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LA MUERTE, SEMILLA DE CREACIÓN: COSMOVISIÓN Y RITUALES EN EL TEMPLO MAYOR DE TENOCHTITLAN
DEATH, A SEED OF CREATION: COSMOVISION AND RITUALS AT THE
TEMPLO MAYOR OF TENOCHTITLAN
Ximena Chávez Balderas
Proyecto Templo Mayor, INAH [email protected]
Tel. 5570865169
Resumen En la cosmovisión mesoamericana, la muerte no era un símbolo inequívoco
de aniquilamiento. En cambio, era percibida como parte un ciclo que englobaba la
fertilidad y la generación de vida. Gracias a las fuentes escritas, a los códices y a
los hallazgos arqueológicos sabemos que los mexicas se regían bajo esta
creencia, lo cual se reflejó en los rituales que llevaron a cabo en su edificio
principal: el Templo Mayor de Tenochtitlan. Las excavaciones de este espacio
sagrado han revelado la existencia de diferentes rituales vinculados con la muerte,
entre los que se cuentan principalmente los funerales y los sacrificios. Además, se
han descubierto imágenes religiosas en cuya magnífica manufactura quedó
capturada la noción de que la muerte era una fuente de fertilidad. En el presente
trabajo hablaremos de la cosmovisión en torno a la muerte y de los resultados del
análisis de los restos óseos humanos, encontrados en contextos funerarios y
sacrificiales en este edificio, también conocido como el Huey Teocalli.
Cárdenas Monroy C, González Andrade M, Guevara Flores A, Lara Lemus R, Matuz Mares D, Molina Jijón E, Torres Durán PV. Mensaje Bioquímico, Vol. XL, 1-20, Depto. de Bioquímica, Facultad de Medicina, Universidad Nacional Autónoma de México. Cd. Universitaria, CDMX., MÉXICO., (2016). (http://bioq9c1.fmedic.unam.mx/TAB)
(ISSN-0188-137X)
MENSAJE BIOQUÍMICO, VOL. XL (2016)
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Palabras clave: muerte, funerales, sacrificio, Templo Mayor.
Abstract
In mesoamerican cosmovision, death was not an unequivocal symbol of
annihilation. In contrast, it was perceived as part of a cycle that included fertility
and life generation. Thanks to the written sources, codices, and to the
archaeological findings we know that the Mexica lived under this notion. This was
reflected in the rituals that were held in its main building: the Templo Mayor of
Tenochtitlan. Excavations of this sacred space have revealed the existence of
different rituals connected to death, mainly corresponding to funerals and sacrifice.
In addition, religious images have been discovered in which its unique manufacture
captures the notion of death as source of fertility. In this paper, I will discuss the
cosmovision in regards to death and the results of the analysis of human remains,
found inside funerary and sacrificial contexts from this building, also known as the
Huey Teocalli.
Keywords: Death, funerals, sacrifice, Templo Mayor.
La nueva humanidad fue creada a partir de los huesos; como si fueran
semillas, de ellos germinó la vida. Así lo relata la Leyenda de los Soles [1],
documento que narra el viaje que emprendió Quetzalcóatl al inframundo. Este dios
y héroe arquetípico fue acompañado en su descenso por su gemelo Xólotl, deidad
representada con el rostro de un perro. Una vez en el Mictlan pedirían los huesos
al señor del Inframundo, no obstante, Quetzalcóatl decide huir con ellos. La ira de
Mictlantecuhtli se desata y envía a unas codornices para que lo persigan. En
consecuencia de este ataque, el dios resbala y se le rompen los huesos robados.
Los junta de nueva cuenta, sangra su miembro sobre ellos y así los fecunda. Su
ruptura en fragmentos de distintos tamaños explica la diversidad humana. Para
Patrick Johansson [1996:73] [2], este mito confirma que en la cosmovisión
mesoamericana “la existencia brota de la muerte” (Figura 1).
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Figura 1. Mictlantecuhtli y Quetzalcóatl, Códice Borgia, 1993, lámina 56.
Esta fecundación de los huesos y su equiparación con las semillas, puede
entenderse mejor al explorar el significado de la palabra “esperma” en náhuatl.
