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Guènon, René. Oriente y Occidente

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    RReenn GGuunnoonn

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    ORIENTE Y OCCIDENTEREN GUNON

    PREFACIO

    Rudyard Kipling escribi un da estas palabras: East is East and West is West, andnever the twain shall meet, literalmente Oriente es Oriente y Occidente es Occidente, y losdos no se encontrarn nunca. Es cierto que, en la continuacin del texto, modifica estaafirmacin, admitiendo que la diferencia desaparece cuando dos hombres fuertes seencuentran cara a cara despus de haber venido de las extremidades de la tierra, pero, enrealidad, ni siquiera esta modificacin es muy satisfactoria, ya que es muy poco probable queel autor haya pensado ah en una fuerza de orden espiritual. Sea como sea, la costumbre escitar el primer verso aisladamente, como si todo lo que quedara en el pensamiento del lectorfuera la idea de la diferencia insuperable expresada en este verso; no se puede dudar que estaidea representa la opinin de la mayora de los Europeos, y en ella se siente apuntar todo eldespecho del conquistador que est obligado a admitir que aquellos a quienes cree haber

    vencido y sometido llevan en s algo sobre lo que no podra tener ningn poder. Pero,cualquiera que sea el sentimiento que puede haber dado nacimiento a una tal opinin, lo quenos interesa ante todo, es saber si esta opinin est fundada, o en qu medida lo est.Ciertamente, al considerar el actual estado de las cosas, se encuentran mltiples indicios queparecen justificarla; y sin embargo, si furamos enteramente de esta opinin, y si pensramosque ya no es posible ningn acercamiento y que ya no lo ser nunca, no habramosemprendido el escribir este libro.

    Quizs ms que ninguna otra persona, tenemos conciencia de toda la distanciaque separa Oriente y Occidente, sobre todo el Occidente moderno; por lo dems, en nuestraIntroduccin general al estudio de las doctrinas hindes, hemos insistido particularmentesobre las diferencias, hasta tal punto que algunos han podido creer en alguna exageracin pornuestra parte. Sin embargo, estamos persuadidos de que no hemos dicho nada que no fuera

    rigurosamente exacto; y al mismo tiempo, en nuestra conclusin, considerbamos lascondiciones de un acercamiento intelectual que, con ser verdaderamente muy lejano, no porello nos pareca como menos posible. As pues, si nos hemos levantado contra las falsasasimilaciones que han intentado algunos occidentales, es porque stas no son uno de losmenores obstculos que se oponen a este acercamiento; cuando se parte de una concepcinerrnea, los resultados van frecuentemente en contra de la meta que uno se ha propuesto. Alnegarse a ver las cosas tales como son y a reconocer algunas diferencias al presenteirreductibles, uno se condena a no comprender nada de la mentalidad oriental, y as no se hacems que agravar y perpetuar los malentendidos, cuando sera menester dedicarse ante todo adisiparlos. Mientras los occidentales se imaginen que no existe ms que un solo tipo dehumanidad, y que no hay ms que una sola civilizacin en diversos grados de desarrollo, noser posible ningn entendimiento. La verdad es que hay civilizaciones mltiples, que sedespliegan en sentidos muy diferentes, y que la civilizacin del Occidente moderno presentacaracteres que hacen de ella una excepcin bastante singular. Admitiendo incluso que seanefectivamente comparables, no se debera hablar nunca de superioridad o de inferioridad deuna manera absoluta, sin precisar bajo qu aspecto se consideran las cosas que se quierencomparar. No hay civilizacin que sea superior a las dems bajo todos los aspectos, porque alhombre no le es posible aplicar igualmente, y a la vez, su actividad en todas las direcciones, yporque hay desarrollos que aparecen como verdaderamente incompatibles. nicamente, espermisible pensar que hay que observar una cierta jerarqua, y que las cosas del orden

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    intelectual, por ejemplo, valen ms que las del orden material; si ello es as, una civilizacinque se muestra inferior bajo el primer aspecto, aunque sea incontestablemente superior bajo elsegundo, se encontrar an desaventajada en el conjunto, cualesquiera que puedan ser lasapariencias exteriores; y tal es el caso de la civilizacin occidental, si se la compara a lascivilizaciones orientales. Sabemos bien que esta manera de ver choca a la gran mayora de losoccidentales, porque es contraria a todos sus prejuicios; pero, aparte de toda cuestin de

    superioridad, es menester que admitan al menos que las cosas a las que los occidentalesatribuyen la mayor importancia no interesan forzosamente a todos los hombres al mismogrado, que algunos pueden tenerlas incluso como perfectamente desdeables, y que se puedehacer prueba de inteligencia de otro modo que construyendo mquinas. Ya sera algo si loseuropeos llegaran a comprender eso y si se comportaran en consecuencia; sus relaciones conlos dems pueblos se encontraran algo modificadas por ello, y de una manera muy ventajosapara todo el mundo.

    Pero ese no es ms que el lado ms exterior de la cuestin: si los occidentalesreconocieran que no todo es forzosamente despreciable en las dems civilizaciones por lanica razn de que difieren de la suya, nada les impedira ya estudiar esas civilizaciones comodeben serlo, queremos decir, sin una toma de partido por la denigracin y sin hostilidadpreconcebida; y entonces algunos de entre ellos no tardaran quizs en apercibirse, por este

    estudio, de todo lo que les falta a ellos mismos, sobre todo desde el punto de vista puramenteintelectual. Naturalmente, suponemos que esos habran llegado, en una cierta medida almenos, a la comprensin verdadera del espritu de las diferentes civilizaciones, lo querequiere otra cosa que trabajos de simple erudicin; sin duda, todo el mundo no es apto parauna tal comprensin, pero, si algunos lo son, como es probable a pesar de todo, eso puedebastar para acarrear pronto o tarde resultados apreciables. Ya hemos hecho alusin al papelque podra jugar una elite intelectual, si llegara a constituirse en el mundo occidental, dondeactuara a la manera de un fermento para preparar y dirigir en el sentido ms favorable unatransformacin mental que devendr inevitable un da u otro, se la quiera o no. Por lo dems,algunos comienzan a sentir ms o menos confusamente que las cosas no pueden continuaryendo indefinidamente en el mismo sentido, e incluso a hablar de una quiebra de lacivilizacin occidental, lo que nadie se hubiera atrevido a hacer hace pocos aos; pero lasverdaderas causas que pueden provocar esta quiebra parecen escaprseles an en gran parte.Como, al mismo tiempo, estas causas son precisamente las que impiden todo entendimientoentre Oriente y Occidente, se puede sacar de su conocimiento un doble beneficio: trabajarpara preparar ese entendimiento, es esforzarse tambin en desviar las catstrofes por las queOccidente est amenazado debido a su propia culpa; esos dos fines estn mucho ms cercanosde lo que se podra creer. As pues, no es hacer obra de crtica vana y puramente negativadenunciar, como nos proponemos hacerlo aqu en primer lugar, los errores y las ilusionesoccidentales; en esta actitud, hay razones mucho ms profundas, y a eso no le aportamosninguna intencin satrica, lo que, por lo dems, convendra muy poco a nuestro carcter; sihay quienes han credo ver en ns algo de ese gnero, se han equivocado extraamente. Pornuestra parte, querramos mucho mejor no tener que librarnos a este trabajo ms bien ingrato,

    y poder contentarnos con exponer algunas verdades sin tener que preocuparnos nunca de lasfalsas interpretaciones que no hacen ms que complicar y embrollar las cuestin como porgusto; pero nos es forzoso tener en cuenta estas contingencias, puesto que, si no comenzamospor despejar el terreno, todo lo que podramos decir correr el riesgo de permanecerincomprendido. Por lo dems, incluso all donde parezca que slo estamos descartandoerrores o respondiendo a objeciones, podemos no obstante encontrar la ocasin de exponercosas que tengan un alcance verdaderamente positivo; y, por ejemplo, mostrar por qu ciertastentativas de acercamiento entre Oriente y Occidente han fracasado, no es hacer entrever ya,

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    por contraste, las condiciones en las que una tal empresa sera susceptible de prosperar? Aspues, esperamos que nadie se equivoque sobre nuestras intenciones; y, si no buscamosdisimular las dificultades y los obstculos, si al contrario insistimos en ellos, es porque, parapoder aplanarlos o remontarlos, es menester ante todo conocerlos. No podemos detenernos enconsideraciones demasiado secundarias, ni preguntarnos lo que agradar o desagradar a cadaquien; la cuestin que consideramos es mucho ms seria, incluso si uno se limita a lo que

    podemos llamar sus aspectos exteriores, es decir, a lo que no concierne al orden de laintelectualidad pura.En efecto, no entendemos hacer aqu una exposicin doctrinal, y lo que

    diremos ser, de una manera general, accesible a un mayor nmero que los puntos de vistaque hemos tratado en nuestra Introduccin general al estudio de las doctrinas hindes. Noobstante, esa obra misma no ha sido escrita de ninguna manera para algunos especialistas;si ha ocurrido que su ttulo ha inducido a error a este respecto, es porque estas cuestiones sonordinariamente el patrimonio de los eruditos, que las estudian de una manera ms biencargante y, a nuestros ojos, sin inters verdadero. Nuestra actitud es completamente otra: parans no se trata esencialmente de erudicin, sino de comprensin, lo que es totalmentediferente; no es entre los especialistas donde se tienen ms opciones de encontrar lasposibilidades de una comprensin extensa y profunda, lejos de eso, y, salvo muy raras

    excepciones, no es con ellos con quienes sera menester contar para formar esa eliteintelectual de la que hemos hablado. Quizs haya quienes han encontrado mal que ataquemosa la erudicin, o ms bien a sus abusos y a sus peligros, aunque nos hayamos abstenidocuidadosamente de todo lo que habra podido presentar un carcter polmico; pero una de lasrazones por las que lo hemos hecho, es precisamente porque esa erudicin, con sus mtodosespeciales, tiene como efecto desviar de algunas cosas a aquellos mismos que seran los mscapaces de comprenderlas. Muchas gentes, al ver que se trata de las doctrinas hindes, ypensando inmediatamente en los trabajos de algunos orientalistas, se dicen que eso no espara ellos; ahora bien, ciertamente, hay quienes cometen un gran error al pensar as, y aquienes no les sera menester mucho esfuerzo, quizs, para adquirir conocimientos que faltany que faltarn siempre a esos mismos orientalistas: la erudicin es una cosa, el saber real esotra muy diferente, y, si no son siempre incompatibles, tampoco son necesariamentesolidarios. Ciertamente, si la erudicin consintiera en atenerse al rango de auxiliar que debecorresponderle normalmente, no encontraramos nada ms que decir a su respecto, puesto quepor eso mismo dejara de ser peligrosa, y puesto que entonces podra tener alguna utilidad; aspues, en estos lmites, reconoceramos gustosamente su valor relativo. Hay casos en los que elmtodo histrico es legtimo, pero el error contra el que nos hemos levantado consiste encreer que es aplicable a todo, y en querer sacar de l otra cosa que lo que puede darefectivamente; pensamos haber mostrado ya en otra parte, y sin habernos puesto encontradiccin con ns mismos, que somos capaces, cuando es menester, de aplicar ese mtodotan perfectamente como cualquier otro, y eso debera bastar para probar que no somos enmodo alguno un partidista. Cada cuestin debe ser tratada segn el mtodo que conviene a sunaturaleza; y es un singular fenmeno que esta confusin de los diversos rdenes y de los

    diversos dominios sea el espectculo habitual que nos da el Occidente moderno. En suma, esmenester saber poner cada cosa en su lugar, y por nuestra parte no hemos dicho nunca nadams; pero, al hacerlo as, uno se apercibe forzosamente de que hay cosas que no pueden serms que secundarias y subordinadas en relacin a otras, a pesar de las manas igualitariasde algunos de nuestros contemporneos; y es as como la erudicin, all mismo donde esvlida, no podra constituir nunca para ns ms que un medio, y no un fin en s misma.

