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Abogados y jueces en la narrativa peruana - Fundación Rama

Date post: 22-Nov-2023
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BIBLIOTECA DIGITAL

TEXTOS DE DERECHO

HISTORIA JUDICIAL, CONSEJO DE LA JUDICATURA, ÉTICA, JUECES, FISCALES,

ABOGADOS, BUENAS PRÁCTICAS JUDICIALES

FICHA DEL TEXTO Número de identificación del texto en clasificación derecho: 2913 Número del texto en clasificación por autores: 9235 Título del libro: La pluma y la ley: Abogados y jueces en la narrativa peruana Autor(es): Carlos Ramos Núñez Editor: Universidad de Lima – Fondo Editorial Registro de propiedad: ISBN: 978 -9972- 45-198-0 Año: 2007 Ciudad y País: Lima – Perú Número total de páginas: 247 Fuente: https://es.scribd.com/document/234621305/La-Pluma-y-La-Ley-Carlos-Ramos-Nunez Temática: Derecho en correlación a los abogados y guías prácticas

Carlos Ramos Núñez

Magíster en derecho civil y doctoren derecho, con posgrado en dere-cho romano e historia del derechoen la Universidad de Roma. Es

profesor e investigador en la Uni-versidad de Lima y en la Pontificia

Universidad Católica del Perú. Ha

sido director de la Academia de la

Magistratura del Perú y es Miem-bro de Número de la Academia Pe-ruana de Derecho y de la Academia

Nacional de Histor ia.Ha publicado una Historia del de-recho ciuil peruanl; Tbribio Paclteco,jurista del siglo XIX El código nA-poleónico y su recepción en AméricaLatina; Codtf cación, tecnología ypostmodernidad; Jorge Basadre, his-toriador del derecho; (Jna benefacn-ra social del siglo W, y, en colabo-ración, Tiinidad María Enríquez,una abogada en los Andes y Ensayosde b istoriografla j urídica peruana,

La pluma y la ley: Abogados y jueces en la narrativa peruana

Carlos Ramos I{úñez

Laplumay la leyAbogados V jueces en la narrativa peruana

Carlos R omos lr{úñez

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FONDO EDITORIAL

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Ramos l\úñez, Carlos AugustoLa pluma y Ia ley: abogaclos y jueces en la7.a edic ión.Lima: universidad de Lima, Fondo Editorial.

ISBN: 97 8-997 z-4j-198-0

1. Literatura V Derechct

340.778/R21 (CDD 22).

2. Abogados peruanos

narrativa peruana.

2007, 25t pp.

Colección InvestigacionesLa plnma 1, la ley; Abogados 1t.iueces en la narratiua perl¿anaPrimera eclición 2007Primera reimpresión, junio 2008

O Fondo EditorialUniversidad de LimaAv. Manuel Olguín 125Urb. Los Granados, Lim a 33Aparrado posral 852, Lima 100Teléfono: 437-6767, anexos 3An0 y 3Aif.lFax: 435-339Gfondo_ed@ ulima. edu . pew-w-w.ulima.edu.pe

Ilustración de carátula: El .fuez, José saboga l, acuarela, 194g.

Diseño y edición: Fonclo Editorial

Impreso en el perú

Se prohíbe la reproducción total o parcial cle este libro, por cualquier medio,sin permiso expreso del Fondo Editorial.

rsBi\ g7 8-gg7 2_45_1 gB_0

Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del perú Ne 200g-06 355

A la memoria de mi hermanr Liliana,poeta y lingriísta.

4n el Perú a la delicada libélula

se le llama "cbupajeringl".

AeRAHnu V¿.LDELOMAR

Pero la mayoría de ellos erzn entes que

ejecutaban leyes como autómatas, imbeci-

lizados por la obediencia ciega, que babía

anulado en ellos toda capacidad de juicio

moral y de independencia de espíritu.

M¡.rrro Vrncas Lros¡ . "El benéuolo".

Indice

i-n proemio de confesionario. Historia, derecho y l iteratura,

Lina batalla sin respiro

Copítulo l . Lo introducción o uno dudo: El derecho y lo l i teroturo

Copítulo 2. Norrodores y obogodos

1. Manuel Scorza: Los leguleyos en pugna

2. José María Arguedas : La silueta de un abogado itinerante

3. Alonso Cueto: Tigre blanco del derecho

+. Jaime Bayly: El aspirante a nada o la incomprendida vida

de Joaquín Camino

5. Jorge Eduardo Benavides: lJn exaltado estudiante de derecho

ó. Raúrl Tola: Las heridas privadas

Carlos Rojas Sifuentes: Evocación de un híbrido aprendiz

S, Ricardo Ayllón: Penas y alegrías de un chimbotano en

San Marcos.), Carlos Herrera: [Jn lJlises juríclico

i(1. Los tinteri l los: "Leguleyos de mala clase"

^ 1. "Calixto Garmendia" : La injusticia y Ia locura

Copítulo 3. Tres obogodos fol l idos:

Vorgos Lloso, Ribeyro y Bryce Echenique

. La urgencia alimenticia de Vargas Llosa

I . i Bustamante y Rive ro y Ia fe en Ia l"y

- Ribeyro: "Ser abogado, ¿para qué?"

2.I Ludo Tótem: Espumante en los pasil los judiciales

' Alfredo Bryce: La "maldita profesión de abogado"

3.t Los aprendices: Bryce en las galeras de Ia práctica

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Copítulo 4. Jueces: Los dos coros de Jono

1. Manuel Ascencio segura y una sociedad jur idizada2. Carlos Germán Amézaga: un Hamlet en los pasil los judiciales3. Los magistrados en Abelarclo Gamarra: "EI juez langosta

en sLl festín"

4. La justicia: El último sabor del Perú que Vallejo llevó prenclictoen el alma

5. Las memorias del vocal Enrique López Albújar5.r El caso Julio Zimens: Libertacl de morir5,2 I-Jn positivista de paseo por el perú

6. La épica de la iniquidad en la obra cle Manuel Scorza7. El juez: l ln peón más cle Ia haciendaB. "De la extorsión al patriotismo" en una novela cle Arguedas9. El caso Banchero: El álgebra del razonamienro juclicial10. De cal y de LLrena: Los jueces c1e vargas Llosa11. Grandes miradas: Tortura y sacrificio de un juez probo12. Abril roio: Las tribulaciones de un fiscal perturbado

Colofón

B¡bliogrofío

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23r

235

Un proemio de confesionario:Histona, derecho y l iteratu ra,

batallauna sin respiro

Sin mayores instrumentos teóricos asumí, como estudiante universitario,que el derecho y la literatura etan hermanas. Contra las justas prevencio-nes de abogados y escritores , creía que era posible convertirse en un peri-to legal y, al mismo tiempo, en escritor. Encarrllaría las dos vocaciones, sinrenunciar a ninguna. Sería abogado y literato. En ese doble afán elegí doscaÍreras: derecho durante las mañanas, literatura y lingüística en las tar-des1. Descubrí que los códigos litigaban por el predominio con los cuen-tos, las novelas y los poemarios2. No elegí ni uno ni otro, sino que meconvertí a la postre en historiador del derecho: un dislocado entramadode áreas. ¿Acaso, al fin y al cabo, la historia no lo abarca todo, incluyen-do el derecho y la literatura? Sin embargo, tropezaba a menudo con ca-rencia de información. Las fuentes convencionales tenían un límite y larealidad jurídica del pasado parecía infranqueable. Al examen de los códi-gos siguió el estudio de las leyes especiales, pero surgía siempre un esta-do de insatisfacción3. No bastaban para entender el entretejido del pasa-do jurídico. A las normas siguieron los casos. Su utilidad era manifiesta yno dudé en aprovechar sus frutos. Subyacía, sin embargo, un área desco-nocida, que ni la exégesis legislativa ni la dogmática institucional y ni si-quiera la reconstrucción de los fallos judiciales era capaz de aprehender:

Inexplicablemente, un pequeño grupo cle estudiantes de literatura de la Universidad Nacio-nal de San Agustín, de Arequipa, entre quienes se hallaba el poeta Alonso Ruiz Rosas, deja-mos la c¿lrrera en solidaridacl con el profe.sor Gustavo Portocarrero, despedido por extremis-tas de izquiercla, que en ese momento clonrinaban la universidad.Entre fines de la décacla de 1970 y comienzos de la de 1980 impulsamos en Arequipa dosrevistas de literatura: Ómnibtzs, dirigida po¡ Alonso Ruiz ltosas, y Agttiión, Ret,ista de Pene-tración lcleológica, regentada (es un decir) por Mauricio Bouroncle.La historia del derecho como disciplina autónoma era entonces incipiente en Arequipa. Cla-ro, menos embrionaria de lo que es h,ry.

t1 3l

14Canlos Rnvos Núñrz

la historia secreta del derecho. Emergió, entonces, ra vozsecreta, la litera_tura, allí donde los pliegues de la realidad se escon den par:a el historiadory para el jurista interesado en el pasado.

¿Qué registro puede haber de la colorida y ruidosa muchedumbre de li_tigantes y hombres de leyes que ffansiraban por el antiguo palacio de Justi-cia de la avenida Abancay, doncre se construifía después el Ministerio deEconomía y Finanzas y donde actualmente funciona Lr uinisterio público,sino las páginas de Abelardo Gamarra, Er Tunante? ¿o de la vidacarcela_ria en la antigua penitenciaría de Lima, donde uho.a ,e empraza el hotelsheraton, sin las descripciones que hacen de ella ciro Alegría en Er dire_ma de Krause y Enrique López Albújar en sus Memorias? La literatura nosolo llena los vacíos que las fuentes convencionales de ra historia (prin_cipalmente los documentos) son incapaces de colmar, sino también sirvede complemento informativo. Er Tungsteno,la novela social cre césar Va_llejo, es muy útil, por ejemplo, para desci frar ra dinámica cre ese contratoarroz que era el enganchea. Er propio LópezArbújar ha descrito en sus me_morias el fugaz funcionamiento del juraclo en er perú para deritos de im_prenta' cuando fue

^procesado por un poema contra el mariscal cáceres.Fuera de este, es difícil encontrar otro testimonio sobre la porémica figuray su vigencia en suelo peruano. Las Tradiciones pentanasie nicardo pal_

ma rebosan derecho. podría decirse que su lectura puede ser más útir paraentender 1a dinámica de las instituciones coloniales que el mejor manualde derecho indiano: virreyes, oidores, encomenderos, corregidores, juecesdel crimen, togados eclesiásticos, curacas o caciques, picapreitos, verdu_gos, los inquisidores y sus víctimas, cresfilan en multitucr en todas sus pági_nas' que complementan a ese magno tratado d,e ra potítica Indiana deJuan de solórzano y pereyra o al riguros o Gobierno der penide Juan deMatienzo. palma es también un devoto cle la interpretación prácticade lostextos normativos. La tradición "Dimas de Tijereta,, ., ur, .lári" o para rateoría del derecho y la discusión hermenéutica. Dimas, el típico burócratajudicial, es un contrahecho escribano que frisa ra vejez,p"raiJu-"r-,re ena-morado de una joven de colorido nombre: Visitación. Es imposibre, sin va_lerse de las malas artes (las aftes del amor y de la guerra) seducida. Im_plora entonces la presencia der cremonio (o de u.rá d" sus mensajeros)porque está dispuesto a vender su armiila. Lilit, un diablo menor, una suer_

Véase Rqvos Nitñuz, Carlos.2, "Los signos clel cambio:Fonclo Editorial, 2006.

Historia del derecbc¡ ciu,il peruanct (siglcts XIX .y XX) Tomo V, Vol.las instituciones". Linla: Pontificia Llniversiclaci católica clel perú,

U ru pnorMto DE coNFEStoNARto

te de correo postal de Lucifer, comparece ante el llamado. A cambio de sualmilla, tal como consta en documento escrito, Dimas disfrutará durante tresaños de los favores de Visitación: "Conste que yo don Dimas de la Tijeretacedo mi almilla al rey de los abismos en cambio del amor y posesión de unamujer. Me obligo a satisfacer mi deuda de la fecha en tres años".

Celebrado el pacto con la firma del documento y el sello del diablo,don Dimas disfrutó del amor de Visitación por el tiempo convenido. pasa-dos los tres años llegó la hora de cumplido, y encontrándose don Dimascon Lilit en el cerro Las Ramas, don Dimas se despojo de su almilla o jubóninterior, negándose a recibirlo Lilit, puesto que esperaba que le confiara sualma, a la que, en el colmo del desprecio, llamaba almilla. Sin atender alos reclamos de Dimas, Lilit se lo llevó al infierno.

En el infierno el escribano reclamó haber cumplido estrictamente consus obligaciones. Obtuvo dos vibrantes victorias en primera y segunda ins-tancia. El propio Lucifer, juez supremo, contó con el apoyo de quienes fue-ron en vida doctores en leyes y doctores en letras, de cuyas aimas estabapietórico el infierno. Bastó la sirnple revisión del Real Diccionario de laLengua Española paru averiguar el significado autorizado de la voz almi-lla. Nada había allí que significase diminutivo de alma. por ranto se faltó afavor de don Dimas, puesto que los jueces, que en vida fueron literatos ycatedráticos, revisando solo la autoridad del diccionario, encontraron elsignificado de almilla, que no era otra cosa que una prenda de vestir y nose refería al diminuto de alma y mucho menos a una forma despectiva dealma, como lo entendía Satanás.

Ante la sentencia emitida se ordenó que de inmediato don Dimas seadevuelto a la tierra, y ante esa decisión, Satanás, respetando la senrencra,se quedó con la almiIla, y el hechizo que se apoderó de Visitación desa-pareció, tanto así que cuando don Dimas regresó a la tierra, Visitación seencontraba arrepentida y, quizás con un sentimiento de repugnancia, con-iinada por decisión propia en un beaterios.

Por supuesto que las simpáticas aventuras hermenéuticas de los perso-:-rajes de Ricardo Palma en sus Tradiciones peruanas no acaban con la pi-

-uresca de "Dimas de la Tijereta" ni se reducen al periodo colonial.

Articular dos disciplinas no es, por cierto, una tarea sencilla. Esto ocu-::'e entre Ia historia y el derecho, la literaturay el derecho, la sociología y

-i clerecho, la antropología y el clerecho, la filosofía y el derecho. Las in-

4t-l la

P.rLrt,t. Iticarclo. T'radiciones peruranas completas, Madricl: Aguilar, 7961, pp. 5I3-5I8.

16Cnnlos RnH¡os Núñez

comprensiones proceden de ambos lados, es decir, de quienes cultivan rí-gidamente el derecho o cualquiera de ras offas disciplinas a las que puedeasociarse.

Quisiera relatar aquí ra experiencia que tuve con dos libreros que, enun primer momento' se comprometieron a expender un Íabajo mío: His-toria del derecbo ciuir peruano. rJno cle ellos, especialista en libros de dere_cho' cuando le pregunté por qué el libro no se hallaba expuesto en las es-tanterías de los libros de derecho durante ra realizació., á. u.," f.eria, meexplicó, amablemente, que no era un libro de crerecho sino de historia.otro librero, especiarizado en libros de historia y ciencias sociales, anteuna situación similar, adujo que el libro no era de historia sino de dere_cho, y por esta razónno podía ofrecerlo a sus clientes. Ambas situacionesocurrieron en Lima el mismo año:2005.Dilema similar afrontan los reseñadores periodísticos, los bibriotecólo_gos y' por supuesto, los abogados, historiacl0res y científicos sociares. Alos abogados lo histórico les parece que no es asunto cre su incumbencia;los reseñadores de los principales diarios creen que es un asunto de abo_gados y no se danra molestia de leernos; ros histáriadores y otros estudio_sos de las ciencias sociares nos ignoran, asumiendo que los abogados nosomos capaces de una labor historiográfica. por supuesto, todos estánequivocados' El 2005 publicamos, a, arimón con Martín Baigorrn, un pe-queño libro, Trinidad María Enríquez: (Jna abogada en ¿os Ande{. ya

existían biografías de la intelectual cusqueña que pugnaba por graduarsede abogada en un medio hostil. sus biágrafor-.ru.r.""r. dignaron utirizarlas fuentes que discu'ían en las revisras -de

crerecho d" ; ¿;;.". Er caso,su frustrado intento de graduarse de abogada, era imposible que se halla-se en otros repertorios que no sean los legales.Ejemplos como esos abundan por doquier y se asocian a decisivos pro-blemas de la historiografía en gen"rul, las fuentes, tas tecnicus, el vocabu_lario, la especialización, etcétera. En er perú los historiadores en generalno podían diferenciar, por ejemplo, un acto posesorio (interdicto) de unaacción reivindicatoria. (de propiedad) que disputaba el dominio. En unprograma televisivo, dedicado a temas culturales, una sesuda historiadorasocial le aseguraba a su intedocutor que el Código Canónico de 1917 sehallaba vigente.

Itan'tos lrlÚÑrz, cados y Martín B¡tconnrA cASrrLLo. Triniclact Mana Enriquez. (Jna abogada enlos Andes. Lima: palestra, 2005.

DE CONFESIONARIO

El presente libro debe entenderse como el esfuerzo de asociar el dere_cho con la literatura. con esa misma intención se creó en la universidadde Lima la cátedra de Derecho y Literatura (hoy desgracíadamente extin_ta) y en la universidad catórica la asignatura de seminario de Integraciónen Teoría en Derecho, a mi cargo, a la que se Ie ha procurado revestir deuna concienciariteraria. En la medida de lo posible, ririteraturase ha reve_lado muy útil en las cátedras de ética profesional, filosofía der derecho ehistoria del derecho. En esa misma línea se halla el lanzamiento de Ia Re_uista Peruana de Derecbo y riteratura, cuyo primer número se editó el año2006, proyecto cuya responsabilidad compartimos con er colega MiguelTorres Méndez, profesor ordinario de la universidad Catórica. Torres Mén_dez no fue ratificado en ra carrerajudicial como vocal de la corte superiordel callao bajo el argumento de que en sus sentencias utílizabala literatu-ra, acusándolo (condena que debiera recibirse como elogio) el ConsejoNacional de la Magisfratura, encargado de las ratificacionJs lrar.i"t.r, a.militar en las filas de la Escuela Libre del DerechoT.Este libro, en buena cuenta, quiere oponerse al positivismo lacerantede los tribunales, el foro y la universidad peruana. Es un arma contra eldesencanto. El positivismo se alza: una k

versiraria. véase aquí una conrraposic,u" lá,X11.::'*^'una política uni-

_Es el momento para agradecer a mis colaboradores y amigos OmarYela, Martín Baigorria, christian ojeda y Eddie chávez, qu"

^" sugirieronlecturas y nuevas pistas para esta investigación.

Carlos Ramos IVúñez

17

Véase Tonnns MÉxorz, Miguel. ,,Contra

mento para el estudio y aplicación clelJurídica, enero del 2007, pp. 367477.

el ignorante y clecante positivismo como único instru-Derecho". Diálogo con ta./urisprudencia. Lima: Gaceta

Capítulo 1

LaEI

a una dudaliteratura

introducciónderecho y la

Si la nouela estuuiera condenada a copiar

fielmente un modelo, sería necesario proscribirlacomo armr personal y odiosa (. .) Ocultar lo

imaginario bajo las apariencias de la uida real eslo que constituye todo el arte de la nouela moderna.

Mpncnons CesELLo DE C¡nsoNrERA. Blanca Sol,

A ueces, da la casualidad de queun escritor no traza letra muerta.

Crno Ar¡cnÍ¡. "Mi personaie Rosendo Maoui".

Los puentes entre el derecho y la literatura son más que evidentes. Hacia1889, Mercedes Cabello de Carbonera, la notable escritora moqueguana,avecindada en Lima, esbozaba en el preámbulo de su "novela social",Blanca Sol, los caracteres de la nueva narrativa realista heredada de EmileZola y la novelística francesa de fin de siglol, Mercedes Cabello -quienaños después fallecería en el manicomio local, víctima de una sífilis quecontrajo de su esposo-, trazaba en el citado texto un interesante parale-lo entre el legislador y el novelista "moderno". Si el primero se esforzabapor asegurar "la corrección que jamás llega a impedir el mal", el segundo,a través de sus obras de ficción realista, lograba transformar la mentalidad,"que forma el fondo de todas las acciones humanas"2. Para Ia desventura-

Cesnrlo on CeRsoNERA, Mercedes. Blanca Sol. (lVouela social).2.' edición. Lima: Carlos Prince,1889. La primera edición -que carece del citado prólogo- apareció en Lima hacia 1888. Hasido reeditada recientemente, con un breve estudio preliminar de María Cristina Arambel-Guiñazú (Madricl: Iberoamericana/Yewuert. 2004),Ibídem, p. 29.

t1 el

20 Cnnlos Rnvos NÚñEz

daliferata decimonónica, \a ficción debía nutrirse de los datos de la reali-

dad, para, a partír de estos, proponer un esquema ideal y necesario, que

los lectores se encargarán de llevar a la ptáctrca'

Lo cierto es que, sin periuicio de la verosimilitud de la ficción narrativa,

de su lejanía o aproximación con el mundo real, tanto el uno cuanto Ia ofra

se alimentan mutuamente. No un experto en leyes ni un escritor, sino un

psicólogo de profesión, Jerome Bruner, ha afirmado con pertinencia:

Un relato judicial es un relato contado ante un tribunal. Refiere alguna

acción que según una parte en litigio fue cometida por la otra, acción

quehaper judicadoalacusadoryhavioladounaleyqueprohíbeactosde esa índole. El relato de la parte contraria intenta recl:lazar la acusa-

ción presentando otra versión de lo sucedido, o bien afirmando que el

hecho en cuestión no perjudicó al acusado ni violó la ley escrita. Tales

versiones contrapuestas son el centro de lo que nosotros llamamos

vagamente a daY in counr'

Adviértase que lograr convencef tiene que ser el objetivo, y para logtat-

1o en el medio en el que se desenvuelven los abogados (y los tinterillos)

podemos apreciar que el dominio de la palabra es otra arma vital en el rol

que desempeñan. Ricardo Blume, destacado actor nacional, repata en un

singular paralelismo entre los abogados y los actores de teatro; es intere-

,".i. .o*probar cómo entre el arte de las tablas y la defensa en el foro

existen muchas coincidencias que son dignas de resaltara'

Los vínculos entre la técnica de la narración y la destreza argumentativa

son, pues, indudables. Pero el arte de fabulación -sea a través de novelas,

relatos, piezas teatfales, filmes y hasta producciones televisiva5- ¡svi5fs

también una eficacia formativa, en cuanto a su capacidad para transmitir

elementos éticos de una manera directa5. La compasión, la misericordia, el

recto juicio, la seguridad que ofrece Ia ley (o el temor que ella despierta),

el dilema entre la justicia y la formalidad legal, se hallan implícitas bajo un

manto en apariencia inerte y aparentemente pensado p fa la sola contem-

plación estética6.

BRuxeR, Jerome. Lafabrica. de bistorias. Derecho, literatltr(r, uida. Traducción de la versión ori-

ginal en italiano. México: Fonclo cle Cultura Econórnica, 2003, pp. 59-60, Publicado en inglés

en 2002: Making Stories, Law, Literature, Life. Cambridge, Massachus€tts: Harvard Universiry

Press, 2002.

BruMr, Ricardo. "Los abogaclos y el teatro" , Themis 17, Revista de Derecho, 1990, pp. 87-89'

MnN¡ssÉ, Adriana. La tey y ta fisura. Ensayos de literatura y ética. Universidad Veracruzan '

Xalapa, 1999; BnuNEr, Graciela. Ética y naffación. Los recursos del cuento, la nouela it el cine

en la enseñanza d,e la ética. México: Édere, 2003'

Nusseru¡r¿, Martha. Justicia poética. La imaginación literaria y la uida pública. Barcelona-

Santiago de Chile: Andrés Bello, 1997.

l , roÍrulo 1. Ln rNTRoDUccróru A UNA DUDA: El ornECHo y LA LITERATURA

Richard Posner, juez de la Corte de Apelaciones del Séptimo Distrito delos Estados Unidos y profesor e investigador de la Universidad de Chicago,clistribuye su clásico Iibro, Lau and LiteratLtre, en cuatro grandes capítu-1os7. El primero se ocupa de los textos literarios como textos legales; elsegundo, aborda exactamente lo contrario, los textos legales como textosliterarios, esto es la interpretación de los contratos, los reglamentos y lapropia carta constitucional. El tercer capítulo se concentra en el estudio dela literatura como materia de la investigación jurídica y el cuarto de la regu-lación normativa de la literatura, a saber, el concepto de autor, el copyrigbt1' los delitos a través de la imprenta. Los dos primeros capítulos puedenser subsumidos en la categoúa dei derecho como literatura, si bien posner,

como veremos luego, recusa la unidad hermenéutica entre textos literariosv textos jurídicos que preconiza Gadamer y Ronald Dworkin entre otros.El tercer capítulo aludiría al derecho en la literatura, en tanto que el cuar-to ala literatura alaluz de las normas legales. No obstante, en el rico apa-rato teórico del estudioso norteamericano su clasificación es más imolícitaque explícita.

Será el profesor belga Frangois Ost quien habría de mostrar en detallela clasificación en tres ámbitos de su colega americano, aun cuando conun orden distintos. En primer lugar se hallaría el vínculo más simple yhasta banal, el de la ley de la literatura o, mejor dicho, la regulación legis-lativa de la literatura, a saber, la libertad de expresión, la censura, el dere-cho de marcas y los derechos de autor, el depósito bibliográfico, ya seaque se examine Ia normativa de un país o de un complejo de ordena-mientos comparados o se siga una línea histórica. En ese rubro, se inclu-ye también la historia de los grandes procesos judiciales que surgieron porobras estimadas, en su momento escandalosas, como Madame Bouary9,

PosxEtt, Richard A. Latu and Literature [1988 primera edición] , [1998.segunda edición, revisa-da y ampliadal, [2000 reimpresión, aquí empleadal. Cambridge, Massachussers y Londres:Haruarcl University Pre.ss, 2000.Osr, Franqois. "El reflejo del derecho en la literatura". Reuista Peruana de Derecbo yLiteratura 7, 2006, pp. 27-42. Más ampliamente, Osr, Frangois. Racc¡nter la loi. Aux sorrrcesde l'imaginaire.iuridique, París: Odile Jacob, 2004, pp. B-9.El fiscal inrperial Ernest Pinard presentó el caso basánclose en cuatro extremos, tomaclos nodel conjunto de la novela, sino cle pasajes de esta, punto débil de la argumentación quehabría de llevar a Ia declaratoria de inocencia contra Flaubert y los editores: a) el tono lasci-vo que fluía de tocla la obra, b) el dúplice adulterio de Emma, esposa de Charles y prougo-nista de la novela, primero con el seductor Rodolfo y luego con el seducido León, narradosen términos no .solo con-lplacientes sino apologéticos, c) la falta de arrepentimiento de Emmapor los adulterios cometidos, y d) el suicidio de Emma y la supuesta actitud erótica del sacer-

21

Cnnlos RnH¡os Núñrz

Lasflores del maly, Lady Cbatterly de D. H. Lawrence, juzgada esta últimahasta en tres jurisdicciones: Inglaterral0, Australiall y Estados Unidos12.

No solo las obras, también los autores como Sócrates, prácticamente obli-gado a beber la cicuta por sus desorientadoras enseñanzas,paul Verlaine porsu dramático pleito con el joven Arthur Rimbaud y por no seguir los cáno-nes estéticos y morales de la sociedad francesal3 y Oscar Vilde por suimpropia correspondencia con un joven del mismo sexol4, desfilarían conestrépito ante las cortes. En época más reciente, un tribunal islámico decretóuna recompensa para quien diera muerte, cual sentencia plenaria, al autorde los uersos satánicos, salman Rushdie, mientras que un tribunal civil turcoprocesó penalmente a quien sería premio nobel de literatura del año 2006,Orhan Pamuk, por declarar en una entrevista que, hacia el año 1915, la revo-lución modernizante de Ataturk Kemal diezmó a centenares de kurdos yarmenios. otra brillante escritora turca, Elif shafak, enfrentó otro episodiojudicial por sostener en su sexta novela, TIte Bastard of Istambul, que los sol-dados otomanos asesinaron a centenares de armenios, muchos de ellos inte-lectuales, para corregirles el cerebrol5. Los procesos judiciales contra escri-

dclte que celebra las exequias. Mario Vargas Llosa, qLle investigó el proceso judicial en cleta-lle, recuercla qLle, .según el abogaclo cle la novela, Sénard, "su defensa e.s tan farisea como laacusación del fiscal Pinard, secreto reclactor de versos pornográficos", la nluerte cle Emma e.sel ca.stigo que Dios imprime por sus pecados. Vnnc,rs LLosR, Mario. La otgía petpetli7t,Flaubert -y Madatne BoL'aryt. Barcelona: Seix Barral, 1975, p. ZI.La obra pr-rblicada en Florencia (ltalia) en 1929 y en parís unos años más tarde, no fue ecli-tacla en Inglaterra hasta el año 1960. Regía entonces una ley del año 1959 que prohibía lasobra.s obscenas. En el tribunal era preciso demostrar la relevancia estética cle la novela. l)oseran los problemas centrale.s: a) el repetitivo Llso del término "fuck" y sus clerivaclos y, b)quizás también el más arduo: en uno de los pasajes el guardabosque se acerc¿l por la parteposterior y "short and .sharp as an animal". Se cludaba si los antantes habían practicaclosodomía o sexo convencional. Parecería que se trataba del primer ca.so, lo que aguzaba elresquemor anglicano. Para entonces D. H. Lawrence ya estaba muerto, de ntoclo que nohabía manera de preguntarle la interpretación aLlténtica cle su texto literario.En Australia las vicisitudes tribunalicias continuaron para Lady Chatterly. Se consicleraba quela obra atizal':a (¡!) el adulterio. El proceso incluía la edición del libro que .se ocupaba clelproceso inglés abierto contra la obra, cuya reproducción tantbién se hallaba prohibicla.En la Unión Americana Lady Cbatterly acompañaría en la explanacla cle los tribunales a otrasdos novelas eróticas de tiempos distintos: la novecentista Trópico de Cancer de Henry Miller yla dieciochesca y clisoluta l;ann.v Hillde John Cleland, mucho más audaz y clescarnacla que lasprimeras.

LrÓn, Leysser. "Los líos jucliciales de Monsieur Paul Verlaine", Proceso -y.Justicia 7. Revista clef)erecho Procesal, 2001, pp. 98-107.LrÓru, Leysser. El artista ante la.ittsticia; Crónica sr¡bre los procescts contra Oscar Wilcte. Lima:Carci l is, 1998,24 pp.lPara ambos casos abundante información en la recl].Suerer, Elif. Tbe Bastard rtf Istambul. Londres: Viking, 2006. Cfr., las referencias sobre el ¡ui-cio en Tbe Ecctnomist, 13-79 de enero, 2007,, pp. 76-77.

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Cnpirulo 1. Ln tNTRoDUcclór ' r A UNA DUDA: El orRECHo y LA LTTERATURA

tores no han escaseado en el mundo hispano y, en verdad, su estudio asoma

como una rica veta para la investigación.

En el Perú, por lo menos en este punto, no hemos estado ala zaga, cuan-

do el 31 de octubre de 1925, Lima se estremeció por el asesinato del joven

poeta Edwin Elmore Letts. El asesino era otro escritor, más renombrado pero

feroz, José Santos Chocano. El crimen, derivado de un choque cruzado de

correspondencia periodística, ocurrió en la antesala del diario más impor-

tante clel país, El ComercioT6. El asesino, el 22 de junio de 7)26, recil>ió, por

parte de un tribunal correccional de Lima, una condena leve (tres años de

prisión, que debían culminar el 31 de octubre de i928). No obstante que el

caso se hallaln pendiente de confirmación por la Corte Suprema, pues tanto

el procesado, que argiía legítima defensa, como el fiscal, apelaron del fallo.

El Congreso, el 1! de abril de \927, con mayoría leguiísta, dispuso el sobre-

seimiento del proceso hallándose este en pleno trámite. Ni siquiera se trata-

ba de un indulto a una pena, era simplemente una suerte de amnistía par-

lamentaria. El bufonesco y brutal poeta ni siquiera cumplió la breve conde-

na, sobreseído por los partidarios de Leguía, cuyo gobierno lo auspiciaba,

como poeta oficial, coronándolo como "el poeta de América", en fastuosa

ceremonia celebrada en noviembre de 1922. Poco tiempo después, cuando

tuvo Lrn altercado con un enfermo mental en un franvía de Santiago de

Chile, fue acuchillado de necesidad mortal en diciembre de 7934: ¿unaextraña forma cle justicia, tal vezl

A fines del siglo XIX, otro escritor peruano, que por añadidura haría del

discernimiento de justicia su oficio vital hasta su jubilación, Enrique López

Albújar, comparecería ante un jurado por unos versos (esta vez por moti-

vos literarios muy distintos a los sucesos que involucraban a José Santos

Chocano), supuestamente difamatorios, que el propio autor admitió, con-

siderándolos pecados de juventud, contra uno de los héroes de la guerra

del Pacífico, el mariscal Andrés Avelino Cáceres. El novelísta en ciernes

acabó siendo absuelto por un tribunal popular, más bien aristocrático, pre-

sidido oor el Alcalde de Lima17.

El homicicl io ocupó durante rneses la atención cle la prensa peruana e hispanoamericana. El

morbo popular no solo se regodeaba con las incidencias periodísticas del proceso abierto en

contra clel llamaclo poeta cle América, famoso por sus versos, entre ellos uno esquivo: "f)e

no haber siclo poeta / hal¡ría sidcl / un blanco aventurero / o un indio emperador". A propó-

sito, surgió un amplio rubro folletinesco cle rápida demanda y obieto interesado: Proceso con-

tra.fctsé Santo.s Cbocano por el asesinato de Eduin Elmc¡re, In"forme oral del abogadc¡ de laparte cit,il, dc¡ctor Carlos García Castañeta, Lima, s/f . y hasta eI Prctceso completo, fallado el

22 de.fttnio de 1926, Lima: Imprenta Garcilaso, 7926.

Lótt.z Alnu.¡an, Enriqr-re. Memr¡rias, Lin'ra: P. L. VillanLleva. 7962, pp. 74-77.

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24 CaRlos Ravos Núñrz

No nos parece correcto que los procesos judiciales contra las obras ylos literatos se hallen en la misma esfera que Frangois ost asigna a las leyesy los reglamentos. Por el contrario, se trata del derecho vivo, er que seconstruye en las cortes, de tremenda utilidad para los historiaclores engeneral y los historiadores en derecho en concreto. La reconstrucción ydebate de los casos célebres debieran representar un círculo independien-te. Estimamos que para ello militan varias razonesi a) la determinación deost -basada en Posner, jurista de| common Latu- se orienta a satisfacerla inquietud del jurista del derecho positivo, vale decir, los problemas queenfrenta un abogado práctico: derechos de autor, depósito legal, intimidad,censura, etcétera. Los juicios contra los escritores en la tradición anglosa-jona, ciertamente, pueden ser invocados en los tribunales y detentar unaaplicación efectiva. Distinta es la situación de estos mismos casos enlatra-dición continental del cíuil Lanu, que resaltan sobre todo por su perfilhistórico, absolutamente independiente de la idea de case lau y el staredecisis de vinculación obligatoria de la justicia inglesa o norteame ricana; yb) incluso, cuando se tratase de hechos actuales y no acontecidos en el pa-sado, no es 1o mismo la formulación legislativadela norma que el desen-lace real operado en los tribunales. De por medio, se ha ejecutado un pro-ceso de interpretación de la regla legal. No es lo mismo, ciertamente, laadscripción de un caso a una figura legislativa que el caso visto en acción,después de haber sido susceptible de un proceso y de una sentencia porlas cortes. Y, c) desde el punto de vista histórico y práctico, no parece ade-cuado colocar en un plano de igualdad a una regla legar que a un casoforense. La ficción de la norma no corresponde siempre a la solución efec-tiva que le confieran los tribunales. Entre laregla yla sentencia se encon-trarán, muy a menudo, caminos divergentes. El historiador, el sociólogo eincluso el juez hallarán sus métodos para evaluar la norma de una formay el caso de un modo distinto. sobre la base de tales reflexiones, sugeri-mos constituir un cuarto apartado: el de los casos iudiciales o administra-tivos, desmembrados del segmento del derecho o, mejor dicho, la ley fren-te a la literatura, bajo un reglón distinto: el escritor frente a la justicia.

Una segunda perspectiva, bajo el criterio de Ost (que mantenemos conla observación anotada en torno a los casos judiciales contra los escrito-res), atiende al estudio del derecho como literatura. se puede consideraraquí la retórica forense, parlamentaria y judicial , caracterizada por su esti-lo dogmático, tautológico y preformativo o protagónico. Esta dimensión hasido desarrollada en los Estados unidos por autores como Ronald

Cnpírulo 1 . Ln tNTRoDUccróru A UNA DUDA: El ornECHo y LA LTTERATURA

Dworkinl8 y Stanley Fish. La propuesta esencial de Dworkin descansa enabrazar la postura de Gadamerl9: la unidad hermenéutica entre la interpre-tación de los métodos de análisis de los textos literarios y los textos lega-les. La jurisprudencia o el derecho, en general, se desarrollarían en serie oen cadena. La historia en torno al estado de las personas de origen africa-no en los Estados Unidos, por ejemplo, desde la nefanda sentencia de 1857en el caso Dred Scott & Sand.ford, que convalidaba la esclavitud, otorgandopoder persecutorio a los amos, aun cuando el esclavo hubiese arribado aun Estado de la Unión Americana donde estuviera vedada la servidumbre,pasando por el fallo de la Corte Suprema de 1896, en Plessy & Ferguson,que declaraba "no irracional" ni contrario a la enmienda catorce o cláusu-la de igual protección el apartamiento de los afroamericanos en los am-bientes públicos, hasta la cimera sentencia del tribunal supremo presididopor el Cbief Justice Earl \ü7arren, que declaró fundada, hacia 7954, la de-rnanda en ei caso Brown & Board of Education, echando abajo el segrega-cionismo en la instrucción pública; constituiría un palpable modelo de esanovela seriada, cuyo texto, la constitución, era sucesivamente interpretadaconsolidando y ampliando los derechos fundamentales, tal como haríanlos intérpretes de un texto literario, verbigracia, una novela incompleta quelos discípulos del maestro continúan2o. En la línea postulada por Dworkinse coioca como objeto de estudto Los bermanos Karamazou de FedorDostoievski y se invita a hacer de cuenta que la obra ha quedado in-conclusa antes de producido el desenlace y descubierto el asesino del pa-

clre. Lanza entonces un juego: que los seguidores del escritor ruso empren-dan cada uno por su cuenta el propio final de la novela.

Richard Posner, el celebrado y polémico portavoz del Lau and Econo-tnics o el Análisis Económico del Derecho ha impugnado la tesis deDworkin, recusando la unidad hermenéutica entre un texto normativo y'-rn texto literario. Para el iuez norteamericano, mientras es relevante para

l)v'onrcrx. ltonald. A Matter {Principle. Massachu.S€tts: Harvard University Press, 1985, en es-

pecial el artículo "Law as l i teratl lre" [El derecho como l i teratura], que.se incluye en la segun-

cla pzirte cle ese libro y que constituye el nLlclo gorcliano del pensar-nientcl clel teórico ameri-

c:-rno: el clerecho como interpretación.

G.roeu¡:R. H. G., Verdad y métodr.¡. Salarnanca: Sígueme, 7977. También, GADA"'IER. H. G. Esté-

Itcct .t, hermenéutica. Maclrid: Tecnos, 1996, pp. 67 y ss.

En una entrevista a Mario Vargas Llos¿r le preguntan quién mató al Esclavo, el triste perso-

n¿rie de La ciudad.y los perro.s, puesto que no se aclara en la novela si ftre realmente elJaguar.

El e.scritor contestó. "En realidad, oo lo sé". Se asume, en forma implícita, gue la obra l i tera-

i'ia y sus personzljes se indepenclizan como los hijos cle los padres.

25

26 C¡nlos Rnn¡os Núñrz

el intérprete (por ejemplo, el juez) buscar la intención del legislador o del

artífice de la norma, a través de la llamada interpretación auténtica, basán'

dose en las actas de debates, exposiciones de motivos, etcétera, atendien-

do a Ia subordinación del magistrado al texto legislativo y a la obligatorie-

dad e imperio de las leyes; resultaría, en cambio, irrelevante reconstruir la

voluntad del autor de una obra literaria, que no tendfía otro propósito que

el placer personal y la erudición.

Finalmente, una tercera visión -,para nosotros la cuatta, si considera-

mos los pfocesos judiciales contra los escritores y sus obras- estudia el

derecho en la literatura.'Este es el punto de vista privilegiado por Ost. Des-

de luego, no nos referimos a la literatura iurídica, es decir, a los reperto-

rios de legislación, de doctrina o de iurisprudencia de los tribunales. Más

bien se frataría de enfocar cuestiones fundamentales a propósito de la jus-

ticia y el pocler, el papel de los hombres de leyes en los textos literarios2i.

El mundo de la ficción ha ofrecido siempre iueces, abogados, litigantes

y casos. Ello no sorprende, en tanto que el universo vital suministra la ma-

teria prima de la construcción literaria e histórica, al extremo que el califi-

cativo de kafkiano ha pasado al lenguaje común (y iurídico), cuando se

frafa de condenar las deficiencias en la administración de justicia. En efec-

to, el microcosmos iurídico aparece una y otra vez en la imaginación de

los escritores de oriente y de occidente, tanto en el mundo antiguo cuan-

to en los impersonales y tecnificados tiempos presentes. Los letrados, las

leyes y los magistrados; los crímenes, las penas y las prisiones; las contro-

versias tribunalicias y la presencia de árbitros; los paiacios de justicia, las

cortes y ios humildes despachos de juzgadores de provincia; los auxiliares:

practicantes, amanuenses, portapliegos, escribanos y notarios; los modos

procesales y las técnicas de argumentación; el abogado socialista, ei ase-

sor de la empresa multinacional y el feroz tinterillo, desfilan en inconta-

bles relatos y novelas.

De hecho la literatura se encuentra inundada de casos en que cuestio-

nes legales cobran cuerpo. Existen cieftamente en las obras literarias múl-

tiples y diversos temas relativos a la vida, la muerte, el crimen, la religión,

la guerra, la familia y otras. El jurista en las obras literarias dirigidas más

directamente al derecho, puede disfrutar de fructíferas reflexiones acerca

de la tensión que existe entre los conceptos formales legales y las nocio-

nes éticas más amplias de justiciazz. Las situaciones jurídicas figuran sin

2I22

Osr. Op. c i t . , p, 28.

Mnnr, Enrique E. Derecbo y literatttra.

Iluenos Aires: Actas clel XVIII Congreso

Algo de lo que .sí se puede bablar pero en uoz bqia.

Munclial de la IVR, 7997, p. 259.

l : : ,T¡Lo 1. LR rrurnoDuccróN A UNA DUDA: El ornECHO y LA ITERATuRA

:xcepción en el repertorio literario universal. Basta recordar las proverbia-

.es sentencias salomónica.s; el accionar de los leguleyos arábigos retratados:rr las Mil y una nocbes; el conflicto entre derecho natural y derecho posi-

¡ivo en Antígona; la idea de justicia providencial que irradian La diuinacomedia de Dante y el Decamerón de Boccaccio; los razonamientos lega-les presentes en la entera obra de Shakespeare; la budesca de los gigan-

¡es de Rabelais, Gargantúa y Pantagrutel contra los juristas medievales deltttos italicus y el elogio del humanismo del mos gallicu.s; las vicisitudes de

-loseph K. en El proceso y la indignación de la pequeña protagonista con-tra Ia arbitrariedad y el quebramiento de| due legal process o debido pro-

ceso en Alicia en el país de las marauillas; la incertidumbre psicológica y

ética que abruma a Raskólnikov en Crimen y castigo de Dostoievsky, o a,\Iersault en El Extranjero de Albert Camus; el siniestro iter criminis narr^-clo paso a paso en A sangrefríapor Truman Capote; la descripción de unestudio jurídico de un abogado de tercera categoría en la Nueva York de1850, a través del compungido relato de Herman Melville, Bartbleby el es-cribientq los escenarios opresivos de El Proceso de Kafka (él mismo unaprendiz de leyes y empleado de oficina)23; o el tema de la corrupción dela justicia presente en eI DonJuan Tenorio de Zorrilla, la omnipotencia deltotalitarismo en Rebelión en la granja de Orwell solo para mencionar unascuantas joyas literarias.

La lista se tornaría inacabable para dar cuenta de este carnal vínculo

entre el derecho y la literatura, pues, las variantes se suceden con veloci-

dad en el tiempo y con versatilidad en la geografía. Desde la tragedia grie-ga, que procuró distinguir entre el derecho natural y derecho de los hom-bres (derecho positivo) hasta la última novela de reseña periodística, quepuntualiza el papel de la jr"rsticia y de sus protagonistas: jueces, abogados,ejercientes ilegales, estudiantes, gente que litiga. Y es que el derecho cons-tituye parte sustancial de ia vida, es decir, de la tragedia, del drama y dela comedia. ¿Quién ha creído que el Derecho es solo un conjunto de nor-mas que asumen la imposibilidad de una alianza? Quizás, armados de pre-juicios recíprocos, abracen esta creencia ciertos abogados, científicos so-ciales y críticos literarios, temerosos frente a las pretendidas invasiones desus fueros. Como anotó Rudolf Carnap en su Autobiografía: "Si uno estáinteresado en las relaciones entre campos que a tenor de las divisionesacadémicas al uso pertenecen a departamentos diferentes, no se le acogerá

23 Véase, sobre el particular, MALAURTE, Philippe. Droit et littérature. (lne Antbologie. París: Écli-tions Cuias, 1997, pp.312-320.

27

28 Cnnlos R¡H¡os NúñEz

como un constructor de puentes como podría esperar, sino que ambas par-

tes tenderán a considerado un extraño y un intruso intelectual"2a. Dice

Thieme (y 1o propio habría de decirse del estudioso que asocia el derecho

y la literatura):

El historiador del derecho es tenido frecuentemente entre los juristas

como un buen historiador y entre los historiadores como un buen iuris-

ta. No le resulta fácil contentar a unos y otros. Es un sujeto mixto, con

doble ciudadanía, siempre entre dos Facultades, al margen de su propia

c sa, afrasÍfando en dos zonas \a carga (...) del caminante fronterizo.

Incómodo a los historiadores por su mentalidad jurídica' Motivo de

escándalo para los estudiosos del derecho por su vocación a retrotraer

históricamente el esta<lo de las cuestiones. A menudo no sabe cuál es

en realiclad su patria ni cle dónde es ciudadano25'

Al consicierarse el derecho tan solo como reglas, procedimientos y técni-

cas, quienes salen perdiendo con esto no son solo los abogados, sino tam-

bién los sociólogos, los economistas y los historiadores, quienes son priva-

clos así de una de las más ricas fuentes informativas de Ia vida social' Una

visión demasiado estrecha de la ley hace imposible, a los especialistas en

otras clisciplinas, estuciiarla con provecho. Naturalmente, es más fácil que-

jarse cle esta separación del conocimienfo que hacer algo constftlctivo para

superarla. No obstante, sin una reintegración del pasado no habrá manefa

de volver sobre nuestros pasos ni de encontrar lineamientos paru eI futuro'

y es que precisamente la literatura, el cine, la fotografía y, en general,

las artes plásticas y recreativas poseen -al margen de su cometido estéti-

co- una finaliclacl enteramente pedagógica. La literatura, sin necesidad de

percler su propia naturalez , aparece así como un aliado eficaz para la en-

señanza de la ética ptáctica26 y llega a convertirse en un instrumento asom-

broso de transformación histórica. Como advierte Pedro Talavera, las Car-

tas Persas allanaron e) camino para el derrumbe del absolutismo mo-

nárquico y el establecimiento del estado de derecho; La cabaña del tío

TomcJe Harriet Beecher Store, el fin de la esclavitud en Norteamética,y El

Arcbipiétago de Gulag de Alexander Solienitzin, el término del totalitaris-

mo soviético27. Podemos agregaf que La ciudad y los perros, áspeta crítica

24 C¡nr,¡¡p, lluclolf . Autttbiografia intelectual. Ilarcelona: Paidos' 7992' p 133'

2j THruur:, Hans. Ideengescbicbte und Rechtsgeschichte : gesammelte Schriften. Colonia: Bóhlau,

1986.

26 MENASSÉ, Aciriana. La ley y lafisura. Xalzrpa: Universidad Veracruzana, 1999'

27 TALAVEM, pedro. Derecbo y literatura. El reflejo de lo .iurídico. Granada: Editoríal Comares,

2006. o.59.

Cnpíruuo 1. Ln lNrnoDucctóru A UNA DUDA: El ornEcHo y LA LITERATuRA

de Vargas Llosa contra la instrucción mllitarizada, amén de facilitar la ate-nuación del rigor castrense, forjaría el colapso de la leva y del servicio mili-tar obligatorio. La literatura nutre al derecho de un espíritu de crítica sub-uersiua (en el buen sentido). La aspiración cle esta crítica es el cambio omejoramiento de las normas e instituciones. Remarca Ost que esto se mani-fiesta en el Sócrates que acusa a los jueces de su tiempo y en la Antígonaque se rebela contra la ley de la polis. "Es el personaje que recuerda alemperador que está desnudo o desafinado"2s. La literatura se comportacomo el niño que grita entre la muchedumbre silenciosa: "¡El rey es pilónl"cuando el soberano se descubre la corona y todos los súbditos adviertenque le faltan las orejas.

La historia del derecho también se ha enriquecido mucho con elempleo de la literatura como fuente29. Es el caso, por ejemplo, del trabajode Antonio Serrano González, Un día de la uida deJosé Castón Tobeñas3j;o, más cercanamente, en el Peru el estudio histórico-jurídico de Fernandode Trazegnies, Ciriaco de Urtecbo, litigante por an1or31 , estudio en el queel discurso técnico y la interpretación histórica que reposa en un expe-diente judicial del siglo xvIII, se entrecruzan con la narración recreativaen forma tal que el texto llega a avecinarse al formato de una verdaderanovela. Una intención similar podrá encontrarse en la obra de CarlosRamos Núñez, en particular al poner en escena, y sin perder la trama

Osr. Op. cit., p. 31.Uno de los precursores en este terreno, Gntw, Jacob. Von der Poesie itn Recbt, í1816l, 1974iHEr'L\rrc, Die Poetísb Literatur als Quelle des Retskenntk, 1905; el professor suizo FnnH. Hans(1,874-1961,). Das Recbt in der Dictung, Berna, 1,931,, y autor también de Die Tragik im Rectb,Zurich, Schulthess, 1945, y un aplicado germanista español, HrNoJosA, Eduardo de. Relacionesentre la poesía.y el Derecbo, Madrid, 1905. En los Estados Unidos, un historiador del derechoy comparatista, John H. \WrcMoRE, hizo ¡¡randes esfuerzos por vincular el derecho y la litera-tura, a sabe¡ rürigmore, "A List of Legal Novels", 2, IllinoLs Lau Rerieu j74, L908. TambiénVigmore, "A List of One Hundred Legal Novels", 77, Illinr¡is Law Reuiat¡ 26, L922. Richard H.Veisberg, "Vigmore's 'Legal Novels' Revisited: New Resources for the Expansive Lawyer',, 7lNortbwestern Uniuetity Lau Reuiew 17,1.976; \Yr'esberg & Kretschman, .\figmore's ,Legal

Novels' Expanded. A collaborative effort", 7 Madison Lau Foru.m 94, 1977 . Tambíén David R.Papke, "Law and Literuture: A Comment and Bibliografphy of Secondary Vorks", 73 LawIíbraryJournales, pp. 421-4J7. En el Perú, Jorge Basadre insistiría en la utilidad de la litera-tura para la historia del derecho. Véase, BAsADRT:. Los Fundamentos de la bistoria d.el derecbo.Linra: Editorial Universitaria, 1956, pp.47-48, así como una muy bien informada bibliografíapp. 33'34.Srnn¡No GoNzÁLEz, Antonio. Un día de la uída deJosé Castán Tobeñas. Valencia: Universitatde Valencia, 2001.TRAZEGNIES Gne¡or, Fernando de. ciriaco de urtecbo, lüigante por amor. Lima: pontificia

Universidad Católica del Perú. Fondo Editorial. 1981.

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30 Cnnlos Rnvos N úñrz

narrativa, las novelas negras de folletín que se publicaban en las revistasperuanas de derecho del siglo XIX32.

La alianza entre el derecho y la literatura tuvo a una serie de precurso-res. Entre ellos se encuentra el profesor alemán lhering, cuyo libro Lalucba por el derecho (1883), se detiene a examinar El mercader de veneciade Shakespeare33. La literatura afinaba el estilo de los juristas, reforzabalanaturaleza persuasiva de su discurso y embeilecía la frialdad de los con-ceptos jurídicos. se trataba hasta cierto punto de un divertimento eruditode superficial trascendencia. Acontece, sin embargo, que hasta ra décadade los ochenta no se había configurado como un movimiento intelectual.En diversas lenguas, esta tendencia se ha afianzado. Basta revisar la pro-ducción académica anglosajona, en realidad la más cuantiosa34, la germa-n tt y, en menor medida, de raigambre latina e iberoameicana3', para

32 RAMos NriñEz, c^rIos. Historia del derecbo ciuil peruano. sigtos xIX.y XX. Tomo V, ,,Los sig-nos del cambio", vol. 1. "Los repertorios y el periodismo". Lima: pontificia universijadCatólica del Perú, Fondo Editorial, 2005.IHERING, Rudolf von. La lu.cba por el ¿lerecho. Traducción de Adolfo González posacla. BuenosAires: Editorial Heliasta, 1993.véa.se, entre un amplio elenco: uno de los iniciadores del movimiento, el famoso juezBenjamín Cenoozo, Law and literature and otber Essays and Addresse.s. Harcourt: Ilrance anclCompany, New York, 1931. LorqooN, Ephraim (comp.). Tbe World of Law. A Treotsury of greatwriting about and in tbe Lau. Sbort stories, plays, Essays, Accounts, Letters, opinions, pleas,Transcripts of Testimony. From Biblical Times to tbe Present. Nueva York; Simon ancl Schuster,Inc., 1!60; IlRovNE, lwíng. Iaw and Lawyen in Literature. Littleton, Coloraclo: Frecl B.Rothman & co., 1982; LEvrNsoN, Sanford y Steven MArLLorx (comps.). Interpreting Lau¡ andLiterature. An hermeneütic Reader. Evanston, Illinois: Northwestern University press, 1988;FRIEDIIAN, Milton L. (comp.). RoughJustice. Essa.ys on Crime in Literature. Toronto: Universityof Toronto Press, 1991; SrrnNr, Richard clark. Dark Mírror. Tbe sense of Iniustice in ModernEuropean and American Literu¿ture, Nueva york; Forclharn university press, 1994; TunNr:n, J.Neville y Pamela rvunvs. Tlte Happ2 couple: Laut and Literature. syclney, Australia: TheFederation Press, 1994; rü7enn, Ian. Law and Literature. possibilities ancl perypectiues.

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l : ' ,TuLo 1, Ln rnrnoouccrón A UNA DUDA: El ornEcHo y LA LTTERATURA

constatar la presencia de los vasos comunicantes entre la creación Iiterariav el microcosmos jurídico.

Los textos que surgen de la creatividad y del ingenio poseen, pues, unvalor documental indudable. Es conocida la recusación que Mario Vargas

Llosa -en la actualidad, nuestro más afamado exponente literario-, quien

en sus trabajos siempre se muestra disciplinado y laborioso, formula en con-tra del empleo de los textos de ficción con fines socioiógicos, antropológicos

o históricos. Para nuestro escritor, el ejercicio literario, al menos en su.s ver-

tientes poética y narrafiva, supone una suerte de "entredicho con la reali-cJad"31 . Según Yargas Llosa, los frutos de la ficción, sean estos un poema, unrelato o una ambiciosa novela, aspiran a agotarse en sí mismos, se bastanpor sí solos y crean un universo paralelo, basado exclusivamente en la fan-tasía del autor. No el reflejo de la realidad, sino la construcción de un mundo

alternativo, sería, conforme esa postura, el fin último de una obra de ficción,

al margen de cualquier consideración relativa a su calidad: un universo que

se autocontiene y se justifica a sí mismo38.

La posición teórica que defiende Mario Vargas Llosa, sin perjuicio de suconsistencia, no deja de ser controvertida, al menos en un aspecto esencial.Sin duda, su credo libertario, centrado en el individuo, ha llevado al acla-mado escritor al extremo de recusar la utilización de los textos Iiterariospara cualquier otro fin que no sea el estrictamente psicológico y expresivo.A su juicio, la literatura, si alguna realidad refleja, es la "realidad" subjetiva

del autor, mas no el mundo externo, objetivo39. Esta doctrina fue aplicadapor Vargas Llosa en el estudio que dispensa hacia 1996 a la obra de JoséMaría Arguedas, a quien ensalza como un estupendo artífice de ficciones,

CerL,antes Saat'edra. 2.a edición. México D. F., 1,987; CAsrÁN VÁserrEz, José María. La uLsión de

las leltes en la literatura de utopía. Madrid: Universidad Pontificia Comillas de Madrid, 1990;

LARRAñAcA SALAZAR, Eduardo. Derecho, crítica. y literatura Gnsa2os). México D. F.:

Universidad Autónoma Metropolitana, Azc'tpotzalco, 1993; Csl¡uíw S¡¡¡ros, Víctor. El derecbo

en la literatura medieual. Ilarcelona: Ilosch, 1996; MENASSE, Adriana. La ley y la fisura.Ensalos de literatura y ética. Xalapa: Universiclad Yeracruzana, 1999; Bnuxrr, Graciela. Ética

y nan'ación. Ios recun;os del cuento, la nouela y el cine en la enseñanza de la ética. México:

Édere,2003; RuBro CREMADIs, Enrique yEvaMaría VerrnoJuer (eds.). RafaelAltamira: bisto-

ria, literatura y Derecbo. Actas del Congreso Internacir¡nal celebrado en la Uniuenidad de

Alicante, del 10 al 13 de diciembre de 2oo2. Alicante: Universidad de Alicante, 2004.

37 VARGAS LLosA, Mario. Cartas a un notalista. Buenos Aires: Ariel, 7997, p. 1'4.

38 Para Var¡¡as Llosa, la valoración de un texto de ficción se efectúa a partir de su capacidad de

persuasión en la psiquis del lector, Cuanto más verosímil o "c¡eíble" sea la fantasía que se le

propone, más éxito hat:rá alcanzado el autor en su labor creativa. Yéase Cartas a un noL.v-

lLsta. Op. cit., capítulo III: "El poder de la persuasión".

39 lbídem, p. 15.

31

32 C¡nlos R¡vos NúñEz

alavezque niega su contenido documentalaO. Arguedas, como se sabe, fue

al mismo tiempo narrador y antropólogo. Su solvencia técnica en ambas

disciplinas se halla fuera de toda duda. Por ello, cabría preguntarse, ¿noexiste belleza estilística y capacidad persuasiva (valores eminentemente

"literarios") en los numerosos reportes antropológicos entregados por el

novelista andahuaylino? O, dicho de otro modo, ¿no asoman preciosos

datos sociológicos, etnográficos y hasta iurídicos en su obra de ficción?

Lo cierto es que en la obra arguediana, como en la de cualquier otro

escritor, existen vasos comunicantes entre ambas dimensiones del intelec-

to: la fabulación convive con el registro veraz de la sociedad, de la cultu-

ra y del derecho. La propia obra de Vargas Llosa participa de ese perfil' La

ciudad y los perros da cuenta exacta del espíritu militar, la marcial intole-

rancia y \a rígida cuanto ineftcaz disciplina cuarteleraal. El tono risueño de

Pantaleón y las uisitadores no se exime en absoluto del mismo propósito

y de un idéntico develamiento de la verdad. Conuersación en La Catedral

representa, a su vez, la mejor descripción del ochenio odriísta y no solo

de la vertiente política y aun del estado de ánimo y mentalidad de los dis-

tintos estratos de la sociedad penlana. La figuración de un fenómeno atroz

del Perú contemporáneo: el terrorismo, como método de acción y sus pro-

bables raíces históricas despuntan en Lituma en los Andes. Incluso en

aquellos casos en que ha sido preciso afrontar el desarrollo de una nove-

la en un escenario geográfico y cultural poco o nada conocido como en

La casa Lterde, en cuanto a la realídad arnazónica, o La guerra delfin del

mundo para el caso del nordeste canudo del Brasil o La fiesta del Cbiuo y

la sordidez del régimen de Trujillo en la República Dominicana, el resul-

tado ha sido de un realismo tal -sin que ello suponga un género litera-

rio- que emergen como útiles herramientas de estudio desde las ciencias

40 Vnnces LLose, Mario. La utopía arcaica. José María Arguedas y las fícciones del indigenismo.

México: Fondo cle Cultura Económica, 1996. Véase también sus ensayos: "La novela" (1966);

"Novela primitiva y novela de creación en América Latina" (196D; "El novelista y .sus demo-

nios" (197I); "La utopía arcaica" Q97D; y, "El arte de mentir" (798q, en Kt-LHx, Norma

(conrp.). Los nouelistas como críticos. Torno I. México, 1991. Y una crítica, en DE IA CADENA,

Marisol. "Mario Vargas Llosa y el 'mundo andino"' . Ideele 100. Edición especial. Lima, agos-

to-setiembre de 1997, pp. 63-68.

Véase VnEl-¡ GeLvÁx, Sergio. El cadete Vargas Llosa, La bistoria oculta tras La ciudad y los

perros. Santiago de Chile: Planeta,2003. En el prólogo que a la obra del joven periodista, hoy

la mayor autoridad en este período de la biografía del escritor, Alberto Fuguet observa " El

cadete Vargas Llosa nos sumerge en la era del Bebind. tbe scenes', en los interiores, en las loca-

ciones, y más aún, en los seres de carne y hueso que alimentaron la mente de aquel joven

Mario Vargas Llosa" (p. 15).

41

Cnpirulo 1 . Ln tNTRoDUccróru A UNA DUDA: El ornECHO y LA LTTERATuRA

sociales y, cómo no, eficientes para el conocimiento del ordenamiento-o desorden- de un Estado y de una sociedada2.

En una conocida frase de Balzac (entendido en la técnicalegal de quie-bras y bancarrotas) que Vargas Llosa cita como epígrafe inicial de Conuer-sación en La Catedral, aquello de que la novela es la historia privada delos pueblos. Un estudioso de la obra del escritor peruano, Miguel García-Posada, que junto a otros críticos ha querido asociar los vínculos de lanarrativa de Vargas Llosa con la historia latinoamericana y hasta la geo-grafía sobre el eje de un conjunto de relatos bien seleccionados, precisa,después de un largo análisis de su obra creativa, que el propósito del escri-tor peruano consiste en "rastfear la verdad, iluminar los horrores de la his-toria o de la naturaleza (...) de un modo u otro el novelista trata de inda-gar en esa otra verdad que discurre por debajo de las máscaras del podery de las convenciones sociales (...). Toda la obra novelesca de Vargas Llosaconstituye una grandiosa historia no oficial"a3.

A este propósito puede recordarse la famosa teoría de Roland Barthesen torno a la fransparencia. Barthes compara el lenguaje común con unvidrio translúcido que deja ver fácilmente la realidad exterior, y al lengua-je literario con un vidrio empavonado que la escondeaa. La estructura delderecho no es extraña en absoluto a ese paralelo. En efecto, las relacionessociales constituyen el vidrio incoloro, en tanto que el sistema normativoel vidrio oscuro45. En el primer caso, basta la fotografía, en el segundo serequiere de la radiografía e, incluso, quizá, de la resonancia magnética. Larealidad se escamotea pero no se pierde. Habrá que ir en su búsqueda yencontrarla. La teoría de una interpretación común para la literatura y elderecho contribuye en ese esfuerzo.

42 Sobre el particular, véase, Ancllr, Birger. La naración como exorcismo. Marío Vargas Llosa,obra^s (196i -2OOj). Lim: Fondo de Cultura Económica,2004, especialmente el capítulosegundo, "¿Existe un mundo fuera del texto?". El crítico noruego concluye: "Los personajes,en grado variable, carecen de libertad ante cualquier situación determinada. No sólo estánhistórica, geográfica, social y sexualmente condicionados sino que también están condicio-nados por la forma literaria", p. 106. Esa forma también podría revestir un carácter ideológi-co y jurídico.

43 cARcfA-PosADA, Migue| Mario Vargas llosa. Ilna historia no oficial. Madrid: Espasa,l$g, p. 13.44 B¡nrsrs, Roland. Tbe Rustle ofLanguage. Oxford: Blackwell, 1986. Véase también esta teoría

en su libro ¡o 6St:ict .l lo obtuso: Imágenes, gestos, uoces. Barcelona: Paidós, 7992.45 CLenx Srr:nNr, Richard. Dark Minor. Tbe Sense of Iniustice in Modern European and American

Iiterature. Nueva York: Fordham University Press. 1994.

33

Capítulo 2

Narradores y abogados

Dentro de este gran universo de ficción, la construcción literaria del per-sonaje del abogado no se agota en la simple referencia de un conocedorde las leyes y mediador entre la justicia y los individuos que buscan aco-gerse a ella, sino que puede llegar a ser un personaje peculiar, dotado deuna carga literaria específica: sus pasiones, sus dudas, sus conviccionespersonales y su ética muchas veces encaran el reto de enfrentarse o armo-nizarse con 1as costumbres, los valores y la noción de justicia imperantesen el tiempo en el que se encuentra. De esta manera, la literatura puedepresentar a este profesional de la ley encarnando al héroe defensor de lanoble causa o exhibirlo como un malvado sin escrúpulos.

Los escritores peruanos contemporáneos no han escapado a este tema.Antes bien, atendiendo a las particularidades de nuestra individual realidadsocial en materia de justicia, han constituido a esta como una notable fuen-te de inspiración. Incluso algunos de ellos -y no de los ¡¡s¡e¡s5- fia¡estado estrechamente asociados al derecho a través de su experiencia per-sonal. Tres de las figuras más importantes de la nanativa nacional: MarioVargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro y Alfredo Bryce Echenique estuvieronrelacionados con el estudio de las leyes, como también, ya en una gene-ración posterior, fue el caso de Jaime Bayly. Los otros tres grandes nove-listas peruanos de siglo )O(: Alegría, Arguedas y Scorza, volcados en mayoro menor grado hacia el indigenismol, no transitaron por las aulas deDerecho, pero la huella jurídica se halla presente en sus producciones.

Podemos entonces apreciar el escenario en el que se desenvuelve lalabor del abogado a través de la producción de los narradores nacionales.

Tnlt¡vo VI,RGRS, Augusto . La nouela peruana contemporanea (a traués de seis expresiones).Piura: Universidad de Piura, 7973,

l35l

36 Cnnlos Rnvos Núñez

Y es de ahí que podamos entender cómo se conceptúa esta figura en nues-

tra literatura de ficción. Luis Pásara, cáustico y pesimista, anota un rasgo

obvio de Ia práctica judicial peruana: la impenitente falta de comprensión

del sistema legal por las masas2. Los mecanismos legales, el lenguaje téc-

nico del cual viene precedido y las intrincadas relaciones que se estable-

cen en esa constante búsqueda de la justicia, hacen para un sociedad co-

mo la nuestra que el papel de un mediador experto sea vital: "surge el rol

central del intermediario profesional: el abogado. Con o sin título, doctor

o tinterillo"3. Uno de los textos pioneros de la narrativa peruana moderna

es la novela del cusqueño, de ascendencia puneña, Narciso Aréstegui(Huaro, ¿1820?-Puno,1869), uno de los primeros novelistas con su obta El

Padre Horán, titulada, sintomáticamenfe, El abogadoa. El rostro del letra-

do que allí se dibuja no es precisamente edificante. Aréstegui, hombre de

leyes él mismo y que falleciera ahogado a raíz de un paseo carnavalesco

en las aguas del lago Titicaca, en pleno eiercicio de la prefectura de Puno,

conocía muy bien las áreas grises de la profesión forense. César Vallejo, en

una de sus incursiones en la narrativa, ia "novela social" El Tungsteno(Madrid, 1937)5, se refiere a los remotos abogados cle impofiantes bufetes

de Lima, que asomaban solo en la redacción de los contratos de enganche-g5s i¡isus mecanismo seudocontractual para reclutar mano de obra indi

gena-. En Vallejo, como en los vastos frescos de Ciro Alegría o en las

elegías novelísticas de José María Arguedas, la presencia de los abogados

suele ser distante e incluso fantasmal.

Las referencias a determinadas figuras jurídicas son también indirectas.

Así, por ejemplo, en los cuentos del ingeniero de minas y dirigente apris-

ta Pedro E. Muñiz (Lima, 7902-t966), reunidos en el volumen Sangre y

metal (1957), donde se ilustra la aplicación concreta de la Ley de Acciden-

tes de Trabaio de 1911 en el ámbito minero6. No escapa a ello la rica pro-

ducción de Enrique López Albújar (Chiclayo, I872-Lima,1'966), en la cual,

antes que la del letrado, se privilegia la imagen literaria del juez, hechoque resulta explicable por las funciones jurisdiccionales que durante lar-

PÁsRn-1, Luis. "La ley en la literatura peruana", €o. Derecbo.y sociedad en el Peni. Lima: El

Virrey, pp, 19-30.

Ibídem.

AnÉsrrcLrr, Narciso. El abogadr¡. Obra póstuma del Coronel de Eiército.yJuez Militar(...) dedi-

cado at distingu.ido )) estimable literato Sr. Ricardo Palma. Cuzco: Tipografía de la Juventud,1894. 33 páginas. Instituto Riva-Agüero. Colección Denegri.

VnrlE¡o, César. El Tungsteno. Colección "La Novela Proletaria". Madrid: Editorial Cénit, I93I.

También en: Nouelas )) cuentos completos. Lima: Francisco Moncloa Editores, 1967,

Muñrz, Pedro E. Sangre y metal. Lima: Sanmarti y Cía., 1957.

Cnpíruro 2. NnnnADoREs Y ABocADos

gos años desempeñara el ilustre escritor de origen piuranoT. Aun una soco-rrida obra de José María Arguedas, El Sexté -su obra menos representa-tiva y más popular, como comprueba su difusión entre los comerciantesilegales de libros-, se concentra en la recreación de los horrores carcela-rios en sí mismos, con prescindencia de actores y de argumentacioneslegales.

En efecto, la consttucción literaria completa dei abogado tendría queesperar, en las letras peruanas, hasta mediados del siglo )O( con la irrup-ción de Ia narrativa urbana. Sucede que el abogado, a diferencia del juezo del tinterillo, es típicamente un personaje de ciudad, De ahí que en unaliteratura enfocada en el mundo rural (cual era la de Vallejo, Alegría oArguedas), su presencia resultase, en el mejor de los casos, tangencial.Tampoco exhibieron gran interés por el abogado los narradores de unaprocedencia social acomodada. Así, por ejemplo, no hay asomo de legu-leyos en la descripción de la decadente bigb li"felimeña que se ofrece enDuque (1934),la indiscreta novela de José Diez-Canseco, ambientada enlas postrimerías del Oncenio leguiísta9.

1. Manuel Scorza: Los leguleyos en pugna

Las novelas del escritor y militante izquierdista Manuel Scorza (Lima, 1,928-Madrid, 7983), son claros ejemplos de la denominada "literatura compro-metida", que divulgara el escritor y filósofo existencialista, Jean PaulSaftre10. En Redoble por Rancas (1970), Garabombo, el inuisible (7972),Cantar de Agapüo Robles (1977), El jinete insomne (1977) y La tumba delrelámpago(1979), novelas que conforman toda una saga, Laguerrasilen-ciosa, los datos realistas conviven con la valoración política que el autorles adscribe. Cada una de las novelas o "baladas" que conforman esta pen-talogía recoge los hechos de un héroe emblemático. Así, en Redoble porRancas, se trata de Héctor Chacón, el nictálope; en Gara.bombo, el inuisi-ble, el protagonista es Fermín Espinoza, cuya principal habilidad consisteen no dejarse ver por los poderosos a quienes combate; por su parte,Raymundo Herrera es El jinete insomne, vencedor del sueño; mientras que

Sobre López Albújar, véase ConruEJo, Raúl Estuardo, L6pez Albújar, narrador de América.Trayectoria vital. Madrid: Anaya, 7967.

Ancuro¡s, José María. El Sexto. Lima: Juan Mejía Baca, I96LDruz-C¿,t{sFtco, José. Dttque. Santiago de Chile: Ercilla, 1934. Véase una flamante reedición en

.losé Diez-Carseco. lYarratiua completa. Tomo I. Lima: Pontificia universidad Católica delPerú, Fonclo Editorial, 2005.

SrRtnn, Jean-Paul. ¿Qué es lót literatural Buenos Aires: Editorial Losacla, 1950.

37

3B Cnnlos Rnvos Núñrz

en El cantar de Agapüo Robles, el paladín es un personaje multifacético; en

La tumba del relámpago, en fin, asoma el ejemplar abogado Genaro Le-

desma. Cabe advertir que en Scorza -miembro del Frente Obrero, Cam-

pesino y Estudiantil del Perú (FOCEP), de orientación trostkista, y candi-

dato a la Asamblea Constituyente de 1978- la perspectiva del narrador

omnisciente no admite matices: al abogado enemigo de los humildes se

opone el letrado justiciero e idealista, que no duda en rechazar los hono-

rarios de sus defendidos y que aun se involucra en sus desventuras. Los

admiradores de la producción literaria de Manuel Scorza (que incluye tam-

bién una interesante obra poética) han rescatado su fusión entre el realis-

mo social y Ia fantasía propiamente literariall.

El telón de fondo de La guerra sílenciosa 1o constituyen las luchas cam-

pesinas en la sierra central, que preludiaron la reforma agraria de 1968. El

paradigma del abogado inescrupuloso asoma en la segunda pieza de la sa-

ga, Garabombo, el inuisible, por medio de la figura del "doctor Basurto"12.

Se aprecia aquí el secular encuentro entre la supuesta ingenuidad del hom-

bre de la sierra y la vivacidad del costeño, encarnado en esta ocasión por

el abogado que hace uso del verbo como factor de persuasión. Garabom-

bo y Bustillos, colonos de Chinche en Cerro de Pasco, que emprenden el

viaie a Lima en busca de un abogado que los ayude de la "pesada firanía

sin más sueldo que los golpes" de los gamonales. Una vez en la capital,

un paisano, Clemente Espinoza, los aloja en su casa. Al día les comunica

que en la avenida Manco Cápac encontrarían innumerables placas de abo-

gados y les asegura que en esa infinidad de opciones encontraríanalletra'

do que buscan. Unas placas eran muy brillantes. Podía tratarse de un abo-

gado caro cuyos honorarios no podrían pagaL Otras sucias. Seguramente

era un profesional descuidado. Entre ese mar de láminas, finalmente

encontraron una que parecía ser el fin de su búsqueda: "Dr. Basurto, abo-

gado de Asuntos Comunales"13.

11 Véase, FoRctrEs, Roland. La estrategia tnítica de Marxuel Scorza. Lima: Cedep, 1991.

12 Sconze, Manuel. Garabombo. el inttisible. Barcelona; Planeta, 1'972.

13 En cuanto a las placas de los letr¿dos, existe en provincia una interesante tradición oral. Tal

es el caso de la ciudad de Puno, donde se cuenta que en las décadas de los sesenta y seten-

ta dos abogados administraban sus respectivos estudios uno frente al otro, de modo que los

clientes campesinos que circulaban por el mismo pasadizo, inevitablemente, observaban las

plaquetas: "Tejada", "Terroba". Y luego el áciclo comentario: "Prifiero qui mi robi piro qui no

me juda". En esa misma ciudad, el apellido cle otro hombre de leyes, Espezúa. era transfor-

mado en la voz "Ispi Sua" lPescado ladrón], Suárez en "Sua Res" fladrón de resesl y, finalmente,

Suaña, iuez de tierras, que, en lengua quechua significa, "ex ladrón". Las paredes de Cajamarca

Cnpírulo 2. NnnnADoRES y ABocADos

Previo pago de cincuenta soles, aparece por fin el doctor Basurto.scorza Io describe como "un hombre menudo de cara cobriza, empedra-do de huellas de viruela", pero que al parecer conocía bien su oficio:

Escribió y les leyó un recurso magnifico. ¡eué claro figuraba todo, expli-cado con fórmulas y palabras desconocidas pero convincentes! En unahora el doctor Basurto se había compenetrado y expresaba el sufri-miento de Chinche como ellos mismos eran incapaces de hacerlo.

Eso es sólo el comienzo, Lue¡¡o presentaremos otros recursos. ¿eué secreen los hacendados? ¿Piensan que toclo el perú es un corral? ¡No,señor! ¡La Ley es la ley!

Golpeó sobre el escrirorio. ¿euieren que los defienda hasta el final deljuicio? ¿Quién mejor que usted, doctorl ¿Cuántos colonos hay enChinche? Somos unos trescientos. ¿Podrían coti.zar un sol mensual caclauno? Podríamos. ¿Pueden dejar algo a cuenta? ¿Estarían bien trescrentossoles, doctor?. Muy bien (...). Salieron entusiasmados. Los vieios se equi-vocabanla.

