EL ARTE DE AMAR: DE CATULO A OVIDIO
Lía Galán – Universidad de La Plata
Cuando se habla de El Arte de Amar, surge de inmediato la
imagen de Ovidio y su Ars Amandi1, un compendio de
instrucciones para convertirse en enamorado exitoso, una
pedagogía del amor que ha deleitado durante siglos a los
lectores por su ingenio, su gracia, su frivolidad galante,
la riqueza de los recursos retóricos y la sofisticación de
sus imágenes.
En Ovidio aparece enunciada una situación paradójica
desde el título mismo Ars Amandi, por la alianza de dos
palabras incompatibles, una verdadera antilogía, al unir
dos nociones que la tradición romana siempre había
rechazado asociar: el arte – como techne y también ratio - y
el amor. Si de compara con Catulo, con el delicado Tibulo o
el exacerbado Propercio, Ovidio es el maestro del “arte de
amar sin Amor”2. Compone una parodia - definida ésta como
transformación lúdica de un modelo heroico o didáctico – de
base doble: por un lado, el severo poema didáctico cuyo
modelo contemporáneo son las Geórgicas de Virgilio, por otro
lado la poesía amatoria de Catulo y de los poetas elegíacos
como compendio de las situaciones que afectan al enamorado.
El Amor debe controlarse, debe ser educado y organizado
para el logro de triunfos placenteros; entonces, este amor
1 Emplearemos este título, entre otros posibles como los de Ars amatoria oDe Arte amatoria.2 Deremetz, A. Le Miroir des Muses. Poétiques de la réflexivité a Rome Villeneuve d’Ascq (Nord), 1995, p. 285.
1
deja de ser pasión, un padecimiento, algo que se sobrelleva
pasivamente, para ser una técnica (ars), una forma de
acción con resultados calculables, un conjunto
sistematizado de gestos elegantemente urbanos destinados a
la seducción.
Tal vez entonces resulte extraño hablar, en la
literatura romana antes de Ovidio, de un “arte de amar”. La
poesía amatoria precedente, incluso los Amores del mismo
Ovidio, presenta un enamorado, el poeta, que expresa en
primera persona su caos emocional – que a la vez se
presenta como caos intelectual -, sus contradicciones, la
imposibilidad de gobernar su propia vida porque la pasión
lo arrastra y le impide pensar. Así, el amor que cantan
estos poetas desconocería todo método, toda ratio, toda
techne, es decir, todo “arte de amar”. En tal situación
paradójica, el poeta se presenta como un enamorado en la
vorágine de emociones contrastantes que sólo puede percibir
lo que no sabe ni entiende3 y está condenado a nullo vivere
consilio (Prop. I, 1, 5), a vivir en el extravío. Sin
embargo, este amor que obnubila la razón y confunde la ratio
se expresa mira arte4, con un arte exquisito y sofisticado,
cuidado y pulido en cada detalle, que no pareciera
concordar con el supuesto estado de conmoción y desvarío
del poeta. Así,se establece un pacto básico entre el autor-
poeta y la audiencia que consiste en aceptar que todo lo
que se dice está inscripto en el orden del arte poética,
pacto similar al que ocurre entre el espectador y el film
3 Recuérdese el Carmen 85 de Catulo: nesco, sed fieri sentio…(v. 2)4 Catulo, Carmen 64, 51.
2
cinematográfico o la obra de teatro. La “verdad” del arte,
o su verosimilitud, alcanza su expresión plena cuanto mejor
plasme el ser humano histórico, el yo con nombre propio, de
suerte tal que la persona del autor-enamorado triunfará
sobre la del poeta exquisito. Está en Catulo, en los poetas
elegíacos y también en Ovidio (Amores), incluso cuando en
el Ars amandi habla no el poeta sino el magister o praeceptor,
un hombre capaz de dar lecciones a los enamorados y también
al mismo Amor.
La expresión “arte de amar” nos resulta adecuada para
las cuestiones que presentaremos teniendo en cuenta dos
aspectos concomitantes:
1) la construcción de un ego-poético que se presenta como
“yo” ejemplar, identificado en la persona histórica
del escritor-autor, que padece los infortunios del
amor o se declara perito en tales cuestiones y se
transforma en magister o praeceptor amoris, maestro del
amor, tras haber sufrido y superado la penosa
condición de ardiente enamorado.
2) el principio implícito en la poesía lírico amatoria
del magisterio erótico, de enseñar por la vía del
exemplum lo que es el amor en acción o el amor
escenificado, en qué consiste y cuáles son sus
principales características, a partir de la
constitución de un sujeto que se debate, o dice que se
debate sumergido en los avatares del amor, asociado
con la pasión (pathos), o de enseñar a dicho sujeto
las tácticas para evitar tales sufrimientos.
3
El Poeta y el amor: el autor y el personaje
Uno de los problemas más frecuentados por la crítica
contemporánea es el de la constitución del yo/poeta que
habla en su texto. Las corrientes textualistas tienen como
dogma la estricta separación entre autor (persona
histórica) y yo poético (personaje textual), postulado éste
último como distinto del primero en naturaleza y condición,
y convalidado como campo propio de la crítica literaria5.
Sin embargo, el yo textual generado por la persona del
poeta, por su condición de “creación poética” o “artefacto
literario”, no puede ser inscripto en un “mundo aparte”
como lo han hecho las escuelas marcadamente textualistas
sosteniendo esta radical separación para explicar
binarismos como, por poner un ejemplo, el de J. L. Borges
cuando habla de “Borges y yo”, o cuando cierra su poema
“Límites” con el verso “espacio y tiempo y Borges ya me
dejan”. De inmediato se nos presenta Catulo y las distintas
representaciones poéticas de su persona, con sólo recordar
poemas como el Carmen 86.
Estas nociones rigurosamente textualistas, surgidas
para contrarrestar una crítica en exceso atada a lo5 Deremetz, A. Op. cit. p.23.6 Sobre este poema en especial, remitimos al estudio de William W. Batstone (“Catullus and Bakhtin: the problems of a Dialogic Lyric”, en: Bracht Branham, R. (editor). Bakhtin and the Classics. Evanston, 2002, 99-116), en especial pp. 108-111, polemizando aspectos de las teorías de Bakhtin acerca de la presencia del diálogo como efecto estético o la aptitud polifónica del yo (toma como ejemplo el Carmen 10), que el teorizador desconoce.