    Estas pocas explicaciones nos han parecido necesarias por varias razones:primero, tenemos que decir lo que pensamos de una manera tan clara como nos sea posible, y

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    cortar de raz todo equvoco que llegue a producirse a pesar de nuestras precauciones, lo quees casi inevitable. Aunque reconociendo generalmente la claridad de nuestras exposiciones, senos han prestado a veces intenciones que no hemos tenido nunca; tendremos aqu la ocasinde disipar algunos equvocos y de precisar ciertos puntos sobre los que quizs no noshabamos explicado suficientemente con anterioridad. Por otra parte, la diversidad de lostemas que tratamos en nuestros estudios no impide la unidad de la concepcin que los preside,

    y tenemos que afirmar tambin expresamente esa unidad, que podra no ser apercibida poraquellos que consideran las cosas muy superficialmente. Estos estudios estn incluso tanligados entre s que, sobre muchos de los puntos que abordaremos aqu, habramos debido,para ms precisin, remitir a las indicaciones complementarias que se encuentran en nuestrosotros trabajos; pero no lo hemos hecho ms que all donde eso nos ha parecido estrictamenteindispensable, y, para todo lo dems, nos contentaremos con esta advertencia dada de una vezpor todas y de una manera general, a fin de no importunar al lector con referencias demasiadonumerosas. En el mismo orden de ideas, debemos hacer observar tambin que, cuando nohemos juzgado a propsito dar a la expresin de nuestro pensamiento un matiz propiamentedoctrinal, por eso no nos hemos inspirado menos constantemente en las doctrinas cuya verdadhemos comprendido: es el estudio de las doctrinas orientales el que nos ha hecho ver losdefectos de Occidente y la falsedad de muchas ideas que tienen curso en el mundo moderno;

    es ah, y ah solamente, donde hemos encontrado, como ya hemos tenido la ocasin de decirloen otra parte, cosas de las que el Occidente no nos ha ofrecido nunca el menor equivalente.

    En esta obra, como en las otras, no tenemos la pretensin de agotar todas lascuestiones que tendremos que considerar; nos parece que no se nos puede reprochar noponerlo todo en un solo libro, lo que, por lo dems, nos resultara completamente imposible.Lo que aqu slo indicaremos, podremos quizs retomarlo y explicarlo ms completamente enotra parte, si las circunstancias nos lo permiten; si no, eso podr al menos sugerir a otrosreflexiones que suplirn, de una manera muy provechosa para ellos, los desarrollos que nsmismo no hayamos podido aportar. Hay cosas que a veces es interesante anotarincidentalmente, cuando uno no puede extenderse en ellas, y no pensamos que sea preferiblepasarlas enteramente bajo silencio; pero, conociendo la mentalidad de algunas gentes,creemos deber advertir que es menester no ver en esto nada de extraordinario. Sabemos muybien lo que valen los supuestos misterios de los que se ha abusado tan frecuentemente ennuestra poca, y que no son tales ms que porque aquellos que hablan de ellos son losprimeros en no comprender nada; no hay verdadero misterio ms que en lo que esinexpresable por naturaleza misma. No obstante, no queremos pretender que toda verdad seasiempre igualmente buena de decir, y que no haya casos en los que una cierta reserva seimponga por razones de oportunidad, o que no haya cosas que sera ms peligroso que tilexponerlas pblicamente; pero eso no se encuentra ms que en algunos rdenes deconocimiento, en suma bastante restringidos, y por lo dems, si nos ocurre a veces haceralusin a cosas de este gnero , no dejamos de declarar formalmente lo que es, sin hacerintervenir nunca ninguna de esas prohibiciones quimricas que los escritores de algunasescuelas exhiben a propsito de todo, ya sea para provocar la curiosidad de sus lectores, ya

    sea simplemente para disimular su propia confusin. Tales artificios nos son completamenteextraos, no menos que las ficciones puramente literarias; no nos proponemos ms que decirlo que es, en la medida en que lo conocemos, y tal como lo conocemos. No podemos decirtodo lo que pensamos, porque eso nos llevara frecuentemente muy lejos de nuestro tema, ytambin porque el pensamiento rebasa siempre los lmites de la expresin donde uno quiereencerrarle; pero no decimos nunca ms que lo que pensamos realmente. Por eso es por lo queno podramos admitir que se desnaturalicen nuestras intenciones, que se nos haga decir otracosa que lo que decimos, o que se busque descubrir, detrs de lo que decimos, no sabemos

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    bien qu pensamiento disimulado o disfrazado, que es perfectamente imaginario. Por elcontrario, estaremos siempre reconocidos a aquellos que nos sealen puntos sobre los que lesparezca deseable tener aclaraciones ms amplias, y nos esforzaremos en darles satisfaccin acontinuacin; pero es menester que quieran esperar a que tengamos la posibilidad de hacerlo,que no se apresuren a concluir con datos insuficientes, y, sobre todo, que se guarden de hacerresponsable a ninguna doctrina de las imperfecciones o de las lagunas de nuestra exposicin.

    PRIMERA PARTE

    ILUSIONES OCCIDENTALES

    CAPTULO I

    CIVILIZACIN Y PROGRESO

    La civilizacin occidental moderna aparece en la historia como una verdaderaanomala: entre todas aquellas que nos son conocidas ms o menos completamente, estacivilizacin es la nica que se ha desarrollado en un aspecto puramente material, y estedesarrollo monstruoso, cuyo comienzo coincide con lo que se ha convenido llamar elRenacimiento, ha sido acompaado, como deba de serlo fatalmente, de una regresinintelectual correspondiente; no decimos equivalente, ya que se trata de dos rdenes de cosasentre las cuales no podra haber ninguna medida comn. Esa regresin ha llegado a tal puntoque los occidentales de hoy da ya no saben lo que puede ser la intelectualidad pura, y ya nosospechan siquiera que nada de tal pueda existir; de ah su desdn, no solo por lascivilizaciones orientales, sino inclusive por la edad media europea, cuyo espritu no se lesescapa apenas menos completamente. Cmo hacer comprender el inters de un conocimiento

    completamente especulativo a gentes para quienes la inteligencia no es ms que un medio deactuar sobre la materia y de plegarla a fines prcticos, y para quienes la ciencia, en el sentidorestringido en que la entienden, vale sobre todo en la medida en que es susceptible de concluiren aplicaciones industriales? No exageramos nada; no hay ms que mirar alrededor de unopara darse cuenta de que tal es enteramente la mentalidad de la inmensa mayora de nuestroscontemporneos; y el examen de la filosofa, a partir de Bacon y de Descartes, no podra sinoconfirmar tambin estas constataciones. Recordaremos slo que Descartes ha limitado lainteligencia a la razn, que ha asignado como nico papel, a lo que l crea poder llamar

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    metafsica, servir de fundamento a la fsica, y que esa fsica misma estaba esencialmentedestinada, en su pensamiento, a preparar la constitucin de las ciencias aplicadas, a saber, lamecnica, la medicina y la moral, ltimo trmino del saber humano tal como l lo conceba;las tendencias que Descartes afirmaba as no son ya esas mismas que caracterizan a primeravista todo el desarrollo del mundo moderno? Negar o ignorar todo conocimiento puro ysuprarracional, era abrir la va que deba conducir lgicamente, por una parte, al positivismo y

    al agnosticismo, que sacan su provecho de las ms estrechas limitaciones de la inteligencia yde su objeto, y, por otra, a todas las teoras sentimentalistas y voluntaristas, que se esfuerzanen buscar en lo infrarracional lo que la razn no puede darles. En efecto, aquellos que, ennuestros das, quieren reaccionar contra el racionalismo, por ello no aceptan menos laidentificacin de la inteligencia entera nicamente con la razn, y creen que sta no es msque una facultad completamente prctica, incapaz de salir del dominio de la materia; Bergsonha escrito textualmente esto: La inteligencia, considerada en lo que parece ser su mediooriginal, es la facultad de fabricar objetos artificiales, en particular tiles para hacer tiles(sic), y de variar indefinidamente su fabricacin . Y tambin: La inteligencia, inclusocuando ya no opera sobre la materia bruta, sigue los hbitos que ha contrado en esaoperacin: aplica formas que son las mismas de la materia inorganizada. La inteligencia esthecha para ese gnero de trabajo. Solo este gnero de trabajo la satisface plenamente. Y es eso

    lo que expresa al decir que slo as llega a la distincin y a la claridad. En estos ltimosrasgos, se reconoce sin esfuerzo que no es la inteligencia misma la que est en causa, sinosimplemente la concepcin cartesiana de la inteligencia, lo que es muy diferente; y, a lasupersticin de la razn, es decir, la filosofa nueva, como dicen sus adherentes, la hasustituido otra, ms grosera todava por algunos lados, a saber, la supersticin de la vida. Elracionalismo, impotente para elevarse hasta la verdad absoluta, dejaba subsistir al menos laverdad relativa; pero el intuicionismo contemporneo rebaja esta verdad a no ser ms que unarepresentacin de la realidad sensible, con todo lo que tiene de inconsistente y deincesantemente cambiante; finalmente, el pragmatismo acaba de hacer desvanecerse la nocinmisma de verdad al identificarla a la de utilidad, lo que equivale a suprimirla pura ysimplemente. Si bien hemos esquematizado un poco las cosas, sin embargo no las hemosdesfigurado de ninguna manera, y, cualesquiera que hayan podido ser las fases intermediarias,las tendencias fundamentales son efectivamente las que acabamos de decir; puesto que vanhasta el final, los pragmatistas se muestran como los ms autnticos representantes delpensamiento occidental moderno: qu importa la verdad en un mundo cuyas aspiraciones,que son nicamente materiales y sentimentales, y no intelectuales, encuentran todasatisfaccin en la industria y en la moral, dos dominios en los que se prescinde muy bien, enefecto, de concebir la verdad? Sin duda, no se ha llegado de un solo golpe a esta extremidad,y muchos europeos protestarn de que no estn todava ah; pero aqu pensamos sobre todo enlos americanos, que estn en una fase ms avanzada, si se puede decir, de la mismacivilizacin: tanto mentalmente como geogrficamente, la Amrica actual es el ExtremoOccidente; y, sin duda ninguna, si nada viene a detener el desarrollo de las consecuenciasimplicadas en el presente estado de cosas, Europa seguir en la misma direccin.