Durante los meses que siguieron, el doctor Basurto esquilmó a sushumildes clientes sin lograr resultados prácticos. pero, para mantenerloscon la esperanza, les insistía: "la ley ampara a todos los peruanos", mien-tras les mostraba las paredes de su despacho cubiertas de diplomas.Tiempo después, Basurto, "abogado de asuntos comunales", los abandonóa su suerte: "no se involucraba en política".

La antítesis de Basurto, en el imaginario de Manuel scorza, es el abo-gado Genaro Ledesma, héroe de la novela La tumba del relampago, quin-to y último "cantar" de La gueTTa silenciosar5. Ledesma encarna aquí alletrado que se compromete con la causa de los oprimidos de las comuni-clacles de Rancas, villa de Pasco, Yanacancha y yarusyacán. El compromi-so llegaba hasta las últimas consecuencias. En efecto, al asumir la defensacle los campesinos y obreros frente a la todopoderosa cerro de pasco

copper corporation, don Genaro, un sencillo profesor de unidad escolar,es destituido. La misma suefte corre como alcalde, siempre por influenciacle la empresa, la cual aducía que Ledesma había violado el Reglamento\Iagisterial: "un docente no podía meterse en asuntos políticos".

cuancio se produjo el fusilamiento de uldilberto Vásquez Bautista, hacia 1870, acusaclo cleviolación y asesinato, convertido luego en santón popular, am¿lnecieron clespués clel ajusti-cianriento con una leyencla hiriente contra el abogado del reo ejecutado: "Si no quieres ir alpírreclón que no te clefienda Alarcí)n".ScoRZ.a., Nlanuel . Garabombo, el inrisible. Op., cit.\( ortzA, Nfanuel . La tumba del relampago. México: Siglo Veintiuno, 1979.

39

40 Cnnlos Rnvos Núñrz

Scorza relata el camino recorrido por Genaro Ledesma para Ia obten-ción de su título de abogado por la Universidad Nacional de Trujillo. Lospropios comuneros decidieron sostenedo económicamente para que,durante un año, elaborase su tesis y la sustentara. El pedido era expreso yencerraba casi un imposible: "Necesitamos un abogado que nos represen-te en nuestras luchas. ¡Un abogaclo que no se venda!". Tal muestra de afec-to motivó a Ledesma a retornar a Cerro de Pasco ya en posesión de su títu-lo. Los pobladores le acondicionaron entonces un pequeño estudio y allíinició su labor profesional, se enteró de juicios que llevaban siete décadassin fallo y se indignó ante los casos de abuso e infortunio que sufrían suspatrocinados y amigos. Fue cuanclo don Genaro recordaría una frase quele vino a la mente cuando las represalias de la corporación: "En el Perú unindio nunca ha ganado r-rn juicio"16.

2. José María Arguedas: La silueta de un abogado it inerante

Otro abogado que no apela a Ia fécnica del fraude como mecanismo desubsistencia es Gabriel, el entrañable e ingenuo padre de Ernesto en Losríos profundos (1958) de José María ArguedaslT. Es un letrado itinerante,que recorre los pueblos del sur de Ayacucho y Cusco, y que en su afán deagenciarse de un porvenir para su hijo, intenta ejercer dignamente su pro-fesión. Esto se dificulta debido a que en la zona donde padre e hijo seestablecen -esa Abancay de la época oligárquica- los juicios eran en sumayor parte de índole penal; mientras que en las pocas querellas civilesse disputaban sumas miserables y jamás concluían. La tierra estaba con-centrada en las haciendas, de modo que los conflictos en esa materia eranprácticamente inexistentes. De otro lado, el propio crecimiento urbanoestaba vedado, pues Abancay estaba rodeada por la hacienda Patibambay el patrón no vendía sus tierras ni a pobres ni a ricos. Solo los grandesseñores tenían algunas causas, tan antiguas que se ventilaban desde hacíadecenas de años.

16 Antes que Scorza, dos magistrados indigenistas que llegaron a la presidencia de la CorteSuprema, el puneño José Frisancho Macedo y el cusqueño José Antonio Garmendia, en susmemorias judiciales, expresaban ya un criterio similar. Véase, FnrsexcHo MecEoo, José.Páginas de orden.iudicial. Líma: Imprenta Carrera, 1949, pp. 1,2-1.3.

17 ARGUEDAS, José María. Ios ríos profun¿los'. Buenos Aires: Losada, 1958.

Cnpírulo 2. N¡nRADoRES Y ABocADos

Pese a estas adversidades, que no vislumbraban un aceptable destino,

Ernesto comenta respecto a la pertinaz actitud de su padre:

No, no podría quedarse en Abancay. Ni ciudad ni aldea, Abancay deses-peraba a mi padre. Sin embargo, quiso demostl?rme que no quería faltar

a su promesa. Limpió su placa de abogado y la clavó en la pared, iuntoa la puerta de la tienda. Dividió la habitación con un bastidor de tocuyo,y detrás del bastidor, sobre una tarima de adobes, tendió su cama. Senta-do en la puerta de la tienda o paseándose, esperó clientes. Tras la divi-sión de madera, por lo alto, se veían los andamios de la tienda. A veces,

cansado de caminar o de estar sentado, se echaba en la cama. Yo lo en-contraba así, desesperado. Cuando me veía, tlataba de fingir.

Puede ser que algún gran hacendado me encomiende una causa. Y bas-

taría con eso -<lecía-. Aunque tllviera que queclart.t-te diez años en es-

te pueblo, tu porvenir quedaría aseguraclo. Buscaría una casa con huer-

ta par^ vivir y no tendrías que ir al internado.

Estarás en tu Colegio y nadie te moverá hasta que termines, hasta que

vayas a la Universidad. ¡Sólo que nunca serás abogadotPara los grandes

males basta conmigols.

Gabriel sentenciaba así -en los límites de su experiencia y su cosmo-

visión- que, dedicarse al ejercicio honesto de una profesión como la de

abogado, no le había traído muchos parabienes. La pregunta hipotética

que podemos hacer es cómo hubiese reaccionado el ingenuo Gabriel si

hubiese alternado frente a realidades como las que provee la capital. Quéhubiera pensado y cómo hubiera reaccionado frente alafrialdad de Carlos

Almenara, frente a un inescrupuloso Bustillos.

Cabría ^gregar

en este elenco infame a Manuel Velarde, el abogado

insensible de don Lucho en la novela urbana, En octubre no bay milagros

del contemporáneo de Ribeyro, Oswaldo Reynoso, quien le increpa a su

cliente por no haber buscado un domicilio par^ mudarse ante el inminen-

te desalojo. Don Lucho, derrotado, reflexiona ante las escalinatas del

Palacio de Justicia:

Había caminado hasta el paseo de Ia república y frente a las aves de

rapiña del palacio de justicia se había sentido aplastado por el orden

perfecto y mecánico de los millares y miliares de papel en sello quinto

que iban y venían de mano en mano, de oficina en oficina, iban como

las letras, los cheques, los documentos que él durante más de veinte

años había recibido, sellado, firmado, para nada. Don Lucho había pen-

Ibíclenr.

41

42 Canlos R¡vos Núñez

sado que detrás de tanto expediente, cletrás de tantas letras, cheques,documentos había algo poderoso, oculto, que nunca llegaría a com-prender: cton Lucho. Reflexiona don Lucho de moclo irrevocable ante lavictoria judicial de la Empresa Ricardo Palma: "No se puede luchar con-tra los poderosos"19.

Alonso Cueto: T\gre blanco del derecho

En los antípodas de la narrativa de scorza o Arguedas se hallan los espa-cios y la representación social que abrazan los personajes de las novelasde Alonso Cueto (Lima, 1954). En la narrativa peruana contemporánea,cueto ha sido el primero en articular en un texto de largo aliento la figu-ra del abogado próspero de un gran estudio capitalino. Se trata ciertamentede una presencia visible, que retrata al personaje a plenitud, en su visióndel mundo y de la sociedad. Los protagonistas imaginados por el nanadorlimeño se movilizan en las altas esferas financieras, profesionales y acadé-micas. Así, ya en su primera novela, El tigre blanco (1935), ambientada enNueva orleans, los componentes del triángulo amoroso que allí se trazason un banquero estadounidense, su esposa, una refinadahterata, y un jo-ven y promisorio arquitecto peruano, Juan, quien acababa de instalarse enesa ciudad. No hay referencias jurídicas propiamente dichas, pero sí undetalle clave lanzado al desgaire: la concepción de la abogacía entencliclacomo sello de distinción. En efecto, el padre de Juan era un exitoso abo-gado limeño, "que proveía a la familia con los ingresos suficientes y conla sensación de que podían ser obtenidos fácilmente,,20.

Pero, sin duda, para el entendimiento de los letrados la procrucción decueto que merece una observación más detenida es Demonio del medio-día(7999)21. La particulartdad de esta historia que se inicia en la Lima clemediados de los ochenta (en el caos del gobierno aprista y la amenazasubversiva) se caracteriza por no configurarse como una novela que tengauna trama "jurídica" como el centro principal de la obra a pesar de que susprotagonistas principales sean en su mayoúa abogados, sino que se con-centra en una historia de índole más bien "subjetiva". concretamente, elrelato gira en torno a un triángulo amoroso desataclo en un estudio de abo-

3.

I92021

I lEr'ruoso, Oswaldo. En octubre no bal, milagro.s.3.a eclición. Lima: Universo, 1973.crrr':To, Alonso. El tigre blartco. Lima: l)iselpe.sa, 19g5 , p, 42.CtrEl'o, Alonso. Demc¡nir¡ clel meclir¡díc¿. Lima-llogotil: Peisa/Arango, 1999.En aclelante cita-mos por la .segunda eclición (Linta: Pei.sa, 2001).

43

tII-l

-,T

II--.----

l : ' i ru rc 2. N¡nn¡DoRES Y ABoGADoS

gados y el entramado de poder, dinero, y estatus social y preiuicio racial

que lo definen.

Esta presentación cle dimensiones y conflictos "personales" que hace

Alonso cueto cle estos abogaclos (mostrando sus orígenes, sus estudios,

sus relaciones sociales, sus pasiones y expectativas de la manera más es-

c'rupulosa), no desplaza del toclo' sin embargo, temas como derecho' ius-

ticia y política, porque el autor nos hace ver cómo el lado personal marca

r. clefine profunclamente muchos comportamientos profesionales en una

íntima relación.

Así tenemos a Ricardo Borda, quien personifica al arquetipo de aboga-

clo de la alta clase limeña, estelar de las páginas sociales, senador de Ia Re-

pública por un partido conservador: Acción Popular. su prestigiosa carre-

ra al manclo de un importante estudio jurídico capitaiino la concibe como

un instrumento para consolidar su fortuna, su imagen y sobre todo su

pocler, mas no como un fin en sí misma, con cierto atisbo de nobleza y

iignidad. Esta ambición es sólo comparable en magnitud a su voracidad

po. las muieres, sobre todo las bellas, una suerte de uomanizercriollo' Su

concepción de la abogacía difiere raclicalmente de la de su extinto padre,

el respetable doctor Borda.

Ricardo había decicliclo la carrera de derecho ante la tumba de su padre'

pero no había heredaclo sus escrúpulos morales ni su concepción estricta

cle la profesión. A diferencia de su padre, no quería apenas mantener un

nombre. Quería apoderarse de la sociedad de Lima, abrumaria con su pro-

fesionalismo, distinguirla con su figura, hacer que se rindiera ante él con

alegria y veneraciónzz.

EnunamuylogradasemblanzacJeeseabogadoseñorónqueeselpadredeRicardo,eldoctorBorda,funclacjordelprósperoEstudiodel

- i r -onombre,AlonsoCueto,atravésdelananaAmal ia ' lodescr ibeesoléndidamente:

Asimilaba los dolores del mundo con una distinción circunspecta, como

posando siempre en el museo cle los caballeros limeños, las facciones

bailanclo en torn o a la rnueca elegante de aristócf?ta desterrado. Tenía

siempre una pipa en una mano y un libro de derecho en la otra. Se

había clistinguiclo como asesor legal de las embaiadas en varios países

durante los últimos cliez años de su vida. Estricto hasta el silencio, dis-

tinguido por los escarpines y los gemelos en ocasiones especiales con

22 lbíclen-r. p. 11'3

44 Cnnlos Rnvos NÚñEz

el chaleco y el terno convertidos en parte de su piel desde la primera

hora clel día, sus pasiones esenciales habían sido mantener su buen

nombre en Lima (...)23'

Frente a Ricardo tenemos a Renato La Hoz, un joven y humilde aboga-

do de raíces ayacuchanas contratado por el Estudio Borda. Tenía un sen-

tinriento cJe inferioridad que lo hacía sentir aieno y tácitamente rechazado

por esa socieclacl a la que su iefe pertenecía. Si bien para Borda asuntos

mucho más importantes ocupaban SuS pensamientos, en una ocasión

pensó respecto de La ]Hoz: "F.rzt. un ernpleado cumplidor, discreto, que

conocía su oficio. Estaba bien infornlaclo en su campo. Si algún día se libe-

rara de ese aire de perro apaleado, podría llegar a tener éxito. Siendo un

cholo callado no podía aspirar a mucho"24. Es verdad que Renato ensaya

cierta elegancia en un día cualquiera de oficina. Finalmente, integra un

gran Estudio y ello exige alguna ciistinción:

(...) saco impecable, pelo caíclo, camisa encapsulada en el triángulo de

las solapas, un azul profesional en la corbata. El atuendo pertenecía al

género clistintivo de persona de oficina. Era un curioso disfraz si lo veían

bien: ia tela larga y ajustada en el cuello, una promesa de elegancia y

serieclad en el trato ai cliente, el maquillaie de la materia, un uniforme

sobre la carne tibia, un código de reconocimiento, la competencia pero

la ética, la eficiencia pero el honor, la cortesía, el símbolo de formas y

colores que el mundo esPera25.

Dos abogados que no obstante ostentar similar c frefa son al mismo

tiempo iguales y diferentes . La realidad profesional que presenta Cueto en

su noveia no difiere mucho de la realidad social del Perú. Contrafiamente

a sociedades como la estadounidense o la europea, donde la obtención de

un título profesional tan importante como el de "abogado" otorga en

muchos casos per se,la pertenencia de su titular a un grupo y estatus dife-

renciaclo; vemos en Borcla y La Hoz no solo la diferenciación entre dos

sujetos de raíces socialmente diferentes, sino también de escenarios edu-

cativos disímiles. Las diferencias sociales fepercuten en la educación uni-

versitaria y se proyectan en la vida profesional con la profundidad de un

abismo. La movilidad social se torna difícil. Renato es un abogado com-

petente que goza por eso cle la confianza de sus jefes y de los clientes del

Estudio Borda, pero, a los oios de su hermano Eugenio, un modesto

23 lbídenr, pp. 136-137.24 Ibíc lent , p.73.25 Ibídem. p 38.

Cnpírulo 2. NnnRADoRES Y ABocADos

comerciante, este ascenso es virtualmente imposible. No basta el talento ni

la preparación. Sin relaciones solventes el ejercicio de la profesión no

puede ser consagratorio:

Tienes que tener contactos, buenas influencias. El mundo de los abo-gados es así. Pura influencia y puras relaciones, Tú haces el trabajo parael doctor, pero a él lo conocen. Él va a los cócteles, aparece en losperiódicos y toda esa nota. Su papá seguro que bogaba en el Regatascon los papás de ministros y almirantes. A ti nadie te conoce, hermano.Esa es la verdad26.

La distancia social entre uno y otro emerge de la descripción inicial que

Renato la Hoz formula sobre el doctor Ricardo Borda cuando ingresó a tra-

bajar al Estudio: "Un abogado que hace brillar la justicia". La admiración

aparece incluso excesiva y hasta equívoca:

Sus ojos, su pelo, sus trajes, su automóvil, sus dientes, su piel, sus muje-res, todo lo que tenia que ver con é1, parecía relucir. Borda iluminabael aire a su alrededor. La gentil y la sólida luz que despedía era ansiadapor los anfitriones en el centro de sus fiestas y cócteles. Príncipe hipoté-tico y real de limeñas conocidas, la presencia del doctor Borda era undon codiciado en los eventos sociales, la imagen más fuerte en la con-ciencia de los invitados y la foto más grande en las páginas de los dia-rios. Había algo así como una firmeza elegante en su cuerpo alargadoen ternos oscuros, distinguido por los grandes ojos marrones y el pelocastaiozT.

La Hoz pasa de Ia admiración al recelo y, finalmente, al odio consoli-

dado cuando Renato se enteró de que su compañera de trabajo y amor

imposible, Celia Carlessi, se había convertido en amante de Ricardo Borda.

Celia es una joven abogada de clase media, graduada en la Universidad

Cató|ica, autora de una ¡s5i5 -25g5orada por un académico de carne y

lrueso, Fernando de Trazegnies- sobre Lenguaje y Derecbo, becada en

México. Desde el primer día, Renato la había visto plegarse al ritmo de

consultas en libros y redacción de informe5 -¡'f,5¡2¡i¿ todo el tiempo

haciendo esto. Sobre todo me gusta que a veces uno pueda interpretar las

leyes. No sólo las aplica sino que tiene que entenderlas. El Derecho no es

un asunto mecánico. Hay algo creativo también"28-. Una combinación

entre carisma, belleza y eficiencia laboral que no tardó en ilusionar tanto

Ibídem, p. 77.

Ct;eto, Alonso. Demonir¡ del mediodía. Rogotá: Peisa/Arango, 1999.

Il-rídem, p. 38.

i t )

)-l8

46Cnnlos R¡H¡os NuÑrz

aBordacomo a LaHoz. De la admiración al primero pasó al amor' No

interesaba ya que fuera clandestino y adúltero, aún después de casada y'

no obstante que -algo poco convincente- sedujo' embarazó y abandonó

a su propia he,mana, increíblenrente antigua secretaria del Estudio Borda.

AlsegundoCel ianuncal legaríaacorresponder.Solopodíaofrecer leunacándida amistad'

ElrencoracumulacloporRenatoLaHozcontraRicardoBordaserefuer.zaalenferarsedequeelabogadodelosternoslustrososplaneal levaracelia carlessi a Venecia. El huamanguino acomete entonces una desespe-

rada escena de celos en el aeropuerto Jorge chávez, que coincide con la

revelación no convincente de la madre cle celia: su hermana fue también

seclucida por Borda cuando trabaiaba como secfetaria en el Estudio y des-

pués insistió que le practicaran un aborto'

Forceiea con el guardaespalclas clel abogado exitoso y le descerraja un

cl isparoenunapierna.BorclanoqueríaqueesteSucesoseconvir t ieraenunescándaloqueperjudicarasuimagenpúbl icaysusaspiracionespolí t i -cas, pero tampoco quería deiar impune a su agresor' Delegó el trabaio

sucioaunabogadol i t igantedeclasemediaba¡a,EpifanioCarranza'usualtestaferro de Ricardo Borda, quien logra internar en la cárcel de "San

Jorge"aRenatoLaHoz,confalsoscargosdeapropiacióni l íc i ta ' roboycleñauclación, evidentemente Fabricados. El inescrupuloso Carranza

resumía su práctica profesional en una frase peruana muy extendida entre

quienes corrompen y quienes se dejan corromper: " ¿cómo arreglamos?"'

La expresión supone un tácito entendimiento entre los interlocutores, que

danporsentadoque'noobstantecualquier impedimentolegaloét ico' l le-garán a un acuerdo que los sustraiga de la norma'

LaredenciónsocialdeRenatoLaHozvienedelamanodeldest ino.Enlas miserias cle Ia cárcel conoce Cómo esa misma justicia maniatada que

rápidamente lo inculpó, se presentabaparadóiicamente lenta e inciefta con

losprocesadosqueconoció.Enpr is iónesdondeconoceelagradeci-mi"ntoyelvalordadoasusconsul taslegalesgratui tasamuchosinternos.uno en especial, ya moribundo ("Ratablanca") le confía el futuro de su hiio

\wilmer quien, separado de la vida delincuencialhabía estudiado derecho

en San Marcos "El pelo corto, los labios gruesos' la mirada formal y aten-

ta, , .AntelapreguntadeRenatoLaHozsobresi t ieneunaespecial idad, lecontestaj "No puedo darme esos lujos, señor' Y cuando le pregunta si ha

estudiado el código civil este responde -"Tengo recortes de los periódi-

cos". Seguramente refiriéndose a los comentarios que aparecen en la sec-

ción "Derecho y Economía" del diario oficial El Peruano'

Cnpirulo 2, NnnnADoRES Y ABocADos

Ratablanca le adjuntaba veinte mil dólares (probablemente producto

de sus fechorías) para hacer más viable la promesa de apoyo. Renato La

Hoz al acceder después de largo tiempo a su libertad obtiene su propio

estudio y logra concebir un concepto sobre el oficio que despliega en su

profesión: "Quizás algunos creen que tener un abogado los va salvar de

cualquier problema. Ángeles de la guarda para algunos, en realidad, sotnos

psiquiatras que tranquilizan y científicos que explican las reglas del uni-

verso que les importa los clientes. Siempre a su servicio".

Vemos entonces cómo Demonio del mediodía nos relata también cómo

afectan de modo diferente los avatares de la vida legal y judicial en abo-

gados de diferentes estratos sociales, mostrándonos las miserias y desen-

cantos de aquellos que no pueden acceder a una cLlota de justicia, la que

aparece sumisa frente al dinero y al poder que pueden manipularla a su

antojo.

En la novela aparece fugazmente el abogacio surfista Ramiro Black,

"Blackie", quien reemplazaría a Renato Lzt Hoz. Blackie es el despreocu-

pado hijo de un empresario amigo de Ricardo Borda. Consagrado a la

tabla; el ejercicio de ia profesión poco le interesa. Borda lo habría despe-

dido de no ser por el vínculo social y económico que lo unía a su padre.

Demonio del mediod.ía frae también la figura del abogado servil.

Ribeyro, en)os geniecillos dominicalesy su diario personal, ya había des-

crito antes a este típico espécimen de una firma legal, que, por lo demás,

él conocía muy bien como practicante del Estudio Ferreyros. En Demonio

det mediodía es el asistente halagador del socio Reuss. Lolo todos los días

se presentaba ante Borda para confiade lo que el doctor Reuss hacía.

Lolo estaba decidido a con graciarse con el doctor Borda, quien recibía eI

servilismo de sus chismes sin preguntas ni comentarios. Lolo le venía a

hablar de los clientes con los que Reuss estaba tratando, de las cifras y

plazos que conversaban. Borda ya había escuchado la información direc-

tamente de Reuss pero le interesaba y divertía ver aparecer en su puerta

a ese monigote de nariz ganchu d^ y ojos bovinos. Por otro lado, Lolo se

ofrecía al doctor Borda parahacer sus llamadas, halagaba sus trajes y bus-

caba conversación inútil sobre temas de política. Le había asegurado que

ganaría las elecciones y estaba dispuesto a colaborar, por supuesto, en su

campaña. Los rumores y el servilismo eran sus mejores armas de ascenso

y presencia. Era un intruso con aspiraciones de cortesano que había ter-

minado como bufón, un producto genuino de la monarqvía de oficinaz9.

:a Ibídem, pp. I I7- I I9.

47

48 Cnnlos R¡rr¡os Núñrz

En el fondo, en un gran estudio de hombres de leyes, todos los subor-

dinaclos tienen algo de Lolo pero en diferentes dosis. En ese sentido, Re-

nato La Hoz reflexiona: "Todos somos pajes en realidad, aunque algunos

con más c Íegofía. Nadie escapa de la órbita de identidad que circulaba

en el estudio"' lo.

La novela es también útil para la descripción del escenario de aboga-

clo. Es la prirnera vez en la historia de la literatura peruana que se reÍrata

el Estudio de un abogado de encumbrada posición:

El local dei estudio imitaba una mansión sureña al estilo de Io que el uien-

to se lleuó. Tenía dos plantas y un ático, paredes altas, ventanas erguidas,

enredaderas recortadas en la fachada, dos columnas en ia entrada y un

camino de losetas resuelto en una mosqueta rofa. Del hall de ingreso

salían dos alfombms. una conclucía a la sala de reuniones y la otra a un

patio y a la cocina. La escalera ancha, resaltada por barandas de madera,

se curvaba hasta el segundo piso donde comenzaba el verdadero mo-

vimiento. El corredor principal se extendía como una gran arteria hasta

una ventana de vidrios gruesos marcados por escudos y emblemas de la

flor de lis. una serie de pueftas aloiaba a las asistentes y practicantes, pefo

los abogados principales ---€l doctor Reuss y el doctor Jiménez- ocupa-

ban las dos oficinas grandes del fondo. En el otro extremo del segundo

piso, en lazona que daba al parque, estaba la oficina del doctor Borda'

Una puerta de madera plana y manija dorada lo anunciaba3l'

Entre las figuras que acompañaban al acomodado Ricardo Borda, casi

como parte del mobiliario de su Estudio, se halla su secretaria, la señora

Flora: "una secretaria-gerencial, un símbolo agregado a la leyenda ofici-

nesca del doct"or"3z. Doña Flora asimilaba las quejas, reclamos y roces

entre los empleados del estudio. Brindaba a Borda informes verbales de

todo 1o que acontecía en el estudio, tuviera o no que ver con el trabajo de

sus subordinados. En el paisaje que rodeaba a\ afamado letrado se halla-

ba también un escolta, el Tanque Alberto Castro.

De piel marrón, hombros anchos y manos duras como martillos. Los bigo-

tes clensos, Ia barriga ligeramente inflada y los ojos tranquilos le daban el

aspecto de un oso amaestrado. En la cintura , tapada por el saco, tenía una

Beretta de calibre 22. El Tanque era el corteio natural de un profesional

adinerado, un protagonista social y un político con aspiraciones. Hombres

como Borda siempre tenían al menos un guardaespaldas como é133.

30 Ibíden,, P. 119.

3I Ibídem, p. 74.

32 Ibídem, p. 15.

33 Ibíden-r, p. 88.

CnpÍrulo 2. NnnnADoRES Y ABoGADoS

Por supuesto, Ricardo Borda, detentador de influencias múltiples (iogró

que la justicia encarcele a Renato LaHoz pof un crimen que no cometió),

se halla rodeado de amigos y adulones. uno de ellos, serafín cordano,,,viejo amigo miembro del partido, que estaba decidido a acompañarlo en

la vida política acfiva. Serafín era hablador, inescrupuloso, educado y tenía

mucho clinero. Su único defecto era un alcoholismo crónico disimulado

por un gesto risueño y unos modales tranquilos' Era un buen amigo: esta-

ba rodeado de contactos influyentes3a. Todos sabían, menos Ricardo, que

serafín era el am nfe de su esposa. Al final, con el dinero de Ricardo,

fugan juntos a Estados Unidos.

uno de los pasajes más interesantes de Demonio del mediodía radica

en el desarrollo del concepto de un gran Estudio de Abogados, como una,,pequeña y orgullosa monarquía" o "un feino feudal", cuyos miembros tie-

nen la misión de ofrecer al cliente "los bienes del paraíso" con seguridad,

celo, confianza y buen trato. Lo esencial es mostrar cordialidad con moda-

les, exponer los temas, destacar la importancia de :una acfi'nlización legal

permanente. ,,Todos juntos para ofrecer un servicio perfecto: pafa ganafse

al cliente, que nos tenga confianza, que piense que sin nosotros está per-

dido"35. Todos los empleados del gran Estudio "atienden con la misma ra-

pidez, piensan igual". El Estudio "es un cuerpo vivo con muchos pofos que

."rpirun,'. El poblador de la oficina se diferencia uno de otro solo en los

detalles.

Si cueto emprende una inmejorable descripción del ambiente físico que

conforma un importante Estudio de Abogados, también aciert^ al presen-

taf en forma casi teatral la furiosa actividad en su interior, como si se tra-

tafa de una colmena de abeias diligentes. La asociación entre Palacio de

Justicia, estudio de abogados y colmena, curiosamente, ha sido comparti-

do también por Vargas Llosa en La tía Julia y el escribidor y por Julio

Ramón Ribeyro de /os geniecillos dominicales'

cada habitanre -explica Alonso cueto- de la oficina quiere ser miem-

bro de la institución pero también ser el único. Cada uno se viste a su

modo (...). Todo.j iguales y todos tratando de singularizarse. Empleados-

ciudadanos de un reino, clonde el café es el trago nacional. Lucirse

tomand o café, apryentar méritos . La bebida negra humeante refleja a un

empleado trabajador a quien no le importa las horas largas y la presión

adicional. Los primeros cafés circulaban a las diez de la manana, Los

34 lbídem, p. 86

35 Ibídem.

50Cnnlos Rnvos NÚÑez

últ imos,alasdiezdelanoche'Algunostraíansusenvases'Laseñorarecibía ait ...,[' ptdidos' Los tufé' t*pt"ts de raza diminuta' el café

conlecheenvasoancho, lospozosdecafénegroconelresplandordelas luces del techo, |a sacarina, e\ azttcar, los tragos rápidos y cortos o

loslargosyfrenét icos'Tener lat^z^enelescr i tor io, l levar laalasreu-niones, sorber el líquido caliente' poder seguir y apareotar' que todos

sepan' 'ros pobladores de la oficina por lo general acaician el doble

sueñodel legaraSersusjefesodeverlaquebrar.¿Quiénnoaspiraalgu-r lavezadir igirodestruir laempresadondetrabaia?Quemarelal tarenel que vive el jefe es la materia de la que están hechos los sueños de

losempleados.Estosconsideranal jefeholgazánoarbi trar iooabusivoo incapaz. Y sin embargo' todos en mayor o menos grado' hacían su

genuflexión de sonrisa Á"r,do el doctor Borda entraba. Renato también

la hacia, una sonrisa solapada' corta' huidiza36'

Demonio d'el med'iodíano es la única obra en la que Alonso Cueto se

ocupadelabogadodeungranestudio'RetomaríaeltemaenLaboraazul 'donde relam una dramáricasino trágica relación sostenida por el padre de

Adrián Ormache (abogado exitoso que obtenía nueve mil dólares de ingre-

so mensual, casado .Jn la bella y acaudalada claudia, hiia de un millona-

rio pródigo), un cruel oficial de la marina pen)ana' iefe en la década de

los ochenta de uno de los cuarteres más espantosos en la lucha antisub-

versiva,LosCabitosdeAyacucho.Elpasadoocul todelpadreesobjetodeuna búsqueda exhaustit'" pot parte de Adrián' A partir del testimonio de

un hermano desaprensivo, quien a su vez se nutre de los informes de ofi-

c ialesamigosydelosdocumentosyfotografíasdeextorsiónqueatesofa-ba su madre recién fallecida, descubre la faz escondida del padre. El mili-

tarormacheseservíasexualmentedelasdetenidasporsospechadeterro-rismo; tras viorarras ras entregaba a ros apetitos de la tropa y luego eran

asesinadas.

El padre, no obstante su aptitud sanguinaria' se enamora de una dete-

nida, Miriam Ancco, de diecisiete años' quien logra escapar-de su encie-

.ü9.Unatíadelamuchacha,sinembargo'registralasfotografíasdelasór-

dida relación, con las que se vale del chantaie. La historia propiamente

consiste en la afanosa búsqueda que emprende el abogado Adrián Orma-

chedelajovenalaqueporúl t imoencuentfa,seduceylahacesuya.Esteproceso marcay rrn,fot-a su existencia' Abandona a su rica esposa de

ref inadosmodalesyeleganteVest i ryasusdoshi jas(unadelascuales,Al ic ia,esestudiantedederechoenlaUniversidadCatól ica)yentablauna

36 Ibídem.

Capírulo 2 NnnnADoRES y ABoGADos

relación romántica con la que fuera amante forzada de su padre y, trasvencer una serie de reparos convencionales la luce en sociedad. La jovenandina, La Esmeralda de los Andes, abrumada por su doloroso pasado,finalmente, se suicida. El tímido hijo, Miguel, concebido de Ia relación conel maivado oficial, sobrevive y recibe el apoyo de quien sería su hermano,Adrián37.

La transición moral de Adrián ormache no es súbita. En realidad, reco-noce con hidalguía que no era usual para él hacer el papel de alma noble."Siempre he pensado -anota_ que la generosidad es una profesión apar-te"38.La vida frívola y anegada de banquetes y saraos, en las que participa-ban lo más graneado del mundo empresarial y abogados de rutilantes bufe-tes, como (se les menciona directamente) los Muñiz, los del prado (estos alparecer imaginarios), los Rodrigo y también políticos conservadores comoRaúl Ferrero y Lourdes Flores, y el mismo presidente Fernando Belaunde,da un giro intempestivo al involucrarse sentimentalmente con la loven aya-cuchana, residente en el populoso distrito de SanJuan de Lurigancho, dondeconduce un modesto salón de belleza, La kmeralda de los Andes. Al ena-morarse de Miriam se tornaría un abogado distraído e indolente con susclientes. En una especie de autorretrato, Ormache, escribe:

Yo podía ser un abogado de cierta importancia, pero esa tarde era unextraño tocando la puerta de un desconocido llamado paulino Valle,que vivía a varios kilómetros de mi casa pero a una distancia sideral delplaneta que yo habitaba. Yo venía del otro lado de la realidad, de unadimensión en la que la gente se sube a automóviles y se acuesta encamas anchas y se despierta mirando armarios con filas de ropa. ¿euéle iba a decir?39.

Adrián se sabe un buen abogado, pero carece de la brillantez de susocio Eduardo, en quien conoce un mayor talento jurídico, además dota-do de óptimas relaciones sociales4o. Platón, otro amigo de Adrián, estudiótambién derecho, pero optó por otra profesión "más pedestre y rentablecomo la odontología". 'v

51

37 Cut':ro, Alonso. La bora azuL Lima: Anagrama/Peiszt, 2005. pp. 266-267. Enreciente, Alonso Cueto explica que su narrativa se volcó a su retorno de loshacia un realismo que tiene por base la búsqueda de la justicia. Véase eldomingo 15 de de enero del 2006, p. 20.

38 Ibídem, p. 99.39 Ibídem, p. I55.10 Ibídem, p. 53.

una entrevlsta

Estados Unidos

diario Correo.

52 Canlos Rnrvos Núñez

Los clientes de Adrián y de su socio Eduardo forman también parte del

escenario. Uno de los que mejor les remuneraba era un empfesario, don

Héctor 'üTakeham:

Me pagaba a cambio del costoso placer de saber que tenía un abogado

más en el elenco de los cuatro a los que consultaba su empresa' ("')'

En el estudio 1o ayudábamos con informes sobre los impuestos y tegla-

mentos, pero era una asesoría más bien rutinaria. Someternos a su con-

versación era nuestra retribución esencial a su pago al estudioal'

En cierra ocasión, Adrián ormache decide desplazar el Misky de san

Juan de Lurigancho por la Rosa Náutica, donde sin remilgos sociales lleva

a Miriam Ancco. Mientras almuerza la pareia, ingresa un grupo de hombres

con pinta de ejecutivos. Adrián conocía a uno de ellos "un abogado lla-

mado Renato La Hoz, quien ie dio una palmada al entrar. Renato se le

acercó, hablaron brevemente, y le confesó con una sonrisa que había

mudado su estudio a un nuevo local. Le presentó a Mkiam, la miró y le

dijo ,mucho gusto' y se fue diciendo 'saludos a Ia familia'. ¿Quién era? le

preguntó Miriam, a lo que el respondió. Un colega"4z. Quien haya segui-

do la entera obra de Cueto recordará que Renato La Hoz era el abogado

humilde contratado por Ricardo Borda en Demonio del mediodía. La Hoz

ha mudado de condición. Después de la salida de la cárcel se ha conver-

tido en un profesional exitoso. Cueto ha querido trazaf -para los enten-

didos- una bisagra simbólica entre Renato la Hoz (ayacuchano también)

y la atormentada Miriam Ancco.

una de las hijas de Adrián ormache, Alicia, sigue la c rfefa de su padre,

la abogacía, en la Universidad Católica. La ioven inicia luego sus prácticas

en el Estudio lJgaz -también existente- y se interesa por conocer a su

sobrino Miguel, estudiante de la Universidad Nacional de Ingeniería. Las

diferencias sociales han sucumbido ante el afecto familiar.

Jaime Bayly: El aspirante a nada o la incomprend¡da vida deJoaqufn Camino

4.

El aprendiz con mayor desapego a Ia práctica profesional de la literatura

peruana contemporánea será Joaquín Camino, el protagonista de la nove-

47 lbídem, p. 274.

42 Ibídem, p. 244.

Cnpírulo 2. NnnRADoRES Y ABocADos

1a prácticamente autobiográfica de Jaime Bayly, No se lo digas a nadie(1999)43. En la versión fílmica, dirigida brillantemente por Francisco

Lombardi e interpretada por Santiago Magill, que encaja perfectamente con

el personaje, Joaquín llega a titularse de abogado, reconciliándose con su

familia, tras una sórdida trayectoria consagrada a la cocaina, el alcohol y

el sexo efébico (con ocasiones encuentros heteroeróticos), sin que se haya

registrado en ningún momento un solo contacto ni con los libros ni con el

empirismo judicial. Ya recibido se encargará de los negocios de sus padres.

No se lo digas a nadie cuenta la historia de Joaquín, un joven limeño de

familia acomodada pero opresiva, con un espléndido futuro. La madre,

beata devotísima, ordinaria del Opus Deiy seguidora de José María Escribá

de Balaguer, protectora en sumo graclo de Joaqr-rín, es confrontada en la

novela con un padre severo, machista, putañero, algo criminal, homofóbi-

co y racista. Este ambiente no era el apropiado para Joaquín, que pronto

descubre su homosexualidad. Orientación complicada de sobrellevar en la

pacata sociedad limeña de la época. La dolorosa tensión entre el cuidado

de las formas y sus inclinaciones llevarían al joven Joaquín a la frustración,

la infelicidad y el fracaso traducido en las notas de la Universidad Católica,

donde no llegaría a aprobar los estudios generales. Varios estudiantes de

derecho desfilan en No se lo digas a Nadie. Uno de ellos es Ricardo, ex

enamorado de Alexandra, amiga y confidente de Joaquín, con quien com-

partirá un departamento arrendado por la madre de Joaquín, a condición

de que siga la carrer^ de derecho. En un jugoso diálogo que fluye en el

local del fundo Pando, en la Facultad de Derecho de la Universidad

Catóiica, se lee:

Hacía dos o tres años que no se veían. Se habían conocido en la

IJniversidad Católica, cuando ambos estudiaban para ser abogados. JuanIgnaa_g/acababa de volver de Vashington, doncle había terminado Lrna

maestría en ciencias políticas. -Asiento, asiento -dijo, señalando un

viejo sil lón de cuero. Se sentaron. Cruzaron las piernas. Sonrieron.

¿Y7 ¿Cómo has encontrado Lima? -preguntó Joaquín. (...) -Esta ciudad

es una mierda -dijo-. Yo no me qlledo aquí ni cagando.

Caray. ¿Tan chocante te ha resultado volver?

-Estoy traumado, Joaquín. Llegar de afuera después de un par de años

es un sbockde la gran puta. Cuando vives aquí, no te das cuenta de la

mediocriclacl espantosa de Lima. Pero cLlando llegas de afuera es un

choque brutal.

43 l3.rytx, Jainre, 1/r-¡ se lo digas a nadie. Barcelona: Seix Barral, 1994, p. 164.

53

Cnnlos Rnvos N úñrz

-¿Y de verdad estás pensando irte?

-Sí, yo me voy de todas maneras, y cuanto antes, mejor. Este país notiene arreglo, Joaquín. Todo va a seguir empeorando. El perú es unamierda, y eso no va a cambiar en cien mil años4.

Joaquín insiste en la pregunta:

-¿Y no preferirías estar en Lima trabajando en algo que te gusta? JuanIgnacio ríe con un aire budón:

-No, pues, hombre, eso de ninguna manera _dijo_. ¿eué podríaestar haciendo en Lima? ¿Tral>aiancho como abogado en un país dondela ley no vale nada? ¿Sobreviviendo miserablemente como periodista?¿Escribiendo una novelita para que después la lean cien o closcientaspersonas y me digan que soy una joven promesa? No, pues. DonJoaquín, hay que tener metas más elevadas, hombre.Ahora Juan Ignacio parecia algo irritado,

-Entiendo, entiendo --dijo Joaquín-. y cuéntame, ¿cuáles son tusmetas allá?

-Bueno, me gustaría tener un buen trabajo, ganar buena plata y tenertodas las comodidades que te ofrece una ciudad como Madrid, y que enLima, con terrorismo, cólera, falta de agua y apagones cada cinco minu-tos, no puedes tener aunque seas millonario45.

En un diálogo telefónico quejumbroso entre Joaquín y su mojigata yopresora madre, que insiste, desde Lima, en su retorno de los EstadosUnidos al Perú, el muchacho se lamenta:

-LIstedes no me dejan vivir en paz. Desde chiquito me han hecho lavicla imposible. -No es cierto, mi Joaquín. Yo siempre he querido lomejor para ti. Yo veo por tus ojos, mi amor. Por eso me parte el almaverte así tan venido a menos , tan amargado, cuando poclrías estar

) haciendo grandes cosas.

-¿cosas como qué? -preguntó é1, enfadado-. ¿cosas como qué?

-lt{o sé, podrías estar estudiando filosofía de la mente, alta políticainternacional. Podrías estar cultivando la mente superdotada que Dioste dio. Yo sólo quiero que seas feliz, feliz como una lombriz.

Él se rió, haciendo un gesto cínico.

44 lbídem, p. 257.45 Ibídem, p. 259.

Cnpirulo 2 NnnnADoRES Y ABocADos

-Vuelve a Lima, ffi i cielo -dijo ella-. Sigue tus

carrera profesional en la universidad.

-Olvídate , mamá. No me interesa ser abogado,

doncle nadie respeta las leyes46.

estudios. Termina tu

y menos en el Perú,

5. Jorge Eduardo Benavides: Un exaltado estudiante de derecho

-]orge Eduardo Benavides (Arequipa, 7964) en dos novelas, Los años inúti-

lesaT y El año que rompí contigo describe las vicisitudes de los estudiantes

de derecho. El personaje de los años inútiles es Sebastián y la figura este-

lar de El año que rompí contigo, Aníbal. Ambos tienen un rasgo común:

son estudiantes de la Facultad de Derecho de la Universidad Garcilaso de

la Vega durante el gobierno aprista, entre 1985 y 7990. La diferencia sería

solo temporal debido a que Sebastián estudia hacia los comienzos de 1986

r. Aníbal, en cambio, alrededor de los años noventa, cuando el desastre

nacional tanto político como económico se había acentuado plenamente.

El "Tambito" es un barcito contiguo a la Facultad de Derecho de la ave-

nida Petit Thouars, frecuentado por estudiantes y profesores, que, como

en Conuersación en La Catedral, es uno de los escenarios predilectos del

relato. En un diálogo entre Sebastián y sus amigos, a quienes no veía hacía

tiempo por haberse cambiado al turno de noche para poder dictar clases

en academias preuniversitarias, deplora que apenas asiste a la universidad

v manifiesta su desaliento a la carrera ante el "tráfago de los cursos cada

r-ez más áridos, en los libros cada vez más insulsos, en las separatas raquí-

ticas y empantanadas de latinajos, en las horas soporíferas escuchando a

los profesores desabridos, oscuros, mediocres"48. Llno de suS interlocuto-

res, Pepe, le retruca por qué geguía en Derecho y no optó por un cambio

cle carrera. Esto genera unl confesión en tono reflexivo por parte de

Sebastián: "Quizá me resistía a admitir que había fracasado eligiendo

Derecho, desde siempre quise estudiar esa caÍÍera. TaI vez porque tenía

una idea bastante ingenua de lo que eso significa"a9.

El pequeño ambiente del Centro Federado de Derecho, rígidamente

.ontrolado por la Juventud Aprista, domina el ambiente' Los retratos de

-: Ibídem, p. 328.llr..r,runns, Jorge Eduardo. Los años inútiles. Madrid: Alfaguar^, 2002.

* \ I ir íclem, p. 4I .

- Ibíc lem, pp, 4I-42.

Cnnlos Rnvos Núñrz

Haya de la Torre y de Alan García, el mimeógrafo, las consignas, las ban-derolas, los afiches y los pensamientos figr-rran en pizarrasy paredes comolos cánticos y las fanfarrias en forma abrumadora.

Allí organizamos los seminarios y talleres de ideología política, alrí esta_mos preparando charlas, simposios y conferencias que organlzafemospoco a poco en cada facultad, empezando por la nuestra, allí nos reu-nimos para discutir y tomar acuerdos, para seguir elaborando cursiilosde capacitación ideológica sobre todo a nivel universitario, porque siem_pre hay algo que hacer en la universidad, ya sabes5o.

En realidad, se aprendía más de los profesores invitaclos a las confe-rencias que de los catedráticos de la universidacl. No hay aquí ningunasemblanza a un Íilan profesor ni a una ¡¡ran universidad. Se trata del testi-monio crudo y frío de un estudiante de clerecho que no ama su carrera yque no encuentra ningún estímulo en eila. uno de los persona]es queasoma entre los conferencistas y que se trata cle una persona real es el doc_tor Rubio de la universidad católica, que debe ser, Marcial Rubio, un bri-llante jurista, totalmente externo a la universidad Garcilaso cle la Vega.

Se aprendía mucho en las charlas y seminarios que nosotros mismosorganizábamos, llama tú al doctor Urqueaga, y tú, pedro , encárgate deconseguir que el doctor Rubio asista esta vez porque nos la debl, y tú,Gata, a ver si vas a la Universidad Católica porque allí huy Lln sociólo-go' aquí está su nombre en esta tarjeta, qlle se mostró interesado en ve-nir a dar una charla. Por eso rara vez faltábamos y aI qlre no asistía lomirábamos mal, lo degradábamos sutilmente con nuestra incliferencia,con nuestro silencio y con delegarle las tareas más detestaclas y humil-cles: colocar las sil las en el auclitórium cle la Facultad, conseguir lasaguas mingrales, los vasos, las jarras, instalar la rnesa cle los ponentes,lrasta ir almercadillo colinclante con el Estaclio Nacional para comprarflores cuando venía alguna cated,rática. Por eso, porque no asistir a unacharla , a una conferencia, a un simpósium, era como abjurar del interésprofundo, abnegado, consecllente en el Partido, naclie quería faltar auna de esas conferencias o seminarios que organizábamos en la univer-sidad y que al principio sólo atraían a pocos estucliantes -aun en nues-tra propia Facultad- que se acercaban convenciclos cle la import anciadel evento, de lo relevante y actual del tem a a d,ebatir, decíamos los quefórmábamos parte de la comisión qlle recorría las aulas invitando alalumnado en general y con la venia del doctor aqr-rí presente aquien lerobamos unos minutos de su clase, extenclienclo también la invitac ión a

50 lbídem, p.70.

Cnpírulo 2. NnnnADoRES Y ABocADos

su persona, al debate sobre 'El pensamiento político en el Perú con-temporáneo', o 'Legislación laboral y justicia social', al simposio sobre'La oligarquía en el Perú: ciento cincuenta años de yugo imperialista'sl.

La novia de Sebastián, Rebeca (una mujer práctica, si no es ello redun-

dancia) insistía para que este dejara de lado su idealismo y su inconcien-

cia. Debía hacer una tesis de derecho, no de ciencia política. Tenía que

buscar trabajo, sirviéndose de sus amigos apristas, que detentaban el

poder. No podía seguir trabaiando en las academias preuniversitarias.

"sebastián no podía querer ser un profesorcito toda su vida"5z.

Los amigos de Sebastián, Pepe y el padre de este, el profesor Soler,

parecen guardade auténtico aprecio y se conduelen por su falta de voca-

ción práctic^ para con el derecho: Cuando Pepe Ie pregunta a su amigo:

"¿Y por qué no querías trabajar como abogado?", quizá este ignore que

tiempo atrás su mismo padre le habría dado a Sebastián la posible razón

"Porque eres un idealista, muchacho, y eso a veces es malo. Lástima que

en este país no exista realmente la carrera de Ciencia Política". Sebastián,

va irritado, explica su indolencia ante la profesión legal:

(...) era una cuestión de principios , nada más; conocía cómo funcionabatodo el país, cómo eran de corruptos los jueces, los mismos abogados, por

cada caso mínimo e intrascendente, cada escrito, cada folio legalizado,cada recibo llevaba su cuota de corrupción. Él no quería mantener ese sis-tema. ¿Era por eso, Sebastián? Falso, no era eso. -Claro que sí, muchacho

-Soler desatiende la carta que el maitre ha puesto entre sus manos-.Defender los principios siempre será un ideal; debemos cambiar el siste-ma, luchar para que sea óp.timo. Recuerdo claramente tu monografía y mealegro de que por fin te animes a hacer la tesis)J.

En otra escena de la novela, la señora Rosa, una empleada doméstica

Testigo de Jehová, recuerda cómo su patron doña Elba litigaba con su

esposo sobre la vocación literaria de su hijo Arturo. Ambos querían que

estudiase derecho y no iiteratura, pero mientras el padre abogado quería

convencerlo a la fuerza, Ia madre proponía no presionarlo. Al final,

-\rturito aceptó: le habían dado el automóvilsa.

En otra novela de Benavides, El año que rompí contigo, el personaje

.\níbal, estudiante de derecho, jefe de prácticas del Chato Paz (un profe-

I i r ídenr, pp. 131-132.

I l r íc lern, pp. 25I-252.

i i-ríclem, p. 252.

Ibíc1em, p. 103.

57

58Canlos Ral¡os Núñrz

sor honesto y de orientación marxista, pero irascible y demandante), pro_fesor de la Academia Agroperuan a (i'ual que sebasti án de Los años inúti-les) y taxista. todo a medio tiempo, se aburre leyendo ra Teoría pura derderecbo de Hans Kelsen: "el hombre es un complexo de normas, un putocentro imputativo de deberes y derechos, ya lo estaba fastidiando el tema,y eso que aún era temprano para empezar a fastidiarse,,55. Agrega luego,con intención poética, refiriéndose al famoso jurista austriaco y a su fartade tiempo e interés:

Kelsen _imputativo, impúdico, imposible_, colmaclo de Kelsen _inin_teligible, inaguantable, insoportable-, disfrutando con el sabor dulzóny natoso de ra leche en el palaclar. y dentro de unas horas tendría quesalir a taxear. y más t^rde a estucliar, ahora sí, ,;,*"; juro, para elexamen, porque era un hecho que por aquel momento el gato t.up"_ba por completo su interés. Y más tarcle aún, entrar al aula temblandode miecro y..asco y hojas fotocopiaclas, parchadas aquí y a,á con resal-tador amarillo. y con toda seguridad, al salir de clase lo íramaríaer profepaz para encargarle más chamba, malclita ra hora en que se metió deayudante de cátedra, por los pocos cobre, qrr. gur,"b", el asunto nomerecía la pena. ya se imaginabara cantidad de riÉros pár clasificar, lasnotas que habría de preparar para las clases del pato cnaz. ya se lohabían dicho, cuando er profesor lo llamó ra primera rr.z, que honor, elchato paz soro se digna llamar a los mejorcitos, ahora vas a estaf enchu_fado, y él sintió algo ufano, estúpidamente coávencido á" qu. se rrara-ba de un ascenso o su equivarente curricular, digamos. sóro Ivo seencargó de bajarlo rápidamente de ras nubes' todJ un honor, le dijo,pero ya verás Ia chamba que te espera. y así fue56.

0"ffi'"x'r;i[?,3ñ;:".T11",:.,;:L]:if "¿HÍjA^;LH,:rffi;azul de

'a Teoría pura der derecbo"57. pensaba el personaje la explicaciónque le daría a su novia, Maria Fajis, acerca de un

".r.u".r,.o furtivo quetuvo con una mujer, pero de pronto, razona como abogado: ,,,Explicación

no pedida, acusación manifiesta', se le escapó. Aníbal se puso en guardia,cuatro años de Derecho lo estaban convirtiendo peligrosamente en unabogado. ¿y entonces, huevón, para qué estás estudiando, qué es lo quedeseas, cuál es tu meta?, se enderezó repentinamente en la siltu que cru_jió como dispuesta a escuchar u.ra ,eflexión seria y arturada de ra vida,i..

55 llr:xavroEs, Jorge Ecluarcrc). Et añc¡ que r()mpí c,ntigo, p. 15.56 lbíc lenr, pp. 17- lg.57 Ibídem, p. 2L58 lbídem, p. 22.

59Capírulo 2. NnnnADoRES Y ABocADos

Un escenario privilegiado por los jóvenes universitarios de la Universi-

dad Garcilaso de la Yega erala azotea de la Facultad de Derecho, una suer-

te de torre cle marfil, un área conspirativa, un espacio de evasión frente a

la mediocridad,la política, la hiperinflación desatada y los gases que lan-

zaba la policía.

Aun así, la azotea de la Facultad se convirtió no sólo en recoleto am-

biente de estudios cuando se abría la temporada de exámenes y los pro-

fesores salían a la caza cJel indefenso alurnnado, sino también en una

suerte de acceso fácil a las estrellas y stts convites de iujo, esa sencilla

dimensión de la tranquiliclad que se encendía con el primer cigarrillo y

la noche soplándoles enigmas contra el rostro hasta que súbitamente

una repentina corriente de aire o un bocinazo estridente allí abaio

---€sOS secfetos resortes que activaban la conciencia- loS sacaba de su

clelicioso abandono para advertirles qr,re la clase cle Derecho Agrario

empezaba en unos minutos más y era inevitable, o que se acercaban

peligrosamente al límite de faltas con el chato Paz, afable aunque deses-

pera<lo Mentor en busca de Telémacos, y entonces recordaban que

debían revisar una bibliografía detallada y apabullante, Kelsen y Planiol,

capitant y spota, \weber, Ferrero y Laski, nuevamente ángeles cttstodios

che lo razo¡able y estricto. El Debe ser, imperativo y categórico, caía

sobre ellos como una piedra en el estanque de aguas límpidas que era

ese cielo lleno de estrellas al que debían renunciar una vez más, absur-

damente alcanzacios por la culpa, el tifo de gracia con que la responsa-

bilidad -oh, esa loca de la casa- los conminaba tajantemente a pof-

tarse como los buenos chicos que (muy en el fondo) eranse'

uno de los compañeros más cefcanos a Aníbal es Ivo, un muchacho de

clase media, ascendencia italiana y ex semirlarista. El padre, natural de Tries-

te, falleció de cirrosis a consecuencia del cdnsumo inmoderado de alcohol.

La arnerraza de la pobreza se cernía sobre la familia; pero la abnegada madre

de lvo estableció para sostenerla una pequeña bisutería en San Isidro.

El f)erecho era para Ivo algo menos dr-rdoso qLre la filosofía -ligero

divertimento aI qLle se entregaba sin mayores afanes desde su breve y

controvertida estancia en el seminario-, y por consiguiente más con-

creto, más práctico que para Aníbal. Compartían no obstante cierta pre-

dilección por aburrirse mortalmente en Administrativo IV, clase que por

desgracia o por fortuna llevaban juntos, y la repulsa que les causaba

Ignacio Revilla y toda su cohorte de pseudopolíticos supuestamente

comprometidos desde principios de carrera con el Perú profunclo,

honclo y cle raíces6o.

59 lbídem, p. 53.

60 lbíden-r, p. 129.

60 Cnnlos Rnvos Núñez

Aníbal e Ivo comparten, además de la tertulia y la bohemia, su desin-

terés por el derecho. En medio de la bancarrota del país, la pérdida de todo

horizonte y la inminente devolución de la moneda, otro estudiante, Mau-

ricio, le lanza una puya al protagonista: "Pero tú qué haces estudiando

Derecho, viejo, si lo tuyo es la espeleología cultural o el submarinismo an-

tropológico (...). -Alguna vez me he preguntado lo mismo- dilo Mauricio

bebiendo un sorbo ds ssrvs2¿-. ¿Qué carajo haces estudiando Derecho?

-Me lo imaginaba -dijo Aníbal sin mucho calor-. Por eso te cuento todo

esto. Bah". En medio de la conversación recuerdan que al día siguiente

deben rendir un examen: "Con todo lo que está por ocurrir en el país quién

puede pensar en algo tan proteico como un r,'ulgar examen de Derecho

Laboral; no sean trágicos que aún queda mucho pan por rebanar"61.

6. Raúl Tola: Las her idas pr¡vadas

Otro estucliante de derecho volcado hacia las letras y el periodismo, Raúl

Tola (Lima, 7975), ha dado vida, en clave literaria, a ámbitos, situaciones

y personajes relacionados con ias ieyes y su aprendizaje. En su caso, el

referente está constituido por la Facultad de Derecho de la Universidad

Católica, durante los desafiantes años de la posmodernidad. Conviene ano-

tar que, a lo largo del siglo )O(, la Universidad Católica fue el bastión tra-

dicional de las clases altas. Es verdad que en las últimas décadas esta

Universidacl capitalina ha atravesado un acusádó proceso de democratiza-

ción, tal como se aprecia de la masiva presencia de los sectores medios y

aun populares. Sin embargo, todavía en la década de 1990, su Facultad de

Derecho se.mantenía como un reducto de las elites. Un pequeño conglo-

merado se nucleaba -incluso hoy, aunque con menos fuerza- alrededor

de Tbémis, la revista de los estudiantes, cuyos sucesivos consejos directi-

vos se alimentaban de jóvenes de extracción burguesa.

Ese es el escenario que Raúl Toia describe en su libro Heridas priua-

das, volumen múltiple -"a mitad de camino entre la novela y el relato

corto"- publicado en el 200262. Si Ribeyro evocaba en Los geniecillos

dominicales la adusta arquitectura de la casona de Riva-Agüero; Tola hace

lo propio con el amable campus del Fundo Pando y sus distendidos alre-

dedores: los recónditos bares de tres mesas de la avenida Universitaria, las

6t Ibídem, p. 30u.62 Tom. ItaúI. "Naturalez¿l nrLlert2l" en Herida.s prit,adr,ts. Lima: Peisa, 2002, pp. 61-6f].

Cnpírulo 2. NnnRADoRES Y ABoGADoS

rudas discotecas de la avenida de La Marina, los furtivos hostales de SanMiguel y las sórdidas chinganas de la avenida Faucett, rumbo al Aero-puerto. Es de resaltar que, aun en el relato corto, se advierte imperioso el

afán de Tola por la descripción de atmósferas, sonidos e incluso olores y

temperaturas: el hablar de una prostituta, la humedad del invierno, elpenetrante heclor de una rata en descomposición o el interior de un típi-co taxi limeño, que ofrece todo menos comodidad.

Otro matiz que emparentaría a estudiantes de derecho de épocas dis-

tintas: Ia práctica del aborto como esa opción trá.gica y necesaria que mar-

ca la vida de las parejas jóvenes. Si lo hace una comadrona es un patán,

si lo hace Lrn doctor, un caballero, ase¡¡uraba, Daniel, un personaje de Zosgeniecillos dominicales. Lucía, la estudiante de derecho, heroína del librode Tola, pasa también por esa dura experiencia. En otra de las historias,"Naturaleza muerta"63, José, también alumno de leyes en la UniversidadCatólica, se convierte en asesino, tal como ocurrió con Ludo Tótem, elaprendiz de abogado de la novela de Ribeyro. En el caso de Tótem es elhonor y la venganza; para José, el crimen se reduce al simple ejercicio deuna destreza quirúrgica. El desequilibrado protagonista del libro de Tola

tiene una extraña predilección por las entrañas de pequeños animales que

él mismo se encarga de desollar con el auxilio de diversos instrumentos decirugía. Una tarde, enemistado con Lucía, José abandona las aulas, ingre-sa ala capilla universitaria, sale del campus, acude al centro comercial Pla- .za San Miguel para adquirir un disco compacto de música clásica -ama

las composiciones de Stravinsky, Haydn y Chopin-, retorna a Pando,deambula por las pulperías aledañas y bebe hasta caer la noche. José,obsesionado con el recuerdo de Lucía, ha sido incapaz de asistir a su semi-nario de Derecho Administrativo. Sin contener su furia, aborda un taxihacia Ia avenida La Marina en busca de una prostituta. En el hostal, a Iameretriz le espera una muefte atroz: José ha llevado consigo su arsenal deguantes y bisturís. Tras un certero puñetazo, silenciosamente, Ie asesta unlargo corte en el vientre y extrae sus órganos vitales, mientras se disponea culminar el encuentro aprovechando el último hálito de vida de la infor-tunada muierzuela.

63 lbídem, pp. 61-68.

61

62 Cnnlos Rnvos NÚñrz

7. carlos Rojas sifuentes: Evocación de un hfbrido aprendiz

El escritor y abogado Carlos Rofas Sifuentes (Lima, 7967), quien fuera galar-

donado en los Juegos Florales de la Universiclacl cle Lima en 1989e, fefrat^

el proceso de trasvase social de los alumnos de las clases medias de la Uni-

versiclad Católica haciala Universidad de Lima, en su volumen de narrativa'

Crónica de híbridos. Retratos del nueuo mundé5. Consideraciones de catác-

tergeográf icopropiciaron,apart i rdergg0'unainexorablemigracióndelossectores medios hacia los clistritos del sur y del sureste, y, específicamente,

hacia los distritos limeños de La Molina y Santiago de surco66. En forma

paralela,las zonas urbanas de Magdalena, Miraflores y ciertos sectores de

San Isidro, san Miguel, Pueblo Libre, Jesús Maúa y las zonas acomodadas

del callao (habitadas tradicionalmente por profesionales liberales, emplea-

clos. maestros jubilaclos, pequeños y medianos comerciantes) sufrían un ace-

lerado deterioro económico y social. Acostumbradas al financiamiento a

largo plazo y al bienestar que les brinclaba el Estado, serían las principales

víctimas de la hiperinflación y de las políticas monetarias'

Los mencionados espacios sociales constituían el insumo humano de la

universidad católica e incluso de la universidad de sa¡ Marcos, que' aun

en tiempos difíciles, congregaba a sectores premunidbs de una red más

compleja de relaciones sociales. Con la aparición de la Universidad de

Lima y el desarrollo urbano de la zona sureste de la capital, el componente

social de las dos universidades privadas de mayor magnitud registró un

cambio considerable. Carlos Rojas ofrece un testimonio literario de este

proceso estructural. Conviene anotar que el autor se formó en la Univer-

sidad de Lima, en la cual se graduaría de licenciado con una discutida tesis

de historia del derecho6t. Sin alejarse de su principal horizonte profesional

-hoy ejerce asiduamente como abogado y docente universitario-, Roias

ha venido cultivando el eiercicio de la literatura de creación con entusias-

mo y parsimonia editorial.

64 Véase el libro colectivo Los o.ios sobre el papel. .luegos Florale's de Ia Uniuen;idad de Lima'

1989. Lima: Universidad de Lima, 1990' 90 pp.

65 I{o1as Srrunxrrs, Carlos. Crónica de híbríclos. Relatos del nueuo mundo, Lima: Cultura Urbana'

7992,82 PP.Véase, para una exposición cle este proceso: DEL Ácutle., Alicia. Calleiorxes .y mótnsiones.

Espctcios cle rpinión pública y redes sociótles y políticas en la Lima del 900. Lima: Pontificia

Universiclacl Católica clel Perú, Fonclo Eclitorial, 1997, en especial el capítulo 1 (pp. 27-62).

Rolns Srr-unxrns, Carlos . La intrutducción del derecbo occidental en el territorio andino central:

¿encuentro o cboqu,e cultural'/ El uirre.y l;rancisco de Toledo y la.organizótción clel Virreinato

del Perti. Lima: UTP, Unidad de Investigación, 2002, pp. 223.

66

67

Cnpíruuo 2. N¡nnADoRES y ABocADos

Quizá involuntariamente, es, así mismo, el único cronista de la vidaestudiantil de la antigua Facultad de Derecho y ciencias políticas de launiversidad, en la época en la que era común toparse en los pasillos delfundacional Pabellón D de Derecho (solo hasta las tres de la tarde) conmaestros como Max Arias schreiber y su impenitente estilo exegético deimpartir la enseñanza del libro de Reales del entonces flamante códigoCivil de 7984; Lucrecia Maisch von Humboldt, la permanente anragonlsrade Arias en la misma materia y que por esas fechas fallece en el feroz terre-moto que asola Ciudad de México en 1985; Fernando Vidal Ramírez y suconcurrido curso de Acto Jurídico; y los entonces jóvenes pepe LeónBarandiarán Hart, el temido carlos cárdenas Quiroz y oswaldo HunsdkopfExebio, a Ia sazón profesor de Derecho Pesquero. También era frecuentela presencia de preclaros tribunos hoy ausentes: Luis Alberto sánchez,quien impartía sus lecciones con micrófono y con la mirada ciega perdidahacia los ventanales; Bobby Ramírez del villar, cuya voz invadía las aulasvecinas; y Valentín Panigua, pequeño y cordial. José santos chichizolaescandalizaba a las jóvenes con sus crudas descripciones de asesinatos,violaciones y necropsias, a más de su vocabulario no pocas veces coprolá-lico. otro tipo de escándalo fomentaba el atrabiliario profesor de RégimenAgrario, Guillermo Figallo Adrianzén, y su cerrada defensa de la reformaagraria velasquista ante un auditorio escéptico, cuando no hostil, integra-do probablemente por vástagos de los hacendados. La moderación y elbuen humor, en cambio, caracterizal>an a las clases del anciano maesffode Derecho Romano, Cados Rodríguez Pastor, quien, hacia 1984, a susochenta y tantos años de edad, se reincorporaba a la docencia con elpropósito de "dejar la vida en la cátedra de Historia de las Instituciones".Lo que los emocionados alumnos no sospechaban era que eI frág|l docen-te viviría muchos años más y hasta sobreviviría a más de un saludable cole-ga de profesión.

En una las prosas de Crónica de bíbridos, a saber: "Qué triste el amorcuando se va..."68, Ro¡as Sifuentes presenta los avatares de un confundidoestudiante de derecho en medio de los cambios sociales antes descritos yque despiertan en él un sentimiento de desarraigo social, cultural y econó-mico. El innominado protagonista del relato se sitúa entre los segmentos"A." y "3", pero se siente como un extraño en medio de una poblaciónestudiantil mayoritariamente blanca. como en la dramattzación queArguedas esboza en El zotvo de arriba y el zorro de abajo, el joven del rela-

68 Ro.¡es, SrnuErurEs, carlos. crónica de bíbridos. op cit., pp. 45-52.

63

64 Cnni-os Ravos Nuñrz

to era, para los cholos, un blanco, y para los blancos, un cholo. Su visióndel espacio social es distante, una suerte de "mundo ajeno", etéreo e ina-orensible:

Los días en la Universidad particular transcurren sencillamente. Aquí nohay carencias ni frustraciones, aquí el mundo se hizo al revés, porquetodo marcha bien y un día no es un día, es un segundo inútil, perfecto;un instante del cual el mundo no se ocupa... Aquí un día es un cuentode hadas. En esta Universidad cle Lima, Lima no vive6e.

Según confiesa el narrador, "además de tener plata -no mucha porcierto- vestía y actuaba como un pituco, y tenía la inteligencia de un inte-lectual [sic]"70. En medio de los conflictos que experimenta, afrae su interésuna guapa muchacha de rasgos andinos, Justina, empleada de limpieza, ala que seduce y no tarda en embarazar. El estudiante pugna entonces paraque se practique un aborto. La trabajadora se niega una y otra vez. cuandoel narrador decide romper con todos los prejuicios y poner fin a la hipo-cresía social, Justina lo abandona y desaparece.

En crónica de bíbridos, carlos Rojas, que también fue estudiante defilosofía en san Marcos y de sociología en la San Martín de porres, inten-ta en el relato "De San Marcos a la católica"7\ ,trazar un perffl social, enverdad muy esquemático, de los estudiantes de estas dos últimbs universi-dades. La historia tiene lugar en un colectivo de la ruta del cono norte alcono suf y que ataviesa la troncal de la avenida universitaria, Lince, Mi-raflores, Surquillo, Surco y Pamplona. Dos muchachos sanmarquinos decondición humilde conciben romances con otros dos de la católica declase media, a quienes tienen por ocasionales compañeros de viaje. Ladiferencia social y hasta sentimental no puede ser más elocuente. uno delos personajes, el estudiante de la universidad católica, domiciliado enSurco, encandilaba a la joven sanmarquina, vecina de pamplona, perosiente vergüenza de reconocerla como enamorada. una bella muchachamiraflorina de Artes de la católica, hija de un empresario venido a menos,rechaza indignada a otro joven sanmarquino que tejía ilusiones sobre unencuentro. Para esta muchacha frívola, el pretendiente repudiado, "separece al serrano ese de Derecho, recontra atofrante... y con sus lentes deJohn Lenon... pero éste debe ser más misio, meior no lo miro nrás...,,72.

69 lbídem, p. 18.

70 Ibíclem, p. 49.

77 lbíclem, pp. 29-36.72 Ibídem, p, 35.

l

C¡pirulo 2. NanRADoRES y ABocADos

Ricardo Ayl lón: Penas y alegrías de un chimbotano enSan Marcos

Ia amistad de dos perconas que guardan mucbo encomún^**:"ix::;n':r:;;ni:í:T:l::;"::"i:Ricardo Ayrló¡¡. Monólogos para Leonardo

En Ia narrativa del poeta, escritor y crítico literario Ricardo Ayllón (Chimbo-te, 7969) dos jugosos relatos enriquecen el bagaje existencial cle los estu-ciiantes de derecho . En Monólogos para Leonardd3, volumen presentadocomo un conjunto de crónicas de índole autobiográfica, eI narrador --elpropio Ayllón- describe varios momentos cle su azarosa vida de universi-tario, así como las tribulaciones de sus compañeros provincianos, que com-pafien estudios, pobreza y bohemia en la facultad de leyes de san Marcos:la iniciación sexual, la amistad, el amor casi siempre contrariado, la preca-riedad del domicilio y el progresivo desarrollo de prácticas que ponen aprueba su vocación profesional. uno de los relatos, "crónica morosa parasantiago Azabache" Ta, describe la insatisfacción de quien, habienclo sido unsensible estucliante de derecho con aficiones iiterarias, empieza a laborar enuna agencia bancaria en la áspera área de cobranzas. El conflicto entre elespíritu poético y \a aridez del trabajo oficinesco culmina en la renuncia alempleo y la feliz, aun cuando aleatoria, adhesión artísfica:

Entonces comienzo a correr con Santiago Azabache la interminableautopista de la poesía, recogienclo a la muchacha de siempre al bordede \a carretera y saliendo a la calle para enfangarnos en el l imbo clelnunca iantás, haciendo sordos oídos a la Consejera de Cobranzas queme señ ala a otro lnoroso (con la mism a cara del pobre Azabache) espe-rándome par^ seguir alargando su deuda. Pero yo ya abancloné mi infér-til escritorio bancario con todas las ganas de no volver más, y animar-me otra vez a tomar por asalto los sueños que un día dejé postergadosen un cuartucho limeño, por cll lpa de esos cuatro meses de alquiler quenunca pude pagar75.

73 Avt.l.Óx, Ricardo. Mon(¡logos para Leonardo, Ciertas confidencias y otros textos desencadena-clr¡s. Lima: Fondo de Fuego, 200LOriginalmente publicado en el suplemento donrinical del cliario La Industria. Chimbote, 1 clencrvietnlrre cle 1998. Ahora en Avllów, Ricardo. Monólogos para Lecsnardc¡. op. cit., pp. 55-53.Ibíclent, p. 58.

/4

65

8.

75

66 C¡nlos Rnuos NÚñrz

Ocurre que las vicisitudes en la capital peruana de ese estudiante de

derecho que efa Ricardo Ayllón se nutrían esencialmente de carencias' En

otra de las "confidencias y textos desencadenados" que componen Monó-

logo para Leonardo, a saber el relato titulado "Como un endeble foraste-

ro;, nuestro estudiante chimbotano debe mudarse constantelnente de habi-

tación, ya porque el espacio es muy estrecho, ya porque no tiene dinero

pafa pagar los alquileres adeudados, ya porque litigó con un pariente

generoso que le había concedido un cuarto en uso. En medio de su inter-

minable periplo vecinal por el populoso distrito de Breña, Ricardo ocupa

un estrecho dormitorio con FranklynPawina, un esperpéntico gigante de

un metro noventa, estudiante de ingeniería química -a su pesar- y' para

mayores señas, testigo de Jehová del Salón del Reino de Chacra fuos. Las

vivencias en casa alenahacían del estudiante chimbotano un mundo apar-

te donde pasaría días de necesidad y desconcierto:

Dealgunarr lanefa,casis inpodercreer lo,habíaingresadoalauniversidad de san Marcos. Era el otoño de 1987 y mi cubil estaba en

la azotea de la casa de un tío lejano que me había ofrecido posada. uno

de los primeros recuerdos de mi vida en la Lima de ese año, es nqrar-

me insistentemente al espeio que colgaba detrás de la puerta de aqüe-

lla habitación, y flagelarme con pellizcos tratando de salir del descon-

cierto y del espanto: ahora era un sanmarquino, sin saber exactamente

cómo ni de qué manera/o.

Al estilo ribeyriano, la azotea era el escenario de las aflicciones de este

estudiante de universidad pública, pero también sería una cómoda atalaya

desde la cual vislumbraba el quehacer de la gente, el tráfico en las calles

y el ritmo del comercio. De allí que la privación de ese estupendo mira-

dor, decisiva en su experiencia, resulta deplorable:

para mi mal, acabé peleando con mi tío del cuarto en la azotea y aban-

doné su casa. Para mi mal, porque desde ese observador lunar las calles

de Breña habían comenzado a ser mi pequeño reino, donde yo l>aiaba

casi como un enviado de los dioses pafa reportaf el vértigo de sus días,

una nueva forma de oficio que empezó a adueñarse de mi vida sin la

menor clemenciaTt.

Nostálgico, Ayllón rememora el interior de la sencilla habitación, en la

que convivían el infaltable retrato del Che Guevara y una pequeña colec-

.iOn d" libritos, de la nunca bien ponderada Biblioteca Peruana que la edi-

76 lbíclem, p. 68.

77 lbídem, P. 70.

Cnpírulo 2 NnnnADoRES Y ABoGADoS

torial Peisa lanzaba por millares durante el régimen de VelascoTs. La vida

en Lima ya no sería la misma para Ricardo Ayllón. Su reino aéreo había

sido perdido para siempre:

Luego de ello, me sobrevino ese mal que adquiere casi todo estudianteprovinciano en la capital: la mutación, el cambio de piel que se sufre enlos traslados incontables de cuarto a cuarto, de pensión a pensión, cadauno más penoso, cada cual más intrincado: y muchas de ias veces detrámite imperioso pues ya llegaba fin de mes, no alcanzaba el dineropara pagar el alquiler y la retirada tenía que ser un sábado por ia noche,cuando la dueña de casa se encontraba en alguna parranda de fin desemana, totalmente aiena a mis oscuros movimientosT9.

El arribo del joven estudiante nofteño a Ia gran urbe transforma en éllas nociones de tiempo y de espacio. En el otoño de 1.987, confiesa Ayllón

con buena prosa poética, que Lima lo recibiría "con el vértigo absurdo desu cielo desganado, sus centenares de microbuses moviéndose hacia todosy hacia ningún lado, sus ejércitos de ambulantes rompiendo filas a perpe-

tuidad, y esos bellos monumentos históricos carcomidos por el gris de un

designio al que yo había arribaclo como flamante cachimbo de Derecho"S0.

Para el personaje de Monólogos para Leonardo, los mundiales de fútbol

son episodios que le recuerdan etapas precisas de su vida universitaria y

posteriormente laboral en la capital. Comienza evocando la Copa mundial

italiana de 1990, que lo encuentra cursando su tercer año en San Marcos.

En ese entonces, sigue el mundial en su diminuto cuartito a través de unvetusto televisor Imaco, el cual, luego de arreglos para salvarlo del desu-so, serviría para una anécdota compartida con un conocido y ya desapa-

recido profesor y congresista de la República, cuando introdujo el artefac-

to en las clases de su facultad:

Para ltalia 90 yo ya resiclía en Lima, llevando a cuestas mi tercer año deDerecho, y el único testigo de mis angustias mundialistas ese año era rni

cuartito de estudiante, eo cuyas paredes tenía la incomparable compañía

de Roger Milla, el Pibe Valderrama y Lln enano y viejo televisor Imaco

que la señora de la pensión había puesto a disposición de quien ofrecíapara él unas mejoras. Por eso bien valió el sacrificio de instalarle ante-nas nuevas, sobre todo cuando, dispuesto a ganarme una tarjeta roja,

metí el Imaco de contrabando a mi aula sanmarquina , para gritar, junto

al medio centenar de mis compañeros, aquel gol del colombiano Rincón

7B Ibíciem.

79 lbíc lern, pp.70-7L

80 Ibídem, p. 77,

67

6B Cnnlos R¡wos Núñrz

a los 48 del segundo tiempo contra Alemania. Al doctor Carlos Torres yTorres Lara, nuestro profe de Derecho Comercial ese año, no le quedómayor remedio, contra nuestro fallido celo de cuidar la tele entre laspiernas como si fuera la de cuero, que celebrarlo con nosotrossl.

