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Las Tierras Altas del Área Centro Sur Andina, entre el 1000 y el 1600 d.C. • 89

Territorios de significación. Las variación estilística calchaquí

y sus implicancias socialesJavier Hernán Nastri *

RESUMENEl denominado estilo santamariano de los tiempos tardíos del actual noroeste argentino, es uno de los más claramente identificables de todos aquellos gene-rados por las sociedades agroalfareras, no obstante lo cual presenta una gran variabilidad. En el presente trabajo se explora la misma en perspectiva regional, a partir del análisis de una amplia muestra integrada por urnas conservadas en distintos museos del país y del exterior.

La variación es analizada en lo que respecta a características temáticas, retóricas y enunciativas, las cuales son relevantes tanto para el análisis de estilos de época como de géneros discursivos particulares. Las urnas santamarianas para párvulos constituyeron un género de gran popularidad en tiempos tardíos, en el marco del cual se desarrolló un elaborado sistema para el establecimiento de similitudes y diferencias entre cada pieza y el resto de la serie.

A lo largo de la extensa área en la cual tuvo vigencia el fenómeno de las ur-nas santamarianas, se observan diferencias regionales en las tres características mencionadas, las cuales tienen implicancias respecto de la discusión acerca de la escala de integración de las poblaciones tardías de la sub-área valliserrana. La variación detectada es indicativa de la vigencia en el pasado de distintas formas de conceptualizar y expresar los significados asociados a las urnas.

* CONICET - Universidad Maimónides / Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Argentina

La cerámica es el resto material más frecuente en los sitios tardíos del NOA y como tal ha sido objeto de clasi-ficación desde los inicios mismos de la arqueología en Argentina, en términos de tipo o estilo. Dichos tipos o estilos resultaron útiles a los fines de la cons-trucción de una cronología y luego, en relación con la época intermedio tar-día, para delinear territorios discretos de vigencia de cada uno de los estilos,

en base a la predominancia diferencial de los mismos por zonas. No obstante, no hay una explicación satisfactoria del mapa resultante en lo que respecta a la organización política de las sociedades involucradas; tampoco se articula co-herentemente el dato de la distribución cerámica con los otros elementos del registro arqueológico (p.e. la localiza-ción de las fortalezas) en las interpre-taciones propuestas. Por esta razón,

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se hace necesaria una reconsideración del punto de partida: la problemática estilística. En las páginas que siguen intento dicha reconsideración en tér-minos teóricos y empíricos en relación con las urnas santamarianas de los va-lles calchaquíes. A partir del análisis se desprenden consecuencias interpreta-tivas y metodológicas.

Fortalezas, estilos y territorios durante el intermedio tardío

La arqueología del período interme-dio tardío posee una antigua tradición en el ámbito de los estudios antropo-lógicos del NOA. A mediados del siglo XX, Wendell Bennett y colaboradores (1948) elaboraron un esquema espa-cio-temporal de los estilos de cultura material conocidos hasta el momento, los cuales también fueron objeto de re-definición, al punto de acuñarse nue-vas denominaciones. De esta manera, luego de que pudiera completarse la propuesta inicial de Bennett con datos de las distintas áreas involucradas, pu-dieron generarse las primeras represen-taciones propiamente históricas (White 1992) del pasado aborigen de la sub-área valliserrana del NOA (González y Pérez 1972; Núñez Regueiro 1974). La producida por Núnez Regueiro plantea un incremento de las fuerzas producti-vas hacia el siglo XI, que condujo a un cambio en el modo de acceso a los re-cursos de subsistencia: “Hacia el 1.000 A.D. comienza a manifestarse una dife-renciación regional bastante clara, en las que se pueden seguir con relativa facilidad las líneas de desarrollo en términos de “tradición” socio-cultural: Santa María, Belén, Angualasto o Sa-nagasta, Humahuaca” (Núñez Regueiro

1974:182); “Cada parcialidad (Santama-ría, Humahuaca, etc.) conforma verda-deros señoríos que tienden a expandir sus fronteras territoriales y su dominio efectivo sobre la tierra y sus recursos, reemplazando la forma de intercambio propia del formativo” (Núnez Regueiro 1974:183).

De lo anterior se desprende que fue un proceso de aumento en la es-cala de integración política el que con-dujo al cambio en el modo de acceso a los recursos. A su vez dicho aumento en la escala de integración es inferi-do arqueológicamente a partir de un crecimiento en la escala geográfica de distribución de tradiciones socio-culturales territorialmente continuas y mutuamente excluyentes. Durante las décadas del ’70 y ’80 fueron muchas las contribuciones que repitieron este esquema para distintas áreas, pero a excepción de algunas pocas (p.e. Gon-zález 1979) la mayoría se limitó a la descripción de los materiales ordena-dos cronológicamente, sin problemati-zar el aspecto narrativo –o estructura de sentido (White 1992)-, del esquema propuesto por Núnez Regueiro. Recién con la obra de síntesis de Raffino (1988) se volvió a discutir la interpretación ge-neral de la secuencia. De acuerdo con el marco materialista cultural, Raffino puso el eje en la relación demografía-ambiente, para explicar los cambios a lo largo del tiempo. Otros autores de-sarrollaron un esquema similar en rela-ción con la Quebrada de Humahuaca (Olivera y Palma 1986; Hernández Llo-sas 1991), mientras que Nielsen lo hizo desplegando un enfoque evolucionista que daba un papel importante al con-flicto (Nielsen 1996, 2001).

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Para la sub-área valliserrana Sem-pé proporcionó una síntesis sobre la cultura Belén que profundizaba la in-terpretación establecida en los años ´70, estableciendo casos y mecanis-mos específicos para el funcionamien-to de un gran señorío, cuyo territorio estaría delineado por la distribución de la cerámica Belén (Sempé 1999:255). La síntesis más general publicada por Tarragó para la misma época, conjuga las diferentes visiones generadas por los estudiosos de las distintas áreas. Así, en lo que respecta a Belén, Tarra-gó se refiere a una “organización” que extendió su dominio desde el valle de Hualfín (Tarragó 2000:278); y para la quebrada del Toro también se refiere en términos de una “entidad sociopo-lítica” (Tarragó 2000:271-273). Para el caso de Humahuaca sostiene la exis-tencia en el pasado de “tres grandes territorios sociopolíticos” que incluían numerosos pucaras y poblados bajos. Acerca del valle calchaquí sugiere que el mismo pudo contar con una única cabecera para todo el territorio (Ta-rragó 2000:275), mientras que para el valle de Santa María postula la posi-bilidad de existencia en el pasado de “tres o cuatro organizaciones con una cabecera principal y otra secundaria”: 1) Tolombón-Pichao; 2) Quilmes-Las Cañas; 3) Rincón Chico y 4) Loma Rica de Shiquimil (Tarragó 2000:276-277). Mientras que en el valle del Cajón “ha-bría funcionado la entidad sociopo-lítica con cabecera en Famabalasto”, señala que “en el extremo meridional de los valles, el gran fuerte del Mendo-cino controlaba la entrada y cerraba la frontera de las entidades sociales santama-rianas” (Tarragó 2000:276)1. De modo que junto con la elección de ciertos

sitios como cabeceras de “estructu-raciones políticas” (Tarragó 2000:277) al interior del valle, la autora postula seguidamente la integración política en-tre todas éstas, al señalar que “había asentamientos fortificados en las fron-teras interiores que demarcaban lími-tes entre organizaciones sociopolíticas vecinas, como los casos de Humahua-ca y Tilcara, Calchaquí y Yocavil2, Belén y Abaucán, etc.” (Tarragó 2000:296). De manera que en lo que respecta al va-lle de Santa María Tarragó maneja dos niveles de integración política: el de las “estructuraciones políticas” o “en-tidades sociales”, y el de las “organiza-ciones sociopolíticas”, este último, de mayor escala, aunque aún menor que el de las “parcialidades”, “tradiciones socioculturales” y “señoríos” de Núñez Regueiro y Sempé. La proliferación de términos –muchos de ellos ambiguos-, no deja de sumar confusión a un pro-blema de por sí complejo, como es el de la escala geográfica y política de la integración tardía en los valles.

