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ANTONIO CAPONNETTO
(COMPILADOR)
C a r l o s l b e r t o S a c h e r i
U n m r t i r d e r i s t o R e y
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C o l a b o r a r o n p a r a la p r e s e n t e e d i c i n :
ADALBERTO ZELMAR BARBOSA
F R A N C I S C O B O S C H
A N T O N I O C A P O N N E T T O
ALBERTO CATURELLI
BUENAVENTURA CAVIGLIA CMPORA
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A N T O N I O C A P O N N E T T O
(COMPILADOR)
C R L O S L B E R T O S C H E R I
U n m r t i r d e C r i s t o R e y
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Hecho e l deps i to que o rdena la l ey .
Buenos Ai res , agos to de 1998
( I m p r e s o e n l a A r g e n t i n a )
I S B N : 9 8 7 - 9 8 4 2 6 - 0 - 1
E d i t o r i a l R O C A V I V A
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In t roducc in .
Antonio Caponnetto 11
Aclara cin sobre el contenido de este libro 17
Carlos Alberto Sacheri, en su nombre la lucha contina.
Verbo, marzo de 1975
19
Oracin por el hermano muerto por Dios y por la Patr ia .
Abelardo Pithod
21
Las tinieblas se disipan y se distinguen los bandos.
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Palabras de Monseor Tortolo.
Mons. Adolfo Tortolo
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Carlos Alberto Sacheri, mrtir de Cristo y de la Patr ia .
Vctor Eduardo Ordez
7 9
Sacheri y nosotros.
Federico Mihura Seeber 81
Carlos Alberto Sacheri. 1974-1984.
Bernardino Montejano (h)
91
Carlos Alberto Sacheri, testigo.
Alberto Caturelli 9 3
A 20 aos de su martir io.
Hctor H. Hernndez
103
Tenemos que perdonar.
Jos Mara Sacheri
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I n t r oduc c in
Cuan do nos dispo nem os a escribir estas lneas, a lgo dramtico es-
t ocurr iendo en nuestra patr ia , cuya protesta tal vez sea este el lu-
gar adecuado para formular , y cuya primera denominacin bien po-
dra ser la
de la falsificacin de la memoria.
Ella se ha vuelto generalizada, prepotente y cruel; y resultan tan
hbiles cuan inescrupulosos quienes ofician de profesionales de la
mentira , que no queda ya prcticamente un espacio sin arrebatar por
este traicionero olvido.
Se ha olvidado as, a sabiendas, la existencia del marxismo inter-
nac iona l con su secue la cient f icamente demost rada de c ien mi-
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A N T O N I O C A P O N N E T T O
Pocas veces se vio tan claro aquello de que la guerra y la poltica se
continan; y que si la pr imera no se acota a lo castrense, la segun-
da no suele desentenderse de la contienda.
La subversin creci as en la universidad y en la educacin sis-
temtica, en el sindicalismo y en las agrupaciones obreras, en la par-
tidocracia y en el rea aparentemente inabordable de la ciencia y la
tcnica, en las manifestaciones ar tsticas y en la enseanza general.
Tuvo y tiene su baluarte predilecto en los medios masivos, no omi-
ti tampoco su cuota grande de insercin en las mismas Fuerzas Ar-
madas , y l leg como un dolor punzante y amargo a l corazn
mismo de la Iglesia . La subversin conquist gobiernos y poderes,
y baj o sus tenebrosos amparos, las organizacio nes armadas que la
cobijaron, tuvieron una libertad de accin irrestr icta e impune.
La Argentina no fue la excepcin, sino por el contrar io, casi un
caso piloto de la subversin y del terrorismo marxistas en Amrica.
Cuesta decir lo hoy, y entre nosotros, cuando la susodicha falsif i-
cacin de la memoria ha logrado imponer el mito del holocausto mi-
litar ista contra los defensores de los derechos humanos, y no hay es-
tulto que no repita la fbula de la represin sangrienta frente a ad-
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INTRODUCCIN 13
se privaron de escudarse en cr iaturas para propiciar sus fugas o sus
entue r tos .
As era la Argentina de los aos setenta; prefigurada ya en los l-
timos del sesenta y si se quiere, una dcada atrs, cuando se hicie-
ron oir los primeros escarceos de las clulas armadas.
En esa nacin as sufr iente, as contrahecha e invadida, as de
convulsa mur i un domingo de l ao '74 , en v spe ras de Navidad ,
Carlos Alberto Sacheri. Pero no fue la suya la muerte natural que
nos llega invariablemente por el paso de los tiempos, sino la muer-
te heroica y mrtir del luchador y del testigo. Porque digmoslo una
vez ms y con cr istiano orgullo:
a Sacheri o matan las fuerzas com-
binadas del terrorismo y de la subversin marxistas, ya que saban
de un modo e xplcito que tenan en l a un contrincante formidable
e irreductible.
Lo a ses inan ca lcu ladamente casi podr amos e sc r i-
bir r itualmente, a juzga r por las expresio nes poster iores del g rup s
:
J l l que se ad judic la au tor a ma te r ial de l c r ime n com o sea l de
que su vida y su obra resultaban un desafo y una amenaza a la he-
d iondez dominante .
Vale la pena entonces hacerse esta pregunta: quin era Carlos
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A N TO N I O CA P O N N ETTO
por eso no estaba dispuesto a presenciar inactivo el complot de los
heresiarcas y las ofensas de los prevaricadores. Y escribi ese libro
es tupendo,
La Iglesia Clandestina,
que en man os de otro no hubie-
se pasado del circunstancial panfleto de denuncia contra los males
del progresismo, pero que en su inteligencia arquitectnica se con-
vir ti en el manif iesto de la lucha y de la esperanza cr istiana, en la
doble y necesaria fuerza para recordar la Palabra Verdadera y em-
puar la tralla que expulsara a los mercaderes del templo.
Era Sacheri un hombre del Derecho. Como lo entendan los ro-
manos
-prudentia inris
y como pudo in te l ig i rlo un Toms Mo-
ro o un San Alfonso Mara de Ligorio. Sin el Orden Sobrenatural no
se sostiene el Orden Natural, y sin ste , vano es el ordenamiento de
la ley e inevitable el derrumbe de la Ciudad. Iustitia est ad alterum,
saba con el Aquinate. Y esa alter idad a la que era preciso restituir-
le lo proporcionado, resultaba para l, tanto el hombre singular co-
mo el municipio, la empresa o la aldea, la profesin o el Estado. Su
preocupacin por el bien comn concepto sobre el que escribi
pgin as llenas de exactitud e xpresab a este afn por lo justo que
lo acompa desde sus d a s juveni le s .
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INTRODUCCIN
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gustar al Doctor Anglico, recrendolo antes que repitindolo, exten- .
dindolo antes que anquilosndolo, aplicndolo en todo ms que re-
ducindolo a un manojo de citas. o el Toms catalogado y viviseca-
do de los
CD
para el
persomfcomputer,
sino el Santo Toms vivo y
fresco, perenne y enorme , a quien se le apareci una tarde el buen Je-
ss ofrecindole recompensas por sus empeos, mientras el balbucea-
ra apenas:
Seor, yo no quiero otra cosa ms que Vos mismo.
Era al f in Sacheri, un militante deja Realeza Social de Nuestro
Seor Jesucristo. Tena por programa el
Para que El reine,
por divi-
sa l 'Oinia instaurare in Christo, por promesa el desafo paulino:
es preciso que l reine hasta poner a todos sus enemigos bajo sus
pies.
Y Tena por arma la prctica de los Ejercicios Ignacianos, para
no perder nunca de vista la agona crucial de las Dos Banderas.
Mil i tan te de l Buen Comba te , no e specul jams con acomodos
mundanos , co n a r r ib ismos ocas iona le s o con ca r re ra s promisor ia s
en la poltica menuda, a expensas del testimonio limpio de la Ver-
dad Crucif icada. Y puesto en la mira por su papel de avanzada en
la lucha contrarrevolucionaria , conserv la sencillez y el estilo afa-
ble, propio de los seores y de los elegidos. Humildad y vida sin
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Aclaracin sobre el contenido de este libro
El ar t culo
"Carlos Alberto Sacheri. En su nombre la lucha conti-
na"
apareci como Edi tor ial de la Revista
Verbo,
n
s
150, Buenos
Aires, marzo de 1975, p 5-6. No l leva f i rma, pero su director era en-
tonces Miguel ngel I r ibarne. La
Oracin por el hermano muerto
por Dios y por la Patria,
de Abelardo Pi thod, fue leda por el autor
el 26 de diciembre de 1974, en el homenaje que le r indieran a Sa-
cher i en aquel la fecha, la Facul tad de Humanidades y Ciencias de la
Educacin de la UCA en Mendoza y el Ateneo de Cuyo. Fue publ i -
cada en el nmero preci tado de
Verbo,
p. 7.
Las tinieblas se disipan
y se distinguen los bandos,
es el t tu lo del discurso fnebre pronun-
ciado en el per ist i lo de la Recoleta por Juan Car los Goyeneche, el
23 de diciembre de 1974. Lo incluye asimismo el preci tado n
a
150
de Verbo, p . 9-12. El sentido pleno de una muerte, es el texto del
otro discurso fnebre que, en el mismo lugar y en la misma fecha,
pronunciara Francisco Bosch. Junto con
Sacheri: el mandato de una
accin concertada,
de Adalber to Zelmar Barbosa;
Carlos Sacheri
en la Repblica Oriental
, de Buenaventura Caviglia Cmpora;
An-
te la muerte de Carlos Sacheri,
de Pedro Jos Lara Pea y
Carlos
Alberto Sacheri y la virtud teologal de la esperanza
de Juan Vallet
de Goyt isolo, integran el susodicho nmero 150 de
Verbo
, p. 13-38
respect ivamente.