Ayllón nos confía que cuatro años más tarde, en 1994, para el mundialen tierras estadounidenses, la felicidad lo embargaba, a pesar de que elPerú no clasificó y no obstante de haber egresado de las aulas universita-rias y hallarse sin empleo. Sucede que consaÉlraba su tiempo a vivir pláci-

damente observando la mayor cantidad de partidos por televisión que lefuese posible. En tono absolutamente irónico, Ayllón refiere que, para elmundial de Francia 7998 -"la copa de la frustración", como la denomi-na- esa felicidad había concluido, debido a que se encontraba ya enca-denado a un trabajo que lo obligaba a cambiar las multicolores imágenesmundialistas por los gritos del locutor en la radio. Esa ausencia de imáge-nes hace que revele en sus líneas: "arriesgo mi estabilidad laboral con-fesándolo, pero caí más de un vez en la tentación de huir de la oficinap?ra ver rodar esa pelota por gramados galos"8z, clara demostración deque ei Derecho, en su faceta de estudio o como profesión, pocas vecespuede vencer "en la cancha" a la llamada "pasión de multitudes".

USA 94 -escribe Ricardo Ayllón- es historia reciente, creo que ha sidoel mundial donde a más partidos he asistido (desde el otro iado de lascárnaras, claro está) gracias a mi condición de desempleado debutanterecién salido de las aulas universitarias. Por eso me sigo preguntandoqué placer puede ser más grande que ei de quien patea latas en épocade mundial, alucinando que es la número cinco, en plena área chica ycon arco desguarnecido83.

Los recuerdos que recoge Ayllón son variopintos: desde viejos métodos,harto gratificantes, de lectura en el escusado, pasando por homenajes a suañorado equipo 'José Gálvez", hasta los años transcurridos en la Facultadde Derecho sanmarquina. Una de esas inolvidables aventuras concierne asu incursión al tentador mundillo de los lupanares limeños. Después devencer miedos, luego de oír las experiencias de "peritos en la materia" ytras haber obtenido su libreta electoral (hoy DNI), el personaje corre pre-

suroso a "El Trocadero", ese viejo lugar donde generaciones que ahoradeben frisar los 50 años han pasado sus mejores festines prostibularios. En

81 lbídem, pp. 41-42.

82 lbídem, p. 35.83 Ibídem, p. 42.

Cnpírulo 2. NanRADoRES y ABocADos

el entrañable "Troca", Ricardo comprueba que la condición de mujercorresponde también a las servidoras sexuales, ,,mal llamaclas, no sé desdecuándo 'Dutas"':

Hasta ese momento no sabía lo que era tener a una mujer <iesvistién-dose delante de mí dispuesta a hacerme pasar el mejor rato de mi vida.La segunda visión fue ya en Lima, un año después, mientras estucliabaen la universidad y vagabundeaba casi sin brujula por la gran ciudacl.Tenía un año más pero el recelo hacia esas mujeres había ahondacro,ahora que me encontraba en tierras ajenas. sin embargo la curiosidacrpudo más y con las prostitutas de cailroma y La colmena aprendí, iuntoa otro amigo chimbotano, que el negocio suyo también podía ser de sola sol, en turnos rigurosamente controrados por fieros cafichos que a unpobre provinciano como yo hacían más que espantar sin dejar que cles_pliegue sus alas con tranquilidadsa.

Después de una accidentada experiencia sexual con una dama que sehacía llamar "verónica", no pasarían clos semanas cuando estaba ya devuelta por los pagos gentiles de "El Trocadero". Entre los amigos que fre_cuentaban el lupanar "La salvaie", se hallaban Rafito palacios y GenaroPimentel, estudiantes de derecho en la universidacl de san Marcos al igualque Ricardo Ayllón.

Lo hice junto a Rafito palacios y Genaro pimentel, un paisano mío y unmuchacho de piura, ambos cre mi edacl y compañeros de pensión uni-versitaria' pimentel era el más angustiado, yo el más curioso y Rafito elmás misio. por eso lo que hicimos fue algo que jamás en nuestras estu-diantiles vidas habíamos imaginado hacer, aprendimos a ahorrar.Procuramo.s que nuestra presencia en "La sarvale',, uno cle los tres bur_deles del Trocadero y donde nos parecía estaban las mejores especies,fuera quincenal. No siempre lo conseguíamos. Bien éramos puntuares oen nuestra ansiedad íbamos antes de cumplida la quincenas5.

Al cabo de varias sesiones al principar antro de Lima, los muchachosterminaron por fijar reraciones más o menos habituales. Era obvio, sinembargo, que, dada la condición cre ras féminas, la incerticlumbre era laregla. El placer debía ser ra regIa, pero de ninguna manera el afecto. Nohabía espacio para el romanticismo en "El salvaje,', pero Rafo pimentel seenamoró. Pagaría a la prestación no solo con sus pobres proprnas, sino

84 Ibídem, p. 78.85 lbíc lenr, p. 81.

63

70 Can los Rnvos N uñ rz

incluso con las latas de atún que su madre le enviaba desde su tierra natal,

Chimbote.

Y como siempre ocurre en este tipo de historias, terminamos haciéndo-

nos caseritos de una mujer en especial' Genaro Casio se templó de una

hembra madura que le recordaba mucho a una profesora de inglés en

su lejana Piura, su nombre de batalla era Carla, pero nos contaba que

en la intimidad solía llamarla Edith, igual que a sll bella maestra. Siem-

pre iigado al terruño, yo me afercé a Charo, una chatita poderosa que

juraba ser del barrio Miramar y que yo daba fe porque el olor de su

entrepierna era sin duda el auténtico aroma de las factorías chimbota-

nas. Sin embargo io que sucedió con Rafito fue lamentable, él si se ena-

moró, enloquecida y ciegamente, de Candy, una rubia al pomo que de

Candy... da no tenía nada. A mi pobre amigo, aún en su indigencia y

sin tener la menor consideración de su pobre corazón descarnado, lo

desplumó hasta Ia ignominia. Es patético, pero la única imagen que

guardo de mi pobre amigo Rafo Palacios es la de su triste figura en la

puerta de la habitación de Candy con cinco latas de atúrn (esas que su

preocupada madre le enviaba con mucho sacrificio desde Chimbote),

ofreciéndoselas a cambio de un polvito 'no importa Candy aunque sea

sin chupadaso.

Balada del ornitorrinco, otra colección de textos autobiográficos, tiene

como escenariola infancia del autor en su natal Chimbote, de manera que

las lecturas de Neruda, las remembfanzas de un hermano menor "que salió

adelante en Lima", importan gfanparÍe de la narración. El libro contiene, así

mismo, una celebrada historieta sobre las peripecias de un estudiante de

derecho, Harold Chura. Ayllón retrata al feo hijo del Altiplano en los siguien-

tes términos: "hijo de un matrimonio aym ra", "un metro cincuenta y cinco,

cabellera híspicla, perfil de cóndor famélico y resignado vasallo del acné"87.

Chura, habitante de la residencia universitaria de San Marcos, tenía alo-

jada en la cabeza una bala de fusil que había recibido en una intervención

del ejército. Según los médicos, la extirpación era imposible, pero podía vivir

sin peligro mientras no fuera retirada de su cuerpo. Poco después aribaría

otro infortunio para el muchacho aymara. Un lujoso automóvil le provocaría

una lesión en la pierna. Aquello que podría pasar por una sulna de desgra-

cias, terminó por conveftirse en causal de buena suerte. El responsable del

daño, un acomodado empresario, le tributaría, en la Clínica San Borja, "un

paraje demasiado lejano para el bueno de Chura", todos los cuidados.

86 lbícler-n, p. Í12.

87 Arr-1.óx, I l icardo. I3aladas clel ornitolTittco. Lima: Altazor,2005, p. 20.

Cnpírulo 2. NnnnADoRES Y ABocADos

LIegaría al punto de atribuir a su hija, una bella adolescente, el pertinaz cui-dado del enfermo. El diligente esfuerzo de la joven, afirmado en las nume-rosas jornadas de su rehabilitación, de solidaridad se transformó en amor.Unos cuantos meses después se anunciaba la boda entre la bella hija delempresario ladrillero y el modesto estudiante indígena. Los partes matrimo-niales circulaban con gran sorpresa y jolgorio de los amigos sanmarquinosde Harold Chura. Laba\a alojada en el cerebro no era motivo de queja; másbien lo sería de felicidad. Era \a bala de la buena suerte. En palabras de losenvidiosos amigos: "nuestro lechero amigo llegó acelerado una tarde, al finalde una aburrida clase de Derecho Agrario, repartiendo nada menos que lospartes de su boda. ¡No se 1o podíamos creer! Sabíamos que Jessica era hijaúnica, y si el matrimonio funcionaba, Chura heredaría en pocos años elimperio de los ladrillos, ¡y en una metrópoii como Lima!, paraíso de los asen-tamientos humanos, donde todo está por levantarse"ss.

Las felices nupcias de Harold Chura con la hija del rey de los ladrillosno estarían libres, sin embargo, de reveses. La disminución del precio enla industria de la construcción, la ruina y el descalabro transformarían lapróspera empresa en artículo de quiebra. Chura regresó, ahora con su es-pectacular Jessica, a vivir en barrios populares. El padre de su cónyuge,que fuera solícito protector, no podía tolerar el matrimonio de su hija conun cholo, inútil además en el manejo de sus smpresas. Era preciso darlesa ambos una lección. A su hija por involucrarse con alguien muy diferen-te a su clase social y al cholo por entrometido, Acontecería un evento queconfirmaba la buena suerte de Chura, quien, tras comprar un par de bole-tos de lotería, descubre maravillado que encerraban la cifra de la suerte.Chura otra vez millonario. La bala emitida por un mal pistolero del grupoColina acomoasaba su fortuna.

9. Carlos Herrera: Un Ulises jurfdico

La única mAnera de no equiuocalse es no escoger.

A¡¿Bnose Bmncr

Otro exponente de la nanafiva contemporánea que ha enlazado la crea-

ción literaria y el derecho es el diplomático y escritor mistiano Carlos

Herrera (Arequipa, 7961), autor de Morgana (relatos, 1993); Blanco y

88 Ibíclem, pp, 20-27.

-74/ l

72 Cnnlos Rnvos N úñez

negro. La razón contradictoria de Ulises García (novela, 1995, 2003), así

como de los volúmenes, Las musas y los mttertos (7997), La crueldad del

ajedrez (199, y Crónicas del argonauta ciego (2002). El protagonista de

Blanco y negré9,la primera de sus novelas, es Uiises Tomás García Cés-

pedes. El subtítulo de la obra alude al extraño "razonamiento contradicto-

rio" que aquejaba a Ulises, quien era absolutamente incapaz de attlbar a

una síntesis, pues al razonar daba el mismo crédito (y demérito) a una tesis

y su antítesis respectiva. Esta rara condición 1o conclenaba a la nulidad,

fuese al momento de tomar una decisión o de emitir su parecer sobre una

cuestión cualquiera. Y es que Ulises no reaccionaba linealmente, como lo

hacen los animales, ni conseguía actuar de acuerdo con un análisis dialéc-

tico, como entre los humanos.

Este singular modo de pensar, donde la tesis y la refutación revestían el

mismo valor e idéntica credibilidad, tenía su origen en la educación que

había recibido de sus antagónicos progenitores. Carlos Herrera acude a sus

vivencias de estudiante de leyes en la Universidad Católica Santa María

p^ra trazt un espléndido retrato del padre de Ulises, el doctor Hor¿rcio

García, un abogado provinciano (a todas luces arequipeño), librepensador,

agnóstico y fatuamente enamorado de la razóny de las teorías, tanto como

de los placeres efímeros de la mesa y del lecho. Sediento de fama y for-

tuna, don Horacio ejemplifica, en clave de ficción, a ese grupo -por des-

gracia, demasiado nLlmeroso- de individuos atraídos hacia la abogacía

por las supuestas posibilidades de una satisfacción crematística fácil e

inmediata.

Don Horacio se había casado con la señora Eloísa Céspedes de García,

"una dama pía de las que solía producir generosamente su provincia

natal". Severa en la pulcritud moral y frugal en la vida cotidiana, doña

Eloísa profesaba una fe "monolítica, sin intersticio ni grieta posible, en el

Creador y la Divina Providencia". ¿Cómo se habían unido tan disímiles per-

sonajes? La razón era una y muy sencilla: un amor discreto y con ternura

que los acompañó hasta el final de sus vidas. Convivían en el padre de

Ulises un apetito intelectual desmedido y una inclinación, igualmente

devota, hacia las gratificaciones más eiementales de la existencia:

El doctor Horacio García era Lln hombre dado aI buen vivir y zr Ia agi-

tación intelectual, combinación poco apropiada para h¿lcer fortuna o

renombre -objetivos anlbos, por clesgracia, caros al pacL'e cle {.Jlises. El

89 HERRERA Carlos. Blanco .y negro. La razrin contradictoria de Ulises Garcíct. l,ima: Peisa, 200J.

-t a\

C¡pírulo 2. NnnRADoRES Y ABoGADoS

doctor García amaba, en efecto, los placeres habituales de la vida rnas-

cul ina: lamesa,elalcoholy,devezencuando,algunamuierquelehiciera recorclar los encantos ya algo marchitos de su propia esposa' a

quien por lo clemás adoraba9o'

Este aspecto "báquico" cle la personalidad de don Horacio contrastaba,

a la vez que anulaba su otra pasión: "una ilimitada curiosidad intelectual y

una fe inquebrantable en el imperio de la razón"91. Así, el doctor García

podía devorar los más enjuncliosos trataclos iurídicos, científicos o filosófi-

cos con la misma voraciclad y carencia de método con la que engullía una

enorme parrillada, rociada con litros de vino y sazonada con alguna agra-

dable compañía femenina. El efecto que le producían estos goces era con-

traproducente: por un lado, un creciente deterioro físico; de otra parte, una

colisión de icleas y teorías. Ambos terminarán por afectar su desempeño

profesional.

A to<lo ello se añadía la falta de una vocación auténtica hacia \a abo-

gacía. Sucecle que la halagüeña perspectiva de un porvenir acomodado,

antes que el afán por la iusticia, había sido el principal acicate de don

Horacio al momento cle decidirse a abrazaf la carreta de leyes' La cruda

verdad cle los hechos se encargaría de mostrarle cuán ilusoria resultaba tal

opción:

su título de abogado -apostilla el narrador- no aportó otfa cosa que

la partícula "Dr." a su nombre, puesto que escaseaban los clientes dis-

puesros a confiar jr-ricios de alimentos o desahucios a r¡n hombre con

aliento alcohólico que prefería leet' -casi siempre en voz alta- a

Gón¡¡ora y Kant en vez de sumirse en e1 estudio de los expedientes res-

pecri'os. La familia García hubiera encontrado pues serias dificultades

para sobrevivir de no haber sido por la mediación de un primo leiano

einf luyente,quienobtuvoparaelbuendoctofHoraciounvagopues-to cle asesor iuríciico en un ministerio retnunerado con un modesto esti-

pendiog2.

El cloctor García, un burócrata de mando medio, bien podría represen-

tar a aquellos muchísimos profesionales del Derecho que hailaron su moti-

vación para el estuclio cle las leyes no necesariamente un imperativo de

ínclole moral, sino en móviles prácticos y concretos. En ei caso del padre

cle Ulises, colrro en tantos otros, la simplista ecuación: "Derecho = porye-

9(l l l-rícle m. P. 77.

91 Ibícle r l ' r .

92 Ibíc lenr, p. 18.

74 Cnnlos Rnn¡os NúñEz

nir asegurado" no había dado los resultados anhelados. Como también

suele ocurrir, el personaje imaginado por Carlos Herrera opfaría por incur-

sionar en otros caminos que le proporcionasen un rápido alivio económi-

co. Decide, así, que la literatura podría ser la herramienta perfecta para

alcanzar fama, reconocimiento social y dinero. Un pasaje de la narración

es elocuente sobre el particular: "El puesto en el ministerio le dejaba eltienrpo suficiente y le proporcionaba ia logística necesaria para \a elabora-

ción de su obra: papel, máquina de escribir y alguna secretaria compla-

ciente. Sólo faltaban las ideas"e3.

Pero, no obstante el ¿ruxilio mecanográfico (no solo mecanográfico) dela "complaciente secretaÍia", la inconformidad de no llegar al "ideal de

obra deseada" terminaría por hundir en el pesimismo al patético doctor

García, que veía cómo el derecho le negaba las compensaciones añoradas.

En medio de su desencanto obselvó que no todo estaba perdido:

Horacio García se dijo que pasarían años antes de que por fin su librosaiiera a la luz, y para entonces acaso la muerte estaría demasiado pró-xima como para dejarle cimentar su celebridad. Creyente sólo en lacliosa razón, luego de mucho cavilar concluyó que la única vía por lacual su espíritu y sus ideas podían alcanzar la postericlacl, escapando aldisolvente universo de la fría huesa, pasaba por el pequeño que lugabaa su laclo9a

EI vástago no era otro que Ulises, cuyo destino estaba siendo definidopor su padre, quien podría valerse de él para poder lograr sus aspiracio-nes y así lograr "el mérito de haber sido el Sócrates que sembró las semi-llas de la ciencia y de la filosofía en el Platón que iba a .ser su hijo". El futu-ro del apellido García recaería en el pequeño de tres años y debía deempezat a forjarse de inmediato. Herrera relata cómo el fallido abogado searrodillaba para explicarle al niño las teorías sobre el origen del universo,

(...) diciéndole que por lo tanto las historias que su mamá le contaba,con un viejito muy serio y poderoso de larga barba blanca que en sietedías sacaba de la manga estrellas y serpientes, no pasaban de ser ama-bles cuentos para engatusar niños y mujeres de sesos simples95.

La madre de Ulises, la señora Eloísa, contemplaba con estupor estoshechos. Ella era una mujer de formación y valores totalmente desiguales a

93 Ibíclen-r, p. 19.

94 Ibídem, p. 19.

95 Ibídenr, p. 27,

i

L-

C¡pÍrulo 2. NannADoRES Y ABoGADoS

los cle su mariclo. Don ulises mundano y tolerante hasta la impiedad, doña

Eloísa católica y confesional hasta la intolerancia:

La maclre de ulises efa Llna pía dama de la que solía producir genero-

samente su provincia natal: Severos principios morales' frugalidad en el

v iv i r .cot id ianoyunafemonolí t ica,s in interst ic ionigr ietaposible,enelcreadoryiaci iv inaprovidencia.Lacl i |erenciabadeot¡osejemplaresdesuSantaespecielasuavic laclc lesucarácter;v i r tudquelepermit íasobre-llevar entre suspiros y sonrisas las cargas que le enviaba el Señor'

Lapr imeracledichascafgasefa,naturalmente,HoracioGarcía,ct lyos

hábitos pecaminosos y militante agnosticismo efan escándalo cle las beatas,

siernpre habicias cle manifestar su feroz compasión con la pobre Eloísa; pero

umbiénel .aSuculpa,e] |asabíaenloqueSen]et íaalcasarseConesemasón

borracho, o comunista muieriego o ateo holgazán' segúrn los gr:stos'

Eloísa sabía muy bien, en efecto, en lo que se metía al desposar al

entonces flamante abogaclo; pero ni sus propias convicciones ni las admo-

niciones cle su madre -especie de una gran matrona de la cofradía de

clamas enlutadas- le habían impeclido cecler a las afies de seducción des-

piegaclas por Horacio. Este, por su parte' tuvo también que luchar contra

su inclinación por la libertad -libertinaje necesariamente implícito- y las

puyas de los amigos, y soportar incluso el escandaloso anacronismo de

una ceremonia religiosa para conseguir unirse a la espigada y virtuosa

Eloísa Céspedes en matrimonio"96'

De ahí que la constante pugna cle los padres por imponer el meior

nrétodoeclucat ivogeneraseaúnmásclesconciertoeneipequeñoUl ises.porunlaclo, lamaclreledispensabaunaformaciónconfesional ; t r l ientras

queelpaclre, imagenclelabogacloracional ista,nodudabaenexpl icar le..cómo estaban hechas las mujeres,', pafa lo cual se setvía de una nrtlñe.

qui taconhábi todemonja,queunamigolehabíat taídodeAlemania'En

la jocosa narración, ambos progenitores establecieron, pof fin, que prose-

gr_rirían cacla uno con sus sistemas de educación, sin dificultarse mutua-

lTlenteyqueseríaelpropioUl isesquienoptaf íahaciadóndeincl inarse.

Entre ei pasaporte a la riqueza que representaba la abogacía y la ganntia

cle rectitucl espiritual de la sotana sacerdotal, 1o que no sospechaban don

Horacio y doña Eloísa era que lo único que habían generado era un hijo

ffaumatizado y pletórico de contradicciones'

96 Ibídem, P. 20.

76 Cnnlos Rnvos Núñrz

10. Los t inter i l los: "Leguleyos de mala clase"

"A la sierpe semejante

El tinterillo mercadeo,

Aunque nunca se ba togado

Permanece litigante"

"Yace en esta angosta caja

Un tinterillo afamado.

Dicen que todo ba robado,

Menos lo de su mortaia".

Gusrnvo IBÁñEZ CARREño. La Dicarescaju.ríd.ic a uniuersa I e1 .

Definido a fines del siglo XIX por Pedro Paz Solclán y Unanue en su

Diccionario de pentanismos (1883-7884) como "un abogadillo de tres al

cuarto", el tinterillo está presente en la entraña misma del mundo rurai, no

sólo peruano, sino aun regional. En efecto, la voz es de uso corr iente en

Ecuador, Colombia, Venezuela, Chile y Bolivia, mientras que en México su

equivalente es el buizacberds. En ambos casos, se trata de intermediado-

res de justicia que actúan de manera informal e inescrupulosa. Según

Peclro Paz Solclán, el agrio diccionarista limeño -famoso por su seudóni-

mo literario de Juan de Arona-, el tinterillo es "un tipejo de leguleyo"

que, no obstante, "bien que mal, sabe aplicar la ley"; es, añade con ver-

dadero enoio:

(...) el animal qlre en los pueblos o aldeas y en los Juzgados de Paz de

Lima, se declica a clefender indígenas y a otros más animales qLle é1, lleva

por toclo zrtributo de Temis, por toclo emblema de su personería jr-rrídica,

Lrn tintero, o mejor, un tinterillo qLle es el que le conviene por más poftá-

til, que al fin naclie sabe córno, cuánclo, ni dónde tendrá que extender sus

escritos (...). El tinteril lo en su pequeña esfera de acción ha sido tan per-

nicioso a la sociedacl como el caudillo militar en la suya99.

97

9u

99

InÁxuz C;\RIrFtNo, Gustavo (cornp.). Lct picc.trescct.ittrícl ic(.t Ltlt iuersal. 2." eclición. l3ogotít, 7995,

p. t348.Para algllnos, la voz "hltízacl-Iero" r'enclrí¿r cle huizaclte, en alusión a la planta con la qr-re sepreparaba la tint¿t r-rtilizaclu por los escrilranos y tcldos lcls que tenían que vt:r con el oficio dee.scribientes. P¿tr¿t ()tros. en c¿lntbio, cxpresaría el aclernán cle los escribientes cle cobij¿lr.se bajola sombra de ese ¿trl-r<>1. Pc>r extensiiln, grafica a cluien abogzr sin poseer el título profesional.

Jr;ex I)Ft ARoNn (seucl. cle Peclro P,rz SolnÁr l'L)x,,rxut.), Diccionario clepentanistnc¡s Tonro II.Lirrr¿r: Pei.sa. t l ibl ioteca Peruanzl, IL)74, pp. 370-37t.

Cnpírui-o 2. NanRADoRES y ABoGADoS

Las despreciables acciones de este personaje, plagadas de artificios y ardi-des, han ingresado al lenguaje coloquial bajo el término de tinterilladas,cuyo uso se ha extendido para nombrar las malas prácticas de los abogadosformales. El tinterillo conoce por igual el castellano, el quechua y el aimara,y comparte tanto la visión de los blancos como la de los nativos. Los aborí-genes lo buscan porque requieren de él para acceder al servicio de justicia;

Ios mistis lo necesitan para expoliar al campesino. Veamos algunas imáge-nes de tinterillos en la narrativa oral y escrita de referente andino.

Los rasgos que definen la figura del tinterillo y su despreciable actuar setraslucen de manera inequívoca en el relato oral El pleito del Pukupuku y elGallo. Se rr^ta de una suerte de fábula de Esopo andina, de amplia difusiónen la región del altiplanoloo. ¡tt el caso de esta narración lupaca el tinterilloestá representado por el ratón. Sucede que el Pukupuku era el ave andinacuya misión consistía en lanzar el primer canto del amanecer -¡'p¡l¡¡i5,pukús, pukús..."- y dar así la bienvenida al nuevo día. Desde tiemposinmemoriales, sus antepasados habían hecho lo mismo. Llevaba una vidasencilla y sobria en el campo, encontraba sus alimentos entre los granos dela pradera y iamás nadie había pernrrbado su tranquilidad. Pero una maña-na lo sorprendió un alarido extraño: "¡Cocorocó! ¡cocorocó! ¡cocorocó...!".No era otro que el gallo extranjero, el Wiraxucba, que le disputaba alPukupuku la prerrogativa de anunciar la llegada del nuevo día.

A la mañana siguiente, el canto del Ququricbi se repitió. El pukupukuse hallaba en la obligación moral de hacer respetar la tradición de sus ante-pasados. No podía tolerar tamaño atropello, y se decide a buscar al afre-vido usurpador. Al encontrado, le explica el objeto de su visita:

Es misión mía anunciar el amanecer de cada día. Nadie tiene derecho a

hacer lo que me toca. Esta ha sido la costumbre de mis antepasados.

Usted señor Ququricbi, no debe cantar en las mañanas.

El Gallo, como única respuesta, sacudió sus alas, estiró el pescuezo y

emitió su canto enérgico:

¡Cocorocó!

La disputa era irreductible: ninguno de los plumíferos cedía en sus posi-ciones. Exasperados, acordaron llevar su queja a conocimiento del juez. ElPukupuku, seguro de la victoria, se trasladó volando; el Gallo debió con-tentarse con viajar por tierra. Al borde dei camino, le salió al encuentro un

100 Versión de Julián Palacios lt íos.

t lniversiclacl Ricardo Palnra. 2005.

I lecogicla en AYntA, Jo.sé l.uis.

pp 133-136.Cltltttra t-ymara. Lima:

7l

7B Cnnlos Rnvcs NÚÑez

ratón (que no había concluido los estudios de derecho) y se establece el

siguiente diálogo:

.|X/iraxucha_leinterrumpió-permítamepedirleunfavor.

Diga sr.r demanda -repuso el gallo'

TengalabondadclefavorecermeconLlnpocodeal imentoparamlshijos que sufren hambre'

Siento mucho. No pueclo accecler a su demanda' Voy a la ciudad a sos-

tener un pleito y no sé si mis provisiones alcanzarán'

Insistió suPlicante el ratón:

Sientoqueustedt ieneasuntosjucl ic ia les- ledi jo- .Yopuedoayldar-le eficazmente' Tengo experiencia y estudios ai respecto'

Elroeclorconvencióalgal loyenel t rayectoambossehic ieronamigos.IJna vezen su clestino, las partes cotnparecieron ante el juez: el gallo, ase-

soracloporelratón,yelPukupuku,porunamigoqueledabaconsejos'señor juez -expuso el Pukupttku. Yo tengo el derecho de anunciar la

llegacla de cacla nuevo día con mi canto. Mis antepasados hicieron lo

mismo descle tiempos inmemoriales. Ahora este señor gallo, un extran-

iero recién llegaclo' trata de usurpar mi derecho'

Presente su demanda por escrito -dijo el juez'

El Gailo, Por su Parte' expLlso:

Señor iuez: Yo he adquirlclo el clerecho de cantar al amanecer del nuevo

día por 1os esfuerzos personales de mis padres en la conquista de este

país.PresenteSLlcontestaciónporescr i to-volr , , ióadecirel juez.

Al rato, los queiosos retornaron con sus respectivos escritos' El juez

anunció que tramitaría el asunto al día siguiente y los conminó a qLle' entfe

tanto, no perturbasen al vecinclario con iaranas ni escándalos' Y, consul-

tanclo su reloj, agregó: "Yo observaré si efectivamente son exactos en

anunciar el amanecer del día".

Al retirarse, el ratón clijo al gallo: "El iuez tiene reloi. Es necesario que

Consigamos uno, para que Cantes a las horas eXaCtaS"' Ya en el aloiamien-

to, el ratón propuso: "¿Qué te parece, gallo, si voy a sustraer el recurso del

inclio y lo ñago desaparecer?". "¡Magnífico! -repuso el gallo". El rábula

ingresó al juigado pof un hueco, trepó a la mesa, arrastró 1a demanda

detrás de unos caiones y la carcomió totalmente. Marchó luego al aloja-

miento clel Pukupuku y hurtó de sus alforjas la copia del escrito. El ave

andina trinaba sin exactitud cronológica, mientras que el gallo y su astuto

asesor se valían del reloi. Así, a partir de las cuatro de la madn-rgada, el

gallo anunciaba puntualmente la hora' Esto, como era de esperarse' satis-

lrzo al juez. Sentado ante una mesa antigua llena de papeles, un tintero y

crucifijo encima, estaba el magistrado' Solemnemente' con voz firme y

afectada, la autoridad requirió:

Cnpírulo 2, N¡nnADoRES Y ABocADos

¿Quién es el demandante?

Yo, señor juez-, dijo el Pukupuku.

¿Dónde está el escrito? -preguntó.

Le entregué ayer. Usted lo puso sobre la mesa.El juez buscó y no lo encontró.

No está aquí -le clijo-. ¿lJstecl no tiene copia?Sí, debo tenerla -repllso con alguna esperanza Pukupr-rku.Buscó su atado y no hal ló la copia.Se desesperó el indio, pero no había el papel.Entonces el juez se dirigió al gallo y le interrogó:

¿Dónde está el escrito? -preguntó.

Debe estar en sl l mesa, señor juez,

El juez encontró inmediatamente el papel y lo leyó:

¡Muy bien! -di¡o y prosiguió.

lJsted ha dado las horas con exactitud y su recLlrsoY dirigiéndose al Pukr,rpuku le cli jo:

Usted ha molestado con sus cantos a toda hora,, atencia. Así son los indios que vienen del campo. Setidian. Además no tienen sus papeles en sll lugar.Entonces sentenció:

'En nombre de la ley el señor gallo es el que tiene derecho de dar lashoras con su canto sonoro, todas las mañanas'. Así perdió el pukupuku

su derecho legal a saludar la llegada del nuevo día.

Conforme a Ia tradición aymara, desde que ganó el juicio, el gallo viveen la casa de la gente. Es muy bien cuidado, se alimenta con los mejoresgranos, en tanto que el pobre Pukupuku ha sido desterrado al campo,"abandonado en la intemperie, sin abrigo ni alimento seguro". Siguen can-tando aún muchos Pukupukus que esperan ei amanecer de un día muyalegre. Acarician la esperanza de ver alumbrar el sol de la justicia paratodos. Concluye lafábula con un espíritu de redención: "iEse díaha de lle-gar! No lo duden Ios Pukupukus del munclo".

A través del relato reseñado se transparenta el drama de la justiciaperuana. El Gallo correspondería aI acomodado litigante de tez clara; enel Pukupuku, por el contrario, se afinca el indio pobre, sin medios niinfluencia social; el Ratón, por último, sería el típico tinterillo mestizo,puente entre dos culturas; el juez, tal como ocurre en la mentalidad popu-laq inclina su balanza a favor del poderoso y niega justicia al débil cobri-zo. La frase de Scorza en una de sus novelas, "en el Perú un indio nuncaganará un juicio", adquiere aquí un reconocimiento plausible.

Conviene recordar en este recuento a Bismarck Ruiz, el atroz tinterillode El mundo es ancbo y ajeno, Ia clásica novela de Ciro Alegría. Ruiz, bajola falsa apariencia de defender a los comuneros, roba sus títulos para que

79

está en forma.

pesar de mi adver-

emborrachan y fas-

BO Cnnlos Rnuos N úñrz

el ambicioso hacendado Amenábar se apodere de sus tierras. El tinterillo

Bismarck Ruiz, según el relato "vestía un terno verdoso y lucía gruesos ani-

llos en ias manos y sobre el vientre, yendo de un bolsillo a otro del cha-

leco, una curvada cadena de oro. Sus ojuelos estaban nublados por el alco-

hoi y toclo é1 olía a aguardiente como si de pies a cabeza estuviera sudan-

do borrachera,'.'Yo soy Bismarck como el gran hombre", se jactaba ante

los comuneros.

Bismarck Ruiz compite en El mundo es ancbo y aieno con otro tinteri-

llo local, Iguíñez, La Araña, clefensor sin título de don Álvaro Amenábar,

enemigo de la comunidad de Rumi. Descrito por ciro Alegría que debió

Conocer a personas Semeiantes en la vida real comO "Suma y compendio

de los rábulas de la capital de provincia". Iguíñez estudió hasta el tercer

año cle clerecho en la Universidad Nacional de Truiillo. "Su cabeza era un

arsenal guerrero que se volvía temible dentro de su fottaleza de papel

sellaclo", y agrega Alegría un vívido retrato físico: "Al contrario de Bismarck

Ruiz, su más cercano rival, era pequeño y magro. Tortufado por tenaces

dolencias, no podía gozar de los pueblerinos dones de la vida". De él se

burlaba Bismarck Ruiz con estas palabras: "de araia no tiene más que el

apOdo, porque nO enreda nada, moscas". Recordemos que, en las tradicio-

nes orales del mundo andino, el tinterillo adquiere la forma de animales

que se hallan revestidos de determinados atributos. Así, el ratón capaz de

ingresar por los pequeños orificios de los juzgados y tfepar armarios y es-

critos para robar los expedientes o carcomerlos hasta su aniquilación; la

araña, que es capaz de enredar todo el proceso, o el murciélago, que actúa

en la noche, es decir, en la oscuridad.

Precisamente, otro típico tinterillo de la natrativa peruana es El Mur'

ciélago, Macario Pajuelo en La tumba del Relámpago de Manuel Scorza.

Nuevamente se presenta aquí la caracterización popular animalizada del

abogado sin título. El cliccionario define al murciélago como un mamífe-

ro carnívoro alado parecido al ratón y dotado de unas membranas que

le permiten volar. En el imaginario popular, el murciélago es un ratón

que vuela y que es capaz de ver en la oscuridad. En consecuencia,

alguien que tiene Ia capacidad de ingresar a un espacio oscuro' la cueva

(la iusticia) sin perclerse en la noche. Paiuelo, después de dejar su natal,,La Unión" para estudiar derecho en san Marcos, debió abandonar su

carrefa sin saberse por qué. Pudo haber sido la urgencia económica o Ia

falta cle clisciplina para el estudio. Lo cierto es que se instaló en su pro-

vincia originaria, fijando su oficina en un destartalado local de la Plaza

de Armas. Al poco tiempo, después de pasar desapercibido entre sus pai-

sanos, Pajuelo logró, gracias a un comportamiento gentil, hacerse de una

Cnpírulo 2, NnnRADoRES y ABocADos

numerosa clientela. Feroz lector desde sus años de estudiante de un mis-terioso libro, el código Penal, al que los indios confundían con la Biblia,hizo de este código el instrumento más poderoso de su actividad. ,,Libros

en La unión no se ven", relata scorza. constituyó un total revuelo saberque ese misterioso libro tenía por título "código penal". salvo que llo-viera, El Murciélago lo repasaba sin piedad. "¡Exhibía _anotz- Manuel$6s¡22- su pavorosa ciencia para advertir a los humanos que, fuera cualfuera la astucia o la insolencia él ya conocía los artículos, los incisosexactos que castigarían cualquier veleidad!"

El Murciélago al comienzo observaba un carácter muy respetuoso paracon los de su comunidad, que comenzó a entender que estaban ante unapersona instruida que escuchaba con absoluta atención y paciencia susquejas, lo que contrajo las muestras de afecto a este persona]e por pafiede esta gente acostumbrada al desaire de sus mandatarios, a tal punto queempezó a llamarlo "don". La forma de manifestar ese cariño no encontrómejor manera en muchos de los que 1o conocieron que dejándole cuan-tiosos legados testamentarios, 1o que generó para pajuelo una fortuna per-sonal, situación que modificó su conducta inicial. Había nacido para él elapelativo de El Murciélago:

con los años, el Murciélago se hizo más friolento y qutzás más miedo-so. En todo caso, a la Plaza de Armas lle¡¡a ahora protegido por una es-colta de armaclos insolentes, despectivos, pausados, exhibiendo sus"winchesters", esa mañana se posesionaron de las esquinas. El Murcié-lago Pajuelo entró en la plaza, se sentó en su banco, abrió el Libro, em_pezó a hojearlo.

El marcado cambio que nos presenta scorza en este personaje se lodebemos a \a capacidad que tuvo pajuel o par^ hacer uso de dos armasimportantes: sus conocimientos básicos y su ingenio carismático.

La idea de tinterillo rebasa los esquemas formales del foro en elcuento de Edgardo Rivera Martínez, El paleógrafo y la tesislor, presentacomo tinterillo a un historiador y archivero, don Gualterio, de apelativoinsultante: "cucaracha". El relato, una suerte de vindicta derivada de unpleito entre profesores de la universidad Nacional del centro enHuancayo, presenta a un indecente maestro provinciano de tez cobriza,ex becario en Sevilla, cuyo repositorio conoce muy bien, que, se apro-vecha de sus conocimientos para esquilmar a indios ingenuos y estu-

101 ltrv¡n¡ MARrfNEz, Edgardo. Cuentos completos. Lima: Instituto Nacional de Cultura, 2004, pp.307-31,4.

B1

82 Cnnlos R¡wos Núñez

diantes apremiados de obtener la tesis, ya sea a cambio de dinero o de

la compra de una larga relación de libros que van a parar a su bibliote-

ca personal.

Un ejemplo proverbial de un tinterillo urbano nos lo ofrece César

Hildebrandt en Memoria d.el abismo1o2. Aquí Ernesto Salvatierra, cuyopadre era un notario alcoholizado y librepensador que se orinó en el cáliz

de una Iglesia en su pueblo natal, convertido en jefe de invasores salía

rápidamente de la cárcel, no obstante las reiteradas denuncias en su con-

tra y la graveclad de los delitos que se le imputaban. Su efímero paso por

las penitenciarías, en realidad, no tenía que ver con un supuesto pacto con

la autoridad -como pensaban su detractores-, sino

Lo que iiberaba a Salvatierra de sus deudas con la justicia era su talen-to incomparable para enredar las cosas, torcer los interrogatorios y echarmano al diluvio gótico de su fabla iluminada. Con sus muchos años delitigante victorioso, había memorizado páginas enteras de los códigospenal y civil, las ordenanzas municipales sobre asentamientos humanos,la ley de asociaciones civiles, los párrafos pertinentes del decreto supre-mo sobre arrendamiento urbano y las promesas más espléndidas de laolvidada Constitución.

Hildebrandt anota en otro pasaje:

Pero su oratoria juclicial no se resi¡¡naba al Derecho ni a la Iglesia. Ensus infinitas digresiones, en los vericuetos de su lógica en pie de ¡¡uerray su sintaxis escabrosa, flotaban el Refranero, el poeta romántico CarlosAugusto Salaverry, las crueldades de Constantino Coprónimo -'plagia-rio de Nerón'- , el ritmo de José Santos Chocano, las furias de Oresteso los suplicios innecesarios de Santa Rosa de Lima, 'ésa sí, con todos loshonores, emlnjadora del Santo Paracleto'.

El sentido de superioridad del tinterillo sobre el abogado se acusabahasta por detalles nimios: "Salvatierra reducía la función del abogado de la

Cooperativa al mérito de cargar su portafolios renegrido, firmar cuanto

escrito le presentase y protestar hasta el escándalo si los jueces objetaban

el derecho de su patrocinado a plantear su propia defensa".

En buena cuenta el papel de sus abogados consistía en reclamar que eltinterillo Salvatierra estaba en condiciones de ejercer su propia defensa:

No h^y razón de ley para que mi defendido no hable por sí mismgritaba en la vista oral de la causa-. Al final, luego de cuchicheos y

consultas, los jueces cedían. Ese era el momento cumbre para

102 Htt.n¡:lln¡tNl)'r,, César. Memoria del abismo. Lirna: Jairne Carnpodónico, 1994.

Cnpirulo 2. NnnnADoRES Y ABoGADoS

Salvatierra. Caminaba lentamente hacia el centro de la sala, se desarru-

gaba el poncho lo mejor que podía, se acariciaba la chiva y empezal>a

un alegato febril que, al cabo de minutos que parecían siglos, concluía

con el entusiasmo zapateado de un buen sector del público y ]a flera

extenuación de los magistrados.

Los tinterillos buenos no han sido historiados en la natrativa de ficción

pero sí en los libros cle historia andina, por ejemplo, Ezequiel Urbiola, estu-

diante cle derecho en la Universidad San Agustín de Arequipa, que murió de

tuberculosis en Lima. José Cados Mariátegui lo conoció personalmente y dijo

que él era el nuevo indio. El problema consistía en que no Io era, más bien

se tfataba cle un pequeño hacendado que en una fepresentación teatral titu-

lada La Nocbe de SanJuan compuesta por el geógrafo Emilio Romero, en-

tonces miembro del grupo puneño Orkopata, después de interpretar el

papel cle inclio, no volvió a quitarse la ropa del personaiel03'

En el trabaio cle José Luis Ayala, Yofui canillita d'eJosé Cados Mariáte-

gui, el personaie principal, Mariano Larico Yujra, se describe a sí mismo

como un entendiclo en el oficio del litigante profesional104. El chalhuan-

quino que aparece en .Ios ríos profundos de Arguedas se queja también de

los tinterillos que no le guardaron lealtad en el pleito que sostenía con el

hacenclaclo grande. Tiene la esperanza de que el padre de Ernesto, Ga-

briel, gane el juicio. "He venido por un consejo para mi pleito. Ahí esta el

doctor. como un gavilán ha visto. Yo ya estaba amarrado. Pero un aboga'

do es un abogaclo y sabe más que un tinterillo. ¡Tinterillitos de porquería!

¡Ahura verán! iPayhumak'a nerk acbá.../". Ello se explica por Ia masiva

presencia de los tinterillos, eiefcientes libres de caráctet paralegal, en vir-

tud de la autorizacLón normativa que establecían las leyes orgánicas del

pocler judicial: no menos de diez letrados por provincia el Reglamento de

los Tribunales cle Echenique de 7852, no menos de cinco letrados la ley

orgánica del primer gobierno de Leguía de 1912.

11 . "Calixto Garmendia" i La injusticia y la locura

Según Norberto Bobbio, la diferencia entre súbditos y ciudadanos reside

en que los segundos están dotados de derechos fundamentales. Cabe pre-

103 Véase ll¡Nlos ZNr¡sRANo, Augusto. Et apostolado indigenista de Ezequiel Urbiola' Puno:

Universiclacl Nacional del Altiplano, 1993. T'¿mt],íén, Tmt¡vo Hl:nn¡nr, José Historia del indi'

genismo purxeño. Lima: Ediciones Treintaitrés, 1982.

104 Arelc, José Luis. Yofui canillita deJosé carlos Mariátegui. Lima: concytec. 1990.

B4Cnnlos Rnvos NÚÑez

Í ]untarsesienelPerúdeloscomienzosdels ig lo)C(, losindígenaseran.eulmenteciudaclanos,o,másbien,súbdi tos 'Elcontrapuntodeestaase-veración se hallaría en dos inolvidables personajes ideados por ciro

Alegría:RosencloMaquiyCal ixtoGarmen<l ia,quienesencarnanalpobla-dor anclino cleciclido a hacer valer sus derechoslo5'

La ausencia cle un sentido de justicia en el mundo rural peruano es uno

de los ejes cle Ia producción literaria cle Alegría. Naciclo en la provincia de

Huamachuco, La Libertad en 1909106, Ciro Alegría Bazán realiza sus estudios

escolares en Trujillo, donde tiene como uno de sus maestros nada menos

queaCésarVal le jo.Comomuchosjóvenesprogresistasdelnortedelpaís,Alegría no tarda en afiliarse al Apra, involucrándose en la turbulencia políti-

., {,r" siguió al colapso clel Oncenio leguiísta. La militancia aprista le signi-

f¡car¡a al joven al"griu dos ingresos ala cárcel durante la represión sanche-

cerrista, y, finalmente, el exilio en Chile en1934' baio el régimen de Bena-

vides. Sería precisamente en esa difícil coyuntura vital que ciro Alegría escri-

be la parte más significativa de su obra: la clásica trilogía novelística consti-

tuida por Lasetpientedeoro(Santiago cle Chile, 7935)107, en Ia que relatala

vida de los narivos a orillas del Marañón; Los perros hambrientos (Santiago

de Chile, 1939)rw, en la cual se describe la lucha de los pobladores de las

alturasandinascontra lanatura|ezahostil,yElmundoesancboyajeno(San-

t iagode. l '11., t !41) l0g,epopeyadel inolvidableRosendoMaquiysudesi-gual pugna contra el abuso de los poderosos'

Conestastresobras,CiroAlegríaseelevóa]raesferadelosmáspres-tigiosos novelistas hispanoamericanos anteriores al ..boom'', al lado de un

Rómulo Gallegos, un José Eustasio Rivera o un Miguel Ángel Asturias' Tras

Su retorno al país en 1"948, Alegría se declica al periodismo y, habiéndose

alejado del Apra, ejerce como diputado por Acción Popular' En esta época

publica Duelo d.e caballeros (Lima, 7963), colección de relatos que alber-

105 Véase RoDRfcrJEz cHÁvEz, Iván. "Breve recuento jurí<lico cle la narrativa cle ciro Alegría"'

Reuista de la Uniuercidad Ricardo Palma 5, 1982' pp' 17-30'

106 Sobfe Alegría, véase T¡uno DEL PlNo, Alberto. Enciclopedia' ilustrada del Penl. Tomo 1 (6

tomos). Lima-Barcelona: Peisa' 1987, pp' 69'7A; Esc¡J¡'onro' Tomás G Alegría y El mundo es

anchol , ,a. ieno.Llnta:Universic laclNacionalMayor<leSanMarcos'1983;V¡nc¡sLLosA'Mario '

LaLttopíaarcaica. .JoséMaríaArgueda.sylasf iccionesclet indigenismo.MéxicoD.F.:Fondo

<je Cultura Económica, 1996, pp. 11'4-120. Es útil, así mismo, la recopilación de textos clisper.

soscleAlegría:LanouelademLsnouelas.Selección,presentaciónycronologíadeRicardoSi lva-

Santisteban. Lima: pontificia Universiclacl Católica clel Perú, Ecliciones del Rectorado, 2004'

l0TALEGRÍA,Ciro.Lase|plentedeoro.Sant\agodeChi le:Edi tor ia lNascimento,1935.

108 ALEcRÍA, C\ro' Los peftos bambrientos' Santiago de Chile: Zig' Zag" 1939'

109Al¡cnf¡ ,Ciro.Lasetptentedeoro'Sant iagodeChi le:Edic ionesErci l la '1941'

CnpÍrulo 2. NnnnADoRES Y ABoGADos

gaba textos escritos a Io largo de las dos últimas décadas. A su falleci-miento, ocurrido en Lima en 1967, Ciro Alegría dejó dos novelas incon-clusas: Lázaro (Lima, 7972) y El dilema de Krause (Lima, 7979), así comovarias colecciones de relatos: Panki y el guenero (1968), La ofrenda de pie-dra (1969), Siete cuentos quiroménticos (narraciones escritas en EstadosUnidos y Puerto Rico, Lima, 1978); y El sol de los jaguares (1979), selecciónde cuentos amazónicos. En 7976 aparecieron sus memorias, con el títulode Mucba sierte con barto palorro.

Hacia fines de la década de 1950, con la eclosión de Ia Nueua narrati-uA LtrbanA, la estrella de Ciro Alegría pareció declinar. Sucede que la esté-tica cultivada por el novelista liberteño, saturada de aliento épico (telúri-

co) y poblada cle personajes paradigmáticos, contrastaba con la objetividadnarrativa que predicaban los narradores de la generación más joven. Hacia1963, Manuel Scorza -quien, dicho sea de paso, acogerá la forma y algodel contenido, de las novelas del maestro en sus propias producciones-,persuade a Alegría para que publique en forma de libro algunos cuentosy relatos. El resultado fue el volumen titulaclo Duelo de caballeros, apare-cido en Lima en 7963 en la colección de Populibros Peruanos, cuya edi-ción animaba Scorzal11. Duelo de caballeros recoge varios cuentos impe-recederos: "Calixto Garmendia", "La ofrenda de piedra" y el relato quepresta su nombre al libro.

En "Calixto Garmendia", cuento redactado hacia 1953-1954112,Ios abu-sos contra los indígenas y la complicidad de las autoridades se entrelazancon el desmoronamiento psicológico -que ¡e ¡¡e¡¿l- del protagonista,quien terminará hundido en las sombras de la demencia. A través de la na-rración de uno de sus hijos, Remigio Garmendia, AIegría nos refiere la sin-gular historia: Calixto es un modesto carpintero andino en un pueblo dela sierra norte del país. La mayor parte de su existencia transcurre en unacondición de penuria: los comuneros rara vez vtrlizaban muebles, en tantoque los mistis y los blancos solían agenciarse de mobiliario en las ciuda-des. Solo de vez en cuando se construía una nueva casa; las puertas y lasventanas, por lo demás, duraban muchísimos años.

110 AructiÍ¡, Ct<>. Mucba suerte co/t hatto palo. Ordenamiento, prólogo y notas de Dora Varona.Memorias. Buenos Aires: Editorial Losada, 1976.

111 ALEcRÍA,Ciro.Duelodecaballeros.Cuentosyrelatos.Lirna:EditorialLosada, 1965.Enadelantecitamos según la eclición cle Losacla.

112 AlncnÍ¡, Ciro. .Calixto Garmendia', en I)Ltelo de caballerc¡s,

B5

B6 Cnnlos R¡vos Núñrz

Para asegurarse el sustento y el de su familia, don Calixto cultivaba una

pequeña chacra de trigo, maíz y habas con la ayuda de los indígenas, a

cambio de lo cual les entregaba unas monedas o les arreglaba sus enseres

de labranza. Distinta era la fortuna cle los Garmendia cuando un rico del

pueblo moría y les era encomenda da Ia pteparación de un lttjoso ataúd. El

altivo carpintero jamás ocultaba la oscura satisfacción que ese ajeno infor-

tunio le procuraba. Y es que, entfe el taller y la chacra, Garmendia podía

consiclerarse libre del arbitrio de los poderosos cle la comarca:

A causa de tener algo y también por su carácter -dice Remigio-, mi

padre no agachabala cal>eza ante naclie. su banco de carpintero estaba

en el cor-redor cle la casa, dando a la calle. Pasaba el alcalde. "Buenos

días, señor", decía mi padre, y se acabó. Pasaba el subprefecto' "Buenos

días, señor," y asunto concluido. Pasaba el alférez de gendarmes. "Bue-

nos días, alférez,' , y nada más. Pasaba el juez y lo mismo. Así era mi pa-

dre con los mandones. Ellos hubieran querido que les tuviera miedo o

les pidiese o les debiera algo. se acostunlbran a todo eso los que man-

dan. Mi padre les disgustaballs

Otro motivo paralzr animadversión de las autoridades era la inclinación

de clon Calixto por los reclamos. Garmenclia no dudaba en plegarse a cual-

quier manifestación, fuese promovicla esta por indios, mestizos o blancos

pobres:

oía de lo que se trataba, si le parecía bien aceptaba y salía a Ia cabeza

de la gente, que daba vivas y metía harta bulla, para hacer el reclamo.

A veces hacía ganar a los reclamadores y otras perdía, pero el pueblo

siempre le tenía confianza. Abuso que se cometía, ahí estaba mi padre

para reclamar al frente de los perjudicados. Las autoridades y los ricos

del pueblo, dueños de haciendas y fundos, le tenían echado el oio para

partirlo en la primera ocasiónl14.

Inesperaclamente, el pueblo fue atacado por una epidemia de tifus que

acarreó una gran mortandad. El panteón del pueblo estaba colmado con

los muertos clel pueblo y los que traían clel campo. Entonces las autorida-

cles echaron mano de la chacra de Garmendia. No obstante las protestas

del carpintero la expropiación se llevó ^

c^bo, bajo el pretexto de que el

tefreno estaba ya cercado. El justiprecio fue fijado en setecientos soles, que

nunca le serían abonados. Siempre faltaba una autorización, un requisito

formal. o. sencillamente, no había dinero en ese momento.

173 Ibíclern, pp. 47-48.

n4 lbídenr, p. 48.

r

CnpÍrulo 2. N¡nnADoRES Y ABocADos

Garmendia empezó las gestiones, si no para recuperar el terreno, por lo

menos para obtener el pago del justiprecio. El escribano de la localidad le

hacía las cafias, al precio de dos soles por cacla una. Envió dos o tres misi-

vas al diputado por la provincia, otras a1 senttclot' por el departamento, una

al Presidente de la República, siempre con resttltados infructuosos. Desen-

gañado, escribió a los periódicos de Tn-rjillo v cle Lirr-ta. con idéntico resulta-

do. "Mi padre -comenta certeramente el narraclor- tarcló en desengañar-

se de reclamar lejos y estar yéndose por las alttlras. r-arios '1ños"115.

Un día, a la desesperada,fue a sembrar la p:rrte clel prrnteón que aún no

tenía cadáveres, para afirmar su propieclad. Lo torlraron preso los gendar-

mes, mandados pOr el subprefecto en persona, ) estllvo clos clías en la chr-

cel. Los trámites estaban ultirnados 1'legalmente el terreno era cle propiedad

municipal. Don Calixto presentó clos recursos al iuez. Le costaron cliez soles

cacla uno. El iuez los declaró sin lugar. El dinero ahorrado se fue en caftas

y en papeieo. A los seis o siete años del clespojo, Garmendia se cansó de

cobrar. Alguna vez pensó en irse a Trujillo o a Lima a reclamat, pero no tenía

dinero para eso. Además, viénclolo pobre y solo, sin influencias ni nada, no

le harían caso. El terrenito seguía de panteón, recibiendo mueftos:

Mi paclre no quería ni vello, pero cuando por casualidad llegaba a mirar-

lo, decía: "¡Algo mío han enterraclo ahí también! ¡Crea usted en la justi-

cia!" Siempre se había ocupado de que le hicieran justicia a los demás

y, al final, no la había podido obtener ni para é1 mismo' Otras veces se

quejaba de carecer de instrucción y siempre despotricaba contra los tira-

nos, gamonales, tagarotes y mandones.

No le quedó otra cosa que su modesta carpintería:

La verd ac| era qLle cllanclo nos llegaba la noticia de Lln rico clifunto y el

encargo de un cajón, mi padre se ponía contento. Se alegraba de tener

trabajo y también de ver irse al hoyo ^

uno de la panclil la que lo cles-

pojó. ¿A qué hombre, tratado así, no se le claña el corazón? IvIi madre

creía que no estaba bueno alegrarse clebido a la muerte de un cristiano

y encomendaba el alma del finado rezando unos cuantos padrenuestros

y avemarías. l)uro le dábamos al serrucho, al cepillo. a la liia y a la cla-

vada mi paclre y yo, que un cajón de muerto debe hacerse luego. Lo

hacíamos por 1o común de aliso y quedaba blanco. Algunos lo querían

así y otros que pintado de color caoba o negro y encima charolado. De

todos moclos, el muerto se iba a podrir lo mismo ba)o la tierra, pero alln

pafa eso haY gLlstos.

115 lbíc ier l , p. 50.

87

BB Cnnlos Ravos Núñrz

El temperamento de Garmendia, de entusiasta y aguerrido, pasaría a

sombrío y reservado. Si antes su trabajo de carpintero lo colmaba de con-

tento, ahora tornaba para él en incomparable fuente de disgusto y hasta

de odio.

Antes lo había visto yo gozarse pulienclo y charolando cualquier obrita

y le quedaba muy vistosa. Después ya no le importó y como que salía

del paso con un poco de lija. Hasta que al fin llegaba el encargo de otro

cajón de muefio, que era plato fuerte, Cobrírbamos generaimente diez

soles. Déle otravez a alegrarse mi padre, qr-re solía decir: "¡Se fregó otro

bandido, diez soles!"; atrabaiar duro él y )'o; a rezar mi madre, y a sen-

tir alivio hasta por las virutas. Pe¡o ahí acababa todo.

Al declive moral de don Calixto se añzdia el deterioro mental. Su mo-

desta venganza se había reducido ahora a llenarse los bolsillos de guiia-

rros, para lanzarlos hacia los techos de las casas cie sus enemigos en la no-

che cerrada . Ilna vez alcanzado el blanco, el enloquecido Garmendia huía

hasta que, guarnecido en casa, rompía en macabras carcajadas. Poco a po-

co, el carpintero afinó el dominio de su curiosa ¿rrtillería. Era imposible ha-

llar al autor de los daños. Cuando la vigilancia en las casas amenguaba,

volvía a su tarea justiciera: romper tejas. Prinero fue la casa del alcalde,

luego seguirían las viviendas del juez, del subprefecto, del alférez de gen-

darmes y del Síndico de Gastos. Relataba el narrador del cuento:

Se había vuelto un artista de la rotura de teias. De mañana salía a pa-

sear por el pueblo para darse el gusto de ver que los sirvientes de las

casas que atacaba, subían con tejas nuevas a reemplazar las rotas. Si

llovía era mejor para mi padre. Entonces ^t^c^b^

la casa de qr-rien odia-ba más, el alcalde, para que el agua le dañara o, al caerles, los moles-

tara a él y su familia. Llegó a decir que les metía el agua a los dormito-rios, de lo bien que calculaba las pedradas. Era poco probable que

pudiese calcular tan exactamente en la oscuridad, pero él pensaba que

lo hacía, por darse el gusto de pensado.

De un momento a otro, el aborrecido alcalde murió, y, como era de

esoerar. Garmendia fue llamado a construir el féretro:

Mi padre fue llamad o para que le hiciera el cajón y me llevó a tomar las

meclidas con un cordel. El cadáver era grande y gordo. Había que verle

la cara a mi paclre contemplando al muefto . Él parecía la muefte. Cobró

cincuenta soles aclelantaclos, uno sobre otro. Como le reclalnaron del pre-

cio, dijo que el cajón tenía que ser muy grande, pues el cadáver también

lo era y además gordo, lo cual demostraba que el alcalde comió bien.

Hicimos el cajón a Ia diabla. A la hora clel entierro, mi padre contempla-

ba desde el corredor cuando metían el cajón al hoyo, y decía: "Come la

C¡pÍrulo 2. NanRADoRES Y ABocADos

tierra que me quitaste, condenado; come, come". Y reía con esa su risahorrible. En adelante, dio preferencia en la rotura de tejas a la casa deljuez y decía que esperaba verlo entrar al hoyo también, lo mismo que alos otros mandones. Su vida era odiar y pensar en la muerte.

El arribo del nuevo alcalde no significaría para Garmendia úna garantía

de justicia. Se le insistía llanamente: "no había plata p:rra pagarle". Es más,

se le acusó de excederse en el cobro de los cincuenta soles por un simplecajón de muerto y salieron a relucir sus añejas peripecias como agitadordel pueblo. Ya fuera de sí, el viejo carpintero entpezci r elevar Ia voz, loque le granjeó una imputación de clesacato v quince clítrs cle perrnanencia

en la cárcel. La esposa le sugirió que arnbos acr-rcliesen llolando y le supli-caran hnrnildemente el pago. Pero Garr.nenclia erclamó: ;Eso nunca! ¿Porqué quieren humillarme? ¡La ¡usticia no es l imosnal ;Piclo justicia!" Pocodesoués. don Calixto Garmenclia falleció.

B9

Capítulo 3

Tres abogados fallidos :Vargas Llosa, R¡beyro yBryce Echenique

1. La urgencia al iment ic ia de Vargas Llosa

Las alusiones de MarioVargas Llosa (Arequipa, 193fil ell t()rl lo ai clerecho no

deben ser escatimadas, en especial, las referencias lt sl-t épctca cle estuclian-

te en la Facultad de Jurisprudencia de la Universrclltcl cle Sen \larcos. En l'a-

rias de sus obras el autor areqr,ripeño evoca que. aún aclolescente, ingresó a

San Marcos para estudiar letras y derecho, "la prinlera por vocación y Ia

segunda por resignadas razones alimenticias"l. Lna relletnbranza recul'ren-

te es, muy contrario a los deseos de su familia, sn eiección de una universi-

dad clel Estado, que sería, como él clenomina. Ltn 'acto de rebeldía" frente a

ia propagada idea de que un estudiante de clase meclia debía optar por la

Universidacl Católica, institución privada más ¿r tono para la imagen social y

las relaciones. En realidad, el aliento para cstr,rdizrr cierecho provino del que-

rido tío Lucho, el simpático y práctico hert-llano de su madre, quien reem-

plazaba la ausente figura paterna. Lltcho Llosa pensaba que la abogacía le

dejaría espacio para cultivar la literatr-rra. Con aquella podría conciliar "la

vocación literaria y el trabajo alimenticio"2. No fue tampoco pequeño el tra-

bajo realizado en esa misma dirección por el doctor Guillermo Gulman, abo-

gado y maestro de economía política, reclutado por el director Marroquín,

en el legendario Colegio San Miguel de Piura.

Fue ese cLlrso, creo, -¿¡eta el novelisfv- y también los conseios clel

tío Lucho, los que me animzrron a segLlir luego, efl la Llniversidad, las

carreras de Letras y Derecho. Antes de ir a Piura estaba resLlelto a hacer

V¡nc;ns Llos¡, iVario. ISases para una húerpretacirin de Rubén Darío. Litlra: Universiclacl

Nacion¿rl Nlayor de San Marco.s, Institutcl de Investigaciones Humanística.s, 2001,p,18.

Ibíclem, p. 200.

te1l

92 Cnnt-os Rnn¡os N úñrz

sólo Filosofía y Letras. Pero en esas clases del doctor Gulman, elDerecho parecía mucho más profundo e importante que lo meramenteasociado a los litigios: una puerta abierta a la filosofía, a la economía, atodas ias ciencias sociales3.

Su estancia en Piura y las largas tertulias con el tío Lucho también

determinaron que postulase a la Universidad de San Marcos, no a \a

Católica, "Universidad de niñitos bien, de blanquitos y de reaccionarios.

Yo iría -afirma rotundo- a la nacional, la de los cholos, ateos y comu-

nistas"4. En esa gran novela que es Conuersación en La Catedral(7969), a

través de Zavalita, el clesconcertado protagonista de dicha novela y alter

ego del autor. Zoila, la madre burguesa de Santiago Zavala sobresaltada,

pronostica: "No quiere entrar a la Católic'¡ sino a San Marcos. Eso lo tiene

hecho una noche a Fermín". Don Fermín, ei acaudalado e influyente

padre interviene también: "-Yo lo haré entrar en razón, Zoila, tú no te

metas. Está en la edad del pato, hay que saber l levarlo. Riñéndolo, se

entercará más". " -Si en vez de consejos -retruca doña Zoila- le die-

ras unos cocachos. El que no sabe educarlo eres tú". A su vez, Popeye,

hiio de un senador odriísta, le comenta a su padre en torno a la decisión

de Santiago: "-Se le ha metido entr¿rr a San Marcos porque no Ie gustan

los curas, y porque quiere ir donde va el pueblo- dijo Popeye. -[¡ ¡s2-

lidad, insiste Popeye, se le ha metido porque es un contreras. Si sus vie-jos ie diieran entra a San Marcos, diría no, a la CatóIica". "-Zoila tiene

razón, en San Marcos perderá las relaciones -dijo la vieja de Popeye-,

los muchachos bien van a la Católica. También en la Católica hay cada

indio que da miedo, mamá -acotó Popeye5. Popeye se encargaría de

darle consejos: "-1s vieja se fue a dar sus quejas a la senadora por 1o de

San Marcos. -Puede ir a darle sus quejas al rey de Roma -dijo Santiago.

-Si tanto les friega San Marcos, preséntate a la Católica, que más te da

-dijo Popeye. -¿O en la Católica exigen más? -A mis viejos eso les

importa un pito -dijo Santiago-. San Marcos no les gusta porque hay

cholos y porque se hace política, sólo por sse. -Js has puesto en un

plan muy fregado- dijo Popeye. Te la pasas dando la contra, rajas de

todo, y te tomas demasiado a pecho las cosas. No te amargues la vida por

gusto, flaco6. El ingreso a San Marcos, suscita, después de todo, la alegria

de don Fermín y un orgullo explícito: "Lo importante es que el fTaco haya

Ibíden'r, p. 188.

Ibíclenr, p. 203.

V¡Rc;ns Ll.os¡. Mario. Cont,ercacirin en La Cr¿tedrctl. Lima: Alfaguara-Santillana. 2005,, pp.40-47.

Ibíclerrr, pp. 12-43.

34

56

Cnpírulo 3. Tnrs ABocADos FALLTDos: Vnncns LrosR, Rraeyno v Bnycr EcHeuour

entrado a la universidad.La Católica hubiera sido mejor, pero el que quie-re estudiar, estudia en cualquier parte". "_.La Católica no es mejor queSan Marcos, papá -dijo Santiago-. Es un colegio de curas. y yo no quie-ro saber nada con los curas, yo odio a los curas"7. Don Fermín sostieneque no le importa si sus compañeros son blancos, negros o amarillos.Solo espera que estudie y no se quede sin una carrera como su atlético yfrívolo hijo mayor, el Chispas.

La coincidente elección de sus amigcts parece reforzar la convenienciade estudiar una carrera liberal como derecho. Uno de los compañeros deZavalifa, Jacobo, el brillante judío que desh-rmbró a la ex estudiante delYillaMaría, también estudiaría derecho e hisroria. Aícla, la muchacha de laque se enamora Santiago, escoge finalmente clerecho. clespr-rés cle cludarante la psiquiatría. \lashington, el joven andino cle esplénclida formaciónmarxista y forjador de un círculo de estuclios. es un alumno de derecho.Todos siguen otras carreras (la brevedad ciel esp;rcio físico en la Casona deSan Marcos lo permite tanto como el estatuto universitario) pero, más alláde su adhesión ideológica o política, con-]parten una sola c rrer^.. derecho.

A veces, sin embargo, a Santiago Zaval,a, estudiante de letras y de juris-prudencia, lo invade un hilo de desconsuelo. Así, en un monólogo anota:"En San Marcos no se estudia nada, flaco, solo se hacía política, era una cue-va de apristas y comunistas"s. En un pasaje, afToran nítidamente prejuiciosque ha procurado reprimir: "Cholos, cholas, aquí no venía gente bien. Mamátenías razón"9. En efecto, un estudioso de la obra de Yargas Llosa indica quepara el escritor la universidad pública más importante del Perú era un campode experimentación que luego utllizaríal). Ese contacto con la realidacl pudohaber sido la verdadera razón de su incursión sanmarquina, que, por otrolado, no está libre de sinsabores y sentirnientos de pérdida. Pérdidas no solosociales: los amigos de Miraflores y los parientes de clase media alta de ras-gos europeos. Un biógrafo, que fue a su vez compañero de estudios en elColegio La Salle y en el Colegio Militar Leoncio Prado, llegó a sostener conironía que Vargas Llosa "ni alternó ni hizo amistad con los cholos sanmar-quinos. Para qué" (sic)11. Pero, incluso, pérdidas morales: "Antes de irme decasa --dice Santiago, cuando entré a San Marcos, yo era un tipo puro"lz.

7 Ibíclem, 40.

8 l l t ídern, p. 85.

9 Ibídem, p. 83.10 Anues M¡ncEro, J.J. Vargas Llosa. El ticio de escribir. Madrid: Alfaguara, 2002, p. j2.

11 Monorn, Herbert. Vargas Lk¡sa, tal cual, Lim¿l: Jaime Campoclónico editor, 7998, p.77.12 Vanc¡s Lr,osA, Mario. Cr¡nu,ersación en La Catedral. ap.cit., p. 80.

93

94 Cnnlos Rnvos Núñrz

La ruptura con el padre será atribuida en la boca de Ambrosio al ingre-

so en la universiclad estatal: "-Su papá decía que a usted San Marcos le

hizo claño. Usted deió cle quererlo por culpa de la universidad"l3. Don

Fermín ya se había expresado en términos hirientes y caricaturescos: "Ha

percliclo su categoría, ya no es como antes. Ahora es una cholería infec-

1a...14. En otro lugar, Zavalita apllnta con franca decepción académica:,,San Marcos efa un burdel y no el paraíso que creías", donde enseñaban,,\as cabezas del Perú". No tanto porque ias clases se iniciarán en iunio en

lugar de abril, sino porque "los cateclrirticos fueran decrépitos como los

pupitres". Con Aída pensaba que la mediocriclad se explicaba por los míse-

ros sueldos que recibían del Estado y el tiempo perdido en el trabajo en

dependencias públicas y con Jacobo por la falta de adoctrinamiento que

propiciaba el sistema. Si en junio las aulas estaban abarrotadas, en el mes

de septiembre soio asistían la mitacl de los alumnos, y estaban contamina-

clos de formalismo burgués y únicaurente buscaban el título. La pregunta

crucial pronunciada por Santia go Zavala mientras bebía con Ambrosio en

el bar La catedralde la AvenidaT^cnai ¿En qué momento se jodió el Perú?,

se transformaba en una interrogante personal para el frustrado personaje:

san Marcos. ,,¿Ahí, piensa, me jodí ahíi"1t. Ya sea en las inmediaciones del

Palacio de Justicia o en tofno a la pileta de Derecho en la Casona del Par-

que Universitario, Jacobo pfocura explicar la medianía de los profesores:

"La universi dad era un refleio del país, decía Jacobo, hacía veinte años esos

profesores a 1o mejor eran progresistas y leían, después por tener que tra-

bajar en otras cosas y por el ambiente se habían mediocrizado y aburgue-

sado". La solución para ese fracaso individual y colectivo descansaba, inge-

nuamente para estos jóvenes, en la reforma universitaria, la cátedra para-

lela, el cogobierno universitario, la universidad popular, el centro federa-

do y el derecho cle tacha y, si era posible, en la revolución16.

En otro pasaje autobiográfico, en este caso más directo que se inserta

en La tíaJutia y el escribidor 0977), Vargas Llosa, vecino miraflorino de la

caile Ocharán, comensal los días jueves de su tío Lucho y director de infor-

maciones de Radio Panamericana, se describe como estudiante de tercer

año de clerecho en San Marcos, "resignado a gan rme más tarde Ia vida

con una profesión liberal, aunque, en el fondo, me hubiera gustado más

13 lbídem, p. I28.

14 lbídenr, p. 47.

15 Ibídern, p, fz l .

16 Ibídem, pp. 12I-123.

Cnpírulo 3. Tnrs ABocADos FALLTDoS: Vanc¡s Llosn, Rrgrvno v Bnvcr Ecsrxroue

Ilegar a ser un escritor"17. Sus padres, entonces reconciliados, preferían la

caffera de derecho en la que se matricula durante tres años, pero a la que,

finalmente, el escritor rechaza a favor cle una firme apuesta literarials. Eljoven Vargas Llosa le confiesa a Julia Urqr,ridi que solo "estudiaba Derecho

para darle gusto a su familia"le.

A pesar del poco interés que le provocaba a \¡argas Llosa el estudio del

derecho, y no obstante la pesada carga de sus cliferentes empleos, recono-

ce que dedicaba algún tiempo a preparar slrs exl'rr-nenes, aun cuando conpoco ahínco, durante la época que trabajaba en Itaclio Panamericana junto

al artífice de radio novelas, el caudaloso boliviano Peclro Camacho:

Yo solía meterme al cubículo con el pletexto cle estucliur. de que en migallinero había mucho ruido y gente (estlrclirb:r ir¡s cur.sos de Derechopara exámenes y olvidaba todo después de rerciir'los: c1r.re janrás rne sus-pendieran, lo cual no hablaba bien de r.r.li sino rrr:ri cle i:r universiclad). Mesentaba enelalféizar de la ventana y hunclirr i:i nuriz er.r algr-in cócligo. Enrealidad, lo espiaba2o.

Cuando ya labía iniciado su romance con Jnlia L-rqr.ricii, Vargas Liosa re-

cuerda que trabó amistad con un compañero srnrrrrlqr-rino, un arequipeño,

más estrictamente camanejo, Guillermo Velanclo. qr-rien se tornó en su salva-

dor intelectual, puesto que asistía cada vez lre nos a clases y se hallaba mal

preparado para rendir exámenes. Velando vir'ía en una pensión del centro,

cerca de la Plaza Dos de Mayo, en un cuaftito pequeño, abarrotado de li-

bros. maletas v baúles v. como lo describe el afamado escritor:

Era un estudiante modelo, eue no perdía una clase, apuntaba hasta la

respiración de los profesores y aprenclía cle memoria, como yo versos,

los artículos de los códigos. Siernpre estaba hablando de su pueblo,

donde tenía una novia, y sólo esperaba recibirse de abogado para dejarLima, ciudad que odiaba, e instaiarse en Camaná, donde batallaría por

el progreso de su tierra. Me prestaba sus apuntes, me soplaba en los

exámenes y, cuando éstos se venían encima, yo iba a su pensión, a que

me diera alguna síntesis milagrosa sobre lo que habían hecho en clase.

De allí venía ese clomingo, después de pasar tres horas en el cuarto de

Guillerffio, con Ia cabeza revoloteante de fórmulas forenses, asustado dela cantidad de latinajos que había que memorizar

17 V¡nc¡s LLos¡. Mario. La tíaJulia -v

el escribidor. Madrid: Alfaguara,2004, pp. 15, 21. La edi-ción original apareció en Barcelona, por Seix I)¡rra|, en 1977.

18 CASTRo-KI.ARÉN, Sara. Marir¡ Vargcs Llosa: Anrilisis introdLtctorio. Lima: Latinoamericana, 1988,p.23.

1,9 VARGAS LLosA, Mari<>. La tíaJulía y el escribidor. Op. cit., p. 115.20 Ibíclem, p. 166.

¿t lDroem. D. z4l .

95

96 Cnnlos Rnvos Núñrz

Velando lo llamaba para recordarle que "la facultad todavía existía yaclvertirme que al día siguiente me esperaba un examen de derecho pro-cesal"z2.Inesperadamente, vargas Llosa obtuvo en el examen de cjerechoprocesal una nota más alta que Velando, quien, en realidad, conocía más\a maferiaz3. En uno de sus cursos, Derecho penal, el escritor descubre lavoluptuosa actitud del catedrático, "un personaje de cuento,,, a quien des-cribe como una "perfecta combinación de satiriasis y coprolalia, miraba alas alumnas como desnudándolas y todo le servía de pretexto para dectrfrases de doble sentido y obscenidades. A una chica, que le respondió bienuna pregunta y que tenía el pecho plano, la felicitó, regodeando la pala-bra: Es usted muy sintética, señorita", y al comentar cierto artículo del có-digo Penal lanzaba inútiles peroratas sobre enfermedades venéreasz4.

cuancio era necesario obtener una copia de su partida de nacimiento afin de validar su matrimonio con su tía Julia urquidi, que pretendía impug-nar el indignado padre, Vargas Llosa, incapacitado para lograr una copialegalizada de su partida de nacimiento, debió enfrentarse a la burocraciauniversitaria en términos formalmente legales. La señora Riofrío, secretariade la Facultad de Derecho de San Marcos y encargada de dar las notas,habría de asomar entonces. Engañada por vargas Llosa, quien le habló cleIa necesidad de un empleo, la pobre señora, escarbó entre los expedien-tes de los alumnos, hasta encontrar la partida de nacimiento del escritor:"un día voy a perder mi puesto por hacer estos favores y nadie \evaniaráun dedo por ry7i"25.

vargas Llosa se desprendería, definitivamente de sus libros de derecho,cuando requería dinero paru ayudar a Julia urquidi en su viaje a chile, afin de apaciguar el escándalo, suscitado en su familia, a raíz de su prema-turo matrimonio. Recuerda que vendió a un librero miraflorino de la calleLa Paz, "todos sus libros que aún conservaba, incluidos los códigos ymanuales de Derecho, con lo que compré cincuenta dólares,,26. Es proba-ble que este fuera su último contacto directo con los textos legales.

El conocimiento del que el escritor disponía en aquel entonces en tornoal sistema normativo, se revela superficial y limitado. No se trata en esü1c-to de un estudiante de derecho, volcado al estudio de la ley. menos de la

22 Ibídem, pp. 197-198.23 lbíc lenr, p. 252.24 Ibídem, p. 297,25 Vnnc¡s Lr,osn, Mario. Conttersación en26 Ibídenr, p. 436.

La Catedral. Op. cit. ,pp. 333-334.

Cnpírulo 3, Tnes ABocADos FALLTDos: VnRcns Llosn, RlBEyRo v BRYcE Ecserutoug

doctrina ni de la jurisprudencia. Es poco o nada 1o que ha aprendido. La

ocasión es su propio matrimonio con Julia Urquidi, la falsificación de lapartida de nacimiento, que se atribuiría a la supuesta corruptora de meno-

res, quien pagaría los platos rotos y la eventual nulidad que invoca suindignado padre. El desconocimiento de categorías como la nulidad abso-

luta de la anulabilidad, así como la distinción entre un ilícito civil de un

delito penal lo atestiguan. Tal diagnóstico no puede ser un reproche, sino

simplemente una constatación de una falta clamorosa de formación jurídi-

ca. El temor inicial que le suscitan las amenazas de su padre Ernesto cede

a la serenidad, después del diálogo con un jusperito:

Por lo pronto, consultar a un abogado -fue lo único que se me ocu-rrió-. Sobre mi matrimonio f io otro. ¿Conoces a algttno que nos pueda

atender gratis, o darnos crédito'l Fuim<¡s doncle un abogado joven,

pariente suyo, con quien algunas veces habíamos corrido olas en laplaya de Miraflores. Fue muy amable. tomó con hurror la i-ristoria cle

Chincha y me hizo algunas bromas, como había calculado Javier, noquiso cobrarme. Me explicó que el matrimonio no era nulo sino anula-

ble, por la corrección de fechas en mi partida. Pero eso requería unaacción iudicial. Si esta no se entablaba, a los dos años el matrimonioquedaría automáticamente "compuesto" y ya no se podía anular. Encuanto a la tía Julia, sí era posibie denunciarla como "corruptora demenores", sentar un parte en la policía y hacerla detener, por lo menosprovisionalmente. Luego, habría un juicio, pero él estaba seguro que,

vista las circunstancias ----€s decir, dado que yo tenía dieciocho y nodoce años- era imposible que prosperara la acusación: cualquier tri-bunal la absolvería27.

