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1 LOS CARMELITAS DESCALZOS DE VALENCIA DURANTE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA: LA APOLOGIA DE FR. MANUEL DE SANTO TOMAS, TRAGGIA. José Luis Castán Esteban Departamento de Historia Moderna Universidad de Valencia 1. INTRODUCCIÓN El protagonismo del clero regular durante la Guerra de Independencia es un elemento fundamental para entender el proceso revolucionario que convulsiona la sociedad española desde 1808 hasta 1833. Su participación, tanto en el bando liberal como en el conservador, resulta determinante en casi todos sus ámbitos. En el presente trabajo presentamos la labor del convento de carmelitas descalzos de la ciudad de Valencia durante el período 1808-1814 a partir de una fuente excepcional: el manuscrito titulado Historia de lo que padecieron los Carmelitas Descalzos de la Provincia de Aragón y Valencia, y también las monjas de la orden, en la guerra pasada e invasión de los franceses en España, escrito por Fr. Manuel de Santo Tomás, Traggia, Historiador General de la Orden del Carmen. Para una mejor compresión del documento, cuyos capítulos dedicados a Valencia transcribimos en apéndice, intentaremos a continuación dar unas breves notas sobre el origen del texto, su finalidad y su contenido, para llegar finalmente a algunas reflexiones sobre el papel del clero regular en la España de los primeros años del siglo XIX. 2. EL AUTOR Y SU OBRA. El padre Manuel de Santo Tomás, Traggia, fue uno de los carmelitas descalzos más destacados de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Su padre, que ostentaba el título de Marqués de Palacio, ingresó en el Carmelo tras quedar viudo, dejando a su hijo Manuel interno en el colegio de los escolapios de Zaragoza. A los quince años solicitó la admisión en el noviciado de la Orden del Carmen Descalzo, siendo su mismo padre quién le invistió el hábito. 1 Hombre de una profunda formación intelectual, alcanzó cargos de gran responsabilidad en la orden de Santa Teresa: Prior, Definidor, Secretario e Historiador General. Escritor fecundo, escribió un amplio conjunto de obras, algunas de las cuales, como la que nos ocupa, dejó sin publicar. Es autor de varias obras de ascética y espiritualidad, reflejo de su preparación teológica 1 Fr. BENEDICTO DE SAN JOSÉ, "Los carmelitas descalzos en Valencia", en El Carmelo, Valencia, (Agosto- Septiembre de 1959), pp. 261-262.
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LOS CARMELITAS DESCALZOS DE VALENCIA DURANTE LA

GUERRA DE INDEPENDENCIA: LA APOLOGIA DE FR. MANUEL DE SANTO TOMAS, TRAGGIA.

José Luis Castán Esteban Departamento de Historia Moderna

Universidad de Valencia 1. INTRODUCCIÓN

El protagonismo del clero regular durante la Guerra de Independencia es un elemento fundamental para entender el proceso revolucionario que convulsiona la sociedad española desde 1808 hasta 1833. Su participación, tanto en el bando liberal como en el conservador, resulta determinante en casi todos sus ámbitos.

En el presente trabajo presentamos la labor del convento de carmelitas descalzos de la ciudad de Valencia durante el período 1808-1814 a partir de una fuente excepcional: el manuscrito titulado Historia de lo que padecieron los Carmelitas Descalzos de la Provincia de Aragón y Valencia, y también las monjas de la orden, en la guerra pasada e invasión de los franceses en España, escrito por Fr. Manuel de Santo Tomás, Traggia, Historiador General de la Orden del Carmen.

Para una mejor compresión del documento, cuyos capítulos dedicados a Valencia transcribimos en apéndice, intentaremos a continuación dar unas breves notas sobre el origen del texto, su finalidad y su contenido, para llegar finalmente a algunas reflexiones sobre el papel del clero regular en la España de los primeros años del siglo XIX. 2. EL AUTOR Y SU OBRA.

El padre Manuel de Santo Tomás, Traggia, fue uno de los carmelitas descalzos más destacados de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Su padre, que ostentaba el título de Marqués de Palacio, ingresó en el Carmelo tras quedar viudo, dejando a su hijo Manuel interno en el colegio de los escolapios de Zaragoza. A los quince años solicitó la admisión en el noviciado de la Orden del Carmen Descalzo, siendo su mismo padre quién le invistió el hábito.1

Hombre de una profunda formación intelectual, alcanzó cargos de gran responsabilidad en la orden de Santa Teresa: Prior, Definidor, Secretario e Historiador General. Escritor fecundo, escribió un amplio conjunto de obras, algunas de las cuales, como la que nos ocupa, dejó sin publicar. Es autor de varias obras de ascética y espiritualidad, reflejo de su preparación teológica

1Fr. BENEDICTO DE SAN JOSÉ, "Los carmelitas descalzos en Valencia", en El Carmelo, Valencia, (Agosto-Septiembre de 1959), pp. 261-262.

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y su vocación carmelitana, pero la mayor parte de su producción es de contenido histórico, político y moral. Fue colaborador asiduo de varios periódicos, en especial del Diario de Valencia donde dejó constancia de su pensamiento conservador en clara oposición a las influencia enciclopedistas que venían de Francia.2 La defensa de la religión y de la patria frente a peligro - intelectual primero, militar después - del país vecino está presente igualmente en su producción histórica.

Durante la guerra, el padre Traggia ocupa siempre una situación destacada. Según su propio testimonio fue "uno de los que más corrieron estos años por España, y aún por fuera de ella, hallándome en Valencia en el primer ataque de Moncey y en el último de Suchet, seguido también el exército en Cataluña y Sierra Morena, padecido en la entrada de los franceses en Madrid, hallándome en la Junta Central, en la Regencia, en las Cortes, escrito e impreso muchos papeles y obras en aquel tiempo..."3 Posteriormente, cuando los franceses tomaron Valencia, pudo escapar al convento de Enguera y después a Baleares. Fue expatriado a la isla de Malta y finalmente volvió al convento de Valencia al desaparecer el invasor. Murió en Valencia en Septiembre de 1817, a los 67 años de edad.4

La Historia de lo que padecieron los Carmelitas Descalzos de Aragón y Valencia refleja

en gran medida la trayectoria personal de nuestro fraile. El autor es protagonista de los acontecimientos, y si bien declara que sólo se limita a citar datos y documentos originales, las opiniones y juicios de valor están presentes en casi toda la obra.5 Esto nos lleva a plantearnos una pregunta fundamental para entender el manuscrito: ¿Porqué se escribió? ¿Que objetivo perseguía? Para un historiador actual, una investigación responde a intereses científicos. Su objetivo es comprender el pasado, analizar las causas y consecuencias de los fenómenos históricos y explicar así una determinada época o sociedad. No es este el caso de Traggia. Veamos porqué.

Desde finales del siglo XVIII el papel del clero, y en especial de los regulares, estaba siendo cuestionado por algunos sectores del pensamiento ilustrado. La católica monarquía hispánica, que tenía su justificación ideológica en la alianza del trono y el altar, entraba en el convulsivo siglo XIX con un gobierno impopular en manos del favorito de la reina, Godoy, una revolución en la vecina Francia, y una sociedad empobrecida, polarizada y anclada en estructuras feudales. No hay que olvidar que la Guerra de Independencia fue a la vez una guerra y una revolución liberal. Los españoles no se dividieron sólo entre colaboracionistas o afrancesados y patriotas, sino también entre liberales y conservadores. El clero regular fue objetivo de los ataques, tanto por el gobierno napoleónico, como por las disposiciones liberales de las Cortes de Cádiz. La pretendida riqueza del clero, su ociosidad, la relajación de costumbres, pero sobre todo

2 Sobre la vida y obra de Traggia puede consultarse PACHO, A., El padre Manuel de S. Tomás (Traggia) 1751-1817, último historiador oficial del Carmelo Teresiano en España, Instituto Historicum Teresiaum, Studia 2, Roma, 1979.

3 TRAGGIA, M., Historia de lo que padecieron los Carmelitas Descalzos de la provincia de Aragón y Valencia..., Biblioteca Universitaria de Valencia, Manuscrito núm. 124, f. 2.

4 Fr. BENEDICTO DE SAN JOSÉ, "Los carmelitas..., pp. 261. 5 TRAGGIA, M., Historia..., f. 331.

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los bienes vinculados o manos muertas que poseída, y su competencia con los seculares había creado un fuerte sentimiento de oposición hacia los frailes en las élites ilustradas. Ello explica que las órdenes religiosas se decantaran mayoritariamente por la causa patriótica y conservadora.6

Nuestra obra se escribió posiblemente entre 1816 y 1817, es decir, dos años después de acabada la guerra. Su origen, como veremos, tiene una finalidad política clara. En Mayo de 1815, el Capítulo General celebrado por los carmelitas en Pastrana ordenó a todas las provincias y conventos que redactaran una relación de los sucesos más importantes acaecidos en el período revolucionario. Estos documentos se remitieron a Traggia para que les diera una redacción definitiva. Dado que nuestro fraile pertenecía a la Provincia de Aragón-Valencia, y había participado directamente en muchos de los acontecimientos, resultaba lógico que empezara por ella.7 Posiblemente, su muerte en 1817 le impidió, tanto la publicación de la obra, como la continuación de este proyecto, que hubiera sido de capital importancia para conocer este período fundamental de la historia de España. La mayor parte de los documentos utilizados para la redacción se debieron perder durante el asalto y destrucción del convento en 1833. Nuestro libro, por razones que desconocemos, pero que son fáciles de sospechar, acabó en la Biblioteca de la Universidad, donde actualmente se conserva en su sección de manuscritos.8

El objetivo de la obra no era otro que defenderse de los ataques de los liberales españoles y recuperar la capacidad de iniciativa ante el regreso del nuevo monarca.9 Para ello nada mejor que relatar, ante la opinión pública, la nueva corte y ante el monarca, los servicios patrióticos prestados por el clero durante la guerra:

Mi objetivo pues, en esta segunda parte, se reduce únicamente a presentar un quadro sencillo de lo que han padecido los conventos de Carmelitas Descalzos (por ahora), de esta mi Provincia de Aragón y Valencia, en la invasión general de los Franceses y revolución sufrida en estos años, con los servicios que han hecho sus individuos a la Religión y a la Patria con todo lo demás que puede acreditar su Patriotismo verdadero, y que no han sido inútiles ni ociosos.10

Sin embargo, junto a este planteamiento inicial, el propio Traggia desvela cual es la verdadera finalidad política del libro:

6 Sobre la ideología del clero valenciano en este período disponemos de la obra de BARBASTRO GIL, L., Revolución liberal y reacción (1808-1833). Protagonismo ideológico del clero en la sociedad valenciana, Alicante, 1987.

7 TRAGGIA, M., Historia..., f. 1. Traggia declara en la introducción del manuscrito que escribió también una Apología General de todas las Ordenes Religiosas del Reino de Valencia, y por ello tituló segunda parte al estudio sobre los carmelitas. Ello podría indica una política conjunta de los conventos valencianos para defender sus intereses.

8 Muchos de los fondos de los conventos suprimidos fueron a parar a la Biblioteca Universitaria y al Archivo General del Reino de Valencia. En esta Biblioteca figuraba otro manuscrito de Traggia titulado Cuadro político y Moral de España en los años 1810, 1811 y 12. Esta obra se dio como desaparecida tras la última guerra civil.

9 En este sentido varios regulares se entrevistaron con Fernando VII a su llegada a Valencia. Esta audiencia, en la

que los religiosos manifestaron "el vacío que lleva la religión con la suerte que sufren los regulares en España" tuvo lugar significativamente el 21 de Abril de 1814. A los pocos días se publicaba el decreto de abolición de la labor de las Cortes de Cádiz. ARDIT LUCAS, M., Revolución liberal y revuelta campesina, Barcelona, 1977, pp. 228-229.

10 TRAGGIA, M., Historia... f. 1.

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convenciendo por estos hechos quan infundadas son las quejas de algunos folleteros, que sin haber servido ellos en nada a la Nación, ni con sus personas, ni con sus caudales como debía, y mucho más que los religiosos, se ocuparon únicamente en allanar el paso a los franceses, persiguiendo quizá más que estos a los mismos regulares, a quienes sin duda se debe el levantamiento de aquel pueblo español en el principio contra la felonía y dominación tiránica de Napoleón y levantando la voz a favor de nuestro soberano cautivo, de la Religión, y de la Patria aflijida, sin que por entonces se oiera otra voz a favor de la justa causa que la del Pueblo común dirigido por eclesiásticos y por religiosos, escondiéndose o enmudeciendo todos los que después han levantado tanto la voz contra los regulares11

3. EL COLEGIO DE SAN FELIPE APÓSTOL DURANTE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA.

Los carmelitas descalzos estaban en Valencia desde 1589. Apoyados por el arzobispo Juan de Ribera, y a pesar de la oposición de los jurados de la ciudad, se establecieron originariamente en la céntrica calle de San Vicente.12 En 1615 la comunidad se trasladó a un nuevo emplazamiento en las afueras de la ciudad, donde no fueron inicialmente bien recibidos al existir demasiada proximidad con otros conventos (mínimos y agustinos).13

La importancia de los carmelitas en la ciudad durante los siglos XVII y XVIII parece innegable. El número de fraile superaba los sesenta en 1808, y la labor apostólica de los religiosos hizo que su iglesia fuera una de las más concurrida en misas y confesiones. Su fama en la asistencia a moribundos llevó a las autoridades municipales a solicitar del rey la apertura del portal de Quarte, que permitía el paso a la ciudad a los religiosos, hasta media noche.14

11 Ibidem, ff. 3-4. 12 Fr. BENEDICTO DE SAN JOSÉ, "Los carmelitas. .., pp. 258. 13 Ibidem. En 1589, cuando los frailes decidieron fundar en la ciudad también tuvieron lugar disturbios y

enfrentamientos, como recuerda el propio Traggia. (ff. 340-341, Apart. 241) Su causa era la competencia entre las distintas órdenes, ya que la proximidad de conventos en una misma área de influencia hacía disminuir sus ingresos por limosnas, misas y demás actos relacionados con la cura de almas.

