuché la voz de Sergei, débil y temblorosa, pero clara, como si

estuviera hablando justo a mi lado.

―Aquí ―jadeó.

Zoya flexionó los dedos, para hacer algunos ajustes y llamó a Sergei de

nuevo. Esta vez, cuando él respondió, David dijo:

―Suena como si estuviera debajo de nosotros.

―O puede que no ―replicó Zoya―. La acústica puede ser engañosa.

Mal se desplazó hacia delante por el pasaje.

―No, tiene razón. El suelo en este segmento del túnel debe haberse

derrumbado.

Tardamos cerca de dos horas en encontrarlos y sacarlos. Tolya levantaba

la tierra, Mal daba instrucciones, los Impulsores estabilizaban con aire las

paredes del túnel mientras yo mantenía una iluminación débil, y los otros

conformaban una línea para mover rocas y arena.

Cuando encontramos a Stigg y a Sergei, estaban cubiertos de barro y casi

comatosos.

―Disminuí nuestras pulsaciones ―murmuró Sergei, medio atontado―.

Respiración lenta. Gasta menos aire.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Tolya y Tamar los reanimaron, elevaron su ritmo cardíaco y cargaron sus

pulmones de oxígeno.

―No pensé que vendrían ―dijo Stigg, arrastrando las palabras, todavía

adormilado.

―¿Por qué? ―exclamó Genya, mientras limpiaba con gentileza la tierra

acumulada alrededor de sus ojos.

―No estaba seguro de que les importara ―dijo Harshaw detrás de mí.

Hubo murmullos de protesta y algunas miradas de culpabilidad. Yo

pensaba en Stigg y Harshaw como forasteros. Y Sergei… Bueno… Sergei

había estado perdido desde hacía algún tiempo. Ninguno de nosotros había

hecho un gran esfuerzo por acercarse a ellos.

Cuando Sergei y Stigg pudieron caminar, nos dirigimos a la parte menos

dañada del túnel. Uno a uno, los Impulsores liberaron su poder, mientras

esperábamos para comprobar si el techo se sostendría para que pudiéramos

descansar.

Nos ayudamos a limpiarnos el polvo y la suciedad de los rostros y ropas

lo mejor que pudimos, y después repartimos una petaca de kvas. Stigg se

aferró a ella como un bebé a un biberón.

―¿Está bien todo el mundo? ―preguntó Mal.

―Mejor que nunca ―dijo Genya, temblorosa.

David levantó la mano.

―He estado mejor.

Todos comenzamos a reír.

―¿Qué? ―inquirió.

―¿Cómo hiciste eso? ―le preguntó Nadia a Zoya―. Ese truco con el

sonido.

―Solo es una forma de crear una anomalía acústica. Solíamos utilizarlo en

la escuela, para espiar a la gente de otras habitaciones.

Genya resopló.

―Ya lo creo que lo hacías.

―¿Podrías enseñarnos a hacerlo? ―le pidió Adrik.

―Si alguna vez estoy lo bastante aburrida.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Impulsores ―dijo Mal―. ¿Están listos para ponernos de nuevo en

marcha?

Todos ellos asintieron con la cabeza. Sus caras tenían ese resplandor que

aparecía cuando usaban el poder Grisha, pero sabía que la mayoría ya había

alcanzado su límite. Habían estado sosteniendo toneladas de rocas a varios

metros de nosotros, y necesitaban más de unos minutos de descanso para

recuperarse.

―Entonces salgamos de aquí de una vez por todas ―dijo Mal.

Iluminé el camino, aún algo temerosa de cuántas sorpresas podrían

aguardarnos. Nos movimos con cautela, con los Impulsores alerta, y giramos

a través de los túneles y galerías hasta que no tuvimos ni idea de hacia dónde

íbamos. Estábamos fuera del mapa que Mal y David habían elaborado.

Todos los sonidos parecían aumentados. Cada vez que caían piedrecitas,

nos deteníamos, congelados, esperando lo peor. Intentaba no pensar en el

peso de la tierra sobre nuestras cabezas. Si la tierra se venía abajo y el poder

de los Impulsores fallaba, seríamos aplastados y nadie lo sabría nunca.

Seríamos como flores silvestres escondidas entre las páginas de un libro y

olvidadas.

Después de un rato me di cuenta de que mis piernas estaban esforzándose

más y que la pendiente del suelo se inclinaba hacia arriba. Escuché suspiros

de alivio, unas pocas risas silenciosas, y menos de una hora después, nos

encontramos hacinados en una especie de sótano, mirando la parte de abajo

de una trampilla.

El suelo aquí estaba mojado, salpicado de pequeños charcos, señal de que

debíamos estar cerca de las ciudades de los ríos. Gracias a la luz de mis manos,

pude ver que las paredes de piedra estaban agrietadas, pero no podría decir

si el daño era antiguo o el resultado de las últimas explosiones.

―¿Cómo lo hiciste? ―le pregunté a Mal.

Él se encogió de hombros.

―Igual que siempre: hay una presa en la superficie. Solo me comporté

como si estuviera de caza.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Tolya se sacó del bolsillo del abrigo el viejo reloj de David. No estaba

segura de cómo se había hecho con él.

―Si esta cosa marca la hora correcta, hace tiempo que ha anochecido.

―Tienes que darle cuerda todos los días ―dijo David.

―Lo sé.

―Bien, ¿lo hiciste?

―Sí.

―Entonces es la hora correcta.

Me pregunté si debería recordarle a David que el puño de Tolya era

aproximadamente del tamaño de su cabeza.

Zoya soltó un resoplido.

―Con nuestra suerte, alguien habrá organizado una misa a medianoche.

Muchas de las entradas y salidas de los túneles se encontraban en lugares

sagrados, pero no todas. Era probable que saliéramos en el ábside de una

iglesia o en el patio de un monasterio, o puede que asomáramos las cabezas

por el suelo de un burdel. «Y que tenga un buen día, señor». Me invadió una

risita loca; el agotamiento y el miedo me estaban mareando.

¿Y si alguien nos esperaba ahí arriba? ¿Y si el Apparat había cambiado de

bando otra vez y ponía al Darkling tras nuestra pista? No podía pensar con

claridad. Mal creía que las explosiones habían sido un ataque al azar en los

túneles, y eso era lo único que tenía sentido. El Apparat no podía saber dónde

estaríamos ni cuándo, e incluso si el Darkling había descubierto de alguna

manera a dónde nos dirigíamos, ¿por qué molestarse en usar bombas para

llevarnos a la superficie? Simplemente podría esperar a que apareciéramos.

―Vamos ―dije―. Siento que me estoy ahogando.

Mal le hizo una seña a Tolya y a Tamar para que me escoltaran.

―Estén preparados ―les advirtió―. A cualquier señal de peligro, se la

llevan de aquí. Diríjanse por los túneles hacia el oeste, tan lejos como puedan.

Justo después de que comenzara a trepar por la escalera, me di cuenta de

que todos nos habíamos quedado quietos y habíamos esperado a que él fuera

primero. Tolya y Tamar eran guerreros más experimentados, mientras que

Mal era el único otkazat’sya de nosotros. Entonces ¿por qué era el único que le

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Leigh Bardugo Dark Guardians

plantaba cara al riesgo? Quería llamarlo, decirle que fuera cuidadoso, pero

eso sonaría absurdo. «Cuidadosos» era algo que ya no podríamos ser nunca

más.

Desde lo alto de la escalera me hizo un gesto, por lo que extinguí la luz y

nos sumergí en la oscuridad.

Escuché un golpe, el sonido de unas bisagras al chirriar, y luego, un crujido

y un gruñido suave cuando se abrió la trampilla.

No nos inundó ninguna luz, no hubo gritos, ni disparos.

El corazón me latía con fuerza en el pecho. Seguí los sonidos de Mal

mientras se impulsaba hacia arriba, sus pisadas por sobre nosotros.

Finalmente, escuché el chasquido de una cerilla y la luz brotó a través de la

trampilla. Mal silbó dos veces para dar el visto bueno.

Uno por uno, ascendimos por la escalera. Cuando me asomé al otro lado

de la trampilla, un escalofrío me recorrió la columna. La estancia era

hexagonal, con las paredes talladas en lo que parecía lapislázuli, y todas

estaban decoradas con lo que parecían paneles de madera con un Santo

diferente pintado en cada uno, con sus halos dorados brillando a la luz de la

lámpara. Las esquinas estaban cubiertas de telarañas lechosas. La linterna de

Mal descansaba sobre un sarcófago de piedra.

Era una cripta.

―Perfecto ―exclamó Zoya―. De un túnel a una tumba. ¿Qué viene

después? ¿Una excursión al matadero?

―Mezle ―dijo David, señalando uno de los nombres grabados en la

pared―. Eran una antigua familia Grisha. Incluso había una chica en el

Pequeño Palacio antes de…

―¿Antes de que todo el mundo muriera? ―intervino Genya con

amabilidad.

―Ziva Mezle ―dijo Nadia en voz baja―. Era una Impulsora.

―¿Podemos llevar esta fiesta a otro lugar? ―preguntó Zoya―. Quiero

irme de aquí.

Me froté los brazos. Ella tenía razón.

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La puerta parecía de hierro pesado. Tolya y Mal apuntalaron los hombros

contra ella mientras los demás nos desplegamos tras ellos, con las manos

levantadas, y los Infernos con sus pedernales listos. Tomé mi posición al

fondo, preparada para hacer uso del Corte si era necesario.

―A las tres ―dijo Mal.

Se me escapó una risita. Todo el mundo se volvió.

Me sonrojé.

―Bueno, probablemente estamos en un cementerio y a punto de salir a la

fuerza de una tumba.

Genya rio.

―Si hay alguien ahí fuera, vamos a darle el susto de su vida.

Con un atisbo de sonrisa, Mal dijo:

―Bien pensado. Salgamos diciendo buuuuuu. ―Entonces su sonrisa

desapareció. Asintió hacia Tolya―. Mantén la calma.

Hicieron la cuenta atrás, y empujaron. Los pernos chirriaron y las puertas

se abrieron de par en par. Esperamos, pero no hubo ningún sonido alarmante

para recibirnos.

Poco a poco, salimos al cementerio desierto. En ese lugar cerca del río, la

gente sepultaba a sus muertos sobre el suelo por si ocurría una inundación.

Las tumbas, dispuestas en filas ordenadas como si fueran casas de piedra, le

daban al lugar el aspecto de ciudad abandonada. Soplaba el viento, meciendo

las hojas de los árboles y agitando la hierba que crecía alrededor de las lápidas

más pequeñas. Era inquietante, pero no importaba. El aire era casi cálido

después del frío de las cuevas. Estábamos fuera al fin.

Eché la cabeza hacia atrás, y respiré profundamente. Era una noche clara

y sin luna, y después de todos esos meses bajo tierra, la visión de todo ese

cielo era vertiginosa. Y tantas estrellas, una reluciente maraña que parecía

estar tan cerca como para poder tocarla. Dejé que su luz cayera sobre mí como

un bálsamo, agradecida por el aire en mis pulmones y por la noche que me

rodeaba.

―Alina ―me llamó Mal, con suavidad.

Abrí los ojos. Los Grisha me estaban mirando.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―¿Qué?

Me tomó las manos y las sostuvo frente a mí, como si estuviéramos a punto

de empezar un baile.

―Estás brillando.

―Oh ―suspiré. Mi piel era plateada y reflejaba la luz de las estrellas. No

me había dado cuenta de que estaba invocando―. Ups.

Mal me recorrió con un dedo el antebrazo en el que la manga se había

subido, y miró el juego de luces de mi piel con los labios curvados en una

sonrisa. De repente, retrocedió y me soltó las manos como si quemaran.

―Sé más cuidadosa ―me dijo con firmeza. Le hizo un gesto a Adrik para

que ayudara a Tolya volver a sellar la cripta, y después se dirigió al grupo―.

Permanezcan juntos y en silencio. Necesitamos encontrar refugio antes del

amanecer.

Los otros comenzaron a andar detrás de él, dejando que los guiara una vez

más. Me quedé atrás y borré la luz de mi piel, pero se aferraba a mí como si

mi cuerpo estuviera sediento de ella.

Cuando Zoya llegó a mi altura, dijo:

―¿Sabes una cosa, Starkov? Estoy empezando a creer que te volviste

blanco el cabello a propósito.

Golpeé una mota de luz de mi muñeca y observé cómo se desvanecía.

―Sí, Zoya, cortejar a la muerte es una parte fundamental de mi régimen

de belleza.

Ella se encogió de hombros y miró hacia Mal.

―Bueno, es un poquito obvio para mi gusto, pero diría que todo ese

aspecto de doncella de la luna está funcionando.

La última persona con la que quería hablar sobre Mal era Zoya, pero eso

había sonado sospechosamente como un cumplido. Recordé que sujetó mi

mano durante el derrumbe y lo fuerte que había permanecido al pasar por

todo eso.

―Gracias ―dije―, por mantenernos a salvo ahí abajo. Por ayudarnos a

salvar a Sergei y a Stigg.

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Aunque no había querido hablar de nada de eso, la expresión de

perplejidad de su cara hizo que mereciera la pena.

―De nada ―logró decir. Entonces levantó su perfecta nariz y añadió―:

Pero no siempre estaré ahí para salvarte el trasero, Invocadora del Sol.

Sonreí y la seguí por el pasillo de las tumbas. Al menos ella era predecible.

* * *

Tardamos mucho tiempo en salir del cementerio. Las hileras de criptas se

extendían sin fin, como un frío testimonio de las generaciones que Ravka

había estado en guerra. Los senderos estaban limpios, y las tumbas estaban

decoradas con flores, íconos pintados, regalos de dulces y montoncitos de

munición; pequeñas muestras de amabilidad, incluso para los muertos. Pensé

en los hombres y las mujeres que nos despidieron en la Catedral Blanca,

dejando sus ofrendas en nuestras manos. Estaba agradecida cuando por fin

salimos por las puertas.

El terror del derrumbe y la larga caminata se habían cobrado su precio,

pero Mal estaba decidido a llevarnos tan cerca de Ryevost como fuera posible

antes del amanecer.

Avanzábamos con dificultad, paralelos a la carretera principal, sin salir de

los campos iluminados a la luz de las estrellas. De vez en cuando

vislumbrábamos alguna casa solitaria, con un farol brillando en la ventana.

De cierto modo, era un alivio ver esos signos de vida, pensar que un granjero

se levantaría en la noche a llenar un vaso con agua, que volvería brevemente

la cabeza hacia la ventana y la oscuridad más allá.

El cielo empezaba a clarear cuando escuchamos el sonido de alguien

acercándose por la carretera. Apenas tuvimos tiempo de escabullirnos al

bosque y buscar refugio en la maleza antes de ver el primer vagón.

Había alrededor de quince personas en el convoy, la mayoría hombres,

unas pocas mujeres, todos ellos cargados de armas. Vislumbré partes del

uniforme del Primer Ejército: pantalones del uniforme metidos en botas de

piel de vaca no reglamentarias, un abrigo de infantería despojado de sus

botones de latón.

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Era imposible ver lo que transportaban, pues su cargamento estaba

cubierto con mantas para caballos, firmemente asegurado con cuerdas a la

base del vagón.

―¿Milicia? ―preguntó Tamar.

―Podría ser ―contestó Mal―. Aunque no sé de dónde podría sacar rifles

de repetición una milicia.

―Si son contrabandistas, no conozco a ninguno.

―Podría seguirlos ―se ofreció Tolya.

―¿Y por qué no solo vas y bailas un vals en medio de la carretera? ―se

burló Tamar. Tolya era incapaz de caminar silenciosamente.

―Estoy mejorando ―se defendió Tolya―. Además…

Mal les dirigió una mirada para que guardaran silencio.

―No los sigas, no te involucres.

Mientras Mal nos guiaba hacia el interior del bosque, Tolya gruñó:

―Ni siquiera sabes cómo bailar un vals.

* * *

Acampamos en un claro cerca de un delgado afluente del Sokol, el río

alimentado por los glaciales de la Petrazoi y el corazón del comercio en las

ciudades portuarias. Teníamos la esperanza de estar lo bastante lejos de la

ciudad y de las carreteras principales para no preocuparnos de que alguien se

tropezara con nosotros.

Según los gemelos, el lugar de encuentro de los contrabandistas estaba en

la transitada plaza que daba al río Ryevost. Tamar ya tenía una brújula y un

mapa en la mano. Aunque debía estar tan cansada como el resto de nosotros,

tenía que partir lo antes posible para llegar a la ciudad antes del mediodía.

Odiaba dejar que fuera hacia lo que seguramente sería una trampa, pero

habíamos acordado que ella sería la única que iría. El tamaño de Tolya lo hacía

demasiado llamativo, y el resto de nosotros no sabíamos cómo trabajaban los

contrabandistas o cómo reconocerlos. Aun así, tenía los nervios de punta.

Nunca había entendido la fe de los gemelos y por qué estaban dispuestos a

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arriesgarse por ella. Pero cuando llegó la hora de elegir entre el Apparat y yo,

me demostraron su total lealtad.

Le di un rápido apretón a la mano de Tamar.

―No hagas nada arriesgado.

Nadia había estado merodeando cerca de nosotras. Se aclaró la garganta y

besó a Tamar una vez en cada mejilla.

―Ten cuidado ―le dijo.

Tamar esbozó su sonrisa de Cardio.

―Si alguien quiere problemas ―dijo, abriéndose el abrigo para revelar los

mangos de sus hachas―, tengo un nuevo suministro.

Miré a Nadia, y tuve la clara impresión de que Tamar estaba presumiendo.

Ella se subió la capucha y partió trotando entre los árboles.

―Yuyeh sesh ―le dijo Tolya en shu.

―Ni weh sesh ―gritó ella sobre un hombro, y después se marchó.

―¿Qué significa eso?

—Es algo que nos enseñó nuestro padre ―respondió Tolya―. Yuyeh sesh:

«menosprecia tu corazón», pero esa es la traducción directa. El significado real

es algo como «haz lo que debas hacer, sé cruel si tienes que serlo».

―¿Qué significa la otra parte?

―¿Ni weh sesh? «No tengo corazón».

Mal levantó una ceja.

―Tu padre parece divertido.

Tolya sonrió de esa forma ligeramente desquiciada que le hacía parecer

igual a su hermana.

―Lo era.

Miré el camino por el que Tamar había partido. En algún lugar más allá de

los árboles y los campos, se extendía Ryevost. Envié mis propias oraciones

con ella: «Tráenos noticias sobre un príncipe, Tamar. No creo que pueda hacer

esto sola».

* * *

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Extendimos los sacos de dormir y dividimos la comida. Adrik y Nadia

comenzaron a levantar una tienda de campaña mientras Mal y Tolya

exploraban el perímetro, estableciendo los lugares donde se tendrían que

hacer las guardias. Vi que Stigg intentaba hacer que Sergei comiera. Tenía la

esperanza de que estar en la superficie le haría mejor, pero aunque Sergei

parecía menos aterrorizado, todavía podía sentir la tensión que emanaba de

su cuerpo.

A decir verdad, todos estábamos asustadizos. A pesar de lo bonito de

tumbarse bajo los árboles y ver el cielo otra vez, también era apabullante. La

vida en la Catedral Blanca había sido miserable, pero manejable. Aquí arriba,

las cosas parecían más salvajes, fuera de mi control. Las milicias y los hombres

del Darkling deambulaban por estas tierras y tanto si encontrábamos a

Nikolai como si no, volvíamos a estar metidos en esta guerra, y eso significaba

más batallas, más vidas perdidas. De repente, el mundo parecía grande de

nuevo. No estaba segura de si eso me gustaba.

Eché un vistazo a nuestro campamento: Harshaw ya estaba acurrucado y

dormido con Oncat sobre su pecho; Sergei, pálido y atento; David, con la

espalda apoyada contra un árbol y un libro en sus manos mientras Genya

dormía con la cabeza sobre su regazo; Nadia y Adrik luchaban con las varas

y la lona mientras Zoya los miraba sin molestarse en ayudar.

«Menosprecia tu corazón». Quería hacerlo. No quería llorar nunca más,

sentir la pérdida o la culpa, o preocuparme. Quería ser dura, calculadora,

quería ser valiente. Bajo tierra, eso me había parecido posible. Ahora, en este

bosque, con esta gente, estaba menos convencida.

Al final debí quedarme dormida, porque cuando me desperté, era bien

entrada la tarde y el sol se ponía entre los árboles. Tolya estaba a mi lado.

―Tamar ha vuelto ―anunció.

Me incorporé, totalmente despierta, pero la mirada de Tolya era sombría.

―¿Nadie se acercó a ella?

Él sacudió la cabeza. Enderecé los hombros. No quería que nadie viera mi

decepción. Debería estar agradecida de que Tamar hubiera entrado y salido

de la ciudad de forma segura.

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―¿Lo sabe Mal?

―No ―contestó Tolya―. Está llenando las cantimploras en el arroyo.

Harshaw y Stigg están haciendo guardia. ¿Voy por ellos?

―Puede esperar.

Tamar estaba apoyada contra un árbol, bebiendo agua de una taza de

hojalata mientras los demás se agolpaban a su alrededor para escuchar su

informe.

―¿Algún problema? ―pregunté.

Ella sacudió la cabeza.

―¿Y estás segura de que te encontrabas en el lugar correcto?

―En el lado oeste de la plaza del mercado. Llegué allí temprano, me quedé

hasta tarde, hablé con el tendero y vi el mismo maldito espectáculo de títeres

durante cuatro horas. Si el puesto estuviera activo, alguien debería haberme

hablado.

―Podemos intentarlo de nuevo mañana ―sugirió Adrik.

―Debería ir yo ―dijo Tolya―. Estuviste allí mucho tiempo; si aparecieras

otra vez, la gente podría notarlo.

Tamar se limpió la boca con el dorso de la mano.

―Si apuñalo al titiritero, ¿llamaría mucho la atención?

―No si eres silenciosa al hacerlo ―respondió Nadia.

Sus mejillas se enrojecieron cuando todos nos volteamos a mirarla. Nunca

había escuchado bromear a Nadia; la mayoría de las veces era la audiencia de

Marie.

Tamar se sacó una daga de la muñeca y la hizo girar, balanceando la punta

en uno de sus dedos.

―Puedo ser silenciosa ―dijo―. Y misericordiosa. Puede que deje vivir a

las marionetas. ―Tomó otro trago de agua―. Escuché algunas noticias

también. Grandes noticias. Ravka Occidental se ha declarado partidaria de

Nikolai.

Eso atrajo nuestra atención.

―Están bloqueando la costa occidental del Abismo ―continuó―. Así que

si el Darkling quiere armas o municiones…

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―Tendrá que pasar por Fjerda ―finalizó Zoya.

Pero era algo más grande que eso: significaba que el Darkling había

perdido la costa de Ravka Occidental, su armada, el ya de por sí tenue acceso

que Ravka tenía para el comercio.

―Ravka Occidental ahora ―dijo Tolya―. Puede que Shu Han después.

―O Kerch ―apuntó Zoya.

―O ambos ―añadió Adrik.

Casi podía ver el zarcillo de esperanza abriéndose camino en nuestras filas.

―¿Y ahora qué? ―preguntó Sergei, tirando con nerviosismo de su manga.

―Esperemos un día más ―dijo Nadia.

―No lo sé ―dijo Tamar―. No me importaría regresar, pero hoy había

oprichniki en la plaza.

Esa no era una buena señal. Los oprichniki eran los soldados personales del

Darkling. Si andaban merodeando por la zona, teníamos una buena razón

para movernos lo antes posible.

―Voy a hablar con Mal ―les dije―. No se pongan demasiado cómodos.

Es posible que tengamos que estar listos para partir por la mañana.

Los otros se dispersaron, Tamar y Nadia se alejaron caminando para

buscar las raciones, mientras Tamar seguía haciendo girar su cuchillo;

definitivamente presumía, pero a Nadia no parecía importarle.

Caminé siguiendo el sonido del agua, tratando de ordenar mis

pensamientos. Si Ravka Occidental se había declarado de parte de Nikolai,

era una señal de que estaba vivo y bien y causándole más problemas al

Darkling de los que nadie en la Catedral Blanca se había dado cuenta. Estaba

aliviada, pero no estaba segura de cuál debía ser nuestro siguiente

movimiento.

Cuando llegué al arroyo, Mal estaba acuclillado en la orilla, descalzo y con

el torso desnudo, con los pantalones remangados hasta las rodillas. Estaba

mirando el agua con una expresión de concentración, pero en cuanto me

escuchó acercarme, se lanzó rápidamente a tomar su rifle.

―Soy yo ―dije, dando un paso para salir del bosque.

Se relajó y dejó de nuevo el rifle. Sus ojos volvieron a centrarse en el arroyo.

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―¿Qué estás haciendo aquí?

Durante un instante, solo lo miré. Estaba completamente inmóvil, y de

repente, sumergió las manos en el arroyo y las sacó con un pez retorciéndose

entre ellas, pero lo devolvió al río, pues no tenía sentido conservarlo cuando

no podíamos arriesgarnos a encender un fuego para cocinarlo.

Lo había pescar de esa forma en Keramzin, incluso en invierno, cuando el

estanque de Trivka se congelaba. Sabía exactamente dónde romper el hielo,

dónde debía dejar caer el sedal o el momento de hacer el agarre. Yo esperaba

en la orilla, haciéndole compañía, tratando de avistar los lugares en los árboles

donde los pájaros hacían sus nidos.

Ahora era diferente. El agua reflejaba motas de luz en los rasgos de su

rostro y el suave movimiento de sus músculos bajo la piel. Me di cuenta de

que lo estaba mirando fijamente y me obligué a reaccionar. Ya lo había visto

antes sin camiseta, no había ninguna razón para que me comportara como

una idiota.

―Tamar ha vuelto ―le conté.

Se puso en pie, perdiendo todo su interés en la pesca.

―¿Y?

―No hay señal de los hombres de Nikolai.

Mal suspiró y se pasó una mano por el pelo.

―Maldición.

―Podríamos esperar otro día ―sugerí, aunque ya sabía lo que iba a decir.

―Ya hemos perdido bastante tiempo. No sé cuánto tiempo nos tomará

llegar al sur o encontrar el pájaro de fuego. Lo último que necesitamos sería

quedarnos atrapados en las montañas cuando llegue la nieve. Y tenemos que

encontrar un hogar seguro para los otros.

―Tamar dice que Ravka Occidental se ha declarado partidaria de Nikolai.

¿Y si los llevamos allí?

Él lo sopesó.

―Es un viaje largo, Alina. Perderíamos mucho tiempo.

―Lo sé, pero es más seguro que cualquier lugar a este lado del Abismo, y

es otra oportunidad de encontrar a Nikolai.

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―Puede que también sea menos peligroso llegar al sur desde ese lado

―asintió―. Muy bien. Necesitamos que los otros empiecen a prepararse.

Quiero partir esta noche.

―¿Esta noche?

―No tiene sentido quedarse esperando. ―Salió del agua y los dedos de

sus pies descalzos se aferraron a las rocas.

En realidad no había dicho «puedes retirarte», pero era como si lo hubiera

hecho. ¿Qué más teníamos que discutir?

Emprendí el camino hacia el campamento, pero recordé que no le había

hablado de los oprichniki. Caminé de vuelta al arroyo.

―Mal… ―empecé a decir, pero las palabras murieron en mis labios.

Él se había agachado para recoger las cantimploras, y estaba de espaldas a

mí.

―¿Qué es eso? ―pregunté, furiosa.

Él se volteó y me ocultó la espalda, pero era demasiado tarde. Abrió la

boca.

Antes de que pudiera decir una palabra, le espeté:

―Si dices «nada», te golpearé hasta dejarte sin sentido.

Cerró la boca.

―Voltéate ―le ordené.

Durante un momento, se quedó ahí parado, entonces suspiró y se volvió.

Un tatuaje se extendía por su ancha espalda, algo así como una rosa de los

vientos, pero más parecida a un sol, las puntas iban de hombro a hombro y

bajaban por su columna.

―¿Por qué? ―pregunté―. ¿Por qué te hiciste esto?

Él se encogió de hombros y sus músculos se flexionaron bajo el complejo

diseño.

―Mal, ¿por qué te marcaste de esta forma?

―Tengo un montón de cicatrices ―contestó por último―. Esta es una que

he elegido.

Miré más de cerca. Había unas letras incorporadas en el diseño: E’ya sta

rezku. Fruncí el ceño. Parecía ravkano antiguo.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―¿Qué significa?

Él no dijo nada.

―Mal…

―Es algo embarazoso.

Y seguro que lo era, pues pude ver el rubor extendiéndose por su cuello.

―Dime.

Titubeó, entonces se aclaró la garganta y murmuró:

―Me he convertido en una espada.

«Me he convertido en una espada». ¿Eso era? ¿Ese chico al que los Grisha

habían seguido sin discutir, cuya voz se mantenía firme cuando la tierra se

derrumbaba a nuestro alrededor, el que me dijo que sería reina? Ya no creía

poder reconocerlo.

Pasé la punta de mis dedos por las letras, y él se tensó. Su piel seguía

húmeda por el río.

―Podría ser peor ―le dije―. Me refiero a que si dijera «Abracémonos» o

«Me he convertido en pudin de jengibre», eso sí sería embarazoso.

Él dejó escapar una carcajada sorprendida, y después siseó al respirar

cuando dejé que mis dedos recorrieran la longitud de su columna. Apretó los

puños a los lados. Sabía que debía alejarme, pero no quería hacerlo.

―¿Quién te lo hizo?

―Tolya ―respondió, con voz áspera.

―¿Te dolió?

―Menos de lo que debería.

Toqué el rayo de sol más alejado, justo en la base de su columna. Me

detuve, y después volví a subir por su espalda. Él se giró bruscamente y

atrapó mi mano con un agarre fuerte.

―No ―dijo, con fiereza.

―Yo…

―No puedo hacer esto. No si me haces reír, no si me tocas así.

―Mal…

De repente, levantó de golpe la cabeza y se llevó un dedo a los labios.

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―Las manos sobre la cabeza. ―La voz venía de entre las sombras de los

árboles. Mal se lanzó a por su rifle y lo situó sobre su hombro en cuestión de

segundos, pero ya había tres personas emergiendo del bosque apuntándonos

con los cañones de sus armas, dos hombres y una mujer con el pelo recogido

en un moño. Creí reconocerlos del convoy que habíamos visto en el camino.

―Baja eso ―dijo un hombre con perilla―. A menos que quieras ver a tu

chica llena de balas.

Mal volvió a dejar su rifle en la roca.

―Vengan aquí ―dijo el hombre―. Despacio. ―Vestía un abrigo del

Primer Ejército, pero no se parecía a ningún soldado que hubiera visto. Tenía

el cabello largo y enredado, peinado en dos trenzas desordenadas para

apartárselo del rostro. Cruzado al pecho llevaba un cinturón de balas y vestía

un chaleco sucio que alguna vez había sido rojo, pero que ahora estaba

decolorado en una tonalidad entre marrón y púrpura.

―Necesito mis botas ―dijo Mal.

―Tienes menos posibilidades de huir sin ellas.

―¿Qué es lo que quieren?

―Podemos empezar con respuestas ―dijo el hombre―. La ciudad está

cerca, hay muchos lugares mucho más cómodos en los que refugiarse.

Entonces, ¿por qué hay una docena de personas escondiéndose en el bosque?

―Debió ver mi reacción, porque añadió―. Así es, encontré su campamento.

¿Son desertores?

―Sí ―respondió Mal, con suavidad―. Salimos de Kerskii.

El hombre se rascó la mejilla.

―¿Kerskii? Puede ser ―dijo―. Pero… ―Dio un paso hacia delante―.

¿Oretsev?

Mal se tensó, y después dijo:

―¿Luchenko?

―Por todos los Santos, no te había visto desde que tu unidad entrenó

conmigo en Poliznaya. ―Se volteó hacia el otro hombre―. Esta cosita

insignificante era el mejor rastreador de los diez regimientos. Nunca había

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visto nada igual. ―Sonreía, pero no bajó su rifle―. Y ahora eres el desertor

más famoso de toda Ravka.

―Solo intento sobrevivir.

―Tú y yo, hermano. ―Hizo un gesto hacia mí―. Esta no es como las que

acostumbras.

Si no tuviera un rifle en mi cara, ese comentario me habría molestado.

―Otra soldado de infantería del Primer Ejército, como nosotros.

―Como nosotros, ¿eh? ―Luchenko me pinchó con su arma―. Quítate la

bufanda.

―El aire es muy frío ―dije.

Luchenko me dio otro toque.

―Vamos, chica.

Miré a Mal, podía verlo sopesar nuestras opciones. Estábamos a poca

distancia, podría herirlos seriamente con mi Corte, pero no antes de que los

milicianos descargaran unos cuantos cargadores. Podría cegarlos, pero si

empezábamos un tiroteo, ¿qué pasaría con la gente del campamento?

Me encogí de hombros y me quité la bufanda del cuello con un fuerte tirón.

Luchenko silbó.

―Escuché que tenías compañía sagrada, Oretsev. Parece que capturamos

una Santa. ―Ladeó la cabeza―. Pensé que sería más alta. Átenlos.

De nuevo intercambié una mirada con Mal. Quería que actuara, podía

sentirlo. Mientras mis manos no estuvieran atadas, podía invocar y controlar

la luz. Pero ¿y los otros Grisha? Extendí las manos y dejé que la mujer

asegurara mis muñecas con una cuerda.

Mal suspiró e hizo lo mismo.

―¿Podría al menos ponerme la camiseta? ―preguntó.

―No ―respondió ella, con una mirada lasciva―. Me gusta la vista.

Luchenko se rio.

―La vida es una cosa curiosa, ¿no crees? ―preguntó filosóficamente

mientras nos dirigían por el bosque a punta de pistola―. Todo lo que quería

era una gota de suerte para dar sabor a mi té. Ahora me estoy ahogando en

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ella. El Darkling vaciará sus arcas para que los entregue a dos entregados en

su puerta.

―¿Me vas a entregar tan fácilmente? ―le pregunté―. Estúpido.

―Bravata de la chica con un rifle en la espalda.

―Es solo un buen negocio ―proseguí―. ¿Piensas que Fjerda o Shu Han

no pagarían una pequeña fortuna, o incluso una gran fortuna, por tener en

sus manos a la Invocadora del Sol? ¿Cuántos hombres tienes?

Luchenko miró por encima de su hombro y me apuntó con el dedo como

un maestro de escuela. Bueno, al menos lo había intentado.

―A lo que me refiero ―continué inocentemente―, es que podrías

subastarme al mejor postor y mantener a todos tus hombres gordos y felices

el resto de sus días.

―Me gusta cómo piensa ―dijo la mujer del moño.

―No seas codiciosa, Ekaterina ―dijo Luchenko―. No somos embajadores

o diplomáticos. La recompensa por la cabeza de esta chica nos comprará un

pasaje a través de la frontera. Puede que yo me embarque a las afueras de

Djerholm. O quizás me entierre en rubias el resto de mis días.

La desagradable imagen de Luchenko retozando con un puñado de

voluptuosas fjerdanas desapareció de mi mente en cuanto entramos en el

claro. Los Grisha estaban rodeados en el centro por un grupo de casi treinta

milicianos armados. Tolya sangraba profusamente de lo que parecía un mal

golpe en la cabeza. Harshaw había estado de guardia y una mirada hacia él

me dijo que le habían disparado. Estaba pálido, se balanceaba y se sujetaba la

herida de su costado mientras Oncat maullaba.

―¿Ves? ―dijo Luchenko―. Con este golpe de suerte no tengo que

preocuparme del mejor postor.

Di un paso frente a él y mantuve la voz lo más baja posible.

―Deja que se vayan ―le pedí―. Si los entregas al Darkling, los torturarán.

―¿Y?

Me tragué la oleada de rabia que me atravesó. Las amenazas no me

llevarían a ninguna parte.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Un prisionero vivo es más valioso que un cadáver ―cedí―. Al menos

desátame para que pueda tratar a mi amigo herido.

«Y para que pueda masacrar tu milicia con un movimiento de muñeca».

Ekaterina entrecerró los ojos.

―No lo hagas ―dijo―. Que uno de sus sangradores se encargue de él.

―Me dio un golpe en la espalda y nos guiaron con el grupo.

―¿Ven ese collar? ―le preguntó Luchenko a la multitud―. ¡Tenemos a la

Invocadora del Sol! ―Escuché exclamaciones y algunos gritos de alegría por

parte de la milicia―. Así que empiecen a pensar cómo van a gastar el dinero

del Darkling.

Vitorearon.

―¿Por qué no le pedimos a Nikolai Lantsov un rescate por ella?

―preguntó un soldado desde algún lugar en la parte trasera del círculo.

Ahora que estaba en el centro del claro, parecía haber más de ellos.

―¿Lantsov? ―dijo Luchenko―. Si tiene un poco de cerebro en esa cabeza,

estará de vacaciones en algún lugar cálido con una preciosa chica en sus

rodillas. Si siquiera está vivo.

―Está vivo ―dijo alguien.

Luchenko escupió.

―Eso no me importa.

―¿Y tu país? ―pregunté.

―¿Ha hecho mi país algo por mí alguna vez, niñita? No tengo tierra, no

tengo vida, solo un uniforme y un arma. No me importa si está el Darkling en

el trono o algún Lantsov inútil.

―Vi al príncipe cuando estaba en Os Alta ―interrumpió Ekaterina―. No

está mal.

―¿No está mal? ―inquirió otra voz―. Es condenadamente atractivo.

Luchenko frunció el ceño.

―Desde cuando…

―Valiente en batalla, muy inteligente. ―Ahora la voz parecía venir de

encima de nosotros. Luchenko estiró el cuello para mirar entre los árboles―.

Un excelente bailarín ―dijo la voz―. Ah, e incluso un mejor tirador.

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―¿Quién…? ―Luchenko no llegó a terminar la pregunta. Se oyó una

explosión y un diminuto agujero negro apareció entre sus ojos.

Ahogué un grito.

―Imposi…

―No digas eso ―murmuró Mal.

Y entonces estalló el caos.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Traducido por Beneath Mist

Los disparos cortaron el aire a nuestro alrededor, y Mal me derribó. Aterricé

con el rostro sobre el mantillo del suelo del bosque y sentí su cuerpo

escudando el mío.

―¡Quédate abajo! ―gritó.

Giré la cabeza hacia un lado y vi a los Grisha formando un círculo a nuestro

alrededor. Harshaw estaba en el suelo, pero Stigg tenía su pedernal en la

mano y las llamas salieron disparadas en el aire. Tamar y Tolya se habían

unido a la pelea. Zoya, Nadia y Adrik tenían las manos alzadas, y las hojas se

levantaban en ráfagas del suelo del bosque, pero era difícil distinguir entre

amigo y enemigo entre la maraña de hombres armados.

Se escuchó un golpe súbito a nuestro lado, como si alguien hubiera caído

desde las copas de los árboles.

―¿Qué están haciendo ustedes dos descalzos y medio desnudos en el

barro? ―preguntó una voz familiar―. Espero que estén buscando trufas.

Nikolai cortó las ataduras de nuestras muñecas y me dio un tirón para

ponerme en pie.

―La próxima vez yo intentaré que me capturen, solo para mantener las

cosas interesantes. ―Le lanzó a Mal un rifle―. ¿Vamos?

―¡No puedo distinguir quién es quién! ―protesté.

―Somos el bando que está en una irremediable inferioridad numérica.

Por desgracia, no creía que estuviera bromeando. Cuando las filas se

movieron y presté algo de atención, fue más fácil distinguir a los hombres de

Nikolai por sus brazaletes de color azul pálido. Habían dividido la milicia de

Luchenko, pero incluso sin su líder, el enemigo se reagrupaba.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Escuché un grito, y los hombres de Nikolai avanzaron, guiando a los

Grisha por delante; nos estaban arreando.

―¿Qué está pasando? ―pregunté.

―Esta es la parte donde corremos ―dijo Nikolai con tranquilidad, pero

pude ver que su rostro manchado de tierra estaba tenso.

Salimos disparados a través los árboles, intentando mantener un ritmo

constante mientras Nikolai corría atravesando el bosque. No podría decir

hacia dónde nos dirigíamos. ¿Hacia el arroyo? ¿La carretera? Había perdido

cualquier sentido de la orientación.

Miré detrás de mí y conté a los otros para asegurarme de que estábamos

todos. Los Impulsores invocaban conjuntamente para derribar árboles sobre

el camino de la milicia. Stigg los seguía, enviando chorros de llamas. David se

las había arreglado para recuperar su mochila y se tambaleaba bajo su peso

mientras corría tras Genya.

―¡Déjala! ―le grité, pero si me oyó, me ignoró.

Tolya tenía a Harshaw sobre un hombro y el peso del gran Inferno lo hacía

ir más lento. Un soldado lo estaba alcanzando, con un sable desenvainado.

Tamar saltó sobre un tronco caído, apuntó con su pistola y disparó. Un

segundo después, el soldado se agarró el pecho y se desplomó en mitad del

camino. Oncat pasó corriendo junto al cuerpo, detrás de los talones de Tolya.

―¿Dónde está Sergei? ―grité, y entonces lo vi atrás, rezagado, con

expresión aturdida. Tamar retrocedió, esquivando los árboles y el fuego, y tiró

de él con fuerza. No pude oír lo que gritaba, pero no creí que fueran palabras

gentiles de apoyo.

Tropecé. Mal me tomó del codo y me impulsó adelante, mientras se

volteaba para disparar dos veces con su rifle.

Salimos a un campo de cebada, y a pesar del calor del sol de la tarde, el

campo estaba cubierto de niebla. Corrimos por el suelo pantanoso hasta que

Nikolai gritó:

―¡Aquí!

Nos detuvimos de golpe, levantando una nube de tierra. «¿Aquí?»

Estábamos en medio de un campo vacío, sin nada más que la niebla como

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Leigh Bardugo Dark Guardians

cobijo y una multitud de milicianos sedientos de venganza y fortuna en

nuestros talones.

Escuché dos pitidos estridentes y el suelo tembló bajo mis pies.

―¡Sujétense fuerte! ―dijo Nikolai.

―¿A qué? ―grité.

Y entonces nos elevamos. Unos cables encajaron a nuestro lado mientras

el propio campo parecía alzarse. Miré hacia arriba; la niebla se apartó y vi una

enorme nave cerniéndose directamente sobre nuestras cabezas, con el espacio

de carga abierto. Se trataba de una especie de barcaza superficial, equipada

con velas en un extremo y suspendida bajo una cámara de aire enorme y

alargada.

―¿Qué demonios es eso? ―preguntó Mal.

―El Pelícano ―contestó Nikolai―. Bueno, un prototipo del Pelícano. El

truco parece estar en conseguir que el globo no colapse.

―¿Y conseguiste solucionar ese problemita?

―En su mayor parte.

El suelo bajo nuestros pies se desvaneció y vi que estábamos sobre una

plataforma hecha de algún tipo de malla metálica. Nos elevamos más alto,

tres, después casi cinco metros sobre el suelo. Una bala golpeó contra el metal.

Ocupamos lugares diferentes al borde de la plataforma, y sujetamos los

cables mientras tratábamos de apuntar a la multitud que nos disparaba.

―¡Vamos! ―grité―. ¿Por qué no nos alejamos de su alcance?

Nikolai y Mal intercambiaron una mirada.

―Saben que tenemos a la Santa del Sol ―dijo Nikolai. Mal asintió, luego

tomó una pistola y les dio a Tolya y a Tamar un suave empujón.

―¿Qué están haciendo? ―pregunté, repentinamente aterrada.

―No podemos dejar sobrevivientes ―contestó Mal, entonces saltó por el

borde. Grité, pero él aterrizó rodando y se levantó abriendo fuego.

Tolya y Tamar lo siguieron, y se abrieron paso entre las filas restantes de

milicianos mientras Nikolai y su equipo trataban de cubrirlos desde arriba. Vi

que uno de los milicianos escapaba y corría hacia el bosque. Tolya atravesó

con una bala la espalda de su víctima, y antes de que el cuerpo tocara siquiera

Page 100: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

el suelo, el gigante giró con la mano cerrada en un puño mientras aplastaba el

corazón de otro soldado armado con un cuchillo, que se abalanzaba a su

espalda.

Tamar cargó directamente contra Ekaterina. Sus hachas brillaron dos veces

y la miliciana cayó. Junto a su cuerpo sin vida, unido a un fragmento de cuero

cabelludo, cayó su moño. Otro hombre levantó su pistola y apuntó hacia

Tamar, pero Mal se abalanzó sobre él y su cuchillo le cortó sin piedad la

garganta. «Me he convertido en una espada». Y después no quedó nadie,

únicamente cuerpos en un campo.

―¡Vamos! ―dijo Nikolai, mientras la plataforma ascendía más alto. Arrojó

un cable. Mal apuntaló sus pies contra el suelo y sostuvo la cuerda en tensión

para que Tolya y Tamar pudieran trepar por ella. Cuando los gemelos

estuvieron en la plataforma, Mal enganchó su tobillo y su muñeca al cable, y

ellos se inclinaron para ayudarlo a subir.

Entonces vi movimiento a su espalda: un hombre se había levantado de la

tierra, cubierto de sangre y barro, sujetando un sable delante de su cuerpo.

―¡Mal! ―grité, pero era demasiado tarde, sus extremidades ya estaban

enredadas en la cuerda.

El soldado rugió y lanzó un tajo. Mal levantó una mano en un intento inútil

por defenderse. La luz centelleó en la hoja de la espada del soldado, su brazo

se detuvo a medio camino y el sable resbaló de sus dedos. Y después su

cuerpo se hizo pedazos, se dividió por la mitad como si alguien hubiese

dibujado una línea casi perfecta desde lo alto de su cabeza hasta su ingle; una

línea que resplandecía mientras él se caía a pedazos.

Mal miró hacia arriba. Me encontraba al borde de la plataforma, con las

manos todavía brillando por el poder del Corte. Me tambaleé, y Nikolai me

tiró hacia atrás antes de que pudiera caer por la borda. Me liberé de él, me

dirigí rápidamente hacia el extremo más alejado de la plataforma y vomité

por la borda.

Me aferré al metal frío, sintiéndome como una cobarde. Mal y los gemelos

habían saltado a la batalla para asegurarse de que el Darkling no supiera de

nuestra localización, no habían dudado, habían matado con una eficiencia

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implacable. Yo había quitado una vida y estaba acurrucada como una niña,

limpiándome el vómito de los labios.

Stigg envió una llamarada sobre los cuerpos del campo. No me había

parado a pensar en que un cuerpo cortado por la mitad alertaría de mi

presencia con tanta seguridad como un informante.

Momentos después, la plataforma se alzó hasta el compartimento de carga

del Pelícano, y nos pusimos en marcha.

Cuando salimos a la cubierta, el sol brillaba a babor mientras ascendíamos

hacia las nubes. Nikolai gritaba órdenes. Un equipo de Impulsores manejaba

el gran globo, mientras que otros llenaban las velas de viento. Los

Mareomotores envolvían la base de la nave con niebla para evitar que alguien

en el suelo pudiera vernos. Reconocí a algunos de los Grisha renegados de

aquellos días en los que Nikolai estaba enmascarado como Sturmhond, y Mal

y yo habíamos sido prisioneros a bordo de su barco.

Esta embarcación era más grande y menos elegante que el Colibrí o el

Martín Pescador; pronto me enteré de que había sido construida para

transportar cargamento: envíos de armas zemeníes que Nikolai estaba

contrabandeando por las fronteras del norte y del sur, y algunas veces en el

Abismo. No estaba construida de madera, sino de una sustancia ligera hecha

por Fabricadores que convirtió a David en un manojo de nervios. De hecho,

se tumbó en el suelo para verla mejor, toqueteando por aquí y por allá.

―Es una especie de resina curada, pero reforzada con… ¿fibra de carbono?

―Cristal ―replicó Nikolai, que parecía totalmente complacido por el

entusiasmo de David.

―¡Es más flexible! ―exclamó David, cerca del éxtasis.

―¿Qué puedo decir? ―preguntó Genya, con ironía―. Es un hombre

apasionado.

La presencia de Genya me preocupó un poco, pero Nikolai no la había

visto llena de cicatrices, y no pareció reconocerla. Hablé con Nadia en

susurros para que les recordara a todos nuestros Grisha que no se refieran a

ella por su verdadero nombre.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Un miembro de la tripulación me ofreció una taza de agua fresca para que

pudiera enjuagarme la boca y lavarme la cara y las manos. Lo acepté con las

mejillas ardiendo, avergonzada de mi espectáculo abajo en la plataforma.

Cuando terminé, apoyé los codos en la barandilla y miré el paisaje de abajo

a través de la niebla, los campos pintados de los colores rojos y dorados del

otoño, el brillo azul grisáceo de las ciudades de los ríos y sus concurridos

puertos. Era tal el poder loco de Nikolai que no pensé dos veces en el hecho

de que estuviéramos volando. Había estado a bordo de sus embarcaciones

más pequeñas, y definitivamente prefería la sensación del Pelícano. Tenía algo

majestuoso; puede que no te llevara a destino rápidamente, pero tampoco se

volcaría a su antojo.

De estar metros bajo tierra a metros por encima. Apenas podía creerme

que Nikolai nos hubiera encontrado, que estuviera a salvo, que todos nos

encontráramos aquí. Una oleada de alivio se apoderó de mí, y los ojos se me

llenaran de lágrimas.

―Primero vómito y después lágrimas ―comentó Nikolai, acercándose a

mi lado―. No me digas que he perdido mi toque.

―Simplemente estoy feliz de que estés vivo ―le dije. Parpadeé

apresuradamente para tratar de contener las lágrimas―. Aunque estoy

segura de que podrás convencerme de lo contrario.

―También me alegro de verte. Los rumores decían que te habías ido bajo

tierra, pero parecía que te hubieras desvanecido completamente.

―Era más parecido a ser enterrada viva.

―¿Está el resto de tu grupo ahí?

―Esto es todo.

―No querrás decir…

―Esto es todo lo que queda del Segundo Ejército. El Darkling tiene a sus

Grisha, y tú tienes los tuyos, pero… ―Enmudecí.

Nikolai echó un vistazo rápido a la cubierta. Mal y Tolya conversaban con

un miembro de la tripulación de Nikolai y le ayudaban a amarrar las cuerdas

y manejar una vela. Alguien le había encontrado a Mal una chaqueta, pero

seguía sin botas. David pasaba las manos por la cubierta como si intentara

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Leigh Bardugo Dark Guardians

desaparecer en su interior. Los otros estaban apiñados en grupos pequeños:

Genya estaba junto a Nadia y a los otros Etherealki. Stigg estaba con Sergei,

que se había desplomado en el suelo y enterraba el rostro entre las manos.

Tamar revisaba las heridas de Harshaw, mientras Oncat le clavaba las uñas

en la pierna, con el pelaje erizado. La gata atigrada obviamente no disfrutaba

del vuelo.

―Todo lo que queda ―repitió Nikolai.

―Un Sanador decidió quedarse bajo tierra. ―Después de un largo minuto,

pregunté―: ¿Cómo nos encontraste?

―En realidad, no lo hice. Las milicias se habían estado apoderando de

nuestras rutas de contrabando. No podíamos permitirnos perder otro envío,

así que seguí a Luchenko. Entonces vimos a Tamar en la esquina de la plaza,

y cuando nos dimos cuenta de que el campamento hacia el que se dirigían era

el de ustedes, pensé ¿por qué no conseguir a la chica…?

―¿Y las armas?

Sonrió.

―Exacto.

―Gracias al cielo tuvimos la previsión de dejarnos capturar.

―Una rápida actuación por tu parte. Te felicito.

―¿Cómo están el Rey y la Reina?

Él resopló y dijo:

―Bien. Aburridos. Hay poco que puedan hacer. ―Se ajustó los puños de

su abrigo―. No llevan muy bien la pérdida de Vasily.

―Lo siento ―le dije. En realidad, no había pensado mucho en el hermano

mayor de Nikolai.

―Él mismo se lo buscó, pero me sorprende decir que también lo siento.

―Necesito saberlo, ¿conseguiste que Baghra saliera?

―Con muchos problemas y pocos agradecimientos. Deberías haberme

advertido sobre ella.

―Es una delicia, ¿verdad?

―Como una delicada plaga. ―Estiró el brazo y tironeó de un mechón de

mi cabello blanco―. Una elección arriesgada.

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Puse los mechones sueltos detrás de mi oreja con timidez.

―Es la moda bajo tierra.

―¿Sí?

―Ocurrió durante la batalla. Esperaba que volviera a la normalidad, pero

parece ser algo permanente.

―Mi primo Ludovic se despertó con una mancha blanca en el cabello

después de casi fallecer en una casa en llamas. Decía que las damas lo

encontraban muy elegante. Aunque, claro, también decía que los fantasmas le

prendieron fuego a la casa, así que quién sabe.

―Pobre primo Ludovic.

Nikolai se apoyó en la barandilla y estudió el globo atado sobre nosotros.

En un principio había asumido que era de lona, pero ahora pensaba que podía

ser seda cubierta con goma.

―Alina… ―empezó a decir. Estaba tan poco acostumbrada a ver a Nikolai

incómodo que me llevó un segundo darme cuenta de que estaba luchando

con las palabras―. Alina, la noche en el que el palacio fue atacado, regresé.

¿Era eso lo que le preocupaba? ¿Que pensara que me había abandonado?

―Nunca lo dudé. ¿Qué viste?

―La superficie estaba oscura cuando volé por encima. Algunos lugares se

habían incendiado. Vi los platos de David destrozados en el tejado y en el

césped del Pequeño Palacio. La capilla se había derrumbado. Había nichevo’ya

merodeando por los alrededores. Pensé que estábamos en problemas, pero no

le prestaron atención al Martín Pescador.

No pudieron, no con su amo atrapado y moribundo bajo un montón de

escombros.

―Esperaba que hubiera alguna forma de rescatar el cuerpo de Vasily

―dijo―. Pero no fue una buena idea. Todo el lugar estaba infestado. ¿Qué

ocurrió?

―Los nichevo’ya atacaron el Pequeño Palacio. Cuando llegué, uno de los

platos de David ya había sido derrumbado. ―Clavé una uña en la barandilla

de la nave y dejé una pequeña marca con forma de media luna―. No tuvimos

ninguna oportunidad.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

No quería pensar en la entrada principal manchada de sangre, con los

cuerpos esparcidos por el tejado, el suelo y las escaleras; montañas moteadas

de color azul, rojo, y púrpura.

―¿Y el Darkling?

―Intenté matarlo.

―Como todo el mundo.

―Sacrificándome.

―Ya veo.

―Destruí la capilla ―continué.

―Tú…

―Bueno, los nichevo’ya lo hicieron, bajo mis órdenes.

―¿Puedes dirigirlos?

Ya podía verlo calculando las diferentes ventajas. Siempre sería un

estratega.

―No te emociones ―le dije―. Tengo que crear mis propios nichevo’ya para

hacerlo. Y tengo que estar en contacto directo con el Darkling.

―Oh ―exclamó con tristeza―. Pero ¿y una vez que hayas encontrado el

pájaro de fuego?

―No estoy segura ―admití―, pero… ―Titubeé. Nunca había dicho esta

idea en voz alta. Entre los Grisha sería considerado herejía. A pesar de eso,

quería decir las palabras, quería que Nikolai las oyera. Tenía la esperanza de

que pudiera comprender las ventajas que nos daría, incluso si no podía

comprender los deseos que me motivaban a ello.

―Creo que podría construir mi propio ejército.

―¿Soldados de luz?

―Esa es la idea.

Nikolai me estaba mirando, y podría asegurar que estaba escogiendo sus

palabras con cuidado.

―Una vez me dijiste que merzost no es como la Pequeña Ciencia, que

cuesta un alto precio. ―Asentí―. ¿Cuán alto, Alina?

Pensé en el cuerpo de la niña aplastada por un plato de espejo, con las gafas

torcidas, en Marie desgarrada en los brazos de Sergei, en Genya acurrucada

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Leigh Bardugo Dark Guardians

en su chal. Pensé en las paredes de la iglesia, como un pergamino sangriento,

repletas de nombres de muertos. Aunque no era solo furia justa la que me

guiaba; era mi necesidad del pájaro de fuego, aparcada, pero siempre

ardiendo.

―No importa ―dije con firmeza―. Lo pagaré.

Nikolai lo consideró, y después dijo:

―Muy bien.

―¿Eso es todo? ¿Sin sabias palabras? ¿Sin advertencias desesperadas?

―Santos, Alina. Espero que no me veas como la voz de la razón ahora.

Sigo una estricta dieta de entusiasmo imprudente y arrepentimiento sincero.

―Se detuvo, y su sonrisa se desvaneció―. Pero de verdad lo siento por los

soldados que perdiste, y por no haber podido hacer más esa noche.

Debajo de nosotros, pude ver el inicio del amplio terreno blanco del

permafrost y, más allá, la silueta de unas montañas en la distancia.

―¿Qué podrías haber hecho, Nikolai? Solo habrías conseguido que te

mataran. Todavía puedes. ―Era duro, pero también la verdad. Contra los

soldados de sombras del Darkling, todo el mundo, sin importar lo brillante o

ingenioso que fuera, estaba prácticamente indefenso.

―Nunca lo sabrás ―replicó Nikolai―. He estado ocupado. Puede que aún

tenga algunas sorpresas guardadas para el Darkling.

―Por favor, dime que tu plan es vestirte como volcra y salir de una tarta.

―Bien, ya has arruinado la sorpresa. ―Se alejó de la barandilla―. Tengo

que pilotar sobre la frontera.

―¿La frontera?

―Nos dirigimos a Fjerda.

―Oh, bien, territorio enemigo. Y ya estaba empezando a relajarme.

―Estos son mis cielos ―dijo Nikolai con un guiño. Después se fue

caminando casualmente por la cubierta, silbando una familiar melodía

desafinada.

Lo había echado de menos, su forma de hablar, la forma en la que

afrontaba un problema, la manera en la que llevaba esperanzas con él

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Leigh Bardugo Dark Guardians

adondequiera que fuera. Por primera vez en meses, sentía aflojarse el nudo

de mi pecho.

Una vez cruzamos la frontera, pensé que nos encaminaríamos a la costa o

incluso a Ravka Occidental, pero pronto viramos hacia la cordillera que había

visto. Por mis días como cartógrafa, sabía que eran las cumbres

septentrionales de las Sikurzoi, la cordillera que se extendía por la mayor

parte de la frontera oriental y meridional de Ravka. Los fjerdanos las llamaban

Elbjen, los Codos, aunque a medida que nos acercábamos, era difícil decir por

qué. Eran unas cosas enormes y nevadas, todo hielo blanco y roca gris.

Habrían eclipsado a las Petrazoi. Si esas cosas eran codos, no quería saber a

qué estaban unidos.

Subimos más alto, y el aire se hizo más frío cuando entramos a la espesa

capa de nubes que ocultaba las cimas más escarpadas. Cuando emergimos,

ahogué un grito de asombro. Ahí, las pocas cumbres lo bastante altas para

perforar las nubes parecían flotar como islas en un mar blanco. La más alta

parecía aferrarse con unos enormes dedos de escarcha, y mientras

describíamos un arco a su alrededor, creí ver siluetas en el hielo. Una estrecha

escalera de piedra zigzagueaba por la pared del acantilado. ¿Qué clase de

lunático escalaría hasta ahí? ¿Y con qué propósito?