Carlos Alberto Sacheri, m rtir de la verdadera
paz,
de Juan Antonio Widow, fue publ icado en
El Mercurio,
d e San-
t iago de Chi le, el 7 de enero de 1975. Lo reprodujo
Verbo
en el mis-
mo nmero que venimos ci tando, p . 19-21.
A veinte aos de su martirio,
de Hctor Hernndez, es el texto
del homenaje celebrado el 14 de agosto de 1994, en La Cumbre,
Crdoba, durante el x Congreso del IPSA. Fue publ icado por
Ver-
bo,
n
9
348-349, Buenos Aires, noviembre-diciembre de 1994, p . 7-
17.
Carlos Alberto Sacheri, mrtir de Cristo y de la Patria,
de Vc-
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tor Eduardo Ordez, apareci en
Cabildo,
ao n, n
e
21 , Buenos Ai-
res, 10 de enero de 1975, p. 18-20. Sacheri y Nosotros, de Federico
Mihura Seeber , en
Cabildo,
2da. poca, ao IV, n
s
30 , Buenos Ai-
res, 27 de diciembre de 1979, p. 43-46.
Carlos Alberto Sacheri, tes-
tigo,
de Alberto Caturelli , es el captulo XII de su libro
La patria y
el orden temporal,
Buenos Aire s ,
Gladius,
1993, p303-315.
Las pa-
labras de Monseor Tor olo,
son un fragmento de su prlogo a la
segunda edicin de
El Orden Natural,
Bueno s Aires, IPSA , 1975, p.
v i - v n . Carlos Alberto Sacheri. 1974-1984, de Berna rd ino Monte ja -
no , fue publ icado como
Carta al Lector
po r
Verbo,
n
Q
249 , Buenos
Aires, diciembre de 1984, p. 5-6. Tambin el testimonio de su pro-
pio hijo mayor, e l Dr. Jos Mara Sacheri,
Tenemos que perdonar,
fue dado a conoce r en
Nueva Lectura,
n
9
32, Buenos Aires, octubre
de 1996, p. 36-37, se incluyen en esta edicin.
Por ltimo, se reproducen partes sustanciales de ar tculos que
C.A.S. publicara en
Verbo
nmeros 82, 109 y 121/122. De sus li-
bros
La Iglesia Clandestina
y la com unicaci n que presenta ra al
Quin to Congreso de Lausana , convocado por e l Of f ice In te rna t iona l
des Oeuvres de Formation Civique et action culturelle selon le droit
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en
Car los Alber to Sacher i ,
su nombre la lucha cont inua
Cuando, el 22 de diciembre pasado, fue asesinado Carlos Sacheri, se
pudo dec i r caba lmente : ha ca do un so ldado de Cr is to Rey.
Ese da , la Ciudad Catlica de la Argentina, perdi a su animador
ms lcido y pleno y, a l propio tiempo, gan un poderoso intercesor
en los Cielos.
Nuestros amigos, sus alumnos, los sectores ms esclarecidos de la
opinin argentina, e l la icado catlico dentro y fuera de los lmites na-
cionales, saben del valor , de la pureza y de la fecundidad de su obra
intelectual, de esa obra de la que "Verbo" fue privilegiado vehculo
por ms de una dcada. Redundante, pues, es toda glosa de semejan-
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V E R B O N
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1 5 0
able, se derramaba luego en todos sus actos y relaciones, definidos
por una transparencia infrecuente en esta sociedad y en este siglo.
Tras lo cual, es imperativo revivir su sentido de la unidad. Dispo-
sicin del nimo que no emerga de clculos estratgicos o tcticos,
ni de una simple mentalidad apaciguadora, sino de la clara concien-
cia que Carlos Sacheri tena de la sublimidad del Fin al que haba
consagrado su vida. Enamorado de la Realeza Social de Cristo, saba
distinguir lo esencial de lo accesorio, y no admita que discrepancias
en tomo a lo instrumental, hicieran perder de vista la comunin en lo
fundamental. Nunca se pudo contar con l para intr igas dialectizan-
tes; le jos de ello, en los ltimos aos su persona se convir ti natural-
mente en polo aglutinador de cuantos, en uno u otro frente, desde una
u otra extraccin poltica o cultural, c ifraban las esperanzas naciona-
les en la restauracin del Orden Natural y Cristiano.
Permtase a la Ciudad Catlica enorgullecerse de que los valores
que incansablemente ha sealado como bases de una ascesis del mi-
litante, a lcanzaron tan bella expresin en la vida de Carlos Sacheri.
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Oracin por e l hermano muerto
por Dios y por la Patria
Esta oracin fue leda en el homenaje que la Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educacin de la Pontificia
Universidad Catlica, Mendoza, y el Ateneo de Cuyo rindie-
ron a Carlos Alberto Sacheri el 26 de diciembre de 1974,
festividad de San Esteban Protomrtir.
Carlos Alberto Sacheri, hermano predilecto, camarada
Te a r r eba ta ron , he rmano, te a r r anca ron la v ida como nada .
Te arrancaron la vida a borbotones
y tu sangre que no para
es como una fuente pura y ro ja ,
inmaculada ,
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A B E L A R D O P I T H O D
No no hay muerte repentina
T la miraste venir con ojazos buenos
que no saban mirar sino de frente,
como de f r en te y hace mucho la mirabas .
Fuis te t , lo sabemos. Pe regr ino , desde s iempre la e leg is te .
Pero t, hermana muerte apresurada,
te lo llevaste avariciosa como llevas
las almas predestinadas.
As , Ca r los Albe r to , he rmano, tuv is te la muer te merec ida ,
la muerte repentina de los buenos.
Ahora que ests donde queras,
camarada hu id izo , e sp ranos .
Hasta la muerte hermano,
has ta tu muer te que no nos m erecemos.
Abelardo Pithod
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Las t in ieblas se d isipan
y se dist inguen los bandos
Palabras pronunciadas en el peristilo de la Recoleta el 23
de diciembre de 1974 por Juan C. Goyeneche
Amigos:
Estamos reunidos aqu para despedir los restos de un hombre jo-
ven 41 aos que fue ra aye r v i lmente a ses inado.
Esa juventud no le impidi ser un brillante intelectual y de gozar
de gran nombradla como profesor de f ilosofa tomista .
Desde sus comienzos como estudiante en la Universidad de Laval
en Qu ebec, dond e de d isc pulo de l eminente tomis ta Char le s de
Konick pas, al egresar , a ser colaborador en la ctedra hasta su ac-
tuacin en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Cat-
lica, Sacheri no fue un mero repetidor sino que estableci vnculos de
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J U A N C A R L O S G O Y E N E C H E
Y as, desde su primer ar tculo sobre Mamerto Esqui en la revis-
ta
Presenc ia
en 1955; como luego en
Verbo, Universitas, Premisa,
Cabi ldo , Mikae l , se puede decir que no existe publicacin de pensa-
miento catlico en el pas donde su seguro magister io no haya con-
tr ibuido con importantes aportes.
Las empresas superiores, como aquellas en las que se ve envuelto
la defensa de la Patr ia o el santo nombre de Dios, requieren pureza
en la accin y en el mpetu que la genera.
Ms que un intelectual de vala , ms que un profesor de brillantes
dotes, Carlos Alberto Sacheri era un verdadero apstol. Nosotros vi-
vimos urgidos por el tiempo y la prisa con que acontecen los hechos
de esta historia convulsa y confusa que nos tiene por sus protagonis-
tas. Sacheri conoca muy bien las apremiantes exigencias del aposto-
lado de hoy, tan lleno de Judas que traicionan lo ms sagrado y de Pi-
latos que se lavan las manos.
Saba que el apstol de hoy d ebe trabajar por lograr apstoles bien
formados, intelectualmente claros, apstoles de vida profunda. Por
eso en l, e l intelectual, e l hombre de pensamiento r ico no se agota-
ba en fr as exposiciones escolsticas, sino que sus alumnos eran lle-
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LAS TINIEBLAS SE DISIPAN Y SE DISTINGUEN LOS BANDOS 25
jas, logreros y mediocres tiene hoy, gracias a la ceguera de los que
matan por la espalda, en el e jemplo de f idelidad a sus ideales del
P rofesor Jordn Bruno Genta aye r, y hoy en nues t ro en t r aable
amigo Car los Albe r to Sache r i gu iones a los que seguir y co nduc ta s
a imitar .
f~ Nin gn joven, pues, tiene ya derecho a mirar con desespe ranza a
su alrededor o a lamentarse de su soledad o de la falta de maestros.
Porque ya los tiene, cubiertos de sangre.
Maestros que supieron dar una impresionante leccin, su ltima y
mejor leccin con sus muertes ejemplares.
Por eso debe haber serena alegra en nuestros corazones tranqui-
la paz, como hay gozo en el c ielo, porque las tinieblas se disipan y
se distinguen los bandos: uno que agrupa a las sectas donde se des"-
precia a la Patr ia , se niega nues tra tradicin y se odia a Dios. El otro,
que un e a los que no temen el r iesgo ni se niegan al esfuerz o, si e llos
son requeridos para dar un testimonio es decir , para ser mrtires
por los ms altos ideales que pueda el hombre tener: la Patr ia donde
vio la luz y D ios que le dio el ser .
Como sospecho, con fundamento , que habr aqu ms de un en-
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Cunto grande se podra decir de t , si reparsemos en tus actitu-
des de ciudadano responsable y de argentino f iel a su patr ia . Pero me
es dif cil seguir porque se me nubla la vista .
Carlos Alberto Sacheri, cr istiano f iel, patr iota ejemplar , amigo sin
doblez: descansa en paz. Y pdele a Dios para nosotros que nos prive
del descanso, si no salimos de aqu resueltos a vivir a la altura de tu
ext r aord ina rio e jemplo .
Juan Carlos Goyeneche
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El sentido pleno de una muerte
El siguiente es el texto de las palabras pronunciadas por
el
Dr.
