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2 Florinda, una visión ladina del levantamiento tzotzil de 1869

Date post: 07-Oct-2015
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Artículo sobre la novela Florinda, de Flavio Paniagua, del levantamiento indígena tzotzil de 1869
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  Disponible en: http://www.redalyc.org/art iculo.oa?id=55229413005  Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Sistema de Información Científica González Roblero, Vladimir Florinda, una visión ladina del levantamiento tzotzil de 1869 Cuadernos Interculturales, vol. 11, núm. 21, 2013, pp. 85-110 Universidad de Valparaíso Viña del Mar, Chile  ¿Cómo citar? Número completo Más información del artículo Página de la revista Cuadernos Interculturales, ISSN (Versión impresa): 0718-0586 [email protected] Universidad de Valparaíso Chile www.redalyc.org Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto
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  • Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=55229413005

    Red de Revistas Cientficas de Amrica Latina, el Caribe, Espaa y PortugalSistema de Informacin Cientfica

    Gonzlez Roblero, VladimirFlorinda, una visin ladina del levantamiento tzotzil de 1869

    Cuadernos Interculturales, vol. 11, nm. 21, 2013, pp. 85-110Universidad de Valparaso

    Via del Mar, Chile

    Cmo citar? Nmero completo Ms informacin del artculo Pgina de la revista

    Cuadernos Interculturales,ISSN (Versin impresa): [email protected] de ValparasoChile

    www.redalyc.orgProyecto acadmico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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    Florinda, una visin ladinadellevantamiento tzotzil de 18691

    Florinda, a ladino's vision ofuprising tzotzil of 1869

    Vladimir Gonzlez Roblero-

    Resumen

    EI artculo analiza la reconstruccin deI levantamiento indgena tzotzil de1869, en Chiapas, Mxico, en la novela Florinda, deI escritor mexicano FlavioPaniagua. Se detiene en las explicaciones ycomprensiones deI autor que vierteen la forma de tramar la novela, con la finalidad de mostrar-nos las causas deIlevantamiento. La mirada a las novelas se enmarca en las convergencias entreel relato literario y el historiogrfico.

    Palabras clave: literatura mexicana, levantamientos indgenas, Flavio Pania-gua, historia y literatura

    Abstract

    Thearticleanalyzesthereconstruction of indianuprising in Chiapas, Mexico, at1869, in the novel Florinda, ofthemexicanwriter Flavio Paniagua. Itstops at the-explanations and understandings of theauthorwhopou redintotheforrn of plot-

    1 Recibido: abril 2013. Aceptado: noviembre 2013.

    El artculo es uno de los resultados dei proyecto de investigacin La construccin de comu-nidades y personajes histricos a travs de sus narrativas, que he desarrollado en el cuerpoacadmico dei Centro de Estudios Superiores en Artes, de la Universidad de Ciencias y Artesde Chiapas, Mxico. El proyecto en general se registr en el Programa de Mejoramiento deiProfesorado (Promep) de la Secretara de Educacin Pblica, con el cdigo 203969.

    2 Centro de Estudios Superiores en Artes, Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, Mxico.Correo electrnico: [email protected]

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    tingof the novel, in orderto show usthe causes of theuprising. The look tonovel-

    sispart of theconvergencesbetweenliterary and historiographicalnarrative.

    Key words: Mexican literature, Indian uprisings, Flavio Paniagua, history and

    literature

    1. Introduccin

    En 1869 indgenas de los altos de Chiapas, del paraje Tzajalhemel, en Cha-mula, se sublevaron cuando se les prohibi el culto a santos parlantes. Auto-ridades civiles y eclesisticas de San Cristbal de Las Casas temieron que los indios, aglutinados en torno al nuevo culto, planeaban atacar la ciudad. Deci-dieron prohibirlo y de paso ahuyentar sus miedos. La respuesta: los indgenas se sublevaron, sitiaron la vieja Ciudad Real pelearon. Varias novelas y rela-tos se han escrito al respecto. Florinda, de Flavio Paniagua, es uno de ellos. Es la historia sobre la que se montan, adems, las novelas Oficio de tinieblas, de Rosario Castellanos, y Los confines de la utopa, de Alfredo Palacios Espinosa.

    El texto que se leer a continuacin se detiene en Florinda. Analiza su en-tramado, sus personajes, la construccin discursiva sobre el levantamiento y, finalmente, la percepcin de un ladino, Flavio Paniagua, sobre el indio decimo-nnico. Un ejercicio analtico que es resultado de un proyecto ms amplio que desarrollo en el Centro de Estudios Superiores en Artes de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, vinculado a las representaciones y discursividades de la historiografa y la literatura como gneros narrativos emparentados.

    2. Historia y narracin, debate historiogrfico

    A partir de la segunda mitad del siglo XX surgieron corrientes de la histo-riografa que han buscado rescatar el sentido narrativo de la historia. Las propuestas van desde los puntos convergentes entre historia y literatura, en cuanto tcnica narrativa, hasta la reduccin del conocimiento histrico a discurso literario. Estas corrientes del pensamiento encuentran aguerridos detractores sobre todo entre quienes simpatizan con la Escuela de los Anales.

    Paul Ricoeur (1999 y 2003) y Hayden White (1992 y 2001), principal-mente, as como historiadores posmodernos, sostienen que la historia y el relato literario contienen elementos que los identifica, a saber: personajes, trama, nudo argumental, comienzo, puntos medios, desenlace y final. Las propuestas mejor acabadas son las de Ricoeur y White. Los dos se acercan a la teora literaria para encontrar y fundamentar, en el mejor de los casos, la narratividad de la historia.

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    Ricoeur (1999) sostiene la tesis de la complementariedad entre el relato histrico y ficticio porque, dice, la historia es narracin; afirma que todo lo que ocurre en el tiempo se puede concatenar, como acontecimientos, hasta formar un relato, cuyo significado imprime el historiador. Ambos relatos, por lo tanto, tienen un sentido de historicidad.

    White (2003), por su parte, y retomando las ideas de Ricoeur, sostiene que las obras historiogrficas se han escrito teniendo como modelos las for-mas de tramar de los gneros literarios. De esta manera, dice, el historiador demuestra una idea de la historia, sesga su explicacin.

    La corriente posmoderna es ms radical. Parte de la idea de que lo nico que sabemos del pasado es lo que se ha escrito, es decir, la historia real no la po-demos conocer, solamente nos acercamos a ella a travs del discurso. Por eso, dicen, la historia es un gnero discursivo que se acerca a la literatura. Proponen, para definirla, llamarla historia ficcin, basada en la imaginacin histrica.

    Hayden White (1992: 4748) agrupa en cinco a las corrientes que deba-ten el carcter narrativo de la historia; a esa agrupacin habra que agregarle la del posmodernismo (Corcuera, 2002: 381388).Ellas son:

    a. La primera corriente, en la que se incluye White, es la de filsofos anal-ticos que se preocupan por el anlisis de la narratividad como un mto-do apropiado para la explicacin de los procesos histricos.

    b. La corriente de los Annales, en Francia, cuyo mximo exponente puede considerarse a Fernand Braudel, considera a la historiografa narrativa como no cientfica, como un obstculo para la ciencia.

    c. Una corriente asociada con la literatura y la semiologa, que sostiene entre otros Roland Barthes, considera a la narrativa como un cdigo dis-cursivo que puede o no ser apropiado para representar la realidad.

    d. La corriente hermenutica, representada por Paul Ricoeur, dice que la narrativa histrica es un discurso temporal.

    e. Y, por ltimo, una corriente asociada con la doxa histrica, con la his-toria artesanal, que sostiene que la narrativa es llanamente necesaria y vlida en la historia.

    3. La historia y su estructura narrativa

    La historia, desde el siglo XIX, ha buscado incesantemente convertirse en una ciencia social, con todas las letras. Quiso emular a las ciencia duras porque busc leyes y emple un mtodo al que llam cientfico. La literatura, en cam-bio, tiene una pretensin diferente. No ha buscado establecer leyes y tampoco ha adoptado un mtodo cientfico, porque no pretende la verdad histrica.

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    La historia y la literatura, sin embargo, encuentran puntos de intersec-cin que las acercan, si no en el fondo, s en su forma. La historia encierra una estructura narrativa que la tradicin historiogrfica cientfica del siglo XX si bien no ha negado, tampoco ha visibilizado (Ricoeur, 1999). Esta estructura narrativa es la misma del texto literario. Ambas, historia y literatura, comuni-can una historia a travs del relato. La manera en que se configura un relato es identificando un inicio, el mvil de la historia, puntos intermedios, el des-enlace y el final. Si no existen estos puntos la historia queda inconclusa. Ya es tarea del historiador encontrar el sentido de la historia, lo mismo que hace el escritor cuando empieza a maquinar su ficcin.