    Pero lo que es quizs ms extraordinario, es la pretensin de hacer de estacivilizacin anormal el tipo mismo de toda civilizacin, de considerarla como lacivilizacin por excelencia, e incluso como la nica que merece este nombre. Comocomplemento de esa ilusin, est tambin la creencia en el progreso, considerado de unamanera no menos absoluta, e identificado naturalmente, en su esencia, con ese desarrollomaterial que absorbe toda la actividad del occidental moderno. Es curioso constatar cunrpidamente llegan a extenderse y a imponerse algunas ideas, por poco que respondan,evidentemente, a las tendencias generales de un medio y de una poca; ese es el caso de estas

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    ideas de civilizacin y de progreso, que tantas gentes creen gustosamente universales ynecesarias, aunque, en realidad, son de invencin completamente reciente, y aunque, hoy datodava, las tres cuartas partes de la humanidad al menos persisten en ignorarlas o en notenerlas en cuenta para nada. Jacques Bainville ha hecho observar que, si el verbo civilizar seencuentra ya con la significacin que nosotros le prestamos en los buenos autores del sigloXVIII, el sustantivo civilizacin no se encuentra ms que en los economistas de la poca que

    precedi inmediatamente a la Revolucin. Litre cita un ejemplo tomado de Turgot. Litre,que haba devorado toda nuestra literatura, no ha podido remontarse ms atrs. As pues, lapalabra civilizacin no tiene ms de un siglo y medio de existencia. No ha acabado por entraren el diccionario de la Academia ms que en 1835, hace un poco menos de cien aos Laantigedad, de la que vivimos todava, no tena tampoco ningn trmino para llamar a lo quenosotros entendemos por civilizacin. Si se diera a traducir esta palabra en un tema latino, el

    joven alumno estara bien apurado La vida de las palabras no es independiente de la vida delas ideas. La palabra civilizacin, sin la que nuestros antepasados se entendan muy bien,quizs porque la tenan, se ha extendido en el siglo XIX bajo la influencia de ideas nuevas.Los descubrimientos cientficos, el desarrollo de la industria, del comercio, de la prosperidady del bienestar, haban creado una suerte de entusiasmo e incluso de profetismo. Laconcepcin del progreso indefinido, aparecida en la segunda mitad del siglo XVIII, concurri

    a convencer a la especie humana de que haba entrado en una era nueva, la de la civilizacinabsoluta. Es a un prodigioso utopista, muy olvidado hoy da, Fourier, a quien se debe el haberllamado al periodo contemporneo el de la civilizacin y el haber confundido la civilizacincon la edad moderna As pues, la civilizacin era el grado de desarrollo y deperfeccionamiento al que las naciones europeas haban llegado en el siglo XIX. Este trmino,comprendido por todos, aunque no fue definido nunca por nadie, abarcaba a la vez el progresomaterial y el progreso moral, pues uno conlleva el otro, uno va unido al otro, inseparables losdos. La civilizacin, que era en suma la Europa misma, era un ttulo que se otorgaba a smismo el mundo europeo. Eso es exactamente lo que pensamos tambin ns mismo; yhemos tenido que hacer esa cita, aunque sea un poco larga, para mostrar que no somos elnico en pensarlo.

    As, estas dos ideas de civilizacin y de progreso, que estn asociadasmuy estrechamente, no datan una y otra ms que de la segunda mitad del siglo XVIII, esdecir, de la poca que, entre otras cosas, vio nacer tambin el materialismo ; y fueronpropagadas y popularizadas sobre todo por los soadores socialistas de comienzos del sigloXIX. Es menester convenir que la historia de las ideas permite hacer a veces constatacionesbastantes sorprendentes, y reducir algunas imaginaciones a su justo valor; y lo permitirasobre todo si fuera hecha y estudiada como debe serlo, es decir, si no fuera, como sucede porlo dems con la historia ordinaria, falsificada por interpretaciones tendenciosas, o limitada atrabajos de simple erudicin, a investigaciones insignificantes sobre puntos de detalle. Lahistoria verdadera puede ser peligrosa para algunos intereses polticos; y uno est en suderecho de preguntarse si no es por esta razn por lo que, en este dominio, algunos mtodosson impuestos oficialmente con la exclusin de todos los dems: conscientemente o no, se

    descarta a priori todo lo que permitira ver claro muchas cosas, y es as como se forma laopinin pblica. Pero volvamos a las dos ideas de las que acabamos de hablar, yprecisemos que, al asignarlas un origen tan reciente, tenemos nicamente en vista esaacepcin absoluta, e ilusoria segn nosotros, que es la que se les da ms comnmente hoy da.En cuanto al sentido relativo del que las mismas palabras son susceptibles, es otra cosa, y,como ese sentido es muy legtimo, no se puede decir que se trate en ese caso de ideas quehayan tomado nacimiento en un momento determinado; poco importa que hayan sidoexpresadas de una manera o de otra, y, si un trmino es cmodo, no es porque sea de creacin

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    reciente por lo que vemos inconvenientes para su empleo. As, ns mismo decimosgustosamente que existen civilizaciones mltiples y diversas; sera bastante difcil definirexactamente ese conjunto complejo de elementos de diferentes rdenes que constituye lo quese llama una civilizacin, pero no obstante cada uno sabe bastante bien qu se debe entenderpor eso. No pensamos siquiera que sea necesario intentar encerrar en una frmula rgida loscaracteres generales de toda civilizacin, o los caracteres particulares de tal civilizacin

    determinada; eso es un procedimiento un poco artificial, y desconfiamos mucho de esoscuadros estrechos en los que se complace el espritu sistemtico. De igual modo que haycivilizaciones, hay tambin, en el curso del desarrollo de cada una de ellas, o de algunosperiodos ms o menos restringidos de ese desarrollo, progresos que afectan, no a todoindistintamente, sino a tal o a cual dominio definido; eso no es, en suma, sino otra manera dedecir que una civilizacin se desarrolla en un cierto sentido, en una cierta direccin; pero, lomismo que hay progresos, tambin hay regresiones, y a veces incluso las dos cosas seproducen simultneamente en dominios diferentes. Por consiguiente, insistimos en ello, todoeso es eminentemente relativo; si se quieren tomar las mismas palabras en sentido absoluto,ya no corresponden a ninguna realidad, y es justamente entonces cuando representan esasideas nuevas que no tienen curso sino desde hace menos de dos siglos, y nicamente enOccidente. Ciertamente, el Progreso y la Civilizacin, con maysculas pueden hacer un

    excelente efecto en algunas frases tan huecas como declamatorias, muy propias paraimpresionar a las masas para quienes la palabra sirve menos para expresar el pensamiento quepara suplir su ausencia; a este ttulo, eso juega un papel de los ms importantes en el arsenalde frmulas de las que los dirigentes contemporneos se sirven para llevar a cabo lasingular obra de sugestin colectiva sin la que la mentalidad especficamente moderna nopodra subsistir mucho tiempo. A este respecto, no creemos que se haya destacado nuncasuficientemente la analoga, no obstante evidente, que la accin del orador presenta con la delhipnotizador (y con la del domador que es igualmente del mismo gnero); sealamos depasada este tema de estudios a la atencin de los psiclogos. Sin duda, el poder de laspalabras ya ha sido ejercido ms o menos en otros tiempos que el nuestro; pero de lo que nohay ejemplo, es de esta gigantesca alucinacin colectiva por la que toda una parte de lahumanidad ha llegado a tomar las ms vanas quimeras por incontestables realidades; y, entreesos dolos del espritu moderno, los que denunciamos al presente son quizs los msperniciosos de todos.

    Nos es menester volver an sobre la gnesis de la idea de progreso; si sequiere, diremos la idea de progreso indefinido, para dejar fuera de causa esos progresosespeciales y limitados cuya existencia no entendemos contestar de ninguna manera. Esprobablemente en Pascal donde se puede encontrar el primer rastro de esta idea, aplicada porlo dems a un solo punto de vista: es conocido el pasaje donde compara la humanidad a unmismo hombre que subsiste siempre y que aprende continuamente durante el curso de lossiglos, y donde hace prueba de ese espritu antitradicional que es una de las particularidadesdel Occidente moderno, al declarar que aquellos a los que llamamos antiguos eranverdaderamente nuevos en todas las cosas, y que as sus opiniones tienen en realidad muy

    poco peso; y, bajo este aspecto, Pascal haba tenido al menos un precursor, puesto que Baconhaba dicho ya con la misma intencin: Antiquitas sculi, juventus mundi. Es fcil ver elsofisma inconsciente sobre el que se basa una tal concepcin: este sofisma consiste ensuponer que la humanidad, en su conjunto, sigue un desarrollo continuo y unilineal; ese es unpunto de vista eminentemente simplista, que est en contradiccin con todos los hechosconocidos. La historia nos muestra en efecto, en todas las pocas, civilizacionesindependientes las unas de las otras, frecuentemente incluso divergentes, de las que algunasnacen y se desarrollan mientras que otras caen en decadencia y mueren, o son aniquiladas

