MADRID
ROBERTO GALLEGO
Cada mañana como cada principio de siglo me despierto con ojeras color malva y la
garganta rota por el filo de la Luna. Me pongo en pie como se levanta un imperio o se eleva un
mamut y comienzo mi tarea diaria. Curioso el transcurrir de mi cerebro que empieza a soñar en el
momento en que abro los ojos; pupilas oníricas las mías que almacenan sueños reales.
Tras un café negro, dos toses, y tres plssh de colonia, me lanzo calle abajo hacia la parada
de trenes. Lugar atemporal donde nunca se está completamente agusto; si hace porque hace frío y si
hace calor porque... Es la crónica rutinaria de una ciudad sin mar.
Desde Fuenlabrada Central hasta la estación de Atocha tardo unos cuarenta minutos;
los cuarenta suspiros de distancia que conlleva ver la realidad desde un barrio de la periferia. Al sur
de la capital se sufre el malditismo sureño que enferma a todas las ciudades del planeta; pobreza
inconformista en forma de cultura callejera repleta de belleza clandestina.
Y las casas bajas se van tornando en edificios rasca-nubes y los grafitis se van cambiando por
fachadas impolutas. Y próxima parada Atocha Renfe, y recojo mis ojos del suelo y me bajo.
Un paso, dos, diez; salgo al viento como un detective de estrellas y me empapo de aires
multiétnicos, de humo del tráfico de coches, de tasca y montaos de calamares.
Mientras mi cuerpo se sitúa a las puertas del Museo Reina Sofía -vértice del Triángulo del
Arte de Madrid entre el Museo del Prado y el Museo Thyseen-Bornemisza- un sonrisa indignada
me alumbra la cara al pensar que el Museo del Santiago Bernabéu es uno de los más visitados de la
ciudad. ¿Un balón y once hombrecitos vestidos de corto son más importantes para la Historia que
Picasso, Velázquez, Goya, Rubens, Dalí, Tiziano o El Greco?
En fin, sin comentarios. Continúo con mi peregrinaje capital-ista cuando al pasar por un
Mc Donald's veo a varios mendigos en sus puertas rodeados de muchos cartones y de mucha nada
en sus tripas. I'm Lovin' It?. No gracias.
Atravieso las fuentes monumentales de Neptuno y La Cibeles, y subiendo por el Paseo de
Recoletos me dirigo hacia el Parque del Retiro. Allí entre el susurro de saxo de algún artista sin
nombre y el verde fluorescente que bordea su romántico lago, me relajo los sentidos ajeno al caos y
con la mirada bien abierta sigo soñando -que de momento es gratis-.
Sin móvil y sin apenas dinero en los bolsillos salgo del pulmón natural madrileño y voy
hacia el Metro -dícese de Metro a aquellos trenes subterráneos donde los vagones se disfrazan de
latas de sardinas y los usuarios apretados y casi sin oxígeno se convierten en locos peces de ciudad-.
Y desemboco en Sol, en el kilómetro 0 del país, la raíz de las mil y una carreteras españolas.
Voy saboreando un bocadillo callejero tarareando una canción que dice ''allá donde se cruzan los
caminos / donde el mar no se puede concebir / donde regresa siempre el fugitivo / pongamos que
hablo de Madrid'' cuando me paro a ver los DVD pirata y los perfumes robados que un negrito
africano me muestra; y un chino amablemente me ofrece una lata de cerveza; y un señor muy serio
y elegante me empuja al pasar porque llega tarde a ningún lugar.
De Madrid al cielo dicen, y es verdad, aunque al estar al culo de Europa quede más cerca el
infierno y los desiertos del hambre que la gloria empresarial de los dioses ricos. Y me cruzo con
adolescentes con crestas de colores y chapas de anarquía; con skins seguidores de un Hitler que
todo lo deshizo; con ancianos chulapos con boina y con bastón; y con cientos de personas sin
rostro que transitan de un sitio para otro como grillos desorientados.
Ciudad esquizofrénica entre el pasado y el futuro que continúa avanzando en el presente con
su mestizaje de mapas. Ciudad modernamente clásica que divaga con los huesos todavía fríos por la
guerra (in)civil de 1936.
Y da igual dónde hayas nacido que Madrid te acogerá como a un hermano, como a un
amigo, como a un cómplice. De ahí su pluralidad racial y cultural; de ahí su mezcla de folklore y
de hip hop, su fusión entre la peineta y el piercing. Gentileza y solidaridad a manos llenas.
Van pasando las horas y se acerca el mágico momento que regala el cielo al finalizar el
día. Nada tiene que envidiar la puesta de sol en Paris, Venecia o La Habana, al atardacer otoñal y
delicado desde los Jardines de Sabatini. Pureza romántica envuelta en sinfonía de violines y
castañas asadas; besos pícaros sin fronteras; sonrisas chulescas y puras.
Y avanza la Luna, huérfana y canalla, reflejada en el río Manzanares. Se va apagando el sol
lentamente y la calle Gran Vía se va inundando de mil colores de neón. I like Rolling Stone.
En mi camino de vuelta veo a lo lejos una manifestación sobre el eterno disgusto del Pueblo
con la podrida Monarquía y el (des)Gobierno que lo maneja impunemente. Una joven tatuada luce
un cartel que dice: ''La televisión hace de la muerte un espectáculo, de la mujer un objeto y de
la política un circo''. Me deshago en gritos con ellos y retomo indignado mi regreso.
Ya concluyo mi dura jornada de poeta, de observador omnisciente, de psicólogo de paisajes,
y voy tras un tren que me regrese a mi rincón de la periferia. Cada día en Madrid da para que
cualquier escritor escriba cien sonetos y tres novelas. Pero antes de decir hasta luego a esta ciudad
inmortal me giro suavemente como un torero y me dejo hechizar por la eterna Puerta de Alcalá.