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El Club Del Escrilector 1 - Incomprendidos

Date post: 21-Oct-2015
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Esta pequeña gran obra surge de la estrecha colaboración de Blackie Books con sus lectores. A raíz de la publicación de la novela "Cuando tenía cinco años, me maté", de Howard Buten, comenzamos a recibir recuerdos infantiles, más cómicos o más traumáticos pero siempre tiernos, en nuestra página de Facebook. Esta es una selección con algunos de los mejores. Incomprendidos es el primero de los fanzines del Club del Escrilector, o, dicho de otro modo, la primera muestra de lo que sucede cuando los lectores quieren escribir y tienen muchas cosas que contar.
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44 recuerdos infantiles de los lectores de Blackie Books inspirados en Cuando yo tenía cinco años, me maté, de Howard Buten Incomprendidos EL CLUB DEL ESCRILECTOR — N.º 1 Esta pequeña gran obra surge de la estrecha colaboración de Blackie Books con sus lectores. A raíz de la publicación de la novela Cuando tenía cinco años, me maté, de Howard Buten, comenzamos a recibir recuerdos infantiles, más cómicos o más traumáticos pero siempre tiernos, en nuestra página de Facebook. Esta es una selección con algunos de los mejores. Incomprendidos es el primero de los fanzines del Club del Escrilector, o, dicho de otro modo, la primera muestra de lo que sucede cuando los lectores quieren escribir y tienen mu- chas cosas que contar. blackiebooks.org
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44 recuerdos infantiles de los lectores de Blackie Books inspirados en Cuando yo tenía cinco años, me maté, de Howard Buten

Incomprendidos

EL CLUB DEL ESCRILECTOR — N.º 1

Esta pequeña gran obra surge de la estrecha colaboración de Blackie Books con sus lectores. A raíz de la publicación de la novela Cuando tenía cinco años, me maté, de Howard Buten, comenzamos a recibir recuerdos infantiles, más cómicos o más traumáticos pero siempre tiernos, en nuestra página de Facebook. Esta es una selección con algunos de los mejores. Incomprendidos es el primero de los fanzines del Club del Escrilector, o, dicho de otro modo, la primera muestra de lo que sucede cuando los lectores quieren escribir y tienen mu-chas cosas que contar.

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EL CLUB DEL ESCRILECTOR — N.º 1

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El Club del Escrilectores un proyecto del Comité Blackie

Idea original: Comité BlackieConceptualización y desarrollo:Comité Blackie

Diseño:Setanta, www.setanta.es

Impresión: Derra

Impreso en España© de los textos: los escrilectores de Blackie Books© de las ilustraciones: Cristóbal Fortúnez© de la edición: Blackie Books, S.L.U.Calle Església, 4-1008024 [email protected]

Todos los derechos están reservados.Queda prohibida la reproducción total oparcial de este libro por cualquier medioo procedimiento comprendidos la reprografíay el tratamiento informático, la fotocopiao la grabación sin el permiso expresode los titulares del copyright.

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Incomprendidos44 recuerdos infantiles de los lectores de Blackie Books

inspirados en Cuando yo tenía cinco años, me maté, de Howard Buten

EL CLUB DEL ESCRILECTOR — N.º 1

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Introducción, por Gianni Rodari

Si tiramos una piedra, un guijarro, un «canto», en un estanque, produciremos una serie de ondas concéntricas en su superficie que, alargándose, irán afectando a los diferentes obstáculos que se encuentren a su paso: una hierba que flota, un barquito de papel, la boya del sedal de un pescador... Objetos que existían, cada uno por su lado, que estaban tranquilos y aislados, pero que ahora se ven unidos por un efecto de oscilación que afecta a todos ellos. Un efecto que, de alguna manera, los ha puesto en contacto, los ha emparentado.

Otros movimientos invisibles se propagan hacia la profun-didad, en todas direcciones, mientras que el canto o guijarro continúa descendiendo, apartando algas, asustando peces, siempre causando nuevas agitaciones moleculares. Cuando finalmente toca fondo, remueve el limo, golpea objetos caídos anteriormente y que reposaban olvidados, altera la arenilla tapando alguno de esos ob-jetos y descubriendo otro. Innumerables eventos o microeventos se suceden en un brevísimo espacio de tiempo. Incluso si tuviéramos suficiente voluntad y tiempo, es posible que no fuéramos capaces de registrarlos todos.