4
biográfico o que sólo tomaba en cuenta el contexto
sociocultural de la producción literaria, también hoy son
revisadas en función de alcanzar una visión más balanceada
del arte romano. Los mismos críticos que han adherido al
textualismo advierten los necesarios límites de este tipo
de estudio. D. Kennedy, en su estudio sobre la elegía
romana7, destaca que es oportuno reponer la comunicación
entre ambos, autor y persona poética, entendidos no como
entidades separadas sino superpuestas y conectadas in toto,
tal que ambas se construyen en el intercambio. La imagen y
las opiniones que el autor tenga del mundo y sus habitantes
se manifestarán en su poesía tras un acto de selección,
organización y elaboración, donde la transfiguración se
opera en un sentido general y social, siendo lo singular la
persona histórica y no el yo poético, nacido del lenguaje
común, de un tipo de formación común, cultura, creencias,
hábitos comunes que la persona histórica modela según su
especial aptitud y con los que produce una obra de arte con
autoría identificable. Lo que todos sabemos: muchas
personas instruidas del siglo XVII conocían en amplitud el
castellano y leían novelas de caballería, pero sólo
Cervantes escribió el Quijote. Prescindir del contexto, como
ha pretendido el textualismo, considerarlo como creación
misma del texto, o hablar de pretexto, significa mutilar en
gran medida la fluida y rica comunicación entre la
historia, la sociedad y el arte. Esto ha sido nocivo en el
7 Kennedy, D. The arts of love: five studies in the discourse of Roman love elegy.Cambridge, 1993.
5
estudio de la poesía romana, probablemente la más poderosa
muestra del dinamismo causal y comunicacional del mundo
antiguo. El poder de supervivencia de estos productos
artísticos de la antigüedad radica, creemos, en la
confianza depositada en la palabra poética (y decimos
“poética” en sentido abarcador) por su capacidad de
remodelar y representar la cultura a la que pertenece, en
algunos casos – como el de la poesía amatoria –
incorporando un yo que se identifica con la persona
histórica del autor. Tal vez por eso, en ese mundo, la
poesía ocupaba un lugar de excelencia que hoy añoramos.
La poesía lírica romana no es, como en algún momento
supone Bakhtin8, la voz del individuo en su solipsismo
elitista o en su lugar de excelencia, a diferencia de la
poesía épica y la novela, que permiten escuchar muchas
voces. Las afirmaciones de Bakhtin pueden resultar
aceptables, quizás, para cierto número de poetas modernos
pero guardan poca relación con la lírica romana. El poeta
lírico es una persona culturalmente habilitada que postula
una forma comprensible (en sentido más o menos amplio,
inicialmente) para la sociedad, ofreciendo una imagen
semánticamente plena con la que los miembros calificados
(por su rango social, por su riqueza y/o por su cultura) de
esta sociedad pueden identificarse. La sociedad y la
historia, al cabo, hacen su parte, construyendo su memoria
– esto es, su cultura – con la selectividad particular de
8 Bakhtin, Mikhail. Problems of Dostoevsky's Poetics. (Theory and History of Literature,Vol. 8.)Minnesota, 1989.
6
lo humano: unos poetas quedan, otros son olvidados porque
la sociedad deja de entenderlos o de tener algún interés en
lo que dicen, pero en ciertos casos su voz reaparece, a
veces inesperadamente, años o siglos más tarde. Las
corrientes textualistas corren el riesgo de dejar exangüe
el texto, desprendido de su condición de obra, de lo
realizado por un humano de carne y hueso.
Decíamos que la poesía romana es un notable paradigma
de esta recíproca transfiguración y transformación de
historia (o persona histórica del autor) y poesía porque no
abjura de su condición didáctica9, no evade la realidad que
la circunda sino que avanza sobre ella, la arbitra y
expresa su juicio. Ese estar en la historia es lo que le
confiere su singular potencia, ya que no se trata de un
apartamiento solipsista sino de un diálogo ininterrumpido
con la sociedad en el que el poeta tiene la ventaja de
mostrar cómo son las cosas. Aún más, si la obra de los
poetas romanos como Catulo, los elegíacos, u Horacio, han
marcado la cultura, es porque hombre y texto iban juntos.
En el poema hablaba el hombre, no una entelequia textual
semiabstracta, ajena a cualquier vida que la hubiera
generado. La gracia era que hablara Horacio, o Catulo, o
Propercio. Si estas programáticas diferencias actuales
entre el fantasma del texto y la persona de la historia
parecen poco notorias en la antigüedad (pese a que en9 Esta condición didáctica puede ser explìcita y directa, como en la obra de Ovidio (Ars Amandi), o implícita e indirecta, como en el caso deCatulo; un excepcional ejemplo de la cunjunción de ambas formas se encuentra en Séneca (los Tratados, los Diálogos, las Epístolas como ejemplo de la primera, y las tragedias como ejemplo de la segunda forma).
7
muchas ocasiones es posible encontrarlas), tal vez sea
porque tal identificación validaba la poesía, la convertía
en una expresión viva y ejemplar, para bien o para mal, que
afectaba a los miembros de la sociedad como no podría
hacerlo un mejor juego de versos o un divertimento
artístico.
Así, pues, el interés en la constitución de un yo-
poético refuerza la tradicional identificación de éste con
el autor, la persona histórica, por cuanto se trata ahora
de un ego privado, no un ego emblemático de la comunidad,
como el que se presenta en muchos poemas de Horacio. Este
ego privado habla en su propio nombre y de su propia vida;
para hacerlo, apela al variadísimo repertorio de
posibilidades expresivas que la tradición literaria greco-
romana le ofrece.
El modelo más elocuente puede encontrarse en los
poemas de Catulo. Como es sabido, surge con particular
vigor en la Roma del fin de la República, un tipo de poesía
que tomará la experiencia amorosa como centro del arte y de
la existencia personal del poeta, algo que no es habitual
en las producciones anteriores - hasta donde conocemos por
los textos conservados -, donde el amor ocupaba un lugar de
atención entre otros, donde las amadas cambiaban y se
sucedían, por más que el poeta amara a todas con igual
entusiasmo. Esta modalidad tiene un perímetro restringido
en la literatura romana: se inicia con Catulo, si bien es
posible encontrar rastros en el material fragmentario o en
las referencias de los poetae novi contemporáneos, y también
8
puede suponerse que se extendió en poco tiempo, gracias a
los citados Amores de Cornelio Galo, se despliega y afirma
como forma poética con los poetas elegíacos y se cierra con
la poesía de Ovidio, y también con la de Horacio. Es decir
que en las postrimerías de la República, irrumpe un “yo-
textual” que se presenta como “yo-persona histórica real”
dispuesta a revelar sus más íntimos sentimientos, a exponer
el repertorio de amores, afectos, creencias, pasiones,
deseos, odios y confusiones que constituyen ese ego
emocional. El lector está invitado u obligado a leer los
poemas de esa manera. El crítico insistirá en disociar el
ser histórico del personaje poético, descuidando la
relación básica que el lector acepta de identidad entre el
escritor y la obra de un yo que ab initio imprime un tono
confesional a su poesía y se exhibe como un hombre
contemporáneo de carne y hueso. Esta postulación de una
persona histórica que poetiza sus vivencias implica, como
siempre lo ha hecho, el gobierno de un arte para traducir
al orden de la poesía el material caótico y contradictorio
de los sentimientos. Este arte, pues, se encuentra en la
capacidad de elaborar la cultura disponible imprimiendo
forma y medida al curso de las emociones. El arte hace que
tales emociones, además, adquieran una poderosa vitalidad
por estar firmemente establecidas en el presente. El ego
poético identificado con una persona histórica y el arte
que hace posible la presencia actual de sus alternantes
sentimientos se disponen para que el lector, o el oyente,
no perciba este arte y pueda así escuchar hablar más al
9
hombre, a Catulo, a Ovidio en Amores, que al artista. Es
este hombre quien se impone como paradigma amatorio ya que
tiene la ventaja de poder expresar y publicar lo que le
pasa. Simultáneamente, pues, como decíamos al principio,
el personaje histórico del poema se convierte en paradigma
de enamorado, en exemplum del amor auténtico que conocerán
los jóvenes poetas y los lectores (y las doctae puellae) de
los comienzos del Imperio.