Vargas Llosa recuerda que al retornar a Lima tras varios años de ausen-

cia, se dirigió por la avenida Abancay hacia el Parque Universitario y, al

observar las instalaciones donde años atrás funcionara la Universidad de

San Marcos, una nostalgia lo embargó. Las aulas que alguna vez habían

acogido al novelista en sus años de estudios en letras y derecho se habían

convertido en oficinas y en un museoz8. "No terminé nunca la carrera de

abogado, pero, para indemnizar de algún modo a la familia y para poder

ganarme la vida con más facilidad, saqué un título universitario, en una

perversión académica tan aburrida como el Derecho: Filología

Románica"29. Una bocanada de frustración concluyente se observa en un

diálogo esencial de Conuersación en La Catedral, entre Caditos y ZavaIiia,

27 lbíc lem, pp. 43I-432.

28 l l r ídem, p. 45I .

29 lbíclem, p. 447.

97

9B Cnnlos RnH¡os Núñrz

esos dos periodistas desengañados, el primero pronostica al segundo:"Nunca te inscribirás len el partido comunista]. Cuando termines San Mar-cos te olvidarás de la revolución, y serás abogado de la International Pe-troleum y socio del Club Nacional. -Consuélate, la profecía no se cum-plió -dice Carlitos-. Ni abogado, ni proletario, ni burgués, Zavalita. Sóloun pobre mierdecita entre los dos"30.

En su libro de memorias personales y poiíticas, El pez en el agua(7993)31 , nuestro escritor se ve precisado a clescribir a algunos letrados conlos que organizó el Movimiento Libertad y que poco tiempo después pasa-ron a formar parfe del novísimo Frente Democrático (Fredemo). Así, FelipeOsterling es descrito como "abogado y maestro universitario de prestigio ycon una excelente acción parlamentaria". Lamenta que el profesor de laUniversidad Católica no figurase en la plancha presidencial, habida cuentade que su "energía y buena imagen hubieran aportads"3z. Por el contrario,se muestra implacable con Luis Bedoya Reyes, fundador del Partido PopularCristiano, facción derechista de la Democracia Cristiana. Comparándolo conFernando Belaunde Terry -el otro aliado del Frente-, Vargas Llosa retra-ta al político chalaco nacido en 7919 con expresiones que el propio Bedoyahubiera querido, infructuosamente, desmentir: "de origen más humilde" y"de baja clase media que había recorrido mucho camino para hacerse unaposición en la vida, como abogado"33. Bedoya Reyes "nunca había podidosacudirse las etiquetas de reaccionario, defensor de la oligarquía y hombrede extrema derecha con que lo bautizó la izquierda y fue derrotado las dosveces que postuló a la presidencia (en 1980 y 7985)". Pero aquellas eti-quetas no le permitieron gobernar. "Es un error que hemos pagado, sobretodo en la elección de 1985, porque su gobierno hubiera sido menos popu-lista que el de Alan Garcia, más enérgico contra el terrorismo y, sin menorduda, más honrado"34.

Una descripción más bien positiva anuncia el escritor mistiano sobreLourdes Flores Nano: "(...) joven abogada se había hecho muy popular porsu simpatía y su buena oratoria durante la movilización contra Ia esÍatíza-ción de Ia banca"35. Y, del representante pepecista en la fórmula presi-dencial, el doctor Ernesto AIayza Grundy, Vargas Llosa guarda los mejores

30 Ibídem, p. 180

3t Vnncns LLos,r., Mario. El pez en el agua. Memorias. ÍJarcelona: Seix Barral, 1993.

32 lbídem, p. 126,

33 lbídem, p. 85.

31 Ibídem, pp. 85-86.

35 Ibídem, p. I33.

Cnpirulo 3. Tnrs ABocADos FALLtDos: Vnncas LLosR, Rrsgyno y Bnycr Ec¡rruroue

recuerdos, no obstante los matices ideológicos que los separaban. Alayza,escribe, era un "ortodoxo seguidor de la doctrina social de la Iglesia, y,como ésta, receloso del liberalismo"36. vargas Llosa cuenta cómo, sutil-mente y con "finísimas maneras", el letrado le hacía llegar encíclicas cató-licas sobre cuestiones sociales. "He aquí entre los políticos -anota elo-gioso- alguien interesado en ideas y doctrinas, que entendía Ia poIíticacomo hecho cultural"37. El narrador no tiene las mismas expresiones paracon otros abogados católicos, como Beatriz Merino, pedro cateriano yEnrique chirinos Soto, a los que, en el entorno del Frente, se les moteia-ba como "católicos, apostólicos, romanos y beatol'3g.

Vargas Llosa dedica unas líneas, llenas de ironía, a Luis DelgadoAparicio -tránsfuga precoz y fujimorista de prime¡2 fie¡¿- a quien re-cuerda como "abogado especializado en cuestiones laborales y, de otro la-do, una figura popular de la radio y la televisión por sus programas de sal-sa"39. Precisamente, narra el entonces candidato del liberalismo, Luis Del-gado había organizado una actividad artístico-política en el coliseo Amau-ta. Resulta que Delgado había sazonado el evento, en el que abundaríanlos discursos y los bailes folclóricos, con la participación de unas ardien-tes rumberas ligerísimamente ataviadas, que el circunspecto Alayza Grundycontempló con "perfecto estoicismo", mientras que chirinos Soto sencilla-mente "bufaba de felicidad"4O. como se sabe, no bien difundidos los resul-tados de la segunda vuelta electoral, Luis Delgado y Enrique chirinos vira-ron sin tardar hacia el nuevo régimen.

otro abogado (no ejerciente) sobre el que también opina vargas Lrosaes el político Alan García entonces díscolo presidente de la República yuno de sus más enconados rivales, sin duda, el maquiavélico fabricante desu derrota, merced a una despiadada contracampai'a mediática. "La impre-sión que me hizo -reconoce el escritor- fue la de un hombre inteligen-te, pero de una ambición sin frenos y cap z de cualquier cosa con tal dellegar al poder"4l. Después de una reunión con el jefe de Estado, que tuvoun gobierno deplorable, vargas Llosa recuerda haberle dicho, por lo demásinútilmente: "Es una lastima que habiendo podido ser el Felip e González

36 Ibíclem, p. 126.

37 Ibídenr.

3fl lbídem, p. 729.

39 Ibídenr, p. 137.40 Ibídem, p. I37.47 lbídern, pp. 35-36.

100 Cnnlos Rnrr¡os Núñez

de Peru te empeñes en ser nuestro Salvador Allende, o, peor aún, nuestro

Fidel Castro. ¿No va el mundo por otros rutnbos?"4z.

Encomia Vargas Llosa, en sus memorias de campaia, el papel de los

abogados que, junto a médicos, ingenieros, arquitectos y economistas, for-

maban parte de las comisiones del plan de gobierno de Libertad -la agru'

pación de independientes liberales que dirigía con miras a Ias elecciones

del año 1.990-. "En su gran mayoría-anota en su descargo-, no habían

hecho antes política y no tenían intención de haceda en el futuro. Amaban

su profesión y sólo querían poder ejercerla con éxito, en un Perú distinto

del que veían deshacerse. Reticentes al principio, llegamos a convencerlos

de que sólo con su concurso podíamos hacer de la política peruana algo

más limpio y eficaz"43. Al recordar su juventud Mario Vargas Llosa evoca a

lúcido jurisconsulto, Héctor Cornejo Chávez, profesor de Derecho de

Familia, primero en la Universidad de San Agustín y luego en la Pontificia

Universidad CaióIica, un discípulo incompleto de José Luis Bustamante y

Rivero, personaje al que Vargas Llosa admira sin cortapisas. Conviene

transcribir el texto por la agudeza de1 ¡uicio y el raro equilibrio entre Ia

ponderada admiración y el desaiiento final. "A pesar de su beatería, Cor-

neio Chávez asomaba paratoda una generación de jóvenes de una izquier-

da moderada como un hombre de ideas más avanzadas y progresistas que

sus colegas, alguien empeñado no sólo en moralízar y democrafiz r Ia

política peruana, sino en llevar a cabo una profunda reforma para poner

fin a las iniquidades de que eran víctimas los pobres"aa. Agrega luego el

escritor el testimonio de su simpatía política y personal hacia el que fuera

también un acerado polemista padamentario y forense:

A mediados de los cincuenta, cuando se vino a Lima desde su Arequipa

natal, ese joven abogado parecía un dechado de pvreza política, un

hombre animado por un ardiente celo democrático y una indignación a

flor de piel contra toda forma de injusticia. Había sido secretario de

Bustamante y Rivero y yo que ría ver en él a una versión reiuvenecida y

radicalizada del ex presidente, con su misma limpieza moral y su com-

promiso inquebrantable con el sistema democrático y la ley.

El doctor Cornejo Chávez hablaba de reforma agraria, de reforma de la

empresa con participación de los obreros en los beneficios y en la admi-

nistración, y condenaba a la oligarqvía, a los dueños de la tierra, a las

cuarenta familias, con retórica jacobina. No era simpático, es verdad,

42 Ibíclern, p. 36.43 Ibídern, p. 1 i8.

14 lbídem, p. 301.

CapÍrulo 3. Tnrs ABoGADos FALLTDos: VRRcRS LrosA, Rlsrvno v BnvcE EcHrxtour

sino más bien un hombre avinagrado y distante, con ese hablar cere-monioso y algo engolado muy frecuente en los arequipeños (sobre todolos que han pasado por el foro), pero lo modesto y casi frugal de suvida nos hacían pensar a muchos que, con él a la cabeza, la DemocraciaCristiana podría llevar a cabo la transformación del Perú45.

Pero, después del elogio inherente a una época viene Ia demolición del

personaje. Descrito ahora con dureza como asesor de la dictadura militar

de Velasco, "autor de la monstruosa ley de confiscación de todos los

medios de comunicación y primer director de El Comercio esÍafizado". Con

el golpe, Cornejo Chávez, quien nunca disfrutó de apoyo popular alguno,

en palabras de su coterráneo:

Vio llegada su hora. Lo que no pudo conseguir a través del voto, el doc-tor Cornejo Chávez lo obtuvo a través de la dictadura; llegar al poder en

el que los militares le confiaron trabajos tan poco democráticos como el

amordazamiento de los medios de comunicación y del Poder Judicial.(Pues también él sería responsable de la creación del Conseio NacionaldeJusticia, institución con la que la dictadura puso a los iueces a su ser-

vicio)ao.

El novelista tiene también otros recuerdos del padamentario arequi-

peño Enrique Chirinos Soto. Le sorprende que después de salir de su so-

por alcohólico, exhibiera una gran lucidez y agudeza. Arremete, sin embar-

go, contra la vocación migratoria secular en Chirinos Soto. Este pudo haber

inspirado a Henry Chirinos, ese sórdido personaje de La fiesta del Cbiuo,

político y abogado allegado a la dictadura de Trujillo en República Domi-

nicana, que arrastra con dos alias vergonzosos: El Constitucionalista Beodo

y, el más agraviante todavía, La Inmundicia Viviente. Precisamente, en esta

novela compite Henry Chirinos en una especie de concurso por el título al

más ruin con otros dos abogados serviles: el oblicuo y silente JoaquínBalaguer y el padre de la protagonista central, Urania, que en su primera

adolescencia fue entregada por su progenitor, Agustín Cabral, Cerebrito

45 lbídem, pp.301-302

46 Ibídem, p.3O2. La respuesta de Cornejo Chávez, editorialista del diario La República. estar'ra,

sin embar¡¡o, lejos de la ponderación de un jurisconsulto. En tono destemplado y, a juicio

del psicoanalista, Max Silva Tuesta, "con disfuerzos de beata chismosa", puso en letras de

imprenta lo si¡¡uiente: "Qué cosa tan horrenda debe haberle ocurrido [a MVLL] en el Colegio

Militar Leoncio Prado donde, según se nos dice, estudió... o lo estudiaron a fondo, para que

odie cle esa nanera al país que lo vkr nacer... ¡Misterio... que preferimos no descubrir,..!".

ConNr¡o CHÁvr.rz, Héctor. "Vino, vio... y el chinito lo derrotó". LaRepública. Lima,9 de mayo

de 1993. También en Srrvr Tu¡;sr¡, Max. Psicoanálisis de Vargcrs Llosa. Lim:¿: Editorial Leo,

2005. o. 102.

101

102 Cnnlos Rnvos Núñez

-otro abogado y partidario caído en desgracia-, a Trujillo con el propó-sito de reconquistar la confianza perdrda. Los abogados, valgan verdades,acaban por convertirse en las peores muestras, taI vez, hasta el detritus dela vída social y de la política más infecta.

Yargas Llosa ha manifestado sus críticas a la profesión legal, en un textoemblemático, que no solo se dirige al abogado asesor de empresa, srno, enlíneas generales, al abogado burgués y burócrata, contrario a la simpleza yel dinamismo. Es también un cuestionamiento al entero sistema legal com-plicado, enrevesado y laberíntico. Se trata de un notable texto ensayístico,"La baba del gusano", incluido en la novela Los cuadernos de don Rigo-bertoaT. Es toda una impugnación, ácida pero divertida, contra el burócrata,es decir, contra cualquier persona que rcalíza una labor desde un escritorio(tal vez, el propio narrador profesional y disciplinado). El escritor, por bocade don Rigoberto, denuesta la repetición productiva, el parasitismo laboraly el horario fijo de lunes a viernes y de ocho de la mañana a seis de la tardeque le apareja, que lo han consumido a lo largo de su actividad de espe-cialista en seguros, corroyendo su escondido talento, perdido en trámites,gestiones, solicitudes y procedimientos. Bien pudo Rigoberto haber logradoun equilibrio entre la libertad creativa y su trabajo, pero no, prefirió hacerde su labor "una embrutecedora ftitina". Por el contrario, marcaría un abis-mo imposible de cruzar, convertido en una "hidra reglamentarista, oruga tra-mitadora, rey del papel sellado", "encarcelado en esa densa malla de regu-laciones asfixiantes", que recuerdan a las máquinas del plástico suizo deorientación neorrealista Jean Tinguely, que no obstante su complejidad,exactamente igual que el procedimiento judicial, acaban por parir, a lomucho, una pelotita de ping pong48. La reflexión, sin duda, es brillante. Mástodavía por cuanto Vargas Llosa no debe de estar al tanto de que, en elmundo de las letras jurídicas, existe un movimiento que, precisamente, sesirve de artistas como Jean Tinguely, Andy \X/arhol y otros como el comu-nista berlinés George Grasz -a quien Vargas Llosa recuerda como retratistasatírico de traseros y abogados plutócratas de la tiempo cle la República del'Weimar, tras la primera conflagración europea- para describir, como teoríaexplicativa entre lo moderno y lo posmoderno, el universo de la ley y de lajusticia en el mundo contempoñneoa9.

En las letras nacionales, a estas alturas es difícil no recordar los durospasajes contra los abogados que escribiera Manuel GonzálezPrada, en uno

47 Vences Llos,t, Mario. Lcts cuadernos de don Rigoberto. Lima: Peisa, 7997, pp,329-332.48 Ibídem.

49 Lr-lcnnNn, Pierre. Le droit cornparé. París: PUF, 1999,

Cnpírulo 3, TnEs ABoGADos FALLTDos: Vnncns LtosA, Rlsevno v BRvcr Ecr i r rutouE

de sus lapidarios discursos, "Nuestros jueces", en el que acusa a la abo-

gacía de haber devorado a las inteligencias más lúcidas de este país, atra'

pados en Iatinazgos y papel sellado y tener por cerebro "un fonógrafo con

leyes y decretos"5o.

En La tíalulia y el escribidorle asalta a Vargas Llosa un recuerdo de sus

visitas librescas a la sección hemerográfica de la Biblioteca Nacional del

Perú para leer periódicos y revistas del tiempo de la dictadura de Manuel

Odría, que serviría luego de material de la novela, Conuersación en La Ca-

tedral. Sus lecturas incluían aun los pesados discursos del autócrata, "que

los asesores (todos abogados, a juzgar por la retórica forense) le hacían

decir al dictador"51. El abogado aparece como consejero y asesor. En ver-

dad, una constante en la historia del Perú republicano, ya fueran gobier-

nos dictatoriales o democráticos, civiles o militares, conservadores o libe-

rales, de izquierda o de derecha es el abogado omnipresente al pie de la

silla presidencial.

Pero no todos los abogados son malos. Así en Las trauesuras de una ni-

ña mala, el tío Ataúlfo Lamiel, reformista democrático, gran lector, tan in-

crédulo de la revolución cubana como del primer gobierno de Alan García,

propietario de una bella biblioteca, cuarentón alargado y bigotudo, vecino

de el Olivar de San Isidro y cuidante devoto de su inválida esposa, Dolo-

res, además de usuario de chaleco y corbata michi, conducía un estudio

de abogados, situado en el centro de Lima, y daba clases por horas de De-

recho Mercantil en la Universidad Católica. Atendió con diligencia a Ricar-

do, el personaje que recibiría una herencia de su tía Alberta, en los trámi-

tes de la sucesión testamentaria, negándose a cobrar un centavo por sus

servicios: " -No faltaba más, yo quería mucho a Alberta y a tus padres,

sobrino". Sin duda, el tío Ataúlfo, alivió notablemente las tribulaciones ju-

diciales y notariales de Ricardo:

Fueron Llnos días pesados, con sórdidas comparecencias ante notarios y

jueces, llevando y trayendo documentos al laberíntico Palacio de

Justicia, que, efl las noches, me dejaban desvelado y cada vez más impa-

ciente por regresar aParís. En los huecos libres, releía La educación sen-

timental, de Flaubert, porque, ahora, la Madame Arnoux de la novela

tenía para mí no sólo el nombre, también la cara de Ia niña mala. lJna

vez deducidos los impuestos a la sucesión y hechos los pagos pendien-

tes que dejó la tía Alberta, el tío Ataúlfo me anunció gue , vendido el

50 GoNzÁLEz PR¡n¡, Manuel. "Nuestros magistrados". Horas de lucha. Barcelona: Moderna, 190i.

51, VARGAS LLosA, Mari<>. La tíaJulia y el escribidor. Op. cit., p. 450.

103

104 C¡nlos Ravros Núñrz

departamento y rematados los muebles, yo podría disponer de unossesenta mil dólares, acaso algo más. Una linda suma, eue no pensé lle-gar a tener nunca. Gracias a la tía Alberta podría comprarme un pisitoen París5z.

El abogado se convirtió, en Las trauesuras de la niña mala, en el artífi-ce de la aspiración vital de Ricardo: vivir en París. Ricardo no habría podi-

do realizar ese anhelo sin la ayuda del tío Ataúlfo.

Don Rigoberto, por otra parte, en sus Cuadernos, se autocomplacecomo el más ingenioso enredador o desenredador de argumentos jurídicos

de la compañía La Perricholi, a lo largo de veinticinco años. Su vocacióny talento fueron precoces:

¿Cómo no iba a serlo (...)? quien descubrió desde su primera clase dederecho, que la llamada legalidacl es, en f¡ran medida, una intrincadaselva donde los técnicos en enredos, intrigas, forrnalismo, casuismos,arañan siempre su agosto?. Que esa profesión no tiene nada que ver conla verdad y la justicia sino, exclusivamente, con la fabricación de apa-riencias incontrovertibles, con sofismas y embrollos imposibles de de-senmadejar. Es verdad, se trata de una activiclad esencialmente parasita-ria, que he llevado a cabo con la eficiencia debida para ascender hastala cima, pero, sin engañarme jantris. consciente cle ser un forúnculo quese nutre de la indefensión, vulnenrbilidact e impotencia de los demás53.

En un párrafo que resume sus conceptos y preconceptos sobre el sis-tema legal, Vargas Llosa, a través de don Rigoberto, en esa suerte de auto-análisis, concluye:

Mi éxito como legalista ha derivado de esa comprobación --que el dere-cho es una técnica amoral que sirve al cínico que mejor la domina- yde mi descubrimiento, también precoz, de que en nuestro país (¿entodos los países?) el sistema legal es una telaraña de contradicciones enla que a cada ley o disposición con fuerza de la ley se puede oponerotra u otras que la rectifican y anulan. Por eso, todos estamos aquí siem-pre vulnerando alguna ley y delinquiendo de algún modo contra elorden (en realidad, el caos) legal. Gracias a ese dédalo usted se subdi-vide, multiplica, reproduce y reengendra, vertiginosamente. y, gracias aello, vivimos los abogados y algunos -mea culpa- prosperamos5a.

La idea de laberinto legal aterra a Yargas Llosa. Ya lo había dicho a tra-vés de su personaje don Rigoberto, pero, una declaración explícita, sesu-

52 Vencns LLosR, Mario.

53 Vnncns LlosR, Mario.

54 lbídem, pp. 332-333.

Trattesuras de una niña mala. Lima: Alfaguara/Santillana, 2006, p. 64.Los cttadernos de don Rigoberto. Op. cit., p. 193,

Cnpírulo 3. Tnrs ABocADos FALLTDos: Vancns LrosR, Rleeyno v Bnycr Ecseuoug

da pero ingenua e inocente para quien conoce la dinámicajurídica, la ofre-ció en el prólogo al libro de Hernando de soto, El otro sendero. El subtí-tulo es elocuente: "La telaraña legal" (nótese que el mismo término em-pleado por don Rigoberto en sus Cuadernos).

se dice -sentencia vargas Llosa- que el número de leyes, dispositivoscon fuerza legal (decretos, resoluciones ministeriales, reglamentos, etc.)supera en el Perú el medio millón. Es un cálculo aproximado porque,en verdad, no hay manera de conocer la cifra exacta: se trata cle un dé-dalo jurídico en el que el investigador más cauteloso fatalmente se ex-travía. Esa canceÍosa proiiferación legalística parece la afloración sub-consciente de la anomalía ética que está en la raíz de la manera comose genera el Derecho en el país (en función de intereses particulares envez del interés general). una consecuencia lógica de semejante abun-dancia es que cada disposición legal tenga, o poco menos, otra que laenmiende, atenúe o reniegue. Lo que, en otras palabras, significa quequien está inmerso en semejante piélago de contradicciones jurídicasvive tran.sgrediendo la ley, o -algo acaso más desmoralizador- que,en una estfuctufa de este semblante, cualquier abuso o transgresiónpuede encontrar un vericueto legal que lo redima y justifique55.

Esta marea legislativa por volumen y especialidad se hace imposible cleconocer. Por otro lado, la mayoría de las disposiciones legales que regu-lan la actividad de los ciudadanos,

se cocinan en la sombra de las colmenas burocráticas de los ministerios(o en los estudios privados de ciertos abogados), de acuerdo a la fuer-za persuasiva de las 'coaliciones redistributivas' cuyos intereses van aservir. Y son promulgadas a tal ritmo que ya no solo el ciudadano co-mún, sino incluso el especialista o el afectado por la norma novísima,no están en condiciones de conocer, cotejar con el contexto jurídico vi-gente y acomodar el propio quehacer en consecuencia56.

Pareciera (y aquí estamos ante otro punto neurálgico del discurso) quelas normas se elaborasen deliberadamente en forma confusa con el propó-sito de aislar al pueblo, de presentar al Derecho como algo ajeno a lasociedad civil: el apartbeid legal, esto es, un sistema construido intencio-nalmente para que no sea conocido.

claro está que, a través de la autocrítica de Rigoberto y del prólogo aEl otro sendero, vargas Llosa reclama la edificación de un sistema legal sim-

Vnncns LlosR, Marict. "La revolución silenciosa", en l)n Soro, Hernando, El otro senólero: Larerc)hrción. irqformal. Lima: ILD , Iggg.Ibíclem.

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55

56

Illlllrt

106 Cnnlos RnH¡os Núñez

ple, sencillo y cognoscible. No son estos otros que ros icleales de laIlustración que harían viable los códigos modernos de los siglos XVIII yXIX, paradigmas de la modernidad y, como tales, enérgicos enemigos dela incertidumbre jurídica del Antiguo Régimen. En tal sentido, se estaríapostulando un esquema normativo práctico, banal y sistemático. Luchtingha insistido en la asombrosa visión sistemática de la novelística vargasllo-siana57. La novela total sería como un cócligo armónico y clotaclo cle pleni-tud, que lo comprenda todo. Balzac, otro exponente de esa perspecuva,daba por descontado que el código napoleónico revestía esa característi-ca58. stendhal, a su vez, le confesaba al propio Balzac que todas las maña-nas para agarfaÍ el tono, con el fin de componer su obra La cbartreuse,leía dos o tres páginas del código galo59. La lectura del code era un pro-verbial ejempio de economía del lenguaje y de orden en medio del caos.vargas Llosa participa de un concepto similar, como ha percibido RaymondL. Villiams. Se trata de vencer el caos (como ocurre en la narrativa deFaulkner y en la idea de historia de popper), y edificar sobre sus cenizasun orden, una organización arbitraria de la realidad humana60.

La admiración de Vargas Llosa hacia Madame Bouary de Flaubert seconecta con la admiración que la idea de sistema, de totalidacl o conjuntonarrativo suscita al escritor. El escritor recuerda "esa propensión que me hahecho preferir desde niño las obras construidas como un orden riguroso ysimétrico, con principio y con fin, que se cierran sobre sí mismas y clan laimpresión de la soberanía y de lo acabado, sobre aquellas abiertas, que deli-beradamente sugieren 1o indeterminado, lo vago, lo en proceso, lo a mediohacer"61. En otro texto, acerca de su iclea (o ilusión) de totalidad, expresaríaun concepto muy cerca de la noción de derecho sistemático pero integral yno excluyente, típico de la Escuela Histórica, que, como se sabe, no exclu-ye la costumbre, ni \a fanfasía, ni el lenguaje de un sistema jurídico:

57

5u

5960

6I

LtrcHttxc, Wolfang A. Mario Vargas Llosa: Desafiiculaclor cle realiclacles. [/na intrr¡clucción asLt obra. I3ogotir: PIaz,¿ Jzrnes, 1978.REBt;nFa, Giorgio. "Il triunfo del codice civile nella testinronianza cli Honoré cle Ilalzac,,,MaterialiperLtna Storia Della cultura Giuridica. Año )O(III, núm. 1, junio cle lgg2, pp. 6z-gs.H¡rpÉnrx, Jean-Louis. Le code cir,,il. parís: Dalloz, 2003, p. 90.lWtu.rnlvts, Raynloncl L. "Literatura y política: las coorclenaclas cle la escritura cle Vargas Llosa,,,Marir¡ Vargas Llosa. Literutura )) política. México D.F.: Fonclo cle Cultura Económica/Cuaclernoscle la Cáteclra Alfonso Reyes del Tecnológico cJe Monterrey, 2005, p.34.VnRcrs LLos¡. Mario. La orgía pelpetLta. Flaubert.y Madame Bouary. Barcelooz: Seix Barral,r97i .

Capírulo 3, Tnrs ABocADos FALLTDoS: Vnncns Llosa, RlsrvRo v Bnvce EcHeruloug

'Total' debe entenderse no de manera cuantitativa sino cualitativa. La

obra no trata de representar extensivamente la experiencia humana sino

mostrar que ella es objetiva y subietiva, real e irreal, y que ambos pla-

nos conforman la vida. El hombre hal':.la, actíta, sueña e inventa. No solo

es historia y raz6n, sino fantasía y deseo. No solo cálculo, también

espontaneidacl. Aunque ninguno de los dos órdenes está enteramente

esclavizado al otro, ninguno podría prescindir de su contraparte sin des-

truirse a sí mismo62.

Otro tipo de energía vital apreciado por Vargas Llosa reside en la finne-

za de la vocación y, en particular, el hechizo que se ejerce en el ioven que,

seguro de su vocación, abandona aquello que parece un puerto seguro,

cuyo trayecto y destino no ama. El propio Gustave Flaubert, a quien su pa-

dre, médico é1, obliga al joven a seguir estudios de derecho en La Sorbo-

na, debió buscar el pretexto de una enfermedad o, como dice Vargas Llo-

sa, elegirla, antes que continuar con la carrera forense. Vencido el obstá-

culo (su padre) se dedicaría a lo único que le interesaba: la literatura63.

Pero, Vargas Llosa no tiene necesidad de buscar estos actos de sacrificio o,

mejor dicho, de definición en la literatura o entre los escritores afamados,

sino entre sus propios contertulios. Así, describe en El bablador a un estu-

diante de derecho muy especial, compañero suyo, Saúl Zuratas, Mascarita,

el muchacho judío cuyo protuberante lunar morado oscuro, color vino

vinagre, le cubría todo el lado derecho de la c ray del que afloraban unos

pelos rojos y despeinados como las cerdas de un escobillón' Saúl había

ingresado a San Marcos, a seguir abogacía, solo para darle gusto a don Sa-

lomón, su severo padre. El comerciante hebreo, por mucho que lo nece-

sitara, no quería verlo jamás detrás de un mostrador, sino convertido en

diputado para que la familia se vuelva importanteoa. Don Salomón quiere

que la familia se vuelva importante. Don Salomón estaba convencido de

que el ejercicio de una profesión liberal como la abogacía, resultaba el

medio más propicio p^r^ alcanzar ese logro.

Era entonces frecuente que un joven universitario estudiara iunto a ju-

rispruclencia una carrera paralela como literatura o historia, peto, Masca'

rita, hacia 1956, estudiaba etnología al mismo tiempo que derecho. Sin

embargo, la verdadera pasión de Saúl era la selva amazónica, tanto que

desarrolla la tesis que los antropólogos que allí trabaian, cumplen el mismo

papel nefasto (diezmar a los indios) que los clérigos, caucheros, madere-

Barcelona: Seix Barral, 7983,, p. 22.

Seix l larral. 7987.

107

62 Vnncns LlosR, Mario.

63 Ibídem, p. 127.

64 V,qRcRs LLos¡, Mzrrio.

Kc¿thie ! el hipopótamo.

El h abladc¡r, I)arcelona:

108 Cnnlos Rnvros Núñrz

ros y reclutadores. Saúl Suratas, paulatinamente, se desinteresa de la carre-ra de hombre de leyes.

¿Se había enterado Don Saiomón que Saúl estudiaba Etnología o no locreía concentrado en los cursos de Leyes? La verdad es que, aunqueMascarita estaba aún inscrito en la Facultad de Derecho, descuidabatotalmente las clases. Con excepción de Kafka, y, sobre todo, La meta-morfosis, que había releído innumerables veces y poco menos quememorizado, todas sus lecturas eran ahora antropológicas. Desde el pri-mer contacto que tuvo con la Amazonía, Mascarita fue atrapado en unaemboscada espiritual que hizo de él una persona distinta. No sólo por-que se desinteresó del Derecho y se matriculó en Etnología y por lanueva orientación de sus lecturas, en las que, salvo Gre¡¡orio Samsa, nosobrevivió personaje literario alguno, sino porque, desde entonces, co-menzó a preocuparse, a obsesionarse, con dos asuntos que en los añossiguientes serían su único tema de conversación: el estado de las cuitu-ras amazónicas y la agonía de los bosques que las hospedaban.

l.l Bustamante y Rivero y la fe en la ley

Vargas Llosa guarda una admiración plena por un político y jurisconsultoperuano. Es probable que sea, junto a la estima intelectual que siente porsu profesor de historia, Raúl Porras Barrenechea, el peruano que más le haconmovido65. No es en sí su contextura intelectual, que Ia tuvo y bien arti-culada (con una lógica de arquitectura catedralicta, admirada por el narra-dor), sino sobre todo porque lo que más le atrae de é1, antes que suspocos libros y aftículos, hasta cierto punto, poco conocidos, descansa ensu integridad moral, Hablamos de José Luis Bustamante y Rivero, coterrá-neo y pariente de los Llosa, embajador del Peru enLaPaz, cuando la fami-

65 "Deslumbraclo por las clases de Porras Barrenechea, en ciert() momento consideré la posibi-liclacl de clejar la literatura y dedicarme a la historia'. Véase C¡srno-KrARl.;N, Sara. Mario VargasLk¡sa, Análisis lTttrodltctorio. Lima: Latinoamericana, 1988, p. 23, que cita una conferencia delescritor en la Universidacl de Georgetown en may() de 1986. En sus testimonios, añadiría: "Lainfluencia que el curso cle Porras lFuentes Históricas Peruanas] tuvo sobre mí fue tan grandeque durante esos primeros meses en la universidad llegué muchas veces a preguntarme sidebía seguir Historia en vez cle Literatura, pues aquella, encarnada en Porras l3arrenechea,tenía el color, la fuerza dramática y la creatividad de éste y parecía más anaig4ada en la vida",Vences Lrose, Mari,o. El pez en el agua. 2." edición, Lima: Peisa, 2002, p.267. porras, comose sabe, también incursionó, siguiendo la huella de su abuelo materno, José AntonioBarrenechea, en la historia del derecho con apologéticos discursos en torno a dos abogadosdel ochocientos, Toribio Pacheco y Luciano Benjamín Cisneros. Sobre el particular, RevosNriñEz, Carlos. Toribio Pacheco, .iurista perawno clel siglo XIX. Linta: Pontificia UniversidadCatólica del Perú, Fondo Eclitorial, 1993.

- - 3 Tnrs ABoGADos FALLtDos: Vnncns LLosA, RrsEvno v Bnvcg Ec¡ruour

::r:lterna del escritor resiclía en Cochabamba. Bustamante se emparen-',:. con una larga y tradición jurídica, tanto que el padre y el abuelo, así

. :::o numerosos parientes eran también letrados66. Latíerra de Bustaman-', :-re célebre, como anotavargas Llosa en un hermoso ensayo, ¡'por su

:-:ríritu clerical y revoltoso, por sus juristas y sus volcanes, la l impieza de

-,. ; ielo, lo sabroso de sus camarones y su regionalismo"6T. No obstante

- -.e \argas Llosa no vivió nunca en Arequipa, nunca desestimó ese víncu-

. - iamiliar. Por el contrario, lo puso siempre en evidencia.

I-no de los ascendientes comunes de Mario Vargas Llosa fue el aboga-

::o. i\Iariano Llosa Benavides, referente le¡ano de José Luis Bustamante y

ilivero. Letrado de ideas radicales en la primera mitad del siglo XIX, "al

que la buena sociedad arequipeña rehuía por su fama de comecuras, des-

cle que se atrevió (...) a defender a la monja Dominga Gutiérrez"68, quien

escapó del severo convento carmelita de Santa Teresa, haciéndose pasar

por muerta y simulando ser el cadáver de un tercero.

El escritor evoca la breve relación abogado-cliente entre Mariano Llosa

v Flora Tristán. Llosa, junto a media docena de abogados, fue consultaclo,

con una recomendación adversa, por Flora Tristán acerca de la posibilidad

de reclamar la herencia de su padre Mariano, de las manos de su pode-

roso tío, don Pío Tristán. El abogado librepensador, en realidad se llama-

ba José Mariano Llosa Benavides69, acabó por dade el puntillazo final. No

era solo que el matrimonio de sus padres no constase en documento y

que, en consecuencia, su filiación con su fallecido progenitor no estuvie-

se acreditada. Era también que el poder de don Pío Tristán, postrer virrey

de España en el Perú, era inconmensurable. Ya le había prevenido el pro-

pio tío, "un ser glacial, jurídico, portavoz inflexible de la norma legal. Las

leyes sagradas debían prevalecer sobre los sentimientos; si no, no habría

civilización. Según la ley, a Florita no le correspondía nada; si no le creía,

que lo consultara con jueces y abogados. Don Pío lo había hecho ya y

sabía de oué hablaba"To.

66 En la presentación del llbro El paraíso en la otra esquina, que tuvo lugar primero en la

Alianza Francesa y luego en el Monasterio de Santa Catalina cle Arequipa, Vargas Llosa, con

legítimo orgullo, recordaba a este pariente suyo,

67 VARcAS Lr.osA, Mario. Díccic¡nario del amante de Amér¡ca Latina. Barcelona: Paidós, 2006, p. 33.

68 Vences Lrose, Marío. El paraíso en la otra esquina, Bogotá; Alfaguara, 2003, p. 261..

69 GLrflÉRRr:z on re Fur:r.rrr:, Manuel, La monia Gutiérez y la Arequipa de ayer y de ho-y. Linta:

Funclación M. J. Ilustamante de la Fuente, 2005. También, Gurv¡n¡. Gn, Armando. "Entre la

libertad y los votos perpetuos: El caso de la monja Dominga Gutiérrez (Arequipa, 1831)",

Boletín ¿lel Instituto Rioa-Agtierr¡ 28, 2001., pp. 391-412.

70 lbídem. p. 259.

i09

110 C¡nlos Rnvos Núñrz

-siento defraudarla, doña Flora lle explicó el doctor Llosa Benavides],pero, legalmente, usted nunca ganará ese juicio. Aun si tuviera los pape-

les en regla, y el matrimonio de sus padres fuera legal, también lo per-

deríamos. Nadie le ha ganado todavía un pleito a don Pío Tristán. ¿Nosabe que medio Arequipa vive de él y la otra media aspira a mamar de

sus ubres? Aunque, en teoría, seamos ya República, la Colonia está vivi-

ta y coleando en el Perú71.

El escritor arequipeño recuerda que la noticia de ia elección de su tío

como presidente constitucional del Perú "revolucionó a toda la familia".

No era para menos, "el tío José Luis era reverenciado como toda una cele-

bridad"7z. Don José Luis rememora Vargas Llosa, "había venido a

Cochabamba y estado en casa, varias veces, y yo compartía Ia admiración

hacia ese importante pariente tan bien hablado, de corbata pajarito, som-

brero ribeteado y que caminaba con las patitas muy separadas igualito que

Chaplin, porque en cada uno de esos viaies se había despedido de mí

dejándome una propina en el bolsillo"73. Como irónicamente se asegura en

los corrillos públicos de la ciudad: "En Arequipa todos son abogados, salvo

prueba en contrario".

Tan pronto asumió la presidencia Bustamante, ofreció al abuelo Pedro

Llosa, el cargo de cónsul de Arica o el de prefecto en Piura. La propuesta

le vino de perillas al abuelo del escritor, pues, su contrato con la familia

Said concluía. Don Pedro eligió Piura y toda la familia, de pocos, se

embarcó hacia la cálida ciudad del norte peruano, y con ellos el pequeño

Mario y sus primas Nancy y Gladys, después de rendir sus exámenes de

fin de año. El tiempo que ejerció la prefectura el abuelo Pedro es recor-

dado por Vargas Llosa como un período bastante feliz para la familia.

Además de ser el último trabajo estable que tendría el señor Pedro Llosa,

el modesto sueldo del abuelo contribuía al presupuesto familiar. Su tío

Lucho trabaiaba en la casa Romero y la madre del escritor, Dora Llosa,

encontró un puesto en la sucursal piurana de la casa Grace74.

La alegría y la seguridad de la familia se trocarían en desconsuelo e

incertidumbre. En octubre de 7948, el general Manuel Apolinario Odría

derrocaba al gobierno democrático de Bustamante y Rivero. El probo juris-

consulto marchó a un largo exilio. Solo una persona, integrada súbita-

mente a la familia, Ernesto Vargas, progenitor del sastrecillo ualiente, quien

7t lbídem, pp. 26I-262.

72 Vnncns LlosR, Mario. El pez en el agu,a..

73 lbíciem, p. 25.

74 Ibídem, p. 29,

Cnpírulo 3, Tnrs ABoGADos FALLIDos: Vancns LrosR, Rlarvno v Bnvcr Ecurntour

lo daba por muefto, celebró el golpe "como una victoria personal: los

Llosa ya no podían jactarse cle tener un pariente en la presidencia"T5. Por

lo visto, la simpatía del padre hacia el dictador efa una especie de afini-

dad espiritual con el autoritarismo (don Ernesto en la familia, Odría en to-

do un país), pero también una complacencia por la pérdida del poder (pe-

queño y hasta anecdótico) del que disfrutaron brevemente, en esos cortos

tres años, los Llosa. La caída del jurista, un demócrata hasta los tuétanos,

serviría de solaz a don Ernesto para burlarse de su consorte Dorita y de su

familia, una de las piezas claves para entender la tensa relación del escri-

tor con su padre:

Desde que nos vinimos a Lima no recuerdo haber oído habiar de poii

tica, ni en casa de mis padres, ni en la de mis tíos, salvo alguna frase

suelta y al paso contra las apristas, a los que todos los que me rodea-

ban parecían considerar unos facinerosos (en esto mi progenitor coin-

ciclía con los Llosa). Pero la caída de Bustamante y la subida del gene-

ral odría sí fue obieto de exultantes monólogos de mi padre celebran-

do el acontecimiento, ante la cara tristona de mi madre76.

En un sutil nexo entre las ideas y sentimientos dictatoriales de Ernesto

Vargas, un tenaz opositor a la vocación literaria de su hijo Mario y res-

ponsable (con ánimo correctivo pafa sus inquietudes literarias) de su

matrícula en el Colegio Leoncio Prado, en Conuersación en La Catedral,

popeye Arévalo, El pecoso, íntimo amigo de Santiago zavala, novio y futu-

ro esposo de su hermanaTeté, comenta con su padre, el senador:

-El flaco no se lleva bien con su viejo pofque no tiene las mismas ideas

-dijo Popeye.-¿Y qué ideas tiene ese mocoso recién salido del cascarón? -se rió el

senador.( . . . ) .

-Al flaco le da cólera que su viefo arrdara a Odría a hacerle la revo-

lución a Bustamante -dijo Popeye-. Ét está contra los militares'

-¿Es bustamantista? A --dijo el senador-. Y Fermín cree que es el

talento cle la familia. No debe ser tanto cuando admira al calzonazos de

BustamanteTT

El senador Arévalo, padre de Popeye, asume una típica descripción,

propia de las clases altas latinoamericanas del siglo )O(, conforme a la cual

un demócrata es un "calzonazos", vale decir, un tonto, un iluso, alguien

75 Ibídem, p. 81.

76 lbídem.

77 Vencns Llos¿,. Mario. Conuercación en La Catedral, Lima: Alfaguara, I9BB, p. 40.

111

imfflb,

112 Cnnlos Ravos Núñrz

incapaz de darse cuenta de que es preciso emplear la fuerza para impo-

ner el orden, como lo haría un dictador, en especial, quien detenta un

grado militar, que, a través de un golpe solo intenta restablecer el orden y

el principio de autoridacl.

En diálogo entre El pecoso y su padre, el senador partidario de Odría,

interviene también su madre, ahora en defensa del presidente derrocado:

-Sería un calzonazos, pero era una persona decente y había sidodiplomático -dijo la vieja de Popeye-. Odría, en cambio, es un sol-dadote y un cholo.-No te olvides que soy senador odriísta -se rió el senador-. Así que

déjate de cholear a Odría, tontitaTs.

La madre de Popeye apela al prestigio moral del ex presidente Busta-

mante, que, se acentúa por su perfil diplomático. Odría, un militar de cuar-

tel y, por añadidura, cholo, no estaba a la altura de la persona decente que

era Bustamente, un jurista de notable trayectoria. El perfil racial quita fuer-

za al argumento. El término decente entre los segmentos altos y medios de

la sociedad peruana equivale a un blanco o un mestizo con cierto presti-

gio. No se recusa, sin embargo, la principal impugnación: el ser "calzona-

zos", esto es demócrata79.

En la novela, Cbispas, antes llamado Tarzán por su musculatura, el

torpe hermano de Santiago, hijo primogénito de don Fermín, se queja de

Bustamente por su debilidad ante sus opositores políticos. En suma se tra-

taba de un blandengue que no sabía utllizar la fuerza contra sus enemigos:

-Solo a los apristas y comunistas -dijo el Chispas-. Ha sido buenísi-

mo con ellos, yo los hubiera fusilaclo a todos. El país era un caos cuan-

do Bustamante, la gente decente no podía trabalar en paz.

-Entonces tú no eres gente decente -dijo Santiago-. Porque cuanclo

Bustamante tú andabas de vago

-Te estás rifando un sopapo, supersabio -dijo Chispas.so

El magnetismo de Bustamante y Rivero no se apagó para Vargas Llosa.A contracorriente, a su retorno, junto a otros líderes jóvenes del movi-miento demócrata cristiano que lo auspiciaban, todos ellos abogados,

/¿5 lDloem.

79 Martín Adán, poetá y ensayista, que terminó sus años de vida privaclo de razón, con sana

ilonía, trazaba un paralelo sarclí¡nico del gobierno de Bustamante y Rivero. Decía el escritor

que el régimen democrático de Bustamante para el Perú era el equivalente de la regencia de

Santa Rosita de Lin.ra en la Penitenciaría. Esto es, un imposible.

uu lDrdem. D. 4).

CnpÍrulo 3. Tnrs ABoGADos FALLTDos: V¡ncas LrosR, Rlsrvno v Bnvcr Ecurruloue

como los arequipeños: Mario Polar, Héctor Cornejo Chávez, Jaime Rey deCastro y Roberto Ramírez del Villar, y los limeños, abogados también, LuisBedoya Reyes (abogado en una famosa acción de habeas corpus que

impulsaba el retorno de su líder), Ismael Bielich y Ernesto Alayza Grundy,algunos de los cuales habían sufrido persecuciones y destierro, irían a reci-birlo. Los adherentes "eran profesionales jóvenes, sin vínculos con losgrandes intereses económicos, de típica clase media, no contaminados por

la suciedad política presente o pasada que parecían traer a la políticaperuana una convicción democrárica y una inequívoca decencia, aquelloque había encarnado de manera tan prístina Bustamante y Rivero durantesus tres años de gobierno"81.

Vargas Llosa, esta vez en términos más reflexivos, no obstante su brevepertenencia a una célula comunista, Cabuide, estimaba que aquél movi-miento (la Democracia Cristiana) se organizaba para que Bustamante y Ri-vero fuera su líder e inspirador, y, acaso, su candidato en el próximo sufra-gio. Su adhesión hacia Bustamante se había consolidado por las críticasantidemocráticas del aprismo que, con el propósito de ridiculizado, acuñóel término de "cojurídico" (empleado luego por Velasco contra los vocalesde la Corte Suprema, a quienes pretendía destituir):

Esto lo hacía para mí aún más atractivo, pues mi admiración por

Bustamante -por su hon radez y ese culto religios o a Ia ley, que el apris-

mo ridiculizó tanto apodándolo el "cojurídi6e"- se había mantenido

intacta aun durante mi militancia en Cahuide. Esa admiración, lo veo

ahora más claro, tenía que ver precisamente con aquello que el común

de los peftianos se había acostumbrado a decir compasivamente de su

fracaso: 'Era un presiclente para Suiza, no para el Perú' ---{omo se titula

el libro-testimonic-r que escribió clesde el exilio-, Bustamante y Rivero

gobernó como si el país qlre lo había elegido no fuera bárbaro y violen-

to, sino una nación civilizada, de ciudadanos responsables y respetuosos

de las instituciones y las normas que hacen posible la coexistencia social.

Hasta el hecho de que se hubiera tomado él mismo el trabajo de escribir

sus discursos, en una clara y elegante prosa de sesgo finisecular, diri-

giéndose siempre a sus compatriotas sin permitirse la menor demagogia

o chabacanería, como partiendo del supuesto que todos ellos formaban

un auditorio intelectualmente exigente, yo veía en Bustamante y Rivero a

un hombre ejemplar, un gobernante que si llegaba algu na vez el Perú a

ser ese país para el que é1 gobernó -una genuina demo cracia de perso-

nas libres y cultas-, los peruanos recorda rían con gratitud82.

81 lbídern, p. 324.82 Ibíclen-r, pp. 324-325.

113

114 Cnnlos Rnvos Núñrz

El entusiasmo de Vargas Llosa a favor de Bustamante y Rivero se sostu-

vo a lo largo de un larga campaña contra la conversa dictablanda de Odría.

El líder de los demócratas peruanos no tardaría en arribar. En el antiguo

aeropuerto de Córpac, numerosos jóvenes esperaban la llegada del ex pre-

sidente. El abogado y economista Javier Silva Ruete se hallaba entre los asis-

tentes, incluso participaba del movimiento un poeta y crítico literario, como

Luis Loayza, que firmaron sendos pronunciamientos en el diario La Prensa.

Vargas Llosa recuerda ese momento como uno de los más importantes de su

vida, luego de siete años de exilio del legítimo mandatario:

Se había organizado un grupo de jóvenes para proteger a Bustamante a\a baiada del avión y escoltarlo hasta el hotel Bolívar, en previsión de que

sufriera algún ataque por pafte de matones del gobierno o de búfalosapristas (que, con la apertura, habían reaparecido, atacando los mítinescomunistas). Nos habían dado instrucciones para que permaneciéramos

con los t¡razos entrelazados, formando una argolla irrompible. Pero segúnLoayza, quien por lo visto formaba también parte de esa sui generis falan-ge de guardaespaldas constituida por dos aspirantes a literatos y un puña-

do de buenos muchachos de Acción Católica, apenas aparecióBustamante y Rivero en la escalinata del avión con su infaltable sombre-ro ribeteado --que se quitó, ceremonioso, para saludar a quienes Iohabían ido a recibir- yo rompí el círculo de hierro, y fui a su encuentroen estado febril, rugiendo: '¡Presidente, presidentel'. Total el círculo sedeshizo, fuimos desbordados y Bustamante resultó manoseado, empuja-do y tironeado por todo el mundo ----€ntre ellos por el tío Lucho, entu-siasta bustamanista a quien los forcejeos de ese mitin desgarraron el sacoy la camisa- antes de llegar al automóvil que lo condujo al hotel Bolívar.Desde uno de los balcones habló, brevemente, para agradecer el recibi-miento, sin dejar entrever la menor intención de volver a actuar en polí-tica. Y en efecto, en los meses sucesivos, Bustamante rehusaría inscribir-se en el Partido Demócrata Cristiano y desempeñar papel alguno en lapolítica

^ctiv^83.Bustamante y Rivero, desde entonces, como precisa Vargas Llosa:

(...) asumió el rol que mantuvo hasta su muerte: hombre patricio y

sabio, por encima de las contiendas partidarias, cuya competencia en

cuestiones jurídicas internacionales sería solicitada a menudo en el país

y el extraniero (llegaría a ser presidente del Tribunal Internacional cle

Justicia de La Haya), y que, eñ momentos de crisis, lanzaba un mensa-

je al país exhortando a la serenidadsa.

83 Ibídem, pp. 325-326.84 lbídem.

C¡pírulo 3. Tnrs ABocADos FALLTDos: Vnncns LLosA, Rlsevno v Bnvcr EcHrrutour

2. Ribeyro: "Ser abogado, dpara qué?"

Si pasa revista de los presidentes de la Corte Suprema de Justicia de laRepública del Perú, llamada por mandato de sucesivas leyes orgánicas, "laExcelentísima", el apellido Ribeyro es el que más se repite. Lo propio ocu-rre si se confecciona una lista de los decanos de la Facultad de Jurispru-dencia de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima, así comodel elenco de rectores afiliados al campo del derecho de la cuatricentena-ria universidad.La conexión sanguínea, social e intelectual deJulio Ramón

con sus ancestros, ernblemáticos representantes del foro y de la magistra-tura peruana (en una época en que la profesión \egal y la ludicatura dis-frutaban de una inmejorable percepción social y era un espacio exclusivode los segmentos ilustrados), debió haber sido una pesada carga de res-ponsabilidad y ritual histórico para el sensible escritor. Habia una voz inte-

rior que parecía llamado desde un pasado recóndito para delinear su voca-

ción como hombre de leyes,

En numerosas ocasiones, esa suerte de obligatorio encargo generacional

sale a luz en palabras de Julio Ramón y de sus personajes. En un testimo-nio autobiográfico -el género literario que privilegia en sus ¡sl2¡e5-,

Ribeyro apunta sin escondida vanidad: así, al hablar de su tatarabuelo, JuanAntonio Ribeyro y Estrada, presidente de la Corte Suprema en varios perío-

dos (en la historia del Perú no hubo otro reelegido para el cargo tantasveces), decano de la Facultad de Jurisprudencia, rector de la Universidadde San Marcos, amén de fundador de la moderna disciplina del DerechoInternacional Público en el Perú y autor de numerosos libros, folletos y

documentos sobre la materia, a raíz de los cuales ocupó el cargo de minis-tro de Relaciones Exteriores. sostiene:

Conservo (...) tanta documentación -cartas, manuscritos, fotografías,

publicaciones, condecoraciones, etc. - que podría escribir su biografía,

Pero no se trata de eso. Diré solamente que vivió entre 1810 y 1886 y

fue un ilustre Hijo de la Patria: Rector de la Universidad de San Marcos,

presidente de la Corte Suprema de Justicia Y Ministro de Relaciones Ex-

teriores. Su retrato orna hasta ahora el despacho ministerial de Torre Ta-

gle y la Sala del Consejo Sanmarquino. En casa tuvimos durante mucho

tiempo un hermoso busto de él en mármol y pedestal de ébano, que mi

padre terminó por obsequ iar a la universidad de San Marcos indignado

al ver que, sin ningún respeto por su venerado antecesor, sus hijos uti-

Iizábamos su efigie como sombrerera. Destacó sobre todo como inter-

nacionalista y defó alegatos -en especial uno contra Ia ocupación de

las islas de Chincha por la armada española- que son verdaderos

modelos de argumentación jurídica. Publicó breves pero numerosas bio-

115

116 Cnnlos Rnvos Núñrz

grafías de hombres destacados de nuestra vida intelectual y política y

escribió unas hasta ahora inéditas Consideraciones sobre la Guena del

Pacífico que de ioven intenté leer pero sin fortuna, debido a lo enreve-

saclo de Ia caligrafía y a su estilo insoportablemente oratorios5.

Por cierto el recuento genealógico y documentalista no acaba allí. En

efecto, Ramón Ribeyro y Álvarez del Villar, bisabuelo del cuentista, en el

mismo derrotero del padre, cultivaría su misma disciplina: el Derecho

Internacional público y se convertiría (al igual que é1) en presidente de la

Corte Suprema, decano de la Facultad de Derecho en San Marcos y rector

de esa casa de estudios. Coronaba el mismo trayecto idéntico cargo: minis-

tro de Relaciones Exteriores. Podría decirse que ciertos aspectos de la his-

toria peruana y de sus ideas estuvieron en sus azares.

(...) lector seguramente de Plutarco, llevó una 'vida paralela'a la de su

padre. Ocupó exactamente los mismos cargos en la Universidad, la

Magistratura y la Cancillería. Fue también un brillante profesor universita-

rio, autor de sesudos tratados de Derecho Internacional . En 1854, cuando

apenas tenía dieciséis años, naufragó en el barco "Rímac" iunto con ei

escritor Ricardo Palma y ambos fueron de los pocos pasaieros que se sal-

varon, gracias al socorro que les prestó un marinero negro. Este marine-

ro anónimo permitió que Palma escribiera sus Tradiciones pen't'anat' y

que yo, cien años mas tarde existiera y tuviera ia posibilidad de escribir,para bien o paÍa mal de mis lectores, lo que he escrito. Volviendo a don

Ramón diré que fue inconformista y libre pensador. Por ejemplo, se

embarcó en una sonada polémica contra un teólogo importante, en la que

defendió los fi-leros de la razÓn y de la verdad histórica contra el oscu-

rantismo, la superstición y los errores del Papado. Durante la guerra con

Chile combatió en la batalla de Miraflores al frente de un batallón de uni-versitarios y estuvo entre las personalidades que los invasores llevaron a

Santiago en calidad de rehenes. Era famoso por su fealdad -muy bajo,

orelón y completamente calvo- y por su galantería. Murió en 1')I4 deian-

do cuatro hiias y cinco hijos. De estos últimos solo mi abuelo, JuiioEduardo, tuvo descendencia masculinae.

El abuelo de Ribeyro, Julio Eduardo, rompió sin embargo con la tradi-

ción familiar y en lugar de la jurisprudencia eligió una profesión más

moderna y estudió ingeniería en Alemania. Se trataba de un profesional de

criterio avanzado, entre cuyas obras estuvo dotar a Líma de agua potable

y alcantarillado. Sería también uno de los artífices de un anhelo patriótico:

85 Rrsnyno, Julio Ramón. Autobiografía. "Ance.stros",, A?xtología personaL Lima: Fondo de Cultura

Económica. 1994, p. 226.

Ibíclem, pp. 226-227.B6

Cnpírulo 3. Tnes ABocADos FALLTDos: Vnnc¡s LrosR, Rrsrvno v BnvcE EcHeNlour

la canetera de penetración hacia el oriente, que se concretaría décadasmás farde. Había, no obstante, un pero: su matrimonio fuera del círculo dedamas limeñas.

Por el nombre ilustre que había heredado, la buena situación social yeconómica que gozaba y las relaciones que tenía con los ricos hombresde negocios (gracias al matrimonio de sus hermanas), parecía destinadoa llevar a la cúspide la trayectoria ascendente de la familia, pero con-trajo lo que se podría llamar una mesalianza y fue puesto en la listanegra por sus parientes consanguíneos y políticos. En lugar de escogera una de las tantas herederas capitalinas a las que lo destinaba su posi-ción, se casó con la hija de unos inmigrantes italianos, bellísima pero sinun céntimo, doña Josefina Bonello" (...). Con sus parientes patel'nosrompió durante años tocla relación, excepto con su abuelo, el librepen-sador don Ramón Ribeyro y con uno de sus tíos, Emilio Ribeyro, los úni-cos que tomaron partido por mi abuela y la siguieron respetando y fre-cuentando a pesar de su desliz87.

Poco a poco el drama personal de Ribeyro, derivado de esa carga pro-

fesional casi genética: la abogacía,habría de presentarse con la muerte del

abuelo a un edad relativanente temprana, los cincuenta años. Sobre-

viviente a su hijo, el bisabuelo paterno quiso forjar un futuro al padre del

escritor. Estaba claro que sería abogado. La decisión fue fatal: "Cuando mi

abuelo murió a los cincuenta años de un ataque cerebral, mi padre se en-

contró como único titular de un nombre distinguido y de una mediana he-

rencia que, bien administrada, le garantizaba una vida holgada. El viejo

rector don Ramón Ie había inculcado la idea de reanudar con la estirpe de

juristas y decidió por ello estudiar Derecho".

Pero esta disciplina no le interesaba y siguió la carrera a regañadientes,

dedicado más bien a la lectura, la bohemia y el dandismo. Era la época

de Abraham Valclelomar y del Palais Concert Mi padre contaba que

pasó cerca de diez años sin trabajar, viviendo del dinero que su padre

había clejaclo en Ia Cala de Ahorros. Ese periodo de dolce uita no fue

completamente inútil. Le permitió aprender por su cuenta francés, it.r-

l iano y portugués y adquirir una sólida cultura literaria. Pero el ocio

estuvo acompañado de excesos -recuerdo haberle oído hablar de lara-nas que duraban una seman a- 1o que unido a la fragilidad de su com-

plexión comprometieron gravemente su salud. Contrajo una enferme-

dad pulmonar y se vio obligado a pasar una larga temporada en Tarma,

para reponerse. l)e este modo, al cumplir los treinta años, se dio cuen-

ta que no había sacado su título de abogado, que su mengu ada salud

87 lbíclem, p. 229.

117

118 C¡nlos Rnn¡os Núñez

hipotecaba para siempre su poruenir y que la herencia p^terna habí;-sido dilapidada. Un día que fue a la Caja de Ahorros a recoger su mesa-cla, el Director, que era amigo de \a familia, lo llamó a su despacho paradecide que ya no le quedaba nada y que lo único que podía hacer poré1 era ofrecerle un trabajo en su oficina. Es así que sin profesión, sinsalud, sin fofiuna, sin relaciones con su rica familia paterna, se encontrópor primera vez enfrentado brutalmente a la vida88.

Si el padre había fracasado, pues, entonces, el pendón de la jurispru-dencia habría de transmitirse al hijo. La orgullosa remembranza de losjurisconsultos ancestros iría, mano a mano, con la incertidumbre de suvocación. Ribeyro, a diferencia de Vargas Llosa y del propio Bryce, quiereser abogado, lucha con denuedo por lograrlo. Ingresa a la Facultad deDerecho de la universidad católica con el propósito de cumplir un retohereditario. También el escritor se matricula en Letras en la universidad deSan Marcos, pero persiste en aquel empeño, diríamos secuencial, trabadosolo por el paréntesis del brillante ingeniero, la mediocrrdad para las cosasprácticas de su padre y su temprana muerte.

En sus memorias, Ribeyro se queja de que su amigo, el historiador pablo

Macera, lo considerase un "epígono bastante degradado" de sus ancestros yde su casta social, en la que se aliaban el dinero y los adornos del espíritu:

Él ignora que por mi ascendencia materna soy un plebeyo, con igualtítulo que no importa qué verdadero hijo del pueblo. (Mi bisabuelamaterna llevaba pollera y se peinaba con trenzas.) Ignora también queno extraño ios privilegios mundanos e intelectuales de mis abuelos rec-tores y ministros y que más bien gran pafte de mi actitud en los últimosaños puede definirse como una resistencia y casi hostilidad a "seguir esecamino" (no haberme recibido de abogado, no haber hecho lo quepodía hacer para ingresar a la docencia en San Marcos, etc.). No cono-ce tampoco hasta qué punto carezco de una serie de sentidos específi-cos de la casta a la que me quiere asimilar; el de la propiedad, el deldomiciiio, el de la patria, el de la profesión, y hasta el de la familia8e.

Julio Ramón Ribeyro recuerda que estudió derecho porque se lo acon-sejó su padre, sin duda, estimulado por el trayecto exitoso de generacio-nes previas y su propio fracaso en el ejercicio libre de la profesión. Segu-ramente, motivado por apremios económicos, tan pronto ingresó a la uni-versidad, buscó hacerse de prácticas preprofesionales que le procurasen

88 lbídem.

89 RInrvno, Julio Ramón. La tentación del frucaso. Diario penonal ( 1950-l g7g. Ilarcelona: SeixBarral, 2003, pp. 251-254.

C¡pirulo 3. Tnrs ABocADos FALtDos: Vnncas Llosa, Rlsevno v Bnvcr Ecurntour

cierta ayuda económica para éI y su familia, sobre todo, para su madre y

su hermano menor (su corresponsal y futuro estudiante de derecho tam-

bién) y el alivio de un vicio creciente que acabó siendo fatal: el tabaquis-

rno, recordando hacia el final de su vida que el único aliciente para no

apartarse del estudio en el que practicaba eran esas propinas con las que

costeaba su impenitente afición.

Cuando ingrese a la facultad de derecho conseguí un trabaio por horas

donde un abogado y pude disponer así de ios medios necesarios para

asegurar mi consumo de tabaco. El pobre Inca se fue al diablo, lo con-

dené a muerte como un vil conquistador y me puse al servicio de una

potencia extranjera. Era entonces la boga del Lucky. Su linda cajetilla

blanca con un círculo roio fue mi preferida. Era no solamente un obje-

to plásticamente bello, sino un símbolo de standing y una promesa de

placer. Miles de estos paquetes pasaron por mis manos y en las volutas

de sus cigarrillos están envueltos mis últimos años de derecho y mis pri-

meros ejercicios literarios.

El recordatorio de las clases de derecho, a lo largo de seis años de estu-

dios en la Facultad de Derecho de la Universidad Católica, y el riguroso

período de exámenes, que se tomaban en la antigua casona de Lártiga,

deiaría una huella: los cigarrillos Lucky y el vino con los que acompaña-

ban los jóvenes \a preparación de sus exámenes.

Por ese círculo rojo entlo forzosamente cuando evoco esas aitas noches

de estudio en las que amanecía con amigos la víspera de un examen.

Por suerte no faltaba nunca una botella, aparecida no se sabía cómo, y

que le daba al fumar su complemento y al estudio su contrapeso. Y esos

paréntesis en los que, olvidándonos de códigos y legajos, dábanos libre

curso a nuestros sueños de escritores. Todo ello naturalmente en un per-

fume de Lucky9o.

Ribeyro, como se ha dicho, inició pronto sus prácticas de aprendiz de

abogado, pero no sería fácil. Al comenzar sus memorias, las difíciles rela-

ciones entre sLl afición literaria y la dura ptáctica forense terminan por

manifestarse. En las primeras líneas de ese documento se lee: "Se ha rea-

bierto el año universitario y nunca me he hallado más desanimado y más

escéptico respecto a mi carrera. Tengo unas ganas enormes de abando-

narlo todo, de perderlo todo. Ser abogado, ¿para qué?, no tengo dotes de

90 Rrsnyno, Julio Ramón. Antolrryía Personal. 2." edición. Lima: Fondo

Colección Tierra Firrne, 7994, pp. 13-14. Véase también en Cuentos

cia Llniversidad Católica del Perú, Fondo Eclitorial, 2005.

de Cultura Económica,y ensa.yos. Lima: Pontifi-

119

120 Cnnlos Rnvos N úñrz

jurista, soy falto de iniciativa, no sé discutir y sufro de una ausencia abso-

luta de uerbd'gl . En la anotación siguiente lanza una confesión, que per-

mite entrever sus vínculos sociales: "Ya no ingresaré al estudio de Lavalle.

Mi tío Carlos F. me ha informado que en dicho estudio hay quince practi-

cantes, los cuales tienen que turnarse pan poder frabajar. Más bien me ha

ofrecido colocarme en el departamento legal de alguna compañía o banco

del que sea Director o Presidente"92.

Tal como indica, lúcidamente, cuando reflexiona sobre su papel de abo-

gado en un estudio, "hasta que me di cuenta de que para destacar había que

servir a los ricos. Entonces dejé la profesión aquí y me fui a Europa"93. En

una de sus cartas a su hermano Juan Antonio, advertirá:

Mientras estudiaba Derecho yo tenía la seguridad de que nunca ejerceríala profesión y justamente por ese motivo encontraba cierto placer en el

estudio. En Europa mis investigaciones literarias estaban fortalecidas

también por su sustancial inutilidad. Las mismas cosas que he escrito y

tú recordaras bien que Zos gallinazos sin plumas salieron de su nidoporque era la única manera de bidarle a Héctor y Carlos los 200 dóla-res que necesitaba en Madrid9a.

Pero, en cierto momento, el escritor limeño pareció decidirse genuina-

mente a ejercer la profesión legai. Así, apostilla en stt diario:

En cuatro días tengo cien cosas que hacer. Ver a mi tío Carlos F. para eiasunto del malhadado puesto; ocuparme del caso Cannock, juicio eje-cutivo que estoy siguiendo para ganarme unos soles; dar los exámenesde jurisprudencia médica y Derecho Procesal Penal; preparar una expo-sición sobre el liberalismo económico; jugar un partido de fútbol en elcolegio Santa María, e ir a un paseo a Chosica con mi prima Teresa y

unas amigas. Y para coimo estoy agripado y el estómago me vuelve afallar9s.

"Hoy día -anofa en una de sus remembranzas-, oficialmente, empecé

a tral>a1ar en la Casa F., sección legal. En realidad no hice nada. Como mi

91. Rrssyno, Julio ltamón. La tentaciórx delfracarc. Ilarcelona: Seix l3arral, 2003, nota del 11 de

abril de 1950, p. 5. La revista IL,s et Ver¡tas, año MI, núm. 12, junio de 1966, pp. 216-218,

transcribió en su sección "Literatura y Derecho" diversos pasajes de la obra de Ribeyro refe-

ridos a sus dudas en torno a la abogacía.

92 Ibídem, ncxa del 30 de abril de 1950, p. 5.

93 CoAGUTLA, Jorge. Las respuestas del mudo. Lima: Jaime Campodónico, 1998, p. 26.

94 knEvno, Julio ll¿món. Cartas alua.n Antonio. Tomo I. Lima: Jaime Campodónico, 1996, p. 120.

95 RrBEyRo,Julio Ramón. Latentacióndelfracaso. Op. cit., p.6. Nota del 5 de julio de 1950.

Cnpirulo 3. Tnes ABocADos FALLtDos: Vancns LLosR, Rtervno v Bnvcr Ecsrruloue

jefe no concurrió, tuve que regresarme"gí'Y, agrega luego' resignado' des-

pués cle una clura jornada judicial:

Estoy inferiormente dotado patala lucha por la existencia. Estos quince

cl íasdetr .abajoenlaCasaF'mehananiqui lado.Elpisofr íodelaof ic i -na me produio un resfrío clel cual hasta hoy quedan los resabios, y las

caminatas hacia ias escribanías han hecho recrudecer una antigua almo-

rrana.Nopueclopasearme,niecharmeadormir 'n icomerloquemeagrada. Flaco, clemacrado, irascible, estos días me han parecido horri-

bles. Y me han fevelado qLle para la actividad y las cosas prácticas soy

hombre percliclo. Con una nat'¿raleza enfermiza' yo debía moverme lo

menos posible y resignarme a alcanzar prestigio en pequeñas cosas es-

pir i tualesquepueclahacerconpacienciaygusto, t ranqui lamenteinsta-lacioenmihogar,s inderrochedeenergías'Sientraraacompet l l .conlos demás en la arena ciel gran mundo no dudo que sería vencido Debo

buscar mi terreno. sé que en la literatura, la filosofía, \a ctitica, podría

haceralgo( ' . . )peronuncacomoahoratengolaevidenciadequemeva a ser imPosible regresar9T'

Enun¿tclelascrtasasuhermanoJuanAntonio,despuésdelalectura

cJeIa carta de otro amigo, recordatáJulio Ramón Ribeyro stl paso por la

Facultacl de Derecho y la conveniencia -más social que profesional- de

la obtención del título profesional en esa área:

Las breves líneas cle Prato me han hecho recordar que yo también he

estucliaclo l)erecho y que sólo me falta la tesis para recibirme de abo-

gado. Estoy pensanclo que tal vez valga la pena hacer un esfuerzo y

sacar el t i tulo. Esto, lo decidiré en Lima. No tengo ningún plan concre-

to para ejercer la profesión, pero es meior ser precavido y archivar clefi-

nitivamente ese asunto.

Esto tenclría aclemás otra ventajl. que me clefiniría desde el pllnto de

vista social. En realiclacl yo no sé qué soy. cuando me lo pregLlntan digo

inclistintamente abogaclo, perioclista, escritof, fotógrafo, lector de nove-

las, o vago. Naturalmente que miento porque no soy ni una ni otra cosa,

sino Lln poco cle todo. En realidad, Ia única clefinición que me corres-

poncle es la que claba Stenclhal cuanclo le preguntaban por su profesión:

obseruatet¿r du coel¿r hLtmain Pero para dar esa respuesta se necesita

vivir en Franci:t, en el siglo XIX, haber escrito Rqio y negro \r l lamarse

Henrv Bevle98.

121

969798

Ibídern, p.7. Nota c le l

Ibíclen'r, p. 9.

Itrnt:Yno, Jr-rlio Ranl(rn.

1 de agosto cle 1950.

Caftas a. fuan Anlot t io. Op. c i t . , pp' 23-24'

122 Cnnlos Rnvos Núñrz

Ribeyro, por otro lado, no escatima elogios a Ia abogacía y a la juris-

prudencia, como escenario ideal de Ia argumentación y desfreza metódica,

y hasta se da el trabajo de incentivar y ofrecer consejos prácticos a su her-

mano Juan Antonio:

(...) He tenido gran Élusto que hayas aprobado el año universitario. Loque no recuerdo es si pasas a segundo o tercero de Derecho. Te reco-mendaría, de todos modos, que usaras los códigos Civil y de Proce-dimiento Civil como libros de cabecera, y que cada noche te leyerasunos cuantos atículos. Al principio parece un poco árido y hasta relati-vamente estúpido. Pero después notarás la fuerza lógica que anima todoel articulado y las necesidades prácticas que lo han dictado. Como espe-culación, el derecho es un admirable método para aprender a razofiar ypara darnos una visión ordenada de las cosas, pues detrás de cada unade nuestras acciones existe una norma jurídica que la sustenta o la jus-

tifica. Incluso, para los escritores es un buen manual de expresión con-cisa y acertada. Ya Stendhal, el autor de Rqio y negro, recomendaba atodos los novelistas leer de vez en cuando el Código Civil [francés]. Estaapología del derecho no es gratuita, pues tengo cada vez el convenci-miento que en el equipo intelectual de un hombre que aspira a ser cul-to, debe haber siempre una buena provisión de conceptos jurídicos99.

En otra de sus cartas dirigida a su querido hermano menor, Julio Ra-

món ni siquiera se plantea el triste papel de la actividad práctica, por el

contrario, aconseja incorporarse de lleno a ese papel y hasta le ofrece con-

sefos prácticos para ascender en la sección legal de la Imporfadora Ferrey-

ros, en la que el propio escritor trabajó alguna vez. En realidad, el relato

está lleno de información, valiosa e inconfidente, que describe con crude-

za la mezquindad del medio y el asfixiante pragmatismo, incluso hoy, útil

para un estudio de la sociologíay de la historia de los grandes estudios de

los abogados, que, en realidad, está todavía por emprenderse:

Me consultabas en tu cafta anterior acerca cle la mise ria y la grandeza de

trabalar en la Sección Legal de la Casa Ferreyros. He meditado mucho

sobre la respuesta que podría darte. En principio, soy enemigo de traba-

jar con los parientes ricos porque estos consideran que al admitirte te

hacen un favor, cosa extrañísima que no sucedería si el empleado no

tuviera ningún parentesco con ellos. Por otra pafte, el trabajo en la Sec-

ción Legal es al comienzo Lln poco duro, y más que eso, un poco humi-

llante. He pasado seis meses llevando papeles donde los escribanos, ha-

ciendo antesalas en los bufetes de los ¿rbogados para recolectar una firma,

99 lbídem, pp, 23-21.

D

Cnpírulo 3. Tnes ABocADos FALLTDos: Vanc¡s LlosA, Rlsrvno v Bnvcr Ecnruour

copiando a máquina letras de cambio y otras faenas por el estilo, dignas

de un portapliegos analfabeto. Solamente cuando aprendí algunas cosas,cuando se me dio cierta autoridad para pequeños juicios, me sentí unpoco más tranquilo y encontré -no puedo negarlo- algún interés en loque hacía. Pero me di cuenta que la organizaclín verticai de la casa nome permitiría arrll¡ar a un puesto de irnpor-tancia sino después de muchos

años de trabajo, y siempre nada más que a eso: a "un puesto de impor-

tancia". Tú sabes que en la Sección Legal hay una jerarquía cerrada que

comienza con Echecopar, sigue con el doctor Arosemena, el doctor Tagle,

la secretaria de Tagle, y luego, al final, vendrías tú. Para subir un escalónhay que ir eliminando a los jerarcas de la cabeza. El día que desaparezcaEchecopar, subirá Arosemena al trono, y todos sucesivamente un grado.

En fin, que muera Echecopar no tiene nada de extraño pues es de una

senilidad verdaderamente pavorosa, pero iuego que muera Arosemena esya más complicado, y ¡Tagle! que mide dos metros de altura es ya incon-cebible. Tagle participa de una especie de eternidad mitológica. Yo cadamañana lo veía rejuveneceq llegar más fresco que un universitario, conunas espeluznantes ganas de trabajar...100.

La misiva es larga y el consejo también. Nada hay que disuada al her-

mano p^ra optar por una profesión distinta a la del derecho. Por el con-

trario, Julio Ramón recalca los aspectos positivos del trabajo forense, como

el meior instrumento de financiamiento familiar:

Éste es, en fin, el lado negativo del asllnto, aparte del sueldo que me

inragino continuará siendo bajo. Yo salí ganand o 45 libras y entré ganan-

do 25. Total 20 libras de aumento en Lln año. Dos de los aumentos por

l.y y no por voluntad de la casa. Aparte de esto, el trabajo puede ser y

es a la \arga prescindible del oficio. Lo que yo he aprenclido no lo olvi-

daré nunca. Juicios ejecutivos, juicios ordinarios, juicios de menor

cLrantía por cantidad de soles, guardan una plaza inexpugnable en mi

memoria y espero que algún día harán valer sLls derechos. Si sientes un

verdadero interés por aprender en el término de un año a tramitar todos

estos juicios, gue son los más comllnes y los más sencillos, podrías

empezar a pesar por la experiencia. otra razón sería qlle, para recibir-

se de abogado, hny que tener dos años de práctica y ésta sería tu opor-

tuniclad. LIna última razón, que debía ser Ia primera, es qlle pLledes

ganar dinero suficiente parzl cigarril los y pasajes sin necesidad de grabar

el presupuesto familiar, si es qLle hay presllpllesto familiar1o1.

100 lbídern, pp. 62-63.