14 TRAGGIA, M.,, Historia..., pp. 342, apart. 240.

Centrándonos en el período 1808-1814, narrado por Traggia, los principales hechos patrióticos que reivindica son, de forma sumaria, los siguientes:

- Alentar a la población a no reconocer la renuncia al trono de Fernando VII, lo que motivó el alzamiento del pueblo en contra de los franceses, y continuar la predicación en contra del invasor durante toda la guerra. (Aparts. 241, 248)

- Encargarse del reclutamiento de voluntarios para la defensa de la ciudad bajo una bandera que contenía la imagen del patriarca San José. (Apart. 242)

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- La comunidad carmelitana intentó, junto a las de otras órdenes, evitar el asesinato

indiscrimidado de los civiles franceses que vivían en la ciudad. Consiguieron salvar la vida de algunos, y al resto les auxiliaron espiritualmente antes de su ejecución. (Apart. 243)

- Varios carmelitas legos entraron a formar parte de la regimientos que se formaron, y algunos sacerdotes participaron activamente en la defensa de las murallas de la ciudad durante el primer sitio de 1808. (Apart. 244)

- La comunidad al completo participó, junto a casi todos los religiosos de la ciudad, en la fabricación de cartuchos para los arsenales de la ciudad, y en la construcción de trincheras. (Apart. 246 y 151))

- El convento se cedió a las tropas españolas como cuartel y los propios religiosos se encargaron de alimentar a soldados y oficiales, todo ello voluntariamente y sin ninguna contraprestación por parte de las autoridades. (Apart. 247)

La principal consecuencia de la actitud de los religiosos fue su consideración como prisioneros de guerra tras la ocupación de la ciudad por las tropas imperiales. Traggia narra con minuciosidad las desventuras de los frailes carmelitas. Haciendo balance de todas ellas, destacamos las siguientes:

- Los frailes fueron deportados, a pie y en pleno invierno, sufriendo unas condiciones infrahumanas, al castillo de Mont-Medi, en la Normandía francesa. Muchos de ellos no pudieron resistir el viaje y murieron de hambre y frío. (Apart. 255)

- La orden del Carmen Descalzo, como el resto de las instituciones regulares, fue suprimida, sus bienes confiscados y los religiosos obligados a secularizarse (Apart. 261).

- El convento y la iglesia de San Felipe fueron saqueados durante la guerra, perdiéndose la mayor parte de sus ornamentos, imágenes y demás objetos de valor. (Aparts. 267 y 268)

- A pesar de los servicios patrióticos de la comunidad, al terminar la ocupación de los franceses los carmelitas tuvieron que hacer frente a multitud de impedimentos legales para poder recuperar las ruinas de su convento y volver a establecerse. (Aparts. 270 y 275) 4. LOS FRAILES ANTE LA REVOLUCIÓN LIBERAL.

Los acontecimientos producidos en Valencia y en España desde 1808 cobran, bajo la óptica del manuscrito, su doble dimensión de guerra contra el invasor y de revolución liberal. De hecho, siguiendo su narración de los acontecimientos, ante el lector aparece la impresión de que el principal enemigo de la patria no son los invasores franceses, sino los malos españoles, que con sus ataques al orden establecido y al clero sólo buscan su beneficio e interés, permitiendo así la destrucción del país.

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El eje argumental que recorre toda la obra es otro que demostrar que los religiosos han sido el principal sostén de la religión y de la patria, conceptos que en el pensamiento de Traggia se hallaban completamente relacionados. Este planteamiento, que es fundamental para entender la ideología de nuestra Guerra de Independencia, le lleva a analizar los acontecimientos desde un único punto de vista, y algunas veces a silenciar aspectos que no encajarían en su concepción doctrinal. De ahí que consideremos adecuado señalar, a modo de contrapunto, las versiones de otros protagonistas de los hechos que nos ocupan.

Desde el momento en que se desencadenan en Francia los acontecimientos revolucionarios, un sector de la opinión pública valenciana empieza a reflejar un profundo sentimiento antifrancés. Si seguimos los artículos publicados en el Diario de Valencia, principal periódico de la ciudad, con encontramos con opiniones claramente combativas y xenófobas. Su principal valedor es El amante de la Religión, que no es otro sino Fr. Manuel de Santo Tomás.15 Los títulos de sus artículos, en los que defiende el orden establecido y se alienta para la lucha, son en sí suficientemente significativos:

- La Religión enseña a respetar, amar y obedecer con fidelidad a los Monarcas, aunque sean malos. - Dios es el autor de la Milicia - Todo hombre nace soldado - La Religión necesita gobernar las armas, para que el valor no degenere en vicios. - La virtud es grande apoyo para el militar - Dios es el origen y causa de la Autoridad Real - El hombre no puede vivir en Sociedad sin reconocer un Superior.16

Es en este clima en el que se desarrolla el alzamiento antifrancés de 1808. Un motín que,

como han coincidido en señalar casi todos sus historiadores, estuvo marcado por un sentimiento patriótico, religioso y xenófobo, sin ningún contenido revolucionario. Tal y como proclamaba el Diario "nuestra nación sostiene con su fortaleza una guerra, en el concepto del común del pueblo, de religión".17

El papel del clero, tan decisivo en los primeros momentos, pronto será sustituido por las intrigas políticas, encabezadas por la familia Bertrán de Lis.18 Es muy posible, aunque Traggia no quiere entrar en detalle, que en este período nuestro fraile fuera objeto de ataques por su filiación conservadora, que le obligaran a salir de Valencia.19

15 Así lo reconoce en el apart. 246 , f. 356 del manuscrito. El estudio sistemático de la prensa valenciana lo ha efectuado SALVADOR ESTEBAN, E., "Las relaciones hispano-francesas durante el trienio 1790-1793. Su visión a través del "Diario de Valencia", en Homenaje al Dr. D. Juan Reglà, Valencia, 1975, T. II, pp. 133-154.

16 Ibidem, pp. 147-149. 17 Citado por ARDIT LUCAS, M., Revolución liberal..., pp. 134. 18 Ibidem, pp. 136-162. En estas páginas se resumen perfectamente las luchas por el poder y la progresiva toma

de conciencia política que llevaría a sustituir a las antiguas autoridades absolutistas por otras de corte liberal. 19 Traggia nos informa que durante 1809 acompañó al ejército de Cataluña junto a su hermano, el Marqués de

Palacio. Poco antes menciona cómo su actividad con periodista le comportó "dos grandes persecuciones que no son propias de este lugar".TRAGGIA, M., Historia..., Apart. 246.

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La ocupación francesa de la ciudad es tratada ampliamente en el manuscrito (Capítulos 34

y 35). El mariscal Suchet, jefe del ejército napoleónico es juzgado con extrema dureza. "Al día siguiente de su solemne y triunfante entrada en Valencia, contra toda capitulación, comenzó a derramar el veneno de su corazón, acreditando que era un monstruo horrible, una furia infernal sin el menor sentimiento de humanidad"20 Sin embargo, la crítica histórica se ha mostrado más complaciente con el mariscal.21

Es significativo que el único acto de represalia tras la rendición de la ciudad se diera contra los frailes. Todos los religiosos, excepto los impedidos, fueron deportados a Francia y cinco de ellos fusilados. Suchet, que conocía el carácter combativo de las órdenes religiosas, justificó esta medida por razones de seguridad. Según declara en sus memorias "Los frailes, después de órdenes emanadas de París, fueron tratados como prisioneros. Esta medida contribuyó mucho a la sumisión del país de Valencia. El clero fue protegido y el culto honrado. Las iglesias no se cerraron ni un sólo día."22

Un edicto de 23 de Febrero de 1812 suprimía las órdenes religiosas en el reino de Valencia. Todas las propiedades conventuales se convirtieron en bienes nacionales y se gestionaron escrupulosamente por funcionarios públicos. Los conventos fueron inventariados y protegidos, y sus miembros, a los que tras unos meses de prohibición se les dejó volver a Valencia, se les garantizó una pensión siempre y cuando trabajaran para la cura de almas en alguna de las parroquias de la ciudad.23 Hay que tener en cuentaque el general francés era un católico sincero, y que la mayor parte del clero valenciano, con su arzobispo a la cabeza, adoptó una actitud claramente colaboracionista con el invasor.24 Si el convento de San Felipe Apóstol resultó saqueado al final de la guerra, no fue debido a los franceses, sino más bien a las tropas españolas alojadas en él, una vez que fue abandonado por el ejército, al pueblo bajo alentado por la miseria y los políticos anticlericales.

20 Ibidem, Apart. 254. 21 CRUZ ROMAN, N., Valencia Napoleónica, Valencia, 1968. En esta monografía, dedicada al año y medio de

ocupación francesa, se demuestra claramente la excelente gestión de las finanzas, la reconstrucción urbana de la ciudad y la paz social de la ciudad producida por el gobierno de Suchet.

22 SUCHET, M., Mémoires du Maréchal Suchet, duc d'Albufera, sur les campagnes en Espagne depuis 1808 jusqu'à 1814, ecrits par lui-mème, París, 1834, T. II, p.190.

23 BERGENOT, B., Le Maréchal Suchet, duc d'Albufera, París, 1986, pp. 140-144. Los inventarios de los conventos valencianos se conservan en el Archivo Nacional de Francia, núm. 384, AP. 21.

24 CRUZ ROMAN, N., Valencia napoleónica..., pp. 60-90.

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Según la contabilidad del ejército, en el año 1812 se gastaron 1.289.123,89 francos en pensiones para eclesiásticos, viudas y diversos socorros, cuando la cantidad ingresada por las rentas de los mismos -ahora gestionadas por el dominio nacional-, sólo supuso 992.412,10 francos.25 Suchet tenía muy claro que su misión no era solamente militar, sino que debía ser a la vez política y militar. Su objetivo era "pacificar, desarmar, pero también organizar, asegurar la confianza, tranquilizar los espíritus"26 La sociedad valenciana, cansada tras cuatro años de guerra y revolución, aceptó complacida el gobierno francés que volvía a restablecer el orden y la economía maltrechas por los acontecimientos bélicos.

Tras la salida de los franceses de la capital en Julio de 1813, un gobierno provisional, del que formaban parte algunas destacadas figuras revolucionarias, tomó las riendas de la ciudad.27 Los frailes, como indica Traggia, intentaron reconstruir su convento y comunidad, y fue entonces cuando las autoridades liberales, conscientes del carácter reaccionario de los regulares, les pusieron todas las trabas posibles. El conflicto entre los partidarios de la Constitución de Cádiz y el los absolutistas se volvía a reabrir con toda su crudeza. En el bando conservador destacó la figura del religioso agustino Sidro Vilaroig, catedrático de Teología y autor de numerosos opúsculos de gran difición, entre ellos unas Reflexiones cristiano-políticas, claramente antiliberales, o el polémico ¿De qué sirven los frailes? en el que defendía frente a los seculares el orden regular:

Que los frailes sirven para endulzar las amarguras del afligido, para aliviar la miseria del pobre, para aligerar el peso de las cadenas del encarcelado, para sostener la esperanza del reo que llevan al suplicio, para calmar los tumultos del pueblo, para enseñar desde las primeras letras hasta las sublimes ciencias, para predicar en las chozas de los pastores y hacer resonar la voz en las cortes de los príncipes, para llevar a todas partes el Evangelio de Jesucristo, para sostener el trono y el altar, y finalmente para rogar a Dios por los mismos que los calumnian y persiguen

25 SUCHET, M., Memoires...,T. II, pp. 294-296. 26 AEYNAUD, J.L., Contreguerrilla en Espagne. Le Maréchal Suchet, Duc d'Albufera, en Aragón a Valence

1809-1813, París, 1975. Esta misma concepción de la guerra se refleja en su correspondencia con el Estado Mayor Francés. Servicio Histórico Militar del Ejército de Tierra Francés, Guerra de España, C 8 , núm. 142.

27 ARDIT LUCAS, M., Revolución liberal..., pp. 219-229.

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Mientras que la corriente liberal cuajó más entre los miembros de los cabildos catedralicios y colegiatas, el clero rural, y sobre todo, las órdenes monásticas, optaron decididamente por el absolutismo.28 El resto del siglo XIX fue difícil para el clero regular. Los ataques de los gobiernos liberales, la desamortización, y los asaltos a conventos marcaron la vida de los religiosos. Una de sus víctimas fue el Colegio de San Felipe Apóstol, suprimido por el real decreto y destruido por el asalto de la muchedumbre el 33 de Junio de 1833.29

La Guerra de Independencia fue el origen de muchas cosas en nuestra historia contemporánea. Los religiosos fueron en gran medida el factor aglutinante del pueblo para crear el concepto de patria y sostener así la lucha contra el invasor, pero también contribuyeron, con su intensa participación política, a la polarización de la sociedad. En este período se delimitan claramente dos Españas que no llegaron a comprenderse, que se ignoraron mutuamente, y ensangrentaron durante siglo y medio nuestra nación.