Rodeamos la montaña y nos acercamos cada vez más a la roca. Justo

cuando estaba a punto de gritar de pánico, giramos bruscamente hacia la

derecha. De repente, estábamos entre dos muros de hielo, luego el Pelícano

viró y entramos a un hangar de piedra insonorizado.

Nikolai de verdad había estado ocupado. Nos amontonamos en la

barandilla, mirando con la boca abierta la frenética actividad a nuestro

alrededor.

Había otras tres naves atracadas en el hangar: una segunda barcaza de

carga como el Pelícano, el elegante Martín Pescador, y un navío similar que

llevaba el nombre de Avetoro.

―Es una clase de garza ―dijo Mal, poniéndose un par de botas

prestadas―. Son más pequeñas, más escurridizas.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Como el Martín Pescador, el Avetoro tenía doble casco, aunque era más

plano y más ancho en la base, y estaba equipado con lo que parecían unos

esquíes.

La tripulación de Nikolai arrojó cuerdas por las barandillas del Pelícano, y

unos trabajadores corrieron a alcanzarlas, las extendieron, las tensaron y las

ataron a unos ganchos de acero fijados en las paredes del hangar y del suelo.

Aterrizamos con un golpe seco y un ensordecedor chirrido cuando el casco

arañó la piedra.

David frunció el ceño con desaprobación.

―Demasiado peso.

―No me miren a mí ―dijo Tolya.

Tan pronto nos detuvimos, Tolya y Tamar saltaron por las barandillas,

gritando saludos a los tripulantes y los trabajadores que debían reconocer de

su etapa a bordo del Volkvolny.

El resto esperamos a que bajaran la pasarela, y entonces salimos de la

barcaza arrastrando los pies.

―Impresionante ―alabó Mal.

Sacudí la cabeza con asombro.

―¿Cómo lo hará?

―¿Quieren saber mi secreto? ―preguntó Nikolai detrás de nosotros.

Ambos nos sobresaltamos. Se inclinó, miró a derecha y a izquierda, y susurró

en voz alta―: Tengo mucho dinero.

Puse los ojos en blanco.

―No, en serio ―protestó―. Mucho dinero.

Nikolai les dio órdenes de reparaciones a los estibadores que aguardaban,

y después condujo a nuestra harapienta y asombrada banda a una puerta en

la roca.

―Que entre todo el mundo ―dijo. Confundidos, nos apiñamos en la

pequeña estancia rectangular. Las paredes parecían hechas de hierro. Nikolai

empujó una puerta al otro lado de la entrada.

―Ese es mi pie ―se quejó Zoya, malhumorada, pero todos estábamos

apretados con tanta fuerza que era difícil decir con quién estaba enfadada.

Page 109: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―¿Qué es esto? ―pregunté.

Nikolai tiró de una palanca, y todos soltamos un grito colectivo cuando la

habitación salió despegada hacia arriba, llevándose mi estómago con ella.

Llegamos a nuestra parada con una sacudida. Mi barriga bajó de golpe

hasta mis zapatos, y la puerta se abrió. Nikolai salió partiéndose de risa.

―Nunca me cansaré de esto.

Salimos de la caja tan rápido como pudimos, todos excepto David, que se

quedó a juguetear con el mecanismo de la palanca.

―Cuidado ahí ―indicó Nikolai―. El viaje hacia abajo es más turbulento

que el viaje hacia arriba.

Genya le dio un tirón a David para sacarlo.

―Santos ―maldije―. Me olvidé de la frecuencia con la que me daban

ganas de apuñalarte.

―Entonces no he perdido mi toque. ―Miró a Genya y preguntó en voz

baja―: ¿Qué le pasa a esa chica?

―Es una larga historia. ―Evadí la respuesta―. Por favor, dime que hay

escaleras. Preferiría instalarme aquí permanentemente que volver a subirme

a esa cosa.

―Por supuesto que hay escaleras, pero son menos entretenidas. Y una vez

te hayas arrastrado arriba y abajo cuatro tramos, descubrirás que eres de

mente más abierta.

Iba a discutir, pero cuando eché un vistazo alrededor, las palabras

murieron en mi lengua. Si el hangar había sido impresionante, esto era

sencillamente milagroso.

Era la estancia más grande en la que había estado nunca; dos, quizá tres

veces más ancha y alta que el recibidor abovedado del Pequeño Palacio. Me

di cuenta de que ni siquiera era una habitación: estábamos en el interior de

una montaña hueca.

Ahora entendía lo que había visto cuando nos acercábamos a bordo del

Pelícano. Los dedos de escarcha eran en realidad enormes columnas de bronce

llenas de siluetas de personas y criaturas. Se elevaban por encima de nosotros,

sirviendo de soporte a unos enormes paneles de cristal que daban al océano

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Leigh Bardugo Dark Guardians

de nubes de abajo. El cristal era tan claro que le daba al espacio una

inquietante sensación de amplitud, como si el viento pudiera atravesarlo y

lanzarme a la nada de más allá. La cabeza me comenzó a martillear

―Respira profundo ―instruyó Nikolai―. Puede ser apabullante al

principio.

La estancia estaba repleta de gente. Algunos estaban en grupos, donde se

habían instalado las mesas de dibujo y equipos de maquinaria; otros

marcaban cajas de suministros en una especie de almacén improvisado.

Otra área había sido reservada para el entrenamiento, donde soldados

entrenaban con espadas sin filo, mientras otros invocaban vientos Impulsores

o arrojaban llamas Inferno. A través del cristal, vi unas terrazas que

sobresalían en cuatro direcciones, enormes picos como los puntos de una

brújula: norte, sur, este y oeste. Dos de ellas habían sido asignadas para las

prácticas de tiro.

Era difícil no compararlo con las cavernas húmedas y enclaustradas de la

Catedral Blanca. Todo aquí estaba lleno de vida y esperanza. Todo estaba

marcado con el sello de Nikolai.

―¿Qué es este lugar? ―pregunté mientras nos abríamos paso lentamente.

―Originalmente era un lugar de peregrinación, de la época en la que las

fronteras de Ravka se extendían más al norte ―respondió Nikolai―. El

Monasterio de Sankt Demyan.

Sankt Demyan de la Escarcha. Al menos eso explicaba la escalera de

caracol que habíamos visto. Solo la fe o el miedo podían llevar a alguien a

hacer semejante escalada. Recordé la página de Demyan del Istorii Sankt’ya.

Había hecho una especie de milagro cerca de la frontera del norte. Estaba casi

segura de que había sido apedreado hasta la muerte.

―Hace unos cuantos cientos de años, se convirtió en un observatorio

―continuó Nikolai, y señaló un descomunal telescopio de latón metido en

uno de los nichos de cristal―. Estuvo abandonado durante casi un siglo.

Escuché hablar de él durante la campaña de Halmhend, pero me llevó algún

tiempo encontrarlo. Ahora lo llamamos La Hiladora.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Entonces lo comprendí: las columnas de bronce eran las constelaciones: El

Cazador con su arco tensado, El Erudito inclinado en su estudio, Los Tres

Hijos Necios, acurrucados juntos, tratando de compartir un único abrigo. El

Tesorero, el Oso, el Mendigo. La Doncella Rapada blandiendo su aguja de

hueso. Doce en total: los radios de La Hiladora.

Tuve que estirar el cuello hasta atrás para poder ver por completo la

cúpula de cristal sobre nosotros. El sol se estaba poniendo, y a través de ella,

pude ver el cielo mientras se tornaba de un exuberante azul profundo. Si

entrecerraba los ojos, podía distinguir una estrella de doce puntas en el centro

de la cúpula.

―Demasiado cristal ―susurré. La cabeza me daba vueltas.

―Pero no hay escarcha ―apuntó Mal.

―Calefacción por tuberías ―aclaró David―. Están en el suelo.

Probablemente también incrustadas en las columnas.

Sí hacía más calor en esta habitación, aunque aún hacía tanto frío que no

quería separarme de mi sombrero ni de mi abrigo, si bien sentía los pies

cálidos dentro de las botas.

―Hay calderas bajo el suelo ―aclaró Nikolai―. Todo el lugar funciona

con nieve derretida y el calor del vapor. El problema es el combustible, pero

he estado almacenando carbón.

―¿Durante cuánto tiempo?

―Dos años. Comenzamos las reparaciones cuando tuve las cavernas de

abajo convertidas en hangares. No es un lugar ideal para pasar las vacaciones,

pero algunas veces solo quieres escapar.

Estaba impresionada, pero también nerviosa. Estar cerca de Nikolai

siempre era así, lo veías transformarse y cambiar, y revelar secretos a su paso.

Me recordaba a esas muñecas de madera con las que jugaba cuando era niña,

excepto que en lugar de hacerse cada vez más pequeño, seguía haciéndose

más grande y más misterioso. Mañana, probablemente me contaría que había

construido un palacio de placer en la luna. «Fue difícil de conseguir, pero mira

qué vistas».

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Echen un vistazo por los alrededores ―nos sugirió Nikolai―. Háganse

una idea del lugar. Nevsky está descargando mercancía en el hangar, y tengo

que hacerme cargo de las reparaciones del casco. ―Recordaba a Nevsky:

había sido un soldado en el antiguo regimiento de Nikolai, el Veintidós, y no

era particularmente aficionado a los Grisha.

―Me gustaría ver a Baghra ―le dije.

―¿Estás segura de eso?

―Ni remotamente.

―Te llevaré con ella. Es buena práctica, en caso de que tenga que llevar a

alguien a la horca. Y después de que hayas tenido suficiente castigo, Oretsev

y tú pueden acompañarme a cenar.

―Gracias ―contestó Mal―, pero debería empezar a equipar nuestra

expedición para encontrar el pájaro de fuego.

Hubo un tiempo, no hace mucho, en el que Mal se habría erizado ante la

idea de dejarme sola con el Príncipe Perfecto, pero Nikolai había tenido la

amabilidad de no mostrar sorpresa.

―Por supuesto. Enviaré a Nevsky contigo cuando haya terminado; él

también te ayudará a organizar el alojamiento. ―Palmeó a Mal en el

hombro―. Un placer volver a verte, Oretsev.

La sonrisa que Mal le devolvió era sincera.

―Igualmente. Gracias por el rescate.

―Todo el mundo necesita un pasatiempo.

―Pensaba que el tuyo era acicalarte.

―Dos pasatiempos.

Chocaron las manos brevemente, después Mal se inclinó y se marchó con

el grupo.

―¿Debería ofenderme que no quiera cenar con nosotros? ―preguntó

Nikolai―. Presento una mesa excelente, y rara vez babeo.

No quería discutir sobre eso.

―Baghra ―insistí.

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―Fue impresionante en aquel campo de cebada ―continuó Nikolai,

tomándome del codo para dirigirme de vuelta por el camino que habíamos

venido―. Es mejor con la espada y la pistola de lo que jamás había visto.

Recordé lo que el Apparat había dicho: «Los hombres luchan por Ravka

porque el Rey lo ordena».

Mal siempre había sido un talentoso rastreador, pero se había convertido

en un soldado por lo mismo que todos los demás: porque no teníamos

elección. ¿Por qué estaba luchando ahora? Lo recordé al saltar desde la

plataforma, y luego cortarle la garganta al miliciano. «Me he convertido en

una espada».

Me encogí de hombros, con ganas de cambiar de tema.

―No hay mucho que hacer bajo tierra además de entrenar.

―Puedo pensar en formas más interesantes de pasar el tiempo.

―¿Se supone que eso es una insinuación?

―Qué mente más sucia tienes. Me refería a hacer rompecabezas y a leer

textos educativos.

―No voy a volver a esa caja de metal ―dije cuando nos aproximamos a la

puerta en la roca―. Así que será mejor que me lleves por las escaleras.

―¿Por qué todos dicen siempre eso?

Suspiré de alivio cuando descendimos por un amplio y deliciosamente

inmóvil conjunto de escalones de piedra.

Nikolai me condujo por un pasaje curvo, y me quité el abrigo cuando

comencé a sudar. El suelo bajo el observatorio estaba considerablemente más

caliente, y cuando atravesamos una amplia puerta, vi un laberinto de calderas

de vapor que brillaban y silbaban en la oscuridad. Incluso el siempre pulcro

Nikolai tenía una fina capa de sudor en sus elegantes facciones.

Definitivamente, nos dirigíamos a la guarida de Baghra. La mujer no

parecía capaz de conservar el calor. Me pregunté si era debido a que rara vez

usaba su poder. Desde luego, yo no había sido capaz de deshacerme del frío

en la Catedral Blanca.

Nikolai se detuvo frente a una puerta de hierro.

―Última oportunidad para huir.

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―Adelante ―le dije―. Sálvate.

Suspiró.

―Recuérdame como un héroe. ―Golpeó ligeramente la puerta y

entramos.

Tuve la desconcertante sensación de que nos adentrábamos a la cabaña de

Baghra en el Pequeño Palacio. Allí estaba, acurrucada frente a una estufa de

azulejos, vestida con la misma kefta desteñida, con una mano descansando

sobre el bastón con el que sentiría un gran placer al golpearme. El mismo

sirviente le estaba leyendo, y sentí una oleada de vergüenza cuando me di

cuenta de que ni siquiera había pensado en preguntar si él había conseguido

escapar de Os Alta. El niño se detuvo cuando Nikolai se aclaró la garganta.

―Baghra ―dijo Nikolai―. ¿Cómo te encuentras esta tarde?

―Todavía vieja y ciega ―gruñó.

―Y encantadora ―añadió Nikolai―. No te olvides de encantadora.

―Mequetrefe.

―Vieja bruja.

―¿Qué es lo que quieres, pesado?

―Te traje una visita ―respondió Nikolai, dándome un empujón.

¿Por qué estaba tan nerviosa?

―Hola, Baghra ―pude decir.

Ella se detuvo, sin hacer ninguna clase de movimiento.

―La Santita vuelve para salvarnos ―murmuró.

―Bueno, casi muere tratando de librarnos de tu engendro maldito ―dijo

Nikolai con suavidad. Parpadeé. Así que Nikolai sabía que Baghra era la

madre del Darkling.

―Ni siquiera podía manejar el martirio correctamente, ¿verdad? ―Baghra

me hizo un gesto con la mano―. Pasa y cierra la puerta, niña. Estás dejando

que se escape el calor. ―Sonreí ante ese conocido refrán―. Y tú ―espetó en

dirección a Nikolai―. Vete a dondequiera que te necesiten.

―Eso no es apenas limitante ―dijo él―. Alina, volveré a buscarte para

cenar, pero en caso de que te inquietes, siéntete libre de salir gritando de esta

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habitación o de atacarla con una daga; lo que te parezca más adecuado en ese

momento.

―¿Sigues aquí? ―le espetó Baghra.

―Me marcho, pero espero permanecer en sus corazones ―dijo

solemnemente. Luego guiñó un ojo y desapareció.

―Condenado niño.

―Te agrada ―exclamé con incredulidad.

Baghra frunció el ceño.

―Es codicioso y arrogante. Se arriesga demasiado.

―Casi suenas preocupada.

―También te agrada a ti, Santita ―dijo con voz maliciosa.

―Pues sí ―admití―. Él ha sido amable cuando podría haber sido cruel.

Es revigorizante.

―Se ríe demasiado.

―Hay atributos peores.

―¿Como discutir con tus mayores? ―gruñó, después golpeó el suelo con

su bastón―. Chico, ve a buscarme algo dulce.

El sirviente dio un brinco y dejó el libro. Lo atrapé mientras corría a mi

lado en dirección a la puerta.

―Espera un momento ―le pedí―. ¿Cómo te llamas?

―Misha ―respondió. Necesitaba desesperadamente un corte de pelo,

pero por lo demás, parecía bastante bien.

―¿Cuántos años tienes?

―Ocho.

―Siete ―espetó Baghra.

―Casi ocho ―cedió él.

Era pequeño para su edad.

―¿Me recuerdas?

Alzó una mano temblorosa para tocar las astas en mi cuello, y después

asintió solemnemente.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Sankta Alina ―exhaló. Su madre le había dicho que yo era una Santa, y

al parecer, el desprecio de Baghra no había logrado convencerlo de lo

contrario―. ¿Sabes dónde está mi madre? ―preguntó.

―No, lo siento. ―Ni siquiera pareció sorprendido, quizás era la respuesta

que esperaba―. ¿Cómo te encuentras aquí?

Sus ojos se desviaron hacia Baghra, y después volvieron a mí.

―Está bien ―dije―. Sé sincero.

―No tengo con quién jugar.

Sentí una pequeña punzada al recordar los solitarios días en Keramzin

antes de que Mal llegara, los huérfanos más mayores no tenían interés en otra

escuálida refugiada.

―Eso puede cambiar pronto. Hasta entonces, ¿te gustaría aprender a

pelear?

―A los sirvientes no se nos permite pelear ―replicó, pero pude ver que le

agradaba la idea.

―Soy la Invocadora del Sol y tienes mi permiso. ―Ignoré el bufido de

Baghra―. Si vas a buscar a Malyen Oretsev, él te conseguirá una espada de

prácticas.

Antes de que pudiera parpadear, el chico había salido corriendo de la

habitación, prácticamente tropezando con sus propios pies por la emoción.

Cuando se marchó, pregunté:

―¿Y su madre?

―Una sirvienta en el Pequeño Palacio ―Baghra se envolvió más en su

chal―. Es posible que haya sobrevivido; no hay forma de saberlo.

―¿Cómo lo lleva él?

―¿Cómo crees? Nikolai tuvo que arrastrarlo gritando a ese artefacto

maldito. Aunque eso puede que solo haya sido sentido común. Por suerte

ahora llora menos.

Cuando moví el libro para sentarme a su lado, miré el título: Parábolas

religiosas. Pobre niño. Después volví a centrar mi atención en Baghra. Había

ganado algo de peso, y estaba sentada recta en su silla. Salir del Pequeño

Page 117: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Palacio le había sentado bien, incluso si solo había encontrado otra cueva

caliente en la que esconderse.

―Te ves bien.

―No puedo saberlo ―dijo con amargura―. ¿A qué te referías con lo que

le dijiste a Misha? ¿Estás pensando en traer aquí a los estudiantes?

Los niños de la escuela Grisha de Os Alta habían sido evacuados a

Keramzin, junto con sus profesores y Botkin, mi antiguo instructor de

combate. Su seguridad me había estado preocupando durante meses, y ahora

estaba en posición de hacer algo al respecto.

―Si Nikolai accede a instalarlos en la Hiladora, ¿considerarías enseñarles?

―Hmm… ―musitó con el ceño fruncido―. Alguien tendrá que hacerlo.

Quién sabe qué clase de basura habrán estado aprendiendo con ese grupo.

Sonreí. Un gran progreso. Pero mi sonrisa se desvaneció cuando me golpeó

la rodilla con su bastón.

―¡Ay! ―grité. La puntería de la mujer era asombrosa.

―Enséñame tus muñecas.

―No tengo el pájaro de fuego.

Levantó su bastón de nuevo, pero me hice a un lado.

―Está bien, está bien. ―Tomé su mano y la puse sobre mi muñeca

desnuda. Mientras palpaba cerca de mi codo, pregunté—: ¿Cómo sabe

Nikolai que eres la madre del Darkling?

―Preguntó. Es más observador que el resto de ustedes, estúpidos. ―Debió

haberse convencido de que no había escondido el tercer amplificador, porque

me soltó la muñeca con un gruñido.

―¿Y simplemente se lo dijiste?

Baghra suspiró.

―Esos son los secretos de mi hijo ―dijo con cansancio―. No es mi trabajo

guardarlos durante más tiempo. ―Entonces se echó hacia atrás―. Así que

fallaste al intentar matarlo una vez más.

―Sí.

―No puedo decir que lo siento. Al final, soy mucho más débil que tú,

Santita.

Page 118: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Vacilé, después solté:

―Usé merzost.

Las sombras que tenía por ojos se abrieron de golpe.

―¿Que tú qué?

―Yo… no lo logré sola. Utilicé la conexión entre nosotros, la creada por el

collar, para controlar el poder del Darkling. Creé nichevo’ya.

Las manos de Baghra se abalanzaron a por las mías. Tomó mis muñecas

con un doloroso agarre.

―No debes hacer eso, niña, no debes jugar con esa clase de poder. Eso es

lo que creó el Abismo. Solo miseria puede salir de ahí.

―No tengo otra elección, Baghra. Sabemos dónde se encuentra el pájaro

de fuego, o al menos creemos saber dónde está. Una vez lo encontremos…

―Sacrificarás otra antigua vida por el bien de tu propio poder.

―Puede que no ―protesté, débilmente―. Le mostré misericordia al

ciervo. Quizás el pájaro de fuego no tenga que morir.

―Escúchate. Esta no es otra historia para niños. El ciervo tenía que morir

para que tú pudieras reclamar su poder. El pájaro de fuego no es diferente, y

esta vez la sangre estará en tus manos. ―Después se rio con esa risa baja y sin

alegría―. Ese pensamiento no te molesta tanto como debería, ¿verdad, niña?

―No ―admití.

―¿No te importa lo que se puede perder? ¿El daño que puedes causar?

―Sí ―contesté miserablemente―. Me importa. Pero se me han acabado las

opciones, e incluso si no fuera así…

Me soltó las manos.

―Lo buscarías de igual manera.

―No voy a negarlo, quiero el pájaro de fuego, quiero el poder combinado

de los amplificadores. Pero eso no va a cambiar el hecho de que ningún

ejército humano puede enfrentarse contra los soldados de sombras del

Darkling.

―Abominaciones contra abominaciones.

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Si eso era lo necesario. Demasiado había perdido como para dar la espalda

a cualquier arma que me hiciera lo bastante fuerte para ganar esta batalla. Con

o sin la ayuda de Baghra, encontraría una manera de controlar merzost.

Vacilé.

―Baghra, he leído los diarios de Morozova.

―¿En serio? ¿Lo encontraste una lectura estimulante?

―No, lo encontré exasperante.

Para mi sorpresa, se rio.

―Mi hijo estudió minuciosamente esas páginas como si fueran las

sagradas escrituras. Debió leerlos miles de veces, cuestionándose cada

palabra. Empezó a pensar que había códigos escondidos en el texto. Sostuvo

las páginas sobre una llama para buscar tinta invisible. Al final, maldijo el

nombre de Morozova.

Igual que yo. Solo la obsesión de David persistía. Casi había conseguido

que lo mataran hoy cuando insistió en llevar su mochila.

Odiaba tener que preguntarlo, odiaba incluso poner la posibilidad en

palabras, pero me obligué a hacerlo.

―¿Hay… hay alguna posibilidad de que Morozova dejara el círculo sin

acabar? ¿Hay alguna posibilidad de que nunca creara un tercer amplificador?

Durante un momento permaneció en silencio, con expresión ausente, y su

mirada ciega centrada en algo que yo no podía ver.

―Morozova nunca podría haberlo dejado incompleto ―contestó con

suavidad―. No era su estilo.

Sus palabras me erizaron el vello de los brazos, y recordé cuando Baghra

posó las manos sobre mi collar en el Pequeño Palacio. «Me hubiera gustado

ver su ciervo».

―Baghra…

Una voz llegó desde el umbral de la puerta:

―Moi soverenyi. ―Levanté la vista hacia Mal, molesta por la interrupción.

―¿Qué ocurre? ―pregunté, y reconocí el filo que aparecía en mi voz con

todo lo relacionado al pájaro de fuego.

―Hay un problema con Genya ―respondió―. Y con el Rey.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Traducido por Pamee

Me puse de pie de un salto.

―¿Qué pasó?

―A Sergei se le escapó su verdadero nombre. Parece que se está

adaptando a las alturas tan bien como se adaptó a las cuevas.

Solté un gruñido de frustración. Genya había jugado un rol clave en el plan

del Darkling para deshacerse del Rey. Yo había intentado ser paciente con

Sergei, pero ahora había puesto en peligro a Genya y había arriesgado nuestra

situación con Nikolai.

Baghra estiró una mano y me tironeó de los pantalones, para luego hacer

un gesto hacia Mal.

―¿Quién es ese?

―El capitán de mi guardia.

―¿Grisha?

Fruncí el ceño.

―No, otkazat’sya.

―Suena…

―Alina ―me llamó Mal―. Se la van a llevar ahora mismo.

Me quité de encima los dedos de Baghra.

―Tengo que irme. Te enviaré a Misha de regreso.

Me apresuré a salir de la habitación, cerré la puerta y Mal yo bajamos

corriendo las escaleras de a dos escalones a la vez.

El sol se había puesto hacía tiempo, y los faroles de la Hiladora ya estaban

encendidos. En el exterior, vi que las estrellas emergían por sobre los bancos

de nubes. Un grupo de soldados con bandas azules en los brazos se habían

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Leigh Bardugo Dark Guardians

reunido junto al área de entrenamiento y parecían a dos segundos de sacar

sus armas para apuntar a Tolya y Tamar. Sentí una sobrecarga de orgullo al

ver a mis Etherealki desplegados detrás de los gemelos para escudar a Genya

y David. Sergei no estaba por ningún lado, lo que probablemente era bueno,

porque ahora no tenía tiempo para darle la paliza que se merecía.

―¡Ya está aquí! ―gritó Nadia cuando nos vio. Me fui directo hacia Genya.

―El Rey está esperando ―dijo uno de los guardias.

Me sorprendí cuando escuché a Zoya replicar:

―Que se espere.

Rodeé los hombros de Genya con un brazo, y la alejé un poco. Estaba

temblando.

―Escúchame ―le dije, y le acaricié el cabello―. Nadie te hará daño, ¿me

entiendes?

―Es el Rey, Alina. ―El terror en su voz era claro.

―Ya no es el rey de nada ―le recordé. Hablaba con una confianza que no

sentía. Esto podía resultar muy mal, muy rápido, pero no había forma de

evitarlo―. Debes enfrentarlo.

―Pero que me vea… apocada así…

La obligué a mirarme a los ojos.

―No estás apocada. Desafiaste al Darkling para darme la libertad; no

permitiré que te quiten la tuya.

Mal se nos acercó.

―Los guardias se están inquietando.

―No puedo hacerlo ―dijo Genya.

―Sí puedes.

Mal le posó una mano en el hombro con suavidad.

―Estamos contigo.

Una lágrima rodó por su mejilla.

―¿Por qué? En el Pequeño Palacio espiaba a Alina, quemé las cartas que

te escribió, dejé que creyera…

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Te interpusiste entre nosotros y el Darkling en el barco de Sturmhond

―dijo Mal con la misma voz firme que utilizó en el derrumbe―. No reservo

mi amistad para personas perfectas. Y, gracias a los Santos, tampoco Alina.

―¿Confías en nosotros? ―pregunté.

Genya tragó, luego tomó aliento e hizo acopio de la elegancia que una vez

le había resultado tan natural. Se ajustó el chal.

―Muy bien ―dijo.

Regresamos con el grupo. David la miró interrogante y ella le tomó la

mano.

―Estamos listos ―le dije a los soldados.

Mal y los gemelos nos siguieron, pero alcé una mano para advertir a los

otros Grisha.

―Quédense aquí ―les pedí, luego añadí―: Manténganse alerta.

Bajo las órdenes del Darkling, Genya había estado a punto de cometer

regicidio, y Nikolai lo sabía. Si estallaba una pelea, no tenía idea de cómo nos

iríamos de esta montaña.

Seguimos a los guardias por el observatorio, y luego por un corredor que

llevaba a unas escaleras. Al girar en una curva, oí la voz del Rey. No pude

distinguir todo lo que decía, aunque sí oí la palabra «traición».

Nos detuvimos en el umbral de una puerta, formada por las lanzas de dos

estatuas de bronce: Alyosha y Arkady, los Jinetes de Ivets, con sus armaduras

tachonadas de estrellas de hierro. Lo que fuera la habitación antiguamente,

ahora era la sala de guerra de Nikolai. Las paredes estaban cubiertas de mapas

y planes, y una enorme mesa de dibujo estaba llena de trastos.

Nikolai estaba inclinado contra su escritorio, con los brazos y los tobillos

cruzados y expresión preocupada. Casi no reconocí a los Reyes de Ravka. La

última vez que había visto a la Reina, ella había estado envuelta en seda rosa

y cargada de diamantes. Ahora llevaba un sarafan de lana sobre una blusa

simple de campesina. Su cabello rubio, que llevaba en un moño desordenado,

se veía opaco y pajoso, sin el brillo otorgado por las habilidades de Genya.

Aparentemente el Rey seguía siendo parcial a la indumentaria militar. La

trenza dorada y el cinto de satén de su uniforme ya no los traía, reemplazados

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Leigh Bardugo Dark Guardians

por el verde opaco del Primer Ejército que parecía incongruente con su

complexión débil y bigote encanecido. Parecía frágil apoyado contra la silla

de su esposa, la evidencia incriminatoria de lo que fuera que Genya le hubiera

hecho era clara en sus hombros encorvados y piel suelta.

Cuando entré, el Rey abrió los ojos casi de forma cómica.

―No pedí ver a esta bruja.

Me obligué a hacer una reverencia, con la esperanza de que me sirviera la

diplomacia que había aprendido de Nikolai.

―Moi tsar.

―¿Dónde está la traidora? ―aulló, con baba colgando del labio inferior.

Y hasta ahí llegó la diplomacia.

Genya dio un pacito al frente, y las manos le temblaron cuando se bajó el

chal. El Rey jadeó y la Reina se cubrió la boca. El silencio en la habitación era

como el silencio luego de una explosión de cañón. Vi que la compresión

asaltaba a Nikolai, quien me miró con la mandíbula apretada. No le había

mentido, exactamente, pero bien podría haberlo hecho.

―¿Qué es esto? ―musitó el Rey.

―Este es el precio que pagó por salvarme, por desafiar al Darkling

―respondí.

El Rey frunció el ceño.

―Es una traidora a la corona. Quiero su cabeza.

Para mi sorpresa, Genya se dirigió a Nikolai.

―Asumiré mi castigo si él asume el suyo.

El rostro del Rey se volvió de un tono púrpura. Quizá sufriera un ataque

cardiaco y nos salvara de las molestias.

―¡Permanecerás en silencio frente a tus superiores!

Genya levantó la barbilla.

―No tengo superiores aquí. ―No estaba facilitando las cosas, pero aun así

quise aplaudirla.

―Si crees que… ―comenzó a espetar la Reina.

Genya estaba temblando, pero su voz permaneció firme cuando dijo:

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Si a él no lo enjuician por sus fallas como rey, entonces que lo enjuicien

por sus fallas como hombre.

―Tú, puta malagradecida ―dijo el Rey con voz desdeñosa.

―Suficiente ―exclamó Nikolai―. Paren los dos.

―Soy el Rey de Ravka, no permitiré…

―Eres el Rey sin un trono ―replicó Nikolai con suavidad―. Y te pido con

respeto que contengas la lengua.

El Rey cerró la boca, una vena le palpitaba en la sien.

Nikolai se tomó las manos a la espalda.

―Genya Safin, estás acusada de traición e intento de homicidio.

―Si lo hubiera querido muerto, estaría muerto.

Nikolai le dirigió una mirada de advertencia.

―No intenté matarlo ―dijo.

―Pero le hiciste algo al Rey, algo de lo que los doctores de la corte dicen

nunca se recuperará. ¿Qué fue?

―Veneno.

―De seguro podrían haberlo identificado.

―Este no, lo diseñé yo misma. En dosis pequeñas durante un periodo de

tiempo largo, los síntomas son suaves.

―¿Un alcaloide vegetal? ―preguntó David.

Ella asintió.

―Una vez que se encaja en el sistema de la víctima, se alcanza un umbral,

los órganos comienzan a fallar, y la degeneración es irreversible. No es un

asesino, es un ladrón. Te roba años, y nunca los recuperarás.

Sentí un escalofrío por la satisfacción en su voz. Lo que describió no era un

veneno común, sino la creación de una chica entre Corporalnik y Fabricadora,

una chica que había pasado mucho tiempo en los talleres Materialki.

La Reina sacudió la cabeza.

―¿Dosis pequeñas en periodos largos de tiempo? Ella no tenía ese acceso

a nuestras comidas…

―Envenené mi piel ―replicó Genya con dureza―, mis labios, para que

cada vez que él me tocara… ―Tembló ligeramente y miró a David―. Cada

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Leigh Bardugo Dark Guardians

vez que me besaba, alojaba la enfermedad en su cuerpo. ―Apretó los

puños―. Él se lo buscó.

―Pero el veneno te habría afectado a ti también ―dijo Nikolai.

―Tenía que purgármelo de la piel, y luego curar las quemaduras que me

dejaba la lejía. Cada vez. ―Apretó más los puños―. Valió la pena.

Nikolai se pasó una mano por la boca.

―¿Te forzó?

Genya asintió una vez. A Nikolai le palpitó un músculo en la mandíbula.

―¿Padre? ―preguntó―. ¿La forzaste?

―Es una sirvienta, Nikolai. No tenía que forzarla.

Luego de un momento, Nikolai dijo:

―Genya Safin, cuando esta guerra termine, comparecerás en juicio por alta

traición contra este reino, y por coludirte con el Darkling contra la corona.

El Rey esbozó una sonrisa satisfecha, pero Nikolai no había terminado.

―Padre, estás enfermo. Has servido a la corona y al pueblo de Ravka, y

ahora es tiempo de que tomes el descanso que te mereces. Esta noche,

escribirás una carta de abdicación.

El Rey parpadeó confundido, los párpados le temblaron como si no

pudiera comprender lo que oía.

―No haré tal…

―Escribirás la carta, y mañana partirás en el Martín Pescador. Te llevará a

Os Kervo, en donde abordarás a salvo el Volkvolny y cruzarás el Verdadero

Océano. Puedes ir a un lugar cálido, tal vez las Colonias Sureñas.

―¿Las Colonias? ―jadeó la Reina.

―Vivirán con todos los lujos, estarán lejos de la lucha y del alcance del

Darkling. Estarán a salvo.

―¡Soy el Rey de Ravka! Esta… esta traidora, esta…

―Si te quedas, me encargaré de que seas enjuiciado por violación.

La Reina se llevó una mano al corazón.

―Nikolai, no puedes hacer esto.

―Ella estaba bajo tu protección, madre.

―¡Es una sirvienta!

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Y tú eres una reina. Tus súbditos son tus hijos. Todos ellos.

El Rey se dirigió a Nikolai.

―Me sacarás de mi propio país con cargos tan mínimos…

Ante esto, Tamar rompió su silencio.

―¿Mínimos? ¿Serían mínimos si ella hubiera sido de sangre noble?

Mal cruzó los brazos.

―Si hubiera sido de sangre noble, él nunca se hubiera atrevido.

―Esta es la mejor solución ―dijo Nikolai.

―¡No es una solución! ―gritó el Rey―. ¡Es cobardía!

―No puedo dejar de lado este crimen.

―No tienes el derecho, ni la autoridad. ¿Quién eres para tomar decisiones

sobre tu Rey?

Nikolai se irguió más.

―Son las leyes de Ravka, no las mías. No deberían inclinarse ante rango o

posición social. ―Moderó su tono―. Sabes que es lo mejor. Tu salud está

fallando. Tienes que descansar, y estás demasiado débil para liderar nuestras

fuerzas contra el Darkling.

―¡Obsérvame! ―rugió el Rey.

―Padre ―dijo Nikolai con suavidad―, los hombres no te seguirán.

El Rey entrecerró los ojos.

―Vasily era el doble de hombre que eres tú. Eres un debilucho y un tonto,

lleno de sentir y sangre común.

Nikolai se encogió.

―Tal vez ―reconoció―. Pero escribirás esa carta, y subirás a bordo del

Martín Pescador sin protestar. Dejarás este lugar o serás enjuiciado, y si te

encuentran culpable, entonces te enviaré a la horca.

La Reina emitió un sollozo.

―Es mi palabra contra la de ella ―dijo el Rey, meneando un dedo hacia

Genya―. Soy el Rey…

Me interpuse entre ellos.

―Y yo soy una Santa. ¿Deberíamos ver la palabra de quién pesa más?

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Tú cierra la boca, bruja grotesca. Debí haber hecho que te mataran

cuando tuve la oportunidad.

―Es suficiente ―espetó Nikolai, su paciencia agotada. Les hizo un gesto a

los guardias de la puerta―. Escolten a mis padres a sus habitaciones.

Vigílenlos y asegúrense de que no hablan con nadie. Aceptaré tu abdicación

por la mañana, padre, o haré que te encadenen.

El Rey miró de Nikolai a los guardias que ahora lo flanqueaban. La Reina

lo sujetó de un brazo, mientras en sus ojos azules brillaba el pánico.

―Tú no eres un Lantsov ―gruñó el Rey.

Nikolai solo hizo una reverencia.

―Me parece que puedo vivir con ese hecho.

Les hizo una seña a los guardias, quienes sujetaron al Rey, pero él se liberó

de su agarre. Caminó hacia la puerta erizado de furia, intentando reunir lo

que le quedaba de dignidad.

Se detuvo ante Genya, y sus ojos le recorrieron el rostro.

―Al menos ahora te ves cómo eres de verdad ―le dijo―. Arruinada.

Pude ver que la palabra la golpeó como una bofetada. Razrusha’ya, la

Arruinada, el nombre que los peregrinos habían susurrado cuando la habían

visto por primera vez.

Mal dio un paso adelante, Tamar se llevó las manos a las hachas, y escuché

que Tolya gruñía. Pero Genya los detuvo con una mano, irguió la espalda y

su ojo restante resplandeció con convicción.

―Recuérdeme cuando esté a bordo de ese barco, moi tsar. Recuérdeme

cuando le dé el último vistazo a Ravka mientras desaparece en el horizonte.

―Se inclinó y le susurró algo. El Rey palideció, y vi miedo real en sus ojos.

Genya se echó hacia atrás y dijo―: Espero que la última probada que tomó de

mí haya valido la pena.

Los Reyes de Ravka fueron escoltados de la habitación por los guardias.

Genya mantuvo la barbilla en alto hasta que salieron, pero luego, hundió los

hombros. David la rodeó con un brazo, pero ella se lo quitó de encima.

―No lo hagas ―gruñó, y se limpió las lágrimas que amenazaban con

derramarse.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Tamar dio un paso adelante al mismo tiempo que yo dije:

―Genya…

Pero ella alzó las manos para detenernos.

―No quiero su lástima ―dijo con ferocidad. Su voz sonaba áspera y

salvaje. Nos quedamos inmóviles, sin saber qué hacer―. No lo entienden.

―Se cubrió el rostro con las manos―. Ninguno de ustedes entiende.

―Genya ―David intentó hablar con ella.

―No te atrevas ―lo detuvo con aspereza, las lágrimas volvieron a

inundarle los ojos―. Nunca me prestaste atención antes de que fuera así,

antes de que estuviera rota. Ahora solo me ves como algo que arreglar.

Quería encontrar palabras para calmarla, pero antes de que pudiera

hacerlo, David cuadró los hombros y dijo:

―Sé de metal.

―¿Qué tiene que ver eso con esto? ―exclamó Genya.

David frunció el ceño.

―No… no entiendo ni la mitad de lo que sucede a mí alrededor. No

entiendo las bromas ni las puestas de sol ni la poesía, pero sé de metal.

―Dobló los dedos, como si estuviera intentando atrapar las palabras

físicamente―. La belleza era tu armadura, todo lo que mostrabas era algo

frágil. ¿Pero tu interior? Ese es acero. Es valiente e inquebrantable, y no

necesita que lo arregle.

Tomó un aliento y luego avanzó con incomodidad; tomó el rostro de

Genya en sus manos, y la besó. Genya se quedó rígida. Pensé que iba a

apartarlo, pero entonces lo rodeó con los brazos y le devolvió el beso,

enérgicamente.

Mal se aclaró la garganta y Tamar silbó. Yo me tuve que morder el labio

para contener una risita nerviosa.

Cuando se separaron, David estaba profundamente sonrojado, pero la

sonrisa de Genya era tan deslumbrante, que el corazón se me apretó en el

pecho.

―Deberíamos sacarte de tu taller más a menudo ―le dijo.

Esta vez, sí me reí, pero me detuve de golpe cuando Nikolai dijo:

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―No pienses quedarte tan tranquila, Genya Safin. ―Su voz sonaba fría y

profundamente agotada―. Cuando esta guerra haya terminado, enfrentarás

cargos, y yo decidiré si serás perdonada o no.

Genya efectuó una elegante reverencia.

―No temo a su justicia, moi tsar.

―Aún no soy el Rey.

―Moi tsarevich ―emendó.

―Váyanse ―dijo él, despidiéndonos con un gesto de la mano. Cuando

vacilé, simplemente dijo―: Todos.

Mientras las puertas se cerraban, lo vi desplomarse en su mesa de dibujo

y sujetarse la cabeza con las manos.

Me rezagué siguiendo a los otros por el pasillo. David le estaba

murmurando a Genya sobre las propiedades de los alcaloides vegetales y del

polvo de berilio. No estaba segura de que fuera muy sabio que estuvieran

conspirando sobre venenos, pero suponía que esta era su versión de un

momento romántico.

Arrastré los pies ante la idea de regresar a la Hiladora. Había sido uno de

los días más largos de mi vida, y aunque había mantenido el agotamiento a

raya, ahora lo sentía asentado sobre mis hombros como un abrigo empapado.

Decidí que Genya o Tamar podían informarles al resto de los Grisha sobre lo

que había sucedido, y que trataría con Sergei mañana. Pero antes de que

pudiera ir en busca de mi cama y acostarme, necesitaba saber algo.

En las escaleras, sujeté a Genya por una mano.

―¿Qué le susurraste al Rey? ―pregunté en voz baja.

Ella observó a los otros mientras subían los escalones, luego contestó:

―Na razrusha’ya. E’ya razrushost.

«No estoy arruinada. Soy la ruina».

Alcé las cejas.

―Recuérdame permanecer en tu lado bueno.

―Querida ―me dijo, me mostró una mejilla llena de cicatrices, y luego la

otra―, ya no tengo un lado bueno.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Lo dijo con tono alegre, pero también oí tristeza. Me guiñó con el ojo que

le quedaba y desapareció por las escaleras.

* * *

Mal había trabajado con Nevsky para asegurarse de dónde dormiríamos,

así que él tuvo que hacerse cargo de mostrarme mi alcoba, compuesta por dos

habitaciones en el lado este de la montaña. El umbral estaba formado por las

manos unidas de dos doncellas de bronce que creía podían personificar a las

Estrellas de la Mañana y de la Tarde. En el interior, la pared del fondo

consistía de una ventana redonda, rodeada de latón ribeteado como el ojo de

buey de un barco. Las lámparas estaban encendidas, y aunque la vista de

seguro sería espectacular durante el día, justo ahora, no se veía nada salvo la

oscuridad y mi propio rostro cansado reflejado.

―Los gemelos y yo estaremos en la habitación de al lado ―me informó

Mal―. Y uno de nosotros hará guardia mientras duermes.

Un jarro de agua caliente me esperaba junto a la palangana, así que me

lavé la cara mientras Mal me comunicaba sobre los alojamientos que había

asegurado para el resto de los Grisha, cuánto tiempo nos tomaría armar

nuestra expedición a las Sikurzoi, y cómo quería dividir el grupo. Intenté

escuchar, pero en algún momento, la mente me dejó de funcionar.

Me senté en la banca de piedra del asiento de la ventana.

―Lo siento ―le dije―. Simplemente no puedo.

Él se quedó allí, y casi podía ver su lucha interna para decidir si se sentaba

junto a mí o no. Al final, se quedó dónde estaba.

―Hoy me salvaste la vida ―me dijo.

Me encogí de hombros.

―Y tú salvaste la mía. Diría que es lo que hacemos.

―Sé que no es fácil, la primera vez que matas a alguien.

―He sido responsable por muchas muertes; esta no debería ser diferente.

―Pero lo es.

―Era un soldado como nosotros. Probablemente tiene familia en algún

lugar, una chica que ama, tal vez incluso un hijo. Estaba ahí y después

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Leigh Bardugo Dark Guardians

simplemente… ya no. ―Sabía que debía dejarlo hasta ahí, pero necesitaba

decir las palabras―. ¿Y sabes cuál es la parte que me da miedo? Que fue fácil.

Mal estuvo en silencio por largo rato, luego dijo:

―No estoy seguro de a quién maté la primera vez. Estábamos cazando el

ciervo cuando nos encontramos con un patrulla fjerdana en el borde norteño.

Dudo que la pelea haya durado más que unos minutos, pero maté a tres

hombres. Estaban haciendo su trabajo, igual que yo, intentado pasar de un día

al siguiente, y luego estaban desangrándose en la nieve. No tengo forma de

saber quién fue el primero en caer, y no estoy seguro de que importe. Los

mantienes a distancia, los rostros empiezan a emborronarse.

―¿De verdad?

―No.

Vacilé, pero no pude mirarlo cuando susurré:

―Se sintió bien. ―Él no dijo nada, así que proseguí―. No importa para

qué use el Corte, lo que haga con mi poder, siempre se siente bien.

Tenía miedo de mirarlo, miedo del asco que vería en su rostro, o peor, el

miedo. Pero cuando me obligué a levantar la vista, la expresión de Mal era

pensativa.

―Pudiste haber matado al Apparat y a todos sus Guardias Sacerdotales,

pero no lo hiciste.

―Quise hacerlo.

―Pero no lo hiciste. Has tenido oportunidades de sobra para ser brutal,

para ser cruel; nunca te has aprovechado de ellas.

―No aún. El pájaro de fuego…

Él sacudió la cabeza.

―El pájaro de fuego no cambiará quién eres, seguirás siendo la niña que

aguantó que la golpearan cuando fui yo quien rompió el reloj de bronce

dorado de Ana Kuya.

Gruñí, y lo señalé con un dedo acusador

―Y tú me dejaste.

Él se rio.

Page 132: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―Por supuesto que sí. Esa mujer es atemorizante. ―Su expresión se volvió

seria―. Seguirás siendo la muchacha que estaba dispuesta a sacrificar su vida

para salvarnos en el Pequeño Palacio, la misma muchacha que defendió a una

sirvienta frente a un rey.

―No es una sirvienta, es…

―Una amiga, lo sé. ―Vaciló―. El asunto es, Alina, que Luchenko tenía

razón.

Me tomó un momento ubicar el nombre del líder de la milicia.

―¿Sobre qué?

―Hay algo malo en este país. No hay tierras, no hay vida, solo un

uniforme y un arma. Eso es lo que yo solía pensar también.

Así había sido; Mal había estado dispuesto a alejarse de Ravka y olvidarse

de su país.

―¿Qué cambió?

―Tú. Lo vi esa noche en la capilla. Si no hubiera estado tan asustado,

podría haberlo visto antes.

Pensé en el cuerpo del miliciano cayendo a pedazos.

―Tal vez tenías razón al temerme.

―No tenía miedo de ti, Alina, tenía miedo de perderte. La muchacha en la

que te estabas convirtiendo ya no me necesitaba, pero ella es quien siempre

has estado destinada a ser.

―¿Una hambrienta de poder? ¿Una despiadada?

―Fuerte. ―Apartó la mirada―. Luminosa, y quizá un poco despiadada

también, eso es lo que se necesita para gobernar. Ravka está rota, Alina. Creo

que siempre lo ha estado. La muchacha que vi en la capilla podría cambiarlo.

―Nikolai…

―Nikolai nació un líder. Sabe cómo luchar, sabe sobre política, pero no

sabe lo que es vivir sin esperanza. Nunca le ha faltado nada, no como a ti y

Genya. No como a mí.

―Es un buen hombre ―protesté.

―Y será un buen rey, pero te necesita a ti para ser un gran rey.

Page 133: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

No sabía qué decir ante eso. Presioné un dedo contra la ventana, luego

limpié la mancha con una manga.

―Voy a preguntarle si puedo traer a los estudiantes desde Keramzin. A

los huérfanos también.

―Llévalo contigo cuando vayas ―sugirió Mal―. Debería ver de dónde

vienes. ―Se rio―. Puedes presentárselo a Ana Kuya.

―Ya desaté a Baghra sobre Nikolai. Va a pensar que acumulo a ancianas

maliciosas. ―Dejé otra huella en el cristal. Sin mirarlo, le dije―: Mal,

cuéntame sobre el tatuaje.

Se quedó en silencio por un momento. Por último, se restregó una mano

por la nuca y contestó―: Es un juramento en antiguo ravkano.

―Pero, ¿por qué marcarte?

Esta vez no se sonrojó ni me dio la espalda.

―Es una promesa para ser mejor de lo que era ―me explicó―. Es un voto

de que si no puedo ser nada más para ti, al menos seré un arma en tu mano.

―Se encogió de hombros―. Y supongo que es un recordatorio de que querer

y merecer no son la misma cosa.

―¿Qué quieres, Mal? ―La habitación parecía muy silenciosa.

―No me preguntes eso.

―¿Por qué no?

―Porque no puede ser.

―Quiero oírlo de todas formas.

Dejó salir un largo aliento.

―Despídete, dime que me vaya, Alina.

―No.

―Necesitas un ejército, necesitas una corona.

―Así es.

Se rio entonces.

―Sé que debería decir algo noble, que quiero una Ravka unida y libre del

Abismo. Que quiero al Darkling en el suelo, donde nunca pueda herirte o a

nadie más otra vez. ―Sacudió la cabeza con tristeza―. Pero supongo que soy

el mismo idiota egoísta que siempre he sido. Por toda mi charla sobre votos y

Page 134: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

honor, lo que de verdad quiero es apoyarte contra esa pared y besarte hasta

que olvides que supiste el nombre de otro hombre. Así que dime que me vaya,

Alina, porque no puedo darte un título, o un ejército, ni ninguna de las cosas

que necesitas.

Tenía razón, lo sabía. Esa cosa frágil y encantadora que había existido entre

nosotros, ahora le pertenecía a dos personas diferentes, personas que no

estaban atadas por deber o responsabilidad, y ya no estaba segura de qué

quedaba. Y aun así, quería que me rodeara con sus brazos, quería oírlo

susurrar mi nombre en la oscuridad, quería pedirle que se quedara.

―Buenas noches, Mal.

Se tocó el espacio sobre el corazón, donde llevaba el rayo de sol que le

había dado hacía tanto en un jardín en la oscuridad.

―Moi soverenyi ―dijo con suavidad. Hizo una reverencia y me dejó.

La puerta se cerró tras él. Extinguí las lámparas y me recosté en la cama,

tapándome con las mantas. La pared de ventana era como un gran ojo

redondo, y ahora que la habitación estaba a oscuras, podía ver las estrellas.

Me rocé la cicatriz en mi palma con el pulgar, la que me había hecho hacía

años con el borde de una taza azul quebrada, un recordatorio del momento

en que mi mundo entero había cambiado, de cuando había dado una parte de

mi corazón que nunca recuperaría.

Habíamos tomado la decisión acertada, habíamos hecho lo correcto. Tenía

que creer que esa lógica me traería consuelo con el tiempo. Esta noche,

simplemente había una habitación demasiado silenciosa, el dolor de la

pérdida, y el conocimiento profundo y final como el tañer de una campana:

«Algo bueno se ha ido».

* * *

La mañana siguiente, desperté con Tolya junto a mi cama.

―Encontré a Sergei ―me dijo.

―¿Estaba desparecido?

―Toda la noche.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Me vestí con las ropas limpias que me habían dejado: túnica, pantalones,

botas nuevas, una kefta de lana gruesa del azul de los Invocadores, rodeada

de piel de zorro rojo y los puños bordados de dorado. Nikolai siempre venía

preparado.

Dejé que Tolya me dirigiera por las escaleras hasta el nivel de las calderas

y hacia una de las oscuras habitaciones para el agua.

De inmediato lamenté mi elección de vestuario: hacía un calor

desesperante. Lancé un brillo de luz al interior. Sergei estaba sentado contra

la pared, cerca de uno de los tanques de metal grandes, con las rodillas

presionadas contra el pecho.

―¿Sergei?

Entrecerró los ojos y apartó la cabeza. Tolya y yo intercambiamos una

mirada. Lo palmeé en uno de sus grandes brazos.

―Ve a buscar desayuno ―le dije, mientras el estómago me rugía. Cuando

Tolya se fue, disminuí la intensidad de la luz y me fui a sentar junto a Sergei―.

¿Qué estás haciendo aquí abajo?

―Es demasiado grande ahí afuera ―murmulló―. Demasiado alto.

Era más que eso, otra razón para que se le escapara el nombre de Genya, y

ya no podía ignorarlo. Nunca habíamos tenido la oportunidad de hablar sobre

el desastre en el Pequeño Palacio. O tal vez había habido oportunidades y yo

las había evitado. Quería disculparme por la muerte de Marie, por ponerla en

peligro, por no haber estado ahí para salvarla. Pero, ¿qué palabras podían

expresar ese tipo de fracaso? ¿Qué palabras podían llenar el agujero donde

una muchacha vivaz con rizos castaños y risitas cantarinas había estado?

―Yo también extraño a Marie ―dije por fin―. Y a los otros.

Enterró el rostro en los brazos.

―Antes nunca tenía miedo, no en realidad. Ahora estoy asustado todo el

tiempo. No puedo detenerlo.

Lo rodeé con un brazo.

―Todos estamos asustados. No es algo de lo que sentirse avergonzado.

―Solo quiero volver a sentirme seguro.

Page 136: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Sus hombros estaban temblando. Deseé tener el don de Nikolai para

encontrar las palabras adecuadas.

―Sergei ―le dije, sin estar segura de si iba a mejorar o a empeorar las

cosas―. Nikolai tiene campamentos en tierra, algunos en Tsibeya y un poco

más al sur. Hay paradas para los contrabandistas, lejos de la mayoría de las

batallas. Si él accede a ello, ¿preferirías ser asignado allí? Podrías trabajar

como Sanador, ¿o quizá simplemente descansar por un tiempo?

Ni siquiera vaciló.

―Sí ―jadeó.

Me sentí culpable por el alivio que me embargó. Sergei nos había frenado

durante nuestra pelea con la milicia. Estaba inestable. Podía disculparme,

ofrecer palabras inútiles, pero no sabía cómo ayudarlo, y no cambiaba el

hecho de que estuviéramos en guerra. Sergei se había convertido en una

carga.

―Me encargaré de los arreglos. Si necesitas algo más… ―No proseguí,

insegura de cómo terminar. Le palmeé un hombro de forma incómoda, luego

me puse de pie dispuesta a irme.

―¿Alina?

Me detuve en el umbral. Apenas podía distinguirlo en la oscuridad, la luz

del pasillo se reflejaba en sus mejillas húmedas.

―Lo siento por Genya. Lo siento por todo.

Recordé la forma en que Marie y Sergei solían molestarse, los recordé

sentados brazo con brazo, riéndose mientras compartían una taza de té.

―Yo también ―susurré.

Cuando salí al pasillo, me sorprendí de ver a Baghra esperando con Misha.

―¿Qué están haciendo aquí?

―Vinimos a buscarte. ¿Qué sucede con ese chico?

―Ha tenido unos momentos difíciles ―contesté, mientras los alejaba de la

habitación de los tanques.

―¿Y quién no?

―Vio cómo tu hijo destripaba a la chica que amaba, y luego la sostuvo

mientras moría.

Page 137: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―El sufrimiento es barato como arcilla y el doble de común. Lo que

importa es lo que cada hombre saca de él. Ahora ―dijo con un golpe de su

bastón―, lecciones.

Estaba tan sorprendida que me tomó un momento comprender lo que

quería decir. ¿Lecciones? Baghra se había negado a enseñarme desde que

había regresado al Pequeño Palacio con el segundo amplificador.

Me recompuse y la seguí por el pasillo. Probablemente era una tonta por

preguntar, pero no pude evitarlo.

―¿Qué te hizo cambiar de opinión?

―Tuve una charla con nuestro nuevo Rey.

―¿Nikolai?

Ella gruñó.

Reduje la velocidad cuando vi a dónde nos guiaba Misha.

―¿Viajas en la caja de metal?

―Por supuesto ―replicó―. ¿Crees que voy subir y bajar todos esos

escalones?

Miré a Misha, quien me devolvió la mirada plácidamente, con la mano

apoyada sobre la espada de práctica de madera en su cadera. Me subí al

horrible artilugio. Misha cerró la puerta de golpe y tiró de la palanca. Cerré

los ojos cuando salimos disparados hacia arriba, luego nos detuvimos de

golpe.

―¿Qué dijo Nikolai? ―pregunté con voz temblorosa cuando salimos a la

Hiladora.

Baghra hizo un gesto con la mano.

―Le advertí que una vez que tengas el poder de los amplificadores,

puedes ser tan peligrosa como mi hijo.

―Gracias ―contesté secamente. Tenía razón y lo sabía, pero eso no

significaba que quisiera que Nikolai se preocupara por ello.

―Le hice jurar que si eso pasaba, te metería una bala.

―¿Y? ―pregunte, aunque temía lo que contestaría.

―Me dio su palabra, aunque no sé qué tanto vale.

Page 138: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

De casualidad yo sabía que la palabra de Nikolai sí valía. Puede que me

llorara, puede que nunca se perdonara a sí mismo, pero el primer amor de

Nikolai era Ravka. Nunca toleraría una amenaza a su país.

―¿Por qué no me matas ahora y le ahorras el problema? ―murmuré.

―Lo considero a diario ―me contestó con aspereza―. Sobre todo cuando

no te callas.

Baghra le murmuró instrucciones a Misha, y él nos llevó a la terraza del

sur. La puerta estaba escondida en el dobladillo de la falda de la Doncella

Rapada, y había abrigos y sombreros colgados de ganchos en su bota. Baghra

ya estaba tan abrigada que apenas podía ver su rostro, pero tomé un sombrero

de piel para mí y le abotoné a Misha un abrigo de lana gruesa antes de salir al

frío cortante.

La larga terraza terminaba en un punto, casi como la proa de un barco, y

el banco de nubes yacía como un mar congelado ante nosotros.

Ocasionalmente, la niebla se abría y ofrecía vistazos de las cimas cubiertas de

nieve y de la roca gris mucho más abajo. Me estremecí. «Demasiado grande.

Demasiado alto». Sergei tenía razón. Solo las cimas más altas de la Elbjen eran

visibles sobre las nubes, y nuevamente me recordaron a un archipiélago que

se extendía hasta el sur.

―Dime lo que ves ―indicó Baghra.

―Nubes, más que nada ―contesté―; nubes, y unas cuantas cimas de

montañas.

―¿Qué tan lejos está la más cercana?

Intenté calcular la distancia.

―Al menos un kilómetro, ¿puede que dos?

―Bien ―dijo―. Córtale la cabeza.

―¿Qué?

―Ya has usado el Corte.

―Es una montaña ―dije―. Una montaña muy grande.

―Y eres la primer Grisha en usar dos amplificadores. Hazlo.

―¡Está a kilómetros de distancia!

―¿Esperas que me haga vieja y muera mientras te quejas?