Durante la década pasada surgie-ron propuestas que desplegaron con-cepciones políticas alternativas a las implicadas en las formulaciones an-teriores, planteando la existencia en el pasado de situaciones de descentra-lización, poder corporativo y organizaciones heterárquicas. Nielsen sostiene de esta manera que al interior de asentamien-tos tales como Los Amarillos o Bajo Laqaya el poder estaba distribuido entre los líderes de distintos ayllus (Nielsen 2006). La recurrencia de tres monumentos en los sectores rituales centrales de ambos asentamientos es compatible con un modelo de autori-dad repartida entre distintas unidades,

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antes que centralizada en un único líder. Posturas similares han sido des-plegadas para momentos previos de la región (Cruz 2006), así también como para los Andes centrales (Burger 2007). Para el tardío de los valles calchaquíes la propuesta de integración comunal de Acuto coloca el eje en la ausencia de indicadores arqueológicos que permi-tan fundar la vigencia en el pasado de “rango, estratificación y desigualdad institucionalizada” (Acuto 2007:79). Destaca la inexistencia de estructuras de almacenaje centralizado, sectores públicos segregados, y divisiones en los asentamientos en general. También señala que en muchos casos faltan pla-zas y que la distribución general de los artefactos en principio sería uniforme.

Más allá de los riesgos que implica la consideración de evidencia negativa en una disciplina encargada de descu-brir lo oculto y que hasta el momento ha alcanzado un cubrimiento muy frag-mentario del universo en cuestión3, la invitación a “repensar” el período inter-medio tardío (Acuto 2007), es de gran valor, como lo es en general la práctica permanente de una arqueología reflexi-va. Lo que las últimas propuestas refe-ridas por lo general no consideran es la articulación entre distintas unidades de instalación (Nastri 2003), un aspecto sin duda difícil de la práctica arqueoló-gica, pero no por eso menos relevante para la comprensión de la vida social del pasado. Su abordaje implica el des-pliegue de análisis a escalas mayores que la del sitio. Al respecto cabe seña-lar, en contraste con Acuto (2007:74), que los fenómenos de alcance regional o más allá del sitio son tan “humanos” como los ruidos y olores que generan

las personas en los asentamientos. El contrapunto planteado no tiene que ver con una “esencia humana”, sino con el hecho de que mientras que los ruidos y los olores generados por un individuo son de naturaleza efímera y espacialmente localizada, la produc-ción y uso de objetos materiales porta-bles, con ciertas narrativas y significa-ciones asociadas, es un fenómeno de mayor alcance espacial, que involucra a un vasto conjunto de personas.4 De esta manera, antes que concebir al arte santamariano desde la perspectiva individualista asociada al capitalismo industrial, me interesa abordarlo como fenómeno colectivo capaz de informar sobre aspectos de la vida social del pa-sado difíciles de acceder por otras vías. “De-centrar al individuo conlleva ver a la producción artística como un pro-ceso social y material antes que indivi-dual y psicológico, y explicar la obra de arte con referencia a su ubicación y re-cepción en la sociedad, sus sitios insti-tucionales de producción y consumo” (Shanks y Tilley 1987:147).5 Considera-ré a continuación la variación estilística a lo largo del vasto territorio ocupado en el pasado por las poblaciones que produjeron y consumieron el género discursivo de las urnas santamarianas.

Estilos y géneros en la sub-área valliserrana: un enfoque

comunicacional En la referida interpretación tradi-

cional del período tardío, estilo es asi-milado a unidad sociocultural o étnica (Sackett 1990). Sin rechazar la plausi-bilidad de esta tesis –la cual puede ve-rificarse en casos históricos como los incas o los guaraníes-, cabe señalar no obstante que la presencia de un tipo

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cerámico en un sitio no implica única ni necesariamente la presencia de una unidad política determinada. Un hallaz-go tal requiere interpretación basada en el contexto y en la consideración de un conjunto de elementos que confor-man la pre-comprensión de la acción (Ricoeur 1995).

Un enfoque comunicacional se en-cuentra lejos del mencionado reduccio-nismo. Aquí los estilos son fenómenos discursivos y, definidos como tales, ex-plicitan su independencia de producto-res, consumidores o, según expresaba la vieja terminología, portadores. Ste-imberg destaca que las definiciones de estilo implican descripciones de con-juntos de rasgos que por su repetición permiten asociar entre sí objetos cultu-rales diversos, que pueden pertenecer o no al mismo medio, lenguaje o géne-ro (Steimberg 1998:53). Los estilos de época tienen así un carácter trans-se-miótico, en la medida en que más allá de poder asentarse ocasionalmente en un soporte específico –como es el caso de los estilos cerámicos-, poseen la condición “centrífuga, expansiva y abarcativa” que es propia de una ma-nera de hacer. Cabe definir al estilo en términos de una propiedad relacional de la mayor parte de los eventos com-prendidos en una época o período; la referencia de los eventos individuales a un “modo de hacer” general (Hodder 1990:45; Steimberg 1998:46). El géne-ro, por el contrario, es un fenómeno estrictamente acotado a un área espe-cífica de intercambios sociales (Steim-berg 1998:62).

El caso santamariano ejemplifica bien el carácter transemiótico del es-

tilo, dados los distintos soportes en los cuales pueden identificarse rasgos iconográficos comunes. González ha abundado en la asociación de motivos en la metalurgia y la cerámica (González 1992; González y Baldini 1991). Cabe considerar también el caso de las “vari-llas” o “ídolos” antropomorfos de ma-dera del Museo de Berlín, pintados con la característica combinación santama-riana de colores (González 1983). En el arte rupestre tardío de las sub-áreas valliserrana y puneña pueden recono-cerse también características del arte santamariano, pero lo cierto es que el más amplio repertorio iconográfico de la época tardía en el área valliserrana se plasmó en la superficie de las urnas santamarianas, las cuales por su larga estabilidad y repetición a lo largo del tiempo, cabe englobar en un género discursivo (Steimberg 1998).6

A los fines de la comprensión de un estilo resulta útil la discriminación entre rasgos temáticos, retóricos y enuncia-tivos (Steimberg 1998). La dimensión temática está dada por la referencia de un texto a “acciones y situaciones según esquemas de representabilidad históricamente elaborados y relaciona-dos, previos al texto” (Segre 1985:48); la retórica, por los mecanismos de con-figuración de un texto (Hodder 1993); mientras que la enunciación alude a las condiciones de la situación comuni-cacional. A continuación repasaremos los valores de dichas dimensiones en lo que respecta al género de las urnas santamarianas.

Rasgos enunciativos Las urnas santamarianas se carac-

terizan por tener una morfología com-

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los diseños fueron trazados en negro (Marchegiani et al 2009) presentan mo-tivos y estructuras del diseño muy dife-rentes a las anteriores, con lo cual en un principio cabe considerarlas aparte.

Los diseños de las urnas de fondo blanco están realizados principalmente mediante técnica lineal, en parte con relleno de zonas y, en el sector superior del cuello, se apela en muchos casos a la técnica negativa. Como han no-tado varios autores, existió un horror al vacío entre los artistas calchaquíes; no obstante se observan variaciones al respecto: las piezas de la fase II de Pe-rrota y Podestá presentan amplios bor-des libres de diseños en el cuello; las propias de aquello que Serrano deno-minó tradición Valle Arriba, presentan el mayor abigarramiento. Ambos casos presentan una disposición alineada y “prolija”, mientras que las urnas fase III expresan un cierto desequilibrio (Nastri 2009:109). En todos los casos de urnas con morfología típica, la disposición de los motivos en el exterior de las piezas

es de tipo háptica; esto es: “los objetos tienden a ser experimentados como ais-lados, auto-contenidos y autosuficien-tes (...) no hay una interacción genuina entre figuras u objetos. Sus relaciones son de coacción. Los objetos y figuras son partes de un arreglo esencial. Se aproximan a la forma del ritual” (Witkin 1994:71-72).

El arreglo fundamental que orga-niza las imágenes de las urnas tiene que ver con la disposición de los mo-tivos en dos planos: anverso y reverso de las vasijas, enmarcados por franjas laterales que ofician de límite. La sec-ción basal del cuerpo de las piezas, en la cual cuando está delimitada siempre se dispone decoración no-figurativa, en muchos casos no cuenta con divi-siones laterales, presentando en con-secuencia una decoración de carácter continuo entre anverso y reverso. En este sector se aprecia en algunos casos tardíos de vasijas de otras formas, una concepción libre que llega al punto de representar escenas (Figura 2). Lo mismo

Figura 1: Partes componentes de las urnas santamarianas y su decoración.

puesta por un cuerpo y un cuello, con asas laterales en el primer sector (Figura 1). La superficie de las piezas es ali-sada y tiene un baño blanco sobre el cual se trazaron mo-tivos principalmente en color negro, y en segundo lugar en color rojo. Éste último cum-ple muchas veces la función de relleno de ciertas áreas, mientras que en el caso de los motivos realizados en co-lor rojo, casi siempre están delineados por un contorno trazado en negro. Las urnas en las que el fondo es rojo y

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vale para la decoración del interior del cuello de las urnas, ocupado por una banda perimetral plena negra en la gran mayoría de los casos, salvo en las últi-mas fases, donde es reemplazado por bandas de grecas o por antropomorfos o zoomorfos, a veces también en esce-nas (Figura 3).