28 La mejor obra para comprender este fenómeno es la Tesis Doctoral de BARBASTRO GIL, L., Clero y

Sociedad en el Trienio liberal, Universidad de Alicante, 1983. Ha sido publicada parcialmente en El clero valenciano en el Trienio liberal. Esplendor y ocaso del estamento eclesiástico. Instituto de Estudios "Juan Gil Albert", Alicante, 1985.

29 Fr. BENEDICTO DE SAN JOSÉ, "Los carmelitas..., pp. 261.

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5. APÉNDICE DOCUMENTAL.30 HISTORIA DE LO QUE PADECIERON LOS CARMELITAS DESCALZOS DE ARAGÓN Y VALENCIA Y TAMBIÉN LAS MONJAS DE ESTA ORDEN EN LA GUERRA PASADA, E INVASIÓN DE LOS FRANCESES EN ESPAÑA: Desde el año 1808 hasta el de 1814; insinuando los servicios que dichos religiosos hicieron a la Patria. Escrita por el R.P. Fr. Manuel de Santo Thomas, ex-Difinidor General e Historiador General de la Orden.

La intitula segunda parte porque escribió primero una Apología General de todas las Ordenes Religiosas del Reyno de Valencia, por lo respectivo a sus servicios en la guerra contra los Franceses invasores. Mas este libro se limita únicamente a los Carmelitas Descalzos de su Provincia.

Capítulo 32

Para poder tratar con orden de las acciones heroicas hechas por los Carmelitas Descalzos de Valencia, se distinguen primero las quatro épocas de la revolución: Levantamiento, Venida de Moncey, Primera de Suchet, Segunda y rendición de

Valencia, a las que se reduce todo. 231. Son tantos y tales los servicios hechos por los Regulares a la Religión, al Rey y a la Patria en esta última época de la Revolución, que si llegan a proponerse con la debida legalidad, es imposible que el mundo entero no conozca la Justicia de nuestra causa, y aún los mismos enemigos, tocados de la fuerza de la razón y de la verdad se volverán los mayores apologistas del Estado. Quiero y debo hacerles la justicia de creer que la mayor parte, y casi todos nuestros enemigos no lo han sido por convencimiento, sino por el grito de la común preocupación que unos pocos impíos se empeñaron en hacer creer a fuerza de repetirlo muchas veces, abultando defectos, aplicando el pecado de uno al Estado, y multiplicando sátiras, calumnias, etc. Y como la parte mayor no calcula ni medita, ni casi era posible por las circunstancias, se creían las voces por comunes, sin examinar la verdad de los hechos, y menos la fuerza y peso de los datos y razones.

30 En la transcripción del documento hemos respetado escrupulosamente la grafía original. Nos hemos limitado

únicamente a incorporar algunos signos ortográficos y de puntuación para la mejor comprensión del texto.

232. De qualquier modo, la sencillez de los hechos que voy a referir, los datos y Documentos, y la reserva con que quiero proceder en no avanzar proposición de la que no pueda presentar documento original, con la delicadeza y cuidado de no ofender a ninguno en particular, evitando nombrar a nadie sino en caso muy preciso, y aun entonces salvando en lo posible la intención, espero me haga el público la Justicia de creerme empeñado en vindicar el Estado Regular de las calumnias con la simple relación de los hechos autorizados, sin otra mira que bolver por el honor del Estado en general, muy distante de pretender escusar las debilidades que son comunes en los individuos de todo cuerpo, aunque sean del Colegio Apostólico, cuyos individuos fueron elegidos por J.C. 233. Por lo mismo me limitaré a los Documentos originales que han llegado a mis manos por

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orden Superior. Y aunque quisiera guardar el Orden cronológico y extractar uno por uno los servicios y acciones heroicas con que se han distinguido todos y cada uno de los individuos de las comunidades de Valencia, no podrá hacerse como deseo, por no ser fácil recogerlas todas para analizarlas. Y dexando las demás Religiones para otra obra, que tengo ya concluida, trataré aquí únicamente de los hechos de los Carmelitas Descalzos del Reyno de Valencia, después de haber historiado lo de Aragón. Estos serán bastantes para inferir, por los hechos de unas comunidades, lo que ha trabajado el Estado Regular en España, pues poco más o menos todas se portaron del mismo modo. Bien que yo espero que cada Religión y cada Provincia por sí misma recoja sus memorias y las conserve para confundir a los que hablan sin conocimiento. 234. Comenzaremos pues, y para que sirva de gobierno a quanto digamos de los Regulares de Valencia, distingamos desde luego quatro épocas notables en esta Revolución. La primera: el levantamiento de esta ciudad en el mes de Mayo de 1808, con motivo de haber sabido el infame robo que los franceses executaron de Ntro Rey Fernando con toda su augusta familia, abusando del más sagrado vínculo de la sociedad, que es la buena fe, la amistad y los beneficios, engañando con las más artificiosas mentiras a nuestro soberano, arrancándolo de su Corte y trono, conduciéndolo hasta Bayona para violentarlo, aprisionarlo y degradarlo vilmente a los pies de un infame corso, el hombre no digo bien, el monstruo más cruel y más ingrato a los beneficios de la humanidad, etc, etc,... A esto se añadía la crueldad de Murat, o Duque de Bezo, que para sostener sus tramas y la Regencia del Reyno que había usurpado al infante D. Antonio, él mismo fomentó una revolución en la Corte para tomar pretexto de apoderarse del Reyno, procurando intimidar al pueblo con la terrible matanza de víctimas inocentes del quatro y cinco de Mayo. 235. La Segunda época fue quando el general francés Moncey, embiado por Murat desde Madrid, llegó a Valencia con ánimo de apoderarse de la ciudad en la víspera de San Pedro de mismo año 1808. No le salió bien su idea, lo uno porque aunque tenía algún partido dentro de Valencia, y según varias noticias, que no tocan al objeto de esta historia, había sido llamado el francés, el común del pueblo estaba decidido a morir o vencer antes de reconocer el gobierno de Murat y de Napoleón, y los frailes, con algún otro sacerdote, eran los que sostenían este fuego de fidelidad a la Religión y a su Rey. Lo segundo: aunque la operación de conquistar Valencia estaba bien combinada, porque al mismo tiempo que Moncey venía de la Corte con diez mil hombres veteranos, otra División de más de quatro mil había salido ya de Barcelona, como el pueblo estaba electrizado con el amor a la Religión y a su Soberano, que atizaban todos los regulares, todo se facilitó, porque no hay cosa más ingeniosa que el Amor, ni tampoco más fuerte. Apenas había tropa, ni armas, ni dinero, ni Generales, ni cabezas, sino sólo los pobres frailes. El gobierno estaba paralizado. Con todo, ayudados de los catalanes y de tres mil hombres que tumultuariamente pudieron reunirse al general Salinas, detuvieron la columna que venía de Barcelona. Restaba que contener a Moncey, que ya se había posesionado de Cuenca. Yo no se como, y por modo de milagro pudieron reunirse hasta unos diez y ocho mil hombres sin disciplina y sin armas para salir al encuentro de Moncey. Es verdad que fueron estos derrotados en el Puente del Pajazo y en las Cabrillas, con lo que Moncey pudo llegar y ponerse sobre Valencia. 236. El 27 de Junio llegó Moncey a una legua de la ciudad y se dio una batalla en el lugar de Quarte, donde los nuestros habían levantado unas malas baterías que fácilmente las destruyó el enemigo. El 28 se presentó el exército delante de la puerta de Quarte, y a las doce del día comenzaron los fuegos contra la ciudad, que no tenía más que un cañón a la puerta. Sin embargo,

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como dice un manifiesto que publicó el Gobierno "En este día los valencianos renovaron con gloria suya y mengua del enemigo los rasgos de patriotismo y heroicidad que admiramos en la historia de los griegos y romanos... El sacerdote fortalecía los tímidos, alentaba los valientes, y él mismo era el que arrastraba los peligros, subía a la muralla y peleó a cuerpo descubierto en la batalla de Quarte" Ello es que el pueblo, sostenido por los sacerdotes, hizo una defensa que puede y debe llamarse patriótica, más que militar, y se vio coronado de gloria, haciendo huir vergonzosamente en aquella noche del 28 a Moncey, que con mucho trabajo llegó a Madrid, y sin duda no llegara a pasar el río Xúcar, si catorce mil hombres que teníamos en Alcira hubieran cortado el paso. Cotéjese esta defensa, en que el pueblo estaba desprevenido, sin exército, con pocos jefes militares* en la mayor consternación, con lo que se hizo tres años después, en que se había fortificado la ciudad, organizado el exército, y teníamos quanto menos dos veces más tropa veterana (o quizás tres veces más) que Suchet, sin contar nuestras guerrillas. Discurran los políticos como quieran, que no hallo otra diferencia, sino decir que en la venida de Moncey los regulares mantenían su crédito con el pueblo, al que encendían en el amor a la Religión y del Rey, y quando vino Suchet estaban ya del todo desacreditados por los malos españoles 237. La tercera época fue quando Suchet, desde Aragón, se dexó caer sobre esta ciudad a fines de Febrero del año 1810, reuniendo en Murviedro a la División que mandaba en persona, la del general Habert, que se descolgó por las montañas de Morella y San Mateo a la Plana, componiendo entre todos una fuerza de 8 a 9 mil hombres. Se adelantó sin resistencia hasta las mismas puertas de Valencia, desde donde intimó la rendición. No se turbó esta noble ciudad a su vista, ni menos al saber que nadie le había asistido en el camino. Más crítica parecía esta ocasión que la de Moncey, porque ya estaba el mismo Napoleón posesionado de la Corte de Madrid, rendida el 3 de Diciembre de 1808. Se había perdido el antemural de Valencia, rendida la inmortal Zaragoza, y disipado el mejor Exército que había tenido España, de 50 mil hombres con 12 mil caballos, en la fatal batalla de Ocaña. Con todo, Suchet, que o bien creyó entrar sin resistencia, o sólo pensó reconocer el terreno, no se atrevió a entrar con tan poca gente, y después de algún tiroteo, a los seis días se retiró otra vez a Aragón.

* Me consta esta falta de jefes, porque el mismo que mandaba, y el señor arzobispo me pidieron fuera a buscar al

Marqués de Palacio, que estaba en Mallorca, y le instara (como que era hermano mío) para que viniera a tomar el mando. Me dieron el pasaporte, me llegué a embarcar, y por fin no llegué a executarlo por haber sabido que pasaba a Cataluña.

238. La quarta época: Quando Suchet volvió segunda vez contra Valencia con un Exército de 14 mil hombres a mediados de Septiembre del año 1811. El 25 de Octubre tubo una batalla con nuestro Exército entre Murviedro y Valencia, cortó la comunicación del Castillo con la ciudad, y se posesionó de la fortaleza de Sagunto. Nuestras tropas, al mando del general Blake (pues habían retirado ya al marqués de palacio), se retiraron a la ciudad y quedó todo el reino a disposición de Suchet. Valencia estaba prevenida y fortificada con Baluartes, rodeada de un foso que podía inundarse con las aguas, una gran línea de circunvalación, una numerosa artillería, mucha tropa de línea, que duplicaba al enemigo, el pueblo armado, el reyno lleno de guerrilleros, el plan de defensa formado por el marqués de Palacio, Traggia, sobre quatro puntos: el primero en la entrada del reino, el segundo en las costas de Oropesa, el tercero en Almenara, Murviedro y el Puig, el quarto en el Grao, donde ya se habían comenzado a hacer excabaciones. nada de esto se hizo por el nuevo general que había tomado el mando aquellos días: Suspendió las obras del Grao, que los franceses, al punto que lo tomaron, las continuaron para su utilidad, se hizo retirar todo el exército nuestro de las entradas del reyno, de las costas de Oropesa, etc, se desarmó al

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pueblo, y con esto los franceses pudieron estar con mucha serenidad bloqueando la ciudad desde el Grao y desde el río, sin duda por la poca gente que tenía, mas de dos meses. Pero habiendo recibido algún refuerzo, pasaron el río el segundo día de Navidad y pusieron cerco y sitio formal a Valencia. Con un bombardeo de tres días obligaron a rendirse a la ciudad, y el mariscal Suchet, con su exército, entró en Valencia el día 9 de Enero del año 12. Nótese lo que diximos núm. 75. 239. Baste esta pequeña insinuación, que con las quatro épocas indicadas da alguna idea de todo lo acaecido en el tiempo de la revolución, por la parte política y militar. Ni se me acuse de brevedad y superficialidad con que expongo la Historia por esta parte, porque ella no entra en el plan que me propuse. Ahora entraremos en él, refiriendo los hechos, los trabajos y patriotismo que manifestaron los Carmelitas Descalzos de esta ciudad en las quatro épocas mencionadas, su reunión y estado actual. Hablarán solamente las memorias que tengo originales, y por su sencillez misma y por ser de testigos de vista, se les deberá dar más crédito que a varios charlatanes que siempre hablan de memoria o de pasión. Comenzaré por este convento del Apostol San Felipe, del Carmen Descalzo, por ser la Relación más exacta y primera que tengo, y seguiré por los demás conventos de la Reforma de Santa Teresa de todo el reyno, sin que por esto pretenda anteponer sus glorias a las otras comunidades y religiosos, que las antepondría con mucho gusto si tubiera a mano sus documentos. Todos formamos un cuerpo regular, y por lo mismo, las glorias de uno son propias de los demás, como el pecado de un fraile se hace de todos.

