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175505794 IPC Documento de Catedra Di Bella Suaya

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Introducción al Pensamiento Científico Documento de Cátedra Ciencia, Tecnología y Sociedad Mario Di Bella y Sofía Suaya Índice Página Introducción 1. La constitución del campo de estudios Ciencia, tecnología y Sociedad. Su relación con la Epistemología 1.1. Enfoques internalista y externalista 1.2. Robert Merton y el enfoque clásico de los estudios sociales de la ciencia 1.3. La nueva filosofía de la ciencia de Kuhn y las corrientes actuales de estudios CTS 2. Ciencia, tecnología y política científica 2.1. La relación entre la ciencia y la tecnología desde el punto de vista histórico 2.2. Dimensión ética de las cuestiones científico-tecnológicas 2.3. Políticas públicas en ciencia y tecnología 2.3.1. La institucionalización de la ciencia en la Europa moderna 2.3.2. Diseño de políticas públicas en ciencia y en tecnología en el siglo XX. Un caso paradigmático: el informe de Vannevar Bush, “Ciencia, la frontera sin fin” 2.4. La investigación básica, la investigación aplicada y los desarrollos experimentales 2.5. La teoría de la neutralidad valorativa de la ciencia y su crítica 2.5.1. El ideal de una ciencia neutral, objetiva y universal. El modelo lineal 2.5.2. Crítica a la teoría de la neutralidad valorativa de la ciencia 2.6. Políticas científico-tecnológica cientificistas y su superación histórica 2.6.1. El cientificismo como política científico-tecnológica en América Latina 2.6.2. Fundamentos teóricos críticos a la política cientificista en América Latina 2.6.3. La Investigación y Desarrollo (I+D) en el desarrollo social de América Latina 2 3 3 4 6 7 9 9 10 12 13 13 15 15 15 17 19
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Introducción al Pensamiento Científico

Documento de Cátedra

Ciencia, Tecnología y Sociedad

Mario Di Bella y Sofía Suaya

Índice

Página

Introducción

1. La constitución del campo de estudios Ciencia, tecnología y Sociedad. Su relación

con la Epistemología

1.1. Enfoques internalista y externalista

1.2. Robert Merton y el enfoque clásico de los estudios sociales de la ciencia

1.3. La nueva filosofía de la ciencia de Kuhn y las corrientes actuales de estudios CTS

2. Ciencia, tecnología y política científica

2.1. La relación entre la ciencia y la tecnología desde el punto de vista histórico

2.2. Dimensión ética de las cuestiones científico-tecnológicas

2.3. Políticas públicas en ciencia y tecnología

2.3.1. La institucionalización de la ciencia en la Europa moderna

2.3.2. Diseño de políticas públicas en ciencia y en tecnología en el siglo XX. Un caso

paradigmático: el informe de Vannevar Bush, “Ciencia, la frontera sin fin”

2.4. La investigación básica, la investigación aplicada y los desarrollos experimentales

2.5. La teoría de la neutralidad valorativa de la ciencia y su crítica

2.5.1. El ideal de una ciencia neutral, objetiva y universal. El modelo lineal

2.5.2. Crítica a la teoría de la neutralidad valorativa de la ciencia

2.6. Políticas científico-tecnológica cientificistas y su superación histórica

2.6.1. El cientificismo como política científico-tecnológica en América Latina

2.6.2. Fundamentos teóricos críticos a la política cientificista en América Latina

2.6.3. La Investigación y Desarrollo (I+D) en el desarrollo social de América Latina

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3. Ciencia, tecnología e innovación productiva

3.1. El modelo lineal y el modelo interactivo de innovación

3.2. Concepción de un Sistema Nacional de Innovación

3.2.1. El Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva en la Argentina actual

3.2.1.1. Estructura institucional y marco legal

3.2.1.2. Funcionamiento del complejo científico-tecnológico argentino

3.3. La inversión presupuestaria en Investigación y Desarrollo (I+D)

3.4. El sistema educativo y la evolución de la Investigación y Desarrollo (I+D)

Bibliografía

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Introducción

El abordaje epistemológico de Thomas Kuhn, y de los nuevos filósofos de la ciencia permitieron

dar un giro a los estudios sociales de la ciencia tal como se venían desarrollando hasta ese

momento, lo que nos posibilita entender que concebir a la ciencia como conocimiento y, a la

vez, como un fenómeno social e histórico, no solo no constituyen enfoques incompatibles entre

sí, sino que se complementan y guardan una dependencia mutua.

La comunidad científica está integrada por hombres y mujeres que comparten un cierto

momento histórico, por lo tanto, pueden tener una concepción general de mundo común con

otros miembros de la comunidad social que integran. Esa cosmovisión general influye sobre el

marco conceptual consensuado por los científicos y, al mismo tiempo, las teorías científicas

influyen considerablemente sobre el modo en que una sociedad concibe a la naturaleza y en

cómo se concibe a sí misma. Ya sea entendida como conocimiento, o bien, como empresa

social, la ciencia guarda íntima relación con otros tipos de conocimiento, con las pautas

culturales vigentes, con la estructura social, con el poder político y con las relaciones

económicas.

A lo largo de las páginas siguientes, estudiaremos la relación de la ciencia con la tecnología y

de ambas con el desarrollo de políticas públicas en el área investigativa, así como también

daremos tratamiento a las cuestiones éticas que devienen de dicha relación en el marco de la

sociedad contemporánea. A tales efectos, nos reportará utilidad el uso de un eje de análisis

histórico-epistemológico que atravesará todo el desarrollo del texto.

Abordaremos, asimismo, el tema de la práctica de la investigación en ciencia y en tecnología

en la Argentina y en el resto de América Latina. Y si bien lo haremos desde una perspectiva

descriptiva del Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, también nos

introduciremos en cuestiones conceptuales generales acerca del diseño de políticas públicas

para el sector científico-tecnológico y de su relevancia para el desarrollo social y económico.

Con carácter meramente instrumental, haremos referencia a algunas estadísticas en calidad de

indicadores para la elaboración de diagnósticos de la realidad sociocultural de cada país.

Finalmente, trataremos un tema de suma importancia: la articulación del sistema pedagógico

con el área de investigación y, a su vez, la interacción de ambos ámbitos con el aparato

productivo y las instituciones políticas del Estado.

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1. La constitución del campo de estudios Ciencia, Tecnología y

Sociedad. Su relación con la Epistemología

1.1. Enfoques internalista y externalista

Los primeros estudios sistemáticos sobre el campo conocido como Ciencia, Tecnología y

Sociedad (CTS) se desarrollaron entre 1930 y 1940. Por aquel entonces, los estudiosos que

incursionaban en la temática lo hacían desde dos perspectivas rivales: internalismo y

externalismo.

El enfoque internalista consideraba al conocimiento científico como independiente de cualquier

influencia social o, en todo caso, que dicha influencia sería mínima y tocaría áreas de escasa

significación. Este enfoque encaraba el estudio de la historia de las ideas científicas y de su

filosofía poniendo el acento en los elementos teóricos y en la lógica del método científico.

Pensaba que la ciencia avanza por el camino correcto a partir de su propia dinámica interna,

de modo tal que quien deseara una aproximación al desarrollo científico moderno y

contemporáneo debía emanciparse de los factores sociales, éticos, políticos y económicos.

Este internalismo ha estado, en cierta medida, vinculado al Neopositivismo y, en particular, a

las propuestas del Círculo de Viena. El belga George Sarton (1884-1956), estimado como el

fundador de la historia social de la ciencia, era internalista y también lo era el filósofo e

historiador ruso Alexander Koyré (1892-1964), a pesar de no tener vínculos directos con la

filosofía positivista.

El externalismo, en sus comienzos, se sitúa en una posición frontalmente opuesta al

internalismo dogmático. Este primer externalismo será calificado luego como “externalismo

ingenuo”. Los propios externalistas irán proponiendo teorías mucho más elaboradas.

Los externalistas consideraban que la comprensión del fenómeno de la ciencia se lograría

desde la mirada que los historiadores y los sociólogos tuvieran de la época y de la sociedad en

que se generaba. El interés de los investigadores debía encaminarse hacia la estructura

organizativa de la ciencia, su relación con otras formas de conocimiento y la relación de la

comunidad científica con el poder político, las relaciones económicas y con los aspectos

socioculturales. Los elementos metodológicos y la lógica de la investigación pasaban a un

segundo plano o, directamente, no eran tenidos en cuenta. Esta concepción hunde sus raíces

en la sociología empírica y en el marxismo ortodoxo. Sus representantes más notorios son los

rusos Nicolai Bujarin (1888-1938) y Boris Hessen (1893-1936), pertenecientes a la escuela

materialista histórica soviética. En esa misma línea se inscribe el científico irlandés John Bernal

(1901-1971), que en el año 1939 publicó La función social de la ciencia (1939), obra en la que

sostiene un determinismo que vincula directamente el desarrollo científico a la evolución de las

fuerzas productivas.

1.2. Robert Merton y el enfoque clásico de los estudios sociales de la ciencia

La perspectiva clásica de los estudios CTS comienza, en concreto, con un análisis social de la

historia de la revolución científica en la Inglaterra del siglo XVIII producido entre 1933 y 1935

por Robert Merton (1910-2003), sociólogo funcionalista norteamericano. Desde una posición

externalista crítica, toma muy en cuenta la organización social, el pensamiento político, las

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ideas filosóficas y los requerimientos de las técnicas productivas que influyen en la generación

del conocimiento científico. Pero, si bien es cierto que allí podemos encontrar el origen de un

pensamiento sociológico que concibe a la ciencia como un producto de la sociedad, Merton

considera que, desde el punto de vista epistemológico, la ciencia constituye un sistema

autónomo de pensamiento cuyo método riguroso permanece inmune a toda influencia del

entorno. El sistema mertoniano se interroga y responde a la cuestión de la ciencia como

institución social pero ignora intencionalmente todo aquello que se relacione con los procesos

de validación del conocimiento científico. El sociólogo argentino contemporáneo Pablo Kreimer

(1999, p. 46) advierte en las tesis de Merton sobre la relación del origen de la ciencia moderna

y el desarrollo capitalista en la Inglaterra del siglo XVIII, una fuerte influencia de pensadores

pertenecientes a la escuela sociológica alemana como Max Weber (1864-1920) y Karl

Mannheim (1893-1947). El filósofo de la ciencia español contemporáneo, Javier Echeverría

(1995, pp. 20/21) apuntala la tesis de Kreimer al recordar que Mannheim, en su libro Ideología

y utopía (1929), sostenía que la sociología podía renovar la epistemología tomando como

objeto de estudio lo que habría de denominarse “contexto de descubrimiento” pero

consideraba que los procedimientos de justificación no debían formar parte de esos estudios

sociológicos. Por otra parte, Merton, en Ciencia, tecnología y sociedad en la Inglaterra del

siglo XVIII (1938), también sigue las tesis de Weber delineadas en La ética protestante y el

espíritu del capitalismo (1905), abordando la relación entre el puritanismo, la acumulación de

capital y la actividad científica. Su preocupación central es profundizar la investigación de la

estructura social de la ciencia sin entrometerse en cuestiones epistemológicas. Se advierte una

contradicción entre la sociología funcionalista de Merton, crítica al Positivismo, y su concepción

epistemológica cercana al pensamiento positivista. Para el funcionalismo, las instituciones

sociales deben estudiarse, de un modo integral, concebidas como medios para la satisfacción

de necesidades culturales colectivas, es decir, ha de atenderse a la función social que cumple

un determinado entorno social más allá de la búsqueda de leyes causales generales. Esta

metodología funcionalista parece ser, en primera instancia, incompatible, con la bandera

positivista de la neutralidad valorativa de la ciencia. Dicha contradicción de Merton se explica

por el condicionamiento del momento histórico que le tocó vivir. La misma intentará ser

resuelta por los estudiosos del área CTS a partir de los años 60 y 70 del siglo pasado.

1.3. La nueva filosofía de la ciencia de Kuhn y las corrientes actuales de

estudios CTS

El modelo externalista mertoniano tuvo plena vigencia hasta mediados de los años 60 del siglo

XX. Los temas se fueron ampliando y los desarrollos de las distintas cuestiones se

profundizaron pero, en esencia, los aspectos fundacionales se respetaban. Hasta ese entonces,

los estudiosos de los aspectos sociales de la ciencia y de la tecnología consideraban que solo

podían hallar fecundidad en sus investigaciones en la medida en que se apartaran de cualquier

pretensión epistemológica. Ese panorama cambia radicalmente luego de la publicación de la

obra del filósofo de la ciencia estadounidense Thomas Kuhn (1922-1996), La estructura de las

revoluciones científicas (1962), que tuvo un impacto inédito dentro del mundo de la

epistemología y de los estudios CTS. A partir de su lectura, irrumpen una serie de grupos de

estudio y escuelas que postulan nuevas visiones críticas que ya no se ocuparán tan solo de la

estructura organizativa de la ciencia como institución, sino también de los propios contenidos y

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métodos científicos. Mencionaremos algunos de ellos y rescataremos sus coincidencias en las

críticas formuladas a la postura mertoniana y en sus propuestas constructivistas para superar

la dualidad internalismo-externalismo: el filósofo británico David Bloor, el filósofo y

antropólogo francés Bruno Latour, la epistemóloga austriaca Karen Knorr-Cetina, el sociólogo

francés Michel Callon y los sociólogos ingleses Steve Woolgar, Barry Barnes y Harry Collins,

entre otros.

