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La "Crónica y relación copiosa y verdadera de los reinos de Chile". Texto, contexto, discurso y...

Date post: 22-Feb-2023
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193 LA CRÓNICA Y RELACIÓN COPIOSA Y VERDADERA DE LOS REINOS DE CHILE. TEXTO, CONTEXTO, DISCURSO Y LÉXICO Soledad Chávez Fajardo 1 Universidad de Chile El presente ensayo tiene por objeto dar cuenta de la Crónica y relación copiosa y verdadera de los Reinos de Chile, del burgalés Jerónimo de Vivar (1558). Obra cuyas condiciones de producción y recepción son temas sig- nificativos que se abordarán en la primera y segunda parte. Primera parte donde se hará una referencia a la historia del manuscrito mismo, del que se pensaba que estaba irremediablemente perdido; segunda parte donde se dará cuenta del sujeto mismo de la enunciación, el enigmático Jeró- nimo de Vivar. Por otro lado, se hará mención al nivel discursivo de la Crónica y sus componentes más relevantes, los cuales se abordarán en la tercera y cuarta partes. Tercera parte donde se mostrará la función persua- siva característica de una Crónica como la de Vivar; cuarta parte donde la funcionalidad se centra en un macropropósito: heroificar al conquistador Pedro de Valdivia. Por último, nos centraremos en el discurso mismo y su potencialidad lingüística en la quinta y sexta partes. Quinta parte donde, a partir de la tesis del scriptorium de conquista, se verá la riqueza y mixtura discursiva de un texto como este, así como sus alcances etnográficos. Y sexta y última parte donde se entregará un botón de muestra de un rastreo lexicológico-histórico que viene a ser el punto de partida de un estudio del léxico del español de Chile. La finalidad es mostrar cómo este texto se ins- tala como un testimonio idóneo tanto para la historia de Chile como para su historia textual y, además, para la lexicología histórica. 1 Investigación financiada por la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo de la Universi- dad de Chile, VID.
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LA CRÓNICA Y RELACIÓN COPIOSA Y VERDADERA DE LOS REINOS DE CHILE. TEXTO, CONTEXTO, DISCURSO Y LÉXICO

Soledad Chávez Fajardo1

Universidad de Chile

El presente ensayo tiene por objeto dar cuenta de la Crónica y relación copiosa y verdadera de los Reinos de Chile, del burgalés Jerónimo de Vivar (1558). Obra cuyas condiciones de producción y recepción son temas sig-nificativos que se abordarán en la primera y segunda parte. Primera parte donde se hará una referencia a la historia del manuscrito mismo, del que se pensaba que estaba irremediablemente perdido; segunda parte donde se dará cuenta del sujeto mismo de la enunciación, el enigmático Jeró-nimo de Vivar. Por otro lado, se hará mención al nivel discursivo de la Crónica y sus componentes más relevantes, los cuales se abordarán en la tercera y cuarta partes. Tercera parte donde se mostrará la función persua-siva característica de una Crónica como la de Vivar; cuarta parte donde la funcionalidad se centra en un macropropósito: heroificar al conquistador Pedro de Valdivia. Por último, nos centraremos en el discurso mismo y su potencialidad lingüística en la quinta y sexta partes. Quinta parte donde, a partir de la tesis del scriptorium de conquista, se verá la riqueza y mixtura discursiva de un texto como este, así como sus alcances etnográficos. Y sexta y última parte donde se entregará un botón de muestra de un rastreo lexicológico-histórico que viene a ser el punto de partida de un estudio del léxico del español de Chile. La finalidad es mostrar cómo este texto se ins-tala como un testimonio idóneo tanto para la historia de Chile como para su historia textual y, además, para la lexicología histórica.

1 Investigación financiada por la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo de la Universi-dad de Chile, VID.

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Ecos de un discurso desaparecido

Entre 1877 y 1878 el político e historiador Benjamín Vicuña Mackenna publicó uno de los textos inéditos más relevantes para la historiografía co-lonial chilena: la Historia general de el reyno de Chile: Flandes indiano, que el sacerdote jesuita Diego de Rosales concluyó en 1624. Allí Vicuña Mackenna entrega una fatídica referencia respecto a la Crónica de Jeróni-mo de Vivar: “las primeras páginas de nuestra leyenda nacional, hoy por desgracia irreversiblemente perdidas, fueron dictadas según Molina, por el secretario mismo del primer gobernador de Chile” (Vicuña Mackenna 1877-1878, xli). Esta “leyenda nacional” fue por mucho tiempo solo eso: una leyenda, un mito escritural que pasaba de voz en voz dentro de la tradición escrituraria e histórica chilena, una historia en donde las referen-cias acerca de los detalles y precisiones pretéritas, fundamentales para los anales chilenos -invención de, se suponía, ni más ni menos, el secretario de Pedro de Valdivia para los eruditos de la época- no hacían más que generar lamentos a bibliófilos e historiadores, como los del mismo Vicuña Mac-kenna al presentar la obra de Rosales (las cursivas son nuestras):

Mas, desde que sigue los pasos de Valdivia, el cronista de Chile pisa sobre el terreno seguro y anda sobre un sendero conocido a palmos. Creeríase que hubiese tenido entre manos al redactar su tercer libro, aquel que ya hemos mencionado como perdido i que compuso el propio secretario de Valdivia: tanta es su minuciosidad en los detalles, en la fijación de los lugares, en el acierto en los nombres, la precisión en las jornadas (Vicuña Mackenna 1877-1878, xlv-xlvi)

El mito posee, a lo largo de la historia textual colonial chilena, una que otra noticia, como la que hace el mismo padre Rosales en su Historia gene-ral de el reyno de Chile, cuando hace referencia a las fuentes textuales que pudo haber tenido el Padre Alonso de Ovalle, otro autor relevante dentro de la historia colonial chilena (las cursivas son nuestras):

[El sacerdote Alonso de Ovalle] no pudo tener papeles de importancia, y así discretamente se escusa porque ninguno calumnie de defectuosa su historia y se remite a la general que se esperaba, que es esta, en que papeles de personas verídicas, graves y que por sus ojos vieron las cosas que en ella se refieren, y de las noticias que yo he adquirido en muchos años que he estado en este Reyno (Rosales 1877-1878, 374).