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Qué pasa si alguien ve…

―La cordillera está deshabitada aquí tan al norte. Deja de inventar

excusas.

Solté un suspiro frustrado. Había usado los amplificadores por meses, ya

tenía una idea de los límites de mi poder.

Alcé mis manos enguantados, y la luz vino a mí en una arremetida

bienvenida, resplandeciendo sobre el banco de nubes. Lo enfoqué hasta

reducirlo a una brizna. Luego, sintiéndome como una idiota, lo lancé en

dirección a la cima más cercana.

No le di ni cerca. La luz atravesó las nubes a casi cien metros de la montaña,

lo que reveló brevemente las montañas debajo y dejó jirones de niebla en su

estela.

―¿Cómo lo hizo? ―le preguntó Baghra a Misha.

―Mal.

Lo miré frunciendo el ceño. Pequeño traidor. Alguien se rio con disimulo

a mi espalda, por lo que me di la vuelta. Habíamos atraído una multitud de

soldados y Grisha. Era fácil identificar la cresta roja del pelo de Harshaw; tenía

a Oncat enroscada alrededor del cuello como una bufanda naranja, y Zoya

sonreía con suficiencia junto a él. «Perfecto». Nada como un poco de

humillación con un estómago vacío.

―De nuevo ―dijo Baghra.

―Está demasiado lejos ―gruñí―. Y es enorme.

¿No podíamos haber empezado con algo más pequeño? Digamos, ¿una

casa?

―No está demasiado lejos ―se burló―. Estás tanto allá como acá. Las

mismas partículas que forman parte de la montaña, son parte de ti. No tiene

pulmones, así que déjala respirar contigo. No tiene pulso, así que dale tu

latido. Esa es la esencia de la Pequeña Ciencia. ―Me dio un golpe con su

bastón―. Deja de resoplar como un jabalí salvaje. Respira cómo te enseñé,

contenida, estable.

Sentí que las mejillas se me enrojecían, y me enfoqué en calmar mi

respiración.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Fragmentos de teoría Grisha me llenaron la cabeza. Odinakovost, «esto».

Etovost, «eso». Todo estaba enredado, pero las palabras que recordé con

mayor claridad eran los garabatos febriles de Morozova: «¿No somos todos

cosas?»

Cerré los ojos y, esta vez, en vez de atraer la luz hacia mí, yo fui hacia ella.

Sentí que me dispersaba, que me reflejaba sobre la terraza, en la nieve, y en el

vidrio a mi espalda. Lancé el Corte, y golpeé el costado de la montaña, lo que

envió una capa de hielo y roca rodando con estruendo apagado.

A mi espalda surgieron aplausos.

―Hm ―exclamó Baghra―. Aplaudirían hasta por un mono bailarín.

―Depende del mono ―dijo Nikolai desde el borde de la terraza―. Y del

baile.

Genial, más compañía.

―¿Mejor? ―le preguntó Baghra a Misha.

―Un poco ―contestó él de mala gana.

―¡Mucho mejor! ―protesté yo―. La golpeé, ¿no?

―No te pedí que la golpearas, te pedí que le cortaras la cima ―dijo

Baghra―. De nuevo.

―Diez monedas a que no lo logra ―gritó uno de los Grisha renegados de

Nikolai.

―Veinte a que sí ―gritó Adrik lealmente.

Podría haberlo abrazado, aunque estaba segura de que en realidad no tenía

el dinero.

―Treinta a que le da a la cima que está detrás.

Me giré. Mal estaba apoyado contra el umbral, con los brazos cruzados.

―¡Esa cumbre está como a ocho kilómetros! ―protesté.

―Más bien nueve ―dijo como si nada, con el desafío en los ojos. Era como

si volviéramos a estar en Keramzin, y estuviera retándome a robar una bolsa

de almendras dulces o tentándome a ir al estanque de Trivka antes de que se

congelara. «No puedo hacerlo», le diría. «Por supuesto que puedes», me

contestaría, alejándose de mí en unos patines prestados con las puntas llenas

de papel, sin mirar atrás, seguro de que lo seguiría.

Page 141: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Mientras la multitud se carcajeaba y hacía apuestas, Baghra me habló en

voz baja.

―Decimos que los semejantes se atraen, niña, pero si la ciencia es lo

bastante pequeña, entonces somos como todas las cosas. La luz vive en los

espacios que hay entremedio. Está entre el suelo de esa montaña, en la roca y

en la nieve. El Corte ya está hecho.

Me quedé mirándolo. Prácticamente había citado los diarios de Morozova

esa vez. Había dicho que el Darkling estaba obsesionado con ellos, ¿me estaba

diciendo algo más?

Me arremangué y alcé las manos, y la multitud se quedó en silencio. Me

enfoqué en la cumbre más lejana, tan lejana que no podía distinguir sus

detalles. Llamé a la luz y luego la liberé, y esta vez me permití ir con ella.

Estaba en las nubes, sobre ellas y, por un breve momento, estaba en la

oscuridad de la montaña, sintiéndome comprimida y sin aliento. Estaba en los

espacios de entremedio, donde vivía la luz incluso aunque no fuera visible.

Cuando bajé el brazo, el arco que había hecho era infinito, una espada

brillante que existía en un momento y en cada momento posterior. Se oyó el

eco de un crujido, como un trueno a la distancia, y el cielo pareció vibrar.

En silencio, lentamente, la cima de la montaña lejana comenzó a moverse.

No se inclinó, simplemente se deslizó inexorablemente por el costado,

botando nieve y rocas en cascada. Solo quedó una línea diagonal perfecta

donde una vez había estado la cumbre, una cornisa de roca gris expuesta que

sobresalía apenas por encima del banco de nubes.

A mi espada escuché gritos y celebraciones. Misha saltaba de arriba abajo,

gritando:

―¡Lo hizo! ¡Lo hizo!

Miré por sobre el hombro. Mal me dio un simple asentimiento, luego

comenzó a dirigirlos a todos de vuelta a la Hiladora. Vi que señalaba a uno de

los renegados y articulaba «Paga».

Volví mirar la montaña cortada. La sangre me hervía de poder, la mente

me daba vueltas por la realidad y la permanencia de lo que acababa de hacer.

«Otra vez» clamó una voz en mi interior, hambrienta por más. Primero un

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hombre, luego una montaña. Ahí, y después ya no. Fácil. Me estremecí en mi

kefta, pero saqué consuelo del suave roce del pelaje de zorro.

―Te tomaste tu tiempo ―gruñó Baghra―. A este paso, perderé los dos

pies por congelación antes de que hagas algo de progreso.

Page 143: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Traducido por Sabri_Elentiya

Sergei se fue aquella noche en el Ibis, el barco de carga que había sido puesto

en servicio mientras el Pelícano estaba en reparación. Nikolai le ofreció un

lugar en una tranquila estación cercana a Duva, donde podría recuperarse y

ser de alguna ayuda para los contrabandistas que pasaran. Incluso le ofreció

esperar y tomar refugio en Ravka Occidental, pero Sergei simplemente estaba

demasiado ansioso por irse.

A la mañana siguiente, Nikolai y yo nos reunimos con Mal y los gemelos

para averiguar la logística de búsqueda del pájaro de fuego en el sur de las

Sikurzoi. El resto de los Grisha no conocía la ubicación del tercer amplificador,

y nuestra intención era que se mantuviera así el tiempo que pudiéramos.

Nikolai había pasado dos noches casi completas estudiando los diarios de

Morozova, y estaba tan preocupado como yo, convencido de que tendría que

haber libros perdidos o en posesión del Darkling. Quería que presionara a

Baghra, pero tendría que ser cuidadosa sobre cómo abordar el tema. Si la

provocaba, no tendríamos nueva información y detendría mis lecciones.

―No se trata solo de que los libros estén sin terminar ―dijo Nikolai―. ¿A

nadie le parece que Morozova era un poco… excéntrico?

―Si por excéntrico quieres decir loco, entonces sí ―admití―. Espero que

pudiera estar loco y tener la razón.

Nikolai contempló el mapa pegado a la pared.

―¿Y esta sigue siendo nuestra única pista? ―Golpeó un valle anodino en

la frontera sur―. Hay mucho en juego en dos piezas delgadas de roca.

El valle sin marcar era Dva Stolba, el hogar de los asentamientos donde

habíamos nacido Mal y yo, llamado así por las ruinas que se interponían en

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Leigh Bardugo Dark Guardians

su entrada sur, agujas delgadas erosionadas por el viento que alguien había

decidido eran los restos de dos molinos. Pero nosotros creíamos que eran en

realidad las ruinas de un antiguo arco, un poste indicador al pájaro de fuego,

el último de los amplificadores de Ilya Morozova.

―Hay una mina de cobre abandonada ubicada en Murin ―dijo Nikolai―.

Se puede aterrizar el Avetoro allí y entrar al valle a pie.

―¿Por qué no volar derecho a las Sikurzoi? ―preguntó Mal.

Tamar sacudió la cabeza.

―Podría ser difícil maniobrar. Hay menos lugares de aterrizaje y el terreno

es mucho más peligroso.

―Muy bien ―acordó Mal―. Entonces atracaremos en Murin y llegaremos

por el Paso Jidkova.

―Deberíamos tener buena cobertura ―dijo Tolya―. Nevsky asegura que

mucha gente viaja por las ciudades fronterizas en un intento por salir de

Ravka antes de que llegue el invierno, y las montañas se vuelvan imposibles

de cruzar.

―¿Cuánto tiempo te llevará encontrar al pájaro de fuego? ―preguntó

Nikolai.

Todos se volvieron a Mal.

―No hay manera de saberlo ―contestó―. Me tomó meses encontrar al

ciervo, y cazar a la sierpe de mar me tomó menos de una semana. ―Mantuvo

los ojos en el mapa, pero pude sentir el recuerdo de aquellos días entre

nosotros. Los habíamos pasado en las heladas aguas de la Ruta de Hueso con

la amenaza de la tortura cerniéndose sobre nosotros―. Las Sikurzoi ocupan

mucho territorio. Tenemos que ponernos en marcha lo más rápido posible.

―¿Ya has elegido a tu tripulación? ―le pregunto Nikolai a Tamar.

Ella prácticamente había hecho un baile improvisado cuando Nikolai le

había sugerido que fuera capitana del Avetoro, y de inmediato había

comenzado a familiarizarse con el barco y sus requisitos.

―Zoya no es muy buena para trabajar en equipo ―contestó Tamar―, pero

necesitamos Impulsores, y ella y Nadia son nuestras mejores opciones. Stigg

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Leigh Bardugo Dark Guardians

no es malo con las cuerdas, y no perdemos nada con tener al menos un Inferno

a bordo. Deberíamos poder hacer una prueba mañana.

―Se moverían más rápido con una tripulación experimentada.

―Añadí una de tus Mareomotoras y a un Fabricador a la lista ―acordó

Tamar―. Me sentiría mejor usando a nuestra gente para el resto.

―Los renegados son leales.

―Puede que sí ―respondió Tamar―. Pero nosotros trabajamos bien

juntos.

Con un sobresalto, me di cuenta de que tenía razón. «Nuestra gente».

¿Cuándo había sucedido eso? ¿En el viaje desde la Catedral Blanca? ¿El

derrumbe? ¿El momento en que nos habíamos enfrentado a los guardias de

Nikolai y luego al Rey?

Nuestro pequeño grupo se dividía, y no me gustaba. Adrik estaba furioso

porque lo dejaríamos atrás, y yo iba a extrañarlo; incluso extrañaría a

Harshaw y a Oncat. Pero la parte más difícil sería decirle adiós a Genya. Entre

la tripulación y los suministros, el Avetoro ya estaba sobrecargado, y no había

razón para que viniera con nosotros a las Sikurzoi. Y a pesar de que

necesitábamos un Materialnik con nosotros para formar el segundo grillete,

Nikolai sentía que David sería de más utilidad aquí, sumando su mente al

esfuerzo para la guerra. En su lugar, llevaríamos a Irina, la Fabricadora

renegada que había forjado el grillete de escamas alrededor de mi muñeca a

bordo del Volkvolny. David estaba contento con la decisión, y Genya se había

tomado la noticia mejor que yo.

―¿Quieres decir que no tengo que atravesar una cadena montañosa

polvorienta con Zoya quejándose todo el camino y Tolya deleitándome con la

Segunda Historia de Kregi? ―Se había reído―. Estoy devastada.

―¿Vas a estar bien aquí? ―le pregunté.

―Creo que sí. No puedo creer que esté diciendo esto, pero Nikolai me está

empezando a caer bien. No se parece en nada a su padre. Y sí que sabe

vestirse.

Tenía razón: incluso en la cima de una montaña, las botas de Nikolai

siempre estaban pulidas y su uniforme impecable.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Si todo va bien ―dijo Tamar― deberíamos estar listos para partir el fin

de la semana.

Sentí una oleada de satisfacción y tuve que resistir el impulso de frotarme

el lugar vacío en mi muñeca. Pero entonces Nikolai se aclaró la garganta.

―Sobre eso… Alina, me pregunto si podrías considerar un pequeño

desvío.

Fruncí el ceño.

―¿Qué clase de desvío?

―La alianza con Ravka Occidental aún es nueva, y van a estar sintiendo la

presión de Fjerda para que le abran el Abismo al Darkling. Significaría mucho

para ellos ver lo que puede hacer la Invocadora del Sol. Mientras los otros

comienzan a explorar las Sikurzoi, pensé que podríamos asistir a un par de

cenas de estado, cortar la cima de una cordillera, tranquilizarlos. Puedo

llevarte junto con los demás a las montañas en el camino de regreso de Os

Kervo. Como dijo Mal, tienen una gran cantidad de territorio que cubrir, y el

retraso sería insignificante.

Por un momento, pensé que Mal podría hablar sobre la necesidad de entrar

y salir de las Sikurzoi antes de que llegaran las primeras nevadas, sobre el

peligro de cualquier retraso. En cambio, enrolló el mapa sobre la mesa y dijo:

―Parece sabio. Tolya puede ir como guardia de Alina. Necesito práctica

con las cuerdas.

Ignoré el vuelco que dio mi corazón; esto era lo que yo quería.

―Por supuesto ―le dije.

Si Nikolai había estado esperando una discusión, lo ocultó bien.

―Excelente ―respondió, y dio una palmada―. Hablemos de tu armario.

* * *

Al final resultó que tuvimos que manejar otros problemas antes de que

Nikolai pudiera enterrarme en sedas. Había accedido a enviar el Pelícano a

Keramzin una vez que regresara, pero ese era solo el primer punto en la

agenda. Para cuando terminamos de hablar de municiones, patrones de

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Leigh Bardugo Dark Guardians

tormenta y ropas para clima húmedo, era bien pasado el mediodía y todo el

mundo estaba listo para un descanso.

La mayoría de los soldados comían juntos en un comedor improvisado en

el lado occidental de la Hiladora, bajo la mirada de los Tres Hijos Necios y el

Oso. No tenía ánimos de compañía, así que cogí un rollo rociado con semillas

de alcaravea y algo de té caliente lleno de azúcar, y salí a la terraza del sur.

Hacía un frío glacial. El cielo era de un azul brillante y el sol de la tarde

creaba sombras profundas en el banco de nubes. Bebí un sorbo de té,

escuchando el sonido del viento que soplaba en mis oídos mientras alborotaba

la piel del zorro alrededor de mi rostro. A derecha e izquierda, pude ver los

picos de las terrazas este y oeste. A lo lejos, el muñón de la cima de la montaña

que había cortado ya estaba cubierto de nieve.

Con el tiempo, estaba segura de que Baghra podría enseñarme a impulsar

aún más mi poder, pero nunca me ayudaría a dominar merzost, y por mi

cuenta, no tenía ni idea de por dónde empezar. Recordé la sensación que había

tenido en la capilla, el sentido de conexión y desintegración, el horror de sentir

que la vida me era arrancada, la emoción al ver nacer a mis criaturas. Pero sin

el Darkling, no podía encontrar mi camino en ese poder, y no estaba segura si

el pájaro de fuego cambiaría esa situación. Tal vez simplemente a él le

resultaba más fácil.

Una vez me había dicho que tenía mucha más práctica con la eternidad.

¿Cuántas vidas había tomado el Darkling? ¿Cuántas vidas había vivido? Tal

vez después de todo este tiempo, la vida y la muerte lucían diferentes para él:

pequeñas y nada misteriosas, algo que utilizar.

Con una mano llamé a la luz, y dejé que se deslizara sobre mis dedos en

débiles rayos. Ardió a través de las nubes, revelando más de los dentados e

implacables acantilados de la cordillera debajo. Dejé mi vaso y me incliné

sobre el muro para mirar los escalones de piedra tallados en la ladera de la

montaña por debajo de nosotros. Tamar afirmaba que en tiempos antiguos,

los peregrinos habían hecho la subida de rodillas.

―Si vas a saltar, al menos dame tiempo para componer una balada en tu

honor ―dijo Nikolai. Me volteé y lo vi salir a la terraza, con el cabello rubio

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resplandeciente. Se había puesto un elegante abrigo gris del ejército, marcado

con el águila bicéfala de oro―. Algo con muchos violines tristes y un verso

dedicado a tu amor por el arenque.

―Si espero, pueda que tenga que escucharte cantar.

―Pues mi barítono es más que aceptable. ¿Y cuál es la prisa? ¿Es mi

colonia?

―No usas colonia.

―Tengo un aroma tan naturalmente delicioso, que eso sería un exceso.

Pero si sientes inclinación por las colonias, voy a empezar a usar.

Arrugué la nariz.

―No, gracias.

―Te obedeceré en todo, especialmente después de esa demostración

―dijo con un guiño hacia la montaña cortada―. Cada vez que quieras que

me quite el sombrero, por favor, solo dime.

―Se ve impresionante, ¿no? ―le dije con un suspiro―. Pero el Darkling

aprendió sobre las rodillas de Baghra, ha tenido cientos de años para dominar

su poder. Yo he tenido menos de uno.

―Tengo un regalo para ti.

―¿Es el pájaro de fuego?

―¿Era eso lo que querías? Deberías habérmelo dicho antes. ―Metió la

mano en el bolsillo y dejó algo sobre el muro.

La luz se reflejó en un anillo de esmeralda. La exuberante piedra verde del

centro era más grande que mi dedo pulgar, y estaba rodeada de estrellas de

diamantes diminutos.

―La sutiliza está sobrevalorada ―musité con un suspiro tembloroso.

―Me encanta cuando repites mis palabras. ―Nikolai le dio unos

golpecitos al anillo―. Consuélate sabiendo que, si alguna vez me golpeas

mientras lo llevas, es probable que me saques un ojo. Y me gustaría mucho

que lo hagas. Que lo uses, no que me golpees.

―¿De dónde lo sacaste?

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―Mi madre me lo dio antes de irse. Es la esmeralda Lantsov, lo llevaba en

mi cena de cumpleaños la noche que fuimos atacados. Curiosamente, ese no

fue el peor cumpleaños que he tenido.

―¿No?

―Cuando tenía diez años, mis padres contrataron a un payaso.

Tentativamente, me extendió la mano y tomé el anillo.

―Es pesado ―le dije.

―Una simple roca, en realidad.

―¿Le dijiste a tu madre que planeabas dárselo a una simple huérfana?

―Ella llevó casi todo el peso de la conversación ―contestó―. Quería

hablarme sobre Magnus Opjer.

―¿Quién?

―Un embajador fjerdano, un buen marinero, hizo su dinero en

embarques. ―Nikolai miró hacia el banco de nubes―. También es mi padre,

al parecer.

No estaba segura si ofrecer felicitaciones o condolencias. Nikolai hablaba

de las condiciones de su nacimiento con bastante facilidad, pero yo sabía que

sentía el escozor más profundamente de lo que admitía.

―Es extraño saberlo, en realidad ―continuó―. Creo que una parte de mí

siempre esperó que los rumores no fueran más que eso.

―Aun así serás un gran rey.

―Por supuesto que sí ―se burló―. Estoy melancólico, no tonto. ―Se quitó

una pelusa invisible de la manga―. No sé si alguna vez me perdonará por

enviarla al exilio, especialmente a las colonias.

¿Era más difícil perder a tu madre o simplemente nunca conocerla? De

cualquier manera, lo sentía por él. Había perdido a su familia parte por parte;

primero su hermano, ahora sus padres.

―Lo lamento, Nikolai.

―¿Qué hay que lamentar? Por fin conseguí lo que quería. El Rey renunció

a su cargo, el camino hacia el trono está despejado. Si no hubiera un dictador

todopoderoso y su horda monstruosa que atender, estaría abriendo una

botella de champán.

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Nikolai podría ser tan superficial como quisiera, pero sabía que no se había

imaginado asumir el liderazgo de Ravka así, con su hermano asesinado, y su

padre abatido por las acusaciones sórdidas de una sirvienta.

―¿Cuándo vas a tomar la corona? ―le pregunté.

―No hasta que hayamos ganado. O me corono en Os Alta, o no me corono

en absoluto. Y el primer paso es la consolidación de nuestra alianza con Ravka

Occidental.

―¿Por eso el anillo?

―Por eso el anillo. ―Se alisó el borde de la solapa y dijo―: ¿Sabes?,

podrías haberme hablado de Genya.

Sentí una oleada de culpabilidad.

―Estaba tratando de protegerla. No muchas personas lo han hecho.

―No quiero mentiras entre nosotros, Alina. ―¿Estaba pensando en los

crímenes de su padre? ¿El devaneo de su madre? Aun así, no era justo.

―¿Cuántas mentiras me has dicho, Sturmhond? ―Hice un gesto a la

Hiladora―. ¿Cuántos secretos has guardado hasta estar dispuesto a

compartirlos?

Se sujetó las manos tras la espalda, claramente incómodo.

―¿Prerrogativa del príncipe?

―Si un mero príncipe consigue un pase, también una Santa viviente.

―¿Vas a hacer un hábito de ganar discusiones? Es muy impropio.

―¿Fue una discusión?

―Obviamente no; no pierdo discusiones. ―Luego se asomó por el

borde―. Santos, ¿está corriendo por los peldaños congelados?

Miré a través de la niebla y efectivamente, alguien estaba recorriendo los

escalones estrechos y zigzagueantes a lo largo del acantilado, con su aliento

visible en el aire helado. Me tomó solo un momento comprender que era Mal,

con la cabeza inclinada, y un morral en los hombros.

―Luce… vigorizante. Si se mantiene así, puede que en realidad tenga que

empezar a esforzarme. ―Nikolai hablaba con tono ligero, pero podía sentir

sus inteligentes ojos avellana fijos en mí―. Asumiendo que vencimos al

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Darkling, como estoy seguro que haremos, ¿Mal planea permanecer como

capitán de tu guardia?

Me contuve de frotarme la cicatriz de la palma con el pulgar.

―No lo sé. ―A pesar de todo lo que había pasado, quería mantener cerca

a Mal, pero no sería justo para ninguno de nosotros. Me obligué a decir―:

Creo que sería mejor que fuera reasignado. Es bueno en el combate, pero es

mejor rastreador.

―Sabes que no aceptará que lo saquen del combate.

―Haz lo que creas que es mejor.

El dolor era como un cuchillo delgado enterrándose justo entre mis

costillas. Estaba cortando a Mal de mi vida, pero mi voz sonaba firme; Nikolai

me había enseñado bien. Traté de devolverle el anillo.

―No puedo aceptar esto. No ahora. ―Tal vez nunca.

―Quédatelo ―dijo, cerrándome los dedos sobre la esmeralda―. Un

corsario aprende a aprovechar cualquier ventaja.

―¿Y un príncipe?

―Los príncipes se acostumbran a la palabra sí.

* * *

Cuando regresé a mi habitación esa noche, Nikolai tenía más sorpresas

esperando. Vacilé, luego di media vuelta y marché por el pasillo hasta donde

se habían alojado las otras chicas. Durante un largo segundo, me quedé allí,

sintiéndose tímida y tonta, luego me obligué a llamar.

Nadia abrió la puerta. Tras ella, vi que Tamar había venido de visita y

estaba afilando sus hachas junto a la ventana. Genya estaba sentaba a la mesa,

bordando con hilo dorado el borde de otro parche para su ojo, y Zoya estaba

recostada sobre una de las camas, manteniendo una pluma en alto con una

ráfaga de sus dedos.

―Necesito mostrarles algo ―anuncié.

―¿Qué es? ―preguntó Zoya, manteniendo sus ojos en la pluma.

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―Vengan a ver.

Zoya rodó de la cama con un suspiro de exasperación. Las conduje por el

pasillo a mi habitación y abrí la puerta.

Genya se sumergió de golpe en el montón de vestidos sobre mi cama.

―Seda ―gimió―. ¡Terciopelo!

Zoya cogió una kefta que colgaba del respaldo de mi silla. Tenía un brocado

en oro, las mangas y el dobladillo estaban bordados de azul con

extravagancia, y los puños marcados con resplandecientes rayos solares

enjoyados.

―Marta cibelina ―me dijo, acariciando el forro―. Nunca te he odiado

más.

―Esa es mía ―le dije―. Pero lo demás es para quién lo quiera. No puedo

llevarlo todo a Ravka Occidental.

―¿Nikolai mandó a hacer todo esto para ti? ―preguntó Nadia.

―No es un gran creyente en las cosas a medias.

―¿Estás segura de que quiere que los regales?

―Son préstamos ―le corregí―. Y si no le gusta, puede aprender a dejar

instrucciones más cuidadosas.

―Es inteligente ―dijo Tamar, se echó una capa verde azulada sobre los

hombros y se miró al espejo―. Él tiene que lucir como un rey, y tú como una

reina.

―Hay algo más ―dije y de nuevo sentí que me inundaba esa timidez.

Todavía no sabía muy bien cómo comportarme alrededor de otros Grisha.

¿Eran amigos? ¿Súbditos? Era un territorio nuevo. Pero no quería estar sola

en mi cuarto sin nada más que mis pensamientos y un montón de vestidos

por compañía.

Saqué el anillo de Nikolai y lo puse sobre la mesa.

―Santos ―suspiró Genya―. Esa es la esmeralda Lantsov.

Parecía brillar a la luz de la lámpara, los diminutos diamantes centellaban

a su alrededor.

―¿Te lo dio? ¿Para que te lo quedes? ―preguntó Nadia.

Genya me agarró del brazo.

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―¿Se propuso?

―No exactamente.

―Es como si lo hubiera hecho ―dijo Genya―. Ese anillo es una reliquia

familiar. La Reina lo llevaba a todas partes, incluso para dormir.

―Recházalo otra vez ―dijo Zoya―. Rómpele el corazón cruelmente. Con

mucho gusto consolaré a nuestro príncipe, y podría ser una reina magnífica.

Me eché a reír.

―De verdad que sí, Zoya, si pudieras dejar de ser horrible por un minuto.

―Con ese tipo de incentivo, puedo arreglármelas por un minuto.

Posiblemente dos.

Puse los ojos en blanco.

―Solo es un anillo.

Zoya suspiró y sostuvo la esmeralda en alto para que centelleara.

―Soy horrible ―dijo bruscamente―. Todas esas personas muertas, y yo

extraño las cosas bonitas.

Genya se mordió el labio, luego espetó:

―Extraño la almendra kulich. Y la mantequilla y la mermelada de cereza

que los cocineros solían traer del mercado en Balakirev.

―Extraño el mar ―dijo Tamar―, y mi hamaca a bordo del Volkvolny.

―Extraño sentarme a orillas del lago en el Pequeño Palacio ―apuntó

Nadia―. Beber mi té, solo paz a mi alrededor.

Zoya se miró las botas y dijo:

―Extraño saber qué sucede después.

―Yo también ―confesé.

Zoya bajó el anillo.

―¿Vas a decir que sí?

―En realidad no se propuso.

―Pero lo hará.

―Quizá, no lo sé.

Ella dio un resoplido de disgusto.

―Mentí. Ahora sí que nunca te había odiado más.

―Sería algo especial ―intervino Tamar―, tener una Grisha en el trono.

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―Tiene razón ―agregó Genya―. Ser los que gobiernan, en lugar de solo

servir.

Ellas querían una reina Grisha, Mal quería una reina plebeya. Y ¿qué

quería yo? Paz para Ravka, una oportunidad de dormir tranquila en mi cama

sin miedo, el fin de la culpa y el temor que me despertaba cada mañana. Tenía

deseos antiguos también, de ser amada por quién era, no por lo que podía

hacer, de vivir en un prado con los brazos de un chico a mí alrededor y ver el

viento mover las nubes. Pero esos sueños pertenecían a una niña, no a la

Invocadora del Sol, no a una Santa.

Zoya se sorbió la nariz, acomodándose una pequeña perla kokochnik

encima del cabello.

―Sigo diciendo que debería ser yo.

Genya le arrojó una zapatilla de terciopelo.

―El día que te haga una reverencia será el día en que David actúe una

ópera, desnudo en medio del Abismo de las Sombras.

―Como si fuera a tenerte en mi corte.

―Ni que fueras tan afortunada. Ven aquí; esa pieza en tu cabeza está

completamente torcida.

Cogí el anillo de nuevo y le di vueltas en mi mano. No podía resignarme a

ponérmelo.

Nadia me golpeó un hombro con el suyo.

―Hay cosas peores que un príncipe.

―Es cierto.

―Mejores también ―señaló Tamar. Empujó un vestido de encaje cobalto

hacia Nadia―. Prueba con esto.

Nadia lo sostuvo en alto.

―¿Perdiste cabeza? El corpiño bien podría estar escotado hasta el ombligo.

Tamar sonrió.

―Exactamente.

―Bueno, Alina no puede usarlo ―dijo Zoya―. Incluso sus pechos se

saldrían mientras come postre.

―¡Diplomacia! ―gritó Tamar.

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Nadia se derrumbó en risitas.

―¡Ravka Occidental declara por el seno de la Invocadora del Sol!

Traté de fruncir el ceño, pero me estaba riendo demasiado.

―Espero que lo estén disfrutando.

Tamar enganchó a Nadia con una bufanda al cuello y la atrajo hacia sí para

besarla.

―Oh, por todos los Santos ―se quejó Zoya―. ¿Está todo el mundo

emparejado ahora?

Genya se rio.

―¡Ánimo! He visto Stigg te lanza miradas tristes.

―Es fjerdano ―contestó Zoya―. Ese es el único tipo de mirada que tiene.

Y puedo encontrar pareja por las mías, muchas gracias.

Separamos las maletas de ropa, elegimos los vestidos, los abrigos, y las

joyas más adecuadas para el viaje. Nikolai había sido estratégico, como

siempre. Cada vestido era en tonos de azul y dorado. No me hubiera

importado un poco de variedad, pero este viaje era por actuación, no por

placer.

Las chicas se quedaron hasta que las lámparas casi se habían apagado, y

me sentí agradecida por su compañía. Pero cuando ya habían elegido los

vestidos que les gustaban, y el resto de las galas estaban envueltas y de

regreso en las maletas, se despidieron.

Cogí el anillo de la mesa, sintiendo su absurdo peso en mi palma.

Pronto el Martín Pescador volvería y Nikolai y yo partiríamos a Ravka

Occidental. Para entonces, Mal y su equipo estarían en camino a las Sikurzoi.

Así debían ser las cosas. Había odiado la vida en la corte, pero Mal la había

despreciado. Sería igual de miserable haciendo guardia de pie en los

banquetes en Os Kervo.

Si era honesta conmigo misma, podía ver que había florecido desde que

dejamos el Pequeño Palacio, incluso bajo tierra. Se había convertido en un

líder por mérito propio, había encontrado un nuevo propósito. No podría

decir que lucía feliz, pero tal vez eso vendría con el tiempo, con la paz, con la

oportunidad de un futuro.

Page 156: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Encontraríamos al pájaro de fuego, nos enfrentaríamos al Darkling, tal vez

incluso ganaríamos. Me pondría el anillo de Nikolai, y Mal sería reasignado;

tendría la vida que debería haber tenido, que podría haber tenido sin mí.

Entonces, ¿por qué ese cuchillo entre mis costillas seguía girando?

Me acosté en la cama, con la luz de las estrellas entrando por la ventana, y

la esmeralda apretada en mi mano.

Más tarde, no podría asegurar si lo había hecho deliberadamente o si fue

un accidente, un tirón que sintió mi corazón magullado por esa cuerda

invisible. Tal vez estaba demasiado cansada para resistir su atracción, pero

me encontré en una habitación borrosa, mirando al Darkling.

Page 157: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Traducido por grabryherodale

Estaba sentado al borde de una mesa, con la camisa arrugada en una bola

sobre la rodilla, y los brazos alzados sobre la cabeza mientras la forma vaga

de una Sanadora Corporalnik entraba y salía de enfoque al atender una herida

ensangrentada que tenía el Darkling en un costado. Al principio pensé que

estábamos en le enfermería del Pequeño Palacio, pero el espacio estaba

demasiado oscuro y borroso para distinguirlo.

Intenté no notar su aspecto, su cabello revuelto, y los planos

ensombrecidos de su pecho desnudo. Parecía tan humano, solo un muchacho

herido en batalla, o tal vez durante el entrenamiento. «No es un muchacho

―me recordé―, es un monstruo que ha vivido cientos de años y ha tomado

cientos de vidas».

El Darkling tenía la mandíbula apretada mientras la Corporalnik

terminaba su trabajo. Una vez que la piel volvió a estar cerrada, el Darkling

despidió a la Sanadora con un gesto. Ella dudó brevemente, luego se alejó,

desvaneciéndose en la nada.

―Hay algo que me he estado preguntando ―dijo él, sin saludarme, sin

preámbulos. Esperé―. La noche que Baghra te contó mis planes, la noche que

huiste del Pequeño Palacio, ¿dudaste?

―Sí.

―Los días siguientes a tu partida, ¿pensaste alguna vez en volver?

―Sí ―admití.

―Pero elegiste no hacerlo.

Sabía que debía irme, sabía que al menos debía permanecer en silencio,

pero estaba tan agotada, y se sentía tan fácil estar aquí con él.

Page 158: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―No fue solo lo que dijo Baghra esa noche. Me mentiste, me engañaste,

me… atrajiste. ―Me sedujiste, me hiciste desearte, me hiciste cuestionar mi

propio corazón.

―Necesitaba tu lealtad, Alina. Te necesitaba atada a mí por más que el

deber o el miedo. ―Sus dedos palparon la piel donde antes había estado la

herida; ahora solo quedaba una leve rojez―. Hay rumores de que tu príncipe

Lantsov ha sido avistado.

Me acerqué más, e intenté mantener la voz casual.

―¿Dónde?

Él alzó la mirada y sus labios se curvaron en una ligera sonrisa.

―¿Te agrada?

―¿Importa?

―Es más difícil cuando te agradan, los lloras más. ―¿Cuántas pérdidas

había llorado él? ¿Había tenido amigos? ¿Una esposa? ¿Había dejado que

alguien se le acercara tanto?

―Dime, Alina ―dijo el Darkling―. ¿Ya te ha reclamado?

―¿Reclamarme? ¿Como si fuera una península?

―Ya no te sonrojas ni apartas la mirada. Cómo has cambiado. ¿Qué pasará

con tu fiel rastreador? ¿Dormirá enrollado a los pies de tu trono?

Me estaba presionando, intentaba provocarme. En lugar de huir, me

acerqué más.

―Viniste a mí con el rostro de Mal esa noche en tu habitación. ¿Fue porque

sabías que te rechazaría?

Apretó los dedos en el borde de la mesa, pero luego se encogió de

hombros.

―Él era a quien anhelabas. ¿Es así aún?

―No.

―Una alumna diestra, pero una mentirosa terrible.

―¿Por qué sientes tal desdén por los otkazat’sya?

―No es desdén, es comprensión.

―No todos son tontos y enclenques.

Page 159: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―Son predecibles ―me dijo―. Las personas te amarán por un tiempo,

pero ¿qué pensarán cuando su buen rey envejezca y muera, mientras su

esposa bruja permanece joven? Cuando todos aquellos que recuerden tus

sacrificios sean polvo en el suelo, ¿cuánto tiempo crees que les tomará a sus

hijos y nietos volverse en contra tuya?

Sus palabras me provocaron un escalofrío. Aún no podía hacerme a la idea

de la larga vida que se extendía frente a mí, ese abismo abierto de la eternidad.

―No lo habías considerado, ¿verdad? ―preguntó el Darkling―. Tú vives

en un único momento, yo vivo en miles. ―«¿No somos todos cosas?»

En un destello, estiró una mano, me sujetó de la muñeca y la habitación se

enfocó de súbito. Me acercó de un tirón y me acomodó entre sus rodillas.

Presionó su otra mano contra mi espalda baja, sus fuertes dedos se

extendieron sobre la curva de mi columna.

―Estabas destinada a ser mi equilibrio, Alina. Eras la única persona en el

mundo que podría gobernar conmigo, que podría mantener mi poder en

control.

―¿Y quién me equilibrará a mí? ―Las palabras brotaron antes de que

pudiera pensarlo mejor, dándole voz a un pensamiento que me había

obsesionado incluso más que la posibilidad que el pájaro de fuego no

existiera―. ¿Qué pasaría si no soy mejor que tú? ¿Qué pasaría si en vez de

detenerte, yo fuera otra avalancha?

Me estudió por un momento largo. Siempre me había observado de esa

forma, como si yo fuera una ecuación que no cuadraba.

―Quiero que sepas mi nombre ―me dijo―. El nombre que me fue

otorgado, no el título del que me apoderé. ¿Lo aceptarás, Alina?

Podía sentir el peso del anillo de Nikolai en mi palma de vuelta en la

Hiladora. No tenía que estar aquí en los brazos del Darkling, podía

desvanecerme de su agarre, recuperar la conciencia y volver a la seguridad de

una habitación de piedra en la cima de una montaña. Pero no quería irme. A

pesar de todo, quería esta confidencia susurrada.

―Sí ―suspiré.

Después de un momento, él dijo:

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Aleksander.

Se me escapó una risita, y él alzó una ceja con una sonrisa tironeándole de

los labios.

―¿Qué?

―Es que es tan… común. ―Un nombre tan ordinario, nombre de reyes y

campesinos por igual. Había conocido a dos Aleksanders solamente en

Keramzin, y tres en el Primer Ejército; uno de ellos había muerto en el Abismo.

Su sonrisa se amplió y ladeó la cabeza. Casi me dolía verlo así.

―¿Lo dirás? ―me preguntó.

Vacilé, sintiendo que el miedo se agolpaba en mi interior.

―Aleksander ―susurré.

Su sonrisa desapareció y sus ojos grises parecieron parpadear.

―De nuevo ―exigió.

―Aleksander.

Se inclinó hacia adelante, y sentí su aliento contra mi cuello, luego la

presión de boca contra mi piel sobre el collar, casi un suspiro.

―No lo hagas ―le dije, y me eché hacia atrás, pero él me sujetó con más

fuerza. Subió una mano hasta mi nuca y sus largos dedos se enrollaron en mi

cabello para inclinarme la cabeza hacia atrás. Cerré los ojos.

―Permíteme ―murmuró contra mi garganta. Enganchó su talón en mi

pierna para acercarme más. Sentí el calor de su lengua, y el flexionar de sus

músculos duros bajo la piel desnuda mientras envolvía mis manos alrededor

de su cintura―. No es real ―me dijo―. Déjame.

Sentí una ráfaga hambrienta, el latido estable y anhelante del deseo que

ninguno de los dos quería, pero que nos embargaba de todas formas.

Estábamos solos en el mundo, éramos únicos. Estábamos conectados y

siempre lo estaríamos.

Pero no importaba.

No podía olvidar lo que había hecho, y no le perdonaría lo que era: un

asesino, un monstruo, un hombre que había torturado a mis amigos y había

masacrado a las personas que había intentado proteger.

Lo aparté de mí de un empujón.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Es lo bastante real.

Entrecerró los ojos.

―Me harté de este juego, Alina.

Me sorprendí de la furia que surgió en mi interior.

―¿Te hartaste? Has jugado conmigo constantemente. No estás harto del

juego, lamentas que no sea tan fácil engañarme.

―Astuta Alina ―espetó―. La alumna diestra. Me alegra que vinieras esta

noche; quiero compartir mis noticias. ―Se puso la camisa de un tirón―. Voy

a entrar al Abismo.

―Adelante ―le dije―. Los volcra merecen otro trozo tuyo.

―No lo tendrán.

―¿Esperas descubrir que su apetito ha cambiado? ¿O esto no es más que

locura?

―No estoy loco. Pregúntale a David qué secretos dejó en el palacio para

que yo los descubriera.

Me quedé inmóvil.

―Otro astuto ―dijo el Darkling―. También lo recuperaré cuando todo

esto haya terminado. Una mente tan capaz.

―Estás mintiendo ―le dije.

El Darkling sonrió, pero esta vez, su sonrisa era fría. Se alejó de la mesa y

se acercó a mí.

―Entraré al Abismo, Alina, y le mostraré a Ravka Occidental lo que puedo

hacer, incluso sin la Invocadora del Sol. Y cuando haya destrozado al único

aliado de Lantsov, te cazaré como a un animal. No encontrarás santuario, no

tendrás paz. ―Se cernió sobre mí con los ojos grises centelleantes―. Vuela de

vuelta a casa con tu otkazat’sya ―gruñó―. Abrázalo fuerte. Las reglas del

juego están a punto de cambiar.

El Darkling levantó una mano y el Corte me atravesó. Me hice pedazos y

regresé a mi cuerpo con una sacudida helada. Me sujeté el torso, pues aún

sentía el corte de la sombra y el corazón me golpeteaba en el pecho, pero

estaba completa y sin marca.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Me trastabillé de la cama intentando encontrar la lámpara, luego me di por

vencida y busqué a tientas hasta que encontré mi abrigo y las botas.

Tamar estaba montando guardia afuera de mi habitación.

―¿Dónde está alojado David? ―le pregunté.

―Al fondo del corredor con Adrik y Harshaw.

―¿Mal y Tolya están durmiendo?

Ella asintió.

―Despiértalos.

Tamar entró a la habitación de los guardias, y segundos después, Tolya y

Mal estaban afuera con nosotros, poniéndose las botas, despiertos al instante

como los soldados. Mal llevaba su pistola.

―No la necesitarás ―le dije―. Al menos, creo que no.

Consideré enviar a alguien para que despertara a Nikolai, pero primero

quería saber con qué estábamos lidiando.

Avanzamos por el pasillo, y cuando llegamos a la habitación de David,

Tamar golpeó la puerta una vez antes de entrar. Al parecer, Adrik y Harshaw

habían sido desalojados por la noche. Genya y David, muy adormilados, nos

miraron parpadeando debajo de las mantas de un estrecho catre individual.

Apunté a David.

―Vístete ―le dije―. Tienes dos minutos.

―¿Qué está…? ―intentó preguntar Genya.

―Solo hazlo.

Volvimos al pasillo y esperamos. Mal tosió.

―No puedo decir que esté sorprendido.

Tamar soltó un bufido.

―Después de su discursito en la sala de guerra, incluso yo consideré

lanzármele encima.

Unos momentos después, se abrió la puerta y un David despeinado y

descalzo nos hizo entrar. Genya estaba sentada con las piernas cruzadas en la

cama, sus rizos rojos sobresalían en todas direcciones.

―¿Qué pasa? ―preguntó David―. ¿Qué sucedió?

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―He recibido información de que el Darkling planea usar el Abismo

contra Ravka Occidental.

―¿Nikolai te lo…? ―comenzó Tamar.

Alcé una mano.

―Quiero saber si es posible.

David sacudió la cabeza.

―No puede hacerlo sin ti. Necesita entrar al Falso Océano para expandirlo.

―Afirma poder hacerlo. Dice que dejaste secretos en el Pequeño Palacio.

―Espera un segundo ―dijo Genya―. ¿De dónde salió esta información?

―De fuentes ―contesté bruscamente―. David, ¿qué quiso decir? ―No

quería creer que David nos traicionaría, al menos, no deliberadamente.

David frunció el ceño.

―Cuando huimos de Os Alta, dejé mis antiguos cuadernos atrás, pero

difícilmente son peligrosos.

―¿Qué había en ellos? ―preguntó Tamar.

―Todo tipo de cosas ―respondió él, sus diestros dedos doblaban y

estiraban la tela de sus pantalones―. El diseño de los platillos reflectores,

unos lentes para filtrar diferentes ondas del espectro, nada que pudiera

utilizar para entrar al Abismo. Pero… ―Palideció ligeramente.

―¿Qué más?

―Solo era una idea…

―¿Qué más?

―Había un plano para un esquife de cristal que se nos había ocurrido a

Nikolai y a mí.

Fruncí el ceño y miré a Mal, luego a los demás; todos parecían tan perplejos

como yo.

―¿Por qué querría una esquife de cristal?

―La estructura está hecha para contener lumiya.

Hice un gesto impaciente.

―¿Qué es la lumiya?

―Una variación de fuego líquido.

Santos.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Oh, David, no lo hiciste.

El fuego líquido era una de las creaciones de Morozova. Era pegajoso,

inflamable, y creaba una llamarada casi imposible de extinguir. Era tan

peligroso que Morozova había destruido la fórmula solo horas después de

haberla creado.

―¡No! ―David alzó las manos de forma defensiva―. No, no. Esto es

mejor, más seguro. La reacción solo crea luz, no calor. Se me ocurrió cuando

estábamos buscando formas de mejor las bombas de luz para combatir a los

nichevo’ya. No era aplicable, pero me gustaba la idea, así que la guardé para…

para después. ―Se encogió de hombros con impotencia.

―¿Arde sin calor?

―Solo es una fuente de luz solar artificial.

―¿Lo bastante para mantener a raya a los volcra?

―Sí, pero es inútil para el Darkling. Arde por un tiempo limitado, y

necesita luz solar para activarla.

―¿Cuánta?

―Muy poca, ese era el punto. Solo era otra forma de magnificar tu poder,

como los platillos. Pero no hay luz en el Abismo, así que…

Alcé las manos y las sombras inundaron las paredes. Genya gritó, y David

se encogió contra la cama. Tolya y Tamar echaron mano a sus armas. Bajé los

brazos y las sombras regresaron a sus formas normales. Todos me miraron

boquiabiertos.

―¿Tienes su poder? ―susurró Genya.

―No, solo los restos.

Mal había pensado que se lo había quitado al Darkling; tal vez el Darkling

también había tomado un poco de mí.

―Así hiciste saltar las sombras cuando estábamos en la Caldera ―dijo

Tolya.

Asentí.

Tamar pinchó a Mal con un dedo.

―Nos mentiste.

―Guardé su secreto ―contradijo Mal―. Hubieras hecho lo mismo.

Page 165: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Ella se cruzó de brazos, y Tolya le apoyó una mano grande sobre el

hombro. Todos parecían molestos, pero no tan asustado como podrían haber

estado.

―Ves lo que esto significa ―le dije―. Si el Darkling tiene aunque sea un

remanente de mi poder…

―¿Sería suficiente para frenar a los volcra? ―preguntó Genya.

―No ―respondí―, no lo creo. ―Había necesitado un amplificador antes

de ser capaz de invocar la luz suficiente para entrar a salvo al Abismo. Por

supuesto, no había garantía de que el Darkling no hubiera tomado más de mi

poder cuando nos habíamos enfrentado en la capilla. Y aun así, si él de verdad

había sido capaz de blandir la luz, habría actuado antes.

―No importa ―dijo David miserablemente―. Solo necesita luz solar

suficiente para activar la lumiya una vez que esté en el Abismo.

―Luz más que suficiente para protección ―dijo Mal―. Un esquife bien

armado con Grisha y soldados…

Tamar sacudió la cabeza.

―Parece riesgoso, incluso para el Darkling.

Pero Tolya le respondió con mis propios pensamientos.

―Te olvidas de los nichevo’ya.

―¿Soldados de sombra contra los volcra? ―dijo Genya con horror.

―Santos ―juró Tamar―. ¿Por quién apuestan?

―El problema siempre fue la contención ―dijo David―. La lumiya lo

consume todo. Lo único que funcionaba era el cristal, pero eso presenta sus

propios problemas de ingeniería. Nikolai y yo nunca los resolvimos. Solo lo

hicimos por… solo por diversión.

Si el Darkling no había resuelto esos problemas aún, lo haría.

«No encontrarás santuario, no tendrás paz».

Me tomé la cabeza con las manos.

―Va a destrozar Ravka Occidental.

Y después de eso, ningún país se atrevería a apoyarme a mí o a Nikolai.

Page 166: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Traducido por Andrés_S

Media hora más tarde, estábamos sentados en el extremo de una mesa en la

cocina con tazas de té vacías frente a nosotros. Genya se había esfumado, pero

David estaba allí con la cabeza inclinada sobre una pila de papel para dibujo,

mientras trataba de recrear de memoria los planos para el esquife de cristal y

la fórmula para la lumiya. Para bien o para mal, no creía que hubiera ayudado

al Darkling intencionalmente. El crimen de David era su sed de conocimiento,

no de poder.

El resto de la Hiladora estaba vacía y silenciosa, pues la mayoría de los

soldados y los Grisha renegados seguían dormidos. A pesar de que lo

habíamos sacado de la cama en medio de la noche, Nikolai parecía

compuesto, incluso con su abrigo gris oliva puesto sobre el pijama. No había

tardado mucho en ponerlo al día sobre todo lo que había averiguado y no fue

sorpresa la primera pregunta que salió de su boca.

―¿Hace cuánto sabes esto? ―preguntó―. ¿Y por qué no me lo dijiste

antes?

―Hace una hora, tal vez menos, solo esperé hasta confirmar la

información con David.

―Eso es imposible.

―Improbable ―lo corregí suavemente―. Nikolai… ―El estómago se me

hizo un nudo, y le eché un vistazo a Mal, pues no había olvidado la forma en

que había reaccionado cuando por fin le había contado que tenía visiones del

Darkling. Y esto era mucho peor, porque yo había ido en su busca―. Lo oí de

los propios labios del Darkling, él me lo dijo.

―¿Cómo dices?

Page 167: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―Puedo visitarlo, como en una especie de visión. Yo… lo busqué.

Pasó un momento.

―¿Puedes espiarlo?

―No exactamente. ―Traté de explicarle cómo veía las habitaciones, cómo

lo veía a él―. No puedo escuchar a otras personas, ni siquiera puedo verlas si

no están justo a su lado, o en contacto directo con él. Es como si él fuera la

única cosa real y material.

Nikolai tamborileó los dedos sobre la mesa.

―Pero podríamos tratar de conseguir información ―dijo con voz

excitada―, tal vez incluso proveerle información falsa. ―Parpadeé. Así de

rápido, Nikolai estaba armando estrategias. A estas alturas ya debería

haberme acostumbrado―. ¿Puedes hacerlo con otro Grisha? ¿Tal vez intentar

meterte en sus pensamientos?

―No lo creo, el Darkling y yo estamos… conectados. Probablemente

siempre lo estaremos.

―Tengo que advertir a Ravka Occidental ―musitó―. Tendrán que

evacuar la zona a la orilla del Abismo. ―Nikolai se pasó una mano por la cara,

la primera grieta que había visto en su confianza.

―No van a mantener la alianza, ¿verdad? ―preguntó Mal.

―Lo dudo. El bloqueo era un gesto que Ravka Occidental estaba dispuesta

a hacer cuando creían que estaban a salvo de represalias.

―Si capitulan, ¿el Darkling los atacará de todas formas? ―preguntó

Tamar.

―No se trata solo del bloqueo ―le dije―, se trata de aislarnos, de

asegurarse de que no tenemos ningún lugar parar escapar; también se trata

de poder. Quiere usar el Abismo, siempre lo ha hecho. ―Contuve el impulso

de tocar mi muñeca desnuda―. Es una obsesión.

―¿Cuántas tropas puedes reunir? ―le preguntó Mal a Nikolai.

―¿En total? Probablemente podríamos reunir una fuerza de unos cinco

mil. Están repartidas en todas las células del noroeste, así que el problema es

movilizarlas, pero creo que podría lograrse. También tenemos razones para

Page 168: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

sospechar que algunas milicias pueden ser leales a nosotros. Ha habido

deserciones masivas de la base en Poliznaya y en los frentes norte y sur.

―¿Qué hay de los Soldat Sol? ―preguntó Tolya―. Van a luchar. Sé que

darían sus vidas por Alina, ya lo han hecho antes―. Me froté los brazos

pensando en más vidas perdidas; en la cara de Ruby, tan fiera y alegre,

marcada por el tatuaje del rayo de sol.

Nikolai frunció el ceño.

―Pero, ¿podemos confiar en el Apparat? ―El sacerdote había sido

decisivo en el golpe de estado que casi había derribado al padre de Nikolai,

pero a diferencia de Genya, el Apparat no había sido un servidor vulnerable

victimizado por el Rey, sino un asesor de confianza―. ¿Qué quiere

exactamente?

―Creo que quiere sobrevivir ―contesté―. Dudo que vaya a arriesgarse a

una confrontación con el Darkling, a menos que esté seguro del resultado.

―Nos vendrían bien los números adicionales ―admitió Nikolai.

Un dolor sordo estaba formándose cerca de mi sien derecha.

―No me gusta esto ―les dije―, nada de esto. Están hablando de arrojar

un montón de cuerpos a los nichevo'ya; las bajas serán inauditas.

―Ya sabes que voy a estar ahí con ellos ―dijo Nikolai.

―Solo significa es que puedo agregar tu número a los muertos.

―Si el Darkling utiliza el Abismo para separarnos de posibles aliados,

entonces Ravka es suyo. Solo va a hacerse más fuerte, consolidará sus fuerzas.

No voy a darme por vencido.

―Ya viste lo que esos monstruos hicieron en el Pequeño Palacio…

―Tú misma lo has dicho: él no se detendrá. Tiene que usar su poder y

entre más lo use, más anhelará. Esta puede ser nuestra última oportunidad de

detenerlo. Además, corre el rumor de que Oretsev aquí presente es un gran

rastreador. Si encuentra el pájaro de fuego, podríamos tener una oportunidad.

―¿Y si no lo logra?

Nikolai se encogió de hombros.

―Pues nos ponemos nuestras mejores ropas y morimos como héroes.

Page 169: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

* * *

Ya amanecía cuando terminamos de debatir los detalles de lo que

planeábamos hacer a continuación. El Martín Pescador había regresado, por lo

que Nikolai lo hizo salir otra vez con una tripulación renovada y una

advertencia dirigida al consejo mercante de Ravka Occidental, informándoles

de que el Darkling podría estar planeando un ataque.

También llevaban una invitación para que se reunieran con él y la

Invocadora del Sol en Kerch neutral. Era demasiado peligroso que Nikolai y

yo nos arriesgáramos a quedar atrapados en lo que pronto podría sería

territorio enemigo. El Pelícano estaba de vuelta en el hangar y pronto partiría

hacia Keramzin sin nosotros. No estaba segura si estar triste o aliviada por no

poder viajar con ellos al orfanato, pero simplemente no había tiempo para

ningún desvío. Mal y su equipo partirían mañana a las Sikurzoi a bordo del

Avetoro, y yo me reuniría con ellos una semana después. Nos atendríamos a

nuestro plan con la esperanza de que el Darkling no actuara antes de esa

fecha.

Había más cosas que discutir, pero Nikolai tenía cartas que escribir y yo

necesitaba hablar con Baghra. El tiempo para lecciones había terminado.

La encontré en su guarida oscura, con el fuego avivado y la habitación

insoportablemente caliente. Misha acababa de traer la bandeja con el

desayuno. Esperé mientras comía su kacha de trigo sarraceno y bebía a sorbos

su té negro y amargo. Cuando terminó, Misha abrió el libro para comenzar su

lectura, pero Baghra lo silenció rápidamente.

―Llévate la bandeja ―le dijo―. La Santita tiene algo en mente. Si la

hacemos esperar más tiempo, puede que salte de su asiento y empiece a

sacudirme.

Mujer horrible. ¿Acaso nada se le escapaba?

Misha levantó la bandeja. Luego vaciló, cambiando su peso de un pie al

otro.

―¿Debo volver de inmediato?

―Deja de retorcerte como un gusano ―espetó Baghra. Misha se detuvo y

ella hizo un gesto―. Vete cosa inútil, pero no llegues tarde con mi almuerzo.

Page 170: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

El corrió hacia la salida haciendo traquetear los platos, luego cerró la

puerta de golpe.

―Esto es tu culpa ―se quejó Baghra―. Ya nunca se queda quieto.

―Es un niño pequeño, estarse quieto no es una de sus características.

―Hice una nota mental para que alguien continuara con las lecciones de

esgrima de Misha mientras no estuviéramos.

Baghra frunció el ceño y se acercó más al fuego, apretujando sus pieles a

su alrededor.

―Bueno ―dijo―, estamos solas. ¿Qué quieres saber? ¿O prefirieres

quedarte sentada allí mordiéndote la lengua por otra hora?

No estaba segura de cómo proceder.

―Baghra…

―Vamos, escúpelo o déjame tomar una siesta.

―Puede que el Darkling haya encontrado una manera de entrar al Abismo

sin mí. Podrá utilizarlo como arma. Si hay algo que nos puedas decir,

necesitamos información.

―Siempre la misma pregunta.

―Cuando te pregunté si Morozova podría haber dejado los amplificadores

sin terminar, dijiste que no era su estilo. ¿Lo conociste?

―Hemos terminado aquí, chica ―dijo, volviéndose de espaldas al

fuego―. Perdiste tu mañana.

―Una vez me dijiste que esperabas que tu hijo se redimiera. Esta puede

ser mi última oportunidad para detenerlo.

―Ah, ¿así que esperas salvar a mi hijo ahora? Qué gesto tan indulgente de

tu parte.

Tomé una respiración profunda.

―Aleksander ―susurré. Ella se quedó inmóvil―. Su verdadero nombre

es Aleksander, y si da este paso, estará perdido para siempre. Puede que

nosotros también.

―Ese nombre… ―Baghra se reclinó en su silla―. Solo él podría habértelo

dicho. ¿Cuándo?

Page 171: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Nunca le había hablado a Baghra de las visiones, y no creía que quisiera

hacerlo ahora. En cambio, le repetí mi pregunta.

―Baghra, ¿conocías a Morozova?

Ella guardó silencio por largo tiempo, el único sonido era el crepitar del

fuego. Por último dijo:

―Tan bien como cualquiera.

Aunque ya lo había sospechado, el hecho era difícil de creer. Había visto

los escritos de Morozova, llevaba sus amplificadores, pero nunca había

parecido real. Era un Santo con un halo dorado, más leyenda que hombre para

mí.

―Hay una botella de kvas en un estante en la esquina, fuera del alcance de

Misha ―me dijo―. Tráela con un vaso.

Era temprano para el kvas, pero no iba a discutir. Acerqué la botella y le

serví.

Ella tomó un largo sorbo y chasqueó los labios.

―El nuevo rey no escatima, ¿verdad? ―Suspiró y se acomodó―. Muy

bien, Santita, ya que quieres saber sobre Morozova y sus preciosos

amplificadores, te voy a contar una historia… una que le contaba a un niño

con el pelo oscuro, un chico silencioso que rara vez se reía, uno que escuchaba

con más atención de la que yo creía. Un niño que tenía un nombre y no un

título.