Algunos de estos autores se incorporaron a los laboratorios como si fueran antropólogos

culturales (etnometodólogos). Mediante la observación participativa, aportaron una nueva

perspectiva diametralmente opuesta, tanto a la de la filosofía clásica de la ciencia como a la

de la sociología mertoniana. Estos autores llevaron a cabo sus estudios compartiendo con los

científicos investigados su contexto de trabajo y sus experiencias. Negaron la distinción entre

contexto de descubrimiento y contexto de justificación y sostuvieron que la actividad científica

debía ser estudiada en su propio ámbito de producción y no, solamente, sus resultados finales.

Concibieron al laboratorio como un sistema de construcción social de hechos y con esas

herramientas se despojaron de idealizaciones normativas y accedieron a fenómenos científicos

reales que les permitieron superar la diferenciación entre una dimensión interior y otra

exterior de las investigaciones. Criticaron duramente al sistema mertoniano por limitar su

campo de estudio y llegaron a la conclusión de que no hay ningún límite trascendente del

conocimiento que resida en alguna naturaleza especial que pudiera sostenerse en nombre de

una supuesta racionalidad, validez lógica y verdad objetiva.

Echeverría señala que la creencia en la objetividad y en la neutralidad de la ciencia se viene

abajo cuando se examina detalladamente la complejidad de la vida en los laboratorios

científicos (1995, p. 26). Frontalmente críticos a una concepción neutral de la ciencia, estos

autores consideran que el conocimiento científico tiene un carácter instrumental, es producido

y evaluado en términos de un interés. La investigación científica tiene un valor equivalente al

de un recurso que se pone en práctica y se lo explota en una comunidad determinada para la

consecución de intereses de todo tipo que los propios actores sociales se fijen. El interés de la

gente ajena a los laboratorios por lo que pasa allí adentro es el resultado del trabajo de los

científicos que tratan de enrolarlos; aquellos científicos que son capaces de traducir los

intereses de los demás a su propio lenguaje obtienen más éxito. Tanto los intereses sociales

como los hechos del laboratorio son construcciones. Los científicos aprenden el lenguaje de los

enrolados y generan un discurso relevante para ellos. Lo invisible para la gente se hace visible

a partir de la traducción. Pero, ninguna traducción puede durar lo suficiente como para

mantener unidos los intereses. La sociedad dirige la atención rápidamente hacia cualquiera que

afirme que tiene la solución para sus problemas, pero es muy rápida para retirarla cuando

advierte que tienen muy poco que ofrecer. De ese modo, los intereses captados se trasladan a

otras traducciones de otros científicos que han tenido más éxito en alistarlos. Estas

traducciones se entienden como contratos muy difíciles de negociar. Estos autores

mencionados creen que en los estudios de laboratorio, no solo encontrarán la clave para una

comprensión sociológica de la ciencia, sino también, la clave para una comprensión sociológica

de la sociedad misma, porque, para ellos, es en los laboratorios donde se genera la mayor

parte de las nuevas fuentes de poder. Ellos cuestionan radicalmente la separación artificial

entre “interior de la ciencia” y “contexto social externo”. Consideran que los sistemas sociales

no tienen límites claramente definidos en relación con el entorno y ello no constituye ninguna

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excepción para la investigación científica. Por eso se dedican a tratar de interpretar las

negociaciones que los científicos entablan con las agencias de financiamiento, tanto estatales

como privadas, con los empresarios y con los potenciales usuarios de sus conocimientos.

Mediante esas relaciones se define cuál es el problema y cómo debe ser abordado. Y se entra

en un proceso de traducción de los contenidos involucrados en esas relaciones entabladas con

el fin de seguir tal o cual curso de acción. Lo natural es repensado desde una reconstrucción

contextual en la cual el interior y el exterior del laboratorio ya no están más separados. Los

investigadores establecen verdaderas alianzas con otros agentes, con el fin de imponer sus

enunciados y convertirlos en “hechos”. A partir del reclutamiento de sujetos sociales capaces

de sostener sus argumentos, las alianzas de todos los actores participantes son el modo de

establecer los hechos científicos, de los cuales ya nadie podrá dudar. Se negocia el carácter de

los enunciados intentando acumular más poder que el adversario y luego se trata de captar los

intereses de nuevos actores sociales y traducirlos en el sentido de los propios intereses de los

investigadores. Y, en última instancia, se utiliza la fuerza persuasiva de los instrumentos

cuando se construye la evidencia. Los instrumentos, que parecen ser neutros, esconden, en

realidad, las interpretaciones de los que están investigando los fenómenos que registran. Pero

para que los “hechos” fabricados dentro de los laboratorios pasen a la sociedad, hay que

construir redes muy costosas y cuando el producto está terminado resulta difícil identificar a

los actores realmente significativos durante el proceso.

2. Ciencia, tecnología y política científica

2.1. La relación entre la ciencia y la tecnología desde el punto de vista

histórico

En las culturas ancestrales prehelénicas, las técnicas, en general, se caracterizaban por su

simplicidad. Sus elementos eran compartidos prácticamente por toda la comunidad, y sus

instrumentos eran fabricados, en la mayoría de los casos, por la misma sociedad que los

utilizaba. Así pues, en estas sociedades, desde el punto de vista antropológico, la tecnología se

constituía en un elemento fundamental de la cultura. Se trataba de una tecnología empírica sin

conexiones significativas con el cuerpo de conocimientos teóricos del que disponían dichas

sociedades. En la Grecia antigua se produce un florecimiento de las ciencias parecido al que se

dará a partir del Renacimiento en Europa y que desembocará en la revolución industrial. Sin

embargo, es de destacar una diferencia fundamental entre ambos procesos. La ciencia griega

no hizo aportes de importancia a una tecnología científica. La tecnología griega no se

caracterizó por ser muy superior a la de otros pueblos de la antigüedad. El científico argentino

Amílcar Herrera (1920-1995) cree que una de las razones por las cuales los griegos no

desarrollaron una tecnología con base científica se deba a que a la sociedad griega antigua,

sustentada económicamente casi totalmente en la mano de obra esclava, le faltaban estímulos

para aumentar la productividad (1973, pp. 58-70). Este divorcio entre ciencia y tecnología

continuó durante muchos siglos en toda Europa. El avance vertiginoso de las ciencias operado

a partir del Renacimiento ha sido calificado por algunos autores como “revolución científica”. La

primera revolución industrial, iniciada mucho más tarde, no es consecuencia de esa revolución.

La mayoría de las maquinarias y artefactos que impulsaron este cambio en la producción fue

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obra de hábiles e ingeniosos artesanos, herreros, carpinteros, cerrajeros, etc., que contaban

con escasa o nula formación científica. La revolución industrial no solo no se produjo como

consecuencia de los nuevos conocimientos académicos científicos disponibles con anterioridad

a la misma, sino que obedeció a factores sociales, políticos y económicos propios de una

sociedad en proceso de transformación. La revolución agrícola, basada en nuevas

metodologías de cultivo y aprovechamiento integral de las tierras, enriqueció a los propietarios

y empobreció a los trabajadores rurales que se vieron obligados a emigrar a las poblaciones

urbanas y vender su fuerza de trabajo. Otro factor fundamental fue el incremento de la

actividad comercial hacia afuera debido a la intensificación del tráfico marítimo y a la

expansión colonial. Esta nueva burguesía mercantilista, que les había ganado los espacios

económicos a los representantes del viejo orden feudal, ya estaba ensayando disputarles el

poder político. La revolución industrial no se hubiera producido sin el concurso de estas

demandas sociales, políticas y económicas. Tal vez, el despertar científico del Renacimiento

hubiera evolucionado de un modo más lento o se hubiera paralizado. El aporte decisivo de la

ciencia al desarrollo tecnológico moderno es posterior a la primera revolución industrial cuando

los artefactos diseñados sin base científica comienzan a ser perfeccionados con el concurso del

conocimiento científico. Más tarde, un nuevo gran impulso a la tecnología moderna lo dan las

dos guerras mundiales del siglo XX y la competencia de las grandes potencias por el dominio

tecnológico. Ello generó una fuerte demanda de investigación con el fin del perfeccionamiento

de las técnicas disponibles. El progreso de la ciencia moderna nunca dejó de estar vinculado a

la demanda social de su transferencia al terreno práctico.

2.2. Dimensión ética de las cuestiones científico-tecnológicas

Se tiende, erróneamente, a concebir a la tecnología como algo que evoluciona en forma

unidireccional, como la consecuencia “natural” e inevitable del progreso científico. La

tecnología evolucionaría como si tuviera una especie de código genético propio, independiente

de la sociedad que la rodea y de los valores de la misma. Se percibe a la tecnología como algo

que sucede externamente a los usuarios, como algo en que no tienen participación. Una de las

consecuencias de esta visión, es la aparición de una corriente de pensamiento crítico que

cuestiona no solamente a la tecnología, sino a la ciencia que, supuestamente, la

predeterminaría linealmente. Ambas serían una especie de “espíritus malignos

desencarnados”, responsables de todos los males de la sociedad actual, olvidando que esos

productos culturales se basan, en buena medida, en los valores éticos de esa sociedad. Este

creciente cuestionamiento a la ciencia y a la tecnología por sectores cada vez mayores de la

sociedad, iniciado aproximadamente hacia fines de la década de 1960, es, en última instancia,

un cuestionamiento a esos valores propios de la cultura que les dio origen. Estas reacciones

se han expresado de diversa manera: desde posturas teóricas muy elaboradas, como la del

psicoanalista y filósofo alemán Erich Fromm (1900-1980) o producciones literarias, como es el

caso del escritor argentino Ernesto Sábato (1911-2011), hasta la acción directa, en los años

90, del terrorista ecologista norteamericano llamado Unabomber. Esta realidad nos lleva a

desarrollar una breve reflexión sobre la relación entre la ética y los proyectos científico-

tecnológicos.

Desde el punto de vista del Positivismo y también desde la postura externalista de Merton,

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autor tratado en el punto 1.2, la ética de la investigación se limitaría al respeto de ciertas

normas. Para Merton dicha normatividad reposa en un conjunto de valores y reglas que fueron

publicados por primera vez en 1942 en un artículo cuyo título era Ciencia y tecnología en un

orden democrático; estos valores son universalismo, comunismo (comunalismo), desinterés y

escepticismo organizado. El propio Merton caracteriza al ethos de la ciencia del siguiente

modo: “Es ese complejo de valores, y normas, con tintes afectivos, que se considera

obligatorio para el hombre de ciencia. Las normas se expresan en la forma de prescripciones,

proscripciones, preferencias y permisos. Son legitimadas en términos de valores

institucionales. Estos imperativos, transmitidos por el precepto y el ejemplo y reforzados por

sanciones, son internalizados en grado diverso por el científico, y moldean de este modo su

conciencia científica [...]” (1980, p. 66). La pretensión mertoniana es la obtención de la

“verdad científica” por procedimientos confiables no contaminados por deseos personales,

intereses sectoriales, prejuicios culturales, ni ideologías de ningún tipo. Para Robert Merton, a

pesar de no ser positivista, la investigación científica es neutral y objetiva. El explica el

surgimiento de la “ciencia aria” en la Alemania nazi y de la denominada “ciencia del

proletariado” en la Unión Soviética de José Stalin (político ruso, 1879-1953), como

desviaciones de esa supuesta neutralidad y objetividad. Evidentemente, Merton no podía

pensar de otra manera pues el contexto histórico y cultural en el que vivía lo condicionaba.

Desde otra perspectiva teórica y coyuntural, hoy podemos afirmar que ni estas supuestas

“desviaciones” ni la ciencia occidental europea y norteamericana eran neutrales ni objetivas.

El epistemólogo argentino Mario Bunge, además de acordar con esta posición, considera que la

ciencia misma puede constituirse en un modelo de ética pues el hombre de ciencia al buscar la

verdad desinteresadamente, observando rigurosamente cierta normatividad, ejerce una acción

moralizante ante la sociedad (1996, 54-56). Concepciones como esta reposan en la convicción

de que a la ciencia le corresponde obtener conocimiento objetivo sobre la realidad y que la

función de transformar esa realidad la tiene la tecnología. El científico no tendría más

responsabilidad moral que aplicar correctamente el método científico y cumplir con las

normativas del ethos al que pertenece, mientras que el tecnólogo debe responder, en todo

sentido, por la aplicación práctica de las teorías científicas. Estos criterios además de sostener

una división tajante entre ciencia y tecnología, que es más analítica que real, restringen el

concepto de responsabilidad ética al comportamiento individual del científico y del tecnólogo.