El soporte cerámico de la imagen representada constituye una metáfo-ra antropomorfa en la medida en que entre el cuerpo y el cuello de la vasija hay una sucesión de dos puntos de in-flexión (hombro-garganta) que estable-cen un cambio en los volúmenes tan marcado como el que existe entre el tórax y la cabeza de un ser humano, cu-yos demás rasgos se encuentran repre-sentados a partir del recurso pictórico.

Rasgos temáticos Cabe denominar al ser antropo-

morfo pintado que organiza la decora-ción modelada y pintada de las urnas santamarianas como “figura de las lar-gas cejas” (Nastri 2008). Se dispone con su cara en el cuello de la vasija y su torso en el cuerpo de la misma (Figura 1). No tiene indicación clara de extre-midades inferiores. Este esquema bási-co tiene una frecuencia del 94 % en la muestra analizada (compuesta por 837 urnas), frente a sólo un 1% de casos en los cuales en lugar del rostro se repre-sentan otras figuras (como animales enteros de perfil) y un 5% de casos en los que hay motivos geométricos simi-lares a los que adornan los textiles, lo cual puede interpretarse como indica-ción de que la cabeza de la figura de las largas cejas se representaba en esos casos cubierta por textiles a la manera

de las momias andinas (Velandia Jagua 2005:117-118). Se trata de 39 casos correspondientes a las tradiciones Yo-cavil y Santa Bárbara (Caviglia MS; Nas-tri 2008:Figuras 2 y 4). De las primeras (30 casos) puede decirse que corres-ponden a las 3 fases más tempranas de la seriación cronológica de Weber-Podestá y Perrota (Nastri 2009:93-97). Esto último vale también para las urnas que tienen representación de un gran

Figura 2: Decoración en la porción basal de p638 (González 116, Museo de La Plata, altura de la pieza: 47,8 cm), procedente de Puerta de Corral Quemado, donde se representa a una persona entre una hilera de camélidos.

Figura 3: Decoración de escena de guerrero y camélido en el interior del cuello de p302 (Muñiz Barreto 5400, Museo de La Plata, altura de la pieza: 90 cm), procedente de Famabalasto.

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(Nastri 2008:15-17).

Si las urnas más tempranas de la seriación, en las cuales en lugar del ros-tro se disponen motivos geométricos como dameros o cordones quebrados horizontales (Figura 5) remitían al fardo funerario, las mismas pudieron cons-tituir un doble (huauque) del cadáver, que acompañaba a la persona también en el mundo de los muertos (cf. Duviols 1978). Este probable significado se ve reforzado por la presencia material de objetos revestidos de significaciones que forman parte de la misma tradi-ción andina, como el fenómeno de las huancas: tallas en granito o mármol de los personajes distinguidos de los lina-jes, que se clavaban en el medio de los campos o a la entrada de los poblados a modo de doble del cadáver (mallqui), siendo altamente manipulables para la realización de diversos ritos. Para el período tardío, las figurinas de made-ra registradas por González en Berlín se ajustan a la descripción de los cro-nistas y la talla del Museo Etnográfico8 procedente de Quilmes, refuerza esta asignación; por estar hecha en piedra y

por ser sumamente similar a las figuri-nas de Berlín (Tarragó et al 1997:226).9

Los sobre-rostros negativos de las urnas tempranas y los rostros con expresión agresiva de las urnas fase IV permiten vincular a la figura de las largas cejas con funciones políticas importantes en la sociedad, como la del chamán y el guerrero (Nastri 2008). Existen casos puntuales de alteraciones (Nastri 2009) del inequívoco motivo del guerrero dispuesto como atributo de la

Figura 4: Urnas con representación de mascarillas faciales. Izquierda: p563 (VC 5947, Museo Etnológico de Berlín, altura de la pieza: 52cm); derecha: p1046 (s/n Museo Etnográfico J.B. Ambrosetti, altura de la pieza: 53,8 cm).

Figura 5: Ejemplo de urna con representación de manto cubriendo el rostro: p813 (02-836, Museo de Antropología de Salta Martín Leguizamón, altura de la pieza: 53 cm).

sapo en el cuerpo de la pieza, junto con el rostro habitual en el cuello.7 En la mitad de los casos (tres sobre seis) en que se representa esta esce-na, la figura de las largas cejas tiene adornos en la cara o cabeza pro-pios de un rango elevado (Figura 4), como los que se manifiestan en un total de 131 piezas del corpus total analizado (Nastri et al 2009; Stern Gelman 2010). Estos últimos, a su vez, pueden dividirse en adornos fa-ciales (60 casos) y adornos cefálicos (71 casos) en la forma que he deno-minado “sobre-rostros negativos”

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figura de las largas cejas, que presenta como cabeza una estilización de este último motivo, conformado por dos lí-neas curvas que se unen en el centro (Nastri 2008:figura 13). Dicha estiliza-ción también se encuentra en otros contextos de la época en los Andes del Sur (p.e. Ryden 1944:112; Nielsen 2007:23-24).

El resto de los temas presentes se disponen, según se dijo, como atribu-tos de la figura central. Serpiente, suri, antropomorfo, sapo; en ese orden de frecuencia, constituyen los motivos principales que se disponen de a pares (salvo el caso del sapo comentado más arriba y el de algunos antropomorfos en el cuerpo), tanto en el cuello como en el cuerpo. En el cuello de las urnas, mientras las serpientes pueden cons-tituir la forma de un adorno cefálico (Nastri et al 2009), los suris se dispo-nen a la manera de representaciones de pintura facial. Respecto de esto úl-timo, existe un sinnúmero de diseños abstracto-geométricos que bien pue-den ser asimilados a tatuajes.

Los antropomorfos guerreros de

Rasgos retóricos Desde el punto de vista retórico,

el arreglo general de motivos en la su-perficie de las urnas descripto arriba es elaborado a partir de la utilización de las mejillas de la figura de las largas cejas como campo privilegiado para la exhibición de motivos tales como suris o serpientes. En el cuerpo, una variante de estructura del diseño caracterizada por la presencia de brazos que gene-ran dos campos curvos (Nastri y Vietri 2004:369-370), permiten insertar moti-vos en el sector que correspondería al pecho de la figura de las largas cejas. La segunda variante principal de diseño del cuerpo, en la cual la decoración se extiende hasta la base de la pieza, con una faja vertical central (Nastri y Vietri 2004:371-373), presenta motivos prin-cipalmente geométricos y aquel deno-minado “cordón quebrado”, el cual en algunos ejemplares tiene cabezas de serpientes (Nastri 2008:24). Estas alte-raciones del motivo pueden correspon-der a la explicitación de un carácter in-herente al mismo -vía una elaboración analogista (Nastri 2008:29)-, o bien a

Figura 6: Formas de representación de motivos antropomorfos en el cuello y en el cuerpo de las urnas. Izquierda: p532 (0Nr. 96 Museo Etnológico de Berlín, altura de la pieza incompleta: 57,5 cm; derecha: p96 (Z-10138, Museo Etnográfico J.B. Ambrosetti, altura de la pieza: 58cm).

las mejillas de las urnas fase IV probablemente expresen la no-ción de un trofeo de guerra, a partir de su reemplazo en la fase V por cabezas modeladas dis-puestas en una posición similar en la cintura de las piezas (Nastri 2008:figura 24). En cambio cuan-do el antropomorfo es represen-tado en el cuerpo –ya sea indi-vidualmente en la banda central o de a pares a ambos lados de la misma- no tiene atributos de guerrero, tales como penachos o coraza (Figura 6).

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un cambio de sentido o transformación histórica (Nastri 2009).

Otro procedimiento puesto de ma-nifiesto en la decoración de las urnas, facilitado por el arreglo de los motivos en dos planos que estructuran el dise-ño pintado de las piezas y el carácter antropomorfo de la decoración, es el de la simetría imperfecta. En la Figura 7 se puede apreciar que a la relación vertical especular entre las dos ca-ras de las urnas (a la que llamaremos instancia 1), y a la relación entre los lados izquierdos y derechos de cada cara (instancia 2), se suman otras dos simetrías –aunque más notoriamen-te imperfectas- establecidas sobre un eje horizontal: entre el puco tapa y la sección basal de la urna (instancia 3); y, en el caso de las variantes que tienen decoración de brazos en el cuerpo, en-tre el triángulo curvado dispuesto por encima de las cejas de la figura de las largas cejas y el mismo motivo inverti-

do dispuesto por debajo de los brazos (instancia 4).