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La cita “de personas verídicas, graves y que por sus ojos vieron las cosas que en ella se refieren”, ha sido tomada como una posible referencia a la obra de Jerónimo de Vivar, sobre todo por su similitud con la que enuncia nuestro autor en el “Prohemio” de su obra2. Lo mismo se puede pensar de la noticia que hace el mismo Rosales respecto a la adquisición que hizo el Gobernador Fernández de Córdoba, cuando compró los papeles del alfé-rez Domingo Sotelo de Romay, los que posteriormente fueron entregados a la Compañía de Jesús:

[Papeles entregados] al Padre Bartolomé Navarro, gran predicador de aquellos tiempos, para que hiziese esta historia, con otros papeles que de varias partes se juntaron…pero sus muchas ocupaciones…no le dieron lugar a hazer nada, hasta que al cabo de cuarenta años que estubieron arrinconados todos estos papeles que junté, ube de tomar a cargo este trabaxo porque saliessen a la luz los famosos hechos de tan valerosos go-bernadores, insignes capitanes y sufridos y animosos soldados (Rosales 1877-1878, 668).

Lo más probable es que entre esos papeles estuviera el manuscrito de la Crónica de Jerónimo de Vivar, ya que el deseo del gobernador Fernández de Córdoba era, justamente, que se redactara una Historia de Chile con algunas fuentes como las que él adquirió:

Y por ser tan leído y amigo de historias [el Gobernador Fernández de Córdoba], deseó mucho ver escrita la historia general deste Reyno por-que juzgó que sería muy gustosa por aver sucedido tanta variedad de cosas…Y a ese fin, con gastos suyos y con su diligencia, juntó muchos y muy curiosos papeles que, como dige en el capítulo treinta, estubieron arrinconados cuarenta años hasta que este los desembolví y con las re-laciones más verídicas compuse esta historia, ayudado de otros papeles y de las noticias que he adquirido en los años que ha que estoy en este Reyno, que pasan de cuarenta y tres […] (Rosales 1877-1878, 69).

Esto ha llevado a pensar que el mismo Rosales habría tenido acceso al manuscrito de Jerónimo de Vivar, sobre todo por las similitudes en da-tos y descripciones3. Fuera de estas referencias, poco y nada se supo de

2 “Y en ella no pondré ni me alargaré más de como ello pasó y como yo lo vi y como ello aconteció, puesto que parte de ella me trasladaron sin yo verlo ni sabello, a los cuales lectores, si esta obra no fuere sabrosa e leer, me perdonen y no miren más de mi intención y fin que lo hice” (Vivar 1988, 43).3 Cfr. Orellana 1988

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la Crónica hasta el año 1629, cuando aparece en Madrid el Epítome de la biblioteca oriental i occidental, náutica i jeográfica, del bibliógrafo y jurista Antonio de León Pinelo. Esta es la primera referencia directa y oficial del manuscrito. Otro tanto sucedió en 1696, cuando se publica póstumamen-te la Bibliotheca Hispana Nova, del sevillano Nicolás Antonio. En el tomo I se refiere a un: “Hieronymus de Bivar, scripsisse dicitur: Chronica del Reyno de Chile: Ms. adhuc, teste Antonio Leonio in Bibliotheca Indica, tit. IX15” (Barral Gómez 1988, 18), haciendo alusión a la obra de Pinelo. Habrá que esperar por noticias del manuscrito hasta el siglo XX cuando, en plena guerra civil, el historiador y arqueólogo español José Chocomeli Galán adquiere, en una subasta en Valencia, un conjunto de volúmenes y libros antiguos. Entre estos textos se encontraba la Crónica, la cual el nue-vo propietario la tomó como una crónica de la conquista de Perú (quizás por la información de las primeras páginas, donde se hace referencia a las hazañas de Pedro de Valdivia en el Virreinato). Después de la Guerra, Chocomeli Galán se instala en Francia y deja en custodia sus manuscritos en un banco. Por circunstancias que desconocemos, tras su muerte los do-cumentos fueron subastados y pasaron a manos de la sociedad Kenneth Nebenzahl. Con posterioridad y sin conocerse bien los detalles y razones, el manuscrito fue adquirido por la The Newberry Library de Chicago, Illi-nois, donde actualmente está depositado. El manuscrito4 ha tenido cuatro ediciones hasta la fecha. Una en 1966 a cargo de Irving Leonard; otra en 1979 a cargo de Leopoldo Sáez Godoy; otra en 1987 a cargo de Sonia Pinto Vallejos y otra de 1988 a cargo de Antonio Barral Gómez. De estas cuatro ediciones, la de 1966, 1987 y la de 1988 son modernizadas y la de 1979, a pesar de ser una edición crítica,5 presenta una serie de problemas (cfr. Kor-dic 2007). Sin embargo, es la más recomendada, sobre todo para usos filo-lógicos6. Como ha se podido apreciar, el manuscrito de Jerónimo de Vivar,

4 El manuscrito está constituido por ciento siete folios escritos por ambas carillas. Cada uno de ellos tiene la medida usual en los oficios empleados en el siglo XVI: un pie de largo por un palmo de ancho. De la totalidad de folios se ha extraviado el folio número veintiuno. Por esta razón no se conserva el final del capítulo XXVII, todo el capítulo XXVIII y gran parte del XXIX. Su estructura interna se encuentra articulada en ciento cuarenta y dos capítulos, bastante similares en cuanto a su extensión. Cada uno de ellos ocupa una cara y media apro-ximadamente.5 “la más cuidada y atendible de todas” señala Kordic 2007, 390.6 Habrá que esperar a que salga a la luz la que está preparando, desde el año 2006, la filóloga

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aun antes de aparecer como una edición propiamente tal, ya generaba ex-pectación por su contenido y por su relevancia para la historia textual en Chile. Es la historia de los ecos de un discurso desaparecido. Ahora bien, este no ha sido el único problema que nos podemos encontrar en relación con las condiciones de producción y materialización de nuestra Crónica.

¿Jerónimo de Vivar?