A la luz del fuego, las piscinas oscuras de sus ojos parecían parpadear y

cambiar.

―Morozova era el Forjador de Huesos, uno de los más grandes

Fabricadores de todos los tiempos, un hombre que puso a prueba los límites

mismos del poder de Grisha, pero además era solo un hombre con una esposa.

Ella era una otkazat'sya y aunque lo amaba, no lo entendía.

Pensé en cómo hablaba el Darkling de los otkazat'sya, en las predicciones

que había hecho sobre Mal y la forma en que me trataría la gente de Ravka.

¿Acaso había aprendido aquellas lecciones de Baghra?

―Debería decirte que él también la amaba ―continuó―. Por lo menos,

creo que sí, pero nunca lo suficiente como para que dejara de trabajar.

Page 172: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Morozova no podía moderar la necesidad que lo impulsaba. Esa es la

maldición del poder Grisha, ya conoces bien cómo, Santita.

»Pasaron más de un año a la caza del ciervo en Tsibeya, dos años

navegando la Ruta de Hueso en busca de la sierpe de mar. Grandes éxitos

para el Forjador de Huesos, las dos primeras fases de su gran plan. Pero

cuando su esposa quedó embarazada, se instalaron en un pueblito, un lugar

donde él podría continuar sus experimentos y tramar sus planes para la

criatura que se convertiría en el tercer amplificador.

»Tenían poco dinero. Cuando se le podía apartar de sus estudios, se

ganaba la vida como carpintero, y de vez en cuando, los habitantes del pueblo

acudían a él con heridas y dolencias…

―¿Era un Sanador? ―le pregunté―. Pensé que era un Fabricador.

―Morozova no percibía esas distinciones. Pocos Grisha lo hacían en

aquellos días. Él creía que si la ciencia era lo bastante pequeña, todo era

posible. Y para él, a menudo lo era.

«¿No somos todos cosas?»

―La gente del pueblo veía a Morozova y su familia con una combinación

de lástima y desconfianza. Su esposa vestía harapos y su hija… a su hija rara

vez se la veía. Su madre la mantenía dentro de casa o en los campos que la

rodeaban. Verás, esta niña había comenzado a mostrar su poder a tierna edad,

y era algo jamás conocido. ―Baghra tomó otro sorbo de kvas―. Podía invocar

la oscuridad.

Las palabras quedaron suspendidas en el aire caliente, hasta que su

significado se asentó sobre mí.

―¿Tú? ―pregunté en un suspiro―. Entonces el Darkling…

―Soy la hija de Morozova y el Darkling es el último de su descendencia.

―Vació el vaso―. Mi madre estaba aterrorizada de mí. Estaba segura de que

mi poder era una especie de abominación, el resultado de los experimentos

de mi padre, y bien podría haber estado en lo cierto. Al incursionar en merzost,

bueno, los resultados nunca son exactamente lo que uno esperaría. Ella odiaba

abrazarme, apenas podía soportar la idea de estar en la misma habitación que

Page 173: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

yo. Fue solo cuando nació su segundo hijo que volvió en sí. Otra niña, una tan

normal como ella, sin poder y hermosa. ¡Cómo la adoraba mi madre!

Habían pasado años, centenares, tal vez un milenio, pero reconocí el dolor

en su voz, el aguijón de ser siempre pisoteada e indeseada.

―Mi padre se estaba preparando para salir a la caza del pájaro de fuego,

yo solo era una niña, pero le rogué que me llevara con él. Traté de ser útil,

pero todo lo que hice fue molestarlo y por último, me prohibió entrar en su

taller.

Ella golpeó la mesa y le llené el vaso una vez más.

―Y entonces un día, Morozova tuvo que abandonar su mesa de trabajo,

atraído al pastizal detrás de la casa por el sonido de los gritos de mi madre.

Yo había estado jugando a las muñecas y mi hermana había llorado, aullado

y pataleado hasta que mi madre insistió en que debía darle mi juguete

favorito, un cisne tallado en madera por nuestro padre en uno de los raros

momentos en que me había prestado atención. Tenía las alas tan detalladas

que se sentía su suavidad, sus patitas eran tan palmeadas y tan perfectas que

lo mantenían equilibrado sobre el agua. Mi hermana lo tuvo en sus manos por

menos de un minuto antes de que le rompiera el delgado cuello. Recuerda, si

puedes, que yo era solo una niña, una niña solitaria con muy pocos tesoros

propios. ―Ella levantó la copa, pero no bebió―. Arremetí contra mi hermana

y con mi Corte la partí en dos.

Traté de no imaginarlo, pero la imagen se elevó con brusquedad en mi

mente: un campo embarrado, una niña con pelo negro, su juguete favorito en

pedazos. Había hecho un berrinche, tal como los niños comunes y corrientes,

pero ella no había sido una niña corriente.

―¿Qué pasó? ―susurré por último.

―Los habitantes del pueblo se acercaron corriendo. Detuvieron a mi

madre para que no pudiera agarrarme, pero no podían entender lo que decía.

¿Cómo podía una niña haber hecho una cosa así? El sacerdote ya estaba

orando sobre el cuerpo de mi hermana cuando llegó mi padre. Sin decir una

palabra, Morozova se arrodilló a su lado y comenzó a trabajar. La gente del

Page 174: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

pueblo no entendía lo que estaba pasando, pero sintieron el poder que se

reunía.

―¿La salvó?

―Sí ―respondió Baghra llanamente―. Era un gran Sanador y utilizó cada

parte de su poder para traerla de vuelta, débil, asfixiada y con cicatrices.

Yo había leído innumerables versiones del martirio de Sankt Ilya. Los

detalles de la historia habían sido distorsionados con el tiempo: había sanado

a su hija, no a un extraño. Una niña, no un niño. Pero sospeché que algo que

no había cambiado era el final, y me estremecí ante la idea de lo que vino

después.

―Era demasiado ―dijo Baghra―, los campesinos conocían la muerte

como para saber que aquella niña debía estar muerta; tal vez también estaban

resentidos. ¿Cuántos seres queridos habían perdido por una enfermedad o

alguna lesión desde que Morozova había llegado al pueblo? ¿Cuántos podía

haber salvado? Tal vez no solo los impulsaba el horror o la justicia, sino

también la ira. Le pusieron cadenas, también a mi hermana, una niña que

debió haber tenido el sentido común de permanecer muerta. No había nadie

para defender a mi padre, nadie que hablara en nombre de mi hermana, pues

habíamos vivido al margen de sus vidas sin hacernos amigos de nadie. Lo

llevaron marchando hacia el río. A mi hermana tuvieron que cargarla, pues

apenas había aprendido a caminar y no podía con el peso de las cadenas.

Apreté los puños en mi regazo, no quería oír el resto.

―Mientras mi madre lloraba y suplicaba, mientras yo lloraba y luchaba

por liberarme de aquellos vecinos que apenas conocía, empujaron a

Morozova y a su hija menor desde el puente. Los vimos desaparecer bajo las

aguas, arrastrados bajo el peso de sus cadenas de hierro. ―Baghra vació su

vaso y le dio la vuelta sobre la mesa―. Nunca volví a ver a mi padre o a mi

hermana.

Nos quedamos en silencio mientras trataba de reconstruir las

implicaciones de lo que me había dicho. No vi lágrimas en las mejillas de

Baghra. «Su dolor es antiguo», me recordé. Y, sin embargo, no creía que un

Page 175: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

dolor de esa magnitud se desvaneciera del todo. El duelo tenía su propia vida,

tomaba su propio sustento.

―Baghra ―le dije insistiendo, despiadada a mi manera―, si Morozova

murió…

―Nunca dije que muriera, dije que esa fue la última vez que lo vi, pero era

un Grisha de un tan poder inmenso, que bien podría haber sobrevivido a la

caída.

―¿Encadenado?

―Fue el más grande Fabricador que haya existido. Haría falta más que el

acero otkazat'sya para detenerlo.

―¿Y crees que llegó a crear el tercer amplificador?

―Su trabajo era su vida ―contestó y la amargura de esa niña abandonada

se asomó en sus palabras―. Mientras hubiera tenido aliento en su cuerpo, no

habría dejado de buscar al pájaro de fuego. ¿Lo harías tú?

―No ―admití. El pájaro de fuego se había convertido en mi propia

obsesión, un hilo compulsivo que me unía a Morozova a través de los siglos.

¿Podría haber sobrevivido? Baghra parecía tan segura de que así había sido.

Y, ¿qué pasaba con su hermana? Si Morozova había logrado salvarse,

¿podría haber rescatado a su hija de las garras del río y usar su habilidad para

revivirla una vez más? El pensamiento me sacudió. Quería sujetarlo con

fuerza, darle la vuelta en mis manos, pero necesitaba saber más.

―¿Qué les hicieron los aldeanos a ustedes dos?

Su risa ronca serpenteó por la habitación y me erizó el vello de los brazos.

―Si hubieran sido sabios, me habrían arrojado al río también. En vez de

ello, nos llevaron a mi madre y a las afueras de la ciudad para dejarnos a

merced de los bosques. Mi madre era una inútil, se arrancó el pelo y lloró

hasta enfermar. Finalmente, simplemente se acostó y no se volvió a levantar,

sin importar cuánto lloré y grité su nombre. Me quedé con ella todo el tiempo

que pude. Traté de hacer fuego para mantenerla caliente, pero no sabía cómo.

―Se encogió de hombros―. Estaba tan hambrienta que con el tiempo la dejé

y empecé a deambular, delirante y sucia hasta que llegué a una granja. Allí

me hicieron entrar y armaron un grupo de búsqueda; sin embargo, no

Page 176: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

pudieron encontrarla. Por lo que sé, mi madre murió de hambre en el suelo

de aquel bosque.

Me quedé callada, esperando. Ese kvas empezaba a parecer muy bueno.

―Ravka era diferente entonces. Los Grisha no tenían santuario y poderes

como el nuestro terminaban encarando destinos como el de mi padre, por lo

que mantuve el mío oculto. Rastreé cuentos de brujas y Santos y encontré los

enclaves secretos donde los Grisha estudiaban su ciencia. Aprendí todo lo que

pude y cuando llegó el momento, se lo enseñé a mi hijo.

―Pero, ¿qué hay de su padre?

Baghra soltó otra carcajada.

―¿Acaso quieres una historia de amor también? Pues no hay ninguna. Yo

solo quería un niño, así que busque al Grisha más poderoso que pude

encontrar; era un Cardio, y ni siquiera recuerdo su nombre.

Por un breve momento, vislumbré a la chica que había sido: feroz, audaz

y salvaje, una Grisha de habilidad extraordinaria. Pero luego suspiró y se

movió en su silla y la ilusión desapareció, reemplazada por una mujer vieja y

cansada, acurrucada junto al fuego.

―Mi hijo no era… Empezó tan bien. Íbamos de un lugar a otro, vimos la

forma en que vivía nuestra gente, la forma en que desconfiaban de nosotros,

las vidas que nos obligaban a llevar en secreto, asustados. Él me prometió que

algún día tendríamos un lugar seguro, donde el poder Grisha sería algo que

se valoraría y codiciaría, algo que nuestro país atesoraría, donde seríamos

ravkanos y no solo Grisha. Aquel sueño fue la semilla del Segundo Ejército.

Un buen sueño, si tan solo hubiera sabido… ―Negó con la cabeza―. Le di su

orgullo y lo cargué con ambición, pero lo peor que hice fue tratar de

protegerlo. Debes entenderlo, incluso nuestra propia especie nos evitaba,

temían a la extrañeza de nuestro poder.

«No hay otros como nosotros».

―Nunca quise que se sintiera de la forma que me sentí cuando era niña

―continuó Baghra―. Así que le enseñé que no tenía iguales, que no estaba

destinado a inclinarse ante ningún hombre. Quería que fuera duro, que fuera

fuerte. Le enseñé la lección que mi madre y mi padre me enseñaron: a confiar

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en nadie, que ese amor frágil, voluble y crudo no era nada comparado con el

poder. Era un niño brillante y aprendió demasiado bien.

La mano de Baghra salió disparada y, con una precisión sorprendente, me

agarró la muñeca.

―Deja tu codicia a un lado, Alina. Haz lo que Morozova y mi hijo no

pudieron: renunciar a esto.

Tenía las mejillas mojadas por las lágrimas. Estaba dolida por ella, dolida

por su hijo. Pero aun así, ya sabía cuál sería mi respuesta.

―No puedo.

―«¿Qué es infinito?» ―recitó.

Conocía bien el texto.

―«El universo y la codicia del hombre» ―le cité en respuesta.

―Puede que no seas capaz de sobrevivir al sacrificio que requiere el

merzost. Ya has probado aquel poder una vez y casi te mató.

―Tengo que intentarlo.

Baghra negó con la cabeza.

―Niña estúpida ―me dijo, pero su voz era triste, como si estuviera

regañando a otra chica, una de otro tiempo, una perdida y repudiada,

impulsada por el dolor y el miedo.

―Los diarios…

―Años más tarde, regresé a la aldea de mi nacimiento. No estaba segura

de lo que iba a encontrar. El taller de mi padre haba desaparecido hacía

mucho, pero sus diarios aún estaban allí, escondidos en el mismo nicho oculto

en aquella vieja bodega. ―Soltó un bufido de incredulidad―. Habían

construido una iglesia sobre ella.

Dudé, y luego pregunté:

―Si Morozova sobrevivió, ¿qué habrá sido de él?

―Es probable que se quitara la vida. Es la forma en que mueren la mayoría

de los Grisha de gran poder.

Me eché hacia atrás, aturdida.

―¿Por qué?

Page 178: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―¿Crees que nunca lo contemplé? ¿Que mi hijo no lo hizo? Los amantes

envejecen, los niños mueren, los reinos se alzan y caen, pero nosotros

continuamos. Quizá Morozova todavía esté vagando por la tierra, más viejo

y más amargado que yo. O tal vez usó su poder contra sí mismo y terminó

todo. Es bastante simple, los semejantes se atraen. De lo contrario… ―Se echó

a reír de nuevo, con esa risa seca y sonora―. Debes advertirle a tu príncipe

que si de verdad piensa que una bala detendrá a un Grisha con tres

amplificadores, está muy equivocado.

Me estremecí. ¿Tendría yo el coraje de quitarme la vida si fuera necesario?

Si reuniera los amplificadores, podría destruir el Abismo, pero bien podría

hacer algo peor que eso. Y cuando me enfrentara al Darkling, incluso

atreviéndome a usar merzost para crear un ejército de luz, ¿sería suficiente

para acabar con él?

―Baghra ―le pregunté con cautela―, ¿qué haría falta para matar a un

Grisha con ese tipo de poder?

Baghra tocó la piel desnuda de mi muñeca; el punto desnudo en el que el

tercer amplificador podría yacer en cuestión de días.

―Santita ―susurró―, pequeña mártir. Espero que lo averigüemos

* * *

Pasé el resto de la tarde redactando una petición de ayuda para el Apparat.

La misiva sería depositada bajo el altar de la iglesia de Sankt Lukin en Vernost

y, con algo de suerte, se abriría paso hasta la Catedral Blanca a través de la

red de fieles. Habíamos usado un código que Tolya y Tamar conocían de su

tiempo con los Soldat Sol, por lo que si el mensaje caía en manos del Darkling,

no comprendería que dentro de dos semanas, Mal y yo estaríamos esperando

los refuerzos del Apparat en Caryeva. La ciudad de las carreras quedaba

prácticamente abandonada después del verano y estaba cerca de la frontera

sureña. Puede que para ese entonces tuviéramos al pájaro de fuego, o no, pero

podríamos marchar con las fuerzas que tuviéramos al norte, ocultos bajo la

sombra del Abismo, y reunirnos con las tropas de Nikolai al sur de Kribirsk.

Page 179: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Llevaba dos conjuntos diferentes de equipaje. El primero era un simple

morral de soldado, el cual iría a bordo del Avetoro, y estaba equipado con

pantalones de hilo grueso, un abrigo gris oliva tratado para resistir la lluvia,

botas pesadas, una pequeña reserva de dinero para sobornos o compras que

podría necesitar para Dva Stolba, un gorro de piel y una bufanda para cubrir

el collar de Morozova. El otro equipaje iría a bordo del Martín Pescador, y

consistía de una colección a juego de tres baúles con mi emblema dorado del

rayo de sol, llenos con sedas y pieles.

Cuando llegó la noche, bajé al nivel de la caldera para despedirme de

Baghra y de Misha. Después de su terrible advertencia, casi ni me sorprendí

de que Baghra me despidiera ondeando la mano y frunciendo el ceño. Pero

en realidad había venido a ver Misha. Le aseguré que había encontrado a

alguien para que continuara sus lecciones mientras no estábamos, y le regalé

uno de los broches dorados de rayo de sol que usaba mi guardia personal,

pues Mal no podría usarlo en el sur. El deleite en el rostro de Misha valió la

pena el desprecio de Baghra.

Me tomé mi tiempo para regresar por los pasillos oscuros; era tranquilo

aquí abajo, y apenas había tenido un momento para pensar desde que Baghra

me había contado su historia. Sabía que su intención con el cuento era darme

una advertencia; sin embargo, mis pensamientos volvían a la niña que había

sido arrojada al río con Ilya Morozova. Baghra pensó que había muerto, pues

había descartado a su hermana como otkazat'sya, pero ¿qué tal si simplemente

no había mostrado su poder aún? Era hija de Morozova también, y ¿qué tal si

su don era único, como el de Baghra? Si hubiera sobrevivido, su padre podría

haberla llevado con él en la búsqueda del pájaro de fuego. Podría haber vivido

cerca de las Sikurzoi y haber transmitido su poder de generación en

generación, durante centenares de años. Y puede que su poder se hubiera

manifestado por último en mí.

Era presunción, lo sabía, una arrogancia terrible. Y, sin embargo, si

encontrábamos al pájaro de fuego cerca de Dva Stolba, tan cerca del lugar de

mi nacimiento, ¿podía ser de verdad una coincidencia?

Page 180: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

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Me detuve en seco. Si estuviera emparentada con Morozova, eso

significaba que estaba emparentada con el Darkling, y eso significaba que casi

había… El pensamiento me puso la piel de gallina. No importaba cuántas

generaciones pudieran haber pasado, aun así sentía que necesitaba un baño

hirviendo.

Mis pensamientos fueron interrumpidos cuando apareció Nikolai

caminando hacia mí por el pasillo.

―Deberías ver algo ―dijo.

―¿Está todo bien?

―Más bien espectacular. ―Me miró―. ¿Qué te dijo la bruja? Pareciera que

te hubieras comido un insecto particularmente viscoso.

«O puede que haya intercambiado besos y un poco más que eso con mi

primo». Me estremecí.

Nikolai me ofreció su brazo.

―Bueno, sea lo que sea, tendrás que estremecerte por ello más tarde. Está

ocurriendo un milagro allá arriba y no va a esperarte.

Me sujeté de su brazo.

―Nunca uno para exagerar, ¿verdad, Lantsov?

―No es exageración si cumples.

Empezábamos a subir las escaleras cuando Mal bajó corriendo en dirección

opuesta. Estaba radiante, con el rostro iluminado por la emoción. Su sonrisa

fue como si una bomba me hubiera caído en el pecho. Pertenecía a un Mal que

pensé había desaparecido bajo las cicatrices de esta guerra.

Nos vio a mí y a Nikolai con los brazos entrelazados, y tomó solo un

segundo para que su rostro cerrara. Hizo una reverencia y se apartó para que

pasáramos.

―Te diriges por el camino equivocado ―le dijo Nikolai―. Te la vas a

perder.

―Subiré en un minuto. ―replicó Mal. Su voz sonaba tan normal y tan

agradable que casi creí que había imaginado esa sonrisa.

Page 181: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

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Aun así, necesité toda mi voluntad para seguir subiendo las escaleras y

mantener mi mano en el brazo de Nikolai. «Menosprecia tu corazón», me dije.

Haz lo que debes.

Cuando llegamos a la cima de las escaleras y entramos a la Hiladora, me

quedé boquiabierta. Habían extinguido las linternas para que la habitación

estuviera a oscuras, pero a nuestro alrededor, caían las estrellas. Las ventanas

estaban iluminadas con vetas de luz que caían como cascadas sobre la cima

de la montaña, como peces brillantes en un río.

―Lluvia de meteoritos ―me explicó Nikolai mientras me conducía con

cuidado a través de la habitación. La gente había puesto mantas y almohadas

en el suelo calefaccionado, y estaban sentados en grupos o acostados mirando

el cielo nocturno.

Súbitamente, el dolor en mi pecho fue tan fuerte que casi me dobló, porque

eso era lo que Mal había ido a enseñarme. Porque esa mirada tan amplia, tan

ansiosa y tan feliz había sido para mí. Porque yo siempre sería la primera

persona a la que voltearía a mirar cuando veía algo precioso, y yo haría lo

mismo. Sin importar que fuera una Santa o una reina o la más poderosa Grisha

de todos los tiempos, siempre voltearía hacia él.

―Es hermoso ―conseguí decir.

―Te dije que tenía un montón de dinero.

―¿Así que ahora organizas eventos celestiales?

―Como actividad secundaria.

Nos paramos en el centro de la habitación, mirando a la cúpula de cristal.

―Podría prometerte que te haré olvidarlo ―ofreció Nikolai.

―No estoy segura de que sea posible.

―Te das cuenta de que está haciendo estragos en mi orgullo.

―Tu confianza parece perfectamente intacta.

―Piensa en ello ―dijo mientras me conducía a través de la multitud hacia

un rincón tranquilo cerca de la terraza occidental―. Estoy acostumbrado a ser

el centro de atención donde quiera que voy. Me han dicho que con mi encanto

puedo convencer a un caballo de que me entregue sus herraduras en medio

de una carrera y, sin embargo, tú pareces impenetrable.

Page 182: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Me eché a reír.

―Sabes muy bien que me gustas, Nikolai.

―Qué sentimiento tan tibio.

―Pues no te escucho haciéndome declaraciones de amor.

―¿Serviría de algo?

―No.

―¿Adulación? ¿Flores? ¿Un centenar de cabezas de ganado?

Le di un empujón.

―No.

Incluso ahora sabía que traerme hasta aquí no era un gesto tan romántico,

sino una demostración. El comedor estaba desierto y teníamos este pequeño

recodo de la Hiladora para nosotros, pero se había se asegurado de tomar el

camino más largo a través de la multitud. Había querido que nos vieran

juntos: el futuro Rey y la Reina de Ravka.

Nikolai se aclaró la garganta.

―Alina, en la remota posibilidad de que sobrevivamos a las próximas

semanas, voy a pedirte que seas mi esposa.

Se me secó la boca. Ya sabía que allí nos dirigíamos, pero aun así era

extraño oírle decir aquellas palabras.

―Aun si Mal quiere quedarse ―Nikolai continuó―, voy a reasignarlo.

«Despídete, dime que me vaya, Alina».

―Lo entiendo ―le dije en voz baja.

―¿De verdad? Ya sé que dije que podíamos tener un matrimonio solo de

nombre, pero si… si tuviéramos un hijo, no querría que soportara los rumores

y los chistes. ―Juntó las manos detrás de la espalda―. Con un bastardo real

es suficiente.

Hijos, con Nikolai.

―Ya sabes que no tienes que hacer esto ―le dije sin estar segura si estaba

hablando con él o conmigo misma―. Yo podría liderar al Segundo Ejército y

podrías tener a casi cualquier chica que desearas.

―¿Una princesa shu? ¿La hija de algún banquero kerch?

―O una heredera ravkana, o una Grisha como Zoya.

Page 183: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

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―¿Zoya? Tengo por norma no seducir a nadie más guapa que yo.

Me eché a reír.

―Creo que eso fue un insulto.

―Alina, esta es la alianza que quiero: el Primer y Segundo Ejército

reunidos. En cuanto al resto, siempre supe que cuando contrajera matrimonio

sería con fines políticos. Sería cuestión de poder, no de amor. Pero podríamos

tener suerte y, con el tiempo, podríamos tener ambos.

―O puede que el tercer amplificador me convierta en una dictadora loca

por el poder y tuvieras que matarme.

―Sí, esa sería una rara luna de miel. ―Me tomó la mano y formó círculos

en mi muñeca desnuda con los dedos. Me tensé, y me di cuenta de que estaba

esperando la ráfaga de seguridad que me sobrevenía con el tacto del Darkling,

o una sacudida como la que había sentido esa noche en el Pequeño Palacio

cuando Mal y yo habíamos discutido junto al banya, pero no ocurrió nada. La

piel de Nikolai era cálida, su agarre suave. Me había preguntado si alguna vez

sentiría algo tan sencillo de nuevo, o si el poder dentro de mí simplemente

seguiría saltando y crepitando, buscando una conexión como cuando el rayo

busca un terreno elevado.

―Collar y grilletes ―dijo Nikolai―. No voy a tener que gastar mucho en

joyería.

―Tengo gustos caros en tiaras.

―Pero solo una cabeza.

―Por el momento. ―Miré mi muñeca―. Debo advertirte, en base a la

conversación que tuve hoy con Baghra, que si las cosas van mal con los

amplificadores, deshacerse de mí puede requerir más que la potencia de

fuego acostumbrada.

―¿Cómo qué?

―Posiblemente otro Invocador del Sol. ―«Es bastante simple. Los

semejantes se atraen».

―Estoy seguro de que hay uno de repuesto en alguna parte. ―No pude

evitar sonreír―. ¿Ves? ―me dijo―. Si no estamos muertos en un mes, puede

ser que seamos muy felices juntos.

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―Deja de hacer eso ―le dije, sin dejar de sonreír.

―¿Qué?

―Decir lo correcto.

―Voy a tratar de dejar el hábito. ―Su sonrisa vaciló, extendió la mano y

me apartó el pelo de la cara. Me quedé helada. Apoyó la mano en el espacio

en el que el collar se unía con la curva de mi cuello y como no le rehuí, deslizó

su palma hacia arriba para acunar mi mejilla.

No estaba segura de que quisiera esto.

―Dijiste… dijiste que no me besarías hasta que…

―¿Hasta que estuvieras pensando en mí en vez de tratar de olvidarlo a él?

―Se acercó, la luz de la lluvia de meteoros jugaba sobre sus rasgos. Se inclinó

suavemente, dándome tiempo para apartarme. Pude sentir su aliento cuando

dijo―: Me encanta cuando repites mis palabras.

Rozó sus labios contra los míos una vez, brevemente, y luego otra vez. No

fue un beso, más bien la promesa de uno.

―Cuando estés lista ―me prometió, luego me tomó la mano y

permanecimos juntos viendo la lluvia de estrellas en el cielo.

Podríamos ser felices con el tiempo. La gente se enamoraba todos los días;

Genya y David, Tamar y Nadia. Pero ¿eran felices? ¿Se mantendrían de esa

manera? Tal vez el amor era solo una superstición, una oración que decíamos

para mantener la verdad de la soledad a raya. Eché la cabeza hacia atrás. Las

estrellas parecían estar cerca unas de otras, cuando en realidad estaban a

millones de kilómetros de distancia. Al final, tal vez el amor solo significaba

el anhelo de algo increíblemente brillante, para siempre fuera de nuestro

alcance.

Page 185: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Traducido por Pamee

La mañana siguiente, encontré a Nikolai en la terraza oriental tomando

lecturas meteorológicas. El equipo de Mal estaba listo para partir dentro de

una hora, y solo estaban esperando la autorización. Me subí la capucha; no

estaba nevando con todas las de la ley, pero unos cuantos copos me habían

caído en las mejillas y en el cabello.

―¿Cómo luce todo? ―pregunté, tendiéndole una taza de té a Nikolai.

―No está mal ―contestó―. Las ráfagas son suaves, y la presión se

mantiene estable. Puede que les toque un poco difícil en las montañas, pero

nada que el Avetoro no pueda manejar.

Oí que la puerta se abría a mi espalda, y Mal y Tamar salieron a la terraza.

Estaban vestidos con ropa de campesinos, gorros de piel y robustos abrigos

de lana.

―¿Podemos irnos? ―preguntó Tamar. Intentaba parecer en calma, pero

en su voz podía oír el entusiasmo apenas contenido. A su espalda, vi a Nadia

con el rostro presionado contra el vidrio, esperando el veredicto.

Nikolai asintió.

―Pueden irse.

La sonrisa de Tamar fue enceguecedora. Se las arregló para hacer una

reverencia contenida, luego se giró hacia Nadia y le hizo una seña. Nadia gritó

de alegría y empezó a hacer algo que era entre un ataque epiléptico y un baile.

Nikolai se rio.

―Si tan solo hubiera mostrado un poco de entusiasmo.

―Ten cuidado ―le dije a Tamar mientras la abrazaba.

Page 186: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

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―Cuida a Tolya por mí ―respondió; luego susurró―. Te dejamos el de

encaje cobalto en el baúl. Úsalo esta noche.

Puse los ojos en blanco y le di un empujón. Los vería a todos en una

semana, pero me sorprendía lo mucho que los iba a extrañar.

Hubo una pausa incómoda antes de que enfrentara a Mal. Sus ojos azules

se veían vibrantes en la luz grisácea de la mañana. La cicatriz en mi hombro

me punzó.

―Que tenga un viaje seguro, moi soverenyi. ―Hizo una reverencia.

Sabía lo que esperaba de mí, pero lo abracé de todas formas. Por un

momento simplemente se quedó inmóvil, luego sus brazos me rodearon con

fuerza.

―Que tengas un viaje seguro, Alina ―susurró en mi pelo, y rápidamente

dio un paso atrás.

―Partiremos tan pronto regrese el Martín Pescador. Espero verlos a todos

sanos y salvos dentro de una semana, y empacando unos huesos de pájaro

todopoderosos ―dijo Nikolai.

Mal hizo una reverencia.

―A la velocidad de los Santos, moi tsarevich.

Nikolai le ofreció la mano y se dieron un apretón.

―Buena suerte, Oretsev. Encuentra al pájaro de fuego y, cuando esto haya

terminado, te verás bien recompensado. Una hacienda en Udova, una dacha

cerca de la ciudad; lo que quieras.

―No necesito nada de eso. Solo… ―Soltó la mano de Nikolai y alejó la

mirada―. Merécela a ella.

Se apresuró a regresar a la Hiladora con Tamar a su espalda. A través del

cristal los vi hablar con Nadia y Harshaw.

―Bien ―dijo Nikolai―, al menos aprendió a hacer una salida.

Ignoré el dolor en la garganta y dije:

―¿Cuánto nos tomará llegar a Ketterdam?

―De dos a tres días, dependiendo del clima y nuestros Impulsores.

Iremos al norte, al Verdadero Océano. Es más seguro que viajar sobre Ravka.

―¿Cómo es?

Page 187: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

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―¿Ketterdam? Es…

Nunca terminó su oración. Un borrón ensombrecido se atravesó en mi

visión y Nikolai desapareció. Me quedé mirando el lugar en el que había

estado, luego grité cuando sentí que unas garras me agarraban de los hombros

y me levantaban del suelo.

Avisté a Mal irrumpiendo por la puerta de la terraza, con Tamar a la siga.

Mal se lanzó, salvó la distancia y me tomó de la cintura, para luego tirarme

de vuelta al suelo. Me retorcí, moví los brazos en un arco y envié un

resplandor de luz ardiente hacia el nichevo’ya que me sujetaba. La sombra

tembló y luego explotó. Caí a la terraza apilada sobre Mal, sangrando de

donde las garras del monstruo me habían cortado la piel.

Me puse de pie en segundos, horrorizada por lo que vi: el aire estaba lleno

de formas negras que se movían a toda velocidad, monstruos alados que se

movían como ninguna criatura natural. A mi espalda, escuché que en el

pasillo había estallado el caos luego de que los nichevo’ya se lanzaron contra

las ventanas y quebraran los vidrios.

―Saca a los otros ―le grité a Tamar―. Llévatelos de aquí.

―No podemos dejarte…

―¡No los voy a perder a ellos también!

―¡Ve! ―bramó Mal. Se puso el rifle al hombro y empezó a atacar a los

monstruos. Yo los ataqué con el Corte, pero se movían tan rápido que no

podía acertar. Miré al cielo para buscar a Nikolai. El corazón me golpeteaba

en el pecho. ¿Dónde estaba el Darkling? Si sus monstruos estaban aquí,

entonces él debía estar cerca.

Llegó desde arriba. Sus criaturas se movían a su alrededor como una capa

viviente, sus alas batían el aire en una onda negra que se formaba y volvía a

formar mientras lo cargaban; sus cuerpos se separaban y se volvían a juntar,

absorbiendo las balas del arma de Mal.

―Por los Santos ―juró Mal―. ¿Cómo nos encontró?

La respuesta llegó rápidamente: vi una sombra roja suspendida entre dos

nichevo’ya, sus garras negras profundamente hundidas en el cuerpo del

Page 188: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

cautivo. La cara de Sergei estaba blanquecina, tenía los ojos muy abiertos y

aterrorizados, y sus labios se movían mientras rezaba en silencio.

―¿Debería perdonarlo, Alina? ―preguntó el Darkling.

―¡Déjalo en paz!

―Te traicionó con el primer oprichniki que pudo encontrar. Me pregunto…

¿Le ofrecerás piedad o justicia?

―No quiero que le hagas daño ―le grité.

La mente me iba a toda velocidad. ¿De verdad Sergei nos había

traicionado? Había estado nervioso desde la batalla en el Pequeño Palacio,

pero ¿y si había estado planeando esto? Tal vez simplemente había estado

intentando huir en nuestra batalla con la milicia; tal vez había dicho el nombre

de Genya de forma deliberada. Había estado tan dispuesto a irse de la

Hiladora.

Entonces comprendí lo que Sergei estaba murmurando; no eran plegarias,

sino dos palabra una y otra vez: «A salvo. A salvo. A salvo».

―Entrégamelo ―ordené.

―Me traicionó a mí primero, Alina. Permaneció en Os Alta cuando debió

habérseme unido. Se sentó en tu consejo, y conspiró en mi contra. Me lo dijo

todo.

Gracias a los Santos no le había dicho a nadie la ubicación del pájaro de

fuego.

―Así que ―continuó el Darkling―, la decisión es mía. Y me temo que yo

elijo justicia.

En un movimiento, los nichevo’ya le arrancaron los miembros del cuerpo a

Sergei y le cortaron la cabeza. Capté el más breve vistazo del shock en su

rostro, la boca abierta en un grito silencioso, y entonces las partes

desaparecieron bajo el banco de nubes.

―Por todos los Santos ―juró Mal.

Sentí arcadas, pero tuve que contener mi terror. Mal y yo nos giramos en

un círculo lento y nos pusimos espalda contra espalda. Estábamos rodeados

de nichevo’ya.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Detrás de mí pude oír gritos y el sonido de vidrio quebrándose desde la

Hiladora.

―Aquí vamos otra vez, Alina. Tú ejército contra el mío. ¿Crees que a tus

soldados les irá mejor esta vez?

Lo ignoré y grité hacia la niebla:

―¡Nikolai!

―Ah, el príncipe pirata. He lamentado muchas de las cosas que he tenido

que hacer en esta guerra ―dijo el Darkling―. Esta no es una de ellas.

Un soldado sombra bajó en picado. Horrorizada, vi que sostenía a Nikolai,

que se debatía entre sus garras. Cualquier pizca de coraje que tuviera se

evaporó. No podía ver cómo despedazaban a Nikolai parte por parte.

―¡Por favor! ―La palabra me abandonó sin dignidad ni restricción―. ¡Por

favor no lo hagas!

El Darkling levantó una mano.

Me tapé la boca con los dedos, y sentí que las piernas se me doblaban. Pero

el nichevo’ya no atacó a Nikolai, sino que lo lanzó a la terraza. Su cuerpo golpeó

la piedra con un sonido horrible y rodó hasta detenerse.

―¡Alina, no! ―Mal intentó retenerme, pero me liberé de él, corrí hacia

donde yacía Nikolai y me arrodillé junto a él. Nikolai gimió. Tenía el abrigo

rasgado en los codos y le corría un hilillo de sangre de la boca.

―Esto fue inesperado ―dijo débilmente.

―Estás bien ―le dije―. No pasa nada.

―Aprecio tu optimismo.

Capté movimiento por el rabillo del ojo y vi dos manchas de sombra que

salían de las manos del Darkling y reptaban por el borde del balcón

ondulando como serpientes, directo hacia nosotros. Alcé las manos para

lanzarles el Corte y destruí un lado de la terraza, pero fui muy lenta.

Las sombras reptaron por la piedra, rápidas como un rayo, y se lanzaron

por la boca de Nikolai. Abrió los ojos desmesuradamente, e inhaló por la

sorpresa, llevándose a los pulmones lo que fuera que el Darkling había

liberado. Nos miramos conmocionados.

―¿Qué… qué fue eso? ―preguntó con voz entrecortada.

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―Yo…

Tosió y luego tembló. Entonces se llevó los dedos al pecho, y rasgó lo que

quedaba de su camisa.

Ambos bajamos la vista y vi que las sombras se expandían por debajo de

su piel en frágiles líneas negras, astillándose como grietas en mármol.

―No ―gemí―. No. No.

Las grietas viajaron por su estómago, por sus brazos.

―¿Alina? ―me llamó con impotencia.

La oscuridad se fracturó bajo su piel y subió por su garganta. Nikolai echó

la cabeza hacia atrás y gritó, flexionó los tendones del cuello, todo su cuerpo

se convulsionó y arqueó la espalda. Se arrodilló, respirando con rapidez.

Intenté tocarlo mientras se convulsionaba. Dejó salir otro grito desgarrador y

dos esquirlas negras estallaron de su espalda y se desplegaron… como alas.

Alzó la cabeza de golpe y me miró. Tenía el rostro salpicado de sudor, la

mirada aterrorizada y desesperada.

―Alina…

Y entonces sus ojos, sus inteligentes ojos avellana, se volvieron negros.

―¿Nikolai? ―susurré.

Alzó los labios y reveló dientes negros como el ónice, con forma de

colmillos. Me gruñó y me tambaleé hacia atrás y sus mandíbulas se cerraron

apenas a dos centímetros de mí.

―¿Hambriento? ―preguntó el Darkling―. Me pregunto a cuál de tus

amigos devorarás primero.

Levanté las manos, reluctante a usar mi poder. No quería herirlo.

―Nikolai ―le rogué―. No lo hagas, quédate conmigo.

Su rostro se contorsionó de dolor. Seguía ahí dentro, luchando consigo

mismo, luchando contra el apetito que se había apoderado de él. Flexionó las

manos, no, las garras, y aulló. El sonido era desesperado, ensordecedor y

completamente inhumano.

Las alas batieron el aire cuando se alzó de la terraza, monstruoso, pero aun

así hermoso, y aun así, todavía Nikolai.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Se miró las venas oscuras que le cruzaban el torso, las garras afiladas que

salían de las puntas de sus dedos ennegrecidos. Extendió las manos como si

me estuviera suplicando que le diera una respuesta.

―Nikolai ―grité.

Se giró en el aire, se alejó y luego subió a toda velocidad, como si de alguna

forma pudiera dejar atrás la necesidad en su interior. Sus alas negras lo

llevaron más alto luego de pasar por entre los nichevo’ya. Miró atrás una vez,

e incluso desde cierta distancia, sentí su angustia y confusión. Luego partió, y

se convirtió en solo una manchita negra en el cielo gris, mientras yo seguía

temblando aquí abajo.

―Tarde o temprano se alimentará ―dijo el Darkling.

Le había advertido a Nikolai de la venganza del Darkling, pero ni siquiera

yo podría haber previsto la elegancia de esto, la perfecta crueldad. Nikolai

había dejado en ridículo al Darkling, y ahora el Darkling había tomado a mi

príncipe noble, brillante y refinado, y lo había convertido en un monstruo.

La muerte hubiera sido mucho más amable.

Emití un sonido, algo gutural y animal, un ruido que no reconocí. Levanté

las manos y blandí el Corte en dos arcos furiosos. Las formas cambiantes que

rodeaban al Darkling se escindieron y vi que una explotó, pero otras tomaron

su lugar. No me importó. Ataqué una y otra vez. Si podía cortar la cima de

una montaña, de seguro mi poder serviría para algo en esta batalla.

―¡Pelea conmigo! ―grité―. ¡Terminemos esto aquí y ahora!

―¿Pelear contigo, Alina? No hay lucha que pelear. ―Le hizo un gesto a

los nichevo’ya―. Cójanlos.

Avanzaron desde todas direcciones, una furiosa masa negra. Junto a mí,

Mal abrió fuego. Podía oler la pólvora y oír el tintineo de los cartuchos de las

balas al caer al suelo. Estaba enfocando todo mi poder hasta casi arrancarme

los brazos al cortar a cinco, diez, quince soldados sombra a la vez, pero no

servía de nada; simplemente, eran demasiados.

Entonces, de súbito se detuvieron. Los nichevo’ya quedaron suspendidos

en el aire, con los cuerpos laxos, moviendo las alas con un ritmo silencioso.

―¿Tú hiciste eso? ―preguntó Mal.

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―Eh… No, no lo creo.

En la terraza descendió el silencio, podía oír el viento y el sonido de la

batalla desarrollándose a nuestra espalda.

―Abominaciones.

Nos giramos. Baghra se encontraba en la puerta, con una mano sobre el

hombro de Misha. El niño estaba temblando y tenía los ojos tan abiertos que

los irises se veían pequeños. Tras ellos, nuestros soldados no solo estaban

luchando contra los nichevo’ya, sino también con los oprichniki y los Grisha del

Darkling, vestidos con sus keftas azules y rojas. Había hecho que sus criaturas

los trajeran a todos a la cima de la montaña.

―Guíame ―le dijo Baghra a Misha, y le debe haber tomado un gran valor

guiarla a la terraza, pasar junto a los nichevo’ya que cambiaban y chocaban

unos contra otros y seguían su paso como un campo de juncos negros. Solo

esos que estaban más cerca al Darkling permanecían en movimiento,

aferrándose a su amo mientras sus alas se movían en unísono.

El rostro del Darkling estaba lívido.

―Debí haber sabido que te encontraría enclaustrada con el enemigo.

Vuelve adentro ―le ordenó―. Mis soldados no te herirán.

Baghra lo ignoró. Cuando llegaron al final de la terraza, Misha le puso la

mano en el borde de la muralla que aún permanecía en pie. Baghra se inclinó

contra ella, dejó escapar un suspiro casi satisfecho y le dio a Misha un

empujón con su bastón.

―Vete, chico, corre con la santita esquelética. ―Él dudó, Baghra estiró una

mano, encontró su mejilla y le dio unos golpecitos no muy suaves―. Vete

―repitió―. Quiero hablar con mi hijo.

―Misha ―dijo Mal, y el muchacho corrió hacia nosotros y se escondió

detrás del abrigo de Mal. Los nichevo’ya no mostraron interés en él, su atención

estaba completamente enfocada en Baghra.

―¿Qué quieres? ―preguntó el Darkling―. Y no esperes suplicar por

misericordia para estos tontos.

―Solo quiero conocer a tus monstruos ―contestó Baghra, apoyó su bastón

contra la pared y extendió los brazos. Los nichevo’ya avanzaron, susurrando y

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chocando unos con otros. Uno le tocó la mano con el hocico, como si estuviera

olfateándola. ¿Era curiosidad lo que sentían? ¿O hambre?

―Estos niños me conocen. Los semejantes se atraen.

―Detente ―exigió el Darkling.

Las palmas de Baghra se empezaron a llenar de oscuridad. La vista era

discordante, porque solo la había visto invocar una vez. Había ocultado su

poder como yo una había reprimido el mío, pero ella lo había hecho por el

bien de los secretos de su hijo. Recordé lo que había dicho sobre un Grisha

que había vuelto sus poderes contra sí mismo. Compartía la sangre con el

Darkling, su poder. ¿Actuaría en su contra ahora?

―No lucharé contra ti ―dijo el Darkling.

―Entonces mátame.

―Sabes que no lo haré.

Ella sonrió entonces y se rio entre dientes, como si estuviera complacida

con un estudiante precoz.

―Es verdad, eso es lo que sigo esperando. ―Volvió la cabeza hacia mí―.

Niña ―dijo con aspereza. Sus ojos ciegos estaban vacíos pero, en ese

momento, pude haber jurado que me veía claramente―. No me falles esta

vez.

―Ella tampoco es lo bastante fuerte para luchar contra mí, anciana. Recoge

tu bastón y te regresaré al Pequeño Palacio.

Una sospecha terrible me invadió. Baghra me había dado la fuerza para

luchar, pero nunca me había dicho que lo hiciera. Lo único que me había

pedido fue que huyera.

―Baghra… ―empecé a decir.

―Mi cabaña. Mi chimenea. Suena placentero ―dijo―. Pero encuentro que

la oscuridad es la misma dondequiera que esté.

―Te ganaste esos ojos ―replicó él con frialdad, pero también oí su

sufrimiento.

―Así fue ―dijo ella con un suspiro―. Y más. ―Entonces, sin advertencia,

juntó las manos de golpe. Sobre la montaña resonó un trueno y de sus palmas

se desplegó la oscuridad como estandartes al desdoblarse, retorciéndose y

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Leigh Bardugo Dark Guardians

enroscándose alrededor de los nichevo’ya que chillaron y se agitaron, mientras

giraban confundidos.

―Tienes que saber que te amé ―le dijo al Darkling―. Que no fue

suficiente.

En un solo movimiento se subió a la pared y, antes de que pudiera tomar

aliento para gritar, se inclinó hacia delante y desapareció sobre el saliente,

llevándose a la zaga a los nichevo’ya en una enredada madeja de oscuridad.

Avanzaron por nuestro lado con rapidez, una ensordecedora ola negra que

pasó sobre la terraza y cayó en picada, atraída por el poder que ella rezumaba.

―¡No! ―rugió el Darkling y se lanzó tras ella, mientras las alas de sus

soldados batían con su furia.

―¡Alina, ahora!

Oí las palabras de Mal a través de la niebla de mi horror, lo sentí

empujándome hacia la puerta y, de repente, Mal tenía a Misha en sus brazos

y corríamos por el observatorio.

Los nichevo’ya pasaban a raudales junto a nosotros, llevados como a tirones

hacia la terraza por la madeja de Baghra. Otros simplemente flotaban

confusos mientras su amo los alejaba más y más.

«Corre» me había dicho Baghra una y otra vez, y esta vez, lo hice.

El suelo calefaccionado estaba resbaloso por la nieve derretida, luego de

que las enormes ventanas de la Hiladora se hubieran quebrado y entrado una

ráfaga de nieve a la habitación. Vi cuerpos caídos, a grupos luchando.

No podía pensar con claridad. Sergei. Nikolai. Baghra. Baghra

precipitándose por la niebla hasta caer en las rocas. ¿Habría gritado? ¿Habría

cerrado los ojos? «Santita. Pequeña mártir».

Tolya corría hacia nosotros. Vi dos oprichniki acercándosele con las espadas

preparadas. Sin romper el paso, extendió los puños y los soldados colapsaron

sujetándose el pecho, goteando sangre de las bocas.

―¿Dónde están los demás? ―gritó Mal cuando llegamos al nivel de Tolya

y corrimos por la escalera.

―En el hangar, pero los superan en número. Tenemos que llegar allí.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Unos cuantos Impulsores de túnica azul del Darkling habían intentado

bloquear las escaleras, y nos arrojaron cajones y muebles con potentes ráfagas

de viento. Lancé el Corte, convertí los cajones en astillas antes de que pudieran

alcanzarnos, y dispersé a los Impulsores. Lo peor nos estaba esperando abajo

en el hangar. Todo semblante de orden se había transformado en pánico por

alejarse de los soldados del Darkling.

La gente inundaba el Pelícano y el Ibis. El Pelícano ya flotaba sobre el suelo

del hangar, soportado en el aire por una corriente de Impulsor. Había

soldados tirando de los cables para intentar bajarlo a tierra y subirse a bordo,

reticentes a esperar otra barcaza.

Alguien dio la orden, y el Pelícano se alzó de golpe, abriéndose paso entre

la multitud mientras alzaba el vuelo. Se elevó en el aire llevando a la zaga

como anclas extrañas a hombres gritando, y desapareció de la vista.

Zoya, Nadia y Harshaw estaban de espalda contra uno de los cascos del

Avetoro, intentando mantener a raya con viento y fuego a un grupo de Grisha

y oprichniki.

Tamar estaba en la cubierta, y me sentí aliviada de ver a Nevsky a su lado,

junto a unos cuantos soldados de la Veintidós. Pero tras ellos, Adrik yacía en

un charco de sangre con un brazo colgando en un ángulo extraño y el rostro

pálido por el shock. Genya estaba arrodillada junto a él con el rostro

empapado en lágrimas; David estaba junto a ella con un rifle, disparándole a

la multitud al ataque con precaria puntería. Stigg no se veía por ninguna

parte. ¿Había huido en el Pelícano, o simplemente había quedado atrás en la

Hiladora?

―Stigg… ―dije.

―No hay tiempo ―replicó Mal.

Nos abrimos paso entre la multitud, y ante una orden gritada por su

hermano, Tamar se ubicó detrás del timón del Avetoro. Avanzamos agachados

para cubrirnos, mientras Zoya y otros Impulsores se lanzaban a la cubierta.

Mal se tambaleó cuando una bala le dio en el muslo, pero Harshaw lo sostuvo

y lo arrastró a bordo.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―¡Ponnos en movimiento! ―gritó Nevsky. Les hizo señas a los otros

soldados quienes se desplegaron a lo largo de la barandilla del casco y

abrieron fuego contra los hombres del Darkling. Tomé posición junto a ellos,

y cegué a la multitud con luz brillante para que no pudieran apuntar.

Mal y Tolya tomaron posición en las cuerdas mientras Zoya inflaba las

velas, pero su poder no era suficiente.

―¡Nadia, te necesitamos! ―vociferó Tamar.

Nadia alzó la vista desde donde estaba arrodillada junto a su hermano.

Tenía el rostro bañado en lágrimas, pero se puso de pie tambaleante y envió

una corriente de aire hacia las velas. El Avetoro comenzó a deslizarse en los

rieles.

―¡Llevamos mucho peso! ―gritó Zoya.

Nevsky me apretó el hombro.

―Sobrevive ―me dijo con voz ronca―. Ayúdalo.

¿Sabía lo que le había pasado a Nikolai?

―Lo haré ―le prometí―. Las otras barcazas…

Nevsky no se detuvo a escucharme.

―¡Por la Veintidós! ―gritó y saltó sobre un costado del casco. Los demás

soldados lo siguieron sin vacilar y se lanzaron contra la multitud.

Tamar llamó al orden, y salimos disparados del hangar. El Avetoro se

zambulló desde el empinado borde, las velas crujieron al abrirse, y entonces

comenzamos a elevarnos.

Miré atrás y capté el último vistazo de Nevsky, rifle al hombro, antes de

que se lo tragara la multitud.

Page 197: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Traducido por kathfan

Nos balanceábamos y tambaleábamos, el pequeño navío oscilaba

precariamente de allá para acá bajo las velas, mientras Tamar y la tripulación

trataban de hacerse con el control del Avetoro. La nieve nos azotó los rostros

en ráfagas punzantes cuando el casco rozó el costado de un acantilado, se

inclinó la cubierta y salimos disparados buscando dónde sujetarnos.

No teníamos Mareomotores para mantenernos camuflados en la niebla, así

que solo podía esperar que Baghra nos hubiese comprado el tiempo suficiente

para abandonar las montañas y al Darkling.

Baghra. Escaneé la cubierta. Misha se había acurrucado contra el lado del

casco, cubriéndose la cabeza con los brazos. Ninguno podía detenerse para

ofrecerle consuelo.

Me arrodillé junto a Adrik y Genya. Un nichevo'ya le había arrancado un

enorme bocado al hombro de Adrik, y Genya estaba tratando de detener la

hemorragia, pero no había sido entrenada como Sanadora. Adrik tenía los

labios pálidos, la piel helada, y mientras miraba, empezó a perder el

conocimiento.

―¡Tolya! ―grité, tratando de no sonar aterrorizada.

Nadia se giró, con los ojos muy abiertos por el terror, y el Avetoro se inclinó.

―Mantennos estable, Nadia ―le exigió Tamar sobre la acometida del

viento―. Tolya, ¡ayúdalo!

Harshaw se acercó por detrás de Tolya. Tenía un profundo corte en el

antebrazo, pero agarró las cuerdas y dijo:

―Listo. ―Pude ver la forma de Oncat retorciéndose en su abrigo.

Page 198: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Tolya tenía la frente fruncida. Se suponía que Stigg tenía que estar con

nosotros. Harshaw no había sido entrenado para trabajar en las cuerdas.

―Solo mantenlo estable ―le advirtió a Harshaw. Miró hacia donde se

encontraba Mal apoyado en el lado opuesto del casco, con las manos

apretadas sobre las cuerdas y los músculos tensos, mientras nos sacudía la

nieve y el viento.

―¡Hazlo! ―gritó Mal. Estaba sangrando por la herida de bala en el muslo.

Hicieron el cambio. El Avetoro se inclinó, pero luego volvió a enderezarse

mientras Harshaw gruñía del esfuerzo.

―Lo tengo ―masculló con los dientes apretados. No era tranquilizador.

Tolya saltó al lado de Adrik y comenzó a trabajar. Nadia sollozaba, pero

mantuvo la brisa constante.

―¿Puedes salvar el brazo? ―le pregunté en voz baja.

Tolya negó con la cabeza una vez. Era un Cardio, un guerrero, y un

asesino, no un Sanador.

―No puedo sellar la piel, tendrá hemorragia interna ―contestó―. Tengo

que cerrar las arterias. ¿Puedes calentarlo?

Lancé mi luz sobre Adrik, y su temblor se calmó un poco.

Seguimos avanzando, con las velas tensas gracias a la fuerza del viento

Grisha. Tamar estaba inclinada sobre el timón, con la capa ondeando tras ella.

Supe en cuanto salimos de las montañas porque el Avetoro dejó de temblar. El

aire frío me cortaba las mejillas a medida que aumentaba la velocidad, pero

mantuve a Adrik envuelto en luz solar.

El tiempo pareció detenerse. Ninguna de las dos quería reconocerlo, pero

noté que Nadia y Zoya comenzaban a cansarse. A Mal y Harshaw no podía

estarles yendo bien tampoco.

―Tenemos que aterrizar ―dije.

―¿Dónde estamos? ―preguntó Harshaw. Tenía la cresta de pelo rojo

aplastada contra la cabeza, empapada de nieve. Lo había creído impredecible,

tal vez un poco peligroso, pero aquí estaba: ensangrentado, cansado, y

trabajando las cuerdas durante horas sin quejarse.

Tamar consultó sus cartas.

Page 199: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―Pasados el permafrost. Si seguimos hacia el sur, pronto vamos a pasar

por zonas más pobladas.

―Podríamos tratar de encontrar bosques para ocultarnos ―sugirió Nadia,

jadeando.

―Estamos demasiado cerca de Chernast ―replicó Mal.

Harshaw ajustó su agarre.

―¿Qué más da? Si volamos de día, nos van a ver.

―Podríamos ir más alto ―sugirió Genya.

Nadia sacudió la cabeza.

―Podemos intentarlo, pero el aire allí es menos denso y tendríamos que

usar gran cantidad de energía en un ascenso vertical.

―¿Adónde vamos, de todos modos? ―preguntó Zoya.

Sin pensarlo dos veces, contesté:

―¡A la mina de cobre en Murin! Hacia el pájaro de fuego.

Hubo un breve silencio. Entonces Harshaw dijo lo que sabía muchos tenían

que estar pensando.

―Podríamos huir. Cada vez que nos enfrentamos a esos monstruos, matan

a más de nosotros. Podríamos llevar esta nave a cualquier lugar. Kerch. Novyi

Zem.

―Y un demonio ―murmuró Mal.

―Esta es mi casa ―dijo Zoya―. No me harán abandonarla.

―¿Qué pasa con Adrik? ―preguntó Nadia, con la voz ronca.

―Perdió mucha sangre ―respondió Tolya―. Lo único que puedo hacer es

mantener su corazón estable, tratar de darle tiempo para recuperarse.

―Necesita un verdadero Sanador.

―Si el Darkling nos encuentra, un Sanador no le servirá de nada ―razonó

Zoya.

Me pasé una mano por los ojos, tratando de pensar. Adrik podría

estabilizarse, o podría caer más profundamente en coma y nunca despertar. Y

si aterrizábamos en algún sitio y nos avistaban, todos estaríamos muertos o

algo peor. El Darkling debía saber que no aterrizaríamos en Fjerda, en lo

profundo del territorio enemigo. Podría pensar que habíamos huido a Ravka

Page 200: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Occidental, enviaría exploradores dondequiera que pudiera. ¿Se detendría a

llorar la muerte de su madre? Estrellada contra las rocas, ¿habría quedado

algo que enterrar? Miré por encima del hombro, segura de que en cualquier

momento vería a los nichevo'ya descendiendo sobre nosotros. No podía pensar

en Nikolai. No lo haría.

―Vamos a Murin ―repetí―. Ya pensaremos el resto allí. No voy a obligar

a nadie a quedarse. Zoya, Nadia, ¿pueden llegar? ―Habían estado

flaqueando antes, pero necesitaba creer que tenían alguna reserva de fuerza

para llegar.

―Sé que puedo ―respondió Zoya.

Nadia levantó la barbilla.

―Trata de mantener el ritmo.

―Aún podrían vernos ―dije―. Necesitamos un Mareomotor

David, quien se estaba vendando las quemaduras de pólvora en su mano,

levantó la vista.

―¿Y si tratas de flexionar la luz?

Fruncí el ceño.

―¿Flexionarla cómo?

―La única razón por la que cualquiera puede ver el barco, es porque la luz

rebota contra él. Solo elimina la reflexión.

―No estoy segura de entender.

―No me digas ―dijo Genya.

―Como una roca en un arroyo ―explicó David―. Simplemente curva la

luz para que en realidad no golpee al barco y no haya nada que ver.

―Así que seríamos invisibles ―preguntó Genya.

―Teóricamente.

Ella se quitó la bota y la dejó caer en la cubierta.

―Inténtalo.

Miré la bota con escepticismo. No estaba segura de cómo empezar. Esta

era una manera completamente diferente de usar mi poder.

―¿Solo… curvar la luz?

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Bueno ―dijo David―, podría ayudarte recordar que no tienes que

preocuparte por el índice de refracción. Solo tienes que redirigir y sincronizar

ambos componentes de la luz al mismo tiempo. Es decir, no puedes solo

comenzar con la magnética, que sería ridíc…

Levanté una mano.

―Sigamos con la roca en el río.

Me concentré, no invoqué ni afilé la luz cómo lo hacía con el Corte. En

cambio, solo traté de darle un empujón.

La punta de la bota se puso borrosa mientras el aire cerca de ella parecía

vacilar.

Traté de pensar en la luz como el agua, como el viento soplando contra el

cuero, la visualicé separándose luego volviendo a unirse como si la bota nunca

hubiera estado allí. Ahuequé los dedos.

La bota parpadeó y desapareció.

Genya gritó. Grité y lancé las manos al aire. La bota reapareció. Curvé los

dedos, y ya no estaba.