101 Ibídenr,p. 63.

123

124 Cnnlcs Rnrr¡os Núñrz

Cuando su hermano Juan Antonio, animado por Juan José Vega, profe-sor de Historia del Derecho en la Universidad de San Marcos, le anunciael propósito de redactar una tesis de derecho que aborde, dentro de laespecialidad histórico-jurídica, Ia trama de los delitos sexuales en el impe-rio de los incas, Julio Ramón, en una misiva deI 24 de agosto de 1964,plantea una interesante reflexión metodológica:

Respecto a tu tesis de derecho no sé que decirte. Si yo no me he recibi-do de abogado se debe a que nunca he encontrado un tema que meseduzca. Lo que te propone Vega --delitos sexuales en el imperio incai-cG- me parece un buen tema, pero quizás ello te obligaría a familiari-zafte con las crónicas o los cronistas y no sé si tendrás paciencia para ello.La ventaja de este tema es que versa principalmente sobre hechos másque sobre ideas y es más fácil encontrar lo primero que lo segunclo.Un tema interesante podría ser, por efemplo, el relativo al derechosobre el espacio cósmico. Te averiguaré si quieres si hay sobre esto enfrancés. El tema permite fantasear. IHallría que estudiar este derechopor analogía al que obtuvieron las grandes potencias europeas sobresus colonias -descubrimiento, conquista y colonización- y ver si esaplicable a un espacio posiblemente deshabitado, inaccesible a casi latotalidad de las naciones y sometido a leyes físicas diferentes a las denuestro globo. Más analogía tiene quizás con el derecho de propiedadsobre las tierras antárticas, donde se ha llegado a una distribución máso menos ideal o geométrica entre las naciones vecinas y naveganteslo2.

Así como la primera entrega de su diario fue confiada a su dilema deser o no ser abogado, Ribeyro termina sus confesiones con un postrero tes-timonio acerca de la profesión fallida: "No concibo mi vida más que comoun encadenamiento de muertes sucesivas. Arrastro tras de mí los cadáve-res de todas mis ilusiones, de todas mis vocaciones perdidas. Un abogadoinconcluso, un profesor sin cátedra, un periodista mudo, un bohemiomediocre, un impresor oscuro y, casi, un escritor fracasadolo3.

2.1 Ludo Tótem: Espumante en los pasillos judiciales

Ludo Tótem, en los geniecillos dominicales, describe lúcidamente laFacultad de Derecho de la Universidad Católica, cuando cursaba el quintoo penúltimo año de estudios, hacia fines de los años cuarenta. El perso-

102 Ilrnnyno, Julio Ranr(>n. Cctrtas a.firc,tt't Arttctnir¡. Tomo II.85-86.

Ibídem.

Linra: Jainte Campodónicct, 1998, pp.

103

Cnpirulo 3. Tnrs ABocADos FALLTDos: VRnc¡s Lr-osn, RrBEyRo y BRycE EcseuouE

naje de Ribeyro precisa que la facultad se situaba en "un caserón colonialde la calle Lártiga". Sin duda, se refiere a la casona de Riva-Agüero, ubi-cada en Ia cuarta cuadra del jirón Camaná, la sede del Instituto que lieva

el nombre del célebre historiador y genealogista. "No en vano funcionaba

en una residencia colonial", anota con sarcasmolo4. La descripción que

sigue está cargada de ironía:

A pesar de haber sido refaccionado, el local conserval>a algo del espíri-tu de la colonia. Ludo respiraba en ese antro un relente cierical, pero nocomo el que podía inspirar San Marcos, laicizado a través de siglos derefriegas y reivindicaciones, con sus amplios claustros, sus jardines y susmuros empapelados de proclamas, sino un relente de sacristía. Esa casahabía sido legada a la universidad por un católico que murió en olor asantidad, de prostatitis, y el olor perduraba, en medio de códigos e hijosde banqueros. En todo caso, si no era un olor santo, era un olor de cere-monia, de misa pagana todos los días repetida, donde una iiga de acó-litos de cuello duro oficiaba algún misterio: el de ganarse sin muchapena la indulgencia plenaria de un diploma que les permitiera encon-trar una justificación académica al ejercicio del poder105.

Un juvenil espíritu anticlerical y rousseauniano se advierte en la aso-ciación que Ludo lleva a cabo entre el Colegio Mariano (consagrado, lite-ralmente, a la Virgen Maúa) y la Universidad Católica, "sin curas esta vez,sin Santa Infancia, pero con maestros más ladinos y formas más sutiles decorrupción"106. E| progreso social, incluso en la forma desmejorada delsimple arribismo y la configuración de un consorcio elitista a través de untítulo universitario, asoman con jocosidad pero también con un profundo

sentimiento moralista:

Allí se desasnaban los hijos de la clase dirigente y se daba una oportu-nidad a la clase media de capa c'aída o a los provincianos ambiciosos

de poner su talento en pública subasta. Ya mLlchos condiscípulos deLudo, emisarios de familias modestas y esforzadas, se habían relaciona-

do y soñaban con llegar a ser conseieros serviles, abastecedores de argu-mentos, comisionistas a tanto por ciento o simplemente testaferros de la

104 tusryno,Julio Ramón. Latentacióndelfraca.so. Op. cit., p.670, del 24defebrero de 1960. Lacita ori¿¡inal es en francés: "Je ne conEois ma vie que comme un encahinement de morLs suc-cessives. Je traine derriére moi les cavres de toutes mes illusions, de toutes mes vocationsperdues. Il y a un avocat sans titre, un professeur sans chaire, un journaliste tari, un bohé-mien médiocre, un imprimeur obscur et, presque, un écrivain raté. Soirée de gran pessimis-me", p. 198.

105 Rtnevno, Julio Ramón. Los geniecillos dominicales. Lima: Milla Batres, 1973, p. 119.106 Ibídem, p. 119.

125

126 Canlos RnH¡os Núñrz

argolla, con tal que se les permitiera sentarse, aunque sea en el extre-mo, del próximo festín que se cocinaba. Porque allí se cocinaba unfestín. La argolla la formaban los diez o doce alumnos que debían, den-tro de algunos años, recibir por herencia algunos puestos claves en elmando del país107.

Ludo Tótem (en realidad, una suerte de alter ego de Ribeyro) se encon-

traba en la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica delPerú, institución entonces conservadora, en una situación flotante, inhe-

rente a su ascendente mesocrático de mediados del siglo )C(. "Con la argo-lla -apunta sin eufemismos- sentía viejos lazos espirituales en vía de ser

denunciados y con los pobres ambiciosos una hermandad no de proyec-

tos sino de situación"108. Finalmente, hacia 1952, Ribeyro -como Ludo

Tótem de /os geniecillos dominicales-, "cuando acaba de terminar la

c rrera de Derecho" viaia a Madrid merced a una beca del Instituto de

Cultura Hispánical0e. "No llegué a sac r mi título -confiesa-, porque

como practicante de abogado sufrí una enorme frustración. Siempre me

solidarizaba casi inconscientemente con los golpeados por la adversi-

¿r¿r110.

Alguna huella dejó en Ribeyro su breve paso por la Facultad de

Jurisprudencia y por Ia práctica del Derecho. La influencia simbólica de susancestros también. Así, Luder, mientras camina en París acompañado de unamigo y se ve reflejado en las vitrinas, advierte: K-Ya me fregué. Acabode darme cuenta que no soy un hombre de hoy sino un letrado deayer"1 1 1.

Cuando comparo a mi generación con las anteriores, me digo que esbastante presuntuosa y desvalida. La verdad es que no hemos tenido unpoeta como Vallejo, ni un ensayista como Mariátegui, ni un historiadorcomo Basadre, ni un político como Víctor Raúl. Quizás la única figurade nuestro equipo sea Vargas Llosa, pero en lo restante los vieios nossacaron ventajas. Un Gonzá\ez Prada, un Riva Agüero, un Luis AlbertoSánchez, ¿Dónde están?rlz.

Un notable cuento de Julio Ramón Ribeyro, "Espumante en el sótano",

sintetiza toda la mediocridad del mundo burocrático a través del triste des-

I07 Ibídem, p. I20.

108 Ibídem, p, I20.

109 Ibídem.

110 Co¡cr.iu.e, Jorge. Las respLtestas del mudo, Op. cit., p. 66.111 lbídenr, p. 44.

1I2 Rrnnvno, Julio Ramón. Dichos cle hñer. Lima: Jaime Campodónico, 7992, p. 13,

Cnpírulo 3. Tnes ABoGADos FALLTDos: VnncRS Ltosa, Rtervno v Bnvce Ec¡ruoue

tino de unas botellas del vulgar champaña conocido con esa denominación.

Y es que, en las letras nacionales, Ribeyro aparece como el escritor mejor

equipado para perfilar literariamente al abogado moderno y citadino. Las

razones de esa predisposición saltan a la vista. Fue descendiente directo de

una estirpe de estudiososl13, en la que figuraban su bisabuelo, donJuan An-

tonio Ribeyro (Lima, 1810-1886), impulsador de los AnalesJud,iciale!14,

presidente de la Corte Suprema de Justicia, durante cinco períodos (1858-

1359), 05611,862), (7870-L872), (1877-1878) (1879-1887), el récord perua-

no en la gestión del más alto tribunal de justicia del país. Amén de ello,

Juan Antonio fue también rector de la Universidad Nacional Mayor de San

Marcos entre 1868 y 1836. Ramón Ribeyro y Alvárez del Villar (Lima,1877-

193r, catedrático fundador de la Facultad de Ciencias Administrativas en

San Marcos y rector. Como su padre, fue también presidente de la Corte Su-

prema deJusticia, pero solo durante un período, entre los años 1909 y 1977.

Julio Ramón Ribeyro es, así mismo, un temprano exponente de la "lite-

ratura urbana". Estos factores, además de su ya reseñada experiencia per-

sonal y familiar, lo colocaban en inmejorable condición para esbozar la

imagen narrativa del letrado peruano contemporáneo.

Varios de los relatos reunidos en Ia palabra del mudo acogen escenas

que debieron de sede familiares al conciso prosista limeño: el desahucio

de un terreno público y la indiferencia de un abogado litigante ("AI pie del

acantilado"); un caso de responsabilidad civil que se esconde en beneficio

113 RrBr:r'Ro, Julio Ramón. La tentación delfracaso. Op. cit., p. 489. Diario del 18 de abrll de 1976.

Se ha ironizado en torno a la falta de un gran jurista, quizás injustamente, de esa generación.

Ver León, Leysser. El sentido de la codificación ciuil. Lima: Palestra, p. 148.

ll4 lJna remembranza sobre el atroz destino de la biblioteca familiar emerge del relato de Ri-

beyro titulado "El polvo del saber". El escritor refiere las dramáticas peripecias sufridas por

ese valioso fondo bibliográfico (unos diez mil volúmenes) que, por azares del derecho here-

ditario, había pasado a manos de unos parientes colaterales, quienes, enemistados, se opo-

nían férreamente a cualquier contacto con la familia Ribeyro, lo que incluía la consulta de

. los anaqueles. Pasados los años, Julio Ramón regresa a la antigua casona en la que se halla-

ban los libros, ahora convertida en un tugurizaclo inmueble. Lo aguardaba una dolorosa rea-

liclad: los millares de volúmenes, cuidadosamente atesorados por sus mayores, sucumbieron

a la polilla y a Ia humedad, y de ellos solo quedaban cenízas. "La codiciada biblioteca ----es-

cribe Ribeyro abrumadc¡- no era más que un montón de basura", de la cual logró rescatar

un pequeño elemplar intacto, "que conservé, como se conserva el hueso de un ma¡¡nífico

animal prediluviano". Irónicamente, de no haber sido por esá antigua discordia, la enorme

biblioteca se hubiese transmitido íntegra al paclre del escritor. No es difícil inferir que esa bi-

blioteca era esencialmente jurídica, atendiendo a[ oficio de su propietario original. Véase, RI-

nr:vno, Julio Ramón. La palabra del mudo. Cuentos, | 952-1972. 3 tomos. Madrid: Milla llatres,"1977. Tam!>ién en Cuentos complebs. Madrid: Alfaguara, 1994.

127

128 Canlos Rnr¡os N úñrz

de un club social ("La piel de un indio no cuesta nada"); la cobranza de

una deucla impagable ("Dirección equivocada"); una adolescente seducida

por un albañil de la que saca partido económico su propio padre ("Interior

L"); una reunión de liquidadores que concluye con la quiebra económica

y moral de un pobre bodeguero ('Junta de acreedores"); la estrechez eco-

nómica de los practicantes de los bufetes ("La botella de chicha"; "Sólo pa-

ra fumadores"); la ya aludida sordidez del mundo oficinesco ("Espumante

en el sótano"); los avatares de la millonaria herencia de una tía que, testa-

mento ológrafo mediante, por poco es legada al Papa, "con la condición

de que haga misas diarias en el Vaticano por mi alma (...) hasta el fin del

siglo". La herencia al final sería dividida en decenas de partes alícuotas que

se redujeron a una bicoca. Al narrador del cuento la parte de la herencia

que le correspondió alcanzaría para comprarse drez caias del excelente

Saint-Emilion Gran Cru, Larcis duchase, 1982, que le duraron solo tres

meses ("Tía Clementina"). Ribeyro empiea un sofisticado raciocinio foren-

la rnanera de un Edgar Allan Poe o un John Grisham- que se des-

liza en "La juventud en la otra ribera", al describirse el en¡4año y el asesi-

nato en París de un burócrata ministerial, el doctor Plácido Huamán, invi-

tado a un congreso de educación en Ginebra. Similar empeño iurídico se

advertirá en uno de los relatos tardíos del autor: "La solución", recopilado

en Sólo para fumadores (1987)115.

En "La solución", Ribeyro explora las posibilidades que se ofrecen a un

marido que acaba de descubrir que su acaudalada esposa le es infiel con

cuatro amantes simuitáneos, quienes le aseguraban "todas las satisfaccio-

nes de la carne y ei espíritu". El protagonista del relato -para mayores se-

ñas, un exitoso autor de obras de ficción- discurre entre un abanico de

respuestas a su apremiante dilema: abandonar a la cónyuge (apuesta eco-

nómicamente insatisfactoria); plantearle el divorcio (opción difícil en vista

de las dificultades probatorias inherentes a la causal de adulterio); asesinar

a los cuatro competidores (posibilidad materialmente descabellada y que

es abandonada de plano); o, en fin, aceptar caballerosamente a los cuatro

amantes, trasladarles a ellos las cargas familiares y sumarse él mismo al

cuarteto de libertinos hasta reconquistar los favores de la infiel. Abrupta-

mente, en la págína final, la inesperada decisión que justifica el título del

relato es revelada a los lectores.

La cercanía del cuentista limeño con el derecho se advierte aun en el

cuidadoso empleo de terminología jurídica: "testamento ológrafo", "síndi-

Historia del derecho citlil peruano. Tomo V, vol. 1.: "Los

y el periodisrno". Lima: Pontif icia Universidacl Catci l icalI5 Cfr. Rnuos Nt-iñez, Carlos.

cztnlbio: Los repertorios

Fondo Editorial. 2005.

signos del

del Perú

l : ' r ru lo 3. Tnrs ABoGADos FALLTDoS: V¡nc¡s LLosA, Rrarvno v Bnvce Ecurnroue

-o cle quiebra", "causal de divorcio", "fundación", y tantas otras expresio-

rres alumbran en sus ficciones. Esa familiaridad se evidencia también de su

ccrnocimiento de una figura jurídica extinta, como la obra pía con la que

culmina el relato "Tía ClemenÍina" ya comentado. Pero, curiosamente, no

sería en su obra cuentística -que le ha dado unánime reconocimiento-

sino en sus novelas, en donde aparecen de manera más elaborada los

leguleyos imaginados por Ribeyro. En la novela Cambio de guardia (7976),

el autor presenta a Cados Almenara, abogado laboralista que personifica al

proverbial "embaucador titulado": un hombre bajito pero envanecido, que

hace uso de un lenguaje técnico para impresionar aI eventual cliente y que

no deja de acompañar sus razonamientos con alguna metáfora ingeniosa.

Almenara es la expresión de un país donde el habitante común suele reci-

bir con agrado el uerbo bonito; donde el tinterillo hace alternar, en sor-

prendente combinación, un lenguaje lleno de tecnicismos con una fabla

alegórica pero banal. Un pasaje de Cambio de guardia es, a este respecto,

emblemático: frente al Palacio deJusticia y ante la desesperanza del repre-

sentante de una importante empresa que buscaba deshacerse sin dema-

siados costos legales de cientos de obreros, Almenara trata de darle áni-

mos a su cliente con una deplorable metáfora:

(...) esto me hace acordar la vez que estuve en Seviila, en el Barrio deSanta Cruz y que me extravié por sus endiabladas callejuelas. Erraba yobajo un calor tórrido sin saber cómo salir de ese laberinto cuando meencontré con un a¡daluz que venía en mi dirección. Al preguntarlecómo haría para salir de ese barrio me respondió sin más: siempre haysalida (...). Y puede decirle a su hermano Napoleón que la salida delembroilo ya la he encontrado, como encontré esa vez, iuego de infini-tas r,'ueltas, la salida del barrio de Santa q^tr16.

Las herramientas para encontrar la "salida" que prometía Almenara no

se limitaban al uso de técnicas jurídicas y de interpretaciones legales posi-

bles. Ante un magistrado que parece estar de lado de los operarios, otras

estrategias son aceptadas. Así, tras una paciente investigación, el susodi-

cho abogado descubrió que el juez Caproni era homosexual. Almenara,

aficionado a la jardinería, ponía el mismo empeño en fumigar sus rosales

como en aniquilar a todo un sindicato obrero.

Otro abogado urbano insensible es aquel que Ribeyro describe en su

cuento "Al pie del acantilado". Un dirigente barrial acude a consultarle y

Irc RtnrYRo, Julio Ramón.

Arteta, 1987. También

Batres, 7992.

Sólo para fumadores. Lima: El Barranco/Servicios Editoriales Adolfo

en La palabra del mudr¡. Cuentos, Í952-1992. Tomo 4. Lima: Milla

129

Nllllllllllll//ilil/l.#'

130

tras abonade una fuerte suma de honorarios, sencillamente se desentien_de del caso' con candoq el líder barrial piensa que el caso se ha ganad,o,Nada de esto. por el contrario, los invasores son desarojados sin misericor-dia por orden judicial: "-oiga, le interroga ar juez. si estos son terrenospúblicos. - Precisamente, por esa razón es que procede el desahucio,,.Desesperado, el dirigente marcha al bufete del letracro para exigirre la de_volución del dinero. El leguleyo re contesta rmpertérrito: ,,Esta no es unatienda donde se devuelva el producto". La imagen del abogado rico asomaasí mismo en la obra ribeyriana a través del radiante orgrrilo de Daniel, erdesdentado amigo taxista de Ludo Tótem en los genieciilos dominicares,quien se lo imaginaba convertido en uno de aquéllos: ,,Te presento al se_ñor Tótem. Y mucho cuidado con mi amigo, porque es abogaclo y vive enMiraflores".

Julio Ramón Ribeyro, él mismo un meritorio de abogado1l7. trató er te-ma de los practicantes de Derecho espléndidam".rt"

"., Los geniecilros do_

minicales. Ludo Tótem -el personaje central- practicó pri*.ro en unimportante Estudio de Abogados, después donde el cloctor Font del cen_tro de Lima. Llevó varios casos. El primero de un albañil desempleado lla_mado Moisés, demandado por ocupación precaria. En el palacio de justi-cia sintió un aire de emboscada.

Ribeyro trae también una serie de escenas tragicómicas de los aprendi-ces de abogados en ros genieciilos dominicares. Ludo, para arribar al pe-queño estudio del abogado, doctor Font, debía sortear no las casonas vie-jas del centro de Lima, cuyos aposentos, se habían convertido en escriba_nías, agencias de viaje, sastrerías, academias de idiomas u oficinas de abo_gados, sino también innumerables y extraños recovecos.

Ludo se ranzó por un pasiilo, siguiendo una flecha que indicaba ,,DoctorJosé Artemio Font. Abogado", flecha que crescribía u., .ur.o caprichoso,subía un piso, bajaba otfo, atravesaba un patio, vaciraba ante una agen-cia funeraria, estaba a punto de perderse enla azotea y por úrtimo, fati-gada, la punta inclinada hacia el suelo, hacía una..u..er,.i" delante deuna puerta estrecha, donde una placa dorada repetia: ,Doctor

JoséArtemio Font, Abogado'.

Una vez frente al doctor Font (,,un chorro de luz,, según el extinto padrede Ludo), fulminó al joven con una de sus frases: ,,Hermosa

es la jurispru-dencia, pero mezquino es el preito". En seguida, hizo un prolijo relato acer-ca de los inconvenientes de la profesión de abogado

-para' las personas

r17 Rtsnvno, Julio Ramón. cambio de guarclia, Lima: Milla Batres, 1976.

CnpÍrulo 3. Tnrs ABocADos FALLTDos: Vanc¡s LLos¡, Rragyno v Bnycr Ec¡eNrour

pobres y sin relaciones: su caso, por ejemplo, veinte años de trabajo parahacerse conocido, un bufete sin luz, sin secretaria, sin sala de recibo, labo-rando hasta la nueve de la noche, peleando con escribanos y porteros, por-que tuvo que empezar de cero y todo para al fin y al cabo tener una casaen Miraflores y a sus tres hijos en un colegio decente. A la vez que enviabacon un escrito pan el escribano Yuen a su amanuense, (un viejito de ape-llido Galván, que siempre estaba esperando órdenes sentado en una espe-cie de pupitre escolar), le explicaba a Ludo la imposibilidad de recibirlo enel pequeño recinto del Estudio, los clientes, por otro lado, eran gentemodesta. Como abogado con experiencia le aconseja al joven practicanteque debiera servirse de sus parientes para que lo recomienden a un estudiomillonario. "En esos estudios -añadía el doctor Font- hacen antesala losministros y cuando se presenta un caso difícil no se resuelve en la corte: seresuelve en el palacio de gobiertro" 118. Ludo le responde al doctor Font, enuna descripción que se anticipa a la realízada años más tarde por AlonsoCueto en Demonio del mediodía, que ya había entrado a uno de esos estu-dios millonarios y que no pudo soportar más de una semana, pues estabarepleto de meritorios de cuello duro, seruiles con los grandes e insolentescon los pequeños, que se disputaban entre sí los expedientes, apelaban alas peores intrigas para ganarse la estima de un jefe, y, cosa insoportable,llevaban siempre un tomo del Tratado de d.erecho ciuil de Planiol bajo elsobaco. En suma, según Ludo, "una academia de arribistas". "Es la lucha porla vida", observó el abogado Font. "En esas condiciones, abandono lalucha", contestó Ludo. Finalmente, el doctor aceptó recibirlo como practi-cante pero solo para firmade los escritos que redactara. Los juicios y losclientes tenía que buscados él en la calle.

Ludo, a lo largo de la novela, se ve involucrado como practicante dederecho en numerosas situaciones legales. Su primer cliente, conseguidopor su madre, fue un obrero, Moisés, a quien el propietario pretendía de-salojar de un corralón por ocupante precario (adviénase el tecnicismo delconcepto). "Yo pago mi cuarto", dijo Moisés exhibiendo una pila de reci-bos: Ludo examinó los papeles y declaró que eso tenía remedio. A Moi-sés debe defendedo tanto a través de escritos como por medio de fre-cuentes visitas al Palacio de Justicia, donde el estudiante de derecho de la

118 Preguntado Ribeyro si había trabajado en labores ajenas a la literatura, sostuvo que habíasido: "profesor, vendedor de productos de imprenta, meritorio de abogado, portero de hotel,recogedor de periódicos viejos, cargador de estación de tren, traductor en una agencia deprensa, agregado cultural de embajada", véase Oqurxoo, Abelardo. Narratiuaperuana (1950

/197O). Madrid: Níanza Editorial, 1973, pp. 21-22.

131

132 Cnnlos Rnvos Núñez

Universidacl Católica, el tiempo que estuvo en la Gran Firma de abogados,

nunca había puesto los pies, salvo para representar los intereses de pode-

rosos empleadores. Esta vez como apoderado de un albañil desocupado

debe impulsar personalmente los trámites'

En medio de las vicisitudes del practicante de derecho, a Ludo .se le an-

toja una cle las ideas más geniales de Ribeyro y que delata sus lazos con el

ejercicio en el foro. Ludo, frente a la imponente sede de los tribunales, se

pfegunta, "si sería pot az f que el palacio de justicia había sido construido

frente a la penitenciaría o si más bien ello obedecería a un plan, a la sutileza

macabra cle algún urbanista, que había querido expresar así, por la proxi-

midad en el espacio, la confinidad espiritual que existía entre los reos y los

funcionarios de la iusticiur'119. [¡ una de las páginas más citadas:

Apenas puso los pies en el palacio, Ludo creyó respirar un aire de

emboscada... Cada portero tenía el porte de un francotirador. Los ascen-

soristas parecían invitar con su maliciosa sonrisa a un descenso infernal.

¿No había oído clecir una vez que en los sótanos clel palacio había unas

m zmorras donde los presos eran olvidados durante años mientras se

ventilaban sus procesos? Existía, también es cierto, una sala de té donde

los funcionarios se hacían reverencias y educadamente, mientras comían

galletas de socla, concertaban la reclusión perpetua de un acusado o el

agasa)o al vocal de turno. En realidad, el palacio era como una ciudad,

con sus rutas, sus sistemas de circulación, su población permanente o

foránea, sus salteaclores, a la cual era necesario habituarse a través de

Í.ropiezos y contravenciones.

Durante clos semanas anduvo por todos sus pisos, por todos sus corre-

dores, buscanclo oficinas que habían sido trasladadas o clausuradas,

haciendo cola para hablar con funcionario que no le correspondía o

pretendiendo cosas imposibles como tratar de hacerle comprender una

argumentación a un conserje. Moisés, gue estaba sin trabajo, lo seguía

a veces en estas correrías. Al fin en un luzgado tuvo ocasión de cono-

cer al abogado del demandante, el que hasta entonces había sido para

Luclo una entidad abstracta, a lo más una firma pomposa al pie de un

recurso lleno de artículos del código civil, de citaciones doctrinales y

de mentiras. Fernando GonzáIez Fernández era un enano (.. .) , un

enano cursi, con chaleco y lentes de carey. Fue durante Lln comparen-

do. El enano sometió a Moisés a un pliego de preguntas, cuyas res-

puestas eran anotadas por el escribano en un papel sellado. Solo al tér-

mino del interrogatorio Ludo se dio cuenta de que Moisés acababa de

firmar algo así como un certificado de delincuencia: que no tenía ttaba-

I19 lbídem, p. 68.

l ipírulo 3, Tnrs ABocADos FArLrDos: Vnncns Llosn, Rrervno v BRycE Ec¡rrurouE

jo, que no estaba casado con su mujer, que no pagaba impuestos, queno había hecho servicio militar y que nunca había visto la caru del pro-pietario de su casa. Ludo, para ganar tiempo, exigió una inspección ocu-lar y el juicio quedó momentáneamente suspendidol2o.

La segunda cliente de Ludo sería una señora miraflorina, en apariencia

ricachona, que necesitaba un abogado joven y sin escrúpulos. Moisés, en

lugar de traerle algún beneficio, resultó fuente de gastos en pasajes y hono-

rarios de escribanos. La señora habitaba, rodeada de sirvientes, en un viejo

caserón republicano de amplios jardines. La venerable matrona venida a

menos, una inválida en silla de ruedas que fumaba en boquilla, quería tra-

mitar un juicio de desahucio por falta de pago contra uno de sus inquili

nos, el ingeniero Mendoza, empleado en una empresa norteamericana, que

se había atrasado cuatro meses en la renta. Ludo prometió expulsar de la

casa al ingeniero o, por lo menos, obtener el pago de los arrendamientos

atrasados. Fijó sus honorarios en la suma módica de mil soles. Esa misma

noche Ludo indagó por el inquilino, quien lo atendió amablemente, nanán-

dole una triste relación: el hijo paralítico, la mujer enferma, pagarés venci-

dos. Ludo aceptó, finalmente, que pagara la merced conductiva devengada

mediante la aceptación de una letra de cambio a sesenta días vista, La pro-

pietaria, a duras penas, convino en el arreglo conciliatorio, dejándole enten-

der que todos, "inquilinos y abogados, era unos ladrones"121.

El tercer caso de Ludo era de naturaleza administrativa o, para mejor

señas, de índole tributaria, una de las ramas tan lucrativa como pesada. En

los pasillos del Ministerio de Hacienda de la avenida Abancay (hoy sede

del Ministerio Público), trafaba de evitar que un cliente pagase un impues-

to abusivo. En ese bello edificio en cuyos ascensores se levanta un impo-

nente mural dedicado altrabajo de Teodoro Núñez Ureta, el practicante de

la Universiclad Católica se familiarizó con el infierno de la administración

pública:

(. . .) y pudo por primera vez contemplar el rostro del f isco: mLljeres con

el uniforme raído, empleados con lentes inclinados sobre enormes cua-

dernos, empleados con tirantes haciendo funcionar máquinas sumado-

ras, empleadas viejas que sellaban papeles, pupitres, mostradores,

calendarios, ficheros, más empleados recordándoles que faltaba un tim-

bre, eue eran necesarias dos copias de tal documento, secretarías que

le hacían señas de esperar mientras hablaban por teléfono, burócratas

720 lbíclem, p. 70.727 Ibídem, pp.70-77.

133

*J

134Canlos Rnvos Núñrz

encallecidos que no le contestaban, subjefes con escarpines, anteoiospor todo sitio, calvicies, camisas remangadas, mecanógrafos con visera,colas, mesas de partes, papeles, más papeies y en todo sitio, colas, me-sas de partes, papeles, más papeles y en todo lugar presente como Dios,pero visible, el lema del ministerio de Hacienda: ,pague y después re_clame' [reemplazado ahora por 'pague primero, reclame crespués]122.

A Ludo se le fueron presentando, simultáneamente, varios casos judi-ciales y administrativos, iniciando al mismo tiempo una serie de acciones.comenzaba a tornarse en un perito, un técnico de la jurisprudencia.

Le bastaba -se reafirma orgulloso- una simple hoja de papel sellaclocon diez líneas escritas y la firma der doctor Font para poner en mar-cha el complejo mecanismo cre ra justicia, en el que ,.,u.?r., implicadosjueces, notarios, peritos, abogados y un ejército de empleados subalter-nos que, como é1, corrían todo el día de escribano en escribano, trafi_cando con papeles y alimentando expedientes cuyo curso era siempreimprevisible. La ciudad se había dividido para Ludo en un inexrricabledamero, en cada una de sus casilras habitaban funcionarios, deudores,tinterillos o conserjes y su tiempo en multitucr de actuaciones que se cru-zaban unas con otras, se entorpecían o e contraclecían. A veces aban-donaba a un cliente que respondía a un interrogatorio en un juzgacropara correr donde otro que se sometía a un peritaje donde un grafólo_go juramentado o le ocurría invocar en una misma tarcle los mi.sÁs artí-culos del código civil para fundamentar causas que se oponían. Llegóun momento en que los procesos e incluso las personas comenzaron aconfundirse en su conciencia: presentaba pruebas para un caso que yaestaba sentenciado o implicaba en un juicio de divorcio a un cliente quelo había consultado acerca de la fundación de una sociedad anónimai23.

La situación, sin embargo, amenazaba con hacerse inmanejable. sinfichas ni libro de apuntes, que definiera con claridad el inicio y el fin delos procesos, el desempeño del futuro letraclo dejaba mucho que desear.En una rica cita de inspiración tribunalicia y kafkiana (el peruano admira-ba al autor checo), Ribeyro escribe:

A los dos meses lludo/Ribeyro] estaba exhausto, más pobre que nuncay a punto de volverse loco. Algunos juicios se estancaban, otros se rami-ficaban para llevar vidas paralelas mecliante cuerclas sepa racJas o aclop-taban direcciones inusitadas, a punto cle que lo que comen zaba comoun simple procedimiento de declaración de herecleros se convertía enun juicio contencioso. Ludo fue perdienclo el control de los procesos. Se

122 Ibídem, pp. 7I-72.123 lbídenr, pp.72-73.

135- - r - , - l 3. Tnrs ABocADos FALLTDoS: Vnncas LrosR, Rrgevno v Bnvce Ec¡euouE

dio cuenta además que la lucha no era librada en terreno de los prin-cipios sino de los intereses más mezquinos. Un expediente se perdiócon todas las pruebas que contenía, un escribano retuvo un alegatohasta que se venció el plazo de su presentación, un demandado pre-sentó documentos falsos que era imposible invalidar, otro cambió cincoveces de domicilio, un cliente negó pagarle sus honorarios y hubo quedemandarlo, otro amenazó con seguide a su vez un juicio, por mala ges-tión de sus asuntos. Al final Ludo ya no sabía contra quién pleiteaba. Undía se encontró con Moisés cerca del palacio de justicia. Ludo lo habíaolvidado compietamente e ignoraba el estado de su proceso. A pesar deello lo abordó para preguntarle como iba. Moisés lo miró con su labioroto y le dijo simpiemente: 'Me desalojaron'l24.

El último pleito que se presenta a Ludo consiste en una cobranza que

le encarga un cliente del doctor Font, el señor Naser, racista y tremebun-

do propietario de la casa comercial del mismo nombre. El cobrador de la

"Casa Naser", expendedora de licores importados, había desaparecido con

las cobranzas de la última semana. Era preciso recuperar esos dos mil cua-

trocientos soles con sesenta centavos. Tres cobradores del señor Naser

habían desaparecido antes con el monto de sus cobranzas. Había que darle

una lección para que no cundiera el mal ejemplo. No importaba el dinero

en sí, podía quedarse con é1, lo importante era aúaparIo.

Ludo dijo que tenía experiencia en el asunto. El doctor Font citó un artí-

culo del código penal. El señor Naser dijo que todos eran unos sin-

vergüenzas, pues trataba bien a su personal y pagaba quinientos soles

a los cobradores mensualmente. Ludo dijo que Ia inmoralidad era una

lacra social. El doctor Font dijo: hay que movilizar a la policía. El señor

Naser dijo que algunos delitos merecían la pena de muerte, como las

violaciones de menores de edad operadas por negros, los asesinos por

motivos pasionales o por rapacidad y los robos a los comerciantes

honestos. Ludo dijo que era una cuestión de habilidad. El doctor Font

había dicho: esos asuntos no me interesan, se los dejo a sus manos. El

señor Naser invocó la buena educación ancestral del latigazo y la pal-

meta y añadió que se había olvidado de decir que también merecían ser

fusilados y con un tiro de gracia los elementos disolventes. Ludo se difo

qué corta erala estación del amor y frági\ la alegría, El doctor Font había

dicho: tu pádre fue un hornbre honrado. Ludo opinó que el mundo iba

cuesta abajo. El señor Naser manifestó su placer por la música selecta,

en especial por las óperas cle Wagner y añ^dió: deberían azotarlo, qué-

dese usted con la plata, lo importante es que lo cojan. El doctor Font

había dicho: juventud torbellino, mirando la fotografía de su nieto, para

I24 lbídem, p. 73.

136 C¡nlos RnH¡os Núñez

añadir que era duro partir de cero. El señor Naser lanzó una mirada las-civa a su secretaria y dio a entender que él no pagaba el teléfono paraque sus subordinados sostuvieran conversaciones privadas. Ludo dijoque era necesario sanear la burocracia y terminar con la corrupciónadministrativa. El doctor Font opinó que el negocio de los transporteselevaba al cubo los imponderables de todo negocio. El señor Naserarguyó que deberían aumentar los impuestos a las grandes empresas,exonerar a las pequeñas y castrar a los indios. El doctor Font dijo queno creía en Dios. Ludo dijo que el asunto no ofrecía ninguna dificuitad.El señor Naser sugirió que podría presentarse una demanda a la pre-fectura. Ludo dijo que sí125.

El caso resultó más complicado de lo que podía prever el practicante.

Inútilmente fue a buscar aEfraínLópez a su casa deJesús María126. "Si algo

habia aprendido en la facultad de derecho es que más valía una mala tran-

sacción que un buen pleito". Pensó que era improbable que se hubiera

fugado a provincia llevando consigo el dinero de la cobranza y abando-

nando a su mujer y sus dos hijos. Convertido en espía 1o buscó de barrio

en barrio. Aconsejado por el doctor Font presentó una denuncia por apro-piación ilícita en la comisaría, donde lo atendió un indolente capitán depolicía sin uniforme, viejo, demacrado y de barba mal afeitada, que gro-

seramente, le reprochó que la casa Naser les traía muchos problemas y que

muy bien podían enviarle unas botellas de whisky. Ludo se lo prometió y

el agradecido comisario le dio una orden de grado o fuérza, que permi-

tiría capturar al señor L6pez dónde y cuándo fuera habido. Pensó que el

doctor Font era un sabio al liberarse de esos casos de cobtafiza y el señorNaser un pobre cretino vengativo. Había que encontrar a Efraín López

como fuera. Dos mil y pico de soles no era poca cosa para su economía.Ludo reanudó sus búsquedas. Averiguó que la esposa deLópez tenía fami-

lia en una picantería de Surco. Como un fisgón andaba con la fotografía

en el bolsillo y la orden de grado o fuerza. Además, el señor Naser y el

doctor Font lo apremiaban porque en quince días no obtenía ningún resul-

tado. Lo cierto es que el evasivo ex cobrador de la Casa Naser era inha-

llable, escurridizo como una serpiente. Por muchos esfuerzos que hacía no

oodía encontrarlo. sus esfuerzos eran siempre infructuosos:

La respuesta era negativa y por eso Ludo prefería seguir buscando a

Efraín López, por una especie de vicio contraído, sin esperanzas de

encontrarlo, pensando en los buenos soles que ganaría rnetiénclolo en

I25 Ibídem.

126 lbídem, pp. 168-169,

y Bnycr EcHeruroue

ra cárcel, buscancro al joven imberbe, según la fotografía,al cholito ra_drón, como clecía el ,.¡o. Nrr",cho acreecror " u", ;,;;;;:É:t::iiffilil:';:ffi;:: hli;artículo 221 del código penal, nl declr dej a".* or"r'l a.sí seguía cami_nando' incluso el cría que cayó laprimera garúa, con la orden de grado;#'":': ffi'j;':i::'

t.-'""'ro nt ""do'áo nlñ^;;-" nunca habíaLudo se verá inmerso en otras situ¿:r cruaría como pracricanre der roro. ;;:ffi J.JT;,i!'1"'iril: ¿:generar odría conrra er democrático gobierno ¿" nurá-lite y Rivero, escletenido en Mirafrores por carecer cre crocumentos: *"^"".n" compren_clió Ludo ra utilidad de los pnp.t..r. i"¿" .r munclo debería rener algunos,que sancionaran su condición humana. De nada valía nadaren cros pies,tener un nombre, pensar, hacer un us

carecía cre un.nr,rl"..l ',:::"^:,:i.t1so inteligente de la palabra, si se

re q u i s i ro,.,,,, u.n u j' ! r ::,fi .T' f J ;::,?:f Tjll;,,T J*füi". ;*.Incluso, el jefe cle comisario lo reconvieson cletenidos.

_vr¡¡ro.rru ru leconvrene: solo los cholos y los zambos

Los intereses bancarios que abrumanmaclre, que debía ;".';""::'r:"flT:

a su familia v en particular a suxión moial en to¡noilstffi;.fii1"1";"' también I"-"ur.itu., una refle-reunían, ponían argunos bienes "" __if::',.YJ.iiil"" ff :Hil::::llenaban de lacayos y abogacros, ,. ,o,.r.l-,"raban en ,"

"¿ior. enrejado,fundaban un banco y comenzab an a ro,L>ar. un banco hiporecario, pordecir algo, como aquer ar cuar ra ramiiia áe Ludo pagabu der.re hacía cliezaños lo.s interese.s de un préstamo, nunca el présta¡¡s,,l29.

una concepción social del aborto y sus implicancias sociales se derivadel diálogo entre Daniel y lucto. ou'r"l árnba cle que una pareraocasio-nal abortara; Ludo le rerruca que es clelito"¿euién te rra ¿i.ho eso? si to hace ,"" .;J;:"3;::::T"':J,::"r.#l

727 F.l cr.ítjco Luchting ha aclverticlo que el cuento ,,Digenieciilos ¿"*ii¡"ot"r. ln;:J; ::[.::-'r)rrección

equivocacla" parece ronracto de lo.ses perseguicro tam¡ri¿rs

En efecto' en ei cuento' el cleuclor ,nn.ur,, ." iír-", nr"o" López yun pasiv() p,r. n., hutt

por un cobrador' Efraín López' de t^ g""i""rtir')1,*¡nicares ast)meclomiciliaclo.n,r ron,r.r

reportaclo l:rs ganancias.p.r. lr rr.nto ¿. ¡r"l,l,"rrr. Fausto López,

;:j I .jilff j; #ij, :il i:r:,#ffi ü .lr.i:H*: nru k ffi ,:,::fdeucror, un,,," .n ;r ;i.?.:l.'l: ll;]ij,li,,qa.ffa.rn¡;:x,;r.xa::\Volfang. Ir¡s dobles de Ribeyo. firnu, lnrtltut.,-ñrci<¡nal de Cultura, 197L, o. 30.l2Íl IirBEyRo, Los geniecilbs clom¡n¡cates. a;;.:' ;. ;rr.129 lbídent, p.14).

137

138 Cnnlos Rnvos NúñEz

lo hace el doctor Aquileno. Te cobra tres mil pacos y quedas como uncaballero"l3o.

La línea moral del personaje, Ludo, no obstante su marginalidad, semanifestará también en su concepción de familia, cuyo contenido echa demenos por la muerte de su padre: "Hubo una época en la cual también ensu casa había una familia. Había un padre, una madre, unos hermanos, unorden, una jerarquía, unas ganas de reír, de bromear, un calor, un rumor,una complicidad, un perdón, un lenguaje cifrado. Casa sin luz ahora.Malayerba. Podredumbre en el césped"t.lt.

Las aventuras de ese estudiante de derecho que es Ludo no concluyencon los casos que le correspondió conducir, como tampoco con el dramade su familia, sino también con pequeños detalles de la vida de un auxi-liar de la ley, de un empleado jurídico sin título como fue Ribeyro antesde su viaje a Europa. Los detalles son tan exquisitos como elocuentes.

La renuncia a la Gran Firma, como gusta llamar Ribeyro a su retiro delenorme bufete en el que practicaba, ocurrió, en términos cabalísticos, el

31 de diciembre. Ese mismo día, después de operada su renuncia, elEstudio le pagó sr-rs beneficios sociales, que Ludo derrocharía con Estrella(la bella y díscola prostituta del victoriano barrio de Huatica) y en sucesi-vas francachelasl32. En lugar de redactar un recurso de embargo, Ludo lan-za un poderoso gemido, desgarra el escrito judicial y en su lugar escribesu carta de renuncia. "Su jefe trata de disuadirlo con untuosos argumentos,pero al atardecer Ludo abandona para siempre la Gran Firma, donde hasudado y bostezado, tres años sucesivos en plena juventud"133, mofándo-se así de su porvenirll4. Aquí debe observarse la decisión no del todoresuelta del propio Ribeyro de abandonar la abogacía. En un reportaje quele hiciera su biógrafo \lolfgang Luchting, interrogado sobre si se sentía

130 ibícler¡, p. 183.

131 lbíclem, p. 186.

132 Ibídem, p. 1f37.

133 En un número especial de Ia revista Maftín. Reuista de Artes y Letras, año II, núm. 4, junio de2002 dedicada íntegramente en homenaje a Julio Ramón Ribeyro, un amigo de juvenrud, elcompositor Manuel Acosta Ojecla, identifica al descarrilado Pirulo de Los geniecillos dominica-/es como el baranquino Perucho, Pedro Buckingam Devoto, un as del billar de la alameclaRicardo Palma en Miraflores. En la novela desfilan otros personajes de la vida real: AlfonsoDelgado Backman y el gordito Del Solar. Acosta reconstruye también los bares de Surquillo quefrecuentaban inseparables amigos: El Botellón, el Taka:Íaka, El Silletazoy El bogar de la madre,Tómate la otra, pero nunca llegaron al temible, el Café de los ualientes y hasta el non.rbre deconocidos maleantes de la zona: Negro Mundo, Negro Petróleo, Pesadilla, Pa' los perras, Magua,Cbazán, Cafta Braua, Plancbet, Dock¡r Cbicba y Cbiza, pp. 97-10i..

134 RIn¡yro, Julio Ramón. Los geniecillos dominicales. Op. cit., p. 15.

, . '

Cnpírulo 3. Tnes ABocADos FALLTDos: Vnncns Llosn, Rrsrvno y Bnycr Ec¡rruroue

bien de su pertenenciaala clase burguesa, el escritor le contesta: "Si fueracierto no me hubiera movido de Lima, hubiera buscado alianzas con fami-liares o amigos pudientes y sería ahora un abogado ricachón, más o menosdeshonesto y probablemente respeta61""t35.

Un eje recuffente de la historia es la marcada presencia de los ances-tros. Su ubicuidad se advierte en los retratos fotográficos, las pinturas alóleo, los bustos de bronce y hasta en la espiritualidad de las viejas casasrepublicanas. Ludo (Ribeyro), en un instante se detiene frente al retratooval de su bisabuelo (se trata obviamente del sempiterno presidente de laCorte Suprema, Juan Antonio Ribeyro, "donde el ilustre iurisperito apare-ce calvo, orejón, en chaleco y terriblemente feo". "Ese hombre -continúael escritor- vivió casi un si¡¡lo, presiclió congresos, escribió eruditos trata-dos, se llenó de condecoraciones y de hijos, pronunció miles de confe-rencias, obligó a su inteligencia a un ritmo de trabajo industrial, para al fínde cuentas ocupar una tela mal pintacla que ascendientes lejanos nosabrían dónde esconder"136. Ludo en plática con la imagen de su bisabue-lo, el magistrado supremo, le confía: "Ah, vejete y revejete, perdóname sihe dejado el puesto. Por más que hagamos, siempre terminamos por con-vertirnos en retrato o en fotografía. Y cuidado con protestar, que te volteocontra la parsfl"r37.

Sobre el escritorio de Ludo (en realidad, una mesa) había siempre unabotella de licor (cinzano o pisco), varias obras de literatura y sus códigosbásicos (civil, penal, comercial, de procedimientos civiles y de procedi-mientos penales). Representan las armas de un estudiante algo disoluto,que, tras su renuncia, con el dinero de su indemnización planea unaorgíafinalmente abortada. Como lnanes de la familia Tótem -Ribeyro- discu-rren también los retratos de sus célebres ascendientesl3s. Códigos, nove-las, retratos fotográficos, alcohol y (lo olvidábamos) cigarrillos resaltancomo los artilugios del indeciso practicante, a horcajadas entre las letrasIegales y las letras literarias, la sobriedad del jurista y la inquietud bohé-mica del poeta, entre el apremio económico del presente (Ludo posee soiodos deslucidos trajes) y las glorias del pasado. En realidad, hasra ciertopunto, Ludo refleja ciertos rasgos del universitario en general y, particu-larmente, del estudiante de derecho. Sorprende, sin embargo, que elloocurra en la casa familiar. La ausencia del padre, ya fallecido, hombre de

I35 Ibíclem, p. 18.

136 Martín ltevista de Artes y Letras. Op. cit., p. 707.I37 ll¡snvtto, Julio Ramón. Los geniecillc¡s dominicótles. Op. cit., p. 16.138 lbídenr, p. 16.

139

140Cnnlos R¡wos NÚÑrz

escasocarácter,yunamadreconsagradaalaferel ig iosaylasprocesiones(comoenelcasodeotroestudiantedeDerecho'JoaquínCamino'del /o

selodigasanad. iedeJaimeBayly)yespef^f izadaenaleator iosnegocios

sin renta visible y de enormes pérdidas, en los que la embarca un yerno

ex militar traducen también el vacío de autoridad'

Lanostalgiapor lasviejasglor iastraspoftanaLudodelosretratosalos

edificios. La casa de su entrañable amigo Pirulo (o mefor dicho un

pequeña parte de ella) frente a Ia avenida Sáenz había sido propiedad de

su abuelo. Allí vivió y murió octogenario y apopléjico ' Había sido su casa

cle veraneo cuanclo Barranco era el balneario de moda' Esa transición de

la opulencia a la estrech ez marcaba a Ludo, tanto como al propio Ribeyro,

quedescr ibenoasuabuelo(quefueingeniero),s inoasubisabuelo

Ramón, un abogado:

Cada vezque Ludo entraba a esa casa se paseaba por sus enormes habi-

tacionesempapeladas,husmeaba,tocabalosmuebles'comosiguiendolas trazas a. nigu.rn ruta ancestral. pero la casa había sido diviclida en

var iosdepartamentosy|afami| iadePiruloocupabasolounaladeloque fue antaño una mansión' De este modo Ludo no podía reconstrulr

más que fragmentariamente los paseos de su abuelo y cuando tomaba

téenelcome<lorsepreguntabasiesapiezanohabíasidoant iguamen-tealgúnvestíbulo,undormitor iooquizáselbufeteahoraprofanadodondesuabueloredactóalgúnbr i l lanteaiegato'Muchasotfascasashabía ocupado su familia, de las cuales Ludo conocía solo la fachada, la

deVashington, ladeBelén,ysobretodoiadeEspír i tuSanto,gigantes-ca,convert idaahoraenunaescuelasecundar ia,Ludoteníalavivacon-cienciaclequeelespaciodequeantesdisponíanlosSuyossehabíaidocomprimieni o, cadageneración perdió una alcoba' un patio' Ahora solo

lesquedabaelranchi todeMiraf lores.Quizásalgúndíalequedaríaaélnada más que un aposento, cuatro paredes ciegas' una llave139'

Esamismasensacióndepérdidagradualeirreversiblequepadecesu

familia en las dos últimas generaciones, habría de experimentarla Ludo en

tocla su crudezacuanclo asume la representación de su madre y hermano en

el matrimonio de una prima, cuya familia ha mantenido el status de la clase

al ta.Enlaf iesta,elpobrepersonajenosoloesignorado,sinocuandose

adentra a la hermosa casona, la madre de la novia sospecha que es un

laclrón que busca sustraer los regalos de su hiia. La belleza de las jóvenes

invi taclasalabodaconst i tuyenparaLudo,débi lyapagado'elmejortest i -

monio de su regresión social. suponen "la abundancia del deporte lujoso,

139 lbídem, p, 17.

-: 3 Tnrs ABocADos FALLtDos: VnncRS LlosR, Rrsrvno v BnvcE Ec¡rrutour

, <rl perseguido por todos los continentes y en suma del cruce de pare-. :..;ls y hermosas. Era el resultado de una selección rigurosa y artificial,.. ¡ie laboratorio, que le recordaba a Ludo, involuntariamente, la practica-

::r las haras para la reproducción de caballos de pura sangrelaO.

Il r-nalestar por esa especie de fracaso personal, inexplicable para Ludo,-:'-lcrecienta diariamente con la visión de la galería en miniatura, de un.=tro de largo y de veinte centímetros de ancho, de los cinco retratos de

r-.i antepasados en línea paterna (exactamente igual a los ancestros de Ri--:'.-ro), ubicada cerca de su cama. En el álbum se hallaban alineadas cinco:=:eraciones. "Desde el chozno librero del siglo XVIII hasta su padre,

::.--:leado, siglo )O(, pasando por tres eminentes y longevos hombres de:'.'is eu€ ocuparon todo el siglo )CX"141. Estos últimos, los tres, es decir

r jlrristas, terminan por ser recriminados: "si que habían tenido éxito y a:r-rejor hasta sin problemas de conciencia, les tocó vivir una época dicho-

--.. paternal y jerarquizada, en la cual los privilegios se consideraban:-.-iturales y la iqueza un don del cielo, ellos ftteron el orden, el bastón, la

- .tntradanza y el ferrocart¡1"142.

Ludo Tótem, al igual de Ribeyro con alma de cuentista, cada vez que

:rebía salir a la calle, echaba una rápida ojeada a la galería de retratos: "Los:inco rostros lo observaban con ironía. Incluso en la fotografía de su padre

:e pareció notar cierta mofa. Ludo les hizo un saludo va€lo con la mano y

rprimiendo el conmutador de la luz los deió en las tinieblas"M3.ll ingre-

so al dormitorio conducía siempre a Ia galería de retratos y al escritorio'donde se apilaban los códigos. En el estante su centenar de libros le mos-traban sus bellos lomos gastados"laa.

Una visita de Ludo, en compañía de Segismundo, el más calavera de

sus amigos, a los claustros de San Marcos para conocer a los geniecillos delas letras, abre otra vez la puerta de su reencuentro con sus antepasados:"Entraron por la puerta que daba al patio de derecho. Sin quererlo, Ludolevantó Ia mirada y pudo leer en el frontis del pórtico el nombre comple-to de su bisabuelo: José Armando Tótem fue rector de esta universidadde 1856 a 7864. Bajo su rectorado se refaccionó este local'145. Ludo le

explica a Segismundo que, en realidad, no es estudiante de San Marcos,

I40 Ibíclern, pp. 57-52.I47 lbídem, p. 80.

I42 lbídenr, pp. 93-94.743 lbídem, p. 94.I44 lbídem, p. 9fl .145 lbídem, p. 164.

141

142 Cnnlos Rnvos Núñez

sino de la Católica. Ludo, se desgañita, solo se halla de visita a sus cofra-

des. Segismundo, un hombre rudo y hasta brutal, le interrumpió en tono

de reproche: "Ya me llevarás entonces otro día ala Católic4 perro reaccio-

nario", "sucio oligarca", en clara alusión a su entroncamiento estudianti l lu6.

En el recorrido de dos amigos, Ludo y Segismundo, por las galerías de

la antigua casona sanmarquina, el estudiante de derecho tendría un nuevo

encuentro con su bisabuelo:

Ludo atravesó un vestíbulo donde había una percha capaz de soportarcuarenta sombreros y de pronto, al cruzar la mampara, se halló en unenorme salón plagado de retratos, que muy bien podía ser la sala del con-sejo. Una mesa extendida de muro a muro parecía esperar a invisiblescongresales. Ludo recorrió paso a paso el aposento, solazándose con losretl'atos ---<ada cual era un rector, los más antiguos llevaban golilla o hábi-to clerical- hasta que en un rincón, detrás de un biombo, entre pilas delegalos, silencioso y cubierto de polvo, hallábase el busto. Era el mismo:

José Anemio Tótem. De mármol, sobre pedestal de ébano. ¿Qué trayec-toria había seguido, por casas y oficinas, hasta llegar a ese triste rincóndonde, con la cara vuelta a la pared, parecía cumplir algún castigo?Tampoco en esa casa querían saber de é1. Ludo observó sus rasgos feos,pero majestuosos dominantes, su fría caivicie donde reposaba un polvoviejo. Con la manga de su saco la limpió y luego, sacando su pañuelo, lehizo un nudo en cada punta y se lo colocó en la cabezalaT.

Los ancestros viven pero también fallecen. En una escena, el padre deLudo, decide liberar un espacio del mausoleo familiar. "Echaremos al másviejo. Los muertos también tiene edad". Volviéndose hacia los trabajadoresles indicó: "Me sacan esa lápida por favor", y señaló la de Melchor AugustoTótem, muerto en 7798"148.

El orgullo del estudiante de derecho de una universidad privada tam-bién resalta. Así, frente la desprejuiciada soberbia de Segismundo, que sejactaba de conocer todo el Perú, un tímido Ludo se ufana de sus prácticas

de derecho: "Fíiafe todo lo que dices es apasionante. Pero durante estoscinco años yo también he vivido a mi manera. No he trabajado en minasni he viajado en barcos, pero en cambio he trabajado tres años en una ofi-cina y he viajado siete años en ómnibus mirando la caru de los pasaje-

ros149. Segismundo replicó entonces con una copa de aguardiente en la

146r47r48149

Ibídem, p. 712.

Ibídenr.

Ibídem, p. 175.

Ibídem, p. 1,52.;l

ll

*t-''F

l ip i ru lo 3, Tnrs ABoGADos FALLTDos: Vancns LLosR, Rlarvno v Bnvcr EcHrrulouE

mano: "solamente quiero decirte una cosa, Ludo. Eres el peor de los paje-

ros. Menos reflexión, más pasión. Más a tu alrededor y olvídate de ti, tazo-

nador infecto. Ludo pensó en sus cien años de jurisconsultos cartesianos y

estuvo a punto de dade la razón"150. En otro momento, de visita en su anti-

guo colegio mariano, le dice al director con un timbre de suficiencia, que

ese mismo año se recibiría de abogado151. Ett uno de los meiores pasajes

de la novela, el personaje es aproximado socialmente a una mujer humil-

de: "'Te presento al señor Tótem. Y mucho cuidado, que es abogado y vive

en Miraflores'. La muier se puso rápidamente de pie, le dio la mano y

quedó luego mirando su palma como si le hubieran dado una medalla. 'No

soy doctor', dilo Ludo para tranquilizaila, pero Daniel intervino: 'Claro que

eres doctor, todos los que van a la universidad son doctores. Eso lo sé

desde que era chiquito"'152. Ludo ansia que el momento de su graduación

llegue. Teme que su vida bohemia junto a Pirulo y otros amigos arruine

sus proyectos y no pueda ayudar a su madre: "En Lima estamos persegui-

dos por el fantasma del alcohol". Recalca luego a su contraparte: " ¿has lle-

vado la cuenta de la cantidad de poetas, de pintores que tanto prometían

que fueron tragados por el pantano?"r53. Por eso, la pésima gestión de los

procesos a su carflo le afligen hasta el abatimiento: "Ludo pasó sus días de

consternación inclinado sobre un tablero de aiedtez. Había perdido todos

sus juicios, cada vez le era más difícil comprar cigarrillos y se daba cuen-

ta a través de sutiles matices gastronómicotr'l54. Finalmente, una inopina-

da salida con sus amigos que acaba con la muerte de Jimmy, uno de sus

amigos de bohemia, a raíz de un accidente de tránsito que propicia Pirulo,

en su afán de cruzar las intersecciones sin semáforo de la avenida Arequi-

pa, propicia en Ludo una reflexión ante Ia cercanía de los exámenes en Ia

Facultad de Derecho: "En realidad, salir esa noche le parecía una profa-

naclon ' " .

La relación con sus compañeros de la Facultad de Derecho de la

Universidad Católica no parece ser muy fluida, como lo es su simpatía con

sus compañeros de la Facultad de Letras de San Marcos, con quienes pro-

cura fundar una revista de literatura, PrisntA: el único logro colectivo de

150r57152r53r54755

Ibídem, p. 10ó.

Ibíclem, p. I07.

Ibídem, p. 132.

Ibídem, p. 1U5.

Ibíclern, p. I07.

Ibíclem, p. 83.

143

'*-"¡¡¡j|fl

144 Cnn los Rnv os N u ñ rz

estos jóvenes. Ludo parece alzarse como un baluarte moral ante la frivoli-dad de Ia riqueza y del mal gusto de sus compañeros adinerados deDerecho. El donjuanismo de Cados Ravel, seductor de muchachas de con-dición humilde, en mérito a su Buick de lujo, la brutalidad de estudiantede apellido germánico, Blagenwild, pedante y grosero durante la instruc-ción premilitar que .se impartía en las universidades, incapaz de ofrecer aLudo y a sus ami¡¡os sin auto una viada desde el Club Revólver, en las afue-ras de la ciudad, hasta Lima o Miraflores. A Luclo le ofreció transportarlosiempre que se situase en la maletera del vehículo. Era notorio el malestarque le causaban sus compañeros de clase alta por su afinidad con la dic-tadura del general Odría (que recuerdan las páginas de Conuersación enLa Catedral de Yargas Llosa). Aborrecía sus estúpidos diálogos sobre lasropas de baño, y hasta la referencia banal y despectiva sobre el nombredel jurista italiano, relacionado con el derecho procesal civil, FrancescoCarnelutti, del que comentaban: "nombre horrible, digno de un fabricantede aperitivor"156. ¡ Ludo no solo lo irifaba la simpleza de Carlos Ravel yla llanura del gordo Blagenwild o la mansedumbre de Pedro Tales, tam-bién la formalidad ritualista de los buenos estudiantes de derecho. Uno deellos, Ramiro Peralva, "solemne alumno de derecho", quien se había gana-do una sólida reputación entre los profesores por un ar-tículo de cuatropáginas, aparecido en un semanario local, al que tituló (un típico ejemplode derecho y literatura, por el que podría haber guardado afección): "El

sistema carcelario francés del siglo XIX a través de las novelas de Honoratode Balzac". Para ridiculizado se sirve de Ia patanería de Segismundo, quelevanta la pierna e impone un golpe calculado en el codo de Ramiro,"haciendo volar los libros que llevaba en la axila"157.

Si la relación con sus compañeros de la Universidad Católica no esbuena, tampoco parece serlo con sus profesores y el sistema educativo quedetermina la Facultad de Derecho. En tanto que con Rostalinez, profesor deLetras en San Marcos, artífice de la revista Prisma, conduce un vínculo sig-nado por el afecto y la confianza (Rostalinez incluso lo recomienda ante elabogado Font para que realice allí sus prácticas), se buda de un profesor deDerecho Tributario de la Universidad CatóIica, antiguo profesor de Ludo enel colegio mariano, "una especie de maniquí de sastre", sobre quien recaeuna insalvable tacha moral (típica de muchos de los partisanos de esta dis-ciplina): "Mientras explicaba el impuesto progresivo sobre la renta (en pri-

ó6 lbídem, p.

I57 lbídem, p.

155.727.

-

l : r i ruLo 3. Tnrs ABocADos FALLTDos: VRncns LLosA, Rtgrvno v Bnvcr EcHerulour

r-ado, a sus clientes, les enseñaría la manera de eludirlo)"1'58. ¡-v asociación

se tornaba inevitablemente negativa p^r^ con sus condiscípulos de derecho:''Ludo pensaba en la posesión de Lisa por Carlos Ravel y veía cómo los

alumnos tomaban rápidamente notas en sus cuadernitos ad boc. Y con una

nostalgia irresistible evocó San Marcos, sus claustros, sus palmeras, sus pilas,

sus hombres feos y rnal trajeados, sus disturbios, su desorden159.

La recriminación a la Facultad de Derecho de la Universidad Católica

cle la época, formulada por Ludo en Zos geniecillos dominicales, también

se dirige contra lafalta de exigenciaacadémica: "Ludo asistió aun a dos o

tres clases, para comprobar que el derecho era fácil y que le bastaría leer

los cursos la noche anterior al examen para aprol';arlos"160. Ludo (Ribeyro)

intenta prepararse para sus exámenes a última hora:

Apalte de no ser un animal matinal, las pastillas que tomara la víspera

para poder velar y preparar un examen comenzaban a hacerle sus efec-

tos complementarios, en cada esquina, después de salir de la universi-

dad, en cada esquina perdió un párrafo, una argumentación, un nom-

bre, un artículo del código y a las diez de la mañana era una entidad

con el cerebro hueco y escurrido, una sacuara exhausta y sedienta,

presa de alucinaciones antropomórficas161.

Otro pasaje simbólico, que acusa el poco interés de Ludo hacia el dere-

cho y, probablemente, el abandono de la carrera, queda representado por

la pérdida de su libro de derecho comercial (con el que debía rendir un

examen), que se desliza a las turbulentas aÉluas del río Rímac, sin que haga

nada oor evitado.

¿Qué hacía al\í? ¿Quién vivía allí? ¿Había dado un examen? ¿Qué le había

pregLrntado el profesor? ¿Por qLré caminaba la gente? ¿Cómo caminaba?

¿Quiénes eran los perros? Ludo sintió que el l ibro de derecho comercial

se desl izaba de sus dedos y haciendo un esfu erzo lo atrapó cuando esta-

ba a punto de caerse al río (. . .) . Esta vez no hubo remedio: el l ibro se

fue al río, sin que Luclo pusiera mLrcho empeño en impedirlo. Desde lo

alto lo vio rebotar contra Llna piedra y hundirse lentamente con sus

páginas abiertas en la corr iente turbia (. . .) . 'No he dormido en toda la

noche y además acabo de tirar un libro al río. Y con ese libro he tirado

algo más, ¿qué cosa es lo que he tira6[e2'162.

145

158 lbídem,

I59 lbídem,

LINO CIC

160 Ibídenr.

161 Ibídem,

162 Ibídem,

IT3,

127. Luclo ya se había nlanifestaclo en contra

caso.s ricliculizttba al sisteula: "Pague primero,

129.

159.

del l)erecho Tribr-rtario cuanclo en

reclame clespttés".

146Cnnlos Rnn¡os Núñrz

A pesar de la pérdida casi deliberada del libro, Ludo obtiene un onceen el curso de Derecho comercial. carificativo que no lo entusiasma. A se_gismundo la noticia (que no es la única, puesJimmy ha muerto como con-secuencia del accidente y pirulo paclece cle un derrame biliar) le pareceuna pequeñe2163. Ludo parece compartir ese mismo sentimiento: el dere-cho no lo atrae tanto como la literatura.

Allí no concluye el benéfico cliálogo entre Ribeyro y er clerecho. EnProsas apatridas, un sentido jurídico cle marcado realismo surge en un iró-nico Ribeyro, cuando recuerda que un tipo se presentó a Ia agenciaFrancePress de París, donde tabajaba, para informar que había presentacro unademanda judicial contra ra unión Soviética con el fin cre que crevolviera eloro que se llevó durante la República. "Su argumentación -aclara-desdeel punto de vista histórico y jurídico era rnafacable, pero llevacra a la prác_tica era un acto de dementen764. pn una siguiente reflexión, sentencia (tarvez recordando el palacio juclicial cle Lima): ,,Lugares

tan banales como Iaprefectura de policía o el ministerio de trabajo son ahora los templos clél_fico.s donde se decide nl¡estro clestino',165.

Alfredo Bryce: La "maldita profesión de abogado,,

Infancia, adolescencia, Facultad de Derecbo: miuida ba sido como esta dificttltad para nauegar,mi uida ba sido esta dificultad para nauegar,..

L a u i d a ". ̂ r:;;y ; "Xi# i'il#Xl;;

En un mundo paraJurius,santiaguito re cra la razón aJuan Lucas ar aban_donar el palacete señoriar, oscuro y fúnebre donde habían vivicro junto asu padre, santiago, el primer esposo cre su macrre, Slrsan, casi en sintoníacon su temperamento. Er fallecido padre del pequeño protagonista, a clife_rencia del desinhibido padrastro, es un abogacro tan señorial como la casaque Ia nueva familia abandona por otra más moderna, tan moderna comola mentalidacl burguesa de Juan Lucas. Don santiago era para el clubNacional, lo que Juan Lucas para el Regatas.

Ibíclem, pp. 159-160.Ibídern, p. 161.Itrur.r'no, Julio Ranrón . prr¡sAs apatriclas. l. inra: Ecli torial Mil la l ]atre.s, 197g, pp. 9_10.

3.

163r61165

: -- ,-o 3, Tnrs ABocADos FALLtDos: Vancns LLosA, Rtsrvno v Bnvcr EcHrntour

Papá -pensal¡a callado Santiaguito- nunca iugaba golf ni nada, sólo

le intelesaban las haciendas y el nombre de su estudio y g n r iuicios,sólo pensaba en el nombre de ia familia, no seré abogado... Todos allíparecieron sentir que algo caducaba, tal vez un mundo que por prime-

ra vez veían demasiado formal, oscuro, serio y aburrido, hono¡able,

antiguo y tristón. No había sino que mirar a Juan Lucas p^ra ver que los

estaba salvando hacia una nueva vida, no sé, sin tantos cuadros de ante-

pasados, sin esos vitrinones, sin estatuas, bustos...166.

Pero, todos los abogados guardaban el perfil del extinto don Santiago.

-,':t un mundo paraJulius desfila también Pericote Siles, eterno enamora-

,:o de Susan pero rival incompetente para el elegante Juan Lucas. "Nadie

.¡ tomaba en serio, eso que era abogado y honrado y trabaiador y había

ganado sus reales también como todos. Gracias a ellos podía tomarse sus

:erdecitas libres y ahí estaba, con cara de querer baílar, bebiendo su naran-

'rcla, sanas vitaminas para conservarse joven, a los cuarenta y ocho años,

i)astante ridículo de apariencia"167.

La sociedad lirneña o, mejor dicho, las clases altas observan a Pericote

Siles, en ese notable tratado sociológico que es Un mundo paraJulius, como

r-rn personaje risible por feo, solterón, no muy rico, pero, sobre todo, por

honesto, vale decir, por cojudo: el rasgo más imperdonable del fracaso.

Los del barrio Marconi habían pedido ceveza y lo miraban con mala

cara. Pericote segr-ría desconcertado: no había logrado ver bien a las chi-

cas en ropa de baño, y por mirarlas no vio a la fligbt bostess y por mirar-

la, esto es 1o peor, no pudo pagarle la cuenta a Susan, ¡qué habrá pen-

sado! Continuaba ahí parado, gris el pobre Pericote, alimentándose de

su fracaso, otro clía más en su vida en que iría por la noche al Club, efl

que contaría sus hazañas, bueno ahora ya no eranhazañas como cuan-

clo era estudiante de l)erecho y se trorn peaba con matones y se acosta-

ba con bellezas, ahora eran sólo historias de lo que pensaba hacer, cle

lo que deseaba en el fonclo, siempre sonriente y lo escuchaban porque

era un abogado honraclo, un cojudo, un amigo servicial, de ahí sacaba

los saludos, le escuchaban las historias de lo que iba a hacer, nunca de

1o que había hecho, ésas se las contaba éI mismo en la oscuridad de su

clormitorio, al apoyar la cabeza sobre la almohada, y entonces se iban

convirtiendo en historias de lo que no había hecho... l)espués, aI día

siguiente, se levantaba entre sonriente y amnésico, desayu naba apuraclo

y sabía que jugaba a llegar al estudio optimista y atareadísimo, saludan-

clo a secretarias, pidienclo llamadas telefónicas qLle impresionaban a las

rc6 lbíclenr, p, 10.167 llnycn F.cHr:xrc¿rrr,, Alfreclo, (ht mundo paraJulitts. Linr¿r: Peis¿t, 2001 , p.84.

147

148 Cnnlos Rnvos Núñez

secretarias, anunciando que les iba a dictar y fumando, ahí empezaba a

creer nuevamente en lo del abogadazo, en lo del solterón interesante,

en lo del play-boy, en qlle iba a conocer a la Jlight bostess, aventura para

el Club, así era Pericote168.

Alfredo Bryce en Permiso para uiuir. Antimemorias, afirma la coinci-

dencia de sentimientos con sus dos anteriores colegas. Bryce rememora su

paso por San Marcos con absoluta honestidad. Denuncia, a la vez, la idea

de éxito que se suele asociar con un crudo bienestar material:

La maldita profesión de abogado, que mi padre tanto quería que ejer-

ciera, y parala cual yo simple y llanamente no servía. Deseaba tanto sel'

escritor, además. Ah... deseaba tanto embarcarme un día rumbo a París

y olvidar aquel mundo al que parecía conclenado de nacimiento, y en

el cual mis mejores amigos se perfilaban ya como grandes hombres cle

negocios, terratenientes, abogados, ingenieros y qué sé yo' Todos había-

mos nacido con un poruenir brillante bajo el brazo, que duda cabe y yo

mismo llegaba a malclecirme al notar, cada día más, que nunca lograría

encajar bien en los mecanismos del dinero y el poder. Y hasta mis meio-

res amigos se burlaban de mí, diciéndome cariñosa y sonrientemente

grandes verdadeslÓ9.

En contraste con Vargas Llosa, la figura paterna apatece impositiva y

victoriosa en el escritor limeño. Tal se aprecia de las páginas iniciales de

La uid'a exagerada de Martín Romaña (1981), crónica autobiográfica de los

años formativos de Bryce en Europa. En un emotivo pasaje, Romaña/Bryce

narra los nomentos previos a su partida a París, donde alcanzatía la anhe-

lada vida de escrit<.¡r a tiempo completo:

Con excepción de mi padre, todos debían estar felices con mi ausencia.

Uno menos que abrazar, debían estarse diciendo los condenados, por-

que ahí el único que se tomaba las cosas navideñas, navideñamente era

mi padre. Me dio pena recordarlo. Era 1o más bueno que hay. Ttabaió

siempre hasta hacernos tomarle horror al ftal:.aio. Era una mina de oro.

Tenía que serlo -anota con ironía-, porque había procreado a la más

importante colección de psicoanalizables de los últimos tiempos en

Lima.

Y confiesa:

Con el tiempo llegué a tomarle cariño, aunque la verdad es que me

costó mLlcho trabajo. No tenía por qué haberme educaclo más rígida'

168

r69Ibídetrr , p, 216.

Ibíclerrr, pp. 279-220.

Cnpírulo 3, TnEs ABocADos FALLTDoS: Vnncls Lr-osn. RrsrvRo v Bnvcr Ecurrurour

mente que a mis hermanos. Claro, yo era el menor, y en vista cie quehabía ya perdido todas las esperanzas en los demás. decidió que yo fue-se la esperanzadela familia, y me daba menos propinas y menos bici-cletas y menos automóviles que a los otros. Y nunca me habió porquea un hijo nunca se le habla, sólo se le mira con mucha autoridad. Pobreviejo. Así, a punta de mirarme tanto, se fue convenciendo poco a pocode que yo era el peor de todos. Hasta me compró biiletes de lotería aver si me aseguraba el porvenir. Ese gesto me conmovió tanto, en unhombre tan autoritario, que no tuve más remedio que echarme toda unacarrera de abogado encimalTo.

Bryce llegó a ser abogado. Años después, en Pensamientos para uiuir,

confiesa que su primera novela fue su tesis de bachiller: La compensación

en el Código Ciuil de 1936, aludiendo así al esfuerzo de redactar las 300páginas que constituían ese trabajo (como veremos luego, la tesis fue

mucho más breve)171. ¡tr un período en el que las profesiones liberales

gozaban aún de prestigio y aseguraban un bienestar, y cuando la carrera

de escritor, si es que Ia había, se ofrecía como una apuesta romántica y

aleaforía, la postura del padre de Bryce no sorprende: "el día que me gra-

dué ya hace tiempo que nos queríamos mucho". La condición de aboga-

do confería no solo un medio para g n r dinero, sino también represen-

taba un título honorífico y un elemento de distinción aristocrático. La abo-

gacía, no obstante la modernización que experimentó el país durante el

Oncenio de Leguía (1919-1930), no se había masificado, como ocurre

actualmente. Solo cinco universidades expedían el título: la Universidad

Nacional Mayor de San Marcos, la Pontificia Universidad Católica del Perú

y tres universidades públicas de provincia, llamadas "menores": la

Universidad Nacional San Agustín de Arequipa, la Universidad Nacional

San Antonio Abad del Cusco y la Universidad Nacional de Trujillo.

Mi padre no me autorizó a viajar a Inglaterra en 1957. Con la autoridad

cle un hombre que le desea el bien a su hijo, le pagaba los estudios, lo

mantiene en la casa familiar y lo mantiene también a propinas, decidió

que yo era demasiaclo joven a los cliecisiete años para saber incluso cuál

era mi vercladera vocación. O sea que también esto 1o deciclió él por mí.

Sería abogaclo, hombre de empresa, y, por qué ño, un honorable ban-

quero como él y mi abuelo materno. Al diablo pues con los proyectos

que yo había pllesto en marcha y que estaban a pllnto de concretarse.

Y al diablo con eso de querer ser escritor en Europa y estudiar literatu-

149

170 Bnvcr: Ecur.:xrqrrr:.,

171 Bnvcr, Ecnr-:xr<2ue,

1981 , p. t42.

Alfreclo.

Alfreckt.

Permisc¡ para uiL,ir. Antimemorias l. Lirna: Peisa, 1993., p. 142.

Ia uicla de r4atrru Romaria. Barcelona: Argos Vergara,

. - . . .

150 Cnnlos Rnvos N úñEz

ra en ia universidad de cambridge. Por más que me hubiera preparado

ya, y por más que mis compañeros de colegio me hubieran dado ya al-

guna comida de despedida, pofque, como dijo uno de ellos: 'Alfreclo se

va a Europa a estudiaf para bohemio'. A Europa sóio pude partir a los

veinticinco años y con un título de abogado. Pero ilegué a París, en

1964, y a Cambridge no llegué nunca. Como tantos otros sueños, esta

universidad pertenecía a una mitología de adolescente que, por mi bien,

mi padre se había encargado de mandar al baúl de las ilusiones no cum-

plidas172.

Desatendiendo los consabidos deseos de su padre, Alfredo Bryce estu-

clió letras en San Marcos, en la especialidad de literatura. Como él mismo

lo expresa: "le cerraba la boca estudiando también derecho, para tranqui-

lidad cle todos, empezando Por mí"173. La decisión de estudiar simultánea-

mente letras y derecho en los patios de la cuatricentenaria Universidad Na-

cional de San Marcos, "la del pueblo unido jamás será vencido, la de los

patios y las fuentes y estudiantes cle las clases B, C y D, de Lima"t74, no

sería de Bryce sino de su propio padre. Había para ello lna r^zón prácti-

ca, que coloquialmente Bryce llama "trampa". Al parecef para ser admiti-

clo a la Universidacl cle Cambric,lge eran precisos dos requisitos: aprobar un

examen de historia de Inglaterra y otfo de latín en el Britisb Councily ha-

ber ingresaclo ala Universidad de San Marcos175. Al padre de Bryce no le

pareció mal, pero le puso una condición: debía estudiar derecho. cierta-

mente, en esa clecisión había mucho de pragmatismo, pero también, tal

vez en forma soterrada e implícita, la ídea de perpetuar una dinastía de

lustre oligárquico a través de las letras legales. Bryce ha escrito sobre él

que ',era una suerte de heredero del silencio y de la buena salud, de las

buenas conciencias y los meiores modales y educación"176.