La Crónica concluye de la siguiente forma: “Acabóse esta crónica y rela-ción copiosa y verdadera, sábado a catorce de diciembre del año de nuestro nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo de mil y quinientos y cincuenta y ocho años, hecha por Gerónimo de Vivar, natural de la ciudad de Bur-gos” (Vivar 1988, 353-354). De alguna forma, la autoría se nos muestra de manera clara. Un lector no tendrá dudas acerca de este Gerónimo de Vivar, natural de Burgos, quien acabó una obra en determinada fecha. Sin embargo, los avatares que sufrió el manuscrito, los cuales no llevaron a ver la obra impresa sino hasta mediados del siglo XX, implican una problemá-tica no menor: el cuestionamiento de la existencia del autor. En 1876, Luis Montt entrega una información inquietante: hasta 1554, fecha de la muer-te de Pedro de Valdivia, no se registra en Chile ningún Jerónimo de Vivar. En efecto, los documentos fundacionales, es decir, aquellos que se conocen del primer período de la historia chilena, consignan una firma, un nombre o, a lo menos, una referencia que testimonia a cada uno de los conquista-dores. Pues ninguno de estos documentos fundacionales hace referencia al autor de la Crónica. El secretario, cargo relevante que tendría que tener más de alguna referencia, solo es mencionado, en un primer momento de la conquista, para nombrar a Juan Pinel y, desde 1547, a Juan Cárdena o Juan de Cardeña. Propone Montt al respecto:

Nada hubiera tenido de estraño, i de ello hai ejemplo en la historia de las falsificaciones literarias, que Cardeña, joven osado i travieso, segun lo calificaban sus contemporaneos, i cuyo apellido recuerda un lugar clasi-co en la leyenda del Cid, al buscar un seudonimo para firmar su cronica, adoptase el apellido de Vivar del heroe castellano (citado en Antei 1989, 117).

chilena Raissa Kordic.

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Un año después de proponer esta hipótesis, Vicuña Mackenna se re-fiere a Jerónimo de Vivar como secretario del conquistador, tal como he-mos visto líneas atrás. A causa de estas referencias y con el testimonio de los documentos fundacionales, un historiador como Diego Barros Arana también supone que Vivar era el secretario de Valdivia, es decir, Juan de Cardeña (cfr. Orellana 1988, 20). Un giro dentro de la tesis del secretario es la publicación de los Documentos inéditos para la Historia de Chile, reco-pilados por José Toribio Medina. En el tomo XXII de esta obra, aparece el nombre de Jerónimo de Vivar en el “Proceso de Villagra”.7 Allí:

don Diego Ruiz en nombre del dicho mariscal Francisco de Villagra é presentó por testigo en la dicha razón a Jerónimo de Vivar (…) de trein-ta y tres años, poco más o menos (…) estante en esta dicha ciudad de Santiago, del cual yo el dicho receptor tomé é recebí juramento en forma de derecho, so cargo del cual como buen cristiano, prometió de decir la verdad (Medina 1888-1902, 71).

Este Jerónimo de Vivar conocía a Francisco de Villagra “de once años a esta parte […] é que conoció al dicho Pedro de Valdivia, gobernador que fué destas provincias de Chile” (Antei 1989, 266). Ya despejada la duda acerca de la identidad del autor, seguimos con interrogantes acerca de su vida, por ejemplo, cuál habrá sido la formación de un natural de Burgos que nació hacia 1525 y que fue capaz de redactar una crónica en las In-dias. Lo más probable es que hubiera recibido su educación inicial en el convento de frailes jerónimos de Guadalupe del monasterio de Fresdelval, en las proximidades de la localidad de Vivar (cfr. Orellana 1988, 29), sin embargo poco y nada se sabe de cómo esta formación inicial derivó en el quehacer de cronista de indias. Esto nos lleva a pensar, inevitablemente, en

7 Después de la muerte de Pedro de Valdivia, Francisco de Villagra sufrió un proceso por una serie de acciones consideradas condenables, como gobernar las provincias del sur sin te-ner las licencias ni las facultades para hacerlo y despoblar Concepción y llevar a su población consigo a Santiago, como una forma de valer su soberanía. Este proceso, ordenado por el Virrey del Perú, hizo que Villagra fuese llevado preso hasta el mismo Virreinato. Sin embargo, la resolución resultó favorable para Villagra. Es más, fue nombrado gobernador de Chile en 1561. El proceso íntegro fue editado por José Toribio Medina en su Colección de Documentos Inéditos para la Historia de Chile (1888-1902, tomos 20, 21 y 22).

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la tesis de Ginzburg acerca de la cultura campesina y su intensa fecundidad hasta mediados del siglo XVI (cfr. 1981, 184-185). Empero, no hay modo alguno de determinar algunas fuentes de la “enciclopedia de Vivar”, a dife-rencia de lo que sucedió con Menochio. De todas formas se pueden iden-tificar claramente algunos de los intertextos presentes en su discurso, algo que refleja su conocimiento de algunos referentes clásicos. Estos referentes se citan directa o indirectamente dentro de la Crónica: “Gastando en el Cuzco alguna moneda, que es el nervio de la guerra” (Vivar 1988, capítulo IV: 52), lo que es una hispanización de la expresión ciceroniana en las Filí-picas: nervi belli pecunia infinita; “usando con ellos y su gente de una cau-tela que convenía, con tal astucia como la usó Bías con Aliate” (Vivar 1988, capítulo XIV: 78), que hace referencia a uno de los siete sabios de Grecia, Bías y a Aliates, rey de Lidia; “Quíselo poner aquí por no me parecer ra-zones de indios, sino de aquellos numantinos cuando se defendían de los romanos” (Vivar 1988, capítulo CXXXIII: 335), “Cierto me parece grande ánimo y esfuerzo de mujer, e que la podíamos comparar aquella buena mujer cartaginesa que se metió con dos hijos en el fuego, porque el marido se había entregado a los romanos” (Vivar 1988, capítulo CXXXVI: 342), en ambas se hace una alusión a la historia de la península Ibérica; “habíala de escribir un tal hombre como Ptolomeo o Tito Livo o Valerio u otro de los grandes escritores” (Vivar 1988, Dedicatoria: 41), que hace referencia a los grandes geógrafos e historiadores clásicos; “su padre Guayna Capa, el príncipe del Perú, otro segundo Alejandro, cuando los vino a conquistar” (Vivar 1988, capítulo XV: 80), donde hace la comparación con Alejandro Magno; “Tomemos ejemplo de los romanos que por esta vía y camino, contrastando a fortuna haciéndose a los trabajos, sojuzgaron y conquista-ron el mundo” (Vivar 1988, capítulo XXXIX: 127), donde se compara la empresa de conquista con la conquista romana; “Demandaban los recién venidos lo que demandaron los del purgatorio a Dante Aligero, cuando allá anduvo con la imaginación, según él lo relataba en sus tratados” (Vivar 1988, capítulo LX: 171) donde se hace referencia a la Divina Comedia y su autor, entre otras. De todas maneras, un trabajo pendiente sería cotejar las alusiones a referentes clásicos que se presentan en las crónicas de Indias en general, dando cuenta hasta qué punto habría una suerte intertextualidad que refleje algún tipo de marco o referente común de citas y referencias en la escritura del siglo XVI.