Según lo dicho, el surgimiento de este tipo de lírica
y su rápida declinación no pueden desprenderse del contexto
político-social ni de los veloces cambios culturales
ocurridos en el siglo I a.C., es decir, de la historia que
subyace en los poemas ya que el presente del poeta
interactúa con el presente de la historia. Así, la temática
amatoria eclosiona en el fin de la República y se desvanece
con la progresiva afirmación del Principado. Veremos pues
los aspectos centrales de este fenómeno.
Aspectos del contexto sociocultural
No es raro que en la generación de Catulo, i.e. en el
fin de una república en expansión, enriquecida pero azotada
por guerras civiles, en una metrópolis donde todo tiene su
precio - Romae omnia venalia esse10 - se haya propuesto como
paradigma de hombre, es decir, como paradigma masculino, al
“joven rebelde” que afirma su individualidad contra un
modo de vida tradicional al que se enfrenta, privilegiando
10 Cf. Salustio, Bellum Iugurthinum 8.
10
lo privado y desdeñando la vida pública y sus
protagonistas.
Las sucesivas luchas políticas intestinas a lo largo
del siglo I a.C., la creciente crisis institucional -
traducida en corrupción, conjuras y violencia urbana -, la
pugna por privilegios y riquezas provenientes de las
conquistas, sumergen a Roma en un estado de confusión social
que sacude la vida del ciudadano hasta llevarlo a un
apartamiento de los negocios públicos. Pareciera existir un
mayor número de personas prósperas en virtud de esta
situación cuyos hijos, lejos de continuar (como se hubiera
esperado) la tradición familiar, deciden abdicar de las
ambiciones de las generaciones anteriores - cursus honorum,
negotia, vida militar de conquistas - despreciándolas como
modo de existencia, para buscar su realización en el círculo
privado de sus experiencias y de sus amistades particulares.
Desde Catulo hasta los comienzos del principado, puede
observarse un contraste entre lo público percibido como el
campo de la perversión del individuo, la codicia, el
despotismo del poder, y lo privado, reino de las relaciones
de cordialidad y fides que se han ausentado de la vida
cívica11.
11 Cf. André, J-M. L'otium dans la vie morale et intellectuelle romaine. Paris, 1966,p.385 : Après les Ides de Mars, les guerres civiles vont ensanglanter l'Italie et le monde romainpendant près de 15 ans: la «res publica» traditionelle, qui constitue la référence de toute activité etde toute étude, en sortira anéantie. Les guerres civiles, fruit de la discorde, donneront libre coursaux ambitions forcenèes des politiques, à cette soif de «dignitas» qui avait élevé et perdu César;elles trouveront un terrain favorable dans l'avilissement politique des masses urbaines, travailléespar l'«inertia» et l'«inopia», prêtes à pactiser avec l'aventure, et en même temps soucieuses d'ordreet de sécurité.
11
Hacia mediados del siglo I a.C. han declinado los
ideales políticos que todavía alentaban a la generación de
Cicerón, con sus esperanzas puestas en la constitución de
un imperium iustum et moderatum (Cic. De Off.1.8; 2.6-7; y
passim). Los continuos enfrentamientos de facciones
desbaratan el sueño de un Estado justo y concorde, fundado
en el orden institucional y legal que resguardara el
equilibrio racional de los poderes. El patriciado y los
«intelectuales» en general, cualquiera sea su procedencia
social, se han interesado progresivamente en filosofías
individualistas que se esfuerzan por integrarse a una
doctrina social y a una concepción orgánica del estado.
Tanto el estoicismo como el epicureismo hablan al hombre y
del hombre como individuo, considerando sólo en segunda
instancia su condición cívica o su valor político. Ambas
filosofías implican un apolitismo que tratará de remodelar
el llamado estoicismo romano. La presencia, además, de
otras formas de intelectualidad que, por su naturaleza,
resultan menos evidentes y conocidas sólo por testimonios
indirectos, pero que no por ello de menor incidencia
cultural, como el pitagorismo romano, se dirigen al
individuo ofreciéndole vías de realización personal que se
presentan igualmente desvinculadas del Estado.
Un concepto clave en el contexto sociocultural de la
poesía catuliana es el otium, el ocio considerado como
centro de gravedad cultural para los jóvenes de la
generación de Catulo. El otium, hacia fines de la
República, ha pasado a significar el derecho al
12
individualismo, el apolitismo que desprecia la corrupción
de las vida cívica contemporánea, la vida galante y el lujo
en los poderosos, mientras que para los estratos sociales
inferiores significa diversiones gregarias y fiestas
públicas12 (Cf. Alfonsi, 1956).
El otium cum dignitate vigente hasta los tiempos de Cicerón,
desaparece del lenguaje político, vaciado de su semántica
cívica y circunscripto a la relación otium-luxuria. Ya en
Catulo (C.51) se ve que el otium no es otium cum dignitate, y
aun cuando en la generación siguiente no sea frecuente el
empleo del término otium, tácitamente se prolonga en la
concepción elegíaca como condición básica para la poesía y
el amor13.