¿Es posible pensar en una responsabilidad ética de la ciencia y de la tecnología, que vaya más

allá del cumplimiento por parte de los profesionales involucrados, de las normas morales y

jurídicas establecidas para cualquier ciudadano y del cumplimiento del código deontológico de

su comunidad de pares?

Los filósofos iluministas y positivistas que nos legaron la visión de una ciencia neutral,

objetiva, universal, lo hicieron desde un contexto de una sociedad que, para ellos, dejaba atrás

un pasado oscurantista feudal y tenían la convicción de haber hallado la clave del

conocimiento. Creían con entusiasmo que el despliegue de las fuerzas productivas apoyadas

por el avance de la ciencia y de la técnica conducirían al progreso indefinido. El siglo XX echó

por tierra esa ilusión y hoy, luego de las reflexiones críticas de Kuhn y otros nuevos filósofos

de la ciencia, podemos apreciar el carácter no trascendente del conocimiento científico,

socialmente construido e históricamente situado.

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El empeño de ciertos pensadores contemporáneos de mantener a la ciencia dentro de una

especie de sagrario separado de la realidad social parece esconder, en última instancia, una

intencionalidad política: evitar que la comunidad en general participe y decida acerca de la

viabilidad y conveniencia de los proyectos de investigación. Sin embargo, en la actualidad la

mayoría de los epistemólogos y estudiosos del campo CTS consideran insostenible dicha

postura. Para ellos, como hemos visto, los límites entre ciencia y sociedad son difusos, y el

criterio demarcatorio entre lo que es ciencia y lo que no es ciencia ya no depende solamente

de factores epistémicos sino de convenciones sociales, valores éticos, creencias religiosas,

conveniencias pragmáticas, etc. El contenido de la ciencia es atravesado por elementos

tomados de las fuentes que nutren a otros tipos de conocimientos, como el arte y la religión, y

las creencias comunes y corrientes de los miembros de la sociedad en general.

Hoy es insostenible la concepción que señalaba la división tajante entre una ciencia neutral y

una tecnología a la que se le pueden adjudicar responsabilidades éticas. No es correcto

sostener que los cuestionamientos éticos a la ciencia corresponden al uso posterior que la

tecnología haga de ella. Ciencia y tecnología comparten responsabilidades en la medida en

que no son dos ámbitos separados. El filósofo italiano actual, Evandro Agazzi (2008, p. 297)

considera que la distinción entre ciencia y tecnología es, tan solo, analítica y que en el marco

de las investigaciones concretas podemos hablar de “tecnociencia” como una realidad

integrada. Recordemos que la actividad científica tiende a resolver problemas que el marco

histórico y social considera relevantes. Y que el científico participa activamente de este

proceso. La tecnología no es la mera aplicación de conocimiento científico sino que posee un

carácter complementario de la ciencia. La puesta en práctica de proyectos tecnológicos

usualmente genera problemas cuya resolución corresponde nuevamente a la ciencia. Como

consecuencia de esta mutua interacción se producen, con frecuencia, transformaciones en la

ciencia como cambios de enfoques y hasta el abandono de teorías y su reemplazo por otras

más aptas. No hay un pasaje lineal en un solo sentido de la ciencia a la tecnología sino que son

dos conocimientos y actividades que se retroalimentan y son atravesados conjuntamente por

factores extradisciplinarios.

2.3. Políticas públicas en ciencia y tecnología

2.3.1. La institucionalización de la ciencia en la Europa moderna

Para algunos estudiosos de los aspectos políticos de la investigación científica, el desarrollo de

políticas públicas en el área comienza recién en el siglo XX. Sin embargo, muchos historiadores

de la ciencia y de la tecnología creen ver antecedentes de las mismas en la Europa moderna,

en la denominada etapa de la institucionalización de la ciencia. Esta comenzó entre los siglos

XVI y XVII con la creación de instituciones científicas formalmente constituidas. La Accademia

del Cimento de Florencia se creó en 1657, fue fundada y sostenida económicamente por el

gran duque de Toscana, Fernando II. Se inspiraron en los trabajos de investigación

experimental de los científicos italianos Galileo Galilei (1564-1642) y Evangelista Torricelli

(1608-1647). Tuvo una duración muy breve pero sentó las bases para la formación de otros

agrupamientos posteriores de hombres de ciencia. La Royal Society de Londres, en cambio,

surge por iniciativa privada de un grupo de científicos experimentales que también contribuyen

económicamente a su mantenimiento. Sin embargo, requiere la aprobación del monarca y el

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control estatal. La Académie de Science de París fue creada en 1666 durante del reinado de

Luis XIV por el ministro Jean-Baptiste Colbert, impulsor del mercantilismo en Francia, y tuvo

desde sus comienzos, y a lo largo de toda su historia, un carácter de institución fuertemente

ligada al Estado y a sus políticas públicas. La Societas Regia Scientiarum, luego Akademie der

Wissenschaften de Berlín, fue fundada en 1700 por el príncipe prusiano Federico III de

Brandeburgo con fondos de la hacienda estatal y la protección política de la corte.

Previamente, los círculos de científicos se localizaban en algunas cortes cuyos nobles no solo

favorecían la actividad científica en carácter de mecenazgo sino porque intuían el papel

fundamental de la actividad científica en el proceso de transformación de la sociedad europea

de aquel entonces. Las nuevas instituciones académicas de científicos no fueron homogéneas.

Desde sus orígenes constitutivos se fueron perfilando dos modelos institucionales que se

desarrollaron luego, también, en otros países:

el fuertemente centralizado con financiamiento y control estatal, y

el privado, en manos de los propios científicos, a veces con financiamiento parcial del

Estado y, otras veces, tan solo con supervisión de sus actividades.

Sin embargo, más allá del carácter político que tuvieran estas instituciones, en ningún ámbito

de la sociedad se cuestionaba, la libertad de investigación de sus miembros y mucho menos

nadie se sentía autorizado a entrometerse en las cuestiones metodológicas inherentes a la

observación y experimentación que desarrollaban.

En realidad, tal cual lo señala el contemporáneo Mario Biagioli, historiador de la ciencia de la

Universidad de Harvard (2008, pp. 13-24), el poder estatal o las influencias de los grupos de

presión de la sociedad, como la burguesía en ascenso, no necesitaban derrumbar los muros

de esa supuesta “libertad de investigación”, porque los propios hombres de ciencia de la

Europa moderna construían su propia imagen de proveedores de lo que el poder político y

económico estaba necesitando. El cercenamiento de la libertad de investigación se daba tan

solo, en circunstancias muy especiales, por parte de regímenes reaccionarios representativos

de los resabios del feudalismo que aún quedaban. Estos hombres de ciencia de la modernidad

parecían inspirarse, ya sea que trabajaran en los palacios o en las nuevas instituciones

académicas, en la sentencia del filósofo y político inglés Francis Bacon (1561-1626): “el saber

es poder”. Vemos cómo se va formando un marco político-institucional de la ciencia de la

modernidad y cuál es la procedencia de las fuentes de financiamiento de las investigaciones

que son observadas con buenos ojos por quienes tienen algo para beneficiarse con ellas. Al

mismo tiempo, aunque resulte paradójico, se va reforzando con convencimiento, la imagen de

una ciencia neutral, ajena a cualquier interés sectorial mezquino. También, en esta época los

científicos de mayor prestigio pasan a integrar los estamentos sociales más privilegiados de

la sociedad.

2.3.2. Diseño de políticas públicas en ciencia y en tecnología en el siglo XX. Un caso

paradigmático: el informe de Vannevar Bush, “Ciencia, la frontera sin fin”

Un hecho histórico de suma importancia, considerado un punto de inflexión en el proceso de

diseño de políticas públicas en ciencia y tecnología, es el documento elevado por Vannevar

Bush, ingeniero y científico estadounidense (1890-1974) al presidente de los Estados Unidos,

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Franklin D. Roosevelt, en 1945 en el contexto de la llamada big science, luego de la

implementación del Proyecto Manhattan. Los historiadores y sociólogos de la ciencia y la

tecnología utilizan la expresión “big science” para dar cuenta de los grandes cambios operados

en el aparato productivo y en los dispositivos de defensa militar de algunas naciones durante y

después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Este modelo se caracterizó por el

acelerado progreso de las investigaciones científicas y por el enorme desarrollo tecnológico que

reposaban, fundamentalmente, en proyectos de gran escala financiados, sin reservas, por los

gobiernos involucrados en el conflicto bélico y, luego, durante la posterior “guerra fría”. El

Proyecto Manhattan fue un desarrollo científico-tecnológico llevado a cabo por los Estados

Unidos entre 1941 y 1945. Su finalidad era la urgente construcción de una bomba atómica

antes de que la Alemania nazi lo lograra. Se invirtieron millones de dólares para poner en

marcha la iniciativa y se calcula que se movilizó a unos cinco millones de personas entre

científicos, técnicos, ingenieros, militares, operarios calificados y personal civil administrativo.

La inmensa mayoría de toda esta gente desconocía la naturaleza del proyecto en el cual

trabajaba y, muchas veces, violando principio éticos elementales, no se respetó su salud y se

expuso su vida a grandes riesgos por la contaminación radiactiva. El proyecto tuvo una

conducción científico-militar compartida por los estadounidenses coetáneos, el físico Julius

Openheimer y el general Leslie Richard Groves, coordinados y supervisados por Vannevar

Bush, director del Comité de Investigaciones para la Defensa Nacional, y por el propio

presidente Roosevelt.

En el mes de noviembre del año 1944 el presidente Roosevelt, le enviaba una carta a Bush. En

ella elogiaba el trabajo en equipo para la coordinación de la investigación científica y la

aplicación del conocimiento científico a la solución de los problemas técnicos fundamentales de

la guerra. Y le comentaba que creía que no había razón para que este trabajo no se aplicara

en tiempos de paz.

En concreto, Roosevelt le consultaba acerca de si era posible dar a conocer, respetando el

secreto militar, las contribuciones hechas al conocimiento científico durante la guerra para

estimular nuevas empresas, proveer empleos y mejorar el bienestar de la nación, en especial

en la lucha contra las enfermedades. Además, le preguntaba cómo el gobierno podía contribuir

para ayudar a las investigaciones públicas y privadas y sobre la posibilidad de instrumentar un

programa para el descubrimiento y desarrollo de talentos científicos entre la juventud

norteamericana. Roosevelt cierra su carta con una metáfora: “nuevas fronteras de la mente

están ante nosotros […]” – dice el presidente, muy entusiasmado –.

La carta de respuesta de Bush, que Roosevelt no llegará a leer debido a su fallecimiento,

parte de dicha metáfora y lleva por título “Ciencia, la frontera sin fin”. El destinatario del

documento será, en julio de 1945, el nuevo presidente Harry S. Truman.

Según Bush el progreso científico es esencial para la sociedad norteamericana y considera que

el conocimiento científico solo puede ser obtenido a través de la investigación básica. No

obstante advierte que la ciencia por sí sola no puede resolver todos los problemas. Reclama

extender el apoyo financiero a la investigación científica básica en universidades. Para él, el

progreso social y económico depende de la expansión del conocimiento científico, pero,

además de dar libertad de investigación y enseñar, el gobierno debe ampliar el apoyo

financiero. Piensa que los Estados Unidos no pueden depender más de Europa como la mayor

fuente de capital científico. Propone más y mejor investigación científica como uno de los

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objetivos esenciales para lograr el pleno empleo y el estado de bienestar de la población. Y

para ello exhorta al gobierno a incentivar las investigaciones, contribuir a la profesionalización

del científico mediante becas y fuerte apoyo presupuestario sin mezquindades. Podemos

apreciar que Bush no se comporta simplemente como un sirviente de intereses que no son los

suyos, sino que asume la defensa corporativa del sector al cual pertenece y opera como un

hábil negociador político de sus propios intereses en el concierto de conflictos y consensos de

ese momento (1999, pp. 95-112).

Bush, que en ningún momento cuestiona la teoría de la neutralidad valorativa de la ciencia, no

cae en ninguna propuesta “cientificista” como las que desarrollaron algunos países periféricos

hasta ese momento - y que a continuación trataremos -. Para él, la ciencia básica provee de

un conocimiento neutral y objetivo pero no cree que buenos resultados prácticos de la

aplicación de sus principios se obtengan por añadidura. Es cierto que, a partir de su informe,

se estructura un modelo clásico de innovación, basado en la investigación básica, que no solo

será implementado en la posguerra en los Estados Unidos, sino también, mediante la ayuda

económica del Plan Marshall, en la Europa destruida por la guerra. Este modelo supone que

hay un pasaje lineal desde la investigación básica a la aplicada y de esta al desarrollo de

tecnologías que serán utilizadas por el aparato productivo de las naciones para satisfacer las

demandas del mercado. Sin embargo, a diferencia del cientificismo, que también sostiene el

modelo lineal, Bush enmarca al mismo dentro de una fuerte presencia del Estado como

elemento fundamental de planificación de las políticas científico-tecnológicas y financiamiento

de la actividad en dichas áreas. El cientificismo cree que el flujo desde la investigación básica a

los nuevos productos que inundarán el mercado se dará “naturalmente”.