    Entonces el primer punto de convergencia entre la historia y la litera-tura es su estructura narrativa. Las historias que se cuentan se hallan en el tiempo, un tiempo real, dado, en el caso de la historia, y un tiempo ficticio en la literatura. La historia, para el historiador, ya se encuentra en el pasado; su labor es hallarla y darle un sentido, rescribirla, rehacerla, hilvanarla, unir los acontecimientos hasta formar una historia que se pueda seguir a travs del relato. Las historias ficticias estn dadas en su tiempo3.

    Las pretensiones referenciales de ambos relatos, por lo tanto, son dife-rentes. La historia tiene una pretensin de verdad, su referencia es la realidad histrica, lo que realmente sucedi en el pasado. A travs de un mtodo el his-toriador analiza los documentos, los interroga, acude a fuentes secundarias y tambin orales, siempre en busca de la verdad histrica, de la comprobacin del conocimiento que elabora para no faltar al carcter cientfico de la historia. En esta bsqueda en el tiempo el historiador halla la historia porque ya est creada. Pero no basta que est ah. Su labor consiste en darle un sentido, una co-herencia para poder comunicarla. Y una de las maneras de hacerlo es narrndo-la, apoyarse en las tcnicas literarias para la construccin de un relato. Pero esa tarea queda a eleccin del historiador y responde no slo a sus intereses, sino a las caractersticas de la investigacin que emprende. La narracin, en todo caso, es el vehculo, la forma discursiva para comunicarse con sus lectores y con sus pares. La narracin es la forma; el fondo es la exhaustiva investigacin histrica.

    El relato literario tiene como referencia la historia ficticia. La diferencia es obvia, por eso no puede establecerse una relacin de fondo entre historia y literatura, ms que de forma. Aunque Ricoeur diga que el fin ltimo de ambos relatos es la experiencia en el tiempo y su estructura narrativa, el fin ltimo de ambos es su singular pretensin de verdad; la historia quiere aproximarse, a travs de un mtodo, a la verdad histrica mientras que la literatura quiere la verdad en su propia historia, es decir, la que construye en el texto literario.

    3 En todo caso, dice Eugenia Revueltas (2004: 284), la diferencia no son slo los conceptos verdad o ficcin, historia o literatura: la diferencia, en realidad, la determinan las estrategias narrativas y los recursos estilsticos que las acompaan.

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    El relato necesita que se configure una trama el segundo punto de con-vergencia para que la historia tenga un sentido. La trama, dice Ricoeur, es el punto nodal para entender la imbricacin entre la historia y la literatura. Tan-to el historiador como el escritor tienen que elegirla de acuerdo con la inten-cin del texto. Qu quieren comunicar? Cul es la mejor manera de hacerlo? La trama es la razn de ser del relato. Le da un significado. White (2001) se da cuenta de la importancia de la trama y la propone como un mtodo de anlisis de la obra historiogrfica. No significa que una historia, narrada o no, tenga que acotarse, ortodoxamente, a una de las tramas que utiliza el texto literario. Lo que White propone es nada ms un mtodo para interpretar la intencin del historiador.

    En tercer lugar, las dos disciplinas tambin tratan de contar lo que nos ha sucedido a nosotros, los seres humanos. Podr decirse que las dems cien-cias sociales tambin tienen como estudio a los seres humanos y, por lo tanto, tambin guardan puntos de convergencia con la literatura. Quiz lo haga la antropologa con el relato testimonial, o la etnoficcin. Pero lo que distingue a la historia de las dems ciencias sociales es su narracin inmanente, al grado de llegar a considerarla, algunas veces, como una disciplina de las humanida-des. La historia tiene como objetivo contar, reconstruir lo que nos ha pasado en el tiempo. La narracin es una cualidad de la historia. Croce lleg a decir que sin narracin no hay historia. Y en ese pasado intervienen necesariamen-te los seres humanos, ya como colectividad, ya como individuos. Aun en la lar-ga duracin, donde se describen estructuras, donde, en palabras de Ricoeur, la narracin se ha eclipsado, los hombres estn presentes pero no son visibles porque la finalidad de la larga duracin es analizar la estructura, las condi-ciones en las que los hombres se desenvuelven. Es otra vez Ricoeur una historia sin personajes.

    Si la historia y la literatura tienen puntos convergentes, la primera pue-de tomar prestadas ciertas tcnicas de la segunda. El discurso inventado, lite-rario por definicin, no es el ms apropiado para el historiador, pero s puede resolver ciertos vacos del relato histrico. El discurso inventado describe posibles escenarios, estados de nimo; recrea, en el mejor de los casos, situa-ciones tensas que deciden, en la historia real, su rumbo.

    Otra de las tcnicas es la heteroglosia o las distintas voces en el relato. sta permite exponer mltiples versiones de la historia, confrontarlas con el afn de reconciliar posiciones u obtener una sntesis de ellas.

    Visibilizarse como historiadornarrador en el relato es una tcnica com-plicada. Los escritores mismos reconocen cierta dificultad en historias de lar-go aliento, como las novelas. Si el historiador asume la primera persona en el relato asume tambin una posicin ante lo que narra. La justificacin es que lo que se escribe no es una copia exacta de lo que realmente ocurri.

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    La narracin densa parece ser la propuesta que concilie las posturas na-rrativistas y antinarrativistas. Consiste en narrar y describir al mismo tiempo. El historiador puede abordar a la vez los acontecimientos y las estructuras4. Y esta narracin densa es la que bien pueden emplear los novelistas cuando su texto literario tiene un referente histrico o real por encima del ficticio. Quiz sea un trabajo difcil para el historiador, pero menos para el novelista. Es la narracin de la novela histrica. En ella se reflejan los juegos entre ob-jetividad y subjetividad, entre la realidad y la ficcin del posmodernismo. La novela histrica puede encarnar las ideas que han desarrollado las corrientes historiogrficas recientes. Ello no significa, por motivo alguno, que la novela histrica sea un gnero historiogrfico porque a fin de cuentas no deja de ser novela. El gnero literario, como forma discursiva, no puede suplir al historio-grfico; ste es el que puede tomar tcnicas meramente estilsticas de aquella. Lo que plantean las corrientes que expuse es una historiografa narrativa.

    La importancia de observar las convergencias entre la historia y la li-teratura se halla en sus discursividades. La produccin de sentido conlleva a pensar la forma en que se construye el o los discursos en torno al pasado. Me parece que, si bien hice un recuento de los puntos convergentes entre la his-toriografa y la literatura, como dos lugares de enunciacin, no quiere decir que dichos intercambios la deban entrampar en un debate estril. Sugiero, al contrario, detenernos en ambos como gneros discursivos. Si los pensamos de este modo, es decir, como el lugar desde el que se dice el pasado, entonces entendemos, tambin, que la historia y la literatura, independientemente de sus pretensiones referenciales, significan el pasado y al mismo tiempo impli-can a sus posibles lectores.

    Finalmente, ante el debate esbozado, la colocacin de quien esto escri-be es un tanto marginal: no pretendo descalificar la condicin narrativa de la historiografa ni la capacidad de aprehensin del tiempo histrico de la literatura. Ms bien las enuncio como un modo de visibilizarlas. Lo que pre-tendo es mostrar el modo en que ambos se encuentran implicados en tanto gneros discursivos. Como tales, la historiografa y la literatura se encuentran en el acho mundo del relato, es decir, de la construccin verbal de un pasado, factual o ficticio. Ninguno de los dos se excluye para el caso de la narracin del pasado. Sus fronteras se encuentran en las discursividades, es decir, en el modo en que se presenta el pasado.

    No me detengo en el anlisis de un texto historiogrfico. Ms bien descien-do hacia la novela como gnero que construye discursos sobre la Historia. Este es

    4 La intencin de conciliar la historia con la narracin, y acercarse a la literatura, es una pre-ocupacin de Peter Burke. Dice que ambas posturas, la narrativa y la descriptiva, se excluyen una a otra, se radicalizan, y pareciera que ninguna ve los beneficios de la otra. Vanse: Celia Fernndez (2004: 144149) y Sonia Corcuera (2002: 302319).

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    el marco que permite mirar la construccin de sentido en Florinda. En ella vemos de qu manera el escritor, literato, echa mano de la historia y la resignifica con tal de construir una imagen del pasado, de comprenderlo y quiz hasta de explicarlo.