CAPITULO 33 Fundación del convento de Carmelitas Descalzos de Valencia, titulado San Felipe Apóstol. Sus servicios patrióticos desde su fundación, y más en el principio de la

revolución. 240. La fundación de este convento se halla escrita en nuestra Historia (Tomo 2, pág. 499), y por lo mismo no haremos más que insinuar alguna cosa. El padre provincial Fr. Elías de San Martín (que después fue General de la Orden), y el año anterior de 1588 había fundado el convento de las monjas de San José, bolvió a Valencia para solicitar la fundación de religiosos por el Señor Patriarca D. Juan de Rivera; este la deseaba mucho y ofreció una casa suya para tomar al pronto la posesión; pero el p. provincial, agradeciendo el favor, creyó sería mejor buscar desde luego casa propia, y así se hizo en la calle de San Vicente a 5 de Agosto de 1589, en que se tomó la posesión. Los jurados lo sintieron, y se reunieron en junta pública más de 100 personas para escribir al rey y procurar su destrucción. Estando pues tratando de esto a puerta abierta, entró un desconocido que dixo "Señores: ¿Quantos malechores y forajidos entran cada día en esta ciudad y nadie se alborota? ¿Quantos extranjeros y hereges comen aquí el pan?¿ Quantos vienen de Francia a robar y profanar las Iglesias?, como en pocos días habemos visto tres robos ¡sin respetar el SSmo Sacramento! ¿Cómo pues nadie se inquieta por esto? ¿Y ahora se alborotan por unos pocos religiosos que vienen a servirnos y doctrinarnos? Miren lo que hacen y no provoquen la ira de Dios." Salióse sin que nadie los conociera, y con esto sólo cesó la oposición. Así lo declara el secretario de la junta. En el año 1615 se mudó el convento al portal de Quarte. Hubo religiosos doctósimos y Santos, pero sólo haré mención del p. fr. Juan de San Basilio, al que miraba el Beato Patriarca Rivera como al más sabio de España, y el rey mismo le pidió dictamen sobre la expulsión de los moros. El año 1647 hubo una gran peste en que murieron en Valencia

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46 mil, y hubo día de 500 muertos. El convento de Carmelitas Descalzos se encargó de dos Hospitales de Arrancapinos, en el que murieron algunos asistentes, y aunque se contagió el convento, sin desistir por esto de su caridad. Todo el mundo sabe muy bien quanto hizo a favor del público el hermano Francisco del Niño Jesús y el Venerable Padre Ruzola. Por los años 1783 tomó la ciudad por pretexto para tener abierto el portal de Quarte hasta media noche, la mucha asistencia de los religiosos a enfermos, etc. Y es inegable que nuestra Iglesia es la más concurrida para misas, confesiones, etc, etc. Pero entremos en el asunto de esta historia. 248. En el momento que llegó a Valencia el correo de la Corte de 23 de Mayo del año 1808 se conoció en esta ciudad la trama urdida por los franceses para obligar a Fernando VII, vilmente engañado y arrastrado a Bayona con toda la Augusta familia para que renunciase a la Corona, o por mejor decir, publicasen la había renunciado. Con este pretexto, engaño o mentira, apropiándose Napoleón la monarquía española, declaró al Duque de Berg, o Murat por regente de la nación, haciéndolo reconocer como tal en muchos pueblos y ciudades. Este pueblo que siempre tubo por divisa la lealtad (como yo hize notar en una proclama que aquellos días imprimí en el Diario) no podía ser engañado, ni consentir en esto. Comenzó pues a resonar por calles y plazas el grito patriótico y religioso, diciendo todos a una voz, y sin haberse convenido primero que no querían otro rey sino a Fernando, pues lo tenían ya jurado como príncipe de Asturias y como rey. En virtud de este noble sentimiento, que por sí mismo descubre no haberse fraguado por intrigas, manejos, ni proyectos políticos estudiados, sino por una divina y natural efusión de las ideas de piedad, religión y lealtad del pueblo valenciano, resonó de repente por todas partes " ¡Vida la religión: viva Fernando y mueran los franceses!" Pero , ¿de quién podía servirse el pueblo para sostener estos nobles sentimientos de su corazón, sensibilizados ya por sus voces en las críticas y peligrosas circunstancias que nos rodeaban? Casi todos los políticos, oprimidos de su mismo temor y de sus débiles conocimientos de Estado, mirando únicamente con la opaca luz de su razón natural, no tenían valor para oponerse al torrente impetuoso del gobierno y del exército francés, que con la mayor felonía e ingratitud se hallaba posesionado de todas las fortalezas, de todos los fondos, de las armas del palacio real, de la corte, de la familia entera de nuestro soberano, y del gobierno y tribunales. No es razón culpar a nadie, porque las circunstancias críticas violentaban, y hacían ver que según las reglas de la prudencia humana era imposible sacudir el yugo, ni resistir a trescientos mil franceses posesionado de todo, hallándose la España sin rey, sin gobierno, sin tribunales, sin dinero, sin armas, sin exército, sin recursos, etc... Por todo esto me persuado que los más de los que entonces se unieron al francés lo hicieron por error de su cálculo filosófico y político, y que Dios, como en el principio del cristianismo quiso ostentar su poder para que la España que blasona de católica abriera los ojos y conociera quánto le importa conservar y respetar la Religión y sus ministros, al ver que erraban los que se llaman sabios en el mundo, que Dios, igualmente puede salvar con muchos que con pocos, que elige lo más débil para confundir lo más fuerte, y que si Dios está con nosotros, en vano se reúnen todas las fuerzas de carne y sangre para acabar sus pequeñas y desarmadas obejas. Pusillus preso. En confirmación de esta verdad quiso el Señor tomar por instrumento de su Omnipotencia lo más débil de nuestro pueblo, quando a los más grandes políticos les parecía no haber ya recurso, y que todo estaba perdido. Este pueblo, pues, que ni tenía los conocimientos de los políticos, ni preveía los peligros, movido eficazmente de Dios, de su amor a la religión y a su soberano legítimo, de su odio a las traiciones francesas, y de su carácter leal, piadoso y católico, después de haber gritado su buen deseo, buscó sacerdotes de ambos cleros para que le dirigiesen en sus operaciones. No es la ciencia de gobierno la más propia de los sacerdotes, mas como esta grande empresa no se podía dirigir, atendidas las circunstancias por las débiles reglas de la ciencia y prudencia humana,

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el mismo Dios, que quiso servirse del pueblo que llaman ignorante, hizo que éste buscara los ministros de la Iglesia en su mayor necesidad y apuro. Así, es inegable que los sacerdotes fueron los que en el principio trabajaron más y contubieron los mayores excesos, aunque no pudieron evitar todos, en un pueblo acalorado y ofendido en las cosas que más amaba, como eran la religión, su rey, la patria y sus intereses. A la Historia General pertenece detallar esto en particular. A mí sólo me toca decir lo que tiene relación con la comunidad de carmelitas descalzos. 242. Desde el momento que comenzó esta heroica y casi sobrenatural y milagrosa comoción (pues en solos cinco días se comovió toda la España con unos mismos sentimientos, de repente, y sin comunicarse, prueba de que la cosa era obra de Dios y no de la política ni sabiduría de los hombres); mereció esta comunidad de Carmelitas Descalzos una distinción muy particular de todo el pueblo comovido por esta justa causa. El heroísmo valenciano desde luego levantó quatro pendones o Vanderas para aclamar a Fernando por rey contra la injusta usurpación de Napoleón y de Murat. Una de ellas, en que estaba pintada la imagen del Patriarca San José, se entregó a esta comunidad y con el encargo de alistar bajo tan sagrada divisa los que voluntariamente se quisieran alistar para la defensa. Quatro religiosos se destinaron a escribir los nombres de los que se presentaban, y con todo no podían dar salida y escrivir sus nombres los ocho días primeros. Todos los demás religiosos trabajaban con ardor en esto y en cuanto era servicio público. Yo, el mínimo y más inútil por mi debilidad, imprimí en el diario quatro proclamas haciendo ver que todos nacíamos soldados de la Patria, y con la obligación de defenderla en los peligros, y mucho más si peligraba también la religión. Su redactor, D. Pascual Marín (que aún vive) podrá decir el grande efecto que causaron en lo jóvenes, y como tubo que reimprimirlas. No necesitaba el pueblo de mis exortos, pues su patriotismo y religión le obligaba a tomar la escarapela con entusiasmo. Y para animar al pueblo con el exemplo, desde luego entraron quatro legos Carmelitas Descalzos entre la tropa que se formaba, cuyos nombres son: el hermano Vicente de la Virgen, Agustín de San Roque, Juan de San José y Andrés de San Antonio. Todos estos aprendieron luego el exercicio, y aunque para esto se presentaban de paisanos en las filas, llevaban un escudo grande de la orden al pecho, para que todos conocieran que eran religiosos, y ellos no olvidaran su profesión; mas cuando venían al convento vestían su hábito y seguían los exercicios de la comunidad. Salieron también a la batalla que se dio en Quarte con otro sacerdote llamado Fr. Francisco de Santa Catalina, y defendieron las murallas a pecho descubierto en el ataque que Moncey, como diremos. 243. El seis de Junio del mismo año 1808 hizo nuestro convento otro servicio importante en la Ciudadela y en las torres de Quarte, quando el pueblo, engañado, se amotinó para matar a los franceses avecindados en Valencia. La ciudad, por providencia prudente, y para evitar su riesgo, los había conducido a la ciudadela por mayor seguridad, providenciando lo posible para el resguardo de sus casas, que por fin las saqueó el pueblo. A deshora, pues, de la noche, supieron los religiosos que algunos malvados habían forzado la ciudadela y querían matar los franceses que había. Movidos de la caridad, los religiosos, y de una prudencia ilustrada que conoce los extravíos del imprudente zelo, dexan su retiro y su comodidad y buelan sin embargo de la distancia al socorro de aquellos miserables. Se abren camino por medio del alboroto con peligro de sus vidas, tratan con los foribundos asesinos para desarmar su fuerza, aunque con poco suceso y mayor peligro propio, viendo algunas vezes bueltos los puñales contra los religiosos; y que sin duda hubieran experimentado su efecto a no quedar en el fondo de aquellos malvados algún sentimiento de religión y de respeto a sus ministros que tanto ha desmerecido después. En fin:

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después que algunos infelices franceses perdieron allí la vida, pudo conseguirse de los asesinos conduxeran los que quedaban vivos a las torres de Quarte, que están frente a nuestro convento, para ganar tiempo y calmar su furor; pero al siguiente día se renovó la escena fatal. A las nueve de la mañana se presentaron en el convento unos comisionados de aquella nube de homicidas, pidiendo que pasaran los religiosos a confesar las víctimas que tenían destinadas a perder la vida. Se procuró en vano distraerles de esta atrocidad; se resistió algún tiempo pretextando mil cosas, se les obligó a que fueren primero a la parroquia, sin cuya licencia no podía llevarse el viático del convento a la torre, deteniéndose con esto dos horas, haciendo tiempo para que el gobierno y la tropa dispersara aquella chusma. Siendo todo en vano, pasaron los padres Fr. Antonio de Santa Ana, Fr. Pasqual de Jesús María, y Fr. Joaquin de la Virgen de Vallivana a confesarlos y disponerlos. Después se pasó el viático, bien acompañado, no de soldados sino de religiosos, por entre muchos asesinos armados, y con el temor que las circunstancias causaba, atropellando peligros que el gobierno no pudo, o no se atrevió a cortar, pues no acudió tropa ni quién defendiera tantos infelices inocentes. Sobre los tres religiosos arriba nombrados trabajaron mucho el P. Fr. Juan de San Luis, Fr, Domingo de Jesús María, Fr. Roque de San Juan Bautista y toda la comunidad. Y aunque es cierto, no pudimos salvar al vida de todos, salvamos la de algunos, cuyos nombres no habemos podido averiguar todos, sino sólo los siguientes: Jayme y Pedro Lafont, D. Juan Bautista Chasany, Pedro Torquet o Jorquet, Cipriano, Pedro Monli y Bautista Torquet o Jorquet. Estos y otros deben la vida a los religiosos. Los que la perdieron y sabemos sus nombres fueron ocho: D. Antonio Laborda, D. pedro Cruselles, D. Claudio Berchere y su hijo, D. Diego Borbere, D. Juan Lassala, D. Antonio Godoy y D. Esteban Marasi. Todos estos fueron muertos a palos, golpes y a bayonetazos delante de nuestro convento con la pena de no haberlos podido librar como a los otros. 244. El día 24 de Junio del mismo año 1808 se supo por primera vez que venía Moncey con más de doscientos mil hombres para tomar Valencia; el 27 se dio la batalla de Quarte con más ardor que pericia militar, pues casi todos eran paisanos y algunos religiosos de esta y otras comunidades. Asistieron los legos nombrados (núm. 5), y entre ellos el hermano Andrés, muy pequeño de cuerpo, y otro sacerdote llamado Fr. Francisco de Santa Catalina, que corrió mucho peligro, y según señas (aunque jamás quiso confesarlo), mató un francés que le acometió con sable. Ello es que bolvió tan fatigado, que en muchos días apenas se le entendía una palabra por la ronquera. Nuestro convento de San Felipe se hallaba expuesto al mayor peligro fuera de la ciudad, pero entre los fuegos que hacían los nuestros desde las murallas y torres de Quarte, y los del enemigo que fixó sus cañones a la espalda de nuestra huerta. Por eso tubimos que abandonar el convento con la mayor precipitación, dexando quanto teníamos abandonado. pero Dios los guardó todo por entonces, aunque llegaron a sus paredes los franceses, y allí fue todo el ataque, y donde por tres veces fueron rechazados en el portal con mucha pérdida del enemigo. Este se abanzava en columna por la calle de Quarte, que iba derecha al portal. Ente los muertos cayó contra la pared del convento el comandante de la tropa. Se recogió después su morrión con un grande plumage que se colocó a los pies de una imagen de San José que estaba sobre la puerta de la Iglesia de nuestras monjas carmelitas descalzas, llamadas de San José, las que, aunque estaban junto a la muralla, dentro de un portal en mucho peligro, no abandonaron por entonces el monasterio. Ninguno de nuestros religiosos, que éramos más de sesenta se huió, todos discurríamos por las calles animando al pueblo, los jóvenes y de mediana edad subían a las murallas y en nada se distinguían de los paisanos sino en su mayor actividad y trabajo. Los ancianos e impedidos cuidaban de las ollas que se hacían en las plazas para los defensores, y estos, sin domicilio fijo, comían lo que sobraba. Recogían metralla, trapos, deshilas para los