De forma no muy diferente, una palabra dicha sin pensar, lanzada en la mente de quien nos escucha, produce ondas de su-perficie y de profundidad, provoca una serie infinita de reacciones en cadena.

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—No pasa nada, hijo, no llores —susurró.—No estoy llorando —dije yo—. Ya soy un chico mayor.

Pero lloraba. Entonces papá me dijo que cada díamuere alguien y nadie sabe por qué.

Así son las reglas del juego. Después se fue abajo.Yo me quedé sentado en la cama. El tiempo pasaba y

pasaba. Dentro de mí había algo que no andaba bien, lonotaba en el estómago y no sabía qué hacer. Así que me

tumbé en el suelo. Estiré el índice y me lo llevé a la cabeza.Y doblé el pulgar. Y me maté.

Cuando yo tenía cinco años, me maté, HOWARD BUTEN

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GUILLERMO OTANO

Una vez siendo crío, en plena misa, salí al pasillo central de la iglesia y se me ocurrió gritar «¡Estáis todos locos!»... Se hizo un silencio. Mi madre en ese momento no sabía dónde meterse, media iglesia me miraba, le miraba a ella... Era tan pequeño que no recuerdo si se limitó a taparme la boca como pudo o me sacó de allí en un acto de lucidez. Todavía me lo recuerdan mis primos en las comidas fa-miliares.

*

SAMUEL VALIENTE

A mí me dio por escribir, en una libreta y por orden, los números. Así, sin límite. Los números. Por suerte, cuando tocó pasar del 1099 al 1100, me equivoqué y puse, ansioso de mí, 2000. En cuanto me di cuenta del error –varias filas después– decidí que no valía la pena seguir. Y entonces me convertí en un niño normal que veía Son Goku en lugar de escribir números en libretas.

*

JORGE HIDALGO Principios de los ochenta, me mudé de Madrid a un pequeño pue-blo de Córdoba. Pleno invierno y yo veía que todos los niños tenían los puños de colores. Asomaban por debajo de las mangas de los jerseys. Meses después, al enterarme de que eran los pijamas me sentí idiota e incomprendido por el frío que yo pasaba mientras el resto se llevaba de casa el calor de la cama.

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ANDREA VALDÉS

Fui a la Alhambra y me cabreé porque nadie sabía decirme dónde estaban los muebles. Se ve que estaba cansada y lloré a vena hinchada.

*

PAULA ALONSO

Yo, de pequeña, me enamoré.

*

CRISTINA VIDAL Me enamoré profundamente de Óscar Gómez. Él iba un curso por debajo del mío, aquel año hice todo lo posible para repetir curso y poder ir con él a clase... Al final lo conseguí, ¡me hicieron repetir! Pero mis padres decidieron cambiarme de colegio.

*

LIDIA CANALS

Tenía cinco o seis años. Eran los días previos a Carnaval y yo ya tenía mi disfraz escogido. Cada vez que les preguntaban a mis ami-gos de qué se disfrazarían, ellos contestaban que de Superman, de indio, Doraemon... y la gente contestaba: «¡Qué bonito estarás! ¿Ya lo tienes todo?». Pero cuando yo decía mi disfraz nadie decía nada. El caso es que yo iba diciendo que me disfrazaría de «puta mala». Y solía añadir: «Seré una puta malaaaa uuuuuh». Y claro, nadie me decía nada. En mi cabeza yo no lo entendía, porque confundía «bru-ja» con «puta».

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ANDRÉS CID

Cuando era pequeño, mi abuela tenía un cordero al que me encan-taba ir a visitar. Un día tuvimos una comida familiar en su casa, así que yo corrí a verlo, pero no estaba. Cuando pregunté por él me dijeron que se lo habían vendido a Norit para hacer sus anuncios. Por cierto, aquel día comimos una carne exquisita. Me sentía un incomprendido al no entender por qué mi hermano mayor se reía cada vez que me veía todo ilusionado y pasmado con el anuncio de Norit. Con lo orgulloso que estaba de mi corderito.

Encima lo veía en una tele que según mis padres explotaba si la veía más de dos horas seguidas. No entendía por qué habían com-prado una tele tan mala.