Francisco Bosch, Decano de la Facultad de Derecho
de la Universidad de Buenos Aires, en la Recoleta, el 23
de diciembre de 1974.
La Universidad de Buenos Aires me ha encomendado hablar en este
entierro de Carlos Alberto Sachen, quien en vida fue amigo y maes-
tro de muchos de nosotros, eximio profesor y Director del Instituto
de Filosofa de la Facultad cuya intervencin ejerzo.
Cuando la vida es la "vida buena", la muerte posee un sentido ple-
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F R A N C I SC O M . B O S C H
que creen satisfacer su vocacin por el mero estudio de las abstraccio-
nes pero cuidando siempre de que tales abstracciones no lleguen a
concretarse en frmulas peligrosas. Carlos Alberto Sacheri, sin apear-
se de su condicin de intelectual, supo que en definitiva dicha condi-
cin lo constrea a esgrimir la verdad como una bandera, o como una
lanza cuando el caso lo haca necesario. Frente al marxismo, que se
infiltraba solapadamente en el cuerpo de la Iglesia , no dud en de-
nunciar sus procedimientos y a sus cmplices. Y otro tanto hizo con
el marxismo que tentaba sentar sus reales en el cuerpo de la Patr ia al
amparo de circunstancias polticas que, los eternos enemigos del ser
nacional, creyeron favorables.
Porque fue un maestro comprometido con su tierra y con su Fe, su vi-
da fue tronchada por un asesino. Pero porq ue fue un maestro, en el ms
cabal sentido de la palabra, su vida trasciende a su muerte y nos que-
da a nosotros como ejemplo. Dios guarde tu alma, Carlos Alberto Sa-
cheri; y a nosotro s nos d fuerzas para proseguir , sin mezquind ades ni
grandilocuencias, la lucha que vida en orientaste y cuyo sentido se-
llaste con tu muerte .
Francisco M. Bosch
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Sacheri: e l mandato
de una accin concertada
La muerte Unos creern que la necesitamos para estmu-
lo. Otros creern que nos va a deprimir; ni lo uno, ni lo otro.
La muerte es un acto se servicio.
Jos Antonio
Para todos los que hem os tenido el pr ivilegio de compartir la lucha con
Car los Albe r to Sache r i , su humildad cons t i tu a pe rmanen te e jemplo
de la accin. Humildad de entraa cr istiana que surga del convenci-
miento de sentirse instrumento, servidor, soldado de la causa total de
Cristo Rey. Sacheri no b uscaba la gloria en el obrar , sino que su obrar
estaba orientado al servicio de la mayor gloria de Dios.
La suprema instancia de su muerte no debe cambiar por tanto la
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as intenciones se ester ilizaban por el celo individualista de sus res-
ponsables. Esa mentalidad de cenculo "circuito cerrado" de la ac-
c in que tan ta s veces ha conduc ido a enf ren tamientos mezquinos
entre las propias huestes de Cristo Rey.
Y si esa actitud dialectizante ha impedido toda armnica labor,
igualmente contrar ia a su espr itu resulta la tendencia a aglutinar en
torno a un movimiento nico, monoltico, pero vulnerable tras la apa-
r iencia de una slida validez cuantitativa.
Sacheri combati tanto uno com o otro extremo de la accin. Su me-
todologa, observada en la lcida visin de Jean Ousset, fue la
con-
certacin basada en la complementaridad de aquellas obras que "con-
tr ibuyan dentro de sus lmites y mtodos propios a la instauracin de
un orden econmico, social, poltico y cultural, respetuoso del dere-
cho natural y cr istiano".
Este fue el amplio campo en el que Sacheri despleg su militan-
cia . Su aceptacin de la realidad por tomista , ni utpica ni resigna-
da lo llev a contar con la natural diversidad de los grupos y de
hombres, para su tarea de reconstitucin del te jido social. Accin so-
brenatural por su objetivo, pero poltica en su desenvolvimiento. Ac-
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SACHERI: EL MANDATO DE UNA ACCIN CONCERTADA
3 1
r iencia cotidiana y el aporte doctr inal. Terreno propio de la concerta-
cin, de su mayor extensin depende la conjugacin fecunda de las
obras com plementa r ia s .
Por ltimo, Sacheri saba que para multiplicar esa labor de anima-
cin cvica preciso era dotar a sus responsables de un bagaje doctr i-
nal slido que comprendiera tanto lo contingente como lo sobrenatu-
ral. Sin la visin total e integradora de los dos planos, jams se po-
seera el espr itu de la Obra. Mal podra entonces responderse con
justeza a sus mltiples exigencias. De ah su dedicacin a la forma-
cin de los animadores: sus innumerables cursos, sus ciclos de con-
ferencias, sus notas y escritos que se vieron frecuentemente poster-
gados por la inmensa generosidad con que se prodigaba a quienes re-
queran su presencia, su enseanza, su consejo. De ah tambin sus
frecuentes recomendaciones para que el mayor nmero participara de
los Ejercicios Espir ituales de San Ignacio, inigualable medio de con-
certacin espir itual en tomo al Principio y Fundamento.
Para ese nuevo estilo de la accin poco importan los rtulos y las
ocasionales banderas. Sacheri desech en todo momentos los parti-
cular ismos o el miniaturismo del obrar para convertirse en una inte-
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A D A L B E R T O Z E L M A R B A R B O S A
ba del acier to de su accin concertadora y para sus camaradas, un
manda to ine ludib le .
Que D ios le de la Paz al f in de su com bate y a nosotros no s niegu e
el descanso hasta que sepamos estar a la altura del ejemplo heroico
de su muerte .
Adalberto Zelmar Barbosa
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Car los Alber to Sachen,
m r t i r ce la ve rd ade ra paz
El domingo 22 de diciembre, en el barr io bonaerense de San Isidro,
cuando volva de misa con su mujer y sus hijos, fue asesinado.
El 7 de marzo de 1974, al redactar el estudio preliminar a unas
obras del padre Julio Menvielle , su maestro muerto pocos meses an-
tes escriba que "el retomo pleno al ideal cr istiano de la vida" es lo
nico que puede devolvernos la paz, "la autntica y nica Paz, que
anuncia el apstol San Pablo a quienes aceptan morir en Cristo, para
resucitar con l".
Saba que, en los ltimos meses, por hacer lo que haca arr iesgaba
la vida. Y lo que haca era procurar para la Iglesia y para su Patria el
recto orden fundado en la Redencin y en la ley natural. En esto tra-
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J U A N A N T O N I O W I D O W
La segunda caracter stica es tambin rara entre quienes trabajan
por la misma causa por la que vivi y muri Carlos Sacheri: la perse-
verancia. No era de los hombre s que actan al son de entusiasmos, si-
no de los que, conociend o un f in y querindolo, se dir igen hacia l con
serenidad, venciendo obstculos y comunicando ponderacin all
donde la euforia o el desaliento circunstanciales de los otros desdibu-
jan la objetividad de la tarea por hacer . Fue una de esas personas ex-
cepcionales que nunca cedi a ese "cansancio y desercin de los bue-
nos" de que tanto se lamentaba San Po X.
Lo que ha dejado escrito es poco, si se lo compara con la huella
que deja al morir en sus cuarenta aos de edad. Los ttulos dan una
idea de sus principales preocupaciones: "Funcin del Estado en la
economa social"; "Estado y educacin"; "La Iglesia y lo social";
"Naturaleza humana y relativismo cultural"; "Naturaleza del Magis-
ter io" y por ltimo, el libro en que denuncia, con profundo conoci-
miento y mucha caridad, la erosin y autodemolicin de la Iglesia Ca-
tlica, "La Iglesia clandestina", publicado en 1970.
Cuarenta aos de edad, siete hijos, e l mayor de trece aos. Muerto
de un tiro cuando volva de misa. Lo nico que puede dar sentido a
esto, lo nico que puede impedir que brote, en los que fuimo s sus ami-
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Carlos Sacheri en la Repbl ica Oriental
Recuerdo y s mbolo
Fue en la que result ser su ltima disertacin en Montevideo, que tu-
vo lugar en la noche del 26 de noviembre de 1974, veintisis das an-
tes de su inicuo asesinato.
Luego de su conferencia de la tarde sobre "Esencia de la Civiliza-
cin Occidental" y en otra sala habl, ante una concurrencia reduci-
da, seleccionada en vir tud de lo delicado del tema: "Situacin polti-
ca argentina".
Su palabra, siempre clida y humana, haba ido separando con qui-
rrgica precisin y dejando en descubierto, las diversas facetas de la
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BU EN A V EN TU RA CA V I G LI A C MP O RA
fectamente identif icado con orientales como nosotros y, en cambio,
nada lo poda unir a los integrantes del "ER P" por ms argentinos que
sean legalmente.
Evocamos esta observacin de Sacheri porque ella nos parece muy
exacta y un smbolo de su actuacin en nuestro pas. Nuestra expe-
r iencia nos indica que en los aos en que visit asiduamente Monte-
video, nunca recordamos a su respecto la diferencia de nacionalidad.
Cierto es que entre argentinos y orientales existe gran hermandad, pe-
ro an as puede haber matices diferenciales, que en el caso concre-
to no los advertimos porque no existan o porque quedaron sumergi-
dos en la r iqueza de la misma doctr ina, de los mismos planteos te-
r icos y prcticos, de los mismos ideales, de la misma prdica. Es que
las grandes verdades no tienen fronteras y valen para la humanidad
entera.
Valores intelectuales
Lueg o de este recuerdo que destaca un aspecto interesante de la ac-
tuacin de Sacheri en el Uruguay, el haber sido para nosotros no un
extranjero sino uno de los nuestros, debemos evocar su personalidad
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CARLOS SACHERI EN LA REPBLICA ORIENTAL 3 7
tada debido a su alta calidad hum ana: su modestia , su sencillez, su bon-
dad, su cordialidad, frutos todos de una autntica caridad sobrenatu-
ral que hacan doblemente ef icaz su prdica pues ella caa en nimos
preparados por las simpata .