Ésta tiene dos acepciones: xinachtli y omícetl. La primera quiere decir “semilla” y
la segunda quiere decir “hueso frío” o lo “óseo que coagula” [2, 3].
De acuerdo con Nigel Barley (1995) [4], la equiparación de los huesos con
las semillas deriva de la observación de la putrefacción de los frutos y de su
germinación. Este paralelismo está presente en diferentes culturas, por ejemplo,
una adivinanza medieval recabada por este autor nos pregunta: ¿qué tiene que
morir para poder vivir? Y la respuesta es, naturalmente, la semilla [4].
De forma consecuente, los seres esqueléticos representados en los códices
se vinculan con la fertilidad, pues en vez de tener un carácter mortífero, tienen una
función generadora [5]. Por esto, Gordon Brotherston (1994) [6] señala que es
común encontrar en los códices representaciones de seres semi-descarnados en
la proximidad de mujeres embarazadas y de niños recién nacidos. Para este autor,
la cueva es un elemento central que vincula el nacimiento con la muerte, pues se
pueden equiparar con el útero donde se gesta la vida y con las tumbas.
Recordemos que en Mesoamérica la costumbre de enterrar a los muertos en las
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cuevas estaba ampliamente difundida y pudiera interpretarse como un regreso
simbólico del individuo al vientre de la tierra. Bajo esta lógica nos dice Eduardo
Matos Moctezuma (1986) [7], que la obsesión de los mexicas por representar
figuras esqueléticas, puede entenderse como un culto a la vida, a través de la
muerte.
La estrecha relación de la muerte y la fertilidad puede advertirse en una
escultura única encontrada en el recinto sagrado de Tenochtitlan. El 2 de octubre
de 2006 el Programa de Arqueología Urbana (PAU) llevó a cabo un hallazgo
arqueológico sin precedentes: el monolito de la diosa Tlaltecuhtli (Figura 2). Fue
encontrada en el predio conocido como Mayorazgo de Nava Chávez, al pie del
Templo Mayor. A partir de los trabajos llevados a cabo por el Proyecto Templo
Mayor, dirigido por Leonardo López Luján, fue posible estudiar y preservar la
policromía original de esta escultura, cuyo peso se calcula en 15 toneladas. Fue
manufacturada en andesita de lamprobolita, proveniente de las laderas del cerro
del Tenayo y habría sido transportada, primero por tierra, y después por el lago [8,
9]. Tlaltecuhtli era la deidad telúrica por excelencia y podía ser representada como
una mujer, un hombre, o un ser zoomorfo [10]. El monolito en cuestión representa
a un personaje femenino cuyo rostro está semidescarnado y tiene el cabello
rizado. Este atributo es propio de los seres asociados al inframundo, la oscuridad y
la tierra. Presenta un tocado de banderas, alusivo al sacrificio. La diosa posee
garras en vez de manos y pies. De su abdomen sale un chorro de sangre que
mana hacia su boca para alimentarla. Sus codos y sus rodillas portan cráneos
humanos labrados, en tanto que en sus garras lleva rostros de seres telúricos. La
posición de esta deidad se ha interpretado como de derrota, parto o alusiva a los
anfibios [8]. Esta exquisita manifestación de la escultura mexica de la época
imperial ilustra el hecho de que la tierra recibe la sangre y a cambio nos otorga los
mantenimientos.
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Figura 2. Monolito de la diosa Tlaltecuhtli. Scan de Saburo Sugiyama, cortesía del Proyecto Templo Mayor.
El hallazgo de los restos óseos humanos en el Templo Mayor de Tenochtitlan
De acuerdo con la versión de Fray Bernardino de Sahagún (1997) [11], el
recinto sagrado de Tenochtitlan estaba compuesto por 78 edificios. De ellos, el
Templo Mayor era la estructura más alta e importante, cuyo esplendor sorprendió
a los conquistadores. La mitad sur del edificio estaba dedicada al dios de la
guerra, Huitzilopochtli, en tanto que la mitad norte al dios de la lluvia, Tláloc. A
partir de las excavaciones arqueológicas se han encontrado esculturas, objetos
rituales, huesos humanos y de animales, que subrayan el estrecho vínculo del
edificio con la muerte.