Este otium de los optimates implica, en términos
políticos, la idea de libertas, que significa la realización
personal del ciudadano en el Estado según sus aspiraciones
y capacidades. Esta libertas del otium prácticamente
desaparece en el léxico político del Principado. Ni en la
poesía de Horacio ni en la de Virgilio la palabra otium
tiene resonancias políticas manifiestas; el trinomio pax-
otium-concordia se rompe por completo, como puede verse en
Tito Livio, y sólo pax y concordia representan los ideales
civiles: la Pax augustea es una «paix armée»14, apoyada en
12 Cf. Alfonsi, L. Otium e vita d'amore negli elegiaci augustei. Milan, 1956, p.52 y ss.13 ‘otium’ meant to elegists a life of a new type, forgetful of civil responsabilities and whollydevoted to love and to poetry...the traditional values were still of great importance to them,serving as standarts by which their new view of life could be measured (Lilja, S. TheRoman Elegists’ attitude to women. Helsinski, 1965, .p.90).14 De plus, la «Pax Augusta» est une «paix armée» sur le plan militaire: elle repose sur lemaintien de la «disciplina militaris», elle dispense un «otium» champêtre qui n'est pasdésoeuvrement ou jouissanse, et les Élégiaques, qui font de l'«otium» absolu la mission du
13
una disciplinada tensión donde no es pertinente la
relajación del ocio, un ocio voluptuoso y epicúreo sin
lugar para la especulación filosófica que ha colmado la
semántica de este otium que subyuga a la juventud porque,
más allá de validar socialmente el carpe diem para los
herederos de décadas de guerras civiles15, imprime cierto
grado de movilidad social al margen del cursus honorum, a
través del empeño en la educación. Difícilmente Horacio
hubiera alcanzado la fama en el campo militar, pero la
poesía le aseguró una gloria perdurable. El otium augusteo
abandona el tono de dolce vita que tenía para los jóvenes
cesarianos. Se trata, entonces, de la reconversión del ocio
catuliano que ahora se rediseña como máxima actividad, como
poderoso esfuerzo que supera cualquier exigencia cívica
porque se declara milicia y servicio: militat omnis amans
(Ovid, Am. I, 9, 1). El pueblo, por un lado, se entrega al
otium cum seruitio con que insistentemente lo arengan los
oradores. Los coetus, los circuli, los conuiuia, por otro lado,
permanecen durante todo el Imperio como los centros de la
conversación política, donde se practica la oratoria y la
poesía. Así, la política de salón se convierte en el
corolario de la vida en sociedad: se imponen el sermo y la
urbanitas de modo absoluto. Se comparte la política y la
devoción a las Musas. Junto a esto, convive cierta
asociación del otium con la rusticitas, fundamental apoyo de
la poesía tibuliana en la que se reconoce el moralismo
poète, restent en marge du rendressement moral (André, J-M. Op. cit. p.390). 15 Esto recuerda, mutatis mutandis, la irrupción del movimiento hippie en las postrimerías de la Guerra de Vietnam.
14
austero de la Roma arcaica como producto de la ensoñación
de un poeta urbano que sufre por el amor de una mujer
casada o de una cortesana16.
El período en el que se desarrolla la poesía amatoria
comprende, pues, una compleja variedad de cambios sociales
que sustentan su aparición y acompañan sus manifestaciones.
Tales cambios incluyen modificaciones en la conducta
femenina junto con una nueva visión de la mujer que se
constituirá en el centro de esta poesía. Al respecto, uno
de los canónicos textos feministas de la década del ’70
aborda el tema como un fenómeno de “emancipación femenina
en Roma”17 y afirma que éste se produce por la conjunción
de hechos sociales hacia el fin de la República que operan
una especie de liberación femenina, auspiciando el
surgimiento de una nueva poesía que habla de las mujeres y
del amor, y que habla también a las mujeres, pues
cortesanas y mujeres nobles o adineradas se han rápidamente
alfabetizado. La panorámica de Lyne18 estudia el fenómeno
atribuyéndolo al rápido y marcado cambio de costumbres que
ocurre en los tiempos cesarianos, centrado en los nuevos
comportamientos femeninos, con la irrupción de mujeres
instruidas – por lo general de clases sociales altas o
poseedoras de fortuna personal – en el escenario social y
cultural de Roma.
16 Interesantes analogías pueden establecerse entre este discurso y la alabanza de la rusticitas que humorísticamente, en el Epodo 2, Horacio poneen boca del usurero Alfio. 17 Fau, G. L'émancipation féminine à Rome. Paris, 1978.18 Lyne, R.O.A.M.: The Latin Love Poets. From Catullus to Horace. Oxford, 1980.
15
Pero el punto más complejo de esta cuestión, creemos,
no está en la conducta femenina sino en el aparición de un
yo masculino, el poeta enamorado, que individualiza y
encarna un discurso que recuerda al de las mujeres de las
tragedias y al de los jóvenes (amantes desdichados) de la
comedia, dicho y vivido esta vez por un hombre histórico,
un romano con nombre propio que padece de pasión
monogámica. Este nuevo ego masculino no irá a la guerra o,
de hacerlo, no irá con entusiasmo, pero tampoco escribirá
sobre la guerra, a menos que se trate de guerras de amor en
el lecho, como sucederá con la generación de los poetas
augusteos. Será un subordinado del furor como Ariadna
(Carmen 64), una famula como Atis (Carmen 63) que por el
furor consagra su virilidad a la mujer divina, y que en los
poetas elegíacos se consolidará como esclavitud amorosa
(servitium amoris).
El romano, con más tiempo y mejor disposición para
entregarse al otium, se empapa de cultura griega,
particularmente alejandrina, que matiza la severa dicotomía
matrona / meretrix de la Roma arcaica con graciosas
cortesanas de comportamiento exótico, capaces de actuar,
llegado el caso, con liberalidad masculina. A partir de la
poesía de Catulo, desde el psicologismo a las teorías del
género, se ha estudiado la inversión de roles masculino-
femenino que culmina en el llamado seruitium amoris, con la
noción del máximo dominio de la mujer y la subordinación
proclamadamente servil del varón. Toda la elegía amatoria
latina representa una alteración de las consignas que
16
componen la sociedad romana arcaica y un recambio de los
valores acreditados; esta alteración significa no sólo la
adopción, por parte del enamorado, de actitudes de sumisión
caracterizadas como femeninas, sino de comportamientos
femeninos similares a los masculinos. La Lesbia que
presenta Catulo en los callejones romanos o en los
tugurios, no se diferencia mucho de Camerio o del mismo
Catulo otiosus. Así, estas mujeres que resultan dignas de
poesía (doctae puellae) son presentadas - con tal constancia
que es inevitable pensar en una pedagogía - como infieles y
perjuras, engañando cuanto mínimo a dos hombres, el marido
y el amante; por su lado, el poeta enamorado se sumerge en
un dolor actual, sufre y se tortura casi exclusivamente por
el amor, y proclama una fidelidad que envidiarían muchas
matronas romanas. Por primera vez aparece, como se ha
dicho, la imagen de amor-poesía como centro de una
existencia masculina que se contrasta así con la
concepción tradicional del vir bonus cuya máxima virtud se
mostraba en el servicio a la res publica, imagen que
Virgilio repondrá en la Eneida. Esta nueva imagen establece
su dignidad en el sufrimiento emergente de una pureza
interior que ya aparece enunciada en el vita puriter egi (Catulo
76,19), dado que el poeta no se considera mancillado por
intereses materiales ni ambiciones políticas, sino que
mantiene su obediencia, servicio y completa abnegación al
amor y a la amada. El poeta puede pronunciarse en estos
términos porque tiene diálogo con las doctae puellae, i.e.