Sin embargo, su semblanza no quedara completa si no se mencio-
naran su f irmeza de carcter y de convicciones, su constancia y sus
destacadas dotes de prudencia y de consejo. Su sentido religioso y su
piedad lo convertan en un verdadero caballero cr istiano.
En resumen, podemos decir que la extensin e intensidad de su
gravitacin e inf luencia se debieron a la calidad y autenticidad de sus
valores intelectuales, morales y sobrenaturales.
La razn de su vida
Las circunstancias de la muerte de Sacheri revisten un simbolismo
especial, pues fue asesinado en ocasin del cumplimiento de sus de-
beres religiosos, del precepto dominical de la Misa.
Su muerte tuvo cier to aspecto de asesinato r itual, cometido, dir a-
se, por sectas de inspiracin satnica que quisieron f irmar su cr imen,
dejar su impronta de odio a Dios y a la Religin de Cristo.
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3 8 BU EN A V EN TU RA CA V I G LI A C MP O RA
Y a esa situacin conv ulsa no se le encuentra la salida qu e evite caer
en la e sc lav i tud comunis ta , porque e l mun do mod erno , tan progres is -
ta en las ciencias experimentales y en lo tecnolgico, adolece por el
contrar io de un inmovilismo total, de un total conservadurismo res-
pecto a las ciencias humanas y sociales. Porque sucede que ese mun-
do moderno , con un increble espr itu inmovilista , conservadurista , per-
man ece aferrado a la caduca y fracasada ideologa dieciochesca en ba-
se a la cual se deline. Ideologa que, en sus doscientos aos de anti-
gedad, pudo exteriorizar todas sus potencialidades dainas. Las uto-
pas que constituyen esa ideologa desembocan f inalmente en el mar-
x ismo y e l comunismo porque s tos no cons t i tuyen s ino una e tapa
ms en la misma ruta utpica; son las consecuencias f inales de las
premisas erradas a las que no se quiere renunciar .
Por tanto, mientras el mundo, las sociedades modernas con ese
conservadurismo, con ese inmovilismo increble , se sigan aferrando
a las mismas bases ideolgicas caducas, no podrn adoptar el sano re-
formism o que curando r ea lmente los profundos ma les mora le s , in te -
lectuales y sociales, termine de una vez con el peligro de la cada en
e l marxi - comunismo, de o t ro modo inevi tab le .
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CARLOS SACHERI EN LA REPBLICA ORIENTAL 3 9
t inacional respecto a la importancia de lo doctr inario, no es compar-
tida por la Contrainsurgencia, que ve con indiferencia cmo les arre-
batan a hombres de la jerarqua de Sacheri o similares.
Lo que la contrainsurgencia ignora
Los tratados militares sobre guerra subversiva ensean que ella es
ideolgica y poltica. Sin embargo, los conductores responsables de
estudiar esa guerra y de comandar la Contrainsurgencia no profundi-
zan en esos caracteres ni sacan todas las obligadas consecuencias in-
herentes a los mismos.
Porque si la subversin se apoya en la ideologa marxista que ins-
pira la estrategia de su agresin psicopoltica, en qu bases ideol-
g icas se apoya r la Contra insurgenc ia e insp i r a r su e s t r a teg ia?
La Contra insurgenc ia sabe mejor d icho , debe r a sabe r que
nuestras sociedades estn basadas en la ideologa liberal que consis-
te tan slo en la "neutralidad ideolgica", en el respeto de todas las
ideologas por igual, incluso de la marxista: en la absoluta
"esterili-
dad doctrinaria". No atiende ms que a cier tos aspectos formales
que de ninguna manera cierran el paso al comunismo y a su conquis-
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BU EN A V EN TU RA CA V I G LI A C MP O RA
sidad imp eriosa que tien e de l para lograr el tr iunfo de su causa. Por
eso no los escucha, no los utiliza, no los apoya, no los defiende y los
deja asesinar pese a que tales especialistas escasean y frecuentemen-
te son insustituibles.
Por eso, si la Contrainsurgencia espontneamente y por s misma
no ha logrado captar toda la vital importancia de ese servicio de apo-
yo doctr inario, que caiga en la cuenta de esa importancia al observar
cm o el enemi go se preocupa de quitar le a ella la mera po sibilidad de
aprovechar en el futuro, lo que hasta ahora desperdici.
El trgico desinters de los conductores responsables de la C ontrain-
surgencia por el problema ideolgico y por los pocos expertos dispo-
nibles, demuestra la gravedad de la cr isis intelectual en que est su-
mido el mundo moderno. Porque lo real es que ni an los supuesta-
mente defensores del orden contra la agresin subversiva, si bien no
dejan de reconocer tericamente el carcter ideolgico que ella revis-
te , ni aun ellos perciben la necesidad del arma doctr inaria y les pare-
ce secundaria la lucha en el campo intelectual.
Tales defensores del orden y conductores de la Contrainsurgencia
estn anclados en Clausewitz cuando los acontecimientos histricos
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CARLOS SACHERI EN LA REPBLICA ORIENTAL
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sino para ser arrojada y pisada de los hombres" (S. Mateo, 5, 13) .
Sacheri, sin arrogarse prerrogativas que no le correspondan, cum-
pliendo simplemente sus deberes de catlico bautizado y confirma-
do, y basado en las enseanzas y advertencias pontif icias y en s au-
toridad de f ilsofo cr istiano, luch como bueno contra el "conglome-
rado de todas la s he re j a s" que e s e l neomodernismo-progres is ta .
Que aprendan de l y que se corr ijan mientras estn a tiempo de
salvarse, aquellos a quien por boca de Isaas (56,10), Dios anatema-
tiz tratndolos de "perros mudos", que no ladran para aler tar contra
el enemigo .
Su sangre no quedar estril
El asesinato de Sacheri es algo monstruoso e inaceptable m oralmen-
te hablando, pero si Dios lo permiti por algo ser.
En primer lugar , ya tuvo por efecto conmover a aquellos ms pr-
ximos y hacerlos meditar acerca de si para la Gran Causa daban co-
mo l, e l mximo posible . Y tambin, en aquellas personas slo peri-
fr icamente vinculadas a Sacheri, cre una ola de interrogantes hacin-
doles pensar qu importancia trascendental tendra su prediccin y
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Ante la muerte de Carlos Sacheri
Escribo estas lneas frente a un retrato de Carlos Sacheri, que tengo
sobre mi escritor io, donde aparece l sentado junto a Mara Marta y
seis de sus hijos. La foto con las diferentes poses y piruetas de los chi-
cos est toda llena de alegra , de vida y de calor fam iliar . . .
Hoy sirve para recordarme, adems de la admiracin y del afecto
hacia el amigo ya ido, el sentido trgico de la presente vida y el va-
lor del sacrif icio heroico de aquellos que se constituyen en soldados
de Cristo en este Mundo.
Conoc a Carlos Sacheri en Buenos Aires, en un Congreso del IP-
SA, all por los aos de la dcada del sesenta. En las sesiones del
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4 4 P E D R O J O S L A R A P E A
Estaban de moda para ese entonces en Caracas, las tesis ideolgi-
cas del discutido jesuta Teilhard de Chardin. En los medios del pro-
gresismo catlico hacan furia .
La expos ic in que h izo Sache r i fue magis t r a l . En dos confe ren-
cias contradictorias desbarat las tesis errneas de Teilhard espe-
c ia lmente sobre la grac ia y la v ida sobrena tura l , y jus t i f ic e l Mo -
nitum de Juan XXIII , que calif icaba de errneas las tesis de Teilhard
y prohib a su d i fus in en los Semina r ios y en los medios de educa -
cin catlica.
La conferencia que dict sobre Santo Toms fue singularmente lu-
min osa. Casi podra decir que rehabilit en nuestro medio la f igura del
Doctor Anglico a la que las corr ientes progresistas haban desacre-
ditado un tanto, haciendo que se tuviera al vocablo "escolstico" co-
mo s innimo de an t icuado y de inse rv ib le .
Escuchar la fundamentada reivindicacin de las tesis tomistas, en
boca de un hombre poseedor de una juventud radiante y de una loza-
na intelectual esplendorosa, era cosa que sin duda alguna impresio-
naba. Y afectaba a muchos viejos que se las queran dar de modernos,
esgrimiendo tesis antiescolsticas ya superadas por la cr tica f ilos-
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ANTE LA MUERTE DE CARLOS SACHERI
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un mentiroso si dijera que slo sentimientos de paz, de resignacin,
de conformidad cristiana se me vienen a la mente. Tal cosa sera ha-
cer gala de una elevacin muy superior a mi desarrollo espir itual.
La conformidad con el hecho irreversible de la muerte , la impo-
ne la fe en Dios y hasta la fuerza misma de las cosas. Pero esa con-
formidad no puede se r una conformidad pas iva ; una r e s ignac in pre -
ada slo de abulia; que muchas veces bajo la fementida capa de re-
signacin cr istiana, slo incuba una posicin de comodidad y de in-
diferencia. . .
La muerte de Sacheri, es una muerte que no puede producir slo
un sentimiento de ausencia o de dolor por la prdida del amigo que
se va, o del valor intelectual que desaparece en la causa en que mili-
tamos. En la muerte de Sacheri hay algo ms.. . La forma de su muer-
te es impactante. Hay en ella algo que remueve las entraas, que con-
mociona las f ibras ms ntimas del alma.