    4. La rebelin tzotzil de 1869

    Entre 1867 y 1870 los indgenas tzotziles de Los Altos de Chiapas mostraron una actitud hostil hacia los ladinos de esa regin. Los hechos, que tuvieron su momento lgido en junio de 1869 con el enfrentamiento que protagonizaron ambos grupos en los alrededores de San Cristbal de Las Casas, se explican como resultado de las luchas por el control de la fuerza de trabajo entre las lites ladinas liberales y conservadoras.

    Los indgenas aprovecharon la coyuntura formada con la aplicacin de las Leyes de Reforma en Chiapas, as como la fractura poltica, para visibilizar un culto a santos y piedras parlantes que profesaban en el paraje Tzajalhe-mel, en Chamula. El culto trajo como consecuencia que los tzotziles dejaran de asistir, como regularmente lo hacan, a las procesiones religiosas celebra-das en San Cristbal, y al mercado de la ciudad. La ausencia de indgenas, as como las noticias de reuniones en los parajes, puso en alerta a las lites san-cristobalenses. No solamente intentaron deshacer el culto, sino que corrieron el rumor de que los tzotziles planeaban atacar la ciudad. La reaccin alimen-tada por el recuerdo de la rebelin tzeltal de 1712 y por los levantamientos indgenas que haban asolado al pas durante el siglo XIX, segn las crnicas de la poca fue preparar su defensa.

    Tanto las autoridades polticas como eclesisticas de la regin confis-caron los santos y aprehendieron a los lderes del culto, los indgenas Pedro Daz Cuscat y Agustina Gmez Checheb. Poco despus de las detenciones, los indgenas, ya bajo la influencia del ingeniero ladino Ignacio Fernndez Galin-do, incursionaron en varias comunidades donde asesinaron a varios ladinos5. Posteriormente, acudieron a la ciudad de San Cristbal con la intencin de rescatar a los lderes indgenas. Mediante el canje de Galindo, as como de su esposa y un discpulo, los lderes quedaron en libertad. A los tres das regre-saron a la ciudad por Galindo. Entonces comenz la guerra.

    Despus del enfrentamiento sucedido en los alrededores de San Crist-bal, el gobierno de Jos Pantalen Domnguez orden una serie de incursio-nes en las comunidades indias con el objetivo de prender a las gavillas que

    5 Uno de ellos, Salvador Pieiro, aparece como un integrante de la lite econmica y poltica chiapaneca. El inventario de ladinos asesinados en estos primeros hechos de sangre se en-cuentra en Pineda (1986) y Paniagua (2003).

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    todava se mantenan insurrectas. Los ltimos enfrentamientos se extendie-ron hasta mediados de 1870. El culto fue disuelto y los indios apaciguados.

    Cmo se explican estos acontecimientos? El levantamiento tzotzil es resultado de la pugna iniciada entre las lites ladinas por la mano de obra in-dgena, apenas consumada la Independencia. Pero esta pugna no es ms que la expresin de una serie de acontecimientos polticos y econmicos ocurri-dos durante el siglo XIX. A partir de la Independencia las lites nacionales co-mienzan a fraccionarse al diferir en sus ideas para gobernar al naciente pas; lo mismo ocurri en Chiapas. El clero, en la entidad, como parte de las lites, tambin jug un papel importante pues en sus manos recaa el control de los indgenas, considerados, por liberales y conservadores (o federalistas y cen-tralistas, segn las coyunturas) como la mano de obra que necesitaban para sus fincas y como la servidumbre para su clase. La crisis poltica se recrudeci cuando comenzaron a aplicarse las Leyes de Reforma en Chiapas, sobre todo la concerniente a la secularizacin del Estado, lo que signific, adems, el as-censo al poder de una de las lites, la que haba enarbolado la bandera liberal.

    Los estudios ms recientes insisten en el conflicto entre liberales y con-servadores, y el rol de la Iglesia, como el contexto que ocasion el levanta-miento6. Otros trabajos han querido ver causas netamente agrarias, aunque los indgenas no manifestaran con claridad estas intenciones; entienden las rebeliones, incluida la tzotzil, como resultado de contradicciones de clase7. Otros ms centran su atencin en el culto religioso y en el mesianismo; opi-nan que los acontecimientos son sntoma de procesos de revitalizacin o re-adaptacin de la cultura indgena a la ladina8.

    5. Flavio Paniagua, intelectual de poca

    Dice Amando Colunga que Flavio Paniagua es el intelectual caracterstico de fines del siglo XIX:

    Sus temas la mujer, la patria, el destino, el amor, la traicin, el en-gao, las maneras fciles y recurrentes de tratarlos, sus debilidades

    6 Los estudios que han sugerido esta perspectiva son Jan Rus (2002) y Roco Ortiz (2003). En-rique Florescano (1998) examina las relaciones que establecieron los indgenas sublevados durante el siglo XIX con las lites polticas en todo el territorio nacional.

    7 Incluso se ha sustituido el concepto de indio por el de campesino como categora de anlisis. Vase Leticia Reina (1984). Antonio Garca de Len (1999) emplea un lenguaje marxista para entender el levantamiento.

    8 Por ejemplo: Victoria Reifler Bricker (1993) y Enrique Florescano (1998).

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    por la etiqueta, la moda y la afectacin; sus inclinaciones hacia el este-ticismo alegrico, la moral dominante y las razones subjetivas, son ma-nifestaciones claras de una adhesin entusiasta al modelo romntico tardo, caracterizado como decadente, que domin a lo largo y ancho de la extensa provincia mexicana durante el ltimo tercio del siglo XIX. (Colunga, 2003:9)9

    Paniagua fue un personaje polifactico. Nacido en San Cristbal de Las Casas, Chiapas, Mxico, en 1843, se dedic, entre otras cosas, al periodismo y a la literatura. Fue el redactor del peridico independiente La Brjula durante la segunda etapa del levantamiento tzotzil, a partir de 1869. Quiz por eso pudo novelar, confiado en su memoria, los sucesos de esta guerra en Florinda publicada en 1889.

    Adems de Florinda, Paniagua escribi Una rosa y dos espinas,Lgrimas del corazn, La Cruz de San Andrs y Salvador Guzmn. Estas novelas tambin tienen un trasfondo histrico, en el que Paniagua intenta recrear los hechos ocurridos en Mxico y en Chiapas sobre todo durante los periodos de la Reforma y la inter-vencin francesa. Una rosa y dos espinas publicada por primera vez en el ao de 1870, a cinco escasos de concluida la malhadada intervencin francesa y sus amagos imperiales () se quiere testimonio de ese momento ante la nacin, y documento para la reconciliacin entre los chiapanecos (Morales, 1997: 129).

    Adems de ser considerada la novela seminal en Chiapas, Una rosa y dos espinas tiene la peculiaridad de que se public, originalmente, a manera de folle-tn, es decir, por entregas en el peridico La Brjula. Precisamente hacia 1870, cuando feneca el levantamiento tzotzil, las pginas de este semanario editado en San Cristbal de Las Casas ya anunciaban su publicacin. Es curioso saber que mientras Paniagua escriba los pasajes de esta novela, tambin redactaba los artculos de fondo del semanario en los que ya manifestaba claramente su posicin ante el levantamiento indgena, misma que mantuvo en Florinda, aun-que de manera moderada, pues se buscaba construir una imagen positiva de la sociedad sancristobalense en aras de la permanencia de la capital en su ciudad.

    Lgrimas del corazn (de 1873) es la siguiente novela de Paniagua. Dice Jess Morales (1997: 132) que emparenta en tema y forma narrativa con su antecesora, Una rosa y dos espinas. En esta novela narra diversos sucesos en torno a Juan Ortega, quien se haba sublevado en Comitn y proclamado el plan de Yalms, en el que reconoca al imperio en Chiapas10.

    9 Amando Colunga hace un breve estudio de Florinda, a manera de prlogo, en la reedicin que hizo la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas de esta novela.

    10 Al reconocerse el plan de Ayutla, en 1857, Juan Ortega, entonces administrador de la aduna de Zapaluta, se rebel en contra del gobierno de ngel Albino Corzo. Despus, durante la in-tervencin francesa, Ortega proclam el plan de Yalms (cumbres ubicadas en la frontera con

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    En estas dos primeras novelas, como en toda su produccin, Flavio Pa-niagua tiene la preocupacin de novelar hechos histricos, de contarlos a tra-vs de la literatura. Pero sus intentos fueron fallidos. Las novelas, como textos literarios, son por lo menos limitadas (Morales, 1997 y Colunga, 2003), pero como documentos de poca son valiosas para reconstruir el pensamiento de la sociedad sancristobalense del siglo XIX y, por qu no, tambin de la so-ciedad chiapaneca de entonces. Hay que recordar que l vivi momentos de tensin en Chiapas. En su juventud fue testigo de la intervencin francesa, de las guerras entre liberales y conservadores, de las disputas por el poder y de sublevaciones indgenas en Chiapas. Tena, es claro, el bagaje cultural y la inquietud de un intelectual que se haba hecho notar en distintos mbitos culturales y laborales11 para aventurarse a plasmar en papel lo que aconteca a su alrededor.