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enfermos y heridos, los conducían al Hospital, por manera que los valencianos renovaron la gloria de los griegos y los romanos, y aún les excedieron en el patriotismo y ardor, por lo mismo que les faltaba la pericia militar. El sacerdote fortalecía con sus exortaciones del mismo modo que lo dice la Escritura Santa del Pueblo de Dios, en el que siempre precedía al ataque la voz de los Levitas. Hasta el sexo débil corría a las baterías, llevaba las municiones, la comida y la bebida sin temor alguno, y aún se despojaban de sus muebles y ropas para tacos y metrallas. Este sí que es un heroísmo propio de los saguntinos y antiguos españoles. 245. Aunque todos los religiosos se excedieron a si mismos y a lo que podía esperarse de su profesión, tan distante de las armas, el P. Fr. Antonio de San Agustín, y los legos Fr. José del Carmelo y Fr. Gerónimo de la Purísima subieron a la muralla y con mucha serenidad estaban frente a la artillería enemiga, que hacía mucho fuego. El P. Fr. Pascual de Jesús María, viendo la falta de utensilios, montó un caballo, vuela por las calles, anima a todos, lleva partes como un Edecán, recoge trapos y hierro para metralla, pues la ciudad estaba desprevenida. El P. Fr. Manuel de San Antonio ve caer a uno herido de una granada, y se avanza por medio de un diluvio de balas a socorrerlo y confesarlo. Este heroísmo de los regulares es tanto más admirable quanto conocían que si los franceses entraban en Valencia, debían ser las primeras víctimas, como lo fueron después e la entrada de Suchet. A este patriotismo no podían moverse nuestros religiosos por ningún interés, pues nada pidieron al gobierno, ni aún alojamiento, ni comida, ni recompensa, retirándose inmediatamente a su convento luego que el día 30 de Junio abandonó Moncey el sitio. 246. Libres de este gran peligro, los religiosos Carmelitas Descalzos se aplicaron con mayor fuerza que nunca, reunidos otra vez en su convento, a precaver el golpe del azote con que Dios acababa de amenazar como un Padre que no quiere castigar. Con este fin predicaban de continuo la penitencia y reforma de costumbres, con lo que se obligara al Señor convirtiera su ira en misericordia. Ni se contentaban de hacer esto en los sermones y confesionarios, sino que escribían e imprimían papeles proporcionados al pueblo. El P. Fr. Ignacio del Niño Jesús, bien conocido en la ciudad por sus circunstancias y por haber hecho algún tiempo la Gazeta de Valencia, imprimió un sermón de Jeremías (C.7), predicado en la puerta del templo, exortando a la conversión, si no quería aquel pueblo caer en manos del enemigo, aplicándolo todo a las cosas del día. Yo, que desde el año 1791 había ya impreso muchas obras y papeles relativos a la revolución francesa, previendo y precaviendo el contagio que pasaría los Pirineos, continué en dar muchos comunicados al Diario, bajo el nombre del Amante de la Religión y de la Patria, y algunos otros separados, que no sólo se imprimieron, sino que el Diarista los reimprimió de su cuenta y utilidad (pues él mismo atestiguará como jamás tomé un maravedí). El resultado y recompensa que yo tube fue moverme dos grandes persecuciones que no son propias de este lugar. El P. Fr. Antonio de San Agustín, con otros dos religiosos jóvenes, se dedicaron al exercicio de cañón en la Ciudadela, pues había mucha falta de Artilleros. Los demás acudían todos los días y de comunidad a hacer cartuchos, y hubo día en que se reunieron 1390 eclesiásticos en esta ocupación de tanto interés público. Así se terminó el año 1808, y aún siguieron el año 9 hasta que la inmortal Zaragoza, baluarte de Valencia, cayó en manos de Suchet, y los franceses bolvieron a entrar, segunda vez, en la corte de Madrid, donde caí prisionero después de haber seguido el exército de Cataluña haciendo la Gaceta Militar y Política de aquel Principado mientras mandó el marqués del Palacio, con quién fui al sitio de Aranjuez y de allí pasé a Madrid dos días antes de llegar los franceses, y de donde no pude fugarme hasta el 22 de Enero, quando entraba el intruso rey a posesionarse. Salí con mil peligros por medio de los

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franceses, pude llegar a Sierra Morena donde estuve dos meses a la vista del enemigo, después en la isla de León sitiado, fui de comisión a buscar al señor obispo de Orense, etc, etc...,

Capítulo 34. Primera y segunda venida de Suchet a Valencia. Conquista de la ciudad, trabajos de los

Carmelitas Descalzos hasta que llegaron presos a Mont-medi en Francia.

247. A fines de Febrero del año 1810 se dexó caer Suchet sobre Valencia la primera vez, pero al llegar al puente de Villareal tubo una batalla o escaramuza con la poca tropa y paisanos que teníamos. Y como desde la retirada de Moncey habían tomado las armas tantos religiosos Carmelitas Descalzos, dos de estos se hallaron en aquella acción peleando como si siempre hubieran sido militares. Al día siguiente, a las 9 de la noche, llegó a este convento de Valencia el regimiento de Acila, cansado y rendido que venía de Morella. La comunidad lo recibió con el mayor amor, disponiendo una cena muy buena para todos los oficiales, sirviéndoles los mismos sacerdotes, y además. para todos los soldados se dio pan, vino y bacalao, guisando los mismos religiosos, y llevándoles la cena a donde estaban tendidos y rendidos. Que se nos muestre un hecho tan patriótico como este practicado por los Filosofistas, que tan sinverguenza nos desprecian e infaman. Y no sólo se les dio de comer, sino que desde entonces fue quartel nuestro convento hasta su total ruina, y esto sin un expreso mandato del gobierno, y sin dar a los religiosos un pequeño alvergue o compensación. Tal heroísmo sólo se vio en los regulares, pues no sabemos que ningún secular abandonase su casa por cederla a los defensores de la Patria, de modo que quedara en la calle. 248. Suchet prosigió sin ninguna oposición su viaje hasta Valencia, reuniendo en Murviedro la División que venía por Aragón y la que se descollaba de las montañas de Morella con el general Habert, componiendo así su exército de unos ocho o nueve mil hombres, con los que llegó hasta las puertas de Valencia por la calle de Murviedro, creyendo tomarla por sorpresa, lo que no consiguió en seis días que allí estubo, sin advertirse cosa notable sino la inercia de la ciudad, que no hizo otra salida contra tan poca gente. La llegada de Suchet fue el primer día de Carnestolendas, y en la misma tarde predicó el P. Fr. Joaquin de Santo Tomas, Carmelita Descalzo, con el mayor zelo sobre aquel texto "si Deus us pro nobis, quis contra nos?",inflamando el corazón de los oyentes para que defendieran la ciudad. Concluido el sermón, pasó él mismo a reunir los paisanos en el Portal Nuevo. En seguida confesó a varios, y no se apartó de las baterías y del peligro hasta asegurarse que no acometían los franceses. El mismo se avistó con el Provisor D. Joaqin Asensi para que diera licencia de confesar a los Carmelitas Descalzos que recorrían de continuo las baterías a pecho descubierto, desde San Vicente hasta la batería de Santa Catalina. Quando huyeron los franceses, el primero que saltó la cortadura fue el P. Fr. Mariano de Santa Teresa, ex Provincial de Carmelitas Descalzos. ¿Quién puede dexar de apreciar estos actos de patriotismo, y tanto más quanto menos resistencia se veía de nuestras tropas? Desde el año 1794 se había ocupado ya mi pluma en hacer proclamar y avisar el peligro que amenazaba España la revolución francesa, pero no saqué otro fruto que varias persecuciones, de las que no debo tratar en este lugar. No es cosa bien admirable el ardor de Valencia en la venida de Moncey, que acometió con más tropas que Suchet, y que se le resistió con menos fuerzas y menos prevención; y en esta ocasión, nada hizo Valencia prevenida, y sólo Dios y los religiosos detuvieron su entrada.

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249. No es propio de este escrito discutir sobre esto, y por lo mismo sólo insinúo que en el sitio de Moncey lo hizo todo Dios, sin duda, porque estaba el pueblo menos corrompido, había más religión, menos orgullo de sus fuerzas, y se confiaba y clamaba más de veras al cielo, de donde debe venir el auxilio. Por fin, quiso Dios que en esta ocasión nada lograra Suchet, que se volvió a marchar a Aragón después de haber estado seis días en las puertas de la ciudad. Fue pues esto, discurriendo christianamente, segundo aviso y amenaza del cielo, pero calculando políticamente, se puede recelar de que aquella venida con tan poca gente tan sólo tubo por objeto reconocer militarmente el País, para volver en tiempo oportuno, sin embargo que parece imprudencia militar y política haber entrado con ocho o nueve mil hombres en un País tan poblado, y que ya tenía tropa y defensa. Así se paso todo el año 11 hasta Septiembre, en cuyo intermedio se fortificó la ciudad como se pudo, gastando mucho dinero, y con poca satisfacción de algunos inteligentes, que conocían la imperfección de las fortificaciones, y la posibilidad de defenderse Valencia de un sitio formal por quince días. En el mes de Julio del año 1811 entró de Capitán General el marqués de Palacio, pero duró poco, porque a los 35 días tuvo que entregar el mando al señor Blake, que vino de Cádiz como Regente y Capitán General. El público es quien debe decir los sucesos de aquel tiempo, y no yo, por ser hermano del dicho marqués del Palacio. Sólo diré que desde el momento que se supo se retiraba nuestro exército de las entradas del reyno dixo: "Valencia es perdida: pues se abandonan los quatro puntos que tenía de defensa, primero, en la entrada del reino, segundo, en las costas de Oropesa, tercero, en Almenara, Murviedro y el Puig, quarto, en el Grao. 250. En efecto: se verificó lo que se temía, y si no entró Suchet el primer día fue porque conoció no ser prudencia avanzar dentro de un pueblo que tenía quando menos treinta mil soldados y otros tantos guerrilleros paisanos, con solos doce o trece mil hombres, que no tenía más Suchet, y esto nos consta con quanta certidumbre se puede saber, estubo pues Suchet más de dos meses a la vista y puertas de la ciudad sin acabar de sitiarla. En este tiempo, pues, la comunidad de Carmelitas Descalzos no dismintió el zelo que hasta entonces había manifestado por el bien común arrostrando todo peligro. Ni por ser muchas de estas cosas comunes a todos los demás regulares y conventos dexan de ser actos heroicos, y tanto mayores quanto no son de uno u de otro individuo, sino de cuerpos enteros, y de una multitud de hombres respetables, que según su estado debían ser los últimos y en el mayor apuro quando entendieran en estas cosas; y sin embargo, salen y ceden sus conventos para quarteles y hospitales sin pedir al gobierno ni un triste alojamiento, que se da al más infeliz, a quien tiene grande sueldo u honorario por la Nación, y que habemos visto darlo a los cómicos. Los regulares, pues, sin pedir nada de esto, y quanto ningún ciudadano había salido de su casa propia, dexan del todo su casa y nuestros religiosos ceden su convento para la tropa, quedando errantes por la ciudad sin domicilio, y entre ellos, muchos sin conocimientos ni amigos, sin que ninguno representara su triste situación. Trabajaron también muchos como jornaleros en las trincheras, sin estipendio, y sin tener más recurso que la piedad de algún otro trabajador que partía con él su triste y parca comida. Uno de estos era el R. P. Fr. Mariano de Santa Teresa, que había sido provincial, y no se desdeñaba se sacar tierra con los presidiarios y comía lo que le daban de limosna. 251. Bien parece por lo dicho, quán nobles y desinteresados eran los sentimientos de nuestros religiosos; y es razón hace alto en esto; lo uno, porque sin embargo de la proposición que tenían, estando fuera de la ciudad para fugarse del sitio y buscar otra parte más segura, siempre quedó todo el cuerpo de la comunidad entero y sacrificado al servicio público. Sólo hubo muy pocos