Ins t in t ivamente , e spontneamente , humanamente ocur re a l a lma
el sentimiento de venganza merecida. . . Pero tambin ocurre al a lma,
la conviccin de que la venganza nos est prohibida a nosotros por
nuestra fe . Eso es cier to. Ese es un camino vedado por una barrera
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l l
Carlos Alberto Sacheri y la virtud
teologal de la esperanza
Conoc a Car los Alber to Sacher i en Lausanne, siendo l profesor de
Fi losof a de la Universidad Laval del Canad, cuando con esta inves-
t idura y como Delegado de la Ciudad Catl ica de Buenos Aires pre-
sidi durante el V Congreso de "Off ice Internat ional" el 6 de abr i l
de 1968, la conferencia del i lust re escr i tor Marcel Clment : "Quie-
ro agradecer tambin dijo en su salutacin al equipo direct ivo
del Off ice Internat ional , que ha tenido a bien invi tarme a presidir es-
ta sesin, quer iendo sin duda subrayar , ms al l de mi persona, el es-
fuerzo complementar io de las frmulas de accin tan diversas como
las de la Ciudad Catl ica de Buenos Aires, plenamente consagrada
a la accin doctrinal y a la animacin cvica, y a esa otra de la Uni-
versidad Laval , en Quebec, que ha venido real izando desde hace
treinta aos una verdadera renovacin de la F i losof a ms actual en
tanto ms t radicional" .
En "Verbo" espaol 126-127, de junio- jul io-agosto 1974, tuvimos
el honor de publ icar su comunicacin al Congreso Tomista de G no-
va de la Asociacin Internacional Fel ipe n , "La just icia conmutat iva
y la reciprocidad de cambios".
Por l t ima vez, siendo l profesor t i tu lar de Metodologa Cient f i -
ca y Fi losof a Social de la Universidad Catl ica Argent ina, profesor
t i tular de Fi losof a e Histor ia de las Ideas Fi losf icas en la Facul tad
de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, nos vimos y conver -
samos, almorzando juntos, en Buenos Aires hace poco ms de un ao.
Recuerdo bien los comensales ramos seis y retengo bastante lo
que al l hablamos.
Car los Alber to Sacher i , acendradamente bueno, catl ico fervien-
te, i r radiando fe, esperanza y car idad, joven an, era ya un sabio,
aunque con su modest ia t rataba siempre de que pasara inadver t ido.
Conocedor r iguroso y pro fundo de las obras de Santo Toms de Aqui-
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B U E N A V E N T U R A C A V IG L IA C M PO R A
no su l t imo ar t culo monogrf ico, publ icado en Mikael N
6
5 , fue:
"Santo Toms y el orden social" se hal laba completamente al da
en el conocimiento y cr t ica de las nuevas tendencias f i losf icas y so-
ciales.
En estos momentos, en el recuerdo que guardamos de l predomi-
na la resonancia del contenido profundo de las palabras que en Lau-
sanne, en la primavera de 1968, dedic a la virtud teologal de la es-
peranza, que inici formulando estas preguntas: "por qu se ar reme-
te con tal encarnizamiento a la pet i te f il ie esprance, como le gus -
taba l lamar la a Peguy? Qu t iene esta vi r tud sobrenatural que tan vi-
vamente choca con el espr i tu de la Revolucin Moderna?"
En lugar de hablar de l , prefer imos esc uchar le a l mismo. A di-
ferencia de la car idad, recordaba Car los Alber to , " la esperanza con-
templa al hombre en su propia condicin, que es la de un ser inaca-
bado
ho m o v i a to r
it inerante, siempre en t rance de esperar su
f in, siempre p reocupado por su f in" . Su objeto propio "sobrepa sa al
hombre y siempre lo sobrepasar", pues ese objeto es Dios mismo, cap-
tado en el ref lejo de nuestro acto de fe como soberano nuestro y nu es-
t ra eterna beat i tud. San Pablo lo expres: "Tenemos una esperanza
que nos hace penetrar hasta el interior del velo. En la maravillosa ar-
qui tectura de la vida sobrenatural , las t res vi r tudes infusas se ordenan
una a las ot ras, de tal modo que la fe est al pr incipio de la espe ran-
za (ya que no es posible esperar pod er contemplar un da a Dios, tal
cual Es, si no creemos previamente en l y en su palabra) e igual-
mente la esperanza se ha l la en el pr incipio de la car idad (pues, c-
mo amar ese Dios inf ini to sin conf iar en su socor ro?: Mi gracia te
basta)" .
Sacher i ha alcanzado sin duda la meta de esta esperanza, pues es-
per en el la y vivi conforme a el la.
No le pas lo que deca de los filsofos modernos, que "han ca-
do, unos t ras ot ros, en los pecados contra la esperanza que Santo To-
ms descr ibe en su Summ a Teolgica: el pr imero es la presuncin, el
segundo es la desesperacin. La presuncin, que es uno de los peca-
dos contra el Espr i tu Santo, consiste en que el hombre se apoya en
los poderes dimanantes de Dios para encontrar lo que el contradiga,
o simplemen te en el hecho de exagerar nuestro propio valor personal .
Comporta, pues, la aversin al Bien inmutable y una conversin al bien
perecedero. En cambio, la desesperacin proviene de que el hombre
CARLOS SACHERI EN LA REPBLICA ORIENTAL
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no espera par t icipar en s de la divina per feccin de Dios. Precisa-
mente. Qu hal lamos cu ando examinamos c on esa luz las cor rientes
modernas de la filosofa? Las ms acabadas variantes de la presuncin
y del orgul lo . Cm o si no cal i f icar la tentat iva car tesiana y posi t ivis-
ta de conocer lo todo por el nuevo mtodo universal? Y la ereccin
del deber kant iano en nica norma moral? Cmo designar el Es-
pr i tu Absoluto de Hegel , que hace real a toda cosa po r el solo hecho
de pensar la? Feuerbach designa su propia doctr ina como un antro-
potesmo. Marx declara: El hombre es el ser absoluto para el hom-
bre", mientras Nietzsche dice: Si hubiera dioses, cmo aceptar a yo
no ser Dios? Por lo tanto, Dios no existe. Y Teilhard, que nos ins-
tala gratui tamente en el confor table t ranva de la evolucin pleromi-
zante y nos conduce en l nea recta al En-Adelante?. . . Con toda razn
el histor iador Emest Cassi rer ha dicho que, a par t i r del Renacimien-
to , la f i losof a moderna no ha hecho sino at r ibuir al hombre todas las
per fecciones que la teologa cr ist iana at r ibua a Dios".
"Si por ot ra par te aada volvemos la mirada hacia las for -
mas del pe simismo, cmo cal i f icar a los f i lsofos relat ivistas, h isto-
ricistas, al psicoanlisis freudiano, a los filsofos del devenir y de los
valores, la t ica de la si tuacin, que niegan al hombre toda posibi l i -
dad de acceso a las verdades abs olutas. Y nuestro caro Jean-Paul
Sar t re, que def ine al hombre co mo una pasin int i l? (digamos de
pasada que si es int i l , porqu poner tanta pasin respecto a l?) .
stas son las f i losof as de la desesperacin, del absurdo y, por consi-
guiente, de la nada".
Pero en estos pensadores, el orgul lo o la desesperacin no es sino
y dev uelvo hasta el f inal la palabra a Car los Alber to Sacher i "la
negacin de la esperanza cr ist iana", que es " tan vieja com o el mismo
Adn". N o signif icaba otra cosa Peguy cuando deca que "el ms vie-
jo er ror de la humanidad" era la creencia de que nunca haba habido
nad tan bueno, tan bel lo , como lo alcanzado en nuestros das. Su bo-
bada que lo es consiste en no saber ver que todo esto , que bus-
can ciega y desesperadamen te, nos lo haba prometido Cr isto ya ha-
ce mucho t iempo. Pues, que "sobrepasar" es super ior al logro de la
visin de Dios cara a cara? Qu "desar rol lo" ms elevado puede ha-
ber que el logro desd e aqu de la par t icipacin en la vida divina por
la gracia? La ciencia del bien y del mal no es sino la sabidur a de
Cr isto . Qu dicha es super ior a la vida vir tuosa? Qu orden social
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JU A N V A LLET D E G O Y TI S O LO
es ms armonioso que el de la Ciudad cristiana respetuosa de Dios y
de la ley natural?"
"A todas aquellas divagaciones la conciencia cr istiana opone un
n o simple y radical. Rechazamos los landemains qui chantent, pues
se convierten en rechinar de dientes, rechazamos la sociedad sin cla-
ses que no es sino una mquina del despotismo totalitar io y tecnocr-
tico, y por encima de todo rechaza mos q ue la Iglesia deba intentar sal-
va r se convir t indose a l Mundo , pues to que com o aprendimos en e l
humilde catecismo de nuestra niez solamente la Iglesia ha recibi-
do la promesa de la vida eterna, y siempre respond eremos a este mu n-
do sin brjula , con estas palabras de Bernanos: No son nuestra an-
gustia ni nuestro temor lo que nos hace aborrecer al mundo moder-
no; lo aborrecemos con toda nuestra esperanza".
"El cr istiano, animado por la esperanza sobrenatural, se halla ms
all del pesimismo y del optimismo. Sabemos que nuestra vida es una
mezcla de Pasin y de Resurreccin, y en este ao de nuestra fe (que
tambin es el de nuestra esperanza) , con Job (pues Job y el Apocalip-
sis son las lecturas para los tiempos de las grandes pruebas) , repeti-
mos en alta voz: S que mi Redentor vive y, por eso, que resucitar
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Civi l izacin y Culturas
Ofrecemos a continuacin el texto de la comunicacin pre-
sentada por Carlos Sachen al Quinto Congreso de Lausan-
ne, convocado por el Office International des oeuvres de
formation civique et action culturelle selon le droit naturel
el chretien para tratar el tema Cultura
y
Revoluc in , rea-
lizado los das 5 y 7 de abril de 1969. Esta exposicin refle-
ja apretadamente puntos esenciales del pensamiento de nues-
tro amigo cado frente a la contempornea crisis de la civi-
lizacin y constituye, indudablemente, una segura orientacin
en el combate cultural de nuestro tiempo. Este texto ya fue
publicado en elN
s
127 de "Verbo", bajo el ttulo de "Natu-
raleza humana y relativismo cultural".