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    bruscamente en algn cataclismo; y las civilizaciones nuevas no siempre recogen la herenciade las antiguas. Quin se atrever a sostener seriamente, por ejemplo, que los occidentalesmodernos han aprovechado, por indirectamente que sea, la mayor parte de los conocimientosque haban acumulado los caldeos o los egipcios, sin hablar de las civilizaciones cuyo nombremismo ni siquiera ha llegado hasta nosotros? Por lo dems, no hay necesidad de remontar tanlejos en el pasado, puesto que hay ciencias que eran cultivadas en la edad media europea, y de

    las que en nuestros das ya no se tiene la menor idea. As pues, si se quiere conservar larepresentacin del hombre colectivo que considera Pascal (que le llama muyimpropiamente hombre universal), ser menester decir que, si hay periodos donde aprende,hay otros donde olvida, o bien que, mientras que aprende algunas cosas, olvida otras; pero larealidad es an ms compleja, puesto que hay simultneamente, como las ha habido siempre,civilizaciones que no se penetran, que se ignoran mutuamente: tal es efectivamente, hoy msque nunca, la situacin de la civilizacin occidental en relacin a las civilizaciones orientales.En el fondo, el origen de la ilusin que se expresa en Pascal es simplemente ste: losoccidentales, a partir del Renacimiento, han tomado el hbito de considerarse exclusivamentecomo los herederos y los continuadores de la antigedad grecorromana, y de desconocer o deignorar sistemticamente todo el resto; es lo que denominamos el prejuicio clsico. Lahumanidad de la que habla Pascal comienza en los griegos, contina con los romanos,

    despus hay en su existencia una discontinuidad que corresponde a la edad media, en la queno puede ver, como todas las gentes del siglo XVII, ms que un periodo de sueo; finalmenteviene el Renacimiento, es decir, el despertar de esa humanidad, que, a partir de ese momento,estar compuesta del conjunto de los pueblos europeos. Es un error singular, y que denota unhorizonte mental singularmente limitado, el que consiste en tomar as la parte por el todo; sepodra descubrir su influencia en ms de un dominio: los psiclogos, por ejemplo, limitanordinariamente sus observaciones a un solo tipo de humanidad, la occidental moderna, yextienden abusivamente los resultados as obtenidos hasta pretender hacer de ellos, sinexcepcin, caracteres del hombre en general.

    Es esencial observar que Pascal no consideraba an ms que un progresointelectual, en los lmites en los que l mismo y su poca conceban la intelectualidad; eshacia finales del siglo XVIII cuando apareci, con Turgot y Condorcet, la idea de progresoextendida a todos los rdenes de actividad; y esa idea estaba entonces tan lejos de seraceptada generalmente que Voltaire mismo se apresur a ridiculizarla. No podemos pensar enhacer aqu la historia de las diversas modificaciones que esa misma idea sufri en el curso delsiglo XIX, ni de las complicaciones pseudocientficas que le fueron aportadas cuando, bajo elnombre de evolucin, se la quiso aplicar, no slo a la humanidad, sino a todo el conjunto delos seres vivos. El evolucionismo, a pesar de mltiples divergencias ms o menosimportantes, ha devenido un verdadero dogma oficial: se ensea como una ley, que estprohibido discutir, lo que no es en realidad ms que la ms gratuita y la peor fundada de todaslas hiptesis; con mayor razn ocurre lo mismo con la concepcin del progreso humano, queno aparece ah dentro ms que como un simple caso particular. Pero antes de llegar a eso,hubo muchas vicisitudes, y, entre los partidarios mismos del progreso, hay quienes no han

    podido impedirse formular reservas bastante graves: Auguste Comte, que haba comenzadosiendo discpulo de Saint-Simon, admita un progreso indefinido en duracin, pero no enextensin; para l, la marcha de la humanidad poda ser representada por una curva que tieneuna asntota, a la que se acerca indefinidamente sin alcanzarla nunca, de tal manera que laamplitud del progreso posible, es decir, la distancia del estado actual al estado ideal,representada por la distancia de la curva a la asntota, va decreciendo sin cesar. Nada msfcil que demostrar las confusiones sobre las que se apoya la teora fantasiosa a la que Comteha dado el nombre de la ley de los tres estados, y de las que la principal consiste en suponer

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    que el nico objeto de todo conocimiento posible es la explicacin de los fenmenosnaturales; como Bacon y Pascal, Comte comparaba los antiguos a nios, mientras que otros,en una poca ms reciente, han credo hacerlo mejor asimilndolos a los salvajes, a quienesllaman primitivos, mientras que, por nuestra parte, los consideramos al contrario comodegenerados . Por otro lado, algunos, al no poder hacer otra cosa que constatar que hayaltibajos en lo que conocen de la historia de la humanidad, han llegado a hablar de un ritmo

    del progreso; sera quizs ms simple y ms lgico, en estas condiciones, no hablar ms deprogreso en absoluto, pero, como es menester salvaguardar a toda costa el dogma moderno, sesupone que el progreso existe no obstante como resultante final de todos los progresosparciales y de todas las regresiones. Estas restricciones y estas discordancias deberan hacerreflexionar, pero bien pocos parecen darse cuenta de ellas; las diferentes escuelas no puedenponerse de acuerdo entre s, pero sigue entendindose que se debe admitir el progreso y laevolucin, sin lo cual no se podra tener probablemente derecho a la cualidad de civilizado.

    Otro punto que tambin es digno de observacin: si se investiga cules son lasramas del pretendido progreso del que se habla ms frecuentemente hoy, aquellas en las quetodas las dems parecen confluir en el pensamiento de nuestros contemporneos, uno se dacuenta de que se reducen a dos, el progreso material y el progreso moral; son las nicasque Jacques Bainville haya mencionado como comprendidas en la idea corriente de

    civilizacin, y pensamos que es con razn. Sin duda algunos hablan tambin de progresointelectual, pero, para ellos, esta expresin es esencialmente sinnima de progresocientfico, y se aplica sobre todo al desarrollo de las ciencias experimentales y de susaplicaciones. Por consiguiente, se ve reaparecer aqu esa degradacin de la inteligencia quetermina identificndola con el ms restringido y el ms inferior de todos sus usos, a saber, laaccin sobre la materia en vista nicamente de la utilidad prctica; el supuesto progresointelectual no es as, en definitiva, ms que el progreso material mismo, y, si lainteligencia no fuera ms que eso, sera menester aceptar la definicin que Bergson da de ella.Ciertamente, la mayora de los occidentales actuales no conciben que la inteligencia sea otracosa; para ellos se reduce, no ya a la razn en el sentido cartesiano, sino a la parte ms nfimade esa razn, a sus operaciones ms elementales, a lo que permanece siempre en estrecharelacin con este mundo sensible del que han hecho el campo nico y exclusivo de toda suactividad. Para aquellos que saben que hay otra cosa y que persisten en dar a las palabras suverdadera significacin, no es de progreso intelectual de lo que puede tratarse en nuestrapoca, sino al contrario de decadencia, o mejor todava de decadencia intelectual; y, porquehay vas de desarrollo que son incompatibles, ese es precisamente el pago del progresomaterial, el nico cuya existencia es un hecho real en el curso de los ltimos siglos: progresocientfico si se quiere, pero en una acepcin extremadamente limitada, y progreso industrialan mucho ms que cientfico. Desarrollo material e intelectualidad pura van verdaderamenteen sentido inverso; quien se hunde en uno se aleja necesariamente del otro; pero, por lodems, obsrvese bien que aqu decimos intelectualidad, no racionalidad, ya que el dominiode la razn no es ms que intermediario, en cierto modo, entre el de los sentidos y el delintelecto superior: si la razn recibe un reflejo de este ltimo, aunque le niegue y se crea la

    facultad ms alta del ser humano, es siempre de los datos sensibles de donde se sacan lasnociones que elabora. Queremos decir que lo general, objeto propio de la razn, y porconsiguiente de la ciencia que es la obra de sta, aunque no es del orden sensible, procede noobstante de lo individual, que es percibido por los sentidos; se puede decir que est ms allde lo sensible, pero no por encima; transcendente no es ms que lo universal, objeto delintelecto puro, a cuyo respecto lo general mismo entra pura y simplemente en lo individual.sta es la distincin fundamental del conocimiento metafsico y del conocimiento cientfico,tal como la hemos expuesto ms ampliamente en otra parte; y, si la recordamos aqu, es

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    porque la ausencia total del primero y el desarrollo desordenado del segundo constituyen lascaractersticas ms sobresalientes de la civilizacin occidental en su estado actual.

    En lo que concierne a la concepcin del progreso moral, representa el otroelemento predominante de la mentalidad moderna, queremos decir la sentimentalidad; y lapresencia de este elemento no nos hace modificar el juicio que hemos formulado al decir quela civilizacin occidental es completamente material. Sabemos bien que algunos quieren

    oponer el dominio del sentimiento al de la materia, hacer del desarrollo de uno una suerte decontrapeso a la invasin del otro, y tomar por ideal un equilibrio tan estable como sea posibleentre estos dos elementos complementarios. Tal es quizs, en el fondo, el pensamiento de losintuicionistas que, al asociar indisolublemente la inteligencia a la materia, intentan liberarsede sta con la ayuda de un instinto bastante mal definido; tal es, ms ciertamente an, elpensamiento de los pragmatistas, para quienes la nocin de utilidad, destinada a reemplazar lanocin de verdad, se presenta a la vez bajo el aspecto material y bajo el aspecto moral; y aquvemos tambin hasta qu punto el pragmatismo expresa las tendencias especiales del mundomoderno, y sobre todo del mundo anglosajn que es su fraccin ms tpica. De hecho,materialidad y sentimentalidad, muy lejos de oponerse, no pueden ir apenas la una sin la otra,y juntas las dos adquieren su desarrollo ms extremo; tenemos la prueba de ello en Amrica,donde, como ya hemos tenido ocasin de hacerlo observar en nuestros estudios sobre el

    teosofismo y el espiritismo, las peores extravagancias pseudomsticas nacen y se extiendencon una increble facilidad, al mismo tiempo que el industrialismo y la pasin por losnegocios se llevan hasta un grado que confina la locura; cuando las cosas han llegado a eso,ya no es un equilibrio lo que se establece entre las dos tendencias, son dos desequilibrios quese suman uno al otro y, en lugar de compensarse, se agravan mutuamente. La razn de estefenmeno es fcil de comprender: all donde la intelectualidad est reducida al mnimo, esmuy natural que la sentimentalidad asuma la primaca; y, por lo dems, sta, en s misma, estmuy cerca del orden material: en todo el dominio psicolgico, no hay nada que sea msestrechamente dependiente del organismo, y, a pesar de Bergson, es el sentimiento, y no lainteligencia, la que se nos aparece como ligada a la materia. Vemos muy bien lo que puedenresponder a eso los intuicionistas: la inteligencia, tal como la conciben, est ligada a lamateria inorgnica (puesto que es siempre el mecanicismo cartesiano y sus derivados lo quetienen en vista); el sentimiento, lo est a la materia viva, que les parece que ocupa un gradoms elevado en la escala de las existencias. Pero, inorgnica o viva, es siempre materia, y eneso no se trata nunca ms que de las cosas sensibles; a la mentalidad moderna, y a losfilsofos que la representan, les es decididamente imposible librarse de esta limitacin. Enrigor, si nos atenemos a que haya ah una dualidad de tendencias, ser menester vincular una ala materia y la otra a la vida, y esta distincin puede servir efectivamente para clasificar, deuna manera bastante satisfactoria, las grandes supersticiones de nuestra poca; pero, lorepetimos, todo eso es del mismo orden y no puede disociarse realmente; estas cosas estnsituadas sobre un mismo plano, y no superpuestas jerrquicamente. As, el moralismo denuestros contemporneos no es ms que el complemento necesario de su materialismoprctico ; y sera perfectamente ilusorio querer exaltar uno en detrimento del otro, puesto que,

    siendo necesariamente solidarios, ambos se desarrollan simultneamente y en el mismosentido, que es el de lo que se ha convenido llamar la civilizacin.Acabamos de ver por qu las concepciones del progreso material y del

    progreso moral son inseparables, y por qu la segunda tiene, de manera casi tan constantecomo la primera, un lugar tan considerable en las preocupaciones de nuestroscontemporneos. No hemos contestado de ningn modo la existencia de un progresomaterial, sino slo su importancia: lo que s sostenemos, es que no vale lo que hace perderdel lado intelectual, y que, para ser de otra opinin, es menester ignorar todo de la