    De acuerdo con Colunga, la obra de Paniagua se divide en dos etapas. La primera inicia con la publicacin de Una rosa y dos espinas y concluye con su Catecismo elemental de historia y estadstica de Chiapas, en 1876. Todava joven y entusiasta, Paniagua es, aqu, persuasivo, polmico, creativo. Su dis-curso parece ser el de un liberal que apoya el proyecto federal (Moreno, 2001: 62, 74). La segunda se abre con la publicacin de Florinda, en 1889. Despus de trece aos de inactividad literaria, Paniagua aparece con una imaginacin menos creativa y su pensamiento tiende ms hacia el conservadurismo libe-ral, o bien, hacia el cristianismo liberal, hacia la exaltacin de las continuida-des y las permanencias que lograra el periodo de la gesta liberal chiapaneca (Moreno, 2001: 6679).

    Su discurso tiende a ser contradictorio, sobre todo si se toma en cuenta dos factores. Por un lado, su lenguaje exaltado en la prensa durante la re-belin tzotzil se parece en poco a lo que expone en las novelas, en especial Florinda; por otro, Paniagua perteneca a uno de los crculos intelectuales y polticos de San Cristbal12, ciudad que para entonces era considerada bas-

    Guatemala) con el que intent reconocer al imperio y desconocer al gobierno de Corzo, as como a la constitucin del 57, para formar un gobierno provisional que llamara a elecciones cuando se restableciera el orden en el pas. Vase: Manuel B. Trens (1998).

    11 fue escribano, abogado, director de comedias, periodista, novelista, idelogo, moralista, historiador, profesor, organizador de veladas literarias, funcionario pblico, juez, protector oficial de indgenas, propietario y poltico, es decir, un intelectual verstil, sui generis (Co-lunga, 2003: 9).

    12 Dice Amando Moreno Colunga que Paniagua perteneci a un grupo de poder que tena una fuerte ascendencia poltica local; en el grupo se contaba, entre otros, a sus hermanos Eduar-do y Wenceslao; Manuel Mara Trujillo, organizador editorial de la tipogrfica El Porvenir; Juan Bautista Tielemans, Saturnino Ocampo, Ensimo Ocampo, Sabino Pola; los diputados Fernando Zepeda y Jos Joaqun Pea (Colunga, 2003: 59).

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    tin conservador. Quiz sus textos literarios tienen la intencin de sobrepo-nerse a las pugnas polticas y buscar, por encima de stas, la conciliacin de cierta sociedad chiapaneca. En Florinda, por ejemplo, llama a la unin de los pueblos sin distincin de bandera ideolgica para enfrentar a los insurrectos.

    Aparte de historiador, literato y periodista, Flavio Paniagua tambin ocup cargos en la burocracia, como el de protector oficial de indgenas. Re-sulta importante este dato puesto que en los artculos que redact para La Brjula durante el levantamiento tzotzil, as como lo plasmado en Florinda, la cuestin indgena es una de sus preocupaciones principales.

    6. Florinda, una visin ladina

    Es cierto que en Flavio Paniagua hay una inclinacin hacia la historia. En Flo-rinda, la historia el hecho histrico se impone sobre la historia literaria. Flavio Paniagua cuenta dos historias, dos relatos. El levantamiento tzotzil es el eje novelstico en el que tambin se construye una historia amorosa. s-tas encuentran intersecciones, puntos comunes para los que Paniagua se ve obligado a crear personajes ficticios que interacten con los histricos para justificar ambas tramas.

    Cuenta los sucesos del levantamiento recreando un ambiente extrao, propicio para la aparicin de sujetos tambin extraos, como Ignacio Fernn-dez Galindo llamado Opps de Leal en Florinda y Espartaco, o Juan Daz, un personaje ficticio que tiene un rol que, si no es protagnico, s es necesario en la trama.

    En esas condiciones, pues, relata el hallazgo de las piedras parlantes en Tzajalhemel, a las que Agustina Gmez Checheb, quien conserva este nombre, les confiere caractersticas religiosas. Sin despegarse de la historia, relata la muerte del prroco de Chamula, el apresamiento de Pedro Daz Cuscat, el in-tercambio Ignacio Fernndez Galindo (don Opps de Leal) por los indgenas presos, las batallas en San Cristbal, el fusilamiento de Galindo y los ltimos intentos por capturar a Cuscat.

    Imbricada en la historia aparece el romance entre Florinda, la esposa de don Opps de Leal (es decir, Luisa Quevedo, esposa de Ignacio Fernndez Galindo) y Espartaco, el indgena que se ha ganado la confianza de don Opps gracias a su participacin contra la invasin francesa. Las dos historias corren paralelas pues Espartaco es uno de los hombres en los que don Opps de Leal siembra sus esperanzas para llevar a buen xito la guerra contra los ladinos. La relacin entre Espartaco y Florinda sirve, tambin, como contrapeso a la historia, pues ambos personajes representan una postura moderada ante los planes absurdos de don Opps.

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    Respecto a esta conjugacin histrica y literaria, Amando Colunga dice:

    Vista desde este ngulo, Florinda representa un reencuentro fallido del autor con la literatura y con la historia. Esto es debido a diferentes cau-sas, aunque quizs la ms significativa sea que Florinda no fue escrita al calor de la guerra como Una rosa y dos espinas, sino a la zaga de una interpretacin la de Vicente Pineda que cuestionaba la eficacia con la que los gobiernos, particularmente el de Pantalen Domnguez, haban tratado el problema indgena. El paso del tiempo pesa sobre su disposi-cin creadora, sin duda. Sus imgenes mentales se configuran ahora, en 1888, en frmulas dudosas, la aplicacin titubeante y sin un perfil cla-ramente delineado. Sus recuerdos, la fuente testimonial de sus propias imgenes, son una nebulosa, un ecmene gris, opaco. Esa historia vivida que quiere reconstruir, rescribir, esa historia padecida que captur en el proceso mismo en sus aos de labor periodstica como editor del se-manario La Brjula y de la que fue testigo ocular, se le escapa, no logra retenerla, es un recuerdo que se atropella a s mismo; los colores se de-gradan, los tonos se confunden, las fechas no coinciden, los testimonios son contradictorios, la geografa es mutante. A veinte aos de distancia parece quedar slo la imaginera del recuerdo. (Colunga, 2003: 89)

    Florinda no es la gran novela de Flavio Paniagua y tampoco es una fuen-te confiable para reconstruir cientficamente el levantamiento indgena de 1869. Pero s hay que considerar a la novela como una fuente histrica en el sentido de la reconstruccin de la historia social. Hay imgenes que lite-rariamente no son ricas, pero que s reflejan como un recuerdo difano la sociedad del siglo XIX y la situacin tensa entre ladinos e indios. Ms all de las mltiples lecturas que se puedan hacer del texto13, la condicin del indge-na en la sociedad nacional es una preocupacin intrnseca al hecho histrico y al pensamiento de los intelectuales de la segunda mitad del siglo XIX.

    Con Florinda Flavio Paniagua recurre a la historia para aleccionar a la sociedad. Esto no quiere decir que las cuestiones estticas, inherentes al texto literario, y cientficas, propias del texto histrico, deban soslayarse. Al contra-rio, son formas de expresin a las que recurre el autor no solamente con el

    13 No cabe duda que un texto literario es polismico, puede contener mltiples lecturas en s mismo. Estas lecturas dependen, por una parte, de la intencionalidad del escritor, es decir, de lo que quiere decir y de qu manera lo dice (aunque muchas veces el texto literario puede representar un buen ejemplo de comunicacin intermedia, son cartas y mensajes para los amigos, para los escritores, para quien conoce la realidad del escritor); y por otra parte de la experiencia del lector, de su campo de experiencias internas y de la manera en que recibe y transforma el mensaje.

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    afn de acercarse a la literatura, sino tambin, en primera instancia, de con-tar la historia. El texto, adems, tambin es un reflejo parcial del momento histrico y obedece, en estas circunstancias, no solamente a las corrientes literarias e historiogrficas en boga, sino tambin a las condiciones polticas y sociales de la poca: la disputa entre lites por la mano de obra india y por la sede de la capital del estado.