*

MARÍA JOSÉ GRACIA

Mi padre cazaba cuando yo era pequeña, y cuando llegaba a casa traía un saco con preciosos conejitos... ¡muertos! Yo me ponía tristí-sima y el resto de mi familia se reía. Entonces me sentaba debajo de la mesa del comedor y pegaba mocos en aquel techo que me servía de refugio para mi incomprensión, tal vez como una forma de ven-ganza. Hace poco descubrí que mi sobrino de ocho años también colecciona sus mocos en una cajita de madera.

*

MIRTA CARO TARPEN Robé un patito en el mercado. Un pato con mecanismo, ya que si le apretaba el pescuezo abría el pico y sacaba la lengua. Mi madre insistía en que eso al pato le molestaba, pero yo probé a apretarme el cuello y sacar la lengua y no dolía. Nadie entendía que mi mayor pena fuera cuando se rompió, pues «ya no funcionaba».

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CARME MORGENDORFFER Con cuatro años me encontré un perro invisible, lo llevaba de pa-seo con su cuerda invisible y le ponía su comida invisible favorita. Las cacas no se recogían porque, obviamente, eran invisibles. Al en-trar en las tiendas o restaurantes le obligaba a meterse en mi bolsillo, para que no se perdiera. Pero un día desapareció sin más, creo que la culpa fue mía por dejar de pensar en él. Muchos años más tarde un chico me dijo que había estado cuidando de mi perro pero era todo mierda cutre para ligar.

*

IRENE FIGUERAS

A los cinco años mis padres me contaron que habían clonado a una oveja y que en un futuro se podrían clonar humanos. Me entró la paranoia de que me iban a clonar, y nunca quería comer chicle ni usar cubiertos ni vasos para comer para que nadie cogiera mi saliva y me clonara.

*

CRIS BIRKIN

Una vez en primero de EGB fui al baño y me di cuenta de que llevaba las bragas al revés. Se lo dije a mi amiga Inmaculada y ella se encargó de aclararme que ese tipo de despistes causaban la muerte. Volví corriendo a la clase y le conté llorando a la señorita Celia que me iba a morir por llevar las bragas al revés.

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MARKEL RINCÓN

Una de las primeras veces que jugué al escondite se la quedaba mi padre. Empezó a contar y me dijo: «¡Venga, Markel, escóndete don-de no te vea!». Yo cerré los ojos muy fuerte y me quedé plantado en el sitio.

Nunca llegaron a entender que mi escondite era genial.

*

MARÍA LENCINA Nadie entendía por qué me gustaba desayunar berberechos.

*

SEBASTIÁN VILLANUEVA MACÍAS

«Piensa en otra cosa, y verás como se va el miedo», me decía mi madre. ¿Cómo podrá irse el miedo?, pensaba yo, si está esperando a que apagues la luz y salgas de la habitación para salir de debajo de mi cama.

*

MARÍA VILAR PALOP

De pequeña me daba por irme de casa cuando me sentía ofendida. Yo pensaba que mis fugas eran bastante largas, pero mi madre dice que duraban escasos minutos y siempre estaba «a la vista». Una vez dejé una nota que decía: «Alomejor me boy de casa. Quieren que me tome la bichisuas».

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GUILLERMO MADROÑAL

Yo me escondía bajo el mueble de la tele para que el señor del tele-diario no me viese. Me intentaban convencer de que él no me veía... y yo sé que me veía.

*

MARÍA FERNÁNDEZ ÁLVAREZ

De pequeña me dedicaba a chupar las paredes de mi casa y mis padres me miraban raro.

*

MARTA MARQUINA

Había veces que mis padres me decían que no podían comprarme un caprichito mío porque no llevaban dinero. Y yo les decía que tranquilos, que la dependienta seguro que les daba dinero (son los cambios que dan las cajeras; no regalan dinero, desgraciadamente). Y si no, les decía que fuéramos al banco a sacar dinero (también, por arte de magia, metes unos números y te da todo el dinero que quieres). Mi padre también me hacía el juego de sacarme cosas de las orejas. Así que iba a mi padre y le decía que me sacara dinero de las orejas.