porque ahora aparece un público femenino alfabetizado que
17
resulta sensible a tales enunciados. No parece ajeno al
desarrollo de la elegía el hecho de que, hacia los últimos
tiempos de la república, las mujeres hayan sido los nuevos
lectores que esperan escuchar hablar de sí mismos. Este es
el espacio que se abre al didactismo. El ego se muestra
como nuevo paradigma viril, expone con detalle y aplicación
su problemática emocional en la que queda magníficamente
ubicado porque es sensible, fiel, tolerante, puro y sumiso
– una flor en el borde del prado (Carmen 11) -, y todo lo
ha hecho bien (Carmen 76), pese a lo cual es terriblemente
desdichado porque, contrariamente, la amada no cesa de
torturarlo con engaños y desdenes. El yo-poeta reconoce su
situación, se reconviene o se consuela a sí mismo, y
advierte a los demás sobre las nefastas consecuencias del
excelso amor que sostiene su vida y su poesía, mientras que
en verdad construye una especie de epopeya del yo
emocional, la historia sentimental de un hombre a mitad de
camino entre el héroe y el santo que afronta el labor
improbus del amor. Esta imagen será persistente, en su
ambigüedad didáctica, en la literatura posterior y Quevedo
nos enseña:
Si por su mal me sigue necio amante(que nunca es sola suerte desdichada),¡ay!, vuelva en sí, y atrás, no dé pisadadonde la dio tan ciego caminante19.
El modelo de Catulo
19 Exhorta a los que amaren, que no sigan los pasos por donde ha hecho su viaje (vv.5-8).
18
En tal contexto, pues, surge el enamorado romántico,
absorto en los vaivenes de su ánimo que se agita
incesantemente por obra de una amada caprichosa, tal como
lo encontramos en Catulo. Él es quien abre la serie y
muestra cómo es el verdadero amor para un joven doctus, esto
es, educado en letras griegas y romanas que, centralmente,
estudia de memoria los textos y se ejercita en “versiones”,
y que ha estudiado los lamentos de los enamorados
plautinos, o los imponentes parlamentos de los personajes
de las tragedias con su vehemente expresión emocional. Y
que además admira la poesía alejandrina, en especial a
Calímaco. Catulo tiene la sinceridad del teatro clásico20:
el enamorado celoso está en escena, sorprendemos sus
monólogos, la explosión de su cólera impotente o sus
refunfuños: Miser Catulle, desinas ineptire (Carmen 8). Sus poemas
transcurren en tiempo real: lo que se dice y lo que se vive
son simultáneos. Toda retrospección parte del presente y
regresa al presente que la vuelve significativa. Un nítido
ejemplo se encuentra en el Carmen 72, pues la declaración
Dicebas quondam (v. 1) se explica por la afirmación actual:
nunc te cognovi (v. 5). Con el futuro ocurre otro tanto: se
trata de una amplificación del presente, como en el caso
del Carmen 8 y todos los futuros (vv. 12-16) que agudizan
la desdichada situación presente del miser yo/ poeta/
Catulo. Produce la impresión de naturalidad y vividez
20 Cf. Veyne, P. L’élégie érotique romaine: l’amour, la poésie et l’Occident. París, 1983; traducción castellana: La elegía erótica romana: el amor, la poesía y el Occidente. México, 1991, p.22.
19
porque no es la compilación de un recuerdo. Ya Benedetto
Croce en su viejo trabajo Poesia antica e moderna (1950) afirma
que Catulo traduce un estado sumario de sentimiento, bajo
la impresión de sinceridad. Es un arte clásico y sincero,
coherente consigo mismo, siguiendo la definición de Iouri
Lotman21 un arte clásico y sincero resuelve el problema de
la construcción de un texto artístico organizando lo no
organizado, crea una estructura tal que es percibida como
ausencia de estructura. Para dar al lector una impresión de
simplicidad, de espontaneidad, de ausencia de artificio, se
necesita una construcción de complejidad excepcional.
Ciertamente hay una “historia de amor” en la poesía
catuliana, un argumento, un cuento con principio medio y
fin que deja más de una moraleja. El lector debe recorrer
los poemas hilvanando los momentos que se presentan como
escenas, como un conjunto de imágenes que el poeta ofrece a
modo de elocuentes instantáneas, retazos de una historia
concebida como modelo para armar.
El modelo humano es, entonces, el vigoroso joven que
combate la hipocresía cívica asumiendo conductas
transgresoras de un mos maiorum desdeñable, cuya integridad
obliga a despreciar el lucro y las riquezas de la función
pública y de los negotia para dedicarse a la poesía, el amor
y el otium que los hace posibles.
El universo de las cuestiones pública y políticas es
desdeñable; dice Catulo en el C. 93:
Nil nimium studeo, Caesar, tibi velle placere, 21 Lotman, I. La structure du texte artistique. Paris, 1975, p.31.
20
nec scire utrum sis albus an ater homo. Carmen 93
No me empeño demasiado, César, en tratar de complacerte,ni por saber si eres hombre blanco o negro.
Como en otros poemas, el poeta se refiere nada menos que a
Julio César con gran displicencia. El interés no está allí
sino en el conocimiento y la vivencia del amor. La
enseñanza es clara: la verdadera pasión obnubila, altera,
arrastra a la contradicción y a la paradoja, produce
interminables decepciones y dolores, pero también permite
conocer la dicha plena, la desbordante felicidad aunque
sólo sea momentánea, todo lo cual hace que sea, en
definitiva, aquello a lo que vale la pena entregarse, la
única verdad para el individuo.
El arte de amar, nos dice Catulo, consiste en
dignificar el amor y la pasión hasta convertirlos en el
centro de la existencia, y dar testimonio general de lo
humano por obra del arte de la poesía. Con esto queremos
destacar, además, que es el hombre el protagonista de estos
cambios, el que adopta una nueva voz y habla de sus
sentimientos y angustias. En uno de los momentos centrales
de su expansión, en el momento en que se consolida el
principado y el imaginario social requiere ser encausado
hacia los paradigmas viriles de la Roma arcaica, se perfila
otro tipo de hombre que, en aparente paradoja, desdeña la
vida pública y la gloria de las empresas militares, a quien
no impresionan los trofeos de guerra ni los privilegios de
la política ni los grandes nombres de la historia.