Sin lugar a dudas uno de los componentes más importantes de los
depósitos del Templo Mayor son los restos óseos humanos, los cuales fueron
inhumados en diferentes ocasiones y con propósitos diversos. Los primeros
hallazgos de este tipo fueron realizados por Leopoldo Batres (1979) [12] a
principio del Siglo XX. Al construir un colecto de aguas en las calles de las
Escalerillas (hoy Guatemala), el Templo Mayor fue atravesado en su eje este-
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oeste, dejando al descubierto numerosas ofrendas. Batres menciona el hallazgo
de cráneos de niños y huesos largos, con restos de policromía. Este arqueólogo
desconocía que estaba excavando el Templo Mayor; éste fue identificado en 1914
por Manuel Gamio.
El siguiente hallazgo en materia de restos óseos humanos se llevó a cabo
en el año de 1948 por Elma Estrada Balmori y Hugo Moedano, quienes excavaron
dos ofrendas que contenían el mismo número máscaras-cráneo infantiles, las
cuales fueron enterradas en la fachada sur del edificio entre 1481 y 1486 d.C. [13].
Casi dos décadas después Eduardo Contreras y Jorge Angulo recuperaron una
ofrenda que se encontraba a unos metros de los depósitos antes mencionados,
pero que correspondía a una época más antigua: 1469-1481 d.C. En su interior se
recuperaron los restos de ocho individuos decapitados [14].
Con el hallazgo del monolito de la diosa Coyolxauhqui, los arqueólogos
Ángel García Cook y Raúl Arana (1978) [15] exploraron cinco ofrendas, como
parte de las tareas de la Dirección de Salvamento Arqueológico. Las ofrendas 1, 2
y 3 contenían restos óseos humanos, pero correspondientes a rituales muy
diferentes. En la primera se recuperaron seis individuos decapitados, en tanto que
en la segunda un esqueleto infantil. Finalmente, la ofrenda 3 es un depósito
compuesto por restos óseos cremados.
El Proyecto Templo Mayor fue creado en 1978 bajo la dirección de Eduardo
Matos Moctezuma, dándose a la tarea de realizar la exploración de todo el edificio,
las plazas y los templos aledaños. Actualmente se lleva a cabo la octava
temporada de excavación, bajo la dirección de Leonardo López Luján. De forma
paralela, en el año de 1991 fue creado el Programa de Arqueología Urbana
encargado de llevar a cabo los salvamentos arqueológicos dentro del área que
ocupaba el recinto sagrado, hoy día bajo la supervisión de Raúl Barrera. En
conjunto, ambos proyectos han recuperado incontables restos óseos humanos,
cuyo potencial de investigación aún está por descubrirse.
Es importante señalar que los huesos recuperados en las excavaciones
arqueológicas pertenecen a diferentes tipos de rituales: funerarios y no funerarios
[16, 17, 18] (Figura 3). Los primeros son realizados en consecuencia del
fallecimiento de un individuo y son encaminados a socializar la pérdida, a disponer
de su cadáver y a “ayudar” a la parte inmaterial del individuo a llegar a la geografía
funeraria correspondiente [19]. En el caso de los mexicas, los principales mundos
de los muertos a los que viajaban las entidades anímicas de los difuntos (teyolía)
eran el Mictlan, el Tlalocan, el Tonatiuh Ilhuícatl y el Chichihuauhcuahco. Su
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llegada a estos parajes dependía de la forma de muerte y no del comportamiento
que hubiesen tenido en vida. El Mictlan o inframundo correspondía a quienes
fallecían por vejez o enfermedad común. Había que cruzar nueve parajes para
llegar a este destino y el viaje duraba cuatro años. Dependiendo de la posición
social, éstos individuos serían cremados o inhumados [20]. Al Tlalocan
supuestamente irían quienes fallecían por alguna causa asociada con el agua.