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SERGIO GONZÁLEZ PERAL

Tendría cinco años y acompañaba a mi padre al cajero automático. En el cajero de al lado había una niña de mi edad acompañando a su padre. La niña de repente se me acercó y me dijo al oído: «Si le das al botón rojo del cajero, explota el mundo». El padre de esa niña terminó de sacar dinero y se fueron. Y allí me quedé dándole vueltas a lo que la niña me acababa de desvelar.

Pasaron años en los que cuando acompañaba a mis padres al cajero solo pensaba una y otra vez «No le des al rojo, al rojo no».

*

RODRIGO RUBIO

Me gustaba jugar al Tragabolas yo solo. Era un juego en el que había que ser cuatro para jugar. Un montón de bolas en el centro y cuatro hipopótamos a los lados. Le dabas a una palanca y el hipopó-tamo que se comía más bolas triunfaba. Siempre ganaba yo.

*

YESS ENIGMATIK

Durante un tiempo creí que en el polo sur los animales y las per-sonas estaban al revés y lo hacían todo boca abajo. Traté de imagi-narme lo difícil que sería vivir así. ¿Cómo lo hacían?

Por aquel entonces había otra cosa que nadie comprendía y a día de hoy ni siquiera yo entiendo. Todos los niños veían dibujos mientras que mi programa favorito era Agenda Inmobiliaria: me pasaba una hora y media o dos mirando casas casi todos los días y me sabía de memoria las que me gustaban, el precio, las habitacio-nes que tenían...

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EMMA FERNÁNDEZ

Yo me sentía absolutamente incomprendida cuando veía que los ma-yores no se sorprendían al ver hablar a los animales en los dibujos animados y que no se extrañaban tampoco, en los mismos dibujos, que a las personas solo se les vieran las piernas. ¡Nunca salían enteros!

*

LUCÍA ALONSO

Cuando caminábamos durante mucho tiempo, y me cansaba, me quejaba de que me dolía «el suelo». Mi familia se reía y me corre-gía: «Será que te duelen los pies». Yo negaba e insistía. No entendía por qué sí te podían «doler los zapatos» pero no el suelo.

*

MARTA BORRAZ

Con tres años llevaba gafas y parche. Mi madre me compró unas gafas último modelo de color rosa. Cuando salimos de la óptica y de camino a casa en el seiscientos, le dije a mi madre que las gafas me daban calor. Ella no me hizo caso, así que me las quité y las tiré por la ventanilla. Cuando llegamos mi madre me preguntó por las gafas y le dije: «Me daban calor».

*

PAULA GONZÁLEZ

¿Dónde va la comida que ingerimos? Mi mente razonó que, lógica-mente, se iba acumulando desde los pies a la cabeza. Lógicamente, los bajitos estaban condenados a morir antes. Así que le dije un día a la más alta de mis primas, y mi favorita: «Qué bien que tú vas a tardar muchísimo en morirte».

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IRENE POSTIGO SÁNCHEZ

De pequeña, con unos siete u ocho años, yo era la niña más alta de la clase. Esa que en las fotos de grupo le saca cabeza y media al resto. Nadie me entendía cuando, al decirme que dejara de encor-varme todo el día («¡Te saldrá chepa y te pondrán un corsé!»), yo respondía que lo hacía para poder escuchar lo que los demás decían.

*

PABLO CRESPO

De pequeño, en la playa, mi hermano y mis primos mayores me ha-cían el vacío durante un rato, como si no me conocieran de nada...

«¿Pero tú quién eres, niño? Déjanos en paz que no te conocemos de nada».

Aún lloro al recordarlo.

*

KIKE CHERTA

Mi madre era una hippie. Pantalones acampanados, pelo cardado y porros. Yo veía a las madres que salían en televisión, tan emperifo-lladas y tan perfectas, y no entendía nada. Para mí, la madre ideal era la señora Vinuesa, nuestra vecina, una mujer gorda con collar de perlas y las uñas pintadas de rosa. Cuando nos la cruzábamos en el ascensor, yo la miraba relamiéndome. Le imploraba a mi proge-nitora: «¿Pero es que no puedes ser un poco más como ella? ¿Qué te cuesta pintarte las uñas y los ojos y los labios y empolvarte entera?». Mi madre se reía. Mi padre, otro hippie, se reía. Sus amigos fumetas se reían. Yo me dormía enfurruñado, nadie me entendía, y soñaba con una madre de verdad.