Si bien Vannevar Bush reclama libertad de investigación para que la ciencia básica dé

resultados fecundos, esta queda relativizada por el encuadre de los proyectos diseñados y

financiados por quienes buscan logros tangibles, ya sean de índole económica o militar.

2.4. La investigación básica, la investigación aplicada y los desarrollos

experimentales

La investigación y el desarrollo experimental comprenden el trabajo creativo llevado a cabo

para incrementar el volumen de los conocimientos humanos, culturales y sociales, y, también,

el uso de esos conocimientos para derivar nuevas aplicaciones. En el sector de investigación y

desarrollo (I+D), podrían identificarse tres ámbitos donde se realizan distintas actividades que

están interconectadas de tal manera que conforman una red. Por eso no se puede hablar de

una distinción tajante entre los tres ámbitos y mucho menos de un pasaje lineal de los

productos de uno a otro ámbito. Esta distinción es tan solo analítica y cumple fines descriptivos

pero en la práctica real, los pasos de las investigaciones no se cumplen estrictamente por

separado y las secuencias tampoco son en un solo sentido.

La investigación básica está constituida por trabajos teóricos y experimentales que se

emprenden, fundamentalmente, para obtener nuevos conocimientos acerca de la explicación

de fenómenos y hechos observables, sin darle una aplicación o utilización determinada. Se

analizan propiedades, estructuras y relaciones, con el objeto de formular y contrastar hipótesis

para obtener leyes y construir teorías. Los resultados de la investigación básica, generalmente,

no se ponen a la venta sino que se publican en revistas científicas o se difunden directamente

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entre colegas u organismos interesados. En ocasiones, la difusión de los resultados de este

tipo de investigaciones puede ser considerada confidencial por razones de seguridad. Quienes

llevan a cabo la investigación básica son los científicos y, en términos ideales, se supone que

ellos mismos deberían fijar sus propios objetivos y organizar su propio trabajo, aunque como

hemos dicho, esto queda relativizado.

Los defensores de la libertad de investigación en ciencia básica pura dicen que se llevaría a

cabo para hacer progresar los conocimientos, sin la intención de obtener a largo plazo ventajas

económicas o sociales, y sin hacer un esfuerzo deliberado por poner en práctica los resultados

ni transferirlos a los sectores responsables de su aplicación. Pero, no en vano muchos

especialistas en la materia, llaman a la investigación básica, también investigación estratégica,

porque, en la mayoría de los casos, la investigación básica está orientada hacia grandes áreas

de interés general. Por eso, hoy es muy común el uso de la expresión “investigación básica

orientada” en los documentos que hacen referencia al tema. Esta se llevaría a cabo con el

propósito de generar una amplia base de conocimientos, susceptible de constituir una

plataforma que permita resolver problemas planteados de antemano o que puedan aparecer

en el futuro.

En términos ideales, se considera que el producto de la investigación básica debería ser de

libre circulación ya sea mediante publicaciones en revistas científicas con reconocimiento

internacional o mediante documentos publicados en Internet, etc., pero por motivos de

seguridad nacional o secreto comercial quienes financian este tipo de investigaciones impiden

su difusión o la postergan hasta asegurar su registro de propiedad intelectual.

En cuanto a la investigación aplicada, si bien apunta a desarrollar trabajos originales para

adquirir nuevos conocimientos, está dirigida hacia objetivos prácticos específicos. Se emprende

para considerar los posibles usos de los resultados de la investigación básica, de la cual no

está tajantemente separada, o para tomar en cuenta nuevos métodos para solucionar

problemas concretos. Para alcanzar dichos objetivos predeterminados, se contemplan todos los

conocimientos disponibles y se emprende un trabajo de profundización. Esto no implica

neutralidad alguna porque, por ejemplo, en las empresas los proyectos de investigaciones

aplicadas surgen a partir de resultados prometedores de la investigación básica inserta en un

programa común. El producto de una investigación aplicada es, generalmente, un prototipo

que, muchas veces, se puede patentar. Estas patentes y demás derechos de propiedad

intelectual o industrial, en algunos casos permiten transformarlos en innovaciones que apunten

al desarrollo de la economía nacional y al mejoramiento de la calidad de vida.

Los desarrollos experimentales consisten en trabajos sistemáticos basados en los

conocimientos existentes obtenidos de la investigación científica y/o de la experiencia práctica.

Los mismos se orientan a la generación de nuevos materiales, productos o dispositivos; al

establecimiento de nuevos procesos, sistemas y servicios, o a la mejora de los ya existentes.

2.5. La teoría de la neutralidad valorativa de la ciencia y su crítica

2.5.1. El ideal de una ciencia neutral, objetiva y universal. El modelo lineal

Como hemos visto, el modelo clásico de investigación científico-tecnológica concibe que hay un

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pasaje lineal desde la ciencia básica a la ciencia aplicada y de estas a la tecnología, por eso

recibe el nombre de modelo lineal. Este reposa, en buena medida, en la teoría de la

neutralidad valorativa de la ciencia. Mario Bunge, entre otros autores, sostiene la tesis de la

neutralidad de la ciencia. Para él, la ciencia es neutral, carece de ideología, no sirve a otro fin

que al propio conocimiento que él concibe como un bien intelectual que eleva el nivel de

ilustración de la población. Las teorías científicas no estarían contaminadas por intereses

ajenos a los de la propia ciencia.

Esta concepción se remonta al contexto histórico de formación del mundo moderno. Hay una

íntima relación entre el ideal de ciencia de aquellos tiempos y el nacimiento de la incipiente

sociedad europea de la modernidad. Los atributos más importantes del ideal de la ciencia

moderna eran la universalidad, la objetividad y la neutralidad. La característica de reducción a

la unidad, tomada de la matemática, permitía eliminar las diferencias y las particularidades,

garantizando la neutralidad y la objetividad del pensamiento científico. Según este modo de

concebir la ciencia, que responde al ideal de la economía mercantilista de aquellos tiempos,

todo podía ser calculado y reducido a la unidad. Este criterio reduccionista deja de lado las

diferencias. Se produce una división tajante entre sujeto y objeto. Los objetos no tienen nada

de trascendente, sino que, para el Iluminismo, y luego para el Positivismo, los objetos son lo

que son, nada más. El objeto, en unidad e identidad consigo mismo, agota toda su realidad. La

uniformidad, la repetición y la legalidad garantizan la unidad. El conocimiento se convierte en

repetición: la reproducción de lo mismo se convierte en esquema de perpetuación del

pensamiento. En este modelo físico-matemático de ciencia moderna, no puede entrar la

subjetividad. Para este pensamiento, la realidad es única y objetiva y el hombre, puede dar

testimonio científico de esa realidad tal cual es, independientemente de su condición social, de

sus ideas políticas, de sus valores éticos. Hay una línea de continuidad histórica entre aquel

ideal de ciencia del Iluminismo del siglo XVIII y del Positivismo del siglo XIX y la defensa

actual de la tesis de la neutralidad valorativa de la ciencia.

Dice Bunge: "La ciencia es útil: porque busca la verdad, la ciencia es eficaz en la provisión de

herramientas para el bien y para el mal" (1995, p. 45). Esto supone la clásica distinción

tajante entre ciencia pura y ciencia aplicada, y, a su vez, entre ciencia y

tecnología. Según este punto de vista, los científicos que hacen la investigación básica, o

sea, según Bunge, los que desarrollan la ciencia por la ciencia misma como un bien

intelectual, la ciencia por amor al conocimiento, no son moralmente responsables por

el uso que pueda hacerse de sus investigaciones. Esta postura sostiene que esa

producción científica es neutral; en cambio, la tecnología sería la aplicación práctica

con fines utilitarios de los principios científicos y son estas aplicaciones las que carecen

de neutralidad. Esta diferenciación absoluta no se da en la auténtica práctica social de las

investigaciones. Para Bunge, el científico está exento de responsabilidad ética y social,

mientras que el tecnólogo no, pues trabaja para un proyecto bien definido por una política

determinada, un proyecto político, militar o económico. Sigamos leyendo al propio Bunge

que, en la obra anteriormente citada, dice: "La utilidad de la ciencia es consecuencia de su

objetividad: sin proponerse necesariamente alcanzar resultados aplicables, la investigación los

provee a la corta o a la larga. La sociedad moderna paga la investigación porque ha aprendido

que la investigación rinde. Por este motivo, es redundante exhortar a los científicos que

produzcan conocimientos aplicables: no pueden dejar de hacerlo. Es cosa de técnicos emplear

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el conocimiento científico con fines prácticos, y los políticos y empresarios son los responsables

de que la ciencia y la tecnología se empleen en beneficio de la humanidad" (1995, 46).

2.5.2 Crítica a la teoría de la neutralidad valorativa de la ciencia

La teoría de la neutralidad valorativa de la ciencia ofrece, en nuestros días, una visión muy

simplista de la investigación científica. Se destinan millones de dólares en proyectos

científico-tecnológicos con fines predeterminados. Científicos y tecnólogos trabajan

conjuntamente en proyectos, no solo financiados sino también ideados por quien busca algún

rédito inmediato o a largo plazo. La tecnología no es meramente aplicación utilitaria de

conocimiento científico, la tecnología no está predeterminada por la ciencia. No se puede

hablar de un pasaje lineal desde la investigación básica a la tecnología. Como veremos más

adelante, ciencia y tecnología se retroalimentan constantemente y ambas interactúan con el

poder político y económico. Todos los agentes intervinientes son ética y socialmente

responsables de los productos y sus efectos.

Otro epistemólogo argentino, Enrique Marí (1928–2001), en un artículo periodístico del año

1996, criticaba la neutralidad de la ciencia concebida como una herramienta aséptica, tesis

sostenida, además de Bunge, por el epistemólogo argentino Gregorio Klimovsky (1922-

2009). La ciencia, también para Klimovsky, sería simplemente un instrumento que puede ser

bien o mal utilizado, una herramienta neutral, como, por ejemplo, un martillo. Con un

martillo se puede hacer algo muy productivo como clavar un clavo o algo muy censurable

como romperle la cabeza a un hombre. El martillo sería neutral, la intencionalidad del

usuario determinaría el buen o el mal uso. Alguien podría, luego, adaptar el martillo para

clavar clavos o para romper cabezas. Pero, según este punto de vista, quien hizo el martillo

no tiene responsabilidad por su buen o mal uso. Marí, retomando la metáfora del martillo

usada por Klimovsky, sostuvo en aquella oportunidad, cuestionando la división tajante

entre ciencia pura y ciencia aplicada, que el martillo es un producto en cuya gestación han

participado todos los interesados para que sea, ya desde el inicio, un "martillo clavador de

clavos" o "un martillo rompedor de cabezas".

2.6. Políticas científico-tecnológicas cientificistas y su superación histórica

2.6.1. El cientificismo como política científico-tecnológica en América Latina

Las políticas científico-tecnológicas de carácter cientificista, históricamente, se han

desarrollado, desde fines del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, en algunos países de

América Latina, como la Argentina, Brasil, Venezuela, México, etc.; en los cuales hubo algún

desarrollo considerable de las investigaciones científicas.

El modelo cientificista sostenía que el desarrollo económico sería la consecuencia natural del

trabajo en investigaciones básicas por parte de calificados hombres de ciencia en

universidades de alto nivel de excelencia.

Nuestro país y algunos otros países periféricos, a fines del siglo XIX y principios del siglo XX,

contaban con universidades que estaban a la par de las más renombradas del viejo continente

y la producción científica aumentaba allí en calidad y cantidad.

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Sin embargo, nuestros países no se desarrollaban tecnológicamente ni montaban un

respetable aparato productivo como los países europeos. El cientificismo adolecía de graves

defectos pues, como sostiene el investigador francés, especializado en CTS, Jean-Jacques

Salomon (1929-2003), por sí misma la ciencia no garantiza el desarrollo, pues, la sola

investigación científica no puede desarrollar industrialmente a ningún país (1985, pp.968-971).

Sobre este tema, el experto argentino en cuestiones socio-económicas de la ciencia y la

tecnología, Amílcar Herrera, dice: “[…] la ciencia requiere, para poder ser realmente efectiva

en la promoción del progreso de una sociedad, condiciones económicas, políticas y sociales que

ella misma no puede crear y que sólo pueden darse mediante una profunda transformación de

las estructuras socioeconómicas que están en la base misma del subdesarrollo” (1974, p. 17).

Las políticas cientificistas se dan en el contexto de la llamada “división internacional del

trabajo” delineada fundamentalmente por Inglaterra. El globo terráqueo había quedado

dividido en dos bloques bien definidos: aquellos países que se desarrollaban económicamente

de un modo acelerado siguiendo un modelo de industrialización que utilizaba todos los

recursos científicos y tecnológicos a su alcance, y el formado por el resto de los países del

mundo que seguían sumidos en la pobreza.