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Asimismo, la riqueza del discurso descriptivo de la Crónica hizo pensar que Vivar se contaba entre los cosmógrafos-geógrafos de la empresa de conquista, cuya función era la de reconocer y registrar las característi-cas de las nuevas tierras, mientras acompañaba a Valdivia. Según Barral Gómez esta hipótesis explicaría la presencia permanente de Vivar en las expediciones náuticas vinculadas a la labor geográfica y cosmográfica de la época (Barral Gómez 1988, 23). Con certeza, Jerónimo de Vivar se dirigió a América a buscar mejor fortuna y se desempeñó como soldado de a pie y arcabucero en distintas expediciones y viajes con Pedro de Valdivia (cfr. Orellana 1988, 38). Incluso, podría haber sido secretario de la Capitanía General, función distinta de la que habría cumplido Cardeña, quien lo fue de Pedro de Valdivia (cfr. Villalobos 1988, 14 y Kordic 2007, 394). En algunos casos, como observó Kordic, Jerónimo de Vivar efectivamente fue secretario ocasional de Pedro de Valdivia, en sustitución del oficial Juan de Cardeña, algo que la filóloga detectó en el tipo escritural de alguna de las cartas de Valdivia (Kordic 2007, 393). Las hipótesis respecto a sus fun-ciones, hacen pensar que Jerónimo de Vivar no tuvo fortuna como solda-do, pero sí como un cronista aventajado. De esta forma dio cuenta -por conocimiento directo o indirecto- de los avatares de la conquista chilena, vicisitudes que comparte como una forma de entregar veracidad a una compleja y acontecida empresa.

El historiar y su persuasión

Jerónimo de Vivar, en la Dedicatoria de su Crónica, expone el deseo ex-preso de que sus enunciados ‘sean creídos’: “Y estoy confiado, como cier-tamente me confío, que en todo seré creído, y porque no me alargaré más de lo que vi, y por información cierta de personas de crédito me informé, y por relación cierta alcancé de lo que yo no viese” (Vivar 1988, 41). De Vivar busca la verosimilitud en su discurso, un discurso que, como vemos, cuenta hazañas que muchas veces él no presenció como para relatarlas detalladamente. En este punto insiste en el tipo de informantes que tuvo -“personas de crédito”- y en el discurso verídico que acopió para escribir su Crónica -“relación cierta alcancé de lo que yo no viese”-. Es decir, se fía de sus informantes y selecciona el discurso más adecuado para exponerlo en su texto, aquella relación “copiosa y verdadera”. Es más, frente a lo deta-llado de algunos capítulos -aquellos donde relata vivencias suyas- declara

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que en estas instancias donde él no estuvo, no se alargará: “más de como ello pasó y como yo lo vi y como ello aconteció, puesto que parte de ella me trasladaron sin yo verlo ni sabello”. (Vivar 1988, 43). La sentencia de Aristóteles cuando afirma que “más vale un verosímil imposible, que un posible inverosímil” (Aristóteles 2002, 404) toma peso en una situación es-critural como esta. Esta idea de “contar lo verdadero” tan caro a crónicas y epopeyas coloniales forma parte de la persuasión que se busca generar con el proceso de escritura: lo que se pueda creer, lo que posea verosimilitud. ¿Es posible que en este caso solo nos quedemos con el nivel de creer lo que estamos leyendo? ¿O se busca algo más en la Crónica? Por ejemplo, cuando Jerónimo de Vivar señala:

Serenísimo Señor, he hecho y recopilado esta relación de lo que yo por mis ojos vi y por mis pies anduve y con la voluntad seguí, para que los que leyeren u oyeren esta relación se animen a semejantes descubrimien-tos, entradas y conquistas y poblaciones, y en ellas empleen sus ánimos y esfuerzos en servicio de sus príncipes y señores, como este don Pedro de Valdivia lo hizo (Vivar 1988, 40)

Lo que está haciendo es dar cuenta de un testimonio cuya finalidad per-suasiva va más allá de lograr verosimilitud. Por un lado, está presente la obligación de testimoniar cada una de estas empresas indianas como una forma de obediencia al rey (cfr. Goic 1988-1990 y Coloma 2012, 3-5). Por otro lado, de Vivar busca que el lector crea lo que está leyendo y se motive a emprender una empresa de similares características en las Indias. Por lo tanto, fuera del receptor de su Crónica -el rey- se está ante un receptor potencial e ideal: el español que desee aventurarse en un viaje como este. Sin embargo, esta persuasión es anómala: ¿Querrá Jerónimo de Vivar que otros vivan “trabajos, cansancios, hambres y fríos” (Vivar 1988, 40)? ¿O más bien toma estas vivencias como una instancia de aventuras y glo-ria? Como unas crónicas que por ningún motivo “quedasen en el olvido” (loc.cit) sino más bien deben perpetuarse. Y, por esta razón, nuestro autor optó por “ponerlas en el registro” (loc.cit), con un discurso de “relación y crónica” (loc.cit), no solo para contar lo verdadero, sino para dar cuenta del heroísmo de Valdivia y sus hombres al emprender tamaña empresa de conquista. Por lo tanto “escribir y poner por memoria, y hacer una rela-ción y crónica de los hechos heroicos” (Vivar 1988, 41) para Jerónimo de Vivar fue, por un lado, dar cuenta de lo que sucedió en los primeros años

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de la conquista de Chile y, por otro lado, que estos textos constituyan la glorificación de los verdaderos héroes de una epopeya. No por nada la fase inicial de conquista, que Antei 1989 periodiza en 20 años -desde 1540, año en que Valdivia pisa suelo chileno hasta 1560- abarca el tiempo de nuestra Crónica y esta narración sea, en síntesis, una historia de guerra (cfr. Colo-ma 2012, 6).

Fuera de lo que haya querido Jerónimo de Vivar de su Crónica, este es considerado uno de los textos más relevantes producidos durante el siglo XVI en Chile. Cuando las Cartas de Pedro de Valdivia son insuficientes en cuanto a información o se centran en consideraciones personales del conquistador, se adjunta la óptica de Vivar para complementar momen-tos históricos fundamentales de la historia de la conquista chilena. Vivar aporta hechos no expuestos en las Cartas y describe con un detalle caro a la historiografía otra serie de sucesos. Por ejemplo, es la primera vez que se presenta en un texto información valiosísima no solo para historiadores, literatos, filólogos o lingüistas, sino para antropólogos, arqueólogos, etnó-grafos, geógrafos, botánicos y zoólogos, entre otros. Al ser un texto lleno de referencias de lugares, flora y fauna o de descripciones de las costum-bres de los indígenas, es una de las referencias directas más importantes que se tienen del Chile prehispánico y del siglo XVI. Es por esta razón que para muchos historiadores (cfr Villalobos 1988) la Crónica es la obra más objetiva y completa escrita en el Chile del siglo XVI. La verosimilitud de un discurso cronístico se comprueba, dentro de los espacios del historiar, siglos después: “el mayor mérito de Vivar es la exactitud de los hechos que narra y la forma juiciosa del enfoque” (Orellana 1988, 94). Se cumplen, por lo tanto, las probanzas de méritos y servicios que señala Goic 1988-1990, es decir, la demostración empírica de la función que hace un conquistador determinado, en este caso, el mérito del cronista y su servicio: este texto.