    Al hacer el relato, Paniagua divide la novela en tres partes y un anexo en el que incluye documentos de la poca relacionados con el levantamiento indgena. En la primera de ellas, a la que llama La supersticin, construye los personajes, tanto ficticios como reales. Tambin prepara el camino para mon-tar el nudo argumental o, mejor dicho, el tema central de las dos historias por las que recorrer toda la novela: la guerra de castas y el romance entre Flo-rinda y Espartaco. As, en esta primera parte, compuesta de nueve captulos, relaciona los sucesos mgicos y religiosos que originaron la guerra: la apa-ricin de unas piedras que se mueven solas, la transformacin de Agustina Gmez Checheb en la Santa Luisa, de Pedro Daz Cuscat en sacerdote, por el mundo indgena; y por el caxlan la aparicin de Ignacio Fernndez Galindo (don Opps de Leal) y de Luisa Quevedo (Florinda de Armio), as como de Espartaco, personaje indgena pero que a veces pareciera un ladino porque no es caracterizado de la misma manera que los personajes indios; por estas caractersticas se interrelaciona cmodamente en ambas historias, en la real y en la ficticia.

    Desde esta primera parte, as como en toda la novela, el relato est salpi-cado de hechos verdicos que sirven como plataforma para desarrollar los dos universos, el dado y el inventado. Recurre a fechas y a sucesos que la historia tambin atestigua, como las condiciones polticas de la poca (el traslado de la capital de San Cristbal a Chiapa) la labor del cura de Chamula Miguel Mar-tnez (sus visitas a Tzajalhemel con la intencin de desalentar el nuevo culto), o la aprehensin de Pedro Daz Cuscat y Agustina Gmez Checheb, a quienes se les acusaba de sedicin; o a los ladinos, que al ver reunidos a los indgenas, crean que algo se tramaba contra San Cristbal14. Asimismo, Paniagua se da a la tarea de desenmascarar las oscuras intenciones de don Opps: provocar una guerra para destruir la civilizacin ladina.

    La segunda parte de la novela tiene como objetivo central relatar los enfrentamientos entre ladinos e indgenas. Titulada como La guerra y sus con-secuencias, est dividida en siete captulos que recorren los asesinatos de los curas en los parajes tzotziles, los momentos de prisin de Cuscat y Checheb,

    14 Esta es la versin ms comn de la mal llamada guerra de castas, la que se conoci a travs de la prensa y en la que coincide con Pineda (1986 [1888]). Jan Rus (2002), sin embargo, dice que sola-mente fue el pretexto para iniciar una guerra contra los indgenas quienes paulatinamente haban construido un mercado autnomo, situacin que no convena a la economa de San Cristbal.

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    las negociaciones de don Opps y su entrega; los preparativos de guerra y enfrentamientos, la muerte de don Opps y Benigno Trejo quien no haba aparecido en la historia as como las diligencias de Jos Pantalen Domn-guez, gobernador de Chiapas, para poner fin al conflicto.

    Como se ha mencionado, narra la historia entre Espartaco y Florinda quienes, en esta parte, flaquean en sus convicciones para participar en los enfrentamientos.

    A la tercera parte la titula La paz. En ella aparecen las ltimas batallas y las reminiscencias de la guerra, la bsqueda de Cuscat por los parajes, as como la pacificacin de las poblaciones indias; recrea, sucintamente, la l-tima batalla en Zizim, Chlachihuitn, y al mismo tiempo inventa, junto al vr-tigo de la guerra, una escaramuza que tiene por objeto que Espartaco rescate a Florinda, con lo que da fin a las dos historias.

    La ltima parte son anexos en los que publica documentos de la poca. Tiene como funcin demostrar la veracidad de la historia que narra. Son par-tes militares, actas firmadas por el gobernador de Chiapas y otros documen-tos en torno a la guerra de castas.

    Los personajes principales de la historia son, precisamente, los que parti-ciparon activamente durante el levantamiento indio. Son personajes que, segn la novela, no representan intereses colectivos sino particulares, escudndose en la causa indgena; los personajes ladinos (el gobernador de Chiapas, Jos Pantalen Domnguez; Crescencio Rosas, militar que dirigi batallas; los curas y preceptores) no son construidos con la misma profundidad porque Paniagua considera que s representan intereses colectivos, los intereses de la sociedad sancristobalense. Es ms, el narrador a todas luces Paniagua, por su posicin ante la guerra manifiesta su conciencia racial y colectiva. Dice Flavio Paniagua:

    Las guardias nacionales anduvieron algunas leguas, venciendo dificul-tades insuperables, hasta encontrar al enemigo, que desde antes se ha-ba situado en posiciones militares e inexpugnables y esper tranquilo el empuje de aqullas. El valor, la bizarra, la serenidad y el honor mo-vieron a nuestros hermanos, que se lanzaron al combate, en que desalo-jaron a los indgenas ().(Paniagua, 2003 [1889]: 100)

    En otro pasaje seala:

    Los diputados al Congreso de la Unin ocurrieron a ste en demanda del auxilio que el pacto federal acuerda con los estados en caso de inva-sin, ataque o conflicto; y se acord darle el dinero y armas que era lo que ms necesitbamos en aquella poca nefasta y de triste recuerdo. (Paniagua, 2003 [1889]: 111)

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    La posicin de Paniagua como narrador de la novela es la de un inte-grante ms de la sociedad sancristobalense. Narra en primera persona como el testigo que fue de los hechos. Por eso no tiene empacho en escribir como si fuera l quien estuvo ah. Adems, ya se ha mencionado, haber sido periodista y protector de indgenas le nutri de un conocimiento en torno a la realidad indgena y, en el caso del periodismo, le permiti expresar y definir su posi-cin ante esta realidad.

    De acuerdo con estas circunstancias Paniagua construye a sus persona-jes. En la historia stos son maniqueos y siempre estn, como es de suponer-se, en constante enfrentamiento. Tal es el mvil, al final de cuentas, de ambas realidades. Describe, de acuerdo con el mundo literario y con la construccin de su realidad histrica, a hombres y mujeres de ideales encontrados, lo que define la construccin del texto.

    Sobre los personajes Amando Colunga afirma:

    En esta novela, como en las anteriores, la configuracin de la trama anecdtica y narrativa depende enteramente de la caracterologa de los personajes, sin distincin, tanto de los personajes de la vida real como de los personajes de la ficcin. Todos ellos tienen una funcin literaria e historiogrfica muy precisa que cumplir. (Colunga, 2003: 26)

    Los personajes de Florinda se definen de acuerdo con el texto literario, y en menor medida con el histrico. Don Opps de Leal15 (Ignacio Fernndez Galindo) es dibujado como un hombre con planes maquiavlicos, perversos, que se aprovecha de la aparicin de las piedras mgicas y de la represin hacia los indgenas para manipularlos y satisfacer, a juicio de Paniagua, sus in-tenciones: libertar a los indgenas del yugo ladino, exterminar a la raza blan-ca, expandir el movimiento al resto del pas y divulgar sus ideas socialistas:

    He jurado salvar a la raza indgena e implantar en mi nueva sociedad las doctrinas que ms de una vez he predicado y enseado. Quiero la igual-dad absoluta: la supresin de la autoridad: la comunidad de intereses: la inexistencia de las religiones: la familia fundida en el Estado: la libertad

    15 Hacia el ao 711 termin el reinado visigodo en Espaa, con la batalla de Guadalete. En este hecho el rey visigodo Rodrigo fue traicionado y muerto a manos de Opps, sacerdote espa-ol. Espaa, bajo el dominio visigodo, viva para entonces envuelta en una serie de guerras civiles dado que la monarqua era electiva y no hereditaria. Rodrigo haba sido elegido rey, lo que caus descontento entre el bando contrario, el que pidi ayuda a los musulmanes para traicionarlo y matarlo. Opps, entonces, es considerado un traidor. En Florinda, Opps lucha al lado de los indgenas contra su propia raza, contra los blancos. Vase: Morales Bermdez (1997: 122) y Enciclopedia Historia Universal (2004: 281).