Éste era un lugar de fertilidad y exuberante vegetación por lo que los religiosos
españoles lo compararon con el Paraíso. Los individuos que llegaban a esta
geografía funeraria debían ser enterrados directamente en la tierra. El Tonatiuh
Ilhuícatl era el cielo del sol, a donde se dirigían las almas de las mujeres muertas
durante el parto y los guerreros caídos durante las batallas; las primeras se
enterraban en un templo para este fin y los segundos, se cremaban. Finalmente, el
Chichihuauhcuahco era un árbol nodriza que alimentaba a los infantes que
estaban en espera de una nueva oportunidad en el mundo terrenal [3, 11]. El tipo
de ceremonia fúnebre estaba en función de la forma en la que el individuo fallecía,
pero también de su identidad, estatus y ocupación [20].
Los rituales no funerarios corresponden a aquellos en los que el cadáver es
tratado como una ofrenda, una materia prima o un objeto. En estos casos la
muerte de un individuo no motivaba la realización de la ceremonia, sino que los
restos eran un componente más del ritual. En el Templo Mayor de Tenochtitlan
este tipo de tratamiento no funerario suele asociarse con el sacrificio. En efecto,
las victimas sacrificiales eran inmoladas en diferentes festividades del calendario
ritual o en ceremonias excepcionales, tales como la inauguración del edificio, las
exequias de un gobernante o la petición de lluvias [16, 21, 22]. Después del
sacrificio una gran cantidad de cuerpos eran decapitados y sus cabezas utilizadas
con diversos propósitos, de los que hablaremos más adelante. A continuación,
describiremos los resultados obtenidos del análisis de los restos óseos humanos
recuperados en el marco del Proyecto Templo Mayor.
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Figura 3. Correspondencia entre el tipo de muerte, el tratamiento del cadáver y el destino de los restos.
Los rituales funerarios en el Templo Mayor de Tenochtitlan
Las excavaciones arqueológicas han arrojado importante información en lo
que respecta a los funerales de los dignatarios mexicas. La presencia de restos
óseos cremados se ha documentado en siete contextos, los cuales corresponden
a cinco individuos. Además, se han registrado restos óseos cremados en los
rellenos constructivos del edificio y en el interior de la Ofrenda 123, encontrada
bajo una de las esquinas del monolito de la diosa Tlaltecuhtli. En otros edificios del
recinto sagrado, la Casa de las Águilas y el Edificio I, se han explorado dos
contextos funerarios más [20, 23], cada uno correspondiente a un individuo.
Gracias a las investigaciones arqueológicas ha sido posible conocer información
sobre estos rituales, la cual no fue registrada en las fuentes históricas. Después
de velar los cuerpos durante cuatro días y ofrecerles dones, los individuos eran
cremados en piras. Éstas eran bases hechas de ramas concertadas, que
permitían una correcta oxigenación y por ende, una óptima combustión. Los
cuerpos eran colocados sobre éstas, junto con ofrendas y otros bienes funerarios.
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El estudio de los restos óseos ha permitido conocer interesantes detalles sobre
estas cremaciones.
Dos individuos fueron encontrados en el adoratorio de Huitzilopochtli, el sitio
más sagrado de Tenochtitlan. Uno de ellos se recuperó en dos urnas, enterradas
al pie de la efigie del dios de la guerra, Huitzilopochtli (ofrendas 34 y 39). A pesar
de que estos contextos corresponden a la Etapa II (1375-1427 d.C.), cuando los
mexicas estaban bajo la sujeción de Azcapotzalco, a este personaje le fueron
dedicados bienes suntuarios hechos de piedra verde, oro, cristal de roca,
obsidiana y cobre, entre otros. Junto a sus restos se recuperaron fragmentos de
huesos de venado (Odocoileus virginianus) y grulla (Grus canadienses). A partir
del análisis osteológico fue posible saber que se trata de un individuo del sexo
masculino que no rebasaba los 24 años de edad. Sus restos fueron cremados a
una temperatura de entre 500 y 800° C y fueron expuestos en estado cadavérico.