21
Sin embargo, este nuevo personaje pierde rápidamente
protagonismo y con Ovidio queda prácticamente sepultado en
Roma. En el marco de la reforma augustea, esta voz es –
diríamos hoy – políticamente incorrecta. Funciona la
didáctica: el “servicio a la patria” que reclama Augusto
para la restauración de la república y la consagración de
la pax universalis no puede ser sustituido por el servitium
amoris; la proclamada necesidad de que todo ciudadano sea
un soldado, un miles, cuando se trata de resguardar las
fronteras y custodiar el territorio no puede ser
públicamente despreciada a cambio de una militia amoris. El
modelo se desarticula porque no responde al nuevo diseño
político de compromiso cívico. Horacio volverá a la antigua
galería de amantes, de amores temporales , de mujeres que
entran y salen de la vida del poeta sin provocar profundas
perturbaciones. Vida y amor han dejado de ser sinónimos; el
amor es – en el mejor de los casos – una emoción pasajera
apta para la poesía pero no el centro de los intereses
personales y artísticos.
Del arte de la elegía al arte de amar.
Algo similar a lo que hemos visto en Catulo ocurre con
los poetas elegíacos, una generación después, y con los
problemas hermenéuticos que suscita su poesía. En el ya
citado estudio sobre la elegía, Kennedy considera en
particular dos afirmaciones contrapuestas: a. la
22
definición de Jasper Griffin22, para quien la elegía es un
producto refinado que proporciona una versión estilizada de
la realidad, surgida en medios aristocráticos con complejas
convenciones culturales y estilo altamente pulido, en la
que se dibuja la presencia de una realidad emocional; b. la
definición de María Wyke23 (1977), para quien el realismo
elegíaco es una cualidad del texto, un efecto estético, y
no la manifestación directa de un mundo “real”24. Este
efecto de realidad es análogo al efecto de “sinceridad”
reconocido por Allen25. A los postulados de Griffin, que
interpreta la elegía en estrecha relación con el contexto
histórico y encuentra rasgos de los elegíacos en el modelo
histórico de Marco Antonio, se opone la perspectiva del
textualismo según la cual la “vida” y las prácticas que la
constituyen llegan a ser “textos”, i.e. discursos que se
viven. Frente al principio historicista de “aprehender el
pasado en sus propios términos”, el textualismo afirma que
todo “hecho” histórico se constituye discursivamente como
tal, y que todo suceso se pone bajo una descripción que
implica un proceso de organización discursiva26. En el
estudio de Kennedy, estos enunciados intentan presentar un
status quaestionis hermenéutico que resume las principales
orientaciones críticas de las últimas décadas. De este
modo, se asiste a un distanciamiento del texto poético,22 Cf. Griffin, J. “Augustan Poetry and the Life of Luxury,” JRS 66, 1976, 87-105.23 Wyke, M. “Written Women. Propertius’ scriptae puellae”. JRS 77, 1977, 47-61.24 Kennedy, D. Op. Cit. p.6.25 Allen, A. “‘Sincerity’ in the Roman Elegists”. CPh 45, 1950, 145-160.26 Kennedy, D. Op. cit. p. 8.
23
situado en un punto en que ni es historia ni es arte, sino
encadenamiento de estrategias las más de las veces
impregnadas de sinuosa ideología. Dado que no hay
interpretación sin apropiación, ni apropiación sin
interpretación, Kennedy propone una supervivencia
equidistante balanceada entre el historicismo y el
textualismo.
En la medida en que afecta a nuestro análisis, deseamos
finalmente referirnos al planteo presentado por Kennedy
acerca de la función crítica del análisis “texto-contexto”,
según el cual este último cumple tradicionalmente una
función ancilar en relación con la significación
fundamental situada en el “texto” en su momento original de
inscripción. En tal sentido, las contextualizaciones se
representan como episodios cerrados en relación con el
texto, proyectadas como “verdad” o “significado real”. El
contexto que avala una significación determinada del texto
apoya su “realidad” en otro texto, y así resulta que las
distinciones impuestas en este tipo de análisis son
consideradas arbitrarias en tanto nunca pueden encontrar
sustento fuera del discurso27. Es inevitable aceptar que,
efectivamente, cuando se consideran muchos estudios sobre
la elegía en particular, y los textos latinos en general,
se asiste a fuertes peticiones de principio que se
disimulan bajo el aspecto de “realidad histórica” o de
“verdad” universalmente aceptada. Sobre la cadencia del
dístico elegíaco, el poeta amatorio crea su mundo en
términos escénicos. Entonces nos presentará a sus27 Kennedy, D. Op. cit. p. 23.
24
personajes, convidando a entrar en las galerías de la
amada. Creemos casi inútil afirmar una existencia social-
histórica-real detrás de estas mujeres: pueden o no haber
existido Delia, Némesis o Sulpicia, pero debe afirmarse que
existieron mujeres como ellas (o como las lenae o las
sagae). Su condición de scriptae puellae no indica
inexistencia, sino un modo particular de existencia en el
imaginario social y cultural. Así, se han presentado
conjuntamente notas del contexto sobre el que los poemas
puedan ser analizados según referencias sociales,
culturales y estéticas, a fin de acercarnos a la
comprensión de un mundo - poético, psicológico, fáctico- lo
suficientemente próximo como para que ideas, sentimientos,
experiencias, puedan resultar completamente familiares e
identificables con los actuales, y, sin embargo,
remotamente lejano si se piensa, no sólo en términos
cronológicos, sino en términos de representación; y más
lejano aún si se trata de imaginar el diseño material y
espiritual del mundo antiguo, y la percepción de sus
agonistas, a quienes nos resulta complejo ubicar en el
gobierno de valores que no son los nuestros. No obstante,
pensamos que se pueden aprehender las notas fundamentales
de un contexto como el romano, con esa ambigüedad entre lo
familiar y lo exótico que antes mencionáramos. Hay, en la
Roma del siglo I a.C., y particularmente en la Roma de
Cesar y Augusto, formas de concebir la realidad que
reconocemos como nuestras, o al menos, como parte de
nuestra historia e identidad.
25
Cuando se habla en particular de la mujer, su
conducta, su existencia y papel social, existen tendencias
a asociar con demasiada rapidez modos de vida muy
diferentes de los que creemos reconocer como propios. Si
se toma una obra como la propuesta (Ars Amandi) de Ovidio,
puede entreverse una parte de lo que pudo significar la
«liberación femenina» de la época: mujeres consideradas -
al mejor estilo arcaico - como presas de caza, reducidas a
su función de agradar, de conseguir una vida aliviada a
cambio de mostrarse hermosas y complacientes; mujeres que,
indefectiblemente se recortan siempre sobre la sombra de la
matrona, personaje de la Roma agrícola y fuerte figura en
los tiempos de lucha por la expansión.
El enamorado de la elegía apelará al ego como
procedimiento básico, realizando un fotomontaje de
sentimientos y situaciones típicas de la vida pasional
expuestos en primera persona28. Los poetas elegíacos no
presentan, en rigor, la “historia de una pasión” que pueda,
como en caso de Catulo, constituir un relato. Se trata de
una poesía sin acción, sin intriga que conduzca a un
desenlace pues, más que narrar su vida, los elegíacos
describen un género de vida.