Parte fundamental del sistema de encadenamiento retórico de oposicio-nes a través de simetrías fue la “imper-fección” de las mismas. La urna, como metáfora antropomorfa (instancia 5), posee las mismas condiciones de si-metría que el cuerpo humano; esto es: sobre un plano vertical (Figura 7). Se observa pues una representación simétrica sobre un plano vertical, pero con sutiles alteraciones en los motivos no figurativos que se disponen a modo de relleno, los cuales vuelven imper-fecta a la mencionada simetría (Nastri 2009:figura 3). Y de manera comple-mentaria, la asimetría natural que pre-senta el cuerpo humano sobre un eje horizontal es modificada mediante el establecimiento de simetrías “artificia-les”. De esta manera no se representan las extremidades inferiores y se coloca un puco tapa que morfológicamente es

Figura 7: Instancias retóricas que involucran simetría en el género de las urnas santamarianas.

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idéntico a la base de las piezas. Lue-go se representa el motivo de triángulo curvado por debajo de los brazos del personaje de las largas cejas, de modo de establecer una simetría con el mo-tivo dispuesto en sentido inverso por encima de las cejas de la figura de las largas cejas.

Vemos así en el arte santamariano una búsqueda de fusión entre las no-ciones de identidad y diferencia. Me-diante el uso de la simetría, se busca hacer parecido lo diferente y diferen-ciar lo idéntico. Puede pensarse que la reproducción al infinito de este jue-go de espejos buscó disimular la dife-rencia entre dos términos iniciales de “hermanamiento”: el cadáver y su do-ble; términos simétricos gracias a la metáfora antropomorfa (instancia 5), en el plano vertical. Es notable luego el hecho de que teniendo la oportunidad de concretar una simetría perfecta, la misma era intencionalmente evitada. Por ejemplo, en lo que respecta a las simetrías establecidas sobre un plano horizontal, la decoración de los pucos-tapa de las urnas era parecida pero no idéntica a la de la sección basal de la pieza, al menos en el contexto enun-ciativo de los rituales mortuorios (e.g. Marchegiani 2008:150). En el caso de las urnas con decoración de banda central (que llega hasta la base) en el cuerpo (Nastri y Vietri 2004:368-369), todo puco santamariano como tapa resultaba distinto a la decoración de la sección basal, pues ninguno de los mismos incluye banda central. En otros casos la diferencia estuvo dada por la utilización de un puco correspondien-te a un estilo diferente al primero10, o bien usando una laja. Mientras que

donde la asimetría era el punto de par-tida natural (por ejemplo, entre cuerpo y cuello), la acción realizada era la de igualación de los términos mediante la disposición de motivos (triángulo cur-vado) en forma especular en relación con un plano horizontal.

El envase (o doble) del cadáver, la urna, era a su vez doble también, dado que la representación antropomorfa de la figura de las largas cejas, se plasmaba en ambas caras de la misma (instancia 1). Los artesanos introducían diferen-cias sutiles entre ambas caras, así tam-bién como entre los lados izquierdos y derechos de cada una de las caras (ins-tancia 2). Entre las formas más utiliza-das para plantear una diferencia entre caras y entre lados izquierdos y dere-chos de una misma cara (instancia 8) se cuentan la presencia diferencial de motivos y el cambio en la orientación de los mismos (Nastri 2009:102-104). La forma más popular de aplicación del primer método se dio en relación con el motivo geométrico “dominan-te en el estilo santamariano” (Serrano 1958:49), al cual hemos dado en lla-mar “indiforme” (Nastri 2009:104). El carácter no-figurativo del motivo otor-gó al artesano una gran libertad para disponer del mismo de acuerdo con los imperativos de simetría y de dife-rencia. Así en muchas ocasiones ta-les diferencias se “compensan” en los distintos sectores de las piezas (figura 8), evidenciando que las mismas fue-ron objeto de decisiones conscientes por parte de los artesanos. Tanto esta “compensación” en las variaciones de los motivos abstracto geométricos de “relleno”, como la simetría rotacional en el interior tanto de los cuellos como

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del cuerpo (instancia 6)11, conducía a un “cierre” interno de la repetición del juego de espejos, que no deja de ser doble (en el cuello y en el cuerpo). Al respecto, resulta relevante la compara-ción con el arte caduveo, introducido en la discusión sobre el estilo santama-riano por Weber (1981:22). Para Lévi-Strauss los motivos rotacionales de la decoración facial constituían la solu-ción al problema de la articulación en-tre la función de los motivos (oponerse a los otros) y su papel (integrar parte de una serie). A través de una com-paración con nuestros juegos de nai-pes, Lévi-Strauss señala que mediante composiciones simétricas según un eje oblicuo, se escapaba “..a la fórmula completamente asimétrica que hubiera satisfecho al papel pero hubiera con-tradicho la función y, a la fórmula inver-sa, completamente simétrica, que im-plica un efecto contrario” (Lévi-Strauss 1988:199-200). La misma solución se alcanzó en el caso santamariano en el “interior” de las piezas, con la simetría según un eje oblicuo; mientras que ha-cia el “exterior” del ámbito de la pieza cabe consignar la simetría imperfecta manifiesta en la repetición con varian-tes del modelo en el continuum de la serie de urnas (instancia 7) otrora dis-puestas en los cementerios y, hoy, en la muestra reunida.

La distribución de los significantes en los valles En los primeros tiempos de desa-

rrollo de la arqueología del Noroeste Argentino, las diferencias en el estilo de las urnas santamarianas fueron in-terpretadas en términos de variaciones locales a partir de una forma “típica” (Bregante 1926: 29) o clásica, propia

del valle de Santa María. Por su parte, Sergio Caviglia (MS) estableció cuatro tradiciones regionales para el estilo santamariano: Yocavil, extendida por el valle de Santa María y el de Tafí; Cal-chaquí, en el valle homónimo; Santa Bárbara o Pampa Grande, a lo largo de la Quebrada de las Conchas; y Valle Arriba, en la zona de Cafayate, lugar de confluencia de las tres tradiciones an-teriores (Figuras 9 y 10). Cabría agregar algunas zonas más, como el valle del Cajón (Arena 1975) y la quebrada del Toro (Cigliano 1973).

Respecto de la primer tradición –Yocavil-, se cuenta con una seriación cronológica realizada por Weber (1978) y por Podestá y Perrota (1973) en los años ́ 70 (Nastri 2009:93-96). Teniendo en cuenta las procedencias consigna-das en los catálogos de los museos a los que pertenecen las piezas del cor-pus documental analizado aquí, pudo advertirse que no todas las fases apa-recen representadas del mismo modo a lo largo de las diferentes localidades del valle de Yocavil en las que se efectuaron alguna vez trabajos arqueológicos (Fi-guras 9 y 10). En Lorohuasi por ejemplo faltan las fases 0 y V, en Quilmes falta la fase 0, en Famabalasto faltan las fases 0 y IV y en Tafí la IV. A pesar de haberse reunido para el análisis la muestra más amplia de urnas santamarianas consi-derada hasta el momento (837 ejem-plares), el elevado número de sitios y localidades de las cuales se extrajeron piezas hacen que los totales por loca-lidad sean demasiado bajos como para considerar significativa la ausencia de cualquiera de las fases o formas de de-coración. Uno de los pocos casos en que el tamaño de la muestra permite hacerlo es Fuerte Quemado. En todas

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las colecciones consideradas que in-cluyen esta localidad, la misma repre-senta la procedencia más frecuente. Es muy posible que dicha procedencia incluya piezas recuperadas en dos si-tios distintos y relativamente próximos denominados Calvario de Fuerte Que-mado y Ventanita de Fuerte Quemado (Reynoso 2003:155), hecho que expli-caría parte de la sobre-representación de la localidad en cuestión en la mues-tra. Volveré sobre esto más adelante. Aquí cabe destacar el hecho de que en Fuerte Quemado (donde la muestra asciende a 119 unidades) están ausen-

tes las urnas fase V con decoración de serpientes manchadas en traslación en el cuello. En cambio en la cercana lo-calidad de Quilmes, sobre una muestra de 41 ejemplares, 7 corresponden a la mencionada variedad; en Tafí, sobre una muestra compuesta por 17 piezas, hay dos casos con serpientes en S en el cuello.

Con procedencia de El Bañado, una localidad muy cercana a Quilmes, que en algunos casos ha sido consi-derada de manera conjunta con esta última (p.e. Ambrosetti 1897), también

Figura 9: Zonas correspondientes a las distintas tradiciones regionales del estilo santamariano definidas por Caviglia (MS) y ubicación de las localidades de las cuales proceden las urnas del corpus documental.