En un pasaje de Un mundo paraJulius un grupo de muchachos -pro-

totipos de la burguesía limeña o que, por lo menos, frataban de hacerse

un espacio- bebe whisky en la piscina del country club. Entonces ya

bebidos -ante el malestar de un historiador que se encontraba justo al

lado- uno pregunta a boca de jarro:

Alfreclo. "La conlpensación en el Cócligo Civi l de 1,936". Tesis cle l lachil le-

Nacional Mayor cle San Marcos, Facultad de Derecho. Linra, 1963, 11ó pp

información oficial es el catálogo del sistema cie bibliotec2ls cle la misnrrt

AlfrecJo. Permisct para L;iL'ir. Op. cit. , p. 69.

172

173174175176

Bnvcn Ecurxtqul.,

rato. Universidacl

La fuente cle esta

universidacl.

IJnvcu EcHrxtqt;n,

Ibíclem, p. 95.Ibídem.

IleRrurcHrn, Alfreclo. Peregrinos de la lengua, Maclricl-l3uenos Aires-lJogotá: Extra Alfaguara

7997 , pp. 50-51 .

__i 3, Tnrs ABocADos FALLtDos: VnncRS LrosR, RlsEvno v Bnvcr EcnerulouE

¿Por qué mierda se te ocurrió entrar a San Marcos? -preguntó el otro.

Era más fácil el ingreso. No tenía palanca para entrar a la Católica.

Pásate, todavía estás a tiempo -sugirió el que iba a ser ministro.

El cleshueve (.. .) . Te pasas, volvemos a ser los cuatro del colegio.

En cnarto cle Derecho, en quinto, mejor, hacemos u na trafa y nos pa.sa-

mos a San Marcos -el otro.

Al-rí es más huevo graduarse -un Juan Lucas lpor su pareciclo]-.

}{ay el problema de la reputación -intervino el qlle iba a ser ministro.

Y la cojude z de las huelgas. Arrancan con Llna huelga y a lo mejor pier-

des ttn año -tln Juan Lucas.

Volvemos a Ia Católica -el otro-, ¡Salud! -Se cagaron de risa, menos

uno.

Hablen un poco más bajo -el que iba a ser ministro-. Y menos lisu-

ras que se oye.

Mozo, otro whisky.

Cuatro.

No rne va a alcanzar el clinero -el cuarto.

Olr,ídate: hoy pagamos nosotros -un Juan Lucas

Carajo, Car los. . . -e l otro.

Ssshhhiii i i. No seas bruto, hombre -el que iba a

Me cago en la noticia.

¡Y en la cuenta que le voy a firmar a mi viejo esta noche!

¿Ustedes firman? -el cuarto.

¿Y cle dónde crees que vamos a sac f para divertirnos? Allá los viejos si

quieren que uno estudie, que se frieguen con las propinas.

Te sacas el alma practicando y no te dan un real en el estudio.

¿Tú practicas, Carlos?No; francamente me está llegando la vaina esta del Derecho'

¡Pero qué mierda!... La cosa está en sacar el título177.

El diálogo ofrece una rica posibilidad de análisis. La abogacía no des-

cansa necesariamente en la vocación, sino en las posibilidades económi-

cas que ofrece. La carrefa, sin embargo, exige diversos sacrificios: tal vez

una universidad estatal en lugar de una privada, aun cuando la exigencia

sea menor y los paros la extienda, ia explotación ritual de los practicantes

por el Estudio y, en ocasiones, la casi perenne calidad de estudiante uni-

versitario, si es el caso, sostenido por sus padres.

No obstante, las críticas directas e indirectas, ya en la obra de ficción

ya en la ensayística, la experiencia sanmarquina fue decisivamente enri-

quecedora para Bryce:

I77 Bnvc.; EcHr.xri¿r;8, Alfrecl<-¡. Entre lct soledad.y el amor. Lilna: Peisa, 2005, p. 5U.

15i

lsupuesto].

ser mini.stro.

152 Canlos RnH¡os Núñrz

Yo incluso me sonreía para mis adentros, al pensar en lo compleia y rtcaque es la vida. Debí haber partido siete años antes a estudiar literaturaen la universidad de cambridge, pero siete años antes yo era aún menorde edad y mi padre se opuso radicalmente a aquel sueño mío y me obli-gó en cambio a estudiar Derecho en la Universidad de San Marcos. Mesonreía para mis adentros, porque las consecuencias de la decisión demi padre, lejos de ser dramáticas, me permitieron disfrutar de todo uninmenso aspecto de la vida peruana que yo desconocía (o conocía ape-nas y mal), ahí en aquellos inolvidables patios de la vieja casona de laUniversidad de San Marcos: el de Derecho, en que le di gusto a mi pa_dre, y el de letras, en que me di gusto a mí, estudiando Literatura, mien-tras que en ambos frecuenté a centenares de personas venidas de otrosdepartamentos y regiones del Perú, de otros medios sociales y econó-rnicos, también de distintas razas y hasta religiones. y e.sos años san-marquinos fueron hermosos, alegres, intensos, inmensamente imporfan-tes para mí1t8.

Bryce añade luego con certeza:

Siempre he dicho que entrar a la Universidad de San Marcos. de Lima.fue para mí entrar al verdadero perú. En los patios de la vieja casonadel Parque universitario, en las facultades de Letras y de Derecho, entrelos años 1,957 y 1.964, comprendí hasta qué punro la eclucación elitistaque mi padre escogió para mí, poco o nada había tenido que ver conla inmen.sa compleiidad de la realidad peruana. Mucho más que losestudios de leyes y de literatura, io que recuerdo de esos años sanmar-quinos es la efervescencia social, cultural y política que caracterizabalavida estudiantil de aquellos patios, lo que nos unía o separaba a loslimeños y provincianos, a serrano.s, costeños y amazónico,s, a pobres yricos, a indios, mestizos, blancos y negrosl79.

sin duda, la verdadera vocación de Bryce descansaba en la literatura, omás exactamente en el oficio narratlo. su interés por el derecho y suincursión universitaria en la Facultad de Letras fueron enteramente tácticos.De allí que manifieste un auténtico desprecio a la formalidad de los títu-los universitarios:

De poco o nada me han servido los cliplomas en Derecho y Letras queobtuve al final de mis siete años de estr:dio en San Marcos, y que, porlo demás, desde entonces han colgado siempre sobre el wáter, en unbaño de todas las casas y departamentos que he habitaclo clescle queabandoné el Perú, efl 1964. En carnbio, he atesorado siempre cacLa

778 lluyc-. EcHr'ivrqr;n,

I79 Bn '"cn EcHr.:xl<¿rrr,

Un mundo para. /n l ius. Op. c i t . , pp.Permisct pctra ¿:itlir. Op. cit., p, 142,

Alfredo.

Alfreclo.276-277.

H

Cnpírulo 3. Tnes ABocADos FALLtDos: Vnncns LlosR, Rlseyno y Bnycr EctruouE

recuerdo de lo que fue y significó para mí la vida cotidiana de aquellospatios, sus ale¡¡rías y penas, sus ilusiones y desilusiones, y la conviven-cia plena con lo sueños y las realidades de una juventud a menudopobre y aterrada por lo incierto de su porvenir profesional y de su situa-ción individual en una sociedad profundamente clasistal8o.

Debe reconocerse, sin embargo, que entre los tres escritores más im-portantes de la narrativa pemana contemporánea que incursionaron en lacarreta de jurisprudencia, solo Bryce obtuvo el título de abogado y sus-tentó una tesis para lograr el bachillerato en derecho, "La compensaciónen el Código Civil de L936"181 , curiosamente una tesis de dogmática juridica, antes que de vinculación entre el derecho y la literatura, como sehubiera esperado. Esta no fue el resultado de una vocación jurídica prísti-na, sino el cumplimiento de una promesa a su padre, director dei BancoInternacional del Perú, que le exigía el título de abogado para enviado aInglaterra.

La celada estaba tendida y, siete años después, el 15 de febrero de 1.964,me gradué de abogado con una larga tesis sobre La compensación en elcódigo ciuil peruano, algo sobre lo que realmente no había nada quedecir, ya que si X le clebe 20 a Z y éste a su vez le debe 20 aX,Xy Zcompensan sus deudas. No recuerdo cuantos centenares cle páginasescribí sobre el tema, pero aquella fue sin duda mi primera novela.Después pasé el examen de graclo con un expediente penal en el qr.reel tribunal falló a favor de mi defendiclo, un chofer de ómnibus al quese le acusaba de ser responsable pol'que un pasajero se rompió la pier-na por subi¡ a "la volacla", o sea cuando ya reglamentariamente el vehicuio se había puesto en marcha . Mi expediente civil era el de un juiciode vecinos por una pared medianera y el jurado me aprobó tras haber-me dado medianamente la razón182.

A la mirada del enjambre de estudiantes sanmarquinos, la encumbradaextracción social de Bryce Echenique no estaba exenta de contradicciones.Si bien el joven escritor guardaba escaso interés por la profesión legal, noescapaba de las constantes peticiones de empleo por parte de muchos desus compañeros de estudios. Relata Bryce, en un jugoso y dilatado pasajede sus memorias, un incidente hasta cierto punto deplorable y patético:

180 Ilnvc¡ Ecurr.uqur, Alfredo. Permiso para sentir. Antirnemor¡¿Ls 2. Lim:¿L: peisa, 2005.pp. 504-505.

.rór lDtoenl , D. )uJ.

182 La tesis original de bachiller en derecho de Bryce se encuentra en la Biblioteca Central deSan Marcos, baio el código de clasificación: DE 1848, ejemplar 000000028672 y cuenta con116 páginas y no las 300 a las que alude el escritor.

153

154 Canlos Ravos N uñe z

Para mí, el más triste y recurrente de todos los recuerdos de mi vida san-marquina es el de aquel alumno de la Facultad de Derecho -hoy Juan,mañana Pedro, y pasado mañana Luis- que, cada vez con mayor fre-cuencia, a medida que nos acercábamos al final de los estudios, me se-guía por el Centro de Lima, a la salida de la universidad. poco a poco,se había ido acercando a mí, en los últimos meses, y poco a poco tam-bién, se iba acercando a mí esta mañana o esta tarde en que camino porel jirón de la Unión. Yo sé quién es ese muchacho, porque ingresó aDerecho conmigo hace cinco años, y entonces no me saludaba, tampo-co me miraba, y sin duda me despreciaba porque él era de izquierda yyo para él era muy probabiemente un blanquiñoso de mierda, un bur-gués, un futuro explotador del pueblo, hijo de un explotador actual delmismo pueblo. Aunque últimamente las cosas parecen haber cambiadoy también la distancia entre ese muchacho y yo parece haberse acorta-do. Desgraciadamente, eso sí, este cambio y este acercamiento no se de-ben a que yo haya tomado plena conciencia de los males que aquejana nuestro país y haya hecho causa común con aquellos que anhelan in-cluso un cambio radical, sino al terror que ese muchacho siente al verqr,re de un momento a otro se va a encontrar con un diploma de abo-gado entre las manos, y punto. Por supuesto que ya sé que ese mucha-cho no es un traidor a sus ideales ni un trepador social ni nada que sele parezca. Es puro drama nacional, en un país que paga la educacióncompleta de centenares de miles de profesionales sin más salida indivi-dual que la de largarse al extranjero para poner todos esos conoci-mientos a disposición de otro país. Pero, bueno, volvamos a los añossesenta y al muchacho que me sigue por el jirón de la Unión. ya mealcanzó y ya me pidió que, por intermedio de mi padre. Al cual élademás le atribuye un poder que yo mismo le desconozco, le consigaun puestecito en qué sé yo qué notaría o estudio de abogados. promesa

hecha, aunque a sabiendas de que no servirá estrictamente para nadars3.

El arribismo como mecanismo criollo de ascenso social era común enSan Marcos. No solo en la Facultad de Derecho (quizá más inclinada a lamoviiidad sociológica), sino también en ia de Letras. Bryce recuerda a unmuchacho humilde que apenas empezaba sus estudios que entregaba feliza todo aquel que quisiera recibírsela, una tarjeta con su nombre impresoy, debajo, lo siguiente: "Alumno del Primer Año de Letras de la Cuatricen-tenaria Universidad de San Marcos, Decana de América"18a.

El propio Bryce se ufana en La uida exagerada de Martín Romaña, deque, para Ilevar a Inés de paseo al litoral, obtuvo un préstamo pan adqui-

1tJ3 lJnvcr: EcHt:xtqur, Alfred<-t. Permisr¡ parc¿ t;il,ir. Antimem,orias. Op. cit., p. 280,784 Ibíclern.

Iffi

li

Capírulo 3. Tnes ABocADos FALLTDoS: Vancns Lrosa, Rrsevno v Bnvce EcsrurouE

rir una pequeña embarcación a velas, a motor y todo 1o que fuera nece-

sario, de un banco distinto del que trabajaba su padre (muy contrario alnepotismo), explicándole al gerente, don Carlos Ayala y AyaIa, quién era,

de qué se trataba, y por quién venía recomendado. Lo cierto es que el ban-quero se conmovió con la historia del joven estudiante de derecho que no

veía las horas de navegar endeudado con su novia por el litoral de Lima.

"La amabilidad de que hacía gala iba en aumento a medida que me con-

taba que, también é1, a mi misma edad, y siendo estudiante de Derecho

como yo, había necesitado de un préstamo"l85.

La relación de Bryce con el derecho se manifiesta igualmente en la exis-

tencia de lo que él ha bautizado como las tres etapas de su "crianza litera-

ria".La primera ñ-re con su madre, la segunda en la universidad (en las horas

que no pasaba en ella), y la tercera, la "universitaria bK', que a su vez se

dividiría en su paso por la Facultad de Letras y su tránsito por la Facultad deDerecho. De esa experiencia recoge una visión sincrética básica o elemen-

tal y que, en verdad, constituye un rasgo típico no solo del derecho perua-

no, sino de la existencia nacional toda, la mezcolanza, la mixtura:

Siernpre en el Derecho, del tipo que sea, hay dos o más escuelas. Lalombrosiana y la alemana y la francesa, por dar un solo ejemplo, dejan-do volar la memoria. Uno tras otro, los profesores nos enseñan siempreque no hay que rechazar ninguna de ellas porque en todas hay algo queaprender, a fin de poder adoptar luego la posición ecléctica, lo cual esademás algo legítimo, al¡¡o a lo que se tiene todo el derecho. Es increí-ble comprobal hoy lo diversos y nada desiguales que fueron mis profe-sores de Derecho. Sin querer llegar a un conclusión acerca del carácternacional ni nada que pueda parecer apresurado, debo dejar constanciade que mis compañeros de facultad y yo solíamos oír hasta el cansan-cio aqr-rello de 'En el Perú se ha optado por la posición ecléctica'186.

Alfredo l3ryce atribuye, amén del eclecticismo de pensamiento, dosct¡alidades al derecho. Una buena y otra mala. La virtud positiva radicaría

en el métoclo sistemático que le deparó el estudio de las materias iurídi-cas. Empero, en su connotación negativa, pareciera que la fuerza de volun-

tad hubiese sido carcomida o agotada, precisamente por esa dedicaciónhasta entonces reciente en los meandros de ia ley. Anota el escritor limeño,mientras residía en Inglaterra:

Dejando de laclo la pllntualidad con que asistía a clases, los firmes y

extensos horarios de lectura que me imponía. ¿Dóncle estaban mi rnaniá-

185 Ibíclenr, pp, 534-535.136 Bnvcr: EcHt-.xtqur:, Alfredo. Lc¿ t'icla exagerc¿da cle Martín Romaña. Op. cit., pp. 19-20.

155

156 Cnnlos Rnvos N úñrz

tica autodisciplina y mi capacidad de orden? ¿Se los devoraba el miedo?

¿Los largos años de estudio del derecho, en Lima, pensando en mí comoescritor y proclamándolo entre amigos y conocidos pero, al mismo tiem-po, sin escribir una sola línea, me habían convertido en un farsante?l87.

Al parecer un espacio físico que resultó esencial en la forja de la voca-

ción creadora de Alfredo Bryce fue el Parque Universitario, donde precisa-

mente se erguía la casona sanmarquina y funcionaba la Facultad de leyes:

En mis años de estudiante de Derecho, había visto unos quioscos en elparque universitario, donde quedaba mi facultad, en que se vendían li-bros a precios populares. Encima de esos quioscos colocaban grandesampliaciones de retratos de muchos escritores, realmente r-rnos pósters.Y ahí estaba siempre Ribeyro con la mirada ausente, sin duda porquevivía en París. Conocerlo en esta ciudad fue para mí un hono¡ una ale-gría, la naterializ^ción de un sueño y, a la larga, el comienzo de unaprendizaje que sin duda me ayudaría mucho a pasar de la segunda ala tercera etapa de mi crianza literaria, la de la domesticación de mi sue-ño de escritor y la de mi eclectización definitiva, esperols.

Una de las críticas más ácidas que Bryce enfila contra los letrados sevincula a Ia acfüación política antidemocrática, y, concretamente, por la

adhesión incondicional de muchos de ellos a la dictadura de Fujimori y

que tuvo su expresión picaresca en la campaña electoral del año 2000,

ct¡ando el sátrapa obligó a sus candidatos al Padamento -entre los que

se hallaban varios abogados- a bailar en más de un estrado público la

tecnocumbia, Al ritmo d.el Cbino, que como única letra decía: "¡Chino!,

¡Chinol, ¡Chino!, ¡Chino!, ¡Chino!, ¡Chino!", como los peruanos llaman a laspersonas de origen asiático. Con una crudeza proverbial satíriza a los vali-

dos del dictador:

Bailaban también, a su lado, sus ministros señoritos, provenientes de losmas altos niveles profesionales y académicos, aqllellos "doctores" que

Fujimori tanto clespre ciaba y gozaba humillando, aquellos hombres cultosy refinados -clesde la acomplejada perspectiva del dictador, por supues-to- que llegaron al gobierno pontificando sobre política e historia nacio-nal e internacional, y terminaron bailando aI paso qlle les marcaba Iainmunda circunstancia. En esta feria de vanidade.s que se desarrolló en lascarpas y estrados cle la dictadura, lo que realmente le interesó a Fujimorifue simple y llanamente llarnarlos "doctores", o sea "clespreciables clocto-res", mientras todos ellos llevaban al máximo su obsecuencia y su entre-

187

1É]8

Bnvcn EcHrxrqun, Alfredo. Permiso para sentir, Antimemorias 2.Ibídem, p. 3U.

Cnpírulo 3. TnES ABocADos FALLTDoS: Vnncns Llosn, Rrervno v Bnvcr EcHruouE

ga, en cuerpo y alma, en una reñida competencia por ver cuál se l>ajabamás rápido los pantalones mientras los altavoces partidarios emitían rit-mos interpretados por artistas sin faldas ni pantalones, también en cuer-po y alma, y ellos, los doctores , "mis ministros de mierda" -debía matar-se de risa para sus adentros, Fujimori- se afanaban por bailar más ymeior ia música chillona y sin palabras de la dictadura, la música queenceguece y los eslogans que ensordecen. Pocas veces en mi vida hevisto una mirada de desprecio tan canalla como la de Fujimori a suMinistro Francisco Tudela. En uno de esos mítines en que alguno de "susdoctores" l:ailaba, un lumpen del sector E ----comprado, por supuesto-le preguntaba al "Chino" lo que fuera, y éste, cínico, sonriente, despecti-vo, miraba con sorna aI p p nata que danzal]/a torpemente, y al eiectorlumpen le decía al mismo tiempo que le preguntara eso a su ministro, aldoctorcito ese que tan mafiganzonamente bailaba al ritmo de mi tecno-dictadura,,189.

Lo que nos ofrecen memorias como la de Ribeyro o la de Bryce es mos-

trarnos el espelo de nuestra realidad en materia de justicia y cuán particu-

lar puede llegar a ser el ejercicio de la abogacía en situaciones como esta.

El laberinto criollo al cual hace referencia Bryce tiene marcada relación

con otro laberinto, que en la justicia pemana es igualmente enÉlorroso y

confuso para los abogados: el laberinto o "telaraña legal" al que hace refe-

rencia Mario Vargas Llosa en una de sus conferencias:

Esta cancerosa proliferación iegalística parece la afloración subcons-ciente de la anomalía ética que está en la raíz de la manera como segenera el Derecho en el país (en función de intereses particulares envezdel interés general) (...). fo que, en otras palabras, significa que quienestá inmerso en semejante piélago de contradicciones jurídicas vivetransgrediendo la ley -o, algo acaso más desmoralizador- que, en unaestructura de este semblante, cualquier abuso o trasgresión puedeencontrar un vericueto legal que 1o redima y fustifiquel9O.

El interés de Bryce por los letrados parece continuar. Ha anunciado, en

la Feria del Libro de Trujillo, un nuevo libro Las infames obras de Pancbo

Marambio, que tratará sobre la amistad entre un abogado y un arquitecto.

Este último traiciona Ia confíanza cle su amigo, un abogado bueno,

empujándolo al alcoholismo y la depresión1e1.

189 Ibíc lem, p. I57.

190 lbídenr. pp. 574-575.I9I VRnc'rs Lt.osR, Ivfaricl. "La revolución si lenciosa", en Sgtrt,

ca; Dialrryqo cort Vargas Llctsa €t Ensayos -y corbferenciéts.pp. 197-198.

Ilicardo A. Sc¡bre la uicla .y la políti-

3." edic ión. México: Cosmos. 1990.

157

158 Cnnlos RaH¡os NÚÑrz

S.l Los aprendices: Bryce en las galeras de la práctica

Lau, I suPPose, uere cbíldren once.

CH¡Rr.ns LaMs

En sus memorias, Alfredo Bryce recuerda ttna escena curiosa de sus pri-

meras prácticas forenses192. No clebió haber logrado un adecuado desem-

peño que sus amigos se burlaban , o para utllizar las palabras del narrador

le decían "cariñosa y sonrientemente grandes verdades". Así, Jaime Dibós

le espetaba: "Eres comercialmente cero".

No les faltaba razón (más bien todo lo contrario), pero ahí estaban mi

cafiño y respeto por 1a vicla de trabaio y responsabilidades de mi padre,

pesando clemasiado sobre la balanza y obligándome a terminar una

carrefaquemeresul tabafáci lestudiar,peroqueencambioenlaprác-uca me era realmente insoportable. Dura lex sed lex. La verdad es que

esta frase se había convefiiclo para mí en sinónimo exacto de la vida dia-

ria. Me espantaban los escribanos y tinterillos, y el Palacio deJusticia era

una pesadilla kafkiana, un laberinto criollo y sucio del que ni mi instin-

to de conseryación lograría salvarme, a la larga. El Gordo Massa y Ma-

ñr_rco chacaltana, compañeros de estudios y excelentes amigos' efan tes-

tigos cle la angustia, timiclez y desasosiego, con que me lanzah¡a al cen-

tro c1e Lima para iniciar algún papeleo legal. Los ministerios me aterra-

ron siempre, y cada burócrata hacía de mí un nuevo FranzKafka.Y a

todo eso se unía la mala suefte, además. Mientras practicaba con el doc-

ror otero villarán, simpático y brillante abogado limeño, me tocó em-

bargar a alguien por primera vez en mi vida, y ese alguien resultó ser

nada menos que el padre cle un amigo. De más está decir que saií dis-

paracho y que el doctor Otero Villarán me dio de alta con una sonrisa

burlona Y algún buen consejo.Aunque cfeo qlle debería decir, más bien, que el doctof otero Villarán

en realiclad me dio de baia193.

Bryce relata también con precisión cómica cómo su amigo Yumi

Braiman, compañero de la Facultad cle Derecho le consiguió un trabajo

que clebía hallarse vinculaclo al foro o a la magistfatura' pero en realidad

se trataba cle vencler a clomicilio unos frasquitos de perfume, sin salario y

sin comisión mientras durase el período de prueba. El propio Yumi y el

Gordo Massa estallaron en carcajadas, al advertir que "su timidez le había

192 Caretas 1960. Lima. 25 cle ener() c le l 2007, p.7L

I93 ll¡ycr, EcHl:xlqrr¡, Alfreck-¡. Permisr¡ pdrc¿ t'it ' it". Atttimetnori(ts 1 ,

Cnpírulo 3. Tnrs ABocADos FALLTDos: VancRS LLosA, Rleevno v Bnvcr Ecnrrulour

impedido explicarle a ese señor que lo que quería era practicar la carrera

de l)erecl-ro que con tanto ahínco estaba estudiando en la cuatricentenaria

Uníversidad Nacional Mayor de San Marcos, la primera de América aunque

los clominicanos clicen que la suya fue antes"194.

El inicio de la profesión legal no sería nada fáctl para Rryce y sus ami-

gos. "Y así iba por la vida de futuro abogado, de traspiés en traspiés y ate-

rrado, cuando Mañuco Chacaltana nos habló al Gordo Massa y a mí de

asociarnos,'195. Sucede que al fallecer el padre de Manuel Chacaltana,

quedó libre su despacho de abogado, situado en el jirón Azángato, a la

altura de la calle Beitia, es decir, en pleno centro de Lima.

Asociarme _'relata de modo socarrón Alfredo Bryce- con dos futuros

abogadazos, qué duda me cabía entonces, era para mí escudarme tras

la amistad que nos unía, ser cumplido y puntual pero nunca dar la cara

realmente (para eso estaban los amigos), y poder contarie a mi padre

que por fin le iba a dar gusto en todo. El doctor Eduardo Nugent

Valdelomar, que había sido profesor del Gordo y mío en secundaria, y

que era también abogado, aceptó ser algo así como el director simbóli-

co de la sociedad y firmar como abogado hasta que nosotros nos gra-

cluáramos y pudiér'amos hacerlo. Así nació Abogados Asociados, con

tarieta de visita y todol9Ó.

El primer cliente del Estudio fue llevado por Massa' Se trataba de un

boxeador peso medio jubilado al que la pobreza y el alcohol habían redu-

cido a la categoría de peso pluma. Lavida le había propinado más y mayo-

res palizas que el boxeo a ese pobre hombre, que se hallaba ya al borde

c1e la mendicidad y se pasaba tardes enteras esperando sabe Dios qué

vuelco de fortuna en el clespacho de Abogados Asociados. Nos salía carí-

simo, además, porque siempre había que darie aigo para pasaies, para

medicinas, en fin, para todo empezó a peclirnos el ex peso medio, y al

final terminamos huyéndole porque ninguno de los tres socios sabía muy

bien qué hacer con é1. Y, en el fondo, creo que si no lo largamos a par'^-

das fue porque pasaba el tiempo y seguía siendo nuestro único cliente.

En un ambiente donde la abulia y la angustia ante los piazos legales,

requerimientos, avisos, tinterillos, jueces y escribanos dominaban, se pre-

fería pasar largas horas en el café Dominó funto a otros estudiantes de

Jurisprudencia. Así, entre Bryce -que se transportaba en su pequeño

Austin- iunto con su amigos y compañeros, Chacaltana, Massa, Braiman,

191 Il-ríclenr.

I95 Ibíclenr.

196 Ibíclenr.

159

160 Cnnlos RnH¡os Núñrz

Pablo Arana, Nicolás de Piérola y un muchacho de apellido Salaza¡ que

combinaba sus libros de Derecho con su apariencia de motociclista, hicie-

ron del Dominó su centro de reunión, o lo que Bryce denomina como

"una verdadera peña". Había que reaccionar ante el tedio, pues ya se

corría Ia voz de que el Estudio no funcionaba, incluso un periodista anun-

ció que Manuel de la Encarnación Chacaltana Jr, Albertito Massa Gálvez y

el nieto de Francisco Echenique, caballero de la triste figura, habían abier-

to un estudio con el nombre de Abogados Asociados Aficionados.

En fin, más claro no podía ser la alusión a la peña de Dorninó. O seaque los tres socios decidimos responder ai ataque, consagrando nues-tras mañanas a la facultad y la peña, y por las tardes alternar la peña yotras actividade.s (yo estudiaba también letras, en San Marcos, y latín conuna profesora particular) con Abogados Asociados.

Nos turnaríamos, además, porque con que uno de nosotros pasara latarcle entera en e1 despacho, a la espera de clientes, sobraba y bastaba.Y ya vería el periodista de sociales: nuestros clientes empezarían a lle-gar, gracias a nuestras relaciones, motivo por el cual, al menos yo, em-pecé a mandarle tarjetitas o a molestar directamente a cuanto arnigo demi padre y familiar se me pasara por la cabeza.

Después, claro, me entró el miedo a que alguien respondiera a mis tar-jetas y llamadas con una visita y algún problema legal que diera con-migo en algún juzgado o en alguna escribanía. Pero nadie llegaba, salr.'oel ex peso medio. por supuesto, que termina siempre recibiendo máspropinas que uno, por lo cual una tarde me armé de coraje y decidíhacer algo tan feo como robarle un cliente al de la oficina de al lado.Nunca supe quién era ese señor, pues iamás abría su puerta ni aparecíapor el edificioleT.

En otra risibie historia una señora de buen ver confunde el estudio deabogados (por una placa que decía "Doctor") con el consultorio de unmédico. Bryce se apresta a ofrecede sus servicios y la guapa dama le men-

ciona que desde hace días no le viene la regla. En ese momento, el escri-

tor arrojó la esponja y solo dio el gusto a su padre, obteniendo el título.

Ocurre que cuando le entregó el diploma que acreditaba la profesión deabogado, ambos temblaron. Bryce porque no amaba la carrera, su padreporque se preguntaría: ¿Qué va hacer ahora con el títuio?

Alfredo Bryce en un cuento, basado en una experiencia real como prac-

ticante de un Estudiol98, "Eisenhower y la Tiqui-Tiqui-Tin", narra la histo-

797 lbídenr, I45.

198 Bm'cr: EcnnNrgrrn, Alfredo, Permiso para tlit-:ir. Op. cit.

Cnpirulo 3. Tnrs ABocADos FALLtDos: Vnncas LrosR, Rrsryno v Bnycr Ecserurour

ria de un joven abogado de clase media alta, cuyo interlocutor es el gordo,gran amigo suyo (quizás Alberto Massa). El letrado es echado de un impor-tante Estudio de Abogados, porque fue incapaz de ejecutar un embargo enla oficina del padre de un cornpañero. se lamenta, pues cree que esto ja-más hubiera ocurrido si viviera su abuelo, uno de los hombres más pocre-rosos del Peru. El día del despido advinió (quizás el propio Bryce Eche-nique) que su nombre y su apellido ya no servían para nada, ya no pesa-ban, resultaban inútiles, ya nadie los respetaba, que estaba delando cle seraquello que su nombre pronosticabal99.

Me estaba yendo al diablo, ¿no es cierto, gordo? ¿y por qué no podíatrabaiar como tú en el estudio de aigún famoso abogadoil, ¿hacer carre-t? como tú? ¿Qué me impedía desde joven ser un futuro abogado efi_ciente? Los dos estudiábamos, los dos teníamos buenas notas, los doséramos inteligentes. Y sin embargo no pude ser como tú. Según mi jefeera un cobarde, eso me dijo, un cobarde, un hombre sin coraje, un timo-rato incapaz de hacer cumplir la ley. No pude, gordo, qué quieres quehaga, no pude, cuántos embargos te tocaron a ti y que bien los llevas-te a cabo. Ves, creo que ahí tuve maia suerte, a ti no te tocó un embar-go como el mío para empezarlo no pude hacerlo gordo, sí, ya sé quetú te las arreglaclo para quedar bien, pero yo no lo puedo hacer, fuemala suerte, créemezoo.

Bryce acabaría, como Llna suerte de absolución, por no echarle la culpaa los abogados. En Permiso parr uiuir, reconociendo su sentido práctico,apunta que no había nacido para ser abogado, "cosa que por lo demás yahabía quedado ampliamente demostrada ante los pobres abogados que metuvieron de practicante en sus bufetes limeños"2O1.

El ahínco contrario al utilitarismo y el pragmatismo llevarán a Bryce arealizar toda una impugnación contra la filosofía que inspira a launiversidad Peruana de ciencias Aplicadas, upc, conocida por los jóvenesperuanos de edacl universitaria, según consigna, quizás exageradamenteen expresiones del escritor, como Ia "ya pasé". En la segunda entrega desus AntimemoriAs, Alfredo Bryce ha consagrado varias páginas a relatar sufugaz y atormentado tránsito como profesor de esa Univers i(lad2o2. No aho-

199 llRyc¡: EcHr:NrquR, Alfredo. Cuentos completos. Lima: peisa, ZOO6, pp. 1.19-1f.2. Originalmenteen Lafelicidad, ¡d. ia,.ia.

200 lbídem, pp. 143-144.201 llnvcn EcHENreuFt, Alfredo. Permiso parct tiuir. Op. cit., p. 105.202 Ilnvcr: EcHeNrqrrr:, Alfredo. Perrniso par.¿ sentir. Antimemorias 2. Lima: peisa, 2005, pp. s9g-604.

161

162 Cnnlos R¡wos Núñez

rra Bryce el detalle de las oblicuas estratagemas que las autoridades de la

UPC emplearon para conseguir su ingreso a Ia plantllla docente. Su incor-poración a través de un simple contrato ("desagradable experiencia") a esa

institución educativa, como catedrático o, más exactamente, como coordi-

nador o instructor, es considerada por el sanmarquino Bryce como "el másgrave error" que cometió a su regreso al Perú y los meses que permane-

ció en la extraña cátedra de Talleres de Tópicos Especiales 2, como "abu-

rridos y tristes". El "campus Liliput" contaba hasta con una sucursal ban-

caria, pero, no obstante sus grandes recursos, carecía de biblioteca.

Bueno, biblioteca sí tenía -anota 66¡ i¡6¡i2-, siempre y cuando pu-diéramos llamarle así a un lugar conocido como Centro de Información,que qr,redaba en el mismo pabellón Liliput 2 en que dicté mis clases.Más libros tenía cualquier alumno en su casa, y era un lugar sumamen-te frío, que invitaba a cualquier cosa menos a la lectura y en el quehabía apenas unos cuantos libros de historia, literatura y periodismo. Loslibros estaban acomodados en unos anaqueles, a lo largo de la habita-ción, y era tan enano el espacio entre anaquel y anaquel que resultabaprácticamente imposible que dos personas dándose la espalda pudieranbuscar un libro en la misma hilera. Internacionalmente hablando, nohay mefor manera, creo yo, de contar 1o que realmente es esta institu-ción, que comparada con esos dream teams de las grandes ligas euro-peas cle fútbol, como la española o la alemana, que, tras haberse gasta-do nuevamente el oro de América en contratar a cinco o seis galácticos,amen zan con bajar a segunda división, a pocas jornadas del final delcampeonato2o3.

Si bien la universidad no tenía "una biblioteca que merezca su nom-bre", continúa sardónico Bryce Echenique, víctima él mismo de violacióna los derechos intelectuales, si disponía de "diversos servicios de fotoco-pias, que, sin cesar, violaban todos los derechos de autor que por ahípasan, no se diferencian prácticamente de la ptatería ambulante y nonecesariamente predican con el ejemplo lo que se les ha enseñado sinduda a los alumnos de la Facultad de Derecho, cuando menos"204.

A pesar de que se trataba de la universidad que mejores sueldos paga-

ba a sus profesores (en un país que les abona migajas) y donde trabaja-ban importantes economistas, arquitectos, periodistas o abogados, Bryceen sus furtivos diálogos con ellos nunca obtuvo una opinión favorable de

203 Ibícien'r, pp. 601.

204 lbíclem, p. 603.

Cnpírulo 3. Tnes ABocADos FALLTDos: Vancns LrosR, Rrervno v Bnyce Ec¡rrurour

la universidad. Le asombraba que los profesores o, mejor dicho, instructo-res, marcaran farjeta, llena.sen a cada fato encuestas en hojitas impresas ycifras invisibles de intención comercial, corrigieran prueba.s cronometradasy Ia universiclad se limitase a tener más y más alumnos "contantes y sonan-tes cómo no, semestre tras semestre, confundiéndolos a todos, convirtién-dolos en una mera grey y abdicando cien por ciento de la posibilidad deformar no sólo a un discípulo sino también a ese joven profesional moder-no, sólidamente equipado y flexible, al mismo tiempo, y con reflejos quele permitan adaptarse al movimiento perpetuo de un mercado laboral tanexigente como cambiante."2l5. A juicio cle Bryce no había un solo espaciodonde pudiera conversar decentemente con sus colegas y sus estudiantes:el ruido era abrumador, "casi callejero'' r' "la cafetería, la más incómoda yestrecha de todas las que he visto en Ltn canxpus en toda mi vida'206.

Ese estrecho campus de paredes color fhbrica muy humeante funcio-naba como una sociedad anónima, concebicla y arreglada de tal maneraque "tanto el alumno como el profesor desearan irse siempre, no biencumplieran con su horario"zo7. Las autoriclacles también reciben una des-piadada crítica por su espíritu comercial: ''La upc era como un Titanicenano y de cartón piedra, a cuyo mando algún Maquiavelo criollo hubie-se colocado a Shylock, en calidad de rector". Bryce asegura que no tienenada en contra de las sociedades anónimas:

(...) ni contra ei espíritu de empresa, pero sí tengo la más grande aver-sión contra los malos empresarios y sobre todo contra los cortoplacis-tas, aparte de lo perversa que puecle resulta¡ si uno no se anda conmucho cuidado, \a rentabilización a cualquier precio de algo tan sagra-do como la educación (...). Educar, por lo demás, debe ser una activi-dad rentable. Cómo no, pero todo educador sabe que hay que andarcon muchísimo cuidado con el significado y los alcances de la palal>rarentabilidad, cuando de un solo alumno se trata208.

Por supuesto, esa organización utilitarista de la cultura y dela educaciónno tenía por qué involucrar a los alumnos ni tampoco a muchos de sus pro-fesores, de quienes Bryce recibía más bien un espectacular respaldo:

163

205 lbíclem, p. 600.206 lbídem.

207 Ibíclem.

208 lbíden-r, p. 601.

164 Cnnlos Rnvos N úñe z

Los estudiantes no tenían la culpa y ante ellos intenté siempre manteneruna actitud serena, aquella gracia ante la aduersidad que aconse iabaHemingway parf, los casos de presión extrema. Mi recompensa fue salirmuy bien parado en las encuestas entre los estudiantes que llegaron a mismanos. El porcentaje global de mi curso fue de I9.7 sobre 20. La verdadno sé cómo. En junio de 2000 presenté mi renuncia, alegando que de-seaba viaiar, viaiar y viajar. Lo demás quedaba atrás, para siempre , a pesarde las cafias formales e informales de los altos mandos, que no respondí,y de un diploma de profesor honorario que nunca enmarqu6209.

209 Ibíclem, p. 610.

Capítulo 4

Jueces: Las dos caras de Jano

Los magistrados son los protagonistas clel escenario jurídico (podrían faltar

abogados mas no jueces). Este lu¡¡ar privilegiado en la sustanciación del de-

recho explica su valoración problemática y -aun contradictoria- dentro

del imaginario colectivo. Sucede que los administradores de justicia se hallan

particularmente expuestos a la expectativa general. Como cabe esperar,

abundan los datos que contribuyen al descrédito de los juzgadores, hecho

que la naffafíva nacional corrobora con evidencias abrumadoras. No obstan-

te, asoma también, en el repertorio de novelas y cuentos, el juez honesto y

limpio: el paradigmático bonne juge, cuya conducta en ocasiones llega has-

ta el lugar común y el romanticismo y el franco rechazo de la ley en aras de

la equidad o el sentimiento de justicia, una suerte de juez Magnaud perua-

no o latinoamericanol. Por lo general, bien que no necesariamente, los re-

tratos de jueces que nos entregan los narradores son delineados en ambien-

tes opresivos, amenazantes o cargados de significación monumental: el Pa-

lacio de Justicia, las cortes, los tribunales correccionales. Pero también emer-

gen los modestos juzgados de provincia y los interiores de los despachos de

instrucción, en los que impera el desorden, la penuria material y, no pocas

veces, la sordidez. Esa suerte de Daumier peruano que era el pintor arequi-

El luez Magnaucl y sus sentencias se harían famosas en las prinreras clécaclas del siglo )f i .

Véase, LnvRr:l', Henry. Lcts sentencias clel btrct'tjuez Magnaud. Bctg<rtít: Tenris, 7976. A trar'és

clel recurso zl la eciuiclacl, ante.s que a la ley. el rnagistraclo, descle su moclesto clespacho cle

Chateaucl-Thierry, favoreció a los nrás clébile.s: pobres, ntujeres. invírl idos, cxtranjeros, artesa-

n()s y obrero.s. Sus fallos perjr-rclicaban a los ricc>s, el Estaclo y la Iglesia . Azorín habría de com-

p:rrarlo con El Quijote. El gran prosista español irnaginaba que el l ibrcl qLle recogía las sen-

te'ncias clel juez Magnaud se hallaba rnuy a gusto en la estantería de un j l lez provinciano, jun-

to a la obra de Cervzlntes y mientras todos clllermen, esto.s dos libros se solzlzan y conver.s¿ln,

frente a l¿r mir¿lcl¿r severa y el malestar de los libros de clerecho estricto. AzonÍx. Los pueblos.

Er'tsa.yos sobre la ttida prot'incianct. Bueno.s Aires: Losada, 1960.

t1 651

166 Cnnlos Rnvos Núñrz

peño Teodoro Núñez ureta, quien no por casualidad comenzaba el bello li-bro La uida de la gente retratando con las plumas del pintor y del escritor lavida cotidiana en los tribunales de su natal Arequipa. El primer capítulo, lla-mado "En calle de la ley", es, en realidad, la calle de la justicia en las quese concentran las oficinas judiciales, las notarías y los estudios de abogaclosy escribientes. una calle repleta de pleitistas, tramitadores, testigos falsos,doctores y amanuenses, vendedores de papel sellado y de timbres fiscales2.Enunciemos, pu€s, estas dos vertientes en la construcción literaria del juezy sus respectivos teatros de acción.

La imagen negativa del juez prevaricador, corrupto o, sencillamente, ge-nuflexo ante el poder económico o la prestancia social, es un motivo lite-rario favorito en las narrativas "realistas" o cle "denuncia". Sea en los tex-tos de reivindicación del indio, del obrero, del estudiante o del mesócra-ta; sea en las piezas de literatura "comprometicla" con tal o cual ideología;sea en el mero registro y aun en la pretenclicla recreación de realidades fic-ticias; en todos los casos el denominador común clel juez inequitativo en-garza con una condición de desprestigio que los narradores acogen conentusiasmo.

De inmediato surgen de la memoria los jueces, magistrados y fiscalesperfilados a lo largo de Ia tradición novelística peruana, desde Arésteguihasta Roncagliolo, en un arco que congrega a los clásicos Alegría, Argue-das y Scorza, cronistas dei mundo rural andino, junto a los exponentes dela narrativa urbana, criolla o, en general, costeña: López Albújar, GregorioMartínez, Oswaldo Reynoso, Julio Ramón Ribeyro, Mario Vargas Llosa, Al-fredo Bryce Echenique, Alonso Cueto y Santiago Roncagiiolo.

1. Manuel Ascencio Segura y una sociedad jur id izada

cierto aspecto de la obra teafral de segura era harto conocida (ña catitay el sargento canuto) aun en medios escolares, pero su entera producciónera hasta hace poco ignorada por el gran público. Felizmente, gracias aIempuje de una universidad privada y de un crítico literario aficionado yempeñoso, las obras completas de ese gigante de las letras peruanas emer-gen del ostracismo3.

NuñEz tlnera, Teoclor<'s. La t:icla de la gente.Sr-:cun¡, lvlanr-rel Ascenci ct. Obras completas,Porres, Escuela Profesional cle Ciencias denotas de Alberto Vari l las Montenegro.

Linra: Banco de la Nación, 1982, pp. 19-20.2 volúrnenes. Lima: Universidacl cie San Nl:rrtín clcla Comunicación., 2005. Eclición, introcir_lcción y

CapÍrulo 4. Jurces; Las oos cARAS or Jnruo

El siglo XIX tuvo entre sus rasgos distintivos (por paradójico que parez_ca o, tal vez, a causa de ello) una sociedad en la que el derecho tenía unpapel cruciaL. La obra clel escritor costumbrista está anegacla cle situacio-nes jurídicas. Veamos algunos de estos casos.

En concurso de acreedores, una sátira contra ios holgazanes, que es almismo tiempo un elogio (si este es el término) caricaturesco al procedi_miento de la quiebra, que, en teoría garantizaba er pago de los créditos. Elproceso de quiebra debiera haber sido, conforme a su espíritu , para em-plear las palabras de Segura, "panacea contra los ociosos y tancridos,,. Des-taca, irónicamente, una real cédula del rey cados IV, el que no obstantesu incompetencia supedativa en la larga relación de los reyes de Españatuvo el tino de crear un tribunal con personas entendidas en el comercioy la industria, antes que confiar el trámite a los magistrados de la justiciaordinaria, poco duchos en las usanzas comerciales. ,,No nos parece -re-calca el co.stumbrista- que anduvo rerdo el tal monarca al promurgar lacitada cédula, por aquello cre que peritus insuo artte credendumo, ro quees lo mismo

' no es mal sastre er que conoce er paño y, por lo ranto, cree-

mos no se dirá de nulidad en la elección,,a.

En Ia primera audiencia pública, en mecrio de una sara repleta de curio-sos, se escucha la voz del ministro de Hacienda clirigiéndose al tribunai. Elaito funcionario del Estado parece aplastaclo por una inmensa montaña depapeles con los que quiere acorralar como acreeclor preferente a un grupe-te de ociosos y bandidos, entre los que se hallan empleados del gobierno,pero también comerciantes que no han cumpliclo con las prestaciones a lasque se hallaban obligados por ley. El nervioso ministro se queja ante el tri_bunal que la diligencia le hace perder un tiempo valioso que debiera estardedicado a la administración del erario. Deplorz que no haya modo de dete_ner la exacción de fondos fiscales y la burla de los acreeclores privados debuena fe. En un incidente entre cómicoy dramático, enclilga la responsabi-lidad a todos (incluso al tribunal):,,ya no tengo recurso suficiente _se la_menta condolido- para atajar esa invasión tártara; de todo abusan, en nadase paran, nada respetan, son como los ríos que, saliendo de madre, todo loinundan, lo atropellan y destruyen. Acuso, pues, a tocros los ociosos y ban-didos y acuso, también, al tribunal como al mayor de ellos...,,5.

uno de los miembros del tribunal le recuerda al ministro que está suje_to a su jurisdicción y que es preciso respetar a las autoridacres. ,,La acusa-

Ibídenr, tomo 2.Ibídern, p. 565.

167

168 Canlos RnH¡os Núñez

ción de usted es muy vaga, muy absoluta -le reconviene en tono ama-ble-; es necesario fijarla con más claridad y precisión porque, de lo con-trario, no se pueden aplicar las leyes convenientemente. (Rumores en labarra)"6.

Al ministro la falta de tiempo y las ocupaciones lo abruman. solo exigeque el tribunal determine las cuentas de los banclidos, *que, sin respeto alo ajeno, solo se ocupan de su propio bienestar. No hagas con otro lo queno quieras que hagan contigo. (Aplausos.)". De prisa, como vino, y carg -do de escepticismo por las resultas del procedimiento de quiebra, el repre-sentante del Tesoro se retira, "para no seguir perdiendo rnayor cantidad deaquello mismo que reclamo y que no se cobra rá jamás,'1.

El presidente del tribunal detiene al ministro por un instante para expli-carle una postura, en verdad, inmoral o, por lo menos, complaciente:

Escuche usted, una palabra. Cuando uno toma algo ajeno porque la ne_cesidad apriefa, es muy disculpable: por eso se dice, necesitas caret legis[Adagio latino: "Cuando la necesidad apremia no se aplican las leyes',J(Risas). Pero cuando sólo se hace por el dañado placer de perjudicar alprójimo, eso es insoportable, es una calamidad, una piratería. Si yo, porejempio, le quitase a usted una ho¡a diaria del tiempo destinado a sugabinete y otra igual suma de minutos a sus dependientes, con el santoy lucrativo objeto de procurarme alguna ventajilla, que me ciiera así...para el pan, (risas) no pasaría esta invasión a sus ocupaciones de unaestratagema sencilla e inocente que el más rígido moralista sobre usur-paciones temporales o eternas, no condenaría, quizá, ni de culpa leve;pero que yo, ainda mais, \e persiguiese a usted en su casa, en la calley hasta en el teatro y que a pesar de su agilidad, en todas partes, le diesecaza, entonces, sí, lo repito, señor Ministro, sería yo un posma, un impá_vido, un bandido, un argelino, una plaga, una... ¡qué sé yo lo que seríaentonces! (Risas prolongadas y estrepitosas).

El pobre ministro entonces hizo una cortesía general y se retiró con suséquito, murmurando entre dientes y, al parecer, poco satisfecho del dis-curso del tribunal. Al pasar por ei corredor una maliciosa tapada en vozbaja (sotto uoce),le increpó, al parecer por sus denuncias inútiles e inefi-caces: "quien da pan a perro ajeno, pierde el pan y pierde el perro"s.

Tras un intervalo de la audiencia, ocuparon el banco de los acreedoresvarios comerciantes, entre los primeros había, como en botica, franceses.

iiltir

678

Ibídern.

Ibídenr , p. 566.Ihídern, p, 566.

-- ¿1, Jurces: Lns Dos cARAS DE Jnruo

i.ises, norteamericanos, italianos y hasta pulperos españoles, y entre los

i - -.nclos -esto es, los deudores- empleados del Estado. Entre estos últi-. reinaba el caos, era la Torre de Babel:

Todos, cual más cual menos, se quejaban del tiempo que se les arrebata-l:a, ya por este, ya por aquel; ya sin son ni ton, ya con ton y son. En fin,todos se manifestaron avaros a más no poder cle esa propiedad con quela nafuraleza nos dotó a todos al arojárnosla al munclo y que unos em-plean bien, otros mal y a casi todos nos sobra, sin que por esto dejemosde desear ser eternos. Comenzó un guirigay que no se entendía y la cosaiba tomando un carácter serio de anarquía, parecido a la re¡¡eneración deArequipa, cuando el tribunal se cubrió para llamarlos después al orclen,como en efecto lo hizo al poco rato, poniéndose el sombrero.Restablecida la paz, dieron principio los interesados a deducir sus accio-nes con arreglo a derecho; todos más o menos tomaron el mismo rumbodel señor Ministro, acusando indistintamente a los ociosos y bandidos yen particular al tribunal; este, por su pafte, satisfizo, con las mismas oiguales razones, a los cargos que se les hacían. Se renovaron, por su-puesto, los bravos y las risas y se despejó la sala para oír los descargosde los acusados. Pero la hora ya avanzada, y un anciano que había entreellos supiicó al tribunal que se difiriese para el día siguiente su defen-sa. En efecto, así se aco¡dó y todos nos retiramos convidándonos paraprimera hora9.

En otra obra de Manuel Ascencio Segura, titulada Una conuersación, un

Íarambana comenta una jugosa conversación entre tres bellas tapadas de

raigambre popular que con tono sublevado protestan contra el impedi-

mento que ejercitan contra ellas unos gendarmes, a exigencia del Presiden-

te de la Corte Superior de Lima, de ingresar a las audiencias públicas de

los tribunales.

¡Jesús, niña! (. . .) ¿Por qué nos impiden la entrada? ¿No es este un jr-r icio

público? ¿No somos nosotras una parte integrante cle ese público?. -Y,

dirne, Chombita, le preglrntó Ia de la derecha, ¿qué es juicict público?.

-¡Qué se yo las cosas de los hombres! Pero, a lo que entiendo, es lo

mismo que una procesión a donde va todo el mundo. -Así es, ni más

ni menos, dijo la que había estado c'¿llada hasta entonces, o, mejor cli-

cho, como los pleitos que se ventilan en la Corte Superior, que no se

impone de ellos qLlien no le cla Ia gana. -Muy bien dicho. Teresita, ¿yqr-rién nos ha impedido nunca que entremos en ese tribunal cuando se

nos antoja? ¿Quieren qLle demos nuestro parecer sobre la jr-rsticia o in-jr,rsticia cle los lit igantes, sobre la declamación cómica o ::,ágica de los

I l-ríclenr, pp. 565-567 .

169

170 Cnnlos Rnvos Núñrz

abogados o sobre la poca o mucha circunspección de los vocales? Na-die, señor, nadie, ¡vamos, niña, que lo que se hace con nosotras ahorano se ha visto nunca en Limallo.

Agrega luego la chombita, acalorada pero consciente de sus derechos:"¿De cuándo acá tanto adefesio? Nuestra constitución está muy clara, se-gún me lo ha dicho don Francisco. 'Los juicios son públicos, y no hay unaley qr"re segregue a las mujeres de este público; lo dicho, dicho, ¡es un des-potismo! ¡una tiranía! Un... qué sé yo lo que se hace con nosotras!, '11.

Las tapadas reconocen que hacían bullicio, pero aún así, acaso les pro-hibían el ingreso a las sesiones del congreso o, por último, acaso, los hom-bres no armaban mayor algaraza que ellas.

No es eso, niña, no es eso, diio la de la derecha ¿sabes por qué es? por_que así lo manda la ordenanza: ,,¡eué ordenanza ni qué berenjena! re_piicó chombita, hasta a las mujeres nos quieren aplicar ahora la orde-nanza". Los hombres que quedaban en el patio de la prefecrura, mlen-tras tanto, continuaban hablando sobre lo que eilos hubieran dicho yhecho si fueran vocales o defensores o "poniendo sus peros y sus por-qués a cuanto habían visto y oído".

Segura, después de un momento de reflexión, concluye que hace bienIa prefectura en prohibir el ingreso de las tapadas a sus audiencias públi-cas, "donde todo debe ser silencio, respeto y compostura',12.

En una escena en el consejo de Estado, segura describe el gran interésciudadano que atraían las sesiones de este importante organismo, hoy de-saparecido, y que se encargaba de absolver las consultas del gobierno ybrindarle asesoría. En efecto, tal como previene el escritor decimonónico,mr¡chas personas acudían a observar sus clebates. parece que en el cos-tumbrista peruano el tema de los debates públicos o de cuanto ocurría enla calle acababa convertido en un asunto de divertida recreación. La obranarra Ias aventllras de dos periodistas (llamados entonces "agentes de dia-rios") que fiecuentan las sesiones del consejo de Estado, uno gorcro e hi-peractivo, el otro muy delgado y melancólico, agolpados ambos en la ba-rra del salón. La ruidosa discusión del día giraba en torno a la rescisión delcontrato de explotación del guano a empresarios peruanos, denominaclos"hijos del país", privándolos del monopolio que hasta entonces tenían paraconceder la comercialización a un extranjero: el galo-judío Dreyfus.

10 lbíclenr, p . 571 .11 lbídem, p. 572.72 Ibíclern, p. 574.

C¡pirulo 4 Jurcrs: L¡s oos cARAS or J¡ruo

Halló Segura en la barra a un hombre enteramente ignorante de cuan-

to se discutía y debió ensayar una relación circunstanciada de todos los su-

cesos de cabo a rabo haciéndole entender, al mismo tiempo, la variedad

de opiniones que había sobre el origen o procedencia de este artículo,pues unos decían que era mineral y, por consiguiente, inagotable en su ex-plotación, dando por prueba de ello que no arde con el fuego, y otros que

era animal, es decir, formado solamente por las excreciones de los páiaros

que abundan en las islas de donde se extrae y que, por lo tanto, debía ago-

tarse después de cierto tiempo.

Asombrado un hombre de la importancia que alcanzaba ante sus ojos ese

asqueroso producto que era la riqueza cle las arcas fiscales, recordó que la

policía hacía acopio de este artículo en las calles de Lima con la esperanza

de exportarlo a los mercados de Europa, y agregó: "según me parece, debeser guano animal, porque arcle como mil demonios y, en prueba de ello,acérquese usted a él y verá cómo se quema los pies inevitablemente". La

conversación prosiguió entre estos dos vecinos de Lima (mientras que losperiodistas se clisputaban a trompadas la cleclaración de un consejero), bur-lándose el escucha más culto -Segura- de la poca habilidad comercial de

los mercaderes peruanos, que con toda la ayuda del gobierno no habían po-

dido concretar un gran negocio. La sesión acabó en una gresca descomunal.

El comediante salió disparado detrás de una bella tapada. Mas el escritor

costumbrista despertó. Todo había sido solo un sueño13.

Segura se burla risueñamente de la justicia peruana y de sus tribunales

en Bernardino Rojas y Postdatai "Y eso que principia con esas letrazas y que

tiene tanto palito entre los renglones ¿qué es señor?. -Este es un artículoque lleva por título 'Apertura de postribunales de justicia'.- Lea usted señor,que eso de justicia es muy rico en nuestra tierra"r+. En esa misma línea estáel artículo "No hay peor calilla que ser pobre y Otra cosa": "Al pobre lo

desoye la justicia, lo desprecia el poderoso, lo olvidan los que gobiernan, lo

reclutan a la fterza, no se da gusto a su gusto, no puede satisfacer sus nece-

sidades y, últimamente, es el hazmerreir y el estropajo de la sociedad"l5.Pero será en el poema "Si la ensartas, pierdes, y si no, perdiste", aparecido

en 1841, donde la sátira a la lusticia alcanza su culminación:

I l ' r íc lenr, pp. 535-589.l l r íc lenr, p. 619.

I l r íc lerr , p. 641.

171

-)a

I

172 Cnnlos Rnvos Núñrz

Todo se atroPella;esa ley no sirye.-Si espacio discuten,

¡esto es insufrible!

Jamás de este asuntoveremos los fines.Si la ensañas, Pierdes,y si no, Perdiste.Si activo el gobiernoaverigua el crimen:( . . . ) :

Somos infelices, pues los criminales ya no se persiguen'

Si el luez, cuando Puede,acelera un l it is:

¡Las fórmulas huella,déspota terrible!Y si lo retarda,pol arduo Y difícilcómo ha de sufrirselo.

El escritor limeño ofrece un simpático fresco de una costumbre peruana

en torno a un personaje muy típico de la burocracia, el otrora portero, ayer

guacbimány hoy personal de seguridad, un sujeto (en su pequeño medio)

muy poderoso. Como en el conocido relato de Kafka, la decisión sobre

quién ingresa y quién no ingresa a un establecimiento privado o a una de-

pendencia clel Estado descansa en el total arbitrio del vigilante.

La respuesta es siempre la misma: -está en despacho, -ha dado orden

cle que nadie entre, -oo ha r,,eniclo, -está en acuerclo, -vuelva usted

otro día, Ll otras palabras así, que allá se van todas, tal quisiera yo que

a todos los ministros, a todos los jueces y a todos los arnbiciosos de este

mundo les dijese una vaz interior, cada media hora por lo menos:

Mentento bomo ql¿ia puluis es lRecuerda hombre que polvo eres]. ¡Cuán-

tos suspiros se aho rrarían a la pobre viucla, cuántas maldiciones al abu-

rriclo lit igante y cuántas lárgrimas a los inocentes pueblos! Pero ¡ah! , tanta

es la flaqueza de la humana especie, gue tal vez no se acordarían ellos

qlle son polvo aunque se lo gritasen con bocina17.

16 lbíc len-r , pp. 741-743.

17 I l ' r íc lenr. p. 653.

,,1,1r11'lt1l {l4iilt'ltli¡ii?i'i

2, Carlos Germán Am ézaga: Un Hamlet en los pasil los judiciales

Juez del crimen a tu edad,., ¡Esa es mucha strcrte!

Cenlos G¡nuÁN AMEZAGA

No propiamente al ámbito de la narrativa, sino al del arte escénico, corres-

pon<le la piezade carlos Germán Amézaga (Lima' 7862-7906;) intitulada es-

cuetamente: .luez d.el Crimenl8. Este pequeño melodrama en un acto, estre-

nado en el Teatro Principal cle Lima en marzo de 1900, corría el riesgo de

pasar totalmente inadverticlo para los lectores modernos. Los diálogos, la

tfama y la catástrofe final en nada desmerecerían una comparación con

cualquier culebrón contemporáneo. Pero Juez del Crimen de Amézaga re-

viste una importancia cierta para el estudioso de las relaciones entre dere-

cho y literatura, como también pan el historiador del derecho' La obrita

encierra, en efecto, una intereSantísima muestra de la percepción social y

las expectativas concretas que rodeaban a la figuta del juez, que Amézaga

expone a través de los conflictos emocionales del desdichado protagonis-

ta que da título a la obra.

Feclerico es el hijo único de un modesto fotógrafo limeño de fines del

siglo )oX, clon Pantaleón, quien padece de una insaciable manía por fetra-

tar a cuanta persona se cruzaba en su catnino, y de doña Juana, la esposa

impaciente y enfermiza. No tardamos en entender que Federico es un abo-

gado sagaz, y quizá brillante, pero pobre y desprovisto de influencias socia-

les y políticas. Tiene una novia adorable: Luisa, tres vivaces amigos: Froilán,

Vicente y Ramón, y (terrible pecado para un abogado) es un idealista incu-

rable. Gracias a sLr empeño y habilidad había destacado en algunos iuicios

penaies lnenofes y participaba en una terna para ocupar una plaza como

Jtrez clel crimen; o, lo que habría cle llamarse, desde el código Procesal Pe-

nal cle 1920, un juez instructor, y hoy, a partit del nuevo Código Procesal,

un "juez especializaclo en lo penal". Federico l-rabía llamado la atención por

su elocuencia en el juzgamiento de un artesano, "honrado, de ejemplares

costumbres", eu€ en un mal día se decidió súbitamente aaplasÍ^r el cráneo

de su esposa, alcohólica e infiel, de un certero marilllazol9 '

A¡vrÉ;znc¡., Carlos Germán../ttez del Crimen. It:pisoclio clramático en un acto,y en prosa' Lima:

Librería e Imprenta Gil, 1900. Ahora en: Srr,\A-SnxtsrEBAN, lticarclo (ecl.) , Antolrtgía gerteral clel

teatrr¡ pen.talto. Tom( > 4: "Teatro republic¿rno. Siglo XIX". Lirna: Pontificia [Jniversiclacl

Católica clel Perú/l l l lvA lSanco Continentrt l , 2001, pp. 657-700'

Ibíclern. p. 66U.

18

rg

174 C¡nlos Ravos N úñrz

También nos revela Amézaga que Federico tiene la primera opción para

el acceso a la judicatura, aunque no por méritos, pues en ello lo aventajabaotro candidato de mayor edad y experiencia, sino por los "buenos oficios"del doctor Antonio, médico de cabecera de doña Juana, dama "algo ajamo-nada, pero todavía muy aceptable". La designación de Federico conto juez

penal era. pues, inminente. Pero el joven letrado vivía un drama familiar que

era secreto a voces en el vecindario y que -como anuncia el dicho popu-

l¿¡- 5¡¡ distraído padre era el único en ignorar: su madre era adúltera y elbeneficiario de esa infidelidad no era otro que el acomedido galeno. DonPantaleón, indolente a las urgencias del hogar y del lecho, despilfarraba susescasos dineros en proyectos inútiles: experimentaba con la entonces nove-dosa técnica racliográfica, imprimía placas con una voracidad insensata y di-lapidaba sus pocos soles en marcos, reactivos químicos y papel fotográfico.

Entretanto, la enfermedad de doña Juana se agravaba y, para delicia de losmalclicientes, el doctor Antonio prácticamente se había instalado en la casa.

En esas circunstancias llega la noticia esperada por todos: Federico ha

sido elegido magistrado, gracias a una eficiente maniobra de don Antonio,y podrá por fin casarse con Luisa. Si hasta entonces asomaba un idealismo

elemental en el temperamento del joven, ahora asistimos a su terrible des-tino, que resulta exaltado por sus propias contradicciones morales. Así, eneste diálogo, en el que respondía a sus bulliciosos amigos que se apresta-ban a felicitarlo, leemos:

IEDERICO

¿Saben ustedes? Yo no tengo condiciones de magistrado. No soy bastan-te frío, bastante sereno para conocer en ciertas causas criminales en quela ley manda condenar y el corazón nos pide absolver...FRoILAN

Se falla de conformidad con laley,y al corazón si es de gallina, comoa gall ina se le retuerce el pescuezo...FnoRruco

¡Teorías! El corazón para el bien y para el mal dispone de nuestros actoscomo un tirano, burlándose de las leyes.. . Jamás habría yo condenadoa penitenciaría al pobre her¡ero aquel que defendí, ¿recuerdan ustedes?,por el violento asesinato de su mujer...20.

Y en otro pasaje hallamos esta confesión:

FeornrcoEn mí tienen ustedes un pasional, un individuo que se haría justicia porsu mano en casos difíciles y que no debe por lo mismo, desacreditar lamagrstratura.

20 l l r íc lem, p. 667.

C¡pírulo 4. JuecEs: Lns oos cARAS or Jnruo

FnorrÁ¡-Siempre lo he dicho yo: este Federico es un gran neurótico; tiene laconstitución de los héroes y... (Voluiéndose a Federico) No te enojesconmigo; los héroes se distancian muy poco de los chiflados...Feosnrco

¿Chiflado, yo?... ¿Por qué? ¿Sentir como siento acaso es motivo de burlapara las gentes? ¡El noble orgullo, el carácter, el amor a la justicia nopr.reden ser chifladuríasl Si hay un Dios en los cielos, sus miradas deafecto deben ser para quienes le honran en las obras, no en las pala-bras. Si cbiflados o locos son cuantos prefieren lalínea recta a la curva,

¡a mucha gloria tendré contarme entre los cbiJladodVrcrNrnYa recordamos tu brillante peroración en la Corte. Los vocales se mira-ban entre sí, sorprendidos por tu elocuencia...R¡trlóN

Y te ha dado fama, chico; te ha dado fama en los estrados judiciales esa

defensa. . .21 .

La acción teatral adquiere entonces un curso vertiginoso. Federico

anuncia que declinará el favoq ante la sorpresa cle sus cínicos amigos y del

propio doctor Antonio, quienes escuchan atónitos la grave determinación

del bisoño letrado:

R¿¡,róx

Tus escrúpulos no son de abogado.. .

FnonÁx

Es decir, de abogado pobre y sin pleitos.

FEoenlco

Pero son los de un hombre honrado. Escúchenme un poco: pasando por

alto mis repugnancias íntimas que nada importan a ustedes, con aceptarla judicatura que se me ofrece cometería una falta imperdonable en quienva a hacer del ejercicio de las leyes un sacerdocio. Rafael Santibáñez, elprimero en la terna, el clesairado por los influjos de don Antonio, tienecuarenta años, sabe mLlcho más que yo; ha seruido interinamente el pues-to con general aplauso... Sr-rplantarle en sus derechos es cometer un robo,es insultar a la justicia.,. a la justicia, obligada norma de todos los proce-dirnientos de un magistrado. . . ¿Cómo ocuparé tranqr-rilo el asiento quepertenece a otro? ¿Córno fallaré con arreglo a Ia ley en juicios distintos, siprincipio por cometer un frar-rde con el despojo de Santibá ñez?Axroxro

¡Qué despojo ni qLré niño muerto! Se trata de impulsar a un joven deporyenir . . .

27 lbíclenr, pp. 669-670.

175

176 Cnnlos Rnvos Núñez

FEonRrcoEl favor, los empeños, los vuigares medios de colrupción que se ponendesde los primeros años en juego, apartan insensiblemente al hombredel camino de la hon¡adez; acostúmbranle a las tortuosidades, a las intri-gas, a los manejos culpables de todo género, y... ¡no es extraño así, quequien prescinde de nobles luchas y comienza a elevarse con arrastra-mientos de gusanilio, acabe por convertirse, creciendo, en un reptil as-queroso!22.

Una vez solo, Federico revela sus penurias en un patético monólogo:

¡Amigos!... Seguro estoy de que se van alegres por el daño que sufro,..

¿No es don Antonio amigo de mi padre? ¡Y sin embargo, le cleshonra hacemuchos años!.,. ¡Amistad, amistad... otra ilusión de menos!... ¿Cómo harécomprender a mi padre que el amigo a qr.rien tanto quiere es un malva-do que se burla escandalosamente de él?... No; yo no debo consentir enque se prolongue esta infamia. Hoy mismo probar'é a ese hombre, que siha engañado a un pobre maniático, a mí no puede engañarme con sushalagos fingidos y adulaciones interesadas... ¡Le odio! No puedo verle yasin que suba a mi cabeza una marejada de sangre. . . Cuando intentó abra-zarme hace poco, lo que yo hubiese querido era estrangulado. Al opro-bio del padre quiere

^gregar el del hiio... ¡Yo, miserable, hal¡ía de acep-

tar un destino que pagará mi madre con sus favores!.,. Concluya de unavez este infierno: o ese hombre no vuelve a casa o la abandono yo parasiempre... Adulterio, complicidad... ¡oh!, ¡qué asco! ¿Qué pensará la gen-te?... ¡Me wrelvo locol (Solloza conatkiuo)z3.

La confusión del joven va en allÍrento y así también el hilo de la histo-

ria. Federico traba una agria discusión con la bondadosa Luisa y se lanza

hacia la habitación de su moribunda madre, decidido a recriminarle su

conducta deshonrosa. Mal podría --espeta furibundo- aceptar un cargo

tan elevado y noble por el intermedio de una recomendación que, para

mayor vergüenza, venía del propio amante de doña Juana. Federico anun-

cia que no solo renunciará a la judicatura, sino que vengará con sangre elhonor familiar. La catástrofe alcanza su nivel culminante cuando, antes de

sobrevenirle el ataque fatal, doña Juana, arrepentida, confiesa entre lágri-

mas su infidelidad y muere. Preso de sus emociones, Federico toma un re-vólver y lo empuña contra el médico, decidido a ultimarlo y quitarse luego

él mismo la vida. Pero aún le espera otro infortunio: el doctor Antonio, dis-puesto hidalgamente a recibir el disparo mortal, revela a Federico que es

22 Ibíclenr, pp. 682-683.

23 Ibíclem, p. 686.

Cnpirulo 4. Jurcrs: Lns oos cARAS oe Jaruo

él su vercladero progenitor y que interpuso sus buenos oficios llevado por

un inconfesable afecto paternal. Derrotado, Federico deja caer el arma y

rompe en llanto, "tapándose los ojos y en la actitud que aconseja el talen-

to de un artista exPerimentado".

Este Hamlet criollo muestra las vicisitudes que los letrados peruanos de-

ben enfrentar para lograr un puesto iudicial, que normalmente depende

del favor político de los poderosos, del Parlamento o del iefe de Estado.

Como en la tragedia griega clásica, el dilema entre la justicia natural y la

justicia de los hombres repunta. Si Antígona combate contra las leyes de

la ciudad para enfertar a su hermano, el aspirante a juez en el drama de

Amézaga anhela reivindicar el honor (elemento tan caro en esa época) de

su distraído padre. Si en Ollantay, aquel drama colonial de raíces andinas,

la dis¡rntiva es entre el cumplimiento de la normativa vigente o el dere-

cho cle igualdad entre los hombres para contraer matrimonio, en Juez del

Crimen el acatamiento al procedimiento regular para el nombramiento de

los magistrados es postergado en pos de una vindicación personal hones-

ta e irrenunciable. Empero, no sería Juez del Crimen la única pieza te^tr^l

de Amézaga que contenía un referente iufídico. Un examen más detenido

cle la obra de este singular dramaturgo rcvelaría su empeño en articular

otras obras teatrales que, en menor o mayor medida, dejan entrevef un

perfii jurídico, a saber: Casamiento y nxortaia, Sofía Petrowskaia, El prac-

ticante Colirioy La comedia del bonofa.

3. Los magistrados en Abelardo Gamarra: "El juez langosta en sufestín"

Sed tengo, dice el Justo ! un Sangttiiuela le alcanza la

ley del embudo y e?x uez de agua le ecba por ella biel.

AsELAnDo M. GntmRRA.

"El Poder Judicial" . En la ciudad de Pelagatos,

Hacia 1911, en Lima, el político, escritor y periodista liberteño Abelardo M'

Gamarra, El Tunante (Huamachuco, 1850 - Lima, 1924), reunía en un volu-

men una selección cle sus más mordaces artículos de costumbres, baio el

24 SÁNCHEZ, Luis Alberto. Literatura peruana. Deffotero para una historia cu.ltural clel Peni.

Lima: Ediciones de Ediventas, 1'965, pp. 1088-10u9

llliti.ii

l l l l

178 Cnnlos Rnvros Núñrz

título colectivo de Rasgos de plumds. Se trataba de la primera entrega de

nna serie -nunca llevada a término- en la que el costumbrista norteño

recogía diversas estampas consagradas a denunciar las endémicas deficien-

cias cle los poderes del Estado, la educación y la prensa nacionales. El subti

tulo del volumen anuncia al lector su contenido: "Costumbres y tipos bue-

nos y malos del Peru". Abelardo Gamarr:a cursó letras y ciencias en San

Marcos, y en algún momento aspiró incluso a seguir estudios en la Facultad

deJurispruclencia26. Su producción iiteraria comprencle novelas, piezas tea-

trales, poesía satírica, ensayos y trabajos históricos. Sin enbargo, los ejes de

la actividad creativa de El Tunante fueron el periodismo -en particular, lo

que l-roy denominaríamos "prensa de opinión"- y la crónica costumbris-

ta27. As| desde muy joven, Gamarra colabora en El Correo del Peni, es de-

signado Jefe de Crónicas del vocero civilista El Nacionaly, hacía 1883, en

Arequipa, funda el notable semanario político-literario La Integridad, trtbu-

na desde la cual lanza arengas en pro del nacionalismo, el honor cívico y

la supremacía del orden institucional en medio de los desastres de la gue-

rra. Abelardo Gamarra defenderá estas banderas hasta el final de sus días,

tal como se comprueba de su desconsolado tributo al aniversario patrio de

7927: iCien años de uida perdularia4s.

Los artículos de costumbres insertos en la sección "Rasgos de pluma"

del semanario La Integridad constituyen el núcleo literario de la produc-

ción de El Tunante. EI escritor liberteño hace gala allí de un agudo senti-

do crítico, que bajo la risueña apariencia clel costumbrismo sacaba a luz

graves problemas sociales y ventilaba cuestiones de la mayor seriedad. Ga-

marra imagina una sociedad de ficción: la Ciudad de Pelagatos, suerte de

"anti-Utopía" donde las leyes son siempre ineficaces, la administración pú-

blica es constitutivamente inoperante y en la que a toda dimensión de la

vida ciudadana le corresponde un precio. Los jueces no podían hallarse

25 Gnnt.uur-t, Abelarclo N,l. Rctsgos cle plttma. Prinrera serie. Linra: Librerí¿r France.s¿r CientíficaGal l¿rncl /F. . lkrs¿rv, ecl i tor , 191 1.

Conxnlo Li., Eclnrun(l(). "[)on Abel¿rrclo' ' , en: GA]vtnrrrr¡, Abelarclo N|. Ert la ciuclctd de Pelagatos.

2.4 eclición. Linur: Peisa, 1975. pp. 70-27; T.,\uRo DHL PINo, Albert<t. I:ncickpeclict ilustracla clelPeni. Lin-r¿r-Barcelonzr: Pei.sa , 1987, torno 3, pp. 847-848.Véase G¡rlRnEr¡ GoNZitr.z, Julio. El Peni en Abelardc¡ Gamc¿rra. l , ima: Edicione.s Tri lce,795I.f)el rnismo autor: I-lomenctfe a Abelarclo Gamctrra. Linra: Talleres Grilficos P. L. Villanueva,

1974. También la tesis de Justo FERNÁNDnz GoNZ^LEZ. Abelctrdo Gamarra, el Tunante; su L,idót

t) obra. Cuzcct: H. G. Ilozas, 1954. Sobre el lugar cte El Tunante en el nlovinliento literariocostunrbrista: SÁxcHez, Lr-ris Alberto. La literahra peruana. Demotero para una bistr>ria ctil-tttral clel Perti. Op. cit., ton-ro 3, pp. 1082-1085; CoHNr.Jo Por.an, Jorge. El costttmbrismo elt elPerú, Estttclir,¡.y ctntologíct cle cuaclros de cc¡stt.tmbres. Lima: Ediciones Copé, 2001.

G¡rnnn¡, Abelarclo M. Cien años cle uida perdularia. Lima: Tip. Abancay, 1927.

26

27

2B

C¡pírulo 4, Jurcrs: L¡s Dos cARAS DE Jnruo

zrusentes en el sórdido mundillo de Pelagatos. A la mirada de El Tunante

-incansable predicador de civismo- los magistrados se presentan no so-lo como personajes arbitrarios o venales, sino que son también una encar-

nación de ese triste aserto según el cual "los que no sirven para abogados

deben dedicarse a jueces". Una prevención que hace recordar la postrera

advertencia que el joven Manuel Atanasio Fuentes -cultor de la sátira po-

lítica de una Éaeneración anterior a Gamarra- recibiera de su moribundo

padre. Este, al conocer la decisión de Fuentes de hacerse abogado, asin-

tió, con una lapidaria condición: "nunca serás juez"z9.

Gamarra puede ser considerado el cronista de la justicia criolla. En efec-

to, los magistrados figuran en la producción de El Tunante a través de dos

estridentes personajes: Juan Pichón, juez de primera instancia de Pelaga-

tos, y Don Ta¡¡arote, aspirante a juez de paz en la misma circunscripción.