El sociólogo brasileño Fernando Cardoso (n. 1931) y el chileno Enzo Faletto (1935-2003),

referentes de las teorías de la dependencia y el desarrollo (1971, pp. 22-25), explican cómo,

en aquel momento, las economías periféricas se vinculaban a las potencias capitalistas en

términos coloniales o en carácter de estados nacionales dependientes. Los países periféricos

quedaron ligados a un mercado mundial en el que se relacionaban economías que presentaban

distintos grados de diferenciación de sus sistemas productivos. No se trataba de una diferencia

de etapa, sino de una diferencia de posición y función dentro de una misma estructura de

producción y distribución que reposaba sobre una realidad de dominación de unos a otros.

Si bien hay diferencias muy marcadas entre los países periféricos entre sí, podemos

caracterizar a sus sistemas económicos como: ligados al sector agrícola-ganadero, con poco

desarrollo de las industrias manufactureras, alta concentración de la riqueza en pocas manos y

prioridad del mercado internacional por encima del interno. La economía de estos países

dependió de la producción de materias primas para la exportación sobre la base de la inversión

extranjera. Así se fue diseñando el perfil agroexportador en la mayoría de los países

periféricos que, al ser arrojados a un mercado mundial asimétrico y desigual, quedaron en

condiciones desfavorables de negociación. Los mayores beneficiarios de este intercambio eran

los países capitalistas centrales, fundamentalmente Inglaterra, y las oligarquías nativas

productoras de materias primas exportables. Los países coloniales o dependientes seguían en

el estancamiento y no se desarrollaban.

El modelo cientificista es un proyecto diseñado para sostener un sistema pedagógico centrado

en investigaciones básicas de relativa importancia que no contribuyera a industrializar a los

países periféricos y, en consecuencia, pudiera amenazar el perfil agro-exportador de los

mismos. En las universidades de estos países casi no se investigaban temas de ingeniería en

función de las necesidades industriales, sino que la agenda era fijada en función del mercado

internacional digitado por las grandes potencias.

Por otra parte, el modelo cientificista era elitista porque en aquella época tan solo una capa

minoritaria de la población, ligada a los sectores oligárquicos, podía acceder a la educación

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universitaria y, por ende, a la investigación científica. De tal modo, la ideología cientificista

encontraba eco en los claustros y era reproducida por estudiantes, profesores e

investigadores. Esto suponía una creencia en un progreso indefinido, un proceso ilimitado de

agregación de valor mediante las exportaciones.

El cientificismo se caracterizó por un optimismo epistemológico positivista, la fecundidad de las

investigaciones básicas contribuía a fomentar en el inconsciente colectivo la creencia en el

poder ilimitado de la ciencia que podría resolver todos los males sociales y cubrir todas las

necesidades económicas. Al mismo tiempo, reforzaba la imagen del científico como un hombre

perteneciente a cierta aristocracia intelectual. Una de las características de este modelo es la

creación de instituciones científicas, si bien financiadas por el Estado, administradas y dirigidas

por los propios científicos. El modelo cientificista es descentralizado: la ciencia es cosa de

científicos, a ellos les cabe decidir sobre la planificación de la política científica. El control

político de las instituciones por los propios científicos, garantizaba la reproducción permanente

del perfil de los proyectos de investigación. El referente más representativo del modelo

cientificista en nuestro país fue el doctor Bernardo Houssay (1887-1971), en su juventud. Años

más tarde, en otro contexto histórico, este investigador impulsó, desde la función pública,

políticas científico-tecnológicas superadoras de las de aquella etapa.

Podemos apreciar que la justificación teórica de estas políticas cientificistas reposaba en una

concepción filosófica positivista. Pero esta cuestión, no quedó reducida a un debate académico

dentro de los claustros universitarios, sino que tuvo profundas implicancias políticas. Si bien es

cierto que el desarrollo de políticas científico-tecnológicas cientificistas o no cientificistas ha

tenido en nuestros países periféricos mucho que ver con una opción ideológica por el

cientificismo filosófico o por su crítica, no debemos olvidar que como la política científico-

tecnológica no está desconectada de la política y de la economía nacional, regional, e

internacional, ha tenido también, una íntima relación con alineamientos dentro de estas áreas.

2.6.2. Fundamentos teóricos críticos a la política cientificista en América Latina

Desde principios de la década de los años 50 hasta principios de los años 70 del siglo XX,

comienza por primera vez en algunos países de América Latina una reflexión seria acerca del

papel de la ciencia y de la tecnología y sus vínculos con la economía y la sociedad.

Los participantes de este debate contaban con algunos datos de la realidad social e histórica

nacional e internacional que operaron como disparadores de las severas críticas al

cientificismo: por un lado, el fenómeno de la big science y el proyecto Manhattan que vinculó,

con coordinación estatal y en función de necesidades económicas y bélicas, la ciencia con la

tecnología; y por el otro, una vez derrumbado el proyecto agroexportador en nuestro país la

experiencia del despegue industrial y el desarrollo tecnológico impulsado por el Estado que

tuvo lugar entre 1943 y 1955, y su vinculación en algunos casos, o carencia de ella en otros

según las áreas, con los proyectos científicos.

Dicha corriente de pensamiento es conocida como Escuela Latinoamericana de Pensamiento en

Ciencia, Tecnología y Desarrollo, cuyos exponentes más notorios fueron los argentinos Jorge

Sábato, Amílcar Herrera, Oscar Varsavsky, Rolando García, el brasileño Helio Jaguaribe, el

uruguayo Máximo Halty y el peruano Francisco Sagasti, entre otros, que proponían un

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desarrollo tecnológico propio para la región recalcando la necesidad de vincular los proyectos

de investigación científica al aparato productivo. Estas reflexiones se realizaron al amparo de

las llamadas “teorías de la dependencia y el desarrollo” que, en síntesis, consideraban que los

países periféricos no estaban simplemente en una etapa de retraso evolutivo de su desarrollo

ni tampoco tenían auténticas posibilidades de estar en vías de desarrollo frente a los países

centrales desarrollados, sino que había una situación estructural de dependencia, iniciada en

el siglo XIX, que impedía su desarrollo.

Para estos pensadores, desarrollar una política científico-tecnológica superadora del

cientificismo para los países de América Latina suponía que la tecnología no está

predeterminada por la ciencia. El economista argentino contemporáneo Juan Carlos Del Bello,

experto en temas de investigación y desarrollo, y discípulo de aquellos pensadores, dice que si

la tecnología fuera simplemente la aplicación práctica con fines útiles de los principios de la

ciencia, nuestro país, que durante gran parte de su historia pasada tuvo mejores universidades

y mayor cantidad de científicos que Japón, debería tener mejor tecnología y un aparato

productivo más desarrollado que el del país oriental. La diferencia abismal en favor de Japón

nos muestra que la tecnología es mucho más que eso (1988, pp. 2-3). No basta con tener

buenos científicos y abundante producción en las investigaciones para lograr el desarrollo

tecnológico e industrial. No hay un pasaje lineal de la ciencia pura a la aplicada y de estas a la

tecnología y al sector industrial. Ciencia y tecnología interactúan entre sí y ambas con el

aparato productivo y los demás factores de poder político, económico y militar. La

investigación científica es condición necesaria pero no suficiente para el desarrollo. El

desarrollo no vendrá por añadidura a partir de un buen volumen de investigación científica

básica. De hecho, nuestro país constituye el mejor ejemplo histórico de lo que estamos

diciendo: hasta mediados del siglo XX, momento en que se derrumba el modelo agro-

exportador y el Estado toma la decisión política de industrializar el país, acompañada con

planes económicos adecuados, la Argentina no se había desarrollado tecnológicamente a pesar

de haber tenido muy buenas universidades y muy buenos hombres de ciencia.

Para los autores citados, la política científico-tecnológica nunca debe planificarse escindida de

la política social y económica de un país; la investigación científica nunca debe concebirse

como un fin en sí mismo sino que debe fijarse objetivos, entre los cuales uno de los más

importantes es el desarrollo tecnológico con el fin de solucionar los urgentes problemas

sociales y económicos que pudiera tener.

Oscar Varsavsky (1920-1976), matemático argentino, cuestiona duramente la existencia de

una supuesta libertad de investigación (1971, pp. 15-17). Denuncia que la carrera de

investigador es evaluada tomando en cuenta la cantidad de artículos publicados en revistas

especializadas editadas por fundaciones extranjeras financiadas por grandes monopolios

transnacionales. De este modo, aquellos científicos comprometidos con los grandes problemas

nacionales pero de escasa importancia para tales empresas, nunca son ascendidos en el

escalafón.

Otro de los aportes en esta fructífera etapa es el del investigador argentino en epistemología

genética Rolando García (1919-2012) que cuestiona la supuesta neutralidad, objetividad y

universalidad de la investigación científica (1972, pp. 23-25). Argumenta que no hay un

normal desarrollo de las investigaciones en una única dirección posible bajo la guía del

“método científico”. Ejemplifica García: “Si los chinos, que descubrieron el principio de inercia

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2000 años antes de Galileo, hubieran continuado desarrollando las ideas físicas que tenían en

la época en que el mundo occidental estaba dominado por Aristóteles, es muy posible que la

física actual fuera bien distinta”. Basta con una política de mayor asignación de recursos

presupuestarios para que una rama de la ciencia se desarrolle más en detrimento de otras,

como es el caso de la física nuclear contemporánea debido a razones militares.

Por aquellos años, Amílcar Herrera hace su propuesta de desarrollo autónomo de los países de

América Latina (1978, p. 1469). Entiende la noción de autonomía en relación con la decisión

política soberana de diseño de los proyectos científico-tecnológicos y no necesariamente de

utilización de recursos autóctonos. El objetivo prioritario es la satisfacción de las necesidades

básicas de la población con el propósito de erradicar la marginalidad social. Considera que el

desarrollo de la región debe reposar, en la medida de lo posible, en sus propios recursos y con

la participación comunitaria de sus propios habitantes. Entiende que las nuevas tecnologías no

deben cumplir una función desorganizadora del cuerpo social de modo que no sufra la agresión

de un cambio brusco de pautas culturales. Y propone que el desarrollo regional no se

desentienda de entablar una relación racional con el medio ambiente, aprovechando el

conocimiento empírico transmitido de generación en generación por los habitantes del

continente que han sabido servirse de la naturaleza armónica y equilibradamente.

Por supuesto, Herrera no ignora que para poder implementar un proyecto de tal naturaleza, los

gobiernos de los países latinoamericanos debían tener la decisión política de ponerlos en

práctica, que también hacían falta planes económicos que acompañaran tales desarrollos y,

además, que era fundamental lograr la integración regional de estas naciones.

2.6.3. La Investigación y Desarrollo (I+D) en el desarrollo social de América Latina

¿Cuál es el lugar de la ciencia y de la tecnología en el desarrollo social de América Latina? Esta

pregunta inaugura la propuesta de la denominada Escuela Latinoamericana de Pensamiento en

Ciencia, Tecnología y Desarrollo” acerca del papel de la I+D en el desarrollo de nuestras

naciones. ¿En qué consistía concretamente este pensamiento? Ante todo, como punto

principal, planteaba la necesidad y la obligación de que los países de América Latina

participaran activamente en el desarrollo científico y tecnológico mundial.

Para analizar la trama de este pensamiento latinoamericano en ciencia y tecnología,

recurriremos al documento “La ciencia y la tecnología en el desarrollo futuro de América

Latina” de los argentinos Jorge Sábato y Natalio Botana que recibió el reconocimiento unánime

en la Conferencia de la Cumbre de las Américas, celebrada en Punta del Este, Uruguay, en

Abril de 1967. Al momento de presentar este trabajo, Sábato (1938-1995) se desempeñaba

como gerente de la Comisión Nacional de Energía Atómica Argentina y Botana (n. 1937) era

investigador del Instituto para la Integración de América Latina.

Este documento hace referencia a políticas científico-tecnológicas de profundas raíces sociales

e históricas. En dicho texto, Sábato caracterizaba a la investigación científico-tecnológica como

una poderosa herramienta de transformación social y advertía que la nación que descartara

esa tarea corría el riesgo de quedar marginada de la historia. Así pues, desde la perspectiva de

Sábato, la ciencia y la técnica son dinámicas integrantes de la trama misma del desarrollo; son

efecto pero también causa, lo impulsan pero también se retroalimentan de él. Según este

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autor: “El adelanto de los conocimientos científicos y tecnológicos está transformando la

estructura económica y social de muchas naciones: La ciencia y la tecnología ofrecen infinitas

posibilidades como medios al servicio del bienestar a que aspiran los pueblos. Pero en los

países latinoamericanos este acervo del mundo moderno y su potencialidad distan mucho de

alcanzar el desarrollo y el nivel requeridos. La ciencia y la tecnología son instrumentos de

progreso para la América Latina y necesitan un impulso sin precedentes en esta hora.”