Pedro de Valdivia, elogio y Edad de oro

Fuera del propósito inicial de una crónica de Indias, es decir, el de: “por-que su intento principal era hacer obras famosas y servicios hazañosos y dignos de perpetua memoria a la corona real de España, y ensanchar los patrimonios reales” (Vivar 1988, 210), existen otras intenciones discursi-vas que vienen a caracterizarla, como, por ejemplo, el aspecto glorificador de algún conquistador y su obra. Tal es el caso de Pedro de Valdivia en la

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Crónica de Vivar8, justamente, en el Proemio se enuncia la finalidad de heroificarlo:

y hallándome con don Pedro de Valdivia en los reinos del Perú, cuando emprendió el descubrimiento y conquista de las provincias de Chile en nombre de Su Majestad, determiné de escribir y poner por memoria, y hacer una relación y crónica de los hechos heroicos de don Pedro de Valdivia y de los españoles que con él se hallaron en la jornada (Vivar 1988, 41).

Estos hechos, a partir de la expresión encomiástica del elogio, se basan en la preceptiva retórica del amor admirativo (cfr. Carneiro 2009, 489). Este amor, en la Crónica, se construye a partir de una imagen renacentista de Valdivia, es decir, la del conquistador temeroso de Dios y leal vasallo del rey, por un lado y un utilitarista y maquiavélico estratega dentro del proce-so de conquista, por otro lado9. En la figura del conquistador renacentista se incrementan y extienden sus funciones, tal como podemos apreciar en la autodefinición que hace Valdivia mismo en la Carta II, destinada a Car-los V:

gobernador, en su real nombre, para gobernar sus vasallos, y a ella con abtoridad, y capitán para los animar en la guerra y ser el primero a los peligros, porque así convenía, padre para los favorecer con lo que pude y dolerme de sus trabajos, ayudándoselos a pasar, como de hijos, y ami-go en conversar con ellos, jumétrico en trazar y poblar, alarife en hacer acequias y repartir aguas, labrador y gañán en las sementeras, mayoral y rabadán en hacer criar ganados, y, en fin, poblador, criador, sustentador, conquistador y descubridor (Valdivia, 1992, 41).

Es tal la heroificación e idealización de Pedro de Valdivia en la Crónica que el proceso que se llevó a cabo en su contra en Perú no llega a men-cionarse. Es más, los cinco puntos en que se reducen las acusaciones a Valdivia no se condicen con las caracterizaciones de Jerónimo de Vivar.10

8 En relación con esto, Mario Ferreccio (1991, 43) afirma que la crónica de Indias se aproxi-ma a la tradición historiográfica del siglo XV, sobre todo a la crónica de personaje, en donde se relatan los hechos (entendidos como hazañas) de un personaje heroificado.9 Para una mayor información respecto a la dicotomía de caballero medieval y conquistador renacentista ver Romero 1945, Pastor 1988 y Carneiro 2008 y 2009.10 Diego Barros Arana, en la edición que hace del Proceso de Valdivia los sintetiza en: “1. Des-obediencia a la autoridad real o de los delegados del rey de quienes dependía el gobernador

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Es tal la idealización que el cronista hace del conquistador, que llega a esta-blecer un símil entre el periodo de la gobernación de Valdivia con la Edad de Oro.11 En efecto, la fase crítica que viene después del desastre del 11 de septiembre de 1541 (conocido como el Ataque de Michimalonco, que arrasó con un Santiago recientemente fundado) da inicio a una serie de precariedades por una falta absoluta de bienestar material:

cuatro años había que los españoles estaban en la tierra […] que no se vestían después que rompieron la ropa que trajeron, sino de pieles de ra-posas y de nutrias y de lobos marinos y había cinco meses que no se decía misa por falta de vino […]. Y en todo este tiempo […] no hubo hombre que se desnudase para dormir ni durmiese desnudo, ni desarmado de las armas que cada uno tenía, si no era el que estaba herido o enfermo […] Ni aun la acostumbrada guerra no les daba tanto trabajo ni la sintieran, si no viniera tan acompañada de tanta hambre y necesidad de provisión, porque acontecía a muchos españoles ir a cavar de dos a dos días y sacar para comer unas cebolletas […] carne, si por ventura no se cazaba, no la había” (Vivar 1988, 168, 171).

Sin embargo, la miseria y las carencias materiales no logran generar un malestar colectivo ni el desaliento, sino todo lo contrario:

Y esto siempre ha procurado, puesto que haya sido ajeno de la condición de la mayor parte de los conquistadores de indios, de decir en esto. Que era un tiempo bueno y un tiempo sano y tiempo libre y amigable. Digo bueno sin codicia, sano sin malicia y libre de avaricia. Todos hermanos, todos compañeros, todos contentos con lo que les sucedía y con lo que se hacía. Llamábale yo a este tiempo, tiempo dorado” (Vivar 1988, 169)

Idealización que no es única de la Crónica de Vivar, tal como afirma Ainsa (1998) en un estudio donde, justamente, da cuenta de la Edad dorada en

de Chile; 2. Tiranía y crueldad con sus subalternos; 3. Codicia insaciable; 4. Irreligiosidad; 5. Costumbres relajadas con escándalo público” (Barros Arana 1873, 14)11 Cedomil Goic (2006, 110) ya advertía este símil en las Cartas de Pedro de Valdivia, sobre todo en la Carta II: “como vi las orejas al lobo, parecióme, para perseverar en la tierra y perpetuarla a vuestra Majestad, habíamos de comer del trabajo de nuestras manos como en la primera edad. Procuré de darme a sembrar y hice de la gente que tenía dos partes, y todos cavábamos, arábamos y sembrábamos en su tiempo, siempre armados y los caballos ensillados” (1992, 31).

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una serie de crónicas coloniales y que en nuestra Crónica se instala dentro del elogio valdiviano.