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CA RL O S A L BE RT O S A CH E RI
do de "el desarrollo de ciertas facultades del espritu por medio de ejer-
cicios intelectuales apropiados" (Cf . Paul Rober t ,
Dictionnaire alp-
habtique et analogique de la langue fi-ancaise.
P.U.F., Pars, 1953)
Esta l t ima impostacin expresa el contenido t radicional de la pa-
labra cul tura (Cf . Mathew Arnold,
Culture and anarchy,
1869), tal co-
mo se lo reencuentra en el lenguaje cor r iente contemporneo. Como
sinnimo de una cier ta per feccin intelectual se habla, por ejem-
plo, de un "hombre cu l t ivado" hunde sus races en la paideia gr ie-
ga, en la humani tas ciceroniana y en las ar tes l iberales.
En cambio, la palabra cul tura, segn se la usa en sociologa y en
antropologa, indica un sistema o un conjunto de t ipos de compor ta-
miento que se expresan socialmente por medio de smbolos (Cf : Kroe-
ber and Kluckon,
Culture, a critical review ofConcepts and Defini-
tions, Peabody Museum of Harvard Universi ty , Cambr idge, Mass. ,
1952) . Esto se debe a la adopcin del trmino alemn
kultur,
el cual
sin excluir en manera alguna la idea de per feccin intelectual (mejor
t raducida por la palabra
bildung),
l lega a incluir todas las manifesta-
ciones o act ividades humanas, tanto personales como sociales. Cier -
tos histor iadores alemanes han aumentado la confusin reinante, sea
concibiendo la civi l izacin como el ocaso o la esclerosis de la cul tu-
ra (Cf: O. Spengler,
Der Untergang des Abendlandes,
Beck, Munich,
1920, Vol I, p. 154), sea, al contrario, ampliando el sentido de civili-
zacin para des ignar el vr t ice o la ms al ta expresin de los valores
espirituales, religiosos, artsticos, filosficos, dejando a la palabra cul-
tura la funcin de aludir a las real izaciones menos per fectas de la
coeiades med ias (Alf red Weber ,
Ideen zur Staats-und Kultursoziolo-
gie,
K ar lsruhe, 1927, ps. 5-6) .
Est imo que la causa de tal mul t ipl icacin de acepciones diversas,
y an opuestas, es, por una parte, la relativa novedad de los dos tr-
minos y, por ot ra, el hecho de que uno y otro no designan real idades
estables y def ini t ivas, sino realidades al tamente dinmicas, movimien-
tos o procesos en constante interaccin, simple manifestacin de su
vi tal idad (CF: Arnold Toynbee,
A Study ofHistory,
Oxford Univer -
sity Press, London, 1936, vol. n, p. 176 y vol. El, p. 383).
En resumen, y a pesar de la diversidad de sent idos que reciben,
cul tura y civi l izacin aparecen como sinnimos que expresan un es-
t i lo de vida comn a cier tos pueblos, fundado sobre los valores de
una t radicin social que se manif iesta y que vivif ica sus inst i tuciones,
CIVILIZACIN Y CULTURAS
5 3
sus l i teraturas y sus ar tes. La nica dist incin fundamental que creo
leg t ima entre estas dos palabras es la siguiente: la cul tura se def ine
sobre todo en la perspectiva de la inteligencia y de los hbitos que la
rect i f ican ( las ciencias y las ar tes) ; mientras que civi l izacin se ref ie-
re par t icularmente a las cual idades huma nas o hbi tos que rect i f ican
al civis, el ciudadano, por ejemplo: las vi r tudes morales y , entre s-
tas, las que se ref ieren ms d irectamente a la vida social y si rven de
fundam ento a la convivencia: la for taleza, la just icia y la prudencia.
En el contexto d e las ref lexiones siguientes, y sin olvidar el mat iz
que acabo de enunciar , he de reservar la palabra civi l izacin para sig-
nif icar el reconocimiento colect ivo de una jerarqua de valores socia-
les fundamentale s, mientras que cul tura expresar el conjunto de ma-
nifestaciones o expresiones de la vida humana en un pueblo determi-
nado. La pr imera revest i r, pues, cier ta universal idad, en tanto que
cul tura aludir pr imordialmente a las manifestacione s diversas y muy
circunstanciadas de cada pueblo o nacin, segn las di ferencias geo-
grf icas, l ingst icas, sus costumbres y t radiciones, sus incl inaciones
par t iculares, etctera.
Habiend o ya precisado el sent ido de las palabras, resta la del icada
tarea de intentar responder a la siguiente cuestin: es o no posible for-
mular un juicio de valor sobre la per feccin de una cul tura par t icular
o de un perodo cultural en relacin a otros?
Diversidad cul tural y relativ ismo cul tural
La respuesta de los antroplogos y socilogos contemp orneos es,
la mayor par te de las veces, negat iva. Herederos inconscientes de un
nominal ism o f i losfico cuyo alcance ignora, esas discipl inas han de-
sar rol lado con f recuencia una act i tud profundamente relat ivista, so
pretexto de "r igor cient f ico" y de "neutral idad valorat iva". Dentro
de ese contexto, cada cul tura no es considerada ms q ue como un sis-
tema social que ha determina do sus propios valores, sus propios ele-
mentos const i tut ivos y sus propias inst i tuciones y smbolos, de suer -
te que ser a utpico y no cient f ico pretender determinar , ms al l de
la extrema diversidad de las manifestaciones cul turales, una jerarqua
objet iva de valores. Un solo texto bastar para ejempli f icar esta act i -
tud: Bronislaw Malinowsk i af i rma, en su obraFreedom and Civiliza-
tion,
que la l iber tad no puede ser objeto de discusin fuera del mar-
co preciso de una cul tura dada: "El conc epto de l iber tad no puede ser
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def inido sino en referencia a seres humanos organizados y dotados de
motivos cul turales, de t i les y de valores, lo que implica ipso facto la
existencia de la ley, de un sistema econmico y de u na organizacin
pol t ica en una palabra, de un sistema cul tural ( . . . ). Descubr imos en
todo esto que la libertad no es sino un regalo de la cultura" (op. cit.,
New York, 1944, ps. 25 y 29) . S in negar , evidentemente, que las m o-
dal idades de expresin de la l iber tad var an considerablemen te y son
condicionadas por el grupo social , el lo no impide que la nocin uni-
versal de un acto l ibre debe ser acentuada, no slo por el la misma, si -
no tambin para rendir cuenta ms apropiadamente de tal diversidad
y condicionamiento. Para un nm ero considerable de autores, la cul-
tura reviste los caracteres de un todo superorgnico (Spencer ) , que
determina la conducta individual sea por va de la coaccin (Durkheim)
o de inconsciente colect ivo ( Jung, Gza Ro heim) , o de relaciones de
produccin (Marx) , o de imitacin (Tarde) o de herencia social (Boas,
Malinowski) . . . Clark Wissler lo ha expresado claramente: "El hom-
bre elabora la cul tura porque no puede actuar de otro modo; hay una
tendencia (
d r i v e
) en su protoplasma que lo empuja adelante, an con-
t ra su voluntad.. . De al l que todo punto de vista que descuide la ba-
se biolgica de la cul tura y , en par t icular , la respuesta ref leja, se re-
velar inadecuado"
{Man and his Culture,
New York, 1923, ps. 265 y
278).
Existen, sin embargo, algunas fel ices excepciones a estos enfoques
estrechamente posi t ivistas del hombre y de la cul tura. As , por ejem-
plo, David Bidney af i rma que: "El carcter cul tural de la personal i -
dad presupone la naturaleza humana como su necesar ia condicin.
As , la naturaleza humana debe ser enfocada
sub specie aeternitatis
como integrando el orden natural , y
sub specie temporis
en tanto pro-
ducto de la exper iencia cul tural . Los dos ngulos son complementa-
r ios y ambos esenciales para una real comprensin del hombre en so-
ciedad"
{Theorethical Anthropology,
Columbia Universi ty Press, New
York, 1960, p . 9) . Es precisamente a este doble pu nto de vista que se
ref iere la dist incin que planteamos entre civi l izacin y cul tura.
Relativ ismo moral y posi tiv ismo jurdico
Impor ta examinar breveme nte las causas de las act i tudes posi t ivis-
tas y relat ivistas, tanto ms cuanto que el las se han difundido rpida-
mente fuera de los c rculos erudi tos, al punto de const i tui r uno de los
CIVILIZACIN Y CULTURAS
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sof ismas ms profundamente enraizados en el hombre de nuestro
t iempo. Me l imitar a enumerar las causas que me parecen pr incipa-
les, para detenerme luego en la consideracin de la ltima de ellas. En
primer lugar, tal relativismo se explica por la transformacin excesi-
vamente rpida de las condiciones actuales de vida; el progreso tc-
nico se desar rol la hoy a un r i tmo tal y alcanza tales per fecciones que
uno se siente espontneamente l levado a creer que todo en el pasado
ha sido infer ior (confusin del progreso tcnico y el progreso mo ral) ;
ese progreso tcnico nos ha imp uesto lo que C. S . Lewis l lama, en
De
Descriptione Temporum,
una nueva imagen arquet pica: la imagen de
las viejas mquinas que van siendo desplazadas por nuevas y mejo-
res. Pues en el mundo de las mquinas lo que es nuevo es la mayor
par te de las veces realmente mejo r y lo que es pr imit ivo es realmen-
te inadecuado (Cf :
They Askedfor a Paper,
London, 1962, p. 21). En
segundo lugar, el progreso de las ciencias histricas y sociales en el
conocimiento de las condiciones de vida de ant iguas cul turas ha pues-
to en relieve su gran diversidad, lo que tiende a debilitar la conviccin
de la existencia de normas morales universales, de una ley natural ,y
el resto. Tenemos lue go el hecho de que la evolucin de la filosofa
moderna ha engendrado, desde el f in de la aventura ideal ista, una cr i -
sis de i r racional ismo que ha conmovido las cer tezas ms fundamen-
tales y los valores ms universales, sumergiendo a la humanidad en
un profundo desasosiego, fu ente del relat ivismo ter ico y de subjet i -
vismo moral . En cua r to lugar , se constata que, a pesar del desar rol lo
alcanzado por las ciencias exper imentales, con la sola excepcin de
la fisicomatemtica, los principi os bsicos del mtod o cientf ico no
han sido an def inidos adecuadam ente; sobre todo en las ciencias l la-
madas "humanas". A tal punto que los prejuicios "ant ivalorat ivos"
condenan i r remisiblemente toda referencia a una jerarqua objet iva
de valores, so pretexto de estar construida con enunciados no cient -
f icos. En quinto lugar , se observa igualmente, que las cor r ientes ideo-
lgicas modernas, nos presentan una concepcin del hombre tan par -
cial y muti lada ("El hombre es una pasin int i l" , d ice Sar t re; "el
hombre es lo que come", dice Feuerbach) que no permite esclarecer
ningn problema social o pol t ico, y nos hunde ms an en la confu-
sin. F inalmente, el relat ivismo moderno se funda sobre una conc ep-
cin totalmente er rnea de la ciencia moral de la ley natural .