(Sábato, 1975). Consideraba que para desarrollar este primer punto era necesario un

diagnóstico del sector científico y tecnológico y, sobre la base de dicha situación, planteaba los

argumentos que sostenían la tesis de que en nuestros países debíamos realizar investigación

científico-tecnológica en forma seria, sostenida y permanente.

Resumiendo, estos argumentos serían los siguientes:

Para importar tecnologías es necesario que el país receptor tenga una estructura

científico-tecnológica sólida, una estructura que es institucional y que, además, debe

mantenerse y progresar a través de la investigación propia.

La utilización inteligente de los recursos naturales, la mano de obra, las materias

primas, el capital y las economías de escala, requieren, sin duda, de investigaciones

científicas que se ajustarán a las necesidades de cada país.

Transformar las economías de la región, para industrializar y exportar productos

manufacturados, depende casi exclusivamente de un alto grado de desarrollo del

potencial científico y tecnológico.

La ciencia y la tecnología son promotoras del cambio social.

Luego de analizar algunos de los elementos más relevantes de la situación que se daba en

América Latina y en el mundo en la década de 1960, Sábato hace una prospectiva estratégica

del sector para el año 2000: “Si analizamos el problema, no sólo en función de las necesidades

presentes, sino en la perspectiva de un orden mundial para el año 2000, la necesidad de un

vigoroso desarrollo científico-tecnológico en América Latina, resulta aún más imperiosa. En

efecto, la tesis más importante, es que uno de los factores decisivos que podrá conducir a la

realización de un nuevo tipo de orden mundial en el año 2000, es la voluntad de las naciones

latinoamericanas de lograr una plena participación, como sujetos activos, en el desarrollo

social, político y cultural del mundo del futuro. Se trata, pues, de promover nuevas relaciones

de igualdad entre las naciones y las regiones, de modo tal que el desarrollo de los países

marginados permita una redefinición de la actual distribución del poder, el bienestar y el

prestigio en el seno de la comunidad internacional. Aplicando esta ideas al campo de la ciencia

y la tecnología resulta entonces que América Latina, con escasa intervención en el pasado y en

el presente en el desarrollo científico y tecnológico, deberá cambiar su papel pasivo de

espectador por el activo de protagonista procurando conquistar la máxima participación. En

esta perspectiva, es imperativo que las naciones latinoamericanas realicen un supremo

esfuerzo en ciencia y tecnología, apoyadas por la asistencia de aquellos países que comparten

esta idea del orden mundial en los próximos treinta años. La conclusión anterior es que

debemos invertir en el desarrollo científico y tecnológico” (1975).

Sábato sostenía que para lograr estos objetivos, era necesario pensar que la investigación

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científica jamás se detiene, y que también era preciso recordar que jamás se detendría. El

concebía que no había un “último” acto en este proceso y que siempre se podía llegar a tiempo

porque, en cierta medida, todo estaba siempre comenzando y todo le pertenecía al mismo.

Decía que, al igual que el propuesto por Einstein, el universo de la investigación era finito pero

sin límites.

También por aquellos años, este autor planteaba la inserción de la ciencia y de la tecnología en

la trama del desarrollo latinoamericano como un proceso político que, según él, estaba

constituido por la acción múltiple y coordinada de tres elementos fundamentales para el

desarrollo de las sociedades contemporáneas:

el gobierno,

la estructura productiva y

la infraestructura científico-tecnológica.

Sábato nos proponía imaginar que entre estos tres elementos se establece un sistema de

relaciones que se representa por la figura geométrica de un triángulo, en donde cada uno de

estos elementos ocuparía sus vértices respectivos.

Sábato extrae de la experiencia histórica esta imagen tan sencilla de las relaciones entre el

poder político del Estado, el aparato productivo y la comunidad de hombres y mujeres que

desarrollan I+D. Este modelo del triángulo aseguraría la capacidad racional de un país para

innovar dónde se debe y cómo se debe, y, de este modo, alcanzar los objetivos estratégicos

propuestos.

Mario Albornoz, científico e investigador argentino contemporáneo, y otros autores hacen una

descripción somera de este modelo triangular de Sábato:

el vértice de la ciencia y la tecnología está constituido por el complejo científico-

tecnológico, con sus instituciones, sistema educativo, centros de investigación, sistema

de planificación y promoción de la actividad científica, las regulaciones jurídico-

administrativas y las partidas presupuestarias para el financiamiento del sector;

el vértice de la estructura productiva es el conjunto de sectores productivos de bienes y

servicios que demanda cada sociedad;

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el vértice del gobierno, está definido como el conjunto de roles institucionales que

tienen como objetivo formular políticas y movilizar recursos de y hacia los otros vértices

a través de los procesos legislativos y administrativos (1993).

El propio Sábato se encarga de hacernos notar que este modelo está planteado en términos

funcionales de los actores participantes y de las relaciones entre ellos: una empresa estatal no

formaría parte del vértice gobierno ni tampoco un laboratorio de una universidad, a pesar de

ser instituciones del Estado, sino que la primera integraría el vértice aparato productivo y el

segundo, el vértice estructura de I+D. Dentro de esta estructura, el gobierno cumple un rol

promotor, tiene la tarea de diseñar e implementar las políticas en ciencia y tecnología, y para

ello debe tomar una serie de decisiones políticas, asignar recursos y programar actividades; el

sistema de I+D, tiene el papel de generación de conocimientos y tecnologías, por eso los

sujetos que lo forman deben tener capacidad creativa que es una cualidad que ha de poseer

todo investigador científico; y el sector productivo se encarga de incorporar y utilizar esos

conocimientos científicos y esa tecnología con el propósito de incrementar la capacidad

empresarial pública y privada. No podemos dejar de hacer referencia a que Sábato, siguiendo

el desarrollo teórico formulado por el economista austro-estadounidense Joseph Schumpeter

(1883-1950), define esto último como aquella función que consiste en reformar o revolucionar

el sistema de producción, explotando un invento, o una posibilidad técnica no experimentada,

para producir una mercancía nueva o una mercancía antigua por un método nuevo para abrir

una nueva fuente de provisión de materias primas o una nueva salida para los productos con

el fin de reorganizar una industria (1963).

Para Sábato, debe haber un flujo de interrelaciones entre los tres vértices del modelo

triangular, proceso que implica demandas y acciones en todos los sentidos. Al momento en

que Sábato propone este modelo, no solo el mismo no existía en ningún país de la región sino

que tampoco se reconocía la necesidad imperiosa de crearlo o adaptarlo. A partir de su

propuesta, paulatinamente se fueron incluyendo estos temas en la agenda política de algunos

países de América Latina. Al respecto dice el investigador español contemporáneo Jesús

Sebastián Díez Rodríguez: “El diseño de políticas científicas y tecnológicas, en el planteo de

Sábato, está vigente, respecto a que las relaciones entre ciencia, tecnología y sociedad, están

caracterizadas por la bidireccionalidad y la interacción. La ciencia y la técnica son dinámicas

integrantes de la trama misma del desarrollo, son efecto pero también causa, lo impulsan pero

también se realimentan de él. En definitiva, desde el punto de vista de la política científica y

tecnológica se tendrían que considerar las peculiaridades de cada uno de los países y regiones

a la hora de diseñar estas políticas para no llevarse por el mimetismo” (Díez Rodríguez, 1994).

3. Ciencia, tecnología e innovación productiva

3.1. El modelo lineal y el modelo interactivo de innovación

Con el concepto de innovación, tradicionalmente, se designa a la incorporación del

conocimiento, propio o ajeno, científico o no, con el objeto de generar un proceso productivo.

Es una noción distinta a la de investigación: el conocimiento transferido puede ser el resultado

de la investigación científica pero puede resultar también de una conexión aleatoria de

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fenómenos dispersos. En el proceso de innovación productiva, intervienen una cantidad de

factores (económico-financieros, socio-culturales, ético-políticos, etc.) de naturaleza distinta e

interrelaciones muy complejas.

Hacia fines de los años 60 del siglo XX, entraba en crisis el modelo lineal de innovación, no

solo en los países periféricos sino también en los propios países centrales. Según este modelo,

el cambio tecnológico se concibe como un proceso unidireccional que va desde la investigación

científica básica, a las aplicaciones prácticas, a la generación de nuevos productos y, por

último, a la comercialización de los mismos. Este modelo entiende a la innovación como

ciencia aplicada, y simplifica al máximo el proceso de su difusión en la sociedad. Este modelo

supone que existen una serie de pasos que deben cumplirse necesariamente para que se

pueda hablar de una innovación. La ciencia básica no solo es el punto de partida, sino que es

su sustento principal a partir del cual se desarrolla una secuencia encadenada de pasos que,

luego de la investigación, pasarían por la producción y, finalmente, por la comercialización.

Esto supone el esquema lineal de: ciencia – tecnología – sociedad y la caracterización de

que:

la actividad científica es fuente impulsora de innovación,

la tecnología es entendida solamente como ciencia aplicada y, por último,

la sociedad sería la encargada de la difusión masiva del producto en el mercado.

El modelo lineal tiene connotaciones corporativas porque si la ciencia es la actividad motora

del proceso de innovación, sus hombres y sus instituciones serán los beneficiarios de los

fondos presupuestarios otorgados por los gobiernos o por empresas privadas. Además,

refuerza el mito de la ciencia como una actividad pura e independiente de intereses ajenos al

propio conocimiento.

Andrés López, investigador argentino de la economía de la innovación, comentando las críticas

de los economistas estadounidenses Stephen J. Kline y Nathan Rosenberg al modelo lineal,

puntualiza los siguientes aspectos:

i) no necesariamente la ciencia precede a la tecnología; muchas veces la relación es la

inversa;

ii) el elemento “iniciador” de las actividades innovativas no se vincula con la ciencia, sino

con el diseño necesario para el desarrollo y fabricación de nuevos productos y procesos;

iii) la “ciencia pura” no es algo exógeno a la economía;

iv) los procesos innovativos no consisten en etapas claramente separables o en una

sucesión de actos bien definidos, sino en procesos continuos;

v) durante su “ciclo vital”, los inventos experimentan cambios debidos al aprendizaje y a

la interacción entre usuarios y proveedores, de los cuales pueden surgir aumentos de

productividad y bajas de precios muy significativas; una innovación solo adquiere

significación a través de un proceso de rediseño, modificación y mejoras que se

desarrollan continuamente a partir de su introducción en el mercado. (1998, p. 4).

El modelo lineal solo es válido para un mínimo porcentaje de las innovaciones y encubre las

singularidades propias de cada caso, además de considerar solamente a una de las

posibilidades en que puede darse este proceso como la más viable.

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Documento de Cátedra: Ciencia, Tecnología y Sociedad – IPC – UBA XXI

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El predominio de la ciencia señala también el de las actividades formales sobre las informales,

del conocimiento reglado sobre el tácito, negando las posibles fuentes de innovación que se

generan en las actividades informales, del aprendizaje, del uso, y de los procesos productivos,

entre otros factores que están en juego.

El descubrimiento científico no es el único motor de la innovación, esta también puede

generarse a partir de la combinación de múltiples formas de conocimientos existentes. Este

modelo niega las numerosas retroalimentaciones y solapamientos que se producen en estos

procesos entre las distintas instancias, y con las distintas áreas sociales que forman parte de

ellos.

Como contraposición al modelo lineal, se desarrolló un modelo más representativo de la

concepción interactiva del proceso de innovación. Este modelo propuesto por Kline y

Rosenberg denominado “modelo de enlaces en cadena” (chain-linked) o “modelo interactivo

del proceso de innovación” es presentado por un documento de la Organización para la

Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE, 1996, pp. 133-134). En el mismo se destaca su

marcado interés por las continuas interacciones y retroalimentaciones entre las distintas

etapas y actividades que están involucradas. Las relaciones entre ciencia y tecnología son de

“ida y vuelta”, con mutuas interacciones en cada etapa del proceso global. Ningún circuito del

proceso ni ninguna fase del mismo están desconectados del resto.

Este modelo ya no pone el acento en la ciencia básica desarrollada en las universidades o en

los laboratorios privados como generadora inicial de la innovación. El modelo interactivo

enfatiza en el rol de la empresa como motor de la innovación, prestando también atención a

las actividades informales, como fuentes de conocimiento y generadoras de nuevos procesos.

Aprender haciendo, aprender usando, aprender a aprender, serán nuevas prácticas que

comenzarán a explorarse como legítimas fuentes de conocimiento e importante capital con el

que cuenta la empresa. La innovación comienza a desprenderse de la visión que la

caracterizaba como acto individual, y comienza a ser vista como sistema, como acopio de

muchas innovaciones relacionadas entre sí. El conocimiento tácito es un tipo de conocimiento

que se desprende de la experiencia, y que se relaciona más con la práctica, que con la teoría,

con la experiencia más que con la abstracción. Se vincula más con la acción que con el

pensamiento, su epicentro está más en la invención creativa que en la investigación básica, y

con los actores de esta instancia.