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    de la generacin: la justicia popular: la extincin de contribuciones y le-yes fiscales: la unidad de las razas, la muerte de los adversarios, la unidad de propsitos y miras. Es un programa grandioso que slo puede practi-carse en pueblos vrgenes, como los Chiapanecos: no en las razas blancas, en que una filosofa racionalista, una religin fantica, una jurispruden-cia utilitaria, unas matemticas vanas, una historia falsa, una medicina supersticiosa, una geografa abstracta, una astronoma engaosa y otras artes y ciencias intiles dominan a los hombres y concluyen por sembrar en sus mentes esas teoras sociales de los que llaman filsofos, polticos, etctera. Mi programa es bellsimo: sigo el dilema de disuadir y convencer a quienes me conviene, y a los recalcitrantes a los refractarios matarlos, abolirlos, destruirlos.(Paniagua, 2003 [1889]: 59)

    Paniagua pone en boca de Opps las subrepticias intenciones del levan-tamiento indgena: el exterminio de la raza blanca. Pero tambin, como es de suponerse, descalifica a travs de Opps la manera de lograrlo. Construye su discurso con base en la mentira y la manipulacin, como afirma en la ltima parte de la cita anterior sigo el dilema de disuadir y convencer a quienes me conviene. Don Opps de Leal es un hombre al que Paniagua desacredita para descalificar, desde su propio discurso, el acontecimiento histrico.

    Florinda de Armio16, o Luisa Quevedo, siempre est a la sombra de Opps de Leal, aunque termina siendo un personaje principal dentro de la historia ficticia, no as en la real. Florinda resulta ser una mujer bella, ele-gante, quien secunda las decisiones de su esposo pero, a la vez, el amor que le tena a Espartaco hace que en algunos pasajes de la historia asuma una actitud contradictoria.

    En el fondo a Florinda le importa poco la manumisin de los indgenas y contina en el plan solamente por la lealtad que le debe a Opps; el motivo real de su personalidad rebasa, es claro, la historia real para situarse en la imaginera de Paniagua: es la mujer que busca consolidar un amor que ha mantenido a escondidas y al margen de la guerra de castas.

    Este doble papel cumple, tambin, una doble funcin: ser el contrapeso de don Opps para convertirse, por momentos, en la voz sensata que apela a su condicin ladina para cuestionar, tmidamente, las acciones de su marido:

    16 A propsito del nombre de Florinda, as como del fin del dominio visigodo en Espaa, dice Je-ss Morales Bermdez (1997: 122): Recurdese que la desdicha del Rey don Rodrigo () se debi a la furia y al despecho de don Julin al enterarse de la desgraciada aventura de su hija Florinda de la Cava con el mencionado rey. Traicin, desolacin y muerte fue el legado de esa singular aventura. As lo dramatiza el poeta romntico espaol Jos Zorrilla (18171893), en su drama El pual del godo, drama indudablemente conocido por Flavio Paniagua.

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    Ay! Espartaco, deca Florinda Qu vamos hacer en este conflicto? Puedo yo ser traidora a mi raza? Puedo atentar contra mi especie?

    No, responda Espartaco. Imposible; es necesario disuadir a don Opps que vos no debis estar aqu, que debis separaros e ir a un lugar seguro: si se opone, no combatir en la guerra; tengo mis medidas tomadas y si ha de haber vctimas, sea la nica don Opps.(Paniagua, 2003 [1889]: 53)

    Asimismo, es el otro motor que mueve a la historia, en este caso a la fic-ticia. Paniagua mezcla la realidad con la ficcin, anteponiendo la historia rosa a los sucesos blicos, verdaderos.

    Espartaco, o Juan Daz, es un indgena construido al modo de un ladino. Tiene, como se ha dicho, una relacin muy estrecha con don Opps y Florinda. Y tambin aparece como un lder en el movimiento indgena. Es un personaje ficticio que suple lo que, tal vez, pudo haber hecho Benigno Trejo, el discpulo de Fernndez Galindo, segn los relatos histricos. Trejo aparece en la novela hasta que Opps viaja a Tzajalhelmel y se vuelve a mencionar cuando lo captu-ran y fusilan. Hasta entonces no hay ninguna referencia hacia su persona.

    Sobre Espartaco, anota Amando Colunga:

    Juan Daz, por ejemplo, apodado por Opps Espartaco, es un persona-je ficticio que representa a un indio chamula aladinizado que limita su desempeo dramtico a la cronologa y a los episodios del hecho real. Esta situacin narrativa es una frmula retrica que tiene la clara inten-cin autoral de incidir en la configuracin del relato colectivo, en el uni-verso de las representaciones colectivas, y con ello, en la reconstitucin de la memoria colectiva. Pero es una frmula fallida. Juan Daz es un personaje enteramente prefigurado en la imaginera creativa del autor que usurpa el papel correspondiente a Benigno Trejo en la vida real y que esconde y enmascara una realidad histrica mucho ms compleja. (Colunga, 2003: 26)

    Resulta paradjico el papel que Panigua asigna a Espartaco. El discurso de Paniagua es racista y trata, en todo momento, de justificar las batallas y hostilidades hacia los indgenas. En la novela, sin embargo, Espartaco lucha por cristalizar su relacin con Florinda, uniendo, de esta manera, dos mundos que en la realidad del siglo XIX parecen irreconciliables. La ficcin le permite construir este contrasentido.

    La intencin de Flavio Paniagua es tratar de reflejar otra de las caracte-rsticas en torno a la visin del indgena: la de ladinizarlos, civilizarlos, inte-grarlos al mundo blanco; con esta otra historia busca superar esa contradiccin desprendida del liberalismo reinante en la segunda mitad del siglo XIX: otorgar

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    el mismo estatus al indgena, conferir los mismos derechos. Pero el atavismo de un Estado relativamente joven resultaba difcil de superar, como an lo es.

    Los personajes indgenas son secundarios en la novela. Ninguno de ellos es trabajado ni perfilado como los ladinos. Salvo Pedro Daz Cuscat y Agustina Gmez Checheb y Espartaco, por las condiciones citadas los indgenas no resultan ser protagonistas. Solamente en la parte primera, cuando Paniagua relata el hallazgo de las piedras, la conversin de Cuscat y Checheb en san-tos y, en general, los sucesos acaecidos en Tzajalhemel y en otros parajes, el indgena es el centro del relato. En el resto de la novela solamente se refiere a ellos como seres annimos guiados por don Opps y, cuando aun ste se encuentra encarcelado, los indgenas guiados por sus lderes continan en el anonimato para intentar liberarlo.

    7. Traicin e ignorancia

    Flavio Paniagua no se preocupa por encontrar las causas de la historia en la realidad que lo circunda. Su explicacin del hecho es simple: Opps (Galin-do) ha ideado un plan maquiavlico con tal de destruir a la raza blanca para implantar un socialismo en el que reine el indgena. En toda la novela el discurso es el mismo. Opps es un traidor a su raza que se aprovecha de la ignorancia del indio para satisfacer sus deseos. sta es la causa principal que explica los acontecimientos de 1869.

    ste era su plan:

    Entregarla a las llamas (la ciudad de San Cristbal). Matar a todos sus habitantes, y convertirla en el centro de operaciones, para conquistar a los dems Departamentos, donde contamos con fieles aliados, los de nuestro linaje, es decir, indgenas. Cuando llegue el invierno, tendremos establecido el gobierno patriarcal y mis doctrinas estarn planteadas. (Paniagua, 2003 [1889]: 81)

    Quiz la inmediatez de sucesos no le permita ver ms all. La explica-cin del fenmeno histrico, de la historia realmente ocurrida, es al modo de la historiografa decimonnica. Los acontecimientos se cuentan uno a uno, sin dimensionarlos como parte de un proceso histrico ms largo. Eso no quiere decir, sin embargo, que el narrador (Paniagua) se abstenga de hacer comentarios suspicaces para criticar lo que sucedi en San Cristbal. Los comentarios sirven para descalificar a Opps y a los indgenas y para ensalzar la valenta de los dirigentes polticos y militares, as como de la poblacin de San Cristbal.

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    Otra de las posibles explicaciones que sugiere es la ignorancia del in-dgena. De ella se aprovecha Opps para colocar una mscara religiosa que, dice, raya en la idolatra. Por eso creyeron que los resucitara, como lo demos-tr al hipnotizar a nios en la comunidad Tzajalhemel.

    As describe este pasaje:

    Ah tenis sanos y buenos a los nios: as pasar con vosotros: si sois muer-tos, os resucitar. Queda bien probado mi papel divino, porque nadie podr negrmelo ya; ahora lo que importa es que os reuns aqu con frecuencia, que juntis cuantas armas tengis, que recibis lecciones mas de disciplina, que traigis abundantes ddivas para los santos, que no vayis a buscar a los blan-cos, que si los encontris, los matis como fieras, que incendies sus casas y que concluya esa raza del infierno. (Paniagua, 2003 [1889]: 90)

    Esa ignorancia caa como vendas que les impedan ver que eran manipu-lados y llevados a una guerra sin razn.