Si se comparte el juicio de Veyne, quien discute a
Fränkel29 diciendo que en la elegía no se trata de
representar los sentimientos de un individuo sino la pasión
28 Cf. Veyne, P. L’élégie érotique romaine: l’amour, la poésie et l’Occident. París, 1983; traducción castellana: La elegía erótica romana: el amor, la poesía y el Occidente. México, 1991.29 Fränkel, H. F.Ovid; a poet between two worlds. Berkeley and Los Angeles, 1945, p.31.
26
de todo amante verdadero, nos encontramos con la figura
paradigmática consolidada, el exemplum por excelencia que
instruirá acerca del amor. Este impulso didáctico de
enseñar en el arte se podrá observar incluso en los
detalles: Tibulo (I, 2) enseña a Delia a escapar, por la
noche, del lecho conyugal, aunque pronto se arrepiente de
toda su enseñanza (I, 6, 9-14), el Ovidio elegíaco (Am. I,
13) enseña a la amada cómo entenderse por señas. Cuando
Ovidio, pues, recopila una buena parte de la conducta
elegíaca en el Ars Amandi con una perspectiva de galantería
urbana que habla desde el interior del palacio y de la
poesía, no meramente se burla de los gestos amatorios ni se
limita a sumariar y comentar todos los clichés del amor
urbano, sino que desnuda la condición misma del discurso
elegíaco en su disimulado magisterio adoptando el tono del
praeceptor. Hay un fundamental componente “didáctico” en la
poesía erótica (erotodidaxis) por el que el poeta propone un
tipo de mujer en la que se concentra su pedagogía amatoria.
Es conveniente recordar que, para este tiempo, Roma ha
pasado del sueño de las conquistas, de la constitución
jurídica y militar del estado, del trabajo de los campos, a
los ensueños de la pasión nutridos de cultura alejandrina.
De alguna manera, la dorada iuventus del siglo I a.C. asume
el magisterio de enseñar a sus mujeres ciertas leyes de
juego y propone que ellas pueden resultar seres atractivos
contra quienes batallar en tiempos de paz. La poesía
elegíaca está sembrada de subjuntivos e imperativos, y nos
sentiríamos tentados a ver, allí, una fundamental presencia
27
del sujeto emotivo si no se advirtiera el particular acento
volitivo de estas formas a través de las que el poeta le
dice a todo el mundo (particularmente a la mujer) lo que
tiene que hacer o cómo debe sentir. Ya Catulo ha asentado
los principios de este amor : odi et amo (algo que no puede
pertenecer a una matrona tradicional que sólo es capaz de
suscitar admiración o repudio), la oposición entre amare
(amor pasional) - bene velle (aprecio racional): la
humillación alimenta la pasión. De este modo, la “nueva
mujer” es diseñada por los hombres. Se trata de una mujer
que - según dicen los elegistas - puede monopolizar la
existencia de un hombre (sensible, bueno, fiel, piadoso,
ardiente), a diferencia de la matrona que ocupaba sectores
restringidos aunque tan importantes como la conservación de
la estirpe en la vida masculina. La poesía elegíaca enseña
que la mujer puede aspirar a ocupar de modo absoluto la
existencia del hombre bajo ciertas condiciones: la
principal condición, paradójicamente, resulta no atender al
enamorado, incluso despreciarlo y ser “fácil”para otros
hombres pero no para él.
Tal como decíamos, Ovidio asume de modo
humorísticamente explícito el papel de magister y lo hace
como poeta elegíaco que conoce las leyes del amor porque lo
ha experimentado (Amores) y lo ha practicado30:
usus opus monet hoc; uati
parete perito!
30 No es casual que los poemas elegíacos y el Ars Amandi estén escritosen el mismo metro (dístico elegíaco).
28
A.A. 1.29
(La experiencia me dicta esta
obra, prestad oído a un poeta avezado)
Con “practicar” entendemos tanto la composición de poemas
elegíacos amatorios como una serie de experiencias
biográficas subyacentes. Ovidio resulta saber cómo piensa y
cómo habla un elegíaco porque él mismo ha experimentado los
Amores31. Si el amante-poeta se recorta sobre la imagen del
enamorado de la Comedia32, Ovidio aquí adopta la
perspectiva una erotodidaxis adoptando la función de un seruus
callidus.
En suma, la construcción del sentimiento amoroso en
Roma puede recorrerse de Catulo a Ovidio, en un período
desproporcionadamente breve de la historia de Roma, lo cual
– decimos de paso – es particularmente curioso y reclama
ser analizado con más profundidad. Tal vez sea porque en
esos pocos años se diseña la matriz del amor pasional que
circulará por las venas de la cultura occidental.
31 from a social point of view the women of Ars Amatoria do not differ considerably from themistress of the elegists so that the material taken from that work can legitimately be comparedwith that derived from the elegists proper (Lilja, S. The Roman Elegists’ attitude towomen. Helsinski, 1965, p.42).32 Estos paralelos entre elegía latina y en especial Comedia Nueva ylos comediógrafos latinos son numerosos y, si bien hay diferencia deopiniones, A. Day (The Origins of Latin Love Elegy. Oxford, 1938, p.87)considera que resultan lo suficientemente estrechos como para sugeriruna influencia directa que no se repite en los poetas eróticosgriegos.
29
Hemos hecho este recorrido por la poesía amatoria
romana que cierra el excepcional tratado de Ovidio. La
enseñanza ovidiana se dirige al joven inexperto y cándido,
cuya torpeza, como al mismo praeceptor le ha ocurrido, puede
precipitarlo en la catástrofe, en la humillación y el
sufrimiento. El un joven culto, capaz de escribir poemas si
la ocasión lo reclama, y preparado en elocuencia, algo
fundamental para una exitosa seducción ya que el joven
educando es pobre. Los ricos no necesitan aprender estas
artes, ya que pueden obtener lo que desean. La mujer a
conquistar, que también será a su turno instruida para el
juego amatorio, no es la matrona sino la cortesana, o,
como dice Lyne, la cortesana de sangre azul, la mujeres del
patriciado que se identificaban más con este tipo que con
el de la severa dama de la Roma arcaica. No es difícil
reconocer aquí a los poetas del amor, jóvenes sentimentales
y pobres que testimonian alegrías y penas del amor como si
se tratara de un nuevo paradigma de heroísmo o un
particular modelo de virtud. El poder de la atracción
femenina puede ser devastador y por eso Ovidio se empeña en
inculcar la fundamental premisa de su arte: el amor es un
arte, y para que se realice en plenitud, debe observar
rigurosamente los pasos que conducen a su concretización.