―David, ¿alguna vez te han dicho que eres un genio?

―Sí.

―Te lo digo de nuevo.

Debido a que el barco era más grande y además estaba en movimiento,

mantener la curva de luz a su alrededor era más que un desafío. Pero solo

tenía que preocuparme de la luz reflejada en la parte inferior del casco, y

después de unos pocos intentos, me sentí cómoda manteniendo la curva

constante.

Si alguien se encontrara de pie en un campo, mirando hacia arriba, vería

algo extraño, borroso, o un destello de luz, pero no verían un barco alado

surcando el cielo de la tarde. Al menos, esa era nuestra esperanza. Me recordó

a algo que una vez había visto hacer al Darkling cuando me había sacado de

un salón de baile a la luz de las velas, usando su poder para hacernos casi

invisibles. Otro truco más que él había dominado mucho antes que yo.

Genya rebuscó entre las provisiones y encontró un alijo de jurda, el

estimulante zemení que los soldados a veces utilizaban en guardias largas.

Page 202: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Me hacía sentir agitada y me provocaba un poco de náuseas, pero no había

otra manera de mantenernos de pie y enfocados.

Teníamos que masticarlo, y pronto estábamos todos escupiendo el jugo de

color rojizo por la borda.

―Si esto me tiñe los dientes de naranja… ―se quejó Zoya.

―Lo hará ―la interrumpió Genya―, pero prometo dejarte los dientes más

blancos de lo que eran antes. Incluso puedo arreglarte esos incisivos extraños.

―No hay nada malo con mis dientes.

―No, en absoluto ―replicó Genya con dulzura―. Eres la morsa más

bonita que conozco. Solo estoy sorprendida de que no te hayas perforado el

labio inferior.

―Mantén tus manos apartadas de mí, confeccionista, o te saco el otro ojo

―la amenazó Zoya.

Para cuando llegó el anochecer, Zoya no tenía energía para discutir, pues

ella y Nadia estaban totalmente centradas en mantenernos en el aire.

David fue capaz de hacerse cargo del timón por breves períodos de tiempo,

para que Tamar pudiera revisar la herida en la pierna del Mal. Harshaw,

Tolya, y Mal se alternaban en las cuerdas para darles a los otros la

oportunidad de estirarse.

Solo Nadia y Zoya no tenían relevo mientras trabajaban bajo una luna

creciente, a pesar de que intentábamos encontrar maneras de ayudar. Genya

estaba de espaldas a Nadia, reforzándola para que pudiera descansar un poco

las rodillas y los pies. Ahora que el sol se había puesto, no teníamos necesidad

de ocultarnos, por lo que durante la mayor parte de una hora sostuve los

brazos de Zoya mientras ella invocaba.

―Esto es ridículo ―gruñó, con los músculos temblando bajo mis palmas.

―¿Quieres que te suelte?

―Si lo haces, te cubro en jugo de jurda.

Estaba ansiosa por hacer algo. El navío estaba demasiado silencioso, y

podía sentir las pesadillas del día a la espera para agolparse sobre mí.

Misha no se había movido de donde estaba acurrucado en el casco,

aferrado a la espada de madera de práctica que Mal le había dado. Sentí un

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Leigh Bardugo Dark Guardians

nudo en la garganta cuando me di cuenta de que la había traído con él a la

terraza cuando Baghra lo hizo escoltarla a los nichevo'ya. Saqué un trozo de

galleta de las provisiones y se lo llevé.

―¿Hambre? ―le pregunté.

Él negó con la cabeza.

―¿Intentarás comer algo de todos modos?

Otra sacudida de cabeza.

Me senté a su lado, sin saber qué decir. Recordé sentarme así con Sergei en

las calderas, recordé buscar palabras de consuelo y fracasar. ¿Había estado

planeando entonces? ¿Me había manipulado? Su miedo ciertamente parecía

real.

Pero Misha no solo me recordaba a Sergei. Era todos los niños cuyos

padres partieron a la guerra. Era cada niño y niña en Keramzin. Era Baghra

pidiendo la atención de su padre. Era el Darkling aprendiendo soledad en las

rodillas de su madre. Esto era lo que hacía Ravka: huérfanos, miseria. «No

hay tierras, no hay vida, solo un uniforme y un arma». Nikolai había creído

en algo mejor.

Di un suspiro tembloroso. Tenía que encontrar una manera de cerrar mi

mente. Si pensaba en Nikolai, me iba a derrumbar. O Baghra. O los trozos del

cuerpo de Sergei. O Stigg, dejado atrás. O incluso el Darkling, la expresión de

su cara cuando su madre había desaparecido bajo las nubes. ¿Cómo podía ser

tan cruel y aun así tan humano?

Era noche cerrada cuando pasamos sobre una Ravka dormida. Conté

estrellas, vigilé de Adrik, dormité, me moví entre la tripulación, ofreciendo

tragos de agua y matas de jurda seca. Cuándo alguien preguntaba sobre

Nikolai o Baghra, les daba los hechos de la batalla en los términos más breves

posibles.

Deseé que mi mente guardara silencio, traté de convertirla en un campo en

blanco, blanco como la nieve, intacto.

En algún momento alrededor de la salida del sol, tomé mi lugar en la

barandilla y comencé a cambiar la luz para camuflar la nave.

Page 204: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Fue entonces cuando Adrik murmuró en su sueño, y Nadia giró la cabeza.

El Avetoro zozobró.

―¡Concentración! ―espetó Zoya.

Pero estaba sonriendo. Todos lo estábamos, listos para aferrarnos al más

pequeño ápice de esperanza.

* * *

Volamos el resto del día y hasta bien entrada la noche siguiente. Era el

amanecer del segundo día cuando finalmente divisamos las Sikurzoi. Al

mediodía, vimos el profundo cráter irregular que marcaba la mina de cobre

abandonada donde Nikolai había sugerido que escondiéramos el Avetoro, con

un turbio estanque de color turquesa en el centro.

El descenso fue lento y difícil, y tan pronto los cascos rasparon el suelo del

cráter, tanto Nadia como Zoya se derrumbaron sobre la cubierta. Habían

empujado los límites de su poder, y aunque su piel estaba sonrojada y

brillante, estaban completamente exhaustas.

Los demás nos las arreglamos para tirar las cuerdas y dejar el Avetoro

oculto bajo una cornisa de roca.

Cualquier persona que bajara a la mina lo encontraría con bastante

facilidad, pero era difícil imaginar que alguien fuera a molestarse en bajar. El

suelo del cráter estaba lleno de maquinaria oxidada, un olor desagradable

salía del agua estancada, y David dijo que el color turquesa opaco del agua se

debía a los minerales extraídos de la roca. No había señales de ocupantes

ilegales.

Mientras Mal y Harshaw aseguraban las velas, Tolya sacó cargando a

Adrik del Avetoro. Le sangraba el muñón donde había estado su brazo, pero

estaba bastante lúcido e incluso bebió unos sorbos de agua.

Misha se negó a salir del casco. Le envolví los hombros con una manta y le

dejé un trozo de galleta y una rebanada de manzana seca, esperando que

comiera.

Page 205: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Ayudamos a Zoya y Nadia a salir de la nave, arrastramos nuestros sacos

de dormir a un nido bajo la sombra de la cornisa, y sin decir una palabra, nos

sumergimos en un sueño intranquilo. No montamos guardias. Si nos habían

seguido, no teníamos ninguna lucha que dar.

Mientras cerraba los ojos, vislumbré a Tolya escabulléndose de vuelta al

Avetoro y me obligué a sentarme de nuevo. Salió un momento después con un

paquete bien envuelto. Su mirada se posó sobre Adrik, y el estómago me dio

un vuelco al darme cuenta de lo que llevaba. Dejé que mis cansados ojos se

cerraran. No quería saber dónde planeaba Tolya enterrar el brazo de Adrik.

Cuando me desperté, ya era de tarde. La mayoría de los demás seguían

profundamente dormidos. Genya estaba sujetando con alfileres la manga de

Adrik.

Encontré a Mal en el camino que llevaba alrededor del cráter, con una bolsa

llena de urogallos.

―Pensé en quedarnos esta noche, hacer un fuego ―me dijo―. Podemos

partir hacia Dva Stolba en la mañana.

―Está bien ―contesté, aunque estaba ansiosa por ponernos en marcha.

Él debió de notarlo porque dijo:

―A Adrik le vendría bien algo de descanso. A todos nos vendría bien. Me

temo que si nos seguimos presionando así, uno de ellos se romperá.

Asentí. Estaba en lo cierto; todos estábamos de duelo, asustados y

cansados.

―Traeré un poco de leña.

Me tocó el brazo.

―Alina…

―No voy a tardar mucho

Me alejé de él. No quería hablar, no quería palabras de consuelo, quería el

pájaro de fuego. Quería convertir mi dolor en ira y llevarlo a la puerta del

Darkling.

Me abrí paso hasta los bosques que rodeaban la mina. Aquí al sur, los

árboles eran diferentes, más altos y más escasos, de corteza roja y porosa. Iba

de regreso a la mina, con los brazos llenos de las ramas secas que pude

Page 206: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

encontrar, cuando tuve la extraña sensación de que me estaban observando.

Me detuve, se me erizaron los vellos de la nuca.

Miré entre los troncos iluminados por el sol, y esperé. El silencio era denso,

como si cada criatura estuviera conteniendo el aliento. Entonces lo oí… un

suave susurro. Alcé la cabeza de golpe, y seguí el sonido hasta los árboles.

Clavé los ojos en un destello de movimiento, el ritmo silencioso de un ala de

sombras.

Nikolai estaba encaramado en las ramas de un árbol, con su oscura mirada

fija en mí.

Tenía el pecho desnudo y forrado en negro, como si la oscuridad se hubiera

fragmentado bajo su piel. Había perdido sus botas en alguna parte, y sus pies

descalzos se sujetaban la corteza. Los dedos de sus pies se habían convertido

en garras negras.

Tenía sangre seca en las manos, y cerca de la boca.

―¿Nikolai? ―susurré.

Él se echó hacia atrás.

―Nikolai, espera…

Pero él saltó al aire, y sus alas oscuras sacudieron las ramas cuando las

atravesó y se lanzó hacia el cielo azul y más allá.

Quería gritar, así que lo hice. Arrojé la leña al suelo, me llevé un puño a la

boca, y grité hasta que mi garganta quedó en carne viva. No podía parar. Me

las arreglé para no llorar en el Avetoro y en la mina, pero ahora me hundí en

el suelo del bosque, mis gritos se convirtieron en sollozos silenciosos y

jadeantes. Me dolía, como si me fueran a destrozar las costillas, pero los

sollozos emergían de mis labios sin ningún sonido. No dejaba de pensar en

los pantalones desgarrados de Nikolai, y tenía la tonta idea de que se sentiría

mortificado si viera su ropa en tal estado. Nos había seguido todo el camino

desde la Hiladora. ¿Podría decirle al Darkling nuestro paradero? ¿Lo haría?

¿Cuánto de él quedaba en ese cuerpo torturado?

La sentí entonces, la vibración al otro lado del hilo invisible, pero la aparté.

No buscaría al Darkling ahora, nunca más. Pero aun así, sabía que dónde

estuviera, lloraba la muerte de Baghra.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

* * *

Mal me encontró ahí, con la cabeza hundida en los brazos, y el abrigo

cubierto de agujas de color verde. Me ofreció la mano, pero la ignoré.

―Estoy bien ―le dije, aunque nada podía ser menos cierto.

―Está oscureciendo. No deberías estar aquí sola.

―Soy la Invocadora del Sol, se oscurece cuando yo lo digo.

Se puso en cuclillas delante de mí y esperó a que lo mirara a los ojos.

―No los excluyas, Alina. Necesitan pasar por esto contigo.

―No tengo nada que decir.

―Entonces, déjalos hablar.

No tenía consuelo o aliento que ofrecer, no quería compartir este dolor, no

quería que vieran lo asustada que estaba, pero me obligué a levantarme, me

quité las agujas del abrigo y dejé que Mal me guiara de regreso a la mina.

En el momento en que llegamos al suelo del cráter, era noche cerrada y los

demás habían encendido linternas bajo el alero.

―Te tomaste tu tiempo, ¿no? ―dijo Zoya―. ¿Teníamos que congelarnos

mientras ustedes dos retozaban por el bosque?

No tenía sentido ocultar mi cara manchada de lágrimas, por lo que acabé

diciendo:

―Resultó que necesitaba un buen llanto.

Me preparé para un insulto, pero lo único que dijo fue:

―La próxima vez me invitas. Me vendría bien uno también.

Mal dejó caer la leña que había reunido en la hoguera que alguien había

encendido, y yo arranqué a Oncat del hombro de Harshaw. La gata me dio un

breve siseo, pero no me importó. En este momento, necesitaba abrazar algo

suave y peludo.

Ya habían limpiado y ensartado la caza que Mal había atrapado y pronto,

a pesar de mi tristeza y preocupación, el olor a carne asada me hizo agua la

boca.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Nos sentamos alrededor del fuego a comer y pasarnos una petaca de kvas,

observando el juego de las llamas sobre el casco del Avetoro mientras las ramas

crujían y estallaban. Teníamos mucho de qué hablar: quién iría con nosotros

a las Sikurzoi y quién permanecería en el valle, si es que querían quedarse

aquí. Me froté la muñeca, me ayudó a centrarme en el pájaro de fuego, en

lugar de pensar en el negro brillante de los ojos de Nikolai o en la oscura costra

de sangre cerca de sus labios.

Abruptamente, Zoya dijo:

―Debería haberlo sabido, no se podía confiar en Sergei. Siempre fue un

debilucho.

Me pareció injusto, pero lo dejé pasar.

―A Oncat nunca le gustó ―agregó Harshaw.

Genya lanzó una rama al fuego.

―¿Crees que lo estuvo planeando todo el tiempo?

―Me lo he estado preguntando ―admití―. Pensé que estaría mejor una

vez saliéramos de la Catedral Blanca y los túneles, pero casi parecía peor, más

ansioso.

―Eso podría haber sido por cualquier cosa ―dijo Tamar―. El derrumbe,

el ataque de la milicia, los ronquidos de Tolya.

Tolya le arrojó una piedra y dijo:

―Los hombres de Nikolai deberían haberlo vigilado más de cerca.

O nunca debí dejarlo ir. Tal vez mi culpa por Marie había nublado mi

juicio; tal vez la tristeza lo nublaba ahora y habría más traiciones por venir.

―¿De verdad los nichevo'ya simplemente lo… lo desgarraron? ―preguntó

Nadia.

Miré a Misha, que en algún momento había bajado del Avetoro. Ahora

estaba dormido junto a Mal, sin soltar la espada de madera.

―Fue horrible ―dije en voz baja.

―¿Qué pasa con Nikolai?―preguntó Zoya―. ¿Qué le hizo el Darkling?

―No lo sé exactamente.

―¿Se puede deshacer?

―Tampoco lo sé. ―Miré a David.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Tal vez, tengo que estudiarlo ―respondió―. Es merzost, nuevo

territorio. Me gustaría tener los diarios de Morozova.

Casi me reí. Todo el tiempo que David había estado arrastrando esos

diarios por ahí, yo las habría tirado alegremente a la basura. Pero ahora que

había una buena razón para necesitarlos, estaban fuera de mi alcance, se

habían quedado en la Hiladora.

Capturar a Nikolai, ponerlo en una jaula, ver si lo podíamos sacar de las

garras de las sombras. El zorro demasiado astuto, finalmente capturado.

Parpadeé y miré hacia otro lado, no quería volver a llorar.

Abruptamente, Adrik gruñó:

―Me alegra que Sergei haya muerto. Solo lamento no haberle retorcido el

cuello yo mismo.

―Necesitarías dos manos para eso ―le recordó Zoya.

Hubo un silencio breve y terrible, y luego Adrik frunció el ceño y dijo:

―Está bien, apuñalarlo.

Zoya sonrió y le pasó la petaca, Nadia se limitó a sacudir la cabeza. A veces

se me olvidaba que eran realmente soldados. No dudaba que Adrik lloraría

la pérdida de su brazo, ni siquiera estaba segura de cómo podría afectar su

capacidad de invocar, pero lo recordé de pie frente a mí en el Pequeño Palacio,

exigiendo el derecho a quedarse y luchar. Era más duro de lo que yo sería

jamás.

Pensé en Botkin, mi viejo maestro, que me empujaba a correr un kilómetro,

a resistir otro golpe. Recordé las palabras que me había dirigido hacía mucho

tiempo: «El Acero se gana». Adrik tenía el acero, y también Nadia; lo había

demostrado de nuevo en nuestro vuelo desde Elbjen. Una parte de mí se había

preguntado qué vio Tamar en ella, pero Nadia había estado en algunos de los

peores enfrentamientos en el Pequeño Palacio, había perdido a su mejor

amiga y la vida que siempre había conocido. Sin embargo, no se había

derrumbado como Sergei o elegido la vida subterránea como Maxim. A través

de todo, se había mantenido firme.

Cuando Adrik le devolvió la petaca, Zoya tomó un trago y dijo:

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―¿Sabes lo que Baghra me dijo en mi primera lección con ella? ―bajó la

voz para imitar el tono áspero de Baghra―: «Bonita cara. Lástima que tengas

gachas por cerebro».

Harshaw resopló.

―Prendí fuego a su choza en la clase.

―Por supuesto que sí ―dijo Zoya.

―¡Accidentalmente! Ella se negó a seguir enseñándome. Ni siquiera

hablaba conmigo. La vi en los terrenos una vez, y ella caminó derecho. No

dijo una palabra, solo me golpeó en la rodilla con su bastón. Todavía tengo

un bulto.

Se levantó la pernera del pantalón, y, efectivamente, tenía un bulto de

hueso, visible bajo la piel.

―Eso no es nada ―dijo Nadia, y sus mejillas se sonrojaron cuando todos

centramos nuestra atención en ella―. Tuve un tipo de bloqueo por lo que no

pude invocar por un tiempo. Baghra me puso en una habitación y liberó un

enjambre de abejas.

―¿Qué? ―chillé. No eran solo las abejas lo que me había conmocionado.

Por meses había luchado para invocar en el Pequeño Palacio, y Baghra nunca

había mencionado que otro Grisha tuviera un bloqueo.

―¿Qué hiciste? ―preguntó Tamar con incredulidad.

―Me las arreglé para invocar una corriente y enviarlas por la chimenea,

pero me picaron tantas veces que parecía que tenía viruela.

―Nunca he sido más feliz de no ser Grisha ―dijo Mal con un movimiento

de cabeza.

Zoya levantó la petaca.

―Un aplauso para el otkazat'sya solitario.

―Baghra me odiaba ―dijo David en voz baja.

Zoya hizo un gesto despectivo con la mano.

―Todos nos sentimos de esa manera.

―No, ella de verdad me odiaba. Me enseñó una vez con el resto de los

Fabricadores de mi edad, pero luego se negó a reunirse conmigo otra vez.

Solía quedarme en los talleres cuando todo el mundo tenía clases.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―¿Por qué? ―preguntó Harshaw, rascando a Oncat debajo de la barbilla.

David se encogió de hombros.

―No tengo ni idea.

―Yo sé por qué ―dijo Genya. Esperé, preguntándome si realmente lo

sabía―. Magnetismo animal ―continuó―. Un minuto más en aquella choza

contigo y te habría arrancado la ropa.

David lo consideró.

―Eso parece improbable.

―Imposible ―dijimos Mal y yo a la vez.

―Bueno, no imposible ―dijo David, viéndose vagamente insultado.

Genya se rio y le dio un beso firme en la boca.

Cogí un palo, removí el fuego y salieron chispas volando hacia el cielo.

Sabía por qué Baghra se había negado a enseñarle a David: le había recordado

demasiado a Morozova, tan obsesionado con el conocimiento que había

estado ciego ante el sufrimiento de su hija y al abandono de su esposa. Y claro,

David había creado lumiya solo «por diversión», y básicamente le había

entregado al Darkling los medios para entrar al Abismo. Pero David no era

como Morozova, había estado allí para Genya cuando ella lo había necesitado.

Él no era un guerrero, pero aun así había encontrado una manera de luchar

por ella.

Miré a mí alrededor a nuestro grupito extraño y maltratado; a Adrik con

su brazo perdido, mirando embelesado a Zoya; a Harshaw y Tolya que

miraban a Mal mientras esbozaba nuestra ruta en la tierra. Vi sonreír a Genya,

y sus cicatrices se tensaron, mientras David gesticulaba salvajemente

intentando explicarle a Nadia su idea para un brazo de bronce, mientras que

Nadia lo ignoraba, y pasaba los dedos por las ondas oscuras del cabello de

Tamar.

Ninguno de ellos era fácil, delicado o simple. Eran como yo, cuidaban

heridas y dolores ocultos, todos rotos de diferentes maneras. Ciertamente no

encajábamos juntos, teníamos bordes tan irregulares que cortábamos a los

otros a veces, pero a medida que me acurrucaba de costado, con el calor del

fuego a mi espalda, sentí una oleada de gratitud tan dulce que se me hizo un

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nudo en la garganta. Con esa oleada llegó el miedo. Mantenerlos cerca era un

lujo por el que pagaría. Ahora tenía más que perder.

Page 213: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

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Traducido por Pamee

Al final todos se quedaron, incluso Zoya, aunque mantuvo un flujo constante

de quejas hasta Dva Stolba. Habíamos acordado dividirnos en dos grupos.

Tamar, Nadia y Adrik viajarían con David, Genya, y Misha, y asegurarían

alojamiento en uno de los asentamientos en la frontera sudeste del valle.

Genya tendría que mantener el rostro oculto, pero no parecía importarle. Se

había envuelto el chal alrededor de la cabeza y había declarado: «Seré una

mujer de misterio». Le recordé que no debía ser demasiado interesante.

Mal y yo viajaríamos a las Sikurzoi con Zoya, Harshaw y Tolya. Debido a

que estábamos tan cerca de la frontera, sabíamos que probablemente nos

encontraríamos con una mayor presencia militar, pero esperábamos poder

mezclarnos con los refugiados que intentaban atravesar las Sikurzoi antes de

la primera nevada.

Si no regresábamos de las montañas dentro de dos semanas, Tamar se

encontraría con las fuerzas que pudiera enviar el Apparat a Caryeva. No me

gustaba la idea de enviarlas solas a Nadia y a ella, pero Mal y yo no podíamos

reducir aún más nuestro grupo. Queríamos estar preparados en caso de

problemas, pues los saqueadores shu eran conocidos por matar viajeros

ravkanos cerca de la frontera. Al menos Tamar conocía a los Soldat Sol, y tanto

ella como Nadia eran luchadoras experimentadas, por lo que intenté

tranquilizarme.

Tampoco sabía con seguridad qué haría si de verdad aparecían soldados,

pero el mensaje se había enviado, y tenía que creer que se nos ocurriría algo.

Tal vez para entonces tendría al pájaro de fuego y los comienzos de un plan,

pero no podía anticiparme demasiado, porque cada vez que lo hacía, sentía

Page 214: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

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que el pánico me embargaba. Era como estar de nuevo bajo tierra, sin aire que

respirar, a la espera de que el mundo se derrumbara sobre mí.

Nuestro grupo partió al amanecer, dejamos a los demás durmiendo a la

sombra de la cornisa. Solo Misha estaba despierto, observándonos con una

mirada acusadora mientras arrojaba guijarros al costado del Avetoro.

―Ven aquí ―le dijo Mal y le hizo un gesto para que se acercara. Pensé que

Misha podría no querer acercarse, pero luego caminó hacia nosotros

arrastrando los pies, con la barbilla en alto en un gesto obstinado―. ¿Tienes

el broche que te dio Alina?

Misha asintió una vez.

―Sabes lo que significa, ¿verdad? Eres un soldado, y los soldados no van

dónde quieren, van dónde se les necesita.

―Simplemente no quieren que vaya con ustedes.

―No, te necesitamos aquí para que cuides a los demás. Sabes que David

es un caso perdido, y que Adrik también va a necesitar ayuda, incluso si no

quiere admitirlo. Tendrás que ser cuidadoso con él, ayudarlo sin que él se dé

cuenta de que lo estás ayudando. ¿Puedes hacerlo?

Misha se encogió de hombros.

―Necesitamos que los cuides como cuidaste a Baghra.

―Pero no la cuidé.

―Sí lo hiciste. La cuidaste, te preocupaste de que estuviera cómoda, y la

dejaste ir cuando necesitó que lo hicieras. Hiciste lo necesario, aunque te dolió

hacerlo. Eso es lo que hacen los soldados.

Misha lo miró con intensidad, como si lo estuviera considerando.

―Debí haberla detenido ―dijo, y la voz se le quebró.

―Si lo hubieras hecho, ninguno de nosotros estaría aquí. Estamos

agradecidos de lo que hiciste, a pesar de lo difícil que fue.

Misha frunció el ceño.

―David es un caso perdido.

―Verdad ―coincidió Mal―. Entonces, ¿podemos confiar en ti?

Misha apartó la mirada. Aún tenía expresión afligida, pero volvió a

encogerse de hombros.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Gracias ―le dijo Mal―. Puedes comenzar por poner agua a hervir para

el desayuno.

Misha asintió una vez, luego trotó de vuelta por la gravilla para poner a

hervir el agua.

Mal me miró mientras se ponía de pie y se cargaba el morral.

―¿Qué?

―Nada. Eso… estuvo muy bien.

―De esa forma Ana Kuya logró que parara de rogarle que dejara una

lámpara encendida de noche.

―¿De verdad?

―Sí ―contestó mientras comenzaba a escalar―. Me dijo que debía ser

valiente para ti, que si yo estaba asustado, entonces tú también estarías

asustada.

―Bueno, a mí me dijo que me tenía que comer las chirivías para sentar un

buen ejemplo para ti, pero aun así me negué.

―Y te preguntas por qué siempre te golpeaba.

―Tengo principios.

―Eso significa: «Si puedo ser difícil, lo seré».

―Injusto.

―¡Oigan! ―gritó Zoya desde arriba en el borde del cráter―. Si no están

aquí arriba antes de que cuente hasta diez, volveré a dormir y tendrán que

cargarme hasta Dva Stolba.

―Mal ―suspiré―. Si la asesino en las Sikurzoi, ¿me harás responsable?

―Sí ―respondió, pero luego añadió―: Eso significa: «Hagámoslo parecer

un accidente».

* * *

Dva Stolba me tomó por sorpresa. De alguna forma, había esperado que el

pequeño valle fuera como un cementerio, un páramo sombrío con fantasmas

y casas abandonadas; en cambio, los asentamientos estaban desbordantes de

Page 216: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

gente. El paisaje estaba salpicado de cascos quemados y campos en ceniza,

pero las casas y negocios nuevos habían brotado rápidamente junto a ellos.

Había tabernas y posadas, un escaparate promocionando reparaciones de

relojes y lo que parecía una tienda que prestaba libros por la semana. Todo se

sentía extrañamente temporal. Las ventanas rotas simplemente las habían

tapado con tablones, muchas casas tenían techos de lonas o agujeros en las

paredes cubiertos con mantas de lana o tapetes tejidos. Parecían decir «¿Quién

sabe cuánto estaremos aquí? Apañémonoslas con lo que tengamos».

¿Había sido siempre así? Los asentamientos constantemente se destruían

y reconstruían, gobernados por Shu Han o Ravka, dependiendo de cómo se

habían trazado las fronteras al final de una guerra particular. ¿Así habían

vivido mis padres? Era extraño imaginarlos de esta forma, pero no me

importaba la idea. Podían haber sido soldados o mercantes, podían haber sido

felices aquí, y quizá uno de ellos había estado albergando un poder, el legado

latente de la hija menor de Morozova. Había leyendas de Invocadores del Sol

antes de mí, la mayoría de las personas pensaban que eran engaños o historias

vacías, ilusiones nacidas de la miseria causada por el Abismo. Pero puede que

haya sido por algo más, o tal vez me estaba aferrando a un sueño de herencia

a la que en realidad no tenía derecho.

Pasamos por una plaza de mercado atestada de gente, con mercancías

dispuestas en mesas improvisadas: ollas de estaño, cuchillos de caza, pieles

para incursiones en las montañas. Vimos jarros con grasa de ganso, higos

secos vendidos por manojo, finas sillas de montar y armas de aspecto endeble.

Sobre un puesto colgaban cordeles con patos recién desplumados, con la piel

rosa y erizada. Mal mantuvo su arco y su rifle de repetición guardados en la

mochila. Las armas eran demasiado finas, atraerían la atención.

Los niños jugaban en la tierra, un hombre con un chaleco sin mangas

ahumaba acuclillado un tipo de carne en un gran tambor de metal. Lo vi

lanzar unas ramas de enebro adentro, lo que lanzó una nube azulada y

fragrante. Zoya arrugó la nariz, pero Tolya y Harshaw no podían sacar sus

monedas lo bastante rápido.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Esta era la tierra donde la familia de Mal y la mía habían encontrado la

muerte. De alguna forma, la atmósfera salvaje y alegre parecía injusta.

Ciertamente no coincidía con mi estado de ánimo.

Me sentí aliviada cuando Mal dijo:

―Pensé que sería más deprimente.

―¿Viste lo pequeño que era el cementerio? ―pregunté en voz baja. Él

asintió. En gran parte de Ravka, los cementerios eran más grandes que los

pueblos, pero cuando los shu quemaron estos asentamientos, no había

quedado nadie para llorar a los muertos. Aunque estábamos bien abastecidos

gracias a los suministros de la Hiladora, Mal quería comprar un mapa de los

locales. Necesitábamos saber qué senderos podían estar bloqueados por

desprendimientos o qué puentes estaban desgastados.

Una mujer con trenzas blancas y un gorro naranjo de lana estaba sentada

en una banqueta baja y pintada, canturreando para sí mientras hacía sonar un

cencerro para llamar la atención de los transeúntes. No se había molestado en

instalar un mesón, pero había puesto un tapete en el suelo para mostrar su

mercancía: cantimploras, alforjas, mapas y una pila de anillos de metal para

plegarias. Había una mula tras ella, moviendo sus largas orejas para espantar

moscas y, ocasionalmente, la mujer estiraba una mano para darle una

palmadita en la nariz.

―Va a nevar pronto ―dijo la mujer, mirando con los ojos entrecerrados al

cielo mientras nosotros hojeábamos los mapas―. ¿Necesitan mantas para el

viaje?

―Estamos equipados ―contesté―. Gracias.

―Mucha gente está cruzando la frontera.

―¿Pero usted no?

―Soy muy vieja para ir ahora. Shu, fjerdanos, el Abismo… ―Se encogió

de hombros―. Si te quedas sentada, los problemas te pasan por un lado.

«O chocan contra ti, luego vuelven por más», pensé lóbregamente.

Mal alzó uno de los mapas.

―No veo las montañas del este, solo las del oeste.

―Mejor quedarse en occidente ―le dijo ella―. ¿Quieren llegar a la costa?

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―Sí ―mintió Mal sin problemas―, luego iremos a Novyi Zem, pero…

―Quédense en occidente, la gente no vuelve del Este.

―Ju weh ―le dijo Tolya―. Ey ye bat e’yuan.

La mujer le contestó, luego estudiaron juntos un mapa, conversando en

shu mientras nosotros esperábamos pacientemente. Por último, Tolya le

entregó un mapa diferente a Mal.

―Al este ―le dijo.

La mujer señaló a Tolya con su cencerro y me preguntó:

―¿Qué le van a dar de comer a ese en las colinas? Mejor asegúrate de que

no te ponga a ti en un asador.

Tolya frunció el ceño, pero la mujer se rio tan fuerte que casi se cayó de la

banqueta.

Mal añadió unos anillos de plegaria a los mapas y le entregó sus monedas.

―Tenía un hermano que fue a Novyi Zem ―le contó la mujer. Seguía

riéndose entre dientes mientras le daba el cambio a Mal―. Ahora

probablemente es rico. Es un buen lugar para empezar una nueva vida.

Zoya soltó un bufido.

―¿Comparado a qué?

―En realidad no es tan malo ―le dijo Tolya.

―Tierra y más tierra.

―Hay ciudades ―gruñó Tolya mientras nos alejábamos.

―¿Qué te dijo esa mujer sobre las montañas del este? ―le pregunté.

―Que son sagradas ―contestó Tolya―, y aparentemente están

embrujadas. Afirma que la Cera Huo está vigilada por fantasmas.

Un escalofrío me subió por la espalda.

―¿Qué es la Cera Huo?

A Tolya le brillaron los ojos.

―La Catarata de Fuego.

* * *

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Leigh Bardugo Dark Guardians

No noté las ruinas hasta que estuvimos casi bajo ellas, así de poco

distintivas eran: dos agujas de roca erosionadas y desgastadas por el tiempo,

flanqueando un sendero que guiaba al sudeste del valle. Puede que alguna

vez hubieran formado un arco, o un acueducto; o dos molinos, como indicaba

su nombre. ¿Qué había esperado? ¿Ilya Morozova a un lado del camino, con

un halo dorado, sosteniendo un letrero que decía: «Tenías razón, Alina. Por

aquí se llega al pájaro de fuego»?

Pero los ángulos parecían correctos. Había estudiado la ilustración de

Sankt Ilya encadenado tan a menudo que la imagen estaba grabada en mi

mente. El paisaje de las Sikurzoi detrás de las agujas concordaba con mi

recuerdo de la página. ¿La había dibujado el mismo Morozova? ¿Era el

responsable del mapa que había quedado en la ilustración, o alguien más

había descifrado su historia? Puede que nunca lo averiguara.

«Este es el lugar ―me dije―. Tiene que serlo».

―¿Algo familiar? ―le pregunté a Mal.

Él sacudió la cabeza.

―Supongo que había esperado… ―Se encogió de hombros, pero no tenía

que explicármelo. Yo había albergado la misma esperanza en mi corazón, que

una vez que estuviera en este camino, en este valle, más de mi pasado se

esclareciera de súbito. Pero lo único que tenía eran los mismos recuerdos: un

plato de remolacha, unos hombros anchos, el balanceo de una cola de buey

frente a mí.

Divisamos algunos refugiados, una mujer con un bebé al pecho, montados

en un carruaje de poni mientras su marido caminaba al lado, y un grupo de

personas de nuestra edad que asumía eran desertores del Primer Ejército.

Pero el camino bajo las ruinas no estaba abarrotado. Los lugares más

populares para intentar ingresar a Shu Han estaban más al oeste, donde las

montañas eran menos escarpadas y viajar a la costa era más fácil.

La belleza de las Sikurzoi me golpeó de repente. Las únicas montañas que

había conocidos eran las cimas congeladas del lejano Norte y las Petrazoi,

escarpadas, grises e imponentes. Pero estas montañas eran suaves,

ondulantes, con pendientes cubiertas de pasto alto, y valles interrumpidos por

Page 220: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

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ríos de cause lento que destellaban de azul y dorado a la luz del sol. Incluso

el cielo se sentía acogedor, una pradera de azul infinito, espesas nubes blancas

amontonadas en el horizonte, y las cumbres nevadas de la cordillera sureña

visibles en la distancia.

Sabía que esta parte era tierra de nadie, la peligrosa frontera que marcaba

el fin de Ravka y el comienzo del territorio enemigo, pero no lo sentía así.

Había agua abundante y espacio para pastoreo. Si no hubiera habido una

guerra, si las fronteras se hubieran establecido de forma diferente, este

hubiera sido un lugar pacífico.

No encendimos fuego y esa noche acampamos al aire libre, con nuestros

sacos de dormir desplegados bajo las estrellas. Escuché el suspiro del viento

en el pasto y pensé en Nikolai. ¿Estaba ahí, rastreándonos como nosotros

rastreábamos al pájaro de fuego? ¿Llegaría el día en que simplemente nos

vería como presa? Miré al cielo, esperando ver una sombra alada bloqueando

las estrellas. No me resultó fácil quedarme dormida.

Al día siguiente, dejamos el camino principal y comenzamos a escalar en

serio. Mal nos dirigió al este, hacia la Cera Huo, siguiendo un sendero que

aparecía y desaparecía mientras se abría camino por las montañas. Las

tormentas sobrevenían sin ninguna advertencia, con densos estallidos de

lluvia que convertían la tierra bajo nuestras botas en lodo espeso, luego se

desvanecían tan rápido como habían llegado.

A Tolya le preocupaban las inundaciones, así que nos alejamos del sendero

por completo y buscamos terreno más alto. Pasamos el resto de la tarde al

fondo de una cresta rocosa estrecha, desde donde podíamos ver las nubes de

tormenta una tras otra sobre las colinas bajas y los valles, iluminándose

brevemente con destellos de relámpagos.

Los días se hacían eternos, y era sumamente consciente de que cada paso

que dábamos para internarnos más profundo en Shu Han, era un paso que

tendríamos que desandar de vuelta Ravka. ¿Qué encontraríamos cuando

regresáramos? ¿El Darkling ya habría atacado Ravka Occidental? Y si

encontrábamos al pájaro de fuego, si por fin reunía los tres amplificadores,

¿sería lo bastante fuerte para enfrentarlo? Más que nada, pensaba en

Page 221: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Morozova y me preguntaba si alguna vez él había recorrido estos mismos

senderos, contemplado las mismas montañas. ¿Su necesidad por finalizar la

tarea que había comenzado lo había impulsado de la misma forma que mi

desesperación me impulsaba ahora? Me obligaba a poner un pie delante del

otro, a dar otro paso, a vadear otro río, a escalar otra colina.

Esa noche, la temperatura cayó tanto que armamos las tiendas. Zoya

parecía pensar que yo debería armar la nuestra, aunque la dos fuéramos a

dormir en ella. Estaba maldiciendo la pila de lonas cuando Mal me hizo callar.

―Hay alguien ahí ―me dijo.

Nos encontrábamos en un campo amplio de hierba plumosa que se

extendía entre dos colinas bajas. Miré hacia el anochecer, incapaz de

distinguir nada, y levanté las manos de manera inquisitiva.

Mal sacudió la cabeza.

―Como último recurso ―susurró.

Asentí. No quería meternos en otra situación como la que ocurrió con la

milicia.

Mal levantó su rifle e hizo una señal. Tolya desenvainó su espada, y

tomamos posiciones, espalda contra espalda, a la espera.

―Harshaw ―susurré.

Oí que golpeaba su pedernal, luego dio un paso al frente y extendió los

brazos. Un chorro flameante rugió a la vida y nos rodeó en un anillo brillante,

iluminando los rostros de los hombres agachados en el campo a nuestro

alrededor. Eran cinco, quizá seis, de ojos dorados y vestidos con pieles. Vi

arcos tensados y al menos un cañón de pistola.

―Ahora ―dije.

Zoya y Harshaw se movieron como uno, extendieron los brazos en amplios

arcos y las llamas recorrieron el pasto como un ser viviente, cargado por su

poder combinado.

Los hombres gritaron, mientras las llamas avanzaban como lenguas

hambrientas. Escuche un único disparo, luego los ladrones dieron media

vuelta y huyeron. Harshaw y Zoya enviaron el fuego tras ellos, para que los

persiguiera a través del campo.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Podrían volver y traer más hombres ―dijo Tolya―. En Koba pagan bien

por Grisha. ―Era una ciudad al sur de la frontera.

Por primera vez, pesé en cómo debió haber sido la vida para Tolya y

Tamar, incapaces de regresar al país de su padre, extraños en Ravka, extraños

aquí también.

Zoya tembló.

―No son mejores en Fjerda. Hay cazadores de brujas que no comen

animales, que no usan zapatos de cuero o matan a una araña en sus casas,

pero quemarían a un Grisha vivo en la pira.

―Puede que los doctores shu no sean tan malos ―dijo Harshaw. Seguía

jugando con las llamas, las lanzaba hacia arriba en círculos y zarcillos

serpenteantes―. Al menos ellos limpian sus instrumentos. En la Isla Errante

creen que la sangre Grisha es la cura para todo: para la impotencia, para la

plaga debilitante, lo que se te ocurra. Cuando el poder de mi hermano se

manifestó, le cortaron la garganta y lo colgaron cabeza abajo para drenarlo

como un cerdo en el matadero.

―Por los Santos, Harshaw ―resolló Zoya.

―Quemé esa villa y a todos sus habitantes hasta reducirlos a cenizas.

Luego me subí a un bote y nunca miré atrás.

Pensé en el sueño que una vez había tenido el Darkling, que pudiéramos

ser ravkanos y no solo Grisha. Había intentado crear un lugar seguro para

nosotros, tal vez el único en el mundo. «Comprendo el deseo de permanecer

libre». ¿Era por eso que Harshaw seguía luchando? ¿Por eso había elegido

quedarse? Debía haber compartido el sueño del Darkling alguna vez. ¿Me

había encomendado su cuidado?

―Haremos guardia esta noche ―dijo Mal―, y mañana nos dirigiremos

más al este.

Hacia el este a la Cera Huo, custodiada por fantasmas. Pero nosotros ya

estábamos viajando con fantasmas propios.

* * *

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Leigh Bardugo Dark Guardians

No había señales de los ladrones a la mañana siguiente, solo un campo

chamuscado en patrones bizarros.

Mal nos adentró más en las montañas. Al comienzo de nuestra travesía

habíamos visto el humo de hornos o la forma de una choza en la ladera de

una colina. Pero ahora estábamos solos, nuestra única compañía eran los

lagartos que veíamos tomando el sol sobre las rocas y, una vez, una manada

de alces pastando en una pradera distante. Si hubiera señales del pájaro de

fuego, eran invisibles para mí, pero reconocí el silencio en Mal, la profunda

intención. La había visto en Tsibeya cuando cazábamos al ciervo, y luego

nuevamente en las aguas de la Ruta de Hueso.

Según Tolya, la Cera Huo estaba marcada de forma diferente en cada

mapa, y ciertamente no teníamos forma de saber si ahí encontraríamos al

pájaro de fuego. Sin embargo, le había dado una dirección a Mal y ahora

avanzaba con esa forma estable y reconfortante suya, como si todo en el

mundo salvaje ya fuera familiar para él, como si supiera todos sus secretos.

Para los demás, se convirtió en una especie de juego, e intentaban predecir

adónde nos guiaría.

―¿Qué ves? ―le preguntó Harshaw con frustración cuando Mal nos alejó

de un sendero sencillo.

Mal se encogió de hombros.

―Se trata más bien de lo que no veo. ―Señaló a una bandada de gansos

que se dirigía al sur en formación―. Es por la forma en que se mueven las

aves, la forma en que se esconden los animales en la maleza.

Harshaw rascó a Oncat detrás de la oreja y susurró en voz alta:

―Y la gente dice que yo estoy loco.

A medida que pasaban los días, sentí que mi paciencia se debilitaba.

Pasábamos demasiado tiempo caminando sin nada más que hacer además de

pensar, y mis pensamientos no tomaban ningún rumbo seguro. El pasado

estaba lleno de horrores, y el futuro me provocaba que el pánico me

embargara y me dejara sin aliento.

El poder en mi interior una vez había parecido tan milagroso, pero cada

confrontación con el Darkling me había hecho tomar consciencia de las

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limitaciones de mis habilidades. «No hay lucha que pelear». A pesar de las

muertes que había presenciado y la desesperación que sentía, no estaba más

cerca de entender o de utilizar merzost. Me sorprendí resintiendo la calma de

Mal, la seguridad que parecía guiar sus pasos.

―¿Piensas que esté ahí? ―le pregunté una tarde. Habíamos tomado

refugio en un denso grupo de pinos para aguardar a que pasara una tormenta.

―Es difícil de decir. Ahora mismo, podría estar rastreando a un halcón

grande. Me estoy basando en mis instintos más que nada, y eso siempre me

pone nervioso.

―No pareces nervioso, pareces completamente relajado. ―Podía oír la

irritación en mi voz.

Mal me lanzó un vistazo.

―Ayuda bastante que nadie esté amenazando con arrancarte trozos de

piel.

No dije nada. La idea del cuchillo del Darkling era casi reconfortante; un

miedo simple, concreto, manejable.

Mal entornó los ojos y miró a la lluvia.

―Y es algo más, algo que dijo el Darkling en la capilla. Creyó que me

necesitaba para encontrar al pájaro de fuego. Con lo mucho que odio

admitirlo, eso por eso que sé que puedo hacerlo, porque él estaba tan seguro.

Lo comprendo. La fe del Darkling en mí había sido algo embriagador.

Quería esa certeza, el conocimiento de que todo sería resuelto, que alguien

estaba en control. Sergei había corrido al Darkling en busca de ese consuelo.

«Simplemente quiero volver a sentirme seguro».

―Cuando llegue el momento, ¿podrás derribar al pájaro de fuego?

«Sí». Ya estaba harta de dudar. No era solo que se me hubieran acabado

las opciones, o que tanto dependiera del poder del pájaro de fuego,

simplemente me había vuelto lo bastante despiadada o lo bastante egoísta

para quitarle la vida a otra criatura. Pero extrañaba a la muchacha que le había

mostrado piedad al ciervo, que había sido lo bastante fuerte para darle la

espalda a la atracción de poder, que había creído en algo más. Otra víctima de

esta guerra.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Sigue sin parecerme real ―le dije―. E incluso si lo es, puede que no sea

suficiente. El Darkling tiene un ejército, tiene aliados. Nosotros tenemos…

―¿Una banda de inadaptados? ¿Unos fanáticos tatuados? Incluso con el

poder de los amplificadores, parecía una batalla dispareja.

―Gracias ―exclamó Zoya con amargura.

―No le falta razón ―dijo Harshaw, apoyado contra un árbol. Tenía a

Oncat posada en un hombro mientras hacía danzar unas llamitas en el aire―.

No me siento capaz de mucho.

―No lo quise decir de esa forma ―protesté.

―Será suficiente ―dijo Mal―. Encontraremos al pájaro de fuego,

enfrentarás al Darkling. Lucharemos contra él y ganaremos.

―¿Y luego qué? ―preguntó Tolya―. Puede que el sacerdote no sea de fiar,

pero tus seguidores sí.

―Y David creía que podía ser capaz de curar a Nikolai ―agregó Zoya.

Me giré hacia ella, con mi furia en aumento.

―¿Crees que Fjerda esperará a que encontremos una cura? ¿Y qué hay de

los shu?

―Entonces formarás una nueva alianza ―dijo Mal.

―¿Y vender mi poder al mejor apostador?

―Negocia, establece tus propias condiciones.

―¿Debatir un contrato de matrimonio, elegir a un noble fjerdano o a un

general shu? ¿Esperar que mi nuevo esposo no me mate mientras duermo?

―Alina…

―¿Y dónde irás tú?

―Me quedaré a tu lado el tiempo que me lo permitas.

―Qué noble, Mal. ¿Montarás guardia afuera de nuestra recámara por la

noche? ―Sabía que estaba siendo injusta, pero en ese momento no me

importaba.

Apretó la mandíbula.

―Haré lo que tenga que hacer para mantenerte a salvo.

―Mantener la cabeza gacha, cumplir con tu deber.

―Sí.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Un pie delante de otro, incesante hasta encontrar al pájaro de fuego.

Seguir marchando como un buen soldado.

―Así es, Alina, soy un soldado. ―Pensé que por fin estaba cediendo y me

daría la pelea que quería, que ansiaba. En cambio, se puso de pie y se sacudió

el agua de su abrigo―. Y seguiré marchando porque el pájaro de fuego es lo

único que puedo darte. No dinero, ni un ejército, ni un fuerte en la cima de

una montaña. ―Se colgó el morral al hombro―. Esto es todo lo que tengo

para ofrecer, el mismo truco de siempre. ―Salió a la lluvia. No sabía si quería

correr tras él para disculparme o para lanzarlo al lodo.

Zoya levantó un hombro elegante,

―Yo preferiría la esmeralda.

La miré fijamente, luego sacudí la cabeza y dejé salir algo entre una risa y

un suspiro. La ira me abandonó hasta dejarme bastante avergonzada. Mal no

se lo había merecido; ninguno de ellos se lo merecía.

―Lo siento ―murmullé.

―Tal vez tienes hambre ―dijo Zoya―. Siempre me vuelvo mezquina

cuando tengo hambre.

―¿Siempre tienes hambre? ―le preguntó Harshaw.

―No me has visto mezquina. Cuando lo hagas, necesitarás un pañuelo

muy grande.

Él soltó bufido.

―¿Para secarme las lágrimas?

―Para restañar la sangre.

Esta vez, mi risa fue real. De alguna forma, un poco del veneno de Zoya

era exactamente lo que necesitaba. Luego, a pesar de mi buen juicio, hice la

pregunta que había querido preguntar por casi un año.

―Tú y Mal, en Kribirsk…

―Pasó.

Lo sabía, y sabía que había habido muchas antes de ella, pero aun así me

dolió.

Zoya me lanzó una mirada, sus largas pestañas negras destellaban por la

lluvia.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Pero nunca más ―admitió a regañadientes―, y no ha sido porque no lo

haya intentado. Si un hombre me puede decir que no a mí, eso es algo.

Puse los ojos en blanco. Zoya me pinchó en el brazo con un dedo largo.

―No ha estado con nadie, idiota. ¿Sabes cómo lo llamaban las chicas en la

Catedral Blanca? Beznako.

«Causa perdida».

―Es curioso ―continuó Zoya, pensativa―. Entiendo por qué el Darkling

y Nikolai quieren tu poder, pero Mal te mira como si fueras… Bueno, como si

fueras yo.

―No ―intervino Tolya―. La mira como Harshaw mira el fuego, como si

nunca se saciara de ella, como si estuviera intentando capturar todo lo posible

antes de que ella ya no esté.

Zoya y yo lo miramos boquiabiertas. Luego, ella frunció el ceño.

―¿Sabes? Si dirigieras un poco de esa poesía hacia mí, podría considerar

darte una oportunidad.

―¿Quién dice que quiero una oportunidad?

―¡Yo quiero una! ―gritó Harshaw.

Zoya se quitó un rizo de la frente con un soplido.

―Oncat tiene más posibilidades que tú.

Harshaw sostuvo en alto a la gatita atigrada.

―Vaya, Oncat, eres una pícara ―exclamó.

* * *

A medida que nos acercábamos al área donde se rumoreaba se encontraba

la Cera Huo, aceleramos el paso. Mal se volvió más silencioso, y sus ojos

azules escaneaban constantemente las colinas. Le debía una disculpa, pero

nunca parecía encontrar el momento ideal para hablar con él.

Casi exactamente una semana desde que comenzamos nuestros viaje, nos

encontramos con lo que pensamos era el lecho seco de un arroyo que

atravesaba dos escarpados muros de piedra. Lo habíamos seguido por casi

diez minutos cuando Mal se arrodilló y pasó las manos por la hierba.

―Harshaw, ¿puedes quemar un poco de estos matorrales?

Page 228: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Harshaw sacó su pedernal y lanzó una manta baja de llamas azules sobre

el lecho del arroyo, lo que reveló un patrón de piedras demasiado regular para

ser algo natural.

―Es un camino ―dijo sorprendido.

―¿Aquí? ―pregunté. No habíamos visto nada más que montañas vacías

por kilómetros.

Permanecimos alertas, buscando señales de antaño, esperando ver

símbolos grabados, tal vez los pequeños altares que habíamos visto tallados

en las rocas más cercanas a Dva Stolba, ansiosos por una especie de prueba de

que recorríamos el camino correcto. Pero la única lección en las piedras

parecía ser que las ciudades se alzaban, caían, y eran olvidadas. «Tú vives en

un único momento, yo vivo en miles». Puede que viva lo suficiente para ver

Os Alta convertida en polvo, o tal vez volveré mi poder en mi contra y

terminaré con mi vida antes de eso. ¿Cómo sería la vida cuando las personas

que amaba ya no estuvieran? ¿Cómo sería cuando ya no quedaran misterios?

Seguimos el camino hasta donde parecía terminar, enterrado bajo un

derrumbe de rocas cubiertas de hierba y flores silvestres amarillas. Escalamos

las rocas y cuando llegamos a la cima, sentí como si el hielo me perforara los

huesos.

Era como si el color hubiera sido drenado del paisaje. La hierba del campo

ante nosotros era de color gris. Un puente negro se extendía en el horizonte,

cubierto con árboles de corteza suave y lustrosa como loza pulida, y ramas

angulares desnudas de hojas. Pero lo escalofriante era la forma en que crecían,

en perfectas líneas regulares y equidistantes, como si cada uno hubiera sido

plantado con infinito cuidado.

―Eso luce mal ―dijo Harshaw.

―Son árboles soldado ―explicó Mal―. Simplemente crecen así, como si

mantuvieran filas.

―No es la única razón ―comentó Tolya―. Este es el bosque de cenizas.

La entrada a la Cera Huo.

Mal sacó su mapa.

―No lo veo.

Page 229: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―Es una historia. Aquí sucedió una masacre.

―¿Una batalla? ―pregunté.

―No. Un batallón shu fue traído aquí por sus enemigos; eran prisioneros

de guerra.

―¿Qué enemigos? ―preguntó Harshaw.

Tolya se encogió de hombros.

―Ravkanos, fjerdanos, tal vez otros shu. Fue en la antigüedad.

―¿Qué les sucedió?

―Los mataron de hambre, y cuando el hambre fue demasiada, se

volvieron uno contra el otro. Se dice que el último hombre vivo plantó un

árbol por cada uno de sus hermanos caídos, y ahora esperan a que los viajeros

pasen cerca de sus ramas para así cobrar una última comida.

―Encantador ―gruñó Zoya―. Recuérdame nunca pedirte un cuento

antes de dormir.

―Es solo una leyenda ―dijo Mal―. He visto esos árboles cerca de

Balakirev.

―¿Crecían así?

―No… exactamente.

Observé las sombras en la arboleda. Los árboles sí parecían un regimiento

marchando hacia nosotros. Había oído historias similares sobre los bosques

cerca de Duva, que en los inviernos largos, los árboles cogían niñas para

comer. «Superstición» me dije, pero no quería dar otro paso en dirección a esa

colina.

―¡Miren! ―exclamó Harshaw.

Seguí su mirada. Ahí, entre las sombras profundas de los árboles, algo

blanco se movía, una forma que subía y caía, deslizándose entre las ramas con

agitación.

―Ahí hay otro ―jadeé, señalando una espiral de blanco que centelló y

luego desapareció en la nada.

―No puede ser ―dijo Mal.

Otra forma apareció entre los árboles, luego otra.

―No me gusta esto ―se quejó Harshaw―. No me gusta esto para nada.

Page 230: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―Oh, por todos los Santos ―se burló Zoya―. De verdad son unos

campesinos.

Levantó las manos y una gran ráfaga de viento recorrió la montaña. Las

formas blancas parecieron retroceder, luego Zoya curvó los brazos y se

abalanzaron hacia nosotros en una nube blanca.

―Zoya…

―Relájense ―dijo.

Levanté los brazos para repeler lo que fueran esas cosas horribles que Zoya

había traído hasta nosotros. La nube explotó, estalló en copos inofensivos que

flotaron al suelo.

―¿Ceniza? ―estiré una mano para capturarla con mis dedos. Era fina y

blanca, del color de la tiza.

―Es un tipo de fenómeno climático ―explicó Zoya, haciendo que las

cenizas se alzaran de nuevo en lentas espirales. Volvimos a mirar la colina.

Las nubes blancas seguían moviéndose en ráfagas, pero ahora que sabíamos

lo que eran, parecían ligeramente menos siniestras―. No creyeron que de

verdad eran fantasmas, ¿cierto?

Me sonrojé, Tolya se aclaró la garganta. Zoya puso los ojos en blanco y

emprendió camino hacia la colina.

―Estoy rodeada de idiotas.

―Se veían espeluznantes ―me dijo Mal con un encogimiento de hombros.

―Todavía ―murmuré.

Mientras subíamos nos azotaban unas extrañas ráfagas de viento, cálidas

y luego frías. Sin importar lo que dijera Zoya, la arboleda era un lugar

espeluznante. Me mantuve bien alejada de las ramas e intenté ignorar la piel

de gallina en mis brazos. Cada vez que una espiral blanca se alzaba cerca de

nosotros, yo daba un salto y Oncat siseaba desde el hombro de Harshaw.

Cuando por fin alcanzamos la cima, vimos que los árboles marchaban

hasta el valle, aunque ahí sus ramas estaban frondosas de hojas púrpuras, sus

filas se extendían sobre el paisaje como pliegues en la bata de un Fabricador.

Pero eso no fue lo que nos detuvo en seco.

Page 231: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Sobre nosotros se alzaba un altísimo acantilado, que en vez de una parte

de las montañas parecía más bien la muralla de la fortaleza de un gigante. Era

enorme, casi plano en la cumbre, de roca del color gris oscuro del hierro, una

maraña de árboles muertos yacía contra su base. El acantilado estaba dividido

por una cascada ensordecedora que alimentaba un estanque tan claro que

podíamos ver las rocas del fondo. El lago se extendía por casi la longitud del

valle, rodeado por árboles soldados en flor, luego parecía desaparecer bajo

tierra.

Emprendimos camino hacia el fondo del valle, sorteando pequeños

estanques y riachuelos, mientras el bramido de la cascada nos llenaba los

oídos. Cuando llegamos al estanque más grande, nos detuvimos para rellenar

las cantimploras y lavarnos las caras en el agua.

―¿Esta es? ―preguntó Zoya―. ¿La Cera Huo?

Harshaw metió la cabeza en el agua luego de dejar a Oncat a un lado, y

respondió:

―Debe ser. ¿Ahora qué?

―Subimos, creo ―contestó Mal.

Tolya contempló la extensión resbaladiza de la pared del acantilado. La

roca estaba húmeda con la niebla de la catarata.

―Tenemos que rodearla. No hay forma de escalar esa superficie.

―En la mañana ―replicó Mal―. Es muy peligroso escalar este terreno de

noche.

Harshaw ladeó la cabeza.

―Deberíamos acampar un poco más lejos.

―¿Por qué? ―preguntó Zoya―. Estoy cansada.

―Oncat se opone al paisaje.

―Esa gata puede dormir al fondo del estanque para lo que me importa

―replicó ella.

Harshaw simplemente apuntó hacia la maraña de árboles muertos

apilados al fondo del acantilado. No eran árboles, eran pilas de huesos.

―Santos ―musitó Zoya, retrocediendo―. ¿Son de animal o humanos?

Harshaw señaló sobre un hombro con el pulgar.

Page 232: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―Vi unos arbustos muy acogedores por allá.

―Vamos ―dijo Zoya―. Ahora.

Nos alejamos rápidamente de la cascada, nos abrimos camino entre los

árboles soldados y por las paredes del valle.

―Tal vez es ceniza volcánica ―sugerí esperanzada. Mi imaginación me

tenía superada, y de repente me sentí segura de que tenía los restos de

hombres quemados en el cabello.

―Podría ser ―dijo Harshaw―. Puede que haya actividad volcánica por

aquí cerca. Tal vez por eso se llama Catarata de Fuego.

―No ―replicó Tolya―. Es por eso.

Miré sobre el hombro hacia el valle de abajo. A la luz del sol del atardecer,

la catarata se había convertido en fuego líquido. Debía haber sido un truco de

la niebla o el ángulo del que la veíamos, pero era como si el agua misma

estuviera incendiándose. El sol se ocultó más y encendió cada estanque,

convirtiendo el valle en un crisol.