Del scriptorium de la conquista y de lo narrado

La Crónica presenta la tipología mixta usual dentro de este género, es de-cir, interrelaciona el discurso cronístico de la conquista de Chile, con el discurso historiográfico de Pedro de Valdivia12 y un discurso descriptivo, similar al de las relaciones de Indias.13 Asimismo, desde un punto de vis-ta formal, en la Crónica de Vivar se pueden encontrar estructuraciones sintácticas y fórmulas léxicas características de las cartas de conquistador, por ser Chile, además, un territorio recientemente conquistado. La razón de esto último es porque se debía comunicar “por orden y mandato” las zonas nuevas que se iban conquistando, cual proceso de redacción de una carta (Cfr. Mignolo 1982, 59). Esta mixtura discursiva hace que Adorno hable de polivocalidad del sujeto colonial, debido a las exigencias escritu-rales propias del proyecto colonial (cfr. Adorno 1988, 666-667) y que en Jerónimo de Vivar se traducen en ser soldado, cosmógrafo, secretario y escribano, así como en cronista de la conquista de Chile y biógrafo de Pe-dro de Valdivia (cfr. Carneiro 2008, 36). Por otro lado, se ha destacado una suerte de homogeneidad en algunas de estas producciones coloniales chilenas. A propósito de esto, Mario Ferreccio propone la hipótesis del scriptorium de la conquista de Chile (1991, 46), en donde autores como de Vivar o Góngora Marmolejo participarían en sesiones de redacción de crónicas, historias y cartas de conquista, consultando un supuesto archivo común. La hipótesis se comprobó años después, cuando la filóloga Raïssa Kordić (2007, 393) detectó coincidencias entre el usus scribendi14 y el duc-tus de la letra15 de la Crónica y de algunas de las cartas de Valdivia. De esta forma, después de la muerte de Pedro de Valdivia en 1553, Jerónimo de Vivar hace uso del scriptorium: organiza escritos, anotaciones, cartas y de

12 De hecho el capítulo I de la Crónica se titula: “Que trata del principio que tuvo Pedro de Valdivia, y de cómo pasó a Italia, y vuelto a España pasó a Indias”.13 Cfr. Walter Mignolo 1982, 72.14 “Conjunto de preferencias lingüísticas y estéticas del autor editado” (Lázaro Carreter 1968, 156).15 “Rasgos particulares de trazado y diseño de las grafías” (Carneiro 2008, 36).

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esta forma articula una nueva narración con todas las características de una crónica.

La Crónica de Vivar, por lo demás, es rica en descripciones del mundo indígena, aspecto fundamental para estudios etnológicos, históricos y lin-güísticos, entre otros. Por ejemplo, es usual encontrar interacciones entre conquistadores y nativos, en discursos que presentan la nueva realidad, como descripciones, comparaciones o léxico, entre otras. Los informantes, sean estos yanaconas o mapuches, suelen ser fuentes de información para Jerónimo de Vivar, o bien, son los que posibilitan la comunicación entre los conquistadores e indígenas. Es la primera vez que podemos encontrar la lengua mapuche dentro de un discurso: “Y ha acontecido estar un es-pañol con un indio peleando y decirle que se diese, y responderle el indio ‘Inchi lai’ que quiere decir ‘No quiero sino morir’ y no temen a la muerte» (Vivar 1988, 265), “y llegáronse los españoles a la orilla y le preguntaron qué cuyo era. Y el indio se salió del agua y se vistió y tomó una lanza, y blandeándola les dijo ‘Mamo inche y tata’ que quiere decir tanto como ‘éste es mi amo y mi señor” (Vivar Vivar 1988, 321). De esta forma Vivar distingue qué lengua nativa es una y otra y, de esta forma, las va incluyen-do a lo largo de su discurso.

Como es de esperar, Jerónimo de Vivar incorpora los nuevos referen-tes en su discurso descriptivo. Para ello, hace uso de un recurso frecuente dentro de la textualidad colonial, como lo es la comparación. Es lo que Mignolo (1982, 61) presenta como expresar un objeto silencioso por me-dio de un lenguaje conocido16. De esta forma, el destinatario ideal de la Crónica (el europeo que no conoce el referente y se lo introduce por me-dio de este discurso) puede imaginarse cómo puede ser el objeto que se está introduciendo. Por lo general son entidades del mundo de la flora y la fauna: “comíamos sino mejillones y marisco sacado de la mar y cogo-llos chicos y raíces de achupallas, que son a imitación de palmitos” (Vivar

16 “Se ha repetido muchas veces que una de las particularidades de los escritores del descubrimiento y de la conquista, al menos los de la primera hora, es que no disponían de modelos para escribir sobre las Indias. Esta observación, sin duda cierta, implica que el objeto (por ejemplo, Indias) no tiene un lenguaje que lo exprese; es, hasta el momento del descubrimiento, un objeto “silencioso” y es, precisamente en este sentido, ignoto. Nada más natural, en casos semejantes, que ver el nuevo objeto con los ojos conformados al entorno que conocemos. Lo cual quiere decir, expresarlo mediante el lenguaje con el que expresamos y nos referimos a los objetos conocidos” (Walter Mignolo 1982, 61)

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1988, 253); “con la tierra que de él sacaron tenían fortalecido el palenque, muy enlatado y atado con unos bejucos, que son a manera de raíces blan-das y delgadas” (Vivar 1988, 156); “y chañarales, que es un árbol a manera de majuelo” (Vivar 1988, 62); “[…] y escondieron las comidas debajo de tierra, que es maíz y algarroba chica blanca y chañares, que es una fruta a manera de azofaifas y dos tantos más gruesa” (Vivar 1988, 60-61); “y fue lo que hallaron cinco chollos, que son unos perros de la grandeza de gozques, algunos mayores” (Vivar 1988, 89); “y con carneros salvajes, que llaman guanacos, que tiene uno tanta carne como una ternera” (Vivar 1988, 129); “Hay arrayán, hay sauces y otro árbol que se dice molle, e no es muy gran-de. Tiene la hoja como granado e lleva un fruto tan grande como granos de pimienta” (Vivar 1988, 230); “Cójese maíz e frísoles e quínoa y zapallos, que es una manera de calabazas salvo ser redondas y grandes; son verdes e amarillos cuando están maduros, hacen corteza e tiénense todo el año en casa” (Vivar 1988, 87) o del mundo material indígena: “los cuales vinieron con sus arcos y flechas y macanas, que son unas armas al modo de mon-tante hechos de una madera muy recia” (Vivar 1988, 61). En otros casos, el trabajo descriptivo revelará una etnografía fallida, al no poseer nuestro cronista los conocimientos suficientes como para dar cuenta de toda la realidad que está presentando: “éste es el río de Andalién. Y tiene mucho pescado y de muchas maneras como en nuestra España, donde son pesca-das sardinas y lisas y lampreas, y por no saber los nombres de los más, no los cuento” (Vivar 1988, 283).