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se cuenta con una muestra importan-te: 44 piezas. Se encuentran represen-tadas allí las mismas variedades que en Quilmes, a la vez que se registra la misma ausencia: no hay representacio-nes de antropomorfos con corazas. En Las Mojarras, donde la muestra es muy pequeña (7 ejemplares), cuatro corres-ponden a la fase IV, 2 de las cuales pre-sentan antropomorfos con corazas. Del análisis de la distribución de este moti-

vo, junto con los zoomorfos felinizados asociados, surge una esfera de vigencia de este significante en la porción cen-tral del valle de Santa María, entre las localidades de Fuerte Quemado por el Norte y Loma Rica de Shiquimil al Sur. La localidad de Lorohuasi, incluida dentro de esta zona estaría represen-tando una ocupación más temprana, en la medida en que en ella el predo-minio del tipo tricolor es casi total (21

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Figura 10: Zonas correspondientes a las distintas tradiciones regionales del estilo santamariano definidas por Caviglia (MS) y ubicación de las localidades de las cuales proceden las urnas del corpus documental.

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casos tricolores contra sólo 1 bicolor y otro indeterminado).

La tendencia general que puede apreciarse en muestras por encima de las 10 unidades, es que las piezas tri-colores (tempranas) aproximadamente duplican o triplican en número a las bicolores (tardías): en El Bañado la re-lación es de 27 a 13 (con cuatro casos indeterminados); en Amaicha 8 a 3; en Tafí, 9 a 5 (con tres casos indetermi-nados); en el área de Cafayate, 7 a 2; en Punta de Balasto 7 a 2 (con un caso indeterminado), en Famabalasto, 9 a 2 (con dos casos indeterminados) . Luego se presentan como exponentes de un más marcado predominio aún del tipo tricolor localidades como Fuerte Que-mado: 96 a 15 (y 18 casos indetermina-dos) y Lorohuasi: 21 a 1(más dos casos indeterminados). Como representante de la tendencia opuesta se destaca el caso de Chiquimil, el único en el cual predominan los ejemplares bicolores (9 sobre 4 tricolores), mientras que en Las Mojarras, cabe mencionar (aunque la muestra es más reducida) una repre-sentación equilibrada de ambos tipos (4 bicolores y 3 tricolores), así también como en Quilmes, donde son 20 las piezas tricolores, contra 17 bicolores (más dos casos indeterminados). Aquí la ausencia de piezas fase IV, con pre-sencia de las anteriores y posteriores, sugiere la posibilidad de un cierto sola-pamiento temporal entre las fases IV y V, cuya diferencia de frecuencias en los sitios podría haber estado determinada por la variación geográfica.

En la muestra analizada, aparte de piezas procedentes del valle de Santa María, se incluyen 17 piezas con proce-

dencias del Valle Calchaquí (que com-prende las áreas de las tradiciones Cal-chaquí y Valle Arriba) y 24 procedentes del área Nororiental, también llamada Santa Bárbara o Pampa Grande (Cavi-glia 1985). La muestra de piezas proce-dente de esta última zona corresponde en su mayoría al Museo de Antropo-logía de Salta y presenta, al igual que en el caso de las demás tradiciones santamarianas, una gran variedad de manifestaciones. Se destacan las ur-nas Pampa Grande, tricolores, con sus bordes frontales hundidos, los ojos por lo general cerrados (siempre con lágri-mas), apéndices modelados de trenzas a los costados y bocas con los dientes ralos a la vista. A diferencia de las de-más tradiciones santamarianas, éstas tienen indicación de rasgos del rostro mediante modelado de las mismas pa-redes del cuello de la vasija (pómulos, mentón). Es marcada la constricción que divide el cuello del cuerpo y la for-ma oval, ancha de la abertura de la pie-za, con bordes tan altos, hace imposi-ble que las urnas pudieran haber sido tapadas con pucos, como los casos que se conocen del valle de Santa Ma-ría. Es ésta una primera diferencia de importancia, pues estaría indicando la reducción del número de instancias de oposición simbólica en torno a las ur-nas: la número 3 no habría sido posible en todos los casos correspondientes a la zona de Santa Bárbara. La segunda diferencia de importancia está dada por el hecho de que la decoración de las urnas difiere entre anverso y reverso: la representación antropomorfa se da en una sola de las caras; en la opuesta, serpientes enroscadas o batracios muy estilizados constituyen los únicos mo-tivos, los cuales se presentan de a uno

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por parte de la vasija (cuello y cuerpo), sin otro acompañamiento. De esta ma-nera, la fundamental instancia 1 de la serie de dualismos y oposiciones de la cerámica santamariana se encuentra ausente en uno de los tipos que inte-gran la tradición Santa Bárbara.

Otra característica de las urnas Pampa Grande está dada por la simplifi-cación de la decoración de las mejillas. A menudo sólo se apela al recurso de las superficies de color (sin motivos in-cluidos) para el establecimiento de los cuadrantes. Esta simplificación implica una notable reducción en la variedad de elementos del diseño presentes en este tipo de piezas, comparadas con las de Yocavil. Al respecto cabe destacar que la decoración del cuerpo, siempre por fuera de la “bimodalidad”12 (Podestá y Perrota 1973:13), tiene similitudes con el diseño de sapo que ocupa todo el cuerpo en un conjunto de urnas tem-pranas de la seriación Yocavil. Aunque si bien casos como los ilustrados por las piezas nro. 816 y 822 (de aquí en más, p816 y p822)13, procedentes de La

Viña responden al concepto tratado a propósito de los casos fase 0 de Yocavil (Figura 11), cabe destacar que el modo de representación puede ser diferen-te: por ejemplo los brazos del batracio pueden no terminar en la porción su-perior del cuerpo y en los costados del mismo, sino volver hacia el centro de la pieza; o también, como en p822, la cabeza puede aparecer dispuesta hacia abajo en lugar de hacia arriba.14

Parece ser que varios motivos po-dían ocupar el lugar de única represen-tación del cuerpo, como se aprecia en p844 -procedente de La Viña- (Figura 11), en la cual una serpiente toma dicho papel. La única constante que puede señalarse a propósito de los ejemplos referidos, es la forma de representa-ción de la cabeza, siempre igual, más allá de que se trate de especies diferen-tes: dos triángulos enfrentados por los lados más largos verticales, cada uno con un ojo compuesto de una pupila negra plena sobre un iris negativo. Se trata de la misma representación de las cabezas de las serpientes que ofician

Figura 11: Ejemplos de urnas pampa grande: p816, procedente de La Viña (770, Museo de Antropología de Salta Martín Leguizamón, altura de la pieza: 64,5 cm); p822, procedente de La Viña (91-020807, MASML, altura de la pieza: 62,5 cm); p844, procedente de La Viña (771, MASML, altura de la pieza: 63 cm). Ejemplo de decoración del cuerpo de urna fase V de Yocavil: p886, procedente de Quilmes (E64, Museo Arqueológico J.B. Ambrosetti).

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de brazos en las urnas fase V de Yocavil (cf. con pieza nro. 886 procedente de Quilmes, figura 11).

Las urnas sin cintura son piezas con sus frentes extremadamente cha-tos, cuya sección es en consecuencia un óvalo de lados rectos (Figura 12). Ocasionalmente presentan el borde hundido en los frentes, lo cual indica un cierto parentesco morfológico con las urnas Pampa Grande. Al no tener cintura, las piezas se hacen progresiva-mente más abiertas desde la constric-ción de la sección basal hasta el bor-de, siempre en un gradiente reducido. Las hay bicolores y tricolores sin más

diferencias en la decoración entre am-bos tipos. En contraste con las urnas Pampa Grande, las sin cintura tienen la misma decoración en ambas caras, y al igual que lo visto en las urnas clásicas, presentan diferencias entre anverso y reverso.15

Todas las urnas sin cintura de la muestra16 tienen diseño tripartito en el cuerpo (esto es, con banda central), que en dos casos se extiende hasta el borde de la pieza, ocupando el lu-gar del rostro de la figura de las largas cejas. Se trata éste de otro recurso desconocido hasta el momento en la iconografía santamariana. Los dos ca-

Figura 12: Ejemplo de urna sin cintura de la tradición Santa Bárbara: p839, procedente de Ayuza (776, Museo de Antropología de Salta Martín Leguizamón, altura de la pieza: 64 cm). Ejemplo de urnas de la tradición Calchaquí: p858 (16-101-82, Museo de Antropología de Salta Martín Leguizamón, altura de la pieza incompleta: 48 cm); p824, procedente de Kipón (unsa50200046, MASML, altura de la pieza: 49 cm).