El origen de la innovación, desde este punto de vista, no se concibe como un descubrimiento

científico ajeno a la economía, por el contrario se comprende que la ciencia está orientada a

intereses de carácter socio-económico. No solo la ciencia será generadora de la innovación,

sino además, otras formas diversas de conocimientos tanto o más importantes que ella.

3.2. Concepción de un Sistema Nacional de Innovación

Como hemos visto, los estudios realizados en el último cuarto del siglo XX sobre los procesos

de innovación terminaron caracterizando a dicho proceso como interactivo y sistémico. A

partir de ese momento, primero en los países centrales y luego en los periféricos, se centró la

atención en el sistema de instituciones (empresas, gobierno, universidades, centros privados

de investigación), agentes y relaciones, que constituían el soporte estructural del proceso de

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Documento de Cátedra: Ciencia, Tecnología y Sociedad – IPC – UBA XXI

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innovación de cada país en particular. Desde este punto de vista, se concibió que los cambios

tecnológicos dependían, por un lado, de los cambios sociales y, por el otro, de la sensibilidad

que los sistemas institucionales tuvieran frente a esos cambios. La teoría de los Sistemas de

innovación se desarrolla tomando en cuenta una representación y concepción de la realidad

social y de la práctica innovativa de esos países. A partir de la misma se pueden construir

modelos que permiten analizar, comparar y replicar diferentes prácticas de innovación, tanto

en un área de la industria como en una nación o a nivel regional.

La teoría de los Sistemas de innovación sirve para realizar diagnósticos y comparaciones entre

distintos países, y para diseñar y planificar políticas públicas en ciencia, tecnología e

innovación productiva. Pero no es de esperar que las instituciones, los actores, las relaciones

y las interacciones funcionen de un modo ideal, de manera que este enfoque sirve y es

utilizado, con sus limitaciones, como un referente a seguir, lo que no implica necesariamente

copiar todos los rasgos que caracterizan a los sistemas en funcionamiento que se consideran

exitosos.

Luego del tratamiento de las cuestiones anteriores, estamos en condiciones de comprender por

qué nuestro país y la mayoría de los países latinoamericanos han modificado la estructura de

sus sistemas nacionales de investigación científica por la de sistemas nacionales de

investigación e innovación productiva.

En el mundo de hoy, el desarrollo económico depende, en alto grado, de la presencia de los

Estados en la planificación de políticas públicas adecuadas y de la alta competitividad de las

empresas. El vertiginoso incremento de las nuevas tecnologías, en especial las de la

información y la comunicación, han producido, en los últimos años, un gran impacto en toda la

economía por los cambios operados en los productos y servicios. Esto está íntimamente

relacionado con la capacidad de innovación, no solo de las empresas sino del sistema total de

organización social y económica, incluyendo, especialmente, al ámbito pedagógico, en general,

y al de capacitación técnica, en particular. La capacidad productiva de un país hoy no depende

tanto de la inversión estatal y privada en investigación científica básica, sino de la

administración de los recursos universitarios e industriales dentro de un modelo global de

investigación e innovación cuya implementación sea viable.

3.2.1. El Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva en la

Argentina actual

En la Argentina, la investigación científica y tecnológica es llevada a cabo principalmente por

en entidades públicas, entre las cuales se destacan las unidades de I+D del sistema

universitario y del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).

Si bien la participación del sector empresarial en la inversión en ciencia y tecnología no alcanza

las dimensiones observadas en otros países, como en los de la Unión Europea y en los Estados

Unidos, en los últimos años se han multiplicado las vinculaciones entre la industria y los

centros de I+D.

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Documento de Cátedra: Ciencia, Tecnología y Sociedad – IPC – UBA XXI

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3.2.1.1. Estructura institucional y marco legal

El sector científico-tecnológico es el ámbito compuesto por instituciones, recursos humanos,

equipos, instrumental científico, a través de los cuales se genera y circula el conocimiento

científico y la tecnología.

En este marco, la generación y producción de conocimiento implica la ejecución de diversas

actividades que comprenden tanto la realización de investigación y desarrollo, formación de

recursos humanos, difusión de conocimiento, innovación tecnológica, servicios y transferencias

de ciencia y de tecnología, etc. Por eso, la medición de estas actividades y de los recursos

necesarios para realizarlas, requiere la generación de información que debe ser

convenientemente organizada y compatibilizada.

En el año 2007, se constituye el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva

(MINCyT) sobre la base de la Secretaría de Ciencia y Tecnología (SECyT) que, hasta ese

entonces, pertenecía al ámbito del Ministerio de Educación.

Actualmente, las competencias del Estado en materia de ciencia y de tecnología se localizan en

los niveles federal y provinciales.

El gobierno nacional concentra los principales organismos políticos estratégicos, entre ellos la

Secretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, en jurisdicción del ministerio del

mismo nombre. Y en el Congreso de la Nación, la Cámara de Senadores y la Cámara de

Diputados cuentan con comisiones de ciencia y tecnología cuya función es evaluar el

desenvolvimiento del sector y promover las medidas legislativas adecuadas para su desarrollo.

En el nivel provincial, algunos gobiernos tienen organismos específicos responsables de la

promoción y coordinación de las actividades científico-tecnológicas.

Nuestro país cuenta con distintas normas que permiten organizar el sistema de ciencia,

tecnología e innovación, entre ellas, la ley 25.467 del año 2001 que tiene por objeto

estructurar, impulsar y promover las actividades del área, a fin de incrementar el patrimonio

cultural, educativo, social y económico de la Nación, propendiendo al bien común, al

fortalecimiento de la identidad nacional, a la generación de trabajo y a la sustentabilidad del

medio ambiente. Esta ley también establece los objetivos de la política científica y tecnológica,

la estructura del sistema y las disposiciones presupuestarias para la financiación de actividades

de I+D.

Los principales organismos autárquicos del sector público fueron creados y organizados

mediante decretos del gobierno nacional, como en el caso de la Comisión Nacional de Energía

Atómica (CNEA), constituida en 1950, y el CONICET, establecido en 1958.

En nuestro país la actividad nuclear se encuentra regulada por el Estado, correspondiendo al

mismo fijar la política, los criterios de regulación y ejercer las funciones de investigación y

desarrollo en este campo. Podemos citar otros ejemplos de legislación en el área científico-

tecnológica como el régimen de propiedad intelectual, las normativas sobre patentes de

invención y modelos de utilidad, y la legislación sobre bioseguridad.

Gustavo Lugones, investigador y economista argentino contemporáneo, y otros autores

señalan que hasta 1950, fecha en que comenzó a desarrollarse el complejo científico-

tecnológico argentino, las actividades investigativas se hallaban concentradas en las

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universidades públicas. Pero a partir de aquellos años, la participación del Estado en el área

fue extendiéndose mediante la creación de algunos organismos que darían lugar a las grandes

instituciones del sistema actual. Estos estudiosos del tema caracterizan históricamente a

nuestro complejo científico-tecnológico como de un bajo nivel de articulación, con una reducida

disponibilidad de recursos y una fuerte concentración geográfica y temática. Pero, sin

embargo, destacan la trayectoria de sus instituciones, con recursos humanos altamente

calificados y grupos de investigación de excelencia (2007).

3.2.1.2. Funcionamiento del complejo científico-tecnológico argentino

Podemos dividir al sistema argentino de ciencia, tecnología e innovación en tres niveles, que se

diferencian por los objetivos y las instituciones que los desarrollan a través de sus actividades.

Sin embargo, en la práctica, esta caracterización de tres niveles no siempre es tan clara

porque algunas instituciones actúan en más de un nivel funcional; esto indica un alto grado de

complejidad del sistema.

I. El primer nivel funcional formula las políticas científicas y tecnológicas. Una de las

instituciones que desarrolla estos objetivos es el Gabinete Científico-Tecnológico

(GACTEC), creado en 1996, como instancia coordinadora de los esfuerzos nacionales

que los distintos Ministerios realizan en ciencia y tecnología. Define las prioridades en

investigación y la asignación de recursos presupuestarios para contribuir al

crecimiento económico, al bienestar de la población, al mejoramiento de la educación

y la salud pública, la protección del medio ambiente y la defensa nacional. También

en este primer nivel se encuentra el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación

Productiva (MINCyT) que establece políticas y coordina acciones orientadas a

fortalecer la capacidad del país para dar respuestas a problemas sectoriales y sociales

prioritarios, así como a contribuir a incrementar la competitividad del sector

productivo sobre la base de nuevos patrones de producción de bienes y servicios con

mayor densidad tecnológica.

II. El segundo nivel funcional es de promoción de iniciativas y se encuentra en el Consejo

Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), que es una institución

descentralizada y autárquica en jurisdicción del MINCyT. Fue creado en 1958,

respondiendo a la necesidad de estructurar un organismo académico que promoviera

la investigación en nuestro país. Su primer presidente fue Bernardo Houssay, premio

Nobel de medicina en 1947, quien le infundió a la institución una visión estratégica

expresada en claros conceptos organizativos que mantuvo a lo largo de más de una

década de conducción. Esta institución fue creada como un organismo autárquico

bajo la dependencia de la Presidencia de la Nación, y se lo dotó de una amplia gama

de instrumentos que se juzgaban adecuados para elevar el nivel de la ciencia y de la

tecnología en la Argentina al promediar el siglo XX, y que aún hoy constituyen el eje

de sus acciones: la carrera de investigador científico y tecnológico, la del personal de

apoyo a la investigación, el otorgamiento de becas para estudios doctorales y

posdoctorales, el financiamiento de proyectos y de unidades ejecutoras de

investigación y el establecimiento de vínculos con organismos internacionales

gubernamentales y no gubernamentales de similares características. Sus acciones se

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Documento de Cátedra: Ciencia, Tecnología y Sociedad – IPC – UBA XXI

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llevan a cabo en institutos, laboratorios y centros de investigación propios y, con el

apoyo infraestructural de este tipo de dependencias, en universidades e instituciones

tanto públicas como privadas. El CONICET promueve la investigación científico-

tecnológica en cuatro grandes áreas: agraria, ingeniería y de materiales; biológica y

de la salud; ciencias exactas y naturales; y ciencias sociales y humanidades. Muchos

organismos ya existían cuando se formó el MINCyT y no se ajustan completamente a

los niveles funcionales del sistema actual, de modo tal que el CONICET no sólo actúa

en la promoción de política científico-tecnológica sino también en su ejecución. Por

eso, podemos ubicar su accionar también en el tercer nivel.

III. El tercer nivel funcional es el de ejecución de proyectos y programas científicos y

tecnológicos. Participan de este nivel gran cantidad de instituciones autárquicas del

ámbito público que dependen de otros ministerios y que también actúan en el primer

nivel formulando políticas en ciencia y tecnología. Entre ellas se destacan:

- Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), creada en 1950 como una

entidad autárquica dependiente de la Secretaría de Energía del Ministerio de

Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios. La CNEA realiza

actividades de investigación, desarrollo y servicios en las aplicaciones pacíficas

de la energía nuclear y lleva a cabo tareas para mejorar la calidad de vida en

beneficio de la comunidad en las áreas de energía, salud, industria,

agricultura, ganadería y medio ambiente.

- Instituto Nacional de Tecnología Agrícola (INTA), creado en 1956 como entidad

autárquica de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos que,

desde octubre de 2009, fue elevada al rango de Ministerio de Agricultura,

Ganadería y Pesca. El objetivo central del INTA es contribuir a la

competitividad del sector agropecuario, forestal y agroindustrial en todo el

territorio nacional en un marco de sustentabilidad ecológica y social.

- Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), creado en 1957 como entidad

autárquica dependiente de la Secretaría de Industria, Comercio y de la

Pequeña y Mediana Empresa, actualmente en la órbita del Ministerio de

Industria y Turismo. El INTI es el referente nacional en tecnología para la

industria y líder en mediciones y ensayos con reconocimiento internacional. Su

función principal se centra en la mejora de la competitividad industrial,

contribuyendo al desarrollo y la transferencia de tecnología, desde el diseño

hasta el producto final con el fin de fortalecer los eslabones nacionales de las

cadenas de valor.

- Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE), creada en 1991 como un

ente civil, actualmente dependiente del Ministerio de Relaciones Exteriores,

Comercio Internacional y Culto. Su misión es entender, diseñar, ejecutar,

controlar, gestionar y administrar proyectos, actividades y emprendimientos

en materia espacial en todo el ámbito de nuestro país. Estas actividades

responden al Plan Espacial Nacional, cuyos objetivos principales son la

generación de conocimiento de avanzada y el desarrollo de aplicaciones

innovativas de la información espacial, así como también la formación de

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recursos humanos de excelencia, enfocados al soporte y desarrollos de los

ciclos de información espacial.