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    intelectualidad verdadera; ahora bien, qu es menester pensar de la realidad del progresomoral? sta es una cuestin que apenas es posible discutir seriamente, porque, en esedominio sentimental, todo es nicamente un asunto de apreciacin y de preferenciasindividuales; cada uno llamar progreso a lo que est en conformidad con sus propiasdisposiciones, y, en suma, no hay que dar la razn a uno ms bien que al otro. Aquellos cuyastendencias estn en armona con las de su poca no pueden hacer ms que estar satisfechos

    con el presente estado de las cosas; y esto es lo que traducen a su manera cuando dicen queesta poca est en progreso sobre aquellas que la han precedido; pero frecuentemente estasatisfaccin de sus aspiraciones sentimentales no es an ms que relativa, porque losacontecimientos no se desarrollan siempre al gusto de sus deseos, y es por eso por lo quesuponen que el progreso se continuar en el curso de las pocas futuras. Los hechos vienen aveces a aportar un desmentido a aquellos que estn persuadidos de la realidad actual delprogreso moral, segn las concepciones que se han hecho de l ms habitualmente; perostos se usan para modificar un poco sus ideas a este respecto, o para remitir a un porvenirms o menos lejano la realizacin de su ideal, e incluso podran salir del atolladero, ellostambin, hablando de un ritmo de progreso. Por lo dems, lo que es an mucho ms simple,ordinariamente se apresuran a olvidar la leccin de la experiencia; tales son esos soadoresincorregibles que, a cada nueva guerra, no dejan de profetizar que ser la ltima. En el fondo,

    la creencia en el progreso indefinido no es ms que la ms ingenua y la ms grosera de todaslas formas del optimismo; as pues, cualesquiera que sean sus modalidades, es siempre deesencia sentimental, incluso cuando se trata del progreso material. Si se nos objeta que nsmismo hemos reconocido la existencia de ste, responderemos que no le hemos reconocidoms que en los lmites en los que los hechos nos lo muestran, y que no estamos de acuerdopor eso en que deba, y ni siquiera que pueda, proseguirse indefinidamente; por lo dems,como no nos parece que sea lo mejor que hay en el mundo, en lugar de llamarle progreso,preferiramos llamarle simplemente desarrollo; no es por s misma como es molesta estapalabra de progreso, sino en razn de la idea de valor que se ha acabado por asociarle a ellacasi invariablemente. Esta observacin nos lleva a otra: es que hay tambin una realidad quese disimula bajo el pretendido progreso moral, o que, si se prefiere, mantiene la ilusin deste; esta realidad, es el desarrollo de la sentimentalidad, que, aparte de toda cuestin deapreciacin, existe en efecto en el mundo moderno, tan incontestablemente como la de laindustria y del comercio (y ya hemos dicho por qu la una no va sin la otra). Este desarrollo,excesivo y anormal segn nuestra apreciacin, no puede dejar de aparecer como un progresopara aquellos que ponen la sentimentalidad por encima de todo; y quizs se dir que, al hablarde simples preferencias como lo hacamos hace un momento, nos hemos quitado de antemanoel derecho de no darles la razn. Pero no hay nada de eso: lo que decamos entonces se aplicaal sentimiento, y al sentimiento solo, en sus variaciones de un individuo a otro; si se trata deponer el sentimiento, considerado en general, en su justo lugar en relacin a la inteligencia,las cosas son enteramente diferentes, porque en eso hay que observar una jerarqua necesaria.El mundo moderno ha invertido propiamente las relaciones naturales de los diversos rdenes;todava una vez ms, el empobrecimiento del orden intelectual (e incluso ausencia de la

    intelectualidad pura), y la exageracin del orden material y del orden sentimental, todo eso vajunto, y es todo eso lo que hace de la civilizacin occidental actual una anomala, por no deciruna monstruosidad.

    He aqu como aparecen las cosas cuando se las considera al margen de todoprejuicio; y es as como las ven los representantes ms cualificados de las civilizacionesorientales, que no les aportan ningn partidismo, ya que el partidismo es siempre algosentimental, no intelectual, y su punto de vista es puramente intelectual. Si los occidentalestienen algn problema para comprender esta actitud, es porque estn invenciblemente

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    inclinados a juzgar a los dems segn lo que son ellos mismos y a prestarles sus propiaspreocupaciones, como les prestan tambin sus maneras de pensar y no se dan cuenta siquierade que pueden existir otras, tan estrecho es su horizonte mental; de ah viene su completaincomprensin de todas las concepciones orientales. La recproca no es verdadera: losorientales, cuando tienen la ocasin de ello y cuando quieren tomarse el trabajo, apenassienten dificultad para penetrar y para comprender los conocimientos especiales de Occidente,

    ya que estn habituados a especulaciones mucho ms vastas y profundas, y quien puede loms puede lo menos; pero, en general, apenas se sienten tentados a librarse a este trabajo, queconllevara el riesgo de hacerles perder de vista o al menos de descuidar, por cosas queestiman insignificantes, lo que es para ellos lo esencial. La ciencia occidental es anlisis ydispersin; el conocimiento oriental es sntesis y concentracin; pero tendremos la ocasin devolver sobre esto. Sea como sea, lo que los occidentales llaman civilizacin, los dems lollamaran ms bien barbarie, porque carece precisamente de lo esencial, es decir, de unprincipio de orden superior; con qu derecho pretenderan los occidentales imponer a todossu propia apreciacin? Por lo dems, no deberan olvidar que no son ms que una minora enel conjunto de la humanidad terrestre; evidentemente, esta consideracin del nmero noprueba nada a nuestros ojos, pero debera causar alguna impresin sobre gentes que haninventado el sufragio universal y que creen en su virtud. Si todava no hicieran ms que

    complacerse en la afirmacin de la superioridad imaginaria que se atribuyen, esa ilusin noles hara dao ms que a ellos mismos; pero lo ms terrible, es su furor de proselitismo: enellos, el espritu de conquista se disfraza bajo pretextos moralistas, y es en el nombre de lalibertad como quieren obligar al mundo entero a imitarles! Lo ms notable es que, en suinfatuacin, se imaginan de buena fe que tienen prestigio entre todos los dems pueblos;porque se les teme como se teme a una fuerza brutal, creen que se les admira; el hombre queest amenazado de ser aplastado por una avalancha, est por eso tocado de respeto y deadmiracin? La nica impresin que las invenciones mecnicas, por ejemplo, producen sobrela generalidad de los orientales, es una impresin de profunda repulsin; todo eso les parececiertamente ms molesto que ventajoso, y, si se encuentran obligados a aceptar algunasnecesidades de la poca actual, es con la esperanza de liberarse de ellas un da u otro; eso noles interesa y no les interesar nunca verdaderamente. Lo que los occidentales llamanprogreso, no es para los orientales ms que cambio e inestabilidad; y la necesidad de cambio,tan caracterstica de la poca moderna, es a sus ojos una marca de inferioridad manifiesta:aqul que ha llegado a un estado de equilibrio ya no siente esa necesidad, del mismo modoque aquel que sabe ya no busca. En estas condiciones, es ciertamente difcil entenderse,puesto que los mismos hechos dan lugar a interpretaciones diametralmente opuestas por una yotra parte; qu ocurrira si los orientales a su vez, siguiendo el ejemplo de los occidentales, ypor los mismos medios que ellos, quisieran imponerles su manera de ver? Pero que nadie seinquiete: nada es ms contrario a su naturaleza que la propaganda, y esas son preocupacionesque les son perfectamente extraas; sin predicar la libertad, dejan que los dems piensen loque quieran, e incluso lo que se piense de ellos les es completamente indiferente. En el fondo,todo lo que piden es que se les deje tranquilos; pero es eso precisamente lo que se niegan a

    admitir los occidentales, que, es menester no olvidarlo, han ido a buscarles a su casa, y se hancomportado de tal manera que los hombres ms apacibles pueden a buen derecho estarexasperados por ello. Nos encontramos as en presencia de una situacin de hecho que nopodra durar indefinidamente; y para los occidentales no hay ms que un medio de hacersesoportables: es, para emplear el lenguaje habitual de la poltica colonial, que renuncien a laasimilacin para practicar la asociacin, y eso en todos los dominios; pero eso solo exigeya una modificacin de su mentalidad, y la comprensin al menos de algunas de las ideas queexponemos aqu.