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sos de urnas sin cintura con división de cuerpo y cuello y representación de la figura de las largas cejas muestran también la presencia del recurso de la imperfección deliberada en la simetría de ambas caras, del mismo modo que ocurre en el resto de los casos proce-dentes de la zona nororiental. Se trata de 15 ejemplares, de los cuales más de la mitad (8 casos) corresponden a la fase 0 y el resto se reparte entre las fases siguientes, con excepción de la V, ausente.17

En el mismo Museo de Antropo-logía de Salta, hay también piezas que proceden del Valle Calchaquí, la cuales conforman, junto con otras de los Mu-seos de San Carlos y de Berlín, una pe-queña muestra (de 18 unidades) que en este caso contribuye a ampliar el grupo de referencia para las tradiciones de-finidas por Caviglia (MS).18 Dentro de lo que geográficamente se entiende por Valle Calchaquí queda compren-dido el territorio incluido por Caviglia -quien recupera la propuesta de Se-rrano (1958:61-62)-.en dos tradiciones diferentes: la Calchaquí propiamente dicha (desde la Poma hasta Angastaco) y la Valle Arriba (desde Angastaco has-ta Colalao del Valle, aproximadamen-te). La mala conservación de los ejem-plares correspondientes a la primera de las zonas mencionadas no permite examinar exhaustivamente la cuestión de las diferencias entre cara y cara o entre lados izquierdos y derechos. No obstante, casos tales como p824 (fi-gura 12) constituyen un testimonio importante en cuanto a la presencia de ambas diferencias en el interior del valle Calchaquí. Esta urna bicolor, pro-cedente de Kipón, presenta dos trián-

gulos adosados al borde lateral dere-cho del campo de la mejilla derecha en una cara de la pieza, mientras que sólo uno en su homólogo de la cara opues-ta. Luego, respecto de los otros casos que, como se dijo, presentan una mala conservación de su pintura, al menos es posible indicar que si presentaron contrastes, estos no fueron notorios sino sutiles; a la vez que ambas caras tuvieron la misma decoración, signada por la centralidad de la serpiente, tanto en el rostro (ojos formados por cabe-zas de serpiente y cejas por el cuerpo de la misma)19 como en el cuerpo de la vasija.

En lo que respecta a rostros, so-bre-rostros y adornos faciales (Nastri et al 2009), los mismos están presen-tes en la gran mayoría de las piezas de Calchaquí. Si bien la muestra es más pequeña, la proporción de mascarillas y narigueras es mayor que en Yocavil. Luego existe menor variedad de ele-mentos decorativos: prácticamente el único animal representado es la ser-piente, pero siempre articulada con el rostro o tomando el lugar de los brazos (notoriamente ausentes en la muestra).

Así como se identificó en el caso de la tradición Santa Bárbara la ausen-cia de algunas de las instancias del sis-tema retórico que involucran simetría, en Calchaquí cabe destacar la introduc-ción de una nueva forma de expresión de una de ellas. Se trata de la instan-cia número 5, que por su configura-ción (triángulos curvados opuestos en cuello y cuerpo) en Yocavil se restrin-ge a las piezas con división de brazos. En los casos de Calchaquí se pone de manifiesto una solución original para la limitación mencionada: la boca del

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rostro de la figura de las largas cejas se realiza en el marco de un triángulo curvado invertido y opuesto al que se dispone por encima de las cejas (figura 12, p858). Esto es, “levanta” la posición del triángulo curvado inferior que hace simetría con el superior, llevándolo al cuello y preservándolo, de este modo, de las variaciones en la estructura de diseño del cuerpo. No puede dejar de señalarse que la configuración de dicho elemento (los dos triángulos curvados unidos por una fina línea vertical) tie-ne la misma forma que el negativo de las mascarillas ilustradas por González en relación a la cultura de La Aguada, en un objeto concreto (Reyes Gajardo 1938; González, L. 2004:194) y en una representación iconográfica del mis-mo (González 1998:152-153; Nastri et al 2009:figura 5), así también como la boca tiene forma idéntica a las narigue-ras semilunares andinas (Stern Gelman 2010).

En relación a la modalidad Valle Arriba, la característica más notoria está dada por la rectitud de los cuellos, muy evertidos. Se observa la presen-cia de las mismas instancias retóricas que en Yocavil y, en el área propia de la subtradición Valle Arriba, las piezas Yocavil tienen la misma representación que las del tipo local. De modo que de las pequeñas muestras consideradas correspondientes a otras zonas de dis-persión del estilo santamariano, Sector Nororiental, Valle Calchaquí y área de Cafayate, cabe destacar lo siguiente: en las tres zonas las piezas que fueron tomadas como definitorias de las tradi-ciones locales (Santa Bárbara, Calcha-quí y Valle Arriba), coexisten con otras del tipo Yocavil o clásicas. En cambio,

no se registraron representantes de las mencionadas tradiciones en el conjun-to de piezas mayoritario de la muestra considerada en este trabajo, proceden-te del valle de Santa María (Tabla 2).

Desde el punto de vista de los significados asociados a las piezas de las distintas zonas mencionadas, debe destacarse un patrón común en torno a la representación de la figura de las largas cejas -a partir de la combinación de la pintura con la forma de la vasi-ja-, y el recurso de la simetría en sus diversas instancias, variando su núme-ro y formas de manifestación según las zonas. En el área de la tradición Santa Bárbara, las urnas Pampa Grande se apartan de la simetría entre caras (ins-tancia 1) y probablemente también de las sostenidas en Yocavil entre el puco-tapa y el puco-base (instancia 3) y entre el triángulo curvado superior del trián-gulo curvado inferior (instancia 4); a la vez que simplifican notablemente la expresión de particiones en las mejillas (Tabla 1). Luego evidencian también la vigencia de otros significados asocia-dos a representaciones animales en el cuerpo de las piezas, que en cuanto a su disposición remiten a las fases más tempranas de Yocavil, mientras que en su estilo de realización se asemejan a las más tardías de la misma zona.

Luego en el grupo de urnas que denominamos sin cintura, las particu-laridades de la forma y de la decora-ción implican una alteración del patrón conocido de referencia de cada una de las secciones de la pieza en relación con la metáfora antropomorfa (instan-cia 5). Las piezas originales del Valle Calchaquí, en cambio, si bien muestran

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también un menor número de motivos y variantes de estructura de diseño que la variedad Yocavil, comparten con ésta los recursos retóricos que permiten el despliegue de oposiciones duales tan-to sobre el plano horizontal como so-bre el vertical. Lo anterior sugiere que mientras que en la zona de la tradición Santa Bárbara se confirió mayor aten-ción a la representación del rostro (con detalles modelados únicos y simplifica-ción de la decoración), lo original del Valle Calchaquí residiría en el desplie-gue de formas simbólicas de expresión de la metáfora antropomorfa, en torno

a la figura de la serpiente.20 De ambas, la segunda evidencia mayor correspon-dencia con la expresión simultánea de oposiciones simbólicas duales a partir de los recursos considerados en la sec-ción anterior. Las urnas clásicas, junto con las Valle Arriba, implicarían así una combinación caracterizada por el equi-librio entre ambas tendencias repre-sentativas.

El hecho de que piezas de la tra-dición Yocavil se encuentren presentes en las otras tres zonas (tabla 2), a la vez que no se detecte el caso inverso, sumado al mayor número de piezas

Tabla 1: Síntesis de las variaciones en la presencia de las instancias retóricas que involucran simetría en las áreas de las distintas tradiciones santamarianas.

Tabla 2: Composición de la muestra por tradición y procedencia.

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procedentes del valle de Santa María, sugiere que éste sin duda constituyó el foco principal de vigencia del géne-ro discursivo en cuestión, más allá del sesgo dado por los museos relevados y el cubrimiento diferencial de las zonas a lo largo de la historia de las investi-gaciones. Luego los cruces estilísticos que revelan intercambios entre las zo-nas, junto con la distribución diferen-cial de las fases en el ámbito de Yoca-vil, constituyen indicios para el futuro ajuste del panorama de la variación tanto en términos temporales como espaciales.