Nada puede librarse al impulso emocional; nada debe ser
natural ni espontáneo. El hombre no es arrastrado por las
cambiantes circunstancias sino que las domina, las utiliza
según sus intereses amorosos con un pragmatismo avant la lettre
que justifica los medios para alcanzar sus fines. El hombre
30
ovidiano actúa, es agens, en radical antítesis con el homo
patiens, el hombre derrotado por el Amor que es pasión, esto
es, el hombre que padece. Este último es el hombre
elegíaco, cuya imagen bien puede encontrarse sintetizada en
los versos de Propercio:
tum mihi constantis deiecit lumina fastus et caput impositis pressit Amor pedibus,
Prop- I, 1. 3-4
En este sentido, el enamorado de Ovidio recupera el
gobierno de sus emociones porque es doctus33, conoce el arte
de amar y puede actuar desde el conocimiento, esto es,
desde su racional virilidad e internarse en la
ficcionalidad amatoria sin perecer en el intento. Queda,
pues, anulada la asociación amor-vida-poesía, para dar paso
a la noción de juego, de pasatiempo lúdico en el que el
dominio de las estrategias y tácticas amatorias garantiza
el triunfo y, por ende, el placer. Horacio representa,
junto con Ovidio, la clausura de este movimiento y un
empezar de nuevo hic et nunc, en el marco de la reforma
augustea. La poesía amatoria abandona su lugar de
privilegio y vuelve a ser una forma entre otras, un tema
menor, de modo que no constituye la sección más importante
de la obra horaciana. Se ha borrado de la escena la puella
que dominaba la vida del poeta y se repone el coro de
33 Siquis in hoc artem populo non novit amandi,/ hoc legat et lecto carmine doctus amet.(Ars Am. I, 1-2).
31
amadas ocasionales, cortesanas y hetairas de nombre griego
que entretienen sus ocios.
A primera vista, pues, Ovidio y Catulo están en las
antípodas. Un análisis más detenido revela que son dos
aspectos de lo mismo, el mismo hombre yendo de la juventud
a la adultez, con la otra vuelta de tuerca del humor. El
Catulo del Poema 68 abre este camino que tomará Ovidio
resumiendo el itinerario de su experiencia amatoria: el
ardiente amor hizo que percibiera a su amada como
“resplandeciente diosa” ( candida diua) pero al cabo,
desvanecida la ilusión, resultó ser una mujer adúltera,
escapada de a ratos del lecho conyugal, aunque no siempre
en la misma dirección. Todo ha sido ilusorio, una especie
de juego exaltado de los otiosi, pero ha significado la
exploración del variado repertorio del affectus como
representación en el orden del arte: así es el poderoso
amor o, si se quiere, el verdadero amor. Eso lo enseña
Catulo y también, a su manera, los poetas elegíacos. Los
jóvenes romanos podrán sentir, entonces, el amor como una
tenuis flamma que recorre las entrañas, nos les asombrará
sentir amor y odio a la vez, se acostumbrarán a ser
dichosos un día y completamente desdichados al siguiente,
podrán menospreciar a la mujer amada y, sin embargo, sentir
que la pasión se acrecienta. Entonces reconocerán el
verdadero amor. Serán genuinos enamorados. El manual del
ansioso amante, bella y cuidadosamente elaborado, que
tendrá buena fortuna en la poesía posterior. Los más
preclaros exponentes de esta preceptiva implícita son los
32
poetas elegíacos, que consolidan el género de la poesía
amatoria. Y también el Virgilio de algunas églogas. El
enamorado será definitivamente miser, aun cuando su amor
sea plenamente correspondido, como en el caso del misellus
Septimius (el “pobrecito Septimio”) del Poema 45 de Catulo.
La ficción, el mundo de las ilusiones, es su condición de
existencia. No casualmente estos poetas son, o parecen ser,
jóvenes. Ovidio, desde su función de perito, conoce el caso
porque lo ha vivido, lo que debe entenderse no puramente
como una experiencia personal sino como la experiencia
poética de los tres Libros de los Amores. Desde la
perspectiva adulta, todo es un juego de ilusiones, la
teatralización de una obra ilusionista en la que
espectadores (es decir, lectores) y actores (es decir, el
poeta) aceptan como una realidad lo que ocurre. Terminada
la obra, todo volverá a la normalidad con el fin de la
representación ilusoria. Como un actor, el enamorado
asumirá gestos y palabras que volverán verosímil su
condición y le procurarán marcados beneficios en la medida
en que no se pierda de vista el hecho de que se trata de
una actuación.
Cuando, junto con Horacio, situamos a Ovidio en la
clausura del curso seguido por la poesía amatoria en Roma,
hicimos referencia a los inicios del principado y a la
reforma del Estado realizada por Augusto. En este contexto,
y pese a lo que pueda parecer a primera vista, la parodia
ovidiana del Ars Amandi tiene un sello augusteo pues le dice
al hombre que el amor es un juego de ingenio, un
33
entretenimiento como lo son la cacerías. No la razón de la
existencia humana, una locura, una enfermedad y un torpeza
que se adueñan del enamorado haciéndolo perder interés en
todo lo que no sea la amada, sino un juego de salón cuyas
reglas conviene dominar.
Así se desvanece en Roma un tipo de discurso que, sin
embargo, pervive incorporado a la épica o al drama34. La
afirmación del individuo en su yo privado, en la actualidad
de sus sentimientos, debatiéndose en contradicciones que
derrotan la razón, junto con la pasión como centro de la
existencia masculina, el amor como arrebato hacia el
exaltado gozo o hacia el abismo del dolor, todo esto hecha
raíces en este período de la literatura latina. Con el
tiempo, y con creciente intensidad a partir del
Renacimiento, la parodia de Ovidio no logrará persuadir al
enamorado para elaborar tácticas e instalarse fríamente en
la situación ya que, progresivamente, se afianzará en la
mentalidad moderna la convicción de que la verdad máxima
está en el corazón, en los sentimientos, y la mente no debe
tratar de imponerse35. Sin duda, cuando se trata del amor
humano, aparecen inevitablemente ligadas a él las tensiones
y confusiones, que continuarán siendo tan paradójicas como
lo eran para los romanos (odi et amo, dulce malum¸etc.).
Seguiremos, pues, reencontrando voces que se debaten en su
34 Baste recordar el Libro IV de Eneida o los personajes de Séneca.35 Como es sabido, este fenómeno se relaciona con la Reforma luterana ylas distintas manifestaciones protestantes que afirmaban la necesidad de un contacto emocional y directo con Dios, oponiéndose a la teologíade los Doctores de la Iglesia Romana.
34
intento por comprender y expresar lo que significa el amor,
y volveremos a aprender su perturbadora naturaleza:
Es hielo abrasador, es fuego helado,es herida, que duele y no se siente,es un soñado bien, un mal presente,es un breve descanso muy cansado.
Es un descuido, que nos da cuidado,un cobarde, con nombre de valiente,un andar solitario entre la gente,un amar solamente ser amado.36
Lía GalánCentro de Estudios Latinos
Universidad Nacional de La Plata - Argentina
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