En otro de sus cuadros de costumbres el escritor norteño relatará los apu-

ros de un litigante que ve desaparecer su dinero y la propia vida en so-

bornos y agasajos, con nulos resultados. 'Juan Pichón" encarna al indivi-

duo insignificante y corto de entendimiento que, a falta de mejor oficio, sematricula en la Facultad de Leyes, obtiene el bachillerato, se recibe de abo-gado y, en fin, tienta una cómoda plaza como juez en provincias30. Aun Ia

carrera hubo de serle elegida por sus padres, doña Manonga y don Silve-rio, quienes entablan el siguiente diálogo:

-No, señor, exclamó la madre, yo quiero que Juanito sea abogado.

-Pero, hi ja, si Juanito es un poco escaso, obseruó el padre, golpeán-

dose la frente.

-No importa: más escaso eres tú, y por poco no fuiste ministro con el

compaclre z,

-Ser ministro es más fáci| que ser abogado, mujer, para ser abogado senecesita estudios.

-Aquí no se necesita estudios para nada, borrico.

-Mejor será qlre lo dediquemos al comercio.

-¿Sí?, como tú tienes tanta plara para ponerle un almacén. . .

Flrr-.Nrt,s, Nl¿rnuel Atana.sio. ISiografía clel Mttrciélago escrita por él mismo para proporcionar

Ltn tnonxento cle placer asu toca.y,o D, Mctnuel de Amunategui, propietaric¡ del acreditr.tclo pe-v¡ftJi¿:ct "Comercío". Lintzt: Imprenta de "El NlercLlr io", por Carlc>s Prince. 1U63, pp. 24-25,62.Sol;re la inragen del juez en Fuentes, vé¿rse RAMos N(rñt.2, Carlos. Hístorir¿ del derecbo cittilperttano. Tomo 3: "Los jurisconsLlltos: El Murciélago y Francisco García Calderón". Lima:Pontif icia lJniversidacl Católica clel Perú, Fondo Editorial, 2002, p. 55.Gnuanne, Abelarclo M. ".fuzrn Pichón". Rasgos cle pluma. Primera serie. Op.cit., pp. 89-102.Ahora en: En la ciudctcl cle Pelagatos.2.a edición aumentada. Selección, prólclgo y nota bio-bibl iográfica cle Edmunclo Cornejo U. Lirua: Peisa, t975, pp. 67-74. Citamos según la ecliciónor ig inal de 19I1.

179

2g

30

'1 B0 Canlos Rnvos N úñrz

-¡Almacén! ¡Almacén! Que comience por ser dependiente.

-¡No faltaba más!

-Lo mandaremos a una chacra.

-Anda tú, si gustas: mi hijo, ¡qr-ré lisura!

-Lo que más le conviene es un oficio.

-Meior sería barredor de calles o ladrón cle caminos, ¿te parece?

-Ps¡e, mujer.

-Abogado he dicho y abogado tiene que ser.

-Yaya, pues, que sea abogado.(Estas rnujeres, señor, estas mujeres, que la han dado por que sus hijos

sean abogados, médicos, ministros ó presidentes de la República, refun-

fuño el mariclo)31.

En las aulas Juan Pichón es uno de los peores alumnos. Es bruto pero

hábil y así, a través de adulaciones y cábulaq consigue aprobar los años

y, "con una tesis escrita por un amigo de la casa", se recibe de bachiller.

Pichón hace sus prácticas en el estudio del doctor Juan Manuel García Ca-

rabobo y Siete Jeringas, y, transcurridos los dos años de rigor, un inserto

periodístico anunciaba:

'Jun+lrnNro. -Hoy ha prestado juramento, ante la Excma. Corte Supre-

ma, el estudioso y recomendable joven Juan Pichón, uno de los mejores

pichones de San Carlos" l2.

Pero, inexorablemente, Pichón terminará confundido en la masa de le-

trados sin clientela. Una tarde, el joven toma una determinación drástica:

se hará nombrar juez de primera instancia de Pelagatos. No le quedaba

otra opción. Sin práctica ni méritos, pero dotado de ias cartas de recomen-

dación indispensables, Pichón se convierte en el postulante más temido de

la terna. Sin mayor obstáculo, el joven, "calabazo vacío, sin práctica y sin

nada", es elegido juez de Pelagatos.

Acompañado de su amanuense, el flamante magistrado se encamina a

su judicatura, "como pudiera partir una langosta de campo ártdo a los flo-

ridos sembrados de una tierra de promisión". En la provincia, dos pode-

rosas famiiias se clisputaban Ia preponderancia local: los Churgapes y los

Cungules, enemistados por un viejo lío de tierras en ei que no faltaron al-

élunos asesinatos. Cada familia tenía sus padrinos en Lima. En Ia comarca,

los que no eran parientes de los Churgapes lo eran de los Cungules; los

que no eran compadres de los Cungules eran ahijados de los Chr-rrgapes.

Así. aun los forasteros debían enrolarse en las filas de uno de los dos ban-

37 Gntvt¡,nnn, Abelardo N'I.

32 Ibíclenr. p. 91.

l : : , ruLo 4. Jurcrs: L¡s oos cARAs DE JANo

clos. Juan Pichón parte de Lima con un buen puñado de cartas de reco-

rlendación para churgapes y cungules. Estos, a su vez, compiten pof con-

graciarse con el nuevo iuez: unos le preparan la casa y los otros lo pro-

t.een de bestias y arrieros. Ambos lo complacen con muieres, costosos

enseres de plata y perlnanentes adulaciones. La camaradería entre el doc-

tor Pichón, los Churgapes y los Cungules ha tenido buen comienzo.

Transcurren diez años desde que Juan Pichón se ha hecho cargo de su

judicatura: "elbarniz de Lima -anota El Tunante- ha desaparecido y se

ve en cambio en é1 Ialana de Pelagatos".

El señor Juez es un hombre de anchas espaldas, pulmones poderosos,

buen estómago y meior vejiga: lleva ios ojos inyectados de sangre, la

voz ronca, la nartz coloracla, el pelo largo y mal recortado, la barba des-

greñada y aspecto de jarana. Sus pantalones con dificultaci se le suietan

a la cintura; entre el chaleco y ellos, con frecuencia, asoma la indiscre-

ta camisa, formando un rebujón; completa su traje un ancho saco' en

cuyos boisillos jamás falta algo para el estómago, y un sombrero de pan-

za de burro colocado a lo mozo ma1o33.

Al medioclía, luego de varios copetines matutinos y "bien enchichado",

el juez Pichón Ilega a su despacho, visa con descuido los expedientes y

deja que el escribano haga el resto del trabaio. Su especialidad son los jui-

cios criminales y los deslindes: en cada deslinde alza con lo que puede y

no duda en fijar los linderos a favor de quien le ha pagado con mayor ge-

nerosidad. También los iuicios criminales son una inagotable veta para este

cleplorable magistrado de provinci^i par^ que fuesen absueltos, bastaba

que el asesino, el ladrón de caminos o el criminal más temiclo, abonasen

al escribano una gruesa suma de dinero, divisible entre él y Su Señoría.

Huelga decir que la absolución era inmediata. A las cuatro de ia tarde,

Pichón sale a picantear, acompañado de lo más selecto de la población.

En pocos años, Pichón ha pasado a convertirse en el emblemático juez ve-

nal y abusivo, adulado, temido y odiado.

Tiene chacras, propiedades en la ciud ad y minas, es Juez y defiende mu-

chas vece.s a las clos partes: cuenta con el apoyo de los de cabeza colo-

racIa, eue lo hartan a regalos y se pasa la vida de un sibarita. A su lado,

crecen y se multiplican los escribas y fariseos, es decir los papelistas y

los agentes cle pleitos cle peor calidad: es como el jefe de numerosa cua-

clril la cle bandoleros: no tiene más icteal que slls vicios y personifica en

tx lt \J I

33 Ibíclem, pp. 99-100.

182 Cnnlos Rnvos Núñrz

la provincia todas las corrupciones. No le importa el clamor de los des-

graciados, ni hace caso de lo que dicen. Cuenta con altos personaies,

cuyos lnrereses políticos secunda y alardea de su influencia3a.

Pichón revela una incompetencia proverbial. Negado por la genética

para todo esfuerzo intelectivo, su caso podría aiustarse al famoso aforismo

castellano: "Lo que natura no da, Salamanca no presta". El padre, don Sil-

verio, pronostica por ello para su hijo el oficio de dependiente de comer-

cio. La rnadre, doña Manonga, zahorí y criolla como su nombre, lúcida-

mente repara que se encuentra en el Perú, donde "no se necesita estudios

para nada"35. Por el contrario, los estudios pueden ser un obstáculo, parti-

cularmente en la carrera pública (incluyendo la universitaria).

El futuro de Juan Pichón como letrado de Pelagatos es promisorio: pri-

mero, a duras penas, estudiante de jurisprudencia; luego, con obsequiosa

cuota de regalos a sus profesores, bachiller en leyes, graduado con una

pluma de alquiler; acto seguido, practicante en el estudio de un abogado

amigo, que se limita a extender la certificación; y, casi para terminar, abo-

gado de los tribunales del Perú, merced a las prendas de empeño con las

que doña Manonga soborna a los miembros del jurado. Ya incorporado al

foro de Pelagatos, Pichón no ata ni desata. Se trata -nos dice El Tunan-

te- de uno de esos "abogados vírgenes, que conocen el papel sellado por

noticias y que sin embargo de tener ventanita de reja y plancha ajena, vi-

ven con los brazos cruzados, leyendo novelitas y hablando de política:

abogados a cuerpo gentil, vacíos de mente y cle bolsillo"36.

Los clientes no tard^rán en darle la espalda. Pero a la sagaz matrona le

sobreviene otra estupenda idea su hiiito sería iuez. Con ello, la hábil pro-

genitora, no escatima esfuerzo alguno: volvió a empeñar las joyas de la

familia y "anduvo de Herodes a Pilatos: vio a los jueces, a los vocales, al

Prefecto, al Ministro, al Todopoderoso; y no contenta con sus súplicas per-

sonales, obtuvo cartas de recomendación del Padre Eterno y de la Santísi-

ma Trinidad'37. Al fin, doña Manonga consigue que el deslucido Pichón

fuese nombrado jtez, "posponiendo a multitud de personas de mérito y

sobre la cabeza de todos los que se hicieron cruces al ver a Juan Pichón

en terna"38. Así, al igual que en Juez del Crimen de Amézaga, vemos cómo,

en la sociedad peruana, las influencias definen el acceso a la magistratura.

31 Ibídem,

35 Ibíctem,

36 Ibídem,

37 Ibíclem,

38 Ibídem.

pp. 101-102.p.89.p. 91.p. 92.

183Cnpírulo 4. JuECEs: Las Dos cARAS DE Jnruo

En ,,Don Tagarofe" Gamarra insiste en el tema de la recomendación de

personajes influyentes como medio seguro para alcanzar el anhelado sillón

del juez3e. Don Tagarote es, según el afilado punzón de El Tunante, "un

hombre sin oficio ni beneficio; un mulón, si se le iuzga por el lado de los

conocimientos, y uno de aquellos que no duermen en pajas si se le juzga

por el uñateo". Tagarote, quien postula auna plaza de Juez de Paz, con'

versa con otro oscuro personaie, un "soplón", 9ue vive de amanuense.

Ambos se lamentan de los exiguos privilegios que les reportarán esos

modestos cargos:

-¿Y, señor?

-creo qlle seré propllesto -responde Tagarote-' ya tengo más cle

seis cartas de recomenclación para la Corte y para el Prefecto, dos gan-

chos de primera.

-Entonces no hay que l-rablar. Por supLlesto que no se habtá olvidado

usted de mi encarguito.

-No recuerdo.

-yaya, cle lo que le supliqué, pues , para que me lleve de amanuense.

-Y4 sí, eso es de cqón,

-Lo ^gradeceré

mllcho, señor clon Tagarote porqLle los tiempos están

muy malos.

-Vaya si lo estarán; por eso es qLle estoy haciendo tantas diligencias;

aLlnqLle creo que el Juzgado no deje mucho'

-Se eqLlivoca ustecl: cuanclo menos U. va a tener sus doscientos soles,

colno una loma.

-Es poco.

-Digo, unos meses Con otros, porque hay algunos que bien pueden

dejar libres hasta trescientos.

-No los deia: ¡ imPosible!-eué me dirá ustecl a mí que fui seis años amanuense. . . todo está en

qLre ustecl procllre que lo nombren siempre para las visitas de ojos, para

los inventarios y los conseios de familia: efl eso se cancbea regular-

mente.

-Sí, es cierte -¡splica clon Tagarote-; pero los tiempos están malos.

-por malos que estén -5s¡tencia el soplón- nllnca faltan pleitos"40.

Gnir,l¡.nnn, Abelarcto M. "Don T:rgarote". Ent la chtdad cle Pelagatos.2.a

lección y prólogo cle Eclmunclo Cornejc, LI. Linra: Tallere.s JUq 1955,

1975, pp. II9-723.Cir¿rrnos según la edición cle 1955.

Ibíden-r, pp. 6a-65.

edición aLlmentacla. Se-

pp. 64-70; Lima: Peisa,je

+()

184 Cnntos B,quos Nu¡ttrz

Gamarra denuncia los oblicuos tratos entre el futuro magistrado y snamigo. Este último, carente de título profesional y con menores influencias,debe contentarse con los beneficios que Tagarote se digne concederle:

-Lo que es por mí, si usted quiere iremos al partir; si no, me dará usteclla tercera parte; y si no, me conformo con los gaies-En cuanto a eso -ie responde el astuto Tagarote- puedes tú pro-ponef.

-l¡srng5 al partir.-NO me conviene.-Quedaré con mis buscas.-Bien, no pelearemos por eso.Se estrecharon la mano y se despidieron"4l.

El Tunante, por boca de un viejo militar que ha sido testigo involunta-

rio de la conversación, reflexiona: "¡Qué tales ladronazos! Miren ustedes,

cómo se van orondos, como si hubieran hecho un pacto para salvar a un

desgraciadol"az.

Aun el viejo Palacio de Justicia de la calle de Ayacucho -la calle de losabogados limeños- y las dudosas peripecias de sus usuarios ofrecen eltema para otro de los Rasgos de pluma de Gamarra. Como los ya reseña-

dos, el texto, intitulado escuetamente, "PoderJudicial. Palacio deJusticia",

acusa las características de un artículo de costumbres pleno de sarcasmo43.

Desde el inicio, el corrosivo escritor liberteño previene a los lectores: "So-bre la puerta del Palacio de Justicia debía haber una inscripción que paro-

diara a la que colocó Dante a la enfracla del Infierno: El que penetre aquí,pierda toda esperanza". Y, sin abandonar el referente dantesco, evoca la

espectral población que cobija el interior del edificio:

Más de trescientas personas miro en continuo movimiento por los mu-

chos corredores clel patio, pero ¡qué caras!, ¡qllé trajes y qllé aspecto! I\oparece sino que las gentes se metamorfosearan cuando pisan este recin-

to. ¡Qué narices!, ¡qué calvas!, ¡qué semblantes tan l ívidos!, ¡qué ojos tanpenetrantes!, ¡qué siniestros aspectos!, ¡qué de mancos!, ¡qLlé de cojos!,

¡qLlé de tuertos!, ¡qué de torcidos y deformes!"4/t.

47 Ibídem, p. 66.42 lbídern.

43 Gevenna, Abelarclo M. "Palacio de Justicia". En la ciuclacl de Pelagatos. Op. cit., pp. j5-60.

44 Ibíclem, p. 55.

CnpÍrulo 4. Jurcrs: Lns oos cARAS or Jnruo

El runante pasa a delinear el vertiginoso movimiento en que se hallala multitud: un escribano, con la pluma en la oreja y sin sombrero, que co-rre tras de un abogado; el litigante que persigue a un apoclerado; dos ca-bulistas que cuchichean, hacen cuentas y urden planes secretos. Mientrasque otro escribano, con infinidad de expedientes bajo el brazo, se despla-za velozmente y sin rumbo conocido, a la vez que un papelucbero -hoydiríamos "tramitador"- esperaba pacientemente a sus víctimas. Es valiosala descripción que Gamarra traza acerca del ambiente que imperaba en laañeja sede del Poder Judicial peruano:

carreritas por este lado, pequeños grupos por el otro, maldiciones aquíy ofrecimientos acullá y en medio de esta multitud que cruza, enrra, sa-le, se topetea, sentados en el escaño de la entrada o de pie, con carasde almas del Purgatorio, algunas viejas, algunos pobres cabeceando,espiando el despacho de asuntos qlle no dan señal de resolverse45.

un inclividuo, de nombre Justo, tiene que defenderse y acude al palacio

de Justicia, donde se entrevistará con et papeluchero Sanguijuela. ApenasJusto se ha acercado a las puertas del edificio lo rodea una crocena de apo-derados, tinterillos, cabulistas, tejoleteros. No faltan quienes le hablan clelabogado Tal o de la amistad con el escribano cual, y así se acumulan losofrecimientos. Por fin, Justo encuentra al fanfanón sanguijuela, quienanuncia al esperanzado litigante:

Ganamos el pleito, le dice, en un dos por tres: échese usted a clormir,señor don Justo; según el artículo tanto, y la ley tal, tienen nuestros con-trarios que perder la cuestión. sin remedio les ajustaremos las clavijas:hoy presentamo.s el escrito, mañana provee el luez, inmecliatamente sele hace conocer a la parte ia providencia, contesta, erevamos otro escri-to, el escribano es amigo mío, el juez me tiene gran estimación, tris trás,cuando va a recordar [reaccionar] nuestfo contrario, le hemos embarga-do tal cosa, hecho pagar las costas y gastos, sometido a prisióna6.

Como es natural, Justo debe empezar por el pago de las expensas: parael abogado que firmará el escrito, para el agasaio del escriban o y para elarnanuense, que realizará las copias, y, como no podía ser de otra manera,cincuent?r soles para el propio Sanguijuela. Recibido el dinero, el fanfarróndesaparece y es el desvalido litigante quien, por medio de adulaciones ynuevos desembolsos de dinero, tiene que afrontar las vicisitudes que culmi-narán en la sentencia, que, pese a todo, es adversa a Justo. Sanguijuela, insa-

15 lbíclern. p. 56.46 Ibíc lem, p. 57.

185

186 Cnnlos Rnvos N úñrz

ciable, le propone interponer el recurso de apelación y todo es gastos adi-

cionales, "fatigas incesantes, plata y más plata". Entra en escena el procura-

dor, que exige veinticinco soles de honorarios, quien, recibido el dinero,

"nada procura, o si algo procura es aburrir al Justo, que sigue pujando con

la cruz". Justo pierde también en la Superior y, "o baia a Primera Instancia

o sube a la Suprema":

Si baja hay que emprender una tarea de romanos. Pagat al que toma la

razón en la Secretaría y caer olra vez en manos de don Sanguijuela y

verse en el círculo de fierro formado por los escribanos. Si los autos su-

ben a la Suprema, esta operación es la misma que la que hubo que ha-

cer para que suban a la Superior, empeorada en tercio y quintoaT.

Durante los meses que se extiende el proceso el litigante ha encanecido,

sus bolsillos han sido saqueados y lo embarga la desolación. Los avatares

del penitenciacto personaie de Gamarca culminan como cabría esperar: Don

Justo ha sido desplumado, y su imagen es la del propio Mártir del Calvario:

Mirad al Justo, desnudo: con los brazos abiertos; clavado de pies y ma-

nos; coronado de espinas: chorreando sangre; medio desollado, como

San Bartolomé; medio quemado, como San Lorenzo; medio ahorcaclo y

hecho una miseria4s.

Y e.s que con propiedad podría decirse queJusto./zeporiusticiay salió

trasauilado.

4. La justícia: El último sabor del Perrl que Vallejo llevó prendidoen el alma

En Poemas enprosa corre una pieza poética enla que varios hombres se

reúnen para confesarse cuál fue "el momento mas grave de la vida" (tal es

el título). Uno recuerda que lo fue cuando sufrió una herida en la batalla de

Marne, otro cuando salvó de un maremoto de Yokohama, el tercero cuan-

do duerme de día y se mantiene despierto durante la noche, el cuarto cuan-

do padece de la mayor soledad, y el quinto (que es Vallejo): "El momento

más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú"4e. En realidad,

muchos de sus poemas aluden a esa circunstancia infeliz de la existencia del

vate más representativo del país50. Trilce fue empezada en pleno encierro y

47 Ibídeni, p. 59.

48 lbídem, p. 60.

49 VALLFJo, Cés'¡r. Pt>esía completa. Lima: Cicla/Conc¡ec, 1988, pp' 131-1'32.

50 Véase Z¡¡lz¡nnn¡r¡, A¡mando. La cárcel en la poesía de César Valleio. Lima: Sphinx editores,

1960.

Cnpirulo 4. Jurcrs: Lns oos cARAS oe Jaruo

Ia huella de la prisión durante ciento doce días sería indeleble en lo espiri-tual pero también en la quebrantada salud del poeta'1. El poema "El can-cerbero" es, probablemente, el que mejor expresa su dolorosa experienciacarcelaria:

El cancerbero cuatro vecesal día maneja su candado, abriéncionoscerrándonos los esternones, en guiñosque entendemos perfectamente.

Con los fundiilos lelos melancólicos,Amucl-rachado de trascendental desaliño.parado, es adorable el pobre viejo.Chancea con los presos, hasta el topLos puños en las ingles. Y hasta mojarrillaLes roe aigún mendrugo, pero siempreCumpliendo su deber.

Por otro entre los barrotes pone el puntofiscal, inadvertido, izándose en la falangitadel meñique,a la pista de lo qr-re hablo,lo que como,lo que sueño.

Quiere el corvino ya no haya adentrosY cómo nos duele esto qLle quiere el cancerbero.

Por un sistema de relojería, juega

El viejo inminente, pitagórico!a lo ancho de las aortas. Y solode tarde en noche, con nochesoslaya alguna su excepción de metal.Pero, naturalmente,Siempre cumpliendo su deber.

La orden de detención fue dictada hacta el año 7920, nada menos que

por un juez ad hoc, Elías Iturry Luna Victoria, que paradójicamente fuera

compañero de estudios del poeta, cinco años antes, cuando este cursaba

estudios, con premios en todas las asignaturas, entre I9I5 y 1)I7, en la

Facultad de Jurisprudencia de la universidad trujilIana1z.

', lorGuró, Luis. César Valleic¡. Vicla r- obra. Lima: Editorial Perú Nuevo, 1960.

i)rinór C¡.xnnu, Germán. Elproceso a Valleio. Trujillo: Universidacl Nacional cle Trujillo, 1992,'- r'\ 1i-17. Elías lturry Luna Victclria sería clecano del Colegio cle Abogados de La Libertacl has-

187

1BB Cnnlos R¡wos Núñrz

El caso puede sintetizarse de la siguiente forma. El 1 de agosto de 1.920

se produjo una asonada en Santiago de Chuco -donde se encontraba Ya-

llejo, poco después de retornar de Lima- durante la festividad del patro-

no del pueblo. Los gendarmes de la intendencia o comisaría no recibieron

la paga y se levantaron. La rebelión fue dominada pero los hechos no con-

cluyeron allí. En efecto, el oficial que los dirigía, el alférez Carlos Dubois,

se refugió entonces en el establecimiento comercial de Carlos Santa María,

personaje que, ya fuera por su holgada posición económica, ya sea por di-

ferencias de índole local, no era muy querido por la comunidad. El alcal-

de Oscar Jiménez, el juez José Martínez Céspedes y los vecinos Calderón

Rubio, Héctor Vásquez, Pedro Lozada, José Moreno, entre los que la

denuncia incluía a los hermanos Manuel y César Vallejo, habrían saqueado

e incendiado la enorme tienda. El asalto derivó en un trágico saldo: la

muerte de tres personas: el civil Manuel Antonio Ciudad y los gendarmes

Lucas Guerra y Julio Ortiz53.

En realidad, César Vallejo y su hermano Manuel no se hallaban entre los

amotinados, pues, de acuerdo con el propio fiscal, Francisco Quiroz Vega,

simplemente acompañal>an al subprefecto, Ladislao Meza, que procuraba

imponer la pazsa. Meza, sin embargo, se hallaba enemistado con el alférez

Carlos DuBois, y este último testificó en su contra como también contra sLl

séquito. En consecuencia, el destino judicial de Meza acabó por involucrar

a sus acompañantes, Manuel y César Vallejo, simples invitados de la autori-

dad política para testificar en torno a los incidentes acaecidos y su conclu-

sión. La simple presencia de los hermanos Vallejo en los desgraciados acon-

tecimientos habría de constituir el único elemento probatorio del novel juez

acl hoc Iturry para la apertura de instrucción. Sobre esa precaria base, el 8

de noviembre de 7920 el juez Daniel O. Checa ordenaría el traslado del poe-

fa a la cárcel de Santiago de Chuco. El estado de la cárcel era tan deplora-

ble que César Vallejo comparó a esta con el infierno de la Diuina Comedia.

Mientras tanto, el tribunal superior resolvía si había lugar o no a juicio oral,

la segunda etapa del proceso, conforme a las reglas del Código de Procedi-

mientos en Materia Criminal de 192055.

ta en clos perioclos: 1934-1935 y 1,944-1945. Parecería que los letrack>s trujillanos no le repro-

chaban su actuación en el caso Vallejo. Véase llArvros NúñEz, C^rlos. HLstoria del derecho ciuilperlrcuto. SiglosXIX.y-XX. Tomo V. Los signos del cambio, Vol. 1. "Los repertorios y el perio-

disrno". Lima: Pontificia Universidad Católica del Peru, Fondo Eclitorial,2005, pp. 413-437.

53 Ibídeni [as piezas del proceso han sido transcritas plenamente en este libro], pero se echa

de menos la interpretación jurídica del caso.

54 lbídem, p. 398.

55 MoRE, Ernesto. Valleio, en la encntciiada del drama peru.arul Lima: Librería y Editoríal Ben-

dezú, 1968, pp.78-84.

CnpÍrulo 4. Jurces: Lns Dos cARAs DE JnNo

La defensa de los hermanos Vallejo corrió a cargo del letrado Carlos C.Godoy, futuro decano del Colegio de Abogados de La Libertad, hacia 793'J.,

cuyos dos pequeños hijos fueran alumnos del vate universal en el CoiegioSan Juan de Truiillo. El afecto hacia ei poeta se acrecentaría en el letrado

defensor a través de la lectura de sus primeros poemas en el periódico El

Norte, que dirigiera el filósofo Antenor Orrego.

El trámite de la causa ludicial contra Vallejo estuvo tan descuidado que

un fiscal superior suplente, esto es, un abogado designado en tal cargo por

cierto tiempo mientras se proveía al magistrado titular, después de tener-los en su poder por más de cuarenta días, devolvió los autos sin dictamen,

sin formular acusación, en tanto se hallaba preso el poeta. La persecución

contra el escritor no cesaba.

El poeta presentó al Tribunal Correccional de Trujillo cuatro recursos

exigiendo su libertad. Ante la total indiferencia de aquel, en todo el Perú

se vivió r¡n clímax de protesta por la total arbitrariedad en el caso de Va-

llejo. Es así que los intelectuales de diversos lugares del Perú mostraron sumalestar ante la medida judicial. El poeta arequipeño Percy Gibson, ente-rado del infortunio de su amigo, buscó aliuez Carlos Polar, a l,asazónpre-

sidente de la Corte Superior de Justicia de Arequipa, para que intercedie-ra por su colega. Polar, un magistrado amante de las letras, comprometióa sus pares de la Corte mistiana para que mediante despacho telegráficopidieran al ministro de Justicia, Oscar C. Barrós, la libertad del vate truji-llano. El ministro leguiísta se dignó contestarle al doctor Polar, explicán-dole que se había comunicado con el presidente de la Corte de Trujillopara comunicarle la preocupación de los jueces de Arequipa56.

Al cabo de una tremenda batalla judicial y periodística, merced al clic-tamen del fiscal Castañeda, eI juez Quiroz Vega, después de 112 días decarcelería, ordenó la libertad del poeta al considerar que no existían prue-

bas que determinen su implicancia en los hechos. El propio fuez le alcan-zaría la papeleta de excarcelación. Su hermano Néstor (juez de Primera

Instancia en Huamachuco) y otros amigos acompañarían al poeta, que lan-

zaba imprecaciones contra el poder jodicial.

Un día antes del viaje de Vallejo a Europa, en La Oroya, el 16 de junio

de 1923,le escribe a su abogado, Godoy: "Me permito rogarle, si ello nolo distrae mayormente, tenga la bondad de dar un vistazo por el expedien-te sobre el juicio de agosto, el que, según me notician, ha vuelto al tape-

56 Ibíc lem.

189

190 Canlos Ravos N úñe z

te negro del Tribunal de Trujillo. Hága|o, doctor, por mi ausencia y por latranquilidad de los míos, por cuya sLlerte me voy inquietando acerbamen-te. Yo se lo agradeceré con toda mi alma"57.

La ausencia cle Vallejo, por supuesto, no paralízó el trámite. Todo locontrario, el proceso cobró mayor ímpetu. La Corte Superior de La Libertadremitía periódicamente exhortos a los consulados del Perú en Madrid yParís para que se notificase al poeta, a fin de que se constituya a la cárceItruiillana para proseguir con el interrogatorio. Vallejo, naturalmente, no ha-cía caso de estos llamados, primero lo asaltó la muerte.

Quizá los lamentables sucesos carcelarios que afrontó el poeta pema-no cincelarían su visión en torno a la justicia, especialmente a \a peruana,tan desacreditada en .su época como lo es ahora. Empero, Vallejo persistióen su afán de tratar situaciones vinculadas a la justicia y al clerecho. Unode escrs trabajos es el artículo que escribió para la revista limeña Mundialen agosto de 7927, titulado "Un extraño proceso criminal", en el cual rela-ta la suerte del triste procesado Gastón Guyot a quien se le inculpó por elasesinato de su amante Malou en una pawa de trigo de Melun58. Valleiodestaca una ingeniosa táctica por parte del prófugo Guyot:

Lejos de esconderse, como lo habría hecho cualquier matador ramplón,anduvo por todas partes. La policía no podía encontrade, iustamente,porque él no se había escondido. Conocimiento tan agudo y sorpren-dente, como éste que Guyot mostraba de la psicología policial, le valióaparte de una libertad de ocho días, el que su caso adquiriese un brilloinsólito y el que tuviera, en los primeros días de su pesquisa, buenaprensa.

El ingenio del prófugo incluyó sorprenclentemente mantener corres-pondencia con la policía. Bajo el pseudónimo de "Un hombre honrado"negaba que hubiera habido un asesinato sino que se trataría de un suici-dio. Más adelante, firmando como "Un chaffeur", aducía que era él el cul-pable, pidiendo se deje enpaz al pobre e inocente señor Guyot. Finalmen-te, ya con nombre propio, clamaba que se le perseguía injustamente y quede negársele la inocencía se arrojaría a las aguas del Sena. Fue capturadodespués de ocho días y pasó a ser sometido a un tribunal.

Lo llamativo del proceso -y \a razón del título del artículo- es queentre sus juzgadores, el .sustituto del presidente del tribunal, un juez de nom-

) / lDloem- D. ¿'1.

5U VALI.I'Lo, César. ''Lln extraño proceso criminal". Arlicttlos .y crónica-¡ completos. (Recopilación,

prólogo, notas y documentación porJorge Puccinelli). Lirna: Pontificia Universidad Católicadel Perú, 2002, pp.454-417.

Capirulo 4. Jurcrs: Las oos cARAS oe Jaruo

bre Mhilad, era expresamente un doble físico de Guyot, ,,la misma edad, elmismo ojo derecho mutilado, el corte y color de bigote, la línea y espesordel busto, la forma de la cabeza, el peinado". Su presencia, describe Vallejo,influyó notablemente en el procesado, quien ante cada pregunta formuladaterminaba perdido, atribulado y confundido, ateniénclose reiteradamente so-lo a mirar a ese misterioso doble suyo hasta el fin del juicio.

una vez sentenciado el acusaclo a perder la cabeza, el procesocado por este suceso anecdótico- sugiere en Vallejo estar ante una inte-resante contribución en el campo criminal:

Y este era el aporte del caso de Guyot al estudio de la sicología del de-lincuente. Existe, a veces, al laclo clel criminal, otro hombre, su doble,que está en el secreto de la conducta y de la conciencia clel acusado.Cuando este doble está presente, su presencla es una conminatoria, táci-ta e ineludible, para que el acusado digala verdad. El croble juega en-tonces el múltiple rol de un juez severo, de un testigo terrible, de unacusador implacable. Guyot es, en síntesis, un hombre trascenclental5g.

A finales de la década de 1920, el marxismo como corriente de pensa-miento genera en Vallejo un espíritu crítico del mundo, que lo motiva a suestudio y análisis. EI inicial interés devino posteriormente en una adhesiónideológica que concretó con hechos. uno de ellos fue su vinculación alPartido Socialista Peruano de José carlos Mariátegui y, por otro lacio, susdos visitas a la Unión Soviética (URSS), entre 1.92gy 1929. En uno de susviajes -y en una faceta suya quizá no tan popular como la cle escritor opoeta-, césar vallejo elaboró un repor-taje a Ana virof, una muier defen_sora del sistema jurídico y estatal que implantaba el socialismo. Institucio-nes como la maternidad, los conceptos de matrimonio y divorcio, el abor-to y el papel del Estado ruso frente a esos problemas son desarrollados enla conversación6'. Los ideales juríclicos de los revolucionarios rojos cies-puntan en la notable fuente gráfica que es la entrevista a la leninista virof.Ella declara que las uniones libres "tienen el mismo grado cle igualdacl anteel Estado" que los matrimonios. Vallejo se pregunta, sorprendiclo, si estono generaría un problema en la condición de los hijos, pero la entrevista_da afirma, con orgullo, que no existe en la uRSS diferencia alguna enrelos hijos nacidos de ambos vínculos 0o que hace imposible hablar de hijosilegítimos). Añade que quizá la única desventaja concerniría cuando ouie-

59 Ibídem, p. 457.60 VALLEIo, César. Ensayos J) repona.ies complebs. (Eclición, estuclio preliminar y noras cle Manuel

Miguel de Priego). Lima: pontificia Universiclacl Católica clel perú, 2002, pp. 136-137.

191

192 Cnnlos RnH¡os Núñez

ra determinarse la paternidad, mas sostiene: "actualmente la moralidad

social dentro del Soviet, ha llegado a un alto grado de pureza" que influiría

en una paternidad responsable6l.

La Virof pronostica también -frente a un sorprendido y hasta escan-

dalizado Vallejo- el fin del matrimonio por antisocialista, antirrevolucio-

nario y clasista. Su mantenimiento tendría solo carácter temporal frente al

triunfo avasallante de la unión libre y el puente de transición hacia aque-

lla lo configuraría el divorcio. El trámite de esta figura es de una rapidez

pasn"losa. Virof (divorciada dos veces), proclama ante el absorto poeta:

En Rusia no es necesario ningún proceso ni ningún acuerdo paritario.

Basta que solicite el divorcio uno de los cónyuges *¡uno sólo de

ellosl- [añade un sorprendido VallejoJ para que sea decretado al ins-

tante. Cuando yo me divorcié, todo lo que hice para obtener la separa-

ción de mi marido se redujo a lo siguiente: me presenté sola ante una

ventanilla del registro de estado civil, presenté mi cédula matrimonial y

dije al funcionario que yo me quería divorciar. El funcionario me hizo

firmar en el acto la declaración correspondiente en un libro y se me

extendió una papeleta, en la que constaba mi divorcio. Agradecí y saií.

Eso fue todo.62

En una última intervención sobre el tema de la maternidad, Virof rela-

ta clos clases (conocidas en nuestro medio) de aborto en Rusia: el clandes-

tino y el legal. El primero es el que practican las madres arbitrariamente,

por cualquier causa inconfesable y oculta, movidas por motivos o intere-

ses caprichosos y egoístas, por evitarse dolores y cuidados, por no defor-

marse el talle, por ejemplo, y como delito es perseguido y castigado por

el sistema judicial con severidad. El aborto legal es el que se practica por

ministerio de la ley y por causa de una enfermedad orgánica o grave de

uno de los padres o por accidente sobrevenido durante el embarazo. De

no llevarse a cabo, la infracción acarre delito y sanciones igualmente drás-

ticas. "Este aborto legal y obligatorio es totalmente nuevo en el mundo'

Después cle Rusia, es Alemania la que va a establecerlo"63.

Si líneas atrás describimos la adhesión del poeta trujillano a estamentos

e ideales socialistas, vemos aquí, tras la entrevista casi finalizada, una suer-

te de suspicacia, porque para que se produzca un funcionamiento estatal

factible, tal como lo narra la entrevistada, Vallejo advierte: "pero tal control

Ibícler-r'r, pp. 136-137 .

Ibíc lern. pp. 139-140.

Ibíclerl, p. 745.

6t6263

Cnpirulo 4. Jurces: Lns Dos cARAs DE Jnruo

supone un personal de Estado innumerable y gastos imposibles", Ana

Virof, entusiasta, señala la veracidad y la factibilidad de esa inversión; se-gún ella es justamente la organizaciín socialista la que lo torna viable.

5. Las memor¡as del vocal Enr ique López Albújar

Hctsta cuando administro itrsticia. babla en mí el t¡oeta.

ENnrque Lóeez Alot1.¡en.

Enrique López Albújar, el afarnado autor de Cuentos Andinos, Matalacbé,

Los caballeros del delito, entre otros trabajos, vivió intensamente la funciónjudicial. En una carta de gratitucl dirigida a Miguel de Unamuno por su re-

conocimiento de su obra literaria, le confiesa:

Yo no soy sólo un cuentista, mi querido don Miguel, sino un perpetuoinadaptado, un rebelde, y, por contraposición, un encadenado a la pro-saica labor de hacel justicia a los hombres. Vivo, pues, en continuo vai-

vén entre el arte y la ma¡¡istratura, inhibiéndome y desinhibiéndome,saltando del papel sellado a la cuartilia, del proceso al libro, de la duray desconsoladora realidad a las ficciones de mi fantasía. Este es mi dra-ma, mi señor don Miguel. Un poco parecido al sr-ryo. Por eso salta ustedde la tristeza del destielro a la alegría de la repatriación, de la abomina-ción rnonarquista a la decepción republicana, de las turbulentas apote-

osis a las congratulaciones frías, del ruidoso triunfo de un Ateneo alsilencio hostil de los comensales de un banquete diplomático6a.

Enrique López Albújar ejerció la presidencia de la Corte Superior de

Justicia de Tacna y Moquegua el año 1933. N concluir sus funciones, como

es usual, expllso una Memoria que fue leída en la apertura del año judi-

cial de 793465.

Hacia el año 1944 volvió a ocupar la presidencia del distrito judicial fron-

terizo.La Memoria fue leída el 18 de marzo de 7945, al alejarse del cargo66.

64 Carta feclracla en T¿rcna el 16 de agosto cle 1933. véase KAPsol.t, Wilfredo (comp.). Unamunc.t

.y- el Perú, Ep¡sbldrio, 1902-19i4. Lima: Universiclacl llicarclo Palna,2002.

Lóp!:z Ar-Br'rlAR, Flnfique. Memoria leída por el Presidente cesante Dr. Dn. Enrique López Albti-

.iar en la apertur.¿ del año .iudicial de 1934.

LópEz Ar.BúAR, Enrique. Memoña leícla por el Presidente de la Corte Dr. Dn. Enrique López

Albtiiar el 18 de matzo de 1945. T¿tcna: Alay .9 Diez, Librería é Imprenta La Joya Literaúa,

44 Do.

66

193

65

194 Cnnlos Rnvos Núñez

Este documento es valioso por su rareza y no obstante haberse publicado,

su clestino era más burocrático que cultural. No obstante su carácter ofici-

nesco Ia Memoriaencierra interesantes y curiosas ideas del célebre narrador.

Se pronuncia, por ejemplo, a favor de la independencia económica del Po-

der Judicial:

Ilógico es facuitar a dos de los poderes del Estado para percibir sus ren-tas, fijar su distribución y p^g r con ellas a sus miembros y empleadosy negarle este derecho al tercero de esos poderes, y más ilógico todavíacuando vemos usando de igual facultad a una institución como la Uni-versidad Mayor de San Marcos, que no constituye poder alguno. ¿Porqué, pues, no asignarle al Poder Judicial determinadas rentas y facultar-le para que las distribuya?Gt.

En lo concerniente al nombramiento de los iueces, López Albújar se

orienta por el sistema norteamericano, en el que es el presidente de la

república quien eiige a los magistrados. "Yo creo -anota el novelista-

que esos nombramientos debería hacerlos el Ejecutivo en forma general,

es decir, comprendiendo en ellos a los vocales y fiscales de la Corte Supre-

ma. En este punto la independencia del PoderJudicial no sufrirá ni desdo-

ro ni desmedro como no lo sufre por la forma cómo viene haciéndose has-

ta hoy el nombramiento de sus miembros"68. Sugiere, sin embargo, que la

Corte Suprema confeccione decenas o ternas dobles en las que se propon-

ga a los candidatos para cubrir la plaza vacante. A López Albújar le pare-

ce más conveniente que sea el presidente de la república el que eliia, con-

forme a 1o estipulado en las constituciones de 1828 y 1,834, a los vocales

supremos, en lugar de que lo haga el Congreso, en el cual el vía crucis

para obtener votos favorables es ineludible y dramático.

López Albújar se muestra rotundo en su manifiesto rechazo al sistema

de las ratificaciones, "pesadilia judicial" que estableció la Constitución de

1933, curiosidad institucional que no figuraba entonces, como indagó su

detractor, en ninguna otra cafia política del "mundo civilizado". Por esos

años, el vocal iubilado Fernando Luis Castro Agusti y los parlamentarios

clodomiro chávez yJosé R. Paniagua pugnaban por su derogatoria. En ese

clima ciertamente hostil contra la "peregrina idea", el escritor pergeña una

frase irónica: "Nos estaba reservado a nosotros ser los inventores de esta

tortura moral en trance perpetuo"69. En una larga cita, que por su impor-

tancia conviene reproducir, sostuvo:

67 lbídem, p. 73.

68 lhídern. p, 16.

69 lbídem, p. 17.

Cnpirulo 4. Jurces: L¡s Dos cARAS DE Jaruo

Comienzo por decir que famás fui partidario de la ratificación judicial.Desde lo íntimo de mi conciencia de hombre libre y de mi dignidad dejuez protesté siempre contra elia, y en vez de disminuir con el tiempoeste sentimiento se ha ido más bien acrecentando, sin que le haya servi-do de alivio haber salido yo indemne en todas las veces que tuve quepasar por esa odiosa prueba desde que quedara establecida como prin-cipio constitucional. Y esta aversión mía no está inspirada en temor algu-no ni en un mezquino espíritu de oposición a todo lo que significa dis-ciplina. No. Un juez es un soldado de la justicia, y bajo este concepto alenrola¡se en su servicio, sabe o tiene que saber que desde ese instantehay sobre su vida algo que se levanta y que comienza alimitarla,

^ pre-

venida y dirigirla. Un algo que limita su albedrío, sus caprichos, sus pa-siones, sus debilidades y que en compensación de esta libertad merma-da, lo inviste de dignidad y autoridad, le asigna honores, le asegura suporvenir y su vejez y le da fuerza para desenvolverse airosamente en sufunción pública. Y, paradojalmente, le da una independencia que le ponea cubierto del influjo y en aptitud de repeler todo lo que tienda a que-brantar su probidad. ¿Qué más puede dar y recibir un hombre a cambiode ser iuez?7o.

En lugar del sistema de las ratificaciones judiciales, López Albújar con-sidera que para cautelar la conducta de los magistrados sencillamente seamplíe, en la Ley Orgánica del Poder Judicial, las causas de remoción delcargo. En verdad, un remedio más satisfactorio que concilia la estabilidaddel magistrado -base segura de su independencia- con la disciplina.

López Albújar es precursor de lo que hoy se llama "venusterio" y queentonces se denominaba "visita sexual". su posición favorabie al respectoera clara, así se desprende de algunos párrafos de su Memoria:

El penaclo es, ante todo, un hombre, y todo hombre, por el hecho de ser-1o, es un organismo lleno de funciones armónicas y conc atenadas. Hay enél una evolución moral e intelectual sin función natural biológi ca. La res-tricción de esta función, fuera de la gran injusticia que en el fondo envuel-ve, es en la prisión causa de una serie de perturbaciones patológicas, deactos contra natura y de aumento en los delitos de sangre.Con la visita sexual desaparece esto en gran parte. El penado se huma-niza, se torna de sombrío y meditabundo en alegre, obediente y disci-plinado. Si toda prisión es por si sola perniciosa, pues más qLle refor-mar, lo que hace es enconar y peffertir, la prisión con abstinencia sexuales envilecedora y degenerativaTl .

70 lbíclem, p. 16.

77 Ibídem, p. 23.

195

196 C¡nlos R¡H¡cs Núñez

Demostraba con esto qlle tratar el problema de las visitas sexuales en

las cárceles era un tema importantísimo dentro de la reforma del régimen

penitenciario.

En la perspectiva visionaria que caracterizabaaLópez Albúfar, es curio-

so observar que mantenía una posición bastante peculiar frente al matri-

rnonio. Sostenía nacla menos que tal institución debería ser un requisito

obligatorio para ser juez, y que urgía reformar en ese aspecto la Ley Orgá-

nica del Pocler Judicial, pues, definitivamente, "Un juez casado reviste de

más serieclad a su persona, de una serieclacl que tiene que influir indefec-

tiblemente en la confianza pública y en el respeto social"72. Es rnás, con-

sideraba que en ei estudio del derecho no basta "lo que se aprencle a la

sombra de la Cátedra. sino cue es necesario saber lo oue enseña la escue-

la de la vida".

Si un artículo del Código Penal vigente en la époc;r exigía que los jue-

ces de menores deben ser casados,López Albújar se preguntaba ¿por qué

no exigir este mismo requisito a los jueces de Primera Instancia'/: "Un hom-

bre soltero es un hombre sin hogar o con hogar prestado, una isla rodea-

da de escollos donde las tentaciones andan sueltas y las inquietudes so-

bran". Más adelante añadía: "... la soltería es una puerta por la cual no de-

berían pasar jamás quienes van a administrar justicia"73. Este punto de vis-

ta, salpicado de cierto prejuicio, tenía su fundamento en la idea de creer

que el juez casado está en continr¡a experimentación de todo aqr-rello que

se relaciona con la educación del niño, pues el padre va "aprenclienclo a

costa de sus hijos el arte cle gobernar adentro y aplicar sus experiencias

afuera. Un buen padre de familia tiene que ser, por fuerza, un buen juez.

No se puede ser tirano, incomprensivo, injusto, indiferente, desamorado

con sus hijos y ser, a la hora de juzgar, comprensivo, paternal y solícito

con los ajeno5"7a.

El adulterio había sido una institución jurídica que desde antiguo había

llarnado la atención de López Albúrjar, y no era desconocida su posición

contraria. Incluso muchos años antes de ser vocal y leer su memoria anual,

siendo juez en Huánuco en 1917, tuvo que ser sancionaclo con la suspen-

sión por tres meses de la función jurisdiccional, precisamente por emitir

una sentencia en la cual absolvía a los acusados Sebastián Peña y María

Astete Castillo del delito de doble aclulterio. Estos personajes habían siclo

denunciados por tal delito por la esposa de Sebastián Peña.

72 lbíclenr, p. 20.

73 lbíc lenr, pp. 20-2L

71 Ibíclerlr, p. 21 .

CqpÍruLo 4. Jurcrs: Las oos cARAS or Jnno

Que si el fin de la penalidad es el reestablecimiento del orclen socialperturbacio, cuando el hecho que se juzga no lo perturba en realidad,la aplicación de la pena carece de objeto y se torna injusta; que comoen el presente caso el hecho de que se trata de un adulterio -hechoque por sll naturaleza peftenece a un orden privado e íntin]o- invocaresta pertllrbación corno fundamento de castigo sería incurrir en una in-consecuencia y en una ironía, por.que no puede habe¡ alteración de or-den social ahí doncle el hecho que se juzga es tan común y que a naclieescanclaliza y de cuya complicidad o tolerancia todos somos responsa-bles; que si el fin del mat¡imonio es hacer vida en común y cle repro-clucir la especie mediante un compromiso legal basado en la feliciclacl,el mejor medio de solución no es la pena sino el rompimiento del pactoo el perclón del ofendido, pues con aquella se mata toda esperanza dereconciiiación -prevista por la iey-, se destruye de hecho un hogar yse infama no solamente al culpable sino también a los hijos, que han dever en todo momento en uno de sus padres la causa de su infamia, loque es profundamente inmoral y disociador.

Más adelante sostiene el juez que la institución del adulterio es anacró-nica, veamos:

Que clesde las prescripciones de nuestro código penal sobre el aclulte-rio son anacrónicas, parciales y fruto de los prejuicios de sociedadeseciucadas en el concepto erróneo de la expiación del delincuente y enei sacramental clel matrimonio, es deber del juez no aplicarlas para queasí se derogue y se imponga la necesidad cle su reformaT5.

Mucl-ros años clespués, ya siendo presidente de la corte superior de Jus-ticia de Tacna y Moquegua, seguía firme en su convicción de que er aclul-terio era una institución que necesitaba urgente expulsión del ordenamien-to jurídico penal. Daclo que el código Penal establecía que "no puecle in-tentarse la acción penal por adulterio si previamente no se ha pedido elclivorcio por tal motivo". La oscuridad de la norma generaba duclas, puesno se sabía si era necesario el iniciar el proceso de divorcio o qLle este yaestuviese concluido para interponer la acción penal. Si bien la corte su-prema se había pronunciado a través de varias ejccutorias que solo poclíaemprenderse la clenuncia penal por delito de adulterio cuando se hubieradeclarado fundada en toclas las instancias la demanda civil de divorcio porla causal de adulterio , López Albújar iba más lejos: quería desaparecer eltipo penal, no solo en virtud de una derogatoria formal, sino incluso a par-tir de un fallo. El escritor impugna como antijurídico e injusto el criterio

/ )

197

Vtic,r l lrr.r-Áx, l loclolfo . I i ttt i t¡tte

Universidacl N:rc ional Hernr i l io

López Albti.far, .ittez re.frtrmadr¡r del clerecbo penal. Huánucc¡:Vrlcl izírn, 2003, pp. B4-Ui.

198 C¡nlos Rnvos Núñez

jurisprudencial de la Corte Suprema, de la que dependía: "porque equiva-

le a repetir sobre el mismo punto la misma acción, disfrazada con distin-

tos nombres y porque lleva, en forma irremisible sin defensa y con sen-

tencia ya prevista, al vencido en el divorcio a sufrir una nueva pena". En

seguida añade con lucidez: "Pena es no solo 1o que priva a un individuo

de la libertad, o le quita una parte de su patrimonio, o le obliga a com-

pensarla con trabaio forzado. No; pena es también la sanción jurídica que

se le aplica al que violala norma jurídíca"'t6.

5.1 El caso Julio Zimens: Libertad de morir

En Cuentos andinos un relato que presenta manifiestamente la experien-

cia judicial de López Albújar es el caso de Julio Zimens. Una dama huanu-

queña algo frívola, la señora Linares, pero interesada en el drama judicial,

le pregunta al también escritor cuando este se aprestaba a abandonar el

departamento, cuál había sido el caso más sensacional en el que intervino

durante su estancia en Huánuco: ¿acaso había sido el descuartizamiento de

los hermanos Ingunza; el asesinato del joven Carrillo o el de la mujer

estrangulada junto a sus pequeños nietos? Contra lo que pensaba la super-

ficial señora, apologista del interés de los asesinatos, el flemático juez Ie

contesta: "El más insignificante de todos, judicialmente, señora. El caso Ju-

lio Zimens; un comprimido sumarial de veinte folios. Le aseguro a usted,

señora, que es lo más conmovedor que he conocido, lo más triste y lo más

trágico también".

Todo eso es nada al lado del caso Zimens -insiste el magistrado-. Un

asesinato es un caso vulgar, un hecho más o menos vivo de bestialidad,

de ferocidad. Es lo corriente, y más corriente todavía procesar por estas

cosas. Mientras unos se entretienen en poner pinceladas azules en el

lienzo de la vida, para que se las aplaudan, otros rabian por ponerlas

roias, para que la justicia tenga que intervenir.

La dama insiste: "¿Puede haber algo más interesante que un asesinato?"

El curtido magistrado norteño le contesta:

En el crimen todo es cuestión de forma. Las variantes de la delincuen-

cia no son más que proteísmos de un mismo hecho: la violación de la

l.y. Se está dentro de la ley como se está fuera de ella, y se sale de ella

por una infinidad de puertas, con más o menos violencia -cuestión de

temper2¡¡1s¡t6-. Pero siempre por las mismas puertas qlle salieron

76 Ibídem, p. 24.

Cnpírulo 4. Juecrs: Las oos cARAS or Jnruo

otros. No hay novedad en éstos, no hay originalidad. Si alguien se pusie-ra a buscar la originalidad en el delito acabaría por aburrirse al ver iaestupidez de los delincuentes. Siempre las mismas cosas: agresión, vio-lencia, engaño, latrocinio. Los cuatro puntos cardinales del crimen, den-tro de ios cuales el alma de los predestinados se agita como una agujatmanada.

"¿Y usted ha encontrado la originalidad en el caso Zimens?", retruca lavana señora. El magistrado tiene siempre una respuesta: "Es un caso'"ulga-rísimo también". Prosigue entonces eI juez la triste historia. Zimens era unalemán prusiano de gran atractivo físico que emigró al Perú en busca de laraza perfecta, que pensó encontrarla entre los descendientes de los incas.Por eso, el fino y culto teutón en lugar de elegir como pareja a una jovende sociedad y de buenas maneras, buscó a una rústica india; Martina Pin-quiray, sin mestizaje ni educación alguna. La disparidad social y cultural eratan grande que solo halló la infelicidad. El alemán contrajo luego la Iepra yla enfermedad deterioró el cuerpo y desfiguró terriblemente el rostro deaquel hombre. Si antes era admirado, después sería temido y odiado. Ciertodía llegó Zimens hasta el despacho del juez. Buscaba un consejo para romaruna decisión: " ¿Cree usted que un hombre de mi condición tiene derechoa matarce? (...). ¿Usted en mi situación se rcsignaría a seguir viviendo?", eraninterrogantes que con nerviosismo formulaba al magistrado. López Albújar,conforme a sus convicciones sobre la liber"tad de morir, se limitó a contes-tarle: "Si yo no fuera juezle daría a usted mi revólver". "El revólver es lo demenos -retrucó Zimens, mi querido señor. Hay cien maneras de matarse. Y,haciendo una genuflexión profunda, se retiró diciendo: Me voy con la satis-facción de saber que hay una religión que perdona al pecador y una justi-cia que absuelve al delincuente... ¡Adiós!".

Unas horas después de esa visita, la prefectura le comunicaba la muer-te de Julio Zimens, quien, tal como declaraban unos testigos, tras dejar unbastón y un paraguas en la baranda, se había lanzado desde un puente alrío Huallaga. López Albújar instauró la investigación sumaria y la concluyótambién, comprobándose, como era obvio, la muerte por suicidio del súb-dito alemán. López Albújar se sintió entonces juez y reo al mismo tiempo.Pensó también que "los jueces, los médicos y las madres de caridad tene-mos un punto de contacto: la anestesia del sentimiento".

El .suicidio (manifestación del libre albedrío paraLópez Albújar) se pre-sentaba como "el último bien del que lo ha perdido todo". Si la vida tieneuna razón cle ser, existiría también una facultad o un derecho subjetivo ina-lienable para destruir esa razón cuando uno quiera. Dos ideas, entoncesde moda entre los intelectuales progresistas, principalmente los juriscon-

199

200 Canlos Rnvos N úñez

sultos, subyugaban a López Albújar: la libertad de morir, que iba más al\á

de la eutanasia y que era la justificación pura y llana del suicidio cuando

la vida había perdido su sentido; y la libenad de amar, entendida por la

descrirninalización del adulterioTT.

5.2 Un positivista de paseo por el Perú

La mirada sociológica que fluye de la obra de López Albújar queda perfec-

tamente retra,f^da en Ios caballeros del clelitds,libro aparecido hacia 1936,

a raíz de la publicación de una encuesta de sociología criminal sobre el

bandolerismo en el Peru. El escritor se vio compelido a n rrar sLrs expe-

riencias en su trato con el delito en seis departamentos del Perú: Tumbes,

Piura, Lambayeque, Huánuco, Moquegua y Tacna. López Albúiar fue abo-

gado y juez; y es por esta razón que el tema del delito fue una constante

en su práctica diaria y hasta motivo Ce inspiración de sus obras literarias.

La obra se ocupa de diecisiete historias de bandoleros en buena parte del

territorio nacional. No deja de sorprender la asociación positivista entre

rnedio ambiente y delito. No son las condiciones físicas o antropológicas

intrínsecas del individuo en línea de Lombroso o de Garófalo, sino el posi-

tivismo sociológico de Enrico Ferri. Así, para explicar el bandolerismo en

Piura recurre a la arena, el algarrobo, la chicha y los vapores del clima.

Con respecto a la aren , dice que es un polvo muerto que rodea la ciudad

y se extiende en torno cle esta, es movecliza y menciona que hasta hace

unos años esta arena fue motivo del aislamiento, el retraso pzra la arqui-

tectura y el ensanchamiento urbano. En cuanto al algarrobo, dice que es

el culpable de la falta de estética de la ciudad, que no ha permitido como

otros árboles (cedro o nogal) el desarrollo de la escultura y el tallado como

ocurre en la sierra peruana. Pero también dice que la rigidez y dureza de

este árbol simboliza mejor que nada a Piura y a cada uno de sus habitan-

tes, que parece haberse comunicado con el alma de los mismos.

Culpa López Albújar a la chicha por el enervamiento mental y el confor-

mismo social del poblador y al mismo tiempo afirma que esta bebida es otro

elemento indiscutible que pesa sobre el alma piurana, que "con menos chi-

cha seria menos Piura pero más ciudad, más cultura y más ingenio".

77 ConNr.¡o, Raúl Estuardo. López Albúiar, nanador de Atnfuca. Trayecto t¡ital. M:¿drid: Anaya,

1961..

78 LópEz ALBIIAR, Enrique. Los caballeros del delitr¡. Erludio criminol(tgico del bandolerismc¡ en

algunos departamentos del Perú. Lima: Cía. De Lnpresiones y Publicidad, 1!J6. Segunda ecli-

ción: Lima: Librería Eclitorial Juan Mejía Baca, L973.

CnpíruL-o 4. Jurcrs: Lns oos cARAS or JnNo

En cuanto a Tacna -donde se jubilaría como vocal de la Corte Supe-¡i6¡- serían tres los elementos perturbadores de la psiquis tacneña: el tac-neñismo o egocentrismo xenófobo, el renegadismo o pseuclochilenisrno yel intrusismo o extranjerismo farisaico. El Llno, que todo lo quiere para síy cuya aspiración podría resumirse en esta frase: el per(t para los tacneños;el otro, que mira toclo lo qLle no es cl-liieno con desprecio o conrnisera-ción; y el úrltimo, que ayuda a los otros dos a condolerse clel estado actualde Tacna, cle atribuirle su decaimiento a la reincorporación, a murn-rurarde todo lo que viene del Perú y a ridiculizar nuestra raza, nuestro ejércitoy nuestro funcionarismoT9.

El magistrado y escritor chiclayano describe Tumbes (donde permane-ció tres meses como juez cle Primera Instancia) como una ciudad carentecle encanto y que cuenta con cuatro elementos que la constituyen: el es-píritu hostil hacia los foráneos, sobre todo contra los connacionales; el cli-rna caluroso; las lluvias torrenciales en verano y el temido zancudo. Tt¡rn-bes se mantendría como una ciudacl aislacla y atrasada por el espíritu cleregionalismo estrecho qr,re la mantiene prevenicla contra el foráneo. El es-píritu hostil del pueblo sería una reacción ante la corrupción c]e las auto-ridades y la denominada empleocracia, esto quiere decir que la mayoríade los empleados son foráneos, y todo esto se ejemplifica con el contra-bando, la coirna, la corrupción judicial.

EI bandolerismo, a juicio de López Albújar, es una fuerza organizada,que por lo general está compuesta por varias personas; su manifestaciónprincipal es el asalto a mano armada en los despoblados, sobre todo con-tra los viajeros y los comerciantes. Estos asaltos son cometidos por hom-bres a caballo, la mayoría de ellos analfabetos y con un instinto algo ase-sino. Los bancloleros se clasificarían en rornántico.s, aquellos que robanpara ayudar a los .suyos y a quienes lo necesitan, y los que asaltan solo .por clelinquir. El más famoso entre los primeros era Juan de la Mata Mar-tínez, Sambambe, jefe de una banda piurana muy bien organizada, quienantes de robarles pedía permiso a sus víctimas, y lo hacía con corte.sía ycon el sombrero en la mano. Ese sentimiento caballeresco se manifestaríaen toda su magnitucl cuando el padre de López Albújar, quien era calerode la hacienda úcupe, de propiedad de José del Carmen Baca, enemi¡;odeclarado de sambambe, fue interceptado en el camino por este banclole-ro ctrando viajaba con los caudales que servirían para pagar los salarios delos peones. sin embargo sambambe no lo asaltó, sino, por el contrario, loescoltó para que no le roben ios otros bandoleros.

79 Ibíc lenr, pp. 40-4I .

201

202 C¡nlos Ravos N uñrz

La mirada positivista habría de llevarlo a ridiculizar al jurista Luis Felipe

Villarán, cuando estando López Albújar en Abancay, donde ejerció como

subprefecto clurante unos meses, sobrecogido por el paisaje apurimeño, le

comenta a un condiscípulo sanmarquino que encontró en el valle andino:

"¡Buena es la justicia y buena la autoridad para impedir y castigar estas co-

sas! Ya quisiera, repito, tener por acá a Yillarancito para decirle: 'Mire us-

ted, cioctor, usted sabrá mucho de derecho natural, pero, aquí el mejor

derecho está en la misma naturaleza"'80.

6. La épica de Ia in iquidad en Ia obra de Manuel Scorza

ElJu.zgado es Ia casa deljabonero: el que no cae,resbala. Nadie está libre de una acusación, nadie

debejactarse: "de esta agua no beberé".

Manuel Sconza. Redoble bor Rancats.

Un buen punto cle partida par^ una calificación "pesimista" del juez se

encontrará en las novelas-mural de Manuel Scorza: Redoble por Rancas,

Garabombo el inuisible, El jinete insomne, Cantar de Agapüo Robles y La

tumba del relámpago, que conforman una saga en cinco episodios, intitu-

lada: La guelTa silenciosa. No hallaremos aquí medias tintas, sino una con-

flagración social en pleno furor épico. Ya hemos hecho referencia, en ante-

rior ap'artado, a la actuación de los letrados que secundan, con nobleza y

desprendimiento, a las demandas de los comuneros de Rancas; mientras

que para Scorza los abogados de la todopoderosa, minera Cerro de Pasco

Corporation solo alcanzarán eI rango de legúleyos viles y despiadados.

Idéntica polaridad observamos en el tratamiento literario que el narrador

dispensa a los jueces. Sería, no obstante, un grave error reducir los textos

de Manuel Scorza a la condición de meros documentos panfletarios. Más

exacto sería comparar estas novelas "comprometidas" con un vasto fresco

en el que se expone una dinámica concreta a través de siluetas precisas.

El juez en Scorza es, así, un personaje paradigmático dentro de una reali-

dad convulsa qLre se pretende transmitir, antes que un "carácter" propia-

mente psicológico.

80 LópEz Ar-Bu.tAR, Enrique. NLtet;os cuentos andinos. Santiago de Chile: Ediciones Ercilla, 1937,

r¡. 74. Cuento "El lllanc<¡", dedicado a Luis Albeno Sánchez.

Cnpírulo 4. Jurcrs: Lns oos cARAS or Jnruo

Asoman dos tipos negativos de magistrado en estas novelas. De un lado

desfila el despótico doctor Francisco Montenegro, juez de Primera Instan-

cia de Yanahuanca, una figura insoslayable en la narrativa jurídica nacio-

nal. Montenegro, entre otras iniquidades, no vacila en alterar el calenclario

gregoriano para modificar los plazos judiciales, controla el uso del único

puente que enlaza a la comunidad con el exterior, posee dos cárceles par-

ticuiares y establece una rutina obligatoria cle celebraciones, asignando a

cada poblador el encargo de organizar banquetes y fiestas, que primero

eran cívicas, para acabar con festejos en fechas banales. Este es el típicojuez de pueblo, un hombre de edad madura, dotado de una autoridad que

estremecía a todo aquel que residiera en su jurisdicción. Era, además, po-

seedor de vastas tierras. Existen innumerables anécdotas que describen la

tiesa autoridad que imponía el "traje negro" del siniestro doctor Montene-

gro en el pueblo de Rancas.

Uno de los episodios más citados de toda la obra de Scorza gira preci-

samente en torno a la presencia de Francisco Montenegro. Se trata de la

historia de la "celebérrima moneda" que da inicio a la primera novela de

la serie, Redoble por Rancas 0970). Como se recuerda, una moneda de un

sol se desliza del bolsillo del tiránico juzgador hasta detenerse en uno de

los peldaños de la casona en que residía, frente a la plaza local. La auto-

ridad, o diríamos mejor, el temor que inspiraba Montenegro, eran tales que

Ia pieza permaneció intacta durante todo un año, ante el estupor de la pro-

vincia entera. Todos sabían que apoderarse de aquella vulgar moneda o

pieza de bronce, con la que, a lo más, se podían comprar cinco galletas

de soda o unos cuantos duraznos, significaría "algo peor que un carcela-

zo". La moneda y la forzada honradez de los pobladores de Yanahuanca

alcanzaron fama regional. Doce meses más tarde, el magistrado decidió

por fin recoger la moneda. Entonces, comenta el narrador omnisciente, "la

provincia suspiró"81.

El odioso magistrado era objeto de un temor verdaderamente reveren-

cial en su distrito. Así, unas dos o tres bofetadas, propinadas públicamen-

te y sin atenuantes, eran su modo de perdonar cualquier falta de respeto,

real o presunta:

El que ofende al doctor Montenegro con una palabra maliciosa, con una

sonrisa jorobada o un gesto amarillento, puede clormir tranquilo: será

abofeteaclo públicamente. Durante los treinta años que el cloctor ha fa-

vorecido con sLrs luces al Juzgado, su mano ha visitado mLlchas mejil las

t I Sr.r¡nz¡, Manuel . Reck¡ble prtr Rattcas. Barcelona: Planeta, 7970, pp. 14-78.

2C3

204 Cnnlos Rnvos Núñez

altaneras. ¿No abofeteó al Inspector de Educación? ¿No abofeteó al sani-tario? ¿No abofeteó a casi todos los Directores de la Escuela? ¿No abofe-teó al sargento Cabrera? ¿No abofeteó al Jefe de Ia Caja de Depósitos yConsignaciones? Todos fi;eron afrentados y todos le pidieron perclón82.

Y es que Montenegro -quien, por lo demás, insistía en que se recorda-se su conclición de "d66¡e¡"-, se resentía con las personas a las que casti-gaba, precisamente por habedo fonado a imponer el castigo. Para obtenerel perdón del juez (es decir, la bofetada), era indispensaltle la intercesión deamigos o parientes. El magistrado accedía finalmente a conceder la inexora-

ble bofetada, pero nadie sabía cuándo esta zrlcanzaría ias r-nejillas clel perdo-

naclo, con lo que aumentaba su tormento. "Eso es todo: naclie sabe cuándoel insolente recibirá la atronadora caricia. ¿A la salida de la rnisa? ¿En el ciub?

¿En la plaza? ¿A Ia mitad de la calle? ¿En la puerta de su casa?"83. El perfil lite-rario del juez Montenegro, como el de tantos otros personajes que aparecenen la saga de Scorza, está inspirado en un individuo real. El verdadero norn-bre de Francisco Montenegro era Francisco Madrid y su temible esposa Pe-pita, Aicira Benavides de Madrid. Un día del mes de junio de 1983, doña Pe-pita Montenegro, esposa del juez Francisco Montene¡¡ro, fue secuestrada desu hacienda Huarautambo por miembros de Sendero Luminoso y ejecutadaen una plaza pública de Yanahuancas4.

De otro lado, el dudoso juez cle Cerro de Pasco, doctor Parrales, ejem-plifica la coruupción jr.rdicial llevada al límite. Toda diligencia judicial, tododictanren tenía para el sinuoso magistrado un precio. Veamos la precisa

descripción que ofrece Scorza en uno de los capítulos de Redoble por

Rancas:

El Jr,rzgado cle Cerro cle Pasco carece de veredas. Profr-rnclos agujeros en-ntarcan sus clespintaclos do.s pisos. una mLlchedumbre cle solicitantes es-pera, sent¿lcla, c|ía y noche, tLrrno para hablar con el Jr-rez, el ctoctor Pa-rrales. El Juzgaclo es unu habitación mal e.stucacla doncle vaci lan Lln es-cri torio de mala lnLlerte, Llnos si l lones y unas si l las. Sobre el escri toriocle su Señoría casi sepLrlt¿lclo por Lrnzl corclil lera cle expedientes, Llna fo-tografí¿l enmarcacla cle plata, dernuestra el acendraclo sentido familiar clesr-r Señ oría. En un feliz momento el artista ha recogiclo a sLl Señorí¿r seve-ramente sentaclo en sll sil lón; cletrás clel magistrado, delante cle gracio-sos lagos y esbeltos cisne.s pintaclos en cartón, con la mano tímiclamen-

82 Ibíc le nr, p 33.83 Il-ríclenr, p . 34 .

81 lbíc lenr, Epí logo, p. 249.

C¡pírulo 4. JuecEs: Lns oos cARAs oe Jnno

te apoyada en el hombro de la Justicia, se difuminan su esposa y susseis hijos, incapaces de cubrir siquiera la mitacl del obeso cuerpo de stt

.a<benol ' la" ' .

Para el inabordable Parrales la respuesta ante los reclamos, especial-

mente si estos eran formulados por los comuneros, era unívoca: "No sé

nada. Yo no salgo de mi clespacho". El juez Parrales hacía el peor r.rso clel

formaiismo y de la supremacía del papel sellado. Así, ante los abusos evi-

clentes que la minera infligía contra los bienes, tierras, pastos y ganado de

los carnpesinos, el juez cerreño imponía la rectitud de los formulismos pro-

cesales. Era inclispensable la inspección ocular y, en pzrlabras del iuzgaclor,la respuesta era: "Eso cuesta". La fiiación de las costas era descaradamen-

te impr-iesta por Parrales: "Dos mil..., quizá quince mil soles". Los cotltune-

ros no tuvieron más remedio qlle organizar una rifa para sufragar los "ho-

norarios" del doctor Parrales. Pero todavía los acechaba una nueva barre-

ra adnrinistrativa: \a Municipalidad no aprobaba el pago de un estipendio

al juez, pues este recibía ya un sueldo del Estado.

En El jinete insontne 0977), cLrarta entrega de Ia epopeya de Scorza,

asistimos a otro episodio estriclente. El día que se conmemoraba la batalla

cle Ayacucho el jefe cle la oficina de correos, don Celestino Matos, enlo-

qr-reció súbitamente. El juez dispuso entonces su traslaclo al hospital de

Cerro de Pasco y, provisionalmente, las valifas postales se guardaron en el

Juzgado de Primera Instancia. Una tarde, la miracla del juez Montenegro

tropezó con el saco de la correspondencia y descubrió con sorpresa un

sobre dirigido al prefecto cle Cerro de Pasco. Era una carta del clirector de

la escuela de Yanacocha, en la que se quejaba ante la autoriclad departa-

mental de los percances que le causaba el caprichoso calendario implan-

tado por el célebre metgistrado. Rezaba parte de la misiva:

Este funcion¿lrio ha cancelaclo el calendario vigente en el mLlnclo y vali-

clo cle su capricho y cle su influencia, y sobre todo cle la propiectad de

dos cárceles, nos impone fechas nLlevas. Muchos rlños han transcurriclo

en los últimos lne.ses, a tal pllnto qlle yo misnto, que recl-Iazo est¿r tra-

pacería, no sé en qLlé tnes ni en qLlé año fechar esta cztrta. Sin irnimc>

polérnico me pel'ltt ito, señor Prefecto, señalar los inconvenientes que el

nLrevo calendario suscita en rnis alurnnos. Si para los maestros ya nos es

clifícil que los niños memoricen las epopeyas de nuestra historia, ustecl

colnprenderá, señor Prefecto, que al paso que vatnos pronto celebrare-

mos las clerrotas y lloraremos las victorias

85 Ibíclem, pp. 20il -209 .

fl6 SconzR, M¿rnuel. I1l iirtete insc¡mne. Caraca.s:Ivlonte Avila Editores, 7977, p, 99.

2C5

206 C¡nlos Rnvos Nuñrz

Enterado de esas quejas, el jr-rez palideció. Entre tanto, en la secretaría

del juzgado, el representante de una casa comercial de Huancayo reciama-

ba el embargo de los bienes de Egmidio Loro, el incumplido firmante de

unas letras de cambio, que amparaban la compra de una máquina de coser

Singer. El moroso aducía que el acreedor no había protestado la letra den-

tro del plazo legal y consideraba extinguida la deuda. Pero, según el co-

merciante huancaíno, la tercera letrahabía vencido el treinta de diciembre

y fue protestada el tres de enero, es decir, dentro del plazo. El moroso re-

plicó: "¡Pero cómo va usted a protestar una letra vencida de diciembre si

estamos en abril". Imperturbable, el secretario del juzgado consultó su Ii-

breta y comprobó: "Hoy es quince de abril" y dictaminó: "no ha lugar". La

deuda había periclitado. El juez Montenegro ratificó el dictamen y convocó

a Egmidio Loro. Unos meses más tarde era designado por el juez como

nuevo administrador de correos. Solo cabía un modo de agradecerle el fa-

vor: detener el seruicio posta187.

La tumba del relámpago 0979), último panel de la saga de La guerra

silenciosa, recoge el actuar de otro juez venal el doctor Orejuelas, quien

responde indignado cuando las sumas de dinero que se le ofrecen no col-

man sus expectativas. Scorza presenta el diálogo que sostienen el justicie-

ro abog¡aclo Genaro Ledesma y e) cornunero Remigio VilJena, quien sufría

con la czrcele¡íz.las'ra.s del ltacendado 7omá.s Chamorro. Era lase-rfa pfl-

sión de Villena, y esta vez, para mayor afrenta, se le acusaba de abigeato,

un delito que, como le recordaba Ledesma, no admitía fianza. Pero Villenareplica:

En justicia todo tiene tarifa, doctor. El juez Orejuelas ordenará mi liber-tad si se le satisface. Mi madle y mi mujer le han suplicado que se ablan-de. El juez Orejuelas les informó: "Aquí hay que pagar algo". Mi madre.que sufre de verme siempre en cárceles, vendió un tel'renito y obtuvotres mil soles. Con ese dinerito fue a arrodillarse. "Señor Juez: aquí tetraigo tres mil soles. ¡Ordena la libertad de mi hifo!". El doctor Orejuelasse ofendió. "Agradece que eres vieja. Si no tuera así te abofetearía. Siquieres ver libre a tu hijo tienes que pagar quince mil"88.

El juez Orejuelas aceptó rebajarse a diez mil soles, y el domingo si-guiente ordenó la Iibertad de Remígío VíIIena. Las demoras en fa tramíta-

ción, la antojadiza tipificación de los delitos, la obsecuencia de los magis-

trados a los intereses económicos o políticos, son graves deficiencias cl..

87 Ibíderrr , pp. 98-101.Btl SconzR. Manr-rel . La tumba del relampago. 3.?

Cnpírulo 4. Jurcrs: Lns oos cARAS or JaNo

nuestra administración, que encuentran cabida en estas y en muchas otraspáginas de la memorable "epopeya de la iniquidad" que son las novelasde denuncia de este escritor limeño prematllramente desaparecido.

Los personajes de Scorza fluctúan entre los primeros litigantes que con-servan cierta fe en la justicia y los curtidos viejos que se hallan convenci-dos de su ineficacia. Agapito Robles, sin embargo, adopta una actitud ins-trumental acerca de su empleo. En uno de los pasajes de El jinete insom-ne el heroico campesino recuerda que la lucha judicial por sus tierras seremontaba al año 1705. Anota luego: ((-f{s visitado a un abogado de Ce-rro de Pasco. Si iniciamos un juicio de recuperación de nuestras tierras y

acompañamos a nuestro reclamo el plano catastral, la justicia no podrá me-nos que reconocer nuestro derecho". Su intedocutor 1o emplaza con ironía:"-Según sé, ustecl tiene sesenta y tres años. A su edad ¿piensa que el ofi-cio de los jueces es impartir justicia?. No, le replica el anciano Robles.-¿Entoncesz". "-La gente que no se saca aún Ia telaraña de los ojos, Io6¡ss -565tiene triunfante el líder campesino-. Esta gente es un obstácu-lo para la lucha que emprenderemos. No puedo torcer a Ia fuerza el crite-rio de esos hombres. Es necesario que comprendan. Para eso necesitanmirar desnudo el abuso"tr9. El proceso fudicial es un pretexto. No obstan-te que las pmebas clan la razón z los comuneros, el juicio habrá de per-

derse, pero ese desenlace afirmará la conciencia campesina.