La impor tancia de esta l t ima causa es tal , que exige cier tas pre-
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cisiones. Bajo la inf luencia del racional ismo, la ciencia moral ha su-
f r ido la t ransformacin ms radical en cuanto a la naturaleza de sus
pr incipios y a su mtodo propio.
Concepcin racional ista de la moral
En la filosofa griega y medieval, la moral era considerada como
una discipl ina prct ica, cuyos propios pr incipios se fundan en la ex-
per iencia de las acciones human as. Por otra par te, el obrar humano
objeto de la moral compor ta una cont ingencia y var iabi l idad tan
grandes, que fuera de algunos pr incipios universales de la ley natu-
ral , captados inmediatamente por la razn, los dems enunciados pier -
den su universal idad absoluta y slo son apl icables en la mayor a de
los casos (
ut in pluribus).
Estas l imitaciones propias de la ciencia mo-
ral exigen como com plemen to el ejercicio del juicio prudencial , a f in
de descubr i r en cada caso par t icular cul es la mejor decisin a tomar .
Ahora bien, el racional ismo car tesiano completado por Spinoza
concibe la moral como un saber puramente deductivo, en el cual la apli-
cacin de un mtodo "geomtr ico" (Cf :
Ethica more geomtrico de-
mnstrate
de Spinoza) permite concluir con cer teza absoluta y por
medio de una cadena de si logismo s demostrat ivos, lo que debe hacer -
se en cada ci rcunstancia. Esta m ental idad, unida a la i r rupcin de la
teologa moral protestante en una Cr ist iandad dividida, se di fundi en
los medios catl icos y tuvo por consecuencia la elaboracin de una
nueva moral hecha de pr incipios absolutamente universales y caren-
tes de excepciones, al tamente racionales y dicho sea de paso in-
capaces de desper tar el at ract ivo que todo ideal moral verdadero pue-
de engendrar en el espr i tu del hombre.
En real idad, una al teracin tan profund a haba tenido por or igen la
f i losof a nominal ista de Duns Scot y de Ockham, desde com ienzos del
siglo XIV. Desconociendo la doctr ina t radicional del Bien, causa f i -
nal del obrar , el nominal ismo desar rol l una tendencia voluntar ista que
se prolonga a t ravs del racional ismo y culmina con Kan t en una t i -
ca del deber por el deber mismo , un menosprecio de la afect ividad y
de lo sensible en general , la negacin del bien y de la fel icidad como
ideal moral , la concepcin de la vi r tud como puro "es fuerzo" y no co-
mo espontaneidad u per feccin del obrar conforme a la razn, la re-
duccin de la prudencia a una simple "astucia" , etctera. En Kant
conf luyen dos cor r ientes, el racional ismo y el piet ismo protestante, los
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cuales invadirn por su intermedio los ambientes occidentales, inclu-
sive los catl icos. Cmo sorprenderse entonces de ver que nuestra
concepcin cor r iente de la moral sea la de una ser ie de l imitaciones,
de " luces rojas" , impl icando cier to "empobrecimiento" de lo huma-
no, una moral del sexto y noveno mandamientos en la cual las mis-
mas palabras prudencia y vir tud se asocian no con la idea de per fec-
cin sino con la de pusi lanimidad o de debi l idad. . .? Ante semejante
"ideal" , preconizado durante siglo y medio, cmo asombrarse de que
un buen nmero de hombres se rebele y rechace visin tan inspida y
desalentadora de la moral idad? Es cier to que este rechazo, por la ce-
guera que lo caracter iza, no const i tuye una solucin, ni siquiera una
respuesta vl ida al problema. Pero debe reconocerse que no le fal tan
ser ias razones.
La doctr ina relat iva a la ley natural ha suf r ido una suer te anloga.
Desarrollada a lo largo de toda la filosofa griega, la nocin de ley na-
tural convir t ise en el fundamento de las inst i tuciones en el Imper io
Romano y const i tuy luego el fundamento mismo de la civi l izacin
cr ist iana. La idea de un orden universal establecido por Dios, inscr i -
to en el corazn de los hombres y que deba servir de base y pr inci-
pio para toda ley humana, estaba ya claramente expresada en la
An-
tgona
de Sfocles. Desar rol lada por P latn y Ar istteles, pasa a Ro-
ma ba jo la inf luencia de Cicern y los jur istas romanos. En su
De Le-
gibus, C icern la enuncia con mucha ni t idez: "Pero para fundar el de-
recho, tomemos por or igen esta Ley suprema que, comn a todos los
siglos, ha nacido antes que exist iera ninguna ley escr i ta o que se hu-
biese const i tuido Estado alguno" ( I , VI , 19) . "Haba, pues, una razn
emanada de la naturaleza universal que empujaba a los hombres a
obrar segn el deber y a apar tarse de las acciones culpables; ha co-
menza do a ser ley, no el da en que fu e escr i ta, sino desde su or igen,
y su origen coincide con la aparicin de la inteligencia divina: resul-
ta, pues, que la Ley verdadera y pr imera, referente tanto a los manda-
tos como a las prohibiciones, es la recta razn del Dios supremo" ( I I ,
V, 11) . Y el autor lat ino extraer a de tales af i rmaciones las lgicas
consecuencias: "S i la naturaleza no viene a consol idar el derecho, de-
saparecer an entonces todas las vi rtudes: dnde encontrar an su lu-
gar la generosidad, el amor a la patria, el afecto, el deseo de servir a
otro o de expresar le grat i tud?.. . S i el derecho se fun dara sobre la vo-
luntad de los pueblos, sobre los decretos d e los jefes o la sentencia de
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los jueces , en tonces se tendr a de recho a conve r t i r se en ma lhech or ,
cometer adulter io o falsif icar testamentos siempre que tales actos ob-
tuviesen el acuerdo de los votos o las resoluciones de la masa. Pe-
ro si la opinin o la voluntad de gentes insensatas goza de tal poder
que pueden con sus votos subvertir e l orden de la naturaleza, por
qu no dec iden que lo que e s ma lo o daino se tendr en ade lan te
por bueno y saludable? Ya que la ley puede crear el derecho a par-
tir de lo injusto, no podra crear el bien a partir del mal?" (I , XV-
43; XVI , 44) . As , pues , los paganos , h is tr icamente co locados a l
margen de la s ve rdades r eve ladas y de l acontec imiento de la Enc a r -
nac in de Cr is to , ten an un sent ido muy pro fundo de l orden na tura l
y de sus exigencias propias en la organizacin de las ciudades, va-
le decir , de la civilizacin.
Esta doctr in a de la ley natural se desarroll a travs de la Edad Me -
dia , desde San Agust n has ta Toms de Aquino , s iempre ms r ica ,
siempre ms neta y matizada. Pero a partir del siglo XIV comienza a
oscurecerse progresivamente ba jo la inf luencia del nominalismo. D uns
Scot empieza "modestamente" por af irmar que la voluntad divina (po-
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lado, todos los valores humanos quedarn reducidos a reacciones sub-
jetivas de placer: es el relativismo moral; por otro, ya no habr ms
que una ley, la que emana del poder poltico: es el positivismo jurdi-
co. Los cimientos del Estado totalitar io del siglo XX ya estn colo-
cados (Cf : P o XI I , Alocuc in de l 13 de se t iembre de 1949) .
Est en la lgica interna de los errores precedentes concluir en la
imposibilidad radical de formular un juicio de valor objetivamente
fundado respecto de una cultura en relacin con otras. El hombre de
nuestro tiem po (sobre tod o el f ilsofo) no cree ya en la posibilidad de
alcanzar la verdad por medio d e la razn y descono ce la existencia de
todo orden objetivo de valores. Se hunde as en la barbarie descrita
por Cicern.
Ley Natural y Civilizacin
Ahora bien : un estudio profundizado de la doctr ina tradicional con -
cerniente a la ley natural permite descubrir las lneas maestras de to-
da civilizacin propiamente humana. En efecto, la nica posibilidad
que tenemos de funda r obje t ivamente un ju ic io de va lor sobre los
hombres o las culturas, es precisamente la de hacerlo sobre la natu-
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mitir dar cuenta de datos aparentemente contrar ios: 1) la af irmacin
de cier tos valores como absolutos, por el hecho de estar ligados a la
esencia del hombre; 2) la contingencia y la diversidad de las expre-
siones culturales a travs del tiempo y del espacio.