Lo anterior se determinó a través del uso de escalas colorimétricas y de la
presencia de fisuras transversales, deformación y reducción ósea, siguiendo los
criterios propuestos por diversos autores [24-29]. En el interior de una urna de
obsidiana con la efigie de un cráneo humano, los sacerdotes depositaron 8 gr de
hueso humano cremado, correspondiente al cráneo, así como algunos fragmentos
de huesos de fauna. Entre tanto, dentro de una urna de travertino con la
representación del dios del inframundo, Mictlantecuhtli, colocaron 96 g de restos
óseos que incluían fragmentos de diferentes regiones anatómicas, de manera que
todos los segmentos corporales estuvieran representados. Al llevar a cabo el
análisis osteológico pudimos corroborar que algunos fragmentos contenidos en
ambas urnas pegaban, por lo que correspondían a la misma cremación. Basados
en los cálculos obtenidos por varios autores en muestras forenses y
arqueológicas, fue posible calcular que en ambas urnas se depositó entre el 4.94 y
el 10.94 % de los restos del individuo [20, 30, 31]. Considerando esta pequeña
cantidad, interpretamos que las urnas sirvieron como una especie de reliquias, que
permitían que la escencia del personaje cremado, fuera capturada en el interior del
adoratorio. Si bien las fuentes históricas coinciden en que en este sitio sólo podían
ser enterrados los gobernantes y los miembros más importantes de la elite,
carecemos de elementos que permitan corroborar la identidad de este personaje
[20].
En el extremo norte del adoratorio, fue enterrado un segundo individuo. Sus
restos se dividieron en dos contenedores: una urna zoomorfa con la efigie de un
perro y un plato monócromo (ofrendas 37 y 44). Los bienes funerarios que
acompañaban a este individuo eran muy modestos: cuentas miniatura y una punta
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de proyectil. No obstante, las materias primas con las que fueron manufacturados
son propias de la nobleza. En efecto, cuentas de turquesa, oro y piedra verde,
acompañaban los restos mortales de este personaje. Se trata de un individuo de
entre 21 y 24 años de edad, cuyo sexo no pudo ser determinado debido a la
fragmentación de los restos óseos. De igual forma fue expuesto a temperaturas
que fluctuaban entre los 500 y los 800° C, cuando se encontraba en estado
cadavérico. En ambos contenedores fueron depositados huesos correspondientes
a todas las regiones anatómicas, mezclados con los restos de un perro, animal
que era considerado como un guía al inframundo. Estas urnas también fungieron
como una especie de reliquias, pues en su interior se colocó entre el 15.73 y el 35
% de los restos del individuo. En ambos casos, es poco factible que el resto del
esqueleto haya sido desechado, por lo que suponemos que fue enterrado en otro
lugar, tal vez el palacio real o el Cuauhxicalco [20].
Otro sitio de enterramiento fue la plataforma del Templo Mayor, lugar que
simbólicamente se asociaba con los vencidos. En su mitad sureña, dedicada a
Huitzilopochtli se encontraron tres depósitos con restos humanos. El primero de
ellos, la Ofrenda 3, corresponde a una cista circular excavada en el piso, que
contenía carbón que fue empleado como combustible, además de los restos de
tejidos y grasa carbonizada que suelen decantarse al fondo de la pira cuando aún
están en estado líquido. Éstos fueron identificados por comparación directa con
muestras obtenidas de un crematorio contemporáneo [25].
Además de los desechos del fondo de la pira, se encontraron algunos
huesos humanos, restos de animales y de objetos que fueron cremados junto al
individuo en una inmensa pira. El depósito se realizó cuando los materiales
todavía estaban incandescentes. Antes de cerrar la cista se inhumaron otros
bienes rituales sin quemar, entre los que destaca los restos de un halcón (Falco
sparverius), ave asociada con los guerreros muertos. El hecho de que este
depósito se componga de los residuos del fondo de la pira, nos hace pensar que
no se trata de la tumba principal del individuo, pues corresponde a menos del 25%
de los restos óseos esperados para un cuerpo cremado completo. Desconocemos
el destino final de los demás huesos [20].