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    CAPTULO II

    LA SUPERSTICIN DE LA CIENCIA

    Entre otras pretensiones, la civilizacin occidental moderna tiene la de sereminentemente cientfica; sera bueno precisar un poco cmo se entiende esta palabra, peroesto es lo que no se hace ordinariamente, ya que es del nmero de aquellas a las que nuestroscontemporneos parecen prestar una suerte de poder misterioso, independientemente de susentido. La Ciencia, con mayscula, como el Progreso y la Civilizacin, como elDerecho, la Justicia y la Libertad, es tambin una de esas entidades que vale ms nointentar definir, y que corren el riesgo de perder todo su prestigio cuando se las examina unpoco ms de cerca. Todas las supuestas conquistas de las que el mundo moderno est tanorgulloso se reducen as a grandes palabras detrs de las cuales no hay nada o casi nada:sugestin colectiva, hemos dicho, ilusin que, por ser compartida por tantos individuos y pormantenerse como lo hace, no podra ser espontnea; quizs algn da intentaremos aclarar un

    poco este lado de la cuestin. Pero, por el momento, no es de eso de lo que se trataprincipalmente; slo constatamos que el Occidente actual cree en las ideas que acabamos dedecir, si es que a eso se le puede llamar ideas, de cualquier manera que esta creencia le hayavenido. No son verdaderamente ideas, ya que muchos de aquellos que pronuncian estaspalabras con ms conviccin no tienen en el pensamiento nada claro que se les corresponda;en el fondo, en la mayora de los casos, en eso no hay ms que la expresin, se podra decirincluso la personificacin, de aspiraciones sentimentales ms o menos vagas. Son verdaderosdolos, las divinidades de una suerte de religin laica que no est claramente definida, sinduda, y que no puede estarlo, pero que por eso no tiene menos una existencia muy real: no esreligin en el sentido propio de la palabra, sino lo que pretende sustituirla, y que mereceramejor ser llamada contrarreligin. El primer origen de este estado de cosas se remonta alcomienzo mismo de la poca moderna, donde el espritu antitradicional se manifestinmediatamente por la proclamacin del libre examen, es decir, de la ausencia, en el ordendoctrinal, de todo principio superior a las opiniones individuales. La anarqua intelectualdeba resultar de ello fatalmente: de ah la multiplicidad indefinida de las sectas religiosas ypseudoreligiosas, de los sistemas filosficos que apuntan ante todo a la originalidad, de lasteoras cientficas tan efmeras como pretenciosas; caos inverosmil al que domina no obstanteuna cierta unidad, puesto que existe un espritu especficamente moderno del que procedetodo eso, pero una unidad enteramente negativa en suma, puesto que es propiamente unaausencia de principio, que se traduce por esa indiferencia respecto a la verdad y al error queha recibido, desde el siglo XVIII, el nombre de tolerancia. Que se nos comprenda bien: noentendemos censurar la tolerancia prctica, que se ejerce hacia los individuos, sino slo latolerancia terica, que pretende ejercerse hacia las ideas y reconocerlas a todas los mismos

    derechos, lo que debera implicar lgicamente un escepticismo radical; y, por lo dems, nopodemos impedirnos constatar que, como todos los propagandistas, los apstoles de latolerancia son muy frecuentemente, de hecho, los ms intolerantes de los hombres. En efecto,se ha producido este hecho que es de una irona singular: aquellos que han querido invertirtodos los dogmas han creado para su uso, no diremos que un dogma nuevo, sino unacaricatura de dogma, que han llegado a imponer a la generalidad del mundo occidental; as sehan establecido, so pretexto de una liberacin del pensamiento, las creencias ms

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    quimricas que se hayan visto nunca en ningn tiempo, bajo la forma de esos diversos dolosde los que enumerbamos hace un momento algunos de los principales.

    De todas las supersticiones predicadas por aquellos mismos que hacenprofesin de declamar a todo propsito contra la supersticin, la de la ciencia y larazn es la nica que, a primera vista, no parece reposar sobre una base sentimental; perohay a veces un racionalismo que no es ms que sentimentalismo disfrazado, como lo prueba

    muy bien la pasin que le aportan sus partidarios, el odio del que dan testimonio contra todolo que es contrario a sus tendencias o rebase su comprensin. Por lo dems, en todo caso,puesto que el racionalismo corresponde a una disminucin de la intelectualidad, es natural queen su desarrollo vaya a la par con el del sentimentalismo, as como lo hemos explicado en elcaptulo precedente; solamente, cada una de estas dos tendencias puede ser representada msespecialmente por algunas individualidades o por algunas corrientes de pensamiento, y, enrazn de las expresiones ms o menos exclusivas y sistemticas que son llevadas a revestir,puede incluso haber entre ellas conflictos aparentes que disimulan su solidaridad profunda alos ojos de los observadores superficiales. El racionalismo moderno comienza en suma conDescartes (aunque haba tenido algunos precursores en el siglo XVI), y se puede seguir surastro a travs de toda la filosofa moderna, no menos que en el dominio propiamentecientfico; la reaccin actual del intuicionismo y del pragmatismo contra este racionalismo

    nos proporciona el ejemplo de uno de esos conflictos, y hemos visto no obstante que Bergsonaceptaba perfectamente la definicin cartesiana de la inteligencia; no es la naturaleza de stala que se cuestiona, sino slo su supremaca. En el siglo XVIII, hubo tambin antagonismoentre el racionalismo de los enciclopedistas y el sentimentalismo de Rousseau; y no obstanteuno y otro sirvieron igualmente a la preparacin del movimiento revolucionario, lo quemuestra que entraban bien en la unidad negativa del espritu antitradicional. Si relacionamoseste ejemplo con el precedente, no es porque prestemos a Bergson ningn trasfondo poltico;pero no podemos evitar pensar en la utilizacin de sus ideas en algunos medios sindicalistas,sobre todo en Inglaterra, mientras que, en otros medios del mismo gnero, el espritucientificista es ms honrado que nunca. En el fondo, parece que una de las grandeshabilidades de los dirigentes de la mentalidad moderna consiste en favorecer alternativa osimultneamente una u otra de las dos tendencias en cuestin segn la oportunidad,estableciendo entre ellas una suerte de dosificacin, por un juego de equilibrio que responde apreocupaciones ciertamente ms polticas que intelectuales; por lo dems, esta habilidadpuede no ser siempre querida, y por nuestra parte no tratamos de poner en duda la sinceridadde ningn sabio, historiador o filsofo; pero stos no son frecuentemente ms quedirigentes aparentes, y pueden ser ellos mismos dirigidos o influenciados sin darse cuentade ello en lo ms mnimo. Adems, el uso que se hace de sus ideas no responde siempre a suspropias intenciones, y sera un error hacerles directamente responsables o reprocharles nohaber previsto algunas consecuencias ms o menos lejanas de ellas; pero basta que esas ideassean conformes a una u otra de las dos tendencias de que hablamos para que sean utilizablesen el sentido que acabamos de decir; y, dado el estado de anarqua intelectual en el que esthundido el Occidente, todo pasa como si se tratara de sacar del desorden mismo, y de todo lo

    que se agita en el caos, todo el partido posible para la realizacin de un plan rigurosamentedeterminado. No queremos insistir ms en esto, pero nos es muy difcil no volver a ello de vezen cuando, ya que no podemos admitir que una raza entera sea pura y simplemente sacudidapor una suerte de locura que dura desde hace varios siglos, y es menester que, a pesar de todo,haya algo que d una significacin a la civilizacin moderna; no creemos en el azar, yestamos convencidos de que todo lo que existe debe tener una causa; aquellos que son de otraopinin son libres de dejar a un lado este orden de consideraciones.

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    Ahora, disociando las dos tendencias principales de la mentalidad modernapara examinarlas mejor, y abandonando momentneamente el sentimentalismo queretomaremos ms adelante, podemos preguntarnos esto: qu es exactamente esta cienciade la que Occidente est tan infatuado? Un hind, resumiendo con una extrema concisin loque piensan de esta ciencia todos los orientales que han tenido la ocasin de conocerla, laha caracterizado muy justamente con estas palabras: la ciencia occidental es un saber

    ignorante. La relacin de estos dos trminos no es una contradiccin, y he aqu lo que quieredecir: es, si se quiere, un saber que tiene alguna realidad, puesto que es vlido y eficaz en uncierto dominio relativo; pero es un saber irremediablemente limitado, ignorante de lo esencial,un saber que carece de principio, como todo lo que pertenece en propiedad a la civilizacinoccidental moderna. La ciencia, tal como la conciben nuestros contemporneos, esnicamente el estudio de los fenmenos del mundo sensible, y este estudio se emprende y seconduce de tal manera que, insistimos en ello, no puede estar vinculado a ningn principio deorden superior; ciertamente, al ignorar resueltamente todo lo que la rebasa, se hace asplenamente independiente en su dominio, pero esa independencia de la que se glorifica noest hecha ms que de su limitacin misma. Ms an, llega hasta negar lo que ignora, porqueese es el nico medio de no confesar esta ignorancia; o, si no se atreve a negar formalmenteque pueda existir algo que no cae bajo su dominio, niega al menos que eso pueda ser conocido

    de cualquier otra manera, lo que de hecho equivale a lo mismo, y pretende englobar todoconocimiento posible. Por una toma de partido frecuentemente inconsciente, loscientificistas se imaginan como Augusto Comte, que el hombre no se ha propuesto nuncaotro objeto de conocimiento que una explicacin de los fenmenos naturales; toma de partidoinconsciente, decimos, ya que son evidentemente incapaces de comprender que se pueda irms lejos, y no es eso lo que les reprochamos, sino solamente su pretensin de negar a losdems la posesin o el uso de facultades que les faltan a ellos mismos: se diran ciegos queniegan, si no la existencia de la luz, al menos la del sentido de la vista, por la nica razn deque estn privados de l. Afirmar que no slo hay lo desconocido, sino tambin loincognoscible, segn la palabra de Spencer, es hacer de una enfermedad intelectual unlmite que no le est permitido traspasar a nadie; he aqu lo que nunca se ha dicho en ningunaparte; y nunca se haba visto tampoco a hombres hacer de una afirmacin de ignorancia unprograma y una profesin de fe, tomarla abiertamente como etiqueta de una pretendidadoctrina, bajo el nombre de agnosticismo. Y stos, obsrvese bien, no son y no quieren serescpticos; si lo fueran, habra en su aptitud una cierta lgica que podra hacerla excusable;pero, al contrario, son los creyentes ms entusiastas de la ciencia, y los ms fervientesadmiradores de la razn. Es bastante extrao, se dir, poner la razn por encima de todo,profesar por ella un verdadero culto, y proclamar al mismo tiempo que es esencialmentelimitada; eso es algo contradictorio, en efecto, y, si lo constatamos, no nos encargaremos deexplicarlo; esta actitud denota una mentalidad que no es la nuestra a ningn grado, y no esincumbencia nuestra justificar las contradicciones que parecen inherentes al relativismobajo todas sus formas. Ns tambin, nos decimos que la razn es limitada y relativa; pero,muy lejos de hacer de ella toda la inteligencia, no la consideramos ms que como una de sus

    porciones inferiores, y vemos en la inteligencia otras posibilidades que rebasan inmensamentelas de la razn. En suma, los modernos, o algunos de entre ellos al menos, consienten enreconocer su ignorancia, y los racionalistas actuales lo hacen quizs ms gustosamente quesus predecesores, pero a condicin de que nadie tenga el derecho de conocer lo que ellosmismos ignoran; que se pretenda limitar lo que es, o solo limitar radicalmente elconocimiento, es siempre una manifestacin del espritu de negacin que es tan caractersticodel mundo moderno. Este espritu de negacin, no es otra cosa que el espritu sistemtico, yaque un sistema es esencialmente una concepcin cerrada; y ha llegado a identificarse al