    En pocas palabras, Paniagua encuentra en el pensamiento exaltado de Opps, y en su personalidad iracunda, la causa del levantamiento. No hay ra-zones materiales, objetivas, para analizar lo que sucedi. La ficcin literaria le permite sugerir que Opps, un imperialista, maquin un plan perverso para destruir a los suyos.

    8. El asunto indgena

    El tema del indgena en Una rosa y dos espinas y en Lgrimas del corazn es circunstancial17. En Florinda, sin embargo, es el eje de discusin que sirve como andamio para construir el relato ficticio y tambin para justificar la his-toria real. Al ser protector de indgenas, Paniagua se nutri de historias y conoci de cerca la condicin del indio, situacin que, sin embargo, no cambi su postura ideolgica. Al tratar el tema indgena en sus artculos y en esta novela, Flavio Paniagua pretende justificar la lucha contra los indgenas y a la vez exaltar a los ladinos, o blancos, evocando su conciencia racial para defen-der a la ciudad de San Cristbal y no permitir que se altere el orden natural, jerrquico, de la sociedad decimonnica. Los textos, pues, tienen la intencin de influir en la opinin pblica de la poca, aunque sta sea, tal vez, reducida;

    17 En Una rosa y dos espinas () Tal parece que la realidad indgena no existiera () los indge-nas que aparecen son nicamente sirvientes, mozos, y forman parte de la utilera escnica (Colunga, 2003: 156). En Lgrimas del corazn, dice este mismo autor, se hacen solamente referencias cuando sita la historia en Chenalh, municipio indgena, y cuando describe a la ciudad de San Cristbal (Colunga, 2003: 1617).

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    y son producto del ambiente intelectual y literario del siglo XIX: el liberalismo y el positivismo, corrientes ideolgicas que dominaron en ese siglo, y la no-vela romntica, que encontr en Mxico a exponentes como Ignacio Manuel Altamirano o Vicente Riva Palacio.

    En Florinda, Flavio Paniagua recrea la historia del levantamiento indge-na desde la ptica ladina. No es de extraarse, pues, que est atravesada por la construccin del indgena como un ser brbaro, incivilizado y salvaje. Los adjetivos, sin embargo, intentan poner al indio en un estado de indefensin ante las intenciones de don Opps (Galindo). Paniagua asume una actitud en la que no los defiende, pero los justifica.

    Tanto le interesa la cuestin indgena que recurre a dos maneras de ex-ternar su pensamiento. Desde su posicin de narrador salpica de comenta-rios sobre la condicin del indgena y, al mismo tiempo, mezcla la cuestin religiosa para ironizar, o criticar, las circunstancias que originaron la guerra de castas. Dice:

    La Santa Luisa revelaba las decisiones de Dios; la multitud de indgenas obedeca ciegamente esas determinaciones, e iba a llegar el momento, en que la Santa decidiese la muerte de los ladinos y la matanza, la pillera, los delitos todos iban a levantar su cerviz. (Paniagua, 2003 [1889]: 49)

    La otra manera es hacer hablar a don Opps:

    Despus de un ao de propaganda regeneradora, Opps se dirigi a Florinda y dijo:

    Voy creyendo que mi gran castillo acerca de manumisin de los ind-genas, llegar a ser realidad desnuda. Desde aquella noche, en que Es-partaco me trajo aquel pliego, misterioso y aterrador, no ha cesado la predicacin de nuestro amigo Cuscat. Es ya pblico que las masas de indgenas estn reunidas en Tzajalhemel, que la adoracin es la mscara y que brevemente circular mi programa. (Paniagua, 2003 [1889]: 52)

    Al tema de la cuestin indgena Paniagua le agrega el religioso. Los ind-genas (esos seres a los que hay civilizar para no dejar que sean manipulados por personas ajenas a los chiapanecos) adoptan una religin que, a juicio del novelista, no es ms que otra manera de manipular y de conformar la carne de can que servir para luchar contra la autoridad establecida.

    Y es que don Opps, hombre venido de tierras lejanas, quiere imponer sus ideales revolucionarios, quiere hacer la guerra basndose en el discurso libertario y capitalizando el elemento religioso a su favor. Las dos citas ante-riores son un claro ejemplo. Dice Paniagua que con la conversin de Checheb

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    en la Santa Luisa, los indgenas, todos, la obedecan ciegamente para ex-terminar a la raza blanca. Este fanatismo tuvo que ser aprovechado por don Opps para realizar su plan, que ya haba esbozado con la apertura de una escuela en San Cristbal. Don Opps dice que la adoracin es la mscara que esconde sus verdaderas intenciones. Habla:

    Compaeros dijo don Opps con acento melodioso: ha llegado la hora en que, reunidos los pueblos de indgenas bajo la bandera de la ci-vilizacin, vayan a libertar de las manos del tirano al ilustre Pedro Daz Cuscate, calumniado, vejado, preso y tal vez condenado a muerte por el solo delito de pedir la manumisin de nosotros. Yo he venido aqu, des-cendiendo del cielo. Cuscate lo sabe y as lo dice en estas cartas. Tam-bin debo probaros que soy hijo de los dioses: mis pruebas son eviden-tes. Traedme unos nios. (Paniagua, 2003 [1889]: 69)

    Los indgenas, para don Opps, han enarbolado la bandera de la civi-lizacin, condicin sta que se les buscaba imprimir. Ser civilizado era ser blanco. Pero segn el discurso de los actores no ladinos en la guerra de castas, civilizarse implicaba imponer al indgena como una raza superior a la blanca. Adems, el tirano es la sociedad ladina. Paniagua invierte los discursos como una manera de criticar el levantamiento indgena.

    Y para dejar en claro la manipulacin ideolgica, narra los supuestos poderes de Opps, quien se dice a s mismo un hombre venido del cielo con el objetivo teleolgico de libertar a la raza indgena. El mismo Paniagua se encargar de desdecirlo.

    En esta manipulacin se esconde tambin un discurso negativo hacia el indgena: la ignorancia que les permite adoptar una religin basada en la idolatra.

    Si se establece una comparacin entre el discurso periodstico y el lite-rario, se ver que Paniagua fue menos duro en la novela. En sus piezas perio-dsticas s calific, directamente y sin cortapisas, la condicin del indgena. En el peridico los llam salvajes, brbaros, bestias, etctera. En Florinda, no obstante, asume una posicin moderada o, al menos, no tan directa. Su len-guaje tiene menos adjetivos, pero no por eso deja de considerar al indgena como seres humanos ignorantes y manipulables.

    Con esta novela, Flavio Paniagua tambin persigue un fin aleccionador. Se basa en la historia para decir cul debe ser el orden social. Un orden definido desde las clases dominantes, es decir, desde la raza blanca. Los blancos se encuentran por encima de los indgenas, social y biolgicamente. Y es que al final triunfa la razn, la civilizacin, imponiendo castigos ejemplares a quienes intentaron destruirlos. Este hecho se magnifica porque, en las batallas, Paniagua dice que el ejrcito indgena

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    est conformado por miles mientras que los blancos por cientos18. Al final de las ba-tallas, y aun con la superioridad numrica india, estos son derrotados con la ayuda de otros pueblos que se unieron para luchar contra los indgenas. Tambin enaltece la condicin de los sancristobalenses, quienes ante las circunstancias se levantaron, dice, como un solo hombre, para luchar contra el enemigo:

    La ciudad entera de San Cristbal se irgui corno un hombre solo, para defender los fueros de la civilizacin, para guarecerse del carnicero ata-que del traidor a su raza, para amparar los fueros de la humanidad. Los barrios todos se organizaron en lugares de ataque, en cuarteles donde se oa el canto de guerra lanzado contra los que, infatuados por su nmero, venan a destruir una raza, venan a arrasar con la huella de tres siglos; lo aflictivo en aquellas anormales circunstancias era la falta de armas, por-que el depsito de ellas se encontraba en la ciudad de Chiapa, residencia entonces de los Poderes del Estado. Mientras el superior gobierno remi-ta armas y auxiliaba con dinero y hombres, a las poblaciones amagadas, porque se le haba comunicado la situacin angustiosa y peligrosa que se atravesaba, el patriotismo de los sancristobalenses concurri con gran-des sumas de dinero, plvora, plomo, y dems necesario para mal armar a los ciudadanos, que, sin distincin de clases, se haban afiliado a las listas de guardia nacional. (Paniagua, 2003 [1889]: 7879)

    Es tambin una leccin para los pueblos indgenas: la razn es la mejor arma contra la fuerza; la inteligencia del blanco supera a la fuerza fsica del indgena; la civilizacin blanca no puede ser destruida por la barbarie.