―Increíble ―gruñó Harshaw. Mal y yo intercambiamos una mirada.

Seríamos afortunados si no intentaba lanzarse.

Zoya dejó caer su mochila al suelo y se desplomó junto a ella.

―Pueden quedarse con su maldito paisaje. Lo único que quiero es una

cama cálida y una copa de vino.

Tolya frunció el ceño.

―Este es un lugar sagrado.

―Genial ―replicó con amargura―. Ve si puedes rezar por un par de

calcetines secos para mí.

Page 233: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

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Traducido por gi_gi

Al amanecer del día siguiente, mientras los otros apagaban el fuego y comían

trozos de galleta, me puse el abrigo y caminé un poco para ver la cascada. La

niebla era densa en el valle. Desde aquí, los huesos en la base del acantilado

parecían árboles. No se veían fantasmas, ni fuego. Se sentía como un lugar

tranquilo, un lugar para descansar.

Guardábamos las carpas cubiertas de ceniza cuando lo oímos: un chillido,

alto y penetrante que repercutió en la aurora. Nos detuvimos de golpe,

silenciosos, y esperamos por si volvía a oírse.

―Podría ser un halcón solamente ―advirtió Tolya.

Mal no dijo nada, simplemente se puso el rifle al hombro y se sumergió en

el bosque. Tuvimos que correr para mantenerle el ritmo.

La subida hasta la cima de la cascada nos llevó la mayor parte del día. Era

empinada y brutal, y aunque mis pies se habían endurecido y mis piernas

estaban acostumbradas a viajes duros, todavía sentía el esfuerzo de este viaje.

Me dolían los músculos bajo el morral, y la frente me sudaba a pesar del frío

en el aire.

―Cuando atrapemos esta cosa ―jadeó Zoya―, la voy a convertir en

estofado.

Podía sentir cómo se propagaba la emoción entre nosotros, la sensación de

que estábamos cerca nos alentó a subir la montaña más rápido. En algunos

lugares la subida era casi vertical, por lo que teníamos que escalar

sujetándonos firmemente de las raíces de árboles escuálidos o meter los dedos

en la roca. En un momento, Tolya sacó unos tachones de hierro y los clavó en

la montaña para que pudiéramos usarlos como escalera improvisada.

Page 234: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Finalmente, por la tarde, luego de arrastrarnos sobre un saliente de roca

irregular nos encontramos en la cima plana del acantilado, una extensión lisa

de roca y musgo, húmeda por la niebla y dividida por la corriente espumosa

del río.

De cara al norte, más allá de la brusca caída de la cascada, podíamos ver el

camino por el que vinimos: la cresta lejana del valle, el campo gris que llevaba

al bosque de ceniza, la hendidura del camino antiguo, y más allá, las

tormentas sobre las colinas cubiertas de hierba. Y eran solo colinas, eso me

quedaba claro ahora, porque si nos girábamos al sur, teníamos el primer

vistazo de las montañas, las enormes Sikurzoi cubiertas de blanco, la fuente

de nieve derretida que alimentaba la Cera Huo.

―Son interminables ―dijo Harshaw con cansancio.

Avanzamos hacia un lado de los rápidos. Sería difícil vadearlos, y no estaba

segura de que fuera necesario, pues podíamos ver al otro lado, donde el

acantilado simplemente terminaba. No había nada allí; la meseta estaba

limpia y decepcionantemente vacía.

El viento aumentó, me despeinó el cabello y sentí la bruma punzante contra

las mejillas. Miré hacia el sur, a las montañas blancas. El otoño ya estaba aquí

y el invierno estaba en camino. Llevábamos viajando más de una semana. ¿Y

si le había pasado algo a los demás en Dva Stolba?

―Bueno ―dijo Zoya enojada―. ¿Dónde está?

Mal se acercó al borde de la cascada y miró hacia el valle.

―Pensé que se suponía que eras el mejor rastreador en toda Ravka

―continuó Zoya―. ¿Adónde vamos?

Mal se pasó una mano por la nuca.

―Bajar por una montaña, subir en la siguiente. Así se hace, Zoya.

―¿Por cuánto tiempo? ―presionó―. No podemos seguir así.

―Zoya. ―advirtió Tolya.

―¿Cómo podemos saber que esta cosa existe siquiera?

―¿Qué esperabas? ―preguntó Tolya―. ¿Un nido?

―¿Por qué no? Un nido, una pluma, una pila humeante de heces. Algo.

Cualquier cosa.

Page 235: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Fue Zoya quien lo dijo, pero sentía el cansancio y la decepción en los otros.

Tolya seguiría adelante hasta colapsar; sin embargo, no estaba segura de que

Harshaw y Zoya pudieran aguantar mucho más.

―Está muy húmedo para acampar aquí ―dije. Señalé hacia el bosque

detrás del páramo donde los árboles eran tranquilizadoramente normales,

con hojas iluminadas con rojo y dorado―. Sigan ese camino hasta que

encuentren un lugar seco. Hagan fuego. Pensaremos qué hacer después de la

cena. Tal vez sea el momento de separarnos.

―No puedes entrar más a Shu Han sin protección ―objetó Tolya.

Harshaw no dijo nada, simplemente acarició a Oncat y no me miró a los

ojos.

―No tenemos que decidirlo ahora. Solo vayan a montar el campamento.

Con cuidado, crucé hasta el borde de la meseta para unirme a Mal. La caída

era vertiginosa, así que mire a la distancia. Si entornaba los ojos, pensé que

podía distinguir el campo quemado donde habíamos ahuyentado a los

ladrones, pero podría haber sido mi imaginación.

―Lo siento ―dijo finalmente.

―No te disculpes. Por lo que sabemos, no existe el pájaro de fuego.

―Pero no lo crees.

―No, pero tal vez no estábamos destinados a encontrarlo.

―Tampoco lo crees ―suspiró―. No sirvo como buen soldado.

Hice una mueca.

―No debería haber dicho eso.

―Una vez pusiste excremento de ganso en mis zapatos, Alina. Puedo

manejar el mal humor ―me miró y dijo―: Todos sabemos el peso que cargas;

no tienes que soportarlo sola.

Negué con la cabeza.

―No lo entiendes. No puedes.

―Puede que no, pero lo he visto con soldados en mi unidad. Mantienes

guardada toda esa ira y dolor. Con el tiempo se derrama, o te ahogas en ella.

Dijo lo mismo cuando recién habíamos llegado a la mina, cuando dijo que

los otros necesitaban pasar conmigo lo que había sucedido en la Hiladora. Yo

Page 236: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

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también lo necesitaba, incluso si no quería admitirlo. Necesitaba no estar sola.

Y Mal tenía razón; sentía que me estaba ahogando, que el miedo se cerraba

sobre mí como un mar helado.

―No es tan fácil ―le dije―. No soy como ellos. No soy como nadie.

―Dudé, pero agregué―: Excepto él.

―No eres como el Darkling.

―Lo soy, incluso si no quieres verlo.

Mal levantó una ceja.

―¿Porque él es poderoso, peligroso y eterno? ―Soltó una risa triste―.

Dime algo. ¿El Darkling habría perdonado Genya? ¿O a Tolya y a Tamar? ¿O

a Zoya? ¿O a mí?

―Es diferente para nosotros ―dije―. Es más difícil confiar.

―Tengo noticias para ti, Alina: es difícil para todo el mundo.

―No lo…

―Lo sé, lo sé, no lo entiendo. Solo sé que no hay forma de vivir sin dolor,

sin importar cuán larga o corta sea tu vida. La gente te decepciona, te hieren

y haces daño a cambio. ¿Pero lo que el Darkling le hizo a Genya? ¿A Baghra?

¿Lo que trató de hacerte con ese collar? Eso es debilidad. Eso es un hombre

asustado. ―Miró hacia el valle―. Puede que nunca logre comprender lo que

es vivir con tu poder, pero sé que eres mejor que eso. Y ellos lo saben también

―dijo con una inclinación de cabeza hacia donde los demás habían ido a

montar el campamento―. Es por eso que estamos aquí, luchando a tu lado.

Es por eso que Zoya y Harshaw se quejarán toda la noche, pero mañana se

quedarán.

―¿Lo crees?

Asintió.

―Comeremos, dormiremos, y luego veremos qué sucede.

Suspiré. ―Solo sigue adelante.

Posó una mano en mi hombro.

―Sigue avanzando, y si caes, te levantas. Y cuando ya no puedas, dejas que

te carguemos. Me dejas cargarte. ―Deja caer su mano―. No te quedes aquí

mucho tiempo ―me pidió, luego se giró y se dirigió a la meseta.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

«No te fallaré nuevamente».

La noche antes que Mal y yo entráramos por primera vez al Abismo, me

había prometido que sobreviviríamos. «Vamos a estar bien ―me había

dicho―. Siempre lo estamos». Durante ese año, fuimos torturados y

aterrorizados, nos rompieron y recompusieron. Era probable que no

volviéramos a sentirnos bien, pero había necesitado esa mentira entonces, y

la necesitaba ahora. Nos mantuvo de pie, nos mantuvo luchando otro día. Era

lo que habíamos estado haciendo toda la vida.

El sol comenzaba a ponerse. Me quedé de pie al borde de la catarata,

escuchando el ímpetu del agua. A medida que se ponía el sol, la cascada se

encendía y observé mientras los estanques en el valle se volvían dorados. Me

incliné sobre el precipicio y vislumbré la pila de huesos de abajo. Lo que fuera

que Mal había estado cazando, era grande. Miré la niebla que se elevaba sobre

las rocas en la base de la catarata, la forma en que ondeaba y cambiaba, casi

parecía que estuviera viva, como si…

Algo vino directo hacia mí. Tropecé hacia atrás y golpeé el suelo con un

ruido sordo en el coxis. Un chillido cortó el silencio.

Mis ojos buscaron en el cielo. Una gran forma alada se elevó sobre mí en un

arco cada vez mayor.

―Mal ―grité. Mi morral estaba al borde de la meseta, junto con mi rifle y

mi arco. Corrí hacia ellos, y el pájaro de fuego se lanzó hacia mí.

Era enorme, blanco como el ciervo y la sierpe de mar, de alas enormes

teñidas con llamas doradas que batían el aire, provocando una ráfaga que me

lanzó hacia atrás. En cuanto abrió su enorme pico, un chillido resonó en el

valle. Era lo bastante grande para arrancarme el brazo de un solo bocado, tal

vez la cabeza. Sus garras brillaron, largas y afiladas.

Levanté las manos para utilizar el Corte, pero no pude mantener el

equilibrio, me resbalé y rodé hacia el borde del acantilado. Golpeé la roca

húmeda con la cadera, luego con la cabeza. «Los huesos ―pensé―. Oh,

Santos, los huesos al fondo de las cataratas». Así mataba.

Arañé la piedra resbaladiza, intentando sujetarme… y entonces empecé a

caer.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Mi grito quedó atrapado en mi boca cuando casi me arrancan el brazo de la

articulación. Mal me sujetaba debajo del codo. Estaba acostado sobre su

abdomen, colgando sobre el acantilado, mientras el pájaro de fuego daba

vueltas sobre él en la luz mortecina.

―¡Te tengo! ―gritó, pero su agarre se deslizaba por la piel húmeda de mi

antebrazo.

Mis pies colgaban sobre la nada, el corazón me latía con fuerza en el pecho.

―Mal… ―dije desesperada.

Se inclinó más. Ambos caeríamos.

―Te tengo ―repitió, con ojos resplandecientes. Sus dedos se cerraron

alrededor de mi muñeca.

La sacudida nos golpeó al mismo tiempo, el mismo choque crepitante que

sentimos esa noche en los bosques cerca del banya. Él se estremeció, pero esta

vez no tuvimos más remedio que sujetarnos fuerte. Nuestras miradas se

encontraron y el poder surgió entre nosotros, brillante e inevitable. Tuve la

sensación de que una puerta se abría de par en par, y lo único que quería era

atravesarla. Esta muestra de euforia perfecta y brillante no era nada

comparada a lo que había al otro lado. Olvidé dónde estaba, lo olvidé todo,

menos la necesidad de cruzar ese umbral, de reclamar ese poder.

Y con esa hambre vino la horrible comprensión.

«No ―pensé con desesperación―. Esto no».

Pero era demasiado tarde. Lo sabía.

Mal apretó los dientes, y su agarre se hizo más fuerte. Sentí como si mis

huesos se frotaran, el ardor del poder era casi insoportable, un gemido sordo

que me llenaba la cabeza. Mi corazón latía con tanta fuerza que pensé que tal

vez no sobreviviría. Tenía que atravesar esa puerta.

Entonces, milagrosamente, comenzó a alzarme centímetro a centímetro.

Con la otra mano toqueteé la roca en busca de la cima del acantilado, hasta

que finalmente la alcancé. Mal me sujetó de los dos brazos, y me deslicé a

salvo sobre la meseta.

Page 239: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Tan pronto su mano me soltó la muñeca, el estremecimiento de poder cedió.

Nos arrastramos lejos del borde, con los músculos temblando, jadeando en

busca de aire.

El chillido resonó de nuevo y el pájaro de fuego se precipitó hacia nosotros.

Nos arrodillamos apresuradamente, pero Mal no tuvo tiempo de sacar su

arco; se puso frente a mí con los brazos extendidos, mientras el pájaro de

fuego se lanzaba chillando al ataque con las garras dirigidas hacia él.

El impacto nunca llegó. El pájaro de fuego se detuvo en seco, con las garras

a escasos centímetros del pecho del Mal. Sus alas batieron una vez, dos veces,

y nos lanzaron hacia atrás. El tiempo pareció detenerse. Pude vernos a los dos

reflejados en sus grandes ojos dorados; su pico afilado, y sus plumas parecían

brillar con luz propia. A pesar del miedo, estaba impresionada. El pájaro de

fuego era Ravka. Parecía correcto que estuviéramos arrodillados.

Dio otro chillido desgarrador, luego giró y agitó las alas, volando hacia el

crepúsculo.

Nos hundimos en el suelo, respirando con dificultad.

―¿Por qué se detuvo? ―jadeé.

Pasó un largo momento, luego Mal dijo:

―Ya no lo estamos cazando.

Lo sabía, igual que yo. Mal lo sabía.

―Tenemos que salir de aquí ―dijo―. Podría volver.

Vagamente, fui consciente de que los demás corrían hacia nosotros sobre la

roca resbaladiza mientras nos poníamos de pie. Debían haber oído mis gritos.

―¡Ahí estaba! ―gritó Zoya, señalando la forma en retirada del pájaro de

fuego, luego levantó las manos para intentar traerlo de vuelta con una

corriente de aire.

―Zoya, detente ―dijo Mal―. Déjalo ir.

―¿Por qué? ¿Qué pasó? ¿Por qué no lo mataste?

―No es el amplificador.

―¿Cómo lo saben?

No respondimos.

―¿Qué está pasando? ―gritó.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Es Mal ―reconocí por fin.

―¿Qué es Mal? ―preguntó Harshaw.

―Mal es el tercer amplificador. ―Las palabras salieron ásperas, pero

sólidas, de manera mucho más uniforme y fuerte de lo que jamás hubiera

imaginado.

―¿De qué estás hablando? ―Zoya tenía los puños apretados, y las mejillas

sonrosadas.

―Debemos buscar refugio ―dijo Tolya.

Cojeamos a través de la meseta y seguimos a los otros una corta distancia

hasta la siguiente colina, donde habían instalado el campamento cerca de un

gran álamo.

Mal dejó caer su rifle y se descolgó el arco.

―Voy a ir a buscar la cena ―nos informó, y se adentró en el bosque antes

de que pudiera pensar en protestar.

Me dejé caer en el suelo. Harshaw hizo fuego, y me senté frente a él para

mirar las llamas, apenas sintiendo su calor. Tolya me dio una petaca, luego se

agachó, y después de esperar a que asintiera, devolvió mi hombro a su

posición. El dolor no fue suficiente para detener la imágenes que pasaban por

mi cabeza, las conexiones que mi mente no paraba de hacer.

Una niña en un campo, de pie junto a su hermana asesinada; volutas negras

del Corte elevándose del cuerpo, un padre de rodillas a su lado.

«Era un gran Sanador». Baghra lo había entendido mal. Había sido

necesario más que la Pequeña Ciencia para salvar a la otra hija de Morozova;

se había necesitado merzost, resurrección. Yo también me había equivocado:

la hermana de Baghra no había sido Grisha después de todo, había sido

otkazat'sya.

―Debías saberlo ―dijo Zoya, sentada al otro lado del fuego con mirada

acusatoria.

¿Lo sabía? Había asumido que la sacudida esa noche junto al banya era algo

en mí.

Y a pesar de todo, cuando miraba hacia atrás, el patrón era claro. La primera

vez que usé mi poder había sido cuando Mal agonizaba en mis brazos.

Page 241: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Habíamos buscado al ciervo por semanas, pero lo encontramos después de

nuestro primer beso. Cuando la sierpe de mar había aparecido, Mal me tenía

rodeada con sus brazos, estábamos juntos por primera vez desde que nos

habían obligado a abordar la nave del Darkling. Los amplificadores querían

reunirse.

¿Y acaso nuestras vidas no habían estado atadas desde el principio? Por la

guerra, por el abandono, tal vez por algo más. No podía ser casualidad que

hubiéramos nacido en aldeas vecinas, que hubiéramos sobrevivido a la guerra

que se había llevado a nuestras familias, que los dos termináramos en

Keramzin.

¿Esta era la verdad detrás del don para rastrear de Mal, que estaba ligado a

todo, a la creación en el corazón del mundo? No era un Grisha, ni ningún

amplificador normal, ¿sino algo completamente distinto?

«Me he convertido en un arma». Un arma para ser utilizada. Cuánta razón

había tenido.

Me cubrí la cara con las manos. Quería borrar este conocimiento,

arrancármelo de la cabeza. Porque ansié el poder al otro lado de la puerta

dorada, lo deseé con una fiebre tan pura y dolorosa que me dieron ganas de

rasgarme la piel. El precio por ese poder sería la vida de Mal.

¿Qué había dicho Baghra? «Puede que no seas capaz de sobrevivir al

sacrificio que requiere el merzost».

Mal regresó un poco más tarde con dos conejos gordos. Oí los sonidos que

producían Tolya y Mal mientras limpiaban y luego cocinaban a los animales,

y pronto sentí el olor de la carne cocida. No tenía hambre.

Nos sentamos allí, escuchando el crepitar de las llamas, hasta que

finalmente Harshaw habló:

―Si alguien no habla pronto, voy a incendiar los bosques.

Así que tomé un sorbo de la petaca de Zoya, y hablé. Las palabras fluyeron

con más facilidad de lo que esperaba. Les conté la historia de Baghra, la

horrible historia de un hombre obsesionado, de la hija que abandonó, y de la

otra hija que había estado a punto de morir a causa de aquello.

Page 242: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―No ―me corregí―. Ella murió ese día, Baghra la mató, y Morozova la

revivió.

―Nadie puede…

―Él pudo. No fue sanación, fue resurrección, el mismo proceso que utilizó

para crear los otros amplificadores. Todo está en sus diarios. ―Los medios

para mantener el oxígeno en la sangre, el método para prevenir la

putrefacción. El poder de Sanador y de Fabricador forzado a su límite y más

allá, para una acción a la que no estaba destinado.

―Merzost ―susurró Tolya―. Poder sobre la vida y la muerte.

Asentí. Magia. Abominación. El poder de la creación. Por eso los diarios

estaban incompletos. Al final, Morozova no había tenido ninguna razón para

cazar una criatura que convertir en el tercer amplificador. El ciclo ya se había

completado, pues había dotado a su hija con el poder que había destinado al

pájaro de fuego. El círculo se había cerrado.

Morozova había logrado su gran diseño, pero no de la forma que había

esperado. «Al incursionar en merzost, bueno, los resultados nunca son

exactamente lo que uno esperaría». Cuando el Darkling había manipulado la

creación en el corazón del mundo, el castigo por su arrogancia fue el Abismo,

un lugar donde su poder era inútil. Morozova había creado tres

amplificadores que nunca podrían reunirse sin que su hija perdiera la vida,

sin que sus descendientes pagaran en carne y hueso.

―Pero el ciervo y la sierpe de mar… ellos eran antiguos ―razonó Zoya.

―Morozova los escogió deliberadamente. Eran criaturas sagradas, únicas

y feroces. Su hija era solo una niña otkazat'sya ordinaria.

¿Fue por eso que el Darkling y Baghra la descartaron con tanta facilidad?

Asumieron que había muerto ese día, pero la resurrección debía haberla

hecho más fuerte. Su frágil vida mortal, una vida atada por las reglas de este

mundo, había sido reemplazada por otra cosa. Pero en el momento en que

Morozova le dio a su hija una segunda vida, una vida que no le pertenecía a

ella, ¿le habría importado si era una abominación lo que lo hizo posible?

Page 243: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―Ella sobrevivió a la caída en el río ―continué―, y Morozova la llevó

hacia el sur hasta los asentamientos. ―Para vivir y morir a la sombra del arco

que algún día daría a Dva Stolba su nombre.

Miré a Mal.

―Le debe haber traspasado su poder a sus descendientes, incorporado en

sus huesos. ―Se me escapó una risa amarga―. Pensé que era yo ―admití―.

Estaba tan desesperada por creer que había un gran objetivo para todo esto,

que yo no había aparecido… de la nada. Pensé que era de la otra rama de la

línea de Morozova. Pero eras tú, Mal, siempre fuiste tú.

Mal me miraba a través de las llamas; no había dicho ni una palabra en toda

la conversación, en una cena en la que solo Tolya y Oncat comieron. No dijo

nada ahora. En su lugar, se levantó, se acercó a mí y me tendió una mano.

Dudé por el más brevísimo instante, casi con miedo de tocarlo, luego posé mi

palma en la suya y lo dejé levantarme. En silencio, me llevó a una de las

tiendas.

A mi espalda, oí que Zoya murmuraba:

―Oh, Santos, ¿ahora tengo que escuchar a Tolya roncar toda la noche?

―Tú también roncas ―le dijo Harshaw―. Y no es propio de una dama.

―Yo no…

Sus voces se desvanecieron cuando nos entramos a los confines oscuros de

la tienda. La luz del fuego se filtraba a través de las paredes de lona y

proyectaba sombras oscilantes. Sin decir una palabra, nos tumbamos sobre las

pieles y Mal me acunó. Mi espalda contra su pecho, sus brazos rodeándome

con fuerza, su aliento suave contra el hueco de mi cuello; era la forma en que

habíamos dormido con los insectos zumbando a nuestro alrededor, en las

orillas del estanque de Trivka, en el vientre de un barco con destino a Novyi

Zem, en un estrecho catre en la destartalada pensión en Cofton.

Su mano se deslizó por mi antebrazo y, suavemente, llegó a la piel

desnuda de mi muñeca. Dejó que sus dedos me rozaran, probaran, y cuando

se encontraron, el golpe de poder nos atravesó. Incluso esa escasa prueba de

poder tenía una fuerza casi insoportable.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Se me formó un nudo en la garganta, con miseria, confusión, y con un deseo

vergonzoso e indiscutible. Era demasiado, demasiado cruel. «No es justo».

Palabras estúpidas e infantiles. Sin sentido.

―Encontraremos otra manera ―susurré.

Los dedos de Mal se separaron, pero mantuvo mi muñeca en un agarre

suelto mientras me acercaba. Me sentía como siempre en sus brazos:

completa, como si estuviera en casa. Pero ahora tenía que cuestionarme

incluso eso. ¿Lo que había sentido era real o algún producto de un destino

que Morozova había puesto en marcha hacía cientos de años?

Mal me apartó el pelo del cuello, y me besó suavemente en la piel por

encima del collar.

―No, Alina ―respondió en voz baja―. No lo haremos.

* * *

El viaje de vuelta a Dva Stolba pareció más corto. Nos mantuvimos en las

tierras altas, en las estrechas cadenas de las colinas, mientras la distancia y los

días se desvanecían bajo nuestros pies. Avanzábamos más rápido debido a

que el terreno era familiar y Mal no estaba en busca de signos del pájaro de

fuego, pero también me sentía como si el tiempo estuviera encogiéndose.

Temía a la realidad que nos esperaba de regreso en el valle, las decisiones que

tendríamos que tomar, las explicaciones que tendría que dar.

Viajamos casi en silencio, Harshaw tarareaba ocasionalmente o le

murmuraba a Oncat, los demás permanecimos enfocados en nuestros propios

pensamientos. Después de esa primera noche, Mal se mantuvo a distancia. No

me había acercado a él, ni siquiera estaba segura de lo que quería decir. Su

estado de ánimo había cambiado; esa calma seguía ahí, pero ahora tenía la

extraña sensación de que se estaba bebiendo el mundo, como si estuviera

memorizándolo. Volvía el rostro hacia el sol y cerraba los ojos, o rompía un

tallo de caléndula y lo presionaba contra su nariz. Cazaba para nosotros las

noches que podíamos cubrir las fogatas, señalaba nidos de alondras y

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geranios silvestres, e incluso atrapó un ratón de campo para Oncat, que era

demasiado mimada para cazar por su cuenta.

―Para un hombre condenado luces muy animado ―comentó Zoya.

―No está condenado ―espeté.

Mal puso una flecha en su arco, la echó hacia atrás, y la soltó. Vibró en lo

que parecía un cielo despejado y vacío, pero un segundo más tarde, oímos un

graznido lejano y una forma cayó a la tierra un kilómetro y medio por delante

de nosotros. Se echó su arco al hombro.

―Todos morimos ―dijo mientras corría para recuperar su presa―. No

todos mueren por una razón.

―¿Estamos filosofando? ―preguntó Harshaw―. ¿O eran letras de

canciones?

Cuando Harshaw empezó a tararear, corrí para alcanzar a Mal.

―No digas eso ―le pedí cuando llegué a su lado―. No hables de esa

manera.

―Está bien.

―Y no pienses de esa manera tampoco.

Él sonrió.

―Mal, por favor ―dije desesperadamente, sin estar segura siquiera de lo

que le pedía. Lo cogí de la mano, se giró hacia mí, y no me detuve a pensar:

me puse de puntillas y lo besé. Le tomó un segundo reaccionar, luego dejó

caer su arco y me devolvió el beso. Me rodeó con sus brazos, y presionó los

duros planos de su cuerpo contra el mío.

―Alina… ―comenzó.

Lo tomé de las solapas de su abrigo, con lágrimas en los ojos.

―No me digas que todo esto sucede por una razón ―le dije con fiereza―.

O que todo va a salir bien. No me digas que estás listo para morir.

Nos quedamos en la hierba alta, con el viento cantando entre los juncos. Me

miró a los ojos.

―No todo va a salir bien. ―Me apartó el pelo de las mejillas y ahuecó mi

rostro con sus manos ásperas―. Nada de esto sucede por una razón. ―Rozó

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Leigh Bardugo Dark Guardians

sus labios sobre los míos―. Y que los Santos me ayuden, Alina, pero quiero

vivir para siempre.

Me besó de nuevo, y esta vez, no se detuvo. No hasta que mis mejillas se

sonrojaron y mi corazón palpitaba acelerado; no hasta que apenas podía

recordar mi propio nombre, sin que importara nadie más; no hasta que

escuchamos cantar a Harshaw y a Tolya refunfuñar, mientras Zoya prometía

alegremente asesinarnos a todos.

* * *

Esa noche, me dormí en los brazos de Mal, envuelta en pieles bajo las

estrellas. Susurramos en la oscuridad, nos robamos besos, conscientes de los

otros descansando a tan solo unos metros de distancia. Una parte de mí

deseaba que un grupo de asalto shu viniera, nos atravesara el corazón con una

bala y nos dejaran ahí para siempre, dos cuerpos que se convertirían en polvo

y serían olvidados. Pensé en irnos, abandonar a los demás, abandonar Ravka

como habíamos intentado una vez, atravesar las montañas hasta llegar a la

costa.

Pensé en todas estas cosas, pero me levanté a la mañana siguiente, y la

mañana después de esa, comí galletas seca, y bebí té amargo. Demasiado

pronto, las montañas se desvanecieron, y comenzamos nuestro descenso final

hacia Dva Stolba. Habíamos vuelto antes de lo esperado, a tiempo para

recuperar el Avetoro y encontrar las fuerzas que el Apparat pudiera haber

enviado a Caryeva. Cuando vi los dos ejes de piedra de las ruinas, quise

derribarlos, dejar que el Corte hiciera lo que el tiempo y los elementos no

habían logrado, y convertirla en escombros.

Nos tomó un poco de tiempo localizar la hospedería donde Tamar y los

otros habían encontrado alojamiento. Era de dos pisos y de un azul alegre, el

pórtico adornado con campanas de oración, y techo puntiagudo cubierto de

inscripciones shu que brillaban con pintura dorada.

Encontramos a Tamar y Nadia sentadas a una mesa baja en una de las salas

públicas. Adrik estaba con ellas, la manga vacía del abrigo muy bien fijada, y

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un libro posado torpemente sobre sus rodillas. Se levantaron cuando nos

vieron.

Tolya abrazó a su hermana con fuerza, mientras Zoya abrazaba a Nadia y

a Adrik de forma reticente. Tamar me envolvió en sus brazos mientras Oncat

saltaba de los hombros de Harshaw para comer los restos de comida.

―¿Qué pasó? ―preguntó al ver mi expresión preocupada.

―Más tarde.

Misha llegó corriendo por las escaleras y se lanzó hacia Mal.

―¡Volvieron! ―gritó.

―Por supuesto que sí ―dijo Mal, atrayéndolo en un abrazo―. ¿Hiciste tus

deberes?

Misha asintió solemnemente.

―Bien. Espero un informe completo más tarde.

―Vamos ―dijo Adrik ansiosamente―. ¿Lo encontraron? David está arriba

con Genya, ¿debería ir a buscarlo?

―Adrik ―lo regañó Nadia―, están agotados y probablemente muertos de

hambre.

―¿Hay té? ―preguntó Tolya.

Adrik asintió y fue a ordenar.

―Tenemos noticias ―dijo Tamar―, y no son buenas.

No pensé qué podría ser peor que nuestras noticias, así que la animé.

―Dime.

―El Darkling arremetió contra Ravka Occidental.

Me senté de golpe.

―¿Cuándo?

―Casi inmediatamente después de que se fueron.

Asentí. Me consolaba un poco saber que no podría haber hecho nada.

―¿Qué tan mal?

―Usó el Abismo para sacar un gran trozo del sur, pero por lo que hemos

escuchado, la mayoría de la gente había evacuado.

―¿Saben algo de las fuerzas de Nikolai?

Page 248: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

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―Hay rumores de grupos luchando bajo la bandera Lantsov, pero sin

Nikolai para guiarlos, no estoy segura de cuánto tiempo vayan a resistir.

―Muy bien. ―Al menos ahora sabía con lo que estábamos lidiando.

―Hay más.

Miré a Tamar de forma interrogante, y la expresión de su cara me provocó

un escalofrío.

―El Darkling atacó Keramzin.

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Traducido por Jeiis_22

Sentí que el estómago se me estremecía.

―¿Qué?

―Hay… hay rumores de que lo incendió.

―Alina ―dijo Mal.

―Los estudiantes ―dije, mientras el pánico comenzaba a embargarme―.

¿Qué pasó con los estudiantes?

―No lo sabemos ―contestó Tamar.

Me tapé los ojos con las manos y traté de pensar.

―¡Tu llave! ―exclamé, jadeando.

―No hay razón alguna para creer…

―La llave ―repetí, y oí que mi voz temblaba.

Tamar me la entregó.

―Tercera puerta a la derecha ―dijo en voz baja.

Subí la escalera de dos en dos, pero cerca de la cima, me resbalé y me

golpeé con fuerza la rodilla en uno de los escalones. Apenas lo sentí, me

tambaleé por el pasillo contando las puertas. Las manos me temblaban tanto

que me tomó dos intentos introducir la llave en la cerradura y conseguir que

girara.

La habitación estaba pintada en tonos rojos y azules, igual de alegre que el

resto del lugar. Vi la chaqueta de Tamar arrojada sobre una silla junto a la

palangana de lata, las dos camas pequeñas estaban unidas y las mantas de

lana arrugadas; la luz del sol de otoño inundaba la habitación por la ventana

abierta, y una brisa ligera revoloteaba las cortinas.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Cerré la puerta, me acerqué a la ventana y me sujeté al alféizar. Apenas

registré las casas maltrechas al borde del asentamiento, las ruinas a la

distancia y las montañas más allá. Sentí el tirón de la herida en mi hombro, la

oscuridad deslizándose en mi interior, y me lancé a través del vínculo en su

busca, el único pensamiento en mi mente: «¿Qué has hecho?»

Con mi próximo aliento, estaba de pie frente a él, la habitación era un

borrón a mi alrededor.

―Por fin ―exclamó el Darkling. Se volvió hacía mí y su hermoso rostro

entró en foco. Estaba apoyado contra la repisa de la chimenea, su silueta era

asquerosamente familiar. Sus ojos grises tenían una mirada vacía, torturada.

¿Fue la muerte de Baghra la que lo había dejado así, o era por otro crimen

horrendo que había cometido aquí?

―Ven ―dijo el Darkling suavemente―. Quiero que veas.

Temblaba, pero le permití que tomara mi mano y la posara en la curva de

su brazo. Al hacerlo, los bordes borrosos de mi visión se aclararon y la

habitación volvió a la vida a mí alrededor.

Estábamos en lo que había sido la sala de estar de Keramzin. Los sofás

desgastados estaban teñidos de negro con hollín, y el preciado samovar de

Ana Kuya yacía de costado, como un bulto sin brillo. No quedaba nada de las

paredes, solo un esqueleto carbonizado e irregular, los fantasmas de las

puertas. Las escaleras curvadas de metal que llevaban al salón de música

habían colapsado por el calor, y los escalones se habían fundido. Ya no había

techo, por lo que podía ver sin interrupciones la destrucción de la segunda

planta. Donde debería haber estado el ático, solo había cielo gris.

«Qué extraño ―pensé tontamente―. El sol brilla en Dva Stolba».

―He estado aquí durante días, esperándote ―dijo, guiándome por los

restos, sobre los montones de escombros, a través de lo que una vez había sido

el salón de entrada.

Los escalones de piedra que conducían a la puerta principal estaban

manchados de ceniza, pero intactos.

Page 251: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Vi el largo camino recto de grava, los pilares blancos de la puerta, el

camino que conducía a la ciudad; habían pasado casi dos años desde que

había visto este paisaje, pero era tal y cómo lo recordaba.

El Darkling me puso las manos sobre los hombros y me giró poco a poco.

Mis piernas cedieron y caí de rodillas, tapándome la boca con las manos.

Dejé salir un sonido demasiado quebrado para ser un grito.

El roble que una vez había escalado por una apuesta seguía en pie, sin

rastros de quemadura por el fuego que había destruido Keramzin.

Ahora sus ramas estaban llenas de cuerpos. Los tres instructores Grisha

colgaban de la misma rama gruesa, y sus keftas revoloteaban ligeramente al

viento, púrpura, rojo y azul. Junto a ellos se encontraba Botkin, con el rostro

prácticamente negro por encima de la cuerda que se había ahondado en su

cuello. Estaba cubierto de heridas; había muerto luchando antes de que lo

hubiesen colgado. Junto a él, Ana Kuya se balanceaba en su vestido negro,

con su pesado llavero en la cintura, y las puntas de sus botas casi rozando el

suelo.

―En mi opinión, ella era lo más parecido que tenías a una madre

―murmuró el Darkling.

Los sollozos que me sacudían eran como los azotes de un látigo, me

estremecí con cada uno, me incliné y colapsé. El Darkling se arrodilló frente a

mí, me tomó de las muñecas para alejar mis manos de mi rostro, como si

quisiera verme llorar.

―Alina ―dijo. Mantuve la vista en los escalones, las lágrimas me

nublaban la vista. Me negaba a mirarlo―. Alina ―repitió.

―¿Por qué? ―La palabra fue un gemido, el llanto de un niño―. ¿Por qué

hiciste algo así? ¿Cómo pudiste hacer algo así? ¿No sientes nada de esto?

―He vivido una vida larga, llena de dolor. Mis lágrimas se secaron hace

mucho tiempo. Si todavía sintiera como tú, si sintiera el dolor como tú, no

podría haber soportado esta eternidad.

―Espero que Botkin matara a veinte de tus Grisha ―le espeté―, un

centenar.

―Era un hombre extraordinario.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―¿Dónde están los estudiantes? ―me obligué a preguntar, aunque no

estaba segura de poder soportar su respuesta―. ¿Qué has hecho?

―¿Dónde estás tú, Alina? Estaba seguro de que vendrías a mí cuando

ataqué Ravka Occidental, pensé que tu conciencia te lo exigiría. Tenía la

esperanza de que esto te hiciera aparecer.

―¿Dónde están? ―grité.

―Están a salvo, por ahora. Estarán en mi esquife cuando entre al Abismo

de nuevo.

―Como rehenes ―dije débilmente.

Asintió con la cabeza.

―En caso de que tengas alguna idea de atacar en lugar de rendirte. En

cinco días volveré al Falso Océano y vendrás a mí, tú y el rastreador, o enviaré

el Abismo hasta la costa de Ravka Occidental y haré marchar a los niños, uno

por uno, a merced de los volcra.

―Este lugar… estas personas, eran inocentes.

―He esperado cientos de años por este momento, por tu poder, por esta

oportunidad. Me lo he ganado con pérdidas y lucha. Lo tendré, Alina, cueste

lo que cueste.

Quería arañarlo, decirle que vería cómo lo destrozaban sus propios

monstruos, que haría recaer sobre él todo el poder de los amplificadores de

Morozova, un ejército de luz, nacido por merzost, perfecto en su venganza.

Podría ser capaz de hacerlo también, si Mal se sacrificaba.

―No quedará nada ―susurré.

―No ―contestó suavemente mientras me envolvía en sus brazos. Me besó

en lo alto de la cabeza―. Te despojaré de todo lo que conoces, todo lo que

amas, hasta que no tengas más refugio, solo yo.

Afligida, horrorizada, me permití desmoronarme.

* * *

Seguía de rodillas, sujetando el alféizar de la ventana y la frente apoyada

contra los listones de madera de la pared. En el exterior de la pensión se oía

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Leigh Bardugo Dark Guardians

el débil tintineo de las campanillas de oración, mientras que en el interior no

se oía más que mi respiración y el sonido desapacible de mis sollozos mientras

el látigo me seguía azotando. Me hice un ovillo y lloré. Ahí fue donde me

encontraron.

No oí cuando abrieron la puerta, o sus pasos al aproximarse, solo sentí que

unas manos amables me sujetaban. Zoya me sentó en el borde de la cama y

Tamar se instaló a mi lado. Nadia me pasó un peine por cabello y desenredó

cuidadosamente los nudos. Genya me lavó la cara primero y luego las manos

con un paño frío que había humedecido en la palangana; olía un poco a menta.

Nos quedamos sentadas allí, sin decir nada, todas agrupadas a mí

alrededor.

―Tiene a los estudiantes ―dije inexpresiva―. Veintitrés niños. Mató a los

maestros y a Botkin. ―Y a Ana Kuya, una mujer que nunca habían conocido,

la mujer que me había criado―. Mal… ―comencé.

―Nos contó todo ―dijo Nadia con gentileza.

Creo que una parte de mi esperaba que me culparan, que me recriminaran.

En cambio, Genya apoyó la cabeza en mi hombro y Tamar me apretó mi

mamo.

Me di cuenta de que no era que intentaran consolarme solamente; se

apoyaban en mí, tal como yo me apoyaba en ellas, en busca de fuerza.

«He vivido una vida larga, llena de dolor».

¿El Darkling había tenido amigos como estos? ¿Personas a las que había

amado, que habían luchado por él, cuidado de él y lo habían hecho reír?

¿Personas que se habían convertido en algo más que sacrificios por un sueño

que los había sobrevivido?

―¿Cuánto tiempo tenemos? ―preguntó Tamar.

―Cinco días.

Llamaron a la puerta: era Mal. Tamar le hizo espacio a mi lado.

―¿Muy grave? ―preguntó.

Asentí. Aún no podía soportar decirle lo que había visto.

―Tengo cinco días para rendirme, o volverá a usar el Abismo.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Lo hará de todos modos ―dijo Mal―. Tú misma lo dijiste, encontrará

una razón.

―Creo que podría conseguir algo más de tiempo…

―¿A qué precio? Estabas dispuesta a dar tu vida ―dijo en voz baja―. ¿Por

qué no me dejas hacer lo mismo?

―Porque no puedo soportarlo.

Su rostro se endureció, me cogió de la muñeca y sentí de nuevo esa

sacudida. Tras mis párpados la luz se precipitó en un torrente, como si todo

mi cuerpo estuviese listo para partirse. Detrás de esa puerta yacía un poder

tremendo, y la muerte de Mal la abriría.

―Lo soportarás ―dijo―. O todas estas muertes, todo lo que hemos dejado,

será a cambio nada.

Genya se aclaró la garganta.

―Hm. El caso es que, es posible que no tengas que hacerlo. David tiene

una idea.

* * *

―En realidad, fue idea de Genya ―corrigió David.

Estábamos amontonados alrededor de una mesa bajo un toldo, un poco

alejados de nuestra pensión. No había restaurantes reales en esta parte del

asentamiento, sino una especie de taberna improvisada en un solar

achicharrado. Había faroles colgados sobre las mesas tambaleantes, un barril

de leche dulce fermentada, y carne asándose sobre dos tambores de metal,

como el que habíamos visto ese primer día en el mercado. El aire estaba

cargado con olor a humo de enebro.

Dos hombres jugaban a los dados es una mesa cerca al barril, mientras que

otro punteaba una tonada vaga en una guitarra maltratada. No había melodía

discernible, pero Misha parecía satisfecho, pues había comenzado una danza

elaborada que aparentemente requería aplausos y una gran cantidad de

concentración.

―Nos aseguraremos de poner el nombre de Genya en la placa ―dijo

Zoya―. Solo sigue explicando.

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―¿Recuerdas cómo ocultaste el Avetoro? ―preguntó David―. ¿La forma

en que curvaste la luz alrededor de la nave en lugar de dejarla rebotar contra

ella?

―Estaba pensado… ―dijo Genya―. ¿Qué pasa si puedes hacerlo con

nosotros?

Fruncí el ceño.

―Te refieres…

―Es el mismo principio ―dijo David―. Es un gran desafío, porque hay

más variables que solo cielo azul, pero curvar la luz alrededor de un soldado

no es diferente de curvar la luz alrededor de un objeto.

―Espera un momento ―dijo Harshaw―. ¿Quieres decir que seríamos

invisibles?

―Exactamente ―contestó Genya.

Adrik se inclinó hacia delante.

―El Darkling zarpará desde los diques secos en Kribirsk. Podríamos

colarnos en su campamento y liberar a los estudiantes de esa manera ―dijo

con el puño apretado y los ojos brillantes. Conocía a esos niños mejor que

cualquiera de nosotros, algunos eran probablemente sus amigos.

Tolya frunció el ceño.

―No hay manera de que lleguemos al campamento y los liberemos sin que

nos vean. Algunos de los niños son menores que Misha.

―Kribirsk será demasiado complicado ―dijo David―, mucha gente que

interrumpa las líneas de visión. Si Alina tuviese más tiempo para practicar…

―Tenemos cinco días ―repetí.

―Entonces atacamos en el Abismo ―dijo Genya―. La luz de Alina

mantendrá los volcra a raya.

Negué con la cabeza.

―Aún tendríamos que luchar contra los nichevo’ya del Darkling.

―No si no nos pueden ver ―dijo Genya.

Nadia sonrió.

―Estaríamos ocultos a plena vista.

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―También tendrá oprichniki y Grisha ―dijo Tolya―. No estarán faltos de

munición como nosotros. Incluso si no pueden ver a sus objetivos, pueden

abrir fuego y esperar a tener suerte.

―Entonces nos quedamos fuera de alcance. ―Tamar movió su plato al

centro de la mesa―. Este es el esquife de cristal ―dijo―. Ponemos tiradores

alrededor del perímetro para acabar con las filas del Darkling. Luego nos

acercamos lo suficiente para colarnos en el esquife, y una vez que pongamos

los niños a salvo…

―Lo volamos en pedazos ―aportó Harshaw, prácticamente salivando

ante la perspectiva de la explosión.

―Y al Darkling con él ―terminó Genya.

Le di una vuelta al plato de Tamar, ponderando lo que los otros sugerían.

Sin el tercer amplificador, mi poder no era rival para el Darkling en un

enfrentamiento; él lo había comprobado en términos muy claros. Pero, ¿y si

me acercaba sin que me viera utilizando la luz para ocultarme tal como otros

utilizaban la oscuridad? Era solapado, incluso cobarde, pero el Darkling y yo

habíamos dejado el honor atrás hacía mucho tiempo. Había estado en mi

cabeza, desató una guerra en mi corazón; no estaba interesada en una lucha

justa, no si había una posibilidad de que pudiese salvar la vida de Mal.

Como si pudiera leerme la mente, Mal dijo:

―No me gusta, demasiadas cosas pueden salir mal.

―No es solo tu elección ―dijo Nadia―. Has estado luchando a nuestro

lado y has sangrado con nosotros durante meses. Nos merecemos la

oportunidad de intentar salvar tu vida.

―Incluso si eres un otkazat’sya inútil ―añadió Zoya.

―Ten cuidado ―sugirió Harshaw―. Estás hablando con el… del

Darkling. Espera, ¿qué eres? ¿Su primo? ¿Su sobrino?

Mal se estremeció.

―No tengo ni idea.

―¿Empezarás a vestir de negro?

―No ―contestó Mal rotundamente.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Eres uno de nosotros te guste o no ―dijo Genya―. Además, si Alina

tiene que matarte, puede que se vuelva completamente loca y tendrá los tres

amplificadores. Entonces dependerá de Misha detenerla con el poder de un

baile horrible.

―Alina es muy temperamental ―agregó Harshaw, y se tocó la sien―. No

está del todo bien, si sabes lo que quiero decir.

Estaban bromeando, pero también podrían estar en lo cierto. «Estabas

destinada a ser mi equilibrio». Lo que sentía por Mal era algo caótico y difícil,

y bien podría romperme el corazón al final, pero también era humano.

Nadia extendió un brazo y le dio un empujón a Mal en la mano.

―Por lo menos considera el plan, y si todo sale mal…

―Alina consigue un nuevo brazalete ―finalizó Zoya.

Fruncí ceño.

―¿Qué tal si te abro a ti y veo si me sirven tus huesos?

Zoya se arregló el pelo.

―Apuesto a que son tan espléndidos como el resto de mi cuerpo.

Le di otra vuelta al plato a Tamar, intentado imaginar lo que podría

requerir este tipo de maniobra. Deseé haber tenido la mente de Nikolai para

la estrategia, aunque de una cosa estaba segura.

―Una explosión no va a ser suficiente para matar al Darkling. Sobrevivió

al Abismo y a la destrucción de la capilla.

―Entonces ¿qué? ―preguntó Harshaw.

―Tengo que hacerlo yo ―contesté―. Si podemos separarlo de sus

soldados de sombra, puedo usar el Corte.

El Darkling era poderoso, pero dudaba que incluso él pudiera recuperarse

luego de ser partido a la mitad. Y aunque no tenía ningún derecho al nombre

de Morozova, era la Invocadora del Sol. Había esperado un gran destino, pero

me conformaría con una muerte limpia.

Zoya soltó una breve pero frívola carcajada.

―De verdad podría funcionar.

―Vale la pena considerarlo ―le dije a Mal―. El Darkling estará esperando

un ataque, pero no esto.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Mal se quedó en silencio por un largo momento.

―Muy bien ―accedió―. Pero si sale mal… Todos estamos de acuerdo en

lo que tiene que suceder. ―Miró a todos alrededor de la mesa, y uno a uno

asintieron. Tolya lo miró estoico. Genya bajó la mirada. Por último, solo

quedaba yo.

―Quiero tu palabra, Alina.

Me tragué el nudo en la garganta.

―Lo haré.

Las palabras me supieron a hierro.

―Bien ―replicó, y me tomó la mano―. Ahora vamos a enseñarle a Misha

lo mal que ha bailado.

―Que te mate, que baile contigo. ¿Alguna otra petición?

―No de momento ―dijo, acercándome a él―. Pero estoy seguro de que

se me ocurrirá algo.

Acomodé la cabeza sobre el hombro de Mal y respiré su aroma. Sabía que

no debería dejarme creer en esta posibilidad. No teníamos un ejército, no

teníamos los recursos de un rey, solo teníamos este grupo cansado. «Te

despojaré de todo lo que conoces, todo lo que amas». Si pudiera, sabía que el

Darkling usaría a estas personas en mi contra, pero nunca se le había ocurrido

que ellos podrían ser más que víctimas. Tal vez los había subestimado, y tal

vez también me había subestimado a mí.

Era una estupidez, era peligroso, pero Ana Kuya solía decirme que la

esperanza goteaba como el agua, y de alguna manera siempre encontraba la

manera de entrar.

* * *

Nos quedamos hasta tarde esa noche, discutiendo la logística del plan. Las

realidades del Abismo lo complicaban todo, dónde y cómo íbamos a entrar, si

me era o no posible ocultarme con la luz, y ni hablar de los otros, cómo aislar

al Darkling y liberar a los estudiantes. No teníamos pólvora, por lo que

tendríamos que fabricarla. También quería asegurarme de que los demás

tenían alguna forma de salir del Abismo por si me pasaba algo.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Partimos temprano la mañana siguiente y cruzamos de nuevo Dva Stolba

para recuperar el Avetoro de la cantera. Era extraño verlo situado donde lo

habíamos dejado, a buen recaudo como un paloma en el alero.

―¡Santos! ―exclamó Adrik cuando trepamos los cascos―. ¿Eso es mi

sangre?

La mancha era casi tan grande como él. Habíamos estado tan cansados y

apaleados después de nuestro largo escape de la Hiladora, que nadie había

pensado en limpiarla siquiera.

―Tú hiciste el desastre ―dijo Zoya―. Tú lo limpias.

―Necesito dos manos para trapear ―replicó Adrik, y tomó lugar junto a

las velas.

Adrik parecía disfrutar las burlas de Zoya sobre la constante preocupación

de Nadia. Me había sentido aliviada al saber que aún podía invocar, pensé

que le tomaría algo más ser capaz de controlar corrientes fuertes con un solo

brazo. «Baghra podría enseñarle». El pensamiento me asaltó antes de que

recordara que ya no era posible. Casi podía oír su voz en mi cabeza: «¿Debería

cortarte el otro brazo? Entonces tendrías algo para quejarte. Hazlo de nuevo

y hazlo mejor». ¿Qué habría hecho de todo esto? ¿Qué habría hecho sobre

Mal? Alejé el pensamiento. Nunca lo sabríamos, y no había tiempo para

llorarla.

Una vez que estuvimos en el aire, los Impulsores establecieron un ritmo

suave, por lo que usé el tiempo para practicar el curvar la luz y camuflar la

nave desde abajo.

El viaje duró solo unas horas, y aterrizamos en un pastizal pantanoso al

oeste de Caryeva. La ciudad era el sitio de ventas de caballos cada año en

verano. Solo era conocida por su pista de carreras y sus establos para cría, e

incluso sin la guerra, a esta altura del año, habría estado prácticamente

desierta.

La masiva del Apparat había propuesto que nos encontráramos en el

hipódromo. Tamar y Harshaw explorarían la pista a pie para asegurarse de

que no íbamos de camino a una trampa. Si algo les parecía mal, darían la

vuelta para reunirse con nosotros y decidiríamos qué hacer a partir de ahí. No

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Leigh Bardugo Dark Guardians

creía que el Apparat nos fuera a entregar al Darkling, pero también existía la

posibilidad de que hubiera hecho un nuevo trato con Shu Han o Fjerda.

Llegamos un día antes, y los pastizales eran el lugar perfecto para la

práctica de camuflaje de blancos en movimiento.

Misha insistió en ser el primero.

―Soy el más pequeño, eso lo hará más fácil ―dijo, y salió corriendo hacia

el centro del campo.

Levanté las manos, di un giro de muñecas y Misha desapareció. Harshaw

dio un silbido apreciativo.

―¿Pueden verme? ―gritó Misha. Tan pronto empezó a agitarse, la luz

onduló a su alrededor y sus flacos antebrazos aparecieron como si estuviesen

suspendidos en el espacio.

«Concéntrate». Desaparecieron.

―Misha ―instruyó Mal―, corre hacía nosotros.

Apareció y desapareció de nuevo, mientas ajustaba la luz.

―Puedo verlo desde el otro lado ―gritó Tolya desde el otro lado del

pastizal.

Solté un suspiro, tenía que pensar en esto con más cuidado. Ocultar la nave

había sido más fácil porque solo estaba había estado alterando la reflexión de

la luz desde abajo; ahora tenía que pensar en cada ángulo.

―¡Mejor! ―dijo Tolya.

Zoya gruñó.

―Ese mocoso me dio una patada.

―Niño astuto ―alabó Mal.

Levanté una ceja.

―Más inteligente que otros.

Mal tuvo la decencia de sonrojarse.

Pasé el resto de la tarde haciendo desaparecer a uno, luego a dos, luego a

cinco Grisha a la vez en el campo.

Era un tipo de trabajo diferente, pero las lecciones de Baghra seguían

aplicándose. Si me concentraba lo bastante en la proyección de mi poder, las

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Leigh Bardugo Dark Guardians

variables me abrumaban. Pero si pensaba en que la luz estaba en todas partes,

si no intentaba empujarla y solo la dejaba curvarse, era mucho más fácil.

Pensé en las veces en las que había visto al Darkling utilizar su poder para

cegar a los soldados en una batalla, llevándose a varios enemigos a la vez. Era

fácil para él, natural. «Sé cosas sobre el poder que apenas puedes adivinar».

Practiqué esa noche, y luego empecé de nuevo a la mañana siguiente

después de que Tamar y Harshaw partieran, pero mi concentración seguía

tambaleante. Con más tiradores nuestro ataque contra el esquife del Darkling

de verdad podría tener una oportunidad. ¿Qué estaría esperando en el

hipódromo? ¿El mismo sacerdote? ¿Nadie en absoluto? Me había imaginado

un ejército de sirvientes, protegidos por los tres amplificadores, marchando

bajo la bandera del Pájaro de Fuego, pero ya no podríamos librar esa guerra.

―¡Puedo verlo! ―canturreó Zoya, y efectivamente, la forma grande de

Tolya aparecía y desaparecía mientras corría a mi derecha.

Dejé caer las manos.

―Descansemos un poco ―sugerí.

Nadia y Adrik desplegaron unas de las velas para que ella pudiera

enseñarle a manejar la corriente ascendente, y Zoya se tumbó perezosamente

en la cubierta para ofrecer críticas menos que constructivas.

Mientras tanto, David y Genya se encontraban estudiando unos de los

cuadernos de notas de David, intentando averiguar dónde podrían extraer los

componentes para un lote de lumiya. Resultó que Genya no solo tenía un don

para los venenos. Su talento siempre había yacido entre Corporalnik y

Materialnik, pero me preguntaba en lo que podría haberse convertido, qué

camino podría haber elegido, si no fuera por la influencia del Darkling. Mal y

Misha se dirigieron al otro lado del campo con los brazos llenos de piñas, y

los ubicaron a lo largo de la valla como objetivos para que Misha pudiera

aprender a disparar.

Eso nos dejó a mí y a Tolya sin nada qué hacer más que preocuparnos y

esperar. Se sentó a mi lado en uno de los cascos, con las piernas colgando.

―¿Quieres practicar un poco más? ―preguntó.

―Probablemente debería.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Pasó un largo momento y luego dijo:

―¿Podrás hacerlo cuando llegue el momento?

Me recordó extrañamente a cuando Mal me preguntó si podría derribar al

pájaro de fuego.

―No crees que el plan vaya a funcionar.

―No creo que importe.

―No…

―Si derrotas al Darkling, el Abismo se mantendrá.

Golpeé el caso con los talones.

―Puedo lidiar con el Abismo ―le dije―. Mi poder hará posible cruzarlo;

podremos eliminar a los volcra.

No me gustaba pensar en ello. Por muy monstruosos que fueran, los volcra

habían sido humanos una vez. Me eché hacia atrás y estudié el rostro de Tolya.

―No estás convencido.

―Una vez me preguntaste por qué no te dejé morir en la capilla, por qué

deje que Mal fuese por ti. Tal vez había una razón para que ambos vivieran.

Quizá es esta.

―Fue un supuesto Santo el que inició todo esto, Tolya.

―Y una Santa lo acabará.

Se deslizó al suelo y me miró.

―Sé que no crees como Tamar y yo, pero sin importar cómo termine esto,

me alegro de que nuestra fe nos trajera hasta ti. ―Luego atravesó el campo

para unirse a Mal y Misha.

Fuera una coincidencia o la providencia que había hecho de Tolya y Tamar

mis amigos, me sentía agradecida por ellos. Y si era honesta conmigo misma,

envidiaba su fe. Si pudiera creer que había sido bendecida para algún

propósito divino, las decisiones difíciles podrían ser más fáciles.

No sabía si nuestro plan iba a funcionar, y si lo hiciera, aún había

demasiadas incógnitas. Si vencíamos al Darkling, ¿qué sería de sus soldados

sombra? Y ¿qué pasaría con Nikolai? ¿Qué pasaría si matar al Darkling

provocaba su muerte? ¿Deberíamos intentar capturar al Darkling en vez de

Page 263: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

matarlo? Si sobrevivíamos, Mal tendría que pasar a la clandestinidad. Su vida

estaría perdida si alguien se enterara de lo que es.

Oí el sonido de cascos. Nadia y yo subimos a la plataforma del capitán para

obtener una mejor visión, y cuando el grupo apareció a la vista, el corazón me

dio un vuelco.

―Tal vez hay más en la pista de carreras ―dijo Nadia.

―Tal vez ―repliqué, pero no lo creía.

Hice un conteo rápido: doce soldados. Al acercarse, vi que eran todos

jóvenes y la mayoría llevaba el tatuaje del sol en la cara. Ruby estaba allí, con

sus bonitos ojos verdes y su trenza rubia, y vi a Vladim entre ellos con otros

dos hombres barbudos que creí reconocer de los Guardias Sacerdotales.

Salté desde la plataforma y fui a saludarlos. Cuando el grupo me vio,

desmontaron de sus caballos, y todos hincaron una rodilla en el suelo, con las

cabezas gachas.

―Argh ―exclamó Zoya―. Esto otra vez.

Le lancé una mirada de advertencia, aunque había pensado lo mismo. Casi

había olvidado lo mucho que temía la carga de la Santidad, pero seguí la pauta

y jugué mi parte.

―Levántense ―ordené, y cuando lo hicieron, le hice un gesto a Vladim

para que avanzara―. ¿Estos son todos?

Él asintió.

―¿Y qué excusa envió el Apparat?

Tragó saliva.