Hacia una historia del léxico del español de Chile

La importancia de la textualidad originada en las etapas fundacionales y coloniales de las zonas americanas es relevantísima para la historia de la lengua española. En el caso particular de la Crónica de Vivar, es esencial para poder conformar las bases de lo que se entiende por español de Chile. Una historia de esta variedad lingüística está todavía en ciernes y la base testimonial que se pueda acopiar (a partir de textos producidos en fases fundacionales iniciales, sean estos de españoles o nativos) es de especial in-terés para poder dar cuenta de una serie de aspectos genéticos acerca de la conformación de la variedad chilena. Estos datos pueden servir como base argumentativa de peso para el estudio de los procesos de koinización y estandarización, por ejemplo. Y, en relación con lo que nos convoca ahora,

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son datos que pueden ayudar a establecer un corpus del léxico caracterís-tico del español de Chile, su historia y sus procesos de incorporación, afia-tamiento, sustitución, mortandad y transición semántica. De esta forma, lo que presentamos aquí es el resultado preliminar del proceso de lectura y selección de todas aquellas voces que pueden resultar interesantes para el estudio de la lexicología histórica. Tal es el caso de los indigenismos, sobre todo, pero también de voces consideradas arcaísmos para la óptica española peninsular. Junto con presentar las voces, haremos un breve ras-treo etimológico y algunas consideraciones relevantes para establecer su importancia dentro de la historia del léxico chileno como, por ejemplo, cuando la primera vez que aparece la voz en cuestión es, justamente, en la Crónica:

Achupalla, voz usual todavía en Ecuador y Perú (cfr. Diccionario de Americanismos 2010, s.v. “Achupalla”). Interesante es que Coro-minas da como primer testimonio a Guamán Poma de Ayala, en 1613, aunque sospecha que ya estaba en la Historia de Fernández de Oviedo. Lenz no la cita para Chile en su Diccionario etimológico (cfr. Lenz 1910, 327). Sino que da cuenta de la variedad con aféresis y usual hasta el día de hoy en Chile chupalla.

Barbacoa, de un étimo discutido pero situado en la zona caribe. Corominas señala que es voz indígena de la zona del Caribe, poniendo en duda su ori-gen taíno. Lenz, en cambio, la da como tainismo haitiano. Álvarez Nazario (1996, 78) la da como tainismo, pero de base arahuaca (1996, 29). Como primer testimonio, con el valor de “armazón y andamio destinado a usos varios”, Corominas lo data para 1518; Lenz (1910) ya la da como histórica para el uso chileno.

Bejuco, del taíno de Santo Domingo, según Corominas (la primera documen-tación, sin citar fuente, la fecha para 1526). Lenz (1910) ya la declara como voz en desuso en Chile y suplida por el mapuchismo boqui y entrega como primera fuente a Oviedo (cfr. Zorobabel Rodríguez 1875, quien no la lema-tiza y el Diccionario de Americanismos 2010).

Bohío, de un dialecto arahuaco de las Antillas, según Corominas, y da como primera fuente los diarios de Colón (1506). Lo mismo señala Álvarez Naza-rio (1996, 29). Lenz (1910) ya hace referencia a la pérdida temprana de esta voz en Chile.

Cacique, del taíno de Santo Domingo, según Corominas. En cambio, Lenz (1910) propone que es del taíno de Haití. Corominas entrega como primera

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fuente el primer diario de Colón (1492). Para Chile, la voz está presente desde las Cartas de Pedro de Valdivia.

Camote, del náhuatl kamotli.17 Corominas entrega la primera documentación para el padre Las Casas, hacia 1560.

Canoa, del arahuaco de las Lucayas, señala Corominas, el cual pasó al taíno (cfr. Álvarez Nazario 1993, 29). Corominas entrega como primera docu-mentación el Diario de Colón, en 1491.

Chañar, del quechua. Sin embargo no existe un diccionario quechua que nos dé la forma exacta. Tanto Lenz como Corominas “suponen” que viene del quechua. Podría venir del aymara, ya que se presenta la secuencia ch’añar- en esta lengua. Hay un ch’añari que es un pequeño pájaro con plumas ama-rillas y negras. En este caso sería una metáfora entre el plumaje del pájaro y las flores del chañar.

Chollo, no hay referencia a esta voz en las obras lexicográficas consultadas. Lo más cercano es el valor de cholo que se hace del perro de piel oscura (cfr. Román 1901 y Morales Pettorino 1985): “y fue lo que hallaron cinco chollos, que son unos perros de la grandeza de gozques, algunos mayores” (Vivar 1988, 89).

Frijol, del griego jashloz, pasó al latín como faseŏlus. La primera documenta-ción Corominas la detecta en Nebrija 1491 (phasiolus). Además, Corominas encuentra la mayor parte de las formas en documentos de Indias (Fernández de Oviedo, textos de cabildo chilenos de 1547, entre otros). Fue sustituida por el quechuismo poroto,18 forma que no aparece en la Crónica. En España es considerado regional (cfr. Lerner 1974, 152 y Seco 1999, 2246). Sin embargo es más usual judía o habichuela (cfr. Lerner íbid.) y sigue siendo el nombre usual en casi toda América (cfr. Diccionario de americanismos 2010, 1001).

Frutilla, una derivación de fruta. La Crónica es la primera documentación de esta forma con el valor de ‘fresa’. Corominas entrega la Historia de José de Acosta (1590) y la Historia del Padre Ovalle (1644).

Guaca, del quechua waca ‘dios familiar, penates’, señala Corominas. La pri-mera acepción la testimonia en Betanzos (1551). Tal como lo expone Jeró-nimo de Vivar, aún no se llega al valor actual de: “Sepulcro de los antiguos indios, principalmente de Bolivia y el Perú, en que se encuentran a menudo objetos de valor” que entrega el DRAE. De Vivar todavía maneja parte de la acepción general propuesta por Lenz, sobre todo en relación con lo sagrado: “todo objeto sagrado, sobrenatural, o solo extraordinario; se refiere a cosas muy distintas: templos; sepulcros y lo que contienen, momias, antigüedades,

17 Lenz propone erróneamente su origen antillano.18 A propósito de su sustitución, ver Rodríguez (1875: 384-385), donde muestra aún la dis-puta por las formas frijol y poroto.