Santo Toms distingue un doble orden de preceptos de la ley na-
tural. sta se halla , en efecto, compuesta de todos los enunciados
prcticos que puedan ser extrados de un anlisis del ser humano y de
sus tendencias fundamentales. Pero, en el seno de esta pluralidad de
principios, unos son ms universales, ms estable e inmutables que
otros . Es tos l t imos no son captados e spontnea e inmedia tamente
por la razn , s ino que demandan u na r e f lex in , ms o menos pro lon-
gada a partir del conocim iento de los primeros. As, por ejemplo, "h ay
que hacer el bien y evitar el mal", o "no se debe hacer dao a otro",
son verdades primeras de la ley natural inmediatamente captables. La
sola comprensin de los trminos basta para engendrar en nosotros la
evidencia y una adhesin interna imborrable. Mientras que el derecho
de propiedad e s a menudo presentado por Santo Toms como un pre -
cepto secundario, pues no es captado inmediatamente, sino que debe
derivarse del derecho a la conservacin de la vida individual, del cual
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su carcter absoluto y le afecta la contingencia propia de todo el or-
den prctico. Quiere decir e llo que no hay ms valores, e tctera? Ab-
solutamente no. Pero la verdad de su contenido comportar ms ex-
cepciones; slo los primeros principios de la ley natural no sufren ex-
cepciones. Esta doctr ina, ta l cual acabo de resumirla un poco brutal-
mente ,
brevitatis causa,
permite respetar la extrema complejidad del
obrar humano, tanto personal como social, sin caer por ello en un re-
lativismo simplista , que cier tos antroplogos han propuesto, y que
muchos telogos acaban de comprar a un precio demasiado elevado
para las almas que les siguen. Cuando se ha comprendido la gran par-
te de la contingencia que afecta al conocimiento moral en su conjun-
to, se ve mejor porque la Iglesia ha insistido siempre (hoy ms que
nunca) en la formacin de la recta conciencia. El juicio de concien-
cia ilumina nuestras decisiones sobre tal accin singular , a la luz de
los principios de la ley natural; es necesaria la educacin de la con-
ciencia personal para habituar a nuestra razn a juzgar si ta l pr inci-
pio moral debe o no ser aplicado en tal caso preciso, teniendo en cuen-
ta el margen de contingencia propio de la mayora de las normas mo-
rales.
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man a, de todo orden jurdico positivo . Y esto vale para la civilizacin.
Teniendo en cuenta las distinciones formuladas al comienzo de esta
exposicin, podemos af irmar que no existe verdadera civilizacin que
no se funde en la ley natural. Y, prolongando nuestra ref lexin, debe-
mos decir que toda cultura digna del hombre deber necesariamente
respetar los principios del orden natural, independientemente de las
circunstancias de tiempo, de clima, de costumbres, e tctera. En la me-
dida en que una cultura particular se desarrolle en esta f idelidad fun-
damental, m s oportunidades tendr de ex pandirse y fecundar a las cul-
turas circundantes por la ir radiacin de su vitalidad y perfeccin pro-
pias. Aparte del r iesgo de sucumbir bajo el peso de un ataque exterior
de pueblos brbaros antiguos o modernos, e l respeto del orden natu-
ral se constituye en la garanta suprema del f lorecimiento cultural. Es
en esta perspectiva que los autores antiguos oponan el c iudadano al
brbaro, siendo este ltimo el que no vive bajo las leyes,
"sine lege et
justitia",
segn Santo Toms ( /
I Politicorum,
lect. 1, n. 41). A lo lar-
go de un camino social fundado en la ley natural, e l hombre se orien-
ta hacia la vida vir tuosa mientras es regu lado por leyes justas. El br-
baro, en cambio, no estando constreido por ningn principio, no es
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aadir a los aspectos o formalidades precedentes un cuarto, a saber:
lo que corresponde al hombre en tanto ser divino, imago Dei, hijo de
Dios llamado a la visin divina por toda la eternidad.
Partiendo de las cuatro formalidade s que acabamos de enunciar , po-
demos establecer una analoga con cuatro funciones esenciales que se
encuentran en todas las culturas. A la formalida d de ser o cosa corres-
ponde la actividad econmica de ejecucin, teniendo por objeto los
bienes materiales necesarios para la conservacin de la vida. El ejem-
plo de esta funcin es el trabajador manual. A la formalidad animal
correspon de otra actividad, la de la econom a de direccin, la cual no
se ordena directamente a la produccin de bienes materiales, sino que
asegura la direccin de la actividad manual y la red de servicios pro-
fesionales concurrentes a la misma. El tipo representativo es el jefe
de empresa. Con la formalidad racional se relaciona la actividad po-
ltica, enderezada a asegurar, ms all de los bienes particulares, el bien
comn de la sociedad poltica. Y, f inalmente, con la formalidad divi-
na o sobrenatural se relacion a la actividad religiosa, que tiene por ob-
jeto a Dios en cuanto f in ltimo y beatitud suprema de las cr iaturas.
No es intil apuntar , a propsito, que la formalidad religiosa no
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cin poltica, del mismo modo que el bien particular est subordina-
do al bien comn, que es el bien ms perfecto en el orden temporal.
A su vez, la actividad poltica se ordena a la funcin religiosa, ya que
el bien comn de la sociedad poltica no basta , por s mismo, para
asegurar el f in ltimo del hombre, el cual no es otro que Dios mismo,
principio y f in de todo el Universo creado.
Civilizacin Crist iana
Tal es, pues, la jerarqua qu e surge espontnea mente d el anlisis de
los valores humanos esencia les, segn el orden expresado en la ley na-
tural, del com n al propio, del menos perfecto al ms perfecto, del ma -
terial al espiritual. Tal es, tambin, la estructura de toda civilizacin au-
tntica, la cual se manifestar a travs de la extrema diversidad y com -
plejidad de modalidades propias a cada cultura particular .
Cuando se observan de cerca las diferentes culturas, se constata
que esas cuatro funciones estn siempre presentes, pero no siempre
con la misma jerarqua interna. Ello no carece de consecuencias. Pa-
ra ilustrar este tema nos limitaremos a considerar muy rpidamente
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gido, al ar tista al que inspiraba, al juez investido por ella de una es-
pecie de delegacin, al soldado cuyo juramento haba recibido. Del
cargo ms alto al ltimo de los oficios honrado por el patrocinio de
los santos, no haba derecho ni deber demasiado humilde para que
e l la de an temano no lo hubiese bendec ido"
(La grande peur des bien-
pensants, Ed. Grasset, Pars, 1952, p. 449).
A la luz de este caso histrico particular , podemos percibir mejor
cul es la esencia de esta civilizacin cr istiana. N o es otra cosa que la
plenitud armoniosa de los valores humanos y cr istianos socialmente
aceptados, que informan todas las instituciones y todas las activida-
des, materiales y espir ituales, morales e intelectuales, tcnicas y ar-
tsticas. Ella se funda sobre el consenso que la comunidad humana pres-
ta a esos valores y traduce ef icazmente en la vida cotidiana. Su fun-
damento no es otro que la ley natural y el Evangelio, de acuerdo al
pr inc ip io
"gratia non tollit naturam sed perficit eam"
. La plenitu d de
lo humano es completada por la luz del orden sobrenatural, expresa-
da en las verdades de la Fe y en los sacramentos de la Salvacin.
Si la Iglesia ha expresado siempre un juicio favorable de la Edad
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Esta res tauracin permanente de un orden cr is t iano de vida debe
hacerse en el respeto de la Ley Natural , pr incipio de todo orden so-
cial verdadero, en la subordinacin a los valores y funciones socia-
les fundamentales a los que ya he hecho referencia. Subordinacin
de la economa de ejecucin a la economa de direccin; del orden
econm ico al orden pol t ico y de s te a los valores rel igiosos . Como
lo ha dicho el his tor iador ingls Chris topher Dawson, la rel igin es
la gran fuerza creadora en una cultura, y toda realizacin cultural re-
levante ha s ido inspirada por una gra n rel igin. Toynbee, por su p ar-
te, recalca, en cuanto his tor iador de las culturas , que el apogeo de s-
tas s iempre ha coincidido con la m ayor ir radiacin de sus propios va-
lores rel igiosos .
La secularizacin de la Cultura Occidental
Si consideramos ahora la evolucin seguida por la cultura occi-
dental desde el renacimiento a nuestros das , constatamos que duran-
te los lt imos s iglos se ha ope rado una total subvers in en la jerarqua
de las funciones culturales . En efecto, ya a comienzos del s iglo XIV
la revuelta de Felipe el Hermoso contra el Papa Bo nifacio VIH cons-
t i tuy la pr imera manifes tacin de una nueva acti tud. El poder rel i-
gioso fue desconocido en su papel de rbitro "internacional", so pre-
texto de que el rey era dueo absoluto del orden temporal . Es ta acti-
tud subvers iva del poder pol t ico respecto del poder rel igioso se de-
sarroll a travs del renacimiento y la reforma protes tante, consti tu-
yendo as la pr imera al teracin en la jerarqua de los valores civil iza-
dores . Las teor as pol t icas de Machiavelo y de Althusius , y la apari-
cin de las monarquas absolutas desconocidas en la Edad Media
, son otros tantos signos de tal subversin.
La Cris t iandad dividida se debil i ta ms y ms bajo la inf luencia de
las doctrinas filosficas citadas y de la creciente crisis moral. La po-
l t ica, er igida en valor absoluto tendenc ia propia de todo valor des-
quiciado ceder su lugar , a travs del segundo gran giro de Occi-
dente, la Revolucin Francesa, a la burguesa ascendente, representa-
t iva de la economa de direccin ahora tambin emancipada. No hay
de que extraarse entonces , s i a par t ir de ese momento y h as ta el pre-
sente, el sector f inanciero se volvi d ueo del poder pol t ico y lo so-
meti a su control . No hay de que extraarse, s i las diversas fomias
de la democracia surgida de la Revolucin se hunden en nu estros das
CIVILIZACIN Y CULTURAS
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en un desconcier to tan profundo.
La aplicacin r igurosa de los mitos del l iberalismo pol t ico y eco-
nmico dio naci