―Ninguna. Los peregrinos rezan oraciones diarias para su seguridad y

para la destrucción del Abismo. Afirma que la última orden que le dio fue que

cuidara de su rebaño.

―¿Y mi petición de ayuda?

Ruby negó con la cabeza.

―La única razón por la que supimos que usted y Nikolai Lantsov habían

pedido ayuda fue porque un monje leal a usted recuperó el mensaje de la

iglesia de Sankt Lukin.

―Entonces, ¿cómo hicieron para llegar hasta aquí?

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Vladim sonrió y esos hoyuelos ridículos aparecieron en sus mejillas otra

vez. Intercambió una mirada con Ruby.

―Nos escapamos ―contestó ella.

Había sabido que el Apparat no era de fiar, y sin embargo, una parte de mí

había tenido la esperanza de que pudiera ofrecerme más que oraciones. Pero

le había dicho que atendiera a mis seguidores, que los protegiera, y sin duda

estaban más seguros en la Catedral Blanca que marchando al Abismo. El

Apparat haría lo que mejor sabía hacer: esperar.

Cuando el polvo se disipara, habría derrotado al Darkling o encontrado mi

martirio; de cualquier manera, los hombres se alzarían en armas en mi nombre

y el imperio de los fieles del Apparat se levantaría.

Posé las manos sobre los hombros de Vladim y Ruby.

―Gracias por su lealtad. Espero que no la lamenten.

Inclinaron las cabezas y murmuraron:

―Sankta Alina.

―Vamos ―les dije―. Son un grupo lo bastante grande para haber llamado

la atención, y esos tatuajes no deben haber ayudado.

―¿A dónde vamos? ―preguntó Ruby, subiéndose la bufanda para ocultar

su tatuaje.

―Hacia el Abismo.

Vi que los nuevos soldados se inquietaban.

―¿A luchar? ―preguntó.

―A viajar ―respondió Mal.

Sin ejército ni aliados, y solo teníamos tres días más hasta que tuviéramos

que enfrentar al Darkling. Nos arriesgaríamos, y si fracasábamos, no habría

más opciones. Asesinaría a la única persona que había amado y que me había

amado. Me dirigiría de nuevo a la batalla usando sus huesos.

Page 265: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Traducido por PauEchelon

No era seguro acercarse a Kribirsk por este lado del Abismo, así que habíamos

decidido organizar nuestro ataque desde Ravka Occidental, y eso significaba

tratar con la logística de un cruce. Debido a que Nadia y Zoya no podían

mantener al Avetoro en el aire con demasiados pasajeros adicionales,

acordamos que Tolya escoltaría a los Soldat Sol a la costa oriental y nos

esperarían allí. Les llevaría un día entero a caballo, y eso nos daría al resto

tiempo para entrar por Ravka Occidental y localizar un campamento base

apropiado. Después volveríamos para guiar a los otros a través del Abismo

bajo la protección de mi poder.

Abordamos el Avetoro, y pocas horas después, volábamos a toda velocidad

hacia la extraña niebla negra del Abismo de Sombras. Esta vez, cuando

entramos a la oscuridad, estaba preparada para la sensación de familiaridad

que me embargó, ese sentimiento de semejanza. Era incluso más fuerte ahora

que había incursionado en merzost, el mismo poder que había creado este

lugar. También lo entendí mejor, la necesidad que había conducido al

Darkling a intentar recrear los experimentos de Morozova, un legado que

sentía suyo.

Los volcra vinieron hacia nosotros, vislumbré las tenues formas de sus alas

y escuché sus gritos mientras desgarraban el círculo de luz que había

invocado. Si el Darkling se salía con la suya, pronto estarían bien alimentados.

Me sentí agradecida cuando irrumpimos en el cielo de Ravka Occidental.

El territorio al oeste del Abismo había sido evacuado. Volamos sobre

pueblos y casas abandonadas sin ver ni un alma. Al final, decidimos

establecernos en una granja de manzanas justo al suroeste de lo que quedaba

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Leigh Bardugo Dark Guardians

de Novokribirsk, a menos de kilómetro y medio de la sombra del Abismo. Se

llamaba Tomikyana, según se leía escrito en el lateral de la fábrica de

conservas y del granero lleno de prensas de sidra. Sus huertos estaban llenos

de fruta que nunca sería cosechada.

La casa del propietario era lujosa, un edificio como una tortita perfecta,

amorosamente conservada, y coronada con una cúpula blanca. Me sentí casi

culpable cuando Harshaw rompió una ventana y la trepó para abrir las

puertas.

―Ricachones nuevos ―bufó Zoya mientras recorríamos habitaciones

demasiado decoradas, cada estante y repisa rebosante de figuritas de

porcelana y curiosidades.

Genya cogió un cerdo de cerámica.

―Repugnante ―declaró.

―Me gusta estar aquí ―protestó Adrik―. Es agradable.

Zoya fingió tener arcadas.

―Tal vez el gusto venga con la edad.

―Solo soy tres años menor que tú.

―Entonces puede que estés condenado a ser chabacano.

Los muebles habían sido cubiertos con sábanas. Misha cogió una y corrió

de habitación en habitación arrastrándola tras de sí como una capa. La

mayoría de los armarios habían sido vaciados, pero Harshaw encontró una

lata de sardinas que abrió y compartió con Oncat. Tendríamos que enviar a

gente a las granjas vecinas para buscar comida.

Una vez nos hubimos asegurado de que no había otros ocupantes, dejamos

a David, Genya y Misha para que empezaran a reunir materiales para

producir lumiya y pólvora. Luego los demás volvimos a abordar el Avetoro

para cruzar de vuelta a Ravka.

Habíamos planeado reunirnos con los Soldat Sol en el monumento de

Sankta Anastasia en una pequeña colina con vistas a lo que una vez había sido

Tsemna. Gracias a Anastasia, Tsemna había sobrevivido a la debilitante plaga

que se había llevado la mitad de la población de los pueblos cercanos. Pero

Tsemna no había sobrevivido al Abismo; había sido devorado cuando los

Page 267: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

experimentos desastrosos del Hereje Oscuro crearon el Falso Océano.

El monumento era una vista inquietante: una mujer gigante de piedra, que

surgía de la tierra con los brazos extendidos y su benévola mirada fija en la

nada del Abismo. Se rumoreaba que Anastasia había librado a un sinnúmero

de ciudades de la enfermedad. ¿Había hecho milagros, o era simplemente una

Sanadora con talento? ¿Había alguna diferencia?

Habíamos llegado antes que los Soldat Sol, así que aterrizamos y

acampamos para pasar la noche. El aire seguía cálido, por lo que no

montamos las tiendas, solo ubicamos las bolsas de dormir junto a los pies de

la estatua, cerca de un campo irregular salpicado de rocas rojas. Mal se llevó

a Harshaw para intentar encontrar alguna presa para la cena, aunque eran

escasas aquí abajo, como si los animales fueran tan cautelosos con el Falso

Océano como nosotros.

Me envolví un chal sobre los hombros y caminé colina abajo hasta el borde

de la orilla negra. «Dos días» pensé mientras contemplaba la agitada y negra

niebla. Sabía que no debía creer que comprendía lo que me esperaba. Cada

vez que intentaba predecir mi destino, mi vida daba un vuelco.

Escuché un suave rasguño a mi espalda, me di la vuelta y me congelé: era

Nikolai, encaramado en una roca alta. Estaba más limpio que antes, pero

llevaba los mismos pantalones andrajosos. Las garras de sus pies se sujetaban

a la cresta de la roca, y sus alas de sombra batían suavemente en el aire; su

mirada era negra e ilegible.

Había estado esperando que apareciera de nuevo, pero ahora no estaba

segura de qué hacer. ¿Nos había estado observando? ¿Qué había visto?

¿Cuánto había comprendido?

Con cuidado, me metí la mano en el bolsillo, temerosa de que cualquier

movimiento brusco pudiera hacerlo huir.

Extendí la mano, la esmeralda Lantsov descansaba sobre mi palma.

Frunció el ceño, después plegó las alas y saltó silenciosamente de la roca. Fue

difícil no retroceder. No quería temerle, pero su manera de moverse era

demasiado inhumana. Caminó lentamente hacia mí, con la vista centrada en

el anillo. Cuando estaba a menos de un metro de distancia, ladeó la cabeza.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

A pesar de los ojos negros y de las líneas oscuras que le recorrían el cuello,

seguía teniendo un rostro elegante, con los finos pómulos de su madre y la

mandíbula fuerte que debe haber venido de su padre el embajador. Su ceño

se hizo más profundo. Después se acercó y me quitó la esmeralda con sus

garras.

―Es… ―Las palabras murieron en mis labios. Nikolai me giró la palma y

me deslizó el anillo en un dedo. Emití algo entre una risa y un sollozo. Me

conocía. No pude detener las lágrimas que manaron de mis ojos.

Señaló mi mano e hizo un gesto dramático. Me tomó un segundo

comprender su significado: estaba imitando la forma en que me movía

cuando invocaba.

―¿Quieres que invoque luz?

Su rostro permaneció en blanco. Dejé que la luz formara un charco en mi

palma.

―¿Esto?

El brillo pareció darle vida. Cogió mi mano y la estampó contra su pecho.

Intenté alejarme, pero retuvo mi mano en su lugar. Su agarre era firme,

fortalecido por cualquier cosa monstruosa que el Darkling había puesto en su

interior.

―No. ―Sacudí la cabeza.

Volvió a estampar mi mano contra su pecho, con un movimiento casi

frenético.

―No sé lo que te hará mi poder ―protesté.

Curvó una comisura de la boca, la insinuación más débil de la sonrisa

irónica de Nikolai. Casi podía oírlo decir: «Enserio, preciosa, ¿qué podría ser

peor?» Bajo mi mano, su corazón latía estable, humano.

Solté un largo suspiro.

―Está bien ―accedí―. Lo intentaré.

Invoqué un pequeñísimo rayo de luz y dejé que fluyera a través de mi

palma. Hizo una mueca de dolor, pero mantuvo mi mano firmemente en su

sitio. Impulsé la luz un poco más fuerte para intentar dirigirla a su cuerpo,

pensando en el espacio entre nosotros, y dejé que se filtrara a través de su piel.

Page 269: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Las grietas negras de su torso empezaron a retroceder. No podía creer lo

que estaba viendo, ¿podría ser así de simple?

―Está funcionando ―jadeé.

Hizo una mueca, pero me hizo señas pidiendo más.

Invoqué la luz en su interior y observé que las venas negras se desvanecían

y retrocedían.

Nikolai comenzó a jadear, tenía los ojos cerrados. Emitió un suave gemido

de dolor, pero su agarre en mi muñeca era de hierro.

―Nikolai…

Después sentí que algo me hacía retroceder, como si la oscuridad en su

interior estuviera luchando y empujara contra mi luz. Todas a la vez, las

grietas volvieron a brotar, tan oscuras como antes, como las raíces de un árbol

que bebían agua envenenada.

Nikolai se estremeció y se apartó de mí con un gruñido de frustración. Bajó

la mirada a su pecho, con la miseria tallada en sus rasgos.

No funcionó; solo el Corte funcionaba con los nichevo'ya. Podría destruir la

cosa dentro de Nikolai, pero podría matarlo a él también.

Hundió los hombros y sus alas se agitaron con el mismo movimiento

cambiante del Abismo.

―Pensaremos en algo. David llegará a una solución, o encontraremos un

Sanador…

Cayó sobre sobre sus ancas, descansó los codos sobre las rodillas, y enterró

la cara en sus manos. Nikolai había parecido infinitamente capaz, seguro en

su creencia de que cada problema tendría una solución y que él sería el que la

encontraría. No podía soportar verlo de esta forma, roto y derrotado por

primera vez.

Me acerqué a él cautelosamente y me agaché. No quería mirarme a los ojos,

así que, tentativamente, extendí la mano y le toqué el brazo, lista para

retroceder si se asustaba o se sobresaltaba. Su piel estaba cálida, se sentía igual

a antes, a pesar de las sombras que acechaban por debajo. Lo rodeé con mis

brazos, teniendo cuidado con las alas que susurraban a su espalda.

―Lo siento ―susurré.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Dejó caer la frente en mi hombro.

―Lo siento mucho, Nikolai.

Soltó un pequeño suspiro tembloroso, después inhaló y se tensó. Volvió la

cabeza y sentí su respiración en mi cuello, el roce de uno de sus dientes bajo

mi mandíbula.

―¿Nikolai?

Sus brazos me sujetaron con fuerza, me clavó las garras en la espalda. Era

imposible malinterpretar el gruñido que resonó en su pecho.

Me aparté de él y me puse de pie de un salto.

―¡Para! ―exclamé con dureza.

Flexionó las manos y retrajo los labios, desvelando sus colmillos de ónice.

Reconocí lo que vi en él: hambre.

―No ―supliqué―. Este no eres tú, puedes controlarlo.

Dio un paso hacia mí, y emitió otro un gruñido animal.

Levanté las manos.

―Nikolai ―dije a modo de advertencia―. Acabaré contigo.

Vi el momento en que volvió a la razón: su cara se contorsionó de horror

por lo que había querido hacer, por lo que una parte de él probablemente

todavía quería hacer. Su cuerpo temblaba con el deseo de alimentarse.

Sus ojos negros se inundaron de sombras temblorosas; ¿eran lágrimas?

Apretó los puños, echó la cabeza hacia atrás, y los tendones de su cuello se

tensaron cuando lanzó un chillido resonante, lleno de impotencia y rabia. Ya

lo había oído antes: cuando el Darkling invocaba a los nichevo'ya, cuando se

desgarraba el tejido del mundo, el grito de algo que no debía existir.

Nikolai se lanzó al aire y se precipitó directo hacia el Abismo.

―¡Nikolai! ―grité, pero ya había desaparecido en la agitada negrura que

era el dominio de los volcra.

Escuché pasos y cuando me giré, vi que Mal, Harshaw y Zoya corrían hacia

mí, mientras Oncat aullaba y corría entre sus piernas. Harshaw llevaba su

pedernal en la mano, y Mal había cogido su rifle.

Zoya tenía los ojos abiertos como platos.

―¿Era un nichevo'ya?

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Sacudí la cabeza.

―Era Nikolai.

Se detuvieron en seco.

―¿Nos encontró? ―preguntó Mal.

―Ha estado siguiéndonos desde que dejamos la Hiladora.

―Pero el Darkling…

―Si fuera una criatura del Darkling, ya estaríamos muertos.

―¿Durante cuánto has sabido que nos seguía? ―preguntó Zoya enfadada.

―Lo vi una vez en la mina de cobre. No había nada qué hacer al respecto.

―Podíamos haber hecho que Mal lo atravesara con una flecha ―contradijo

Harshaw.

Lo señalé con el dedo.

―Yo no te abandonaría a ti, y no voy a abandonar a Nikolai.

―Tranquilos ―dijo Mal, dando un paso adelante―. Se ha ido, ya no tiene

sentido pelear por ello. Harshaw, ve a encender un fuego. Zoya, hay que

limpiar el urogallo que cazamos.

Ella lo miró fijamente y no se movió. Mal rodó los ojos.

―Bien, alguien más tiene que limpiarlo. Por favor, ve a mangonear a

alguien.

―Un placer.

Harshaw devolvió el pedernal a su manga.

―Están todos locos, Oncat ―le dijo a la gata atigrada―. Ejércitos

invisibles, príncipes monstruo. Vayamos a prenderle fuego a algo.

Me froté los ojos con la mano mientras ellos se alejaban.

―¿Vas a gritarme a mí también?

―No. Le he querido disparar a Nikolai muchas veces, pero ahora me

parece un poco malvado. Aunque siento curiosidad por ese anillo.

Me había olvidado de la enorme joya en mi mano. Me lo quité y me lo

guardé en el bolsillo.

―Nikolai me lo dio en la Hiladora. Pensé que podría reconocerlo.

―¿Lo hizo?

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Eso creo. Antes de que intentara comerme.

―Santos.

―Voló hacia el Abismo.

―¿Crees que pretendía…?

―¿Matarse? No lo sé. A lo mejor ahora es como una casa de vacaciones

para él. Ni siquiera sé si los volcra lo considerarán como presa. ―Me incliné

contra la roca en la que Nikolai había estado encaramado tan solo unos

minutos antes―. Intentó que lo sanara. No funcionó.

―No sabes de lo que serás capaz una vez que los amplificadores se junten.

―¿Quieres decir después de que te mate?

―Alina…

―No hablaremos de esto.

―No puedes taparte la cabeza y fingir que esto no está pasando.

―Puedo y lo haré.

―Te estás comportando como una mocosa malcriada.

―Y tú te estás comportando noble y abnegado y me entran ganas de

estrangularte.

―Bueno, eso es un comienzo.

―No es gracioso.

―¿Cómo se supone que tengo que lidiar con esto? ―preguntó―. No me

siento noble o abnegado. Solo estoy…

―¿Qué?

Levantó las manos.

―Hambriento.

―¿Tienes hambre?

―Sí ―espetó―. Estoy hambriento y cansado y estoy bastante seguro de

que Tolya se va a comer todo el urogallo.

No pude evitarlo, me eché a reír.

―Zoya me avisó sobre esto; ella también se pone de mal humor cuando

tiene hambre.

―No estoy de mal humor.

―Enfurruñado ―rectifiqué de buena gana.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―No estoy enfurruñado.

―Tienes razón ―dije, intentando contener la risa―. Más bien estás

haciendo pucheros.

Me cogió de la mano y me dio un tirón para besarme. Me mordisqueó la

oreja un vez, con fuerza.

―¡Auch!

―Te dije que tenía hambre.

―Eres la segunda persona que intenta morderme hoy.

―Oh, empeora. Cuando regresemos al campamento, voy a pedir el Tercer

Cuento de Kregi.

―Le voy a decir a Harshaw que eres un amante de los perros.

―Le voy a decir a Zoya que no te gusta su pelo.

Seguimos así durante todo el camino de regreso al Avetoro, empujándonos

y burlándonos el uno del otro, y sentimos que un poco de la tensión de estas

últimas semanas se aliviaba. Pero mientras el sol se ponía, miré sobre un

hombro hacia el Abismo y me pregunté qué cosas humanas podrían

permanecer más allá de sus costas, y si podían oír nuestra risa.

* * *

Los Soldat Sol llegaron entrada la noche y solo tuvieron unas pocas horas

de sueño antes de que partiéramos al día siguiente. Se mostraron recelosos a

medida que entrábamos al Abismo, pero había esperado que fueran mucho

peores, que sujetaran sus íconos y entonaran oraciones. Cuando dimos

nuestros primeros pasos en la oscuridad y dejé que la luz explotara a nuestro

alrededor, lo comprendí: no necesitaban implorarle a sus Santos; me tenían a

mí.

El Avetoro flotaba sobre nosotros dentro de la brillante burbuja que había

creado, pues yo había elegido viajar por la arena para poder practicar curvar

la luz dentro de los confines del Abismo. Para los Soldat Sol, esta nueva

exhibición de poderes era un milagro más, una prueba más de que era una

Santa viviente. Recordé la afirmación del Apparat: «No hay mayor poder que

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Leigh Bardugo Dark Guardians

la fe, y no habrá un ejército más grande que el guiado por la fe». Rogué que

tuviera razón, que no fuera solo otra líder que aceptaba su lealtad y se las

pagaba con inútiles muertes honorables.

Nos llevó la mejor parte del día y de la noche cruzar el Abismo y escoltar

a todos los Soldat Sol hasta la costa occidental. Para cuando llegamos a

Tomikyana, David y Genya habían asumido el control por completo. Parecía

que una tormenta hubiera estallado en la cocina: los fogones estaban cubiertos

con ollas burbujeantes, y un caldero de la prensa de sidra hacía de cubo

enfriador. David estaba sentado en un taburete a la gran mesa de madera

donde probablemente los sirvientes habían amasado tan solo unas semanas

antes. Ahora estaba cubierta de cristal y metal, manchas de una sustancia

parecida al alquitrán, y un sinnúmero de botellitas de un maloliente lodo

amarillo.

―¿Esto es seguro? ―le pregunté.

―Nada es del todo seguro.

―Qué tranquilizador.

―Me alegro ―sonrió.

En el comedor, Genya había creado su propio espacio de trabajo, donde

estaba ayudando a fabricar bombonas de lumiya y bandas para transportarlas.

Los demás podrían activarlas en cuanto se atrevieran durante el ataque, y si

algo me pasaba en el Abismo, podrían tener luz suficiente para salir. Habían

utilizado toda la cristalería de los propietarios: cálices, copas, vasos de vino y

de licor, una elaborada colección de floreros, y un calientaplatos en forma de

pez.

El juego de té estaba lleno de tornillos y arandelas, y Misha, sentado con

las piernas cruzadas en una silla acolchada, desensamblaba alegremente unas

sillas de montar para luego organizar las tiras y trozos de cuero en esmerados

montones.

A Harshaw lo enviamos a robar cualquier alimento que pudiera encontrar

en las fincas cercanas, trabajo en el que parecía inquietantemente versado.

Trabajé junto a Genya y Misha la mayor parte del día. Fuera, en los

jardines, los Impulsores practicaban crear una manta acústica. Era una

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Leigh Bardugo Dark Guardians

variación del truco que Zoya había realizado después del derrumbe, y

esperábamos que nos permitiera entrar al Abismo y ocupar nuestras

posiciones en la oscuridad sin llamar la atención de los volcra. En el mejor de

los casos sería una medida temporal, pero solo necesitábamos que durara lo

suficiente para permitir la emboscada. Periódicamente, los oídos se me

tapaban y todos los sonidos parecían amortiguados, pero luego escuchaba a

Nadia tan claramente como si estuviera de pie en la habitación conmigo, o la

voz de Adrik me retumbaba en los oídos.

El estallido de los disparos flotaba hasta nosotros desde el huerto, donde

Mal y los gemelos escogían a los mejores tiradores de los Soldat Sol. Teníamos

que ser cuidadosos con nuestra munición, así que usaban sus balas con

moderación. Más tarde los escuché en el salón, organizando armas y

suministros.

Armamos una cena de manzanas, queso duro y pan negro añejo que

Harshaw había encontrado en alguna despensa abandonada. El comedor y la

cocina eran un desastre, así que encendimos un gran fuego en la chimenea de

la gran sala de recepción y montamos un picnic improvisado, despatarrados

en el suelo y en los sofás de muaré, tostando trozos de pan ensartados en

ramas retorcidas de los manzanos.

―Si sobrevivo a esto ―dije, moviendo los dedos de los pies cerca del

fuego―. Voy a tener que encontrar alguna forma de compensar a esta pobre

gente por los daños.

Zoya resopló.

―Se verán obligados a redecorar. Les estamos haciendo un favor.

―Y si no sobrevivimos, ―observó David―, todo este lugar será envuelto

por la oscuridad.

―Puede que sea para mejor ―replicó Tolya, apartando un cojín de flores.

Harshaw le dio un trago a la jarra de sidra que Tamar había llevado de las

prensas.

―Si vivo, lo primero que haré será volver aquí y nadar en un tanque de

esta cosa.

―Bebe con cuidado, Harshaw ―dijo Tamar―. Te necesitamos despierto

Page 276: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

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mañana.

―¿Por qué las batallas siempre tiene que ser tan temprano? ―se quejó él,

y a regañadientes le entregó la jarra a uno de los Soldat Sol.

Repasamos el plan hasta que todos estuvimos seguros de que sabíamos

exactamente dónde estar y cuándo. Nos adentraríamos en el Abismo al

amanecer, los Impulsores irían primero para establecer la manta acústica y

ocultarles nuestros movimientos a los volcra. Había oído a Nadia susurrarle

a Tamar que no quería a Adrik con ellos, pero Tamar había discutido con

fervor a favor de incluirlo.

―Es un guerrero ―había dicho―. Si le haces creer que ahora es menos,

nunca va a saber que puede ser más.

Yo estaría con los Impulsores, en caso de que algo saliera mal. Los tiradores

y los demás Grisha seguirían.

Habíamos planeado la emboscada en el centro del Abismo, casi

directamente entre Kribirsk y Novokribirsk. Una vez que viéramos el esquife

del Darkling, iluminaría el Falso Océano y curvaría la luz para mantenernos

visibles. Si eso no lo hacía detenerse, nuestros tiradores lo harían;

disminuirían las filas del Darkling, y después dependería de Harshaw y los

Impulsores crear suficiente caos como para que los gemelos y yo pudiéramos

embarcar el esquife, localizar a los estudiantes, y ponerlos a salvo. Un vez que

estuvieran seguros, me ocuparía del Darkling. Con suerte, no me vería venir.

Genya y David permanecerían en Tomikyana con Misha. Sabía que Misha

insistiría en venir con nosotros, así que Genya le había puesto un somnífero

en su cena. Ya estaba bostezando, acurrucado cerca de la chimenea, y esperaba

que durmiera hasta nuestra partida por la mañana.

La noche avanzaba. Sabíamos que necesitábamos dormir, pero nadie tenía

muchas ganas. Algunas personas decidieron dormir junto al fuego en la sala

de recepción, mientras que otros fueron regresando a la casa de dos en dos a

la vez. Nadie quería estar solo esta noche. Genya y David tenían trabajo que

hacer en los fogones. Tamar y Nadia habían desaparecido temprano. Pensé

que Zoya podría elegir a uno de los Soldat Sol, pero cuando me deslicé por la

puerta, ella seguía mirando al fuego, con Oncat ronroneando en su regazo.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Me abrí paso por el oscuro pasillo hasta el salón, donde Mal revisaba por

última vez las armas y el equipo. Era una vista extraña, los montones de armas

y munición apilados en una mesa de mármol junto a miniaturas enmarcadas

de la señora de la casa, y una bonita colección de cajas de rapé.

―Habíamos estado aquí antes ―dijo.

―¿Sí?

―Cuando salimos del Abismo por primera vez. Paramos en el huerto, no

muy lejos de la casa. La reconocí antes, cuando estábamos disparando afuera.

Lo recordé. Parecía que había sucedido hacía una eternidad. La fruta de

los árboles había estado demasiado pequeña y amarga.

―¿Cómo lo hicieron hoy los Soldat Sol?

―No están mal. Solo unos pocos tienen mucho alcance, pero si tenemos

suerte, eso será todo lo que necesitaremos. Muchos de ellos vieron acción en

el Primer Ejército, así que por lo menos hay una posibilidad de que no pierdan

la cabeza.

Una risa flotó hasta nosotros desde la sala de recepción. Alguien, sospeché

que Harshaw, había empezado a cantar. Pero el salón estaba silencioso, y

escuché que había empezado a llover.

―Mal ―dije―. ¿Crees… crees que son los amplificadores?

Frunció el ceño mientras revisaba la mira de un rifle.

―¿Qué quieres decir?

―¿Lo que hay entre nosotros? ¿Mi poder y el tuyo? ¿Es por eso que nos

hicimos amigos, por qué…? ―Me callé.

Cogió otra arma y miró por el cañón.

―Tal vez eso nos unió, pero no nos hizo lo que somos. No te hizo la chica

que podía hacerme reír cuando no tenía nada, y de seguro no me hizo el idiota

que lo dio por sentado. Lo que sea que hay entre nosotros, lo hemos creado.

Nos pertenece. ―Después dejó el rifle y se limpió las manos con un trapo.

―Ven conmigo ―me dijo, me tomó de la mano y me hizo seguirlo.

Recorrimos la casa a oscuras. Escuché voces cantando algo subido de tono

al final del pasillo, pasos en el segundo piso, como si alguien corriera de una

habitación a otra. Pensé que Mal podría llevarme escaleras arriba a los

Page 278: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

dormitorios; suponía que esperaba que lo hiciera, pero en vez de eso me llevó

por el ala este de la casa. Pasamos por un silencioso cuarto de costura y una

biblioteca, hasta llegar a un vestíbulo sin ventanas forrado con palas, picas y

esquejes secos.

―Eh… ¿encantador?

―Espera aquí. ―Abrió una puerta que no había visto, oculta en la pared.

En la penumbra, vi que daba a una especie de invernadero largo y estrecho.

La lluvia golpeaba a un ritmo constante contra el techo abovedado y las

paredes de vidrio esmaltado. Mal se adentró en la habitación a medida que

encendía los faroles que descansaban en el borde de un delgado estanque

reflectante. Los manzanos se encontraban alineados contra las paredes, las

ramas densas con racimos de flores blancas. Sus pétalos yacían como un

puñado de nieve en el suelo de baldosas rojas y flotaban en la superficie del

agua.

Seguí a Mal a lo largo del estanque. El aire en el interior era fragante: dulce,

por las flores del manzano y margoso, por el fértil olor de la tierra. En el

exterior, el viento aullaba con la tormenta, pero aquí era como si las estaciones

se hubieran suspendido. Tuve la extraña sensación de que podíamos estar en

cualquier lugar, que el resto de la casa simplemente había desaparecido, y

estábamos completamente solos.

En el extremo más alejado de la habitación, había un escritorio escondido

en la esquina. Habían tirado un chal sobre el respaldo de una silla de trabajo,

y una cesta de costura descansaba en una alfombra con flores de manzano. La

señora de la casa debía de venir aquí a coser, a beber su té en la mañana.

Durante el día, habría tenido una vista perfecta de los huertos a través de las

ventanas arqueadas. Había un libro abierto sobre la mesa; miré con atención

las páginas.

―Es un diario ―dijo Mal―. Estadísticas de la cosecha de primavera, del

progreso de los árboles híbridos.

―Sus gafas ―dije, cogiendo la montura de alambre dorado―. Me

pregunto si las echará en falta.

Mal se apoyó en el borde de piedra del estanque.

Page 279: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―¿Te has preguntado alguna vez cómo habría sido todo si los

Examinadores Grisha hubieran descubierto tu poder en Keramzin?

―A veces.

―Ravka sería diferente.

―Tal vez no. Mi poder era inútil antes de encontrar al ciervo. Sin ti, nunca

podríamos haber localizado ninguno de los amplificadores de Morozova.

―Tú serías diferente ―dijo.

Bajé la delicada montura y hojeé las columnas de números y escritura

ordenada. ¿Qué clase de persona podría haber sido? ¿Me habría hecho amiga

de Genya, o simplemente la vería como una criada? ¿Qué habría significado

el Darkling para mí?

―Te puedo decir qué habría pasado ―dije.

―Continúa.

Cerré el diario, me volví hacia Mal y me senté en el borde del escritorio.

―Habría estado en el Palacio Pequeño y me habría mimado y consentido.

Cenaría en platos de oro, y nunca habría luchado para usar mi poder. Habría

sido como respirar, como siempre debería haber sido. Y con el tiempo, me

habría olvidado de Keramzin.

―Y de mí.

―De ti, nunca.

Levantó una ceja.

―Probablemente de ti ―admití. Él se echó a reír―. El Darkling habría

buscado infructuosamente los amplificadores de Morozova, sin resultado,

hasta que un día un rastreador, un don nadie, un otkazat'sya huérfano, viajó a

los hielos de Tsibeya.

―Estás asumiendo que no morí en el Abismo.

―En mi versión, nunca te enviaron al Abismo. Cuando tú cuentes la

historia, puedes morir trágicamente.

―En ese caso, sigue adelante.

―Este don nadie, este nada, este huérfano patético…

―Lo entiendo.

―Él sería el primero en detectar al ciervo después de siglos de búsqueda.

Page 280: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Así que, por supuesto que el Darkling y yo tendríamos que haber viajado a

Tsibeya en su gran carruaje negro.

―¿Por la nieve?

―Su gran trineo negro ―modifiqué―. Y cuando hubiéramos llegado a

Chernast, habrían llevado a tu unidad a nuestra magnífica presencia…

―¿Se nos permitiría caminar, o tendríamos que arrastrarnos de barriga

como los gusanos que somos?

―Caminarían, pero lo harían con mucho respeto. Yo estaría sentada en un

estrado elevado, y llevaría joyas en el pelo y una kefta dorada.

―¿No negra?

Hice una pausa.

―A lo mejor negra.

―No importaría ―dijo―. Seguiría sin ser capaz de dejar de mirarte.

Me eché a reír.

―No, le estarías haciendo ojitos a Zoya.

―¿Zoya estaría ahí?

―¿No lo está siempre?

Sonrió.

―Me fijaría en ti.

―Por supuesto que sí. Soy la Invocadora del Sol, después de todo.

―Sabes a lo que me refiero.

Miré hacia abajo y quité unos pétalos de la mesa.

―¿Alguna vez te fijaste en mí en Keramzin?

Estuvo en silencio durante un momento, y cuando lo miré, estaba mirando

hacia el techo de cristal. Se había puesto rojo como un tomate.

―¿Mal?

Se aclaró la garganta, y cruzó los brazos.

―De hecho, sí. Tuve algunos… pensamientos muy distractores sobre ti.

―¿En serio? ―farfullé.

―Y me sentía culpable por cada uno de ellos. Se suponía que eras mi mejor

amiga, no… ―Se encogió de hombros y se puso aún más rojo.

―Idiota.

Page 281: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―Este hecho está bien establecido y no añade nada a la trama.

―Bien ―dije, dándole otro golpe a los pétalos―, no importaría si te

hubieras fijado en mí, porque yo me hubiera fijado en ti.

―¿Un humilde otkazat'sya?

―Así es ―contesté en voz baja. Ya no tenía ganas de burlarme de él.

―¿Y qué habrías visto?

―Un soldado engreído, lleno de cicatrices, y excepcional. Y eso habría sido

nuestro comienzo.

Se levantó y cerró la distancia entre nosotros.

―Y este seguiría siendo nuestro final. ―Él tenía razón. Incluso en sueños,

no teníamos futuro. Si de algún modo los dos sobrevivíamos mañana, tendría

que buscar una alianza y una corona, y Mal tendría que encontrar la manera

de mantener su herencia en secreto.

Suavemente, tomó mi cara entre sus manos.

―Yo también habría sido diferente, sin ti. Débil, imprudente. ―Sonrió

ligeramente―. Asustado de la oscuridad. ―Limpió las lágrimas de mis

mejillas; no estaba segura de cuándo había empezado a llorar―. Pero sin

importar quién o qué fuera, habría sido tuyo.

Entonces lo besé, con dolor, necesidad y años de anhelo, con la esperanza

desesperada de poder mantenerlo aquí en mis brazos, y el maldito

conocimiento de que no podía. Me incliné hacia él, me presioné contra su

pecho, me sujeté de sus anchos hombros.

―Extrañaré esto ―dijo mientras besaba mis mejillas, mi mandíbula, mis

párpados―. Tu sabor. ―Posó los labios en el hueco bajo mi oreja―. Tu

olor. ―Sus manos se deslizaron hasta mi espalda―. Tu tacto. ―Mi respiración

se detuvo cuando sus caderas encontraron las mías.

Después retrocedió para mirarme a los ojos.

―Quería más para ti ―me dijo―. Un velo blanco en tu pelo, promesas que

pudiéramos mantener.

―¿Una noche de bodas decente? Solo dime que esto no es un adiós. Esa es

la única promesa que necesito.

―Te amo, Alina.

Page 282: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Me besó de nuevo. No había contestado, pero no me importó, porque su

boca estaba sobre la mía, y en este momento, podía fingir que no era una

salvadora o una Santa, que simplemente podía elegirlo, tener una vida,

enamorarme; que no tendríamos una noche, tendríamos miles. Atraje con

cuidado su cuerpo sobre el mío, y sentí el suelo frío en mi espalda. Mal tenía

manos de soldado, ásperas y callosas, me calentaban la piel y me provocaban

chispas hambrientas que me recorrían el cuerpo y me hacían levantar las

caderas para intentar acercarlo.

Le quité la camiseta sobre la cabeza, deslicé los dedos sobre los suaves

músculos de su espalda, y sentí las líneas ligeramente elevadas de las palabras

que lo marcaban. Pero cuando me quitó la blusa me puse rígida, consciente

súbita y dolorosamente de cada una de mis imperfecciones: huesos

prominentes, pechos demasiado pequeños, piel pálida y seca como la de una

cebolla. Entonces, me acunó la mejilla y trazó mis labios con su pulgar.

―Eres lo único que siempre he querido ―me dijo―. Eres todo mi corazón.

Me vi entonces: resentida, tonta, difícil, pero encantadora a sus ojos. Lo

atraje hacia mí, y lo sentí estremecerse cuando nuestros cuerpos se unieron,

piel contra piel. Sentí el calor de sus labios, su lengua, y sus manos

acariciándome hasta que la necesidad entre nosotros se volvió demasiado

intensa, como la cuerda de un arco tensado que necesita liberación.

Me sujetó una muñeca con la mano y mi mente se llenó de luz. Lo único

que veía era la cara de Mal, lo único que sentía era su cuerpo, sobre mí, a mí

alrededor, a un ritmo torpe al principio, después lento y constante como el

ritmo de la lluvia. Era lo único que necesitábamos. Era lo único que

tendríamos.

Page 283: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Traducido por Azhreik

La mañana siguiente, desperté y descubrí que Mal ya se había levantado. Me

había dejado un jarro de té caliente sobre una bandeja rodeada por flores de

manzano. La lluvia se había detenido, pero las paredes del invernadero

estaban cubiertas de niebla. Froté la manga contra uno de los vitrales y admiré

el azul profundo anterior al amanecer. Un ciervo se movía entre los árboles,

con la cabeza inclinada sobre la hierba tierna.

Me vestí lentamente, bebí el té y me entretuve junto al estanque reflectante

donde los faroles se habían apagado hacía mucho. En unas cuantas horas, este

lugar podría estar envuelto oscuridad. Deseaba recordar cada detalle. En un

capricho, cogí una pluma, abrí el diario en la última página y escribí nuestros

nombres.

Alina Starkov

Malyen Oretsev

No estaba segura por qué lo hice; solo necesitaba decir que habíamos

estado aquí.

Encontré a los otros empacando en el salón principal. Genya me abordó

junto a la puerta, con mi abrigo en las manos. La lana verde oliva estaba recién

planchada.

―Debes lucir lo mejor posible cuando derrotes al Darkling.

―Gracias ―dije con una sonrisa―. Intentaré no sangrarle encima.

Me besó ambas mejillas.

―Buena suerte. Esperaremos a que regreses.

Le tomé la mano y posé el anillo de Nikolai en su palma.

Page 284: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―Si algo malo sucede, si no lo logramos… Llévate a David y a Misha y

vayan a Os Kervo. Esto debería comprar toda la ayuda que necesiten.

Tragó y entonces me abrazó con fuerza.

Afuera, los Soldat Sol esperaban en rígida formación, con rifles en la

espalda, y bombonas de lumiya inactiva colgadas a los hombros. Los tatuajes

en sus rostros lucían fieros a la luz del amanecer. Los Grisha vestían tejidos

bastos, bien podrían haber sido soldados.

Harshaw había dejado a Oncat acurrucada con Misha, pero ahora estaba

sentada en la ventana de la salita, aseándose perezosamente mientras

observaba nuestros preparativos. Tolya y Tamar tenían sus rayos de sol

dorados prendidos en el pecho. El de Mal aún lo tenía Misha, pero sonrió

cuando me vio, y palmeó el lugar donde habría estado el broche, justo sobre

su corazón.

El ciervo se había ido, el huerto estaba vacío cuando lo atravesamos, y las

botas dejaban profundas marcas en la tierra suave. Media hora después,

estábamos parados a orillas del Abismo.

Me uní a los otros Etherealki: Zoya, Nadia, Adrik y Harshaw. De alguna

forma se sentía correcto que fuéramos nosotros los primeros en entrar y que

lo hiciéramos juntos. Los Impulsores levantaron los brazos, invocaron una

corriente y bajaron la presión como Zoya había hecho en las cuevas. Los oídos

me crepitaron cuando establecieron la manta acústica. Si no se sostenía,

Harshaw y yo estábamos listos para invocar luz y fuego para hacer retroceder

a los volcra. Nos distribuimos en una fila, y con pasos medidos, entramos en

la oscuridad del Abismo.

El Falso Océano siempre se sentía como el fin de todo; no era solo

oscuridad, sino la terrible sensación de aislamiento, como si el mundo hubiera

desaparecido y solo quedaras tú, tu respiración agitada y el latido errático de

tu corazón.

A medida que avanzábamos en las muertas arenas grises y la oscuridad se

espesaba a nuestro alrededor, requirió todo mi esfuerzo no levantar las manos

y envolvernos a todos en una luz protectora y segura. Escuché con cuidado,

esperando oír el batir de alas, uno de esos gritos horribles e inhumanos; pero

Page 285: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

no escuché nada, ni siquiera nuestras pisadas sobre la arena. Lo que fuera

que estuvieran haciendo los Impulsores, estaba funcionando, pues el silencio

era profundo e impenetrable.

―¿Hola? ―susurré.

―Te escuchamos. ―Me di la vuelta. Sabía que Zoya estaba en la parte más

alejada de la fila, pero sonó como si me hablara al oído.

Nos movimos a un paso constante. Escuché un clic y luego casi diez

minutos después, un doble clic. Habíamos andado un kilómetro. En algún

punto, escuché el distante batir de alas sobre nosotros, y sentí que el miedo

avanzaba en nuestras tropas como algo vivo. Los volcra podrían no

escucharnos, pero podían percibir a las presas desde kilómetros de distancia.

¿Daban vueltas sobre nosotros ahora mismo, percibiendo que algo estaba mal,

que alguien estaba cerca? Dudaba que el truco de Zoya nos mantuviera a

salvo por mucho tiempo. Lo demencial de lo que estábamos haciendo me

impactó en ese momento. Nos habíamos atrevido a hacer lo que nadie más

había hecho: habíamos entrado al Abismo, sin luz.

Continuamos moviéndonos. Dos clics después, nos detuvimos y tomamos

posiciones para esperar. Tan pronto avistáramos el esquife del Darkling,

tendríamos que movernos con rapidez.

Mis pensamientos regresaron a él. Cuidadosamente, probé el vínculo que

nos unía. El hambre se abrió paso en mi interior con fuerza palpable. Estaba

ansioso, listo para desatar el poder del Abismo, listo para pelear. Yo sentía lo

mismo. Dejé que regresara como un eco hacia él, esa descarga de expectación,

esa necesidad: «Vengo por ti».

Mal y Tolya, y tal vez todos los demás, creían que los amplificadores tenían

que reunirse, pero nunca habían sentido la excitación de usar merzost. Era algo

que ningún otro Grisha entendía, y al final, era lo que más estrechamente nos

vinculaba al Darkling y a mí: no nuestros poderes, ni la rareza de ellos, ni que

ambos fuéramos aberraciones (si es que no abominaciones); era nuestro

conocimiento de lo prohibido, nuestro deseo por más.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Pasaron los minutos, y empecé a perder los nervios. Los Impulsores no

podían mantener la manta acústica durante mucho tiempo. ¿Qué tal si el

Darkling esperaba hasta la noche para atacar? «¿Dónde estás?»

La respuesta vino en un brillo violeta pálido, que avanzaba hacia nosotros

desde el este.

Dos clics. Nos acomodamos en la formación que habíamos practicado.

Tres clics. Esa era mi señal. Levanté las manos e iluminé el Abismo, pero

al mismo curvé la luz y dejé que fluyera alrededor de cada uno de nuestros

soldados como un arroyo.

¿Qué veía el Darkling? Arenas muertas, el lustre opaco de un cielo gris, las

corpulentas ruinas de esquifes cayéndose a pedazos. Y eso era todo. Éramos

invisibles. Éramos aire.

El esquife ralentizó. Conforme se acercaba más, vi sus velas negras

marcadas con el sol en eclipse, la calidad extraña como de cristal ahumado de

su casco. La flama violeta de la lumiya fulguraba en los costados, vaga y

titilante en el resplandor brillante de mi poder.

Los Impulsores estaban de pie en los mástiles con sus keftas azules. Unos

pocos Infernos se encontraban junto a las barandillas, flanqueados por

Cardios de rojo, y oprichniki de gris fuertemente armados. Eran fuerzas de

recambio. Los estudiantes debían estar bajo cubierta. El Darkling estaba de

pie en la proa, rodeado por su horda de sombras. Como siempre, verlo por

primera era prácticamente un golpe físico, era como visitarlo en una visión:

simplemente era más real, más vibrante que todo lo demás a su alrededor.

Sucedió demasiado rápido, apenas tuve tiempo de registrarlo. El primer

disparo impactó a uno de los oprichniki, que cayó por encima de la barandilla

del esquife. Entonces los disparos se sucedieron en un rápido patrón, como

gotas sobre un techo al inicio de una tormenta. Grisha y oprichniki se

desplomaban y caían unos contra otros mientras la confusión reinaba sobre el

esquife de cristal.

Vi que caían más cuerpos, alguien gritó: «¡Respondan el fuego!» y el aire

se llenó del discordante estruendo de los disparos, pero estábamos lejos de

alcance. Los nichevo’ya giraban en amplios círculos batiendo las alas, en busca

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Leigh Bardugo Dark Guardians

de blancos. Los Infernos que quedaban sobre el esquife frotaron sus

pedernales y lanzaron llamas por el aire. Oculto, Harshaw les regresó el fuego,

y escuché gritos.

Luego se hizo el silencio, interrumpido solo por gemidos y órdenes

gritadas desde el esquife de cristal. Nuestros tiradores habían hecho bien su

trabajo, el área alrededor de la barandilla estaba repleta de cuerpos. El

Darkling, ileso, señaló a un Cardio y le dio una orden. No pude entender sus

palabras, pero sabía que era entonces que utilizaría a los estudiantes.

Miré a mí alrededor, rastreando a los tiradores y a los Grisha, sintiendo su

presencia en la luz.

Un solo clic. Los Impulsores lanzaron una ola de arena por el aire, y se

oyeron más gritos desde la cubierta, mientras los Impulsores del Darkling

intentaban responder.

Esa era nuestra señal. Los gemelos y yo nos echamos a correr hacia esquife,

aproximándonos desde la popa; no teníamos mucho tiempo.

―¿Dónde están? ―susurró Tolya cuando abordamos. Era extraño oír su

voz, pero no verlo.

―Tal vez abajo ―repliqué. El esquife era bajo, pero había suficiente

espacio.

Nos abrimos paso por la cubierta en busca de una trampilla, cuidadosos

de no rozar a ningún Grisha o guardia del Darkling.

Los oprichniki restantes tenían las armas apuntadas a las arenas vacías más

allá del esquife. Estábamos lo bastante cerca para ver que tenían las frentes

perladas de sudor y los ojos muy abiertos. Se retorcían y saltaban ante

cualquier sonido real o imaginario. «Maleni» susurraban. Fantasmas. Solo el

Darkling parecía impávido. Con el rostro sereno inspeccionaba la destrucción

que yo había desatado. Estaba lo bastante cerca para atacar, pero aún estaba

protegido por sus soldados sombra. Tuve la inquietante sensación de que

estaba esperando algo.

De repente, un oprichniki gritó:

―¡Abajo!

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Leigh Bardugo Dark Guardians

La gente a nuestro alrededor se dejó caer sobre la cubierta y el aire se llenó

de disparos.

Otros dos esquifes de cristal aparecieron a la vista, cargados de oprichniki.

Tan pronto entraron en contacto con la luz, los esquifes resplandecieron con

el brillo violeta de la flama de lumiya.

―¿Creíste que no vendría a reunirme contigo preparado, Alina? ―gritó el

Darkling sobre el caos―. ¿Creíste que no sacrificaría una flota entera de

esquifes a esta causa?

Solo dos esquifes habían logrado llegar, de cual fuera el número que

habían zarpado con él. Pero eso sería suficiente para cambiar el curso. Escuché

gritos, y a nuestros soldados respondiendo el fuego. Una mancha roja

apareció en la arena y con un sobresalto comprendí que uno de los nuestros

estaba sangrando. Podría ser Vladim, Zoya, Mal. Tenía que sacarlos de aquí.

¿Dónde estaban los estudiantes? Intenté mantenerme enfocada, no podía

dejar que la luz fallara. Nuestras fuerzas tenían bombonas de lumiya, podrían

retirarse al Abismo, pero sabía que no lo harían. No hasta que yo estuviera

lejos del esquife del Darkling.

Me moví con lentitud alrededor de los mástiles, en busca de alguna señal

de una trampilla o escotilla, pero entonces un dolor abrasador me atravesó el

hombro. Caí hacia atrás, gritando. Me habían disparado.

Quedé despatarrada en la cubierta, y sentí que mi control de la luz fallaba.

La forma de Tolya parpadeó junto a mí, intenté recuperar el control, y volvió

a desaparecer, pero a través de la barandilla vi que soldados y Grisha

aparecían en las arenas. Los oprichniki saltaron de los otros esquifes,

preparándose para el ataque, y los nichevo’ya entraron a la batalla.

El pánico me embargó mientras luchaba por enfocarme. No podía sentir el

brazo derecho. Me obligué a respirar. «Deja de jadear como un jabalí salvaje».

Si Adrik podía invocar con un brazo, entonces yo también.

Tamar apareció cerca de la proa, se desvaneció y titiló hasta volverse

visible de nuevo. Un nichevo’ya se estampó contra ella y cuando le clavó las

garras en la espalda, ella gritó.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

«No». Reuní mi fracturada concentración y proyecté el Corte, aunque solo

tenía un brazo bueno para empuñarlo. No estaba segura si podía golpear al

soldado sombra sin herir a Tamar, pero no podía verla morir.

Entonces, desde arriba apareció otra forma y se adentró en la refriega. Me

tomó un largo segundo comprender lo que veía: Nikolai, con los colmillos al

descubierto y las alas extendidas.

Con las garras cogió al nichevo’ya que sostenía a Tamar y le torció la cabeza

hacia atrás, forzándolo a liberarla. La criatura se revolvió y retorció, pero

Nikolai ganó altura y la arrojó a la negrura de más allá. Escuché gritos

frenéticos de algún lugar en la distancia… volcra. El soldado sombra no

reapareció.

Nikolai bajó aleteando y cargó contra otro de los nichevo’ya del Darkling.

Casi podía oír su risa. «Bueno, si voy a ser un monstruo, bien podría ser el rey

de los monstruos».

Entonces jadeé cuando me golpearon el brazo contra la cubierta; el

Darkling se cernía sobre mí, presionando su bota dolorosamente sobre mi

muñeca.

―Allí estás ―dijo con su voz indiferente y cortante―. Hola, Alina.

La luz colapsó y la oscuridad reinó, iluminada solo por el extraño titilar de

la flama violeta.

Gruñí cuando la bota del Darkling me aplastó los huesos del brazo.

―¿Dónde están los estudiantes? ―pregunté entre dientes.

―No están aquí.

―¿Qué les hiciste?

―Están sanos y salvos en Kribirsk, probablemente almorzando. ―Sus

nichevo’ya circulaban a nuestro alrededor, formando un perfecto domo de

protección que se removía y retorcía: alas, garras, manos―. Sabía que la

amenaza sería suficiente. ¿De verdad creíste que pondría en peligro a niños

Grisha cuando hemos perdido a tantos?

―Pensé… ―Había pensado que él era capaz de todo. «Él quería que lo

creyera» comprendí. Cuando me había mostrado los cadáveres de Botkin y

Ana Kuya, había querido que creyera en su crueldad.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Entonces recordé sus palabras de hacía mucho tiempo: «Hazme tu

villano».

―Sé lo que pensaste, lo que siempre has pensado de mí. Es mucho más

fácil de esa manera, ¿no es cierto? Agrandarte con tu propia rectitud.

―Yo no inventé tus crímenes. ―Esto todavía no terminaba. Lo único que

necesitaba era alcanzar el pedernal de mi manga, lo único que necesitaba era

una chispa. Podría no matarnos a ninguno de los dos, pero dolería como el

infierno, y podría comprarles tiempo a los demás.

―¿Dónde está el chico? Tengo a mi Invocadora, también quiero a mi

rastreador.

Para él, Mal aún era un rastreador, gracias a los Santos. Curvé mi mano

buena en mi manga y rocé el borde del pedernal.

―No permitiré que lo utilices ―le dije―. Ni como ventaja, ni como nada.

―Estás de espaldas en el suelo, tus fieles mueren a tu alrededor, y aun así

continuas desafiante.

Me jaló para ponerme en pie. Dos nichevo’ya se acercaron para retenerme

y el pedernal se resbaló de mi agarre. El Darkling apartó la tela de mi abrigo

y deslizó las manos por mi cuerpo; el corazón me dio un vuelco cuando sus

dedos se cerraron sobre el primer paquete de pólvora. Lo sacó de mi bolsillo

y luego localizó rápidamente el segundo. Suspiró.

―Puedo sentir tus intenciones como tú sientes las mías, Alina. Tu

resolución desesperada, tu determinación de mártir. La reconozco ahora.

El vínculo. Una idea me vino entonces, era una oportunidad diminuta,

pero la tomaría.

El Darkling le arrojó los paquetes de pólvora a un nichevo’ya que se alejó

trazando un arco hasta la oscuridad, y luego me observó con sus fríos ojos

grises mientras esperábamos, con el sonido de la batalla amortiguado por el

zumbido de los soldados sombra a nuestro alrededor. Un momento después,

un bum atronador resonó en algún lugar en la distancia.

El Darkling sacudió la cabeza.

―Puede que me tome otra vida entera quebrarte, Alina, pero me

concentraré en la tarea.

Page 291: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Se dio la vuelta y actué. Restringida por los nichevo’ya, no podía utilizar el

Corte, pero no estaba inútil del todo. Giré las muñecas y la luz violeta de la

lumiya se curvó a mí alrededor, y al mismo tiempo, me proyecté por el vínculo

entre nosotros.

El Darkling alzó la cabeza de golpe, y durante un momento, aunque seguía

invisible en el agarre de los nichevo’ya, lo miré fijamente desde un lado del

mástil. La visión de la chica ante él era entera e ilesa. Ella levantó los brazos

para lanzar el Corte. El Darkling no se detuvo a pensar; reaccionó. Fue un

escaso segundo, el breve espacio entre el instinto y la comprensión, pero fue

suficiente. Sus soldados sombra me soltaron y se lanzaron a protegerlo. Salté

hacia la barandilla y me arrojé por un costado del esquife.

Aterricé sobre mi brazo herido, y el dolor me recorrió de golpe todo el

cuerpo. El aullido de rabia del Darkling resonó a mi espalda. Sabía que había

perdido control de la luz, y eso significaba que era visible. Me obligué a seguir

moviéndome, y me arrastré por la arena para alejarme del brillo violeta de la

lumiya. Vi soldados del sol y Grisha luchando junto a los esquifes iluminados,

a Harshaw en el suelo y a Ruby sangrando.

Me forcé a ponerme de pie, y la cabeza me dio vueltas. Me sujeté el brazo

herido y me adentré en la oscuridad. No tenía visión, ni sentido de dirección.

Avancé aún más en la negrura, intentando hacer que mi mente funcionara,

que formara alguna especie de plan. Sabía que los volcra podrían venir por

mí en cualquier momento, pero no podía arriesgarme a la luz. «Piensa», me

reprendí. Estaba falta de ideas. Me habían quitado la pólvora, y no podía

hacer el Corte. Tenía la manga empapada de sangre, mis pisadas se

ralentizaron. Tenía que encontrar a alguien que me curara el brazo, tenía que

reagruparme. No podía simplemente volver a huir del Darkling como lo había

hecho la primera vez en el Abismo. Había estado huyendo desde entonces.

―Alina.

Me giré. Era la voz de Mal en la oscuridad. «Que sea un truco auditivo»,

pensé. Pero sabía que la manta de los Impulsores se había levantado desde

hacía mucho. ¿Cómo me había encontrado? Pregunta estúpida, Mal siempre

me encontraría.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Jadeé cuando me sujetó el brazo herido. A pesar del dolor y el riesgo,

convoqué una leve capa de luz y vi su hermoso rostro manchado de tierra y

sangre. Y el cuchillo en su mano. Reconocí la hoja, era de Tamar, de

manufactura Grisha. ¿Se lo había ofrecido ella para este momento? ¿La había

buscado él para pedírselo?

―Mal, no. Esto todavía no termina…

―Ya terminó, Alina.

Intenté alejarme, pero me sujetó con fuerza de la muñeca, cerró los dedos

a su alrededor y la brusca descarga de poder que se movió entre ambos me

llamó, exigiéndome que cruzara esa puerta. Con su otra mano, hizo que mis

dedos rodearan la empuñadura del cuchillo. La luz fluctuó.

―¡No!

―No dejes que todo sea por nada, Alina.

―Por favor…

Un grito agónico se elevó sobre el clamor de la batalla. Sonaba como Zoya.

―Sálvalos, Alina. No me dejes vivir sabiendo que podría haber detenido

esto.

―Mal…

―Sálvalos. Por esta vez, déjame ser tu apoyo. ―Su mirada se enlazó con

la mía―. Ponle fin a esto ―dijo, y su agarre se endureció.

«Nuestra historia no tiene fin».

Nunca sabría si fue codicia o abnegación lo que movió mi mano. Con los

dedos de Mal guiando los míos, levanté el cuchillo y se lo clavé en el pecho.

La inercia me jaló hacia adelante, y trastabillé. Me eché hacia atrás, y el

cuchillo cayó de nuestras manos. La sangre se manó de la herida, pero él

continuó sosteniendo mi muñeca.

―Mal ―sollocé.

Tosió y la sangre borboteó de sus labios. Se tambaleó hacia delante. Casi

me derrumbé cuando lo apreté contra mí, su agarre en mi muñeca era tan

fuerte que pensé que podría partirme los huesos. Jadeó, un estertor húmedo.

Su peso entero se derrumbó contra mí, arrastrándome hacia abajo. Aún me

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Leigh Bardugo Dark Guardians

apretaban sus dedos, presionados contra mi piel como si estuvieran

tomándome el pulso.

Supe cuando murió.

Durante un momento, todo estuvo en silencio, una respiración

contenida… y entonces, todo explotó en fuego blanco. Un rugido llenó mis

oídos, una avalancha de sonido que sacudió las arenas e hizo que el

mismísimo aire vibrara.

Grité mientras el poder fluía a través de mí, mientras yo ardía, consumida

desde el interior. Era una estrella viviente. Era combustión. Era un nuevo sol

nacido para destrozar el aire y devorar la tierra.

«Soy la ruina».

El mundo tembló, se disolvió y colisionó sobre sí.

Y entonces, el poder desapareció.

Abrí los ojos. Una espesa oscuridad me rodeaba, los oídos me zumbaban.

Estaba de rodillas. Mis manos encontraron el cuerpo de Mal, su camisa

arrugada y empapada de sangre.

Levanté las manos e invoqué la luz. Nada sucedió. Lo intenté de nuevo,

busqué el poder y solo encontré ausencia. Escuché un chillido desde arriba;

los volcra giraban en círculos. Podía ver explosiones de flama Inferno, las

formas opacas de los soldados luchando en el brillo violeta de los esquifes. En

algún lugar, Tolya y Tamar gritaban mi nombre.

―Mal… ―Tenía la garganta en carne viva, no reconocía mi propia voz.

Busqué la luz, como había hecho una vez en la profundidad de la Catedral

Blanca, intentando alcanzar cualquier hebra débil. Pero esto era diferente.

Podía sentir la herida en mi interior, la brecha donde algo entero y correcto

había estado. No estaba dañada, estaba vacía.