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MARCEL VARGAS PÉREZ

Fui criado por mi abuela en ausencia de mis padres. Recuerdo que con tres años me daban un baño y me ponían en la acera, en un corral para que me diese el sol. Justo a esa hora salía a trabajar un vecino que vivía dos portales más arriba del nuestro, y que al pasar por mi lado me frotaba la cabeza mientras me decía: «Qué grande está mi mu-chacho». Después de varios años, charlas, terapias, y unos cuantos ataques de histeria de la esposa de dicho vecino, a quien llamaba tía, ya que a mi madre sí que la conocía, consiguieron convencerme de que él no era mi padre.

*

ANNA FERRER ALBERTÍ

Durante mucho tiempo albergué la sospecha de que mis padres eran en realidad un par de androides enviados para matarme. Sabía que, si los pillaba desprevenidos y conseguía demostrar que no eran hu-manos, tendrían que abandonar la misión y mi vida ya no correría peligro. Así que un día me acerqué a mi madre y, tan casualmente como pude, le pedí que se desenroscara la cabeza.

*

DANIEL J. HANSEN

A mis padres no les gustaban los Beatles. Hasta los doce pensé que era adoptado.

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ENRIQUE BARCO

En el colegio de monjas al que fui había una monja igual que Ro-bert de Niro. Yo intenté compartirlo entre mis compañeros de clase pero nadie sabía quién era.

*

ARIADNA CEBRIÁN

Yo me imprimí una foto de Woody Allen de la Encarta 95 y me la pegué en el armario. Y otra de Dennis Hopper (por Super Mario Bros). Mi hermana no entendía nada.

*

SAÚL IBÁÑEZ

Me sentía incomprendida porque a nadie de mi entorno le gustaban Héroes del Silencio.

*

IRATXE ARSUAGA

Me fastidiaba cumplir años en diciembre y que mi mejor amiga cumpliera en enero... ¡¡¡Todo el año esperando mi cumpleaños para alcanzarla en edad y al cabo de unos pocos días ella era otra vez un año mayor que yo!!!

*

TOÑO SORIA

Jugábamos al fútbol con latas, botellas, garrafas, cualquier cosa dig-na de patada. Pero luego llegaban los mayores con un balón y nos quitaban el campo. Ni la profe nos defendía.

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J.C. AVECILLA Cuando descubrí que el hombre había llegado a la Luna, me puse a llorar por los angelitos, aplastados por un cohete.

*

TATIANA POGGI

Me encantaba hacer vasitos con barro y hierba de mi jardín, revol-verlo todo bien con un palo y luego comérmelo. Delicioso.

*

JULIÁN QUIJANO

De pequeño hacía asociaciones muy extrañas que, para mí, tenían un carácter absoluto e incontestable. Asociaciones absurdas que ningún adulto comprendía. Uno tenía que elegir entre jamón dul-ce o queso y eso lo definía como persona, por ejemplo. Yo era de jamón y tardé mucho en comer queso por culpa de esto. Entendía también que el elefante y la jirafa eran como marido y mujer. No había elefantes hembra ni jirafas macho. Elefante y jirafa. Muchas cosas así que decoraban un mundo ridículo pero riguroso. Ahora han pasado los años y estas asociaciones me demuestran que uno nunca es del todo niño ni del todo adulto.

*

NATALIA PIA DINA Cuando me gustaba mucho la comida que me hacía mi madre yo le preguntaba qué llevaba el plato para estar tan bueno. Ella siempre me respondía que le echaba polvitos de cariño. Me pasé media in-fancia buscando los polvitos de cariño por toda la casa imaginán-dome el atracón que me daría al encontrarlos.

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ALEJANDRA SMITS

De pequeña elaboré un catálogo en el que incluía los diferentes pedos posibles. Aún ahora, siempre sé quién se ha tirado el pedo, ¡ojo! (Me lo callo, no pretendo ridiculizar a nadie.)

*

LAURA VIQUEIRA

Yo siempre hacía el símbolo de la victoria con tres dedos en vez de dos. Así tenía una victoria doble. ¡TOTAL!

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Me acuerdo...

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Incomprendidos es el primer libro del Club del Escrilector. Compuesto en tipos Caslon, se imprimió en los talleres Derra

en enero de 2014. La tirada, limitada y única, fue de 997 ejemplares.


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