    18 Dice en la novela: A las cinco de la tarde un indgena llamado Salvador Gmez Tuxnic, entr corriendo a la jefatura poltica dando parte que don Opps, su esposa y los indgenas en cre-cido nmero venan por el camino que de Chamula se dirige a San Cristbal de Las Casas. El nmero era de cinco mil a seis mil; venan armados con escopetas, fusiles y otras armas de fuego, con un gorro de piel de mono; y los dems con sus trajes acostumbrados, con mache-tes, cuchillos, lanzas, luques, palos etctera. () La pena con todos sus dolores intensos esta-ba dibujada en la cara de los habitantes de San Cristbal, que, en esta triste noche, no tenan armas, carecan de parque y apenas existan cien soldados, con armas de fuego (Paniagua, 2003: 8283). Pero tambin ironiza, evocando a la historia, para justificar el perfil de don Opps, como personaje literario. Dice ste a sus alumnos en la escuela que abri en San Cris-tbal: Si nos remontamos en alas de la historia, veremos que nosotros los espaoles somos ladrones de las riquezas y bienes de los aborgenes: stos eran dueos del actual territorio de la Repblica al venir los conquistadores, y con el nombre falso y mgico de religin los hemos hundido en la pobreza, los hemos despojado de sus propiedades y los hemos esclavizado. Un hombre que se encarga de reivindicar esos ttulos y hacer independientes y soberanos a los indios, siempre ha de surgir en algn pueblo: en Yucatn ha levantado su cabeza la ms sonriente de las esperanzas y desde 1848 hasta la fecha, no cesa la lucha, cuyo xito no ser dudoso (Paniagua, 2003: 51).

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    La historia ficticia el amor entre Florinda y Espartaco tambin guarda un mensaje similar. La muerte de Espartaco impide que la relacin se consu-ma. Espartaco, el indgena que quiso relacionarse con Florinda, la mujer ladi-na, blanca, de rasgos finos. Ambos representantes de dos mundos distintos, de sociedades diferentes. Uno indgena y la otra ladina. El orden de las cosas no puede ni debe alterarse.

    La historia sirve, entonces, para dar una leccin a la sociedad, para aler-tar del peligro que se corre cuando las desigualdades no pueden ser limadas a travs de la razn, sino de la fuerza. Es por eso que en esa poca ya se hablaba de la educacin del indgena para evitar sus sublevaciones. Refiere, pues, los acontecimientos histricos como un antecedente aleccionador que permite, a quien la conoce, tomar decisiones adecuadas:

    La raza indgena es persistente en sus intentos, que siempre disfraza con matiz diverso. En 1712 la zendal levant la bandera negra y san-grienta de la guerra social, formando reuniones, enviando comisiona-dos que propagasen las ideas y propsitos que tenan preparados, y aparentando sumisin y respeto a las leyes y a las autoridades.

    En las fechas a que nos referimos, pretenda idntico fin la raza quelni-ca: despus que se disolvi la reunin, como relatamos anteriormente, Pedro Daz Cuscate insisti en ella y la Santa Luisa sigui su misin pro-videncial.

    La autoridad de Chamula y el cura, creyeron de su deber, comunicar este conato de sedicin al jefe poltico del Centro, Jos Mara Robles, para que obrara como lo tuviera a bien.(Paniagua, 2003 [1889]: 4849)

    Al final de la novela, Paniagua es explcito:

    En estas pginas pintamos el cuadro imperfecto de esa lucha, en el que la civilizacin, el derecho y la sociedad reivindicaron sus fueros y le-garon a la posteridad un depsito valioso: la conservacin de su raza. Confiamos en que jams volver a levantar su cabeza satnica la hidra de la guerra de castas! (Paniagua, 2003 [1889]: 119)

    Aunque, como se ha dicho, a Flavio Paniagua le gana el deseo por historiar, esta novela se debate entre la historia novelada y la ficcin. Su propsito por justificar la guerra de castas no se pierde; en este afn no asume un compromi-so con la verdad histrica porque cuenta el hecho desde el punto de vista de la sociedad ladina. La historia ficticia le permite otras interpretaciones relaciona-das con la historia real. Y son estas interpretaciones las que desligan a Paniagua de la verdad histrica que, como se ha dicho, no pretenda encontrar.

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    Florinda es un ejercicio novelado de la historia en el que su autor revier-te su discurso original (el manifestado en la prensa) para construir, desde la visin de un ladino (Ignacio Fernndez u Opps de Leal) al pueblo indgena sufrido que necesita librarse de la opresin ladina. Esta decisin tambin obedece al contexto poltico de la poca, en el que tanto las lites de las zonas fra y caliente de la entidad buscaban el control de la fuerza laboral indgena y, ms all todava, la conservacin del poder poltico. Por eso se observa un discurso moderado, menos racista. Dicha reversin no significa que la visin del indgena hacia finales del siglo XIX, poca en que se escribi la novela, haya realmente cambiado.

    9. Conclusin

    Lo sucedido en Tzajalhemel y San Cristbal entre 1867 y 1870 es una historia impactante. Por mucho tiempo se dio como verdadera la crucifixin de un nio tzotzil en la Semana Santa de 1868, en aquel paraje. Imaginemos: los in-dgenas toman al nio quien, asustado por la multitud que lo rodea, comienza a chillar. Su llanto, sus ruegos no cambian los rostros impertrritos de los mayores. Lo sujetan con fuerza, casi lo arrastran hacia una cruz que han ten-dido en un escampado en el pueblo. Lo clavan en la cruz, queriendo emular un Cristo. El nio se desmaya de tanto dolor. Levantan la cruz y la siembran. Al poco rato el nio ya no respira.

    Tambin se ha mencionado con insistencia la aparicin de piedras par-lantes que dijeron a los tzotziles, a la postre, que era hora de liberarse. Las piedras, otro producto de la imaginacin popular, se convirtieron en dolos, luego en santos que peregrinaron de comunidad en comunidad para no vol-ver a ser confiscados. Tantos avatares tuvieron que pasar sus fieles con tal de mantener vivo un suceso religioso que funcionaba como metfora de nuevas relaciones sociales de produccin.

    Amn de las dems ancdotas (las santas, las capillas, el mesianismo, las batallas en San Cristbal) los hechos merecen ser contados. Lo hizo la histo-riografa decimonnica, y tambin la literatura.

    Los dos primeros ejercicios historiogrficos fueron obra de Flavio Pania-gua y Vicente Pineda. El primero, en su Catecismo elemental de historia y es-tadstica de Chiapas, aborda el levantamiento sin profundidad; el segundo, en Sublevaciones indgenas en Chiapas. Gramtica y diccionario tzeltal, es igual de prolijo que tendencioso. La aparicin de Florinda vino a complementar la obra de Pineda. Se ha dicho que ambos textos bien pudieron enmarcarse en los in-tentos por mantener la capital en San Cristbal. En Florinda hay, por ejemplo, una visin moderada del indgena, mano de obra que tambin ambicionaban en

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    los Valles Centrales. En el texto, Paniagua asume a veces un rol casi paternalista ante el tema indgena, justificndolos por su ignorancia e idolatra. La culpa de lo acontecido, en todo caso, es de Ignacio Fernndez Galindo quien aprovecha la condicin del indio para llevar a cabo un plan diablico: exterminar a los ladinos. La novela, con reminiscencias romnticas (uno de los posibles hroes que tejen la historia romntica es Juan Daz Espartaco, un personaje ficticio), se une al texto de Pineda para situar a San Cristbal como una ciudad que me-rece ser la sede de los poderes. Si Pineda se encarga de descalificar al gobierno chiapaneco por su desacertada actuacin durante el conflicto, Paniagua pinta una ciudad, y sus habitantes, que con valenta superaron el estado de guerra que los envolva. Si nos atenemos a lo que dice White sobre el modo de tramar la historia, esta novela es un romance donde el gran hroe es la poblacin de San Cristbal que al final logra vencer al mal.

    Y es precisamente el entramado una de las uniones de la historia y la literatura. El romance en Florinda alude a la construccin de sentido del pa-sado. Es el significado, lo que quiso decir Paniagua al relatar la historia del levantamiento tzotzil de 1869. La construccin de sentido la pone en el ca-mino de la historiografa decimonnica, al menos en la ruta de Pineda, para justificar el orgullo sancristobalense frente al agravio que para entonces sig-nificaba la lite emergente de los Valles Centrales de Chiapas enemistados por la disputa de la mano de obra indgena, el poder econmico y poltico de la regin. A la postre, casi inmediatamente, en 1892, la capital del estado sera arrebatada a San Cristbal y trasladada a Tuxtla, bastin liberal.

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