Mis puños apretaron la camisa de Mal.

―Ayúdenme ―jadeé.

«¿Qué es infinito? El universo y la codicia de los hombres».

¿Qué lección era esta? ¿Qué broma enfermiza? Cuando el Darkling había

jugado con el poder en el corazón de la creación, el Abismo había sido su

recompensa, un lugar donde su poder era inútil, una abominación que lo

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Leigh Bardugo Dark Guardians

mantendría a él y a su país en servidumbre por cientos de años. Entonces,

¿este era mi castigo? Morozova estaba realmente loco, ¿o solo era un fracaso?

―¡Alguien ayúdeme! ―grité.

Tolya y Tamar corrieron hacia mí, con Zoya detrás; sus cuerpos estaban

iluminados por bombonas de cristal de lumiya. Tolya cojeaba, Zoya tenía una

quemadura en un lado del rostro, y Tamar estaba prácticamente cubierta de

sangre por las heridas que el nichevo’ya le había infligido. Todos se detuvieron

en seco cuando vieron a Mal.

―Tráiganlo de regreso ―grité.

Tolya y Tamar se pusieron de rodillas a su lado, pero vi la mirada que

intercambiaron.

―Alina… ―dijo Tamar.

―Por favor ―sollocé―, tráiganmelo de regreso.

Tamar abrió la boca de Mal e intentó forzar aire en sus pulmones. Tolya

puso una mano sobre el pecho de Mal, aplicando presión a la herida para

intentar restaurar el latido de su corazón.

―Necesitamos más luz ―dijo.

Una risa ahogada se me escapó. Levanté las manos, rogándole a la luz y a

cualquier Santo que hubiera existido. No sirvió de nada. El gesto se sentía

falso, era una pantomima. No había nada allí.

―No entiendo ―grité mientras presionaba mi mejilla húmeda contra la de

Mal. Su piel ya se estaba enfriando.

Baghra me había advertido: «Puede que no seas capaz de sobrevivir al

sacrificio que requiere el merzost». Pero ¿cuál era el punto de este sacrificio?

¿Habíamos vivido solo para ser una lección del precio de la codicia? ¿Era esa

la verdad de la locura de Morozova, alguna clase de ecuación cruel que se

llevaba todo nuestro amor y pérdida y los convertía en nada?

Era demasiado. El odio, el dolor y la pena me abrumaron. Si hubiera tenido

mi poder de vuelta durante un segundo siquiera, habría convertido el mundo

en cenizas.

Entonces lo vi… una luz en la distancia, una espada brillante que

atravesaba la oscuridad.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Antes de que pudiera encontrarle sentido, otra apareció: un punto brillante

que se convirtió en dos haces amplios, que se movían desenfrenadamente

sobre mí.

Un torrente de luz explotó de la oscuridad a solo un metro de mí. Cuando

mis ojos se ajustaron, vi a Vladim, con la boca abierta por la sorpresa y la

confusión, mientras la luz brotaba de sus palmas.

Giré la cabeza y los vi cobrar vida en una chispa, uno por uno a lo largo

del Abismo, como estrellas al aparecer en el cielo crepuscular, Soldat Sol y

oprichniki, con las armas olvidadas, los rostros perplejos, sobrecogidos,

aterrorizados, y bañados en luz.

Recordé las palabras del Darkling en un barco que navegaba las aguas

congeladas de la Ruta de Hueso. «Morozova era un hombre extraño. Era un

poco como tú, le atraía lo común y los débiles».

Había tenido una esposa otkazat’sya.

Casi había perdido una hija otkazat’sya.

Se había creído solo en el mundo, solo con su poder.

Ahora lo entendía, vi lo que había hecho. Este era el don de los tres

amplificadores: poder multiplicado un millar de veces, pero no en una sola

persona. ¿Cuántos nuevos Invocadores acababan de ser creados? ¿Cuán lejos

había alcanzado el poder de Morozova?

Los arcos y cascadas de luz florecieron a mí alrededor, un jardín brillante

que crecía en esta noche antinatural. Los haces se encontraron, y donde se

cruzaron, la oscuridad se quemó.

Los gritos de los volcra hicieron erupción a mí alrededor conforme el

Abismo empezaba a desaparecer. Era un milagro.

Y no me importaba. Los Santos podían quedarse sus milagros, los Grisha

podían quedarse con sus largas vidas y sus lecciones. Mal estaba muerto.

―¿Cómo?

Levanté la vista. El Darkling estaba de pie detrás de nosotros, anonadado,

contemplando la imposible visión del Abismo deshaciéndose a nuestro

alrededor.

Page 296: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―No puede ser, no sin el pájaro de fuego. El tercer… ―Se paró en seco

cuando sus ojos se posaron en el cuerpo de Mal y la sangre en mis manos―.

No puede ser ―repitió.

Incluso ahora, mientras el mundo que conocíamos se rehacía en

explosiones y destellos de luz, él no podía comprender lo que era Mal en

realidad. Nunca lo comprendería.

―¿Qué poder es este? ―exigió saber. El Darkling caminó lentamente hacia

nosotros, con las sombras estancadas en sus palmas, y sus criaturas girando a

su alrededor.

Los gemelos sacaron sus armas. Sin pensar, levanté las manos, buscando

la luz. Nada sucedió.

El Darkling me miró fijamente. Bajó los brazos y las madejas de oscuridad

se desvanecieron.

―No ―dijo desconcertado, sacudiendo la cabeza―. No. No es… ¿Qué has

hecho?

―Sigan trabajando ―les ordené a los gemelos.

―Alina…

―Tráiganmelo de vuelta ―repetí. No estaba siendo coherente, lo sabía. Ellos

no tenían el poder de Morozova, pero Mal podía sacar conejos de las rocas,

podía encontrar el norte verdadero parado de cabeza. Volvería a encontrar su

camino de regreso a mí.

Me puse de pie, y el Darkling caminó a zancadas hacia mí.

Llevó las manos a mi garganta.

―No ―susurró.

Solo entonces me di cuenta de que el collar se había caído. Miré hacia abajo:

yacía en pedazos junto al cuerpo de Mal. Mi muñeca estaba desnuda; el

grillete también se había roto.

―Esto no está bien ―dijo, y en su voz escuché desesperación, una angustia

nueva y desconocida. Sus dedos rozaron mi cuello, acunaron mi rostro. No

sentí la oleada de seguridad. Ninguna luz se estremeció en mi interior para

responder su llamada. Sus ojos grises buscaron los míos; confundidos,

Page 297: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

prácticamente aterrorizados―. Estabas destinada a ser como yo. Estabas

destinada… Ahora no eres nada.

Dejó caer las manos, y vi que la comprensión lo alcanzaba. Estaba

verdaderamente solo, y siempre lo estaría.

Vi cuando el vacío entró a sus ojos, sentí que la vacuidad en su interior se

hacía más grande, un desierto infinito. La calma lo abandonó, toda esa certeza

fría. Gritó de ira.

Abrió los brazos y llamó a la oscuridad. Los nichevo’ya se dispersaron como

una parvada de aves expulsadas de un seto y se volvieron contra los Soldat

Sol y los oprichniki por igual, los derribaron y apagaron los haces de luz que

irradiaban de sus cuerpos. Sabía que no había fondo para el dolor del

Darkling. Seguiría cayendo y cayendo.

«Piedad». ¿Lo había entendido alguna vez? ¿Realmente había creído saber

lo que era el sufrimiento? ¿El perdón? «Piedad ―pensé―. Para el ciervo, para

el Darkling, para todos nosotros».

Si todavía hubiéramos estado unidos por ese vínculo, él habría percibido

lo que estaba a punto de hacer. Retorcí los dedos en la manga de mi abrigo, y

curvé un trozo de sombra alrededor de la hoja de mi cuchillo; el cuchillo que

había levantado de las arenas, húmedo con la sangre de Mal. Este era el único

poder que me quedaba, uno que nunca había sido realmente mío. Un eco, una

broma, un truco de carnaval. «Es algo que tomaste de él».

―No necesito ser Grisha ―susurré―, para empuñar acero Grisha.

Con un solo movimiento fluido, enterré la hoja envuelta en sombras en la

profundidad del corazón del Darkling.

Emitió un sonido suave, poco más que una exhalación. Miró la

empuñadura que sobresalía de su pecho, luego de vuelta a mí. Frunció el

ceño, dio un paso, se tambaleó ligeramente. Se enderezó.

Una simple risa brotó de sus labios, y un fino rocío de sangre le roció la

barbilla.

―¿Así?

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Sus piernas fallaron. Intentó detener su descenso, pero su brazo cedió y se

derrumbó, rodando de espaldas. «Es bastante simple. Los semejantes se

atraen». El poder del Darkling, la sangre de Morozova.

―Cielo azul ―dijo. Miré, y a la distancia lo vi, un brillo pálido, casi

completamente oscurecido por la niebla negra del Abismo. Los volcra

aleteaban para alejarse de él, buscando algún lugar para ocultarse―. Alina

―respiró.

Me arrodillé a su lado. Los nichevo’ya habían cesado sus ataques. Andaban

en círculos y hacían estrépito sobre nosotros, inseguros de qué hacer. Creí

vislumbrar a Nikolai entre ellos, yendo en arco hacia el parche de azul.

―Alina ―repitió el Darkling, sus dedos buscaron los míos. Me sorprendí

de encontrar que lágrimas frescas me inundaban los ojos.

Estiró la mano y rozó los nudillos sobre la humedad de mi mejilla. Una

sonrisa diminuta tocó sus labios manchados de sangre.

―Alguien que me llore. ―Dejó caer la mano, como si el peso fuera

demasiado―. Sin tumba ―jadeó, su mano aferró la mía―, que puedan

profanar.

―Muy bien ―contesté. Las lágrimas manaron con mayor fuerza. «No

quedará nada».

Se estremeció. Sus párpados se cerraron.

―Una vez más ―dijo―. Di mi nombre una vez más.

Era ancestral, lo sabía, pero en este momento solo era un chico: brillante,

bendecido con demasiado poder, agobiado por la eternidad.

―Aleksander.

Sus ojos se cerraron.

―No me dejes solo ―murmuró. Y entonces sucumbió.

Un sonido como un gran suspiro se precipitó sobre nosotros, y me levantó

el cabello.

Los nichevo’ya explotaron y se dispersaron como cenizas en el viento,

dejando soldados y Grisha alarmados que miraban fijamente los lugares

donde habían estado. Escuché un grito adolorido y levanté la vista a tiempo

para ver disolverse las alas de Nikolai, la oscuridad salió de él en volutas

Page 299: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

negras mientras se desplomaba hacia la arena gris. Zoya corrió hacia él,

intentando ralentizar su caída con una corriente de aire ascendente.

Sabía que debía moverme. Debía hacer algo, pero parecía que no podía

obligar a mis piernas que funcionaran. Me dejé caer entre Mal y el Darkling,

lo último del linaje de Morozova. Estaba sangrando por mi herida de bala.

Toqué la piel libre de mi cuello, se sentía desnuda.

Fui vagamente consciente de la retirada de los Grisha del Darkling.

Algunos de los oprichniki también se fueron, mientras la luz seguía fluyendo

de ellos en incontrolables ataques y sobresaltos. No sabía a dónde iban. Tal

vez de regreso a Kribirsk para advertir a sus compatriotas que su amo había

caído. Tal vez solo estaban huyendo. No me importaba.

Escuché a Tolya y Tamar susurrarse el uno al otro. No entendí las palabras,

pero la resignación en sus voces era lo bastante clara.

―No queda nada ―dije en voz baja, sintiendo el vacío en mi interior, el

vacío en todos lados.

Los Soldat Sol vitoreaban, y dejaban que las llamaradas de luz los rodearan

en gloriosos arcos conforme quemaban el Abismo. Algunos habían trepado a

los esquifes de cristal del Darkling. Otros habían formado una línea, uniendo

sus haces de luces para enviar una cascada de luz solar a través de los restos

desvaídos de oscuridad, desvaneciendo el Abismo en una ola.

Gritaban y reían, jubilosos en su triunfo, tan ruidosos que casi no lo oí…

un carraspeo suave, frágil, imposible. Intenté detenerla, pero la esperanza me

llegó con fuerza, una añoranza tan aguda que supe que su fin me quebraría.

Tamar sollozó. Tolya maldijo. Y volvió a repetirse: el débil y milagroso

sonido de la respiración de Mal.

Page 300: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Traducido por Hishiru

Nos sacaron del Abismo en uno de los esquifes del Darkling. Zoya se apropió

del maltrecho navío de cristal con una habilidad sorprendente, y después

mantuvo distraído a los curiosos Soldat Sol mientras Tolya y Tamar nos

cargaban a cubierta, ocultos bajo abrigos gruesos y keftas dobladas. El cuerpo

del Darkling estaba envuelto en la túnica azul de uno de sus Infernos caídos.

Le había hecho una promesa, y tenía la intención de cumplirla.

Los Impulsores ―Zoya, Nadia, y Adrik, todos ellos con vida y tan enteros

como lo habían estado cuando la batalla comenzó― izaron las velas y nos

llevaron por las arenas muertas tan rápido como su poder les permitía.

Yacía junto a Mal. Él seguía terriblemente adolorido, por lo que perdía y

recuperaba la consciencia. Tolya continuaba trabajando en él, comprobando

su pulso y respiración.

En algún lugar del barco oí a Nikolai hablando, su voz sonaba ronca y

dañada por la cosa oscura que lo había utilizado. Quería ir con él, ver su

rostro, asegurarme de que estaba bien, porque debía haberse roto los huesos

después de esa caída. Pero comencé a perder la consciencia debido a la gran

pérdida de sangre que sufrí por la herida. Mientras los ojos se me cerraban,

sujeté la mano de Tolya.

―Morí aquí, ¿entiendes? ―Frunció el ceño. Pensó que estaba delirando,

pero necesitaba que escuchara―. Este fue mi martirio, Tolya. Hoy morí aquí.

―Santa Alina ―dijo en voz baja, y besó mis nudillos, un gesto cortés,

como un caballero en un baile. Recé a todos los Santos reales para que Tolya

lo entendiera.

* * *

Page 301: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Al final, mis amigos hicieron un buen trabajo con mi muerte, y uno mucho

mejor con la resurrección de Nikolai.

Nos regresaron a Tomikyana y nos ocultaron en el granero entre las

prensas de sidra, en caso de que los Soldat Sol regresaran. Asearon a Nikolai,

le cortaron el cabello, y lo alimentaron con té dulce y pan duro. Genya incluso

le encontró un uniforme del Primer Ejército. En cuestión de horas, estaba en

camino a Kribirsk, flanqueado por los gemelos, junto con Nadia y Zoya,

vestidas con keftas azules que robaron de entre los muertos.

La historia que inventaron era simple: Nikolai había sido prisionero del

Darkling, a la espera de su ejecución en el Abismo, pero había escapado y, con

la ayuda de la Invocadora del Sol, logró vencer al Darkling. Pocas personas

conocían la verdad de lo que había sucedido. La batalla había sido una

confusión de violencia efectuada casi en la oscuridad, y yo sospechaba que los

Grisha y los oprichniki del Darkling estarían demasiado ocupados huyendo o

pidiendo indultos reales para disputar esta nueva versión de los hechos. Era

una buena historia con un final trágico: la Invocadora del Sol había dado su

vida para salvar a Ravka y a su nuevo Rey.

La mayor parte de mis horas en Tomikyana fueron un borrón: el olor de

las manzanas, el susurro de las palomas en los aleros, la respiración de Mal a

mi lado. En algún momento, Genya vino a buscarnos, y pensé que debía estar

soñando. Las cicatrices en su rostro aún estaban allí, pero la mayoría de las

rugosidades oscuras habían desaparecido.

―Las de tu hombro también ―me informó con una sonrisa―. Quedaron

cicatrices, pero no tan aterradoras.

―¿La de tu ojo? ―le pregunté.

―Se ha ido para siempre. Pero le había tomado bastante cariño a mi

parche; creo que me daba cierta elegancia.

Debí haberme quedado dormida de nuevo, porque lo siguiente que supe,

fue que Misha estaba de pie frente a mí con harina en las manos.

―¿Qué estabas horneando? ―le pregunté, pero mis palabras sonaron

confusas.

Page 302: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

―Pastel de jengibre.

―¿No es de manzana?

―Estoy harto de las manzanas. ¿Quieres revolver el glaseado?

Recuerdo haber asentido, y volver a caer dormida.

* * *

No fue hasta bien entrada la noche que Zoya y Tamar regresaron a vernos,

con noticias de Kribirsk. Al parecer el poder de los amplificadores había

llegado hasta los diques secos. La explosión había lanzado por los aires a

Grisha y trabajadores portuarios, y cuando la luz empezó a manar desde cada

otkazat'sya que pudo alcanzar, había estallado el caos.

Mientras el Abismo comenzaba a desintegrarse, algunos se habían

aventurado más allá de sus costas para unirse a la destrucción. Otros habían

tomado las armas y comenzaron a cazar volcra, rodeándolos en los pocos

residuos que quedaban del Abismo para matarlos. Se dijo que algunos

monstruos habían escapado, desafiando la luz para buscar sombras

profundas en otros lugares. Ahora, entre los trabajadores portuarios, los

Soldat Sol y los oprichniki que no habían huido, lo único que quedaba del Falso

Océano eran fragmentos oscuros que colgaban en el aire o se arrastraban por

el suelo como criaturas perdidas separadas de la manada.

Cuando los rumores de la muerte del Darkling habían alcanzado Kribirsk,

el campamento militar se había enfrascado en el caos… Y entonces había

aparecido Nikolai Lantsov. Se instaló en los cuarteles reales, comenzó a

convocar a los capitanes del Primer Ejército y a los comandantes Grisha, y

simplemente empezó a dar órdenes. Movilizó a todas las unidades restantes

del ejército para asegurar las fronteras, y envió mensajes a la costa para reunir

a la flota de Sturmhond. Al parecer había logrado todo eso sin dormir y con

dos costillas fracturadas. Nadie más habría tenido la capacidad, y mucho

menos el coraje, ciertamente no el hijo menor y rumoreado bastardo. Pero

Nikolai había estado entrenando para esto toda su vida, y sabía que tenía un

don para lo imposible.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―¿Cómo está? ―le pregunté a Tamar.

Se quedó pensativa, y luego contestó:

―Torturado. Tiene algo diferente, aunque no estoy segura de que alguien

más se dé cuenta.

―Tal vez ―objetó Zoya―. Pero nunca he visto nada igual. Si se vuelve

más encantador, hombres y mujeres podrían empezar a lanzarse a la calle solo

por el privilegio de que los pise el nuevo Rey ravkano. ¿Cómo pudiste

resistirte a él?

―Buena pregunta ―murmuró Mal a mi lado.

―Resulta que no me importan las esmeraldas ―le dije.

Zoya rodó los ojos y dijo:

―O la sangre real, el carisma deslumbrante, una enorme riqueza…

―Detente allí ―dijo Mal.

Apoyé la cabeza en el hombro de Mal.

―Todo eso es muy agradable, pero mi verdadera pasión son las causas

perdidas. ―O simplemente una realidad. Beznako. Mi causa perdida,

encontrada de nuevo.

―Estoy rodeada de idiotas ―se quejó Zoya, pero sonreía.

Antes de que Tamar y Zoya regresaran a la casa principal, Tamar revisó

nuestras heridas. Mal estaba débil, pero teniendo en cuenta lo que le había

pasado, eso era de esperar. Tamar había curado la herida de bala en mi

hombro, y aparte de estar algo temblorosa y adolorida, me sentía como nueva.

Al menos, eso fue lo que les dije. Pero sentía el dolor de la ausencia de mi

poder como un miembro fantasma.

Me quedé dormida en el colchón que habían arrastrado al granero, y

cuando me desperté, Mal estaba acostado de lado, mirándome. Estaba pálido,

y sus ojos azules parecían muy brillantes. Extendí la mano y tracé la cicatriz a

lo largo de su mandíbula, la que se había hecho en Fjerda cuando estaba

cazando al ciervo.

―¿Qué viste? ―le pregunté―. Cuando…

―¿Cuándo morí?

Le di un suave empujón, y él hizo una mueca.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

―Vi a Ilya Morozova montando un unicornio, tocando una balalaika.

―Muy gracioso.

Se recostó sobre su espalda y cuidadosamente puso un brazo debajo de su

cabeza.

―No vi nada. Lo único que recuerdo es dolor. Sentí el cuchillo como si

estuviera en llamas, como si me estuviera arrancando el corazón del pecho.

Después nada, solo oscuridad.

―Moriste ―le dije con un escalofrío―. Y entonces mi poder… ―Mi voz

se quebró.

Alargó su brazo y puse mi cabeza en su hombro, con cuidado de no mover

los vendajes de su pecho.

―Lo siento ―me dijo―. Hubo momentos… Hubo momentos en que deseé

que perdieras tu poder, pero nunca quise esto.

―Me alegro de estar viva ―le dije―. El Abismo ya no está. Ahora estás a

salvo. Es solo que… duele. ―Me sentía mezquina. Harshaw estaba muerto,

también la mitad de los Soldat Sol, incluyendo a Ruby. Luego estaban los

otros: Sergei, Marie, Paja, Fedyor, Botkin. Baghra. Muchos murieron en esta

guerra. La lista se extendía más y más.

―La pérdida es la pérdida ―dijo Mal―. Tienes derecho a llorarla.

Miré hacia las vigas de madera del granero. Incluso el más pequeño jirón

de oscuridad que manipulaba me había abandonado. Ese poder había

pertenecido al Darkling, y había dejado este mundo con él.

―Me siento vacía.

Mal estuvo en silencio por un largo tiempo, luego dijo:

―También lo siento. ―Me apoyé en mi codo. Su mirada era distante―.

No lo sabré hasta que lo intente, pero me siento diferente. Solía saber cosas.

Incluso acostado aquí, habría sentido a los ciervos en el campo, a un pájaro

descansando sobre una rama, tal vez a un ratón en su madriguera. Nunca

había pensado en ello, pero ahora solo hay una especie de… silencio.

Pérdida. Me preguntaba cómo habían traído Tolya y Tamar de regreso a

Mal. Había estado dispuesta a simplemente llamarlo un milagro. Ahora creía

entender. Mal había tenido dos vidas, pero solo una era suya por derecho. La

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Leigh Bardugo Dark Guardians

otra era robada, una herencia forjada desde merzost, arrebatada de la creación

en el corazón del mundo. El poder que había reverberado a través de los

huesos de Mal, era la fuerza que había reanimado a la hija de Morozova

cuando había perdido su vida humana. Su sangre había estado empapada con

eso, y ese pedazo robado de la creación era lo que lo había hecho un rastreador

notable, ligándolo a todo ser viviente. «Los semejantes se atraen».

Y ahora ya no estaba. La vida que había robado Morozova y le había dado

a su hija había llegado a su fin. La vida con la que Mal había nacido (frágil,

mortal, temporal) era solo suya.

Pérdida. Ese fue el precio que el mundo había exigido para mantener el

equilibrio. Pero Morozova no podía haber sabido que la persona que

descubriría los secretos de sus amplificadores no sería algún Grisha anciano

que había vivido mil años y estaba cansado de su poder. No podía haber

sabido que todo caería debido a dos huérfanos de Keramzin.

Mal tomó mi mano, entrelazó los dedos con los míos, y la apretó contra su

pecho.

―¿Crees que podrías ser feliz? ―preguntó―. ¿Con un rastreador

fracasado?

Sonreí ante eso. Un Mal presumido, encantador, valiente y peligroso. ¿Era

duda eso en su voz? Lo besé una vez, suavemente.

―Si tú puedes ser feliz con alguien que te apuñaló en el pecho.

―Yo ayudé. Y te dije que puedo manejar el malhumor.

No sabía lo que venía ahora o qué se suponía que debía ser. No tenía nada,

incluso la ropa que traía puesta era prestada. Y, sin embargo, allí acostada, me

di cuenta de que no tenía miedo. Después de todo lo que había pasado, no

había miedo en mí; tristeza o gratitud, tal vez incluso esperanza, pero el miedo

había sido devorado por el dolor y el desafío. La Santa se había ido, la

Invocadora también. Volvía a ser solo una chica, pero esta chica no le debía

su fuerza a la suerte, a la casualidad o a un destino grandioso. Había nacido

con mi poder; el resto me lo había ganado.

―Mal, tendrás que tener cuidado. La historia sobre los amplificadores

podría esparcirse. Las personas pueden creer que todavía tienes poder.

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Él negó con la cabeza.

―Malyen Oretsev murió contigo ―dijo, sus palabras se parecían lo

bastante a mis pensamientos como para erizarme el vello de los brazos―. Esa

vida ha terminado. Tal vez voy a ser más inteligente en la siguiente.

Solté un bufido.

―Ya veremos. Sabes, vamos a tener que elegir nuevos nombres.

―Misha ya está haciendo una lista de sugerencias.

―Oh, Santos.

―No tienes nada de que quejarte. Al parecer, yo soy Dmitri Dumkin.

―Te queda.

―Debo advertirte que estoy llevando la cuenta de todos tus insultos para

que pueda recompensarte cuando esté mejor.

―Cuidado con las amenazas, Dumkin. Tal vez le diga al Apparat todo

acerca de tu milagrosa recuperación, y te convierta también en un Santo.

―Puede intentarlo ―dijo Mal―. No tengo intención de perder mis días en

actividades sagradas.

―¿No?

―No ―dijo mientras se acercaba―. Tengo que pasar el resto de mi vida

buscando la manera de merecer a cierta chica de pelo blanco. Ella es muy

susceptible, de vez en cuando pone excrementos de gallina en mis zapatos o

trata de matarme.

―Suena agotador ―comenté, antes de que sus labios se encontraran con

los míos.

―Vale la pena. Y tal vez un día me dejará perseguirla a una capilla.

Me estremecí.

―No me gustan las capillas.

―Le dije a Ana Kuya que me casaría contigo.

Me eché a reír.

―¿Te acuerdas de eso?

―Alina ―dijo y besó la cicatriz en la palma de mi mano―. Me acuerdo de

todo.

Page 307: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

* * *

Era el momento de dejar Tomikyana. Habíamos tenido solo una noche

para recuperarnos, pero la noticia de la destrucción del Abismo se estaba

extendiendo rápidamente, y los propietarios de la granja podrían volver

pronto. Y aunque ya no era la Invocadora del Sol, aún había cosas que tenía

que hacer antes de poder enterrar a Santa Alina para siempre.

Genya nos trajo ropa limpia. Mal cojeó a la parte de atrás de las prensas de

sidra para cambiarse mientras ella me ayudaba a ponerme una blusa sencilla

y un sarafan que iba por encima. Eran ropas de campesino, ninguna de militar.

Una vez Genya me había trenzado el pelo con oro en el Pequeño Palacio,

pero ahora era necesario un cambio más radical. Utilizando una olla de

hematita y un puñado de plumas brillantes de gallo, alteró temporalmente su

distintivo color blanco, y después me ató un pañuelo alrededor de la cabeza

para darle un buen toque.

Mal regresó vestido con una túnica, pantalones y un abrigo simple.

Llevaba un gorro negro de lana con visera corta. Genya arrugó la nariz.

―Pareces un agricultor.

―Me he visto peor. ―Él me miró―. ¿Tienes el pelo rojo?

―Temporalmente.

―Y casi le viene ―añadió Genya, y salió del granero. El efecto se

desvanecería en pocos días sin su ayuda.

Genya y David viajarían por separado para llegar a la reunión de los

Grisha en la base militar en Kribirsk. Habían ofrecido llevar a Misha con ellos,

pero él había elegido ir con Mal y conmigo, porque afirmó que necesitábamos

alguien que nos cuidara. Nos aseguramos de que su broche de rayo de sol

estuviera escondido a buen recaudo y que sus bolsillos estuvieran llenos de

queso para Oncat, luego nos dirigimos a las arenas grises de lo que una vez

fue el Abismo.

Era fácil mezclarse con la multitud que iba y venía de Ravka. Había

familias, grupos de soldados, nobles y campesinos. Los niños trepaban a los

esquifes de arena destruidos, la gente se reunía en fiestas espontáneas, se

Page 308: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

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besaban, abrazaban, y pasaban alrededor botellas de kvas y pan frito relleno

con pasas. Se saludaban con gritos de «¡Yunejhost!» Unidad.

En medio de esas celebraciones, había lugares abatidos por el dolor. El

silencio imperaba en las ruinas de lo que alguna vez fue Novokribirsk. La

mayoría de los edificios se habían caído en pedazos, solo quedaban

insinuaciones oscuras en donde habían estado las calles, y todo había

quedado reducido a un gris casi incoloro. La fuente redonda de piedra situada

en el centro histórico de la ciudad ahora parecía una luna creciente, carcomida

en donde el poder oscuro la había tocado. Los ancianos hurgaban en las ruinas

y murmuraban entre sí. Incluso más allá de los límites de la ciudad, los

familiares de los caídos ponían flores en los restos de los esquifes, y construían

pequeños altares en sus cubiertas.

En todas partes, vi personas que llevaban el águila bicéfala, portaban

pancartas y ondeaban banderas ravkanas. Las niñas llevaban cintas de color

azul pálido y dorado en el pelo, y escuché los rumores de las torturas que el

valiente joven príncipe había sufrido a manos del Darkling.

También escuché mi nombre. Los peregrinos ya estaban llegando al

Abismo para ver el milagro que había ocurrido y ofrecer oraciones a Santa

Alina. Una vez más, habían empezado a aparecer vendedores con carretas

destartaladas cargadas con lo que afirmaban eran los huesos de mis dedos, y

mi cara me miraba desde las superficies pintadas de íconos de madera. Pero

no era yo en realidad. La Alina del Abismo era una chica guapa, con las

mejillas redondas y serenos ojos marrones, y las astas del collar de Morozova

descansando sobre su esbelto cuello.

Nadie nos echó una segunda mirada. No éramos nobles, no estábamos en

el Segundo Ejército, no pertenecíamos a esta clase nueva y extraña de

Invocadores soldados. Estábamos en el anonimato. Éramos turistas.

En Kribirsk, la fiesta estaba en su apogeo. Los muelles estaban iluminados

con farolillos de colores. La gente cantaba y bebía a bordo de los esquifes de

arena. Se amontonaban en las escalinatas de las barracas, y allanaban la tienda

comedor por comida. Vislumbré la bandera amarilla de la Tienda de los

Documentos, y aunque una parte de mí se moría por volver allí, por inhalar

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Leigh Bardugo Dark Guardians

los viejos olores familiares de la tinta y el papel, no podía arriesgarme a la

posibilidad de que uno de los cartógrafos me reconociera.

Los burdeles y tabernas de la ciudad estaban haciendo un gran negocio.

Mientras una danza improvisada se celebraba en la plaza central, en la misma

calle una multitud se reunía en la antigua iglesia para leer los nombres escritos

en sus paredes y encender velas por los muertos. Me detuve para encender

una por Harshaw, luego otra, y otra. A él le hubieran gustado las llamas.

Tamar había encontrado una habitación para nosotros en una de las

posadas más respetables. Dejé a Mal y a Misha allí con la promesa de regresar

esa noche. Las noticias que salían de Os Alta seguían siendo un enredo, y

todavía no habíamos tenido noticias de la madre de Misha. Sabía que él debía

tener esperanzas, pero no había dicho ni una palabra al respecto, solo se

comprometió solemnemente a vigilar a Mal en mi ausencia.

―Léele parábolas religiosas ―le susurré a Misha―. Le encantan.

Apenas si pude esquivar la almohada que Mal lanzó a través del cuarto.

* * *

No fui directamente a los cuarteles reales, sino que tomé una ruta que me

llevó hasta donde había estado una vez el pabellón de seda del Darkling.

Asumí que él iba a reconstruirlo, pero el campo estaba vacío, y cuando llegué

a los cuarteles Lantsov, comprendí rápidamente el por qué. El Darkling había

fijado su residencia allí. Había colgado banderas negras en las ventanas y el

águila bicéfala tallada encima de las puertas había sido reemplazada con un

sol en eclipse. Ahora los obreros estaban quitando las banderas negras y

reemplazándolas con el azul y dorado ravkano. Mientras tanto, un soldado

había puesto un toldo y con un martillo enorme rompía el símbolo de piedra

sobre la puerta. Se oyó una ovación entre la multitud. No podía compartir su

entusiasmo. A pesar de sus crímenes, el Darkling había amado a Ravka, y

había querido tener su amor a cambio.

Me encontré con un guardia cerca de la entrada y le pregunté por Tamar

Kir-Bataar. Me miró con menosprecio al ver nada más que una campesina

Page 310: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

escuálida, y por un momento, oí al Darkling decir, «Ahora no eres nada». La

chica que una vez había sido le habría creído. La chica en la que me había

convertido no estaba de humor.

―¿Qué estás esperando exactamente? ―le espeté. El soldado parpadeó y

saltó a la acción. Unos minutos más tarde, Tamar y Tolya trotaron por las

escaleras hasta llegar a mí.

Tolya me cogió entre sus brazos enormes.

―Nuestra hermana ―explicó al guardia fisgón.

―¿Nuestra hermana? ―siseó Tamar mientras entrábamos a los cuarteles

reales―. No se parece en nada a nosotros. Recuérdame que nunca te permita

trabajar en inteligencia.

―Tengo mejores cosas que hacer que intercambiar rumores ―replicó con

dignidad―. Además, ella es nuestra hermana.

Me tragué un nudo en la garganta y les pregunté:

―¿Vine en un mal momento?

Tamar sacudió la cabeza.

―Nikolai terminó las reuniones temprano para que la gente pudiera asistir

a la… ―Su voz se desvaneció.

Asentí con la cabeza.

Me llevaron por un pasillo decorado con armas de guerra y mapas del

Abismo. Esos mapas tendrían que cambiar ahora. Me pregunté si algo podría

crecer en esas arenas debilitadas.

―¿Te quedarás con él? ―le pregunté a Tamar. Nikolai debía estar

desesperado por mantener a su alrededor a personas de su confianza.

―Por un tiempo. También Nadia, y otros miembros vivos de la Veintidós.

―¿Nevsky?

Ella negó con la cabeza.

―¿Stigg logró salir de la Hiladora?

Volvió a sacudir la cabeza. Había otros por los que preguntar, listas de

bajas que temía leer, pero eso tendría que esperar.

―Podría quedarme ―dijo Tolya―. Depende de…

―Tolya ―lo detuvo bruscamente su hermana.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Tolya se sonrojó y se encogió de hombros.

―Solo depende.

Llegamos a un par de puertas pesadas, las manijas eran las cabezas de dos

águilas gritando.

Tamar llamó. La habitación estaba casi a oscuras, solo iluminada por las

llamas del fuego en la chimenea. Me tomó un momento encontrar a Nikolai

en la penumbra. Estaba sentado frente al fuego, con sus botas lustradas

apoyadas en un taburete acolchado. Un plato de comida estaba a su lado,

junto con una botella de kvas, aunque sabía que él prefería el brandy.

―Estaremos afuera ―dijo Tamar.

Ante el sonido de la puerta cerrándose, Nikolai sobresaltó. Se puso de pie

y se inclinó.

―Perdóname ―dijo―. Estaba perdido en mis pensamientos. ―Entonces

sonrió y agregó―: Territorio desconocido.

Me recosté contra la puerta. Un lapsus. No obstante, un lapsus cubierto

con encanto.

―No tienes que hacer eso.

―Sí tengo. ―Su sonrisa se desvaneció. Hizo un gesto hacia las sillas junto

al fuego―. ¿Te unes a mí?

Crucé la habitación. La larga mesa estaba llena de documentos y puñados

de cartas estampadas con el sello real.

Había un libro abierto sobre la silla. Él lo hizo a un lado y nos sentamos.

―¿Qué estás leyendo?

Echó un vistazo al título.

―Una de las historias militares de Kamenski. En realidad, solo quería

mirar las palabras. ―Pasó sus dedos sobre la cubierta. Sus manos estaban

cubiertas de cortes y rasguños. Aunque mis cicatrices se habían desvanecido,

el Darkling había marcado a Nikolai de una manera diferente. Débiles líneas

negras todavía recorrían cada uno de sus dedos, donde las garras le habían

atravesado la piel al salir. Tendría que pasarlas como las marcas de tortura

que había soportado como prisionero del Darkling, aunque en cierto modo,

era verdad. Por lo menos el resto de las marcas parecía haberse

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desvanecido―. No podía leer ―continuó―. Cuando era… Cuando veía

signos en los escaparates, escritos en las cajas, no podía entenderlos, pero

recordaba lo suficiente para saber que eran más que rasguños en la pared.

Me acomodé más en la silla.

―¿Qué más recuerdas?

Sus ojos color avellana eran distantes.

―Demasiado. Yo… todavía puedo sentir la oscuridad dentro de mí. Sigo

pensando que desaparecerá, pero…

―Lo sé ―le dije―. Es mejor ahora, pero sigue allí. ―Como una sombra

junto a mi corazón. No sabía qué podía implicar el poder del Darkling, y no

quería imaginarlo―. Tal vez se desvanecerá con el tiempo.

Se pellizcó el puente de la nariz con dos dedos.

―Esto no es lo que las personas quieren de un rey, lo que esperan de mí.

―Date la oportunidad de sanar.

―Todo el mundo está mirando, necesitan seguridad. No pasará mucho

tiempo antes de que los fjerdanos o los shu se vuelvan contra mí.

―¿Qué harás?

―Mi flota está intacta, gracias a los Santos y a Privyet ―dijo, refiriéndose

al oficial que le había dejado el control cuando había abandonado el cargo

Sturmhond―. Deberían ser capaces de neutralizar a Fjerda por un tiempo, y

hay barcos de carga que esperan listos en el puerto para entregar armas. He

enviado un mensaje a cada puesto de avanzada militar operacional. Haremos

nuestro mejor esfuerzo para asegurar las fronteras. Partiré a Os Alta mañana,

y tengo emisarios en camino para intentar regresar las milicias bajo la bandera

del Rey. ―Dio una leve carcajada―. Mi bandera.

Sonreí.

―Solo piensa en todas esas reverencias y fanfarrias en tu futuro.

―Salve el Rey de los Piratas.

―Corsario.

―¿Por qué darle más vueltas? «Rey Bastardo» es más probable.

―En realidad ―le dije―, ya te están llamando Korol Rezni. ―Había oído

esos rumores en las calles de Kribirsk: Rey de Cicatrices.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Levantó la vista bruscamente.

―¿Crees que lo saben?

―Lo dudo, pero estás acostumbrado a los rumores, Nikolai. Y esto podría

ser algo bueno.

Él levantó una ceja.

―Sé que te encanta que te amen ―le dije―, pero un poco de miedo no

puede hacer daño.

―¿El Darkling te enseñó eso?

―Y tú. Me parece recordar cierto relato sobre los dedos de un capitán

fjerdano y un perro hambriento.

―La próxima vez adviérteme cuando estés prestando atención. Voy a

hablar menos.

―Ahora me lo dices.

Una débil sonrisa se formó en sus labios, luego frunció el ceño.

―Debo advertirte, el Apparat estará allí esta noche.

Me senté más erguida.

―¿Perdonaste al sacerdote?

―Tuve que hacerlo. Necesito su apoyo.

―¿Vas a ofrecerle un puesto en la corte?

―Estamos en negociaciones ―reconoció con amargura.

Podría ofrecerle toda la información que tenía sobre el Apparat, pero

sospechaba que sería de más ayuda que supiera la ubicación de la Catedral

Blanca. Desafortunadamente, Mal era el único que podría haber sido capaz de

llevarnos hasta allí, y no estaba segura de que siguiera siendo una posibilidad.

Nikolai le dio a la botella de kvas un giro lento.

―No es demasiado tarde ―dijo―. Podrías quedarte. Venir conmigo al

Gran Palacio.

―¿Y hacer qué?

―Enseñarme, ayudarme a reconstruir el Segundo Ejército, ¿pasar algo de

tiempo en el lago?

Esto era lo que había estado insinuando Tolya; esperaba que volviera a Os

Alta. Dolía pensar en eso siquiera.

Page 314: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Negué con la cabeza.

―Ya no soy Grisha, y ciertamente no soy noble. No pertenezco en la corte.

―Podrías quedarte conmigo ―dijo en voz baja. Le dio otro giro a la

botella―. Todavía necesito una reina.

Me levanté de la silla y empujé sus botas a un lado para sentarme en el

pequeño taburete y poder mirarlo.

―Ya no soy la Invocadora del Sol, Nikolai. Ni siquiera soy Alina Starkov.

No quiero volver a la corte.

―Pero tú entiendes esta… cosa. ―Se tocó el pecho.

Así era. Merzost. Oscuridad. Podrías odiarla y ansiarla al mismo tiempo.

―Solo sería una carga. El poder reside en las alianzas ―le recordé.

―Me encanta cuando repites mis palabras. ―Suspiró―. Si tan solo no

fuera tan condenadamente sabio.

Metí la mano en mi bolsillo y puse la esmeralda Lantsov en la rodilla de

Nikolai. Genya me la había regresado cuando dejamos Tomikyana.

La cogió, le dio vueltas. La piedra verde destelló con la luz del fuego.

―¿Una princesa shu entonces? ¿Una fjerdana exuberante? ¿La hija de un

magnate de Kerch? ―Me tendió su anillo―. Quédatelo.

Me le quedé mirando.

―¿Cuánto de ese kvas has bebido?

―Nada. Quédatelo. Por favor.

―Nikolai, no puedo.

―Te lo debo, Alina. Ravka te debe, esto y más. Haz algo bueno con él,

llévalo a la ópera o simplemente sácalo y contémplalo con nostalgia cuando

pienses en el apuesto príncipe que podrías haber hecho tuyo. Para que conste,

estoy a favor de la última opción, y hazlo con lágrimas abundantes y un

poema cursi.

Me eché a reír.

Tomó mi mano y me pasó el anillo.

―Tómalo y construye algo nuevo.

Giré el anillo dentro de mi mano.

―Lo pensaré.

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Puso los ojos en blanco.

―¿Cuál es tu aversión a la palabra sí?

Sentí que iba a llorar y tuve que parpadear para alejar las lágrimas.

―Gracias.

Él se echó hacia atrás.

―Fuimos amigos, ¿cierto? ¿No solo aliados?

―No seas idiota, Nikolai. Somos amigos. ―Le di un golpe fuerte en la

rodilla―. Ahora, tú y yo resolveremos algunas cosas sobre el Segundo

Ejército. Y luego vamos a ver cómo me queman.

* * *

En nuestro camino hacia los muelles, me escabullí y encontré a Genya. Ella

y David estaban confinados en una carpa Fabricadora en el lado este del

campamento. Cuando le entregué a Genya la carta sellada marcada con el

águila bicéfala ravkana, se quedó inmóvil, sosteniéndola con cautela, como si

el pesado papel fuera peligroso al tacto.

Corrió el pulgar por el sello de cera, con los dedos temblando ligeramente.

―¿Esto es…?

―Es un perdón.

Lo abrió y luego se aferró a él.

David no levantó la vista de su mesa de trabajo cuando preguntó:

―¿Iremos a la cárcel?

―Todavía no ―contestó ella, secándose una lágrima―. Gracias.

―Entonces frunció el ceño cuando le entregué la segunda carta―. ¿Qué es

esto?

―Una oferta de trabajo. ―Había costado cierto convencimiento, pero al

final Nikolai había entendido el sentido de mis sugerencias. Me aclaré la

garganta―. Ravka todavía necesita a sus Grisha y los Grisha aún necesitan un

refugio seguro en el mundo. Quiero que dirijas el Segundo Ejército, junto con

David. Y Zoya.

―¿Zoya? ¿Me estás castigando?

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―Ella es poderosa, y creo que tiene un gran don para ser una buena líder.

O hará de su vida una pesadilla. Posiblemente ambas cosas.

―¿Por qué nosotros? El Darkling…

―El Darkling ya no está, ni tampoco la Invocadora del Sol. Ahora los

Grisha pueden liderarse por sí mismos, y quiero que todas las órdenes están

representadas: Etherealki, Materialki, y tú, Corporalki.

―No soy realmente una Corporalnik, Alina.

―Cuando tuviste la oportunidad, elegiste el rojo. Y espero que esas

divisiones no importen mucho si los Grisha son guiados por los suyos. Todos

ustedes son fuertes, todos ustedes saben lo que es ser seducido por el poder,

el estatus o el conocimiento. Además, todos ustedes son héroes.

―Seguirán a Zoya, tal vez incluso a David…

―¿Hmm? ―preguntó David distraídamente.

―Nada. Tendrás que ir a más reuniones.

―Odio las reuniones ―refunfuñó.

―Alina ―dijo Genya―, no estoy segura de que me sigan.

―Haz que te sigan. ―Le toqué el hombro―. Valiente e inquebrantable.

Una pequeña sonrisa se extendió por su rostro. Entonces me guiñó un ojo.

―Y maravillosa.

Sonreí.

―Entonces, ¿aceptas?

―Acepto.

La abracé con fuerza. Ella se echó a reír, y luego tiró de un mechón de pelo

que se había liberado de mi pañuelo.

―Detente, pelirroja artificial ―dijo―. ¿Debemos refrescarte?

―Mañana.

―Mañana ―estuvo de acuerdo.

La abracé otra vez, y luego salí, con los últimos retazos de la luz del día.

* * *

Hice mi camino de regreso a través del campamento, siguiendo a la

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multitud más allá de los muelles y sobre las arenas de lo que había sido el

Falso Océano. El sol casi se había puesto y la oscuridad estaba cayendo, pero

era imposible perderse la pira: un montículo enorme de abedules, con sus

ramas enredadas como extremidades blancas.

Un escalofrío me atravesó cuando vi a una chica sobre ella. Su pelo

extendido alrededor de su cabeza parecía un halo blanco. Usaba un kefta azul

con dorado, y el collar Morozova enroscado alrededor de la garganta, las astas

de ciervo de un gris plateado contra su piel. Fuera cual fuera el alambre u obra

de Fabricador que unía las piezas, lo habían ocultado de la vista.

Mis ojos vagaron sobre su cara… mi cara. Genya había hecho un trabajo

extraordinario. La inclinación de la nariz, el ángulo de la mandíbula, la figura

era simplemente perfecta. El tatuaje en la mejilla había desaparecido. No

quedaba casi nada de Ruby, la Soldat Sol que habría vivido para ser una

Invocadora de no haber muerto en el Abismo. Podría haber muerto como una

chica normal.

Me opuse a la idea de usar su cuerpo de esta manera, preocupada de que

su familia no tuviera nada que enterrar. Tolya fue quien me convenció.

―Ella creía, Alina. Deja que este sea su último acto de fe, incluso si tú no

crees.

Junto a Ruby yacía el Darkling en su kefta negra.

«¿Quién lo había atendido?» me pregunté, sintiendo un nudo en la

garganta. ¿Quién había peinado su cabello tan pulcramente? ¿Quién había

doblado sus gráciles manos en su pecho?

Algunos en la multitud se quejaban de que el Darkling no tenía por qué

compartir una pira con una Santa. Pero esto se sentía bien para mí, y las

personas necesitaban ponerle un fin a esto.

Los Soldat Sol restantes se habían reunido alrededor de la pira, con las

espaldas desnudas y sus pechos adornados con tatuajes. Vladim también

estaba allí, con la cabeza inclinada, y la marca en relieve en su piel delineada

por la luz del fuego. A su alrededor, la gente lloraba. Nikolai se situaba en la

periferia, impecable en su uniforme del Primer Ejército, con el Apparat a su

lado. Me subí el chal.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

La mirada de Nikolai se cruzó con la mía brevemente desde el otro lado

del círculo. Él dio la señal, el Apparat levantó las manos, y los Infernos

golpearon sus pedernales. Las llamas saltaron en arcos brillantes, dieron

vueltas y brincaron entre los abedules como pájaros rápidos, y lamieron las

ramas hasta que ardieron.

El fuego creció en llamas brillantes, como hojas temblorosas de un gran

árbol de oro. A mí alrededor, los gemidos y llantos de la multitud se hicieron

más fuertes.

«Sankta ―gritaban―. Sankta Alina».

Los ojos me ardían por el humo, el olor era empalagoso.

«Sankta Alina».

Nadie sabía su nombre para maldecirlo o ensalzarlo, así que lo dije en voz

baja, en un murmullo.

―Aleksander ―susurré. El nombre de un niño, un nombre abandonado.

Casi olvidado.

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Leigh Bardugo Dark Guardians

Traducido por plluberes

En la costa de Ravka Occidental se encontraba una capilla, al sur de Os Kervo,

a orillas del Verdadero Océano. Era un lugar tranquilo, donde las olas

llegaban casi a la puerta. Las paredes blancas estaban llenas de conchas, y la

cúpula que flotaba sobre el altar se parecía más al azul profundo del mar que

a los cielos.

No hubo un gran compromiso, ningún contrato o falso rescate. La

muchacha y el muchacho no tenían familias que los alborotaran, que los

pasearan por el pueblo cercano o los honraran con banquetes. La novia no

usaba un kokochnik, ningún vestido de oro. Sus únicos testigos eran un gata

anaranjada que se escabullía entre los bancos, y un niño, huérfano de madre

ahora también, que llevaba una espada de madera. Tuvo que subirse a una

silla para sostener las coronas de madera flotante sobre sus cabezas cuando se

dijeron las bendiciones. Los nombres que se dieron eran falsos, aunque los

votos que hicieron fueron ciertos.

* * *

Todavía había guerra, y todavía había huérfanos, pero el edificio que se

levantaba sobre las ruinas que habían sido Keramzin no era para nada como

el anterior. No era la casa de un duque, lleno de cosas que no debían tocarse;

era un lugar para los niños. El piano en la sala de música se dejaba al

descubierto, la puerta de la despensa no estaba cerrada con llave, y siempre

había una lámpara encendido en los dormitorios para alejar la oscuridad.

El personal no estaba de acuerdo.

Los estudiantes eran demasiado bulliciosos, demasiado dinero se

desperdiciaba en el azúcar para el té, en el carbón en el invierno, en los libros

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Leigh Bardugo Dark Guardians

que nada más contenían cuentos de hadas. Y ¿por qué cada niño necesitaba

un nuevo par de patines?

Jóvenes. Ricos. Posiblemente locos. Estas eran las palabras que susurraban

sobre la pareja que dirigía el orfanato. Pero ellos pagaban bien, y el muchacho

era tan encantador que era difícil permanecer enfadado con él, aun cuando se

negaba a azotar a cualquier vándalo que dejara pisadas con barro en el suelo

de la entrada.

Se decía que era un pariente lejano del duque, y aunque sus modales en la

mesa eran lo bastante buenos, tenía los modos de un soldado. Les enseñó a

los estudiantes cómo cazar y crear trampas, y las nuevas formas de cultivo,

tan favorecidas por el Rey de Ravka.

El mismo duque había establecido su residencia en su casa de invierno en

Os Alta. Los últimos años de la guerra habían sido muy duros para él.

La muchacha era diferente, pequeña y extraña, con el pelo blanco que

llevaba suelto por la espalda como una mujer soltera, aparentemente ajena a

las miradas de desaprobación y chasquidos de lengua de los maestros y el

personal. Ella les contaba a los estudiantes historias peculiares de barcos

voladores y castillos subterráneos, de monstruos que comían tierra y aves que

volaban con alas de llamas. A menudo iba descalza por los pasillos, y el olor

a pintura fresca nunca parecía desvanecerse, pues siempre comenzaba algún

nuevo proyecto u otro, dibujaba un mapa sobre una de las paredes del aula o

cubría el techo del dormitorio de las niñas con lirios.

―No es una gran artista ―bufó una de las maestras.

―Ciertamente tiene imaginación ―respondió otro, mirando con

escepticismo el dragón blanco que se enroscaba alrededor de la barandilla de

la escalera.

Los estudiantes aprendían matemáticas y geografía, ciencia y arte. Se

traían artesanos de ciudades y pueblos para que ofrecieran formación. El

nuevo Rey esperaba abolir el reclutamiento en unos pocos años, y si tenía

éxito, cada ravkano necesitaría algún oficio. Cuando a los niños los evaluaban

en busca de poderes Grisha, se les permitía elegir si querían ir al Pequeño

Palacio, y siempre eran bienvenidos de vuelta en Keramzin. Por la noche, se

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Leigh Bardugo Dark Guardians

les decía que mantuvieran al joven Rey en sus oraciones, a Korol Rezni que

mantendría a Ravka fuerte.

* * *

Incluso si el muchacho y la muchacha no eran de la nobleza, ciertamente

tenían amigos en las altas esferas. Llegaban presentes con frecuencia, a veces

marcados con el sello real: un conjunto de atlas para la biblioteca, mantas de

lana resistentes, un nuevo trineo y un par de caballos blancos a juego para

tirarlo. Una vez, un hombre llegó con una flota de barcos de juguete que los

niños lanzaron al arroyo en una regata en miniatura. Los profesores notaron

que el desconocido era joven y guapo, con ojos avellana y cabello dorado, pero

definitivamente extraño. Se quedó hasta tarde para la cena y nunca se quitó

los guantes.

Cada invierno, durante la fiesta de Sankt Nikolai, una troika recorría el

camino nevado y tres Grisha emergían vestidos con pieles y keftas de lana

gruesa de colores rojo, púrpura y azul. Su trineo venía cargado de presentes:

higos y albaricoques empapados en miel, montones de dulces de nuez,

guantes forrados de visón y botas de cuero suaves como la mantequilla. Se

quedaban hasta tarde (mucho después de que los niños se hubieran ido a la

cama), hablando y riendo, contando historias, comiendo ciruelas al escabeche

y asando salchichas de cordero sobre el fuego.

Ese primer invierno, cuando llegó el momento de que sus amigos

partieran, la muchacha se aventuró a salir a la nieve para decirles adiós, y la

impresionante Invocadora de pelo negro le dio otro regalo.

―Una kefta azul ―dijo el profesor de matemáticas, sacudiendo la

cabeza―. ¿Para qué le serviría?

―Tal vez ella conocía a un Grisha que murió ―respondió el cocinero,

tomando nota de las lágrimas que llenaban los ojos de la chica. No vieron la

nota que decía: «Siempre serás una de nosotros».

El muchacho y la muchacha habían conocido la pérdida, y su dolor no los

dejaba. A veces él la encontraba de pie junto a una ventana, jugando con los

dedos en los rayos de sol que se filtraban a través del cristal, o sentada en los

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Leigh Bardugo Dark Guardians

escalones de la entrada del orfanato, mirando el tronco del roble junto al

camino. Entonces se acercaba a ella, la abrazaba, y la llevaba a las orillas del

estanque de Trivka, donde los insectos zumbaban y la hierba crecía alta y

dulce, donde se podrían olvidar viejas heridas.

Ella también veía tristeza en el muchacho. Aunque los bosques todavía le

daban la bienvenida, ahora estaba separado de ellos, pues el vínculo nacido

en sus huesos se había quemado el mismo momento en que había dado su

vida por ella.

Pero entonces pasaba una hora, y los profesores los encontraban riendo en

un pasillo oscuro, o besándose junto a las escaleras. Además, la mayoría de

los días estaban demasiado ocupados para el duelo. Había clases que enseñar,

comidas que preparar, cartas que escribir. Al caer la noche, el muchacho le

llevaba a la muchacha un vaso de té, una rebanada de pastel de limón, una

flor de manzano flotando en una taza azul. Le besaba el cuello y susurraba

nuevos nombres en su oído: bella, amada, querida, mi corazón.

Tenían una vida normal, llena de cosas ordinarias… Si el amor alguna vez

puede llamarse así.

Page 323: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Queridos lectores maravillosos:

Gracias por viajar a Ravka conmigo y por todo el apoyo que le han

mostrado a esta trilogía. Me sorprendí con lo emotiva que me sentí al

despedirme de algunos de estos personajes, y como pueden haber adivinado,

no estoy del todo preparada para dejar el mundo de los Grisha atrás.

Si bien Ruin and Rising es más bien sobre el viaje de Alina, la historia

también le pertenece a las personas que lucharon a su lado. Siempre he amado

las narraciones sobre grupos de inadaptados que deben enfrentarse a

obstáculos imposibles, desde Robin Hood a La Gran Estafa, desde Los Doce del

Patíbulo, hasta los Bastardos sin gloria, y esa es justamente el tipo de historia

que contaré en mi próximo libro.

Si miran el mapa de Ruin and Rising, verán un pequeño país llamado Kerch,

una nación insular con un tremendo poder económico. Mientras los otros

países riñen, Kerch se ha mantenido neutral y ha prosperado. Su capital,

Ketterdam, es una joya del arte, la cultura, y la riqueza, hogar de la bolsa de

valores mundial, de una famosa universidad, y el núcleo de todo el comercio

internacional.

Pero Ketterdam tiene otro lado: un submundo criminal gobernado por

pandillas constantemente enfrentadas, y alimentado por el comercio ilegal de

armas, drogas y esclavos, el cual fluye por los puertos de la ciudad; sin

mencionar las suculentas ganancias de burdeles y palacios de apuestas del

distrito del placer en Ketterdam, el Barril. Por un precio, puedes tener lo que

quieras en Ketterdam; simplemente no te sorprendas si no obtienes

exactamente lo que pagaste.

Y el Barril es donde Kaz Brekker se siente más cómodo. Ningún crimen es

demasiado bajo, ninguna tarea demasiado peligrosa para Kaz, el ladrón y

líder de la pandilla a menudo llamada Manos Sucias. Salió con esfuerzo del

peor barrio de la ciudad, y ahora se encuentra a un solo atraco de ocupar su

merecido lugar entre los criminales más peligrosos de Ketterdam, y de cobrar

su venganza del hombre que destruyó su vida. Pero para hacerlo, deberá

reunir un equipo de asesinos, ladrones, convictos y Grisha marginados para

Page 324: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

ayudarlo a infiltrarse en la famosa Corte de Hielo de Fjerda. Es un trabajo

peligroso, probablemente una misión suicida, pero son los Indeseables: faltos

de dinero, de ética flexible, y el único equipo que podría lograr lo imposible…

si no se matan unos a otros primero.

Estoy ansiosa por presentarles a Kaz y a todo su equipo de forajidos. Hasta

entonces, si caminan por las calles del Barril, ¡cuiden sus billeteras y

permanezcan alertas!

―Leigh Bardugo

Próximamente en Dark Guardians

Page 325: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Leigh Bardugo es la autora de Shadow and

Bone y Siege and Storm, bestsellers del New

York Times. Nació en Jerusalén y creció en

Los Ángeles, se graduó de la Universidad

de Yale, y ha trabajado en publicidad,

periodismo, y más recientemente en

maquillaje y efectos especiales. Estos días

vive y escribe en Hollywood, donde

ocasionalmente se la puede escuchar

cantando con su banda.

Page 326: The Grisha 3, Ruinas y Ascenso

Leigh Bardugo Dark Guardians

Moderadora a cargo

Pamee

Traductores

metal_master_g3

Azhreik

Beneath Mist

Dulales

Sabri Elentiya

grabryherondale

Andrés_S

Pamee

kathfan

gi_gi

Jeiis_22

PauEchelon

Hishiru

plluberes

Corrección y diseño

Pamee


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