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débiles que se marcharon fuera (yo fui uno de los pocos que huieron). Hubo algunos que, estando en sus tierras, se vinieron delante del exército francés a reunirse con su comunidad de Valencia y correr la misma suerte que sus hermanos, sirviendo a la Madre Patria. Así lo hizo el P. Fr. Domingo de Jesús María, que estaba con sus padres en Castellón de la Plana, y el P. Fr. Vicente de la Concepción intentó hacer los mismo, pero no tubo fuerzas, se expuso y por fortuna logró retirarse a las montañas de Eslida. También hubo otros muchos que, habiendo salido en el mayor apuro de Valencia para conducir y poner en salvo las monjas, y pudiéndose quedar en Enguera u otras partes, se volvieron inmediatamente a sufrir el sitio de Valencia. Tales fueron el P. Fr. Antonio de San Vicente y el R. P. Fr. Mariano de Santa Teresa, ex provincial y de edad mayor. Este se volvió inmediatamente que dexó en Enguera las monjas y sufrió todo el sitio, e hizo cosas admirables como veremos (núm. 23). El P. predicador conventual Fr. manuel de San Alberto estaba en mi compañía en Gandía, y bien acomodado, con todo, por mucho que le insté del peligro en que se hallaba Valencia, se vino dos días antes de Navidad, y le costó ser llevado prisionero a Francia. 252. Permítamese hacer reparar un poco en lo dicho para que se vea cómo los regulares fueron los que con mayor espíritu, valor, constancia y heroísmo se sacrificaron por la patria, sin otro interés que el de la religión y bien público, y sin más esperanza de premio que hacerse el objeto principal del odio francés. Los regulares, pues, fueron los que sostubieron en el principio la justa causa de la insurección nacional, los que trabajaron como soldados y como jornaleros en las obras públicas, los que mantenían el entusiasmo y patriotismo, los que cedieron sus conventos, los que aprendieron el exercicio de cañón, los que se mantuvieron siempre firmes en la buena causa, los que asistieron en los hospitales, aprontaron utensilios, tomaron las armas y se volvieron a Valencia dexando su comodidad y quando los de la ciudad deseaban poder huir del peligro. Y esto lo hacían quando en la misma nación y en la misma Valencia se imprimían papeles preguntando "¿Para qué sirven los frailes?" tratándolos de Holgazanes, inútiles y perjudiciales. y ¿no es heroísmo obrar de este modo entre dos fuegos, franceses y de los malos españoles? Y hacen esto sin interés y sin esperanza de recompensa. 253. Habiendo recibido un refuerzo los franceses, después de estar más de dos meses a la vista de la Valencia sin haber hecho una salida para ahuyentarlos aunque la ciudad tenía tres veces más tropa, pasaron los franceses el río, dispersaron fácilmente los paisanos y soldados que estaban allí, cercaron del todo la ciudad el segundo día de Navidad. El P. prior, Fr. Joaquin de San Ambrosio, con un lego, pudieron escapar por ucho peligro aquel día por medio de los franceses. Todos los demás individuos de la comunidad quedaron cerrados en Valencia y en la mayor miseria por la escasez de víveres, y por las fatigas y bombardeo, como no pocos presentimientos de la fatal suerte que les esperaba. Mas esto no les detuvo en sacrificarse por el bien común, y tanto más quanto veían sus vidas en el mayor peligro. Acudían a todas partes a donde caían más bombas para asistir a los heridos, y aunque muchas rebentaban inmediatas, no recibieron daño, porque Dios les reservaba para otros trabajos y muerte más larga. 254. Capituló Valencia a los tres días del bombardeo, y entró el mariscal Suchet con su exército el día 9 de Enero del año 1812. Los religiosos que se hallaron dentro de la ciudad fueron 25, esto es: 19 sacerdotes y 6 legos. El día 14 hizo su entrada pública y de ceremonia el mariscal Suchet, como conquistador, queriendo remedar los triunfos romanos. Sabía este muy bien que los regulares habían sido los más decididos para sostener en el pueblo la resistencia contra los franceses. Querrá el cielo que algún día se corra el velo y se descubra lo que no es propio de esta

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memoria y que vale más dexarlo a Dios y sepultado en la obscuridad. Lo que es indudable, y lo gritaban quizá los mismos que nos trataban de inútiles y dañosos, es que a los religiosos se atribuía todo el tesón que el pueblo mostró en resistir la dominación francesa. No tardó Suchet mucho tiempo a manifestar quán sabedor estaba del tesón con que los regulares habían sostenido la independencia española, su rey, su patria, sus leyes y su religión contra tan injusta invasión. Y esto que aún mirando sin relación a la justicia, si solamente con un ojo político, militar y filosófico se admira, se respeta y aún se premia en quién defiende una fortaleza hasta el último apuro, para Suchet fue un pecado irremisible que debía castigarse en nosotros brutal e inhumanamente. En efecto: al día siguiente de su solemne y triunfante entrada en Valencia, contra toda la capitulación, comenzó a derramar el veneno de su corazón, acreditando que era un monstruo horrible, una furia infernal sin el menor sentimiento de humanidad. 255. Mandó pues por medio de Vicario General que todos los religiosos sin excepción alguna se presenten en la Plaza de San Francisco. De los nuestros se presentaron todos excepto el P. Fr. Pedro de Santa Rosalía, que estaba alelado y gravemente enfermo y murió luego, el P. Fr. Juan de Santa Ana, de cerca de 90 años, y el hermano Diego de San Joaquin, lleno de úlceras, inútil e impedido. Desde la plaza fueron conducidos a pasar la noche al convento de Santo Domingo, pero sin cena ni cama, y todos tan acinados, que ni hechados podían estar sin incomodarse mucho unos con otros, y en el mayor desamparo. Pasada la noche en el mayor trabajo y aflicción, mandan antes de amanecer les mandan salir, le pasan revista, les forman en columna y puesto entre dos filas de soldados los sacan de la ciudad. Entre nuestros religiosos iba el P. Fr. Simón de Santa Teresa, anciano casi de 80 años, y como los soldados le obligaron a adelantar el paso para seguir a los demás, estando ya sin aliento dixo: "No puedo más, mátenme". Quiso Dios que un comandante francés encargado de la conducción detuvo la marcha y fue separando a los que le parecían inútiles pro viejos. De los Carmelitas Descalzos gozaron este alivio el dicho P. Fr. Simón de Santa Teresa, el P. Fr. Juan de San Luis, Fr. Antonio de la Virgen, el ex provincial Fr. Mariano de Santa Teresa y el hermano Antonio de Santa Clara (Véase la historia de estos en el núm. 20). A estos cinco los embiaron al convento de San Francisco, todos los restantes siguieron su ruta con los de las demás órdenes. Aquel mismo día llegó esta comitiva de venerables varones apostólicos, y los más dignos patriotas españoles a Murviedro, tragándose en cada paso la muerte, pero quería Dios fuera más prolongada por la miseria, atropellos y debilidad en que estaban, sin haber pensado aquellas fieras y abortos de la humanidad (que blasonan de sensibles y humanos) en haberles dado ni un bocado de pan, ni de agua en 48 horas. Descansaron (si esto puede decirse) en Murviedro, pero fue para aumentar su pena, pues al tercer día sacaron de entre ellos cinco religiosos: un capuchino, tres dominicos y el P. Rubert, provincial de la Merced, varón apostólico, y los pasaron por las armas. Esta horrible escena debe escribirse por otra pluma, con los demás atropellamientos que sufrieron en tan dilatado y penoso viaje tan ilustres mártires de la religión y de la patria, para que la posteridad forme la idea justa del verdadero mérito del estado regular, y de la injusticia y malignidad de los que sin hacer ningún servicio procuraron desacreditar e infamar a los regulares, que siempre han sido el apoyo más firme de la religión y de la monarquía.

Capítulo 35

Representación que un Carmelita Descalzo, prisionero en Mon-medi, hizo al gobierno francés, que acredita el espíritu más fuerte en su cautiverio. Heroísmo de los que

quedaron en Valencia y libertad de la ciudad.

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256. En Zaragoza faltó ya uno de nuestros religiosos, el hermano Antonio de Santa Teresa, que no pudiendo sufrir más, tomó otro camino mejor que el de Francia y fue al cielo, muriendo en el hospital. Algunos otros se quedaron también enfermos y estropeados en Zaragoza. El hermano Fr. Gerónimo se pudo fugar una jornada antes de llegar a Jaca, al favor de una copiosa nieve y ventisca que sobrevino en aquellas faldas del Pirineo, por donde caminaba esta tropa de infelices religiosos. Con tales fríos y penas necesariamente debían caminar como esqueletos y hechos carne momia. El P. Fr. Fausto de Santo Tomás, prior que había sido de Boltaña, era uno de los más enemigos del sistema francés. Había sido ya perseguido por esta causa y para salvarse fue preciso que corriera más de 80 leguas hasta Valencia, y allí cayó en sus manos, después de haber impreso algunos papeles contra sus ideas. Cayó enfermo, y aunque no parecía estar en peligro, fue hallado muerto en el hospital. El P. Fr. Joaquín de la Virgen también enfermó, y aunque estando así le llegó licencia para volverse a Valencia, quiso sin duda llevárselo el señor antes al cielo y murió. Hubo tres que pudieron fugarse antes de entrar en Francia: el padre Antonio de San Vicente, el padre Gavino de la Madre de Dios y el hermano José del Carmelo. Así, sólo llegaron a entrar en Francia nueve religiosos nuestros, que se reunieron en el castillo de Monmedi, en el interior de la Francia. 257. Es muy digno de notar la acción que hizo un religioso nuestro en Mon-medi, y que acreditará eternamente el espíritu noble que animaba a estos mártires, condenados como antiguamente a las minas y a sus trabajos. Acababan de llegar desde Valencia a su depósito, cruzando toda la España y la Francia en el rigor del invierno, montando los Pirineos, donde ni en el verano se deshace la nieve, y esto a jornadas largas, mal vestidos y peor alimentados. Mas esta debilidad con que debían hallarse los cuerpos de carne, no disminuyó su espíritu, antes, como decía el Apóstol (cum infirmor tunc potens sum) su alma crecía en vigor al paso que lo perdía la carne. El R. P. Fr. Francisco de San Elías, que había sido lector de la religión del Carmen Descalzo en Aragón, animado sin duda por Dios, y revestido del zelo de Elías y del espíritu de Santa Teresa, toma la pluma y forma y memorial que tengo en mi poder, y representa al gobierno francés quan diferente había sido la conducta observada por los religiosos con los infelices franceses que el pueblo valenciano asesinó en Valencia el año 1808 respecto a la que los franceses tubieron con estos mismos religiosos desde el día que los pusieron en marcha para Francia, hallándose entre estos atropellados algunos de aquellos mismos que salvaron la vida a muchos, dulcificaron la muerte de otros con evidente peligro de perecer ellos mismos por tan heroico acto de caridad o beneficiencia y humanidad. Descubre por lo claro la felonía y engaño, propio de un cobarde, con que los prendieron, la crueldad con que los trataron, sin darles ni un bocado de pan, depositándolos por la noche en lugares inmundos, que ni para las bestias podrían servir en muchas partes, ofendiendo sus oídos con mil expresiones obscenas e injuriosas, y aun con horribles blasfemias, atropellando a viejos y jóvenes débiles en el camino, matando a bayonetazos a los que no podían seguir o se detenían a beber, o se caían rendidos con más servicia que a un perro, etc. Todos estos males y ultrajes hechos a la humanidad, señor (prosigue el memorial) con otros muchos que no queremos decir, y nos hacían sufir hasta impedir nos dieran limosna, o comiéndose lo que nos traían algunas almas pías; todo esto es executó contra unos pobres religiosos desarmados, contra unos hombres por la nación francesa que grita y blasona ser la más amiga de la humanidad, ¡la más discreta, sabia, política, prudente y sensible! Firmado en el castillo imperial de Mon-medi a 3 de Julio de 1812 por Fr. Francisco de San Elías, Carmelita Descalzo. No tubo esta representación otro efecto que el desahogo de la inocencia vilipendiada y oprimida: echar en cara al gobierno francés su injusto y vil modo de proceder, dar