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ídolos, cerros altos y peñas, animales grandes, mostruosidades, etc.” (Lenz 1910, 357). Lo sagrado en tanto referente natural: “e idolatrasen como ellos lo tenían de costumbre, adorando el sol y las piedras grandes y a que llaman guacas y que, de esta suerte, se pervirtieron” (Vivar 1988, 104).

Guanaco, del quechua wanáku. Lenz y Corominas entregan la primera docu-mentación en Cieza de León, en 1554.

Guasábara, antillanismo que Corominas no logra dilucidar, tampoco Lenz. Corominas entrega los primeros testimonios desde Mártir de Anglería (1515). Lenz ya lo da como histórico para Chile.

Jagüey, del taíno. Corominas sitúa el étimo en el taíno hablado en Santo Do-mingo. Lenz ya lo declara en desuso en Chile con el valor de pozo lleno de agua (cfr. Morales Pettorino 1986 y Diccionario de americanismos 2010). Corominas entrega la primera documentación en 1518 en Alonso de Zuazo.

Macana, del taíno. Corominas sitúa el étimo en el taíno hablado en Santo Do-mingo y entrega el primer testimonio en 1515 en Pedro Mártir de Anglería y en 1526 en Fernández de Oviedo.19

Maíz, del taíno mahís (taíno de Haití, según Corominas 1980, 772, quien entrega la forma mahíz para las primeras cartas, relaciones y crónicas) o mahíz (Lenz 1900, 799 quien no detecta la forma etimológica en crónica o carta para Chile). Álvarez Nazario (1996: 45) entrega el étimo máhisi. Su primera documentación es en el Diario de Colón, a principios del siglo XVI, así como Pedro Mártir de Anglería en sus Décadas, señala Corominas. Respecto a su paso a choclo en Chile, Zorobabel Rodríguez lo instala como de uso general en la segunda mitad del siglo XIX. Lenz sigue haciendo distincio-nes semánticas, choclo es la mazorca tierna, frente a los granos secos que son el maíz: “para diferentes estados de maduración y preparación y para razas distintas, hay nombres especiales en cada país; cp. choclo, humita, curahua, morocho 1910, 465).

Maní, tainismo (taíno de Haití, según Lenz 1910: 474 y Corominas 1980, 812) o antillanismo (Diccionario de americanismos 2010: 1370). Su primera do-cumentación es en Fernández de Oviedo, en 1535.

Molle, del quechua múlli (Corominas 1981, 121) o mulle (Yaranga Valderra-ma 2003, 176). Corominas entrega la primera documentación en López de Gómara, en 1552. Lenz en Pedro Cieza de León, en 1553. En el centro de Chile alterna con pimiento.

Papa, americanismo extendido (cfr. Diccionario de Americanismos 2010, 1589). Corominas da como primera documentación un testimonio hacia

19 Lenz erróneamente fundamenta que macana viene del quechua.

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1540, casi medio siglo antes de nuestra Crónica. Lo más probable es que se extendió el quechuismo por sobre el mapuchismo poñi, debido a que los conquistadores traían la voz desde Perú, claro está.

Pucará, del quechua pukaraa ‘fortaleza, fortín’. No la registra ni Lenz ni Coro-minas, tampoco el DA. Sí lo registra, como voz histórica, el DRAE.

Quínoa, del quechua kínwa, Corominas entrega la primera documentación en 1551 en Juan Díez de Betanzos.

Zapallo, del quechua sapallu ‘calabaza’, Corominas registra la primera do-cumentación en 1583, en una relación acerca de Tucumán y otra en una relación de 1586, acerca del antiguo Perú. Ambas posteriores a la Crónica de Vivar. Lenz duda de su etimología, cosa que corrobora Corominas.

Conclusiones

La Crónica y relación copiosa y verdadera de los Reinos de Chile, texto lleno de vicisitudes y percances tiene, aún, mucho por entregar a cualquier estudioso de las humanidades. Queda, por ejemplo, hacer una edición de-finitiva, que deje de lado erratas y errores, corrientes cuando los editores no son filólogos. Fuera de la renombrada historia del manuscrito, de la cual nos hicimos cargo en la primera parte, sobre todo por un deber histó-rico (es difícil desentenderse de este punto cuando se quiere entregar una suerte de panorámica textual de la Crónica), así como de las dudas perma-nentes que tendremos respecto a su autor, algo que desarrollamos en la se-gunda parte (dudas que serán, se espera, disipadas cuando la microhistoria algo nos alumbre respecto a este “natural de Burgos” que logró escribir una crónica, la primera para Chile), el peso de la Crónica radica, justamente, en su tipo textual y cómo esta va delimitando sus funciones (el historiar, la persuasión), algo que presentamos en la tercera parte. Asimismo, su peso radica en el afán literario de Vivar de heroificar al conquistador que tuvo la osadía de embarcarse en una empresa insólita de conquista. Cómo se va construyendo el personaje de Pedro de Valdivia, qué se omite, qué se en-salza, son partes fundamentales para el hacer historia y el historiar acerca de nuestro primer gobernador, algo que destacamos en la cuarta parte. Sin embargo, nuestro interés y aporte, creemos, más significativo, se centra en las dos últimas partes. Por un lado, insistir en la mixtura discursiva en una crónica como esta, sobre todo por las características de la empresa de con-quista chilena y, por otro lado, atraer la tesis ferrecciana del scriptorium de

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la conquista, acción y espacio esperable dentro de la precariedad de la con-quista chilena. Y, sobre todo, en la quinta parte, dar cuenta de algunos de los recursos que hace el cronista para integrar la realidad lingüística nueva dentro del discurso hispano. Tal es el caso de la introducción de nuevos códigos otros dentro de los diálogos, algo que aporta veracidad dentro del relato y, por otro lado, la presentación de los referentes desconocidos para un europeo, por medio de estrategias usuales dentro de las crónicas del Nuevo Mundo, como lo es la comparación, o bien, el silencio, al no tener el cronista un conocimiento cabal de las nuevas realidades que se va en-contrando. Este tipo de información, cara a lingüistas e historiadores, da cuenta de un aspecto valiosísimo de la Crónica. Por último, el trabajo ini-ciado en la sexta parte, punto de partida de una suerte de tesoro léxico del español de Chile, solo puede iniciarse con textos de este tipo, más que más, nuestra Crónica es el primer testimonio, junto con las Cartas de Pedro de Valdivia, que inaugura la textualidad chilena.

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