También en el tercer nivel funcional, dependiendo del Ministerio de Educación,

también se encuentra el:

- Sistema Universitario Argentino que se compone de: 47 universidades

nacionales, 46 universidades privadas, 7 institutos universitarios estatales, 12

institutos universitarios privados, una universidad provincial (Entre Ríos), una

universidad extranjera (Bologna, Italia) y la Facultad Latinoamericana de

Ciencias Sociales (FLACSO). La investigación que desarrollan estas

instituciones se lleva a cabo, principalmente, en centros, institutos, cátedras y

laboratorios pertenecientes a las universidades públicas nacionales. La

autonomía universitaria permite que la agenda de investigación de estas

instituciones sea decisión propia pero, dado que los recursos presupuestarios

recibidos del Tesoro Nacional se destinan, casi en su totalidad, a la

remuneración del personal docente y no docente, la mayor parte de la

investigación se realiza con recursos provenientes de programas nacionales e

internacionales de fomento a las actividades de ciencia y tecnología. De este

modo, la investigación en las universidades se encuentra indisolublemente

ligada a la política nacional en ciencia, tecnología e innovación productiva. Así

pues, en 1994 se creó el Programa de Incentivos para los docentes-

investigadores de las universidades nacionales con el propósito de fomentar el

desarrollo integrado de la carrera académica, complementando la docencia

con la investigación (Lugones y otros, 2007).

Finalmente, podemos hacer referencia a otros agentes de este tercer nivel funcional como son

las empresas públicas y privadas. Sin embargo, es necesario destacar que la Argentina no

tiene una estructura productiva de alta complejidad tecnológica y, en consecuencia,

relativamente demandante de conocimiento. El sistema nacional de innovación atraviesa

diversos problemas asociados a los recursos que involucra, al establecimiento de objetivos y a

la coordinación y articulación de políticas e instrumentos entre las distintas instituciones y

organismos que componen dicho sistema.

3.3. La inversión presupuestaria en Investigación y Desarrollo (I+D)

Con respecto al tema de la relación entre la producción científico-tecnológica y la asignación de

recursos presupuestarios, dice Albornoz: “El desarrollo de la bomba atómica, como así también

el de la computadora, el radar y los restantes logros de la ciencia y la tecnología aplicadas a la

guerra fue el resultado, no solamente del talento científico, sino de la conformación de

organizaciones caras y complejas. La expresión big science hace referencia al tránsito desde

una ciencia practicada a una escala casi individual o artesanal, a emprendimientos científicos

que comenzaron a requerir enormes inversiones que generalmente están sólo al alcance de los

gobiernos” (2007). Y con respecto a la relación entre política científico-tecnológica e inversión,

este autor señala que la planificación de las actividades científicas y tecnológicas introdujo en

el debate público problemas como la medición del grado de apoyo que reciben en términos del

porcentaje del Producto Bruto Interno (PBI) destinado a I+D (2007).

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El presupuesto nacional es el dinero con el que cuenta cada país para disponer de él durante

un período anual. En el más alto cuerpo legislativo de cada país se trata este tema para decidir

qué porcentaje se destina a educación, salud, seguridad, ciencia y tecnología, obras públicas y

demás áreas para que un país esté en funcionamiento. De este modo, el porcentaje asignado a

cada sector está indicando cuál es la importancia y la prioridad del mismo en la agenda política

de los gobiernos. Así pues, el porcentaje del PBI que se destina al área de la ciencia y la

tecnología por parte de un gobierno está indisolublemente ligado al diseño de sus políticas

nacionales en I+D, como así también, las de cooperación regional e internacional.

En América Latina y en el Caribe, se observa un crecimiento en la inversión en I+D a partir de

mediados de los años 90, pero dicho crecimiento no fue sostenido sino que experimentó

fluctuaciones debido, en gran parte, a los desequilibrios económicos y financieros que se

produjeron en los tres países más grandes de la región – México, Brasil y Argentina –, los

cuales no solo han tenido que afrontar las crisis exógenas, sino también, endógenas, con

devastadoras consecuencias para sus economías.

En la Argentina, en particular, los cambios que se fueron dando, son significativos: a mediados

de los años 90 del siglo pasado, la inversión representaba el 0,42% del PBI; en 1999 se llega

a una inversión del 0,45%; entre los años 2000 y 2002, a raíz de la crisis económica y social

que atravesó el país, hubo una fuerte disminución en la inversión en I+D y el porcentaje tan

solo alcanzó un 0,39%; en los años siguientes, debido a la recuperación de la economía

nacional, hubo un paulatino crecimiento de la inversión en I+D, alcanzando el 0,51% en el año

2007. En el año 2012, esta cifra se encuentra alrededor del 0,62% y tiene como meta alcanzar

el 1%.

Hay que tener en cuenta que los indicadores en ciencia y en tecnología de cada país y de cada

región, deben ser comparados entre sí. Mientras que en los países de América Latina y el

Caribe, se destina menos del 1% del PBI a la ciencia y a la tecnología, en Europa y en los

EE.UU. se supera ese porcentaje. En la asignación presupuestaria en función de estos índices,

se toman en cuenta estudios prospectivos. Por ejemplo, la Unión Europea y los Estados

Unidos, antes de las crisis financieras de fines de los años 90 y principio de los años 2000, se

habían fijado como objetivo prioritario de sus políticas de innovación llegar a un nivel del 3%

del PBI para su inversión en I+D para el año 2020. Pero, debido a los cimbronazos de tales

crisis, tanto los países europeos en su conjunto, como los EE.UU., debieron, por ejemplo,

suspender y postergar sus mega-emprendimientos de construcción de reacciones nucleares de

última generación. Algo similar ocurrió en Japón, que en 1970, en función de un estudio

prospectivo de largo alcance, diseñó un plan de inversión en I+D hasta el año 2000. Pero la

crisis del petróleo del año 1973 obligó al país oriental a reformular todas sus políticas de

inversión de largo alcance.

Desde aproximadamente la segunda mitad del siglo XX, uno de los elementos básicos de la

política científico-tecnológica de cada país es la asignación de recursos para los proyectos de

I+D, surgiendo la cuestión de quién o quiénes deben marcar las finalidades y objetivos de

estos proyectos. Debido al alto grado de profesionalización de las actividades investigativas

contemporáneas y los cuantiosos gastos que originan, esto se constituye en un punto de

debate de primer orden. Los distintos grupos de presión y los gobernantes influyen en la

configuración de la ciencia y de la tecnología que se hace en un país en una época

determinada, apoyando ciertas investigaciones y marginando otras, en función de intereses

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sectoriales (Acevedo Díaz, 1991).

3.4. El sistema educativo y la evolución de la Investigación y Desarrollo

Los datos expuestos anteriormente ofrecen un panorama de la evolución de la actividad

científica y tecnológica en América Latina y en el Caribe. Para la región debe ser una prioridad

estratégica seguir fortaleciendo su capacidad en estas áreas como herramientas para el

desarrollo. Los valores del 1% del PBI como inversión en I+D y de tres investigadores cada mil

integrantes de la población económicamente activa (PEA), son las metas recomendadas

internacionalmente como requisitos para lograr un desarrollo científico-tecnológico sostenible

en los denominados países emergentes. Si bien, en la última década, muchos de estos países

han logrado significativos avances hacia esas metas, aún la mayoría de ellos está muy lejos de

los valores deseados. Las fluctuaciones económicas que afectaron a la región en más de una

oportunidad tuvieron una influencia negativa en los niveles de inversión en I+D.

A ello se agrega que, en muchos de estos países, parece no existir una política sostenida que

garantice la continuidad de las investigaciones a pesar de los vaivenes de la economía. Es

necesario que los Estados lleven a la práctica políticas de mediano y largo plazo, tomando

conciencia de que el avance de la ciencia y de la tecnología es una herramienta fundamental

para el desarrollo y, si bien no puede impedir las crisis económicas internacionales que

repercuten negativamente en la región, al menos pueden contribuir eficazmente a superarlas.

Sin embargo, el aumento de la inversión en I+D es una condición necesaria pero no suficiente

para la consolidación de la capacidad científico-tecnológica de los países de América Latina. La

disponibilidad de un número suficiente de científicos, tecnólogos y otros profesionales

altamente calificados se nos presenta también como un desafío crítico. Es necesario, entonces,

que las políticas gubernamentales consideren como una de sus dimensiones fundamentales el

fortalecimiento de la educación superior, de grado y de posgrado, con un adecuado nivel de

excelencia. En ese sentido, es importante considerar los procesos de migración de

investigadores, popularmente denominados “fuga de cerebros”, que han afectado en grado

sumo al plantel de recursos humanos de estos países, especialmente durante el último cuarto

de siglo XX, y, en muchos casos, los siguen afectando aún. Una opción deseable, que ya están

poniendo en práctica algunos países como la Argentina, Brasil y Venezuela, sería la

repatriación de los que deseen reinsertarse en los sistemas científicos y tecnológicos

nacionales, mediante el ofrecimiento de incentivos y condiciones dignas de trabajo similares a

los que gozan en los países hacia los cuales han migrado. También es importante el diseño de

proyectos conjuntos que fortalezcan los vínculos entre los investigadores locales y aquellos que

han migrado y no desean retornar. Pero mucho más importante aún es, para frenar este flujo

migratorio, la creación de más oportunidades de inserción para los recién graduados.

En los últimos diez años, se observa un crecimiento, no solo en la cantidad sino en la calidad

de la investigación regional, que logra insertarse en las redes internacionales de producción de

conocimiento, a pesar de todas sus limitaciones. Sin embargo, no siempre estos indicadores

expresan una articulación entre esa producción y las demandas sociales y económicas de los

países. Parece existir un “cuello de botella” en la aplicación de los conocimientos, sumado

también a que la innovación todavía es débil en gran parte de las empresas latinoamericanas.

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La superación de estos problemas recurrentes requiere de políticas de mediano y de largo

plazo tendientes a integrar el sistema educativo con el de producción y aplicación del

conocimiento, de modo tal, que se garantice la continuidad de los esfuerzos y un mayor

involucramiento de todos los sectores. No solo el Estado sino la sociedad en su conjunto, ha de

contribuir a impulsar este proceso en un escenario con pluralidad de actores y múltiples

relaciones. Esto incluye necesariamente una opinión pública informada, tanto de la

potencialidad del conocimiento científico y tecnológico, como de sus riesgos. También la

integración regional y la cooperación en los esfuerzos surge como un desafío ineludible.

Para profundizar en estas cuestiones, necesariamente, hemos de ponernos en el camino de la

alfabetización en ciencia y en tecnología. Esto significa partir de la concepción que contempla

la construcción de un pensamiento crítico, en torno de una actividad que influye directamente

en nuestra vida social y personal, y que de ninguna manera es neutral porque, como toda

actividad humana, es social y, por ende, es ética y es política. La ciencia y la tecnología son

herramientas indisolublemente ligadas a la educación, para que los ciudadanos de un país

podamos ejercer la reflexión crítica en la toma de decisiones y no dejar tan solo en manos de

los expertos, algo que debe ser pensado entre todos. Esta postura de dejar las cosas en manos

de “los que saben” trae aparejada la descontextualización de los proyectos y de los

emprendimientos. Los efectos nocivos para una sociedad de la supuesta neutralidad de los

sujetos y de la despolitización de la política no son ajenos al ámbito de la ciencia y de la

tecnología. Ello significaría quitarnos a los ciudadanos las valiosas herramientas de la discusión

y de la crítica. Despolitizar la política nos aleja de nuestra condición de ciudadanos

responsables con nuestros derechos y obligaciones, capaces de desarrollar un pensamiento

crítico, y pasamos a ser sólo consumidores, de una mercancía más entre las tantas que

circulan por el mercado.

Como hemos visto en la primera parte de este texto, la tradición cientificista de fines del siglo

XIX y principios del siglo XX consideraba que las cuestiones científicas eran problemas que

debían solucionar los propios científicos y que la instituciones científicas debían ser conducidas

y administradas por los propios especialistas, quienes podían diseñar las políticas en la materia

a pesar de que los recursos fueran estatales. Esto contribuyó al desinterés público por la

investigación científica en los países de América Latina y reforzó la imagen de neutralidad del

conocimiento, despolitización y ausencia de compromiso ético. Se vuelve urgente, la necesidad

de mostrar la naturaleza social, y como tal controvertida, de la ciencia, fruto del trabajo de

muchos hombres y mujeres, basado, a su vez, en el trabajo de otros tantos miles de

hombres y mujeres, para evitar la idea errónea de una ciencia producida por genios (Solbes, J.

y otros, 2001).

Dentro de la multiplicidad de sus propósitos, la educación en ciencia y en tecnología, debería

desarrollar una comprensión pública para que podamos ser ciudadanos responsables y

comprometidos en una sociedad democrática, de manera tal que se fomente nuestra

participación activa en la toma de decisiones científico-tecnológicas que tienen marcada

incidencia social. Para ello será necesario comprender a la ciencia y a la tecnología como parte

de la cultura de un pueblo, es decir, es imprescindible contextualizarlas dentro de una

concepción del mundo compartida por los sujetos sociales de una comunidad.

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