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una prueba terminante de que se puede decir la verdad sin faltar al respeto, demostrar la superioridad que tiene el hombre justo, en puesto en cadenas, a los que malamente llaman héroes del mundo, pues no se atrevió el gobierno francés, con todo su orgullo, a contextar ni castigar a este pobre fraile oprimido. En fin: este documento será eternamente la mayor apología del estado regular, y el manto que cubrirá de oprobio a los Zoylos que nos desprecian. 258. A nuestros ilustres prisioneros les tocó en el castillo de Monmedi una pieza tal qual, donde lograron estar juntos los nueve religiosos de este convento de Valencia: también lograron poder decir misa y hacer algunos actos de comunidad rezando el oficio divino juntos, etc. Abandonados del mundo, la providencia divina parece los tomó bajo su cuidado, pues jamás les faltó ya una pobre comida, y aún les daban los mismos franceses su ración de soldado, cosa que no habían logrado en España. Así pasaron desde el mayo de 1812 hasta el año 1814 en que pudieron volverse a España, sin haber perecido ninguno de los nuestros en tal cautiverio. 259. Bolvamos ahora a los que quedaron en Valencia, según dijimos (núm. 255) en el convento de San Francisco por viejos e inútiles. Estuvieron juntos con otros muchos religiosos de las demás órdenes. Aunque los franceses no les daban de comer, la piedad y caridad valenciana les socorría lo bastante, y sólo tenían el trabajo de dormir en tierra con mucho desabrigo por ser el mes de Enero, y todos viejos, accidentados y enfermos. Pasados algunos días les permitieron salir, buscando primeramente fianza segura con escritura pública. Cosa bien extraña que jamás había pasado por la imaginación, pudiera llegar el caso de afianzar a un viejo casi muerto. Pero no es mucho obraran así los franceses, quando en el mismo tiempo se hizo un sainete en Cádiz intitulado "la frailada", que se celebró en impresos de los que se apellidan amigos de la humanidad, en que se ridiculizaban los religiosos hasta pintarlos como más despreciables que las bestias, pues aseguran que los franceses vendieron muchos ministros de Dios que se llevaban a Francia por dos pesetas. 260. El P. Fr. Pedro de Santa Rosalía, que según diximos quedó enfermo, estaba alelado, pero siempre con el riso en la boca, aunque no podía hablar. Este religioso había sido un santo muy caritativo y muy afable. Fue preciso pasarlo a la Casa de la Misericordia, obligándose el P. Prior Fr. Joaquín de San Ambrosio (que vivía como todos de particular) a satisfacer los gastos del enfermo, y como no había fincas ni dinero, cedió varios muebles de los pocos que se pudieron salvar del convento. Murió por fin bien asistido, y todos los Carmelitas Descalzos que se hallaban en la ciudad concurrieron a su entierro y pagaron el funeral de lo que cada uno necesitaba para comer. 261. Dominando ya los franceses todo el reyno, algunos religiosos Carmelitas Descalzos que se hallaban en países miserables y pereciendo, se vinieron a Valencia para ver si, ocupados en alguna Iglesia, podrían mantenerse. En efecto: como todo va dirigido por la mano de Dios, esto que a los ojos carnales parecía abandono de la Providencia, fue una política sabia del cielo, para que los fieles de Valencia tuvieran apoyo para sostenerse, como Lot puros en medio de una nación perversa, corrompida y extraña. Ni fue menos admirable con relación a los mismos religiosos para que no estubieran ociosos, pues la ociosidad es el origen de todos los vicios, sino que buscaron su alimento, como dice el Apóstol, en la fatiga y en el trabajo. Llegaron pues a juntarse hasta quince o diez y seis Carmelitas Descalzos, los que derramados por la ciudad, confesaban, predicaban, auxiliaban, servían en las parroquias y conventos de monjas, y aún los legos ganaban el pan honestamente, sin abatirse a oficios indecentes del estado, y sin ser gravosos

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a nadie. Por manera que se mantubo siempre en Valencia el buen nombre que tubo esta Comunidad, sin que por término alguno diera la menor nota ningún Carmelita Descalzo. Fue esto tan visible y pública la providencia de Dios con dichos religiosos, que sin embargo de haber muchas almas pías, que por devoción y conocimiento querían a porfía tener alguno como hijo en si casa, como sucedió con los impedidos, ninguno de los demás quiso entregarse al ocio, y se ocupó en el trabajo espiritual que podía exercer, y aun más de lo que podía. Era muy fácil demostrar esta proposición detallando las ocupaciones en beneficio público que cada uno hizo en tiempo tan calamitoso, mas por no alargar este relación, me limitaré a dar breve noticia de los que hizo uno de los más ancianos y condecorados de los Carmelitas Descalzos. 262. Este fue el R. P. Fr. Mariano de Santa Teresa, de edad de 65 años, que sirvió varias prelacias y acababa de ser provincial de Aragón y Valencia, natural de Teruel. Nadie mejor que este pudo evitar los trabajos del sitio de Valencia, pues antes de perderse sacó a las Carmelitas Descalzas de San José y las llevó a Enguera para ponerlas a salvo. Y aunque dichas religiosas le instaron para que se quedase allí, como ya quedaban otros religiosos, quiso volverse a Valencia diciendo "Quería seguir la suerte de mis hermanos". Desde luego, se sacrificó a asistir a enfermos, sin negarse jamás a quien le llamase, y lo común era los más infelices, pues los pudientes no le conocían porque no entraba jamás en ninguna casa de visita sin ser llamado. Confesaba en parroquias y en muchos conventos de monjas. Vivía al mismo tiempo en un quarto miserable, comiendo unas sopas que por no ser gravoso a las monjas de San José, que confesaba y decía misa, él mismo se cortaba, y en una cazuela las pasaba al torno para que se las escaldaran, pues por lo común ni tenía ni encendía fuego. También predicaba sin estipendio en los lazaretos y hospitales, y todos le hallaban pronto de día y de noche a servirlos, sinque jamás pidiera un maravedí a nadie, ni manifestara su pobreza. 263. No podía sufrir mucho tiempo esta vida tan laboriosa e infeliz sin resentirse la naturaleza. En efecto, cayó enfermo gravemente, y estubo mucho tiempo en una cama miserable, y en unos desvanes indecentes y desabrigados, sin ver a nadie sino quando le traían un poco de alimento. Quiso Dios embiarle este trabajo para que le conocieran y comenzaran a socorrerle con limosnas que no pedía, y con las quales pudo recobrar su salud. Desde que se halló bueno, ya no le faltó nada, mas por esto no mudó de sistema ni pensó en descansar, sino que a las ocupaciones dichas añadió otras todavía más gravosas y de mayor peligro en tan fatales circunstancias. Tomo pues a su cargo asistir a quantos se ajusticiaban en la ciudad por el gobierno que era el francés. Con este motivo tenía que meterse por medio de la soldadesca irreligiosa oyendo mil injurias y apodos, pasaba las noches en las cárceles sin tener muchas veces ni un mal asiento, quedándose sin cenar. Yba con ellos al suplicio, y no fueron pocas las conversiones que hizo y de las que él mismo da testimonio, y de que algunos franceses murieron muy cristianamente. Aún en el día ha asistido a varios ahorcados y afusilados. 264. No acostumbra el mundo mirar como heroísmo sino las acciones ruidosas, que las más son unos actos escandalosos (para un justo calculador) de crueldad, de inhumanidad y de orgullo. Pompeyo, Alexandro, Cesar, etc, con mirados como héroes porque arruinaron provincias e hicieron correr arroyos de sangre. Para mí, el verdadero heroísmo está universalmente desconocido y las ideas comunes sobre esto, las hallo en contradicción y a la inversa de la verdad y de la justicia.¿ Que cotejo puede haber entre lo que se llama heroísmo por el ruido, por el destrozo, por la sangre, por las ruinas y por los delirios extravagantes e ideas de los que quieren llamarse espíritus fuertes con las virtudes domésticas y sociales de caridad, de respeto social, de

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fidelidad conjugal, de desinterés, de amistad, etc, etc...? Mientras no se consigan, pues, estas ideas, andaremos palpando tinieblas y cayendo de un precipicio a otro. No consiste pues el patriotismo en tenerlo siempre en los labios, en gritar y en hacer una orgullosa ostentación de él, sino en los sentimientos internos del corazón, que como resortes de espíritu, fuerzan dulce y suavemente a servir la Patria como quién no hace nada, a socorrer los miserables, a auxiliar un enfermo, un arestado, un infeliz que acaba en el suplicio del que no puede esperarse recompensa ni gratitud. Este es el verdadero heroísmo, este en que vemos un religioso anciano que se expone a mil peligros sin aparato, sin vanidad, sin esperanza y sin pretensión de interés ni de ninguna cosa. Compárese esto con aquel patriotismo que tanto cacarean los pretendientes, que de continuo se quejan de estar mal recompensados por sus servicios y por haber trabajado y expuesto su vida, acreditando (sin pensar), que no les movió el amor a la patria, ni al rey, sino su esperanza interesal. 265. El cinco de Julio del año 1813 se vio libre Valencia de la opresión de los franceses, y en el momento e pueblo, lleno de alegría, fue en busca del P. Fr. Ignacio del Niño Jesús, Carmelita Descalzo, que había sido prior del convento de Enguera y se hallaba en los Padres de la Escuela Pía por maestro de lenguas, para que se encargase de la redacción de la Gazeta Española, y anunciase al pueblo la noticia de la libertad y de todas las demás favorables que se recibieran de las provincias, pues el gazetista anterior se había marchado con los franceses; cuyo encargo desempeñó este religioso con el acierto que es público en esta ciudad, y del que hicimos mención en este escrito (núm. 2 y 9). Estos son los servicios públicos y acciones heroicas que hicieron los religiosos Carmelitas Descalzos de esta comunidad, su dispersión y sus trabajos pro la buena causa. Lo mismo poco más o menos sucedió en los otros tres conventos del reyno: Nules, Desierto de las Palmas y Enguera. Pero se omite por no alargar más esta relación, y vamos a ver en brebe los daños que padeció este convento y su restablecimiento.

Capitulo 36 Daños que padeció el Colegio de Moral de Carmelitas Descalzos extramuros de

Valencia, titulado San Felipe Apóstol, reunión de esta comunidad y su estado actual. 266. Apenas se instaló el gobierno español después que salieron los franceses de Valencia, día 5 de Julio del año 13, todos los religiosos Carmelitas Descalzos, que en hábitos eclesiásticos moraban en la ciudad, trataron de vestirse como religiosos y estar reunidos en su convento, pero hallaron innumerables dificultades para conseguirlo. Es cierto que en el principio había permisión del gobierno para entrar en sus conventos si estaban habitables. El de los Carmelitas Descalzos no estaba en este estado. Causaba horror sólo el mirarlo; arrancaba lágrimas ver destruido un convento y una iglesia que había tenido veinte y dos confesionarios útiles, y que los días festivos no se veía uno desocupado, y a veces era preciso confesar en los claustros y sacristía a muchos hombres porque había más confesores que confesionarios, y el concurso era tal que muchos días duraban las confesiones desde las cinco de la mañana hasta las doce. En prueba de esta verdad, y de la mucha asistencia que gozaba el pueblo con las misas, sacramentos y asistencia de enfermos, podíamos citar la representación que hizo la ciudad por los años 1790, pidiendo a la Corte permiso para tener abierto el portal de Quarte hasta las doce de la noche, pues entre otras razones que exponían no era la menor decir "que los religiosos Carmelitas Descalzos eran utilísimos por ser los que más asistían los enfermos en la agonía sin separarse de su cabecera, que los fieles por

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esta asistencia gozaban del mayor consuelo, y por lo mismo si no estaba el portal abierto hasta media noche no podían los vecinos llamarles cerrando el portal, y quedaban muy privados de este consuelo. 267. Ya no se podía llamar convento de San Felipe el que anteriormente había sido el refugio y el pañuelo que enjugaba las lágrimas de todas las almas afligidas, donde se reconciliaban con Dios, donde se reunían las voluntades discordes, donde osaba el pueblo y se hallaban más de 60 religiosos prontos para quantos los necesitaban, aunque fuera asistir a los apestados, los que tomaban las unciones en el hospital, confesar y predicar a los encarcelados, a las mujeres de la galera, a los impedidos en sus casas, a los pobres del Hospital, de la Misericordia, del Colegio de Nobles en San Pablo, de la Escuela Pía, y otros etc, etc., pues todo eso y más estaba a su cuidado. Su destrucción, hasta el de la fábrica y piedras de este edificio tan benéfico y religioso fue el grande resultado de la revolución, de los planes e ideas de los que se nos vendían por regeneradores, patriotas y deseosos del bien público. Daba miedo ver la iglesia, desmantelada de todo, tiznadas horriblemente las paredes, sin pavimento, destruidos los altares o convertidos en pesebres, arrancadas las puertas de la iglesia sacristía, las ventanas, los canceles, yerros, vidrios, estatuas, sin quedar ni un dedo de madera, ningún cuadro, lámpara ni confesionario. Hasta los sepulcros estaban abiertos y los cadáveres y huesos esparcidos, despojados de su obscura mansión, rodando entre los escombros y ruinas que levantaban dos varas sobre el pavimento, o por decir más verdad sobre la tierra, porque no quedó ni un ladrillo ni baldosa. Las habitaciones de los religiosos, las oficinas comunes y hasta las escaleras eran un montón de escombros. La mitad de la enfermería sin tejado y arruinadas las paredes, amenazando la ruina total y el mayor peligro a quantos entraban. 268. Es indispensable antes de tratar de las ruinas de nuestro convento declarar (aunque no del todo) cómo sucedió un destrozo tan grande, tanto más quanto jamás hubo saqueo por los franceses. No atribuimos pues a éstos el daño particular, sino a las fatales circunstancias del tiempo, sin entrar a indagar por menor si la horrible destrucción de conventos en toda España, y los considerables robos de quanto había en ellos, así en Valencia como en otras partes donde no se permitió el saqueo francés fue efecto de algún complot oculto y estudiado, manejado por aquellos españoles que querían arruinar las religiones y sus casas según el proyecto de Federico II, rey de Prusia, y conforme de inumerables folletos impresos que de continuo salían contra el estado religioso, y al mismo tiempo que hasta los franceses confesaban ser los regulares los que más se oponían a sus designios de destruir España. Por esto sólo, por malos que fueran los frailes, parece que el gobierno y españoles debían haber cuidado de los conventos y de sus individuos. Pero lo cierto es que los conventos y frailes se vieron entre los dos fuegos, franceses y de malos españoles, combatidos y perseguidos hasta procurar su infamia y total ruina. Procuraron los religiosos ocultar en varias casas los efectos de sacristía, librería, etc. pero todo o casi todo fue descubierto, o por los soplones españoles o robado por los mismos que los recibieron, o en fin por la gente más infeliz, que azonados por otros o por su propia miseria lo destruían todo por sacar un madero o algunos ladrillos. De 20 cálices que teníamos sólo quedaron cinco, de 80 albas doce, y las peores. Custodia, copones, ternos principales desaparecieron con toda la librería, mantas, muebles de cocina, etc. Hasta la enfermería desmontaron por sacar la madera, que vendían casi por nada. Esto hace creer que alguna mano oculta atizaba la necesidad de los pobres, o bien para utilizarse sin sacar la cara, o para que nunca jamás pudieran restablecerse los conventos. La utilidad de los pobres fue muy pequeña, el daño incalculable.