En la proximidad del monolito de la diosa Coyolxauhqui se encontraron dos
oquedades en el piso de la plataforma. Dentro de cada una de ellas había una
urna funeraria de cerámica anaranjada que contenía restos humanos cremados
(ofrendas 10 y 14). La primera de ellas estaba decorada con el relieve del dios
Mixcóatl, en tanto que la segunda del dios Tezcatlipoca, ambos ataviados como
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guerreros. A partir del análisis osteológico pudimos corroborar que fueron
cremados en estado cadavérico, pero a menor temperatura que aquellos
encontrados en el adoratorio. El individuo recuperado en la Ofrenda 10 fue
expuesto entre los 500° a los 700° C, en tanto que aquel de la Ofrenda 14 alcanzó
entre 300° y 500° C. Gracias a que fueron expuestos a un menor calor, fue posible
conocer más sobre su perfil biológico. En ambos casos se trata de individuos del
sexo masculino (Figura 4). El primero de ellos tendría más de 30 años al morir, en
tanto que el segundo se encontraba entre los 21 y 24 años de edad. Éste último
presentaba un proceso infeccioso en una de sus rodillas, así como pérdida
antemórtem de los incisivos centrales. Esto pudo ser en consecuencia de un
traumatismo o enfermedad periodontal severa, pero desconocemos su etiología,
debido a su fragmentación. La preservación de los restos permitió que la
antropóloga física Martha Elena Alfaro (2001) [32], llevara un estudio de las
entesopatías concluyendo que ambos personajes realizaban grandes caminatas y
movimientos de flexión y supinación del antebrazo que podrían relacionarse con
jalar cargas pesadas. El perfil biológico del individuo, la iconografía de las urnas,
así como su proximidad al monolito de la diosa vencida en combate, apoyarían la
propuesta de Eduardo Matos Moctezuma (1989) [33], de que estos individuos
podrían ser guerreros caídos en combate.
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Figura 4. Esqueletos cremados de los individuos recuperados en las ofrendas 10 y 14. Fotografía de Germán Zúñiga, cortesía del Proyecto Templo Mayor.
En el marco de la séptima temporada del Proyecto Templo Mayor, se ha
llevado a cabo el hallazgo de restos humanos cremados, pero en contextos muy
diferentes. Esto sugiere que los huesos expuestos al calor podían ser reutilizados
en otros rituales. Por ejemplo, en las operaciones 6 y 23, se registraron
fragmentos óseos cremados en los rellenos constructivos de la Plaza Oeste y del
Cuauhxicalco, edificio emplazado al pie del Templo Mayor, cuyo carácter funerario
es enfatizado en las fuentes históricas [34]. En la Operación 6 se recuperaron 108
fragmentos de huesos cremados. Algunos de ellos muestran las características
distintivas de los restos expuestos al calor con tejidos blandos, en tanto que otros
habrían sido cremados cuando ya se encontraban esqueletizados. En la
Operación 23, la mayoría de los huesos presentan características de haber sido
cremados poco después de la muerte, pero en este caso destaca la presencia de
un fragmento de fémur con huellas de descarne. Por su parte, en la Ofrenda 123
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se recuperaron fragmentos cremados dispersos que acompañaban cuchillos
ataviados con símbolos de guerra y muerte. Las alteraciones térmicas que
presentan, son compatibles con huesos cremados ya secos.
En estos casos estamos ante diferentes posibilidades. En primer lugar,
podría implicar que se reutilizaron fragmentos resultantes de la cremación de un
cadáver en un funeral. Esto no sería extraño si pensamos que las urnas
recuperadas en el adoratorio de Huitzilopochtli contienen sólo una pequeña parte
del esqueleto. Por otro lado, la presencia de los huesos que fueron expuestos al
calor cuando ya se encontraban secos podrían explicarse de dos formas. La
primera es un ritual funerario en dos tiempos, donde el individuo habría sido
inhumado. Tiempo después, ya en estado esquelético, sus huesos habrían sido
cremados. La segunda posibilidad es que se trate de los restos de víctimas
sacrificiales que después de ser utilizados en otros rituales o exhibidos, habrían
sido cremados. En cualquier caso, los huesos seguían cargados de una fuerza
especial, la cual los hacia ideales para ser depositados en otros espacios y quizá
transferir así las cualidades del individuo a la arquitectura o a los depósitos
rituales.