Discusión en torno a las implicancias sociales

En primer lugar debe destacarse la amplia escala geográfica del fenómeno del estilo santamariano y del género discursivo de las urnas funerarias. La distribución de las piezas en cuestión abarca la mayor parte de la sub-área valliserrana del NOA: alrededor de 40.000 km2. Teniendo en cuenta que la muestra analizada corresponde a urnas exhumadas en cementerios, y que en la gran mayoría de los casos registrados contenían esqueletos de párvulos, la mortalidad infantil representada indi-rectamente por el corpus documental es muy alta. Esto es por otra parte, co-herente con el gran tamaño de las áreas habitacionales de los centros poblados tardíos de los valles de Santa María y Calchaquí. Estas magnitudes relativa-mente grandes en comparación con lo que hasta ese momento era corriente en la región, probablemente contribu-yeran al establecimiento de la hipóte-sis acerca de la existencia de un gran señorío santamariano que ejerciera

autoridad sobre el área de distribución del estilo homónimo.

Del análisis conducido, más allá de la necesaria superación de la clasifica-ción por fases y por tradiciones esti-lísticas, se desprende que el tipo Valle Arriba no cuenta por el momento con una representación en la muestra que permita considerarlo como una tradi-ción. Las otras tres tradiciones difieren todas entre sí, presentando Yocavil el repertorio más completo de motivos y procedimientos retóricos, además del mayor abigarramiento en la decora-ción. No obstante lo anterior debe ma-tizarse con el hecho de que constituye la variedad abrumadoramente mejor representada de la muestra, además de la más trabajada y conocida en la bi-bliografía. Salvo en el caso de variantes Yocavil en el área de Valle Arriba, la baja frecuencia de tipos de otras zonas en cada una de las áreas es un elemento que apunta a confirmar la asociación entre éstas y las variantes estilísticas definidas.

En las crónicas de la conquista el único elemento integrador de las po-blaciones en cuestión a escala regio-nal es el gentilicio calchaquí, respecto de cuya referencia territorial no existe consenso entre los especialistas. En cambio, sí existen referencias claras respecto de una integración de pobla-ciones a escala local: los “11 pueblos” de Quilmes, los “5 fuertes” de Tolom-bón, etc. (Lorandi y Boixadós 1987-1988:329,345,356). Articulaciones a dicha escala han sido planteadas ar-queológicamente en lo que respecta a instalaciones funcionalmente comple-mentarias (Cigliano y Raffino 1977; Nas-tri 2003). Pero la mayor representación

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de las urnas procedentes del sector central del valle de Santa María, entre El Bañado y Fuerte Quemado, cons-tituye un elemento que no debe ser soslayado. Entre las mencionadas loca-lidades se concentra el 38% de todas las urnas con procedencia21, concentración compatible con la posibilidad de que en algún momento de los extensos tiem-pos tardíos, se hubiera dado el fenóme-no de crecimiento desigual por parte de un sector en particular.22

No obstante la evidencia analizada en la sección precedente ilumina una posibilidad alternativa a la del modelo étnico tradicional de distribución de las variantes tardías, en la cual toda el área santamariana, o cada uno de los valles que la componen, correspondería a un señorío. Dicha posibilidad es que no exista correlación entre distribución de un estilo arqueológico y unidad políti-ca, ni entre el grado de similitud esti-lística y el grado de interacción social (Hodder 1982). Compartir un estilo por parte de distintos colectivos sociales implica sin duda un vínculo, el cual puede consistir en interacción directa o mediada por otra población, sincró-nica o previa. Pero lo anterior no quiere decir que dos colectivos que no com-parten el mismo estilo en alguno de sus géneros discursivos no tengan interac-ción o no puedan formar parte de una misma unidad u “organización” política. Afinando el enfoque con la considera-ción de los rasgos temáticos, retóricos y enunciativos es posible adentrarse en la vida social de un género y compren-der cuáles son las implicancias sociales de las diferencias detectadas. Puesto que en el enfoque comunicacional los “estilos” no son portados por sujetos

que tengan por toda acción dejar mar-cas emblemáticas de su paso, sino que éstos desenvuelven su vida en el marco de un estilo de época muy general que permea todas sus producciones, a la vez que elaboran y consumen distintos géneros discursivos cuya vinculación con la organización política es de carác-ter semiótico antes que instrumental.

De esta manera, puede apreciar-se que las piezas de la tradición Santa Bárbara se presentan como diferentes a las demás, en la medida en que en ellas no se manifiestan 4 de las 8 instancias definidas para la variedad Yocavil: las dos instancias de simetría sobre un eje horizontal (instancias 3 y 4), la diferen-cia sutil (instancia 8) y, en el caso de al-gunas urnas sin cintura, no se expresa la metáfora antropomorfa, (instancia 5) mientras que las urnas Pampa Grande no presentan el carácter doble de la pieza (instancia 1). Esta diferencia en el plano de lo retórico podría indicar, en el área de Santa Bárbara, la vigen-cia de otros principios ideológicos, di-ferentes a aquellos caracterizados por la concepción del cosmos y del orden social en términos de un equilibrio de opuestos simétricos, sutilmente dife-rentes. Se abre aquí la posibilidad de una diferencia cronológica – las urnas de Pampa Grande como más tempra-nas, cuando aún no se habían estable-cido los cánones de simetría - ó, lo que creo más plausible, una adopción del género a partir de la interacción con Yocavil (testimoniada en la presencia de ejemplares clásicos), pero sin una comprensión profunda de sus compo-nentes retóricos. Distinto es el caso de Calchaquí, donde los procedimien-tos retóricos se encuentran presentes,

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pero existe una reducción de la variabi-lidad de motivos, que en lo que respec-ta a la figura de las largas cejas siempre presenta el rostro con ornamentos fa-ciales o cefálicos (Figura 11), los cuales son indicativos de status especial, por lo general elevado, en el marco de las sociedades andinas (Nastri et al 2009).

Es necesario tener presente que la definición de modalidades estilísticas correspondientes a zonas determina-das no implica necesariamente que di-chas modalidades constituyan la única manifestación existente en su zona, ni siquiera la más frecuente. La variedad Yocavil es mayoritaria en la zona homó-nima, así también como en la de Valle Arriba, según el conocimiento existente hasta el momento. Luego no hay regis-tro de ninguna pieza de las tradiciones Santa Bárbara, Valle Arriba o Calchaquí que provenga de cualquiera de las otras áreas. La determinación del origen pro-ductivo de las piezas de una tradición presentes en el área correspondiente a otra, constituiría un elemento de gran importancia a los fines de esclarecer el sentido de la interacción y las relacio-nes sostenidas por las poblaciones de los valles calchaquíes durante el Inter-medio Tardío. Pero es la consideración de la significación lo que permite aden-trarse en la complejidad de las interac-ciones regionales, el conflicto y la orga-nización política a lo largo de los siglos, en la medida en que no existe una co-rrelación directa entre estos fenóme-nos y la similitud estilística superficial en un género discursivo (por otra parte muy difícil de medir en gradiente). Po-demos apreciar que todo un plano de la significación se encuentra ausente en Santa Bárbara y presente en Calcha-

quí y Yocavil; a la vez que en Calchaquí se enfatiza un aspecto temático parti-cular. Finalmente, al interior del valle de Santa María y entre localidades muy próximas, se manifiesta para los beli-cosos momentos tardíos y en torno a los motivos vinculados con la guerra y el sacrificio, una destacada diferen-cia: representaciones de guerreros vs. representaciones de cabezas trofeo o serpientes verticales en forma de “S” (Nastri 2009:111-112). Todo apunta a indicar que durante el extenso lapso de los tiempos tardíos y a lo largo de tan vasto territorio, pasaron muchas co-sas. Afortunadamente existió un géne-ro discursivo sobre un soporte durable, a través del cual se expresaron en for-ma figurativa, prácticas, sentimientos e imaginarios sociales. Estas expresio-nes tienen vínculos con las formas de organización política propuestas por diferentes autores. Es posible que, in-voluntaria pero lógicamente, la disputa interpretativa al respecto reproduzca las competencias por la imposición de dichas alternativas políticas en los tiempos prehispánicos (Isbell 1997); los cuales debieron poseer una carga de historicidad no menor a los convul-sionados tiempos posteriores.

Conclusiones

La decoración cerámica constituye uno de los rasgos que más concentran la atención de los investigadores, dado que los tiestos son el resto material más frecuente en los sitios arqueológicos. Si la decoración sólo se toma a nivel de la identificación de estilos arqueo-lógicos, los datos acopiados sólo serán relevantes para la datación tentativa del sitio o, en el caso de asumirse a los

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estilos como expresión de la identidad étnica, como testimonio de la coexis-tencia de uno o más grupos particula-res. Adentrarse en la consideración del significado permite en cambio (o ade-más) reconocer diferencias en aspec-tos más detallados, como es el caso de la narrativa de las urnas con batracio, serpiente o lagartija en el cuerpo en lu-gar de los atributos del torso de la figu-ra de las largas cejas; el énfasis en las representaciones vinculadas al poder y la distribución diferencial de motivos militaristas en un tiempo y área carac-terizado por los conflictos locales.