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269. Era pues, imposible entrar a habitar esta casa que horrorizaba. Quiso Dios sin embargo dar ánimo a los religiosos para que vencieran estas y otras dificultades que parecían insuperables. No pasaron cinco días después de la salida de los franceses quando los Carmelitas Descalzos se reunieron todos en casa de D. Pascual Andreu, del comercio de Valencia, y aragonés como todos o casi todos los Carmelitas Descalzos que había: distinguido favorecedor del convento. Allí comenzaron a tratar de los medios convenientes para obtener del gobierno el permiso de entrar en posesión de lo que era propio suyo, aunque no quedaba casi otra cosa que ruinas y escombros sin una puerta, ventana, etc... Parecerá extraño decir se necesitaba licencia del gobierno para poder entrar un propietario en su propia casa destruida por los acasos del tiempo, pero no lo será al que sepa las órdenes de las llamadas Cortes extraordinarias, que no me toca, ni conviene recordarlas. 270. Lo primero que trataron los religiosos y resolvieron fue implorar el favor del cielo y la protección de N. SS. del Carmen cantando el 16 de Julio en que se celebra su fiesta una misa solemne en la iglesia de los padres de la Escuela Pía, con asistencia de todos los Carmelitas Descalzos que había en Valencia, dando gracias a Dios por la libertad del yugo francés. En seguida se trató de hacer una tentativa con el gobierno, solicitando el permiso para entrar los religiosos en su antigua posesión del convento arruinado. Se presentaron a este fin uno y muchos memoriales al señor intendente por medio del P. prior Fr. Joaquin de San Ambrosio, y el del P. Fr Ignacio de San Vicente en nombre de toda la Comunidad. Dábanse largas y rodeos a este negocio, y se adelantaba poco en su favorable y justa conclusión. No demos la culpa a nadie, pues no consistió en miras humanas, que se deshacen como si humo con un soplo cuando Dios quiere. Consistió pues en la voluntad de Dios, que quería apurasen los Carmelitas Descalzos las heces amargas que quedaban en el Cáliz de su persecución y de sus trabajos, para que a fuerza de golpes, y como el oro en el crisol, resplandeciera más el quilate de su virtud. 271. Fue la fortuna ponerse de nuestra parte el señor canónigo Ribero, gobernador de la mitra. Además del afecto y atención particular con que miraba al P. difinidor Fr. Ignacio de San Vicente, había formado muy buen concepto de todos los Carmelitas Descalzos, y era de la opinión que la publicaba sin rebozo de que "la comunidad del Carmen Descalzo era una de las más necesarias en Valencia por el buen nombre que siempre había tenido en fuerza de su exemplo y observancia, con la más constante aplicación al confesionario, púlpito, asistencia a enfermos, y a todo quanto era servicio público y bien espiritual de los fieles" Este señor pues, se inclinó a proteger nuestra causa, y no sólo se prestó benignamente en todo lo que dependía de su jurisdicción, sino que interpuso su influxo con el gobierno. 272. Con esto se logró el 26 de Noviembre del año 1813 la licencia para poder habitar la iglesia, y también se nos dio la posesión juntamente con la sacristía y hermita que hay en la huerta. Tales eran las circunstancia del tiempo que nos obligaban a dar gracias por dexarnos poseer unas ruinas causadas por ser Religiosos, buenos ciudadanos y fieles en defender la justa causa de la religión y de la patria, y que habíamos sido despojados violenta e injustamente por los enemigos de la monarquía. Hízose saber a los religiosos la licencia que había para entrar en lo que ya era suyo propio y gozocísimos de esta feliz nueva, trataron al punto de poner manos a la obra. Se nombraron dos religiosos de actividad para dirigir los trabajos, que fueron el P. predicador conventual Fr. Manuel de San Alberto y el hermano Fr. Gerónimo de la Purísima. El día 27 del mismo mes y año se comenzó a trabajar, sin tener más fondos para obra tan costosa que 2027 reales de vellón dados voluntariamente por los mismos religiosos de los poco que habían podido ahorrar en su dispersión y miserias, ganados con harto sudor y trabajo, descubriendo en esto su

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desinterés, su unión y confianza en Dios , que cuida de todo. Agregáronse a este corto caudal algunas limosnas de los piadosos fieles, que por experiencia conocían la utilidad que producía este convento de Carmelitas Descalzos y sólo sentían no poder alargar más su mano por la extrema pobreza y miseria en que quedaban como todos. 273. Pronto llegó la cosa a punto de pensar en desistir de la empresa a pesar del deseo de los religiosos, que acudían como jornaleros a trabajar y a sacar los escombros: faltaba del todo el dinero. Pero sabido esto por el arriba citado D. Pascual Andreu, sacó la cara para todo, desembolsando desde luego doce mil reales, parte de limosna y lo demás para que lo devolviesen quando estubiera la comunidad corriente y fuera de tantos apuros. Al dinero añadió muchas diligencias personales, acudiendo a la obra como un sobrestante de la comunidad, por manera que el individuo más zeloso del convento no podía hacer tanto ni tomar la cosa con más vivo interés que este aragonés generoso por afecto a los Carmelitas Descalzos, los que de justicia le deben este reconocimiento y gratitud para perpetua memoria. 274. Se trabajó con tal actividad que la obra que muchos creían imposible terminarla por falta de medios, o que si los hubiera debía dudar un año lo menos, y esto sólo para habilitar la iglesia y sacristía, corrió tan rápidamente que el día 5 de Marzo del año 1814, esto es, a los tres meses de comenzada la obra se bendijo la iglesia por el señor vice-rector de San Juan, con asistencia de todo el clero, grande concurso del pueblo y alegría de todos. El siguiente día, primer domingo de Quaresma, dixo la primera misa y puso el SSmo. el P. Fr. Manuel de San Alberto. En el mismo Domingo por la tarde comenzó la misión quaragesimal, y la predicaron el P. Fr. Joaquín de Santo Tomás y el P. Fr. Manuel de San Alberto, aplicándose desde aquel día todos a confesar en su iglesia, celebrando suficiente número de misas y asistiendo a los moribundos y a los fieles en todo. 275. Desde aquel mismo día en que se bendijo la iglesia quedaron algunos religiosos en el convento, o por decir mejor entre sus ruinas, pues no había ni una celda entera. El 13 de Marzo se reunió ya comunidad suficiente y se comenzó a rezar el Oficio Divino en el coro. No podía el demonio mirar todo esto sin hacer alguna de las suyas para desbaratar la obra y dispersar de nuevo aquella comunidad religiosa. Como el convento era un montón de escombros, por manera que no había celda ni pieza con puerta o con ventana, la escalera destruida, las paredes amenazando ruina, sin cocina, refectorio ni sala común donde pudieran guardar nada, ni comer juntos (pues comían en la hermita de la huerta), hubo quien sugirió al gobierno, aparentando caridad, el peligro en que se hallaban los religiosos habitando un edificio arruinado, y por lo mismo debía tomarse providencia para evitar el riesgo haciendo salir de allí los religiosos. Determinó pues el gobierno embiar peritos que vieran la casa, y en caso de haber peligro, mandar a los religiosos que al punto desamparasen el sitio. Por fortuna hubo quien avisó por la tarde, diciendo que a la mañana siguiente vendrían a ver el convento y hacernos salir. Los religiosos se reunieron al momento y tomando un albañil y un peón se pusieron a sacar los escombros de la escalera al toque de oraciones y trabajando toda la noche con luces que procuraban esconder porque se podían ver desde fuera de la casa. Pudieron habilitar la escalera, sin lucirla, pero de modo que ya se podía subir sin peligro. Limpiaron también algunos rincones o celdas obscuras, poniendo unas esteras por puertas, con un gergón o colchón en tierra por cama, aunque ellos no se echaron ni un momento en aquella noche. Con este trabajo y disposición burlaron la intriga urdida por el demonio para arrojarlos segunda vez de su posesión, porque ya aparecía más remoto el peligro. Por lo mismo comenzaron desde aquel día la observancia regular, las confesiones, y

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sobre todo el arreglo de misas seguidas toda la mañana para comodidad de los fieles, que admiraban lo que hacían, la pobreza en que estaban, la incomodidad con que vivían, el trabajo que llevaban, el gozo que les saltaba a la cara al mismo tiempo que los expectadores lloraban de compasión. Este heroísmo no lo conoce el mundo. 276. Para colmo y complemento de este feliz triunfo inmediatamente se supo la venida de nuestro soberano, la ruina de Napoleón, la paz de la Europa y la buelta de nueve carmelitas que habían sido llevados presos a Francia sin haber perecido ninguno en cautiverio tan inhumano. Es verdad que el convento de San Felipe Apóstol de Carmelitas Descalzos en Valencia quedó y queda empeñado con deudas para muchos años, pero el Señor, que comenzó la obra y que no dejó morir de hambre a ningún religioso en el mayor apuro, nos sostendrá felizmente contra las nuevas tentativas del infierno y contra la codicia y ambición que otras veces han movido a que muchos nos persiguieran e intentaran nuestra ruina según el proyecto del llamado el Gran Federico, rey de Prusia, para engañar a los príncipes bajo el cebo de enriquecerse con los fondos de los monasterios, pero que la experiencia veredicta que los bienes de la iglesia mezclados con los profanos sirve más de ruina que de provecho. Y si no, ¿quisiera yo saber quién es el español que hallándose en circunstancias tan apuradas como a la vista está haber quedado todos los regulares, y los Carmelitas Descalzos, mantengan cada día lo menos trescientos pobres con una olla (que puede comerse muy bien) en este invierno de tanta miseria, al mismo tiempo que la comunidad está empeñada en muchos miles de libras, que no hay desayuno de la comunidad, que se ayunan nueve meses al año, que al medio día no se come más que un potage y unos huevos, sin frutas ni regalos, y sin tener el particular ningún arbitrio propio? Pero dexemos esto, que sólo debe insinuarse, para no salir de mi objeto. 277. Y concluyamos con decir que este convento ha descuidado enteramente de quanto podía ser utilidad y convivencia propia; trabajando con más empeño en el bien público, en servir a la patria, y en todo lo que mira al bien espiritual de los fieles que en lo que era más útil a su conveniencia propia. Vimos el abandono total de su convento en la primera venida de los franceses por Moncey sin sacar nada de sus muebles y provisiones, el valor y la caridad comprometidos entre los asesinos, libraron de la muerte a muchos franceses y templaron la pena a los demás con el auxilio de la religión, y con tan grande peligro de sus vidas como lo acredita ver en aquella ocasión no tubieron las infelices víctimas sacrificadas otro favor que el de los regulares, Nosotros fuimos los que sin disputa sostubimos la justa insurrección del pueblo para no ser dominados de los franceses. Nosotros los que más cooperamos al alistamiento de voluntarios con exortaciones, con proclamas y con el exemplo de tomar las armas en el peligro de la patria. Nosotros los que como mayores enemigos de la invasión francesa y de sus máximas impías sufrimos mayor persecución. Nosotros los que en medio de los franceses consolábamos a los pobres con el único recurso que hay en estos casos, y que sólo es capaz de prestarlo la religión, y no la filosofía ni la política. Nosotros los que en Valencia no tubimos ninguno que tomase partido con los franceses, ni aun en Francia en su cautiverio. Nosotros los que jamás habemos solicitados paga ni recompensa por nuestros servicios. Nosotros quizá los primeros que volvimos a vestir el hábito y reunirnos en comunidad. Nosotros los que sin cuidar de habilitar el convento, nos empeñamos en reedificar la iglesia para utilidad de los fieles, sin exigir nada a ninguno. Nosotros los que sin habitación trabajamos como jornaleros de noche para que no nos arrojaran de lo que era nuestro. Nosotros los que casi desnudos, mal comidos y sin los muebles precisos tenemos ya corriente la iglesia, con 8 altares y tres oratorios, diez y ocho confesionarios y la sacristía. Esto es lo más completo que tenemos, aunque nos faltan más de 60 albas, otros

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tantos ábitos, los ornamentos más preciosos y aún los ordinarios, pues casi todos perecieron con los cálices, custodia, copones y toda la plata que teníamos para el culto, pero se ha repuesto lo más preciso e indispensable. Falta aún mucho de lo necesario para la habitación de los religiosos, como es la enfermería y la pared de la huerta, pues no hay ni una pieza común, sino las celdas pequeñas indispensables. Pero vivimos contentos en la pobreza, esperando que Dios cuide de sus siervos, como cuida de los pajaritos según la promesa que Jesu-Chisto: Quaerite primun Regnum Dei. Sea Dios bendito por todo, y adoremos la mano de nuestro Padre que no es menos quando nos castiga que quando nos da felicidades. Si bona suscepimus manu Dei, mala autem quare non sustinemus?


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