Los rituales sacrificiales y los tratamientos póstumos en el Templo Mayor de
Tenochtitlan
La práctica del sacrificio humano, si bien suele identificarse con los
mexicas, está presente en diversas regiones de Mesoamérica desde siglos atrás
[35-39]. La inmolación de una víctima tenía la función de transformarla: ésta
pasaba del dominio común al religioso y garantizaba la comunicación con el
ámbito sagrado [40]. En el Templo Mayor de Tenochtitlan y en el área que se
encuentra inmediatamente al pie del edificio se han recuperado 109 individuos
decapitados, así como los esqueletos de 44 niños. Así mismo, se han recuperado
miles de fragmentos óseos en los rellenos constructivos, la mayoría de los cuales
corresponden a desechos de manufactura [16, 22].
En el caso de los infantes, 42 de ellos fueron dedicados al dios Tláloc,
posiblemente como una petición de lluvia [21, 22], en tanto que dos de ellos
habrían sido inmolados en honor a Huitzilopochtli [41]. Por su parte, la
decapitación fue el tratamiento póstumo más recurrente en el recinto sagrado. A
juzgar por las fuentes históricas, la mayoría de las víctimas habrían sido
sacrificadas mediante extracción del corazón y sus cabezas les fueron cercenadas
con diferentes fines. Algunas fueron inhumadas inmediatamente para consagrar el
edificio, en tanto que otras experimentaron una larga cadena de uso y
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reutilización, tal y como lo muestra la evidencia arqueológica (Figura 5). Por
ejemplo, después de la decapitación algunas cabezas fueron desolladas y
descarnadas con el fin de conseguir su aspecto esquelético. A una gran mayoría
se les realizaron perforaciones laterales para ser exhibidas en el tzompantli.
Después de un tiempo de estar en esta empalizada, eran retiradas para ser
modificados. Algunos cráneos fueron pintados y se les colocó aplicaciones de
concha que simulaban los ojos, así como cuchillos de pedernal en las cavidades
nasal y oral. A otros les fue suprimida la parte posterior del cráneo mediante
percusión o corte por desgaste, con el fin de crear las llamadas máscaras-cráneo
(Figura 6). A pesar de su nombre, éstas no eran máscaras verdaderas y es posible
que se hayan utilizado como pectorales o hayan sido exhibidas, como lo sugieren
sus orificios de suspensión. Éstas también fueron pintadas y decoradas con
aplicaciones y cuchillos. El destino final de estos objetos rituales fue fungir como
efigies de deidades en las ofrendas del Templo Mayor [16].
Figura 5. Secuencia de preparación, uso y reutilización de cráneos humanos.
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Figura 6. Máscara cráneo decorada con un cuchillo de pedernal y aplicaciones de concha y pirita. Fotografía de Jesús López, cortesía del Proyecto Templo Mayor.
El estudio del perfil biológico de las víctimas decapitadas ha sido revelador.
Si bien originalmente se pensaba que se trataba de guerreros cautivos, la
colección arqueológica se compone por hombres, mujeres y niños. Además,
destaca la ausencia de traumatismos antemórtem y de huellas de violencia
perimortem, que pudieran estar conectados con la guerra. Estudios recientes en
materia de DNA y de isótopos radiogénicos de estroncio, realizados por Diana
Bustos (2012) [42] y Alan Barrera (2014) [43], revelan que las víctimas no eran
oriundas de Tenochtitlan. Los estudios genéticos sugieren una homogeneidad
entre las poblaciones, pues éstas se caracterizaron por su gran movilidad y su
establecimiento en ciudades cosmopolitas [42]. Por su parte los estudios
isotópicos del esmalte dental confirmaron que los seis individuos analizados son
de un origen extranjero. Al comparar estas firmas con aquellas obtenidas en los
huesos, se pudo confirmar que estos personajes pasaron, al menos, sus últimos
seis años de vida en Tenochtitlan [43]. Esto vendría a reforzar la premisa de que
no se trata de individuos capturados en la guerra para su sacrificio.
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¿Quiénes fueron las víctimas sacrificiales inmoladas en el Huey Teocalli?