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    espritu filosfico mismo, sobre todo desde Kant, que, queriendo encerrar todo conocimientoen lo relativo, se ha atrevido a declarar expresamente que la filosofa no es un instrumentopara entender el conocimiento, sino una disciplina para limitarle , lo que equivale a decir quela funcin principal de los filsofos consiste en imponer a todos los lmites estrechos de supropio entendimiento. Por eso es por lo que la filosofa moderna ha terminado por substituircasi enteramente el conocimiento mismo por la crtica o por la teora del conocimiento;

    es tambin por lo que, en muchos de sus representantes, no quiere ser ms que filosofacientfica, es decir, simple coordinacin de los resultados ms generales de la ciencia, cuyodominio es el nico que reconoce como accesible a la inteligencia. Filosofa y ciencia, enestas condiciones, ya no tienen que ser distinguidas, y, a decir verdad, desde que elracionalismo existe, no pueden tener ms que un solo y mismo objeto, no representan ms queun solo orden de conocimiento y estn animadas de un mismo espritu: es lo que llamamos,no el espritu cientfico, sino antes el espritu cientificista.

    Tenemos que insistir un poco sobre esta ltima distincin: lo que queremosdestacar con esto, es que no vemos nada de malo en s en el desarrollo de algunas ciencias,incluso si encontramos excesiva la importancia que se les da; no es ms que un saber muyrelativo, pero no obstante es un saber, y es legtimo que cada uno aplique su actividadintelectual a objetos proporcionados a sus propias aptitudes y a los medios de que dispone. Lo

    que reprobamos es el exclusivismo, podramos decir el sectarismo de aquellos que,deslumbrados por la extensin que han tomado esas ciencias, se niegan a admitir que existanada fuera de ellas, y pretenden que toda especulacin, para ser vlida, debe someterse a losmtodos especiales que esas mismas ciencias ponen en obra, como si esos mtodos, hechospara el estudio de algunos objetos determinados, debieran ser universalmente aplicables; escierto que lo que conciben, como universalidad, es algo extremadamente restringido, y que norebasa el dominio de las contingencias. Pero se sorprendera mucho a esos cientificistas sise les dijera que, sin salir siquiera de ese dominio, hay una multitud de cosas que no podranser alcanzadas por sus mtodos, y que, no obstante, pueden constituir el objeto de cienciascompletamente diferentes de las que conocen, pero no menos reales, y frecuentemente msinteresantes en diversos aspectos. Parece que los modernos hayan tomado arbitrariamente, enel dominio del conocimiento cientfico, un cierto nmero de porciones que se empean enestudiar con exclusin de todo el resto, y haciendo como si ese resto fuera inexistente; y, a lasciencias particulares que han cultivado as, es completamente natural, y no sorprendente niadmirable, que les hayan dado un desarrollo mucho mayor de lo que hubieran podido hacerhombres que no les daban la misma importancia, que frecuentemente ni siquiera sepreocupaban de ellas, y que se ocupaban en todo caso de muchas otras cosas que les parecanms serias. Aqu pensamos sobre todo en el considerable desarrollo de las cienciasexperimentales, dominio en el que el Occidente moderno destaca evidentemente, y en el quenadie piensa contestar su superioridad, superioridad que, por lo dems, los orientalesencuentran poco envidiable, precisamente porque ha debido ser comprada con el olvido detodo lo que les parece verdaderamente digno de inters; no obstante, no tememos afirmar quehay ciencias, incluso experimentales, de las que el Occidente moderno no tiene la menor idea.

    Tales ciencias existen en Oriente, entre aquellas a las que damos el nombre de cienciastradicionales; en Occidente mismo, las hubo tambin en la edad media, que tenan caracterescompletamente comparables; y esas ciencias, de las que algunas dan lugar incluso aaplicaciones prcticas de una incontestable eficacia, proceden por medios de investigacinque son totalmente extraos a los sabios europeos de nuestros das. ste no es el lugar paraextendernos sobre este tema; pero debemos explicar al menos por qu decimos que algunosconocimientos de orden cientfico tienen una base tradicional, y en qu sentido lo

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    entendemos; por lo dems, eso nos lleva a mostrar precisamente, ms claramente an de loque lo hemos hecho hasta aqu, lo que le falta a la ciencia occidental.

    Hemos dicho que uno de los caracteres especiales de esta ciencia occidental, espretenderse enteramente independiente y autnoma; y esta pretensin no puede sostenersems que si se ignora sistemticamente todo conocimiento de orden superior al conocimientocientfico, o mejor an, si se le niega formalmente. Lo que est por encima de la ciencia, en la

    jerarqua necesaria de los conocimientos, es la metafsica, que es el conocimiento intelectualpuro y transcendente, mientras que la ciencia no es, por definicin misma, ms que elconocimiento racional; la metafsica es esencialmente suprarracional, y es menester que seaeso o que no sea en absoluto. Ahora bien, el racionalismo no consiste en afirmar simplementeque la razn vale algo, lo que slo es contestado por los escpticos, sino en sostener que nadahay por encima de ella, y por consiguiente que no hay conocimiento posible ms all delconocimiento cientfico; as, el racionalismo implica necesariamente la negacin de lametafsica. Casi todos los filsofos modernos son racionalistas, de una manera ms o menosestrecha y ms o menos explcita; en aquellos que no lo son, no hay ms que sentimentalismoy voluntarismo, lo que no es menos antimetafsico, porque, si se admite entonces algodiferente de la razn, es por debajo de ella donde se busca, en lugar de buscarlo por encima; elintelectualismo verdadero est al menos tan alejado del racionalismo como puede estarlo del

    intuicionismo contemporneo, pero lo est exactamente en sentido inverso. En estascondiciones, si un filsofo moderno pretende hacer metafsica, se puede estar seguro de queaquello a lo que da este nombre no tiene absolutamente nada de comn con la metafsicaverdadera, y ello es efectivamente as; no podemos acordar a esas cosas otra denominacinque la de pseudometafsica, y, si no obstante, a veces se encuentran en ella algunasconsideraciones vlidas, se refieren en realidad al orden cientfico puro y simple. Porconsiguiente, ausencia completa del conocimiento metafsico, negacin de todo otroconocimiento que el cientfico, limitacin arbitraria del conocimiento cientfico mismo aalgunos dominios particulares con exclusin de los dems, stos son caracteres generales delpensamiento propiamente moderno; he aqu hasta qu grado de bajeza intelectual ha llegadoel Occidente, desde que sali de las vas que son normales al resto de la humanidad.

    La metafsica es el conocimiento de los principios de orden universal, de losque todas las cosas dependen necesariamente, directa o indirectamente; as pues, all donde lametafsica est ausente, todo conocimiento que subsiste, en cualquier orden que sea, careceverdaderamente de principio, y, si con eso gana algo en independencia (no de derecho sino dehecho), pierde mucho ms en alcance y en profundidad. Por esto es por lo que la cienciaoccidental es, si se puede decir, completamente superficial; al dispersarse en la multiplicidadindefinida de los conocimientos fragmentarios, al perderse en el detalle innumerable de loshechos, no aprende nada de la verdadera naturaleza de las cosas, que declara inaccesible para

    justificar su impotencia a este respecto; as su inters es mucho ms prctico que especulativo.Si a veces hay ensayos de unificacin de ese saber eminentemente analtico, son puramenteartificiales y no reposan nunca ms que sobre hiptesis ms o menos arriesgadas; as sederrumban unas tras otras, y no parece que una teora cientfica de alguna amplitud sea capaz

    de durar ms de medio siglo como mximo. Por lo dems, la idea occidental segn la cual lasntesis es como una resultante y una conclusin del anlisis es radicalmente falsa; la verdades que, por el anlisis, no se puede llegar nunca a una sntesis digna de este nombre, porqueson cosas que no son del mismo orden; y la naturaleza del anlisis es poder proseguirseindefinidamente, si el dominio en el que se ejerce es susceptible de una tal extensin, sin quepor ello se est ms avanzado en cuanto a la adquisicin de una visin de conjunto sobre esedominio; con mayor razn es perfectamente ineficaz para obtener un vinculamiento aprincipios de orden superior. El carcter analtico de la ciencia moderna se traduce por la

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    multiplicacin sin cesar creciente de las especialidades, cuyos peligros Augusto Comtemismo no ha podido evitar denunciar; esta especializacin, tan elogiada por algunossocilogos bajo el nombre de divisin del trabajo, es con toda seguridad el mejor medio deadquirir esa miopa intelectual que parece formar parte de las cualificaciones requeridas delperfecto cientificista, y sin la cual, por lo dems, el cientificismo mismo no tendraapenas audiencia. As pues, los especialistas, desde que se les saca de su dominio, hacen

    prueba generalmente de una increble ingenuidad; nada es ms fcil que imponerse a ellos, yeso es lo que suscita una buena parte del xito de las teoras ms descabelladas, por pococuidado que se tenga en llamarlas cientficas; las hiptesis ms gratuitas, como la de laevolucin por ejemplo, toman entonces figura de leyes y son tenidas por probadas; si esexito no es ms que pasajero, se dejan a un lado para encontrar seguidamente otra cosa, que essiempre aceptada con una igual facilidad. Las falsas sntesis, que se esfuerzan en sacar losuperior de lo inferior (curiosa transposicin de la concepcin democrtica), no pueden sernunca ms que hipotticas; al contrario, la verdadera sntesis, que parte de los principios,participa de su certeza; pero, bien entendido, para eso es menester partir de verdaderosprincipios, y no de simples hiptesis filosficas a la manera de Descartes. En suma, la ciencia,al desconocer los principios y al negarse a vincularse a ellos, se priva a la vez de la garantams alta que pueda recibir y de la direccin ms segura que pueda drsele; ya no es vlido en

    ella ms que los conocimientos de detalle, y, cuando quiere elevarse un grado, deviene dudosay vacilante. Otra consecuencia de lo que acabamos de decir en cuanto a las relaciones delanlisis y de la sntesis, es que el desarrollo de la ciencia, tal como le conciben los modernos,no extiende realmente su dominio: la suma de los conocimientos parciales puede crecerindefinidamente en el interior de ese dominio, no por profundizacin, sino por divisin ysubdivisin llevadas cada vez ms lejos; es verdaderamente la ciencia de la materia y de lamultitud. Por lo dems, aunque hubiera una extensin real, lo que puede ocurrirexcepcionalmente, sera siempre en el mismo orden, y esa ciencia no sera por eso capaz deelevarse ms alto; constituida como lo est, se encuentra separada de los principios por unabismo que nada puede, no decimos hacerle franquear, sino disminuir siquiera en las msnfimas proporciones.