La iusticia es otro referente de la novela Garabombo, el inuisible, segun-do panel o "balada" en la pentaiogía de Scorza. El autor añade aquí un ele-mento picaresco a su característica conjugación de los niveles épico, histó-rico y estético. En esta segunda entrega de La gl¿eYya silenciosa, el prota-gonista es Fermín Espinoza, un indígena anónimo, que a través de incon-tables peripecias se transformará en Garabombo, el pícaro cuya felinahabilidad le ha ganado el mote preciso de inuisible, "como invisibles erantodos los reclamos, los abusos y las quejas". Llaman la atención las inge-niosas expresiones y juegos verbales que se enfrelazan a cada paso en lanovela. Así, el siguiente diálogo:

-¿Qué haremos?

-¿De qué viviremos este año?

-¿Cómo mantendremos a los hijos menores?

-¿Es posible morir sin justicia?

-¿Y si fuéramos a reclamar a Ia Subprefectura?

89 Sconze, Manuel . Et.iinete insr¡mne. C',Lrac¿ls: Monte Avila EcliLres, 7977, pp. 61-62.

2C7

208 Cnn los Rnv os N ú ñ rz

-¿Si ftreras tú, Garabombo? Tú l-rablas bonito-dijo Bernardo Bustillos.

-¡Soy transparente! No me ven, Bernardo, pero aunque tne vie¡an na-

da sacaríamos con quejarnos. El Subprefecto es de ellos. Es por de más

quejarse.

-¿Y si fuéramos a quejarnos a Lima?

-Sí. Sí, vayan.

-He vivido setenta años -diio Iván Lovatón-. No conozco a nadie

que se apellide Justiciaeo.

Otro cle los personaies centrales de ia seguncla balada es El Niño Retni-

gio, quien, entre sus delirios, solía enviar cartas a ias todopoderosas auto-

riclacles cle la comarca. Es de antología el anhelo colectivo que cobi¡a El

Niño ltemigio, en una de sus tnisivas, y que lo impulsa a plantear este des-

carnaclo clamor:

¿Por qué no está preso el Presiclente de la Corte Suprema? Hay juicios

en el Perú que cluran cuatl'ocientos años. Hay comunidades que recla-

man sus tierras hace un siglo. ¿Quién les hace caso? ¿Por qué no está

preso el juez Montenegro? ¿Por qué no está cletenida la justicia? Y sobre

todo, ¿por qué no está preso usted? Si se la da de macho, métase pleso.

Ustecl sabe que es culpable. Y en cambio, yo sé que soy culpable9l.

7. El juez: Un peón más de la hacienda

El sempiterno sometimiento de la administración cle justicia al poder social

y económico, circunstancia común de la tragedia nacional, es cielineado

con crudeza en Llno de los relatos clel estupendo volumen de Gregorio

Marfínez, Canto d.e sirena92. El notable narrador nazqueño enfoca su rela-

to clesde la perspectiva cle un anónimo guarclaespaldas del terrateniente

José Enrique Borcla, dueño de la haciencla Majoro. La vida del arrogante

Borda "era un paseo, un eterno regocijo". Para él todo eran posesiones: no

sólo las tierras, los ir-nplementos de aradura y los algodonales de su fundo,

sino también sus hijos (que estucliaban en "Ingalaterfa") [sic], el curso vital

cle las piantas y el transcurso del tiempo, la vida y el destino de los bra-

ceros, e, incluso, las autoridades del distrito. Todo caía baio el poder de su

dominio ilimitado. José Enrique Borda, como tnuchos hacenclaclos cle la

costa perllana, pasaba la mayor parte del año en Lima y se acercaba a su

90 ScoRz,\. N1anuel. Garabombo el int'isibte. Car¿rc¿rs: Monte Ál ila Eclitores, 1971 , pp. 37-38.

91 Ibídem, pp.57-58.92 MARÍNEZ, Gregorio. Canto de sirena. Lirl-Ia: Nlosca AzuL 1'977

C¡pírulo 4. Jurcrs: Lns oos cARAS oE J¡r'lo

hacienda solo en algunos momentos de la campaña agrícola: con botas,pantalón de montar y camisa amarilla si el algodón estaba en flor; entera-mente ataviado de blanco si era época de cosecha; de verde en abril; dekaki en setiembre; pero siempre soberbio y refregándose la barba, "con laaltanería que le brotaba de todo el cuerpo".

Una propiedad más de Borda, como lo eran Ia chusma de peones silen-ciosos e irredentos, era precisamente el doctor Torres Cabello, típico juez ve-nal, cuya función prácticamente única en el microcosmos social de la ha-cienda, era la de satisfacer la voluntad del déspota. Para toda diligencia oconsulta, era el juez quien debía encaminarse dócilmente a la hacienda. Encambio, tratándose de los peones, cualquier reclamo contra los abusos deadministradores y caporales era ventilado previa prisión de los quejosos. Talcomo advertiría Arguedas durante su estadía en Chimbote, Gregorio Martí-nez, al retraÍar al despreciable Torres Cabello, reproduce con crudeza el len-guaje popular, soez hasta la obscenidad, de los pobladores de condición hu-milde de la costa. En Lima, y ya convertido en magistrado, el propio Torresse había encargado de la contratación de los guardaespaldas y matones quenecesitaba el hacendado. La abyección de este deplorable ejecutor de la jus-ticia nacional no cesaría con la muefe de Borda. Poco después, TorresCabello se puso bajo las órdenes de los "gringos" de la Marcona MinningCorporation. Y es que eI juez tenía una inmarcesible vocación de servicio,

8. "De la extorsión al patriotismo" en una novela de Arguedas

La pesimista novela de José María Arguedas, Todas las sangres, en la quelos actos de los personajes remiten siempre a un destino o a una conduc-ta sin esperanza, encierra el dramático diálogo que entablan don FermínAragón de Peralta y el juez de la localidad. No estamos aquí ante la cono-cida relación, mecánicamente sumisa, del magistrado ante la potestad deun poderoso, sino, más bien, frente un repentino emblandecimiento de laautoridad, que debe ceder ante la irrecusable verdad de los hechos. Ocurreque don Fermín -hombre cuyo poder en la región le permitía realizarcualquier trámite sin la asistencia de un abogado-, acude al despacho deliuez a efectos de convalidar una fraudulenta compra de tierras;

-Estos documentos, señor Aragón, no tienen valor ninguno -le dijo eljuez examinando los contratos de venta de tierras de "La Esm eralda" .

-Quiero recordarle, señor juez, que decenas de documentos como és-tos fueron considerados buenos para iniciar y ganar juicios, en su pro-pio iuzgado. Han sido extendidos ante el juez de paz.

209

210 Cnnlos R¡rr¡os Núñrz

-Señor Aragón: yo no puedo recordar casos concretos. Atiendo cente-nares de juicios. Le estoy haciendo una concesión especial al emitir unaapreciación jurídica que no debo hacerla yo sino un abogado, y más,previniéndole, pan que no inicie expedientes inútiles.-B'lsn, señor. La verdad es qlle sólo quería certificar si era verdad queusted también ya estaba comprometido, como todos los abogados de laciudad. Y esta usted comprometido.

¡Aclare sus palabrasl -exclamó el juez, dando una palmada sobre suescritorio. El escribano oía el diálogo con gran interés.Su exclamación es una prueba de que son claras para ambos, mi señor.Eso es todo. Me voy93.

En la anécdota que refiere Arguedas, el juez, que es un hombre probo,

intenta imponer su mando y se apresta a formular la orden de desacato

contra el gamonal. Pero este ensaya un formulismo administrativo, al que

acompaña con una leve extorsión:

Usted -le indica serenamente don Fermín- no puede detenerme ensu despacho. Si cree que he cometido un desacato, su deber es dictaruna orden por oficio al subprefecto y dar cuenta al fiscal. Pero ¿no seríamejor para usted que examine, primero, si no tramitó juicio sobre la ba-se de documentos menos "válidos" que los que hoy he traído? Acaba dellegar un abogado que no aceptó un obsequio de cierto señor. Él haofrecido defendermega.

Contemplando su despacho, mohoso, desordenado y tan pobre como

la vivienda de un comunero, el magistrado reflexiona y, de pronto, orde-

na al escribano que se retire. Solos, la amenaza y el rigor dan paso a una

amistosa olática:

- (.. .) He tenido muchos disgustos -se queja el juez-. Gano un suel-

do de peón y tengo mucha familia . Dígale al senador que no olvide ese

proyecto de aumentar en el presupuesto los sueldos de los magistrados.

¿Comprende?-Ya le dije que todo estaba claro. Y él juró que influirá para que se les

aumente el sueldo. Que la tentación no se agregu e a la miseria material

en que usted trabaja y respira (. . .) .

-Pero, ¿usted es patriota, don Fermín? De veras parece que lo es, no un

hombre de empresa sin misericordia como se dice y tengo experiencia

que lo son todos los que conozco, y usted mismo, hasta ayer no más.

-Cierto, Señor juez, Nos conocemos y nos equivocamos.

-Es que según las cosas que dispone el Altísimo tenemos que cambiar.

93 Ancurons, José María. Todas las sangres, Lim :

94 Ibídem.

Horizonte. 1985.

Cnpírulo 4. Jurces: Lns oos cARAS oe Jano

¡Buena suertc.El escribano no había tenido tiempo de obedecer aI iuez.Fue testigo de la despedida cordial de ios dos señores que salieron dela amenaza y la denuncia al patriotismo95.

Cuando el hacendado recrimina al juez por haber cambiado este de po-

sición, emprende, sin advertido, un cuestionamiento a Ia falta de predicti-

bilidad de los fallos en el Perú. A diferencia de lo que acontece en el

Common Lanu, la justicia penrana no se basa en la fuerza obligatoria delprecedente, sino, tal como en la tradición continental europea, en el impe-

rio de la ley. Pero la ley es susceptible de interpretación y en ese proceso

concurren filias, aversiones, prejuicios, ideologías, intereses, etcétera, de

modo que si el legislador dispone "A", el juzgador fallará "B". En estas con-

diciones, es poco probable que abogados y usuarios del sistema judicial

puedan vislumbrar con la debida anticipación, el futuro fallo del juez. En

la historia judicial del país, el nombramiento, la ratificación, la remoción y

hasta el estipendio de los jueces ha dependido o del Ejecutivo o del Legis-

lativo. Esto explica el cambio de temperamento del juez, quien conoce

bien que el aumento en las partidas presupuestales, y sus propios emolu-

mentos, serán determinados por el Congreso en Lima.

9. El caso Banchero: El álgebra del razonamiento judicial

A mediados de los años cincuenta, el Perú se vio súbitamente favorecidopor un nuevo recurso natural. un mar ubérrimo, repleto de nutrientesarrastrados desde hacía milenios por ríos de la costa, cobijaba inmensosbancales de anchoveta. El "milagro" de la pesca alcanzaría una cima altísi-ma a fines de la década de 1960, cuando el país exportaba casi 250 millo-nes de dólares anuales en harina de pescado. Naturalmente, emergió unanueva clase empresarial96.Labonanza pesquera tuvo también su cuota detragedia. El primer día del año 1972, el cuerpo sin vida de Luis BancheroRossi fue hallado en su residencia de Chaclacayo; el mayor de los magn^-tes de la anchoveta tríturada había sido asesinado de una puñalada en laespalda. El difunto acababa de cumplir cuarenta y dos años y era ya el

95 lbídem.

96 Véase AnÉv¡ro ALVAMDo ZAñARru, Alfonso. Historia yfundamentos de la pesquería en el Peni.Lima: Las Hormigas, 1995; Kr.r¡Exs¡nc, Fernando y Manuel NrEro. ¿d ind*striapesquera en elPerú. Lima: Universidad de Lima, Fondo de Desarrollo Editorial, 2001; AnneuorrcH, Jaysuño.La indusffia pesquera en el Peni: génesis, apogeo y crisis. Lima: Imprenta La Popular, 1973.

21 1

212 Cnnlos Ravos Núñez

hombre más rico del país. La brillante novela de Guillermo Thorndike, E/

caso Bancbero (7973), es la narración de las peripecias intelectuales deljuez ad-hoc José Santos Chichizola, quien debe atravesar la penumbra que

desde un primer momento entorpeció la labor de la justicia.

¿Fue Banchero víctima del resentimiento de una amante despechada?

¿Fue el resultado de una siniestra confabulación internacional? ¿O fue sen-

cillamente el acto insensato de un pobre individuo carcomido por la envi-

dia? En la novela de Thorndike, la muerte de Banchero aparece como un

hecho sangriento con muchas motivaciones o quizá ninguna. Se trasluce

aquí uno de los méritos esenciales de la obra: la capacidad de transmitir,

con una prosa impecable, la búsqueda de la verdad. Se observa en El caso

Bancbero un diestro manejo del modo de razonar de un juez en Ia pieni-

tud de sus capacidades. En efecto, es la tarea del juez indagador, antes que

la narración policial de un sonado crimen, el tema central de la novela.

Guillermo Thorndike, en la tradición de los mejores exponentes de la

nanativa criminal, focaliza el discurso en la figura del juez inteligente y

moralmente íntegro, en el que la sociedad depositaba sus expectativas de

verdad. Al momento José Santos contaba entonces con solo treinta y tres

años de edad y despuntaba como uno de los más promisorios penalistas

del momento. Poseía una valiosa experiencia como juez instructor suplen-

te y era hijo de un probo vocal cesante de la Corte Suprema, don Federico

Santos Rivera. En sus años de estudiante en San Marcos, Pepe Santos había

sido ganado por el fervor socialista, la pasión por el básquetbol y el pla-

cer de las letras y la buena música. Nada menos que Javier Heraud sería

uno de sus condiscípulos y compañero de ideales.

La luventud, nos dice Thorndike, lo hace creer "en la verdad y en la

majestad de las leyes". Pepe Santos es alto, juega ajedrez, escucha a

Beethoven con la misma veneración que una canción de protesta de JoanBaez, y es el afectuoso padre de una desordenada prole de tres niños y

una niña, "larguiruchos y basquetbolistas". Su preocupación, como la de

su anciano padre, eran el Perú, la justicia, los jueces, lo que falta, lo que

saben y 1o que no pueden remediar: "los tribunales -refiere el narrador

omnisciente- son lentos, las cárceles están llenas de inculpados que

aguardan proceso hasta cinco y seis años, abundan rábulas, tinterillos y

abusos policíacos"g7. Los diálogos entre el juez Santos padre y el iuezSantos hijo constituían otro ajedrez de ideas, un ejercicio dialéctico, cuya

97 THonNurn, Guillermo. El caso Bancbero. T3arcelona: Barral Editores, 7973, p. 32L

Capírulo 4. Jurcrs: Lns oos cARAs or Jaruo

culminación era la conquista de una verdad esquiva (como son las verda-

des judiciales). En un melancólico pasaje, Thorndike nos retrata a los dos

magistrados, el anciano vocal supremo y el joven juez suplente:

El juez Santos contempló brevemente al iuez Santos como midiendo su

inteligencia, aquella manera de conocer sonriendo, ei tamaño de su as-

tucia. Primero estarán con é1, le ofrecerán dinero, clientes opulentos,

aquello que los hombres llaman un buen porvenir' Después lo traicio-

narán, querrán engañarlo, mostrarle las cosas cada uno a su manera. Al

fin quedará solo: el iuez y su verdad98.

El joven José Santos, inspirado sin duda por la rectitud heredada del pa-

dre, "rechazabala mentira aunque uno pudiera servirse de ella para ganar

un pleito". Del anciano vocal de la Corte Superior de Lima había recibido

las antiguas lecciones en las que resaltaba el lema: "el hombre no realiza

acción alguna sin un motivo":

Este es un principio inconcluso -recordaba don Federico Santos-, el

cual se manifiesta en todos los actos de Ia vida, sin exceptuar los que

caen bajo el imperio de la justicia. Nadie viola las leyes naturales y civi-

les, nadie delinque sin una causa que lo determine; la existencia de un

crimen gratuito es completamente absurda, digan lo que quieran anti-

guas y modernas sentencias. Así, cuando en una instrucción penal cual-quiera no fuese dable señalar el impulso criminoso, ya mediante prue-

ba, ya por presunciones, el delito no puede considerarse como averi-guado99.

Pepe Santos prestó su brazo a su padre mientras descendían por la des-

vencijada escalera de la casa familiar. En la puerta se miraron y sonrieron.

Ese mismo año de 7972 eI venerable magistrado fallecía. Años después, Jo-sé Santos Chichizola sería un profesor algo coprolálico, pero de muchos

discípulos. Sus clases de Derecho Penal General desplegaban una doctri-

na no muy abundante, aunque repleta de experiencias.

La figura del juez instructor --que hoy se encuentra en franco retroce-

so- nos remonta al juge instntcteur francés10o. Es, precisamente el juez ín-

quisitivo, indagador, aquel que puede (y debe) descubrir la verdad, esto es'

tipificar el delito e individualizar al delincuente, después de un riguroso pro-

.r! Ibíclem, p. 343.99 lbídem, p. 345.i00 Véase Iiamos Núñez, Carlos. Historia del Derecho civil peruano. Tomo 5, volumen l Lima:

Pontificia Universidad Católica del Perú, Fonclo Editorial, 2005. Se reconstruyen allí las nove-

las decimónicas de Emile Gaboriau, en las cuales la figura protagónica es precisamente el

luez rnstructor.

213

214 Canlos Rnvos Núñrz

ceso racional, arribar a cualquiera de los siguientes efectos: a) la confesiónsincera del acusado, siempre que concurran otras pruebas; y b) acumulartantas pruebas como sean necesarias, que convenzan de la responsabilidaddel procesado, esto es, declarado convicto (es decir, etimológicamente, con-vencido). Esta clase de magistrado viene cayendo en desuso, por 1o menosen el campo del derecho procesal penal, en el que la labor de acopiar laspruebas recae en el fiscal, representante del Ministerio Público. Donde eljuez inquisidor aún mantiene amplios poderes (rechazar las pruebas, impe-dir la alzada de un recurso de apelación, ofrecer y actuar pruebas de oficio,imponer multas a los abogados, etcétera) es en el proceso civil. Tenemos,en ese sentido, en el Perú, un sistema dúplice y algo esquizofrénico. Se es-pera que el juez penal sea un simple árbitro, casi un espectacloq que única-mente, como en los deportes, no define el resultado dei proceso, sino úni-camente hace cumplir las reglas del fair play. Muy por el contrario, en elproceso civil actual, el iuez debe erigirse en un temible inquisidor. Este debede ser el resultado de procesos de recepción cultural inconexos entre sí, quehacen posible que se desarrollen dos disciplinas hermanas, con principiosabsolutamente oDuestos en un mismo escenario histórico.

10. De cal y de arena: Los jueces de Vargas Llosa

Pareciera, y esto solo a título de hipótesis, que bajo el esquema de una jus-ticia rápida, esencial y material, de la que participa el escritor peruano, loslitigios debieran solucionarse, de modo rápido y sencillo. Las leyes intrin-cadas constituirían una rémora no solo por su inadecuada formulación, si-no también por sus numerosas contradicciones. Así, el párroco SeverinoHuanca Leyva, levantisco y hercúleo personaje de La tía Julia y el escribi-dor, en el barrio de Mendocita, dispuso que doña Angélica, abortera dellugar, practicara su oficio en la persona de la lavandera, Negra Teresita,embarazada de un noveno hijo101. En otra ocasión, cuando sorprendió auna parcja practicando el amor en el bosque de Matamula, sentenció suazotamiento y su posterior matrimonio forzoso, bajo el axioma "la pureza,como el abedecedario, con sanélre enúa"702. La propia prédica del sacer-dote contrariaba las tesis de la Iglesia, cuando anunció como probable tesisde su doctorado canónico en Roma el siguiente título: "Del vicio solitario

101 Vences LlosR, Mario.

I02 Ibídem, p. 307.

La tíaJulia y el escribidor. Lima: Alfagu^ra,2004, p.303.

CnpÍrulo 4. Jurces: L¡s oos cARAS or Jnno

como ciucladela de la castidad eclesiástica"103. l¿ audaz propuesta, sin du-

da, quedaría solo como tal, pues, el osado clérigo no saldría más del barrio

de Mendocita.

Pero donde quizás mejor se grafique esa idea de justicia rápida, si no

inmediata y hasta autoaplicativa, sea en el capítulo VI de La tía Julia y el

escribidor, en que se describe la faena del juez instructor de Lima, Pedro

Baneday Zaldívar, durante una mañana de despacho. El secretario Zelaya

anuncia que el expediente encierra una denuncia de "estupro de menor

con agravante de violencia mental" (sic) o violación en contra del vecino

de La Victoria, Gumercindo Tello, y en agravio de una niña de trece años,

Sarita Huanca Salavarria, alumna de la Gran Unidad Escolar Mercedes

Cabello de Carbonera.

El denunciado Tello, un afiebrado Testigo de Jehová, era señalado por

el parte policial como presunto responsable. De las grotescas profecías:''Me gustaría exprimir los limones de tu huerta" o "un día de estos te or-

cleñaré", Gumercindo Tello había pasado a las obras; primero mediante

tocamientos a la púber cuando regresaba del colegio o cuando salía para

cumplir mandados, y después -aprovechando la ausencia de sus padres

r con el pretexto de tomar pre.stado un poco de kerosene- por penetra-

ción forzada antecedida de amenazas con cuchillo y golpes de puño, tal

corno certificaba el informe del médico legista. No obstante que el doctor

Barreda y Zaldívar se rozaba diariamente con el delito, sus sentimientos no.e habían encallecido. Tuvo lástima por la pequeña. Sin embargo, se tra-

raba (el texto es literal) "de un delito sin misterio, prototípico, milimétrica-

:rente encuadrado en el Código Penal, en las figuras de violaciones de

rlemeditación, violencia de hecho y de dicho, y crueldad ¡¡g¡¡¿1"104.

Ingresaron primero al respetable despacho los padres de la víctima,

-rnos viejecitos, cuya visible ancianidad hizo dudar al ducho juez sobre la

reternidad de una niña de trece años. Como narra Yargas Llosa, a través

:Le la radionovela producida por Pedro Camacho (en una visión que es fre-

-Llente entre los humildes, sobre todo en los Andes), estos solo querían

qr.re el denunciado despose a su hija Sarita:

Sin dientes, con los ojos medio recubiertos por legañas, el padre, don

Isaías Huanca, refrendó rápidamente el parte policial en lo que lo con-

cernía y quiso saber después, con mucha Llrgencia, si Sarita contraería

Il-ríclern, p 309.

Ibídenr, capítulo VI, pp. 133-755,

215

. l

-+

216 Cnnlos Rnn¡os N úñe z

matrimonio con el señor Tello. Apenas hecha su pregunta, la señora Sa-laverría de Huanca, una mujer menuda y arrugada, avanzó hacia el ma-gistrado y le besó la mano, a la vez que, con voz implorante, le peciíaque fuera bueno y obligara al señor Tello a llevar a Sarita al altar. Costótrabajo al doctor don Barreda y Zaldívar explicar a los ancianos que, en-tre las altas funciones que a él le habían sido confiadas, no figuraba lade casamentero. La pareja, por 1o visto, parccía más interesada en des-posar a la niña que en castigar el abuso, hecho que apenas menciona-ban y solo cuando eran urgidos a ello, y perdían mucho tiempo en enu-merar las virtudes de Sarita, como si la tuvieran en venta.Sonriendo para sus adentros, el magistrado pensó que estos humildeslabradores -no había duda que procedían del Ande y que habían vivi-do en contacto con la gleba- lo hacían sentirse un padre acrimoniosoque se niega a

^ttorizar la boda de su hijo. Intentó hacerlos recapaci-

tar: ¿cómo podían desear para marido de su hija a un hombre capaz decometer estupro contra Llna niña inerme? Pero ellos se a¡rebataban lapalabra, insistían, Sarita sería una esposa modelo, a sus cortos años sa-bía cocinar, coser y de todo, ellos eran ya viejos y no querían dejarlihuerfanita, el señor Tello parecía serio y trabajador, aparte de habersepropasado con Sarita la otra noche nunca se lo había visto borracho, er':rmuy respetuoso, salía mlly temprano al trabajo con su maletín de hefra-mientas y su paquete de esos periodiquitos que vendía de casa en ca,s:r.

¿Un muchacho que luchaba así por la vida no era acaso un buen parti-do para Sarita? Y ambos ancianos elevaban las manos hacía el magis-trado: 'Compadézcase y ayúdenos, señor juez'.Por la mente del doctor don Barreda y Zaldívar flotó una nubecilla ne-gra preñada de lluvia, una hipótesisr ¿y si todo fuera un ardid tramadopor esta parela para desposar a su vástaga? Pero el parte médico era ter-minante: la niña había sido violada1o5.

El magistrado con sumo tacto procedió a tomar la declaración preven-

tiva a la menor ofendida, pero, grande sería la sorpresa para el funciona-

rio y su secretario cuando la niña con gestos y palabras obscenos narraba

en forma explícita y descarnada su desfloración. Que la tocó aquí y aII:a.

que le hizo esto y aquello, provocando en el juez y en el secretario Zelat'':.

mutismo e inquietud. En un momento, ante la reconstrucción explícita dc

la historia, pensó el juez que la majestad del recinto judicial se convertirír,

en un club nocturno.

Faltaba ahora interrogar al denunciado, Gumercindo Tello. El atestadc

policial daba una serie de detalles sobre el sujeto. Su detención se habí:,

producido mientras celebraba, a zambullidas en las infestadas aguas del Rí-

105 lbíc lem. pp. 143-744.

Cnpírulo 4. Juecrs: Lns Dos cARAS DE JnNc

mac, el bautismo de un grupo de conversos. Una vez que fue conciucido

ante el iuez negó rotundamente los cargos. El diestro magistrado le espetó

al procesado que era un profeta impostor, un falso Testigo de Jehová, con-

minándolo a decir la verdad. Tello respondía contrito que cuanto ciecía era

cierto y estaba seÍaufo de que la causa penal que se seguía en su contfa

no efa otra cosa que una prueba que Dios colocaba en su catnino. Des-

pués de ver y escuchar el relato de la agraviada, el iuez instructor estaba

lejos de aceptar la versión que presentaba el encausado Tello en stt ins-

tructiva, entre la templanza de su cargo y el ofuscamiento por no podefle

extraer una confesión sincera al presunto estuprador.

-La ha ame nazado, golpeado y violado- se

gistrado-. ¡Con su sllcia lujuria, señor Tello!

-¿Con-mi-su-cia-lu-ju-r ia? -repit ió, hombre

martillazo, el Testigo.

-Con stt sucia luiuria, sí señor -refrendó el magistrado, y, luego de

una pausa 6¡q¿¡iv¿-. ¡Con su pene pecador!

-¿Con-mi-pe-ne-pe-ca-dor? Tartamudeó, voz desfalleciente y expresión

de pasmo, el acusado- ¿Mi-pe-ne-pe-ca-dor-ha-di-cho-us-ted?106.

Tomó entonces el fanático protestante un cortapapel que a Ia sazón se

hallaba sobre el escritorio del iuez y, con expresión nazafena y la mirada

turbada, parecía decidido a coftarse aquello que, según anunciaba, nunca le

había servido para pecar sino solo para hacer pipí. La historia se suspende

en este punto y no se reanuda más adelante. "¿Lo haría? -se pregunta el

escribidor- ¿Se privaría así, de un tajo, de su integridad? ¿Sacrificaría su

cuerpo, su juventud, su honor, en pos de una demostración ético-abstracta?

¿Convertiría Gumercindo Tello el más respetable despacho judicial de Lima

en ara de sacrificios? ¿Cómo terminaría ese drama forense2"107.

El retrato del magistrado Barreda y Zaldívar es proverbial, "alma de

poeta", "atildado y puntual", tanto que el profesor puertorriqueño Carme-

lo Delgado Cintron ha incluido al personaje en una lista de jueces y abo-

gados paradigmáticoslO8. Pedro Camacho, obsesionado en contra de los

ciudadanos algentinos como a favor de los cincuentones, culmina la ima-

gen elogiosamente:

Ibídem, p. 154.

Ibídem, p. I55.

Delceno CtxrnÓx, Cartl lelo, "Derecho \ ' l i terzlt l lr¿I.

Jurídica de la [-lttit 'ersirlnrl rle Pttert() Rico r0, 2001'

destempló la voz del ma-

qLre acaba de recibir Lln

LIna visión literaria del l)erecho" . Ret'ista

pp. 7127 -127 5 .

106707108

ilrlllllllrIñF,'

218 Cnnros Ravos N úñrz

Era un hombre que había llegado a \a fTor de la edad, ia cincuentena, y

en su person¿ -f¡s¡¡s ancha, nariz aguileña miracla penetrante, rectitudy bondad en el espíritu-, la pulcritud ética se transparentaba en unaapostura que le merecía al instante el respeto de las gentes. Vestía conla modestia que corresponde a un magistrado de magro salario que esconstitutivamente inepto para el cohecho, pero con una corrección talque prociucía una impresión de elegancia.

Vargas Llosa emprende también la descripción del recinto judicial al ini-

cio del día, en el que el eje central es la noción de colmena, en términos

muy parecidos pero con una carga negafiva mucho menor que las descrip-

ciones de Ribeyro en Los geniecillos d.ominicalesy de Oswaldo Reynoso en

Och¿bre no bay milagros, que sugieren un aire de emboscada y de temor.

Según el relato del escribidor boliviano Pedro Camacho: "El Palacio de Jus-ticia comenzaba a desperezarse cle su descanso nocherniego y su mole se

iba inundando de una afanosa muchedumbre de abogados, tinterillos, con-

serjes, demandantes, notarios, albaceas, bachilleres y curiosos. En el cora-

zón de esa colmena, el doctor don Barreda y Zaldívar abrió su maletín, sa-

có dos expedientes"lo9.

La idea de justicia material, rápida y eficiente retorna en uno de los pa-

sajes de Pantaleón y las uisitadoras. En efecto, antes de que el diligente

oficial del Ejército Peruano, Pantaleón Pantoja, organice su célebre colum-

na cle prostitutas que acuden I para calmar los ímpetus de la tropa, hasta

los confines más alejados de la selva peruana, las violaciones de mujeres

se realizan con escandalosa frecuencia, Como exclamaba, encrespado, el

Tigre Collazos, un general de la cúpula limeña: "-Hay violaciones a gra-

nel y los tribunales no se dan abasto para juzgar a tanto pendejón. Toda

la Amazonía está alborotada. Nos bombardean a diario con partes y de-

nuncias -se pellizca la barbilla el general Victoria-. Y hasta vienen comi-

siones de protesta de los pueblitos más perdidott'1lO. La lista de "percan-

ces", como eufemísticamente se llamaba al estupro, se tornaba incontable.

Oficiales y capellanes idearon, o mejor dicho, perfeccionaron (mientras

que se implementaba el servicio de visitadoras) una suerte de mecanismo

alternativo de justicia: la conciliación por medio del matrimonio. Así, el co-

ronel Augusto Valdés, que se pasea en medio de un grupo de reclutas acu-

sados de violación, pregunta enérgico: "-Ahora indíqueme con cuál de

estas personitas quiere casarse, señorita Dolores. Y el capellán los casa en

109 VnncRs I-t-os¡, Maric>.

110 Vencrs Llosn. IVIario.

La tía Julia ), el escnbiclor. Op. cit., pp. 133-131.

Pantalecin .y, las úsitadoras. I.irr-ra: Allaguara, [I973], 2004, p, 18.

Cnpírur-o 4. Jurcrs: Las oos cARAS l= J¡r :

este instante. Elija, ebia, ¿cuá| prefiere como papá de su futuro hi¡ito?"ttr.

Por supuesto, este tipo de alianzas compulsivas no acababan con el pro-

blema: constituían únicamente un paliativo. Como explica el Tigre Colla-zos con franqueza marcial: "-Fíjese en esta lista. Cuarenta y tres embara-zadas en menos de un año. Los capellanes del cura Beltrán casaron a unasveinte, pero, claro, el mal exige medidas más radicales que los matrimo-nios a la fuerza"1r2.

Podrá advertirse el punto de encuentro (la exigencia de un matrimonio

forzoso de la parte agraviada y de su parentela con el ofensor) entre esaparte de Pantaleón y las uisitadoras y los ruegos de los padres de SaritaHuanca ante el juez Pedro Barreda y Zaldívar para que ligue en nupcias asu hija con el acongojado Testigo de Jehová, Gumercindo Tello. SantiagoRoncagliolo volverá a acercarse al tema en Abril rojo. Esta práctica consue-tudinaria es hasta hoy de una atronadora realidad en los Andes y la Ama-zonía y aún (como se observó en La tía Julia y el escribidor) en las zonaspopulosas de Lima. Tanto el Código Penal de 1863 como el Código Penal

de 7924, vigente hasta el año 199I, cuando se expidió un nuevo cuerponormativo, permitían el corte del proceso si el agresor contraía nupcias

con la víctima, siempre que esta última consintiera, claro está113. Durantela época en que la novela fue escrita y publicada, a comienzos de la déca-da de 7970,Ia conciliación (hoy llamado principio de oportunidad) vía ce-lebración de matrimonio, entre el ofensor y \a agraviada, siempre que tu-viera 74 años cumplidos, era plenamente válida en la práctica judicial. Enla conciencia popular hoy todavía lo es.

Pero no todos los jueces de Mario Vargas Llosa guardaban el tino y lacorrección de Pedro Barreda y Zaldívar. El escritor arequipeño debió lidiar

Ibídem, pp. 79-20.

Ibíclem, p. 2L

El Cócligo Penal de 1863, en el ¿lrtículo 277, estipulaba: "en los c:rso.s de estupro, violaci(rn r>rapt() de una mLljer soltera, quedaril exento cle pena el delincllente, si se casare con l2l ofen-dida, prestanclo ella sr,r libre consentimiento, clespués de restituicia a poder de su padrc oguardador, o a otro lugar seguro". A su vez, el Cócligo Penal de 1924 prescribía en el artícu-lo 204: "En los c¿lsos de violación, e.stupro, rzlpto o abuso cleshonesto cle una mLljer, el delin-cuente será aclemits conclenado a dotar a l¿t ofenclicla, si fuere s()ltera o viucla, en proporcióna sus facultacles, y a nlantener ¿l la prole que resultase. En los mismo,s casos, el delincuenteqLleclaril exento cle penzt, .si .se cíIS¿lre con la ofenclicla, pre.stando ella .su libre c()nsentimien-to, de.spués cle restituicla ¿rl pocler cle sll p¿l(lre () gllarclaclor o a otro h-rgar segllro". F.l nrocler-no Cócligo Penal cle 1991 estalt lecía en la r, 'er.sión original clel artículo 178 icléntica pctsibi l i-dad. Una refornta entprenclicla por las congresist¿rs l3ezttriz lVferino y Lourclcs Flores Nancthabría cle conch-rcir a la cler()gatori2r cle la figr-rra. Véa.se el artícr-rlo 2 cle la L.ev 26770, dcl 15cle abri l de 7997, y el artículo 1 cle lrr Lcr' 21115. clel 17 de tnzl), '-o cle 1999.

219

1117r2r13

220 Cnnlos Ravos Núñez

con un juez de carne y hueso, con un juez de las entrañas del Perú, Her-

menegildo Huayhua, el tremendo juez de Huamanga, inmortalizado (aun

cuanclo negativamente) en un artículo periodístico en El País de Madrid,

incorporaclo luego, en la colección de ensayos Contra uiento y mareatl+.

Huayhua acusó en forma destemplada al gobierno de Belaunde y a la co-

misión creada para investigar los sucesos de Ucchuracay, donde perdieron

la vida ocho periodistas al parecer a manos de comuneros iquichanos (par-

tidarios de la monarquía española en plena república) que los confundie-

ron con terroristas, de esconder la verdad y hasta de haber tramado el ase-

sinato de los hombres de prensa.

Mario Vargas Llosa fue citado a declarar, lo que hizo a puerta cerrada

en dos sesiones (ocho y cinco horas, respectivamente), durante dos días

en los que permaneció prácticamente bajo arresto en la habitación de su

hotel (un policía lo acompañaba a todos lados dentro del cuarto)115.

El juez Hermenegildo Ventura Huayhua estaba viviendo su gran momen-

to. Frente al escritor rico y famoso, mundano y "derechista", se alza su figu-

ra, surgida del anonimato, del frío secular de una humanidad que se ha can-

saclo de la injusticia. Su gran momento alcanza su clímax orgiástico cuando

ve su nombre y su fotografía en todos los periódicos del Perú; cuando es

reclamado por periodistas internacionales y entrevistado mientras los Jlasbesde los fotógrafos intentan captar su imagen heroica y su gesto adusto, siem-pre en disposición de defencler la justicia contra quienes, abusando del pri-

vilegio de ser famosos y reconocidos, se sienten con el derecho a pasar por

encima de esa misma justicia y de imponer sus criterios falsos a comisionesque deben basarse solo en la veracidad de los hechos.

El gran momento del juez Hermenegildo Ventura Huayhua viene acom-pañado por los acólitos de esa misma demagogia, tan secular como la in-justicia a la que dicen rechazar desde lo más profundo de sus ideologías.

Ya está servida la nueua comedia bunlnna, en medio de la incultura y la

barbarie: el juez Huayhua es David frente a Goliath, el pueblo sufrido fren-

te al gobierno abusivo; el ser anónimo -y, por lo tanto, humano- fren-

te al "semidiós" consagrado por el mundo como uno de sus hijos privile-giados. Y hace su más infeliz declaración afirmando a Ia Vanguardia deBarcelona que "si bien no dudo que (MVLL) no cobrara por formar parte

114 VARcAs Llos¡, Mario. "Las bravatas del juez". Colüra uiento y marea. Tomo 3. Lima: Peisa,

1990, PP. 195'200.

115 SETn, llicardo A. Sobre la uida y la política: Diákryo con Vargas Llosa E Er*ayos y conferen-

cias. 3.^ edición. México: Cosmos Editorial S.A.. 1990.

,iililllillllliilililil||tlilillililill

Cnpírulo 4. Jurcrs: Lns oos cARAS or JnNo

de la Comisión (Investigadora), sí recibió 50.000 dólares por un arrpLo ie-

portaje publicado en el dominical de Tbe New York Times...",

Este particularísimo juez en la cumbre de su propia y repentina fama,

se convierte en uno de los personajes más grotescos del tablado de la trá-

gica farsa de Uchuraccay, si no fuera porque el trágico balance del caso

no permite hacer bromas ni chascarrillos en torno a los episodios que,

como este, tuvieron luÉaar tfas la intervención del novelista como miembro

de la comisión investigadora de la mafanza. Pero haciendo un esfuerzo por

sacar -siquiera un instante itnaginario- aI iuez Huayhua de la lacerante

realidad de la que fue cómplice, cuando leemos todos los materiales escri-

tos sobre el caso, una asociación de ideas se nos abre paso en nuestro pfo-

pio conocimiento de lavida y la literatura, de la actividad política y de la

actitud moral del escritor pemano. El juez Hermenegildo Ventura Huayhua

¿no padeció una locura momentánea, en su insano juicio, exactamente

igual que la padeció Pedro Camacho, el escribidor inventado por Vargas

Llosa para una de sus novelas? ¿No es el juez Huayhua un resultado de esta

terrible realidad peruana donde la verdad real y la ficción dramática o gfo-

tesca, según los casos, terminan por darse fatalmente la mano?

Porque lo que mantenía el juez Hermenegildo Ventura Huayhua era lo

que exactamente venía manteniendo una parte de la opinión pública pe-

nt flai que los ocho periodistas fueron asesinados porque habían visto co-

sas peligrosas para el Gobierno. Que Vargas Llosa, redactor del informe

final de la Comisión, había mentido. Y además, que se había lucrado con

la muerte de los periodistas al publicar un amplio reportaje sobre el caso

en las páginas de un prestigioso periódico (el juez Huayhua se refería a

"Historia de una matanza"). Se trataba, en fin, de dar muerte a un falso

prestigio -político, moral y literario- que había encarnado maiignamen-

te en el escritor MarioYargas Llosa. Podría, en la soledad de su pensamien-

to, ser aquello su servicio y aporte a la justicia. Pero la historia dice que

unos meses después el Poder Judicial del Peru lo encausó y posterior-

mente no solo descalificó su actitud y sus declaraciones sino que anuló to-

do el procedimiento que había iniciado contfa Vargas Llosa, fundamental-

mente, y los otros miembros de la Comisión Investigadora: los doctores

Mario Castro Arenas y Abraham Guzmán Figueroa. Pero la anécdota, la his-

toria, el episodio, balanceándose entre la realidad y la ficción, entre los de-

monios imaginarios de la irracionalidad'literaria y los fantasmas reales de

la incultura y la miseria, ocupó su lugar durante una temporada ---el gtan

momento del juez Hermenegildo Ventura Huayhua- en la historia públi-

ca de la infamia. Tras un año de condena, sin juzgar a nadie y sin ser pro-

tagonista de ningún caso -grotesco o dramático-, el juez Huayhua vol-a

e

222 Cnnlos Rnrr¡os Núñrz

vió aI anonimato. Cumplió, siempre según su criterio, con su deber. Conel deber de identificarse con todo cuanto la conciencia moral de Vargas

Llosa clenuncia descle hace décadas. Durante un año, más o menos, el iuezHuayhua jugó la carta de héroe humano frente al semidiós abusivo, un hé-roe de ficción -un Batman andino e imposible- frente a la realidad a \aque todavía muchos ilustrados e informados no quieren verse jamás. Por-que, quizás, en su fuero interno consideran que, en efecto, no es precisa-

mente moral e ideológicamente rentable la imagen que ese mismo espejodevuelve del juez Huayhua. Sobre todo después de su momento, como siPedro Camacho hubiera entrado equivocadamente en las páginas dramáfi-cas -y mal leídas en Europa- de la metáfora de Alejandro Ma¡a116.

Vargas Llosa, cuyo espectacular giro ideológico no dejará de encenderdebates, ha defendido con coraje la inconveniencia de luzgar a los terroris-tas a través de tribunales militares y sin rostro. Este tipo de procedimientos

constituirían una suerte de salvajismo judicial o protojudicial. En una en-trevista concedida a César Hildebrant en 7992 le respondía respecto de estasirregulares coftes: "Eso es barbarie. Eso no tiene nada que ver con la justi-

cia. Los criminales terroristas deben ser juzgados por tribunales dignos detener ese nombre. Esos tribunales militares que no admiten el derecho dedefensa, que juzgan a puefta cerrada, son infinitamente más atroces que losque ideó Stalin para deshacerse de sus adversarios"117. B1 escritor peruano

ha puesto también la pica en Flandes en contra de la pena de muerte (ca-

ballito de batalla electoral de los políticos). En esa misma entrevista decla-raba: "Soy un doctrinario enemigo de la pena de muerte. La pena de muer-te no disuade y puede eternizar el error". Cuando el periodista le retruca,recordándole que la mayoría de la población peruana es partidaria de la pe-na de muerte, Vargas Llosa, replica: "La mayoría está equivocada. La mino-ría lúcida debe dar una batalla explicándole que la pena de muerte es unaaberración, un anacronismo bárbaro, un disfraz andrajoso de la venganza.Yque la pena de muerte podría hacer de un individuo como Guzmán unaleyenda, un héroe para sus fanáticos seguidores"i18.

11. Grandes miradas: Tortura y sacrificio de un juez probo

La novela Grandes miradas Q003), una de las más representativas obrasde Alonso Cueto, está inspirada en el trabajo de investigación periodística

116 An¡.ms, Marcelo. Vargas Lkxa. EI t'ick¡ de escribir. Madrid; Alfaguara, 2002.117 Co¡ct:tn, Jorge. Maño Vargcrs Llosa. Entreuistas escctgidas. Lima: Fondo Editorial Cultura Pe-

ruana,2OO4, p. 22J.

118 Ibídem, pp. 223-224.

tillllli l t i l i

Capírulo 4. Jurcrs: Lns oos cARAS or Jnruo

de Luis Jochamowitz: Montesinos. Vida y tiempos de un corntptofle. Cueto,

quien entronca con la narrativa de Raymond Carver y los neorrealistas nor-

teamericanos, suele someter a sus personajes a las terribles fuerzas de su

destino social120. En el caso de Grandes miradas, el protagonista es Guido

Pazos, un abogado idealista que se convierte en operador de la justicia. Pa-

zos es egresado de la Universidad San Martín de Porres (casa cle estudio

de clase media, la que, dicho sea de paso, abastece a la mayor parte del

personal del Poder Judicial y del uinisterio Público). Desde su época de

estudiante, Pazos mantiene un dilatado novíazgo con Gabriela Celaya, mu-

jer poseedora de una belleza elocuente, quien trabaja como maestra de un

colegio de monjas. La vida de esta pareja de enamorados se ve truncada

por el afán moralizador de Guido, quien resulta siendo víctima de la ma-

quinaria de corrupción institucionalizada en la época de Fujimori y Mon-

tesinos. Así, el narrador erige al juez Pazos en una suerte de Quijote mo-

derno, que libra una batalla .solitaria contra el sistema. Sus únicas armas

son la solvencia moral y el apego a Ia justicia. Armas que, sin embargo, no

lo librarán de sufrir una muerte violenta, por rehusarse a aceptar un sobor-

no de Vladimiro Montesinos, jefe de facto del Servicio de Inteligencia Na-

cional, socio y cómplice de Alberto Fujimori.

Si bien Grandes miradas refiere una historia ficticia: la muerte de un

juez probo y la correlativa venganza de esfa muerte, no deja de ser intere-

sante la descripción de personajes que tuvieron cierta relevancia durante

Ia década del fujimorato, y especialmente de aquellos que se hallaban cer-

canos al entorno presidencial. Así, con relación a Vladimiro Montesinos, se

subraya su debilidad por las mujeres, que combina con su gusto por fil-

mar y grabar cuanto sea posible. El retrato que el novelista limeño nos en-

trega del siniestro "Doc" resulta sobrecogedor:

Terno azul, camisa granate, peinado redondo, una mueca risueña (...).

El cráneo húmedo, las mejillas altas, los ojos secos de ofidio, la nariz afi-lada, la piel de escamas y puntos, el grosor de la sonrisal2l.

Y en otro pasaje:

Su voz es frontal hasta la violencia y cortés hasta la efusividad, depen-diendo de la cara que tenga al frente. Toda conversación es un campode batalla o un ensayo de seducción o casi siempre ambos. Usa las pala-

119 Crnro, Alonso. Grandes miradal Lima: Peisa, 2003.

120 Véase la reseña que le dispensa Mariano de Andrade: "Novela y corrupción. Cuando la lite-

ratura se ensucia las manos". Quehacer').48.121 Curro, Alonso. Grandes miradas. Op. cit., p. 15.

223

l

224 Cnnlos Rnvos Nuñrz

bras para engullir y triturar a quien lo escucha. El secreto de su poderes hacer sentir a salvo a quien le obedece (...). Las reuniones parafiiarcoimas y arreglos son fuentes de la eterna juventud de las que emergemás fuerte y saludable. Esa tarde lVladimiro Montesinos] está mirándo-se en la pantalla junto a los jueces que acaban de estar allí. Piensa quetienen las caras embrutecidas por la sumisión de verlol22.

Destaca, igualmente, la silueta de Javier, reiator de telenoticias y aficio-

nado a las mujeres rentadas. Amigo en otros tiempos de Guido Pazos y de

Gabriela, e incluso silencioso enamorado de esta, Javier se entrega a una

vida acornodada trabajando al servicio de los oscuros intereses del gobier-

no. A Javier no le interesa hacer preguntas y se limita a cumplir feruorosa-

mente su labor de relator de noticias condescendientes al régimen. Tenía

el puesto asegurado, pues había contraído matrimonio con Marita, la sobri-

na del dueño de la televisora.

El papel de las mujeres en la novela de Cueto es estelar, en cuanto ellas

constituyen el respaldo directo de los personajes principales. Gabriela, por

ejemplo, se transforma en una prostituta de lujo, verdadera femme fatal,que se sirve de sus encantos para buscar venganz por la muerte del novio

asesinado. Gabriela no escatima esfuerzos, sacrificio o inmolación, para

acabar con la vida de Vladimiro Montesinos. E incluso, llegar hasta el po-

deroso asesor le impone un proceso de inmolación moral, en tanto debe

convertirse en la pareia de Doty, una lesbiana 5¡orda y echada en años, que

regentaba el Instituto de Secretariaclo Colombus, ubicado en la avenida

Arequipa, desde donde se reclutaba a las anfitrionas que prestarían servi-

cios sexuales para el SIN. Larelación con Dofy Iefacilitará el acceso al es-

pacio íntimo de Montesinos. Enfrentándose, finalmente, con el "Doctor",

fracasa en su estrategia y termina en las cámaras de disciplina del Servicio

de Inteligencia, de donde es rescatada con apoyo de Javier y de Artemio,

el temeroso secretario de Juzgado.

Entre las mujeres que rodean a Montesinos figuran Matilde y Maruja. Se

mencionan asimismo las "Geishas", apelativo que aludía a las cuatro repor-

teras que acompañaban al dictador en sus viajes al extranjero y dentro del

país. Juega un papel clave también el personaje de Ángela Maro, colum-

nista del diario El Pata, emblemático periódico "chicha", pliego multicolor

dirigido por Don Osmán y del cual parfían infundios, insultos e infamias

de todo calibre hacia los enemigos y eventuales rivales del gobierno. La

labor de Án¡¡ela Maro en El Pata -sosias imaginario de El Cbino- con-

722 Ibídem, pp. 15, 35,

Cnpírulo 4. JurcEs: L¡s oos cARAS oE Jnruo

sistía en acomodar los titulares que llegaban diariamente a la reclrtc¡:-:-- :- :

encargo clel propio Montesinos. Ángela proporcionará a Gabiela infbrr-rl;i-

ción crucial ^cerca

de la existencia del vídeo en el que se registra Ia muer-

te del juez Pazos.

En Grandes miradas son de indudable interés las evocaciones de esce-

narios limeños ligados a la administración de justicia: el Palacio de Justiciay las carceletas, así como las "instalaciones" -es decir: cámaras de tortu-

ra y de aniquilamiento- ubicadas en el Servicio de Inteligencia Nacional.

Desfilan también otros personajes curiosos: los columnistas de los pasqui-

nes a sueldo, los sicarios al servicio del gobierno y el ya mencionado asis-

tente judicial, Artemio, quien de indiferente amigo pasa a convertirse en

cobarde traidor, a cambio de obtener la libertad de su hermano, que cum-

ple carcelería en Lurigancho. Y es que las amenazas y chantajes, como co-

rresponde a una novela de esta temática, son una constante. Entre los nu-

mefosos personajes secundarios se hallan jueces realmente existentes, a sa-

ber: Rodríguez Medrano, quien fuera presidente de la Corte Superior de

Lrma y que, en la novela, insiste en un informe favorable para el procesado

y delfín de Montesinos, López Meneses. Desfilan también los vocales su-

premos Serpa Segura y Alipio Montes de Oca. Este último, que recibía los

reclamos de Montesinos por un insuficiente compromiso del PoderJudicial

frente a la campaña electoral que se avecínaba, lanza una frase rotunda,

que resume la servidumbre de los magistrados de mayor ietarquía duran-

te el fujimorato: "Yo he sido el que más te ha ttatado mejor. Acá podemos

hacer todo, oye. Lo único que no podemos es hacer patit a un hombre.

Pero podemos certificar que ha parido. Eso sí"123,

El personaje de Guido Pazos encarna aI iuez entregado a su función

con un desprendimiento apostólico. Mientras que Javier se dedicaba al pe-

riodismo, Guido había optado por la c rrera iudicial, en donde tenía que

hacer frente ala falta de legitimidady a las críticas de su Gabriela. En otropasaje memorable, el narrador nos refiere acerca del ingreso del abogado

Pazos a la Academia de la Magistratura:

Cuando él había decidido presentarse a la academia para ser juez, Ga-

briela se lo di jo. El PoderJudicial es un estercolero, Llna porquería (. . .) .

Pero él siempre la atajaba. Si el Poder Judicial es un estercolero, hay que

entrar para salvarlo. Si los abogados decentes se dedican sólo a Ia acti-

vidad privada, ¿qué va a pasar con el sistema de justicia? Sistema de jus-

t icia Vamos, vamos, Guido, no seas i luso. ¿Quién quiere salvar al mundo

123 Ibídem, p. 103.

226 Canlos Rnrr¡os Núñez

hoy en día?', ¿Quién le lleva flores a Bolognesi, Guido? No seas loco,

¿Quieres salvar al mundo, Guido?, Sálvate tú por lo menos. Y él arleme-tía. ¿Qué pasa si todos los abogados se cledican a la activiclad privada?

¿Y cómo va a irles bien a lo.s abogados privaclos si el sisten'ra juclicial esuna basura, pues? (...) ¿No te das cuenta? Bueno, así será, como tú dices.Te insisto, ¿cómo van zt trabaiar los abogados privados si no hay un sis-tema judicial clecente, Gaby?t24.

La trageclia cle Guido Pazos empieza cuando se le asigna el caso de Ló-

pez Meneses, amigo de Montesinos, a quien se le acaba cle hallar un arse-

nal cle armas. Pazos lo encLlentra responsable de la irnputación y se mues-

tra renuente a emitir un informe falso, para desagrado de sus superiores

en el Poder Judicial. Cuando la noticia llega a oídos de Montesinos, arre-

ciaron las amenazas a través de la prensa de cincuenta céntimos: "Ei doc-

tor Guido Pazos, un caballero aterrizado en el Palacio deJusticia, Lln sacer-

dote sin cáliz,un santo sin aureola (...), un 1t.t",r5ttt '125. Pero Guido insis-

te en no formular un informe falso y escribe: "Al acusado López Meneses

se le encontró un arsenal de armas". Solo en la Corte Suprema se logró

absolver a Meneses. De inmediato, ei asesor presidencial decide la uruer-

te de Pazos.

Uno de los puntos culminantes de Grandes miradas es, precisamente,

el sacrificio del honesto magistrado. En los calabozos del SIN se prepara

la llamada "orgía médica". Del grupo de verdugos -entre los que se halla-

ba el otrora amigo Artemio-, se elegiría al principiante que recibirá el an-

siado bautizo. Consistía en un sangriento ritual: destripadala víctima, se le

concedía el "honor" de iniciar la extracción de las humeantes entrañas del

infortunado, mientras aún éste se hallaba agonizante. Todo era fotografia-

do y fi lmado.Para la destrucción póstuma de Pazos, su mllefte será anun-

ciada en El Pata con un titular escueto y contundente: 'Juez cl'rimbombo

muere en crimen pasional". Y en interiores: "Malas len¡¡uas decían que era

magistrado chimbombo. Un 1ío de locas termina a navalazos".

Es poco común que un abogado y un iuez sean personajes epónimos.

Guido Pazos es, en ese sentido, un genuino paladín de la justicia, que nos

recuerda ai letrado que encarnara Gregory Peck en el filme Matando un

ruiseñor. Pazos se exhibe como el poseedor de una inquebrantable ente-

reza moral: es el diamante en medio del fango. La propia muerte del pro-

tagonista es relatada por Cueto en términos de un sacrificio supremo: la

124 lbídern, p. 26

725 Ibídern. p. 23,

Cnpírulo 4. Juecrs: Lns oos cARAS oe JaNo

atroz "orgía médica" que Montesinos tiene reservada para é1. Gabriela, por

su parte, es la mano de la justicia, aun cuando de una justicia privada. La

única posible cuando las puertas de los tribunales se hallan cerradas.

Conviene anotar que en la película Mariposa negrA, del realizaclor perua-

no Francisco Lombardi, el rol de Gabriela ha sido interpretado por la talen-

tosa Melania Urbina.

El magistrado Guido Pazos existió y se llamaba César Díaz Gutiérrez,juez titular del 24 Juzgado Penal de Lima. Católico practicante y discípulo

del sacerdote jesuita, Miguel Marina, se encontraba estudianclo una maes-

tríaen la Universidad de San Marcos. El cuerpo del disciplinado juez, que

conocía casos de corrupción en el interior del Poder Judicial, fue encon-

trado en su modesta vivienda del distrito de San Luis, en Líma, la madru-

gada del domingo 9 cle julio del 2000. Un cable eléctrico le rodeaba el cue-

llo. El crimen nunca se aclaró y podría decirse que fue escamoteado a la

justicia126.

12. Abril rojo: Las tribulaciones de un fiscal perturbado

En ninguna otra novela peruana se ha abordado en forma tan integral la

figura del fiscal, es decir, el representante del Ministerio Público, como en

Abril rojo de Santiago Roncagliolo'\27.IJna de las grandes paradojas es que

probablemente la mayor pafie de fiscales del Peru no lo sepa.

Abril rojo se encuentra ambientada en un Perú conflictivo gobernado

por Alberto Fujimori, en marzo del año 2000, poco antes de que huya al

Japón y dimita a fravés del fax. Sin duda, además de entretenida la nove-

la es rica para el análisis jurídico. El relato se desarrolla en Huamanga

durante la Semana Santa, cuando se suceden una serie de asesinatos maca-

bros, que parecen coincidir con la festividad y los ritos de la celebración

o acaso con el resurgimiento de la violencia terrorista.

El relato tiene como principai protagonista a Félix Chacaltana Saldívar,

fiscal distrital adjunto (debió haberse dicho provincial adjunto), personaje

lleno de traumas, complicado e inseguro. De pequeño, desesperado por

los crueles maltratos que su padre infligía a su madre, tomó una tea y ge-

neró un voraz incendio que acabó con sus progenitores. Sufriría después

el abandono de su esposa, Cecilia, que lo acusaba de fracasado. Fetichista

726 Véase Caretas. Lim¿r, 20 cle jr-rlio del 2000,

727 Roxc¿cr.tor,o. Santiago. Abri l roio. Lim:r: Aifaguartr. 2006.

227

228 Canlos R¡vos Nuñrz

extremo, portaba una fotografía de su madre, con cuya imagen manteníaamena plática. Laborioso hasta el fanatismo, memorizador compulsivo y

devoto de los códigos, reglamentos y procedimientos. A juicio suyo, nuncahabía hecho nada que no estuviese estipulado en los estatutos de su ins-titución1z8. Chacaltana, hallándose en Lima, pidió su destaque a la capitalde Ayacucho, donde había vivido hasta los nueve años. Una vez asentadoen Huamanga, constriñe su trabajo a la elaboración de informes en unatrajinada máquina de escribir Olivetti a la que le falta la tecla de la "ñ", porlo que se debe buscar palabras sin ese hispánico signo. Como lo logra, serepite satisfecho que "en su corazón de hombre de leyes, había un poetapugnando por salir"12e. El fiscal adjunto provincial Félix Chacaltana sufriráuna gran mutación psíquica y una mayor demolición moral a medida que

transcllrren los cruentos crímenes. convirtiéndose él mismo en un criminaltrastornado.

Aparte del protagonista, Félix Chacaltana Saldívar, desfilan el coman-dante Carrión, el egoísta y torpe capitán Pacheco; la inmaculada meseraEdith Ayala, pareia del fiscai Chacaltana; el agente del SIN Carlos MartínEléspuru; el testigo Justino Mayta Carazo (quien encuentra el primer cadá-ver calcinado); el padre Sebastián Quiroz Mendoza, párroco de la iglesiadel Corazón de Cristo; Hernán Durango GonzáIez kamarada Alonso),preso por terrorismo; el sanguinario teniente EP Alfredo Cáceres Salazar(ahas El Perro); Johnatan Cahuide, jefe de campaña para la reelección deFujimori y, curiosamente, jefe de la oficina electoral de Yawarmayo; el co-barde juez de Primera Instancia Briceño, mayordomo de las fiestas patro-nales, "un hombre bajito y nervioso con ojillos y dientes como de cuy", su-bordinado visceral de los militares e interesado tan solo en la compra deun automóvil Tico o Datsun, quien, casi premiado, al final de la historia estransferido como juez de familia en Iquitos.

El principal drama de Chacaltana es la confrontación con la realidad. Elformalismo del magistrado de la avenida Abancay en Lima (sede centraldel Ministerio Público) no encaja, en lo absoluto, en la violenta y hostilrealidad ayacuchana y la jurisdiccional militar a la que procura morigerar.El fiscal pronto pierde la inocencia: el mundo andino no es tan ordenadoy coherente como creía. Por no entender la dicotomía entre su visión occi-dental y la rcalidad rural, los policías lo escarnecen, porque su interroga-torio es muy blando: "No estaba sacando ninguna información útil. Ya le

I2B lbídem, p. 22,

129 lbídem, p. 16.

Cnpírulo 4. JuecEs: Lns oos cARAS oE Jnruo

habían advertido que pafa interrogar a un senderista hay que tener maña,

huevos y un garrote". En otro pasaje, el comandante Carrión le reconvie-

ne por creer que hay un resurgimiento de Sendero Luminoso: "No cono-

ces a los cholos, no ios has visto pegándose en la fiesta de la fertilidad,

son violentos, se golpean hombres y muieres, partiéndose la cara (...) No

vea caballos donde sólo hay perros. En este país -remafa bizatramente el

jefe de la comisaría- no hay terrorismo por orden superior".

Llama la atención de Félix Chacaltana que las celebraciones patronales

acaben con occisos. Ante ello se ve precisado a tipificar las fiestas como

"violencia consentida con motivos de religiosidad"l3o. La fiscalía, por otro

lado, recibía por 1o general casos menores: peleas entre borrachos y mal-

tratos domésticos, pero a veces alguna violación, frecuentemente de un es-

poso a una esposa:

El fiscal Chacaltana veía ahí un problema de tipificación del delito y, de

hecho, había remitido al juzgado penal de Huamanga un escrito al res-

pecto, que aún no había recibido respuesta. Según é1, esas prácticas,

dentro de un matrimonio iegal, no se podían llamar violaciones. Los es-

posos no violan a sus esposas: les cumplen. Pero el Fiscal Félix Chacal-

tana Salclívar, que comprendía la debilidad humana, normalmente abría

un acta de conciliación para amistar a las partes y comprometía al espo-

so a cumplir su cieber viril sin producir lesiones de cualquier grado131.

El fiscal adjunto fropezaba con casos insólitos para su mentalidad capi-

talina. Así, ensaya posibles propuestas para modificar el ordenamiento jurí-

dico:

Chacaltana se preguntó qué hacer, con las solteras violadas, en el orde-

namiento juríclico. Al principio, había pedido prisión para los violado-

res, conforme a la l"y. Pero las perjudicadas protestaban: si el agresor

iba preso, la agredida no podía casarse con é1 para restituir su honra

perclicla. Se imponía, pues, la necesidad de reformar el código penal. Sa-

tisfecho por sLl razonamiento, el fiscal decidió enviar al juzg clo penal

cle Huamanga otro escrito al respecto, adjuntando un oficio de exhorta-

ción a dar una respuesta al prim eror32 .

130 lbídem, p. 46.

131 lbíclem, pp. 17-18. Chacaltana debió saber que el Código Penal cle 1p24 estipulaba en el artí-

culo 196: "Será reprimido con penitenciaria o prisión no menor de dos años, el que por vio-

lencia o grave amenaza, obligara a una mujer a sufrir el acto sexual fuera del matrimonio".

Con lo que implícitamente, contrario sensu., aút<trizaba el cumplimiento obligatorio del lla-

maclo débitr¡ conyugal.

132 lbídem, p.21.

229

230 Cnn los R¡v os N ú ñ ez

Una reflexión igual de pintoresca asedia al fiscal:

Pasó el resto de la tarde ocupándose de otros casos pendientes, comoia denuncia de un ciudadano contra su vecino, al que acusaba cle mari-cón en su declaración. El fiscal reclactó una respuesta a l¿r consulta enel senticio cle que la homosexualidad en ninguna de sus variantes cons-tituye falta, infracción o delito de gravedad, por no encontrarse debida-mente tipificada en el código penai. Sin embargo, añadió, si el sujetocontrayere relaciones con una persona humana o juríclica sin verifica¡seacto de voluntad concomitante de esta última, podría incurrir en delitocontra el honor especificado bajo el tipo de violaciónl]3.

Al buscar Chacaltana a Justino, uno de ios sospechosos de un crimen,

este escapa. Esta veloz huida empantana al magistrado en sus soliloquios

legales: "Llegó a ver un hombre doblando la esquina a toda velocidad. Se

preguntó por un segundo si seguirlo era competencia de la fiscalía distri-

tal adjunta o si sólo debía pasar parte. Luego recorcló el fuego. Pensó queuna persecución era competencia de la Policía Nacional. Y que al corrertras ese hombre, podí;r incurrir en usurpación de funciones"134. En otromomento, el fiscal advierte que su lenguaje técnico-jurídico es incompati-ble con sus investigaciones. No llegaría a ningún lado.

En otro momento, cuando Chacaltana ha abdicado ya de su poder anteel comandante Carrión, hace suyo el informe del capitán sobre la causa dela muerte de un hombre, r¡n dechado perfecto del lenguaje burocrático:

La muerte se originó por una descarga eléctrica producida por una tor-menta que de las alturas de Huancaveiica se movilizó a Huamanga, locual no fue corroborado por el estado etílico de los pobladores por en-contrarse en las festividades del carnaval. El occiso era un forastero tu-rístico que pese a la negativa de un morador, pernoctó escondiclo en elpajar de su casa razón por la cual no fue visto por los pobladores deQuinua. El relámpago le alcanzó en el hombro y el occiso por su igno-rancia en los usos rurales al pretender apaciguar el fuego usó combus-tibles que intensificaron el proceso de combustií¡n, ¡¡enerando el incen-dio que por la hun-redad del pajal no se extenclió. Finalmente al caer alsuelo, su rostro impactó contra el rastrillo, produciéndole herida pLrnzo-cortante cruciforme en el rostro.135

Por su informe el fiscal fue felicitado por el comandante Carrión, inclu-so el juez Briceño le transmitió por escrito sus felicitaciones por la rapklez

133 lbíclem, p. 35.134 Ibíclen'r, p. 67.

135 lbíclenr. p. 13f1.

Cnpirulo 4. Jurcrs: Lns oos cARAS or JnNo

y eficiencia en resolver el caso, sin necesidad cle alarmar a la opinión pú-

blica. Le llegó una nueva máquina de escribir y suficientes suministros.

Las anécdotas judiciales no cesan incluso cuando Chacaitana asume el

cargo de fiscal electoral de confianza en el distrito de Yawarmayo. Le sor-

prende al fiscal que la foto del Presidente cle ia República cuelgue en el

local de la oficina electoral, no obstante que la ley prohibía la publicidad

días antes de las elecciones. El magistraclo pretende retirar la imagen de

Fujimori, pero el parcializado fefe de ia ONPE encllentra unzr explicación:

la foto que pende en la pared no es ei cancliclato sino del presidente y, da-

do que se trataba de una oficina estatal, su retrato debía perrnanecer alií.

Para collno, lcls tres mil electores votarían en una escuela pública con un

nombre inequívoco: Alberto Fujimori Fujimori.

En otra circunstancia, Chacaltana pide explicaciones al comandante Ca-

rrión porque ha sido testigo de que en las calles de Yawarmayo los jóvenes

eran llevados por la íterza, a punta de garrotazos, para incorporados al Ejér-

cito, al estilo de las antiguas levas, pero el rudo oficial le responde que so-

1o estaban registrando a los indocumentados. Luego, agreg el comandante,

que el fiscal no debe pensar en los manuales de derecho, sino en medidas

de seguridad. Harían servicio militar obligatorio, tendrían trabajo, no tenían

nada que hacer aquí, es mejor para e1los, sentenciaba Carrión.

Santiago Roncagliolo ha destacaclo en una entrevista que el Perú es un

país dividido en el que las dos petrtes no se conocen136. Risueñamente, el

fiscal Félix Chacaltana Saldívar procura clescifrar el misterio de esa frase in-

dicativa de profundo arolna andino: "Aquicito no tnás", que a su iuicio po-

día significar a dos días de camino. Era arduo interrogar a un quechuaha-

blante con criterio etnocéntrico. Pensaba que no les daba la gana de hablar

y cuando hablaban no se les entendía.

Colofón

Asoma en mis recuerdos Estanislao Segovia. Era un juez probo y un hom-

bre digno que murió asesinado con saña por Senclero Luminoso, clespués

de sufrir el vejamen clel Estaclo. En una época cle pesadilia, un convoy te-

rrorista detuvo el ómnibus en el que viajaba desde Vilcashr.lamán a Ia capí-

tal ayacuchana. Un sujeto sanguinario hizo descender a los pasajeros, pidió

documentos e inspeccionó indumentarias, reconoció ai magistrado y con

una certera bala en la cabeza lo mató. Lueqo los subversivos colocaron el

136 [En líne:r]: Perú 21. Lina, 5 cle setiembrc dcl 2006 <http:/ iwww.Peru21.com.pe>

231

232 Cnnlos Rnvos Nuñrz

cuerpo de la víctima en el interior del vehículo y lo reventaron en peda-zos con dinamita. Milagrosamente se salvó el fiscal provincial, doctor As-parrent, hoy notario en Huamanga, que iba junto a éL Era nuevo en el car-go y no pudo ser identificado por los criminales. Sobrevivió para recontarla trágica historia una y otra vez.

Me enteré de la muerte del doctor Segovia al leer en Roma una brevenota que la sección "Mar de Fondo" de la revista Caretas dispensó a lascircunstancias: desde entonces una cifra más en la estadística. La desapa-rición del juez tocó las fibras más profundas de mi espíritu. Había conoci-do a Estanislao y éramos amigos cercanos. Corríe el año de 1985 y la Uni-versidad Particular de Apurímac -creada en el alud de decretos de laspostrimerías del gobierno de Belaunde, que auforizaban la apertura deuniversidades-, convocó a un concurso público para cubrir varias plazasdocentes. Coincidimos entonces allí junto a un gmpo valioso de profesio-nales que arribabzn de Lima, Arequipa, Cusco y Ayacucho. En mi caso setrafaba de una experiencia académica y humana interesante (el contactocon el Perú profundo resultaba imprescindible) pero también pasajera ysuperficial. Estanislao, sin embargo, echó raíces más profundas y, graciasa su simpatía con los estudiantes y profesores, fue retenido y estuvo a pun-to de ser elegido presidente de la Comisión Organizadora, cargo equipa-rable al de rector. Auspiciaban la candidatura de Segovia -a su pesar-los sectores rnás radicales, que se hallaban asociados directa o indirecta-mente con la subversión.

Antes de su frustrada candidatura al Rectorado de la Universidad parti-

cular de Apurímac, Estanislao Segovia venía de Lima, donde había inten-tado abrirse paso en el ejercicio independiente de la abogacía y en la cáte-dra de Derecho en la Universidad de San Marcos. Se trataba, pues, de unaestupenda conquista de Jaime Aragón, entonces rector de la Universidadapurimeña. Anteriormente había trabajado como juez titular en la provin-cia de La Mat y, provisionalmente, durante una época terrible, como juez

de Huamanga. Segovia terminó enluelto, en su condición de juez, en losatroces sucesos que rodearon la captura senderista de la antigua cárcelayacuchana y la terrible reacción de las fuerzas del Estado, que ejecutaronen el propio hospital y tnjo la mirada de los médicos a más de un sub-versivo. El juez entonces debió juzgar tanto a los terroristas como a susrepresores. No le tembló la mano a la hc¡ra de establecer responsabilida-des en uno y otro bando. El resultado de sus independientes pesquisas nofue satisfactoria -como era de esperarse- para ninguna de las partes. LaCorte Suprema dispuso, sin proceso administrativo alguno y bajo presióndel Ministerio de Justicia, el cese del magistrado honesto y limpio.

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' -1'_.=L Cnpírur-o 4, Juecrs: Lns oos cARAS oe J¡nc

Separado arbitrariamente de la magistratura, el doctor Segovia, iniciaría

una larga batalla judicial para lograr su reincorporación. El honor quebran-

tado y la seguridad material de su familia se hallaban en iuego. Abrumado

por esas exigencias se desplazó, con la ilusión del hombre bondadoso que

era, primero a Abancay, luego a Chalhuanca, en seguida a Andahuaylas.

Podría decirse que seguía el mismo itinerario del padre de Ernesto -el

personaje bajo el que se escondía José María Arguedas en los entrañables

Los ríos profundos-. Hacia 7987 volví a encontrarlo, esta vez, en la Uni-

versidad de San Marcos. Continuaba con denuedo el impulso de su acción

de amparo. Segovia trabajaba entonces -tremenda patadoia- en una sec-

ción que habilitó la universidad para la defensa de los estudiantes acusa-

dos por terrorismo, a la vez que dictaba clases en las aulas sanmarquinas.

Estanislao vivió junto a su familia clurante esos años en un humilde depar-

tamento del centro de Lima, que hacía las veces de oficina de abogado,

tienda y domicilio, siempre con la expectativa latente de lograr el justo re-

torno a su puesto de magistrado. Incluso, en cierta ocasión en las inme-

diaciones de su domicilio, según me refirió, corrieron disparos entre la po-

licía y los subversivos. Las huellas del impacto de las balas se encontraban

selladas en la parecl de su casa.

Después de un largo conflicto procesal Estanislao Segovia obtuvo justi-

cia, en términos francamente pírricos, y logró el retorno a la iudicatura.Sentencia infeliz; el destino: Vilcashuamán y un despacho sin auxiliares,

sin máquina de escribir ni mobiliario y sin el apoyo de la fuerza pública

que, por el avance de los vándalos, había cerrado ya su comisaría. Pasarían

unas semanas, quizás unos cuantos días de obtenida su vindicación, cuan-

do cayó abatido salvajemente por la patrulla senderista. La itonía del des-

tino y, por cierto, la malquerencia egoísta -ese mal nacional tan extendi-

do-, la asombrosa ineptitud de sus superiores (que no debieron haberio

enviado al sacrificio, enterados como estaban de la presencia senderista en

la zona) y su pertinazy hasta ingenua valenfía, propiciaron que ese hom-

bre bueno y ejemplar, catedrático entusiasta, funcionario pulcro, diligente

y corafudo padre fuera asesinado.

Atropellado primero por sus superiores jerárquicos (muellemente aco-

modados en Lima y condescendientes hasta la miseria moral con el poder

político) y después atravesado a balas y pólvora por un grupete de asesi-

nos, que (¡gran misterio!) ignoraban, o probablemente sabían, que ese juez

había sido defenestrado por proteger los derechos humanos de los mi-

litantes de Sendero Luminoso, que se hallaban heridos en un hospital, y

que en Lima se las arreglaba para sobrevivir con un modesto sueldo que

233

234 Canlos Rnvos N uñrz

San Marcos le pagaba como defensor de oficio de estudiantes envueltos encasos de terrorismo.

La muerte de E.stanislao Segovia dejó a la ciudad de Abancay anonada-da. Si a despecho de la naturaleza irónica y algo desenfadacla de este tex-to, esta vez nuestras líneas resumen rabia y pena legítima, se debe senci-l lamente al hecho de que el terror senderista y la estupiclezdel Estado secorporizan y delatan. ¿Acaso no es cierto que el Poder-|uclicial, el gremiode abogados y ei cerraclo círculo de los profesores de Derecho no fue afec-tado de uno u otro mocio con ia violencia terrorista y su contraparte esta-tal? Segovia constitllye, en tal sentido, Llna suerte de sinbolo moral y, cli-clro se¿r de paso, emblema completo e integral, pues abrazó la abogacía,el papel cie juez y el magisterio. ¿Qué importancia tiene, en el marco clesr-l sacrificio, que no dejase obra escrita, sesudas sentencias o ponderadosinformes? Nos basta recordarlo como el sencillo maestro que impartía susclases en San Marcos y en Abancay, el abogado común que patrocinabadefensas, ei funcionario cuidadoso y el juez autónomo.

En otro caso, a través de El Comercio se difundió la historia de El Salo-mónd.e C)rcotuna. Allí se relata la historia de un ¡uez del Perú profundo.De ¿rcuerdo con la información, dicl'lo acontecimiento habría pasado desa-percibido de no ser porque una parlamentaria norteamericana pidió unsaludo para este emblemático personaje cle nor-nbre Leopoldo Castro, queei 15 de noviembre último acaba de cumplir 100 años de vida. De cuandoen cuanclo vitr.ja a su natal Junín. A peszrr cle que a la fecha ya no puedever y el oíclo le falla, será recorciado como aqLlel paternal hombre quesiernpre buscó coffrponer los problemas p¿rra evitar mayores litigios. Unhombre qlle nunca pisó una escuela cle leyes y menos aún recibió algúntipo cie remuneración por su labor como representante de la judicatura,pues en sus tiempos esta no era otorgada a los jueces de paz; de sus ¿rctosdicen mucho su modestia y I'rumildad, al extremo de que para comprar suCódigo Civil tuvo que ahorrar para aclquirirlo.

El periodista David Hidalgo, autor del artículo, 1o describe como unapersona qlle en sus tiernpos de administraclor de justicia fue "inmune a losengaños" y que sllpo sacar adelante a su familia a pesar de las dificult¿rclesy necesidacles que tuvo que afrontar en .su vida, a tal pr.rnto que clos desus hijos son clignos abogaclos y uno cle ellos laborioso conslrltor de temastributarios y de comercio de una padamentaria representante del clistrito11 de Ohio. Este testimonio de vida es una prueba viviente de que a pesarde la adversidad y las limitaciones económicas, la labor de administradorde justicia puede ser llevada adecuaclamente y en términos de real justicia.

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Este l ibro se terminó de imprimir en junio clel 2008en el l)epartamento de Impre.siones

cle la Llniversiclacl de Lima.

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