Posiblemente tenían un origen diverso y se trataba principalmente de “esclavos” y
de algunos cautivos de guerra, las dos categorías principales. No obstante,
gracias la investigación de Michel Graulich (2005) [35], sabemos que los
individuos podían obtenerse a partir del tributo, la venta, la guerra o bien podían
ser criminales condenados. De acuerdo con el investigador, los niños podían
haber sido vendidos por sus padres. Finalmente, también podían sacrificarse
personas con defectos físicos, vírgenes, voluntarios, personas que se
consideraban marcadas por alguna fuerza sobrenatural, y rara vez, ciudadanos
libres y nobles. Futuros resultados en materia de genética e isotopía permitirán
obtener más piezas de este rompecabezas.
Sin embargo, al hablar de sacrificio humano, debemos considerar que el
Templo Mayor no fue concebido como el sitio para inhumar a todas las víctimas
sacrificiales. En cambio, la información que nos permitirá comprender mejor esta
práctica se encuentra hacia el poniente del recinto sagrado. Los hallazgos más
recientes de Proyecto Templo Mayor y del Programa de Arqueología Urbana
confirman lo anterior. En especial, estos últimos representan un corpus que
deberá ser analizado en el futuro, el cual incluye el depósito de ofrendas, así como
de huesos en el relleno constructivo, los cuales fueron inhumados en la Plaza
Oeste, el Juego de Pelota, el Templo de Ehécatl, el Cuauhxicalco y, por supuesto,
el Huey Tzompantli, estructuras exploradas recientemente.
Conclusiones
La visión de la muerte entre los mexicas puede ser evaluada a partir del
análisis de las fuentes históricas, la iconografía y los contextos arqueológicos que
contienen restos humanos. En el caso de los funerales los restos regresaban a su
lugar de creación al ser depositados en la tierra o en el templo que simbolizaba la
cueva. Además, los huesos dotaban a los espacios de una cualidad especial, pues
en su calidad de ancestros seguían presentes en las construcciones. En el caso
particular de la cremación, ésta tenía la función de remitir el alma del difunto y sus
bienes funerarios, hacia el inframundo, sitio de donde se obtuvo la materia prima
para la creación de la vida: los huesos.
Por su parte, los sacrificios humanos deben ser entendidos en su justa
dimensión. Tal y como lo menciona Graulich (2005) [35], con ellos se buscaba
reactualizar los mitos, alimentar a las divinidades, obtener beneficios, llegar a una
conciliación, expiar, consagrar y transmitir mensajes. Esto implica que la víctima
tiene una diversidad de significados pues a la vez representa a las deidades, el
héroe, la comida, la semilla y el maíz [35].
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En suma, la muerte es semilla de creación; de los huesos surge la vida y de
la inmolación ritual se propicia la fertilidad. Estamos convencidos que el análisis de
los hallazgos más recientes, permitirá un mayor entendimiento de los rituales de la
muerte en el Templo Mayor de Tenochtitlan.
Referencias 1. Leyenda de los Soles. En Códice Chimalpopoca, traducción de Primo
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Semblanza de la M. en Antrop. Ximena Chávez Balderas
Ximena Chávez Balderas es
biarqueóloga del Proyecto Templo
Mayor. Está especializada en
arqueología funeraria, prácticas
sacrificiales, tratamientos post-
sacrificiales y arqueozoología. Es
licenciada en arqueología por la
Escuela Nacional de Antropología e
Historia y es maestra en
antropología por la Universidad
Nacional Autónoma de México. Es
maestra en antropología física por
la Tulane University y actualmente
es candidata a doctor, por esta
misma universidad, con sede en
Nueva Orleans. Fue jefa del
Departamento de Curaduría del
Museo del Templo Mayor entre
2001 y 2007. Ha recibido tres
premios INAH por sus tesis de
licenciatura, tesis de maestría y por una exposición que curó en el año de 2006.
Ha presentado más de 80 conferencias y ponencias, además de haber publicado
alrededor de 40 artículos y un libro especializado en rituales funerarios.
Actualmente tiene en prensa dos libros: uno como autora y otro como editora. El
primero trata sobre el sacrificio humano y el segundo sobre el análisis de restos
momificados. Chávez Balderas ha trabajado en numerosas exhibiciones
nacionales e internacionales y ha excavado en Teotihuacan (Estado de México),
Loma Guadalupe (Michoacán), las Huacas de Moche (Perú), y el Templo Mayor
de Tenochtitlan (Ciudad de México).