    Cuando decimos que las ciencias, incluso experimentales, tienen en Orienteuna base tradicional, queremos decir que, contrariamente a lo que tiene lugar en Occidente,estn siempre vinculadas a algunos principios; stos no son perdidos de vista nunca, y lascosas contingentes mismas parecen no valer la pena de ser estudiadas sino en tanto queconsecuencias y manifestaciones exteriores de algo que es de otro orden. Ciertamente, elconocimiento metafsico y el conocimiento cientfico no permanecen por ello menosprofundamente distintos; pero no hay entre ellos una discontinuidad absoluta, como la que seconstata cuando uno considera el estado presente del conocimiento cientfico en losoccidentales. Para tomar un ejemplo en Occidente mismo, no hay ms que considerar toda ladistancia que separa el punto de vista de la cosmologa de la antigedad y de la edad media, yel de la fsica tal como la entienden los sabios modernos; nunca, antes de la poca actual, elestudio del mundo sensible haba sido considerado como bastndose a s mismo; jams la

    ciencia de esa multiplicidad cambiante y transitoria habra sido juzgada verdaderamente dignadel nombre de conocimiento si no se hubiera encontrado el medio de ligarla, a un grado o aotro, a algo estable y permanente. La concepcin antigua, que ha permanecido siempre la delos orientales, tena a una ciencia cualquiera por vlida menos en s misma que en la medidaen la que aquella expresaba a su manera particular y representaba en un cierto orden de cosasun reflejo de la verdad superior, inmutable, de la que participa necesariamente todo lo queposee alguna realidad; y, como los caracteres de esta verdad se encarnaban de algn modo enla idea de tradicin, toda ciencia apareca as como un prolongamiento de la doctrina

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    tradicional misma, como una de sus aplicaciones, sin duda secundarias y contingentes,accesorias y no esenciales, que constituan un conocimiento inferior si se quiere, pero noobstante un verdadero conocimiento, puesto que conservaba un lazo con el conocimiento porexcelencia, a saber, el del orden intelectual puro. Como se ve, esta concepcin no podraacomodarse a ningn precio al grosero naturalismo de hecho que encierra a nuestroscontemporneos nicamente en el dominio de las contingencias, e incluso, ms exactamente,

    en una estrecha porcin de este dominio ; y, lo repetimos, como los orientales no han variadoen eso y no pueden hacerlo sin renegar de los principios sobre los que reposa toda sucivilizacin, las dos mentalidades parecen decididamente incompatibles; pero, puesto que esOccidente el que ha cambiado, y el que por lo dems cambia sin cesar, quizs llegar unmomento en el que su mentalidad se modifique finalmente en un sentido favorable y se abra auna comprehensin ms vasta, y entonces esta incompatibilidad se desvanecer por s sola.

    Pensamos haber mostrado suficientemente hasta qu punto est justificada laapreciacin de los orientales sobre la ciencia occidental; y, en estas condiciones, no hay msque una cosa que pueda explicar la admiracin sin lmites y el respeto supersticioso de que esobjeto esta ciencia: es que est en perfecta armona con las necesidades de una civilizacinpuramente material. En efecto, no es de especulacin desinteresada de lo que se trata; lo quetoca a los espritus en los que todas las preocupaciones estn vueltas hacia el exterior, son las

    aplicaciones a las que la ciencia da lugar, es su carcter ante todo prctico y utilitario; y essobre todo gracias a las invenciones mecnicas como el espritu cientificista ha adquiridosu desarrollo. Son esas invenciones las que han suscitado, desde el comienzo del siglo XIX,un verdadero delirio de entusiasmo, porque parecan tener como objetivo ese crecimiento delbienestar corporal que es manifiestamente la principal aspiracin del mundo moderno; y, porlo dems, sin darse cuenta de ello, se creaban as ms necesidades nuevas de las que se podansatisfacer, de suerte que, incluso desde este punto de vista muy relativo, el progreso es algomuy ilusorio; y, una vez lanzado en esta va, ya no parece posible detenerse, siempre esmenester algo nuevo. Pero, sea como sea, son estas aplicaciones, confundidas con la cienciamisma, las que han hecho sobre todo el crdito y el prestigio de sta; esta confusin, que nopoda producirse ms que en gentes ignorantes de lo que es la especulacin pura, incluso en elorden cientfico, ha devenido tan ordinaria que en nuestros das, si se abre no importa culpublicacin, se encuentra en ella designado constantemente bajo el nombre de ciencia loque debera llamarse propiamente industria; el tipo de sabio, en el espritu de la mayora,es el ingeniero, el inventor o el constructor de mquinas. En lo que se refiere a las teorascientficas, se han beneficiado de ese estado de espritu, mucho ms de lo que lo hansuscitado; si aquellos mismos que son los menos capaces de comprenderlas las aceptan conconfianza y las reciben como verdaderos dogmas (y cuanto menos comprenden tanto msfcilmente se ilusionan), es porque las consideran, con razn o sin ella, como solidarias deesas invenciones que les parecen tan maravillosas. A decir verdad, esa solidaridad es muchoms aparente que real; las hiptesis ms o menos inconsistentes no cuentan para nada en esosdescubrimientos y en esas aplicaciones sobre cuyo inters las opiniones pueden diferir, peroque tienen en todo caso el mrito de ser algo efectivo; e, inversamente, todo lo que pueda ser

    realizado en el orden prctico no probar nunca la verdad de una hiptesis cualquiera. Por lodems, de una manera ms general, no podra haber, hablando propiamente, verificacinexperimental de una hiptesis, ya que es siempre posible encontrar varias teoras por las quelos mismos hechos se explican igualmente bien; se pueden eliminar algunas hiptesis cuandouno se da cuenta de que estn en contradiccin con los hechos, pero las que subsisten siguensiendo siempre simples hiptesis y nada ms; no es as como se podrn obtener nuncacertezas. nicamente, para hombres que no aceptan ms que el hecho bruto, que no tienenotro criterio de la verdad que la experiencia entendida nicamente como la constatacin de

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    los fenmenos sensibles, no puede plantearse ir ms lejos o proceder de otro modo, yentonces no hay ms que dos actitudes posibles: o bien tomar partido por el carcterhipottico de las teoras cientficas y renunciar a toda certeza superior a la simple evidenciasensible; o bien desconocer ese carcter hipottico y creer ciegamente en todo lo que seensea en el nombre de la ciencia. La primera actitud, ciertamente ms inteligente que lasegunda (teniendo en cuenta los lmites de la inteligencia cientfica), es la de algunos sabios

    que, menos ingenuos que los dems, se niegan a ser engaados por sus propias hiptesis o lasde sus cofrades; as llegan, para todo lo que no depende de la prctica inmediata, a una suertede escepticismo ms o menos completo o al menos de probabilismo: es el agnosticismo queya no se aplica slo a lo que rebasa el dominio cientfico, sino que se extiende al ordencientfico mismo; y no salen de esa actitud negativa ms que por un pragmatismo ms omenos consciente, que reemplaza, como en el caso de Henri Poincar, la consideracin de laverdad de una hiptesis por la de su comodidad; y no es esto una confesin de incurableignorancia?. No obstante, la segunda actitud, que se puede llamar dogmtica, es mantenidacon ms o menos sinceridad por otros sabios, pero sobre todo por aquellos que se creenobligados a afirmarla por las necesidades de la enseanza; parecer siempre seguro de s y delo que se dice, disimular las dificultades y las incertidumbres, no enunciar nunca bajo unaforma dubitativa, es en efecto el medio ms fcil de hacerse tomar en serio y de adquirir

    autoridad cuando se trata a un pblico generalmente incompetente e incapaz dediscernimiento, ya sea que uno se dirija a alumnos, o ya sea que se quiera hacer obra devulgarizacin. Esa misma actitud es tomada naturalmente, y esta vez de una maneraincontestablemente sincera, por aquellos que reciben una tal enseanza; comnmente estambin la actitud de lo que se llama el gran pblico, y el espritu cientificista puede serobservado en toda su plenitud, con ese carcter de creencia ciega, en los hombres que noposeen ms que una instruccin a medias, en los medios donde reina la mentalidad que secalifica frecuentemente de primaria, aunque no sea el patrimonio exclusivo del grado deenseanza que lleva esta designacin.

    Hemos pronunciado hace un momento la palabra vulgarizacin; se tratatambin de una cosa completamente particular a la civilizacin moderna, y se puede ver enello uno de los principales factores de este estado de espritu que tratamos de describir alpresente. Es una de las formas que reviste esa extraa necesidad de propaganda de la que estanimado el espritu occidental, y que no puede explicarse ms que por la influenciapreponderante de los elementos sentimentales; ninguna consideracin intelectual justifica elproselitismo, en el que los orientales no ven ms que una prueba de ignorancia y deincomprehensin; son dos cosas enteramente diferentes exponer simplemente la verdad talcomo se ha comprendido, no aportndole ms que la nica preocupacin de nodesnaturalizarla, y querer a toda costa hacer participar a los dems en la propia conviccin. Lapropaganda y la vulgarizacin no son posibles ms que en detrimento de la verdad: pretenderponer sta al alcance de todo el mundo, hacerla accesible a todos indistintamente, esnecesariamente disminuirla y deformarla, ya que es imposible admitir que todos los hombresson igualmente capaces de comprender no importa qu; no es una cuestin de instruccin ms

    o menos extensa, es una cuestin de horizonte intelectual, y eso es algo que no puedemodificarse, que es inherente a la naturaleza misma de cada individuo humano. El prejuicioquimrico de la igualdad va contra los hechos mejor establecidos, en el orden intelectualtanto como en el orden fsico; es la negacin de toda jerarqua natural, y el rebaje de todoconocimiento al nivel del entendimiento limitado del vulgo. Ya no se quiere admitir nada querebase la comprehensin comn, y, efectivamente, las concepciones cientficas y filosficasde nuestra poca, sean cuales sean sus pretensiones, son en el fondo de la ms lamentablemediocridad; se ha logrado eliminar todo lo que hubiera podido ser incompatible con la

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