En la visión tradicional del período tardío del área valliserrana el carácter fortificado de los asentamientos fue tomado como el criterio clave para la interpretación de las prácticas (com-petencia, guerra), tomándose al estilo como indicador de la territorialidad de las unidades políticas. El presente tra-bajo se propuso escudriñar en los me-canismos de composición de un géne-ro discursivo tardío y en su distribución espacial, a los fines de mostrar el po-tencial que una concepción activa del estilo puede tener para la comprensión del devenir histórico prehispánico. La significación es tan real como una prác-tica y puede ser tanto una expresión de ésta, como su motivación; aunque como señala Geertz, su vínculo con la vida colectiva es semiótico antes que instrumental (Geertz 1994:122-123).

Si el estilo funcionó en las inter-pretaciones arqueológicas como un sinónimo de grupo étnico, el recorrido preliminar por los territorios de signifi-cación expone, por el contrario, la no-ción de que los artefactos no represen-tan personas ni grupos. Constituyen en cambio, discursos y objetivaciones de la acción de agentes sociales dinámi-cos, envueltos en racionalidades cul-turales particulares. El conocimiento de las mismas requiere adentrarse en la consideración crítica de los significa-dos. Pues mantenerse aparte de dicha consideración sólo resulta en una pro-yección tácita, y por lo tanto acrítica, de algún significado particular, tal como es el de estilo arqueológico como emble-ma de etnicidad. Pero los fragmentos y objetos del pasado no se disponen espacialmente de manera de repre-sentar a los sujetos del pasado, sino al uso que éstos dieron a los discursos. Uso por parte de agentes varios que se sumó a un conjunto de otras prácticas envueltas en significaciones. Al conoci-miento de parte de estas últimas inten-ta contribuir el presente texto.

AGRADECIMIENTOSA Victoria Coll por la confección

de los mapas; a Gisela Spengler por la confección de las figuras 1, 7, 11 y 12; a Lucila Stern Gelman por la preparación de las figuras 3, 5, 6, 7, 8, 9 y 10.

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NOTAS1. Énfasis mío.

2. Aquí el valle de Santa María se toma como una unidad política, en contradicción con las “tres o cuatro organizaciones” enumeradas antes.

3. Y donde dicho cubrimiento ha sido más completo (Reynoso 2003; Tarragó y Gonzá-

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lez 2004) o ha estado orientado a buscar estructuras especiales (Nastri 2001), se encuentran precisamente las “excepciones” a las ausencias registradas por Acuto (2007:81).

4. Los límites más allá de los cuales el aumento de la escala espacial de análisis resulta injustifi cado, es cuando la misma supera la propia del fenómeno a analizar. En este sentido, considerar en conjunto, como hace Acuto, el tardío de distintas sub-áreas entre algunas de las cuales no habría habido interacción, resulta justamente un ejemplo de enfoque “a vuelo de pájaro”, que solo tiene sentido en relación con pre-guntas acerca de la evolución social.

5. Traducción mía.

6. Aunque también son escasos los ejemplos conservados, no cabe duda de que el arte textil santamariano debio haber tenido gran importancia (Renard 1999). Otros soportes posibles para manifestaciones iconográfi cas están dados por las calabazas, artefactos de hueso y cestería.

7. En otro lugar he planteado la hipótesis de que tal decoración habría representado la escena de introducción del cuerpo de regreso en la Pacha Mama (Nastri 2009:108), en la medida en que el sapo es una forma habitual de representación de esta entidad sagrada (Mariscotti de Görlitz 1978).

8. Quienes señalan que éstas varas, plumas e “ídolos” se encontraban por doquier en los lugares en los que se desenvolvía la vida de los aborígenes (González 1983).

9. Para tiempos formativos Pérez Gollán propuso que los suplicantes tuvieron la función de huancas y Aschero y Korstanje adjudican dicho rol a los menhires y representa-ciones en rocas fi jas (Aschero y Korstanje 1996:25; Pérez Gollán 2000:32). Una similar continuidad en lo que respecta a tradiciones andinas en el NOA se observa en los adornos faciales de Condorhuasi, Aguada y Santa María (Nastri et al 2009).

10. Como el caso de los pucos Loma Rica bicolor que tapan urnas tricolores (Marchegia-ni 2008; Podestá y Perrota 1973).

11. Cada una de las instancias de representación enumeradas involucra a un referente específi co del mundo, con la excepción de la instancia 6, donde si bien ese referente seguramente existió también (la decoración facial y la decoración de los textiles), el mismo es muy variado y al no ser “natural” (como lo es la forma del cuerpo humano) no posee ninguna restricción referencial que limite la expresión de otras signifi cacio-nes, más abstractas.

12. Podestá y Perrota acuñaron este término para referirse a las piezas que cuentan con decoración de cuerpo con banda central (modalidad 1) o cuerpo con brazos (moda-lidad 2) (Podestá y Perrota 1973; Nastri y Vietri 2004).

13. En concordancia con la notación empleada por Levi-Strauss para el análisis de las variantes de los mitos, cuyo método hemos procurado adoptar para el estudio de las urnas santamarianas como expresión de narrativas míticas (Nastri 2009).

14. En la pieza referida la mala conservación de la pintura no permite determinar si efectivamente se trata de un batracio o de un saurio.

15. En p839, procedente de Guachipas, lo más notorio es que mientras que en el anver-so las superfi cies pintadas de rojo en el rostro de la fi gura de las largas cejas (ya no puede decirse cuello) son dos, en el reverso son tres. Dado que es la única pieza de este tipo que tiene rotación en el cuello, no es posible establecer si dicha diferencia responde a alguna lógica particular o no, pero cabe señalar otro rasgo más curioso aún en la decoración del cuerpo: con división tripartita, un cordón quebrado rojo vertical se dispone a ambos lados de la banda central, pero con la particularidad de hacerlo de modo rotacional en lugar de refl ejo (como es norma en Yocavil). Es éste un caso absolutamente único en toda la muestra que repite en el terreno iconográfi -co, la gran originalidad morfológica de la cerámica santamariana de Santa Bárbara.

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16. 6 casos.

17. En función del tamaño de la muestra, es alta la frecuencia de casos “atípicos”, como el de p505, procedente de La Viña, en la cual hay un contraste notorio en lo que hace a las representaciones del cuello entre el anverso y el reverso de la pieza. En éste último, en lugar del rostro hay un suri muy estilizado que ocupa prácticamen-te la totalidad del cuello. En p831, procedente de La Viña, se destaca una fi gura zooantropomorfa en la banda central del cuerpo, cuyo negativo remite a otra con cuatro extremidades dispuestas como es habitual en el caso de la representación de batracios. En p813 los cordones quebrados a ambos lados de la banda central no describen ninguna de las formas tradicionales, sino que en cambio (combinando cordón y damero) conforman sendas grecas a la altura del pecho del personaje an-tropomorfo de la vasija.

18. A diferencia de la tradición Santa Bárbara, sobre la cual no aporta ejemplos, la tra-dición Calchaquí aparece ilustrada en el trabajo aún inédito de Caviglia, mediante casos de la bibliografía, otros aportados por Tarragó y otros producto de sus observa-ciones de piezas de los museos de Antropología de Salta y de Cachi.

19. Podría tratarse también de una mascarilla (Nastri et al 2009).

20. Si bien puede decirse que la serpiente constituye una verdadera obsesión en todas las variantes del estilo, en el caso de las lloronas de Calchaquí las serpientes toman el lugar del antropomorfo (entablan una relación paradigmática con éste), antes que constituirse en un mero aditamento del mismo.

21. Sin incluir las de la colección Zavaleta –por tratarse de un comerciante que movilizó ingentes cantidades de piezas, sin que se sepa que haya contado con personal cali-fi cado-, y con las cuales dicho porcentaje treparía bastante más aún.

22. Considerando la extensión que habría tenido el sentido político del valle calchaquí según de Aparicio (1951), la zona referida incluye los sitios que constituían los puntos más accesibles (Nastri MS) considerando una matriz de caminos más cortos (Nastri 2003:120) que incluya todos los centros poblados conocidos con predo-minio de cerámica santamariana a través de las vías de circulación más factibles (sensu Albeck 1992).

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Las Tierras Altas del Área Centro Sur Andina, entre el 1000 y el 1600 d.C. • 119

APÉNDICE

Listado de urnas santamarianas analizadas complementario del publicado en Nastri et al (2009), por Leticia Tulissi.

120 •Javier Hernán Nastri-Territorios de signifi cación. La variación estilística, PP. 89-120


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